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LOS REYES DE LAS CRIPTOMONEDAS

Jeff John Roberts

LOS REYES DE LAS CRIPTOMONEDAS

Todo lo que necesitas saber


de criptomonedas:
la fascinante historia de Coinbase y otras startups

Argentina – Chile – Colombia – España


Estados Unidos – México – Perú – Uruguay
Título original: Kings of Crypto
Editor original: Harvard Business Review Press
Traducción: Daniel Rovassio

1.ª edición Octubre 2021

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del
copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier
medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de
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Plaza de los Reyes Magos, 8, piso 1.º C y D – 28007 Madrid
www.empresaactiva.com
www.edicionesurano.com

ISBN: 978-84-18480-52-2
Depósito legal: B-12.494-2021

Fotocomposición: Ediciones Urano, S.A.U.


Para mi esposa, Amy
Índice
Nota sobre las fuentes

PRIMERA PARTE
Del secreto a voces a la guerra civil
1. Brian tiene un secreto
2. La moneda al margen de la ley
3. Correr a través de paredes de ladrillo
4. Explosión
5. Tiempos difíciles
6. Guerra civil

SEGUNDA PARTE
Del boom a la burbuja y a la crisis
7. Enter Ethereum
8. Wall Street llama a la puerta
9. Brian tiene un plan maestro
10. El Tío Sam llama a la puerta
11. La locura de las nuevas monedas (ICO)
12. El crack de Coinbase

TERCERA PARTE
Del criptoinvierno al criptofuturo
13. Resaca
14. «Una patada en el trasero»
15. Lucha por el poder
16. El bitcoin triunfa
17. El futuro de las finanzas

Epílogo
Agradecimientos
Sobre el autor
Nota sobre las fuentes
Conocí el bitcoin y Coinbase en 2013. Era reportero en el blog de tecnología GigaOm, donde
informaba sobre las colisiones entre el derecho y la tecnología, incluyendo el entonces novedoso
fenómeno de las criptomonedas. En un caluroso día de julio, me dispuse a investigar un evento
llamado Satoshi Square, que tenía lugar en una esquina de Union Square en Nueva York.
Convencido de que necesitaría un bitcoin para participar, compré uno por 70 dólares en Coinbase,
con la intención de gastarlo. Afortunadamente, me olvidé de hacerlo y acabé conservándolo, y vendí
la mitad más tarde ese mismo año, cuando el precio alcanzó lo que parecía un máximo absurdo de
800 dólares.
Desde entonces, me ha fascinado la criptomoneda y el papel que ha desempeñado Coinbase para
acercarla al público en general. Desde 2013, he escrito sobre la empresa en numerosas ocasiones para
GigaOm y para la revista Fortune.
En la investigación de este libro, me basé en mi trabajo anterior y también realicé numerosas
entrevistas adicionales con ejecutivos y miembros del consejo de Coinbase. También entrevisté a
muchas otras figuras influyentes en el mundo de las criptomonedas, entre ellas, académicos,
inversores y personas cercanas a los competidores de Coinbase. La mayoría de los relatos de este libro,
incluidas casi todas las citas atribuidas a personas de Coinbase, proceden de esas entrevistas.
También he recurrido en gran medida a material secundario, como informes de noticias de Wired,
el New York Times, Forbes y Coindesk. La información de Los reyes de las criptomonedas también hace
uso de la excelente primera generación de historias de criptodivisas, entre ellas, Digital Gold, The Age
of Cryptocurrency y Blockchain Revolution. Cuando me he basado directamente en material de estas
fuentes para mi propia narración, he hecho todo lo posible para identificarlo como corresponde.
Por último, esta obra representa una versión más pulida de la versión inglesa en audio de Los reyes
de las criptomonedas, que salió en mayo de 2020. El libro que ahora tienes en tus manos incluye
noticias más recientes en torno a Coinbase y corrige varios errores menores.
PRIMERA PARTE
Del secreto a voces a la guerra civil
1
Brian tiene un secreto

Brian Armstrong salió de su coche, sintió el suave sol de California en su cabeza calva y olió a
eucalipto. Contempló la fachada de Y Combinator: el edificio de una sola planta, apenas a ocho
kilómetros del campus de Google en Mountain View, se parecía más a un somnoliento complejo de
oficinas de los suburbios que a una famosa escuela de startup que había formado a los fundadores de
Stripe, Dropbox y otras empresas multimillonarias. A Brian no le importaba el aspecto monótono
del lugar. Sabía quién había ido allí antes que él. Los fundadores de Airbnb, empresa que acababa de
abandonar, habían salido de Y Combinator, al igual que los directores generales de otras estrellas de
Silicon Valley como Doordash, Twitch y Reddit. Brian, de aspecto pálido y tímido a primera vista,
desprendía la tranquila confianza de su esbelta figura y no le molestaba haber roto con su futuro
cofundador apenas unos días antes, lo que lo convertía en el raro emprendedor que haría el programa
solo. Era el verano de 2012 y Brian rebosaba de certeza de que construiría la próxima startup famosa
de Y Combinator.
No siempre fue así. Veinte kilómetros al sur, en San José, Brian había pasado sus primeros años de
adolescencia en la década de 1990, inquieto y vagamente infeliz. San José es la décima ciudad más
grande del país y el centro de Silicon Valley, pero todavía puede parecer (entonces y ahora) un
aparcamiento sin vida en el que mucha gente no tiene nada que hacer. Brian se sentía así muchas
veces. Hasta que llegó Internet.
Como a tantos otros niños inteligentes pero introvertidos, la aparición de la World Wide Web le
trajo a Brian amigos y un torrente de ideas apasionantes. Estar atrapado en la pueblerina San José no
importaba ahora que tenía una comunidad global de hackers y filósofos junto a su teclado. Cuando
llegó a la Universidad de Rice en 2001, Brian sabía que quería utilizar Internet para rehacer el
mundo de la misma manera que una generación anterior de visionarios de la tecnología había hecho
con los microchips y los ordenadores de escritorio.
Pero había un problema.
«Siempre tuve este pensamiento: “Ojalá hubiera nacido un poco antes”. Cuando me gradué en la
universidad y empecé a trabajar, me preocupaba haber llegado demasiado tarde —recuerda Brian—.
Las empresas formadoras de Internet ya se habían creado y la revolución se había producido.»
Estaba equivocado, por supuesto. La revolución de Internet sigue ardiendo, y los emprendedores,
para bien y para mal, la utilizan para rehacer nuestros hogares y nuestras vidas. Y, a finales de 2008,
una misteriosa persona que usaba el nombre de Satoshi Nakamoto publicó en la web un libro blanco
de nueve páginas que llevaría esa misma revolución al dinero. Brian descubrió ese documento un año
después.
Era Navidad, y Brian estaba en su antigua habitación en la casa de sus padres en San José, leyendo
noticias sobre tecnología en Internet, como siempre. Alguien había publicado el artículo de Satoshi
en un foro de discusión sobre informática. Enseguida se quedó embelesado. Leyó y releyó lo que el
documento describía: un nuevo tipo de moneda digital, conocida como bitcoin, que funcionaba al
margen del ámbito de cualquier banco, empresa o gobierno. Bitcoin llevaba la cuenta de quién
pagaba a quién al igual que un banco, pero las transacciones eran registradas por personas al azar en
ordenadores repartidos por todo el mundo. Era dinero real sin bancos ni fronteras. Brian comenzó a
leer el documento de Satoshi por tercera vez, ignoró las llamadas de su madre desde el piso inferior
para que se uniera a la familia a cenar.
Dos años y medio más tarde, cuando cruzó las puertas de Y Combinator, Brian estaba más
obsesionado que nunca con el bitcoin. Para entonces, había desarrollado una visión especial sobre la
moneda, que pronto transmitiría a millones de personas.

•••

En su biblia de las startups, Zero to One, el temperamental multimillonario Peter Thiel habla de los
«secretos a voces», es decir, de las ideas de negocios que están ahí para que alguien que no teme
desafiar el pensamiento convencional les saque el jugo. Thiel pone el ejemplo de Airbnb, cuyos
fundadores vieron un mercado latente de habitaciones vacías, y de Uber, cuyos fundadores se dieron
cuenta de que era posible sustituir a los taxis por una señal de GPS y una aplicación de smartphone.
Los libros del escritor de negocios Michael Lewis ofrecen otros ejemplos de secretos a voces. En
Moneyball, Lewis describe a un director general que construyó un equipo de béisbol ganador
basándose en los datos y no en la sabiduría de los experimentados veteranos. Y, en Liar’s Poker, relata
cómo un operador hizo una fortuna en su empresa de Wall Street agrupando préstamos hipotecarios
en bonos de vivienda, una idea obvia, pero secreta en su momento porque el consenso popular la
desestimó.
En 2012, Brian se había hecho con un secreto a voces. Sabía que el bitcoin podía ser una
tecnología que cambiara el mundo, pero que comprarlo —para la mayoría de la gente— era una
experiencia confusa y enrevesada. ¿Y si pudiera hacerlo más sencillo? El presidente de Y Combinator,
Sam Altman, entendió el poder de esa simplicidad y lo que Brian pretendía hacer. «Hacer las cosas
fáciles de usar es importante para el 99% de la gente, pero los técnicos lo pasan por alto. Cuando se
lanzó Dropbox, los programadores decían: “No entiendo por qué alguien necesita esto cuando
puedes usar estas herramientas de línea de comandos y hacer copias de seguridad de todos tus
archivos”», dice, describiendo un proceso informático obvio para los programadores, pero
desconcertante para todos los demás.
El mismo razonamiento se aplicaba al bitcoin. Más personas lo probarían si alguien construyera un
sitio web en el que pudieran comprarlo de la misma manera que compran acciones en línea. Pero los
devotos del bitcoin que podrían construir ese sitio se burlaron de la idea. No le veían sentido. En su
lugar, muchos trataron de usar los principios técnicos del documento de Satoshi y construir una
criptodivisa propia con la esperanza de hacerse ricos. En palabras de Altman: «Todos los miembros
de la comunidad de criptomonedas querían crear una nueva versión del bitcoin. Había una
mentalidad en ese momento de “voy a hacerme rico rápidamente creando una nueva moneda y me
voy a quedar con el 20%”».
Brian lo vio de otra manera. Aprovechando ese secreto a voces —la demanda reprimida de un
acceso fácil al bitcoin— construyó una maqueta de lo que sería el sitio web Coinbase. Y el 21 de
agosto de 2012, Brian subió al escenario en el Demo Day (Día de la demostración) de Y
Combinator, un evento semestral en el que muchas startups se exhiben ante los capitalistas de riesgo y
la prensa tecnológica. Es un pequeño momento de gloria que los fundadores saborean antes de que,
inevitablemente, la mayoría se esfume en los meses siguientes. Ese es el destino habitual de las
startups, pero no de todas ellas, incluidas otras dos empresas de la clase de Brian: una era Instacart —
ahora un servicio de comestibles de mil millones de dólares— y la otra, Soylent, un producto de
sustitución de comidas que desde entonces ha creado un culto en Silicon Valley y más allá.
Cuando le llegó el turno de presentar en el Demo Day, Brian subió al escenario tranquilo y
confiado. Se dirigió al público y compartió su idea con el sencillo eslogan: «Coinbase: la forma más
fácil de empezar con el bitcoin».
Parecía tan obvio, en retrospectiva.

•••

La temprana visión de Brian sobre el bitcoin lo haría multimillonario. Pero le costaría un amigo. En
aquel verano de 2012, Brian no había planeado ir solo a Y Combinator, donde se desaconsejaban los
fundadores unipersonales. La escuela de startups quería cofundadores. En plural.
A pesar de la veneración de Silicon Valley por los emprendedores individuales, la realidad es que
las empresas tecnológicas, al igual que muchos esfuerzos creativos, son en gran medida un deporte de
equipo, a menudo una asociación de dos personas. En obras como Collaborative Circles y Powers of
Two, los investigadores han demostrado que el genio rara vez es solitario: John Lennon y Paul
McCartney se apoyaron mutuamente para componer los eternos éxitos de los Beatles; Pablo Picasso y
Georges Braque utilizaron sus pinceles uno al lado del otro para crear el cubismo; los biólogos James
Watson y Francis Crick trabajaron intensamente juntos para descubrir la doble hélice y el ADN.
La tecnología no es diferente. Apple es famosa por estar asociada a Steve Jobs, pero, en sus inicios,
la empresa informática no habría despegado sin el otro Steve, el socio de Jobs y virtuoso de la
programación, Steve Wozniak. Lo mismo ocurre con Google. El supervisor de graduados de
Stanford de Larry Page y Sergey Brin ha comentado la casi total fusión mental de los fundadores del
buscador. Y un garaje en Palo Alto, conocido como la cuna de Silicon Valley y ahora un monumento
oficial del estado de California, no pertenecía a un solo inventor, sino a dos hombres: Bill Hewlett y
Dave Packard, que fundaron HP.
La experiencia había enseñado a los directores de Y Combinator que un buen cofundador es tan
importante como un buen plan de negocios. «Si se mira la historia de las empresas de éxito, han sido
fundadas por socios —dice Altman, de Y Combinator—. Según nuestra experiencia, es muy, muy
difícil ser un fundador en solitario. Los altibajos de una startup son tan intensos que hay que
animarse mutuamente cuando alguien tiene problemas».
Y, hasta el inicio del programa de Y Combinator, Brian tenía un cofundador. Su nombre era Ben
Reeves. Ben, un joven británico tímido, era un mago de la programación y creía en el bitcoin con la
misma pasión que Brian. La pareja congenió al conocerse en un sitio web de discusión sobre bitcoin.
En poco tiempo, Brian y Ben hicieron planes para crear una empresa juntos. Se presentaron a Y
Combinator como equipo y la prestigiosa escuela los aceptó. Pero, días antes de que Ben se subiera a
un avión desde el Reino Unido, la pareja se enfrentó por un tema clave y Brian lo dejó plantado. «La
cofundación es realmente como un matrimonio. Aunque creo que nos respetamos mutuamente, no
funcionamos muy bien juntos», le escribió Brian a Ben en un correo electrónico unos días antes de Y
Combinator.
Por si fuera poco, Brian cambió las contraseñas de las bibliotecas de código que habían construido
juntos. En el mundo de las startups, era el equivalente a desvincular a un cónyuge de una cuenta
bancaria conjunta. Pero había que hacerlo.
El punto en el que Brian y Ben habían discrepado no era de tipo estético, ni siquiera estratégico.
Era un punto existencial. Su disputa giraba en torno a un choque casi religioso sobre lo que se
suponía que era el bitcoin.
Cuando el seudónimo Satoshi Nakamoto reveló el bitcoin en su documento de nueve páginas,
describió la invención de una tecnología nueva y descentralizada. Esa palabra, descentralizada, es
fundamental. Significa que ningún individuo, empresa o gobierno puede controlar la red sobre la
que se construye el bitcoin. De modo que las personas que compraban y vendían bitcoins no podían
depender de un banco o de cualquier otra persona para gestionar sus reservas de dinero digital.
Poseer un bitcoin significaba utilizar algo llamado clave privada, una larga cadena de letras, números
y símbolos que abría y cerraba el monedero electrónico. Si una persona perdía esa clave, desaparecía
para siempre. Era el equivalente digital a un montón de dinero en efectivo en una caja fuerte
irrompible de la que nadie conocía la combinación.
Ahí es donde entraba Coinbase. La idea de Brian, el secreto a voces que aprovechó, era ofrecer un
servicio en el que se pudiera poseer bitcoins sin controlar una clave privada. Coinbase lo haría por ti.
Era una solución de sentido común. Pero los puristas del bitcoin lo veían como una herejía, en
contra de todo lo que representaba Satoshi. No importaba que los clientes pudieran usar Coinbase
para comprar bitcoin y luego transferirlo a un monedero que controlaran con una clave privada. Era
una cuestión de principios. A los ojos de los puristas —la inmensa mayoría de la comunidad de
criptomonedas en 2012— Brian y su visión de Coinbase representaban la aborrecida palabra con c:
centralización. Era un hereje y un traidor a la visión de Satoshi.
Brian y Ben nunca se reconciliaron. Ben llegó a crear su propia empresa de bitcoin, pero nunca
olvidó cómo Brian lo dejó plantado. Años después, permitió que la revista Wired publicara el texto
íntegro del correo electrónico de ruptura enviado por Brian. En su página de LinkedIn aún se lee:
«Miembro del equipo fundador de Coinbase».
Hoy Brian resta importancia a la ruptura. El divorcio con Ben se produjo a instancias de un alto
ejecutivo de Y Combinator y Brian cree que era necesario. Pero, en ese momento, también fue un
gran problema. Como resultado de su ruptura de última hora con Ben, Brian se convirtió en el raro
emprendedor que pasó por Y Combinator como fundador único. Al hacerlo, cosechó la experiencia
de coaching de la aceleradora y pudo aprovechar su fantástico directorio de mentores e inversores.
Pero no tenía a nadie que lo animara o alentara cuando las cosas se ponían difíciles. Y estaban a
punto de ponerse muy difíciles.
Como el número de empresas que Y Combinator aceptaba en su redil era reducido, ofrecía
prestigio y publicidad, sin embargo, la aceptación no era lo mismo que el éxito. La realidad es que,
tras el tan publicitado Demo Day del programa, más del 80% de las startups se quedaron sin dinero y
se convirtieron en polvo. Y esas empresas solían tener dos o tres fundadores que hacían todo lo
posible para lograrlo. En el verano de 2012, Coinbase era poco más que una idea de marketing y un
sitio web sin terminar con un único fundador. La empresa necesitaba mucho más para despegar:
millones de líneas de código, pruebas de producto, un plan de negocios y, por supuesto, clientes
reales. Si Brian no podía conseguirlo, Coinbase compartiría el destino de la mayoría de las empresas
emergentes: el fracaso. Las probabilidades de Brian eran sombrías.

•••

A ocho kilómetros al sur de Y Combinator, en Mountain View, hay otra ciudad de Silicon Valley
llamada Sunnyvale. Tiene el mismo aire suave, el mismo aroma a eucalipto, las mismas calles
suburbanas y la misma parada del Cal-Train, el servicio ferroviario de cercanías de la región. Es la
sede de docenas de notables empresas tecnológicas, como Atari, Yahoo, Palm y el fabricante de chips
AMD. Ese mismo verano de 2012, también se convirtió en el hogar de un joven refugiado de Wall
Street llamado Fred Ehrsam.
Fred era uno de esos chicos destacados que todo el mundo conoce en el instituto. Tenía la
apariencia de un modelo —un rostro cincelado y una melena rubia— e irradiaba un aspecto atlético.
Creció en Concord, New Hampshire, y había formado parte del grupo de los populares, por
supuesto, pero nunca se sintió bien consigo mismo.
«Me sentía como un observador de mi propia vida», dice. Hacía lo que tenía que hacer: sacar
buenas notas, destacar en lacrosse y baloncesto. El deseo de complacer a su padre lo corroía. El padre
de Fred era un ingeniero muy duro que se había graduado en la Escuela de Negocios de Harvard y
esperaba lo máximo. Años después, mirando desde un magnífico ático con impresionantes vistas de
la ciudad de San Francisco y el océano más allá, Fred seguía sin saber si estaba a la altura. «Aunque
seas muy bueno en un videojuego, los niveles son cada vez más difíciles», dijo con nostalgia.
La elección de la metáfora de Fred es adecuada. Los videojuegos son algo que él conoce mejor que
casi nadie. Aunque el mundo que lo rodeaba en el instituto nunca le pareció correcto, el que
encontró en Internet sí. Todos los días, dejaba el entrenamiento de lacrosse o baloncesto en cuanto
podía, y se apresuraba a jugar a World of Warcraft o Call of Duty, y a menudo se quedaba despierto
toda la noche para poder seguir siendo competitivo en dos ligas online: una, en Estados Unidos y
otra, en Europa. Cuando llegó al último año, era un jugador profesional, que participaba y ganaba
torneos en todo el país.
Los videojuegos permitieron a Fred escapar de las presiones del instituto y de la vida familiar, pero
solo temporalmente. Pronto llegaría el momento de obtener un título universitario, que obtuvo
como estudiante de informática en la Universidad de Duke, y entonces sería el momento de ganarse
la vida de forma respetable. Y lo hizo, aceptó un trabajo como operador de divisas en Goldman
Sachs. «Ser operador de divisas en Goldman Sachs era lo más parecido a jugar a un videojuego en la
vida real y a la vez tener un trabajo bien remunerado y prestigioso», admite.
Fred tenía el aspecto adecuado y era bueno en su trabajo. Eso no significaba que le gustara. De
hecho, se moría por dentro. Sus jefes en Goldman Sachs eran tipos de la vieja escuela de Wall Street
que habían ascendido gritando en los teléfonos y empujando a otros hombres en los boxes de
negociación. Y a ellos no les gustaba el nuevo estilo de negociación que se estaba introduciendo en la
industria financiera, que recompensaba en gran medida a los que escribían los mejores algoritmos. La
profecía del famoso capitalista de riesgo de la Costa Oeste (y futuro miembro del consejo de
administración de Coinbase) Marc Andreessen, «El software se está comiendo el mundo», se estaba
haciendo realidad. Y se iba a tragar a los operadores de la vieja escuela. Aunque no quisieran
admitirlo.
«Llamaban a los ingenieros de software “informáticos” y los trataban como si fueran de segunda
clase —recuerda Fred—. Tenían esa aversión a la automatización. Si quería hacer algo que pudiera
sustituir a la mitad de la mesa de operaciones, lo rechazaban. Fue una época muy extraña.»
Era como el instituto de nuevo. En la superficie, Fred parecía y actuaba como un trader de primera
y complacía a sus padres, pero en el fondo deseaba estar en cualquier otro lugar. Así que respondió
como entonces, refugiándose hasta altas horas de la noche en Internet, donde descubrió gente y
mundos, y un lugar al que pertenecía. Esta vez, se quedó fascinado por los blogs y los hilos de Reddit
sobre una nueva moneda digital a la que cualquiera podía acceder sin necesidad de un banco central
ni de un banco comercial como Goldman Sachs. El bitcoin, una moneda libre de gobiernos, no era
solo una idea interesante, pensó Fred. Era una idea necesaria. Día tras día, veía cómo Wall Street se
atiborraba de fondos de la Reserva Federal. La situación en el extranjero era aún peor: países como
Grecia iban de rescate en rescate como resultado de la épica mala gestión de los líderes políticos. En
cambio, el concepto de bitcoin, que antes era una locura, ahora parecía cuerdo. Además, Fred vio en
el bitcoin un trabajo para el que había nacido: conocía el dinero digital por haber usado durante años
la moneda de los videojuegos y sabía de finanzas por ser operador de Wall Street. Quería entrar en el
bitcoin.
Solo había un problema. Toda la acción parecía tener lugar en Silicon Valley. Había oído hablar de
este lugar, por supuesto, pero, al haber crecido en Nueva Inglaterra, no entendía de qué se trataba.
Sin embargo, poco a poco, se fue dando cuenta de que, al igual que los pintores se iban a París y los
directores de cine, a Hollywood, Silicon Valley era el lugar al que había que ir si se querían hacer
grandes cosas con el software. Ni siquiera la ciudad de Nueva York, que supuestamente lo tenía todo,
ofrecía esa particular mezcla de ajetreo empresarial y magia informática. Era el momento de irse. Tras
dos años en Goldman, Fred se despidió de los altos edificios de Wall Street y se dirigió a los
suburbios de Sunnyvale.
•••

Fred y Brian se conocieron en The Creamery. Como muchos otros lugares famosos de Silicon Valley,
The Creamery no parece gran cosa: un edificio de madera de una sola planta con letras blancas sobre
el marco de la puerta; un pequeño patio; algunas mesas interiores para sentarse; un menú de
desayunos con sándwiches, ensaladas y el habitual surtido de cócteles y capuchinos. Es un lugar
modesto en una anodina esquina de San Francisco, pero, entre sus paredes, se han cerrado acuerdos
de capital riesgo por valor de miles de millones de dólares e innumerables lanzamientos de startups,
tanto exitosas como grandes fracasos.
Tal vez The Creamery sea popular porque está cerca de una salida de la autopista y de una estación
de Cal-Train. Tal vez porque los clientes pueden entrar y salir sin problemas. O tal vez porque la
gente tech siempre se ha reunido allí. (Sin embargo, sus numerosos clientes adinerados no pudieron
ayudar a The Creamery a sobrevivir la pandemia. El famoso establecimiento cerró en agosto de
2020).
En el caso de Brian, eligió The Creamery porque estaba justo enfrente de la oficina improvisada
que había alquilado en el número 1 de la calle Bluxome. Había terminado en Y Combinator unos
meses antes con una gran lista de contactos y posibles inversores, mientras que la escuela de startups
—como hace con todos los que se inscriben— se quedó con el 7% de su empresa. Aun así, cuando
Fred respondió a uno de sus hilos sobre bitcoin en Reddit, Brian estaba muy solo, profesional y
personalmente.
Fred había dejado Sunnyvale unas semanas antes, donde había estado viviendo con antiguos
amigos de la universidad, y ahora vivía en San Francisco. Cuando conoció a Brian, fue como una de
esas raras citas de Tinder que realmente hacen clic. «Algo me pareció bien en mis entrañas.
Simplemente me pareció emocionante», recuerda Fred. Esta startup llamada Coinbase parecía un
videojuego enrollado al que nunca había jugado. Pero era real.
El romance entre los veinteañeros era mutuo. Si Brian se había resistido a casarse con Ben, esta vez
estaba dispuesto a lanzarse. En Fred había encontrado un cofundador, un amigo y un compañero
fanático. Juntos, aporrearon sus teclados las veinticuatro horas del día, a menudo trabajaban dieciséis
horas mientras se esforzaban por compilar el código que permitiría a la gente hacer lo que no se había
hecho antes: adquirir bitcoin simplemente proporcionando un número de cuenta bancaria. Nada de
transferencias al extranjero, ni de intimidantes cadenas matemáticas, solo un sitio web básico que se
asemejaba a la banca online.
Habían pasado casi cuatro meses desde que Brian subió al escenario de Y Combinator. Ahora, en
noviembre de 2012, era el momento de ver si Coinbase era real. Era el momento de lanzar una
función para comprar y vender bitcoin con un solo clic. A través de la ventana, una niebla susurrante
se extendía en San Francisco mientras Brian y Fred se apiñaban ansiosamente sobre un ordenador
portátil en el momento en que la función se ponía en marcha.

•••

¡Éxito!
Un goteo de pedidos de clientes llegó al sitio web. Semanas después, fue una estampida. Se corrió
la voz sobre esta nueva y sencilla forma de comprar bitcoin. El volumen aumentó, y también su carga
de trabajo, ya que Brian y Fred se esforzaban por mantener el sitio en funcionamiento.
La primera crisis se produjo cuando un error de software alteró la apariencia del saldo de bitcoins
de los clientes. En el lado de Coinbase, las cosas estaban bien —los bitcoins estaban allí— pero, para
algunos clientes, parecía que habían sido eliminados. El tosco portal de atención al cliente de
Coinbase parpadeaba con docenas, luego cientos, después más de dos mil solicitudes frenéticas de
clientes aterrados.
«¿Dónde diablos están mis bitcoins», «¿Esto es una estafa?», «¡Devuélveme mi dinero!» Los
improperios, a menudo abusivos, seguían llegando. Era un momento crítico para una frágil startup
con una reputación aún más frágil en un sector cargado de desconfianza. Brian y Fred trabajaban sin
descanso, turnándose para dormir en el suelo, mientras el otro contestaba la cascada de peticiones de
los clientes y reparaba el fallo.
Finalmente, tras horas de exhaustiva codificación, el fuego se apagó y el sitio se arregló. La
credibilidad de Coinbase se restableció. Brian, tan tranquilo como siempre, volvió a leer noticias de
tecnología. Fred, demasiado frugal para coger un Uber, se dirigió a su casa en el conocido barrio de
Tenderloin de San Francisco, en cuyas calles resonaban cristales rotos y gritos de yonquis. Fred las
atravesó sin darse cuenta de nada. En un momento dado, arrastró los pies durante dos manzanas
detrás de un ciego que se tambaleaba lastimosamente por las míseras aceras.
Finalmente, Fred encontró el camino hacia su cama. La gente afuera seguía moviéndose.
2
La moneda al margen de la ley

Katie Haun escribió las letras F-N-U L-N-U en el nuevo expediente penal: «nombre desconocido,
apellido desconocido» (first name unknown, last name unknown). Es la forma en que los fiscales
federales se refieren a los sospechosos aún no identificados.
Lo pronuncian «fe-new el-new».
Haun se alegró de tener la oportunidad de localizar a ese LNU FNU, fuera quien fuera.
Haun, una mujer rubia y rebosante de energía, había llegado a San Francisco en 2009 como
alguien que iba a llegar a la cima del mundo jurídico. Había sido secretaria del juez Anthony
Kennedy en el Tribunal Supremo, un pasaporte para cualquier trabajo bien pagado que le gustara.
En cambio, había elegido trabajar para los federales. Desde hacía tres años, su trabajo giraba en torno
a algunos de los degenerados más violentos del distrito norte de California y los perseguía con celo:
jefes del crimen organizado, bandas de moteros que asesinaban brutalmente a sus rivales. Los llevó a
juicio y los envió a prisión. El trabajo era muy interesante, pero ella estaba lista para algo nuevo, algo
menos sangriento.
Este personaje de la FNU LNU se ajustaba a la situación. Los detalles eran escasos: lo único que
sus superiores pudieron decirle fue que el caso tenía que ver con ordenadores y un montón de
actividades ilegales. «Mi jefe vino y me dijo: “¿Qué te parecería perseguir a esta cosa nueva llamada
bitcoin?”. Yo nunca había oído hablar de eso hasta ese momento», recuerda Haun.
Aun así, dijo que sí inmediatamente.

•••

La idea de perseguir a una moneda parece ridícula. Tiene tanto sentido juzgar al bitcoin como
interrogar a un billete de cien dólares. Pero para los fiscales de 2012, que no tenían claro qué era el
bitcoin, pero sí lo que ocurría a su alrededor, tenía sentido. El dinero digital seguía apareciendo en
toda una serie de actividades delictivas, desde el blanqueo de dinero hasta la venta de drogas y la
extorsión. Muchos miembros de las fuerzas del orden conectaron la moneda con los delitos. Algún
capo seguramente tenía algo que ver con todo esto.
Sin embargo, Haun no tardó en darse cuenta de que el sospechoso de la FNU LNU no era un jefe
del crimen ni un grupo mafioso. Se trataba de una nueva tecnología radical. Así que hizo lo que la
mayoría de la gente hace cuando se interesa por el bitcoin. Empezó a leer.
Los recién llegados al bitcoin descubren rápidamente que el tema es una madriguera de conejos, y
que puede llevar cientos de horas aprender los entresijos de temas como «tasa de hash» (hash rate) y
«mecanismo de consenso». Haun no necesitaba saber todo eso. Necesitaba saber lo básico. Y, en el
nivel más básico, se dio cuenta de que el bitcoin es un programa informático, aunque muy
inteligente. Cualquiera puede descargarlo y ejecutarlo en un ordenador portátil. Por sí solo, no es tan
inspirador, ni siquiera útil. Lo inteligente —la magia del bitcoin— es que se ejecuta en miles de
ordenadores de todo el mundo. Y juntos, todos esos ordenadores van creando un libro mayor (ledger)
permanente de las transacciones, que muestra quién gasta el dinero digital que crea el programa. En
conjunto, es un contador que nunca se toma un respiro y que guarda un registro de todas las
transacciones de bitcoins realizadas. Un bitcoin gastado en 2010 aparece en el libro mayor para que
todos lo vean hoy. Una millonésima parte de un bitcoin pagado hoy —sí, eso es posible— aparecerá
en el libro mayor en cuestión de minutos y nunca lo abandonará. No puede ser eliminado o borrado
y todo el mundo puede verlo. El bitcoin también utiliza matemáticas sofisticadas para hacer que
todas las transacciones sean irreversibles; es decir, tanto técnica como legalmente, no hay duda de que
han ocurrido.
Las transacciones no aparecen de una en una. En cambio, cada diez minutos aproximadamente,
uno de los ordenadores de la red reúne una nueva serie de las transacciones más recientes y las mete
en un paquete de código informático llamado bloque. Cada nuevo bloque hace referencia al anterior,
lo que da lugar a una larga serie de transacciones empaquetadas y visibles para todo el mundo. Se
llama blockchain (cadena de bloques). Hoy en día, hay muchas cadenas de bloques y el término
puede referirse a cualquier pieza de software que se apoya en múltiples ordenadores para crear un
libro mayor de transacciones. Pero la blockchain del bitcoin es la primera y la más famosa.
El primer bloque apareció en la blockchain del bitcoin en 2009, cuando el misterioso creador de
bitcoin, Satoshi Nakamoto, lo puso allí. Desde entonces, ordenadores de todo el mundo han añadido
más de medio millón de bloques adicionales. A finales de 2019, llegó el bloque 600.000. Estaba
encadenado al bloque 599.999 y, como los anteriores, contenía una lista de transacciones que
mostraba cómo la gente gastaba el bitcoin. La cadena de bloques no especifica los nombres de los
propietarios de cada depósito de bitcoins. En su lugar, muestra una larga combinación de letras y
números asociados a cada propietario de bitcoins. Todo el mundo en la blockchain tiene una de estas
combinaciones de números y letras. Se llaman direcciones. Si esto te resulta familiar, es porque este
concepto de combinar letras y números surgió antes en el contexto de una clave privada, que es la
forma en que un propietario tiene acceso al bitcoin asociado a una dirección determinada. Lo
importante es saber que el programa informático asigna a cada propietario de un bitcoin dos
combinaciones de números y letras: una, para la dirección que todo el mundo ve en el libro mayor y
otra, para la clave privada necesaria para acceder a sus bitcoins.
En primer lugar, lo que Brian hizo al crear Coinbase fue eliminar toda la complejidad en torno a
las direcciones y las claves privadas, y permitir que la gente obtuviera bitcoins de una manera que se
asemeja a la banca en línea. Almacenar las claves privadas en memorias USB y monederos de software
especiales estaba bien para los técnicamente avanzado. Sin embargo, la mayoría de la gente no podía
tomarse esa molestia. Prefirió recurrir a un intermediario técnico: Coinbase.
Sin embargo, Coinbase sigue utilizando la blockchain. Cuando compra y vende bitcoins en nombre
de sus clientes, genera transacciones que se empaquetan en bloques y se añaden al creciente libro
mayor, como cualquier otro. Pero, a menos que se sepa qué dirección utiliza Coinbase para una
transacción, sería difícil saber que la empresa está involucrada. Eso es lo que ocurre con el bitcoin:
aunque la blockchain es pública para que todo el mundo la vea, no se sabe a quién pertenece un
determinado depósito de bitcoins a menos que el propietario identifique la dirección como propia.
La blockchain puede mostrar un millón de dólares en bitcoins en una dirección que podría pertenecer
a un pez gordo de Silicon Valley, a un oligarca ruso o a un universitario de Corea. En la actualidad,
varias empresas de análisis forense de la blockchain pueden, en algunos casos, hacer una buena
estimación sobre quién controla una dirección de bitcoin determinada. Pero, en muchos otros casos,
especialmente cuando los propietarios de las cuentas se cuidan de cubrir sus huellas, no hay forma de
saber de quién es la transacción que aparece en el libro mayor. Esta es la brillantez, y algunos dicen el
peligro, del bitcoin como moneda verdaderamente anónima. También es la razón por la que Katie
Haun y otros miembros de las fuerzas del orden pensaron que el bitcoin solo podía ser la creación de
un cerebro criminal secreto.
Sin embargo, a pesar de la elegancia y la brillantez técnica del bitcoin, todavía se necesita un poco
más de ingeniería, esta vez social, para que el bitcoin funcione. El libro mayor de la blockchain
requiere una red distribuida de ordenadores voluntarios. ¿Por qué alguien se tomaría la molestia de
prestar su ordenador a este sistema de registro global? Satoshi también pensó en este problema de
incentivos. Su respuesta fue un ingenioso sistema de lotería integrado en el núcleo del bitcoin. Este
sistema invita a cualquiera a participar en un concurso para ganar bitcoins resolviendo un problema
matemático que solo puede deducirse mediante un proceso masivo de prueba y error. El concurso
tiene lugar cada diez minutos más o menos y el primero en encontrar la respuesta la transmite a los
demás ordenadores de la red. Al hacerlo, esa persona añade el último bloque, que contiene tanto la
solución al problema matemático como el lote más reciente de transiciones de bitcoins, al libro
mayor. Si la solución es correcta, los participantes de la lotería —conocidos como mineros en el
mundo del bitcoin— pasan a resolver el siguiente problema matemático. Por las molestias que se
toman, los ganadores obtienen un alijo de bitcoins asociado a cada bloque. Algunos llaman a este
alijo la recompensa del bloque. Otros lo llaman coinbase.
La blockchain y el sistema de recompensas del bitcoin son inteligentes, incluso brillantes. Pero eso
no explica por qué el bitcoin tiene valor. Al fin y al cabo, los bitcoins ni siquiera son monedas. No
son más que fragmentos de código informático que no se pueden ver ni tocar.
Pero eso no importa. El bitcoin es una moneda y la moneda es confianza. Lo que importa es que
un número suficiente de personas está de acuerdo en que el bitcoin tiene algún valor y darán algo de
valor a cambio para obtenerlo. En este sentido, el bitcoin no es diferente de cualquier otra moneda
que la gente haya utilizado a lo largo de la historia: conchas, trozos de metal amarillo, trozos de papel
impresos por un banco o un gobierno. Ahora mismo, decenas de millones de personas creen que el
bitcoin es valioso, y pagarán miles de dólares por tener uno.
Al principio, el bitcoin valía lo que los escépticos dicen que debería valer: nada. Bueno, casi nada.
A principios de 2010, surgió un puñado de intercambios en línea que vendían docenas de bitcoins
por apenas unos céntimos. Estos intercambios ofrecían una forma más fácil de hacerse con bitcoins
que intentar minarlos mediante una lotería de problemas matemáticos. Pero, para la mayoría de la
gente en aquel momento, comprar bitcoins con dólares estadounidenses tenía tanto sentido como
cambiar una vaca por judías mágicas. Era una moneda inventada para tontos y fanáticos.
Entonces, el 22 de mayo de 2010, el bitcoin se convirtió en moneda, literalmente. Un hombre de
Florida llamado Laszlo Hanyecz quiso demostrar al mundo que el bitcoin podía tener valor en el
mundo real. En un foro online, Laszlo hizo una oferta: «Pagaré 10.000 bitcoins por un par de
pizzas… dos grandes para que me sobren para el día siguiente». Un compañero del Reino Unido
aceptó la oferta. Recibió los 10.000 bitcoins, que entonces valían unos 35 dólares, y envió dos de
Papa John’s a casa de Laszlo. El intercambio de bitcoins por pizzas fue noticia en los medios
tecnológicos de todo el mundo y la ola de publicidad ayudó a que el precio se disparara. Si Laszlo
hubiera realizado la transacción un año después, en 2011, sus 10.000 bitcoins le habrían servido para
comprar cientos de pizzas, mientras que, una década después, podría haber utilizado el bitcoin para
comprar docenas de franquicias de Papa John’s. En aquel momento, sin embargo, Laszlo solo
intentaba dar su opinión y lo consiguió. Desde entonces se ha convertido en una pequeña celebridad
y su compra se celebra anualmente como el Bitcoin Pizza Day (el día de la pizza bitcoin). Nueve años
después del suceso y, con el valor del bitcoin disparado desde la compra de las pizzas, Laszlo asistió al
programa 60 Minutes de la CBS, en el que Anderson Cooper le preguntó qué sentía al haber gastado
sus 10.000 bitcoins, que, en el momento de la entrevista, valían 80 millones de dólares, en dos
pizzas. «Creo que pensar así no es realmente bueno para mí», contesta un tartamudo Laszlo a la
cámara, antes de añadir que simplemente está contento de ser el héroe de la fiesta oficial del bitcoin.
En 2012, cuando Brian puso en marcha Coinbase, un bitcoin ya no valía céntimos, sino unos
cuantos dólares. Millones de personas de todo el mundo sabían lo que era y cómo utilizarlo. Lo que
la gente, incluida la fiscal adjunta de EE.UU. Katie Haun y su jefe, seguía sin saber era quién estaba
detrás. Sólo existía ese documento de nueve páginas de una persona con el extraño seudónimo:
Satoshi Nakamoto.
¿Quién es Satoshi Nakamoto? Este es un tema tabú entre la mayoría de los creyentes en las
criptomonedas, a quienes no les gusta discutirlo. Esto es por designio. Como explican los autores
Paul Vigna y Michael Casey en The Age of Cryptocurrency, el bitcoin es tanto una religión como una
tecnología. Y, como toda buena religión, la historia de su origen está rodeada de un misterio sagrado.
Pedir a un aficionado al bitcoin que revele la verdadera identidad de Satoshi es como pedir a un
judío observante que diga el nombre del Señor o a un cristiano que explique el nacimiento de la
Virgen. La fe no requiere explicaciones.
Sea como fuere, hay suficientes pruebas para adivinar quién es realmente el autor del libro blanco.
Los indicios apuntan a un polímata estadounidense llamado Nick Szabo.
Szabo es un abogado y un sofisticado programador con profundos vínculos con una comunidad
online, conocida como Cypherpunks, que lleva años experimentando con el dinero digital. Esta
comunidad comparte el amor por la criptografía y una profunda desconfianza en el gobierno, que se
refleja en el Twitter de Szabo y en sus raras apariciones públicas. Aunque hay otros cypherpunks
estrechamente relacionados con los primeros días del bitcoin, en particular el difunto programador
Hal Finney, algunas importantes pistas apuntan a Szabo como autor del documento. Entre ellas, las
anécdotas expuestas por el periodista del New York Times y autor de Digital Gold, Nathaniel Popper,
que sitúan a Szabo en el centro del desarrollo inicial del bitcoin. Además, los lingüistas han
comparado el libro blanco y los correos electrónicos de Satoshi con muestras de escritura de Szabo,
Finney y otros posibles candidatos. Szabo es, de lejos, el que más se acerca. Las iniciales de Satoshi
Nakamoto son también las inversas de de Nick Szabo. Podría ser una coincidencia. Todo podría ser
una coincidencia. Pero, si se suscribe al principio filosófico conocido como la navaja de Occam, que
sostiene que las soluciones más simples tienen más probabilidades de ser correctas que las complejas,
tiene mucho más sentido aceptar que Szabo es el autor en lugar de insistir en que se trata de otra
persona o de un misterio imposible de ser desvelado. De hecho, la mayoría de los propietarios de
bitcoins de toda la vida reconocerán tranquilamente en una conversación individual que ellos
también aceptan que Szabo es Satoshi. Pero no les pidas que lo hagan públicamente.
Hoy en día, no importa realmente si Szabo es Satoshi. Bitcoin ha evolucionado más allá del papel y
de una persona o un pequeño grupo de personas. La moneda y su columna vertebral, la blockchain,
late en miles de ordenadores de todo el mundo y ningún ejército o gobierno podría deshacerse de
ella, a no ser que apagara Internet.
Ya en 2012, la proverbial pasta de dientes estaba fuera del tubo. Cuando el jefe de Katie Haun le
pidió que investigara al Sr. FNU LNU, la posibilidad de detener el bitcoin se había esfumado. Quizá
dos años antes, cuando el bitcoin empezó a circular, hubiera sido posible detenerlo acorralando a los
primeros usuarios y confiscando sus ordenadores. Tal vez. Pero esa ventana se había cerrado hace
tiempo. Cuanto más aprendía Haun, menos sentido tenía para ella la idea de presentar cargos penales
contra el bitcoin. «Es como si se persiguiera al dinero en efectivo. No era algo que se pudiera hacer»,
recuerda Haun.
Tenía razón. En 2012, el bitcoin había dado lugar a una economía de pleno derecho. La compra
de una pizza de Papa John’s podía ser una novedad en 2010, pero, en ese momento, un número
creciente de comerciantes aceptaba directamente el bitcoin. Algunas personas incluso aspiraban a
vivir con bitcoins.

•••

Olaf Carlson-Wee era un chico rubio y delgado que se parecía a un elfo de El Señor de los Anillos, si
los elfos anduvieran por los parques de skate. De adolescente, siguió sus sueños, literalmente. Se
interesó profundamente por el fenómeno del sueño. Estudió neurología para conocer las causas de
los sueños y, mediante la práctica y la lectura de autores como Carlos Castaneda, aprendió a
convertir el sueño en búsquedas profundas y vívidas. Olaf afirma incluso que aprendió a ejercer
poderes de tipo mágico cuando duerme. «En un sueño lúcido, encuentra un espejo. Si eres bueno en
los sueños lúcidos, puedes invocar cosas usando un espejo. Si te acercas tanto al espejo que pierdes la
visión periférica, puedes invocarte a ti mismo», dice.
Cara a cara con el otro Olaf en el espejo, Carlson-Wee dice que planteaba preguntas. Tenía el
control de las preguntas, pero no de las respuestas, que el otro Olaf le proporcionaba. Esas respuestas,
que salían de lo más profundo de su psique y se liberaban en el sueño, a menudo lo asustaban. No es
de extrañar que los otros ochocientos alumnos de su instituto rural de Minnesota votaran a Olaf
como «el más singular».
Olaf descubrió el bitcoin a principios de 2011 y, al igual que otras cosas que le interesaban, no solo
le gustó, sino que se obsesionó. Hijo de dos pastores luteranos, Olaf había sido educado para vivir de
acuerdo con su ciencia y explorar el significado de la justicia. Más tarde, durante la carnicería
financiera de la Gran Recesión, en la que millones de personas normales y corrientes, incluidos sus
padres, vieron esfumarse los ahorros que tanto les había costado conseguir mientras los ejecutivos de
los bancos más responsables recibían bonificaciones, Olaf vio en el bitcoin un sistema económico que
no podía ser amañado.
«Esto era el colmo del autoritarismo ciberpunk», recuerda. Invirtió casi todos los ahorros de su
vida, 700 dólares, en bitcoin e instó a sus amigos a hacer lo mismo.
En su último año en el Vassar College, en el norte del estado de Nueva York, no mucho antes de
que Brian dejara Airbnb por Y Combinator y de que el jefe de Katie Haun le pidiera que procesara al
FNU LNU, Olaf eligió el bitcoin como tema para su tesis final. Su profesor se quedó perplejo al
principio, luego, intentó desanimar a Olaf tras descubrir «The Rise and Fall of Bitcoin» (El ascenso y
la caída del bitcoin), un artículo que apareció en la edición de noviembre de 2011 de la revista
Wired. El artículo, que se basaba en un colapso del mercado que vio caer el precio del bitcoin de 31 a
2 dólares, concluía que la divisa advenediza era un fracaso.
«Elige otro tema», dijo el profesor. Olaf, un creyente de pleno derecho en el bitcoin, se negó.
Reforzó su investigación y expuso un argumento económico de primer orden sobre las razones por
las que la moneda digital cambiaría el mundo. El profesor le puso un sobresaliente. (Probablemente
no lo perjudicó el hecho de que, cuando Olaf presentó su tesis en 2012, el precio del bitcoin había
vuelto a subir a 10 dólares).
Durante todo este tiempo, Olaf siguió comprando bitcoins. No era una tarea fácil en
Poughkeepsie, Nueva York, de 30.000 habitantes. A veces suponía conocer a alguien en el campus
que vendiera bitcoins a cambio de dinero. A menudo, Olaf tenía que recurrir a medidas más exóticas,
como hacer un depósito en la cuenta de alguna oscura operación de transferencia de dinero en línea.
Esto implicaba entrar en un banco local y depositar una cantidad muy específica —digamos 103,83
dólares— que servía de código para indicar a los operadores qué dirección de bitcoin pertenecía a
Olaf. Si todo iba bien, la cantidad correspondiente de bitcoins aparecía en la cuenta de Olaf, menos
una fuerte comisión por la transacción. Si había problemas, Olaf se quedaba sin recibir el dinero en
bitcoins. Tal vez el sitio al que había pagado había sido pirateado y todos los bitcoins habían
desaparecido o, lo que es igual de probable, los propietarios del sitio habían hecho una estafa de
salida (exit scam), alegando que habían sido pirateados y, luego, desaparecían en el éter de Internet
con el dinero.
«Eran tiempos difíciles —recuerda Olaf—. Conseguir bitcoins era algo difícil. En aquellos días,
todo estaba hackeado, todo era una estafa de salida. Había un sitio llamado Mybitcoin para comprar,
y la broma era que tenía ese nombre porque los dueños del sitio lo trataban como “mi bitcoin, no el
tuyo”».
Cuando Coinbase apareció en escena, fue un regalo del cielo para un creyente del bitcoin como
Olaf. Por fin había un sitio que prometía facilitar la obtención de bitcoins y que se esforzaba por no
ser sospechoso. La empresa tenía su sede en California, no en el extranjero, y se podía saber quién la
dirigía: un tipo llamado Brian Armstrong, al que se podía buscar en Google, y que hablaba de cosas
como el cumplimiento y la regulación. Esas eran palabras sucias para los fanáticos
antigubernamentales que habían ayudado a que el bitcoin ganara terreno al comienzo, pero a Olaf le
sonaban muy bien. Al igual que Brian, pensaba que la única forma de que su querida moneda se
impusiera en la economía dominante era que la gente corriente pudiera adquirirla y no fuera
estafada.
Se oían muchas veces las mismas burlas sobre Coinbase: «ni tus claves, ni tus monedas», dice Olaf.
Esa frase aparecía en los hilos de Reddit sobre el bitcoin y le recordaba a la gente que estaba
confiando en una empresa para que gestionara su alijo de oro digital. Una herejía en la iglesia de
Satoshi.
Y así fue, aunque Coinbase introdujo en la criptomoneda a millones de personas sin
conocimientos técnicos, muchos de los primeros defensores del bitcoin vilipendiaron a la empresa.
Entre ellos, se encontraban el libertario radical Erik Voorhees, que había denunciado a la Reserva
Federal por «fraudulenta», y Roger Ver, una figura extravagante conocida como «Bitcoin Jesus» por
su costumbre de regalar bitcoins mientras hacía proselitismo a favor de la moneda. En 2014, Ver
renunció a su ciudadanía estadounidense por su creencia en las fronteras abiertas. (Al menos esa fue
su explicación; los escépticos creen que lo que motivó a Ver fue la evasión de impuestos más que sus
principios). Sean cuales sean sus verdaderas intenciones, figuras como Voorhees y Ver fueron las
caras públicas del bitcoin en los primeros días, creyentes que inspiraron a otros a adoptar la moneda
y una cosmovisión que vio a Coinbase como una traición a la visión de Satoshi.
Algunos veían a Voorhees y a Ver como santos. Olaf pensaba que estaban locos. Coinbase, razonó,
no traicionó al bitcoin, sino que le dio a la gente una forma de conseguirlo. Una vez que la gente
consiguiera bitcoins, podría transferir su criptotesoro a su propio monedero digital, a un disco duro o
a una unidad USB. Dependía de ellos. Para las personas con conocimientos tecnológicos normales, la
diferencia entre Coinbase y la gestión de su propio bitcoin era como la diferencia entre aprender a
conducir un Toyota Corolla automático y un camión de dieciocho ruedas con diez velocidades y dos
de marcha atrás. Un Corolla puede ser aburrido, pero cualquiera puede conducirlo.
Olaf adoptó Coinbase y también quiso que Coinbase lo adoptara a él. Quería unirse a la empresa.
Y eso era un problema, ya que nunca había solicitado un trabajo de verdad. Después de la
universidad, se dedicó de lleno a la vida bohemia y pasó meses deambulando por los montes de Sierra
Nevada, en California, antes de conseguir finalmente un trabajo como leñador en un puesto de
avanzada llamado Holden Village, en el estado de Washington. Holden Village había sido un pueblo
minero de cobre, abandonado y reconvertido en un centro de renacimiento luterano por los hippies
en la década de 1960, ofrecía tres comidas completas y una tienda circular para dormir a quienes
estuvieran dispuestos a trabajar allí. A Olaf le venía bien, salvo por el hecho de que estaba muy lejos
—figurativa y literalmente— del bitcoin. A pesar de no tener un currículum ni ninguna otra
cualificación obvia, Olaf solicitó un trabajo. Envió un correo electrónico a Fred Ehrsam y adjuntó su
tesis.
Mencionó su calificación de A+. Fred le contestó enseguida. Olaf obtuvo su primera entrevista de
trabajo.
Esto significaba que debía presentarse semanas después en la oficina de Coinbase en San Francisco.
Olaf tenía amigos en la ciudad que estaban encantados de alojarlo, pero su ropa era un problema, ya
que estaba cubierta de manchas de savia por su trabajo como leñador. A instancias de sus amigos,
Olaf acudió a un Uniqlo y compró una camisa blanca limpia. Rompió el envoltorio y se puso la
nueva prenda justo antes de tocar el timbre en la calle Bluxome, frente a The Creamery.
En ese momento, Brian y Fred pedían a los candidatos para un puesto de trabajo que hicieran dos
presentaciones de quince minutos: una sobre su visión de Coinbase y la otra sobre un tema de su
elección que enseñara algo que los entrevistadores no conocían. A Fred también le gustaba incluir un
rompecabezas lógico, como los que se utilizaban en los primeros días de Google, para poner a prueba
las habilidades analíticas de los futuros empleados.
Le plantearon esto a Olaf: «Hay cien taquillas en fila. Están todas cerradas. Un niño pasa y abre
todas las taquillas. Un segundo niño pasa y cierra una de cada dos taquillas. Un tercer chico pasa y
abre cada tercera taquilla si está cerrada y la cierra si está abierta. Lo mismo ocurre con el cuarto
niño, que cambia el estado de una de cada cuatro taquillas. Pasan cien niños. ¿Cuántas taquillas están
abiertas? «Oh, mierda», pensó Olaf. Fred le había dado unos minutos para averiguarlo, pero Olaf
sabía que le llevaría mucho, mucho más tiempo recorrer la secuencia. Tenía que haber un truco. A
Olaf, que había estudiado sociología, también le gustaban las matemáticas y se dio cuenta de que el
problema de las taquillas tenía que ver con los cuadrados perfectos: la respuesta sería obvia para
números como 25 o 64 o… 100 taquillas. Le dijo a Fred la respuesta: «10 taquillas». Un obstáculo
superado.
Para las presentaciones, Olaf esbozó un plan para arreglar la situación de las relaciones públicas en
Coinbase, porque Brian y Fred no podían seguir el ritmo del volumen de negocio. Les gustó su plan.
Para la presentación de «enséñanos algo que no sabemos», Olaf abordó su tema favorito después del
bitcoin: los sueños. Explicó cómo la ingestión de ciertos medicamentos de venta libre, como la
valeriana, podía inducir sueños especialmente lúcidos, añadió detalles de todos los libros de
neurología que había leído. La presentación de los sueños les pareció extraña, pero interesante. Y
Brian y Fred aprendieron algo.
Olaf había sido el cliente número treinta de Coinbase. Ahora era el contratado número uno. El
leñador vagabundo tenía ahora un trabajo de oficina y sus amigos le dijeron que eso significaba que
tenía que dar la talla. Olaf se presentó al día siguiente y todos los días durante las dos semanas
siguientes con su única camisa blanca de Uniqlo.
En San Francisco, Olaf encontró una creciente comunidad de otros creyentes en el bitcoin,
comerciantes que habían empezado a aceptarlo como pago.
Ahora estaba lejos de la aldea de Holden. Para su deleite, descubrió que podía pagar las comidas,
las bebidas y otros productos básicos del día a día con su dinero mágico. Y todo lo que no podía
comprar con bitcoins en la ciudad de San Francisco, podía obtenerlo en línea en sitios web
compatibles con las criptomonedas. Pronto, Olaf decidió que no solo podía vivir de los bitcoins, sino
que viviría usando bitcoins. Durante los tres años siguientes, eso es lo que hizo.
•••

