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SÍNTESIS: LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA REALIDAD

CAROLINA HERRERA VALLE

SOCIOANTROPOLOGÍA

GRUPO 2

LIC. DIEGO GARCÍA BURGOS

PARCIAL 3ER CORTE

UNIVERSIDAD DEL ATLÁNTICO

BARRANQUILLA

2021-1
“La construcción de la realidad social” es un libro publicado en 1995 por el filósofo
estadounidense John Searle. En él expone sus ideas sobre los rasgos que componen la
estructura de la realidad y que no están descritos por las ciencias naturales. Para ello, inicia
desde asuntos cotidianos y elementales sobre los que, generalmente, no nos preguntamos por
qué hacen parte de nuestra realidad, verbigracia, el dinero, el gobierno o el matrimonio; así,
Searle abre al lector una puerta hacia la curiosidad y lo invita a reflexionar sobre distintos
aspectos que constituyen lo que somos, hacemos y creemos.

Para comprender cómo es posible una realidad socialmente construida hay que partir del
hecho de que nuestra visión del mundo depende de la distinción entre lo objetivo y lo
subjetivo. A este respecto, el autor señala que existen dos sentidos para estos términos: el
epistémico y el ontológico. La objetividad epistémica, en pocas palabras, se refiere a los
hechos que no dependen de ninguna actitud o sentimiento existente por parte de alguien,
como el hecho de que el sol sale por el oriente y se oculta en el occidente; lo que yo piense o
crea al respecto no va a hacer que este hecho deje de suceder de esa forma. En contraste, la
subjetividad epistémica alude a los juicios cuya verdad o falsedad está ligada al punto de
vista del observador, a saber, hoy es un lindo día, la clase estuvo aburrida o esta flor huele
muy bien. El sentido ontológico, por su parte, versa sobre el modo de existencia de la entidad;
en el caso de la objetividad ontológica, la existencia es independiente de quien la percibe: la
flor no dejará de ser flor sólo porque alguien piense sobre ella de una forma positiva o
negativa; y cuando la existencia de una entidad es dependiente de la perspectiva o sentimiento
de alguien, se habla de subjetividad ontológica.

Al comprender esto, podemos introducir el término “hechos brutos”, acuñado por Searle en
relación a la objetividad ontológica, para referirse a los hechos independientes de las
instituciones humanas, y que son intrínsecos y naturales; entendiendo lo intrínseco como un
rasgo aislado del estado mental del observador, por ejemplo: esto es una montaña, o aquello
es un valle.

La creación de los hechos sociales que componen nuestra realidad requiere de tres elementos
principales: la asignación de función, la intencionalidad colectiva y las reglas constitutivas.

Haciendo hincapié en la capacidad de los seres humanos, en especial, de asignarle una


función tanto a objetos naturales preexistentes como a aquellos creados especialmente para
desempeñar una función, el autor plantea, en relación con las nociones previamente expuestas,
que las funciones no son intrínsecas, sino relativas al observador, es decir, que asignamos
una función dependiendo de nuestros intereses, por ejemplo, decimos que la función del
corazón es bombear sangre, porque este proceso natural trae consigo una serie de eventos
que posibilitan nuestra existencia, y como nuestro interés está encaminado a seguir viviendo,
asignamos a él esta función; en cambio, si nuestro interés fuera dejar de existir, diríamos que
la función de una enfermedad cardiaca es apresurar la muerte.

En este orden de ideas, Searle hace una distinción entre dos tipos de funciones para
profundizar aún más en su filosofía sobre la realidad social: en primer lugar, se encuentran
las funciones dadas a los objetos por un agente consciente que necesitan de intencionalidad*
para poderse llevar a cabo, por ejemplo, la función de una cuchara es llevarse la comida a la
boca porque para eso fue creada, y todos asumimos su existencia en función de su utilidad,
si algún día dejamos de saber su función dejaría de ser una cuchara; a este tipo de función
Searle la denomina función agentiva. Dentro de ella existe una clase especial: la función
simbólica, que, como indica su nombre, se refiere a la función que tiene X de representar o
dar significado a Y en un contexto determinado, como cuando un docente de primaria usa
caritas felices como símbolo de felicitación hacia el buen comportamiento de su alumno. Por
su parte, están las funciones independientes de nuestra voluntad, que son naturales y suceden
sin siquiera importar si somos conscientes o no de ellas, estas son las funciones no agentivas.

Hasta este punto, hemos podido comprender que, según los planteamientos de John Searle,
nuestra realidad social está dada por factores dependientes y factores independientes del ser
humano y sus estados mentales. Pero, si cada persona actúa según sus criterios, y somos más
de 7 mil millones de individuos en el mundo ¿cómo es posible la construcción de una sola
realidad? La respuesta a esta pregunta versa, entre otras cosas, en la noción de
intencionalidad colectiva.

