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Continuar de la muerte el camino quiero,

Crepuscular, como mi alma, hermosa compañía, recuerdo de amor perdido,


se aferra a mi mano.

Exégesis del cuerpo

I
Porque al alba que como primer sueño
diste tus infantes pensamientos,
lícito sea conservar ese deseo,
que la vida a muerte nos arrastra
y no quedará más de ese empeño.

Vejez arrastras como obra de vil genio,


a tus espaldas esa niebla pesante
te obliga a encorvarte y a estar ciego:
del camino que resta conservas breve reflejo.
Diáfanos, los lazos fraternales mueren en el tiempo.

II
Tantas cosas no alcancé.
Partieron una vez que quedé al borde de un abrazo,
al borde de un cuerpo.
tiritando, mi humanidad se queja de finitud,
mi carne es solo un momento,
está hecha de deseos ajenos,
mísera confabulación de células,
organización aleatoria de contingencia.
Y aun cuando esa libertad me obliga a matar lo que yo quiera,
hay tantas cosas que no alcancé por estar ciego,
porque me quedé en la orilla, no naufragué en el vibrante mar
que es la sensación de placer;
pero, ¡¿qué deleite se pace de lo más preciado, la sabiduría,
cuando chispea en el alma la ansiedad de combustión?!

III
Ahora no existe nada.

No existe mundo fuera de este pequeño

dolor en el estómago,

no hay nada nuevo más que este aliento

contenido en el pecho,

esa luna que en secreto nos confesaba

que moriría;

que nunca se estaría bien

si dos cuerpos poseen fronteras tan marcadas.

Las iluminadas muestras de despedida

calcinaban poco a poco el espacio

turbio de la noche.

Una noche, sólo una

y no hubo más promesas.

Ayer no existió mundo

fuera de este dolor de tiempo.

Ciudad

Despertar es cansarse del futuro,


de la noche que prometió una ilusión.

Sueño inútil.

Las horas llenan el aire de cruel inercia,

nos arranca de nosotros mismos,

nos hace tropezar con el concreto absurdo,

vacío de deseos y nostalgias.

En la ciudad,

la rosa de los vientos nos lleva a la nada,

infame dirección del día siguiente.

Y la noche es una tumba llena de rumor de grillos,

de lunas pálidas, arrugadas, amarillentas,

de camas indolentes,

de llantos furtivos o cóleras públicas,

de vigilias que rondan

las ganas de detener este viaje lento

que poco a poco nos sumerge

en una fosa común

traicionados por el Tiempo y la Materia.

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