El bitcoin no solo se abrió paso en San Francisco. En ciudades de todo Estados Unidos y en lugares
como Praga, Tokio y Adelaida (Australia), la gente se reunía para celebrar «encuentros de bitcoin» en
los que se hablaba de un mundo fuera del control de los gobiernos mientras se compraban, se
vendían o, a veces, simplemente se regalaban bitcoins. Todos los lunes, en Nueva York, una esquina
de Union Square se convertía en «Satoshi Square». Era un espectáculo extraño. Criptoanarquistas
con rastas se mezclaban con comerciantes de Wall Street vestidos con trajes de 5000 dólares y con
grandes pilas de billetes, todos ellos locos por el bitcoin. El espacio de negociación al aire libre
recordaba a uno de hace más de doscientos años, cuando, según la tradición popular, los hombres de
Manhattan negociaron por primera vez acciones bajo un plátano.
Muchos de los asistentes a las reuniones eran como Olaf, que usaban bitcoins por diversión o en
nombre de algún ideal. Por desgracia para la credibilidad de la joven moneda, no eran ni mucho
menos los únicos que utilizaban bitcoin. También lo hacían los traficantes de drogas, los
blanqueadores de dinero, los sicarios, los extorsionistas y todo tipo de estafadores y delincuentes
imaginables. El invento de Satoshi era el sueño de cualquier delincuente: una moneda anónima que
podía usarse para pagar a cualquiera, en cualquier lugar.
El mundo entero se enteró del potencial delictivo del bitcoin en 2011, cuando el sitio web Gawker
publicó un artículo ahora famoso titulado «The Underground Website Where You Can Buy Any
Drug Imaginable» (El sitio web clandestino donde se puede comprar cualquier droga imaginable). El
artículo describía La ruta de la Seda, un bazar multimillonario de delincuencia en línea dirigido por
una oscura figura, apodada «Dread Pirate Roberts». Como explica Nick Bilton en su apasionante
relato sobre La ruta de la Seda, American Kingpin, el temible pirata solo pudo conseguir lo que hizo
gracias a la llegada de tres nuevas tecnologías. La primera fue el software de navegación web llamado
Tor, que permitía navegar por sitios de la «Internet oscura» como La ruta de la seda sin ser detectado.
La segunda fue la proliferación de nuevos y baratos servicios de computación en la nube que
permitían a cualquiera gestionar un sitio web masivo de forma accesible. El tercer ingrediente mágico
fue el bitcoin. Hasta su llegada, no existía una forma rápida y sencilla de que unos desconocidos se
pagaran unos a otros por transacciones ilegales en Internet. Ahora era relativamente fácil. No es de
extrañar que figuras de las fuerzas del orden como el jefe de Katie Haun vieran con malos ojos el
bitcoin y le pidieran que abriera una investigación. Haun no tardó en darse cuenta de que su FNU
LNU no era un cerebro criminal y de que el bitcoin no era intrínsecamente malo o bueno. El bitcoin
era como otra tecnología antaño novedosa: el papel moneda. Una pila de billetes de 100 dólares
puede financiar un negocio de drogas o ser donada a un orfanato. Bitcoin no es diferente a pesar de
su percepción como una moneda ilegal.
Haun descubrió que cuanto más aprendía sobre el bitcoin, más quería saber. Habló con agentes
especiales del FBI, la Agencia Tributaria y el Servicio Secreto y todos ellos le contaron que el bitcoin
aparecía constantemente en sus casos. Algunos mencionaron una empresa llamada Coinbase. Haun
pensó en hacer una visita. No tardó en ver que los chicos de Coinbase encajaban en el estereotipo.
Pero no se trataba de listillos de la mafia ni de bandas de moteros que odian a la policía, a los que ella
estaba acostumbrada a perseguir. En su lugar, vio a nerds de la tecnología.
«Tenía la sensación de que se parecían más a una startup tradicional que a gente que intentaba
llevar adelante una operación criminal —dice—. Los delincuentes no te reciben en la oficina».
3
Correr a través de paredes de ladrillo

En lo alto de Market Street, Fred y Brian contemplaban el sol que se abría paso a través de la bahía
de San Francisco, cubierta de niebla. Coinbase no tenía nada parecido a una verdadera sala de juntas
en Bluxome Street, por lo que habían pedido prestado un espacio en LendingClub, cuya elegante
sede corporativa sería el telón de fondo de una reunión decisiva.
Era abril de 2013, menos de un año después de la etapa de Brian en Y Combinator y apenas cinco
meses desde que pusieron en marcha Coinbase, y la empresa necesitaba más dinero. Brian y Fred
habían colocado todas las piezas en su sitio para convencer a los inversores de capital riesgo de que
abrieran sus bolsillos y coronaran a Coinbase con una ronda de la Serie A, una inversión
multimillonaria que permitiera a la empresa aumentar sus operaciones y señalara a Silicon Valley que
gente rica e influyente creía en la visión de Brian. Entonces Fred lo vio. Su estómago se hundió al ver
entrar al equipo de Union Square Ventures, sin Fred Wilson.
«Estamos muy jodidos», le dijo a Brian.
Fred Wilson es el voluble cofundador de Union Square Ventures, una de las pocas empresas de
capital riesgo con sede en Nueva York que rivaliza con el prestigio de los augustos conjuntos de
Silicon Valley. Es intrigante, de sangre fría y brillante. Como miembro del consejo de administración
de Twitter, Wilson ha actuado como un cruel maestro de ceremonias, purgando no solo a uno, sino
a dos directores generales. Su relación con la prensa es famosa por ser díscola. Al enterarse de que un
reportero se ponía en contacto con sus socios después de que él se negara a cooperar para un perfil en
una revista, Wilson advirtió al periodista que «tal vez debería pensar en hacer amigos en lugar de
cabrear a la gente».
Wilson es implacable, sí, pero también ha sido mentor de una generación de fundadores de
startups. Y, a diferencia de otros capitalistas de riesgo, fue uno de los primeros en creer en el bitcoin.
Pensó que la creación de Satoshi Nakamoto podría cambiar el mundo, si alguien, que no fuera un
fanático como Roger Ver ni un delincuente como de los que Katie Haun había escuchado hablar a
sus colegas del FBI, pudiera actuar como animador. En Brian y Fred, vio una cara pública de la
tecnología: dos jóvenes reservados con espíritu emprendedor.
Por desgracia, esa mañana de mayo, Wilson estaba enfermo en su casa de Nueva York. Así que
Brian y Fred tuvieron que presentar su propuesta a los demás socios de Union Square Ventures, que
no compartían el entusiasmo de Wilson.
«Estamos muy jodidos», dijo Fred de nuevo.
Las palabras resonaban en la cabeza de Brian mientras las reproducía: ¿qué pasaría si Union Square
Ventures no aportara nada? Al igual que otros graduados del programa Y Combinator, Brian había
reunido una serie de inversiones de 50.000 dólares para financiar la ronda inicial de Coinbase, el
pequeño fondo de dinero que una nueva empresa necesita para intentar despegar. Entre esos
inversores, se encontraba el cofundador de Reddit, Alexis Ohanian, cuya futura esposa, la estrella del
tenis Serena Williams, también invertiría años más tarde en Coinbase. Brian también había
convencido al empresario Barry Silbert de participar. Silbert, que se había convertido en corredor de
bolsa a los diecisiete años, había estado comprando masivamente bitcoins desde 2012 y, cuando su
esposa insistió en que diversificara su riqueza, comenzó a invertir también en empresas de
criptomonedas.
Sin embargo, al acercarse a Coinbase, Silbert se sorprendió cuando Brian le dijo que podía
comprar, pero solo en forma de una nota convertible sin tope (uncapped). Este acuerdo daría a Silbert
el derecho a recibir acciones en la ronda de la serie A de Coinbase, pero con un gran inconveniente:
«uncapped» significaba que no había límite a la cantidad de inversión de Barry que podía ser diluida
por los inversores de la competencia. Por lo general, solo las startups más candentes tienen la
influencia necesaria para exigir una nota sin tope, y Silbert, que había invertido en docenas de
empresas, nunca había aceptado tales condiciones.
«Si crees que Coinbase tiene la mejor oportunidad de ser el monedero número uno, la valoración
es casi irrelevante. Mira PayPal. Los inversores son ricos, y los de la empresa número dos no tienen
nada», scribió Brian a Silbert. Era un correo electrónico arrogante, pero a Silbert también lo divertía
e impresionaba, y lo convenció de que se arriesgara con Coinbase. Decidió invertir 100.000 dólares
en bitcoins.
Estas primeras inversiones de Ohanian, Silbert y otros pusieron en marcha Coinbase, pero eso era
todo. Si la empresa quería escalar, según la jerga de Silicon Valley, para convertirse en un coloso,
Brian y Fred necesitaban que las empresas de capital de riesgo hicieran llover millones de dólares. Y
para que lloviera dinero era necesario que Coinbase demostrara que se movía «hacia arriba y hacia la
derecha». Para los capitalistas de riesgo, la frase es una invocación casi sagrada. Hacia arriba y hacia la
derecha. La frase significa que una startup está añadiendo usuarios e ingresos mes a mes y una
hermosa línea diagonal se dibuja en sus diapositivas de PowerPoint.
Desde finales de 2012, Coinbase había subido hacia la derecha. En tres ocasiones, Brian y Fred
habían llevado su hermosa línea a Paul Graham, el cofundador de Y Combinator y su rabino para
levantar fondos. Las dos primeras veces, Graham le había dicho a Fred: «No estás preparado, hijo
mío». En la tercera ocasión, se quedó mirando el rendimiento de Coinbase, que seguía creciendo
hacia arriba y hacia la derecha, dio su bendición para una ronda de financiación de serie A y presentó
a Brian y a Fred a su acaudalada red de hombres de dinero.
Pero, a pesar del respaldo de Graham y de las cifras de crecimiento de Coinbase, el mundo del
capital riesgo —normalmente tan amante del riesgo— seguía siendo receloso. La mayoría de los
inversores no entendía el bitcoin, y muchos de los que sí lo entendían veían algo que invariablemente
sería eliminado por las fuerzas del orden. La mayor excepción fue Fred Wilson, que convenció a los
demás socios de Union Square Ventures para que hicieran un viaje a San Francisco y estudiaran
seriamente el potencial de Coinbase. Si todo salía bien, la empresa pondría 5 millones de dólares.
Ahora, en esta fatídica mañana de mayo, Wilson había avisado de que estaba enfermo. Brian y
Fred tendrían que exponer su caso ante los escépticos socios de Wilson, entre los que se encontraba
Brad Burnham, cofundador de Union Square Ventures y gran escéptico del bitcoin. «Muy jodidos»,
pensó Brian de nuevo.
Resulta que solo a medias. La presentación de Brian y Fred, su apariencia pulcra y la trayectoria
ascendente de Coinbase persuadieron al equipo de Union Square Ventures, sin Wilson, a comprar
2,5 millones de dólares. Tendrían que encontrar los otros 2,5 dólares en otra parte.
Para ello, apareció un caballero blanco en forma de Micky Malka, que dirigía la empresa de capital
riesgo Ribbit Capital y para quien el bitcoin era algo muy personal. Malka, un hombre alto con
orejas de soplillo y el pelo bien cortado, habla con un fuerte acento latino de su Venezuela natal,
donde ha visto de primera mano cómo un gobierno venal e inepto puede degradar la oferta de
dinero. Como muchos creyentes en el bitcoin, Malka veía la moneda digital como una antorcha para
la libertad económica que autócratas como Hugo Chávez, el desastroso líder de Venezuela, no podría
apagar. «Podía ver las cosas desde la perspectiva del dinero global y para él, a diferencia de otros
inversores de la época, el bitcoin no era herético», dice Fred.
Para Malka, una apuesta por Coinbase era una apuesta por el bitcoin, y no podía decir que no.
Coinbase tenía su serie A completa.
Mientras los abogados daban los últimos toques al acuerdo, Fred recordó que un amigo de
Goldman Sachs le había hecho una promesa. El amigo, uno de los pocos directivos del banco que
compartía la frustración de Fred por las vacilaciones digitales de Goldman, le dijo que extendería un
cheque de 25.000 dólares para invertir en cualquier cosa que persiguiera. Fred llamó y le preguntó si
todavía lo decía en serio. Lo hizo. Y así, mientras Goldman Sachs se mantenía al margen durante el
florecimiento del bitcoin, al menos uno de sus ejecutivos hizo una fortuna al convertir su primera
participación de 25.000 dólares en acciones de Coinbase valoradas en millones años después.
No todo el mundo tenía tan buena opinión de la ronda de la Serie A de Coinbase. Sam Biddle, de
Valleywag, un sitio sensacionalista ya desaparecido, saludó la noticia de la financiación con un titular
burlón: «Capitales de riesgo vuelcan 5 millones de dólares reales en la histeria del bitcoin». También
despreció el bitcoin, afirmando que «todos estamos hablando de él porque un oscuro y ofuscado
grupo de nerds libertarios están locos por la moneda digital».
El Wall Street Journal, el periódico económico del país, adoptó un tono más optimista. En un largo
artículo, el periódico señaló la inversión de 5 millones de dólares como un momento histórico para la
criptodivisa y citó a un efusivo Fred Wilson, que elogió a Coinbase como el «JP Morgan del bitcoin».
Brian y Fred chocaron los cinco y volvieron al trabajo.

•••

El local de la calle Bluxome que Brian había alquilado frente a The Creamery era en realidad un
apartamento de dos plantas y un dormitorio, pero, después de la ronda de Serie A, empezó a
parecerse a una oficina y también a un lugar de culto al bitcoin. Fred había pegado un póster icónico
de «Dream» del rapero Biggie Smalls, pero había cambiado la d por una b para que dijera «Bream»,
abreviatura de Bitcoin Rules Everything Around Me (El bitcoin domina todo a mi alrededor). Y,
ocupando el lugar de honor, había un cubo de madera y cristal que contenía un pez betta azul
brillante llamado Satoshi.
El apartamento convertido en oficina también se estaba llenando de gente. Después de Olaf llegó
Craig Hammell, un talentoso ingeniero que había ayudado a construir el sitio de citas OK Cupid, tal
vez una elección de carrera adecuada para alguien tan dolorosamente tímido con las mujeres que no
tuvo novia hasta su último año de universidad. Brian y Fred habían conocido a Craig en un viaje a
Nueva York y, al descubrir que era un creyente en el bitcoin, lo invitaron a San Francisco para un
período de prueba. Al llegar, Craig se instaló en la «Casa del hacker», un lugar que se anunciaba como
un hogar para la élite tecnológica de la ciudad, pero que para Craig era más un tugurio que un lugar
de moda.
«Me di cuenta de que era una forma de estafar a la gente haciéndoles pagar 1500 dólares al mes por
vivir con otros nueve chicos en un apartamento de mala muerte», recuerda Craig. Poco después, el
propietario del edificio descubrió lo que ocurría y desalojó a todos, incluido Craig. Así que Craig
cogió su saco de dormir y se instaló en Bluxome Street durante los siguientes meses. Codificaba hasta
altas horas de la noche y se levantaba temprano para ducharse y codificar un poco más. Para alguien
que, en palabras de Olaf, «es una bestia de carga loca a la que le encantaba expedir monedas»,
trabajar con bitcoins las 24 horas del día le venía muy bien. Craig, al igual que Olaf, cobraba su
salario en bitcoins y, al igual que Olaf, había sido uno de los primeros clientes de la empresa, el
cliente número 80 de Coinbase.
Años más tarde, Olaf, ya fabulosamente rico, destilaría su experiencia en Coinbase con un consejo
para las startups: Contrata a tus clientes. En opinión de Olaf, Coinbase floreció incluso cuando
docenas de otras startups dedicadas al bitcoin se esfumaron porque contrató a personas que creían en
la empresa y amaban el bitcoin. Es un buen consejo y no solo para las empresas de criptomonedas.
Phil Knight, el legendario fundador de Nike, sentó los cimientos de su imperio del calzado con un
pequeño equipo de devotos adictos a las zapatillas.
Por desgracia para Brian, no todos sus clientes querían trabajar en Coinbase. Uno de los que dijo
«no, gracias» fue Julian Langschaedel, un magnífico programador que vivía en Alemania. Durante
meses, Brian le había pagado para que le ayudara a adaptar el código original del bitcoin de Satoshi,
diseñado para que los particulares lo ejecutaran en sus ordenadores portátiles, a algo lo
suficientemente robusto como para servir a los fines comerciales de Coinbase. Fred y Brian
convencieron a Julian para que fuera a San Francisco a hacer un período de prueba. Estos períodos
de prueba formaban parte de la cultura de Coinbase y equivalían a una prueba de varios días para ver
si un posible empleado encajaba. Julian encajaba bien, pero, por su parte, tenía dos objeciones. La
primera era que los estadounidenses trabajaban demasiado. Él prefería una cultura de trabajo que
dejara más tiempo para tomar cerveza. La otra objeción de Julian era la propia cerveza, más
concretamente, que los estadounidenses no sabían hacerla bien. Volvió a Alemania.
Coinbase tuvo más suerte con Charlie Lee. Lee, un hombre corpulento y de voz suave que lleva el
pelo negro azabache con una raya bien marcada, había utilizado su «20% de tiempo» en Google —
una conocida ventaja que permitía a los empleados dedicar una quinta parte de sus horas de trabajo a
proyectos personales— para crear Litecoin, una alternativa temprana al bitcoin. Toda la vida de
Charlie ha estado marcada por su extraordinario dominio de las matemáticas, desde su primer día de
escuela primaria en Costa de Marfil, cuando un profesor se dio cuenta de que las matemáticas de
primer grado eran demasiado fáciles para Charlie y lo promovió a segundo grado. El profesor de
segundo grado, sin embargo, sacó la misma conclusión y, al día siguiente, Charlie entró en la clase de
matemáticas de tercer grado.
«Soy asiático, así que ya era uno de los niños más pequeños, pero al entrar en esa clase de tercer
grado, era más pequeño que nunca», recuerda.
A medida que crecía, el talento de Charlie le sirvió para construir ordenadores con su hermano
Bobby antes de la adolescencia, y más tarde como ingeniero en Google, donde trabajó en la
construcción de YouTube y en el sistema operativo del navegador web de Google, Chrome. Charlie
aplicó sus conocimientos matemáticos a la ingeniería, pero también a la economía, lo que le llevó a
convertirse en un gold bug (escarabajo de oro), una peculiar clase de inversores que considera el metal
amarillo como un valor que resulta una mejor opción que las acciones o los bonos. Fue un
«escarabajo de oro» hasta 2011, cuando descubrió el bitcoin.
«Realmente tenía sentido para mí. Leí la parte del código y me di cuenta de que sería grande.
Decidí entrar de lleno durante 2013. Era una mejor versión que el oro», dijo. Charlie hablaba en
serio, apenas parpadeó cuando el valor de sus primeras inversiones en bitcoin cayó de 30 a 2 dólares
en 2011, una de las muchas caídas espectaculares que definirían la moneda en sus primeros años. En
2013, no solo había puesto todo su dinero en bitcoins, sino que instó a su familia a hacer lo mismo.
Su hermano no necesitó mucha persuasión: Bobby Lee se estaba haciendo fabulosamente rico al
fundar la primera exchange (casa de cambio on line) de bitcoins de China.
Sin embargo, conseguir que la gente corriente comprara bitcoins era una tarea difícil. Charlie
compartía la opinión de Brian de que la maraña de monederos y claves privadas era demasiado
desalentadora para aquellos que no eran técnicos, y que la moneda no podía generalizarse sin un
servicio como Coinbase. Se convirtió en la tercera contratación de Coinbase.
El pequeño equipo, formado por Brian, Fred, Olaf, Craig y Charlie desarrolló rápidamente un
espíritu de cuerpo: iban a un gimnasio local de escalada y se relajaban con Call of Duty y otros
videojuegos, en partidos que enfrentaban a Fred, el campeón nacional del juego, contra dos o incluso
tres de los demás. Pero, sobre todo, el equipo de Coinbase trabajaba como loco. Manejaban la tarea
de construir la empresa con la urgencia de una operación militar, codificaban el sitio web desde la
mañana hasta las 10 u 11 de la noche, hacían una pausa para esbozar grandes esquemas en pizarras y
luego volvían a sus ordenadores portátiles para codificar un poco más. El equipo inicial de Coinbase,
lleno de endorfinas, siguió el ejemplo de Fred. Ferozmente competitivo, la antigua estrella del
lacrosse y del baloncesto se puso a gritar que hay que «correr a través de paredes de ladrillo» hasta que
la frase se convirtió en un mantra de la empresa, que puede encontrarse en el sitio web de Coinbase
hasta el día de hoy.
Uno de esos muros llegó en forma de Apple. Un adolescente entusiasta del bitcoin había creado
una aplicación para Coinbase como una forma rápida para que los clientes compraran y vendieran
bitcoin en sus iPhones. Por desgracia, Apple no permitía el comercio de criptomonedas y prohibía
cualquier aplicación que lo ofreciera en su App Store. Sin embargo, Brian ideó un plan para atravesar
este muro: Coinbase utilizaría una tecnología llamada geofencing para desactivar la función de
comercio de la aplicación, pero solo para la ciudad de Cupertino, California, donde se encuentra la
sede de Apple y donde sus ingenieros examinan las nuevas aplicaciones. Según esos ingenieros, la
aplicación de Coinbase cumplía con la política, por lo que se le permitió permanecer en la App Store.
Mientras tanto, los clientes de Coinbase en el resto del país empezaron a introducir bitcoins en sus
iPhones.
Fue un truco muy bueno y un ejemplo de manual de cómo atravesar una pared de ladrillos. Por
desgracia para el equipo de Coinbase, otros muros eran demasiado fuertes para romperlos. Había dos
obstáculos en particular que no solo podían detener el progreso de Coinbase, sino matarlo por
completo. El primero era un grave ataque de piratería informática del tipo que ya había acabado con
otras numerosas empresas de criptomonedas. El segundo era el gobierno estadounidense. Coinbase
estuvo peligrosamente cerca de ser aplastada por ambos.

•••

El ataque se produjo a mediados de 2013, mientras el equipo de Coinbase hacía una pausa para
cenar. Una extraña alerta por correo electrónico notificó a Fred sobre una extracción de la hot wallet
(monedero digital siempre conectado a la blockchain), el lugar donde la empresa almacena millones
de bitcoins para manejar las transacciones diarias. «Tenía que ser un error», pensó Fred. Coinbase
custodiaba las claves de la hot wallet del mismo modo que un banco protege su cámara acorazada y
Coca-Cola su fórmula secreta. Ningún intruso podía acercarse a ella. Entonces llegó la notificación
de un segundo retiro.
«¡Mierda! Será mejor que compruebe esto», le dijo Fred a Charlie, que tenía su portátil a mano
durante la cena.
Charlie se conectó a la pantalla de control de Coinbase y lo que vio le hizo perder el ánimo.
Alguien más se había conectado y estaba desviando los bitcoins de la empresa. Y lo que es peor, el
intruso era cada vez más audaz y codicioso. El robo inicial había sido de solo unos pocos bitcoins,
pero ahora el hacker estaba saqueando el monedero de Coinbase en serio. Tras el tercer retiro ilícito,
Charlie cambió frenéticamente la contraseña de acceso al monedero y cerró el acceso a todos los
demás, pero no antes de que el misterioso ladrón se hiciera con un montón de bitcoins. El equipo de
Coinbase terminó la cena con desánimo, su startup era 250.000 dólares más pobre que cuando
empezó la comida.
El equipo descubrió rápidamente lo que había sucedido. Resultó que los ladrones habían hackeado
a uno de los contratistas de tecnología de la información de Coinbase para obtener la contraseña, un
truco demasiado común en el mundo de la ciberseguridad, en el que los hackers consideran a los
proveedores externos como el eslabón débil de la red de una empresa. Brian ordenó una revisión de la
seguridad y exigió a cualquier empresa que trabajara para Coinbase que utilizara un portátil
Chromebook proporcionado por la compañía. También hizo un balance de lo sucedido.
El robo supuso un golpe financiero, por supuesto. Pero también supuso una amenaza para la
existencia y la reputación de Coinbase si alguien se enteraba. En los primeros días del bitcoin,
cuando el hackeo y las estafas estaban por todas partes, Brian había presentado Coinbase como una
alternativa segura, un lugar donde los clientes podían depositar sus fondos con la misma confianza
que en un gran banco. Un titular de los medios de comunicación que anunciara que Coinbase no
podía proteger sus propios activos sería devastador. Los bancos que pierden su dinero no siguen
siendo bancos por mucho tiempo. Afortunadamente, nadie se enteró del hackeo, lo que permitió a
Brian y a los demás volver a hacer lo que mejor sabían hacer: dejarse la piel.
Aun así, el robo dejó preguntas incómodas para el equipo. El pirata informático había entrado en
la hot wallet de Coinbase, que estaba conectada a Internet, pero la empresa tenía millones más de
bitcoins guardados en el «almacenamiento en frío» (cold storage), que es como la gente de las
criptomonedas se refiere a los bitcoins almacenados en dispositivos físicos, como memorias USB o
incluso trozos de papel. Estas técnicas significaban que la importantísima clave privada de un
monedero de bitcoin determinado se almacenaba fuera de Internet para que los hackers no pudieran
robarla. El evidente atractivo del almacenamiento en frío hizo que creciera el mercado de
almacenamiento de claves privadas fuera de Internet. Una empresa, Xapo, incluso ofrecía un servicio
que almacenaba las claves privadas de los clientes en una cámara acorazada bajo una montaña en los
Alpes suizos.
El propio sistema de almacenamiento en frío de Coinbase no era tan espectacular. Al principio,
por ejemplo, una parte de los bitcoins de los clientes estaba en una memoria USB en el bolsillo de
Brian. Esto produjo algunos momentos incómodos, sobre todo cuando Brian llegó a la aduana de
Estados Unidos después de un viaje al extranjero. En respuesta a la pregunta habitual de un agente de
aduanas sobre si entraba en Estados Unidos con más de 10.000 dólares en efectivo o equivalentes,
Brian decidió decir que no. Mejor no decirle al agente que la memoria USB de su llavero contenía
millones de dólares en bitcoins.
A medida que Coinbase crecía, no tardó en añadir otras capas a su almacenamiento en frío,
incluido un sistema multiciudad en el que las claves privadas se dividían en diferentes segmentos y se
dispersaban por todo el país. Al igual que el rompecabezas Horrocrux de la serie de Harry Potter, el
sistema dependía de que diferentes personas encontraran y volvieran a ensamblar las diferentes piezas
para volver a crear una clave privada que contuviera un almacén de bitcoins. Era una forma
inteligente de proteger las reservas de Coinbase, pero, tras el hackeo de la hot wallet de la empresa,
Brian y los demás se sintieron menos seguros.
En respuesta, la empresa contrató a Andreas Antonopoulos, un respetado experto en bitcoin, para
que realizara una auditoría de sus servicios de almacenamiento en frío. Utilizando una serie de
muestras aleatorias, Antonopoulos comprobó si las claves privadas repartidas por todo el país
realmente desbloqueaban la disponibilidad de bitcoins que se suponía que debían guardar. Brian
respiró más tranquilo cuando la auditoría de Antonopoulos salió limpia.
Sin embargo, los hackers que robaban a mansalva eran solo una de las especies de delincuentes a los
que se enfrentaba Coinbase. Mucho más numerosos fueron los estafadores que utilizaban trucos en
lugar de la piratería para robar bitcoins. En una estafa común, estos delincuentes compraban
credenciales de cuentas bancarias robadas en sitios poco fiables de Internet y luego se registraban
como clientes de Coinbase. A continuación, compraban bitcoins con los fondos de las cuentas
bancarias robadas, con la esperanza de llevar los bitcoins a otro monedero antes de que el banco o
Coinbase se dieran cuenta de lo ocurrido. Para Coinbase, estas estafas suponían un doble desastre: no
solo la empresa perdía bitcoins, sino que el banco restablecía la pérdida del cliente víctima
recuperando los fondos que Coinbase había recibido. Una variante de esta estafa consistía en que los
ladrones compraban bitcoins a pesar de no tener fondos en su cuenta bancaria para pagar a Coinbase.
En ese momento, Coinbase hacía esperar a los clientes tres días antes de entregarles los bitcoins que
habían comprado, el tiempo que tardaban en confirmar, según el sistema bancario, si el cliente tenía
realmente los fondos necesarios. Brian, sin embargo, creía que Coinbase tenía la oportunidad de
impulsar el negocio ofreciendo a los clientes un servicio en el mismo día y entregar bitcoins en una
hora. A pesar de los ruegos de Craig y Olaf, que le advirtieron que el plan sería un filón para los
estafadores, Brian siguió adelante. Gran error. Tardó menos de un día en darse cuenta de que el
servicio en el mismo día era un fiasco, ya que el 10% de las transacciones de la empresa se
consideraron fraudulentas, lo que le costó a Coinbase tanto dinero como bitcoins. El equipo se
refirió irónicamente al problema como el «fraude amistoso».
El equipo también tuvo que enfrentarse al incómodo hecho de que algunos de sus clientes trataban
a la empresa como su agente personal de blanqueo de dinero para una serie de delitos. Entre ellos,
había operadores de ransomware que bloqueaban los ordenadores de empresas, ciudades y escuelas, y
solo los desbloqueaban cuando las víctimas pagaban un rescate en bitcoins. Una vez que los
delincuentes habían cobrado sus rescates, un sitio como Coinbase ofrecía un lugar excelente para
convertir esos bitcoins en dólares estadounidenses.
Coinbase no era la primera empresa que se convertía en agente involuntario del blanqueo de
dinero. Los extorsionistas y los narcotraficantes han utilizado durante mucho tiempo servicios de
transferencia de dinero como Western Union e incluso las tarjetas de regalo de Apple como forma de
blanquear su botín mal habido. Pero, a diferencia de Western Union y Apple, Coinbase no gozaba
de décadas de buena reputación. Y, lo que es peor, operaba con bitcoins, lo que ya era una señal de
alarma. Si los delincuentes se lanzaban sobre Coinbase, una serie de poderosas agencias no tardarían
mucho tiempo en cerrarla.
Olaf, que ya estaba abrumado por miles de solicitudes de atención al cliente, hizo todo lo posible
por aplastar a los ladrones que se arrastraban como cucarachas de una cuenta de Coinbase a otra. Si
veía una actividad que parecía de blanqueo de dinero, cortaba al cliente infractor y presentaba un
documento llamado «Informe de actividad sospechosa» ante el Tesoro de los Estados Unidos, un
proceso que más tarde describió como «cubrirse el trasero».
El proceso funcionó durante un tiempo y mantuvo a Coinbase en las buenas manos de las fuerzas
del orden, aunque a duras penas. Por su parte, Fred Wilson había visto suficiente. El voluble patrón
de la empresa advirtió a Brian y a Fred que correr a través de paredes de ladrillo estaba bien, pero no
cuando se trataba de reguladores federales como el Servicio Secreto de los Estados Unidos y la Red de
Ejecución de Delitos Financieros. Coinbase necesitaba la supervisión de un adulto en la forma de un
oficial de cumplimiento, tanto si los fundadores lo querían como si no.
Así, Martine Niejadlik se incorporó a Coinbase en otoño de 2013 como la cuarta empleada.
Martine, una neoyorquina con una gran mata de pelo crespo, era una veterana de una generación
anterior de startups financieras, como PayPal, y había ayudado a desarrollar la famosa métrica
crediticia conocida como la calificación FICO (por su sigla en inglés, Fair Isaac Corporation).
Además de su experiencia en el mundo real, también aportó la primera dosis de diversidad a la
cultura centrada en la hermandad de Coinbase: era la primera mujer, la primera madre y la primera
cuarentona. Fred Wilson la convenció personalmente de que se uniera a la empresa, haciendo
hincapié en que la startup de bitcoin estaba en camino de crecer y dispararse como un cohete y que
necesitaba a Martine para mantenerlo estable.

•••

Adam White no había estado antes en un cohete, pero sí en muchos aviones de combate. El que
fuera comandante de las Fuerzas Aéreas de EE.UU. había llevado a cabo docenas de misiones con un
F-16 sobre Irak y Afganistán y, a pesar de su comportamiento apacible, aportaba una insaciable
intensidad a cualquier tarea. Tras una primera carta de rechazo de la Harvard Business School,
mientras estaba en la Fuerza Aérea, redujo su horario de sueño a cuatro horas por noche para
preparar setenta y dos versiones de una segunda solicitud.
Eso fue lo que hizo. Entró en Harvard pero, como uno de los primeros creyentes en el bitcoin,
descubrió para su consternación que nadie que dirigiera la prestigiosa escuela de negocios tenía
tiempo para la criptomoneda. «Se suponía que era el West Point del capitalismo, así que me pareció
extraño que la idea de un sistema privado de dinero no fuera bien recibida. Intenté escribir sobre el
bitcoin para uno de mis trabajos de economía y mi profesor me dijo que no lo hiciera», recuerda.
Al graduarse, Adam siguió el camino predecible de otros graduados de escuelas de negocios: hizo
una temporada en Bain & Company y, luego, como gerente de producto en una empresa de
videojuegos. Pero su fiebre por el bitcoin seguía ardiendo. Cuando se presentó en Coinbase, Fred y
Brian, fieles a su estilo, lo pusieron a prueba con un elaborado acertijo lógico. Se trataba de personas
varadas en una isla que solo podían salir de ella si adivinaban el color de sus ojos basándose en una
pista de un gurú de ojos verdes. Adam, al darse cuenta de que el problema se basaba en el
razonamiento deductivo, lo resolvió, lo que llevó a los fundadores de Coinbase a invitarlo a un
período de prueba —pagado íntegramente en bitcoins— en el que debía dar de alta a comerciantes
locales para que aceptaran pagos con bitcoins. Era una tarea difícil, dado el inestable estatus de la
moneda digital en el mundo real, pero Adam no se dejó intimidar. Con las exhortaciones de Fred
Ehrsam sobre «correr a través de paredes de ladrillo» resonando en sus oídos, envió trescientos
correos electrónicos a puerta fría (cold-pitch email), el seguimiento de la tasa de respuesta se
consignaba en una hoja de cálculo. Funcionó. Al final de su período de prueba, Adam había
convencido a una aerolínea, una tienda de yogur helado y un sitio de redes sociales para que
conectaran sus sistemas de pago a Coinbase y aceptaran pagos en bitcoin.
«Estás contratado», le dijo Fred, y lo dejó libre para que reclutara a más comerciales. Adam
prosperó en el puesto, firmó diez negocios de mil millones de dólares en bitcoins en un año y
disfrutaba de la cultura de los adictos al trabajo. «Coinbase era muy jerárquica, como el ejército —
recuerda—. Yo idolatraba a Fred como líder. Era la mezcla de un desarrollador de software de élite y
un operador de Goldman Sachs».
La llegada de Adam en octubre de 2013 coincidió con una oleada de nuevos clientes para Coinbase
mientras las cifras mensuales de la empresa seguían su mágica trayectoria hacia arriba y hacia la
derecha. Entre tanto, las noticias sobre el bitcoin se extendían más allá de los pasillos tecnológicos de
San Francisco, ya que la prensa generalista comenzó a escribir historias serias sobre la creación de
Satoshi. En gran parte, esto tuvo que ver con el precio del bitcoin, que superó los 100 dólares en el
verano de 2013 y siguió subiendo. Pero también tuvo que ver con novedades como los cajeros
automáticos de bitcoin que aparecían en las cafeterías y una creciente horda de arte y productos, que
significaba para todos que una nueva tribu estaba en la ciudad.
El zumbido del bitcoin en el aire también electrizó el piso convertido en oficina del equipo de
Coinbase en la calle Bluxome, ya que un flujo constante de peregrinos de bitcoins se dejó caer por
allí. Entre ellos se encontraban personas que se convertirían en algunas de las figuras más famosas de
la camarilla de las criptomonedas. El capitalista de riesgo Marc Andreessen pasó por allí, al igual que
Tyler y Cameron Winklevoss, los remeros de Harvard que recibieron una gran indemnización legal
de Mark Zuckerberg por la fundación de Facebook y la invirtieron en una fortuna en bitcoins.
Apareció un visionario y fanático de las criptomonedas llamado Balaji Srinivasan. Craig y los demás
pensaron que parecía un cruce entre un traficante de drogas y sin techo, con sus Nike rotas y sus
pantalones de deporte manchados, pero se quedaron prendados. Balaji parecía un vagabundo, pero
hablaba como un profesor de la Ivy League, podía dar una conferencia improvisada sobre la obra del
economista político Albert Hirschman. Un adolescente escuálido llamado Vitalik Buterin, que
pronto inventaría la criptomoneda más importante después del bitcoin, también pasaba los días
dando vueltas por la oficina de Coinbase.
No todos los visitantes de Bluxome Street fueron tan bienvenidos. En varias ocasiones, aparecieron
en la puerta clientes furiosos de Coinbase, exigiendo explicaciones sobre el fallo que había sufrido su
cuenta. Olaf o Craig hacían todo lo posible por asegurar al cliente que sus bitcoins estaban a salvo y
lo devolvían a la calle. En otra ocasión, apareció en la puerta un acosador, un joven que explicó que
había estado observando a ese «chico tan guapo», Fred, y que había obtenido la dirección de
Coinbase de un repartidor de burritos. ¿Les gustaría contratarlo? También a él lo invitaron a salir.
A finales de 2013, Coinbase también contrató a su primer abogado, Juan Suárez, un joven de
veinticinco años de aspecto juvenil, con ojos profundos y una mata de pelo oscuro, que había sido
asistente del futuro juez del Tribunal Supremo Neil Gorsuch y seguía la trayectoria profesional de los
abogados llamada Big Law. Aburrido como una ostra por las largas jornadas de revisión de las
hipotecas de alto riesgo, Suárez se pasaba las noches merodeando por los foros de Reddit y leyendo
sobre bitcoin. Cuando vio que Coinbase estaba contratando, reconoció su liberación. «Estaba
escribiendo una porquería de litigio multidistrito sobre las hipotecas de Countrywide, así que pensé
“a la mierda”. Preparé un paquete de diapositivas sobre cómo podía ayudar a Coinbase. Martine me
dijo que había recibido muchas solicitudes más cualificadas, pero que le gustaba mi presentación»,
recuerda.
Juntos, Martine y Juan empezaron a imponer algo de orden en el enfoque desdeñoso de Coinbase
respecto a los registros legales y financieros. También iniciaron una serie de visitas diplomáticas al
Servicio Secreto, al FBI, a Seguridad Nacional y a otras poderosas agencias, para explicar el potencial
del bitcoin y asegurarles que Coinbase no era una fachada de lavado de dinero. Al encontrar aliados
inesperados, como la fiscal Katie Haun, su mensaje empezó a resonar y Coinbase comenzó a adquirir
un tenue halo de respetabilidad.
Presidiendo, como un par de instructores, estaban Brian y Fred. Acurrucados en un centro de
mando en el piso superior del apartamento Bluxome, la pareja irradiaba energía y adicción al trabajo.
Si el mantra de Fred era «correr a través de paredes de ladrillo», el de Brian era «auriculares puestos».
Si el equipo de Coinbase veía la cabeza calva de Brian envuelta en latas gigantes, era una señal para
mantenerse alejado. «Brian transmitía esa sensación de “no me molestes” cuando tenía los auriculares
puestos. Ni siquiera pases por delante de él cuando está en la zona», recuerda Juan.
La cultura fría y directa de Coinbase llevaría más tarde a Bloomberg Businessweek a describir a Brian
y Fred como «banqueros suizos vulcanos… no intentes hacerlos reír». Mientras tanto, la ya ardua
cultura de contratación de la empresa —con sus períodos de pruebas en los que se trataba de
hundirse o salir a flote y los acertijos de las entrevistas al estilo de Google— se hizo aún más intensa
con una práctica llamada «subir o bajar los pulgares». Todos los que habían entrevistado a un posible
empleado se reunían en una sala y, a la vez, bajaban o subían los pulgares al estilo Gladiador. Un solo
pulgar hacia abajo solía condenar a un candidato.
Para Juan, la cultura de Coinbase podía ser extrema, pero no lo perturbó. «Me pareció divertida. Si
quieres hablar de una cultura “fría y dickensiana”, prueba a trabajar en un gran bufete de abogados»,
dice.
Sin embargo, el enfoque imperativo de Fred y Brian en la gestión comenzó a causar que otros
empleados de Coinbase estuvieran nerviosos y agotados. La incesante exhortación de Fred a atravesar
los muros, al principio inspiradora, se convirtió en algo intimidante y la startup corría el riesgo de
colapsar bajo su propia intensidad.
Entonces, en diciembre de 2013, llegó Nathalie McGrath, una joven con alma, ojos azules y pelo
castaño. Nathalie se había curtido profesionalmente dirigiendo operaciones y atendiendo la recepción
del programa de MBA de la Universidad de Stanford, un lugar poblado por los mismos esforzados
jóvenes que encontró en Bluxome Street. En su entrevista con Coinbase, Brian y Fred le plantearon
un problema de lógica aplastante en el que un cruel faraón obligaba a sus súbditos a elegir entre un
tarro de canicas blancas o negras. La elección equivocada significaba la muerte. Cuando Nathalie les
preguntó por qué el faraón hacía esto —una pregunta fuera del alcance del problema— un
impaciente Brian respondió que «los esclavos se están rebelando y tenemos que dar el ejemplo».
«Bueno, yo dejaría de lado las canicas y haría que los esclavos fueran más productivos», respondió
Nathalie. Fred declaró que esto era una tontería. Pero a Brian le gustó la respuesta y decidió que un
pensamiento tan poco convencional debía ser recompensado. Poco después, Nathalie fue contratada.
Ella y Juan Suárez fueron los contratados número seis y siete.
Coinbase tenía todo lo que necesitaba una startup, dinero y mentores, y codificadores con mucho
empuje, excepto una cosa. La empresa, como muchas otras de Silicon Valley, carecía de inteligencia
emocional. Con la llegada de Nathalie como jefa de personal, esta situación empezó a cambiar.
Encargada de organizar el primer retiro de Coinbase, Nathalie rechazó hábilmente la idea de Brian
y Fred de hacer una salida de «caza y recolección» que requeriría que cada empleado cazara su propia
comida. En su lugar, Nathalie organizó un viaje al Napa Valley y varios días de juegos en equipo
entre borracheras y jacuzzis.
La salida funcionó. Las sutiles atenciones de Nathalie suavizaron las partes más ásperas de la
empresa y el equipo de Coinbase empezó a congeniar como nunca antes. Incluso los dos banqueros
vulcanos ampliaron su profundidad emocional, aunque a menudo entre ellos. Años más tarde, Fred
recordaría cómo él y Brian llevaron su «romance» a un nuevo nivel durante un viaje a Oahu, en el
que repasaron juntos una serie de treinta y seis preguntas presentadas en un artículo de New York
Times como forma de profundizar la intimidad.
Mientras tanto, las cifras mensuales de la startup, siempre hacia arriba y hacia la derecha,
comenzaron a parecerse a otra invocación sagrada de Silicon Valley: el palo de hockey. La frase
«crecimiento en forma de palo de hockey» implica un repentino bandazo hacia arriba, y esto es lo
que tuvo Coinbase hacia finales de 2013, cuando la empresa se acercó rápidamente a un recuento de
un millón de clientes. Todo esto fue impulsado por un asombroso salto en el precio del bitcoin, que
superó los 200 dólares en octubre, luego, los 500 dólares en noviembre y más de 1000 dólares en
diciembre. El primer gran boom del bitcoin estaba en pleno apogeo. Y Coinbase, que había sudado
para conseguir una serie A de 5 millones de dólares a principios de año, tenía ahora a los principales
inversores de capital riesgo de Silicon Valley haciendo cola para lanzarles dinero. Así que lo
aceptaron. Días antes de que 2013 llegara a su fin, poco más de un año después de su apertura,
Coinbase cerró una ronda de serie B de 25 millones de dólares, de lejos la mayor inversión de la
historia en criptomonedas. Era el momento de celebrarlo.

•••

«¡Bang! ¡Bang!» Las balas destrozaron los objetivos en un campo de tiro en el sur de San Francisco.
Brian y el resto del equipo de Coinbase gritaban de alegría cuando sus disparos daban en el blanco,
por el regocijo de estar en la cima del mundo de las criptomonedas. Martine, la responsable de
compliance, disparaba junto a sus colegas de Coinbase. Allí, en la plataforma de tiro, escuchaba el
ruido de las pistolas cuando, de repente, sintió un punto de ardor en la mejilla. Un casquillo caliente
había salido disparado de un arma y la había chamuscado. ¿Era una señal?
4
Explosión

El sol salió sobre las colinas salpicadas de robles al este de San Francisco en una mañana clara y fría.
Era el día de Año Nuevo de 2014, un año que traería la desgracia del comediante Bill Cosby y el
nombramiento de Janet Yellen como primera mujer al frente de la Reserva Federal. En el extranjero,
los Estados Unidos se enfrentaban al auge de un grupo terrorista llamado ISIS, mientras que, en el
país, las parejas homosexuales recurrían a los tribunales para obtener el derecho al matrimonio. En
Silicon Valley, los inversores en tecnología hicieron sus primeras inversiones en una empresa de
colchones que se enviaban en una caja, llamada Casper, y en una peculiar herramienta de trabajo
llamada Slack, mientras que la revista Forbes aclamaba un servicio de transporte llamado Uber como
una de las empresas más atractivas del año. Y mientras Brian y el equipo de Coinbase se sacudían la
resaca de Año Nuevo, San Francisco seguía hablando del bitcoin.
La moneda digital había retrocedido desde su vertiginoso máximo de 1100 dólares en diciembre,
pero seguía rebotando en torno a los 800 dólares, una evolución sorprendente si se tiene en cuenta
que un bitcoin se vendía a 13 dólares a principios de 2013. Y lo que es mejor, la nube reguladora que
rodeaba al bitcoin había empezado a disiparse luego de que un abogado llamado Patrick Murck
testificara ante el Senado de Estados Unidos en noviembre de ese año acerca de los beneficios de una
moneda digital descentralizada. Para sorpresa de muchos, los senadores se mostraron interesados e
incluso animados por el bitcoin. Para Murck, que testificó como asesor general de un nuevo grupo
llamado Fundación Bitcoin, la audiencia fue la culminación de un año de duro trabajo. Murck y una
extraña variedad de otros defensores del bitcoin lanzaron la fundación como una especie de cámara
de comercio de las criptomonedas y presionaron para otorgar un aire de respetabilidad a la creación
de Satoshi.
No solo floreció el bitcoin. Surgieron otras criptomonedas con sus propios seguidores y que, como
el bitcoin, podían cambiarse por dinero del mundo real. Entre ellas se encontraba Litecoin, la
variante de bitcoin creada por Charlie Lee, de Coinbase, pero también creaciones extravagantes como
Dogecoin, una moneda novedosa inspirada en un meme sobre un perro Shiba Inu, pero que llegó a
valer decenas de millones de dólares en el mundo real. Mientras tanto, un visionario programador,
llamado Jed McCaleb, que había fundado la mayor bolsa de criptomonedas del mundo, ayudó a
lanzar una moneda versátil llamada Ripple antes de incubar otra llamada Stellar. En la actualidad,
Ripple y Stellar tienen un valor conjunto de más de 10.000 millones de dólares.
Mientras tanto, a Coinbase le llegó la competencia. Barry Silbert, uno de los primeros inversores
de la compañía, lanzó una empresa llamada Grayscale, que vendía bitcoins en forma de acciones en
un fideicomiso, lo que permitía a los fondos de inversión, cuyos estatutos les prohibían comprarlo
directamente, adquirir exposición al bitcoin. Eso no fue todo. Cameron y Tyler Winklevoss, los
gemelos que habían convertido su fortuna de Facebook en un tesoro de bitcoins, respaldaron una
empresa llamada BitInstant. Al igual que Coinbase, BitInstant ofrecía a los consumidores ordinarios
una fácil rampa de acceso al mundo de las criptomonedas, así como un servicio para que los
comerciantes aceptaran bitcoins. A diferencia del frío Brian, el «banquero de Vulcano» de Coinbase,
su director general era un payaso de veinticuatro años con propensión a las fiestas, que ocupaba la
vicepresidencia de la Fundación Bitcoin. Y, a finales de 2013, un grupo de capitalistas de riesgo
apostó por una empresa llamada Circle para desafiar a Coinbase, mientras que Xapo —el servicio que
almacenaba bitcoins bajo una montaña— lanzó también una herramienta para facilitar la compra de
criptodivisas.
Aunque Coinbase tenía más competidores que nunca, eso apenas importó durante la bonanza del
bitcoin de principios de 2014. Por primera vez, una avalancha de clientes de bitcoins significaba que
el pastel estaba creciendo y que había suficiente para todos. Para Coinbase, que se llevaba una parte
de cada compra, la avalancha de novatos también supuso un aumento de los ingresos. Los números
mensuales se leen muy arriba y muy a la derecha: un aumento anual del 7000% en clientes. Mientras
tanto, Adam White, el infatigable veterano de los aviones de combate, convencía a más y más
comerciantes para que aceptaran el bitcoin. Y ya no eran solo los oscuros vendedores de helados los
que se apuntaban. En un bombardeo de ventas, White también convenció a una serie de gigantes,
como Overstock, Expedia y Dell, para que probaran la criptodivisa. Poco después, aumentó el caché
de Coinbase al firmar un contrato para que la empresa proporcionara servicios de bitcoin a Burning
Man, la bacanal tecnológica repleta de drogas que se celebra en el desierto de Nevada cada agosto.
Todas las inscripciones de comerciantes, combinadas con el rugido del mercado de consumo,
significaron que 2014 debería haber visto los resultados de Coinbase con una curva de crecimiento
parecido a un palo de hockey digno de Wayne Gretzky.
No ocurrió.