La intencionalidad colectiva es el segundo elemento clave para la comprensión de la realidad


social, y, a grandes rasgos, puede entenderse como la capacidad de cada agente para
comprometerse a una actitud cooperativa, es hacer, desear o creer algo juntos (pág. 42). De
aquí deriva la intencionalidad individual, pues mi intención singular hará parte de mi
compromiso con cumplir con la intención colectiva; así, aunque en la construcción de una

La intencionalidad es la capacidad mental de representarse objetos y estados de cosas ajenos a uno


mismo. Searle J.R. (pág. 26)
casa yo solo me encargue de pintar las paredes, estoy formando parte de la intención colectiva
que es construir la casa. De este modo, para acercarnos un poco a la respuesta de la pregunta
planteada, hay que mencionar que de la intencionalidad surgen hechos, y en el caso de ser
intencionalidad colectiva, surgen hechos sociales.

Los hechos sociales pueden clasificarse en hechos brutos (véase párrafo 3) y hechos
institucionales. Estos últimos obedecen a la dependencia del acuerdo humano, es decir, están
determinados por consensos basados en nuestros intereses o creencias, como es el caso del
gobierno, el dinero, las universidades, los matrimonios o las propiedades.

En este sentido, cabe mencionar que para que exista un hecho institucional deben haber reglas
que lo constituyan, si analizamos los ejemplos previos es evidente que cada uno cuenta con
reglas que permiten que continúen siendo lo que son. Las reglas constitutivas son un punto
clave para entender la tesis de este autor, pues según él, la realidad social es posible gracias
a que somos capaces de aceptar estas reglas que otorgan a ciertos hechos naturales o brutos
un significado social o institucional

Si hablamos de hechos institucionales y, en general, de la realidad social, no podemos omitir


la institución humana más importante: el lenguaje. Para explicar su importancia de forma
concisa podemos mencionar dos aspectos principales: en primera instancia, el lenguaje es un
mecanismo simbólico que, por definición, representa, simboliza y da significado a algo fuera
de sí mismo; así que sin él no podríamos referirnos a los hechos, aunque existan. En segundo
lugar, en concordancia con la idea anterior, a través del lenguaje fue posible llegar a los
consensos o acuerdos que constituyeron los hechos sociales y, por ende, las instituciones.

Searle hace una distinción entre los hechos independientes del lenguaje, que son aquellos que
seguirán existiendo aunque eliminemos los elementos lingüísticos, y los hechos dependientes
del lenguaje que son aquellos cuya existencia es posible si se tienen creencias o actitudes
mentales hacia ellos, así, el matrimonio, por ejemplo, existe si se cree que es matrimonio;
esto último pone en evidencia que estos hechos dependientes del lenguaje están
estrechamente relacionados con los hechos institucionales que son ontológicamente
subjetivos aunque sean epistémicamente objetivos.
Un hecho institucional requiere de la creación de representaciones mentales basadas en los
símbolos lingüísticos, pues los elementos que conforman estos hechos surgieron de nosotros
mismos. En tal sentido, no podemos hablar de dinero sin pensar, por ejemplo, en cantidades
numéricas, que son símbolos que un ser no lingüístico no podría representarse; así, según
Searle, pensar el dinero exige lenguaje.

De esta forma, el autor sostiene que el lenguaje constituye la base de las instituciones
humanas, describiendo su conexión de la siguiente manera: no habrán hechos institucionales
sin lenguaje, y una vez que se tiene un lenguaje común pueden crearse hechos institucionales
a voluntad; así, cuando se tiene lenguaje pueden surgir otras instituciones sociales fuera del
lenguaje.

De los primeros capítulos del texto referenciado en este escrito podemos puntualizar los
siguientes argumentos, a manera de conclusión: 1. La realidad social está constituida por
asuntos independientes del ser humano (objetivos), y dependientes de él (subjetivos). 2. Los
elementos de nuestra realidad terminan con una función asignada por agentes conscientes. 3.
Los seres humanos estructuramos sistemas basados en nuestros intereses 4. Los hechos
sociales institucionales están movidos por la intencionalidad colectiva. 5. El lenguaje
posibilita la creación de instituciones, y estas últimas están integradas en nuestra realidad de
tal forma que parecen naturales.

Así puestas las cosas, parece que los seres humanos desarrollamos la capacidad de construir
una realidad fuera de lo intrínseco al mundo, y nos convertimos en los protagonistas de ella
pasando por una infinidad de procesos históricos y sociales que han llegado a convertirse
hasta hoy en la forma humana de vivir.

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