English
Joy of Cooking
Every night when he came home from work, the first thing Dad
would do was take the change out of his suit pockets and dump
it into a big blue plastic cup with the arrowhead logo from my
summer camp printed on it in white, which he kept in the cabinet
just to the right of his sink in the master bath. Mom had a
cabinet just like it to the left of her sink. She kept her makeup
carousel and jewelry in hers, and old scarves she hadn’t worn
since she got out of high school. In his, Dad kept change and
his watch, his mouthwash and Mennen hairspray and spare
handkerchiefs. And the book.
I found it on a Tuesday afternoon, when I was looking around
for quarters. I was eleven years old, and on Tuesdays and
Thursdays I took acting classes at a place up on North Burnet,
behind the Nighthawk café. I always brought fifty cents with me
so I could get a Coke from the machine out back afterward.
Usually, I got my change from the big jar on the shelf over the
washing machine, but Mom had just taken that to the bank, so I
was raiding Dad’s cabinet instead.
It was just a plain black clothbound book at the very rear of the
deep cabinet, kept spine down so the title was hidden. The
paper cover had been taken off. I’d noticed it before, but thought
there must be a very good reason my father hid it so carefully.
Probably, I’d told myself, it was something really boring.
Probably it was about phone bills or something. But I was all
alone in the house that afternoon, and it suddenly occurred to
me, why would Dad hide a boring book?
Español
Alegría de cocinar
Todas las noches, cuando volvía a casa del trabajo, lo primero que
hacía papá era sacar el cambio de los bolsillos de su traje y tirarlo
en un gran vaso de plástico azul con el logo de la punta de flecha
de mi campamento de verano impreso en blanco, que él
guardaba. en el gabinete a la derecha de su lavabo en el baño
principal. Mamá tenía un armario igual a la izquierda de su
fregadero. Guardaba su carrusel de maquillaje y joyas en los
suyos, y bufandas viejas que no había usado desde que terminó la
escuela secundaria. En el suyo, papá guardaba cambio y su reloj,
su enjuague bucal, Mennen laca para el cabello y pañuelos de
repuesto. Y el libro.
Lo encontré un martes por la tarde, cuando estaba buscando
monedas. Tenía once años y los martes y jueves tomaba clases
de actuación en un lugar de North Burnet, detrás del café
Nighthawk. Siempre llevaba cincuenta centavos para poder
sacar una Coca-Cola de la máquina después. Por lo general,
obtenía mi cambio del frasco grande en el estante sobre la
lavadora, pero mamá acababa de llevarlo al banco, así que
estaba asaltando el gabinete de papá.
No era más que un sencillo libro encuadernado en tela negra en
la parte trasera del armario profundo, con el lomo hacia abajo
para ocultar el título. Se había quitado la tapa de papel. Lo
había notado antes, pero pensé que debía haber una muy
buena razón por la que mi padre lo escondió con tanto cuidado.
Probablemente, me dije a mí mismo, era algo realmente
aburrido. Probablemente se trataba de facturas telefónicas o
algo así. Pero estaba solo en la casa esa tarde, y de repente se
me ocurrió, ¿por qué papá escondería un libro aburrido?
The minute I eased the book out of its niche and saw the gold
embossed title, I knew I should just put it back, right away. But
by then, of course, it was too late.
The first pages were a series of large color paintings on thick
shiny paper, like in an art book. Except that the pictures were
of a man and a woman, naked and having sex. And not like
movie sex either. I’d seen plenty of movie sex — we had
Cinemax and during slumber parties we’d sneak into the
living room late at night to catch Friday After Dark. But this
woman had hair under her armpits, and the man had hair,
well, everywhere, and you could actually see his penis, going
into her. It was hard-core, like the tapes I was too
embarrassed to sneak a peek at that Isabel’s dad stashed
behind the regular movies. The man and woman in the
pictures weren’t even all that good-looking. They were old.
Actually, they looked kind of like my parents — but that made
me feel weird, so I pushed the thought out of my mind.
After the color pictures came a long written part, with black
and-white drawings and entries like in a dictionary. That’s
what the book was, I realized — a sex dictionary. Lots of the
entries were French. Others were simple words, like boots
and railways, but I couldn’t understand why they’d even be in
a book like this. That was the worst part — did boot mean
something entirely different from what I’d thought? Every time
I begged my mom for a pair of purple zip-up go-go boots to
go with my Miss Piggy sweater, was I inadvertently saying
something dirty?
En el momento en que saqué el libro de su nicho y vi el título en
relieve dorado, supe que debía volver a colocarlo de inmediato.
Pero para entonces, por supuesto, ya era demasiado tarde.
Las primeras páginas eran una serie de grandes pinturas en
color sobre papel grueso y brillante, como en un libro de arte.
Excepto que las fotos eran de un hombre y una mujer desnudos
y teniendo sexo. Y tampoco como el sexo en las películas.