•••

A principios de febrero, un joven francés llamado Mark Karpelès estaba sentado en un apartamento
de Tokio con Tibanne, su gato atigrado naranja y blanco. Estaba nervioso. Era un inadaptado social,
que se había hecho famoso en los círculos de criptomonedas como MagicalTux, el nombre de
usuario que utilizaba para dirigir Mt. Gox, la mayor exchange de bitcoins en el mundo. Él no había
creado Mt. Gox. Fue obra del programador Jed McCaleb, que había lanzado el sitio para
intercambiar cartas del juego Magic: The Gathering. De ahí el nombre: Mt. Gox significaba Magic the
Gathering Online Exchange. Pero McCaleb pronto reconvirtió el sitio para que los usuarios
intercambiaran bitcoins en lugar de cartas, antes de vender Mt. Gox a Karpelès en 2011. Karpelès, a
pesar de su temor, convirtió Mt. Gox en un coloso, aceptaba transferencias bancarias de todo el
mundo mientras su sitio se convertía en el principal destino del bicoin. También se convirtió en
director de la Fundación Bitcoin. En 2013, el 70% de todas las compras y ventas de bitcoins se
realizaban en Mt. Gox. Pero, ese día de febrero, Karpelès estaba nervioso, y por una buena razón.
Mientras estaba sentado acariciando a su gato, en la pantalla de su ordenador apareció un aluvión de
correos electrónicos y mensajes de Reddit, todos con la misma pregunta: ¿Dónde está mi dinero? Los
mensajes llevaban días llegando y cada oleada era más insistente que la anterior. Karpelès sabía la
respuesta a su pregunta. Era simple: el dinero había desaparecido. Y el dinero había desaparecido
porque los hackers habían entrado en los servidores de Mt. Gox y les habían quitado más de 740.000
bitcoins, una suma que en ese momento valía más de 500 millones de dólares. La crisis alcanzó un
punto álgido cuando un cliente llamado Kolin Burges apareció en las calles de Tokio durante dos
semanas con un cartel que decía: «Mt. Gox, ¿dónde está nuestro dinero?». Mientras el pánico
aumentaba y los precios se desplomaban, Karpelès vacilaba. Roger Ver, el libertario conocido como
Bitcoin Jesus, voló el viernes, para ofrecerse a ayudar a Karpelès a salvar el desorden, pero, para su
consternación, Karpelès propuso relajarse durante el fin de semana y solucionar el desorden el lunes.
Barry Silbert, uno de los primeros inversores de Coinbase, recibió una llamada en la que se le
preguntaba si quería comprar Mt. Gox. Se negó.
«Vi que eran insolventes. Llamé al FBI», recuerda Silbert.
En otra jugada desesperada, los que trabajaban con Karpelès se repartieron un memorándum en el
que, con franqueza, se describía el desastre que ocurría con el bitcoin y cómo se podía mitigar. Pero,
el 24 de febrero, un prominente empresario de bitcoin llamado Ben Davenport filtró el documento a
un ex banquero llamado Ryan Selkis, que se había convertido en un influyente bloguero de
criptomoneda, con el nombre de Two Bit Idiot. Selkis lo publicó y confirmó al mundo que Mt. Gox
estaba acabado y que muchos devotos propietarios de bitcoins habían sido eliminados. El boom
había terminado.
En San Francisco, el equipo de Coinbase vio cómo se desarrollaba el desastre y exhaló
colectivamente con alivio, sabiendo que habían hecho una apuesta inteligente para evitar la ruina.
Como muchos otros negocios de bitcoins, Coinbase había confiado en Mt. Gox como fuente de
liquidez de bitcoins para las transacciones diarias durante la mayor parte de su primer año. La
empresa realizaba cálculos para predecir cuántos bitcoins necesitaría para satisfacer la demanda de los
clientes en un periodo determinado, obtenía los bitcoins de Mt. Gox y, gracias al genio para las
operaciones de Fred, nacido en Goldman Sachs, incluso establecía coberturas para beneficiarse de las
oscilaciones de los precios del conjunto de bitcoins. El sistema funcionó durante la mayor parte de
2013 hasta que, en palabras de Olaf: «Mt. Gox empezó a ponerse raro».
Charlie Lee también recuerda una serie de señales de advertencia que sugerían que la gigantesca
exchange dirigida por el francés y su gato se encaminaba a una explosión a escala de Chernobyl. «Mt.
Gox acreditó un millón de dólares que no nos pertenecía en la cuenta de Coinbase. Era dinero
creado de la nada, porque Mt. Gox no podía leer la blockchain de bitcoin —dice—. Fred vio que
algo fallaba y sacó a Coinbase a tiempo».
No todos fueron tan afortunados. Al igual que la quiebra de un gran banco inflige daños
colaterales a lo largo y ancho, la debacle de Mt. Gox acabó con las empresas que dependían de la
exchange para obtener liquidez, así como con miles de inversores particulares. Mientras tanto, el
precio del bitcoin se hundió. A principios de febrero, quedó claro que las vertiginosas alturas de 1100
dólares de diciembre habían sido una burbuja. La burbuja había estallado. El colapso de Mt. Gox
hizo caer el precio hasta cerca de los 500 dólares y esto fue solo el comienzo de una larga y dolorosa
caída. Pasarían años antes de que un bitcoin volviera a venderse a 1000 dólares.
Cuando los precios cayeron, también lo hizo la reputación del bitcoin. La moneda digital había
disfrutado de un breve roce con la respetabilidad gracias a la audiencia del Senado de 2013 y al
trabajo de la Fundación Bitcoin, que había tratado de actuar como un grupo comercial ordinario.
Pero, en 2014, la fundación estaba en desgracia y en desorden. Karpelès dimitió como director a raíz
de la catástrofe de Mt. Gox, mientras que el bloguero Selkis (alias Two Bit Idiot) —que había
denunciado todo el asunto— exigió que los hombres que ejercían las funciones de presidente y
director ejecutivo de la fundación también dimitieran. Selkis criticó a los dos por no haber advertido
al mundo del bitcoin sobre el inminente colapso de Mt. Gox y los acusó de confabularse con
Karpelès para proteger su dinero personal. Mientras tanto, otra cara de la fundación tuvo sus propios
problemas. Charlie Shrem, el director general del rival de Coinbase, BitInstant, había desoído los
consejos de los gemelos Winklevoss de dejar los cócteles y la vida en los clubes y centrarse en dirigir
su negocio de bitcoins. Una parte importante de la gestión de un negocio de este tipo era mantenerse
en el lado correcto de los reguladores, pero Shrem lo había ignorado hasta que, al regresar de un viaje
al aeropuerto JFK, los agentes de la DEA lo recibieron con cargos criminales, entre los que se
incluían el lavado de dinero. Shrem se declararía culpable de cargos menores y cumpliría más de un
año en una prisión federal, uno más del creciente número de delincuentes relacionados con el
bitcoin.
En mayo, la Fundación nombró a otras personas para reforzar sus mermadas filas, entre las que se
encontraba una antigua estrella infantil de las películas de Disney Mighty Ducks (que, en España se
tradujo como Somos los mejores y, en Hispanoamérica como Los patos machos o Los campeones),
llamado Brock Pierce. El nombramiento provocó una oleada de críticas por parte de otros miembros,
que estaban horrorizados por el problemático pasado de Pierce, que incluía una demanda presentada
por antiguos empleados que alegaban que había utilizado drogas para obligarles a mantener
relaciones sexuales cuando eran menores.
Fundada como la versión bitcoin de una cámara de comercio, en 2014, la fundación se parecía
mucho más a una pandilla de ladrones y estafadores. La buena voluntad que el grupo había
acumulado se había dilapidado varias veces.
Peor aún, las travesuras de la torpe Fundación Bitcoin palidecían al lado de lo que hacían los
delincuentes serios con la moneda. A finales de 2013, los medios de comunicación informaron de la
detención de Dread Pirate Roberts, el cerebro del mercado mundial de drogas conocido como La
ruta de la seda. En un momento digno de Hollywood, unos agentes del FBI disfrazados abordaron a
Dread Pirate (Ross Ulbricht) en una biblioteca de San Francisco y, lo que es más importante, le
arrebataron su ordenador portátil antes de que pudiera cerrar la tapa y cifrar todos los datos que
contenía. El portátil contenía mucha información sobre el extenso imperio criminal de Ulbricht,
incluidas las claves de sus vastas reservas de bitcoin, la moneda que hizo posible La ruta de la seda.
La detención de Dread Pirate Roberts también llevó dos nuevos objetivos a la fiscal estrella Katie
Haun. Desde el momento en que su jefe le pidió que abriera el expediente de FNU LNU para
perseguir el bitcoin, Haun se había convertido en una experta en la moneda digital. No solo había
aprendido los entresijos de las claves privadas y la encriptación, sino que había empezado a enseñar a
los investigadores de otras agencias, como Hacienda y la DEA, cómo funcionaba la criptodivisa.
Mientras tanto, resultó que dos agentes federales no solo conocían el bitcoin, sino que lo habían
utilizado como una forma de llenarse los bolsillos durante la investigación para acabar con La ruta de
la seda. Uno de ellos, el agente especial del Servicio secreto Shaun Bridges, había robado en las
cuentas de La ruta de la seda al menos 1500 bitcoins, con un valor de más de 800.000 dólares en ese
momento, que pertenecían al gobierno estadounidense. Y Carl Mark Force IV, de la DEA, hizo algo
mucho peor. Force no solo robó de las cuentas de La ruta de la seda, sino que vendió pistas falsas de
las fuerzas del orden a Dread Pirate Roberts, a la vez que lo chantajeaba. Y, en un momento
surrealista, escenificó el asesinato de un informante y le cobró a Dread Pirate en bitcoins por el falso
golpe, e incluso le envió fotografías sangrientas para mostrar la dolorosa muerte del informante. Sin
embargo, los policías corruptos cometieron errores groseros, como comunicarse con Dread Pirate
desde sus ordenadores de trabajo y, en el caso de Bridge, decirle a la gente, incluida la fiscal Katie
Haun, que era la persona clave en todo lo relacionado con el bitcoin para el gobierno
estadounidense. Haun hizo un trabajo fácil en todo este lío y finalmente ayudó a enviar a Bridges y
Force a la cárcel, así se desencadenó otra ronda de titulares sobre el bitcoin y el crimen. Los agentes
corruptos no serían la última acusación de Haun relacionada con el bitcoin. Poco después, dirigiría
una investigación para acabar con BTC-e, una infame exchange de bitcoins dirigida desde la sombra
por un ruso, que servía como servicio de blanqueo de dinero para delincuentes de todo el mundo.
Las noticias en torno al bitcoin tras el colapso de la burbuja de 2013 fueron a menudo sombrías,
pero también hubo momentos cómicos. El más notable se produjo en marzo de 2014, cuando la
revista Newsweek, que había abandonado brevemente su actividad, volvió a los quioscos con una
primicia sobre el bitcoin para acabar con todas las primicias: había descubierto la identidad de
Satoshi. En un llamativo artículo de portada, la revista reveló que el creador del bitcoin se había
escondido a plena vista en las afueras de Los Ángeles, y que era un japonés-americano de 64 años
llamado Dorian Satoshi Nakamoto, que vivía con su madre. La historia llevó a un enjambre de
periodistas a perseguir a Dorian Nakamoto por las autopistas de Los Ángeles. En el restaurante en el
que se sentó Nakamoto, se descubrió que el supuesto creador de la criptomoneda no sabía nada de
ella. Al día siguiente, una cuenta inactiva hacía mucho tiempo, vinculada con el verdadero Satoshi,
publicó un simple mensaje: «No soy Dorian Nakamoto».
La credibilidad de Newsweek se vino abajo cuando todo el mundo, excepto la propia revista, estuvo
de acuerdo en que la gran revelación sobre el bitcoin fue un fracaso. Mientras tanto, un grupo de
promotores de bitcoin de larga data se apiadó del desventurado Dorian Nakamoto y reunió una
colecta de 67 bitcoins para suavizar su calvario. Años más tarde, el anciano, que cobraría las
donaciones por cientos de miles de dólares, se convertiría él mismo en un entusiasta del bitcoin y
aparecería como una amable curiosidad en conferencias de criptomonedas. Y, como tantas otras cosas
relacionadas con el bitcoin, su cara de desconcierto se ha convertido en un meme que aparece
regularmente en Twitter y en los tablones de mensajes sobre criptomonedas. La aventura de
Nakamoto supuso un respiro cómico, pero, a mediados de 2014, el panorama del bitcoin era
sombrío. No se trataba solo de los golpes a la reputación que supuso la presencia de La ruta de la seda
y la continua asociación de la criptomoneda con la delincuencia. El problema mayor era que la
promesa original del bitcoin como nuevo método de pago revolucionario se estaba quedando muy
corta.
Aunque Coinbase y otros han facilitado la adquisición de bitcoins, sigue siendo un dolor de cabeza
gastarlos en el mundo real. Incluso, a medida que más comerciantes aceptaban la moneda, para
muchos era evidente que no era más que un truco. El invento de Satoshi resultó ser una forma
pésima de pagar, en parte porque podía tardar diez minutos o más en confirmar que una transacción
se había realizado. Y lo que es peor, el precio del bitcoin oscilaba tanto que el poder adquisitivo de un
consumidor podía disminuir un 20% en el espacio de una tarde. Aunque los incondicionales como
Olaf se esforzaban por vivir de ello, los consumidores corrientes disponían de un número cada vez
mayor de formas de pago, desde el rápido deslizamiento o el contacto de una tarjeta de crédito hasta
una nueva e ingeniosa aplicación P2P llamada Venmo. ¿Por qué iba alguien a pagar con esa cosa
lenta y dudosa llamada bitcoin?
Y cualquier esperanza de la gente de que el bitcoin fuera una forma de dinero inclusiva y
democrática se vio socavada por los estudios acerca de quiénes lo utilizaban. Los informes de los
medios de comunicación revelaron que los hombres representaban el 96% de los usuarios de la
moneda, una proporción que era muy masculina incluso para los estándares de Silicon Valley. No
ayudó el hecho de que, en algunos eventos de criptomonedas, aparecieran mujeres con poca ropa, lo
que representaba lo peor de la cultura de las promotoras de la industria tecnológica.
Y el precio siguió cayendo. Tras un breve repunte a principios del verano, en otoño de 2014, el
bitcoin cayó hasta los 400 dólares y siguió bajando. En 2015, el precio apenas superaba los 200
dólares, una baja de más de un 80% de sus máximos de finales de 2013.
Para muchos creyentes en el bitcoin, incluidos algunos en Coinbase, que ya contaba con casi
cincuenta empleados, el ambiente era sombrío.
Pero no todo el mundo pensaba así. En la víspera de Año Nuevo de 2014, diez meses después del
colapso de Mt. Gox, Olaf se quedó fuera de una fiesta en San Francisco por comprar bitcoins en su
teléfono. Extasiado, dijo a sus amigos: «¡Es increíble lo barato que está! Nunca volverá a estar a este
precio».
5
Tiempos difíciles

La filosofía de Fed y Brian de atravesar paredes de ladrillo le había servido mucho a la empresa, había
inspirado a los empleados a realizar hazañas casi imposibles en nombre del crecimiento. Pero, al igual
que Facebook, cuyo lema inicial era «muévete rápido y rompe cosas», Coinbase pagaría un precio por
su enfoque de correr y disparar. Correr a través de las paredes de ladrillo es una táctica fulminante,
cuando funciona. Cuando no lo hace, acabas en el suelo y con la nariz sangrando.
El intento anterior de Coinbase de burlar a Apple, por ejemplo, había sido inteligente. La empresa
pudo burlar las normas de Apple y permitió que los clientes compraran y vendieran bitcoins
directamente en su aplicación. El fabricante del iPhone lo ignoraba, porque se había desactivado la
función de compra-venta en la ciudad de Cupertino, donde la aplicación fue examinada. Pero Apple
solo tardó unos meses en descubrir la artimaña y Coinbase fue expulsada sin contemplaciones de la
App Store.
A veces, cuando Coinbase se estrellaba contra una pared de ladrillo, los fundadores descubrían que
no había nada al otro lado. Es lo que ocurrió después de que Adam White, antiguo capitán de las
Fuerzas Aéreas, hiciera un esfuerzo sobrehumano para inscribir a docenas de comercios para que
aceptaran bitcoins, entre ellos diez empresas con más de mil millones de dólares de ingresos. Brian y
Fred creían que las inscripciones abrirían una mina de oro y permitirían que Coinbase se llevara una
parte cada vez que un comerciante aceptara un pago en bitcoins. En teoría sonaba muy bien. En
realidad, requería un flujo constante de clientes que quisieran comprar café, muebles y todo lo demás
con bitcoins. Ese flujo fue más bien un goteo y, luego, incluso se secó. Como sucedería una y otra
vez en los años venideros, el intento de Coinbase de añadir una nueva línea de negocio fracasó.
«La empresa quería ser la mejor en todo —recuerda Craig Hammell, el tímido ingeniero que fue el
segundo empleado de Coinbase—. Pero el negocio de intermediación siempre fue el pan de cada
día».
La lucha por encontrar diversas líneas de negocio no es exclusiva de Coinbase. Otras empresas
tecnológicas de Silicon Valley, incluso las más grandes, siguen dependiendo en gran medida de un
negocio principal para el grueso de sus ingresos y especialmente de sus beneficios. Esto incluye a
Google y a su empresa matriz, Alphabet, que hace incursiones en todo, desde los coches sin
conductor hasta la biología humana. La mayoría de estas apuestas, sin embargo, pierde dinero, y
sigue siendo la publicidad del motor de búsqueda la que aporta la mayor parte del dinero que
impulsa a Google. Facebook, por su parte, ha fracasado repetidamente a la hora de atraer las compras
a su plataforma y su esfuerzo por entrar en el mercado de la telefonía móvil —en forma del efímero
teléfono de Facebook— sigue siendo uno de los espectaculares fracasos de la empresa. La cuestión es
que la diversidad de líneas para ganar dinero es una idea espléndida para una empresa, pero, como ha
descubierto Coinbase, es muy difícil de conseguir en la práctica.
En 2015, mientras la crisis del bitcoin se prolongaba, Brian seguía viendo el cielo azul. No le afectó
el hecho de que Coinbase hubiera comenzado el año con una ronda de financiación de 75 millones
de dólares, lo que elevó el total levantado desde la época de Brian en Y Combinator a 106 millones
de dólares. Entre los inversores, se encontraba la multitud habitual de capitalistas de riesgo, pero
también un nuevo conjunto de rostros de Wall Street, una señal de que el mundo tradicional de las
finanzas, que hasta el momento se había burlado de las criptomonedas, estaba empezando a tomarse
en serio el bitcoin. Entre los patrocinadores de Coinbase, se encuentran la Bolsa de Nueva York, el
gigante bancario USAA y el antiguo director general de Citigroup, Vikram Pandit.
Coinbase también estaba entrando en más países, en más de dos docenas en Europa, así como en
Canadá y Singapur. Y en un movimiento crítico, la empresa lanzó una exchange profesional. Mientras
que el producto original de Coinbase, de carácter minorista, permitía a los particulares comprar y
vender bitcoins, la exchange era una versión turboalimentada que permitía a los grandes operadores
entrar y salir de posiciones por valor de miles o millones de dólares. Para celebrar el lanzamiento, el
personal de Coinbase se puso un pijama y se quedó despierto toda la noche para el lanzamiento
matutino de la bolsa, cuyo nombre en clave es Moon Launch, un guiño a la frase favorita del mundo
de las criptomonedas, «a la luna», que invoca una carrera de precios que hace rico a todo el mundo.
La exchange también prometía una nueva línea de negocio en un momento en que los pagos con
bitcoins a comerciantes habían resultado ser un fracaso. El recorte de la empresa, en forma de
comisión, sería mucho menor que el 2% que pagan los inversores minoristas de Coinbase: solo 25
puntos básicos, o el 0,25%. Pero las operaciones serían mucho mayores: un fondo de cobertura que
comprara un millón de dólares en bitcoins pagaría a Coinbase 2500 dólares. Si la exchange se pusiera
en marcha, significaría que Coinbase podría reclamar clientes institucionales además de su base
principal de compradores minoristas de bitcoins.

•••

Una nueva inyección de dinero de los inversores y el lanzamiento de una exchange profesional estaba
muy bien, pero no compensaba la fea realidad de que el precio del bitcoin seguía estando por los
suelos, y que los volúmenes negociados también se habían estancado. Brian, por su parte, tenía que
aprender a liderar en tiempos difíciles y, a menudo, aprendía con lentitud. Sus deficiencias se
pusieron de manifiesto durante una gira por cuatro ciudades, de Londres a Helsinki, en la que tuvo
que despertar el interés por el bitcoin y Coinbase en toda Europa. Fue una experiencia incómoda
para un hombre que se siente más a gusto con los auriculares puestos, con la cara pegada a la
pantalla, codificando como un loco. Aquí, era un introvertido haciendo el trabajo de un extrovertido.
Ser director general requería vender, cortejar y hacer publicidad, y a Brian no le gustaba nada de eso.
Lo que le gustaba era construir y poner su pasión en los productos.
«El producto nunca es lo suficientemente bueno. A menudo me causa dolor físico pensar en el
estado de nuestro producto, especialmente cuando es lento, tiene errores o es incómodo. Es una
obsesión», escribiría más tarde Brian en una de sus muchas entradas del blog. Para un director
general introvertido, escribir en lugar de hablar resultó ser la mejor manera de decirles a su empresa y
a sus clientes lo que pensaba.
Normalmente, Fred, el comerciante de capa y espada, se encargaba del mundo exterior. Pero,
durante este viaje a Europa, Fred estaba ocupado con asuntos urgentes en Estados Unidos, y dejó
solo a Brian al frente de la operación. Mientras el tren llegaba a París antes de su aparición en la
nueva «Maison du bitcoin» (Casa del Bitcoin) de la ciudad, Brian miró el cielo nublado y sintió que
su energía flaqueaba. Como haría cada vez más a medida que avanzaba el viaje, se retiró al lugar que
más le gustaba: su mundo privado de «auriculares encendidos», en el que nada ni nadie podía
molestarlo. El hecho de adentrarse en este mundo interior —aunque no era lo ideal para conseguir
publicidad para Coinbase— le proporcionó a Brian su inusual capacidad de convocar la serenidad
incluso en las situaciones más estresantes.
Pero no sucedía lo mismo con los otros integrantes de Coinbase. En San Francisco, el ambiente era
cada vez más tenso. Coinbase ahora contaba con docenas de empleados y, en abril, el personal, junto
con Satoshi el pez betta, finalmente dejó el estrecho apartamento de Bluxome Street por una oficina
real en Market Street, la principal vía de la ciudad. Las nuevas instalaciones no ayudaron a disipar la
tristeza, ya que el precio del bitcoin caía cada vez más. Solo los verdaderos creyentes en el bitcoin,
como Olaf y Craig, permanecieron imperturbables. «Si te fijabas en cualquier otra métrica que no
fuera el precio del bitcoin, te daba mucha fe y confianza», recuerda Craig sobre el desánimo de 2014
y 2015.
La fe de los otros era menos sólida. Un tercio de los nuevos empleados de Coinbase abandonó la
empresa en 2015, lo que llevó a Nathalie a presionar a Brian y Fred para que realizaran una encuesta
de satisfacción en el lugar de trabajo. Ver los resultados los sacudió: los empleados estaban ansiosos y
la moral se hundía.
«¡A la mierda la moral! —gruñó Fred en respuesta a la encuesta—. Si no crees en el bitcoin y en
esta empresa, no deberías estar trabajando aquí». (Años más tarde, Fred, fantásticamente rico,
recordaría los tiempos de vacas flacas y reflexionaría: «Hubo mucha gente desafortunada que perdió
la fe»). Pero en 2015, el consejo de administración de Coinbase no lo veía como Fred. Ya preocupada
por el imperante estilo de gestión de los fundadores, como los comentarios de Brian del estilo: «Si lo
que me dices no me vuela la cabeza, no me interesa», la junta recurrió a un remedio conocido:
consultores y coaches. Brian y Fred no eran los primeros ejecutivos de Silicon Valley que necesitaban
limar sus asperezas, y la empresa se empeñó en formarlos.
No es que los fundadores carecieran de humanidad. Los empleados de Coinbase de toda la vida
describen a Brian y Fred como bruscos y un poco locos, pero también compasivos en los momentos
críticos. Adam, el piloto de las Fuerzas Aéreas, recuerda su amabilidad cuando se esforzaba por
trabajar mientras su madre perdía la batalla contra el cáncer. Craig, el tímido trabajador, recuerda
que los fundadores se desvivieron por celebrar su cumpleaños. Sin embargo, el comportamiento
cotidiano de Brian y Fred, sus expectativas de que los demás se ajusten a su estilo de vida adicto al
trabajo y su insensible desprecio por cuestiones como la moral de la oficina eran a menudo brutales,
y la junta directiva de Coinbase estaba decidida a arreglarlo.
Desgraciadamente, algunos de los remedios fueron contraproducentes. Brian adhirió a una moda
de gestión sectaria llamada «liderazgo consciente», que los empleados describieron como un híbrido
entre el New Age y un programa de recuperación de doce pasos. Lo compararon, de forma poco
amable, con algo sacado del programa de televisión satírico Silicon Valley. En nombre del
cumplimiento de un programa llamado «Los 15 compromisos», el liderazgo consciente animaba a los
empleados a utilizar un lenguaje y unos rituales extraños cuando se enfrentaban a conflictos tanto
grandes como pequeños. Estos consistían en dirigirse a los compañeros con la frase ¿Puedo aclararlo?
y luego presentar una lista de quejas formuladas en este estilo de lenguaje, por ejemplo: «Los hechos
son estos…», «La historia que me conté a mí mismo fue esta…», «¡Se alzaron las voces y te enfadaste!
Esto me provoca».
«Todo era una receta para la confusión y la agresión pasiva. Puede ser muy bueno para la
autorrealización, pero en el lugar de trabajo es una herramienta terrible», dice Nathalie, que, más de
una vez, se encontró llorando en el baño por los conflictos que se extendían por la empresa.
Para Brian, sin embargo, el liderazgo consciente era ideal. Para su mente de ingeniero, equivalía a
una ecuación para las emociones, una forma de reducir los sentimientos a una fórmula. En Silicon
Valley, donde se manejan datos, ese palabrerío tenía mucho sentido.

•••

En 2015, los vertiginosos días de los 1000 dólares del bitcoin eran un recuerdo lejano y la prensa y el
público en general recordaban las criptomonedas y las blockchains como una moda pasada, si es que
pensaban en ellas. En Coinbase, la empresa podía consolarse con su reputación de limpia en
comparación con el resto de la industria de las criptomonedas, pero en ese momento una serie de
eventos causó que incluso esta reputación estuviera en juego.
«La estrategia de Coinbase era ser el caballero blanco de las criptomonedas», dice el capitalista
Chris Dixon. Lo que significaba no participar en ninguna de las cosas turbias que habían dado al
bitcoin una mala reputación en otros lugares. En un sector en el que abundan las empresas
deshonestas, Coinbase quería destacar como una empresa honrada. Mirando hacia atrás, años más
tarde, el primer abogado de la empresa, Juan Suárez, dijo que la guía para el éxito de la empresa era
sencilla. «No nos hizo triunfar una gran estrategia —afirma—. Todo lo que teníamos que hacer era
decir: “No te dejes piratear, no infrinjas la ley y mantén una relación bancaria”».
Aunque el mundo lo viera así, Brian y Fred sabían que no era exactamente así. Coinbase ya había
sido hackeada una vez, aunque la empresa lo había mantenido en secreto. También echó a perder
una relación bancaria crítica.
Silicon Valley Bank, conocido como SVB, es sui generis en lo que respecta a los bancos. Está
construido por y para las maquinaciones empresariales de las startups tecnológicas de rápido
movimiento y su perfil de riesgo no se parece al de ningún otro banco. Ha dado vida financiera a
decenas de miles de startups. Al igual que el Banco de Magos Gringotts en la serie de Harry Potter o
el Banco de Hierro de Braavos en Juego de Tronos, SVB está dirigido por un conjunto particular de
banqueros con un código propio. ¿Una startup aún no tiene ingresos? No hay problema. El SVB está
hecho para las necesidades de Silicon Valley, acepta startups arriesgadas que otros bancos no tocarían
y opera en el ámbito de una estrecha camarilla de fundadores, capitalistas de riesgo e incubadoras
tecnológicas.
Sin embargo, incluso con su visión del mundo centrada en Silicon Valley, SVB no estaba
particularmente enamorado de Coinbase o de su promesa. Fue necesario un empujón especial de
Fred Wilson, de Union Square Ventures, para que SVB los aceptara como clientes. Desde la
perspectiva del banco, el problema no era Brian ni el plan de negocios de Coinbase, sino el bitcoin.
Al igual que la emergente industria del cannabis, el bitcoin se enfrentaba a la percepción de
ilegitimidad y a una auténtica volatilidad no regulada. Mt. Gox lo había demostrado. Más que
nunca, los banqueros miraban a las empresas de bitcoin como minas terrestres sin explotar. Las
empresas de bitcoin operaban en un mundo jurídico en el que un paso en falso podía hacerlas estallar
por una investigación penal federal. Los bancos que financiaban las empresas podían sufrir los daños
colaterales en forma de multas masivas. Mejor mantenerse al margen.
Silicon Valley Bank había hecho una excepción con Coinbase, en parte por el respaldo de Fred
Wilson y en parte porque la empresa se había presentado como una compañía tecnológica más. «Se
trata de empresas que no son de software, pero que dicen serlo», dice un antiguo ejecutivo de
Coinbase, que explica cómo la empresa convenció a SVB para que fuera su banquero.
Para Coinbase había sido un golpe de efecto conseguir que SVB fuera su banco, pero eso era solo el
primer paso. Ahora, tenía que mantener a SVB contento. El banco había tenido su cuota de
fundadores volubles y empresas de alto riesgo, pero Coinbase estaba operando en los bordes de un
triángulo de las Bermudas entre las finanzas, la tecnología y la regulación, lo que significa que lo que
estaba en juego era mucho más importante para el banco que el apoyo a un hermano del Valle que
construye software colaborativo.
Está bien atravesar paredes de ladrillo en el desarrollo de software y en el frente empresarial, como
hicieron Brian y Fred; es menos deseable (especialmente para tus inversores) cuando lo haces en los
entornos legales y normativos. A Martine Niejadlik, responsable de compliance de Coinbase, este
enfoque le provocó úlceras. Le tocó convencer a los fundadores de la empresa de que adoptaran los
tediosos y largos pasos necesarios para estar en regla con el Tío Sam. «Fue su primera prueba de
realidad. No se pueden transferir fondos por todo el mundo sin controles contra el blanqueo de
capitales», recuerda.
A Brian y a Fred la nueva supervisión no les hizo gracia. La pareja, lo supieran o no, había
adoptado el enfoque agresivo del inversor y empresario multimillonario Peter Thiel, que había
ayudado a lanzar PayPal quince años antes. Al igual que Coinbase, PayPal se adelantó a su tiempo y,
en palabras de Thiel, estaba en una carrera entre la tecnología y la política. En esa carrera, los
abogados y los responsables de cumplimiento de normas no hacían más que frenar a la empresa.
Cuando un ejecutivo de PayPal le dijo que era el momento de contratar un gran equipo legal para
guiarlos, Thiel —también abogado— rechazó el plan. «No, no vamos a contratarlo —recuerda Thiel
que le dijo al ejecutivo—. Solo nos dirán lo que no podemos hacer. Así que tenemos que seguir
adelante, no contratar a los abogados y hacerlo sin más».
El enfoque de Thiel durante los primeros días de PayPal se parecía mucho al espíritu de «correr a
través de paredes de ladrillo» en Coinbase. Pero había una diferencia fundamental. Como ha
señalado el propio Thiel, PayPal se creó antes del 11-S y de la Ley Patriótica, cuando el control
gubernamental de la banca era mucho menos estricto.
En teoría, esto significaba que Brian y Fred tenían que hacerle caso a Martine pero, en la práctica,
el resultado fue una serie de estallidos, cada uno de los cuales se desarrollaba más o menos de la
siguiente manera. Martine descubría alguna opción potencialmente perjudicial que podía asustar a
los reguladores y pedía medidas para que Coinbase se ajustara a las leyes bancarias estadounidenses.
Brian, que todavía se guiaba por las conversaciones en los foros de Reddit, se oponía y preguntaba si
esas medidas equivalían a una traición al bitcoin.
No ayudaba que el título de Martine en la empresa, compliance, fuera un centro de costes que no
creaba clientes ni productos. Construía paredes de ladrillo en lugar de atravesarlas.
Martine no pudo evitar que Brian y Fred cometieran una serie de meteduras de pata públicas que
empezaron a empañar la otrora brillante aureola de Coinbase. Entre otras cosas, se saltaron la
normativa al anunciar que Coinbase ofrecería una exchange con licencia en numerosos estados, es
decir, que su negocio de criptomonedas, que existía en una especie de mundo subterráneo legal,
pronto tendría el estatus de una bolsa de valores o un corredor de bolsa tradicionales. El estómago de
Martine se hundió cuando la jactanciosa noticia de Fred llegó a su teléfono mientras celebraba su
cumpleaños en Disneylandia.
Las consecuencias de los comentarios de Fred no se hicieron esperar, ya que el poderoso regulador
financiero de California, el Departamento de Supervisión Empresarial, emitió una reprimenda
pública en forma de «alerta al consumidor» sobre Coinbase. Los funcionarios del estado de Nueva
York se sumaron a la campaña y dijeron al New York Times que, al contrario de lo que afirmaba
Fred, la empresa había estado operando sin licencia.
Lo peor no tardó en llegar. Fred había creado una presentación en PowerPoint para los inversores
en la que destacaba cuatro ventajas del bitcoin, incluidas las obvias, como los bajos costes de las
transacciones y la reducción del riesgo de fraude. Pero la primera diapositiva de esa lista explicaba
que el bitcoin era «inmune a las sanciones específicas de cada país», y citaba a Rusia como ejemplo.
Puede que esto fuera cierto —los gobiernos no podían detener el flujo de bitcoins en muchos casos
—, pero anunciarlo en una diapositiva de la empresa equivalía a decir: «Nuestro producto puede
subvertir las sanciones bancarias de Estados Unidos».
No tardó mucho tiempo en que alguien filtrara la presentación de Fred a la prensa. El medio de
comunicación conservador The Washington Free Beacon la publicó en febrero bajo un llamativo
titular sobre cómo Coinbase estaba promocionando la criptodivisa como una herramienta para eludir
las sanciones a Irán. Con una sola diapositiva, Fred había metido a Coinbase en la geopolítica.
Silicon Valley Bank había visto suficiente. Sus abogados habían estado vigilando de cerca a
Coinbase y, en el transcurso de una revisión semestral de riesgos en la primavera de 2015, le quitaron
el respaldo. No más cuenta bancaria, no más líneas de crédito, no más ayuda. Para Coinbase, fue un
desastre sin precedentes, ya que operar un servicio de criptodivisas sin un banco sería como vender
helados sin un congelador. Para un antiguo inversor y asesor de Coinbase, el movimiento del banco
fue un inesperado golpe en el estómago, que lo hizo sentirse enfadado y traicionado.
SVB le extendió un salvavidas a Coinbase, le otorgó a la empresa un período de gracia de seis
meses para encontrar otro banco, lo que pudo hacer, pero apenas. «Que Silicon Valley Bank nos
cortara el respaldo fue un momento existencial, sin duda», dice Olaf, recordando los días de
conmoción y tumulto en la oficina de Coinbase. También hizo que la larga tensión entre Martine y
Brian se desbordara. Le dieron una tarde para recoger sus cosas y marcharse.

•••

Coinbase había empezado 2015 preparada para reanudar su viaje en cohete, pero al final del año, la
empresa se sentía más como un viejo Chevy atascado en punto muerto. Los miembros del consejo de
administración de Coinbase se pusieron nerviosos y presionaron a Brian para que pivotara. La
palabra pivotar es otro término popular de Silicon Valley y es la abreviatura de «Lo que estamos
haciendo no está funcionando, así que vamos a probar otra cosa». En algunos casos, funciona de
forma espectacular. Slack, por ejemplo, era un sitio de videojuegos que, antes de pivotar para
convertirse en una plataforma de mensajería de oficina multimillonaria, fracasaba. También Airbnb
comenzó tratando de ofrecer alojamiento para conferencias. Sin embargo, lo más frecuente es que un
pivote sea un último suspiro antes de que una startup se derrumbe.
En el caso de Coinbase, el consejo de administración quería que la empresa pivotara hacia la
blockchain empresarial, una cripto moda que vio cómo empresas como IBM y Microsoft ofrecían
versiones privatizadas de la famosa tecnología del libro mayor del bitcoin. Se trataba de una
blockchain «solo para miembros», controlada por un puñado de empresas, que podía crear un registro
de transacciones a prueba de manipulaciones sin crear ni utilizar una moneda.
Brian se negó rotundamente. Había creado Coinbase para difundir la visión de Satoshi de un
nuevo tipo de dinero que funcionara con un libro mayor global sin permisos, no para construir bases
de datos corporativas. Si el bitcoin era un semental desenfrenado galopando por una pradera salvaje,
la cadena de bloques empresarial era un caballo de madera que subía y bajaba en un carrusel. Mejor
que Coinbase fracasara, pensó Brian, que apuntarse a eso.
Desgraciadamente, ningún idealismo ayudaría a Coinbase a pagar las nóminas. La empresa ya
había visto cómo el 35% de sus ingenieros se desilusionaba y abandonaba en busca de la próxima
moda de Silicon Valley. Y ahora, a medida que 2015 se acercaba a su fin, la empresa tendría que
hacer un recorte de algunos de los que quedaban. Brian y Fred siempre habían gestionado las
finanzas de Coinbase para tener un colchón de efectivo durante dos años si las cosas se ponían feas y,
en ese momento, el colchón se estaba reduciendo rápidamente. En una sombría reunión, se dieron
cuenta de que se quedarían sin margen de maniobra a menos que recortaran el 40% de la plantilla.
Cualquier otra opción requeriría un milagro. En los últimos días de 2015, Brian y Fred se sentaron
en la torre de Coinbase en Market Street para elaborar una larga lista de candidatos a ser despedidos.
No se trataría de un mero recorte, sino de una amputación de emergencia para mantener la solvencia
de la empresa. Pero algo los hizo reflexionar.
A finales de octubre, el precio del bitcoin había superado los 300 dólares por primera vez ese año y,
en noviembre, alcanzó los 400 dólares antes de desplomarse un 25%. Luego, en diciembre, cuando
volvió a subir a casi 500 dólares, Brian y Fred se dieron cuenta de que había llegado el milagro que
necesitaban. Un precio más alto significaba mayores comisiones para Coinbase y más dinero en el
banco. Y lo que era mejor, la última carrera del bitcoin trajo una avalancha de atención en los medios
de comunicación y una estampida de nuevos clientes para Coinbase. Brian y Fred pudieron borrar la
lista de despidos. Bitcoin estaba de vuelta y el ambiente en la oficina de Coinbase se volvió
vertiginoso.
6
Guerra civil

El tan esperado repunte de los precios del bitcoin, que continuó a principios de 2016, supuso un
alivio para Coinbase. Pero afuera, en el mundo más amplio de las criptomonedas, algo feo se estaba
gestando a medida que las facciones tribales que constituían la base del bitcoin se enfrentaban entre sí
y a Brian como nunca antes. El regreso de la prosperidad debería haber sido un motivo de
celebración, pero, en su lugar, aceleró un conflicto que llevaba tiempo latente.
El origen del conflicto era sencillo: qué hacer con una red de bitcoins que se había atascado. El
número de usuarios de la red había crecido exponencialmente, pero la infraestructura para apoyarlos
había permanecido igual. Esto era un problema porque más usuarios significaba más transacciones,
transacciones que tenían que registrarse en un bloque y añadirse a la blockchain de bitcoin para ser
oficiales. Y solo un número determinado de transacciones, generalmente unas dos mil, cabían en un
bloque. El exceso de transacciones tenía que añadirse a los bloques siguientes, que llegaban cada diez
minutos, lo que creaba un mayor retraso. Era como una multitud cada vez mayor que sale del estadio
de los Yankees y trata de caber en un solo tren de metro.
En el caso de Coinbase, la ralentización no afectó a los clientes que enviaron bitcoins a otra cuenta
de Coinbase —el sitio autorizó esas transferencias internamente—, pero cualquier pago a una parte
externa quedó atascado en la cola desbordada, ya que ambas partes tuvieron que esperar a que el pago
apareciera en la lenta blockchain. Esto no era un problema para los que compraban bitcoins como
inversión. Pero, para los que usaban bitcoins para comprar una taza de café, este retraso significaba
que la compra podía tardar una hora o más en ser liquidada. No hace falta decir que solo los
creyentes más acérrimos en las criptomonedas, como Olaf de Coinbase, que vivió del bitcoin durante
tres años, elegirían pagar con bitcoins en lugar de realizar el pago con una tarjeta de crédito o, más
recientemente, con «Venmoing» (servicio de pago a través del teléfono móvil) o simplemente entregar
al camarero algo de efectivo. La verdad es que el bitcoin era demasiado lento y caro para que los
minoristas lo utilizaran como sustituto práctico del efectivo o las tarjetas de crédito.
Los conocedores del bitcoin llevaban años hablando de este fallo y de cómo gestionar el «escalado»
de un servicio a millones de usuarios; algunos de ellos habían puesto sobre la mesa algunas
soluciones. Una obvia, respaldada por Brian, era cambiar el código de bitcoin para duplicar el
tamaño de la blockchain de un megabyte a dos, y así duplicar el número de transacciones que se
registraran en cada actualización. ¿Demasiada gente esperando el tren? Añade vagones de dos pisos.
Matemáticamente, habría sido un gran paso para resolver el problema, pero una facción de
codificadores de bitcoin no lo aceptó. Conocida como Bitcoin Core, es la más influyente de las
muchas tribus de la comunidad de criptomonedas, ya que mantiene y amplía el lote de código
original de Satoshi. Este centenar de desarrolladores es lo más parecido a una legislatura del bitcoin.
Por lo general, cuando modifican el código del bitcoin, los usuarios aceptan los cambios. Entre los
miembros más conocidos, se cuenta Pieter Wuille, un belga despeinado con un doctorado en
informática. Wuille y los otros miembros destacados prefieren mantener un perfil bajo y operar con
un consenso entre bastidores para mejorar el código.
Bitcoin Core se opuso a los bloques más grandes porque representaban una amenaza potencial para
la visión de Satoshi sobre el bitcoin, una visión que valoraba a los individuos por encima de las
instituciones. En su opinión, costaría más minar los bloques de dos megabytes, por lo que aquellos
que tuvieran más para gastar, en potencia de procesamiento, tendrían una ventaja. Como suele
suceder, las instituciones tendrían más recursos que los individuos.
Era un punto justo, y el tipo de disputa tecnológica que normalmente se discutiría en comités,
artículos de opinión y presentaciones de PowerPoint. Pero este era el mundo del bitcoin, y por eso se
convirtió en algo ferviente y religioso. La disputa entre los big-blockers —los que estaban a favor de
los bloques de 2MB— y los small-blockers —los que estaban a favor de los pequeños bloques—
pronto se convirtió en una versión online de salar la tierra conquistada.
Los small-blockers fueron agresivos. Conspiraron para que sus rivales fueran expulsados de los foros
de las redes sociales en los que se discutía el asunto. Consideraban a Coinbase como una de las
fuerzas más poderosas de los big-blockers y lanzaron ataques de denegación de servicio a sus
servidores. Incluso se volvieron contra uno de los suyos al excomulgar a Mike Hearn, un antiguo
Googler (empleado de Google) y aliado de Satoshi, que había sido fundamental en la construcción
de la red bitcoin en sus primeros días. Tras su expulsión, Hearn describió la situación como una
guerra civil abierta.
Laura Shin, una periodista de Forbes, que crearía una influyente serie de podcasts sobre
criptomonedas, escribió sobre la guerra de 2016 por el tamaño de los bloques: «El Twitter de Bitcoin
ha sido un guiso tóxico de insultos, trolling, intimidación, bloqueos y amenazas, con algunos
altercados que llevan meses, con cientos de respuestas. Ningún tuit o comentario de Bitcoin Talk
hecho por alguien es demasiado antiguo para sacarlo a relucir y echarlo en cara, ninguna cita de
Satoshi Nakamoto está demasiado fuera de contexto (o es ficticia) como para utilizarla para reforzar
un argumento».
Brian era un objetivo popular y fácil. Los creyentes ideológicos en el bitcoin llevaban tiempo
arremetiendo contra él: lo consideraban un traidor por haber creado Coinbase, una empresa que, en
su opinión, no debería existir, ya que no daba a los usuarios el control sobre las claves privadas de sus
carteras, sino que proporcionaba un servicio de gestión centralizado. Ahora que se había convertido
en un defensor de los big-blockers, los fanáticos tenían otra razón para atacarlo y para sacar a relucir
su rencor pasado a causa de la centralización. «Mucha gente pensó que este tipo no sabía de lo que
estaba hablando», dice Samson Mow, un ejecutivo de la consultoría de criptomonedas Blockstream,
un aliado de la multitud de small-blockers de Bitcoin Core. «Si miras la historia, Brian ha caído sobre
su espada una y otra vez para conseguir bloques más grandes y fracasó».
La crítica de Mow fue civilizada. Brian se enfrentó a críticas mucho más crudas en las redes sociales
y en Reddit, un sitio que leía religiosamente. A diferencia de la mayor parte de Silicon Valley, no se
enteraba de la actualidad con Techmeme o TechCrunch, dos sitios web que ofrecían noticias y
cotilleos del sector. Brian prefería el bullicio de Reddit y Hacker News, sitios que animaban a los
visitantes a compartir titulares y a parlotear sobre sus temas favoritos, entre ellos las criptomonedas.
Desde el inicio de Coinbase, Brian y Fred habían participado con entusiasmo en estos debates,
habían explicado y defendido las decisiones de la empresa y charlado con los fans y los críticos por
igual. Pero en 2016, en medio del debate sobre el tamaño de los bloques, las discusiones tomaron un
giro más oscuro. Un popular foro de blockchain en Reddit censuró a Brian y a cualquier otra persona
que apoyara a Coinbase, mientras que trolls anónimos dirigían ataques de hackeo a sus sitios web e
incluso amenazas de muerte a los ejecutivos de la empresa.
Esto era extremo, aunque la preocupación por la seguridad no era nada nuevo en Coinbase, ya que
se remontaba a los días de la calle Bluxome, en los que los rastreros y los vagabundos merodeaban
por el exterior. En 2014, la empresa había contratado a una mole barbuda, un hombre llamado Ryan
McGeenan, que había servido como director de seguridad de Facebook. McGeenan, conocido en
Coinbase como Magoo, actuaba como guardaespaldas de Brian y también vigilaba las amenazas
online.
La característica de la criptomoneda significaba que toda la comunidad estaba plagada de
delincuentes y, a medida que el bitcoin crecía, también lo hacían las empresas criminales dentro de
ese mundo. Las historias de robos y secuestros se hicieron más habituales. El sucesor de Magoo en
Coinbase, Philip Martin, se mostró comprensiblemente paranoico. «Hay innovación en la industria
del secuestro. Las posibilidades de que alguien conozca las criptomonedas, Coinbase, y esté dispuesto
a utilizar la violencia aumentan cada año», dice Martin.
Al igual que muchos trabajadores de seguridad, Martin es un ex militar, pero también un friki de la
informática que se alistó en contrainteligencia después de que el reclutador le prometiera que podría
jugar con el software de alta tecnología. «Eran malditas mentiras. No había ordenadores», resopla
Martin. Sin embargo, durante las giras por África, América Latina e Irak llegó a perfeccionar sus
habilidades de antihackeo. En Coinbase, siguió luchando contra los piratas informáticos, incluidos
los del ejército norcoreano, que carecen de dinero y recurren al robo de bitcoins para mantenerse.
Para frustrar a los ladrones, Martin desarrolló elaborados esquemas de seguridad para almacenar las
reservas de criptomonedas de Coinbase. No quiere compartir los detalles por razones obvias. Lo que
sí se sabe es que el sistema implica que un grupo selecto de personas autorizadas reúna y obtenga
claves digitales envueltas en cajas metálicas que desvían las señales de Internet. Además, las claves
para acceder al bitcoin están dispersas en múltiples ubicaciones secretas. «Nuestra filosofía es
“requerir conspiraciones”», explica Martin, lo que significa que el acceso no autorizado a las reservas
de criptomonedas de Coinbase solo podría ocurrir a través de un complot improbable en el que
participaran varias personas.
Pero, a pesar de todas las precauciones, a lo que más teme Martin es a los individuos violentos y
desinformados. «Lo que más me preocupa es la gente que sabe un poco de criptomonedas, pero no lo
suficiente como para saber que no hay lugar en Coinbase para guardarlas», dice.
Brian se enfrentó a la creciente ola de amenazas a la seguridad con tranquilo estoicismo. En el
punto álgido de la lucha entre los big-blockers y los small-blockers, cuando su empresa estaba siendo
hackeada y él recibía amenazas de muerte, durante el periodo que otros llamaban la guerra civil,
describió la disputa como el equivalente de un proceso electoral. Pero su paciencia se estaba
agotando.
En una estridente pista de baile del Club Med de Port St. Lucie, Florida, los focos giraban y un DJ
ponía música tecno de mala calidad. En el interior, Brian estaba sentado con su uniforme habitual,
vaqueros y una camiseta ajustada, junto a Charlie Lee. Los dos habían acudido a la Mesa Redonda de
Satoshi, una reunión anual de docenas de los actores más influyentes del bitcoin. La mesa redonda de
este año, al menos en teoría, tenía un objetivo muy ambicioso: acabar con la guerra civil. Resolver las
diferencias entre los big-blockers y los small-blockers por el bien común. En realidad, fue un festival de
hermanos con múltiples camarillas de criptomonedas.
Un vídeo de YouTube de la mesa redonda recoge horas de rebuznos ebrios por parte de dos
presentadores autoproclamados que realizaron falsas entrevistas con participantes igualmente
borrachos. Fue la peor caricatura del mundo del bitcoin hecha realidad. Todo el mundo parece torpe
y engreído, y la reunión es casi exclusivamente masculina y mayoritariamente blanca. Brian se negó a
ser entrevistado por los anfitriones. Enfadados, arremetieron contra él con un cóctel de púas
infantiles mezcladas con homofobia. «Se parece un poco a un pene —dijeron en su livestream—. Es
un hombre hermoso si te gustan los penes». Y así sucesivamente.
Brian y Charlie habían acudido a la mesa redonda con la esperanza de encontrar una solución de
buena fe al intratable problema del escalado del bitcoin, pero se marcharon con una sensación de
desesperanza. «Algunos de los [small-blockers] muestran muy poca capacidad de comunicación o falta
de madurez», escribió Brian en una entrada del blog después del evento. «Tener un alto coeficiente
intelectual no es suficiente para que un equipo tenga éxito. Hay que hacer concesiones razonables,
colaborar, ser acogedor, comunicarse y que sea fácil trabajar con él.»
Era el típico Brian, cerebral y sin emociones. El blog reflejaba su costumbre de exponer sus
pensamientos por escrito, un modo de expresar sus ideas con el que se sentía más cómodo (a
diferencia de la mayoría de los ejecutivos, no confiaba en el personal de relaciones públicas para
escribir sus entradas en el blog). Brian creía que el blog le permitía comunicarse con los empleados y
el público con la mínima ambigüedad. Desgraciadamente, a la gente de Bitcoin Core no le
interesaban las misivas mesuradas y los mensajes virulentos continuaron sin cesar en Twitter y
Reddit.
«¡Tú con tu alto coeficiente intelectual! No estás siendo maduro y tampoco te estás comunicando
bien. Eres un planificador central y un riesgo sistémico para el bitcoin», escribió un redditor. Otro se
animó a calificar de retrasado el ensayo mesurado de Brian. Otros bromearon con que era producto
del Asperger y otro grupo lanzó mensajes conspiratorios de que Brian estaba pagando a individuos
para que escribieran posts positivos. Y así se extendieron los pestilentes pantanos de las redes sociales
de bitcoin.

•••
Poco después de la debacle de la Mesa Redonda de Satoshi, Brian y Charlie se embarcaron en un
viaje secreto a Pekín. Apelar a la gente de Bitcoin Core había resultado inútil, así que esperaban
recurrir a otra facción influyente para defender los big-blockers: los mineros chinos.
China llegó tarde a la escena del bitcoin pero, en 2015, consiguió dominar las operaciones de
minería. Mediante el despliegue de enormes granjas de servidores (server farms) y la mano de obra
barata, los mineros chinos utilizaron su enorme potencia de cálculo para ganar la mayor parte de los
nuevos bitcoins añadidos a la blockchain cada diez minutos. Esto les proporcionó riqueza e influencia
y una gran injerencia en la evolución de la arquitectura del bitcoin.
Un oscuro empresario llamado Jihan Wu dirigía la facción minera china. Él y sus socios habían
recurrido a suministros baratos de carbón chino —a menudo sobornando a los funcionarios locales
para conseguirlo— para alimentar sus operaciones informáticas y crear enormes grupos de minería.
La empresa de Wu también vendía ordenadores construidos con chips personalizados, diseñados para
resolver los algoritmos de bitcoin, cada vez más difíciles. El imperio de Wu era una potente fuerza
económica y también tenía poder político para influir en el debate sobre el bloque. Al menos desde
fuera, Wu parecía estar indeciso.
El debate tuvo lugar en la sala de un hotel de lujo. En él participaron figuras clave de la economía
china del bitcoin, como el hermano de Charlie, Bobby Lee, así como Gavin Andresen, un
desarrollador de Massachusetts que había trabajado con Satoshi para crear el código del bitcoin en
sus inicios. Brian expuso su caso ante la sala, según parece, de forma pobre.
«La gente en China no es de las que se sienta en una sala con muchas personas y mantiene un
debate abierto y vigoroso», dijo una de las veinte personas que asistieron a la reunión de Pekín.
«Brian y los demás occidentales mantenían este debate abierto mientras los chinos estaban en modo
de escucha. La forma de actuar en China es llegar a acuerdos en pequeños grupos y luego escuchar».
El discurso de Brian resultó prepotente y condescendiente. Coinbase estaba a punto de conquistar
el mercado de las criptomonedas en EE.UU., pero los empresarios chinos presentes en la sala habían
construido exchanges más grandes que la suya y muchos de ellos habían dirigido importantes
operaciones de minería de bitcoins. «Están en un mercado mucho más competitivo —dijo una
persona en la sala—. China es despiadada, hombre. Un nivel totalmente distinto». Y, sin embargo,
Brian les estaba dando una conferencia sobre cómo debe funcionar el bitcoin. Brian había
subestimado —no por última vez, resultó ser— la inteligencia y la influencia de los principales
actores de la criptodivisa en Asia.
La apertura diplomática secreta de Brian y Charlie a China fue un fracaso. Wu y los demás
mineros continuaron del lado de Bitcoin Core y de los small-blockers, por lo tanto, el impulso de
Coinbase para los bloques de 2MB se desvaneció. Lo único que ganó Brian por sus molestias fue la
frustración y la bronca de los trolls en las redes sociales.

