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Espacio público y acción colectiva:

resistencias estéticas ante las dictaduras en Latinoamérica.


Paula Viviana Martínez Hernández

La dolorosa historia de las represivas dictaduras en Latinoamérica en el contexto

de la guerra fría ha producido dolorosas heridas, que también son poderosas marcas

simbólicas que adquieren visibilidad cuando se sitúan en un espacio físico determinado.

Estas heridas-marcas funcionan como un punto de convergencia para las colectividades.

Este punto de encuentro facilita la interacción entre las personas y detona la búsqueda de

afinidad con el otro, al menos a partir del dolor, la indignación y muchas veces el hartazgo.

Estos espacios se convierten en recipientes de la memoria y dispositivos político-culturales

que permiten enunciar una voz colectiva.

En el texto de Elizabeth Jelin y Victoria Langland Las marcas territoriales como

nexo entre pasado y presente, las autoras señalan que “los lugares de memoria, son

espacios vividos que se convierten en un territorio que resiste ante el olvido de pasados

dolorosos”.1 Estos “lugares de memoria” son territorios marcados por acontecimientos

puntuales que sucedieron en la historia, ya sea lejana o reciente, por lo que son

portadores de sentido y un poder simbólico altamente significativo, por lo que muchas

veces son tomados para realizar rituales colectivos de conmemoración o de resistencia

política. Es un “soporte para el trabajo subjetivo y para la acción colectiva, política y

simbólica, de actores específicos

1
Elizabeth Jelin y Victoria Langland, Las marcas territoriales como nexo entre pasado y presente. P 1
en escenarios y coyunturas dadas”.2 Diferentes necesidades en territorios y circunstancias

específicas requieren distintas formas de visibilización y formas de acción, tanto para

preservar la memoria como para reclamar justicia.

Resulta significativo el cruce entre prácticas artísticas y luchas sociales, que además

coinciden con coyunturas históricas particulares como es en caso de las resistencias

latinoamericanas frente a la instauración de gobiernos militarizados y genocidas. Estos

entrecruces entre política y estética, entre arte y activismo, además de necesarios, se

detonan como una reacción natural de diferentes sectores artísticos y culturales que

también forman parte del tejido social afectado por las políticas de implantación del

horror por parte de los estados dictatoriales.

Ejemplo de ello son las acciones realizadas por el Colectivo Sociedad Civil en Perú

que a partir de acciones colectivas incitó a que la ciudadanía se implicara en un proceso de

lucha simbólica en el espacio público, con el afán de reconstruir la autoestima de la

ciudadanía y constituir una gran voz que al unísono reclamó a las instituciones políticas

estatales las malas prácticas realizadas, lo que constituyó un “derrocamiento cultural de la

dictadura”, como menciona Gustavo Muntix, lo que implica una transformación para la

construcción de una sociedad civil nueva.3 En el linde del cambio de milenio, en el

contexto de las elecciones presidenciales de Perú en el año 2000 y la cooptación de los

medios de comunicación y la cultura popular, el Colectivo postula la “politización radical

del arte en respuesta a la estetización fascista de la política ensayada por un régimen cuya

desesperación electoral lo lleva a sustituir toda reflexión o discurso por el aturdimiento de


2
Íbid
3
Gustavo Buntinx – Lava la Bandera: El Colectivo Sociedad Civil y el derrocamiento cultural de la dictadura
en el Perú. P 2
los sentidos”.4 Por lo que sus prácticas se volvieron poderosos ejercicios de crítica y

resistencia, por medio de acciones contraculturales ante las prácticas hegemónicas.

Según Gustavo Buntix el Colectivo Sociedad Civil alcanza una realización plena con

la propuesta Lava la bandera, un ritual participativo de limpieza de símbolos patrios que

se apropió del espacio de la Plaza Mayor de Lima, lugar que se transformó en un gran

lavadero colectivo en el que se restregaban una y otra vez banderas peruanas, siendo

lavadas por los ciudadanos y tendidas en cordeles, todos los viernes del verano del año

2000. El espacio se constituyó en un artefacto de potencialidades político-estéticas que

fue apropiado y transformado por la ciudadanía, convirtiéndose en un ritual popular de

resistencia simbólica, de crítica y reclamo desde un ejercicio de democracia participativa.

La autoorganización, las acciones, el canto, la unión y la experiencia se convirtieron en un

ritual masivo y catártico que se incorporó a la cultura general de la época.

Por otro lado, en Argentina los procesos de desaparición masiva instituidos por la

dictadura provocaron un inmenso dolor y desconsuelo que alcanzó tal escala que, del

mismo modo, en la década de los ochenta, se generaron poderosos movimientos de

resistencia como lo fue la organización de las Madres de la Plaza de Mayo, que no se

resignaban a aceptar la muerte de sus hijos, y por medio de diferentes formas de protesta

pacífica realizaron diferentes afrentas simbólicas contra la figura del Estado. En un

entrecruce marcado por la herida de las desapariciones masivas perpetradas por la

dictadura militar, tres artistas visuales: Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermo

Kexel, tuvieron la iniciativa de realizar siluetas de cuerpos de tamaño natural como una

4
Ibid 4
forma de representar “la presencia de una ausencia”. 5 Esta articulación de cuerpos

pegados en los muros de distintos edificios de la ciudad de Buenos Aires, se convirtió en

un gesto que se replicó a escala masiva y que según Ana Longoni, recibió aportes de las

Madres, las Abuelas, otros organismos de derechos humanos y militantes políticos. Este

fenómeno es conocido como el Siluetazo y su inicio se sitúo en la III Marcha de la

Resistencia convocada por las Madres de Plaza de Mayo el 21 de septiembre de 1983.

Esta iniciativa pensada desde las prácticas artísticas partió desde una necesidad

social y política específica, al igual que el caso de la propuesta Lava la bandera del

Colectivo Sociedad Civil en Perú, se estableció como una práctica liminal entre el espacio

artístico y la lucha social, para ejercer una voz política colectiva y brindar un lugar a la

memoria histórica, que fue apropiada de manera masiva por los movimientos sociales. En

ambos casos, los gestos al ser apropiados por la comunidad fueron transformados y

llevados a diferentes espacios, sin embargo, están marcados por la potencialidad de los

espacios donde fueron lanzados hacia la visibilidad pública, en una experiencia

territorializada en los “lugares de memoria” que han experimentado diferentes sucesos

históricos marcados por el dolor colectivo y por el poder simbólico inscrito en el espacio

público.

Bibliografía:

Jelin, Elizabeth y Victoria Langland, “Las marcas territoriales entre el pasado y el

presente”.

Longoni, Ana, "El silletazo y su legado".


5
Ana Longoni, El siluetazo y su legado. P 1
Buntnix, Gustavo, Lava la bandera. El colectivo Sociedad Civil y el derrocamiento cultural

de la dictadura en el Perú.

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