Había visto mucho sexo en las películas: teníamos Cinemax y
durante las fiestas de pijamas nos colamos en la sala de estar a
altas horas de la noche para ver Friday After Dark. Pero esta
mujer tenía pelo debajo de las axilas, y el hombre tenía pelo,
bueno, en todas partes, y de hecho se podía ver su pene
entrando en ella. Era duro, como las cintas, estaba demasiado
avergonzado para echarle un vistazo ya que el padre de Isabel
escondía detrás de las películas normales. El hombre y la mujer
de las fotos ni siquiera eran tan guapos. Eran viejos. En
realidad, se parecían a mis padres, pero eso me hizo sentir
rara, así que aparté ese pensamiento de mi mente.
Después de las imágenes en color venía una larga parte
escrita, con dibujos en blanco y negro y entradas como en un
diccionario. Eso es lo que era el libro, me di cuenta: un
diccionario sexual. Muchas de las entradas eran francesas.
Otras eran palabras simples, como botas y vías férreas, pero no
podía entender por qué estarían en un libro como este. Esa fue
la peor parte: ¿el arranque significaba algo completamente
diferente de lo que pensaba? Cada vez que le rogaba a mi
mamá por un par de botas moradas con cremallera para ir con
mi suéter de Miss Piggy, ¿estaba diciendo algo sucio sin darme
cuenta?
The front door of the house was right next to the door to my
parents’ room. When I heard my mom’s key in the lock I only
barely had time to lunge for the cabinet and put the book back
before she found me.
“You ready, Jules? What’re you doing?” “I was just getting some
change for my Coke.” I thought, She knows !, but she just said,
“Well, let’s go — you’re going to be late,” and walked right back
out the front door.
All through class I worried — had I put it back wrong? I
remembered how in the book 1984 the main character laid a
hair across the top of his journal, so he’d know if anyone had
moved it. I knew Dad had read 1984 — he was the one who
gave me my copy. The acting teacher had assigned me a scene
with Caleb, who looked just like Jason Bateman on It’s Your
Move, but I couldn’t look at him without thinking about those
pictures in the book. I kept forgetting my lines, and I never forgot
lines — I was the best memorizer in the class. After class, I
sipped my Coke while I waited for Mom to pick me up, but I
could barely taste it — my whole mouth was tingling like I’d
been chewing cinnamon gum. When she got there, though, she
acted normal. We came home and Dad was doing the
crossword in his chair as usual.
It was a very, very wrong thing to do, reading that book at my
age. I knew it. I was betraying my parents. I was being bad.
Each time I found myself sneaking back into my parents’ room I
whispered to myself, “Last time, last time, last time.” But I knew I
was lying. I’d fallen down a pit, I was begrimed with corruption, I
would never again be innocent. And besides, there was so
much information!
La puerta de entrada de la casa estaba justo al lado de la puerta
de la habitación de mis padres. Cuando escuché la llave de mi
mamá en la cerradura, apenas tuve tiempo de lanzarme hacia el
armario y guardar el libro antes de que ella me encontrara.
¿Estás listo, Jules? ¿Qué estás haciendo?" "Solo estaba
recibiendo algo de cambio para mi Coca-Cola". Pensé, ¡Ella lo
sabe!, Pero ella solo dijo: "Bueno, vámonos, vas a llegar tarde", y
regresé por la puerta principal.
Durante toda la clase me preocupé: ¿lo había vuelto a poner mal?
Recordé cómo en el libro 1984 el personaje principal puso un pelo
en la parte superior de su diario, para saber si alguien lo había
movido. Sabía que papá había leído 1984; fue él quien me dio mi
copia. El profesor de actuación me había asignado una escena
con Caleb, que se parecía a Jason Bateman en It’s Your Move,
pero no podía mirarlo sin pensar en esas imágenes del libro.
Seguí olvidándome de mis líneas, y nunca me olvidé de las líneas:
era la mejor memorizadora de la clase. Después de la clase, bebí
un sorbo de mi Coca-Cola mientras esperaba a que mamá me
recogiera, pero apenas podía saborearla; me hormigueaba toda la
boca como si hubiera estado masticando goma de mascar de
canela. Sin embargo, cuando llegó allí, actuó con normalidad.
Llegamos a casa y papá estaba haciendo el crucigrama en su silla
como de costumbre.
Fue algo muy, muy incorrecto, leer ese libro a mi edad. Lo sabía.
Estaba traicionando a mis padres. Me estaba portando mal. Cada
vez que me encontraba entrando a escondidas en la habitación de
mis padres, me susurraba a mí mismo: "La última vez, la última
vez, la última vez". Pero sabía que estaba mintiendo. Me había
caído en un pozo, estaba lleno de corrupción, nunca volvería a ser
inocente. Y además, ¡había tanta información!
The book was full of stuff I couldn’t find out anywhere else —
not even from Isabel, who knew more about sex than any
eleven-year-old in the world, even though she was only ten. The
damage was already done, so I might as well get an education
out of it
Mom was usually home when I got home from school, but
sometimes she’d be out taking my brother Heathcliff to his Little
League practice or a friend’s house, or running errands. On
those afternoons I would grab my stack of Oreos — I had a firm
(well, pretty firm) rule never to eat more than ten in an afternoon
— and a paper towel and creep back to my parents’ bathroom.