•••

La amarga lucha por el tamaño de los bloques de principios de 2016 nunca se resolvería. Los tiempos
de procesamiento en la blockchain del bitcoin se volverían aún más lentos; finalmente, se tardaría más
de un día en registrar algunas transacciones. El sueño del bitcoin como herramienta de pago popular
estaba prácticamente muerto. Pero, al mismo tiempo, bajo el drama cotidiano del tamaño de los
bloques se escondía una sorpresa: el precio de bitcoin se recuperaba y la criptomoneda florecía como
nunca antes.
Resultó que los evangelistas del bitcoin tenían razón. La criptomoneda estaba cambiando el
mundo, pero no de la forma en que la gente pensaba que lo haría. En el caso del bitcoin, la creación
de Satoshi no había logrado poner en jaque a los bancos centrales y a la industria de las tarjetas de
crédito, pero sí se había convertido en un rival de buena fe del oro.
Al igual que los gold bugs (escarabajos de oro) atesoran el preciado metal amarillo como cobertura
contra el colapso del gobierno, las personas llamadas hodlers (ahorristas en bitcoin) estaban
atesorando bitcoins por la misma razón. La palabra hodlers deriva de un inversor de bitcoins borracho
que chateaba y que escribió erróneamente «I am hodling» en lugar de «I am holding» (Estoy
aguantando/manteniendo). Pronto, el término se convirtió en una palabra esencial en el vocabulario
de las criptomonedas, tan intrínseca al dialecto como «Lambo» para Lamborghini y «rekt»,
vulgarismo para ‘eliminado, destrozado, aplastado’.
En medio de todo esto, las distintas tribus de bitcoins suspendieron las hostilidades. La guerra civil
no había terminado, pero se estableció una distensión mientras se centraban en la «fiebre del oro» y
en hacerse ricos. No tiene sentido pelearse por los tiempos de transacción si eres un hodler que va a
amasar una fortuna. Los hodlers pueden esperar un día a que se actualice el libro mayor.

•••

Sin embargo, aun más importante que el rebote del bitcoin, fue la aparición de una nueva moneda
digital llamada Ethereum. La idea de Ethereum se había expuesto en un libro blanco similar al de
Satoshi a finales de 2013, un año y medio después de que Brian entrara por primera vez en Y
Combinator para crear Coinbase. Y mientras los big-blockers y small-blockers del bitcoin
intercambiaban amenazas de muerte e invectivas durante 2015, una comunidad soleada y unificada
de partidarios de Ethereum compartiría la nueva moneda con el público. Ethereum también
disfrutaba de una ventaja especial sobre el bitcoin. Tenía un líder reconocido, su creador, que se
convertiría en la figura más famosa en el mundo de las criptomonedas después de Satoshi.
SEGUNDA PARTE
Del boom a la burbuja y a la crisis
7
Enter Ethereum

Vitalik Buterin es de voz suave, pálido y prácticamente esquelético. Le gusta llevar camisetas del
estilo de Mi Pequeño Pony. Hijo de emigrantes rusos, creció en los suburbios de Toronto y, ya de
pequeño, sabía que era diferente a los demás niños. Encantado con los números, Vitalik tenía un
juguete favorito de pequeño: se llamaba Microsoft Excel. En una de sus primeras fotos, se puede ver
a un Vitalik de tamaño reducido de pie en una silla, tecleando alegremente cifras en una hoja de
cálculo.
De adolescente era excéntrico. Llevaba calcetines de Hello Kitty que no combinaban entre sí y
comía limones con cáscara. A instancias de su padre libertario, Dmitry, se interesó por la
criptomoneda llamada bitcoin. Pronto quedó absorbido. Cuando aún estaba en el instituto, lanzó un
sitio de noticias en línea llamado Bitcoin Magazine como actividad secundaria, con el objetivo de
convencer a los fans de la criptodivisa para que le pagaran por sus lúcidos ensayos sobre el dinero
digital y la criptografía. Al terminar el instituto, Vitalik utilizó las ganancias para viajar por el mundo
y hablar con otras personas con grandes ideas sobre el bitcoin y cómo mejorarlo. Recorrió
Ámsterdam, Tel Aviv y la zona cero del bitcoin, San Francisco, donde, como muchos otros, pasó una
breve temporada en la oficina de Coinbase en Bluxome Street. Conoció a Charlie Lee, quien, al
reconocer a un compañero genio de las matemáticas, invirtió 10.000 dólares en la revista de Vitalik.
Durante sus viajes, Vitalik también aprendió a hablar mandarín.
Las personas que conoció en su gira mundial reforzaron la creciente creencia de Vitalik de que
podría haber un bitcoin mejor. Como la mayoría, reconocía tanto la elegancia como las limitaciones
de la creación de Satoshi. La limitación más obvia era su incapacidad para escalar. Incluso después de
la guerra civil sobre el tamaño de los bloques, la red bitcoin seguía asfixiada por el exceso de
transacciones que se concentraban en muy pocos bloques.
Bitcoin también carecía de versatilidad. El libro mayor podía registrar transacciones e inscribir
mensajes cortos, pero no podía programarse para realizar tareas más complicadas. El peculiar código
del bitcoin también presentaba problemas. Para que un desarrollador se adentrara en el sistema del
bitcoin, debía aprender el equivalente informático del griego antiguo o el latín, tan complicada era la
creación de Satoshi.
En los círculos de criptomonedas, se hablaba de que había llegado el momento de una blockchain
2.0, algo que podría solucionar las deficiencias del bitcoin y también llevar la tecnología a nuevas
fronteras. En 2013, cinco años después de que Satoshi publicara su libro blanco, llegaría Blockchain
2.0. Surgía de la mente de un Vitalik que en ese momento tenía diecinueve años y cuyo documento
de nueve páginas esbozaba una nueva blockchain llamada Ethereum.
Vitalik es de voz suave y amable en persona y, a pesar de su aspecto inusual, no es más extraño que
el típico friki. Pero es un dios en el mundo de las criptomonedas. Los criptofrikis lo veneran como
«nuestro señor extraterrestre» y «un genio alienígena que ha llegado a este planeta para salvar al
mundo de los poderes centralizados».
En principio, Ethereum ofrece lo mismo que el bitcoin: dinero digital y un registro irreversible.
Pero también supera las limitaciones del bitcoin.
Es más rápido y permite los «contratos inteligentes» (smart contracts), un nuevo y potente tipo de
función que tiene lugar directamente en la blockchain.
Los contratos inteligentes funcionan así: imagina que tú y yo queremos apostar por el ganador del
partido de béisbol de mañana. Podríamos poner nuestra apuesta en la blockchain de Ethereum en
forma de contrato inteligente. Para determinar el resultado de la apuesta, el contrato inteligente
necesita consultar a un tercero neutral y fiable para confirmar quién ha ganado el partido. En la era
analógica, esa tercera autoridad habría sido el periódico o un amigo aficionado a los deportes. En el
mundo de los contratos inteligentes, la autoridad es una fuente neutral en línea conocida como
oráculo y, en nuestro ejemplo, podría ser un sitio web como ESPN o Major League Baseball. En la
práctica, el contrato inteligente de Ethereum consultaría uno de estos sitios una vez finalizado el
partido y, como paso final, pagaría la apuesta en consecuencia.
Gracias a Ethereum, una blockchain podría ser mucho más que una moneda digital. Ahora también
sería una plataforma integral en la que la gente podría firmar contratos sobre cualquier cosa, desde
apuestas deportivas hasta acuerdos de inversión o almacenamiento de datos. Y, en lugar de abogados,
los ordenadores se encargaban de ejecutar los contratos. En este sentido, servía como una plataforma
muy parecida a la que Apple ofrece a los desarrolladores para que puedan crear aplicaciones para su
sistema operativo iOS. Ethereum actuaba como una capa operativa de criptomonedas —grabando
cualquier pieza de información crítica en su blockchain— y permitía a otros construir proyectos de
contratos inteligentes en ella. Y, a diferencia del bitcoin, Ethereum ofrecía un lenguaje de
programación fácil de aprender, llamado Solidity, para cualquiera que quisiera crear aplicaciones.
La llegada de los contratos inteligentes supuso un golpe de efecto para la comunidad de las
criptomonedas, demostró que la tecnología blockchain era mucho más que una moneda novedosa,
pero también trajo consigo algunas implicaciones asombrosas en el mundo real. Ethereum tenía el
potencial de rehacer cualquier número de actividades financieras y legales que implicaran contratos,
al permitir a los individuos confiar en la blockchain para lograr acuerdos seguros, rápidos y escalables.
Las grandes empresas no tardaron en darse cuenta y crearon sus propias aplicaciones sobre Ethereum.
IBM utilizó una versión de Ethereum para rastrear las identidades de los clientes, mientras que
Walmart utilizó la blockchain para rastrear los envíos de carne de cerdo de China a Estados Unidos.
Los bancos experimentaron con una versión privada de blockchain para mover dinero de un lado a
otro. Incluso los gobiernos de los estados entraron en acción cuando Vermont probó poner los
títulos de propiedad en una blockchain. Las posibilidades son infinitas.
Para Vitalik, la oleada de interés de las empresas fue un acontecimiento involuntario e inoportuno.
Para él, el objetivo de Ethereum no era ayudar a las grandes empresas a ganar dinero, sino
provocarles una disrupción al ofrecer sus servicios en redes descentralizadas. Por ejemplo, en lugar de
almacenar archivos en Dropbox o Google, los consumidores podrían confiar en una red de
ordenadores de todo el mundo para almacenarlos y, mediante los contratos inteligentes de Ethereum,
hacer un seguimiento de todo. En lugar de confiar en Fidelity o Vanguard, los inversores podrían
crear un servicio automatizado en Ethereum para invertir y desembolsar fondos de acuerdo con los
términos de un contrato inteligente. En opinión de Vitalik, Ethereum no era solo una nueva
tecnología, sino una forma de reasignar las estructuras de poder globales.
«En última instancia, el poder es un juego de suma cero —declaró a la revista Wired—, y si se
habla de dar poder al pequeño, por mucho que se quiera redactar con una terminología florida que lo
haga parecer sutil y agradable, necesariamente se está restando poder al grande. Y, personalmente,
digo: “Que se jodan los grandes”. Ya tienen suficiente dinero».
Esto no era solo cosa de las fantasías de los nerds de la informática. Poco después de que la red
Ethereum estuviera en funcionamiento, un grupo de personas se reunió y puso 150 millones de
dólares en una plataforma de inversión llamada DAO (por su sigla en inglés de Decentralized
Autonomous Organization). Significa Organización Autónoma Descentralizada e implicaba la
entrega del dinero a un contrato inteligente que invertía en proyectos basándose en una fórmula. La
fórmula tenía en cuenta el número de participantes en la DAO que votaban por un proyecto
determinado, pero los votos, así como los participantes, eran anónimos. Toda la operación
funcionaba como una aplicación de Ethereum y la blockchain registraba quién poseía qué y pagaba
los beneficios. El proyecto no tardó en ponerse en marcha y los ordenadores, informados por los
términos del contrato inteligente, tomaron las decisiones. Al diablo con el grandulón.
Entonces llegó el desastre. En junio de 2016, dos meses después de la puesta en marcha de la
DAO, unos hackers descubrieron un fallo en el programa que les permitía secuestrar el fondo de
inversión y desviar parte de él hacia ellos mismos. En cuestión de minutos, los inversores de la DAO
perdieron 50 millones de dólares y, según la ley del contrato inteligente, no había forma de
recuperarlos. Confiar en la máquina crea implícitamente una gran eficiencia y una gran posibilidad,
pero desestima el valor de los acuerdos sociales humanos, un error común en el mundo tecnológico-
utópico de Silicon Valley, en el que los empresarios, en nombre de la disrupción, a menudo no
tienen en cuenta el daño que pueden causar a la humanidad. Facebook conectó el mundo, pero
también socavó las elecciones democráticas. YouTube construyó un sistema de difusión masiva que
cualquiera puede utilizar, pero abrió la caja de Pandora de las mentiras y las teorías de la
conspiración. Del mismo modo, el episodio del DAO consiguió demostrar tanto el increíble poder
como el lado oscuro de la tecnología de Vitalik.
Había una forma radical de rescatar a los inversores del DAO: retroceder en el tiempo. El libro
mayor era inmodificable pero, si todos los miembros del libro mayor estaban de acuerdo, podía
actualizarse para anular el atraco de los hackers. Esta medida requería que todos los usuarios de la
blockchain de Ethereum introdujeran una actualización que creara un nuevo conjunto de bloques que
borrara las ganancias mal habidas de los hackers y las devolviera a los inversores del DAO. Era el
equivalente en la blockchain a una enmienda constitucional, que no solo cambiaba la ley del país,
sino que también sobrescribía la historia para que, en efecto, la antigua ley no existiera nunca.
La situación planteó un gran dilema a Vitalik, que se debatía entre salvar la DAO, uno de los
primeros experimentos más famosos e importantes de Ethereum, y preservar la integridad de la
blockchain. Finalmente, accedió a ejercer su enorme influencia y a persuadir a los responsables de la
red Ethereum para que reescribieran la blockchain, y así salvar a los inversores. El 20 de julio de 2016,
la red Ethereum llevó a cabo una «bifurcación dura» (hard fork), es decir, que hizo retroceder el tren
hasta un punto de cruce, accionó la palanca y envió todos los vagones por las otras vías. La mayoría
siguió el ejemplo de Vitalik y reconoció la nueva versión de la blockchain de Ethereum, pero algunos
se negaron a reconocer el nuevo orden y, siguiendo con el ejemplo del tren, continuaron viajando
por las vías originales. Los reticentes argumentaron que el código es la ley, las actualizaciones del
libro mayor son incontrovertibles y, sin importar las consecuencias, no se podía justificar una
intervención humana. El grupo escindido, que había rechazado la bifurcación dura, continuó
construyendo sobre la blockchain original y la llamaron —también a la moneda digital asociada a ella
— Ethereum Classic. En la actualidad, Ethereum y Ethereum Classic funcionan como reinos
separados, dos versiones de lo que fue una realidad. Ambas son fuertes. Aunque la primera es
cuarenta veces más valiosa, Ethereum valía más de 45.000 millones de dólares a mediados de 2020.
Ambos añaden nuevos bloques a sus respectivas cadenas cada quince segundos aproximadamente.
La debacle de la DAO dañó brevemente la credibilidad de Ethereum, pero no frenó su constante
ascenso como primer rival serio del bitcoin. El entusiasmo por la creación de Vitalik se debió al
poder de los contratos inteligentes, pero Ethereum tenía una moneda propia llamada ether, que se
minaba y negociaba igual que el bitcoin. Y, en un ingenioso diseño, cualquiera que quisiera ejecutar
un contrato inteligente tenía que gastar una pequeña suma de ether, conocida como gas, para que
funcionara. Esto significaba que no solo los especuladores invertían en Ethereum, sino que muchos
desarrolladores de software tenían que pagar por él como parte de sus operaciones comerciales
cotidianas. Ethereum se había convertido en algo parecido a un negocio inmobiliario candente en el
que cualquiera que quisiera poner una tienda tiene que pagar un pequeño impuesto.
El precio empezó a dispararse como la espuma. A principios de 2016, Ethereum se vendía a 95
céntimos y en junio alcanzó los 18 dólares. Si el bitcoin era oro digital, Ethereum era plata digital.
Mientras tanto, los inversores de capital riesgo, incluido Chris Dixon, miembro del consejo de
administración de Coinbase, habían comenzado a tomar nota y a delirar sobre el potencial de
Ethereum para cambiar el mundo. Era como la manía del bitcoin original de 2013, pero esta vez se
trataba de algo mucho más grande que el dinero digital: Ethereum era una forma de cambiar los
negocios, Internet y la propia sociedad.
En la sede de Coinbase, en Market Street, el auge de Ethereum provocó entusiasmo y agitación.
Todo el mundo en el sector de las criptomonedas estaba entusiasmado, pero Brian y otros tenían
dudas. Se preguntaban si Ethereum podría apagarse. Desde el lanzamiento del bitcoin en 2009,
habían aparecido un desfile de criptomonedas, pero solo el bitcoin había demostrado tener un
verdadero poder de permanencia. El bitcoin no solo tenía el estatus de ser el primero, sino que
contaba con una red mundial de patrocinadores comprometidos con su propiedad a largo plazo.
Además, el bitcoin había sido probado en combate. Los piratas informáticos habían intentado
durante años encontrar un punto débil en su código para robar fondos, pero nunca lo consiguieron.
Otras criptomonedas habían sido hackeadas y secuestradas. Ethereum no solo fue hackeado, sino que
su libro mayor fue manipulado a propósito. Además, la compra y venta de bitcoins siempre ha sido el
pan de cada día de Coinbase, por lo que desviarse de la misión principal de la empresa para
comerciar con una alternativa aún no probada podría ser un golpe en el trasero.
Fred Ehrsam, socio de Brian, no lo veía así. Un viaje a Shanghai lo había convencido de que
Ethereum y los contratos inteligentes eran el futuro. Ethereum tenía impulso. Tenía una tecnología
de la que carecía el bitcoin. Y, a diferencia del bitcoin, a los de Ethereum no los consumía la guerra
civil.
«El equipo de desarrollo del núcleo de Ethereum es saludable, mientras que el del bitcoin es
disfuncional», escribía en una entrada del blog, al contrastar la capacidad de Vitalik para tomar el
mando a causa de la ausencia de líderes y el estado tóxico del bitcoin tras el debate sobre el tamaño
de los bloques. Fred tenía razón. Los tejemanejes de la mesa redonda de Satoshi subrayaron que
«disfuncional» era la palabra perfecta para describir a la camarilla de sumos sacerdotes que supervisan
el código del bitcoin. Y no había duda de que Ethereum estaba en una buena racha, ya que los
jóvenes desarrolladores acudían en masa a la nueva blockchain y surgían comunidades enteras —
incluida ConsenSys, una compañía de tecnología de software de blockchain con sede en Brooklyn—
para desarrollar en torno a ella.
Aunque Fred se limitara a decir lo que era obvio, eso no significaba que los leales al bitcoin dejaran
de disparar al mensajero. Las declaraciones públicas de Fred sobre Ethereum desataron la ira de
legiones de usuarios de Twitter y Reddit, que lo llamaron traidor (¡otra vez!) y cosas peores: el título
de un mensaje en un foro de bitcoin denunciaba a Fred como «un chantajista y una basura de
Goldman Sachs» y otros comentaristas se sumaron alegremente.
«La gente me odiaba porque consideraba el bitcoin como una suma cero», recuerda Fred. Esta
forma de pensar era estúpida, según él. Apoyar a Ethereum no significaba traicionar el bitcoin. El
auge de otras blockchains significaba nuevas oportunidades, pero el bitcoin, aunque estuviera en una
fase de inestabilidad, seguía gobernando en términos de pedigrí y prestigio. El universo de las
criptomonedas se estaba expandiendo y habría espacio para muchos proyectos de blockchain.
Pero algunas personas de Coinbase, incluido Brian, todavía tenían que persuadirse. Fred se
inquietó al ver que otras exchanges de criptomonedas añadían Ethereum mientras Coinbase vacilaba.
Si Coinbase dejaba de lado a Ethereum, podría ser un error estratégico como los que se enseñan en
las clases de negocios, por ejemplo, cuando el director de Microsoft, Steve Ballmer, descartó la
llegada del iPhone. En 2007, un risueño Ballmer predijo erróneamente que Apple no vendería
ninguno de sus nuevos teléfonos de 500 dólares mientras decía que Microsoft, segura en su fortaleza
de Windows, controlaría el mercado móvil. La arrogancia de Ballmer encalló a su empresa durante
una década en la jungla tecnológica. Fred no quería que Coinbase cometiera un error similar.
El debate estalló durante una reunión multitudinaria en las oficinas de Coinbase en lo alto de San
Francisco. Fred se embarcó en una épica perorata de cuarenta y cinco minutos delante de Brian y de
muchos empleados de toda la vida. La empresa, bramó, tenía que ponerse a desarrollar Ethereum.
Siempre atleta y macho alfa, Fred se paseó de un lado a otro ladrando a sus colegas, invocando su
frase favorita: «¡Vamos a hacerlo! Vamos a construir esto! Vamos a atravesar paredes de ladrillo».
El inquieto dinamismo de Fred se impuso. Esto supuso un inmenso alivio para Olaf, que había
observado el ascenso de Ethereum durante meses y había suplicado repetidamente a Coinbase que lo
añadiera. Ahora, la empresa por fin había actuado. Ethereum sería un hito importante.
Pero Olaf no formaría parte.

•••

A medida que Coinbase crecía, también lo hacía la frustración de Olaf. Este joven atípico de
Minnesota se había sentido como en casa cuando la empresa era una pequeña startup, unida por una
causa común en una oficina destartalada; en cierto modo, un ambiente que no era tan diferente del
de Holden Village, la comuna utópica de un antiguo campamento maderero que había dejado en el
noroeste del Pacífico. Pero Coinbase se había hecho más grande y más burocrática, lo que detestaba.
Ahora, como jefe del equipo de gestión de riesgos de Coinbase, el trabajo diario de Olaf consistía
en dirigir a docenas de personas. Esta función lo aburría y odiaba dirigir a la gente. Su mente nadaba
con muchas ideas de gran envergadura. La aparición de Ethereum lo había fascinado, al igual que
otros proyectos de criptodivisas que impulsaban la posibilidad de contratos inteligentes y otras
nuevas formas de tecnología blockchain. Fue durante ese tiempo cuando encontró lo que haría a
continuación. Lanzaría lo que incluso un año antes habría sonado inconcebible: un fondo de
cobertura de criptomonedas para gestionar cientos de millones de dólares en nombre de los
inversores. Olaf tenía incluso un nombre: Polychain Capital. Y tenía el aspecto adecuado, si es que
existe algo así como el «aspecto» de un gestor de fondos de cobertura de criptomonedas. Los gestores
tradicionales llevan tirantes y trajes a medida, pero Olaf llevaba camisetas o chándales brillantes y
peinaba su melena rubia como una cofia barroca de plumas.
Olaf tuvo que dar la noticia a Brian y Fred. Invitó a sus jefes de toda la vida y a dos viejos amigos a
una reunión a las 7 de la tarde. Intuyendo lo que ocurría, los dos dirigieron su mirada a Olaf: «Solo
dínoslo». Y así lo hizo. Brian no quería perder al primer empleado de Coinbase e incluso redactó una
carta en la que le imploraba que se quedara, antes de aceptar finalmente que Olaf estaba decidido a
montar la próxima ola de criptografía por su cuenta. Le deseó lo mejor. Olaf fue el primero del
equipo principal de Coinbase en partir. No sería el último.

•••

A finales de mayo de 2016, Coinbase finalmente apretó el gatillo al anunciar que añadiría Ethereum
como una segunda moneda a la exchange para operadores profesionales, que había lanzado el año
anterior. Para destacar el momento, la empresa cambió el nombre de la exchange por el de GDAX,
sigla de Global Digital Asset Exchange. Dos meses después, Coinbase anunció que los clientes
minoristas podrían comprar y vender Ethereum.
El lanzamiento de GDAX fue motivo de celebración en Coinbase, pero con una pizca de «más vale
tarde que nunca». Durante el tiempo en que la empresa había deliberado sobre si lanzar Ethereum,
otras bolsas estadounidenses se adelantaron y lo hicieron sin más. Una de ellas fue Kraken, otra
tienda de criptomonedas con sede en San Francisco dirigida por un díscolo libertario llamado Jesse
Powell. En 2015, Kraken no solo ofrecía el comercio de Ethereum, sino que introdujo otras
funciones de negociación, como el comercio en el mercado y los dark pools (que permitían grandes
ofertas de compra y venta en secreto), mientras que la dirección de Coinbase seguía preocupada por
las guerras del tamaño de los bloques. Los gemelos Winklevoss también eran jugadores de Ethereum.
La pareja había aprendido de sus desastrosos tratos con BitInstant, cuyo director ejecutivo había ido a
parar a la cárcel. Esta vez, desarrollaron una exchange de criptomonedas llamada Gemini. Tomando
prestado el manual de Coinbase, los gemelos comercializaron Gemini como un negocio de Wall
Street cerrado que se mantenía en el lado correcto de los reguladores. La nueva exchange no tardó en
encontrar impulso y, al igual que Kraken, ofreció Ethereum mucho antes que Coinbase.
La visión de Brian sobre un secreto a voces, que la gente corriente necesitaba una forma fácil de
comprar bitcoin, allanó el camino para el éxito masivo de Coinbase en sus inicios. Permitió a la
empresa aprovechar la ventaja de ser la primera en llegar a ser el servicio al que acudían los clientes
minoristas para comprar bitcoins. En ese momento, cuando el mundo de las criptomonedas se
adentraba en la nueva era de Ethereum y de los inversores institucionales, Coinbase se encontraba en
una posición desconocida: llegaba tarde y tenía que ponerse al día.
8
Wall Street llama a la puerta

El bitcoin floreció por primera vez en Silicon Valley y es fácil entender por qué. Solo Silicon Valley
tenía la masa crítica de tipos libertarios con habilidades tecnológicas que adoptarían algo tan
descabellado como un sistema global y descentralizado de dinero digital. La cultura empresarial de
Silicon Valley, que une a generaciones de inventores, también es perfecta para alimentar algo como el
bitcoin. Desde la década de 1930, esta franja especial de California ha producido empresarios cuyo
trabajo ha inspirado a su vez a otros emprendedores para impulsar la tecnología. Entre ellos, un joven
Steve Jobs que, cuando le preguntaron por qué pasaba tanto tiempo cerca de los pioneros de los
semiconductores de la década de 1960, habló con reverencia de esta magia. «[Quería] oler esa
segunda era maravillosa de Silicon Valley, la de las empresas de semiconductores que conducían al
ordenador. No se puede entender realmente lo que ocurre ahora si no se entiende lo que sucedió
antes», le dijo el fundador de Apple al historiador Leslie Berlin.
El bitcoin también debe ser entendido por lo que sucedió antes y, en particular, por un grupo de
tecnólogos conocidos como cypherpunks. (La palabra es una palabra compuesta por cipher, que
significa ‘mensajes codificados’, y cyberpunk, el género de ciencia ficción que combina, como dijo un
observador, «alta tecnología y mala vida». El ciberpunk se asocia desde hace tiempo con la cultura
hacker). En 1992, un grupo de cypherpunks de Silicon Valley se reunió en la oficina de John
Gilmore, un activista del software y cofundador de la Electronic Frontier Foundation, la versión web
de la American Civil Liberties Union, para hablar de cómo hacer más segura Internet. Sus
discusiones continuaron en los foros de debate online, donde los cypherpunks charlaban sobre cómo
extender los ideales de seguridad y anonimato de Internet al dinero. Cuando se lanzó el bitcoin en
2009, ya existía una comunidad autóctona que pudiera apoyarlo y crear empresas como Coinbase.
Los cypherpunks son para Brian y Fred lo que los pioneros de los semiconductores fueron para Jobs.
«No creo que Coinbase hubiera funcionado fuera de Silicon Valley. No fue un accidente que
conociera a Fred aquí o a Charlie Lee en Google. Fui a Silicon Valley porque es donde está la
próxima generación de talento», dice Brian.
Pero, a pesar de todo lo que Silicon Valley puede ofrecer a los jóvenes inventores idealistas: cultura,
innovación, talento e historia, sigue careciendo de una cosa: las grandes reservas de capital y la
infraestructura financiera necesarias para introducir inventos como el bitcoin a la corriente
dominante de la economía. La verdadera sede del dinero para Estados Unidos, y para el mundo,
sigue estando en el lugar donde ha estado durante más de un siglo: Wall Street.
Esa media milla de carretera en el Bajo Manhattan —conocida porque se ha descrito como una
«calle que empieza en un cementerio y termina en un río»— y las manzanas que la rodean son el
hogar de una colección de rascacielos que controlan las llaves de billones de dólares de capital de
inversión: fondos de cobertura, fondos de pensiones, empresas de capital privado, oficinas familiares.
Incluso en 2016, siete años después del lanzamiento del bitcoin, muy poco de ese capital había fluido
hacia la economía de las criptomonedas.
Es cierto que las criptomonedas estaban floreciendo en la comunidad contenida de defensores y
creyentes, pero Brian y otros creían que la verdadera irrupción solo llegaría cuando los bancos y otras
instituciones financieras gigantes se las tomaran en serio. Estas instituciones estaban siempre a la caza
de inversiones nuevas y exóticas para exprimir las carteras de sus clientes. Invierten en ingeniosas
estrategias de cobertura, fondos de mercados emergentes y apuestas inusuales en materias primas. Si
se pudiera convencer al establishment de Wall Street de que diversificara un poco más sus apuestas y
reasignara aunque fuera el 1% de esa riqueza a las criptomonedas, los precios se dispararían, se
invertirían enormes reservas de capital en su crecimiento y el sector se dispararía.
Coinbase había hecho modestos avances. Desde el lanzamiento de su exchange GDAX, los
operadores profesionales habían acudido en masa a la plataforma para comprar y vender bitcoins y
Ethereum. Entre ellos, se encontraban adinerados operadores diarios y, cada vez más, una nueva
especie de fondos de cobertura que buscaban la promesa de altos rendimientos en los mercados de
criptomonedas. Pero estos eran, en el mejor de los casos, caballos y alfiles en el tablero de ajedrez de
las finanzas y Brian quería a los reyes y reinas de Wall Street. Decidió enviar un emisario a Nueva
York para forzar la situación.

•••

Adam White había visto muchas cosas en la Fuerza Aérea y en la Escuela de Negocios de Harvard. Y,
desde que se incorporó a Coinbase como empleado número cinco, había ascendido hasta dirigir
GDAX, que se estaba convirtiendo en una máquina de hacer dinero para la empresa. Se sentía
preparado para un nuevo reto y se imaginaba que podía manejar cualquier cosa que el mundo de los
negocios pudiera lanzarle. Brian le lanzó a Cantor Fitzgerald.
La famosa empresa encarnaba todos los estereotipos de la cultura de club de Wall Street. Trabajar
en Cantor Fitzgerald significaba llevar tirantes y trajes de tres piezas. Significaba pasar horas en
costosas cenas con bistec y buen whisky, cacareando sobre cuánto dinero se ganaba. Algunas de las
aventuras de la empresa parecen sórdidas tramas de Hollywood. Su antigua oficina de Londres fue
puesta en la picota en un tristemente célebre reportaje de la revista Spectator en 2008, escrito por una
asociada de veintitrés años, que desveló detalles desagradables sobre la cultura de Cantor, que
consistía en una borrachera desenfrenada y la búsqueda de faldas. El relato describe a sus colegas
masculinos llamándola airbags por sus pechos y engullendo botellas de vino de 800 libras durante el
almuerzo. Una década más tarde, otra mujer de la oficina de Nueva York denunció públicamente la
cultura de chicos de fraternidad que soportó, incluido un jefe que le dijo que «fuera respetuosa»
cuando se quejó de un colega que defecó en su taza de café de Bernie Sanders.
Sin embargo, nada de esto parece afectar la reputación de Cantor Fitzgerald como empresa de
banca y corretaje de primera categoría para muchas de las empresas más ricas y sofisticadas del
mundo. El Banco de la Reserva Federal de Nueva York la ha designado como una de las pocas
empresas creadora de mercado para los valores federales, lo que significa actuar como agente de
bonos del Tío Sam.
Y entonces el trabajo de Adam consistía en vender a Cantor Fitzgerald las ventajas de las
criptomonedas y de hacer negocios con Coinbase, lo que supondría un gran avance para la empresa y
la legitimación del sector. Adam se reunió con representantes de la empresa en la calle 59, en una
torre con vistas al Central Park. La sede de Cantor Fitzgerald llevaba mucho tiempo situada en lo
alto de la Torre Norte del World Trade Center, hasta que un avión Boeing 767 impactó contra el
edificio cinco plantas más abajo el 11 de septiembre de 2001. La empresa perdió 658 empleados, dos
tercios de su plantilla en Nueva York, incluido el hermano del director general Howard Lutnick.
Desafiante, Lutnick volvió a poner en marcha los mercados de negociación de la empresa a la semana
siguiente, salvó la empresa y pagó finalmente las prestaciones a los familiares de los empleados
muertos en el atentado.
En ese momento, Lutnick estaba a la cabeza de un ejército de empleados de Cantor Fitzgerald que
había venido a reunirse con Adam. Adam no lo enfrentó con otro batallón. Tenía la apariencia
amistosa y despreocupada de un californiano nativo y poco más. Lutnick no tardó en darse cuenta de
que Adam no llevaba corbata y de que llegaba sin comitiva. Y entonces vio su tarjeta de visita:
director general.
En Silicon Valley, los títulos, como la ropa, suelen ser informales, a veces creativos, como «Profeta
digital» o «Sherpa de la innovación». Muchas startups tratan los títulos como un estante de sudaderas
con capucha: saca una del estante, pruébatela, prueba otra. Encuentra una con la que te sientas
cómodo. En cambio, las empresas financieras tradicionales, en las que los grandes triunfadores se
ganaban apodos como «Lobo de Wall Street» o «Piraña humana», tratan los títulos como insignias
críticas de poder y estatus. Rangos como «Gerente director ejecutivo» o «Gerente director senior» son
importantes. Envían señales importantes sobre en quién vale la pena invertir tiempo, quién es serio y
quién puede ser ignorado. Lutnick se burló de la idea de que Coinbase enviara a un «Gerente
general» —fuera lo que fuera— para hacerle perder el tiempo. ¿No sabían quién era?
«Así que me senté con esta gran empresa financiera de codos afilados para intentar llegar a un
acuerdo —recuerda Adam—. Debía haber una docena de ellos y yo estaba solo. Entonces el director
general se rio de mí y me dijo: “Oye, Gerente general, ¿me vas a hacer el café?”. Llegué a Nueva York
y los operadores de la vieja escuela me dieron una paliza».
La misión de Adam había fracasado. La campaña de Coinbase para abrir el corazón de Wall Street
tendría que esperar a otro momento. Mientras tanto, otros banqueros se mostraron igualmente
despectivos con la criptomoneda. La figura más famosa de la banca estadounidense, el CEO de JP
Morgan Chase, Jamie Dimon, dejó claro lo que pensaba de la criptodivisa, al declarar rotundamente
a la prensa que el bitcoin no sobreviviría.
Pero, aunque los señores de Wall Street se mofaban de la criptodivisa, no todos sus soldados eran
tan escépticos. En Coinbase, crecía una pila de solicitantes de empleo cuyos actuales empleadores
eran empresas neoyorquinas. En la propia empresa de Dimon, se produjo una deserción de alto
perfil: la alta ejecutiva Blythe Masters se marchó para dirigir una startup de blockchain llamada
Digital Asset. Masters ya era conocida en Wall Street por haber inventado los swaps de
incumplimiento crediticio, los contratos que Warren Buffett calificó acertadamente de «bombas de
relojería», que podían desencadenar (y desencadenaron) una crisis financiera. En adelante, se
convertiría en el rostro de una facción del mundo de las criptomonedas conocida como «Blockchain,
no bitcoin». Era inevitable que, a medida que el bitcoin creciera, personas sin la misma idiosincracia
que los tipos libertarios de Silicon Valley encontraran aplicaciones útiles para la tecnología del libro
mayor de blockchain, y eso es lo que ocurría. «Blockchain, no bitcoin» significaba que se formaba
parte del grupo que quería utilizar la tecnología de la que el bitcoin había sido pionero sin el sistema
radical descentralizado que permitía a cualquier persona del mundo formar parte de ella, un sistema
solo para miembros que producía un libro mayor común a prueba de manipulaciones similar al del
bitcoin. Para los bancos y las grandes empresas, «Blockchain, no bitcoin» prometía todas las partes
innovadoras de la creación de Satoshi Nakamoto menos la controversia, la supervisión amateur y las
cifras incompletas.
Además de Digital Asset, un grupo de antiguos banqueros aficionados a los trajes finos y a los
billetes de avión en primera clase lanzaron R3, un consorcio de docenas de bancos, entre ellos
Goldman Sachs y JP Morgan, que declararon que el bitcoin era irrelevante y dijeron que su software
de blockchain, que era cerrado y propio —a diferencia del bitcoin— lo sustituiría. IBM, por su parte,
desarrolló una blockchain utilizada por las empresas de transporte para rastrear la carga y, por los
productores de alimentos, para rastrear los envíos de carne de cerdo y lechuga.
Para los creyentes y defensores del bitcoin, esto era herético y dudoso, como si los punk rockers
observaran que una discográfica intentaba cooptar y recrear su cultura para obtener beneficios. No
solo iba en contra de sus creencias fundamentales, sino que sabían que no iba a funcionar.
«Siempre estuve en contra porque era una completa porquería», dice Fred. Los críticos alegaban
que «Blockchain, no bitcoin» era un truco de marketing y que el producto subyacente no era más que
una base de datos glorificada que se compartía entre amigos. El beneficio de la retrospectiva sugiere
que tenían razón. En menos de dos años, los grandes bancos que habían firmado el gran proyecto de
consorcio de R3 se han retirado y el interés en su blockchain patentada se ha reducido. A Digital
Asset, de Masters, no le ha ido mejor, y la propia Masters ha dimitido con poco que mostrar para el
proyecto, que en su día atrajo más de 100 millones de dólares de los inversores. En Wall Street,
quedaría claro en 2017 que «Blockchain, no bitcoin» era un fracaso. La frase tuvo una muerte
silenciosa.
Aunque los experimentos de «Blockchain, no bitcoin» se esfumaron, sirvieron de trampolín para
que un número creciente de personas del mundo financiero tradicional descubriera las
criptomonedas. Desmitificaron la tecnología. Y algunas empresas como Circle y Gemini, de los
gemelos Winklevoss, que operaban con bitcoin en Nueva York, demostraron que Coinbase y otras
empresas de Silicon Valley no tendrían el monopolio del sector emergente. Circle, Gemini y un
puñado de otras empresas eran verdaderos actores de las criptomonedas, pero con cierto sabor a la
Costa Este. No hacían payasadas como ir en pijama al trabajo o hacer hackathons toda la noche, pero
aun así atraían a cientos de operadores e ingenieros que abandonaban los trabajos tradicionales de
Wall Street. Para los que migraban a las criptomonedas, el atractivo de abandonar Wall Street era por
algo más que el dinero, incluso cuando el precio del bitcoin y de Ethereum seguía subiendo. Se
trataba de un estilo de vida. Al igual que el bitcoin, una carrera en el sector de las criptomonedas
prometía escapar de la autoridad y del mundo bancario cerrado.
Jeff Dorman, un operador de hombros anchos, con ojos intensos y cabello en retroceso, recuerda
sus días de trabajo en las trincheras de Lehman Brothers y Merrill Lynch antes de unirse a la empresa
de gestión de criptoactivos Arca. «Me crié en un entorno como el de Full Metal Jacket (titulada La
chaqueta metálica en España, Nacido para matar o Cara de guerra en América del sur y en
Centroamérica y México, respectivamente) —dice, en referencia a la brutal descripción de Stanley
Kubrik del campo de entrenamiento del Cuerpo de Marines en la época de la guerra de Vietnam—.
Todas las cosas que se leen sobre la banca de inversión son ciertas. Me quedaba despierto hasta las 3
de la mañana para asegurarme de que un PowerPoint fuera perfecto, como si fuera tan importante
que el resultado de un acuerdo se redujera a un error tipográfico en una diapositiva de PowerPoint».
El negocio de las criptomonedas, por el contrario, significaba menos rigor y menos reglas. A
medida que la criptotecnología se filtraba en las finanzas, también lo hacía su cultura. Las empresas
de la Costa Este no se volcaron de lleno hacia la cultura de Silicon Valley, pero su ADN estaba en las
empresas. «Cuando operas en la industria tradicional de cinco días a la semana, tienes que terminar
todas las cosas antes del cierre del mercado —dice Dorman—. La naturaleza 24/7 de las
criptomonedas implica un ritmo diferente. Tienes que entrenarte para relajarte».
Del mismo modo, la cultura financiera se estaba filtrando en la criptodivisa. A medida que el
precio del bitcoin y del Ethereum se disparaba en 2016, más operadores empezaron a ver las
criptodivisas como una materia prima, al igual que el trigo, el petróleo o el azúcar. Esto, a su vez,
desencadenó un frenesí de actividad en Chicago, sede de los mercados de materias primas del país, ya
que las empresas se apresuraron a diseñar contratos de futuros y opciones que permitieran a los
operadores apostar por las oscilaciones de los precios. Y la acción no se limitó al bitcoin y al
Ethereum. En bolsas extranjeras poco reguladas, los operadores especularon con una galaxia de otras
criptomonedas que empezaron a duplicar y triplicar su precio. Los fans de Litecoin, por ejemplo,
compararon la moneda con el hermano pequeño de bitcoin y señalaron que su red había estado en
funcionamiento antes que la de Ethereum. XRP era una moneda versátil lanzada por el fundador de
la tristemente célebre exchange Mt. Gox, y la compañía que la apoyaba, Ripple, había evolucionado
hasta convertirse en una empresa financiera de pleno derecho que ofrecía XRP a los bancos como
una forma de mover dinero a través de las fronteras. Otras monedas no ofrecían ninguna razón de
ser, ni siquiera ninguna garantía de que no pudieran ser pirateadas o manipuladas por personas sin
escrúpulos. Para muchos operadores, eso no importaba. Un mercado alcista avanzaba mientras el
precio de cada tipo de criptodivisa seguía subiendo.
Las escuelas de negocios tomaron nota, por fin. Solo unos años antes, Adam White, de Coinbase,
había suplicado a sus profesores de la Harvard Business School que le permitieran escribir sobre el
bitcoin. La escuela se había negado. Ahora, los estudiantes, impacientes, formaron clubes de
criptomonedas por su cuenta. Harvard y otros programas de MBA de primera línea empezaron a
introducir cursos sobre blockchain y bitcoin, así preparaban el camino hacia las altas esferas de los
bancos y las empresas estadounidenses para las carreras en criptodivisas.
En la Universidad de Cornell, el profesor de Ciencias de la computación Emin Gün Sirer ayudó a
fundar la Iniciativa para Criptomonedas y Contratos, una especie de grupo de expertos en
criptomonedas con escuelas asociadas en Berkeley, Londres y Suiza. La Facultad de Derecho de
Stanford anunció su primera clase sobre criptomonedas y ciberdelincuencia. ¿Su profesora? Nada
menos que Katie Haun que, cuatro años antes, había sido la encargada de procesar al bitcoin y ahora
era una de las principales autoridades en materia de criptomonedas del país.
La cobertura de las criptomonedas por parte de los medios de comunicación también empezó a
generalizarse. Mientras que la prensa tecnológica informaba sobre bitcoin, los medios financieros lo
ignoraban en su mayoría, salvo algún titular ocasional que lo descartaba por completo, como cuando
el Washington Post advirtió a finales de 2014: «La red financiera de Bitcoin está condenada», o Yahoo
Finance declaró ese mismo año: «Este podría ser el fin de la era bitcoin». En 2016, medios como
Bloomberg y el Wall Street Journal asignaron reporteros de negocios para cubrir temas de
criptomonedas. Libros como The Age of Cryptocurrency y Blockchain Revolution aumentaron aún más
la credibilidad en la tecnología del libro mayor.
La transformación no fue instantánea. Los orígenes ilegales del bitcoin seguían asomando. Los
fondos de cobertura y las universidades exploraban las promesas del bitcoin, claro, pero la realidad
era que la moneda de Satoshi seguía proporcionando el mejor mercado anónimo para los esquemas
de extorsión y la venta de drogas. La ruta de la seda había sido cerrada, pero uno nuevo, llamado
AlphaBay, surgió en la web oscura para ocupar su lugar como centro de intercambio de actividades
delictivas. Y permitía a los clientes pagar con bitcoins y con una nueva especie de criptomoneda
llamada Monero, que fue diseñada específicamente para codificar el registro de las transacciones de
manera que fuera extremadamente difícil conectar las transacciones con la cuenta de cualquier
persona, lo que la hacía ideal para frustrar la aplicación de la ley. El otro golpe de larga duración
contra las criptomonedas, además de su popularidad entre los delincuentes, era que podían ser
pirateadas, y eso seguía siendo cierto. En agosto de 2016, unos ladrones irrumpieron en una de las
mayores exchanges del mundo, una oscura empresa de Hong Kong llamada Bitfinex, y robaron más
de 73 millones de dólares en bitcoins de sus clientes. La exchange respondió imponiendo un recorte
del 36% a todos sus clientes, confiscó literalmente más de un tercio de su dinero para compensar la
pérdida. La debacle de Bitfinex fue el mayor hackeo desde Mt. Gox y provocó una breve caída del
precio del bitcoin.
En Coinbase, Brian no se inmutó por el hackeo de Bitfinex. Sabía que representaba una
oportunidad. Veía que cada vez más gente empezaba a adoptar las criptomonedas y percibía que
estaban a punto de crecer. Mucho más.
9
Brian tiene un plan maestro

Brian respiró satisfecho cuando hizo clic en «publicar» y apareció su entrada en el blog. Era
septiembre de 2016, un mes después del hackeo de Bitfinex, y llevaba una simple camiseta negra. Al
igual que otros consejeros delegados de Silicon Valley, había adoptado un estilo de vestimenta
distintivo, como una especie de marca propia. El estilo de Brian no era tan llamativo como la
sudadera con capucha de Mark Zuckerberg o el cuello de tortuga de Steve Jobs, un efecto que más
tarde copiaron el director general de Twitter, Jack Dorsey, y la fundadora de Theranos, Elizabeth
Holmes, que cayó en desgracia. En su lugar, Brian se ponía una simple camiseta, generalmente negra,
a veces blanca, para sus discursos y apariciones públicas. Era un guiño a la simplicidad y a la
concentración.
Desde que fundó Coinbase, Brian había mantenido su blog como una crónica de anuncios de
productos, hitos de contratación y otros signos de progreso. Esta entrada del blog era diferente. Era
más amplia y ambiciosa. Titulada sutilmente «El plan maestro secreto de Coinbase», exponía la
amplia visión de Brian sobre el futuro de la criptomoneda.
La criptomoneda es como Internet, explicó, y, tendrá un desarrollo en cuatro etapas. Los dos
primeros pasos, que llevarán las criptomonedas a un millón y luego a diez millones de personas,
estaban muy avanzados. El primero había sido la creación de nuevos protocolos de blockchain como
Bitcoin y Ethereum para crear y distribuir dinero. Luego, vinieron los servicios para comerciar y
almacenar criptomonedas. La tercera fase del desarrollo, dijo Brian, sería el software que permitiría a
la gente interactuar más directamente con la tecnología blockchain, el equivalente a la llegada de
navegadores como Netscape y Explorer, que permitieron a cualquiera descubrir Internet. El cuarto y
último paso, predijo Brian, llegaría en forma de aplicaciones de blockchain que permitirían a la gente
realizar acciones como pedir préstamos, prestar e invertir sin depender de un banco. El cuarto paso,
escribió, marcaría la inauguración de las Finanzas 2.0 y llevaría a mil millones de personas al
emergente universo de las criptomonedas. Si este era el futuro, entonces el plan maestro de Coinbase
era construir peldaños hacia las Finanzas 2.0 a la vez que invertía en otras empresas que hacían lo
mismo.
La prosa del blog reflejaba a Brian, como tecnocráta y como visionario. «En Coinbase nos apasiona
crear un sistema financiero abierto para el mundo. Por abierto nos referimos a que no esté controlado
por ningún país o empresa (al igual que Internet). Creemos que es la forma más eficaz de conseguir
más libertad económica, innovación, eficiencia e igualdad de oportunidades en el mundo», escribió.
El plan maestro tenía mucho sentido para Brian, aunque no lo tuviera para la mayoría de la gente,
incluidos muchos del mundo financiero tradicional. Las criptomonedas se habían introducido en
algunos rincones de Wall Street y podían negociarse junto con otras materias primas, pero la idea de
que mil millones de personas utilizaran criptomonedas parecía descabellada para todos los que no se
hubieran empapado de bitcoin durante años. Pero, al más puro estilo de Silicon Valley, Brian pensó
que lo mejor era pensar a lo grande y contaba con el apoyo del consejo de administración de
Coinbase. Sin embargo, primero, tendría que inspirar a los propios empleados de Coinbase.
Las visiones empresariales gigantescas y a un futuro lejano suelen asociarse a los directores generales
de las empresas tecnológicas de Silicon Valley, que tienen personalidades descomunales. Steve Jobs es
el arquetipo. El difunto director general de Apple introdujo algunas de las tecnologías más
profundamente disruptivas que el mundo ha visto jamás y, además, alimentó un culto a la
personalidad con su apariencia distintiva y una presencia en el escenario digna de P. T. Barnum. A
Elon Musk, que dirige la empresa de coches eléctricos Tesla y el fabricante de cohetes SpaceX, le
gusta compartir sus extravagantes planes de vivir en Marte y construir túneles de alta velocidad entre
ciudades estadounidenses. Tanto en persona como en Internet, Musk es combativo y escandaloso: se
pelea con la SEC (Comisión de Mercado y Valores, por su sigla en inglés) en Twitter y fuma hierba
durante las entrevistas radiofónicas en directo. En parte, al menos, se trata de un intento calculado de
aumentar la mística de Musk. Jeff Bezos, de Amazon, prevé que la gente viva en colonias espaciales.
Siendo de Silicon Valley, no sería raro que Brian pensara a lo grande y lo hiciera públicamente. Pero
Brian no se parecía en nada a Jobs, Musk o Bezos. Era un director general autodenominado
introvertido. Todos los empleados más antiguos de Coinbase describen a Brian como «torpe». Varios
señalan, en particular, su primer intento de dar un discurso inspirador durante un retiro de la
empresa en Napa Valley, y lo resumen como «doloroso» y «Oh, Dios mío». Un empleado dijo: «El
chiste siempre ha sido que está en el espectro [del autismo] en alguna parte —antes de añadir,
pensativo—, pero en Silicon Valley, joder, creo que el 80% de los fundadores de aquí son un poco
raros cuando se trata de habilidades sociales».
Brian tenía suficiente conciencia de sí mismo para intentar aprender. Eso no era difícil. Desde que
era adolescente, estaba poseído por un deseo patológico de superación personal. Si había algo que no
entendía, leía sobre ello hasta que lo entendía. Si conocía a alguien que sabía más que él, le hacía
preguntas. Una vez, al recibir una evaluación de rendimiento de un consultor externo, la envió por
correo electrónico a todos los empleados de Coinbase y les pidió que opinaran. Para Brian, dirigir era
una habilidad más que tenía que aprender.
A instancias del consejo de administración de Coinbase, Brian y Fred habían invertido mucho en
los mejores coachs de Silicon Valley y estos esfuerzos empezaron a dar resultados, aunque con
contratiempos iniciales, como el capricho con el liderazgo consciente. Los coachs limaron algunas de
las asperezas que habían llevado a Bloomberg Businessweek a describir a la pareja como «banqueros
vulcanos» sin humor. El trabajo de la directora de recursos humanos, Nathalie McGrath, para
construir una cultura de oficina más humana, con eventos de disfraces y noches de karaoke, también
había ayudado a que Brian fuera más accesible.
Sin embargo, Brian no solo reconoció que era introvertido, sino que llegó a aceptarlo. Al igual que
Jobs, Musk o Bezos, Brian tenía una visión de gran alcance: llevar la criptomoneda a mil millones de
personas y provocar una disrupción en la industria financiera de varios billones de dólares. A
diferencia de ellos, no podía intentar llevar a cabo esa visión por pura fuerza de la personalidad. «No
sabía exactamente lo que era un director general —dice—. Pensaba que tal vez había que ser un
general militar y gritar órdenes a la gente. No deberías intentar ser algo que no eres. Ser falso es el
peor tipo de liderazgo».
Brian había aprendido otra lección: ser introvertido no era lo mismo que ser débil. Desde el
principio, había luchado una y otra vez para ejercer un control total sobre Coinbase, ya fuera
expulsando a su socio de Y Combinator o dictando las condiciones a los business ángel de la empresa.
Y, a medida que Coinbase crecía, recurrió a una nueva táctica para asegurarse de mantener ese
control.
En Silicon Valley, ejecutivos como Mark Zuckerberg han descubierto una manera de asegurarse de
que no solo son jefes ejecutivos, sino reyes de las empresas que fundaron. Los fundadores de Google,
Larry Page y Sergey Brin, utilizaron el mismo truco para mantener el control, incluso mientras
distribuían más y más acciones de la empresa. El secreto para mantenerse en el poder consistió en
crear una nueva clase de acciones con superderechos de voto. Normalmente, una acción de una
empresa conlleva un grado equivalente de poder de voto. Si la empresa en cuestión ha creado cien
acciones, el propietario que posee el 1% de los activos de la empresa obtiene un voto de cada cien.
Las acciones con supervoto revientan las matemáticas: un individuo que posea este tipo de acciones
podría obtener diez votos por cada una de ellas, lo que le aseguraría poder votar más que los
inversores ordinarios que poseen una proporción mucho mayor de la empresa. En una variante del
esquema, una empresa podría emitir nuevas acciones sin poder de voto en absoluto, y así aumentar el
poder de las acciones con voto existentes. Esto permite a algunos inversores participar en la fortuna
de la empresa, pero sin poder opinar sobre su gestión. Independientemente de los detalles, el
resultado es el mismo: los fundadores obtienen un bloqueo en cuestiones críticas como la
composición del consejo de administración, la estrategia del producto o cualquier otra cosa que
afecte a la dirección de la empresa.
Esto es lo que hizo Brian mientras Coinbase crecía. Cuando la empresa levantó 75 millones de
dólares de la Serie C y, luego, 100 millones de la Serie D —hitos clave en el camino hacia la salida a
bolsa— repartió millones de acciones nuevas, pero también creó una nueva clase de acciones para él,
que le garantizarían poder votar más que esos inversores y que cualquier otra persona. Al igual que
Zuckerberg y los fundadores de Google, Brian se garantizaba un control férreo sobre Coinbase en ese
momento y en el futuro inmediato. Cuando publicó su visionaria entrada en el blog, Brian tenía el
poder que necesitaba y estaba aprendiendo a dirigir una empresa que crecía más rápido de lo que
había previsto.

