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Hola equipo interdisciplinario etc etc.

Me siento interpelado por la consigna, aunque de un modo un


poco oblicuo, mis padres no son típicamente progresistas. Como están separados desde que tengo
memoria (y lejos estuvieron de esa falsa armonía de otros “mapapis progres”, más bien todo lo
contrario), hoy voy a hablar solamente de mi padre, en otra ocasión hablaré de mi madre. Papá
pertenecería al subgénero “progresismo y confusión”, no sólo por su confusión ideológica:
autopercibido comunista que revisa la cotización del dólar todos los días, y que escucha a Silvio y a
Serrat desde el auto más caro y farolero que pueda comprar. También porque sus salidas, las frases o
consejos o respuestas que me han quedado grabadas, están todas marcadas por la confusión. Y acá
vienen las anécdotas, tres mías y dos de mi hermano que creo que en este punto la pasó peor que yo:
-No debía tener ni diez años, un día me sube al auto y me explica que para tener sexo no alcanzaba
con que la mujer se abriera de piernas. Yo, si bien seguramente supiera en abstracto qué era cojer, no
tenía ninguna imagen mental, menos una en la cual la mujer tuviera las piernas abiertas. Me recuerdo
tratando de pensar cómo la mujer abría las piernas, qué significaba eso, como paso previo para
entender qué era lo que, después, hacía falta. De más está decir que me perdí el resto de la charla,
nunca supe qué más me dijo.
-No mucho después, imagino, vi el video Rock DJ de Robbie Williams que el tipo hace un strip tease, y
me entró miedo de ser gay. Me acuerdo que me costó muchísimo, porque padre era una figura
distante y temida, pero finalmente se lo dije. Me respondió algo así: “A mí lo que me daba miedo no
era que fueras gay, sino que nunca te lo plantearas”. ¿QUÉ?
-Yo fui toda mi vida a un colegio privado de La Plata, porque quedaba muy cerca de mi casa y porque
no pude entrar a los colegios de la Universidad. En los últimos años me rebelé, no tenía muchos
amigos y me parecían todos unos caretas, así que les pedí que me cambiaran a una escuela pública.
Siempre la respuesta final la tenía padre, que me dijo que no, porque el nivel académico del
Centenario (el colegio al que iba) era muy bueno y qué sé yo. Al día siguiente de la cena de egresados
me pidió perdón: “si yo hubiera sabido quiénes eran los padres de tus compañeros (La Plata es poco
más que un pueblo grande, y todos se conocen entre sí) habría aceptado que te cambies de colegio”.
Y ahora las de mi hermano:
-También, éramos chicos, entre diez y doce, y nos subimos al auto. Mi hermano tiene puesta una
camiseta del Real Madrid que le había comprado madre. Padre dice que no le gusta: el Real Madrid es
el equipo del “hijo de mil putas de Franco”. ¿Adivinen cómo se llama mi hermano? A todo esto, lo
confrontamos hace algunos años, ya grandes los dos: “Pero noooooo, si yo te puse así por Franco
Nero!!!” Un actor italiano que él NUNCA mencionó y que al día de hoy no sé quién es.
-La última es inocente pero hermosa. Padre se va de viaje a Europa con la mujer: cuando vuelve nos
encontramos y nos da los regalos. El mío era una remera de Kafka: claramente valía dos mangos, pero
qué sé yo, yo había empezado Letras hacía poco, estuvieron en Praga. Zafa. El de mi hermano: una
remera negra, con una gorra de beisbol sobre dos bates cruzados, todo en un flúo raro, y debajo el
nombre de una ciudad: NEW YORK. Punto máximo de confusión. O de desinterés. O desamor.

Finalmente, quiero retomar la hipótesis de Elisa pero trasladarla una generación: somos nosotros los
que no tenemos más remedio que abortar a nuestros hijos. Nuestros padres (y ahora estoy hablando
más en general que en mi caso concreto) todavía podían pensar que iban a criar hijos libres y amados
y progresistas; nosotros ya sabemos que es otro modo de cagarles la vida. Pero no podemos volver
atrás y ser padres fachos como dios manda, porque para eso es imprescincible ser fachos… Así que
nos queda el peor de los caminos, ser padres hiperconscientes y cagarles doblemente la vida; o
abortarlos y extinguir la raza humana en una extraña dialéctica hegeliana.

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