They had a small oil painting hanging on the wall, depicting a
woman in a negligee. I liked the painting well enough, though I
was glad they’d hung it in the bathroom. But now that I knew
what was in the book in Dad’s cabinet, the painting clearly
seemed to hint at proclivities I’d never before imagined they
had.
The book, when I took it out, smelled smoky and astringent and
secret. I thought that it smelled that way because my parents
used it when they were having sex, maybe with my mom
dressed in a rubber vest or go-go boots or something. (It was
years before I figured out the smell was just Listerine and
hairspray and the still-undiscovered cigarettes Dad hid in his
cabinet for an occasional smoke out on the deck, after I’d gone
to bed.) I would slide down the wall under the oil painting onto
the nubbly white carpet and read, resting the open book on my
tented knees. I’d put the Oreos on the paper towel beside me
and eat them one after the other, twisting them open, licking out
the white stuff, sucking the wafers until they were chocolate
ooze in my mouth, while I read about cassolette and
postillionage and gamahuche.
El libro estaba lleno de cosas que no pude encontrar en ningún
otro lugar, ni siquiera de Isabel, que sabía más sobre sexo que
cualquier niña de once años en el mundo, aunque solo tenía
diez. El daño ya estaba hecho, así que también podría obtener
una educación al respecto.
Mamá solía estar en casa cuando yo llegaba a casa de la escuela,
pero a veces salía llevando a mi hermano Heathcliff a su práctica
de ligas menores a la casa de un amigo, o haciendo recados. En
esas tardes, tomaba mi pila de galletas Oreo (tenía una regla firme
(bueno, bastante firme) de no comer más de diez en una tarde) y
una toalla de papel y me arrastraba de regreso al baño de mis
padres. Tenían una pequeña pintura al óleo colgada en la pared,
que representaba a una mujer en bata. Me gustó bastante el
cuadro, aunque me alegré de que lo hubieran colgado en el baño.
Pero ahora que sabía lo que había en el libro en el gabinete de
papá, la pintura claramente parecía insinuar inclinaciones que
nunca antes había imaginado que tuvieran.
El libro, cuando lo saqué, olía a humo, astringente y secreto.
Pensé que olía así porque mis padres lo usaban cuando tenían
sexo, tal vez con mi mamá vestida con un chaleco de goma o
botas de go-go o algo así. (Pasaron años antes de que me diera
cuenta de que el olor era solo de Listerine y laca para el cabello y
los cigarrillos aún sin descubrir que papá escondía en su gabinete
para fumar ocasionalmente en la terraza, después de irme a la
cama). debajo de la pintura al óleo sobre la alfombra blanca
nudosa y leí, apoyando el libro abierto sobre mis rodillas cubiertas
de tiendas. Colocaba las galletas Oreo en la toalla de papel a mi
lado y las comía una tras otra, abriéndolas, lamiendo la sustancia
blanca, chupando las obleas hasta que rezumaban chocolate en
mi boca, mientras leía sobre cassolette y postillionage y
gamahuche.
Some entries were just plain grody — all that stuff about smelly,
unshaven armpits — while others got me aching between my
legs. And then I’d hear the garage door open. I’d leap up, stuff
the book back into place and shut the cabinet door, grab up any
cookies I had left, and run to the kitchen so I’d be there when
Mom came in, calling from the front door for help with the
groceries.
If The Joy of Sex was my first taste of sin, Mastering the Art of
French Cooking was my second.
For Christmas Eve dinner, Mom usually made red beans and
rice — with the crimson, chili-seasoned beef and the pinto
beans cooked separately, because I didn’t eat beans, ever.
This year, though, the head of Dad’s firm was coming to
dinner, and after some panic, Mom had decided to do
something special. When I wandered into the kitchen that
morning, I found her already busily chopping vegetables. On
the kitchen table was an old cookbook, open to page 315.
Boeuf Bourguignon.
Algunas entradas eran simplemente vulgares, todas esas cosas
sobre axilas malolientes y sin afeitar, mientras que otras me dolían
entre las piernas. Y luego oí que se abría la puerta del garaje. Me
levantaba de un salto, volvía a colocar el libro en su lugar y
cerraba la puerta del armario, cogía las galletas que me quedaban
y corría a la cocina para estar allí cuando entrara mamá, llamando
desde la puerta principal para pedir ayuda. las tiendas de
comestibles.
Si La alegría del sexo fue mi primera prueba de pecado, Dominar
el arte de la cocina francesa fue la segunda.
Para la cena de Nochebuena, mamá solía hacer frijoles rojos y
arroz, con la carne carmesí condimentada con chile y los frijoles
pintos cocinados por separado, porque yo nunca comí frijoles.
Este año, sin embargo, el director de la empresa de papá vendría
a cenar y, después de un poco de pánico, mamá decidió hacer
algo especial. Cuando entré a la cocina esa mañana, la encontré
ya muy ocupada cortando verduras. Sobre la mesa de la cocina
había un viejo libro de cocina, abierto en la página 315. Boeuf
Bourguignon.