•••

Una prueba clave del liderazgo de Brian se produjo cuando se intensificó la competencia para atraer a
los operadores profesionales. Mientras que el día a día de Coinbase había sido siempre el de los
inversores minoristas y los aficionados, su exchange profesional, GDAX, se había propuesto captar el
mercado de los operadores ricos, llamados ballenas, y el creciente número de fondos de cobertura y
otros actores de Wall Street que se sumergían en el mundo de las criptomonedas.
Una primera versión de GDAX se lanzó en 2015 y, tras añadir Ethereum, la exchange despegó.
Para seguir su progreso, Coinbase colocó monitores gigantes en la oficina, que mostraban la cuota de
mercado de GDAX en comparación con otras exchanges. La empresa no era la número uno. Esa
distinción pertenecía a Bitfinex, la exchange con sede en Hong Kong que había soportado una serie
de escándalos de piratería informática, entre ellos, el de 2016, en el que perdió 72 millones de dólares
en bitcoins a manos de los ladrones y luego impuso un recorte del 36% en todas las tenencias de sus
clientes para compensar la pérdida. A pesar de su falta de transparencia —nadie estaba seguro de
quién la controlaba—, Bitfinex seguía teniendo una base global de clientes a los que les gustaba su
enfoque rápido y libre de regulación financiera, que les permitía enriquecerse más rápidamente.
Coinbase no podía y no quería competir con eso. Desde el principio, la empresa había tratado de
hacer lo correcto ante los reguladores y, en GDAX, se atendía a los clientes que se preocupaban por
el compliance. Al dirigirse a los estadounidenses con conciencia sobre el cumplimiento de la
normativa y a los operadores de otros países con leyes bancarias estrictas, GDAX empezó a aumentar
su cuota de mercado y pronto superó a su rival de San Francisco, Kraken. Pero, entonces, los gráficos
de los gigantescos monitores de las oficinas empezaron a moverse en la dirección equivocada: hacia
abajo.
El crecimiento de GDAX se estancó a mediados de 2016 y cedió parte de su cuota de mercado a
rivales como Bitfinex y otras exchanges renegadas, que habían cortejado a los clientes con precios
bajos y más tipos de criptomonedas para operar.
Más importante aún, Coinbase y GDAX tenían un nuevo y serio competidor: los gemelos
Winklevoss.
Cameron y Tyler Winklevoss se hicieron famosos por primera vez gracias a la aclamada película de
Aaron Sorkin La red social, de 2010, que se centra en la traición y la intriga que rodean la fundación
de Facebook. La película presenta a los gemelos, interpretados por Armie Hammer, como deportistas
burlados por un intrigante Mark Zuckerberg, que los llama «los Winklevii». La película pintó a
Zuckerberg como un antipático y también dejó una impresión duradera de los gemelos Winklevoss
como torpes, una impresión que hicieron poco para disipar al aprovechar su fama en el cine para
aparecer en un estúpido anuncio de pistachos que atacaba a Zuckerberg.
En realidad, los gemelos se parecen poco a sus populares caricaturas. Aunque su estatura física es
llamativa, como dice el personaje de Cameron en la película: «Mido 1,80 y soy dos», sus logros van
más allá de las carreras de remo en Harvard y los Juegos Olímpicos de Pekín. Lejos de ser niños
malcriados, los gemelos fueron estudiantes muy trabajadores que, cuando aún estaban en el instituto,
tradujeron con su padre obras en latín de San Agustín y de otros antiguos eruditos. En persona, son
diferentes el uno del otro —Cameron es más serio y duro, mientras que Tyler es más jovial—, pero
ambos son reflexivos y bien hablados. Sin embargo, algo en lo que sí acertó La red social es en la
ambición que los mueve.
En la batalla por Facebook, los gemelos llegaron a un acuerdo después de que sus abogados
obtuvieran una serie de mensajes condenatorios de Zuckerberg, incluido uno en el que se regodeaba
diciendo que «los iba a follar… probablemente por la oreja”. Pero Cameron y Tyler salieron muy
bien parados: obtuvieron un pago de 65 millones de dólares en 2008, la mayor parte de los cuales se
llevaron en acciones de Facebook. La suma se elevó a más de 500 millones de dólares unos años más
tarde. Por aquel entonces, volvieron a encontrar oro. Como escribe su biógrafo Ben Mezrich sobre su
decisión de aceptar el pago de Zuckerberg en acciones: «Para los gemelos [supuestamente] insensatos
y locos de remate, esta resultó ser una de las mejores decisiones empresariales de todos los tiempos,
solo superada, tal vez, por su elección de invertir 11 millones de dólares de ese acuerdo en bitcoins en
2013».
La siguiente decisión empresarial de Cameron y Tyler, apoyar al disoluto Charlie Shrem y su
proyecto BitInstant, fue menos auspiciosa.
BitInstant, que ofrecía servicios de compra y venta de bitcoins, fue aplastada por Coinbase y Shrem
fue a la cárcel por infringir las leyes de blanqueo de dinero. Sin embargo, los gemelos se recuperaron.
Buscaron la revancha con Coinbase a través del lanzamiento de Gemini, su intachable exchange
dirigida a comerciantes profesionales. Y, en los primeros asaltos de este combate, ganaron con
contundencia.
«Gemini salió de la invisibilidad [a finales de 2015] y la vimos en los monitores de la oficina
arrastrarse cada semana y luego superarnos», recuerda Adam White, que dirigió la exchange de
comercio profesional de Coinbase, GDAX. Esto fue un doble golpe. No solo la nueva máquina de
dinero de Coinbase se tambaleaba, sino que perdía frente a un competidor que también se presentaba
como el «caballero blanco de las criptomonedas», un lugar para los inversores preocupados por el
cumplimiento de las normas que necesitaban un intercambio que se mantuviera en el lado correcto
de los reguladores. La situación de la exchange suponía una crisis que requería liderazgo. Brian
intervino.
En un correo electrónico urgente, convocó a Adam White, a otros ejecutivos de GDAX y a otras
personas clave de Coinbase: del área legal, de marketing y de diseño. «Hay que arreglar esto —les
dijo en un tenso almuerzo—, y hay que arreglarlo ahora». El Brian que apareció en la comida,
directo y autoritario, no era el líder que su personal había visto antes. Puede que gritar órdenes como
un general no fuera su estilo, pero, en esta ocasión, Brian interpretó un personaje de estilo militar y
dirigió los diferentes sectores de Coinbase para que trabajaran juntos como nunca antes.
«Ganar el espacio de la exchange es fundamental; es fundacional», dijo. Lo que quería decir era que
si Coinbase no podía enfrentarse a empresas como Gemini, podían olvidarse del resto del plan
maestro de Brian.
La intervención desde todos los sectores funcionó. Los servicios como GDAX son, a fin de cuentas,
productos, y los productos no tienen éxito si no cuentan con el apoyo de las personas que no se
dedican al producto en una empresa. Al incluir la exchange como prioridad en la agenda de todos en
Coinbase, Brian la sacó del desastre. Los gráficos en los monitores de la oficina tomaron su antigua
apariencia, mientras GDAX recuperaba la cuota de mercado, Gemini se marchitaba. Por segunda vez
en tres años, los gemelos Winklevoss perdieron contra Coinbase.

•••
En 2017, Coinbase había crecido hasta tener cientos de empleados y Brian estaba aprendiendo a
dirigirlos a todos. Seguía siendo una persona introvertida, pero ya no se recluía en el mundo privado
de sus auriculares durante doce horas seguidas. Sin embargo, a pesar de tener docenas de
subordinados directos y menos reclusión autoimpuesta, Brian se sentía cada vez más solo en su
puesto.
A la partida de Olaf, buen amigo de Brian, le siguieron otras. Charlie Lee, el quinto empleado de
la empresa, tenía un nuevo hogar y una familia que se había cansado de sus largas horas en Coinbase.
Charlie también poseía un tesoro en Litecoins. Había creado la versión más ligera del bitcoin
mientras trabajaba en Google en 2011 y la moneda digital se había convertido desde entonces en un
valor de miles de millones, solo por detrás del bitcoin y Ethereum. Charlie sospechaba que el valor
del Litecoin se dispararía aún más si más personas pudieran comprarlo. Y la mejor manera de hacerlo
sería venderlos en Coinbase.
Una historia popular en los círculos de criptomonedas cuenta que Charlie desarrolló en secreto la
capacidad de Litecoin en el código de Coinbase y, una noche, lanzó el código en vivo sin previo
aviso, y fue despedido al día siguiente. Es una buena historia, pero no es cierta. Una hazaña de
programación como la de añadir el soporte de Litecoin a Coinbase llevaría mucho más tiempo de
construcción y muchas horas de lanzamiento. No se puede hacer de la noche a la mañana. Además,
Coinbase utiliza lo que los empleados llaman un «ojo de Sauron» para asegurarse de que nadie pueda
alterar unilateralmente su código sin hacer saltar las alarmas.
Coinbase lanzó Litecoin en la primavera de 2017 con la plena aprobación de Brian y el precio se
disparó un 25%. La prensa declaró que el rebote se debía al «efecto Coinbase», una expresión que
daría publicidad, y problemas, a la empresa en el futuro. Dos meses después, Charlie anunció que
dejaba Coinbase.

•••

La marcha de Charlie supuso la pérdida de otro antiguo empleado de confianza, pero Brian había
recibido un golpe mucho mayor meses antes. Fred se había ido.
Desde su épico desplante que empujó a Coinbase a adoptar Ethereum, Fred se había puesto
inquieto. Era cofundador de la empresa, pero Brian estaba al mando. Aunque la pareja había
encontrado un equilibrio desde el principio —Brian dirigía el producto y Fred se encargaba de la
parte comercial—, Coinbase ya no podía contener las ambiciones de ambos. Fred quería llevar la voz
cantante, pero eso no iba a suceder en Coinbase. Presintiendo el comienzo de una carrera alcista sin
precedentes para las criptomonedas, decidió emprender su propio camino para desarrollar
aplicaciones y lanzar un fondo de cobertura. «Disfruté de ser un líder espiritual en Coinbase»,
recuerda, y añade que, desde que se fue, él y Brian se han hecho más amigos que nunca.
La despedida formal se produjo durante una reunión el viernes por la mañana delante de todos los
empleados, muchos de los cuales estaban conmocionados por la noticia. Fred habló muy
respetuosamente de su tiempo en Coinbase y su optimismo sobre el futuro de la criptomoneda. «Lo
que más quería era que a la empresa le fuera bien. Había contratado a todos los que estaban allí. En
cierto modo, es como dejar a tu familia», recuerda.
Y entonces el duro y poco sentimental hombre del dinero, el que había exhortado a la empresa a
cargar contra las paredes de ladrillo, hizo algo que no había hecho en muchos años. Se puso a llorar.
Brian había publicado su «Plan maestro secreto» en septiembre de 2016. Pero, a medida que sus
ambiciones crecían, los meses siguientes pusieron más peso que nunca sobre sus hombros y, en ese
momento, tenía pocos amigos de confianza para ayudarlo. Y, mientras los inicios de una inminente
criptomanía empezaban a arremolinarse, Coinbase comenzó a enfrentarse a una nueva serie de
problemas. Uno de los más importantes era el gobierno de los Estados Unidos.
10
El Tío Sam llama a la puerta

El 9 de noviembre de 2016, Washington DC se despertó con una lluvia lúgubre y con la noticia de
que un outsider de la política, Donald J. Trump, sería el próximo presidente de Estados Unidos. Los
mercados financieros se estremecieron; los contratos de futuros de los principales índices bursátiles
cotizaron un 5% a la baja y el precio del petróleo cayó. El oro, tradicionalmente un refugio en
tiempos de turbulencia, subió. También lo hizo el bitcoin, que subió un 3% al conocerse la elección
de Trump. Para los defensores del bitcoin, ese pequeño salto en el precio sería la única buena noticia
sobre la criptomoneda que saldría de Washington en los próximos tres años.
Al otro lado del país, David Utzke, un condecorado veterano de las fuerzas especiales con base en
California, estaba creando problemas al bitcoin. Después de servir en el extranjero con el Ejército y la
Armada de EE.UU., Utzke había buscado una nueva forma de servir a su país al volver a casa. La
encontró en otra temible organización: el Servicio de Rentas Interno (IRS, por su sigla en inglés). A
los cuarenta y tantos años, con una dentadura perfecta y una postura rígida, Utzke recorría el mundo
en busca de evasores fiscales.
Mucha gente considera que el IRS es una agencia de gnomos contadores de frijoles que se pasan el
día acurrucados sobre las declaraciones de impuestos. Pocos saben que la agencia también cuenta con
una formidable división de aplicación de la ley que emplea a personas como Utzke, contables con
placas y armas, que se entrenan en la misma escuela que los agentes del FBI y la DEA.
El IRS fue uno de los organismos que se percató rápidamente del potencial delictivo de las
criptomonedas. Uno de sus agentes especiales, Gary Alford, ayudó a abrir la investigación federal
sobre el mercado delictivo de La ruta de la seda. Alford tiene un extraño hábito: siempre lee los
documentos tres veces, pero esta idiosincrasia dio sus frutos cuando, en una de sus triples lecturas,
reconoció una conexión entre una dirección de Gmail y Dread Pirate Roberts, el cerebro anónimo de
La ruta de la seda. El descubrimiento de Alford llevó al Departamento de Justicia a identificar y
condenar a Ross Ulbricht, alias Dread Pirate.
El colega de Alford, Utzke, había previsto el auge del dinero digital ya en la década de 1980 y
eligió una novedosa combinación de estudios en la universidad, economía, contabilidad forense e
informática, en previsión de que algún día llegara algo como el bitcoin. El IRS, cuando los mercados
de criptomonedas cobraron fuerza a principios de 2016, se embarcó en una investigación sobre la
criptoevasión fiscal. Se realizó una búsqueda electrónica de todas las declaraciones del IRS entre 2013
y 2015 para determinar cuántas incluían un formulario 8949, utilizado para declarar ganancias de
capital. Utzke luego archivó esos millones de declaraciones para identificar a cualquiera que declarara
«bienes probablemente relacionados con el bitcoin». Solo encontró 802 declaraciones de este tipo.
Ese era el número de estadounidenses que habían declarado ganancias o pérdidas relacionadas con el
bitcoin el año anterior.
La palabra propiedad es la clave. En 2014, el IRS emitió una declaración en la que designaba las
criptomonedas como propiedad, no como moneda. Poseer bitcoins era igual que poseer una casa o
acciones de Apple. Si el precio subía y el propietario vendía sus acciones, pagaría al Tío Sam en
virtud de las normas de las ganancias de capital, por lo general, alrededor del 10% de la ganancia. Si
el propietario había conservado la propiedad durante menos de un año antes de venderla, se
clasificaría como una ganancia a corto plazo y el impuesto resultante sería mayor. El estatus legal del
bitcoin como propiedad también significaba que usarlo para comprar cualquier cosa, incluso una taza
de café, podía desencadenar una obligación fiscal. Para alguien como Olaf, que ha vivido del bitcoin
durante varios años, una interpretación estricta de las normas del IRS supondría una pesadilla fiscal
interminable. Utzke volvió a mirar sus conclusiones. Esa cifra, 802, era sorprendentemente pequeña,
dado que millones de ciudadanos estadounidenses poseían monederos de bitcoins y, según sus
cálculos, había habido más de 10.000 millones de dólares en transacciones de bitcoin solo en 2015.
Cuanto más investigaba a quienes usaban bitcoins, más seguro estaba de que la moneda digital era un
vector de evasión fiscal.
Utzke decidió apretar a un defraudador fiscal que ya se enfrentaba a cargos penales para que le
contara más cosas sobre el bitcoin. Esta persona había evadido impuestos mediante el uso de
empresas ficticias para canalizar el dinero hacia cuentas de corretaje extranjeras y, luego de vuelta a
los Estados Unidos, a través de retiros en cajeros automáticos. El evasor de impuestos le dijo a Utzke
que este esquema se había convertido en una molestia y que encontró en el bitcoin una forma más
fácil de eludir al IRS. En lugar de pasar el dinero por diferentes empresas y cuentas, lo convertía en
bitcoin y luego compraba coches, barcos y otros artículos que podía cambiar por dólares.
Utzke también descubrió a otros compradores de bitcoins que utilizaban formas menos flagrantes,
pero igualmente ilegales de hacer trampas. Entre ellas se encontraban dos empresas cuyas cuentas
asentaban las compras de bitcoins como gastos tecnológicos para clasificarlas como deducciones
fiscales, el equivalente a intentar anotar la compra de lingotes de oro o billetes de euro como gasto
empresarial. Cuando fueran confrontadas, estas dos empresas se encontrarían con un mundo de
problemas. Y lo mismo ocurriría con Coinbase. Utzke descubrió, como era de esperar, que las dos
organizaciones habían comprado bitcoins a través de Coinbase.
Coinbase, a diferencia de la mayoría de los vendedores de bitcoins, tenía algo que el IRS deseaba
mucho y que pocos otros en el mundo del bitcoin tenían: un perfil detallado de cada uno de sus
clientes, que incluía su nombre, dirección particular, fecha de nacimiento y mucho más. Estos
registros facilitarían al IRS la comparación de una lista de clientes de Coinbase que hubieran vendido
bitcoins con los propios registros de la agencia para ver quiénes habían dejado de pagar impuestos.
Desde el principio, Brian se propuso hacer que Coinbase respetara la ley en medio de un sector
plagado de estafas y sinvergüenzas. El miembro del consejo de administración, Chris Dixon, incluso
había llegado a llamar a Coinbase «el caballero blanco de las criptomonedas». Ahora, irónicamente, la
decisión del caballero blanco de cumplir con las leyes de «conozca a su cliente» lo había convertido
en presa fácil para la primera investigación importante del IRS sobre las criptomonedas, incluso
cuando las exchanges más furtivas, que operaban en secreto y eludían las leyes bancarias, evitaban el
control.
La investigación de Utzke desembocó en una citación que aterrizó en Coinbase a finales de 2016
como una granada. Los abogados de la empresa se la mostraron a Fred poco antes de que dejara
Coinbase. Normalmente imperturbable, Fred gimió: «Oh, mierda, esto es serio». No se podía correr
a través de un muro de ladrillos construido por el IRS. Le llevaron la carta a Brian.
La citación era una pesadilla que les habría costado imaginar si no fuera porque la tenían delante.
El IRS no buscaba la información de las cuentas de unos cuantos defraudadores fiscales a los que
había seguido la pista. Quería la identidad de todos los clientes de Coinbase que habían vendido
bitcoins —más de quinientos mil— y toda la información de identificación personal sobre ellos,
incluyendo cualquier correo electrónico que hubieran enviado a Coinbase, así como los poderes que
hubieran firmado con la empresa. Esto se estaba convirtiendo en la Inquisición española de las
investigaciones fiscales.
La citación fue un doble infierno para Coinbase. En primer lugar, la carga de reunir e imprimir los
datos de medio millón de registros de clientes para enviarlos al IRS requeriría que el personal de
Coinbase dedicara cientos, posiblemente miles, de horas en papeleo en lugar de desarrollar los
servicios de criptomonedas de la empresa.
El segundo infierno era la caída de la reputación que probablemente tendría que soportar
Coinbase. Desde el principio, la idea de Coinbase de centralizar las claves y las cuentas había sido
problemática para los puristas del bitcoin, que veían la tecnología como algo anti establishment,
anónimo y una forma de romper las estructuras de poder. Muchos de ellos habían culpado a
Coinbase de traicionar los valores libertarios del bitcoin. Estos valores exigen que los individuos, en
lugar de confiar en una autoridad central, confíen en las claves privadas criptográficas para proteger
sus reservas. Su ataque a Coinbase se produjo en forma de mofa: «ni tus claves, ni tus monedas», una
indirecta a la práctica de la empresa de almacenar los bitcoins de sus clientes. Ahora bien, si el
gobierno se hacía con quinientas mil cuentas de clientes de Coinbase, este hecho daría la razón a los
críticos. Coinbase sería despreciada por vender la privacidad de sus usuarios. Dada la virulencia,
incluidas las amenazas de muerte lanzadas contra la empresa durante los debates sobre el tamaño de
los bloques, era difícil imaginar cómo saldría Coinbase de esta situación.
Frente a un montón de papeleo y a una catástrofe de relaciones públicas, Brian hizo lo único que
pensó que podía hacer. Le dijo que no al IRS. En una entrada del blog, Brian publicó que entidades
como Citibank, PayPal o Charles Schwab nunca aceptarían una solicitud de este tipo por parte del
IRS y que no había forma de que Coinbase lo hiciera. Brian se preparó para recibir millones de
dólares en facturas legales y la empresa solicitó la anulación de la citación por considerarla ilegal e
invasiva.
«Pedir información detallada de las transacciones de tantas personas simplemente por usar moneda
digital es una violación de su privacidad y no es la mejor manera de lograr nuestro objetivo mutuo»,
escribió Brian.
Una batalla legal de dos años brindó algunas victorias. Coinbase convenció a un juez para que
redujera —aunque no anulara— el requerimiento de la citación judicial. Al final, el IRS se ganó el
derecho a obtener registros limitados de más de trece mil de los mayores clientes de Coinbase,
aquellos que habían hecho más de 20.000 dólares en negocios o habían realizado más de doscientas
transacciones en un año. Coinbase también proporcionó los formularios 1099-K a los grandes
clientes, una práctica que imitaba lo que corredores de bolsa como Fidelity han hecho durante
mucho tiempo. Ni Coinbase ni sus clientes estaban especialmente contentos con este resultado, pero
había un aspecto positivo: la lucha legal ayudaría a acercar a Coinbase y a otras empresas de
criptomonedas al mundo de las instituciones financieras convencionales.

•••

Mientras que el IRS había declarado que el bitcoin era una propiedad, los funcionarios de la
Comisión de la bolsa de valores, SEC (por su sigla en inglés) deliberaban sobre si era técnicamente
un valor, un activo financiero negociable. Mientras tanto, en el Departamento del Tesoro, la Red de
Ejecución de Delitos Financieros lo consideraba una moneda. Y otra agencia, la CFTC (Commodity
Futures Trading Commission), dijo que el bitcoin era una mercancía, lo que significaría que era un
bien o un servicio. Estos tecnicismos podían ser alucinantes, pero también suponían un campo de
minas legal para la emergente industria de las criptomonedas. Irónicamente, en la carrera por
intentar clasificar y poner controles al bitcoin, el gobierno de EE.UU. también se convirtió en uno
de sus mayores propietarios. Como resultado del desmantelamiento de La ruta de la seda, el FBI
incautó unos 150.000 bitcoins al cerebro del sitio y los vendió por millones de dólares en una serie
de subastas organizadas por el Servicio de Alguaciles de los Estados Unidos. Mientras tanto, la
Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos, la Agencia Antidroga, el Servicio Secreto
y otras entidades comenzaron a confiscar criptomonedas en el curso de sus investigaciones. Parte de
los bitcoins acabaron en manos de los alguaciles, mientras que otros alijos simplemente
desaparecieron. El gobierno estadounidense no podía seguir la pista de sus propios bitcoins, mientras
provocaba un calvario normativo para todos los demás que tocaban la moneda.
Y eso era solo para los federales. Los reguladores estatales también querían opinar. El
Departamento de Servicios Financieros de Nueva York, que guardaba celosamente su papel de
guardián de Wall Street, arrojó otra carga de papeleo sobre el sector de las criptomonedas en forma
de licencia. Cualquier empresa que quisiera comerciar con criptomonedas en el Empire State (el
Estado del Imperio, apodo de la ciudad de Nueva York) tendría que obtener la llamada Licencia Bit,
un procedimiento que costaba más de 100.000 dólares y que podía tardar años en completarse. Este
infierno burocrático apestaba a política de puertas giratorias. El poderoso funcionario que creó la
licencia, Benjamin Lawsky, pronto dejó el Departamento de Servicios Financieros y creó una
consultoría especializada para —¿En qué otra cosa podría ser?— ayudar a las empresas a navegar por
las regulaciones de las criptomonedas. Para los ideólogos del bitcoin, la maniobra de Lawsky
simplemente reafirmó su creencia sobre la naturaleza tiránica del gobierno. «Nueva York es ese ex
abusivo y controlador con el que rompiste hace tres años, pero que te sigue acosando», gruñó Jesse
Powell, el director general libertario de la exchange Kraken. Otra figura influyente del bitcoin, Erik
Voorhees, estaba aún menos impresionado. Voorhees había desarrollado una de las primeras
aplicaciones de bitcoin, un juego de azar llamado Satoshi Dice, y dirigía una empresa llamada
ShapeShift que permitía a los clientes intercambiar un tipo de criptomoneda por otro. Incluso para
los estándares libertarios, Voorhees era un radical. Entre sus pasiones políticas, se contaba el
movimiento Free State, una campaña para persuadir a decenas de miles de personas de mudarse a
New Hampshire. La afluencia de personas a ese estado poco poblado, esperaban los Free Staters, les
permitiría crear un bastión para los fanáticos antigubernamentales. Muchos en el movimiento
también promovieron el bitcoin como una forma de subvertir el control del Estado sobre el
suministro de dinero. Voorhees observó con consternación lo que se estaba desarrollando en Nueva
York. «La Licencia Bit es oficialmente ley en Nueva York hoy —tuiteó—. Derrama una lágrima por
la libertad, el capitalismo y la innovación. A continuación, cumple, ciudadano».
No todo el mundo en los círculos de las criptomonedas compartía la opinión de Voorhees, por
supuesto. Muchos otros, incluyendo a Brian, esperaban que una regulación reflexiva y cuidadosa
pudiera aportar estabilidad a los mercados de criptomonedas y ayudar a que se convirtieran en algo
más habitual.
Desgraciadamente, el incipiente régimen normativo estadounidense para las criptomonedas no
proporcionaba estabilidad, sino que las envolvía en burocracia. Múltiples agencias seguían
discutiendo sobre si este material era dinero o propiedad o una mercancía como el zumo de naranja
congelado. Las normas empezaron a multiplicarse de un estado a otro. Navegar por los nodos de la
burocracia hacía que los mercados fueran menos estables y frenaba la legitimidad de las
criptomonedas.
Mientras tanto, otros países creaban puertos seguros frente a las tormentas regulatorias de Estados
Unidos, en los que las empresas de criptomonedas podían operar con relativa calma. El Estado de
Zug, en Suiza, por ejemplo, creó un «valle de las criptomonedas» (Crypto Valley) en el que las
empresas podían experimentar con nuevos modelos de negocios sin caer en la trampa de la
regulación. Los empresarios e inversores estadounidenses empezaron a advertir que una generación
de criptoinnovación podría marcharse al extranjero si Estados Unidos no disipaba su niebla
reguladora.
No se puede culpar por completo a los reguladores. El IRS y otras agencias simplemente utilizaban
las herramientas que tenían y casi todas esas herramientas habían sido creadas antes de que existiera el
bitcoin. Los reguladores estaban tratando de meter las criptomonedas, una nueva tecnología, en
viejas cajas legales diseñadas para una era anterior de las finanzas. La situación no era muy diferente
de cuando los coches empezaron a aparecer en las carreteras estadounidenses. A falta de leyes para
regular la circulación de los automóviles, los gobiernos de principios del siglo XX hicieron lo que
pudieron al adaptar las normas diseñadas para los caballos y los carruajes. A la larga, por supuesto,
resultó poco práctico y se necesitaron nuevas leyes para regular la circulación de los coches.
Coinbase tiene muchos de los mismos patrocinadores que Airbnb, Uber y otras empresas de
Silicon Valley que construyeron su negocio sobre lo que algunos llaman arbitraje regulatorio:
explotar las lagunas normativas y, al mismo tiempo, cultivar buenas relaciones públicas con frases
melifluas como «la economía colaborativa». La estrategia había funcionado bien para esas startups, ya
que les había permitido crecer lo suficiente como para librar todas las batallas judiciales y ganarse el
favor de los políticos. Pero Brian sabía que, para que la industria de las criptomonedas tuviera un
respiro, se necesitarían nuevas leyes. Lo que significaba ir al Congreso para ayudar a los legisladores a
hacer buenas leyes. Era el momento de que Brian fuera a Washington.

•••

Aunque Wall Street y Silicon Valley son lugares muy diferentes —como descubrió Adam White
cuando se reunió con Cantor Fitzgerald—, comparten un gusto por el libre mercado y la cultura
cosmopolita, que los convierte en primos lejanos. Silicon Valley y Washington, en cambio, están tan
relacionados como un hámster con un hipopótamo. La mayoría de la gente del Capitolio mira a
Silicon Valley con hostilidad y recelo, mientras que la mayoría de los frikis tecnológicos californianos
tiene una aversión casi física a la política y a los grupos de presión que impregnan DC (aunque los
gigantes tecnológicos como Google y Facebook acaban siendo expertos en el juego de los grupos de
presión).
El equipo de Coinbase ya había hecho varias incursiones en Washington a lo largo de los años en
un esfuerzo por convencer a los legisladores acerca del potencial de las criptomonedas. Lo que
encontraron no mejoró su opinión. Juan Suárez, el abogado de la compañía desde hacía tiempo,
había tratado y fracasado en su intento de educar a los legisladores sobre la criptodivisa. «Intenté
explicar el bitcoin a la gente en DC, pero todo lo que hacían era preguntar por los excéntricos
posteos del blog de Olaf de tres años antes», dijo, refiriéndose a los ensayos incoherentes escritos por
su antiguo colega.
Brian tenía poco tiempo para la política al estilo de DC. ¿Qué sentido tenía comprometerse con
los políticos cuando, en su opinión, podía utilizar Coinbase para proporcionar libertad económica a
mil millones de personas? Una excepción, sin embargo, fue la congresista de su ciudad natal, la
poderosa presidenta de la Cámara y líder demócrata Nancy Pelosi. Durante una reunión en su
oficina de San Francisco, no planteó sus prioridades liberales, sino que se mostró encantadora y le
dijo a Brian lo mucho que respetaba y admiraba a los empresarios. Brian podía manejar a alguien
como Pelosi en el terreno de Coinbase en la Costa Oeste. Era de la ciudad de Washington, DC,
poblada de partidistas inflamados por cuestiones estrechas y a menudo ignorantes respecto de la
tecnología, de la que podía prescindir.
Independientemente de la facilidad de Brian con Pelosi, la investigación del IRS y la tormenta
regulatoria que se formaba significaban que Coinbase tenía que redoblar sus esfuerzos políticos. Brian
contrató a Mike Lempres, un operador político que había servido como fiscal general asociado del
Departamento de Justicia en la década de 1990 y había trabajado con el futuro fiscal general del
presidente Donald Trump, William Barr, así como con Robert Mueller, que dirigiría una
investigación de alto perfil sobre la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses. Hijo de la
quinta generación de San Francisco, Lempres tiene una pelusa de pelo blanco alrededor de una
creciente calva, pero sigue proyectando juventud y vigor. En Coinbase, le tocó una tarea difícil:
vender a Brian en Washington, DC. Al fin y al cabo, si la empresa quería conseguir una victoria
política para la criptomoneda, enviar a su director general como emisario podría ser clave para su
estrategia. «Le dije: “Brian, espero que te guste. Quiero que estés aquí al menos dos veces al año”»,
dijo Lempres. Y añadió con pesar: «No le gustó».
Su visita conjunta no despertó en Brian más que un fuerte deseo de volver a California. El calor y
la humedad de la ciudad eran agobiantes. La cultura de los chismes de DC le molestaba. Le gustaba
la gente que construía cosas en lugar de limitarse a parlotear sobre ellas. Esto incluía a los senadores
estadounidenses que conoció. Uno de ellos, un incondicional de los demócratas, declaró Brian a sus
colegas de Coinbase, era un «completo imbécil».
Lo único que le gustó de DC fue el tren subterráneo que transporta a los miembros del Congreso
entre los distintos lugares del Capitolio. Aparte de eso, el viaje fue un fracaso. Las esperanzas de
Lempres de enseñarle a Brian las costumbres de Washington no llegaron a ninguna parte. De vuelta,
recuerda Lempres: «Brian quería resolver todo el problema con la SEC en nuestro vuelo de regreso.
Pensó que era hora de volver a los principios originales y repensar completamente la agencia. El caso
es que hay cien años de leyes de la SEC y no van a cambiarlas por él».
Con o sin Brian, se haría política. Lentamente, de forma glacial, Washington lidió con la
criptomoneda, avanzando lentamente hacia un plan. Mientras tanto, el próspero mundo de los
criptoinversores no iba a esperar a los federales. Mientras el Congreso vacilaba, una de las burbujas
financieras más escandalosas de la historia moderna se inflaba más rápido que el ego de una nueva
celebridad.
11
La locura de las nuevas monedas (ICO)

El 25 de junio de 2017, la noticia de que el creador de Ethereum, Vitalik Buterin, había fallecido en
un accidente de tráfico recorrió las redes sociales.
Los especuladores entraron en pánico. Los precios cayeron un 20%, el valor del Ethereum se
redujo en 4000 millones de dólares en unas horas.
Al día siguiente, un tuit del propio Vitalik se hizo viral. El tuit mostraba una foto suya, muy vivo,
sosteniendo un trozo de papel con el número de un bloque recién minado en la blockchain de
Ethereum y una cifra, conocida como hash, que acababa de desbloquear el bloque. El tuit de Vitalik
era el equivalente en blockchain a un rehén sosteniendo un periódico como prueba de que estaba
vivo. La imagen demostró que Vitalik no estaba muerto. El precio del Ethereum volvió a subir.
La historia del accidente de coche fue un engaño perpetrado por los trolls del sitio web 4chan, ya
sea para manipular el mercado o simplemente para llevar a cabo una broma macabra. En cualquier
caso, el truco demostró lo importante que era Vitalik, el extraño genio espectral que había creado
Ethereum, para el éxito de la moneda y el de las criptomonedas en general.
También subrayó el protagonismo que había tomado el Ethereum, por encima del bitcoin, en el
boom de las criptomonedas de 2017.
A principios de año, el precio del Ethereum era de 13 dólares. En verano, su valor se había
multiplicado por treinta y rozaba los 400 dólares. Y la gran subida no había hecho más que empezar.
Mientras tanto, gracias en gran parte a Ethereum, docenas y luego cientos de otras criptodivisas
comenzaron a despegar.

•••

Ethereum, cabe recordar, era la máquina de contratos inteligentes de Vitalik que había surgido como
el principal rival del bitcoin en el mundo blockchain. Pero también era la plataforma más popular
para construir otros proyectos de criptomonedas. Supongamos que alguien quiere ofrecer
almacenamiento de archivos o apuestas deportivas en una blockchain. Una opción sería construir una
específicamente para este propósito. Sin embargo, una opción mucho más sencilla sería utilizar
contratos inteligentes para construir ese servicio en Ethereum. En la emergente industria de las
criptomonedas, Ethereum era como un nuevo tipo de Internet y estos nuevos proyectos de terceros,
como el intercambio de archivos o las apuestas deportivas, eran los sitios web que funcionaban a
través de Internet.
Sin embargo, Ethereum es diferente a Internet en un aspecto crucial. Los servicios que se asientan
sobre él requieren un token digital especial para funcionar. Utilizando la analogía de Internet, es
como si cada sitio en la web requiriera que los visitantes adquirieran y gastaran una moneda única
para poder acceder al sitio.
Otra forma de pensar en Ethereum es como un parque de atracciones. Ethereum es el dueño del
parque y deja que otros construyan y gestionen las atracciones. Las aplicaciones para las apuestas
deportivas y el almacenamiento de archivos, etc., son las atracciones. Si quieres subirte a la montaña
rusa de las apuestas, primero tienes que comprar y luego canjear un token de la montaña rusa. El
carrusel de almacenamiento de archivos también requiere un token de almacenamiento de archivos.
Ethereum ayuda a los propietarios de las atracciones acuñando sus tokens. A cambio, los propietarios
del juego pagan a Ethereum una pequeña comisión cada vez que alguien canjea un token para subir a
una atracción. Los clientes que acuden al parque pueden subir a las atracciones que quieran, y subir a
varias, pero no hay una pulsera de acceso único: deben pagar por cada atracción con el token especial
de esa atracción, adquirido en el mostrador de Ethereum.
Sin embargo, una peculiaridad de este parque de atracciones es que la mayoría de las atracciones
aún no se ha construido, pero los clientes siguen comprando tokens para futuras atracciones.
Utilizando Ethereum, los compradores adquieren tokens con la esperanza de que esos tokens se
utilicen algún día para un servicio de blockchain. En realidad, la atracción que compran puede
construirse o no. Pero mientras esperan, siempre pueden intentar vender sus tokens a otra persona
que quiera apostar por la construcción de una atracción. Y eso es lo que hizo la mayoría de la gente.
Especulación pura y dura.
Todos los días de 2017, alguien en Internet anunciaba un nuevo proyecto de tokens. Y cada día, la
gente corría a comprar los tokens. Los proyectos abarcaban desde lo más escabroso, como
SpankChain, que prometía una forma de pagar directamente a los actores porno, hasta lo más
inverosímil, como ASTRCoin, cuyos tokens servían supuestamente para reclamar varios asteroides. El
fenómeno se ganó el nombre de «ICO». En lugar de una OPI, u oferta pública inicial, se trataba de
una «oferta inicial de monedas» (Initial Coin Offering). La ICO podía durar unos días o unas
semanas y consistía en enviar fondos, generalmente en Ethereum o bitcoins, al monedero online de
un proyecto y esperar para recibir tokens a cambio.
Nunca en la historia ha habido una forma más fácil de recaudar más dinero de más personas con
tan poco esfuerzo. El número y el tamaño de las ICO desafían la lógica. Cada día cambiaban de
manos sumas asombrosas. Una empresa llamada Filecoin, que prometía construir una red de
almacenamiento de blokchain, recaudó 205 millones de dólares. Una empresa llamada Bancor, que
promocionaba una superdivisa en línea, recaudó 153 millones de dólares en Ethereum en solo tres
horas, mientras que una llamada Brave, un nuevo navegador web, recaudó 35 millones de dólares en
treinta segundos. El flujo de dinero alcanzó un crescendo con un servicio llamado EOS. EOS, que se
presentaba como un rival del propio Ethereum, recaudó la asombrosa cifra de 4200 millones de
dólares con la ayuda del marketing de Brock Pierce, una antigua estrella infantil de las películas de
Disney Mighty Ducks (conocida en España como Somos los mejores y, en Hispanoamérica, como Los
patos machos o Los campeones) que se había reinventado a sí mismo como un criptogigante.
Hasta 2017, las únicas empresas que podían reunir ese tipo de capital eran las empresas de moda
como Uber o Airbnb, los «unicornios» en la jerga de Silicon Valley. Claro que muchos afirmaban
que Uber estaba sobrevalorada, pero nadie podía negar lo que estas empresas tenían: una idea de
negocio probada, millones de clientes y miles de millones de ingresos. Muchas de las empresas de las
ICO, por el contrario, no tenían nada de eso. Se invirtieron millones en pequeños equipos de
desarrolladores de un libro blanco que describía su idea y nada más. Para sus partidarios, eso era
suficiente. Después de todo, bitcoin y Ethereum habían nacido de libros blancos de nueve páginas y
esos proyectos valían ahora miles de millones. ¿Por qué estos proyectos de ICO no iban a producir el
mismo resultado?
Más de un observador financiero que había visto burbujas antes señaló que era una locura lanzar
cientos de millones de dólares en estas empresas emergentes de blockchain. La influyente columna de
Alphaville del Financial Times escupió críticas a las ICO y a los «crypto bros», y advertía que todo
acabaría en lágrimas. Pero estas profecías del día del juicio final de la clase dirigente financiera no
causaron mucha impresión dentro de la burbuja de Silicon Valley, donde la élite de la tecnología
estaba entusiasmada con un ensayo publicado por uno de los suyos.
Titulado «Thoughts on Tokens» (Reflexiones sobre los tokens), el ensayo explicaba cómo la
recaudación de fondos al estilo de las ICO ayudaría a democratizar las finanzas y abriría la puerta a
las inversiones de todo el mundo: las startups ya no tendrían que depender de una camarilla de
capitalistas de riesgo para despegar. Los sumos sacerdotes de Silicon Valley pronto competirían con
una base global de compradores de tokens para invertir en nuevas empresas. El autor del ensayo era
Balaji Srinivasan, el mismo Balaji Srinivasan que había aparecido en Coinbase tres años antes con
aspecto de vagabundo/traficante de drogas con ideas de la Ivy League y que ahora era socio de la
empresa de capital riesgo Andreessen Horowitz. «Thoughts on Tokens» pasó de bandeja de entrada a
bandeja de entrada del mundo de inversores exclusivos de Silicon Valley y desencadenó una oleada
de FOMO (acrónimo de la expresión en inglés, fear of missing out que, en castellano, significa ‘miedo
de perderse algún acontecimiento’). En poco tiempo, el mundo del capital riesgo comenzó a verter
dinero en una industria emergente de criptomonedas que ya estaba inundada de dinero.
Para los inversores, las apuestas por las criptomonedas eran una especie de cobertura. Si Balaji
estaba en lo cierto, la economía de tokens que se avecinaba estaba preparada para poner en entredicho
el antiguo papel de Silicon Valley como creador de startups. Mejor entonces intentar conseguir una
posición ventajosa en la industria emergente que podría hacer irrelevante Sand Hill Road, la famosa
franja de Palo Alto y Menlo Park que alberga las oficinas de capital riesgo más prestigiosas.
Los estadounidenses se enganchaban a la creciente criptomanía, pero no era nada comparado con
lo que ocurría al otro lado del Pacífico. En Corea del Sur, invertir en criptomonedas se convirtió en
algo tan común como comprar fondos de inversión y, a finales de 2017, un tercio de los trabajadores
del país poseía algún tipo de moneda digital. Un gran número de ellos procedía de los estratos de
ingresos más bajos del país —se llamaban a sí mismos «cucharas de barro»— y veían la posesión de
criptomonedas como una oportunidad única de subvertir lo que consideraban un sistema de clases
amañado. La televisión coreana avivó el fuego, al producir espectáculos como un programa de juegos
en el que los concursantes competían por lanzar una nueva moneda. En Japón, mientras tanto, no
solo los jóvenes se apresuraron a comprar criptodivisas. En las calles de Tokio, surgieron tiendas que
ofrecían a las personas mayores y a otra que no estaban familiarizadas con la tecnología una forma
fácil de comprar criptomonedas. Las tiendas eliminaron el misterio de las claves, los monederos y las
blockchain y, en su lugar, posibilitaron a los clientes acercarse a un mostrador y comprar monedas
digitales de la misma manera que lo harían con un plato de fideos, una especie de versión en una
tienda física de la estrategia del uso amigable de Coinbase.
A mediados de 2017, a los incondicionales de las criptomonedas como bitcoin, Ethereum y
Litecoin se les unió una galaxia de nuevos tokens que habían inundado el mercado a través de las
ICO, con nombres como Qash o QuarkChain. Por muy oscuros que fueran, casi todos prometían
que serían el próximo bitcoin o al menos algo parecido. En el caso de Dentacoin, cuya ICO recaudó
1,1 millones de dólares, el proyecto prometía ser la criptomoneda preferida por los dentistas. Y, en
un mercado en el que las criptomonedas de todo tipo seguían subiendo más y más, ¿por qué no
apostar por una nueva ICO antes de que el resto del mercado subiera el precio? Cada día, parecía que
otra moneda oscura disfrutaba de un aumento del 100%, lo que a su vez inspiraba otra ICO.
Los medios de comunicación de criptomonedas llamaron a esta avalancha de nuevas monedas
«altcoins», es decir, alternativas al bitcoin. Los antiguos creyentes en el bitcoin tenían su propio
nombre para los tokens: «shitcoins». Los críticos de las shitcoins afirmaban que los nuevos tokens se
basaban en una tecnología poco sólida y que luego se comercializaban de forma improvisada.
Fue durante esta locura, en una exclusiva conferencia de inversores en Nueva York, cuando el
director general de JPMorgan Chase, Jamie Dimon, probablemente horrorizado por la especulación
desenfrenada, arremetió contra las criptomonedas, incluido el bitcoin. Despotricó que despediría a
cualquier empleado que comerciara con bitcoins por su estupidez. La criptodivisa no acabaría bien,
advirtió. «Es un fraude —añadió—. Peor que los bulbos de tulipán».
Al mercado no le importaron ni las palabras de Dimon ni las críticas a las shitcoins. Los precios
siguieron subiendo y las ICO siguieron multiplicándose. En el Capitolio, la presidenta de la Reserva
Federal, Janet Yellen, testificó ante el Congreso, pero un bromista con un bloc de notas de color
amarillo en el que se leía «Compre Bitcoin» arruinó la foto. La imagen de Yellen con aspecto severo
mientras la leyenda «Compre Bitcoin» flotaba como una burbuja de pensamiento junto a su cabeza
se convirtió en otro meme para la comunidad de criptomonedas. Por la molestia que se había
tomado, el bromista, conocido como Bitcoin Sign Guy, ganó seis bitcoins en donaciones, es decir,
unos 25.000 dólares.
En junio, el precio del bitcoin se había triplicado desde principios de año hasta alcanzar un
máximo histórico de 3000 dólares, mientras que el Ethereum se multiplicó por treinta hasta los 380
dólares. Muchos de los que, desde hacía tiempo, poseían criptomonedas, que en ese momento valían
millones o decenas de millones de dólares, cobraron parte de sus reservas para invertir en las nuevas
monedas digitales del mercado. Mientras tanto, los que se hicieron asombrosamente ricos con una
ICO a menudo invirtieron sus ganancias inesperadas en otras ICO y así se inyectó aún más dinero en
la locura de las criptomonedas.
La marea ascendente levantaba todos los barcos, incluido Coinbase, que registraba millones de
nuevos clientes, tuviera o no capacidad para atenderlos.
•••

En aquel junio de 2016, la vida era buena para los empleados de Coinbase. El clima de San Francisco
era benigno y el valor en alza de sus criptomonedas y opciones de compra de acciones eran aún
mejor. Entonces, en la mañana del 22 de junio, el fondo se derrumbó. Los empleados miraron sus
pantallas con incredulidad, luego, con pánico y, después, con desesperación. Una ballena, hinchada
con las ganancias de una reciente ICO, vendió abruptamente millones de dólares de Ethereum en la
plataforma de intercambio GDAX de la empresa, haciendo que el precio se desplomara, lo que
provocó que otros vendieran, por lo tanto, los precios bajaron de nuevo y así sucesivamente.
Ethereum estaba en caída libre. Su precio en GDAX bajó de 320 dólares a menos de 300 dólares y
luego cayó por un precipicio, bajó a 13 dólares y, por un breve momento, cayó a 10 céntimos.
Fue un ejemplo de libro de texto de un flash crash. En 2010 se produjo un suceso similar en las
bolsas tradicionales, cuando un operador londinense creó operaciones falsas para sugerir una venta
inminente y desencadenó treinta minutos de caos en los mercados bursátiles estadounidenses. Las
maniobras del operador engañaron a otros en el mercado, sobre todo a los que habían configurado
órdenes automáticas de «venta» en caso de que las acciones cayeran por debajo de un determinado
precio. Estas ventas desencadenadas por las máquinas hicieron que otras máquinas se unieran a la
estampida de ventas, independientemente del precio y de si la venta era racional. Empresas
venerables como Procter & Gamble y Accenture cotizaron brevemente por apenas unos céntimos. La
caída se detuvo cuando las bolsas de valores pusieron fin a todas las operaciones y luego cancelaron
las transacciones que habían tenido lugar durante la batalla campal impulsada por las máquinas.
El flash crash de 2010 llevó a las principales bolsas a adoptar un sistema llamado circuit breakers
(cortafuegos), que detiene automáticamente la negociación en caso de fluctuaciones inusuales que
desafían la lógica. Siete años después, no existía ningún sistema de este tipo en Coinbase.
Irónicamente, la empresa había llevado a cabo un ejercicio de simulación de un flash crash a
principios de ese mes, pero a nadie se le había ocurrido instalar circuit breakers.
Adam White, que supervisaba GDAX durante la debacle del flash crash, se culpó a sí mismo, pero
también a los aficionados que estaban sobrepasados. Se trataba de los llamados operadores
minoristas, que utilizaban la potente plataforma de GDAX para operar por cuenta propia, en
contraposición a los operadores profesionales que se ganaban la vida operando en nombre de
instituciones. «Estos tipos minoristas no pueden protegerse —recuerda White—. Es como si les
dieras una ametralladora y descubrieras que no pueden manejarla».
No solo los inversores minoristas se vieron perjudicados por las órdenes de venta automáticas.
También lo hicieron muchos empleados de Coinbase que habían configurado sus cuentas de GDAX
para vender Ethereum si caía por debajo de un determinado precio y luego vieron con consternación
cómo su orden de venta automatizada liquidaba su posición por unos pocos dólares. La moral en la
oficina se desplomó en respuesta a la ira de los clientes por la caída y a la pérdida de dinero que
afectó a muchos de los empleados.
Dos días más tarde, Brian anunció que Coinbase respetaría las operaciones que tuvieron lugar
durante el flash crash, a la vez que reembolsaría a todos los que hubieran perdido dinero con las
ventas descontroladas, lo que supuso una pérdida para Coinbase. Esto preservó la buena voluntad de
los clientes de Coinbase en ambos lados del libro de mayor (y del personal que pensaba que lo había
perdido todo). Pero el gesto le costó a Coinbase 20 millones de dólares y más tarde desencadenó una
investigación de la CFTC.
El flash crash resultó ser un costoso aprendizaje para Coinbase, aunque la empresa no fue la única
que aprendió dolorosas lecciones durante estos meses de criptomanía. La gente común también se
quemó y, a diferencia de las pérdidas de Coinbase por el flash crash, su desgracia no fue el resultado
de errores honestos. El boom había dado lugar a los depredadores de las criptomonedas, que
desencadenaron una serie de estafas descaradas para despojar de su dinero a los codiciosos y a los
crédulos.

