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Una pregunta que hemos tratado de responder mediante el conocimiento o con fantasías,
reconstruyendo nuestra historia, una historia de dioses y humanos, es tan breve como
absoluta, tan sencilla como aterradora: ¿por qué? En el escarpado camino de la vida, esta
interrogante abraza todos los aspectos de la existencia, sobre todo cuando se presentan los
dolores de la vida o los placeres insatisfechos; el ser humano, aterrado, busca (en vano cuando
la razón se nubla) algún indicio que le ilumine y diga la causa de lo que le sucede.
Lo anterior viene a cuento con toda su amplitud y profundidad en las letras de Miguel
de Montaigne. Es sabido que a este pensador no le fue ajeno el dolor: desde la pérdida de
Esteban de Boëtie, su gran amigo, y de los suyos por causas morbosas o ideológicas, hasta
sus propios malestares físicos y aquéllos causados por el periodo histórico en que vivió. Todo
lo cual es materia que nutre las reflexiones en sus ensayos, de entre los cuales el escogido
aquí me ha despertado el pensamiento sobre cómo, fruto de estas penas que a todos nos
hermanan, surge una especie de locura que acoge los misterios de la infelicidad. Por ello, a
guisa de reportar un breve ejemplo de cómo las pasiones dan vida a esos monstruos a los que
se lanzan como flechas los porqués, se presenta el texto de este connotado filósofo.
Los ensayos de Montaigne presentan al hombre que, detrás del texto, conoce y vive,
un yo tan solo y sensible a la reflexión, como la torre que le dio abrigo, y a la vez es un nos-
puso en crisis las ideas ajenas, amén de repensar y rescribir las propias, para dar cuerpo a las
degustaciones del alma y de la consciencia que se agita en todo ser humano, lo que
didáctico que buscaba el autor, así como del uso que dio al hecho de llamar a otras voces
para darle mayor fuerza a la suya, como bien lo explica al “desflorar o pellizcar por la cabeza
o por los pies ya a un autor ya otro” en “El desmentir” (Montaigne, 1978, p. 192). Por su
parte, en el texto objeto de la presente reflexión, Montaigne no duda en exponer, con citas de
autores como Lucano, Tito Livio o Plutarco, ejemplos de cómo las pasiones arrebatan el
sentido y no permiten que éste se dirija a la causa justa que las origina; es necesario que el
37). De lo anterior se pueden inferir enseñanzas estoicas o epicúreas, que ayudan a acercarse
a ese alivio al dolor de un por qué no respondido, pues las pasiones sobrepasan toda locura e
Un por qué no respondido acaricia la Nada, que se percibe en el rango que va de las
con el vacío al que damos de puños sin golpear más que al viento. Así, nuestra alma, ante el
abismo que se abre en las preguntas mal encauzadas, crea fantasías (entendidas como
desviaciones propiciadas por esta falta de alimento espiritual); es desde esta perspectiva que
el inventor del ensayo anuncia cómo se pueden crear vacíos mediante las pasiones, a éstos se
les debe dar un cuerpo sólido que pueda contener el curso de nuestras pasiones, pues en éstas
Montaigne al partir de raíces tan reconocibles como la experiencia misma, pero vistas desde