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LAS DESPEDIDAS SON TRISTES

Mirando al cielo una noche, recordé de golpe los días en que solía sentirme capaz, me
despertaba temprano, tendía mi cama con amor, los olores a te amo entraban por las
hendijas, me acariciaban las mejillas y me llamaban a desayunar. Eran las horas más
perfectas de mi día, pues tu sonría, se convertía en el sol que hacía florecer mis esperanzas.
Hoy, esa misma sonrisa, se marcha sin siquiera despedirse, se esconde como cobarde tras
unos labios pálidos y fríos, que lentamente me matan. Estoy buscando, desesperada por los
rincones de la casa, a tus cálidas palabras que convertían mis amargas tormentas en suaves
brisas veraniegas, pero no están, el viento, en su arrogancia se las llevó de un soplo. ¿Qué
debo hacer? ¿A dónde debo ir? Mis ojos me reclaman un descanso, mi corazón ahora
percibe todo lo dulce como amargo, mis pensamientos me reprochan no haber hecho más
por cuidarte, por escucharte, por amarte... por olvidarte. Estas piernas que me sostienen,
hoy tiemblan, escuchan por momentos el grito desesperado de auxilio, pero son las únicas.
Nadie más en esta inmensa habitación universal conoce la profunda tristeza que me invade,
al tratar de asimilar hechos que ni siquiera son hechos.

A mi madre.

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