•••

«¡Bitcoooonnnnnect! —la voz retumbó desde el escenario—. ¡Oye, oye, oye! ¿Qué pasa?
Bitcooooonnnnnect!»
El conferenciante, un latino calvo y elegante llamado Carlos Matos, sonreía ampliamente. En el
escenario, detrás de él, unos sonrientes vendedores ambulantes aplaudían mientras Matos merodeaba
de un lado a otro, frente a un fondo azul y un gran cartel de «Bitconnect». Luego volvió a aullar.
«¡Bitcooooonnnnnect!», gritó Matos entre más vítores. Luego, el discurso: contó cómo había
utilizado Bitconnect para convertir 40.000 dólares en 120.000 dólares y que pronto se convertirían
en mucho, mucho más.
Matos había realizado su inversión a través de un sitio web que animaba a los clientes a comerciar
con bitcoin y recibir una nueva criptomoneda, llamada Bitconnect, que podían prestar para recibir
rendimientos de hasta el 40% mensual. Los clientes podían obtener rendimientos aún mayores si
inscribían a otros clientes en Bitconnect. Dejando de lado los detalles de la criptomoneda,
Bitconnect era un esquema Ponzi clásico.
Funcionó durante un tiempo. Los tokens de Bitconnect alcanzaron un máximo histórico de 450
dólares a finales de 2017, pero el valor se desplomó cuando la empresa cerró meses después en medio
de una investigación del FBI. Hoy, sus millones de tokens no valen nada. Los miles de personas que
compraron tokens de Bitconnect, que se situó brevemente como la vigésima criptodivisa más popular,
perdieron cada dólar. El único valor que queda es el grito de Matos «¡Bitcooooonnnnnect!», que se
convirtió en un meme de Internet y en el material de Last Week Tonight, la comedia nocturna sobre
actualidad de John Oliver.
Los inversores de Bitconnect no fueron las únicas víctimas de las criptoestafas. Otros fueron
desplumados por estafas de salida de ICO, cuyos autores ni siquiera pusieron el pretexto de dirigir
una empresa. En su lugar, comercializaron la promesa de una nueva criptodivisa, pero solo
permanecieron el tiempo suficiente para cobrar los ingresos de la ICO. Después, desaparecían en las
brumas de Internet.
Las estafas eran muy fáciles. Todo lo que se necesitaba para crear una ICO era una página web y
un libro blanco. En los ejemplos más atroces, los estafadores se limitaban a copiar y pegar la jerga
técnica de otros libros blancos y ponerles un nuevo título. Algunos sitios web adornaban la estafa con
un reloj de cuenta atrás de la ICO, un eslogan de marketing y biografías del equipo de la ICO. El
perfil del equipo era a menudo ficticio, por supuesto. En más de un sitio web de una ICO, figuraba
el fundador de Ethereum, Vitalik Buterin, que no tenía nada que ver con los proyectos, como
ejecutivo o asesor.
Los estafadores con conocimientos de hacking encontraron una forma aún más rápida de
beneficiarse de las ICO: secuestrarlas. Se hacían con el control del sitio web de una ICO y, el día en
que comenzaba la recaudación de fondos, cambiaban la dirección de pago del monedero designado
para recoger los bitcoins y los Ethereum. El equipo de la ICO real solo podía ver con horror cómo
los fondos de los inversores se desviaban a manos de los hackers.
Coinbase también tuvo que enfrentarse a hackers que vaciaban las cuentas de sus clientes. Aunque
la empresa había reforzado su red contra los intrusos, no podía hacer nada contra los clientes que
cedían el control de las contraseñas de sus cuentas. Por lo general, esto ocurría como resultado de
ataques de phishing (correo electrónico fraudulento) en la cuenta de Gmail de un cliente, similar al
que Rusia dirigió al agente político demócrata John Podesta antes de las elecciones de 2016. Una vez
que la cuenta de Gmail de un cliente de Coinbase se veía comprometida, los hackers podían pedir
que se restableciera su contraseña y robar sus criptomonedas.
Al igual que los bancos y otros sitios, Coinbase requería una autentificación de dos factores: los
clientes debían introducir un código enviado a su teléfono antes de cambiar la contraseña. Sin
embargo, los piratas informáticos encontraron una forma de sortear este obstáculo sobornando a
empleados de compañías de telefonía móvil como AT&T. A cambio de unos pocos dólares, un
empleado corrupto (o a veces ingenuo) aceptaba cambiar la tarjeta SIM asociada a la cuenta de un
cliente. Esto permitiría al hacker interceptar el código de autentificación que Coinbase enviaba y
robar la cuenta del cliente. El esquema parece elaborado, pero se hizo tan común en el mundo de las
criptomonedas que adquirió un nombre, cambio de SIM, y daría lugar a demandas colectivas contra
las compañías telefónicas.
Otros estafadores se centraron en las redes sociales —una parte fundamental de la cultura de las
criptomonedas—, que se llenaron de planes delictivos. En Twitter, los estafadores crearon perfiles
con los rostros de Brian y Vitalik, y anunciaron que iban a regalar bitcoins y Ethereum en
promociones especiales. Para recibir las ganancias, el usuario de Twitter al que se dirigían los
mensajes debía enviar primero una pequeña cantidad de criptodivisas que, por supuesto, se
embolsaría rápidamente el estafador. Twitter acababa cerrando las cuentas de los usurpadores, pero
los estafadores simplemente abrían otras nuevas. El problema llegó a ser tan generalizado que Vitalik
cambió su nombre en Twitter por el de «Vitalik no regala Ethereum Buterin».
En Telegram, la aplicación de mensajería más popular entre la comunidad de criptomonedas, los
delincuentes organizaban conspiraciones para manipular el mercado. Un grupo de Telegram
conocido como «la Gran Bomba» elegía una moneda alternativa poco conocida y se ponía de acuerdo
para comprarla en masa. Esperaban que la afluencia de compradores causara un revuelo en el
mercado y llevara a los ingenuos forasteros a comprar también la moneda, y así su valor se disparaba.
Los miembros de Telegram vendían entonces sus posiciones, así se consumaba la versión para las
criptomonedas de una clásica estafa de inversión, el pump and dump (bombear y verter / inflar el
precio y vender). Pero los que se unieron a los grupos con la esperanza de un pago rápido no estaban
realmente en el esquema. Eran sus víctimas. Los organizadores de grupos como el Big Pump ya
habían comprado posiciones en la moneda que se iba a bombear o inflar y dejaban a los supuestos
conspiradores para que sirvieran de chivos expiatorios que compraban la moneda a un precio inflado.
La industria de las criptomonedas estaba tan inundada de dinero tonto que los estafadores se
aprovechaban de los estafadores.
La criptomanía estaba fuera de control. Lo único que podía inflarla aún más era el respaldo de los
famosos. Y no tardó en llegar. El 27 de julio el boxeador Floyd «Money» Mayweather publicó en
Instragram una foto suya en un avión con una maleta rebosante de dinero. «Voy a hacer una
tonelada de dinero el 2 de agosto en la ICO de Stox.com», tituló.
Pocos en el mundo de los deportes o incluso en los círculos de las criptomonedas habían oído
hablar de Stox, que pretendía ofrecer una forma basada en la tecnología blockchain para hacer
predicciones sobre carreras de caballos y otros eventos. Los oscuros orígenes de la empresa y su plan
de negocios a medias no disuadieron al célebre boxeador, que, en una publicación de Instagram, le
dijo al mundo: «A partir de ahora podéis llamarme Floyd “Crypto” Mayweather».
Poco después, la heredera Paris Hilton tuiteó sobre sus expectativas de participar en el lanzamiento
de un token llamado Lydian que, en una tormenta perfecta de palabras de moda, prometía «ofrecer
marketing de inteligencia artificial en una blockchain».

•••

En Washington, DC, la Comisión de Valores y Bolsa vio cómo se desarrollaban todos los
acontecimientos de 2017 con sorpresa y alarma. Las estafas flagrantes —y hubo muchas— eran
malas, pero también lo era la propia premisa de las Ofertas Iniciales de Monedas (ICO, por su sigla
en inglés). Al fin y al cabo, la legislación estadounidense prohíbe la venta de valores a los ciudadanos
corrientes si no están registrados en la SEC, un proceso que se supone que obliga a las empresas a
seguir las normas relacionadas con la contabilidad y la transparencia. Sin embargo, parecía que estas
ICO hacían precisamente eso: vender valores. Los promotores las llamaban monedas y utilizaban
mucha jerga de la tecnología de blockchain, pero lo que vendían se parecía a las acciones u otros
valores.
Brian habría querido reinventar la SEC, pero lo que estaba ocurriendo con las ICO en cierto modo
demostraba el valor de lo que la SEC hacía en el día a día. Sin su supervisión, se genera Bitconnect.
Se produce el pump and dump (bombear y verter / inflar el precio y vender). Se llevan a cabo
sobornos, estafas por correo electrónico e intercambios de tarjetas SIM.
Y su magnitud era asombrosa.
La publicación especializada CoinDesk informó de que las ICO habían recaudado 729 millones de
dólares en ventas de tokens solo en el segundo trimestre de 2017. Esta cifra triplicaba la cantidad que
los inversores de capital riesgo, el motor financiero tradicional del mundo de las startups, habían
invertido durante el mismo periodo. Y la moda de las ICO no mostraba signos de desaceleración.
A finales de julio, la SEC rompió su silencio y emitió un informe sobre el proyecto DAO, el
servicio de inversión autónomo que se lanzó en 2016, que fue hackeado, lo que desencadenó un
retroceso de la blockchain de Ethereum. El hackeo había conmocionado el mundo de Ethereum,
pero, para la SEC, lo que importaba era que la DAO había comenzado como una ICO, emitiendo
tokens a los inversores. Y esos tokens, dijo la SEC, equivalían a una venta de valores.
El informe de la DAO dejó claro que la SEC había llegado por fin a la escena de las
criptomonedas. Pero tampoco supuso más que un disparo de advertencia. La SEC reconoció que no
había emitido ninguna norma sobre las criptomonedas, por lo que los organizadores de la DAO no
habían infringido técnicamente la ley. Así, la agencia utilizó el episodio de la DAO para poner sobre
aviso a otros posibles vendedores de tokens: la SEC trataría las futuras ICO como ilegales a menos
que los organizadores registraran primero las monedas en la agencia.
Esto debería haber enfriado la fiebre de las criptomonedas que recorría Estados Unidos. No fue así.
Unos meses después de conocerse la noticia, el bitcoin alcanzó otro máximo histórico, cerca de los
5000 dólares. Ethereum también se disparó, al igual que los cientos de monedas alternativas que
siguieron su estela. Los descarados promotores de criptomonedas siguieron adelante con las ofertas
iniciales de monedas. La SEC se considerada como el poderoso policía de los mercados financieros.
Pero, durante la locura de las criptomonedas de 2017, la agencia se vio sorprendida por la magnitud
de la manía y se mostró como un policía de centro comercial que suplicaba a una turba de
adolescentes alborotados que se calmaran.
En la segunda mitad de 2017, la fiebre de las criptomonedas se había popularizado. La cadena de
negocios CNBC comenzó a producir informes diarios sobre cómo comprar bitcoins. Aparecieron
agencias de relaciones públicas de poca monta que ofrecían promover nuevas ventas de tokens
mediante paquetes «ICO in a box». Y unos astutos abogados idearon un acuerdo legal llamado SAFT
(Simple Agreement for Future Tokens, en castellano: Acuerdo simple para tokens futuros) que, según
prometieron, podría eludir la reciente declaración de la SEC, según la cual las ICO equivalían a
ventas de valores.
Mientras tanto, ver Lamborghinis se convirtió en algo habitual en centros de criptomonedas como
Nueva York y San Francisco. El coche de lujo —que ya es una declaración de riqueza descarada— se
había convertido en un talismán en la comunidad de criptomonedas que veneraba la frase «¿Cuándo
un Lambo?» como abreviatura de «¿Cuándo se van a disparar mis tokens?» Gracias a que los precios
de las criptomonedas se habían multiplicado por diez o más, la respuesta a «¿Cuándo un Lambo?» se
convirtió en «Ahora un Lambo» para decenas de jóvenes que se hicieron estúpidamente ricos.
Lamborghini registró un aumento de las ventas de más del 10% interanual.
Una última dosis de combustible para la locura de las criptomonedas llegó con el lanzamiento de
una escisión de bitcoin llamada Bitcoin Cash. La llegada de Bitcoin Cash se produjo como un asunto
pendiente derivado de la larga guerra civil sobre el tamaño de los bloques de bitcoin que comenzó en
2015. Una facción de mineros chinos, descontentos con el continuo problema de congestión de
bitcoin, había impulsado un plan para lanzar una nueva versión de la moneda con bloques más
grandes.
El lanzamiento de Bitcoin Cash implicó diseñar una hard fork (una bifurcación dura), una
actualización de software radical como la que había sufrido Ethereum un año antes, que llevaría a la
creación de dos blockchains rivales. Aunque la bifurcación fue impopular entre la mayoría de los
creyentes en el bitcoin de toda la vida, los disidentes del big-block (gran bloque) tenían suficiente
influencia para dirigir una masa crítica de mineros que trabajara en su moneda rival.
El resultado fue que, cuando de la nada, Bitcoin Cash irrumpió en la escena, se convirtió en la
cuarta criptodivisa más valiosa, con un valor de miles de millones. También significó que cualquiera
que tuviera bitcoins antes de la división recibió una cantidad igual de la nueva moneda como pura
ganancia. Fue como repartir un gran dividendo en efectivo a los propietarios de acciones en medio de
una improbable carrera alcista. Muchos de los que recibieron Bitcoin Cash los vendieron y volvieron
a invertir las ganancias en otras partes del mercado sobrecalentado.
Los precios de las criptomonedas, ya atados a poco valor en el mundo real, siguieron subiendo. Y
los inversores siguieron comprando. La fiebre de las criptomonedas de 2017 hizo que la compra de
acciones del boom de las puntocom (empresas vinculadas a Internet) de la década de 1990 —
conocida como «exuberancia irracional» por la famosa descripción del entonces presidente de la
Reserva Federal, Alan Greenspan— pareciera relativamente sana.
Le tocó a Olaf, que estaba en la cima de su fondo de cobertura de criptomonedas desde que dejó
Coinbase, poner un signo de exclamación en la era. Apareció en la portada de la revista Forbes, con
su melena rubia desgreñada y con un traje de chaqueta. En la foto, aparece lanzando monedas
despreocupadamente, con su mirada de elfo fija en la cámara. Debajo, unas grandes letras de molde
anuncian: «La burbuja más loca de la historia».
12
El crack de Coinbase

El dedo de Nathalie se posó sobre el botón de «enviar». Como veterana experta en recursos humanos
de Coinbase, había escrito el correo electrónico semanas antes y esperaba desesperadamente que se
quedara en su carpeta de borradores para siempre. Pero la amenaza de bomba que Coinbase había
recibido esa mañana era más escalofriante y más creíble que cualquiera de las anteriores. Se quedó
mirando el ominoso correo electrónico en mayúsculas en el que se pedía a todo el personal que
huyera del edificio, pero que mantuviera la calma. ¿Debía pulsar el botón de envío? Tenía que
decidir.
Sentada en su escritorio en la espaciosa oficina abierta de Coinbase en lo alto de San Francisco,
Nathalie se preguntaba cuándo había cambiado tanto la empresa. Desde que se incorporó a la
empresa como jefa de personal en el destartalado apartamento de Bluxome Street hacía tres años,
había ascendido a directora y estaba en camino de convertirse en vicepresidenta. El título era bueno y
el dinero, mejor. Sin embargo, echaba de menos los primeros días en los que Coinbase parecía menos
corporativa y ella podía dirigir actividades, como fiestas en bañeras de agua caliente de Napa o clases
de malabares con fuego en la ciudad, con Brian y Olaf y un pequeño equipo que sentía como una
familia. La seguridad también importaba menos entonces. En Bluxome Street, había que lidiar con
algún que otro chiflado que llamaba a la puerta. Ahora, Coinbase estaba contratando a ex agentes del
FBI y redactando correos electrónicos para hacer frente a las evacuaciones de emergencia.
Nathalie no era la única que estaba nerviosa. Philip Martin, el director de seguridad, consideraba
que su trabajo consistía en ser paranoico y, en esos días, no era difícil. «Había unos paquetes extraños
que no paraban de llegar a nuestro apartado postal», recuerda. Mientras tanto, las amenazas de
bomba y otros mensajes violentos se convirtieron en acontecimientos casi semanales. Un incidente
reciente había causado que un escuadrón de agentes de la policía de San Francisco se agolpara en la
calle Market frente al edificio de Coinbase. Resultó ser una falsa alarma, pero provocó que la
sensación de malestar en la empresa aumentara.
En respuesta a esta última amenaza, Nathalie volvió a consultar con el equipo de seguridad. Volvió
a colocar el correo electrónico en su carpeta de borradores. Una amenaza de bomba era un riesgo
real, pero también lo era sembrar el pánico en el lugar de trabajo. Rezó por haber tomado la decisión
correcta.
También había otras cosas de las que preocuparse. A Mike Lempres, el operador político de la
empresa y veterano del Departamento de Justicia, le preocupaba lo que pudiera ocurrir si el crimen
organizado ponía sus miras en Coinbase. Control Risks, una consultora de seguridad, había
registrado una media de dos secuestros relacionados con las criptomonedas cada trimestre y los
delincuentes elegían los objetivos en función de los informes públicos sobre su riqueza. «La
ignorancia de estos tipos es un problema —dice Lempres—. Creen que si secuestran a Brian, les dará
bitcoins. Silicon Valley está realmente mal preparado para enfrentarse a matones de la vieja escuela
como las mafias rusas o italianas».
A Martin también le preocupaba que la creciente publicidad que rodeaba a las criptomonedas, y
por tanto a Coinbase, atrajera a los delincuentes que tramaban robos físicos. Esa es una de las razones
por las que, en 2017, Brian y otros altos ejecutivos de criptomonedas rara vez aparecían en público
sin un séquito de guardaespaldas. También se convirtieron en expertos en tácticas de emergencia,
como el uso de palabras clave en caso de secuestro o violencia.
Además de estos problemas de seguridad, la empresa se enfrentó a las amenazas de sus propios
clientes. El mercado alcista de 2017 había puesto a prueba las capacidades de Coinbase, lo que llevó a
colapsos técnicos como el flash crash de junio y a una creciente acumulación de pedidos de soporte
tecnológico. Los clientes se quejaban en correos electrónicos y, sobre todo, en foros online como
Reddit, y acusaban a la empresa de conspirar para robar sus criptomonedas. No era el caso, por
supuesto. Coinbase simplemente estaba desbordada y no podía seguir el ritmo del aumento masivo
del volumen de transacciones y de la avalancha de nuevos clientes. Como un perro valiente nadando
contra una corriente demasiado poderosa, los empleados de Coinbase trabajaron noches y fines de
semana para mantener el sitio en funcionamiento y despejar el retraso. Pero el caos desatado por la
criptomanía siguió creciendo. Y entonces llegó diciembre.

•••

El día de Año Nuevo de 2017, los inversores habían aplaudido el tan esperado regreso del bitcoin a
los 1000 dólares. Once meses después, la moneda superó la marca de los 10.000 dólares. Algunos de
los mejores pensadores de Wall Street ofrecieron elegantes explicaciones técnicas para la increíble
ganancia. Los expertos de Goldman Sachs emplearon la teoría de las ondas de Elliott para sugerir que
la subida representaba un «patrón de onda de impulso» típico de la psicología del mercado de masas.
Un técnico financiero llamado J. C. Parets dijo que la subida reflejaba la secuencia de Fibonacci, un
famoso patrón matemático que aparece en las conchas marinas, las piñas y otros elementos del
mundo natural. Otros lo llamaron manía especulativa. O simplemente, una burbuja.
Una semana después de diciembre, el bitcoin superó los 16.000 dólares, impulsado en parte por la
negociación masiva en las bolsas de Seúl y Tokio. En Estados Unidos, los taxistas y los entrenadores
personales se unieron a los fondos de cobertura y a los operadores del día para subir aún más el
precio.
El frenesí también impulsó una carrera espectacular de Ethereum, que rozó los 1000 dólares en
diciembre, y de XRP, que había comenzado el año con un valor de medio céntimo y ahora se vendía
a 3 dólares. En cuanto a Litecoin, la creación de Charlie Lee, había estallado después de que se listara
en Coinbase ese verano, y a mediados de diciembre rompió los 350 dólares, desde los 4 dólares a
principios de año. En un momento de exquisita sincronización, Lee vendió toda su reserva justo
cerca del máximo histórico y obtuvo 20 millones de dólares por su invento.
Mientras los precios subían y subían, Brian publicó una entrada en su blog a principios de
diciembre titulada «Por favor, invierta de forma responsable», en la que advertía secamente a los
clientes de la volatilidad asociada a la inversión en criptodivisas. El mercado no le hizo ningún caso.
Los precios siguieron subiendo.
El llamamiento de Brian a la inversión responsable en criptomonedas no solo era ineficaz, sino
también hipócrita. Coinbase, después de todo, ofrecía un servicio que facilitaba la inversión
irresponsable: la compra de criptomonedas con tarjetas de crédito. Si bien era imprudente invertir en
un mercado que gritaba «burbuja», era una verdadera imprudencia cargar las compras en una tarjeta
Visa o Mastercard. Puede que a Brian le preocupara lo que estaba presenciando, pero no le
importaba cobrar un 4% de servicio a la gente que pagaba sus inversiones con un plástico de alto
interés. JPMorgan Chase, Bank of America y otros emisores de tarjetas de crédito se alarmaron y, en
pocas semanas, prohibieron su uso para las compras de criptomonedas, una señal inequívoca de que
muchos de los que compraban criptomonedas a crédito se encontraban en apuros financieros.
La locura de diciembre provocó otras secuencias imprevistas y absurdas. La larga guerra civil sobre
el tamaño de los bloques de bitcoin nunca se resolvió, lo que significaba que solamente se podía
introducir un megabyte de transacciones en cada bloque, y que solo se podía añadir un nuevo bloque
a la blockchain cada diez minutos. Ahora, a medida que el número de usuarios de la red bitcoin se
multiplicaba por millones cada semana, lo que había sido una molestia menor se convirtió en un
atasco épico. Toma cualquier punto de congestión que ya está muy saturado, por ejemplo, el túnel
Lincoln de Nueva York o la 405 de Los Ángeles y luego añade cincuenta veces más tráfico. Eso es lo
que le ocurrió a la blockchain de bitcoin. Su red prácticamente se paralizó. De modo que la única
forma de garantizar que una transacción llegara a la blockchain en un tiempo razonable era pagar a los
mineros de bitcoin que mantenían el libro mayor. Con una base de clientes cautiva y desinteresada,
esos mineros empezaron a exigir primas colosales. Las transacciones corrientes se volvieron
asombrosamente caras. El 8 de diciembre, por ejemplo, un hombre llamado Kristian Freeman tuiteó
consternado que el envío de 25 dólares en bitcoins a un amigo había provocado una tarifa de 16
dólares. El 40% de su transacción de 41 dólares se destinó a un cargo por servicios. Por supuesto, un
usuario de bitcoin podría negarse y ofrecer una tarifa baja. Pero esto significaría tener que esperar
varios días para que la transacción se liquide, si es que se liquidaba.

•••

Paradójicamente, este momento de mayor éxito del bitcoin, cuando irrumpió en la corriente
principal como nunca antes, también mostró su mayor fracaso. La visión de Satoshi había prometido
una forma nueva y democrática de dinero basado en Internet que podría utilizarse con pocas
comisiones o restricciones. Sin embargo, la realidad del bitcoin en diciembre de 2017 era una red
hinchada y disfuncional que hacía que las transferencias bancarias de Western Union parecieran
baratas y eficientes. Para subrayar lo poco práctico que se había vuelto el bitcoin, una importante
conferencia de criptomonedas celebrada en Miami ese diciembre declaró que no aceptaría el bitcoin
como pago para la entrada.
Cuando el bitcoin superó los 15.000 dólares a principios de diciembre, la red estaba
irremediablemente atascada y las tasas de transferencia eran astronómicas. Estos hechos no sirvieron
para calmar la demanda. El precio siguió subiendo hasta 1000 dólares al día mientras los frenéticos
especuladores compraban más y más bitcoins. Todo el mundo quería sacar provecho, incluso las
empresas que no tenían nada que ver con las criptomonedas. Una oscura empresa de bebidas llamada
Long Island Iced Tea Corp. cambió su nombre por el de Long Blockchain Corp. El cambio elevó el
precio de sus acciones en un 200% y, posteriormente, provocó una investigación por uso de
información privilegiada por parte de la SEC y la exclusión de la lista del NASDAQ.
El 17 de diciembre, la moneda rozó el insondable punto máximo de 20.000 dólares. Un solo
bitcoin valía ahora lo mismo que una libra de oro. En la CNBC, la cadena dedicó más de la mitad de
su tiempo de emisión a la manía, dejando de lado la cobertura de acciones y bonos, para dar paso a
expertos en criptomonedas que, por supuesto, predijeron que el bitcoin se dispararía aún más.

•••

Parecía que medio mundo estaba entrando en el mundo de las criptomonedas. Y para muchas de esas
personas, su primera parada fue Coinbase. En febrero de 2014, la empresa contaba con un millón de
clientes y, poco menos de cuatro años después, tenía veinte millones. En la mayoría de los días de ese
mes de diciembre, más de cien mil personas se registraron para obtener su primer monedero de
Coinbase. En la sede de la empresa en Market Street, Adam White recuerda a los empleados
chocando las manos cuando Coinbase registró un día con transacciones por valor de 4000 millones
de dólares. Se jactaban de las cifras de ingresos diarios. Mientras tanto, Coinbase se convirtió en la
aplicación más descargada de la App Store de iPhone, un momento especialmente dulce teniendo en
cuenta que, no hacía tanto tiempo, Apple había expulsado a la empresa de su App Store por ofrecer
operaciones con criptomonedas. Ahora Coinbase era más popular que Facebook o Twitter.
Coinbase causaba sensación entre los inversores de capital de riesgo. También ganaba dinero,
mucho dinero. La empresa procesaba millones de transacciones de bitcoin, Ethereum y Litecoin, y se
llevaba una parte de cada una. Los márgenes de la empresa eran enormes. Aunque Coinbase tenía
que gastar mucho en ingenieros, el coste real de realizar una de las transacciones, el traslado de
anotaciones digitales dentro y fuera de los monederos de los clientes, era casi nulo. Cuando un
cliente compraba 100 dólares de bitcoins, Coinbase podía cobrar 2,99 dólares y eso era efectivamente
pura ganancia.
«La primera vez que lo vi, Brian dijo: “Quiero construir un negocio de mil millones de dólares”»,
recuerda Katie Haun, la ex fiscal convertida en profesora de criptodivisas de Stanford, que se había
incorporado recientemente al consejo de administración de Coinbase. Brian había logrado ese
objetivo. La oleada de inscripciones de diciembre significaba que Coinbase registraría más de 1000
millones de dólares de ingresos en 2017, mientras que, meses antes, se había posicionado como un
unicornio, una startup valorada en más de mil millones de dólares. Y Coinbase no era un unicornio
cualquiera: una filtración de Barry Schuler, miembro del consejo de administración, reveló meses
después que estaba valorada en 8000 millones de dólares, lo que la convertía en una de las diez
startups más valiosas del país. Lo que Uber fue para el transporte por carretera y lo que Airbnb, para
el alquiler de viviendas, lo fue Coinbase para las criptomonedas. Para Brian, todo esto era una
reivindicación del secreto a voces que había aprovechado en Y Combinator seis años antes. Había
reconocido que mucha más gente compraría bitcoin si se le ofreciera una forma fácil de hacerlo, y el
éxito de Coinbase le había dado la razón. Y ahora también se había hecho realidad una ambición que
ardía desde hacía tiempo, una ambición que había inflamado a los visionarios de la tecnología que
pusieron su sello en su ciudad natal, San José, y en el famoso valle que se extiende al norte de ella.
Cuando el precio del bitcoin alcanzó su máximo histórico, la empresa de Brian se había convertido
en una máquina de imprimir dinero. La máquina, sin embargo, llevaba un tiempo recalentándose. Y,
en medio de la afluencia masiva de clientes durante el mes de diciembre, la máquina de dinero
amenazaba con explotar y llevarse por delante a Coinbase.

•••

«Todos éramos buenos ingenieros de software, pero ninguno sabía de infraestructura», dice el
segundo empleado de Coinbase, Craig Hammell, para explicar que la empresa se había construido a
la manera de Silicon Valley: rápidamente y con cualquier herramienta que pudiera ayudar a añadir
clientes a toda prisa. Entre estas herramientas, se encontraban las que las startups conocen bien, como
MongoDB para gestionar los datos y Heroku para las aplicaciones. Estas herramientas están bien
para escalar una startup, pero no para procesar millones de transacciones sensibles. Coinbase estaba
utilizando la codificación de la Costa Oeste para hacer el equivalente en criptomonedas de la banca
de la Costa Este. Una cosa es escalar una aplicación de citas. Gestionar el dinero de millones de
personas es otra. «Este tipo de ingeniería era algo difícil. Cosas como MongoDB estaban bien para la
creación de prototipos, pero no para una gran operación financiera», dice Charlie Lee.
Al construir Coinbase, fue como si Brian y los demás ingenieros hubieran construido una casa de
playa californiana finamente diseñada y luego la hubieran dejado en la costa de Maine durante un
temporal. Esa casa no sobreviviría a los embates del viento y la nieve. Los propietarios lamentarían no
haber utilizado mejores materiales de construcción cuando la casa temblara y crujiera y, finalmente,
se agrietara. Este era el estado de la web de Coinbase en diciembre de 2017. Juan Suárez, el abogado
de la compañía desde hacía mucho tiempo, recuerda haber volado a Pittsburgh para una visita
familiar de Navidad solo para aterrizar y recibir un mensaje urgente de Brian y tener que volver
inmediatamente: «La sensación fue de “Oh, nooo”. Es como si estuviéramos en un acantilado con
vistas al océano, solos, y con todos los vientos cruzados del mundo sobre nosotros».
Antes de diciembre, las operaciones de los clientes se retrasaban porque algunas partes del sitio web
empezaban a fallar. Sin embargo, la afluencia de millones de nuevos usuarios en los días previos a la
Navidad colapsó el sitio, que permaneció inactivo durante horas. Los pedidos de los clientes
acabaron en el purgatorio técnico. Los usuarios se enfadaron en Reddit y Twitter.
Los socios bancarios que aceptaron sus depósitos contribuyeron con algunos de los fallos técnicos
de Coinbase. Su mayor socio europeo, un banco estonio llamado LHV, no utilizó las API (por su
sigla en inglés, Interfaces de Programación de Aplicaciones), una forma estándar de que los
ordenadores se comuniquen entre sí. En su lugar, Coinbase tenía que cargar manualmente las
transacciones en una hoja de cálculo. Los ingenieros de Coinbase escribieron secuencias de comandos
para rellenar automáticamente las hojas de cálculo, pero descubrieron que solo podían cargar
cincuenta elementos a la vez. Era como intentar hacer cálculos con un ábaco.
Fuera de quien fuera la culpa, los clientes descontentos y los enemigos ideológicos descargaron sus
frustraciones en Coinbase, dirigiendo oleadas de tráfico malicioso a su sitio web para dejarlo fuera de
servicio.
La miseria técnica se vio agravada por un vacío de liderazgo. A pesar de que el volumen de
negocios de la empresa se cuadruplicó con creces, sus filas ejecutivas se redujeron. La marcha de Fred
en enero privó a Coinbase de la eficiencia de estilo militar que había ayudado a crear en sus inicios,
mientras que la salida de Olaf supuso la pérdida de su principal diplomático interno. Olaf tenía la
inusual cualidad —especialmente en el Silicon Valley impulsado por el ego— de caer bien a
absolutamente todo el mundo con el que trabajaba, una cualidad que le hacía inestimable para
detectar problemas y suavizar los conflictos de la oficina. En noviembre, cuando los volúmenes de
negociación empezaron a aumentar, Brian solo contaba con dos ejecutivos veteranos, Adam White y
el director general de la división de consumo de Coinbase, Dan Romero, para ayudarlo a evitar un
colapso total. La falta de un equipo ejecutivo y los crecientes problemas de atención al cliente de la
empresa no pasaron desapercibidos para el consejo de administración de Coinbase, que empezó a
recibir correos electrónicos de amigos que se quejaban del desorden de la empresa.
Chris Dixon y otros miembros de la junta directiva idearon lo que esperaban que fuera una
solución. Al igual que los excéntricos fundadores de Google necesitaron en su día lo que en Silicon
Valley se llama «supervisión adulta» (y la recibieron en forma de un veterano consejero delegado, Eric
Schmidt), el consejo de administración de Coinbase envió ayuda a través de Asiff Hirji, un veterano
ejecutivo de banca y telecomunicaciones, que, desde entonces, había ocupado un puesto en el titán
del capital riesgo Andreessen Horowitz.
Hirji llegó en noviembre, durante la manía especulativa y justo antes de la locura de diciembre,
como primer director de operaciones de Coinbase.
Fue como empezar un nuevo trabajo en medio de un incendio de grandes dimensiones. «No
podían hacer frente a la magnitud. La empresa había crecido 40 veces ese año. No sabíamos cuánto
efectivo teníamos a mano, podían ser 200 millones de dólares más, o menos, lo cual es ridículo».
Hirji también estaba horrorizado por la infraestructura financiera de Coinbase. Había visto
empresas explotar como resultado de confiar en un software de comercio no convencional y, cuando
examinó de cerca Coinbase, temió que sufriera el mismo destino. Pero, en el frenesí comercial de
diciembre, cualquier arreglo importante tendría que esperar, sería como intentar cambiar el motor de
un avión de combate en pleno vuelo. Lo único que podía hacer Coinbase era aguantar y esperar.

•••

Sin embargo, a un número creciente de clientes se les acabó la paciencia. Cada vez más transacciones
se retrasaban o desaparecían, una experiencia enloquecedora cuando el precio del bitcoin oscilaba en
miles de dólares en un día. Los clientes se preguntaban si su pedido se había cumplido a razón de
16.000 o 19.000 dólares por bitcoin, o si no se había cumplido en absoluto. La ira generó teorías
conspirativas; algunos creían que los problemas técnicos de Coinbase eran una treta para robarles el
dinero y juraron vengarse de este crimen imaginario. «Había gente que decía: “Vamos a ir a su
oficina, la vamos a volar y a disparar a todo el mundo”», recuerda Nathalie.
Linda Xie, gestora de productos de Coinbase desde hacía mucho tiempo, se estremece cuando
recuerda a los fanáticos anti-Coinbase que publicaban en Reddit fotos siniestras de empleados y de la
oficina de la empresa. Su furia se desbordaba no solo en Internet, sino también en las calles de San
Francisco. Pronto ella dejó de revelar su identidad en las reuniones de criptomonedas de la ciudad,
harta de ser abordada al azar por extraños enfadados con Coinbase. Eso le pasó factura.
«Me sorprendió lo mucho que afectó al equipo directivo —dice Linda—. Me hizo darme cuenta
de lo humana que es la gente: leían todos los comentarios de Reddit y se lo tomaban a pecho, se
entristecían por lo que leían. La gente pensaba que Coinbase era un agujero negro y que nadie los
escuchaba».
El torpe enfoque de Coinbase respecto del servicio de atención al cliente no ayudó. Incluso en los
primeros días, la empresa no había sido muy hábil a la hora de responder a las quejas: su primer
enfoque había consistido en que Olaf, con un programa automático, respondiera miles de correos
electrónicos a nombre de una persona ficticia llamada Roger. Años más tarde, cuando Brian se dio
cuenta de que la empresa necesitaba un director de atención al cliente, no recurrió a un recién
licenciado o a un veterano del sector minorista. Recurrió a Reddit y utilizó un cuestionario en línea
para reclutar candidatos para el puesto.
El nuevo director era, en palabras de Nathalie, «un ser humano encantador al que le gustaba ser
introvertido». Difícilmente fuera el ideal para el servicio de atención al cliente. Los miembros
adicionales del equipo de atención al cliente se incorporaron principalmente porque les gustaba el
bitcoin, una cualidad adecuada para una empresa de criptomonedas en línea, por supuesto, pero no
una cualidad necesariamente útil para calmar a las legiones de clientes furiosos.
Normalmente, cuando las situaciones alcanzan niveles de crisis como esta, las empresas emergentes
de Silicon Valley recurren a empresas de relaciones públicas especializadas tanto en el mundo de la
tecnología como en la comunicación de crisis para que las ayuden a solucionar, o al menos a
contener, el problema. Sin embargo, Brian consideraba que las relaciones con los medios de
comunicación eran una pérdida de tiempo y energía, y prefería centrarse en asuntos de ingeniería.
Pero, a medida que las demandas de los medios de comunicación se hicieron más insistentes durante
2017, Brian puso a un ingeniero de Coinbase, David Farmer, para que se ocupara de ello. Farmer,
que no sabía nada de comunicación, aborrecía la tarea y solo podía apretar los dientes con fastidio
mientras una avalancha de correos electrónicos de periodistas exigía saber por qué la empresa parecía
estar derrumbándose.
El 19 de diciembre, Bitcoin Cash, la escisión de bitcoin para usar grandes bloques, se puso a
disposición de los clientes de Coinbase para comprar y vender.
La nueva oferta se disparó casi al instante, ya que los precios se dispararon de forma inesperada, en
parte debido a una avalancha de órdenes de «compra». Resulta que muchos clientes habían ordenado
comprar, cuando estuviera disponible, sin importar el precio. Solo cuatro horas después del
lanzamiento de Bitcoin Cash, Coinbase tuvo que interrumpir las operaciones para solucionar el
problema, lo que provocó el enfado de más clientes. Otros habían notado una inusual subida del
precio de Bitcoin Cash, que se había producido horas antes de que Coinbase anunciara el comercio
de la moneda. Para los fanáticos de la conspiración, era fácil conectar los puntos. Como mínimo, la
actividad parecía sospechosa y avivó la ira en las redes sociales. Un tuit típico:

No me importa cómo lo veas, ¡esto es una operación con información privilegiada! Alguien con muchos
bitcoins sabía que @coinbase añadiría Bitcoin Cash BCH y se llevó una GRAN parte de los
beneficios. Quienquiera que seas, estás haciendo que las criptomonedas se parezcan a Wall Street.
Debería darte vergüenza.

En respuesta al alboroto, Brian declaró que Coinbase tenía una política de tolerancia cero para el
comercio con información privilegiada y anunció una investigación interna. La empresa no encontró
pruebas de que se hubiera hecho algo malo. Pero, entre bastidores, los ejecutivos de Coinbase
hicieron desaparecer silenciosamente un canal en Slack, el sistema de mensajería interna de la
empresa, llamado «Estrategias de negociación», en el que los empleados intercambiaban ideas sobre
cómo ganar dinero con el comercio de criptomonedas.
En 2018, los accionistas enojados presentaron una demanda colectiva por la debacle de Bitcoin
Cash. Al año siguiente, un juez federal declararía que Coinbase debía ir a juicio por negligencia.

•••

El 31 de diciembre, apenas dos semanas después de que el bitcoin tocara el techo de 20.000 dólares,
todas las criptodivisas se encontraban cayendo en tirabuzón. El Bitcoin se había desplomado un 35%
desde su máximo histórico, y la mayoría esperaba que continuara su caída correctiva. La caída del
volumen de operaciones había aliviado el problema de las exorbitantes tasas de transferencia, aunque
las transacciones seguían siendo lentas y caras. Y Coinbase seguía ahogándose en un marasmo de
problemas técnicos y de ira de los clientes.
Al finalizar un corto y sombrío día en San Francisco, Brian hizo un nuevo intento de abordar las
crisis que habían golpeado a Coinbase. Se dirigió al lugar que conocía y en el que se sentía como en
casa: Reddit. Su post comenzaba así: «CEO de Coinbase aquí — nuestro servicio de asistencia está
muy respaldado… Alguien responderá a tu solicitud de ayuda, aunque puede tardar algún tiempo.
Tus monedas no se han “perdido”. Disculpa el retraso, no es la experiencia que queremos ofrecer a
nuestros clientes».
TERCERA PARTE
Del criptoinvierno al criptofuturo
13
Resaca

«El teléfono despertó, con un estallido, a Peter Fallow, que estaba dentro de un huevo sin cáscara y
solo el saco membranoso lo mantenía intacto. ¡Ah! El saco membranoso era su cabeza, y el lado
derecho de su cabeza estaba sobre la almohada, y la yema era tan pesada como el mercurio, y
rodaba como el mercurio, y presionaba sobre su sien derecha y su ojo derecho y su oreja derecha. Si
intentaba levantarse para contestar el teléfono, la yema, el mercurio, la masa envenenada, se
desplazaría y rodaría, y rompería el saco, y se le caerían los sesos.»

Tom Wolfe, La hoguera de las vanidades.

El relato de Wolfe ha sido citado como la mejor descripción de una gran resaca. También es una
buena analogía para la industria de las criptomonedas a principios de 2018. El mercado estaba en
caída libre cuando el bitcoin perdió la mitad de su valor y se hundió por debajo de los 10.000 dólares
en febrero, y el estado de los altcoins era aún peor. Pero, durante unos meses, los grandes inversores
pudieron fingir que la burbuja no había estallado; podían rezar, como el sujeto de la resaca de Wolfe,
para que no se produjera una ruptura y no se escapara todo el dinero.
A los pequeños inversores les resultaba más difícil alimentar esas ilusiones. La mayoría eran
personas que llegaron a las criptomonedas tarde, y habían comprado bitcoins con una tarjeta de
crédito por 15.000 o 18.000 dólares o habían invertido sus ahorros en una ICO de shitcoins. Solo
pudieron ver con desesperación cómo los precios seguían cayendo. En abril, el bitcoin cayó por
debajo de los 7000 dólares y siguió bajando. Muchas otras monedas digitales, respaldadas
únicamente por un libro blanco y elevadas promesas, habían caído un 90% o más y nunca se
recuperarían. Los compradores de tokens exóticos como Emercoin o XEM sufrieron el mismo destino
que los que compraron tulipanes holandeses en el siglo XVII o acciones de la South Sea Company en
el XVIII. Al igual que estos desafortunados europeos de antaño, los compradores de criptomonedas
fueron víctimas de una burbuja especulativa moderna, sin siquiera tener flores para mostrar a
cambio. Habían cambiado dinero en efectivo por polvo digital.
En 2017, los medios de comunicación ofrecieron numerosos relatos de personas corrientes que se
habían subido a la ola de las criptomonedas para obtener ganancias. Ahora, las historias tomaron un
giro más triste. El New York Times contaba las duras lecciones aprendidas por un inglés que había
invertido sus ahorros de 23.000 dólares en altcoins y ahora solo tenía 4000 dólares. En Reddit, las
historias eran más oscuras. Un usuario contaba en un foro de discusión cómo su mujer lo había
abandonado después de que él invirtiera todo su dinero en Tron, una altcoin que en su día alcanzó
un máximo de 23 céntimos pero que en ese momento cotizaba por un céntimo. Otros lectores de
Reddit se consolaban y aseguraban que el mercado se recuperaría o, en algunos casos, compartieron
los números de las líneas telefónicas de prevención del suicidio. En Asia, que había sido la zona cero
de la criptomanía, la miseria estaba especialmente extendida. En una noticia muy difundida, una
madre coreana de la ciudad de Busan contaba cómo su hijo de 20 años se había quitado la vida tras
meses de comerciar con criptomonedas.
Mientras los compradores de criptomonedas aficionados y de poca monta se tambaleaban, otros
saludaron el 2018 como si la fiesta de 2017 siguiera en pleno apogeo. El voluble inversor Peter Thiel
reveló que su Founder's Fund había tomado una posición de 20 millones de dólares en bitcoins. Los
inversores de capital de riesgo revelaron los acuerdos que habían tramado en el punto álgido de la
manía, incluida una inversión de 75 millones de dólares del fondo del multimillonario Tim Draper
en Ledger, una empresa que fabrica dispositivos de almacenamiento de criptomonedas. Las ICO no
habían pasado completamente de moda: la aplicación de mensajería Telegram declaró que recaudaría
500 millones de dólares vendiendo sus propios tokens. Y, en una jugada extraña, el director general
de Kodak, el otrora orgulloso fabricante de cámaras del norte de Nueva York, anunció que
respaldaría KodakCoin, un plan todavía a medio hacer para gestionar fotografías en la blockchain.
Los excesos culturales de la criptomanía perdurarían mucho después de que la burbuja hubiera
estallado. En Consensus, la feria anual de la industria de las criptomonedas, los propietarios de
Lamborghinis aparcaron de forma llamativa en la Sexta Avenida de Manhattan para dar comienzo al
evento. En el interior, las empresas de poca monta se agolpaban en los pasillos con la esperanza de
encontrar el dinero que se había derramado tan libremente unos meses antes. Mientras tanto, a 1500
kilómetros de distancia, un grupo de veinteañeros adinerados había llegado a Puerto Rico. Su llegada
se produjo mientras los residentes de la isla luchaban por reconstruir la devastación causada por el
huracán María, pero los jóvenes millonarios —algunos de ellos eran multimillonarios— tenían otra
prioridad: crear «Puertopia». Esta iba a ser un nuevo tipo de ciudad en la que la gente solo pagaría
con criptomonedas y las leyes se escribirían en una blockchain. Para los recién llegados, Puertopia
invocaba un paraíso. Para todos los demás, significaba «criptobros en busca de un paraíso fiscal». El
plan se desmoronaría menos de dos años después, cuando el gobernador corrupto de la isla,
partidario del plan, dimitió en desgracia.
Incluso cuando sus cimientos económicos se desmoronaron a principios de 2018, las
criptomonedas siguieron acaparando la atención de los medios de comunicación y la cultura popular.
Esto incluyó un perfil de Vitalik Buterin en «Lunch with the FT», la columna del Financial Times en
la que, entre los temas habituales, se incluyen personas como Jeff Bezos, Angela Merkel y Angelina
Jolie. En el perfil, el fundador de Ethereum relata una reciente charla con el presidente ruso Vladimir
Putin sobre las criptomonedas y lamenta la codicia en la que se han sumido muchas ICO. «Hay
proyectos que nunca han tenido alma, que solo son como «¡Ra-ra, el precio sube. Lambo, vrromm,
compracompracompra ahora!"», exclama Buterin, cuya excentricidad no ha hecho más que crecer
junto con la fama de su Ethereum. En la primavera de 2018, los guionistas de Hollywood también se
habían plegado a los días de desvanecimiento de la criptomanía. En la serie Billions, el personaje
principal Bobby Axelrod, que supuestamente está basado en el multimillonario de fondos de
cobertura de la vida real Steve Cohen, recurre a las criptomonedas para frustrar las restricciones
comerciales de la SEC. «Un millón de dólares directamente en criptomonedas, en almacenamiento
en frío», dice Bobby, al ofrecer un dispositivo de almacenamiento USB a un subordinado.
Unos días más tarde, la parodia sobre tecnología de HBO, Silicon Valley, también emitió un
episodio en el que las criptomonedas eran el núcleo de la trama. El episodio muestra a un personaje
principal, Bertram Gilfoyle, lanzándo a un plan para minar y distribuir «Pied Piper Coins», tokens
que llevan el nombre de su empresa, a través de una ICO. Pied Piper Coin se ganaría un lugar en la
criptohistoria, pero no sería la moneda ficticia más famosa que se lanzaría en 2018. Días después del
episodio de Pied Piper, en el mundo de las criptomonedas sonó la alarma con la noticia de otra ICO
llamada «HoweyCoin». El sitio web de la moneda pretendía ofrecer un nuevo tipo de criptomoneda
que podría usarse para viajar, o comprarse y venderse como una inversión. Y, al estilo de las ICO, el
sitio web de HoweyCoin incluía una oferta para que los inversores recibieran monedas con descuento
si compraban con anticipación.
Sin embargo, HoweyCoin resultó ser una ingeniosa broma de la Comisión de Valores y Bolsa para
llamar la atención sobre los peligros de las ICO. El nombre «Howey» era una referencia irónica a un
caso del Tribunal Supremo sobre la venta de valores, y cualquier persona lo suficientemente crédula
como para intentar comprar HoweyCoins sería redirigida a una página de la SEC que advertía sobre
las inversiones dudosas.
No todos los días un regulador federal trollea a toda una industria, por lo que el episodio de
HoweyCoin le valió a la SEC mucha publicidad. El falso sitio de Howey incluía una promoción de
un famoso boxeador, una versión no tan sutil sobre la promesa de Floyd «Crypto» Mayweather el
año anterior de «hacer una tonelada de dinero» en una ICO.
Resulta que la SEC tenía sentido del humor, pero eso no significaba que la oleada de medidas
coercitivas que la agencia estaba desatando en el sector de las criptomonedas tuviera nada de
divertido. Como un oso pardo adormecido que se deja pinchar una y otra vez, la SEC estaba por fin
despierta y dispuesta a imponer castigos.
En enero, el presidente de la SEC, Jay Clayton, provocó escalofríos a muchos en la industria de las
criptomonedas con un discurso en una reunión anual de abogados especializados en valores. El
presidente calificó de «inquietante» el comportamiento de algunos abogados que participaban en las
ICO y los reprendió por permitir a los mercachifles. «Hay ICO en las que los abogados implicados
parecen estar, por un lado, ayudando a los promotores a estructurar ofertas de productos que tienen
muchas de las características clave de una oferta de valores, pero lo llaman una “ICO”, que suena
bastante parecido a una “IPO”. Por otro lado, esos abogados afirman que los productos no son
valores, y los promotores proceden sin cumplir con las leyes de valores», reprendió Clayton.
Traducción: Se supone que ustedes deben aconsejar a sus clientes que no vendan esta basura, no
ayudarlos a descargarla.
La SEC había tratado de telegrafiar este mensaje en julio de 2017 con su advertencia de que el
proyecto de la ICO conocido como DAO había tratado con valores sin licencia. Pero pocos en el
mundo de las criptomonedas sabían o se preocupaban por la advertencia de la SEC. No mucho
después de la advertencia de julio, un inteligente abogado llamado Marco Santori había dado a
conocer un documento llamado SAFT (Simple Agreement for Future Tokens, en castellano: Acuerdo
simple para tokens futuros). El SAFT era una versión de un familiar contrato de inversión de startups
conocido como SAFE (Simple Agreement for Future Equity, en castellano: Acuerdo simplificado para
acciones futuras), y esta versión del SAFT prometía un camino seguro y legal para celebrar una ICO.
Gracias al SAFT, parecía que la fiesta de las ICO podía continuar.
El agresivo enfoque de Santori en el campo de las criptomonedas ya le había valido un importante
puesto en Cooley, un destacado bufete de abogados de Silicon Valley que llevaba mucho tiempo
ideando formas creativas de adaptarse a la industria tecnológica. En el boom de las puntocom, por
ejemplo, Cooley se convirtió en uno de los primeros bufetes en aceptar acciones de las empresas
emergentes en lugar de retenciones en efectivo. No es de extrañar, pues, que Santori y su mágico
acuerdo SAFT parecieran encajar a la perfección en el bufete, hasta el fatídico discurso del presidente
de la SEC sobre la complicidad de los abogados en la venta de valores sin licencia. Poco después del
discurso, la corta estancia de Santori en Cooley llegó a un abrupto final.
Mientras tanto, la reputación de las ICO se había debilitado aún más. En el Wall Street Journal, los
reporteros de investigación habían examinado los documentos de más de mil cuatrocientas ICO y
descubrieron algunos hallazgos sombríos: 271 de ellas tenían señales de alarma, como archivos
plagiados o perfiles ejecutivos falsos que mostraban imágenes tomadas de sitios de fotos de archivo.
Mucha gente había advertido que la economía de las ICO estaba plagada de estafas, pero ahora había
una creciente pila de pruebas.
El informe del Wall Street Journal apareció mientras los habitantes de San Francisco y los de Nueva
York disfrutaban de los gloriosos días del final de la primavera. Pero, en los círculos de
criptomonedas, llamaban a este periodo «criptoinvierno». La frase salió de los labios de los inversores
deprimidos y rebotó en las redes sociales. A medida que los precios de las criptomonedas seguían
bajando, quedó claro que el frío del criptoinvierno no daría paso a la primavera durante mucho
tiempo.

•••

Un estallido de inversiones en criptomonedas a principios de 2018, como la apuesta de 20 millones


de dólares de Peter Thiel, convenció a algunos de que la burbuja no había estallado, pero en mayo
quedó claro que los buenos tiempos habían terminado. Los inversores minoristas que habían
apostado por las criptomonedas en menor medida fueron los primeros en sufrir las consecuencias; los
grandes jugadores fueron los siguientes. Masayoshi Son, el fundador del conglomerado japonés
SoftBank, también había comprado en la cima del mercado de bitcoins, pero se llevó una paliza de
130 millones de dólares cuando vendió su posición meses después. Goldman Sachs, el banco de
inversión cuya aversión a la tecnología había llevado a Fred Ehrsam a abandonar por frustración,
parecía que por fin se había acercado al bitcoin. Después de una serie de filtraciones de prensa que se
burlaban de la noticia, Goldman reveló que iba a crear su propio trading desk de criptomonedas y,
como si quisiera subrayar el carácter atrevido de la táctica, nombró a un sonriente hombre de treinta
y ocho años con un moño para dirigir la mesa. La táctica, sin embargo, duró poco. El banco retiró
discretamente el contrato meses más tarde.
El momento de las criptomonedas en la tendencia dominante había pasado. Los que habían
probado el agua de la la piscina se retiraron. Una vez más, los grandes nombres del mundo financiero
no querían saber nada. Como para subrayar el punto, Warren Buffett explicó a los inversores en
mayo que el bitcoin era «probablemente veneno para ratas al cuadrado», mientras que su antiguo
consejero, Charlie Munger, comparó el comercio de criptodivisas con la «demencia». (La opinión de
Buffett se vio sin duda reforzada dos años más tarde cuando un director general de criptomonedas
ganó una subasta para asistir al almuerzo benéfico anual del Oracle de Omaha, pero luego lo canceló
en medio de informes de que estaba siendo investigado por el gobierno chino).
Las consecuencias del criptoinvierno se extendieron a lugares insospechados. En las extensas
llanuras de Rockdale (Texas), los líderes de la ciudad habían ofrecido su característica hospitalidad
sureña para atraer al gigante de la criptominería Bitmain a que se instalara. La llegada de Bitmain
trajo consigo la promesa de cientos de puestos de trabajo bien remunerados a un lugar que se había
visto muy afectado por el cierre de una planta de carbón de Alcoa. Para cerrar el trato, los líderes
políticos de Rockdale prepararon un plan de reducción de impuestos de diez años para la empresa y
agasajaron a los ejecutivos de Bitmain en banquetes con cerveza y barbacoa tejana.
«Habrá de comer y de beber», dijo el juez del condado a sus supuestos salvadores de las
criptomonedas. Pero las grandes esperanzas de los tejanos se derrumbaron cuando los precios de las
criptomonedas siguieron cayendo y Bitmain llegó a la conclusión de que su proyecto de minería no
iba a funcionar.
A medida que el año 2018 se acercaba a su fin, el dinero inteligente comenzó a desaparecer
también. Los fondos de cobertura, que meses antes habían irrumpido en la escena financiera,
comenzaron a cerrar sus puertas. A finales de año, más de tres docenas de fondos de criptomonedas
cerraron definitivamente, mientras que uno de los fondos más prominentes, el Galaxy Digital del
multimillonario Mike Novogratz, registró una pérdida impresionante de 272 millones de dólares en
el año. Incluso Olaf, que gozaba de la condición de profeta en muchos rincones del mundo de las
criptomonedas, no pudo escapar del creciente malestar. En el Wall Street Journal se publicó un perfil
poco halagüeño en el que se presentaban a Olaf como un bicho raro y su fondo, Polychain Capital,
como una empresa con pérdidas y problemas legales. El perfil mostraba a Olaf con un aspecto
desafiante frente a una estantería que exhibía dos ejemplares de Infinite Jest.

