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Comentario al ensayo “Cómo el alma descarga sus pasiones sobre objetos falsos,

cuando los verdaderos le faltan”

Idelfonso Román Guerrero Guzmán

Una pregunta que hemos tratado de responder mediante el conocimiento o con fantasías,

reconstruyendo nuestra historia, una historia de dioses y humanos, es tan breve como

absoluta, tan sencilla como aterradora: ¿por qué? En el escarpado camino de la vida, esta

interrogante abraza todos los aspectos de la existencia, sobre todo cuando se presentan los

dolores de la vida o los placeres insatisfechos; el ser humano, aterrado, busca (en vano cuando

la razón se nubla) algún indicio que le ilumine y diga la causa de lo que le sucede.

Lo anterior viene a cuento con toda su amplitud y profundidad en las letras de Miguel

de Montaigne. Es sabido que a este pensador no le fue ajeno el dolor: desde la pérdida de

Esteban de Boëtie, su gran amigo, y de los suyos por causas morbosas o ideológicas, hasta

sus propios malestares físicos y aquéllos causados por el periodo histórico en que vivió. Todo

lo cual es materia que nutre las reflexiones en sus ensayos, de entre los cuales el escogido

aquí me ha despertado el pensamiento sobre cómo, fruto de estas penas que a todos nos

hermanan, surge una especie de locura que acoge los misterios de la infelicidad. Por ello, a

guisa de reportar un breve ejemplo de cómo las pasiones dan vida a esos monstruos a los que

se lanzan como flechas los porqués, se presenta el texto de este connotado filósofo.

Los ensayos de Montaigne presentan al hombre que, detrás del texto, conoce y vive,

un yo tan solo y sensible a la reflexión, como la torre que le dio abrigo, y a la vez es un nos-

otros, en tanto testimonio de la experiencia, hiperestesia y transparencia de un pensador que

puso en crisis las ideas ajenas, amén de repensar y rescribir las propias, para dar cuerpo a las
degustaciones del alma y de la consciencia que se agita en todo ser humano, lo que

propiamente representan sus textos.

El ensayo referido en este comentario da cuenta, de manera muy clara, el sentido

didáctico que buscaba el autor, así como del uso que dio al hecho de llamar a otras voces

para darle mayor fuerza a la suya, como bien lo explica al “desflorar o pellizcar por la cabeza

o por los pies ya a un autor ya otro” en “El desmentir” (Montaigne, 1978, p. 192). Por su

parte, en el texto objeto de la presente reflexión, Montaigne no duda en exponer, con citas de

autores como Lucano, Tito Livio o Plutarco, ejemplos de cómo las pasiones arrebatan el

sentido y no permiten que éste se dirija a la causa justa que las origina; es necesario que el

alma, conmovida o quebrantada, no se extravíe y encuentre un punto dónde ejercitarse (p.

37). De lo anterior se pueden inferir enseñanzas estoicas o epicúreas, que ayudan a acercarse

a ese alivio al dolor de un por qué no respondido, pues las pasiones sobrepasan toda locura e

incluso llegan a la impiedad, desafiando a los dioses o a la fortuna (p. 39).

Un por qué no respondido acaricia la Nada, que se percibe en el rango que va de las

dolencias más mundanas hasta lamentaciones filosóficas; Montaigne la construye en analogía

con el vacío al que damos de puños sin golpear más que al viento. Así, nuestra alma, ante el

abismo que se abre en las preguntas mal encauzadas, crea fantasías (entendidas como

desviaciones propiciadas por esta falta de alimento espiritual); es desde esta perspectiva que

el inventor del ensayo anuncia cómo se pueden crear vacíos mediante las pasiones, a éstos se

les debe dar un cuerpo sólido que pueda contener el curso de nuestras pasiones, pues en éstas

el ser humano ha llegado a perderse. He aquí, entonces, la universalidad del pensamiento de

Montaigne al partir de raíces tan reconocibles como la experiencia misma, pero vistas desde

la lente de un escrutador de la propia existencia con el tamiz del conocimiento.


Bibliografía

Montaigne, M. (1978). Ensayos escogidos. Ciudad de México, México: UNAM.

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