•••

En Market Street, Brian y Coinbase también soportaron el criptoinvierno. Un colapso total de los
precios —el bitcoin se desplomaría un 85% hasta poco más de 3000 dólares en diciembre de 2018—
supuso un duro golpe para los ingresos de la empresa. A pesar de su larga búsqueda de nuevos flujos
de ingresos, Coinbase todavía vivía en gran medida de las comisiones de negociación, y un recorte del
3% en 3000 dólares obviamente no se comparaba con el 3% que tomaba en 20.000 dólares. Además,
se cobraban menos comisiones: la actividad de los clientes había caído un 80% desde los días de auge
de diciembre anterior.
Los problemas de Coinbase, más allá de la caída, iban en aumento. El enfoque de la compañía de
resolver problemas sobre la marcha durante la burbuja, había producido un buen lío legal. Los
clientes de Bitcoin Cash interponían demandas por la debacle de diciembre. La IRS seguía hurgando
en los archivos de los clientes de Coinbase. Y, como si fuera poco, los clientes enfadados habían
presentado más de un centenar de quejas ante la SEC acusando a la empresa de gestionar mal su
dinero. Coinbase estaba en contacto constante con su bufete de abogados Davis Polk, cuyos socios
cobran 2000 dólares por hora. El coste de cabrear a los clientes y al gobierno se estaba volviendo
muy, muy caro.
A pesar de todo, Coinbase tenía motivos para ser optimista. Las finanzas de la empresa estaban en
buena forma gracias a una ronda de financiación de serie E por valor de 300 millones de dólares y
respaldada por el fondo de cobertura Tiger Global. Esta infusión de dinero completó el cofre de
guerra que la empresa había acumulado durante el boom. A diferencia de otras startups de alto perfil
como Uber y WeWork, que sangraban miles de millones cada trimestre, Coinbase podía realmente
obtener beneficios. Mientras tanto, Coinbase carecía de la cultura hiperbólica que contribuyó a la
implosión de otras startups, como WeWork, cuyos planes para una oferta pública de acciones
explotaron espectacularmente en medio de informes sobre la afición de su director general a los
chupitos de tequila y a fumar hierba.
Es más, el criptoinvierno ofreció a Coinbase un respiro que necesitaba desesperadamente. Si 2017
había sido una fiesta de gran éxito, entonces 2018 sería un año para limpiar todos los cristales rotos y
reemplazar los muebles destrozados. Para Coinbase, la calma ofreció tiempo para parchear el código
defectuoso y arreglar su prolongado problema de servicio al cliente. «Las cosas funcionan de forma
diferente en tiempos de paz que en tiempos de guerra», dice Brian, que se mantuvo optimista. Para
otros, la caída fue apocalíptica. Para él, 2018 se parecía a la caída de 2015, cuando muchos habían
dado por muerta la industria de las criptomonedas. Él seguiría adelante y aprovecharía la nueva
recesión como una oportunidad de reequiparse para un repunte.
Este reajuste supuso ceder parte del control a Asiff Hirji, el director de operaciones que había
llegado en noviembre como parte del impulso del consejo de administración de Coinbase para
introducir una supervisión adulta en la empresa. No le llevó mucho tiempo ponerse a trabajar. En
opinión de Asiff, Coinbase había estado a punto de colapsar por completo en diciembre de 2017
como resultado de tres riesgos críticos: una cobertura de seguro inadecuada; un sistema de
contabilidad caótico que hacía imposible saber si la empresa había subido o bajado 200 millones de
dólares; y un sistema poco refinado de operaciones con fondos propios conocido como The hedger
(El cubre riesgos) que podía estallar en cualquier momento.
Los dos primeros riesgos se pudieron abordar con bastante facilidad. Como parte del mandato de
supervisión de los adultos, Asiff contrató a una jefa de finanzas, Alesia Haas, que suavizó los
problemas de seguros y contabilidad. Lo del hedger fue otro asunto.
Fue Fred Ehrsam quien introdujo el hedger en los días en que Coinbase carecía de su propia
exchange y tenía que obtener bitcoins en el mercado abierto. El hedger utilizaba los algoritmos caseros
de la empresa para determinar los momentos óptimos de compra y venta de criptomonedas. Esto no
solo proporcionaba la liquidez en efectivo que Coinbase necesitaba para llevar a cabo sus operaciones
diarias, sino también oportunidades de arbitraje, es decir, oportunidades de beneficiarse de pequeñas
diferencias de precio entre diferentes bancos y bolsas.
El hedger era una fuente de orgullo para los veteranos de Coinbase. Para Asiff, era una fuente de
miedo y temor. «En diciembre —recuerda—, el hedger funcionó mal y casi fundió la empresa. Lo he
visto antes: es una forma garantizada de que las empresas comerciales exploten por utilizar sus
propios sistemas. Hay una mala configuración del algoritmo y nadie sabe lo que se compra y se
vende. Me embarqué en una cruzada para acabar con el hedger».
Asiff ganó su cruzada. Pronto el hedger murió y Coinbase empezó a utilizar un modelo de
negociación de agencia, aceptaba una operación solo cuando la otra mitad estaba en el mercado. En
opinión de Asiff, había salvado a la empresa al sacarla de un modelo de negociación que dependía de
una caja negra que podía estallar en cualquier momento.
Cada vez más, la dirección de Coinbase parecía una típica corporación. El equipo ejecutivo de
Coinbase, que durante años había estado formado por Brian y Fred y el mantra de correr a través de
las paredes de ladrillo, incorporó a veteranos de afuera. Asiff contrató a Emilie Choi, veterana de
LinkedIn, y la nombró vicepresidenta de desarrollo empresarial con la misión de adquirir una serie de
pequeñas empresas de criptomonedas. Nombró a una vicepresidenta de comunicaciones, Rachael
Horowitz, que no se inmutaba por nada después de atravesar años de crisis en Facebook y Twitter.
(Con Horowitz a bordo, David Farmer, el economista al que Brian había encargado manejar los
medios de comunicación, y que odiaba las relaciones públicas, ya no tendría que soportar las
llamadas de los periodistas). Como para subrayar su nueva postura ante la prensa, la empresa también
incorporó a Elliott Suthers, un australiano cáustico que se había ganado sus galones de relaciones
públicas entrenando a la antigua candidata republicana Sarah Palin para los debates
vicepresidenciales.
Brian se liberó de la gestión de cada cosa. Por fin tenía tiempo para dedicarse a sus actividades
personales. Tomó clases de vuelo y salió con actrices. Y, aún comprometido con su larga pasión por
utilizar bitcoins para extender la autonomía financiera por el mundo, lanzó un fondo filantrópico,
Give Crypto. Analítico como siempre, Brian, suscribió las investigaciones que sugerían que la mejor
manera de aliviar la pobreza era dar dinero a la gente pobre. Give Crypto, declaró, recaudaría 1000
millones de dólares para la causa.
Mientras Asiff construía el equipo corporativo y Brian alimentaba las nobles ambiciones de salvar
el mundo, la resaca persistía. El criptoinvierno se prolongó. A salvo en su fortaleza financiera,
Coinbase esperó pacientemente la primavera. Casi demasiado tarde, la empresa se daría cuenta de
que había sido un terrible error.
14
«Una patada en el trasero»

«Demasiado éxito hace que no tengas tanta hambre. Que no seas tan disciplinado. Ni tan
paranoico», decía Olaf, tomando un té en un restaurante de Manhattan en 2019.
Han pasado años desde el día en que se presentó por primera vez a trabajar en Coinbase con una
única camisa de vestir de Uniqlo. Olaf ya no parece un niño, pero sus ojos siguen brillando con la
misma intensidad y está tan dispuesto como siempre a hablar de los sueños lúcidos. Ahora, a sus
treinta y pocos años, Olaf tiene la tarea de gestionar dinero para Andreessen Horowitz y otras
empresas de capital riesgo de alto voltaje a través de su fondo de criptomonedas, Polychain Capital.
Todavía le importaba mucho Coinbase —él y Brian son amigos íntimos—, pero le preocupaba en
qué se había convertido su antiguo empleador.
«Coinbase se puso demasiado cómoda —añade—. En una reunión del consejo de administración,
todo giraba en torno a: “¿Cómo vamos a gastar todo este dinero para evitar una responsabilidad
fiscal?”» En opinión de Olaf, Coinbase debería haber explorado las nuevas fronteras de las
criptomonedas en lugar de perfeccionar su juego financiero corporativo.

•••

Resultó que la bonanza monetaria de 2017 creó complacencia. Coinbase entró en el invierno de las
criptomonedas creyendo que podía esperar el siguiente repunte mientras pasaba el tiempo
comprando empresas más pequeñas y arreglando su maltrecha infraestructura. Fue una táctica
sensata, pero una mala estrategia. Mientras Coinbase se sentaba y esperaba a que el mercado
cambiara, no tuvo en cuenta las rápidas transformaciones que se estaban produciendo en las
criptomonedas, incluso durante el descenso, transformaciones que amenazaban con dejar a Coinbase
obsoleta. La empresa era como un conductor que ponía a punto un viejo Buick mientras, en el garaje
de al lado, su rival lo hacía con un Porsche.
El nuevo rival de Brian se llamaba CZ (las iniciales significan Changpeng Zhao, pero todo el
mundo utiliza la versión abreviada). CZ lleva gafas inalámbricas y el pelo negro bien cortado. En
público, su atuendo preferido es una sudadera negra con capucha que lleva el nombre de su empresa
en letras amarillas: BINANCE. Desde que apareció en escena en 2017, CZ se ha convertido en la
figura más disruptiva de la historia de las criptomonedas después de Satoshi y Vitalik.
CZ nació en la provincia china de Jiangsu. Él y su familia cruzaron el Pacífico cuando tenía doce
años para empezar una nueva vida en Vancouver. El traslado fue necesario después de que su padre,
un profesor, tuviera problemas con las autoridades chinas por ser demasiado franco, una
característica que, años más tarde, redundaría en el comportamiento de su hijo. En Canadá, un CZ
adolescente freía patatas en McDonald’s y hacía turnos de noche en una gasolinera para ayudar a su
familia. Mientras tanto, perfeccionaba su aptitud natural para las finanzas y la informática.
La destreza de CZ en el campo de la codificación le valió un billete para el programa de Ciencias
de la computación de la Universidad McGill y luego trabajos en los principales centros financieros de
todo el mundo. Al igual que otras figuras prominentes de la criptografía, CZ se embarcó en una
existencia peripatética: desarrolló software para la Bolsa de Tokio y luego trabajó para Bloomberg en
Nueva York antes de trasladarse a Pekín, donde construyó herramientas de negociación de alta
frecuencia.
No fue hasta 2013 cuando CZ, que entonces tenía treinta y seis años, descubrió el bitcoin. Quedó
fascinado. Su nueva pasión lo llevó a Londres y a trabajar en Blockchain, la empresa de monederos
de criptomonedas fundada por Ben Reeves, el potencial cofundador de Coinbase al que Brian había
dejado plantado en las vísperas del comienzo de la escuela de emprendedores. En una especie de
venganza kármica, Reeves ayudaría a lanzar la carrera en las criptodivisas del hombre que se
convertiría en el mayor rival de Brian.
CZ prosperó en Blockchain y luego en otra tienda de criptomonedas, OKCoin, pero lo que
realmente quería era poner su propio sello en la industria. Esperó su momento hasta que, en 2017,
decidió dar el golpe. Cuando la manía de las ICO alcanzó su punto álgido, CZ lanzó su propia oferta
de tokens y recaudó 15 millones de dólares para financiar su nueva empresa, una exchange a la que
llamó Binance.
Binance no era una exchange de criptomonedas cualquiera. En un ingenioso giro del modelo de
negocio, CZ animó a los clientes a utilizar tokens de Binance —que vendió en la ICO— para obtener
un descuento en las comisiones de las operaciones. Esto significaba que la comisión por una
operación en el intercambio de Binance podía costar 10 dólares si un cliente pagaba con bitcoin,
pero solo 5 dólares si la comisión se pagaba en Binance Coin. A diferencia de muchas otras
criptomonedas nuevas, la moneda de CZ era útil.
Ser propietario de Binance Coins era un poco como tener acciones de la ICE, la compañía matriz
de la Bolsa de Nueva York. Las acciones eran una inversión que subía y bajaba en función de los
resultados de la bolsa. Pero, en el caso de Binance Coin, las acciones también podían utilizarse para
comprar acciones que cotizaban en la bolsa.
Para exprimir aún más el valor de su nueva moneda, CZ había dispuesto que la exchange destruyera
una determinada cantidad de Binance Coins cada trimestre. Esto sirvió para reducir la oferta global
de Binance Coins y hacer subir su precio, el equivalente a la recompra de acciones de las empresas en
las finanzas tradicionales.
De un plumazo, CZ había ideado un sistema para mantener a los clientes fieles a su exchange —los
descuentos en las comisiones que ofrecía Binance Coin y, al mismo tiempo, crear una nueva y valiosa
moneda. En los meses posteriores a la ICO, la capitalización de mercado de la moneda superaría los
mil millones de dólares y, en 2019, se convertiría en la sexta criptomoneda más valiosa. El propio CZ
se unió a Brian y a los gemelos Winklevoss como criptomillonario.
Una de las principales razones de este éxito fue otro movimiento inteligente de CZ: decidió que
Binance evitaría el negocio de intercambiar divisas convencionales (dólares, euros, yenes) por
criptodivisas y ofrecería únicamente operaciones entre criptomonedas. Esto significaba que los
clientes podían cambiar bitcoins por Ethereums, o Ethereums por Litecoins, o Litecoins por docenas
de otras criptomonedas.
Para CZ, el acuerdo entre criptomonedas ofrecía una ventaja obvia: significaba que Binance
evitaba el contacto con el sistema bancario convencional, que era una mina de leyes y regulaciones.
CZ también empleó otra táctica para evitar enredos con el Departamento del Tesoro y una miríada
de otras agencias en Estados Unidos y Europa: basó Binance en pequeñas naciones insulares cuyos
gobiernos, ávidos de negocios, no se preocupaban mucho por las normas bancarias al estilo
estadounidense. «La estrategia en lugares como Estados Unidos requiere muchos abogados y grupos
de presión —dice CZ con una sonrisa—. Prefiero lugares como Malta, donde puedo llamar al
Primer ministro y hablar con él directamente».
La astuta estrategia de CZ hizo que Binance ganara mucho dinero. La nueva exchange fue un éxito
de clientes. Sin embargo, en primer lugar, esos clientes seguían necesitando una forma de convertir el
dinero emitido por el gobierno en criptomoneda. Muchos recurrieron a Coinbase. Pero la empresa
con sede en San Francisco solo admitía cuatro criptodivisas y cobraba comisiones más altas que
Binance, lo que llevó a muchos operadores a trasladar inmediatamente sus nuevas monedas a la
exchange de CZ. Un estribillo comenzó a resonar en los círculos de criptomonedas: «Coinbase es solo
una rampa de acceso a Binance». Esto significaba que Coinbase —la estrella de la escena de las
criptomonedas— se había reducido al papel de un portero, que cobraba una cuota de entrada
mientras la gente entraba en un club nocturno de lujo y pedía servicio de botellas.
Para los inversores ordinarios que buscaban comprar un poco de bitcoins o Ethereums, Coinbase
seguía siendo la solución. Pero para los traders ávidos y los entusiastas de las criptomonedas, el
atractivo de Binance Coin y de docenas de activos exóticos era irresistible. Binance era el futuro.
«Nos estaban dando una paliza con Binance, y no teníamos una estrategia», recuerda el abogado de
Coinbase y operador político Mike Lempres.
En menos de un año, y mientras Brian y Coinbase limpiaban su tienda y esperaban a que el
mercado se recuperara, Binance eclipsó a Coinbase y a otras exchanges establecidas para convertirse en
el servicio de criptodivisas más popular del mundo.

•••

Lempres impulsó un plan para que Coinbase se dividiera en dos entidades legales: una, que hiciera
negocios en lugares fuertemente regulados como Estados Unidos, y otra, que ofreciera docenas de
criptomonedas mientras operaba desde un refugio regulatorio, como las Bermudas. El plan no llegó a
ninguna parte y, hasta bien entrado el año 2018, Coinbase dio tumbos con las mismas cuatro
criptomonedas. El veterano ingeniero Craig Hammell recuerda un plan para que la empresa añadiera
Dogecoin, la novedosa moneda basada en el meme del perro Shiba Inu en el que un adorable
cachorro dice frases tontas en un inglés poco claro. Dogecoin tenía seguidores de culto y habría sido
bastante fácil de añadir en los viejos tiempos. Pero, con las nuevas capas de burocracia corporativa de
Coinbase, se estancó. «Íbamos a hacerlo —recuerda Hammell—, pero luego el tema entró en todas
esas reuniones en las que alguien dijo que no veía el retorno de la inversión. No lo entendían.
Aunque no generaran dinero, los clientes querían más activos y Coinbase no los añadía».
La startup en la que los empleados habían corrido a través de paredes de ladrillo ahora actuaba más
como una corporación de mediana edad.
Mientras tanto, Binance seguía lanzando innovaciones. Debutó con un servicio de marketing
llamado Launchpad, que invitaba a los nuevos proyectos de criptomonedas a comprar Binance Coins
a cambio de publicidad en la exchange. Y, en un movimiento que subraya las amplias ambiciones de
CZ, Binance planeaba desafiar a Ethereum. La plataforma de contratos inteligentes de Vitalik seguía
siendo la mejor cuando se trataba de alojar otras criptomonedas, incluso Binance Coin se basaba en
Ethereum, pero CZ llegó a la conclusión de que era demasiado lenta. Había llegado el momento,
decidió, de que Binance construyera su propia blockchain.
Mientras Coinbase vacilaba con el Dogecoin, CZ hacía planes para rehacer la próxima era de las
criptomonedas. Sus hazañas lo convirtieron en una figura de culto en la industria. Un perfil efusivo
en la publicación comercial Coindesk proclamaba sin una pizca de ironía: «La increíble brillantez de
Binance».
¿Era CZ tan brillante? Posiblemente. Pero algunas personas atribuyen el rápido ascenso de
Binance, al menos en parte, a la arrogancia de Coinbase y sus inversores. Según un criptoempresario
que ha trabajado en los mercados asiáticos, la razón por la que Coinbase no vio venir a Binance es
porque es difícil ver algo con la cabeza en el trasero. «La gente cree que las criptomonedas son la
próxima tendencia y que, por tanto, Silicon Valley las dominará —dice el empresario—. Lo que
ocurre aquí es la arrogancia y el sesgo a favor de una empresa que surgió en un mercado occidental».
La misma camarilla de inversores que hizo una fortuna con Facebook y Uber pensó que Coinbase
también crearía un monopolio asesino. Error, dice este empresario. Los ganadores en el mundo de las
criptomonedas serán, en cambio, empresas como Binance, con consejeros delegados curtidos en los
mercados asiáticos. «Asia no está en el ADN de Coinbase —dice—. Veo ahí una brecha cultural que
no es posible cerrar para ellos como empresa».
No todo el mundo se asombró con Binance. Wences Casares, el visionario de las primeras
criptomonedas de Argentina y director general del servicio de almacenamiento de criptomonedas
Xapo, vio a Binance como otro vaquero de las criptomonedas que ascendió rápidamente eludiendo
las normas. Casares predice que CZ se enfrentará a una caída como la de Mt. Gox o Poloniex, otras
dos exchanges que una vez dominaron el comercio de criptomonedas, pero que fueron derribadas por
escándalos y problemas regulatorios.
Asiff Hirji, encargado de luchar contra Binance como director de operaciones de Coinbase,
también afirma que la exchange rival no está hecha para durar. Hirji sospecha que gran parte de la
promoción de Binance se basó en prácticas comerciales poco limpias, como el wash trading (volumen
falso), un truco común en el que las empresas o las bolsas toman ambas partes de una operación para
dar una imagen falsa de la actividad de los usuarios. «Correr rápido y romper cosas no funciona
cuando se trata del dinero de la gente —dice Hirji—. Hay que moverse rápido, pero hay que
apuntar. Lo que va a pasar es que ese tipo va a ir a la cárcel. Es un fraude».
La gente puede haber discrepado sobre si CZ era un genio o un fraude. Pero, a mediados de 2018,
ambas partes estarían de acuerdo en un punto: Binance le estaba efectivamente pateando el trasero a
Coinbase. Para abril, Brian y la junta finalmente decidieron actuar. Coinbase necesitaba a alguien
que liderara un asalto a la burocracia que envolvía a la empresa. Alguien, pensó Brian, que pudiera
mandar como un general. Lo que obtuvieron fue más bien un soldado de las fuerzas especiales.
15
Lucha por el poder

Balaji Srinivasan desmenuzó una galleta de chocolate Tate’s en un bol, cogió otra del paquete y la
desmenuzó también. Luego una tercera. Cogió un cartón mitad leche y mitad crema de la nevera, lo
vertió sobre las migas y empezó a comer. Era la 1:30 de la madrugada de junio de 2018. Balaji miró
la noche de San Francisco.
Market Street estaba sumida en la inquietante quietud que envuelve a un distrito financiero una
vez que se ha agotado su energía diurna. La ciudad dormía, pero Balaji estaba bien despierto. Comía
su tazón de Tate’s y media taza de café y pensaba en las criptomonedas.
Hacía cuatro años que se había presentado con un mugriento pantalón de chándal en la antigua
oficina de Coinbase en Bluxome Street y exponía las teorías del economista político Albert
Hirschman. Al principio, los empleados de entonces lo habían confundido con un vagabundo, pero
rápidamente quedaron fascinados por sus brillantes ideas sobre el dinero y la tecnología. Entonces,
esa brillantez llevó a Coinbase a contratar a Balaji como su primer director de tecnología.
Balaji era una figura conocida en Silicon Valley. Enseñaba estadística en Stanford y era uno de los
pocos socios de Andreessen Horowitz, conocido por sus PowerPoints de más de trescientas
diapositivas. En 2016, la experiencia de Balaji en genética había llevado a la nueva administración de
Trump a entrevistarlo para dirigir la Administración de Alimentos y Medicamentos. En cuanto a las
criptomonedas, Balaji las veía como un tema que era mejor dejar a los genios. «La blockchain es la
pieza tecnológica más complicada que ha llegado desde los navegadores o los sistemas operativos —
declara—. Requieren un profundo conocimiento de la criptografía, la teoría de los juegos, el trabajo
en red, la seguridad de la información, los sistemas distribuidos, las bases de datos y la programación
de sistemas. Solo un puñado de personas tiene ese tipo de conocimientos».
Lo que no se dice es que Balaji se veía a sí mismo como una de esas personas. Sin embargo,
Coinbase había buscado a Balaji por algo más que su inteligencia. Desde la salida de Fred a
principios de 2017, Brian se había encontrado solo en la cima. La llegada de una personalidad de alto
voltaje como Balaji prometía reintroducir el espíritu innovador y pujante, que los llevó a atravesar
paredes de ladrillo, de los primeros días de la compañía. «Alguien tenía que interpretar el personaje
de Fred Ehrsam. Brian necesitaba el yin de su yang», recuerda Nathalie McGrath, que se incorporó a
Coinbase en sus inicios como jefa de personal y ascendió a vicepresidenta de personal.
Balaji aceptó el puesto de director de tecnología, pero el precio era muy alto. Conseguir a Balaji
significaba comprar su empresa, una startup llamada Earn.com que había empezado fabricando
dispositivos para minar bitcoin, pero que había pivotado hacia un servicio de respuesta de correos
electrónicos. En la jerga de Silicon Valley, el acuerdo era un acqui-hire (una adquisición de talento),
adquirir una empresa para conseguir el talento que trabaja en ella.
Los medios de comunicación informaron que el precio de la operación era de 120 millones de
dólares, una cifra que irritó a muchos de los trabajadores de Coinbase. «Era una empresa de mala
muerte —afirma un ingeniero de Coinbase—. Contratar a Balaji fue una forma que encontró
Andreessen Horowitz para liquidar sus acciones de Earn.com, convertida en una dog startup (empresa
que ha rendido menos que el promedio de su clase)». La empresa de capital de riesgo había liderado
la ronda de financiación de serie B de Earn.com.
Hoy, los miembros del consejo de administración, así como el director de operaciones de
Coinbase, Asiff Hirji, que es un antiguo alumno de Andreessen Horowitz, defienden la adquisición
de Earn.com, diciendo que Balaji valió la pena. Más discretamente, añaden que el precio real de la
adquisición estaba muy por debajo de la cifra de 120 millones de dólares que se ha difundido en los
medios de comunicación. «Se puede dar cualquier tipo de cifra para el consumo público cuando se
tienen en cuenta los hipotéticos pagos futuros. Y Balaji tiene un gran ego, por lo que quería una cifra
lo más grande posible», dice un conocedor de Coinbase.

•••

Balaji y su ego no tardaron en causar impacto en Coinbase. Llegó con una misión singular: añadir
nuevos activos para ayudar a Coinbase a competir con Binance.
Durante meses, la empresa había dudado mientras Binance se convertía en una potencia al ofrecer
docenas de nuevas criptodivisas. Mientras tanto, Coinbase había seguido adelante con las mismas
cuatro monedas: bitcoin, Ethereum, Litecoin y, a finales de diciembre de 2017, después de su
problemático debut: Bitcoin Cash.
La demora de Coinbase tenía cierto sentido. La SEC estaba en pie de guerra contra las empresas de
criptomonedas que vendían valores sin licencia y Coinbase, como el autoproclamado «caballero
blanco» de la industria, tenía que proteger su reputación. La empresa no podía convertirse en un foro
en el que las ICO sin escrúpulos vendieran shitcoins a la abuela. Sin embargo, también era posible
que fuera demasiado a lo seguro: sin duda, la empresa podía ofrecer más de cuatro tokens.
Además de ir a lo seguro debido a los reguladores, un gran motivo por el que Coinbase no ofrecía
más de cuatro monedas era porque su estrategia de ingeniería estaba a la deriva. En lugar de trabajar
para dar soporte a nuevas monedas, los ingenieros de Coinbase estaban jugando con formas de
reempaquetar las ofertas existentes, creando paquetes y fondos de índices que ofrecían las mismas
monedas aburridas.
En otro rincón de la oficina, los ingenieros trabajaban en la construcción de algo llamado Toshi. Se
trataba de una herramienta para navegar por las dApps (diminutivo de aplicaciones descentralizadas)
que Brian y otros creían que serían el futuro de las criptomonedas. Una dApp puede ser cualquier
cosa, desde una herramienta de procesamiento de textos hasta un mercado de predicciones, pero lo
que distingue a las dApps es la ausencia de una empresa o gestor central. Imagina que tomas el tipo
de programas de software que encuentras en Microsoft Office y los ejecutas en una red al estilo de
bitcoin. A diferencia de lo que se encuentra en las tiendas de aplicaciones de Apple y Google, las
dApps pueden distribuirse sin el permiso de nadie y dependen de ordenadores aleatorios en todo el
mundo para funcionar. Las dApps no son la forma más eficiente de software, entre otras cosas y en
primer lugar, porque se necesita un navegador especial para acceder a ellas, pero sus partidarios dicen
que representan la próxima generación de la informática.
Puede ser que el futuro gire en torno a las dApps, pero, en 2018, su aspecto era sombrío. Incluso
las dApps más populares solo tenían unos pocos cientos de usuarios. Olaf y otros se preguntaban por
qué Coinbase estaba jugando con Toshi y las dApps, especialmente en un momento en que millones
de personas acudían a Binance para adquirir las criptomonedas más nuevas. Era como si Coinbase
hubiera sido una empresa de construcción de carreteras que, en lugar de pavimentar las autopistas
interestatales, se dedicara a añadir miradores o a probar nuevos tipos de grava. Fue un error costoso,
entre otras cosas, porque la tarea de desarrollar infraestructura para nuevas monedas es intensamente
técnica.
Una exchange puede ofrecer bitcoins, pero eso no significa que sea fácil ofrecer otras
criptomonedas. Por supuesto, algunas monedas se crearon a partir de la misma base de código que el
bitcoin o Ethereum, lo que hace más fácil para una exchange apoyarlas, pero siguen teniendo su
propia idiosincrasia. Mientras tanto, se habían creado otras monedas nuevas a partir de un conjunto
de códigos totalmente nuevos. Una de ellas era Tezos, un nuevo tipo de blockchain con un
mecanismo de votación incorporado que permite a los propietarios de token Tezos votar a favor o en
contra de las actualizaciones propuestas para su software. Añadir una moneda como Tezos fue como
construir una nueva línea de montaje en lugar de, como en el caso de las escisiones de bitcoin,
simplemente modificar una línea existente. Y, en todos los casos, añadir una nueva moneda
significaba asegurar más código para impedir los ataques de los omnipresentes hackers.
Añadir estas nuevas monedas era un gran trabajo y Coinbase apostaba a ponerse al día. La llegada
de Balaji debía impulsar el esfuerzo y no decepcionó. Tenía conocimientos técnicos y su reputación
de visionario de las criptomonedas inspiró a los demás ingenieros. También poseía una resistencia
sobrehumana. Cuando llegaba la hora del sprint, la jerga de Coinbase para referirse a ráfagas de
trabajo intenso, Balaji trabajaba sin cesar durante días. Podía funcionar sin dormir, igual de vigoroso
a medianoche que a las siete de la mañana. Y apenas bajaba el ritmo para comer, se alimentaba
durante días con su Tate’s y su cartón de mitad leche y mitad crema.
Incluso en medio de la cultura adicta al trabajo de Coinbase, Balaji destacaba. Físicamente,
también destacaba. Suele llevar una sudadera con capucha, y sus ojos intensos, su pelo de punta, sus
cejas pobladas y su barba incipiente le hacen parecer un carcayú hambriento. Por desgracia para
muchos en Coinbase, también actuaba como un carcayú: destrozaba a cualquiera que supusiera un
obstáculo. «Balaji no es un mal tipo. Pero es como una bala de cañón y si no puedes explicar por qué
te interpones en su camino, que Dios te ayude, te atravesará», dice un empleado de Coinbase.
En poco tiempo, Balaji cumpliría la esperanza de la junta directiva al destruir gran parte de la
burocracia que había llegado a envolver a Coinbase. Pero también trataría de destrozar a muchas de
las personas con las que se topaba, incluido el nuevo director de operaciones, Asiff Hirji, que había
presionado para que Balaji subiera a bordo.
•••

Criado en Calgary, una ciudad petrolera canadiense con una profunda vena conservadora, Asiff había
pasado una década en Silicon Valley antes de unirse a Coinbase. Pero, en apariencia y actitud,
todavía parece un banquero de la Costa Este, un remanente de su período como alto ejecutivo en TD
Ameritrade en la ciudad de Nueva York. La afición de Asiff por las camisas blancas y las americanas
caras le hacía encajar de forma extraña en una empresa de criptomonedas de la Costa Oeste. No
tardó en surgir la tensión.
«Recuerdo esa cena muy, muy incómoda —dice un alto cargo de Coinbase, recordando la llegada
de Asiff en diciembre de 2017—. Asiff se presentó como director de operaciones y presidente de la
Costa Este. El segundo título no había formado parte del acuerdo, pero Asiff le explicó a Brian que
presidente es lo mismo que director de operaciones en el Este. Fue una total tontería».
El resto de la mesa observó el intercambio y se preguntó qué demonios estaba pasando. ¿Había
entrado este tipo para ayudar a Brian o para sustituirlo?
La primera presentación de Asiff a las bases de Coinbase no fue mejor. En una reunión de un
viernes por la mañana, Asiff subió a un pequeño escenario en la parte delantera de la sala y procedió a
reprender al personal. «Estoy avergonzado de nuestros productos», dijo a los ingenieros reunidos, con
el tono imperioso de un ejecutivo corporativo. Explicó que iba a endurecer las cosas.
Puede que tuviera razón, pero su planteamiento no fue bien recibido, sobre todo porque muchos
lo consideraron un recién llegado a las criptomonedas. Para muchos de los presentes, las
criptomonedas no eran solo un producto. Eran una idea y una forma de vida que habían perseguido
con pasión durante años. Ahora los reprendía un trajeado que no solo acababa de llegar a las
criptomonedas, sino que había tenido el descaro de ir a la televisión la semana anterior y hablar en
nombre de Coinbase sobre su importancia. Los ingenieros, especialmente, se enfurecieron.
«Consideraba a Coinbase como un montón de milénials egoístas y emocionales —recuerda Craig
Hammell—. Pensamos: “¿Quién eres tú para ir a la CNBC y actuar como un experto sobre todo
esto?”».
Con el paso de las semanas, Asiff aprendería otras lecciones sobre la gestión de los milénials. Como
se había criado en la severa cultura de la consultoría y la banca corporativa, Asiff se enfrentó a una
empinada curva de aprendizaje. Pronunciaba un discurso y más tarde se enteraba de que los
empleados habían comentado que sus palabras los habían provocado. ¿Qué diablos significaba esto?
se preguntaba. «Asiff no estaba acostumbrado a la idea de que la gente se sintiera provocada»,
recuerda Nathalie.
Pero, aunque fuera torpe con las relaciones interpersonales, Asiff consiguió imponer el orden en el
caos que había encontrado al llegar a la empresa. Limpió los inestables sistemas de negociación de
Coinbase. Incorporó a un grupo de ejecutivos de alto nivel. Y, junto con la recién incorporada
vicepresidenta de negocios, Emilie Choi, introdujo un proceso de toma de decisiones que había
aprendido de los incondicionales de la gestión de la Costa Este, Bain & Company. El proceso se
denominó RAPID (por sus sigla en inglés; en castellano, Recomendar, Acordar, Realizar, Aportar,
Decidir) y fue un antídoto útil para Brian, a quien, cuando se le pedía que tomara una decisión
importante, cada vez le costaba más tomarla.
Asiff se había formado en Nueva York y trabajaba en San Francisco. Pero era una tercera ciudad,
Chicago, la que le preocupaba en Coinbase. La Ciudad del Viento y sus legiones de operadores de
materias primas eran la clave para el futuro de las criptomonedas, según él. «La gente no lo entiende,
pero los mayores operadores de criptomonedas son los creadores de mercado electrónico de Chicago
y las Prop shops. Ellos son los que hicieron que el mercado de criptomonedas dejara de ser un
mercado de entusiastas de la tecnología al azar que comercian entre sí, y han creado un grupo de
liquidez profundo con libros de órdenes fiables», afirma.
Las «Prop shops» son empresas de inversión en las que los socios despliegan su propio dinero para
beneficiarse de las estrategias de negociación, mientras que los «creadores de mercado electrónicos» se
especializan en la negociación de acciones y materias primas específicas. Aunque ambos son
elementos del mundo financiero neoyorquino, su importante presencia en Chicago atestigua el papel
de esta ciudad como motor de las finanzas estadounidenses.
En opinión de Asiff, los ingenieros de criptomonedas de San Francisco pueden ser brillantes
programadores, pero, cuando se trata de crear mercados, son un grupo de aficionados que bien
podrían haber estado haciendo aplicaciones de distribución de alimentos. El verdadero talento, la
gente que sabía cómo construir una infraestructura financiera, estaba en Chicago. «Y allí es donde
debe ir Coinbase», declaró. Impulsó a la empresa a abrir una oficina en el distrito de The Loop de la
ciudad, junto al lago Michigan, y a dotarla de ejecutivos e ingenieros contratados en la famosa Bolsa
Mercantil de Chicago.
Asiff también supervisó la creación de un mostrador de venta libre en Coinbase, un servicio
ofrecido durante mucho tiempo por exchanges de la competencia, como Circle y Gemini, que atendía
a los operadores que buscaban mover grandes volúmenes de criptomonedas de forma discreta.
También insistió en que Coinbase creara un servicio de custodia para que los clientes institucionales,
como los fondos de inversión, pudieran almacenar criptoactivos en cumplimiento de las regulaciones
federales.
Todo este conjunto de medidas fue una gran apuesta por un futuro decididamente corporativo
para Coinbase. Un futuro que despojaba a las criptomonedas de todo idealismo, de todo su carácter
marginal. A Asiff no le importaba en absoluto la visión libertaria de Satoshi. En su lugar, creía que
Coinbase necesitaba tejer sus servicios alrededor de los elementos establecidos desde hacía tiempo en
Wall Street y Chicago. Era mejor empezar enganchando el carro de la compañía al establishment
financiero, argumentaba, que atender a un mercado de consumidores impredecible.
Para muchos en la oficina de San Francisco, la visión de Asiff era tan inspiradora como una banda
de punk rock que firma un acuerdo de patrocinio con Brooks Brothers. Y, lo que es más grave, corría
el riesgo de convertirse en un embrollo estratégico, dada la intención de Balaji de desafiar a Binance
añadiendo criptomonedas exóticas a la plataforma de Coinbase. No pasó mucho tiempo en Coinbase
hasta que, de las visiones opuestas —Wall Street frente a la utopía libertaria—, surgieron facciones:
los verdaderos creyentes en las criptomonedas alineados detrás de Balaji y aquellos con inclinación
corporativa, detrás de Asiff.
Las visiones conflictivas en una empresa no son infrecuentes. El conflicto puede ser incluso
beneficioso siempre que haya un director general que pueda gestionar las facciones en competencia
de la forma en que lo hizo Abraham Lincoln con su gabinete de «Equipo de Rivales». Por desgracia,
Coinbase no tenía un Lincoln a la cabeza. Tenía a Brian. Y Brian, al que no le gustaban los
conflictos, solo podía quedarse de brazos cruzados mientras las facciones amenazaban con separarse
unas de otras y de su empresa.

•••

«Algunas personas lideran por lealtad e inspiración. Balaji lidera por el miedo y por el dinero», dice
Nathalie McGrath, que, como vicepresidenta de personal de Coinbase, vio cómo las luchas internas
sumergían a la empresa.
El estilo de Balaji, que lideraba la lucha por una visión no corporativa de las criptomonedas, era
abrasivo pero eficaz. Para alguien que, según todos los indicios, no trabajaba bien con los demás,
Balaji era extraordinariamente bueno en la política de oficina. Cualquiera que se interpusiera en su
camino era apartado con presteza. Balaji los despedía directamente o, mediante maniobras internas,
les quitaba influencia hasta que, totalmente desmoralizados, renunciaban por voluntad propia.
Entre estas bajas se encontraba Adam White. El ex comandante de las Fuerzas Aéreas y empleado
número cinco de Coinbase había ascendido hasta dirigir la exchange de comercio profesional de la
empresa y, en su último cargo, estaba a cargo de la nueva oficina de la compañía en la ciudad de
Nueva York. Pero, según la opinión de Balaji, la oficina de Nueva York apoyaba la visión corporativa
del futuro y desviaría recursos que no se destinarían a su obsesión, añadir nuevos activos de
criptomoneda, por lo que la oficina y su personal debían ser degradados y disminuidos. Adam sabía
lo que ocurría. «Asiff se preocupaba por el decoro en un entorno de oficina y trataba de comportarse
de esa manera —dice Adam—. Pero Balaji era despiadado y manipulador. Sería la persona ideal para
estar en Survivor».
Adam estaba de acuerdo. Tenía nuevas oportunidades. Wall Street estaba despertando por fin al
potencial de la criptodivisa. La Bolsa de valores de Nueva York lo llamó y le contó a Adam en
confianza un ambicioso plan para ofrecer bitcoins futuros y para trabajar en un acuerdo de
criptomonedas con Starbucks. ¿Le gustaría ser el director de operaciones del nuevo proyecto? Claro
que sí.
Adam voló de vuelta a la sede de Coinbase y le dio la noticia a Brian. Hacía años, el primer equipo
de Coinbase había instituido algo llamado «paseo y charla», una forma de salir de la oficina, tomar
aire y hablar con franqueza. Entonces, recorriendo las calles de San Francisco, Adam y Brian dieron
su último paseo y su última charla. Durante más de noventa minutos, los dos participaron en otro
ritual de Coinbase: comentarios cándidos sobre cómo podría mejorar el otro. Brian ofreció consejos
amistosos y animó a Adam a llevar su espíritu compartido de criptoevangelismo a la Costa Este. Por
su parte, Adam hizo una sutil petición a su antiguo jefe para que controlara las facciones enfrentadas
en su empresa. «Brian, al final del día, eres tú y solo tú quien puede conformar la cultura de esta
empresa como director general», dijo.
Los buenos consejos no siempre se tienen en cuenta y, en este caso, la política y las luchas de poder
no cesaron, ya que Balaji echó a algunos diseñadores y a un ingeniero jefe. También fue derribado
Mike Lempres, el veterano operador legal que había tratado de que Brian fuera a Washington, DC.
Lempres había trabajado en los niveles más altos del Departamento de Justicia y una vez, como una
actividad secundaria, había servido como alcalde de la acaudalada ciudad de Atherton en Silicon
Valley. Pero nada de esto se compara con lo que vio en Coinbase a finales de 2018. «He sido alcalde
de una ciudad de California, pero nunca he visto un lugar tan político como Coinbase«, dijo al
atravesar la puerta en la primavera de 2019.
Lempres se toma con filosofía su destitución y sigue hablando con cariño de Brian, aunque no de
sus lugartenientes. «Yo sería muy imbécil si fuera multimillonario a su edad —observa—. Y él no lo
es».
Poco después, Coinbase perdió a Nathalie McGrath, que años antes había ayudado a la startup a
superar su cultura de «banquero vulcano» y había introducido un espíritu de calidez y humanidad,
había soportado amenazas de bomba y ya tenía suficiente de la guerra en la oficina. A diferencia de
Lempres, ella se sentía menos generosa. «Balaji fue el primer idiota brillante de Coinbase —recuerda
—, y cambió la cultura de nuestra dirección. Por eso me fui. El corazón y el alma de lo que construí
se han ido».
Las salidas de personas como Adam y Nathalie no le preocupaban a Asiff, que consideraba la
rotación de empleados como algo normal. En Silicon Valley, dice, todas las startups superan a sus
primeros directivos y el equipo ejecutivo cambia cuatro o cinco veces si una empresa crece
rápidamente. Además, en medio de todo el drama, él y Balaji estaban haciendo mucho para
solucionar los problemas anteriores de Coinbase.
En abril, la empresa contrató a una veterana de la banca, Alesia Haas, como directora financiera.
Por fin habría alguien para reformar el sistema de gestión de efectivo de Coinbase. Y el enfoque
disperso de la estrategia de la empresa comenzó a enderezarse.
A principios de 2018, el vicepresidente del Grupo de consumidores de Coinbase, Dan Romero, se
jactó ante Business Insider de que la empresa se estaba convirtiendo en el «Google de las
criptomonedas», un eslogan que el equipo de relaciones públicas impulsó ante otros medios de
comunicación. Era una frase muy bonita. Ser el Google de algo seguro que suena bien. ¿Pero qué
significaba? Google tenía muchos productos de éxito: YouTube, Gmail, Docs, Cloud, etc. Pero
Coinbase solo tenía un producto que le interesaba a alguien. Mientras tanto, estaba derrochando
dinero en experimentos que no tenían ningún atractivo evidente, como Toshi. Uno de los beneficios
del enfoque de Balaji fue que los proyectos secundarios fueron dejados de lado o asfixiados y
Coinbase pasó a centrarse en su prioridad: añadir nuevas criptodivisas. Coinbase dio a conocer
nuevas ofertas de monedas como XRP y Ethereum Classic para los clientes estadounidenses y
docenas más para los clientes en el extranjero. La brecha con Binance comenzó a estrecharse.
Pero, a medida que Balaji consolidaba el poder y dejaba de lado a los rivales menores, resultaba
más difícil evitar los choques directos con Asiff, que seguía impulsando una estrategia centrada en
Chicago y Wall Street. La tensión entre ambos era palpable en las reuniones ejecutivas. El conflicto
llegó a ser tan estridente que, con el tiempo, en los círculos de criptomonedas se rumoreaba que
Balaji y Asiff habían llegado a las manos. Al igual que muchos jugosos rumores de las startups, no era
cierto, pero las peleas a gritos se producían cada vez que Asiff empujaba a la empresa hacia un
camino corporativo. «Balaji saltaba y gritaba: “¡A la mierda todo eso! Tenemos que añadir activos”»,
dice un antiguo ejecutivo de Coinbase que asistía a las reuniones.
La realpolitik sustituyó al idealismo que Brian siempre había tratado de inculcar. Esto quedó aún
más claro a principios de 2019, cuando la empresa se propuso comprar un servicio de análisis de
blockchain. Coinbase había confiado durante mucho tiempo en un servicio llamado Chainalysis, una
firma conocida por crear informes forenses para las fuerzas del orden, para proporcionarle datos sobre
la actividad de la blockchain. Pero después de que Chainalysis insistiera en analizar los datos de los
monederos de los clientes de Coinbase —y después de que una empresa de seguridad israelí
informara de que una cuenta de Coinbase había estado canalizando donaciones de bitcoins al grupo
terrorista Hamás—, la empresa abandonó Chainalysis para incorporar un servicio de análisis interno.
En lugar de desarrollarlo, lo compraron. En febrero, Coinbase anunció de forma triunfal la
adquisición de Neutrino, una empresa italiana de análisis conocida por su trabajo de análisis de la
tecnología de blockchain en Europa. Desgraciadamente, los fundadores de Neutrino también dirigían
una empresa llamada Hacking Team, que había colaborado en operaciones de espionaje con algunos
de los gobiernos más desagradables del mundo, incluida la unidad de inteligencia saudí, que orquestó
el asesinato del periodista del Washington Post, Jamal Khashoggi. Reporteros sin Fronteras había
calificado a Hacking Team de «enemigo de Internet» por el trabajo de espionaje que había realizado
en nombre de los déspotas de Somalia y Marruecos. Estaba claro que los fundadores de Neutrino
eran mercenarios despiadados. Y ahora eran los nuevos empleados de Coinbase.
El periodista especializado en criptomonedas, David Z. Morris, se hizo eco de las acusaciones sobre
el pasado del nuevo empleado. En respuesta, el equipo de relaciones públicas de Coinbase,
normalmente agudo, vaciló durante días. Inicialmente desechó las acusaciones por desinformadas y
luego afirmó que los altos cargos de la empresa no sabían nada de las actividades del Hacking Team.
No funcionó. La indignación pública creció y un nuevo hashtag comenzó a ser tendencia en las redes
sociales de criptomonedas: #DeleteCoinbase. La aparente duplicidad de la alta dirección no jugó a
favor de los empleados de Coinbase. «Lo sabían —dice el ingeniero Craig Hammell—. Demostraron
una falta de comprensión de lo que es el mundo de las criptomonedas. Esto no es como otras
industrias. Las criptomonedas están impulsadas por la filosofía y los ideales que hay detrás».
A medida que el escándalo avanzaba, Brian finalmente actuó. Tras semanas de inercia, acudió a lo
que le resultaba más cómodo: escribir una entrada en su blog en la que anunciaba que Coinbase
había metido la pata y que la empresa se desprendería de todos los que habían trabajado en Hacker
Team. «Bitcoin, y las criptomonedas en general, tienen que ver con los derechos del individuo y con
la protección tecnológica de las libertades civiles —escribió—. Arreglaremos esto y encontraremos
otra forma de servir a nuestros clientes cumpliendo con la ley».
Pero, a pesar de que Brian controlaba una crisis, otra llegaba a su punto álgido. La batalla entre las
facciones de Asiff y Balaji continuaba, y Balaji parecía tener la sartén por el mango. A principios de
2019, muchos de los proyectos favoritos de Asiff estaban en ruinas.
El mayor golpe para Asiff llegó en abril de 2019, cuando Coinbase cerró abruptamente su oficina
de Chicago y envió a treinta personas a empacar sus cosas. El movimiento se produjo en medio de
una creciente oposición a la visión corporativa de Asiff a medida que Balaji acumulaba más aliados y
más poder, pero también se produjo a causa de dólares y centavos. El invierno de las criptomonedas
se había prolongado tanto que incluso Coinbase empezó a verse perjudicada. No ayudó que se filtrara
a los ingenieros de San Francisco de toda la vida que sus homólogos de Chicago ganaban más dinero
que ellos. Los técnicos de Silicon Valley están acostumbrados a ser los que más ganan: la decisión de
Asiff de pagar más por el talento en el Medio Oeste fue una afrenta. El cierre de Chicago resolvió
múltiples problemas, aunque fue como un ojo negro para Asiff.
Balaji estaba ganando la lucha política interna, pero no la llevaba con gracia. En una reunión en la
que Balaji expuso su última hoja de ruta para añadir nuevos criptoactivos, Asiff hizo una pregunta
sensata: «¿Existe un proceso para eliminar activos de la lista? ». Balaji replicó: «¿Por qué preguntas si
no sabes nada de criptomonedas?» se burló del presidente y director de operaciones de la empresa.
La cosa pintaba mal para Asiff. En menos de un año, Balaji había sembrado profundas divisiones
en Coinbase, había echado a muchos empleados de toda la vida, había frustrado todo tipo de
proyectos que no beneficiaran su visión e incluso había conseguido que cerraran una oficina entera.
También había añadido muchas criptomonedas nuevas —a mediados de 2019, Coinbase ofrecía
docenas de monedas en mercados de todo el mundo— y había sacudido una burocracia cansada. Y
entonces renunció.
El consejo de administración de Coinbase había estructurado el contrato de Balaji para pagarle con
creces una vez transcurrido un periodo, en este caso un año, un acuerdo típico en Silicon Valley. Y,
como otros antes que él, Balaji esperó hasta el momento en que llovieron esas riquezas, y entonces,
engrandecido, se fue a hacer otra cosa.
La salida de Balaji a principios de mayo pondría fin al drama de las facciones que había sacudido la
empresa. Asiff, de forma repentina e inesperada, vio una oportunidad de tener vía libre para dirigir
Coinbase. Tomó la audaz medida de preguntar a Brian a mediados de 2019 si Brian le reportaría a
él, Asiff, en cuestiones de producto.
Asiff se había pasado de la raya. Se consideraba a sí mismo como el director general de facto de la
empresa y, durante meses, había actuado como tal. En el proceso, había agotado gran parte de su
capital político a nivel ejecutivo. Los verdaderos creyentes de Coinbase en las criptomonedas nunca
lo habían apreciado y no lo harían aunque Balaji se hubiera ido. El verdadero director general de
Coinbase por fin se reafirmó. Era hora de que Brian volviera a tomar las riendas de su empresa. Le
dijo a Asiff: «¡No!».
Asiff se tomó mal el rechazo. En lugar de aceptar un papel reducido, declaró que dimitiría. Brian
aceptó. Y, en un momento que todavía molesta a Asiff, se le mostró rápidamente la puerta sin
ningún tipo de despedida o posibilidad de despedirse de su personal. Los dos hombres no han vuelto
a hablar desde entonces.
Asiff dice ahora que Brian tiene mucho que aprender como líder: «Brian es una persona
genuinamente buena, pero le cuesta saber cuál es su papel. Todo director general de éxito es una de
estas tres cosas: un visionario del producto, un imán de la cultura y el talento, o un supervendedor.
Brian no encaja en ninguno de esos papeles».
•••

Semanas después, Brian estaba sentado mirando un barco en el río Hudson, sin que Asiff ni sus
opiniones le importaran un bledo. Estaba en el TAK, un restaurante de estilo club de campo situado
en la nueva y ostentosa urbanización neoyorquina de Hudson Yards, y se sentía a gusto sentado entre
amigos, amigos de verdad.
Adam se había reunido con él para cenar y también Fred Ehrsam. Por fuera, Fred se parecía muy
poco al trader que había ganado millones de dólares en Goldman Sachs y luego en Coinbase. Se
había preocupado por la alta costura y había empezado a llevar chalecos de piel teñidos con corbata y
moon boots. Y ya no pasaba las tardes pegado a una pantalla de Reddit. Ahora, corría con Kanye West
y otras celebridades. Lo que no había cambiado era su amistad con Brian. Los dos estaban más
unidos que nunca. Fred estaba ansioso por convencer a Brian de que explorara sus otros intereses
recién descubiertos, incluido el ayuno, que se había convertido en una moda entre los ejecutivos ricos
del mundo de la tecnología.
Cuando la conversación giró en torno a las criptomonedas, Adam y Fred felicitaron a Brian por
haber recuperado su empresa y los tres recordaron las hazañas que los llevaron a convertir Coinbase
en una empresa multimillonaria. Bebieron y rieron, y durante unas horas preciosas, Brian se sintió
como en los días de Bluxome Street, cuando Coinbase era una pequeña startup.
En el exterior, una ola de calor se abatía sobre Nueva York. Y las criptomonedas empezaban a
descongelarse.
16
El bitcoin triunfa

La profundidad del criptoinvierno llegó el 15 de diciembre de 2018. Ese día, el precio del bitcoin se
hundió hasta los 3200 dólares, más de un 80% por debajo de su máximo del año anterior. El puñado
de los principales medios de comunicación que seguían informando sobre las criptomonedas
señalaron lo mucho que había caído el sector y algunos expertos declararon que esta vez el bitcoin
estaba muerto para siempre. Entonces, como había sucedido tantas veces antes, el bitcoin respondió a
las predicciones de su desaparición con una carrera alcista.
El repunte fue casi imperceptible al principio. En febrero de 2019, el bitcoin se situó por encima
de los 4000 dólares y, luego, en lo que se conocería como el rally del Día de los Inocentes, el precio
se disparó casi 1000 dólares en un solo día. En mayo, el bitcoin cotizaba por encima de los 8000
dólares y, en junio, alcanzó los 12.000 dólares antes de establecerse en torno a los 10.000 dólares
para el resto del verano. Los antiguos propietarios de bitcoins sonrieron satisfechos mientras el dinero
de los fondos de cobertura que había huido volvía a entrar. El rumor se extendió a las páginas
financieras. El bitcoin había vuelto.
Sin embargo, no todas las criptomonedas estaban de vuelta. Las altcoins, alias shitcoins, nacidas en
el boom de las ICO seguían apestando. Los precios de muchas de ellas seguían bajando más del 90%
y no había ningún misterio en cuanto al motivo: todos los grandes proyectos de blockchain que se
suponía que iban a financiar las ICO no se habían materializado, y la mayoría seguía consistiendo en
poco más que un libro blanco. Los inversores habían pagado por adelantado los tokens para un viaje
maravilloso, solo para descubrir que el viaje nunca iba a ocurrir y que los tokens ya no valían nada.
En algunos casos, los proyectos fracasaron porque los promotores de la ICO eran unos
sinvergüenzas. Pero, en otros casos, los proyectos no se lanzaron porque a los promotores les
resultaba difícil mantenerse motivados una vez que nadaban en efectivo. Las buenas intenciones
fracasaron cuando los fundadores de las ICO descubrieron que era más agradable viajar por el
mundo y hablar en conferencias que trabajar en el código de la blockchain.
Ni siquiera los mayores rivales del bitcoin habían podido escapar a la caída de las altcoins. En julio,
a pesar de que el precio del bitcoin había aumentado un 62% con respecto al año anterior, Ethereum
había caído un 68%. Resultó que Ethereum, que había sido aclamado como una nueva y mejor
versión del bitcoin, había repetido algunos de sus errores. Las actualizaciones de su código base,
prometidas desde hace tiempo, nunca se materializaron, por lo que la blockchain de Ethereum siguió
siendo lenta e ineficiente. Mientras tanto, la persona mejor preparada para dirigir las mejoras de
Ethereum, Vitalik Buterin, parecía estar siendo engullida por el culto a la personalidad. Uno de los
memes más memorables de las criptomonedas, «Vitalik Clapping» (Vitalik aplaudiendo), muestra al
creador de Ethereum en una fiesta en un barco en Nueva York, moviendo las manos como un
alienígena que aprende a aplaudir. A su alrededor, una pandilla de acólitos con caras frescas mira
mientras un cantante le da una serenata con un extraño estribillo: «Vitalik aplaude, Vitalik
impresiona. Feliz y aplaudiendo, Vitalik impresiona». Incluso para las extrañas costumbres sociales de
las criptomonedas, era extraño.
El otro aspirante a rival del bitcoin, Bitcoin Cash, se había hundido. La moneda, nacida en el
amargo cisma sobre el tamaño de los bloques, había caído 75% durante el mismo periodo de un año
en que el bitcoin había ganado un 62%. Además, se vio envuelta en sus propios cismas, ya que
facciones renegadas presionaron con éxito para dividir la blockchain de Bitcoin Cash. Considerado en
su día como un posible sustituto del bitcoin, ahora parecía una fea imitación.
Por muy mal que les fuera a Ethereum y a Bitcoin Cash, seguían disfrutando de valores de
mercado de miles de millones de dólares y de una base leal de fans y desarrolladores. No se puede
decir lo mismo de las legiones de shitcoins que se tambalean en una interminable caída libre.
Durante el apogeo de la criptomanía, la frase «explosión precámbrica» se convirtió en un elemento
básico de las charlas de las conferencias. La frase significaba que el lanzamiento de miles de
criptodivisas era similar a las innumerables formas de vida que habían surgido en los primeros días de
la evolución en la Tierra. En 2019, los expertos utilizaron una frase diferente del mundo de la
biología: «evento de extinción». Los más pesimistas predecían que más de dos mil shitcoins morirían
como los mamuts lanudos.
Los antiguos defensores del bitcoin —al menos los que no habían invertido mucho en altcoins—
se entusiasmaron con este giro de los acontecimientos. Incluso se dieron un nombre, añadiendo otro
término a la creciente jerga de las criptomonedas. Se llamaron a sí mismos «maximalistas del
bitcoin».

•••

A mediados de 2019, el bitcoin volvía a ser el rey indiscutible del mundo de las criptomonedas. Pero
no era el único punto positivo en la industria. Otro llegó en forma de stablecoins (criptomonedas
estables), una innovación que crearía cientos de miles de millones de dólares de valor y despertaría el
interés de una de las corporaciones más poderosas del mundo.
Las stablecoins surgieron como respuesta a uno de los golpes más comunes al bitcoin: la extrema
volatilidad. ¿De qué servía un nuevo tipo de dinero si su valor fluctúa drásticamente cada pocas
horas? Las stablecoins abordan este problema: proporcionan todas las ventajas de la moneda basada en
la blockchain (transferencias fáciles, libros de contabilidad a prueba de manipulaciones, etc.) sin esa
volatilidad. Una stablecoin de buena fe siempre valdría un dólar estadounidense o no fluctuaría más
de un centavo por encima o por debajo de ese valor. A medida que aumentaba su popularidad,
aparecían otras stablecoins que reflejaban el valor de otras monedas importantes, como el yen o la
libra esterlina.
Las stablecoins no eran nuevas en 2019. La más conocida, llamada Tether, había aparecido en
2015. Se puso de moda entre los operadores que querían entrar y salir de varias criptomonedas sin las
comisiones que conlleva la conversión de criptodivisas a moneda tradicional. Sin embargo, Tether
tenía una reputación dudosa. ¿Cómo podían los operadores estar seguros de que las monedas Tether
valían realmente un dólar? La oscura organización que supervisaba Tether aseguraba a los usuarios
que había una reserva para respaldar cada Tether con un dólar, pero se negaba a someterse a una
auditoría para demostrarlo. Esto era sospechoso. Estas sospechas han aumentado a la luz de los
vínculos de Tether con el controvertido intercambio Bitfinex y a raíz de una investigación por fraude
del fiscal general de Nueva York.
Tether no fue la única stablecoin que provocó preguntas sobre su respaldo. A principios de 2018,
una startup de stablecoin llamada Basis recaudó 133 millones de dólares de inversores blue-chip, como
Bain Capital y Google Ventures. Basis propuso mantener su moneda estable emitiendo bonos cada
vez que cayera por debajo de 1 dólar. El plan no tenía mucho sentido, dado que no había garantía de
que la gente comprara los bonos. Mientras tanto, la SEC advirtió que el plan de bonos equivalía a la
venta de valores. Basis desistió en poco tiempo y devolvió la mayor parte del dinero recaudado.
Lo que sí tenía sentido, cuando se trataba de stablecoins, era vincular su valor con una reserva de
dólares estadounidenses y realizar auditorías de terceros para demostrar que los dólares estaban
realmente ahí. Esto es lo que hizo Coinbase en el verano de 2019, trabajó con su rival Circle para
crear una nueva criptomoneda llamada USD Coin. Mientras tanto, los gemelos Winklevoss crearon
una stablecoin propia llamada Gemini Dollar. Pronto, estas y un conjunto creciente de otras
stablecoins proporcionaron credibilidad al concepto y desafiaron a Tether en los mercados de
comercio de criptomonedas. En 2020, Coinbase y otras empresas pagaban intereses por los depósitos
de stablecoins de los clientes, una señal de que la criptomoneda podría parecerse a una cuenta de
ahorros normal.
Y lo que es más importante, el crecimiento de las stablecoins señaló a personas importantes fuera
del mundo de las criptomonedas que el dinero basado en la blockchain podría transformar las
finanzas. Los gobiernos nacionales que, durante mucho tiempo, habían mirado las criptomonedas
con recelo comenzaron a experimentar con las stablecoins como una forma de emitir dinero.
Entonces, en junio de 2019, Facebook lanzó una bomba.
Durante meses se rumoreó que la red social iba a lanzar una criptomoneda, pero los planes de la
empresa, bautizados como Proyecto Libra, resultaron ser más grandes y ambiciosos de lo que muchos
habían imaginado. Libra, su nueva moneda, estaría vinculada con una canasta de monedas globales,
que incluía dólares, euros y francos suizos, disponible para los usuarios de Facebook de todo el
mundo. Esto significaba que cualquiera que utilizara Facebook, o alguno de los otros productos de la
compañía como Instagram o WhatsApp, tendría fácil acceso a la nueva moneda.
Lo más destacable es que Facebook había reunido como socios a una coalición de marcas de
primera línea en finanzas y tecnología, como Visa, Mastercard, Uber, Spotify y eBay. El plan maestro
de Facebook preveía que sus socios ayudaran a mantener docenas de nodos de blockchain que
crearían un libro mayor para Libra, y que contribuyeran con el fondo de reserva que respaldaría a
Libra con moneda fuerte.
La lista de socios incluía dos empresas especializadas en el almacenamiento de criptodivisas, así
como Coinbase. Ya existía un vínculo entre Facebook y Coinbase: el jefe del Proyecto Libra era
David Marcus, un antiguo presidente de PayPal que, poco tiempo atrás, había formado parte del
consejo de administración de Coinbase. Pero, aunque los cotilleos de Silicon Valley han llevado años
especulando con que Facebook habría intentado adquirir Coinbase, los rumores son falsos: Facebook
ni siquiera ha preguntado, y Brian Armstrong y Mark Zuckerberg nunca se han reunido.
En lo que respecta al Proyecto Libra, el plan era que Coinbase fuera uno de los cientos de socios
que ayudarían a Facebook a gestionar la nueva red de blockcahin, si es que alguna vez se ponía en
marcha. Por desgracia para Facebook, cuando anunció Libra, la empresa se había vuelto radioctiva
para el Congreso y los reguladores de todo el mundo. La red social ya era objeto de numerosas
investigaciones antimonopolio y, para muchos gobiernos, la perspectiva de que Facebook controlara
un suministro global de dinero estaba fuera de lugar. Mientras tanto, algunos de los socios más
destacados de Facebook, como Visa y PayPal, se asustaron de la presión política y abandonaron el
consorcio.
El Proyecto Libra no solo era un campo de minas político, sino que algunos temían que también lo
fuera en el plano económico. Katharina Pistor, profesora de la Facultad de Derecho de Columbia,
declaró a la revista Fortune que Libra podría desestabilizar el tipo de cambio en economías en
desarrollo como las de Kenia si los comerciantes de divisas utilizaban el dinero de Facebook en lugar
de la moneda local. Otros compararon Libra con una táctica de un puñado de empresas para
privatizar el suministro de dinero. Algunos sugirieron que equivalía a una auténtica traición. «Si
Facebook creara un ejército, esto sería solo un poco más hostil para el pueblo de Estados Unidos que
lo que se propone actualmente», declaró Preston Byrne, un abogado especializado en criptomonedas.
Los críticos han planteado muchas preguntas válidas y, en el momento de escribir este texto, no
está nada claro si Facebook puede superar la oposición del gobierno y lanzar realmente el Proyecto
Libra. Lo que está claro es que Silicon Valley sigue siendo capaz de idear tecnologías grandiosas que
cambian el mundo, independientemente de que el resto del mundo quiera adoptarlas. También
demuestra que es probable que esas tecnologías perturben las finanzas mundiales.
Si el gobierno de EE.UU. no permite el florecimiento de las criptomonedas, es muy probable que
China lo haga. La República Popular ya ha encargado a su banco central la creación de una versión
digital de su moneda, el renminbi. Para el Partido Comunista, las ventajas son dobles: la moneda
digital puede utilizarse para vigilar a los ciudadanos chinos más de cerca que nunca, y será una
herramienta para presionar a otros países para que abandonen el dólar estadounidense como
principal moneda de reserva del mundo. Si esto empieza a ocurrir, es seguro que el Congreso y
Estados Unidos mirarán la Libra de Facebook con otros ojos.

•••

Puede que los gobiernos hayan recibido los planes de moneda digital de Facebook con sorpresa y
alarma, pero en los círculos de criptomonedas, el Proyecto Libra generó sobre todo carcajadas. No se
trataba de una criptomoneda real, sino de una versión degradada, que estaría controlada por una
cúpula de empresas poderosas. Los veteranos promotores de las criptomonedas invocaron la mala
palabra que empieza con c, centralizada, y advirtieron a la gente que la evitara.
Las sospechas sobre la nueva criptomoneda corporativa, unidas a la continua caída de las altcoins,
hicieron que el halo de bitcoin brillara más que nunca. La moneda de Satoshi cumplía ahora una
década y era más segura que nunca. Para subrayar este punto, el criptomillonario y primer inversor
de Coinbase, Barry Silbert, lanzó una oleada de anuncios televisivos nacionales en los que instaba a
los inversores a abandonar el oro y comprar bitcoins. Mientras tanto, la venerable firma de corretaje
Charles Schwab publicó a finales de 2019 una lista de las acciones más comunes de la generación
milénial. La lista estaba encabezada por Amazon, Apple, Tesla y Facebook. En el número cinco, por
delante de Berkshire Hathaway y Disney, figuraba una acción llamada Grayscale Bitcoin Trust, que
ofrece a los inversores una forma de comprar bitcoins en forma de acción.
La resistencia del bitcoin —la red ha funcionado sin interrupción durante más de diez años— dio
lugar a más memes. «Fed Wire está caído. Bitcoin nunca se cae», tuiteó un gestor de fondos de
criptomonedas y personalidad de las redes sociales conocido como Pomp. Y continuó: «El mercado
de valores está cerrado. Bitcoin nunca cierra». Cientos de otros criptodiscípulos se sumaron con sus
propios aforismos: «Los bancos cierran tu cuenta sin previo aviso. Bitcoin nunca cierra tu cuenta». Y
así sucesivamente.
A mediados de 2019, el rumor en torno al bitcoin parecía un renacimiento religioso. La
criptomoneda más antigua había triunfado sobre las sectas rivales que habían surgido en torno a
diferentes altcoins y los creyentes en el bitcoin sentían que su dios estaba en la cima de una vez por
todas. Eso no significaba que el bitcoin no tuviera poderosos enemigos, incluido el presidente de los
Estados Unidos.
«No soy fan del bitcoin ni de otras criptomonedas, que no son dinero y cuyo valor es muy volátil y
se basa en el aire», dijo el presidente Trump en una diatriba en Twitter, y añadió que las
criptomonedas habían sido vinculadas con comportamientos ilegales. El arrebato de julio pareció
estar vinculado con las noticias sobre el Proyecto Libra de Facebook y a la hostilidad general de
Trump hacia la industria tecnológica.
El arrebato presidencial produjo una reacción, irónicamente, entre las figuras marginales de la
derecha alternativa (alt-right), que normalmente son partidarias incondicionales de Trump. Mientras
tanto, los entusiastas del bitcoin celebraron que el arrebato del presidente solo causara una pequeña
caída en el precio de la moneda. Para ellos, fue una prueba más de la resistencia del bitcoin.
Para Brian y otros en Coinbase, el resurgimiento del bitcoin en 2019 se sintió como el regreso de
un viejo amigo, entre otras cosas porque los ingresos empezaron a aumentar de nuevo gracias a la
subida del precio y al aumento del volumen de operaciones. Y, dentro de la empresa, los empleados
aplaudieron el regreso de Brian a la toma de decisiones diarias. Para muchos, la presencia de Asiff
nunca fue natural ni correcta: solo un creyente en las criptomonedas como Brian podía dirigir una
empresa como Coinbase. Brian también había encontrado en Emilie Choi, la veterana de LinkedIn a
la que ascendió para suceder a Asiff como director de operaciones, una lugarteniente de confianza
que podía sofocar las batallas políticas internas.
En el frente comercial, la empresa seguía estando por detrás de Binance, pero la brecha entre
ambas se estaba reduciendo, en parte porque Coinbase ofrecía ahora docenas de criptomonedas en
mercados de todo el mundo. Mientras tanto, la estrella de Binance perdió parte de su brillo después
de que la exchange sufriera un importante hackeo en el que los ladrones robaron 40 millones de
dólares en bitcoins. Al mismo tiempo, el estilo de correr y disparar de CZ con los reguladores se
había vuelto más peligroso a medida que los rumores sobre las investigaciones de la SEC y otras
agencias, que se avecinaban.
Mientras tanto, el último intento de Coinbase de diversificar sus ingresos lejos de las comisiones de
negociación mostró signos de éxito. Desde principios de 2018, Coinbase se había dedicado a
desarrollar un servicio llamado Custody, que permitía a los fondos y a los individuos ricos almacenar
sus criptomonedas por una pequeña tarifa. Custody también abrió la puerta para ofrecer otros
servicios financieros basados en criptomonedas, como los préstamos y el voto por poder para
blockchains como Tezos. Y, en un guiño a la forma en que el comercio de criptomonedas se estaba
asemejando cada vez más a las finanzas tradicionales, Coinbase superó la oferta de Binance para
adquirir una correduría de primera clase llamada Tagomi, que había sido fundada por un alto
ejecutivo de Goldman Sachs.
Al hacer todo esto, Coinbase y sus rivales estaban añadiendo capas de infraestructura que habían
existido en la industria bancaria tradicional durante años. Tal vez Asiff no estaba del todo
equivocado. Wall Street y Silicon Valley se acercaban cada vez más, algo que se puso de manifiesto
cuando Coinbase venció a Fidelity, el epítome de las empresas de inversión de la vieja escuela de la
Costa Este, en una subasta para adquirir el negocio de almacenamiento de bitcoins Xapo. La
adquisición de 55 millones de dólares por parte de Coinbase también hizo que la empresa se hiciera
con casi ochocientos mil nuevos bitcoins. A finales del verano de 2019, Coinbase controlaría más del
5% de todos los bitcoins existentes.
17
El futuro de las finanzas

La torre JP Morgan Chase se eleva cincuenta y dos pisos por encima de la legendaria Park Avenue de
Manhattan, una imponente declaración de cristal, de poder y prestigio. Desde la planta 49, hay unas
vistas impresionantes del Central Park y del centro de la ciudad, junto con obras de arte y una vitrina
que muestra las pistolas que utilizó el vicepresidente Aaron Burr para matar en un duelo al primer
secretario del Tesoro del país, Alexander Hamilton. Hay un bar y una larga mesa en la que los
banqueros y sus invitados cenan en lo alto de la ciudad. Presidiendo todo esto está Jamie Dimon, el
director general del banco más influyente del mundo y la némesis más famosa y poderosa del bitcoin.
Dimon tiene un espeso pelo gris blanquecino, rasgos suaves y penetrantes ojos azules. Una mañana
de primavera de 2019, se levantó y dirigió esos ojos a un director general de la mitad de su edad que
había llegado de California. Extendió su mano y Brian la estrechó. Los dos hombres se giraron y
miraron por los ventanales del despacho de Dimon a la capital financiera del mundo.
Para Brian, la reunión secreta fue una oportunidad para aprender. Todavía poseído por su
insaciable deseo de superación, Brian le pidió a Dimon ideas sobre el sistema financiero.
Recientemente había hecho lo mismo con Lloyd Blankfein, el presidente senior de Goldman Sachs.
Los motivos de Dimon para la reunión eran menos obvios. Más allá de la gracia de ser mentor de un
ejecutivo más joven, ¿por qué el crítico más prominente de las criptomonedas se sentaría con uno de
sus mayores defensores? Resultó que las opiniones de Dimon sobre las criptomonedas eran mucho
más matizadas de lo que las caricaturas de los medios de comunicación sugerían. Y una parte de él
estaba simplemente cansado de que se le pregunte al respecto.
Más tarde, la gente llegaría a entenderlo. «No quería ser el portavoz contra el bitcoin. Realmente
me importa una mierda: esa es la cuestión, ¿vale? », dijo Dimon en una entrevista.
Lo que dijo Dimon sobre las criptomonedas fue sorprendente. Más sorprendente aún es lo que ha
hecho con las criptomonedas. A lo largo de cinco años, mientras despotricaba públicamente contra el
bitcoin y desestimaba las criptomonedas, también había fomentado silenciosamente una ambiciosa
investigación sobre blockchain dentro de JP Morgan. Esto implicó la creación de Quorum, una
empresa derivada (spin-off) de Ethereum que sirve como una red privada y un libro mayor para las
transacciones financieras. Incluso había aprobado JPM Coin, una nueva criptomoneda para liquidar
los pagos transfronterizos a los clientes.
Al mismo tiempo que JP Morgan se adentraba en las criptomonedas, Coinbase se acercaba a la
banca tradicional. La otrora startup solicitaba una carta bancaria federal, una poderosa licencia que
abriría la puerta a ofrecer depósitos asegurados por la FDIC y daría a Coinbase acceso directo a la
Reserva Federal. Sin darse cuenta, los dos líderes, aparentemente tan alejados ideológicamente como
lo estaban sus oficinas geográficamente, se habían acercado el uno al otro.
En 2019, los mundos de Wall Street y Silicon Valley ya no estaban tan alejados. Coinbase había
pasado el año jugando a ponerse al día con Binance. Pero, «a largo plazo, no es Coinbase contra
Binance —dice Barry Silbert, el primer inversor de Coinbase y multimillonario del bitcoin—. Es
Coinbase contra JP Morgan».
La predicción de Silbert podría cumplirse a largo plazo, pero, en 2020, el advenedizo Coinbase y el
titular mayor de las finanzas, JP Morgan, se unirían de forma sorprendente. La reunión de Brian y
Dimon, resultó, había sentado las bases para que JP Morgan aceptara a Coinbase como cliente
bancario. Solo cinco años antes, el banco de Silicon Valley, amigo de las startups, había cortado con
Coinbase por temor al bitcoin y, ahora, la firma financiera más venerable de Wall Street había
aceptado manejar su dinero.

•••

El impacto de la tecnología es un axioma que sobrestimamos a corto plazo y subestimamos a largo


plazo. Esto es cierto en el caso de la Internet del consumidor, cuya llegada en la década de 1990
produjo un frenesí de especulación y, luego, una caída espectacular. Barry Schuler, que fue director
general de una de las empresas más famosas del boom de las puntocom, America Online, recuerda lo
que ocurrió después: «Cuando llegó el enfriamiento, muchos de los medios de comunicación
respiraron tranquilos y dijeron: “No tenemos que preocuparnos por eso”. El mercado de AOL se
desplomó y todo el mundo dijo: “Gracias a Dios que fue una moda pasajera”. Ahora, por supuesto,
Netflix está matando a las empresas de medios».
Como miembro de la junta directiva de Coinbase desde hace mucho tiempo, Schuler ve que se está
produciendo el mismo fenómeno. El establishment de Wall Street, dice, se ha vuelto complaciente
con las criptomonedas desde el colapso de la burbuja de 2017. Pero Schuler dice que el statu quo no
puede durar. «Mira hacia atrás a la primera fase de Internet desde la década de 1990 hasta ahora —
continúa— y mira todos los negocios a los que se les ha provocado una disrupción: desde el comercio
minorista hasta los medios de comunicación y la publicidad. Los servicios financieros están
básicamente intactos. Han construido una capa superficial de transacciones sobre sus servicios
principales para que la gente pueda comprobar sus cuentas, pero todo lo que hay debajo es arcaico y
obsoleto. Y esta es la mayor industria del mundo».
Schuler predice que Wall Street está en la cúspide de la misma disrupción masiva impulsada por
Internet que afectó a tantas otras industrias. La tecnología blockchain, dice, dará lugar a un nuevo
sistema financiero basado en tokens, que transformará radicalmente los mercados tradicionales de
deuda y acciones. La cuestión es si los bancos y las empresas financieras de la vieja escuela se
adaptarán a este mundo cambiante con la suficiente rapidez. Alex Tapscott, CFA y coautor del libro
Blockchain Revolution, señala cómo los titulares de la industria rara vez están a la vanguardia del
cambio tecnológico. «Normalmente, los líderes de los viejos paradigmas no adoptan los nuevos. Esa
es la razón por la que Marriott no adoptó Airbnb y por la que las Páginas Blancas fueron sustituidas
por Google», dice Tapscott. Su observación es un ejemplo perfecto del «vendaval de destrucción
creativa», una frase acuñada por el legendario economista Joseph Schumpeter, que hace casi ochenta
años la definió como «un proceso de mutación industrial que revoluciona incesantemente la
estructura económica desde adentro, destruyendo incesantemente la antigua, creando incesantemente
una nueva».
Pero, en el caso de los bancos, señala Tapscott, algunos están más preparados para adaptarse al
inminente vendaval que otros. Señala que JP Morgan está investigando sobre blockchain y que
Fidelity, el gigante de las inversiones con casi 7 billones de dólares en activos gestionados, se está
expandiendo agresivamente hacia las criptomonedas.
Schuler y Tapscott no son los únicos que creen que la disrupción masiva basada en la tecnología de
blockchain está llegando a Wall Street. Cualquiera que esté familiarizado con las criptomonedas se
apresura a argumentar que la tecnología es tan superior al sistema actual que su adopción es
inevitable. Señalan el poder de los tokens digitales, que pueden usarse no solo como moneda, sino
como sistema de seguimiento de la propiedad y del mantenimiento de registros a prueba de
manipulaciones. Un uso obvio de los tokens, dice Balaji Srinivasan, es para las tablas de capitalización
(cap table), los documentos que muestran quién posee cuántas acciones de una empresa, un elemento
fijo del mundo de las startups y del capital riesgo.
«Ahora mismo, las tablas de capitalización se editan a mano en Excel. Con la tecnología de
blockchain, todas los tokens se actualizarán automáticamente. La gestión de la cartera y la
actualización de los registros de acciones privadas serán mucho más fáciles. No habrá necesidad de
regañar a cincuenta personas para que respondan un correo electrónico», dice Balaji, quien, tras su
controvertido reinado en Coinbase, se unió a otra startup de criptomonedas.
Sin embargo, las tablas de capitalización son solo una pequeña parte del mundo financiero que
podría transformarse con la adopción generalizada de tokens. El profesor Emin Gün Sirer,
informático y experto en blockchain de la Universidad de Cornell, predice que se sustituirán franjas
enteras de intermediarios de Wall Street, especialmente abogados y auditores. «La naturaleza de los
tokens es que se prestan a un fácil escrutinio público y a la auditoría —dice—. La tecnología no
puede ser interferida, así que no necesitaremos muchos de estos intermediarios».
Sirer también predice que cada certificado de acciones acabará siendo un token en una blockchain.
Antes pensaba que las bolsas de valores impulsarían este cambio sustituyendo sus acciones por tokens.
Pero ahora cree que el paso a los tokens se producirá cuando las startups decidan recaudar dinero en
las bolsas de criptomonedas, recurriendo a empresas como Coinbase en lugar de a las bolsas
tradicionales. Con el tiempo, Sirer espera que empresas como la Bolsa de Nueva York compren sus
homólogas de criptomonedas y las incorporen a sus servicios actuales.
Sirer tiene otra observación sobre el futuro de la industria de las criptomonedas: mientras el sector
esté impulsado por la especulación, dice, serán las exchanges —Coinbase, Binance, Kraken y Gemini
— las que ocupen el lugar más destacado en el sector de las criptomonedas. Pero, a medida que la
industria madure y los tokens se conviertan en parte de la corriente financiera principal, podrían ser
las empresas que ofrecen otros servicios (préstamos, asesoramiento de inversión o consultoría) las que
se conviertan en líderes.
Si Sirer tiene razón, ¿qué significa esto para Coinbase? La empresa lleva mucho tiempo intentando
convertirse en algo más que un parqué bursátil y está ganando adeptos con nuevos servicios, como su
negocio de custodia. Si adquiere una licencia bancaria federal, Coinbase podría convertirse en un
gigante de los servicios financieros.
Por ahora, sin embargo, el mayor logro de Coinbase ha sido cerrar la brecha entre los creyentes
ideológicos en el bitcoin y los consumidores ordinarios. La primera idea de Brian de que la gente
corriente compraría criptomonedas, si se le ofreciera una forma fácil de hacerlo, resultó ser correcta.
Wences Casares, uno de los primeros empresarios del bitcoin y uno de los primeros en introducir las
criptomonedas en Silicon Valley, ve a Coinbase como un pilar de la gran economía de las
criptodivisas. «Creo que a veces los fundamentalistas del bitcoin son un poco ingenuos o simplistas al
no darse cuenta de que no disfrutarían del alto precio del bitcoin si Coinbase no hubiera creado un
gran mercado», dice.
Sin embargo, nada de esto significa que Coinbase esté destinada a ser el JP Morgan de la próxima
era de las criptomonedas. Una de las razones principales es que, aunque todos los que están
familiarizados con las criptomonedas predicen que le provocará una disrupción a Wall Street, nadie
está seguro de cuándo.

•••

«Estamos en la fase de Apple II de las criptomonedas. Lo que realmente necesitamos es el PC», dice
Chris Dixon, el capitalista de riesgo y miembro del consejo de administración de Coinbase.
La analogía de Dixon es buena. El dispositivo de escritorio que Apple lanzó en 1977 fue un éxito,
pero solo una pequeña parte de los estadounidenses llegó a tener uno. Solo cuatro años más tarde,
con la llegada del PC de IBM, los ordenadores personales se convirtieron en la tendencia dominante,
hasta el punto de que la revista Time declaró 1982 como el «año del ordenador».
Asiff Hirji también cree que se avecina algo grande para las criptomonedas, pero no está seguro de
cuándo. A pesar de su incómoda salida de Coinbase, su ardor por la tecnología blockchain no ha
hecho más que crecer. «Veo las criptomonedas como la tercera gran evolución de la tecnología —dice
—. Pasamos del ordenador central (mainframe) a la computación móvil en la nube, y la siguiente fase
tecnológica será la computación descentralizada en la blockchain».
Aunque es fácil imaginar el futuro de las finanzas como un enfrentamiento entre empresas como
Coinbase y JP Morgan, no son los únicos contendientes. Tapscott, autor de Blockchain Revolution,
afirma que los grandes gigantes tecnológicos —no solo Facebook, sino también Amazon y Apple—
podrían dominar fácilmente las criptomonedas. También están los gobiernos nacionales. Regímenes
autoritarios como China o Venezuela, señala Tapscott, están desarrollando criptodivisas. Sus
objetivos estratégicos consisten no solo en socavar el papel del dólar estadounidense como moneda de
reserva mundial, sino en utilizar las criptomonedas para vigilar y controlar a sus ciudadanos. «Hay
muchas fuerzas que se unen en las empresas de criptotecnología, los bancos, las empresas financieras
advenedizas y los gobiernos autoritarios. Va a ser una lucha tremenda», dice Tapscott.
Irónicamente, es posible que el ganador de esta lucha no sea ninguno de estos actores. En su lugar,
la fuerza que prevalezca en las criptomonedas podría ser una tecnología emergente llamada DeFi,
abreviatura de finanzas descentralizadas. En un mundo DeFi, las redes similares a bitcoin ofrecerían
servicios financieros como préstamos o depósitos gestionados por contratos inteligentes, todo ello
fuera del control de una empresa o gobierno. DeFi no es solo una idea: ya hay varios proyectos en
marcha y CZ, el director general de Binance, ha lanzado una exchange descentralizada. Incluso hay
rumores de que CZ planea trasladar todo su imperio de criptomonedas a las redes DeFi y
supervisarlo desde un yate en aguas internacionales, fuera del alcance de cualquier regulador.
Si esta visión renegada de las criptomonedas llega a ser realidad, una de las principales razones
puede ser el agresivo e incoherente intento de regulación del gobierno estadounidense. En el
transcurso de la investigación de este libro, los entrevistados compartieron una y otra vez el temor de
que Estados Unidos asfixie la innovación en las criptomonedas y fuerce su deslocalización. En
ausencia de una política nacional de regulación de las criptomonedas y de leyes que la respalden —
similar a la legislación que el Congreso aprobó en la década de 1990 para apoyar la innovación en
Internet—, Estados Unidos corre un riesgo muy real de perder el liderazgo en una tecnología que
está cambiando el mundo.
Sirer cree que la tecnología DeFi tiene una oportunidad real de ser el futuro de las criptomonedas,
pero advierte que pasarán cinco años hasta que la tecnología sea viable. También señala que los
planes de la comunidad de criptomonedas para mejorar las redes existentes, en particular bitcoin y
Ethereum, pueden estar fuera de su alcance. «Bitcoin se basa en trucos narrativos. La solución para
escalar la red es siempre de 18 meses. Es como Godot. Nunca llega», dice Sirer, invocando la famosa
obra de teatro del absurdo de Samuel Beckett.
Sirer no es el único que señala cómo el movimiento de las criptomonedas está impulsado tanto por
la mitología como por la tecnología. El último libro del Premio Nobel de Economía Robert Shiller,
Narrative Economics, dedica su primer capítulo al bitcoin. La criptomoneda, dice Shiller, no tiene
valor intrínseco, pero ha sido apuntalada por una creencia contagiosa de que sí lo tiene.
Sin embargo, los académicos como Shiller que son profundamente escépticos con respecto a las
criptomonedas pertenecen a una minoría cada vez más reducida. En los últimos años, se ha
producido una explosión de la investigación sobre criptomonedas y blockchain en los campus de
Estados Unidos y de todo el mundo. Fue en 2016 cuando Katie Haun, la exfiscal y miembro de la
junta directiva de Coinbase, comenzó a impartir en Stanford una de las únicas clases de criptodivisas
del país. En 2019, el 56% de las cincuenta mejores universidades del mundo ofrecían al menos una
clase de este tipo, y algunas escuelas ahora ofrecen muchas: el plan de estudios de Cornell incluye
catorce cursos relacionados con la tecnología de blockchain, mientras que Columbia, NYU y MIT
ofrecen al menos media docena. También es sorprendente que estas clases no se limiten a la
informática. Por el contrario, departamentos tan diversos como el de Derecho, Gestión,
Humanidades e Ingeniería también imparten cursos de criptomonedas.
Todo esto representa no solo una proliferación de conocimientos, sino una señal de que una
generación joven aspira a hacer carrera en el ámbito de las criptomonedas. Es probable que la
presencia de estos estudiantes traiga consigo nuevos avances que resuelvan los problemas de escalado
que siempre han afectado a la tecnología de blockchain. Mientras tanto, algunos de estos estudiantes
crearán empresas que aportarán nuevos tipos de tecnología de criptomonedas y blockchain al sector
financiero o harán que las criptomonedas sean accesibles para los consumidores de formas que no
podemos imaginar.

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En 2019, el servicio de seguridad de Coinbase comenzó a insistir en que Brian utilizara alias incluso
para reservar una mesa para una bebida informal. Así que ahora, en los restaurantes de la zona de la
bahía, la reserva está bajo el nombre de Simon Bradshaw, o uno de varios otros seudónimos que
suenan británicos. Es un pequeño precio que se debe pagar por dirigir una empresa de mil millones
de dólares.
«Simon» llega al anodino restaurante de un hotel del distrito financiero de San Francisco con su
característica camiseta negra. Pide un refresco. Es todo lo que va a tomar por la noche, un guiño al
ayuno de veinticuatro horas que Fred lo ha convencido de probar. Brian es educado con el personal
del restaurante y se ha despojado de la actitud de «no me molestes» que había adoptado cuando se
lanzó Coinbase.
Le pregunto sobre el futuro de Coinbase y si hay algo que le quite el sueño. Resulta que la mayor
preocupación de Brian no es JP Morgan o Binance, ni siquiera la larga sombra que los reguladores
estadounidenses están proyectando sobre la industria de las criptomonedas. Es algo con lo que
todavía no se ha encontrado.
«Cuando Coinbase estaba en un incómodo estado adolescente, la industria no se detuvo. Llegó una
Generación 2 de criptomonedas y empezó a comerse nuestro almuerzo. Ahora, va a haber una
empresa de criptomonedas de Generación 3 que estará bien financiada, cumplirá y será la mayor
amenaza hasta ahora», dice Brian. Es un temor común entre los empresarios de Silicon Valley.
También es uno muy saludable, dado el incesante ritmo de disrupción que derriba incluso a las
empresas más famosas si dejan de innovar.
«No quiero convertirme en Wall Street o Wells Fargo. Quiero que Coinbase aporte libertad
económica —dice Brian—. Una de las cosas más difíciles de hacer en los negocios es repetir la
innovación. Lo más difícil es construir una empresa que sobreviva a la prueba del tiempo». Parte de
esto requerirá que Coinbase se convierta algún día en una empresa pública. Brian se mostraba
reticente cuando se le preguntaba cuándo o cómo ocurrirá esto, pero la gente que conoce desde hace
tiempo Coinbase predecía que esto implicará alguna combinación de una oferta de tokens y una IPO
tradicional.
«Sería bastante aburrido, ¿no? », dice el cofundador Fred Ehrsam sobre una cotización
convencional y añade que Coinbase está «espiritualmente» construida para salir a la bolsa utilizando
la tecnología de blockchain. Cuando lo haga, será otra primicia en el largo e importante legado de
Coinbase en materia de criptoinnovación.
Muchos de los antiguos empleados de Coinbase están desarrollando sus propios legados en el
mundo de las criptomonedas. Fred y Olaf dirigen fondos de criptomonedas valorados en cientos de
millones de dólares. Craig Hammell, el cuarto empleado de Coinbase, de voz suave, está haciendo
planes para crear su propia startup. No está seguro de los detalles, pero le gusta la idea de trabajar con
los comerciantes de Sudamérica, donde cada vez más gente local está recurriendo a las criptomonedas
como medio para proteger su riqueza de las desastrosas políticas económicas de sus gobiernos.
El hilo conductor de todas sus visiones es poner en práctica la actitud de «hacer lo imposible» de
Silicon Valley en el anquilosado mundo de las finanzas. «Me gustaría que más gente probara grandes
ideas y cosas nuevas —dice Brian pensativo—. Recuerdo que al principio mucha gente calificaba el
bitcoin de estafa y nos colgaba el teléfono. Mucha gente tiene miedo de las nuevas ideas. Pero una de
las cosas que tiene Silicon Valley es que la gente no es tan escéptica como en otros lugares. Todavía
puedes lanzar una idea loca y la gente se entusiasma».
Epílogo
El 9 de marzo de 2020, el promedio industrial Dow Jones cayó un récord de 2000 puntos en medio
de los temores sobre los precios del petróleo y la pandemia de Covid-19, que había comenzado a
consumir el mundo. Tres días después, el Dow cayó otros 2350 puntos y, el lunes siguiente, perdió
3000 más. Fue una calamidad financiera única en el siglo y nada en el mercado se salvó: las acciones,
los bonos, las materias primas e incluso los metales preciosos sufrieron una caída vertiginosa.
También lo hizo el bitcoin.
Su precio cayó por debajo de los 5000 dólares el 16 de marzo. Solo unas semanas antes, la moneda
había superado los 10.300 dólares. Los detractores de las criptomonedas señalaron con regocijo que,
lejos de ser una forma superior de oro —tradicionalmente codiciado para protegerse de las crisis
financieras—, el bitcoin se había ahogado en este momento crítico.
Entonces, como tantas veces antes, el bitcoin volvió a rugir. En junio, el precio volvió a superar los
10.000 dólares y la criptodivisa original registraba en 2020 un rendimiento superior al del oro y al de
casi todos los demás activos.
El 14 de abril de 2021, la bolsa de valores NASDAQ mostró el logotipo de Coinbase desde una
enorme valla publicitaria electrónica en lo alto de Times Square en Nueva York. La pantalla marcó la
llegada de Coinbase como la primera empresa pura de criptomonedas en cotizar públicamente en el
mercado de valores de EE. UU. Y los inversores se abalanzaron. Las acciones de Coinbase se
dispararon en la lista, lo que hizo que la compañía valiera 85 mil millones de dólares el día de la
inauguración.Una salida a Bolsa tradicional a pesar de lo que se había especulado.
Era un gran cambio respecto de tan solo nueve años antes, cuando Coinbase se reducía a dos tipos
en un apartamento de San Francisco, y cuando muchos expertos financieros afirmaban que el único
futuro para los fundadores de una empresa de bitcoin era la quiebra o la prisión. Ahora, los
inversores, grandes y pequeños, clamaban por obtener una parte de las acciones de Coinbase que
cotizan en bolsa, y otras empresas intentaban seguirla.
Coinbase no podría haberlo sincronizado mejor. Su debut en el parqué se produjo en medio de la
carrera alcista más grande hasta la fecha: una carrera que vio al bitcoin romper la barrera de los
60.000 dólares, y el precio del Ethereum y otras monedas alternativas se disparó a niveles
inimaginables solo unos meses antes. Incluso el tonto Dogecoin, el token de novedad basado en un
meme de Shibu Ina, había explotado en popularidad gracias en parte a los comentarios de personas
como el CEO de Tesla, Elon Musk, quien lo respaldó en Saturday Night Live.
Mientras tanto, un puñado de empresas importantes no solo había bendecido al bitcoin, sino que
también había comenzado a comprarlo. Entre ellas, Tesla y el gigante de pagos Square, que compró
millones de dólares de la creación de Satoshi para almacenarlos en sus tesorerías corporativas, junto
con efectivo y letras del Tesoro. Y otros grandes nombres de las finanzas, desde PayPal hasta
Robinhood, habían comenzado a ofrecer Bitcoin a sus millones de clientes.
Después de otro criptoinvierno, el bitcoin había regresado como nunca antes. Para los fanáticos
que lo habían poseído durante años, este último resurgimiento fue simplemente una prueba más de
que el bitcoin era como el tejón de la miel: capaz de recibir cualquier tipo de paliza y emerger aún
más fuerte.

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En San Francisco, el fundador de Coinbase aguantó la pandemia en su ático del edificio más alto de
la ciudad, en el que sus vecinos eran la estrella de la NBA Kevin Durant y otros miembros de los
Golden State Warriors. Brian había captado pronto las implicaciones de la crisis de la Covid-19 y el
proyecto de trabajo desde casa de Coinbase se había compartido ampliamente entre las empresas de
Silicon Valley y otras.
Pero no fue el primero del mundo de las criptomonedas en advertir lo que se avecinaba cuando
surgió el coronavirus: esa designación le correspondió a Balaji Srinivasan, antiguo director de
tecnología de Coinbase, que casi quemó la empresa para salvarla.
Meses antes de que el virus llegara a los Estados Unidos con toda su fuerza, Balaji había estado
tuiteando como un loco sobre la propagación de la enfermedad desde Wuhan (China). Su campaña
llevó a un periodista de tecnología a burlarse de él como «niño burbuja» y, al ser reivindicado, Balaji
no respondió con tranquila satisfacción. En lugar de ello, se embarcó en una despiadada lucha contra
los medios de comunicación y animó a otros a hacer lo mismo, lo que pone de manifiesto que el
mundo de las criptomonedas, y Silicon Valley en general, tiene una gran habilidad para respaldar a
personas ricas, brillantes y con una piel increíblemente fina.
La comunidad de criptomonedas en general respondió a las consecuencias económicas de la
enfermedad con, cómo no, memes. Los usuarios de Twitter, los sitios web y otros rincones del
mundo de las criptomonedas adoptaron una versión del apelativo «Fed go brrr», un guiño sarcástico
a la impresión masiva de dinero por parte del Tesoro estadounidense durante la crisis. Muchos
mostraron el eslogan junto a un burócrata sacando dólares de una imprenta.

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En 2020, el primer equipo que había ayudado a Brian a construir Coinbase hacía tiempo que se
había dispersado hacia otras empresas, pero casi todos seguían inmersos en el mundo de las
criptomonedas. Entre ellos se encontraba el segundo empleado de la empresa, Craig Hammell, que se
dedicó a estudiar a fondo el código del bitcoin como parte de un plan para utilizar las criptomonedas
para ayudar a las comunidades empobrecidas. El tercer empleado, Charlie Lee, se dedicó a crear
nuevas funciones de privacidad para Litecoin, el rival del bitcoin que había creado una década antes.
Olaf Carlson-Wee, que llegó a Coinbase con la ropa manchada de savia de leñador y solo contaba
con el sofá de un amigo para dormir, había pasado de bufón a rey. Su fondo de cobertura de
criptomonedas, Polychain Capital, se había trasladado de unas oficinas improvisadas y destartaladas
en el distrito de la Misión de San Francisco a un conjunto de oficinas palaciegas en el paseo marítimo
de la ciudad. Es difícil evitar tales adornos cuando se controlan más de mil millones de dólares en
fondos de inversores. Pero Olaf se negó a renunciar por completo a sus excentricidades y dedicó
rincones de su palacio corporativo a su héroe literario, David Foster Wallace.
Olaf no fue el único veterano de Coinbase que sufrió una transformación. Adam White era el
californiano serio que había intentado vender el bitcoin a Cantor Fitzgerald a principios de 2017,
solo para que un ejército de hombres de Wall Street se riera de él. Tres años después, él mismo era
un ejecutivo de Wall Street. Como presidente de Bakkt, la criptoempresa de la Bolsa de Nueva York,
se había convertido en una de las caras más destacadas del bitcoin en el mundo de las finanzas
tradicionales. Así, él y Coinbase habían contribuido a tender un puente entre Silicon Valley y el
establishment financiero de la Costa Este.
Los ex alumnos de Coinbase no solo estaban difundiendo el evangelio de las criptomonedas en
Wall Street, sino también en Washington, DC. El director jurídico de la empresa, Brian Brooks,
pasaría a dirigir la Oficina del Contralor de la Moneda, que supervisa las leyes bancarias del país. Por
su parte, otros dos abogados de Coinbase, Dorothy Dewitt y Andrew Ridenour, asumirían funciones
en la CFTC, el regulador de materias primas más poderoso del país.
Su llegada coincidió con la creciente toma de conciencia por parte de algunos reguladores y
miembros del Congreso de que las criptomonedas no eran simplemente una fachada para el crimen y
el caos, sino una poderosa tecnología que podría transformar el dinero. Poco a poco, la antipatía del
gobierno federal hacia el bitcoin está desapareciendo. Mientras tanto, algunos estados están
trabajando para darle la bienvenida. Entre ellos, Wyoming, que ha aprobado una serie de leyes
bancarias que animan a las empresas de criptomonedas a establecerse. Todo esto equivale a un
progreso en la política de criptomonedas de EE. UU. ¡Aunque ese progreso aún es lento en
comparación con otras naciones, incluido El Salvador, que, en el verano de 2021, declaró que ¡el
bitcoin se convertiría en moneda de curso legal en todas partes!

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Todo esto no significa que el mundo de las criptomonedas haya perdido su lado ilegal, por supuesto.
Un informe reveló que los estafadores obtuvieron un récord de 4000 millones de dólares en 2019
como resultado de las criptoestafas, sobre todo a través de esquemas Ponzi. En las redes sociales, las
estafas se volvieron tan malas que la firma de criptomonedas Ripple presentó una demanda contra
YouTube por una serie de videos en los que se había secuestrado la imagen de su director, Brad
Garlinghouse, y se solicitaba un envío de dinero. Y, en la quinta temporada de Billions, la serie de
Showtime amada por los adictos a las finanzas, un punto clave de la trama gira en torno a una
operación ilegal de minería de bitcoins dirigida por el hijo adolescente del protagonista.
Mientras tanto, el campo de las finanzas descentralizadas de las cripto, o DeFi, ha crecido
espectacularmente, de casi nada en 2019 a más de 100 mil millones de dólares en 2021, pero
también ha atraído a una nueva generación de estafadores que se especializan en «tirones de
alfombra» (un nuevo giro a la tradicional estafa de salida) y otras formas de robo algorítmico. Los
estafadores de DeFi ya han robado miles de millones, pero esto no es una sorpresa: los delincuentes
de criptomonedas o de cualquier otra cosa van donde está el dinero.
En general, sin embargo, la reputación del bitcoin es mejor que nunca. Esto se refleja en los
principales medios de comunicación, que durante mucho tiempo ignoraron las historias de
criptomonedas a menos que implicaran una cuestión criminal o salaz. Hoy en día, es más probable
que un titular típico se centre en noticias como el nuevo fondo de capital de riesgo de la firma
Andreessen Horowitz de 200 millones de criptomonedas, que se lanzó en abril de 2020 y está
supervisado por la ex fiscal convertida en miembro del consejo de administración de Coinbase, Katie
Haun.
Y mientras Wall Street y Silicon Valley siguen avanzando para encontrarse en un punto medio con
las criptomonedas, algunas de las viejas rivalidades todavía se agudizan. En mayo de 2020, las
diapositivas de una presentación de Goldman Sachs a los inversores se mofaban del bitcoin,
comparándolo con la manía de los bulbos de tulipán y señalaban su uso por parte de los
delincuentes. El Twitter de las criptomonedas respondió inmediatamente, señalando ejemplos de
negocios poco claros de Goldman y recordando al banco su intento fallido de crear su propio crypto
desk, atendido por un par de jóvenes ejecutivos con un peinado poco aconsejable.
Parece que las batallas entre los creyentes en el bitcoin y los analistas de empresas como Goldman
Sachs van a ser una parte permanente de la cultura de las criptomonedas. Esa cultura, por muy viva
que sea, también sigue sufriendo de una incapacidad permanente para atraer a las mujeres a su redil.
Nathalie McGrath, la primera jefa de personal de Coinbase, que fundó una empresa boutique
dedicada a ayudar a las startups con la cultura corporativa, observa que las criptomonedas necesitan
«más diversidad y representación para prosperar de verdad», un reto que probablemente se hará más
acuciante a medida que las cuestiones de inclusión y justicia social pasen a primer plano en la
sociedad estadounidense.
El tema de la inclusión también fue noticia de primera plana para Coinbase cuando, en el apogeo
de las protestas de Black Lives Matter en los EE. UU., Brian publicó una entrada en el blog en la que
declaraba que la compañía era «apolítica» y pedía a cualquiera que no estuviera de acuerdo que
aceptara un generoso paquete de indemnización y dejara la empresa. En respuesta, más de sesenta
empleados, entre ellos, unos diez afroamericanos hicieron precisamente eso. Algunos en Silicon
Valley creían que Brian simplemente reaccionaba a una cultura activista que se volvió ingobernable
en algunas empresas, pero muchos otras, como el New York Times, ridiculizaron al CEO de Coinbase
por sordo y desconectado del mundo. El debate continúa.

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Hacer predicciones sobre las criptomonedas puede ser difícil, sobre todo porque los que las hacen a
menudo se equivocan. Mucha gente ha predicho erróneamente la desaparición del bitcoin, mientras
que un buen número de otras personas han asegurado de forma igualmente errónea que la moneda
digital alcanzará los 100.000 dólares en poco tiempo.
Una de las mejores predicciones proviene del cofundador de Coinbase, Fred Ehrsam. En 2020,
Fred ha dejado de lado en gran medida la conducta de «correr a través de paredes de ladrillo», y, en
su lugar, se dedica a actividades como el vipas-sana, una técnica de meditación silenciosa. Describe
un retiro de diez días que lo obligó a reflexionar sin hablar, sin papel y sin posesiones. El proceso lo
llevó a profundizar sobre la vida y las ideas que cambiarían el mundo y, muy especialmente, sobre las
criptomonedas.
«Lo más difícil de una nueva tecnología basada en los efectos de la red es el comienzo y las
criptomonedas parecen haber superado esa inercia inicial —dice Fred—. Es probable que los
próximos veinte años, al igual que lo que sucedió con Internet, nos asombren de formas que nadie
puede predecir».
Agradecimientos
El bitcoin es una moneda digital, pero también una tecnología que puede resultar intimidante y
difícil de entender al principio. Afortunadamente, hay muchas personas que se apasionan por
explicar los aspectos novedosos del bitcoin y otras criptomonedas. Conocí a este tipo de personas la
primera vez que me topé con el bitcoin en un festival al aire libre en la ciudad de Nueva York en
2013 y, desde entonces, he tenido la suerte de hablar con muchos otras que se han tomado el tiempo
de ayudarme a entender la espléndida tecnología llamada blockchain.
A pesar de su merecida reputación de dramatismo y luchas internas, la comunidad de las
criptomonedas también es increíblemente solidaria y quiero agradecer a quienes me ofrecieron
consejo y ánimo durante la redacción de este libro: Laura Shin, Alex Tapscott, Ryan Selkis, Frank
Chaparro, Pete Rizzo, Dan Roberts y Kathleen Breitman.
También agradezco a los numerosos empleados actuales y antiguos de Coinbase que se tomaron el
tiempo de hablar francamente conmigo sobre la empresa y compartir muchos de sus secretos y al
equipo de comunicaciones de Coinbase por organizar muchas entrevistas. Asimismo, quiero dar las
gracias a Barry Silbert, Chris Dixon, Emin Gün Sirer y a los numerosos teóricos y empresarios de las
criptomonedas que han contribuido a aportar las ideas más amplias que conforman este libro.
No podría haber escrito Los reyes de las criptomonedas sin el apoyo de mi empleador, la revista
Fortune, que no solo me proporcionó tiempo para escribir, sino también me dio rienda suelta para
informar y escribir sobre las criptomonedas, incluso cuando los temas iban mucho más allá de los
conocidos por el público empresarial habitual de la publicación. Mi agradecimiento se extiende en
particular al director general de Fortune, Alan Murray, y a los editores estelares Cliff Leaf, Andrew
Nusca, Adam Lashinsky y Matt Heimer. Estoy igualmente agradecido con mis compañeros de
redacción de Fortune, personas encantadoras, que han sido una fuente frecuente de inspiración y
colaboración, especialmente Jen Wieczner y David Z. Morris.
Tengo una deuda de gratitud con la Biblioteca Pública de Eastham, en Cape Cod, Massachusetts,
cuyo agradable personal y encantador ambiente ayudaron a que Los reyes de las criptomonedas viera la
luz. También he tenido la suerte de contar con el talento y la profesionalidad de Anne Starr y todo el
equipo de producción de Harvard Business Review Press.
Gracias también a mi familia, que me proporcionó apoyo y una agradable distracción durante las
varias ocasiones en que este proyecto consumió noches y fines de semana, y a mi amigo Justin Doom
por leer los primeros borradores. Por último, quiero dar las gracias a tres personas con las que estoy
especialmente en deuda: mi editor en la Press, Scott Berinato, que mejoró el texto en todo momento;
mi agente, Lisa DiMona, que aportó energía y ánimo en los momentos críticos del proceso de
publicación; y a Robert Hackett, mi amigo y colega de Fortune, que no solo leyó el borrador, sino
que también comparte mi pasión por las criptomonedas y las nuevas ideas.
Sobre el autor
Jeff John Roberts es redactor senior y reportero premiado en la revista Fortune, en la que cubre las
áreas de criptomonedas, derecho, finanzas y tecnología. También ha escrito para el New York Times,
Reuters, The Economist, el Globe & Mail y muchas otras publicaciones de gran tirada, así como para el
McGill Law Journal. Es un invitado habitual en programas de noticias de radio y televisión, suele ser
convocado en medios como la BBC, NPR, CBC, Fox Business y CNBC.
Abogado de formación, Roberts se colegió en el Estado de Nueva York y en Ontario (Canadá). Se
convirtió en periodista a tiempo completo en 2010 tras completar un máster en la Escuela de
Periodismo de Columbia. En 2016, obtuvo un Máster en Ciencias y créditos para el primer año de
un MBA mientras cursaba la beca Knight-Bagehot en las escuelas de negocios y periodismo de
Columbia. Además, Roberts tiene una licenciatura de la Facultad de Derecho de McGill.
A lo largo de su carrera periodística, Roberts ha cubierto la sección de derecho y tecnología, y se ha
centrado en temas tan diversos como los litigios de patentes de alta tecnología, la Comisión Federal
de Comunicaciones y los sistemas de pago digitales. Ha cubierto el tema de la tecnología de
blockchain y las criptomonedas desde 2013 y entrevista regularmente a las personas más influyentes
del sector.

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