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J u l io R o d o l f o C o m a d jr a
CONSIDERACIONES INTRODUCTORIAS.
EL INTERROGANTE PLANTEADO
El filósofo español Ortega y Gasset, recordado por Rafael Entrena Cuesta, se
preguntaba en una de sus obras: “¿Quién es el sujeto de esa acción humana que llama
mos ‘mandar’ / ‘prohibir’ legalmente? ¿Quién nos ‘prohíbe’? ¿Quién nos ‘manda’?”.
Y respondía: “No es el hombre guardia, ni el hombre alcalde, ni el hombre Jefe del
Estado el sujeto de ese hacer que es ‘mandar’ o ‘prohibir’. Quien prohíbe y quien
manda es el Estado”. Y añadía más adelante: “¿Es el Estado un hombre?”. “No”,
respondía. Y Luis XIV su equivocó gravemente a] pensar que el Estado era él, a tal
punto que pagó su error con la cabeza de su nieto. Ni en la más extrema autocracia el
Estado ha sido un hombre. Éste será, en todo caso, quien cumple una función del
Estado.1
Entrena Cuesta afirma que pocas veces se ha resuelto de modo más elegante y
claro la cuestión del porqué de la atribución de ciertas conductas al Estado. Empero,
respondido ese interrogante, cabe, entonces, preguntar hasta dónde puede mandar
válidamente el órgano o el Estado. ¿Cuál es el contenido de su poder?
Las competencias se pueden atribuir de acuerdo con criterios materiales, territoria
les, de grado o temporale s. De ahí su consabida clasificación en razón de la materia, del
territorio, del grado o del tiempo. En esta exposición, procuraré presentar la cuestión
relativa al contenido material o sustancial de aquéllas.
CUÁL ES EL CONCEPTO DE COMPETENCIA
La competencia se puede entender como el conjunto de poderes, facultades y
atribuciones que el ordenamiento jurídico otorga a un ente u órgano del Estado,
conforme con la doctrina que utiliza el término en un sentido genérico al compren
der en él no sólo la aptitad legal de obrar de los órganos, sino, también, de los entes.2
Según otra orientación , se puede entender como el círculo de atribuciones de un
órgano en su relación c an los demás, p ostura ésta que emplea la palabra capacidad
para referirse a los fine s de las personas y que excluye, respecto de ellas, el uso del
término competencia.3
Desde una visión de claras reminiscencias procesalistas y predominante en la
doctrina italiana, la competencia es definida como la medida de la potestad atribuida
por el ordenamiento ju rídico a un órgano o ente.'1
1 Entrena Cuesta, Rafael, Cu rso de Derecho Administrativo, Madrid, Tecnos, 1994, V. 1/2, 10“ ed., pp. 51
2 Sayagués Laso, Enrique, Tratado de Derecho Administrativo, 1, 8a ed. puesta al día por Daniel Hugo
y 52-
Martins, Montevideo, Fundí,ción de Cultura Universitaria, 2002, p. 193; Marienhoff, Miguel S., Tratado
de Derecho Administrativo, T . I, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1990,4“ ed. actualizada, p. 572, nota 117.
3 García Trevijano Fos, José A., Principios Jurídicos de la Organización Administrativa, Madrid,
Instituto de Estudio s Políticos, 1957, p. 187; Garrido Falla, Femando, Tratado de Derecho Administra
tivo, Madrid, Tecnos, 1989, V. 1, 11“ ed., p. 424, aunque acepta la utilización práctica del término com
petencia en un sentido genérico.
4 Alessi, Renato, Instituciones de Derecho Administrativo, T. 1, Barcelona, Editorial Bosch, 1970, p. 99.
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5 Del Burgo y Marchán, Ángel M., El principio general de competencia en Derecho Administrativo,
Madrid, Actualidad Editorial, 1990, p. 199.
6 Recordado por Del Burgo y Marchán, op. cit., p. 200.
7 Mayer, Otto, Derecho Administrativo Alemán, T. 1, Buenos Aires, Depalma, 1949, Prólogo, p. XI.
8 Forsthoff, Emst, Tratado de Derecho Administrativo, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1958,
pp. 109 y 573.
9 Idea insinuada en un voto (punto X. 1.) del juez Pedro Coviello en la causa “Herpazana” (CNCAF,
23-11-95, Sala 1, “Herpazana", La Ley, 1997-C-309, con nota de Mario Rejtman Farah).
10 Jéze, Gastón, Principios Generales del Derecho Administrativo, I, Buenos Aires, Depalma, 1948,
pp. 9 y 10.
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" García de Enterría, Eduardo y Fernández, Tomás R., Curso de Derecho Administrativo, Madrid,
Civitas, 1997, 8“ ed., p. 439 y sigs. y p. 540 y sigs.
11 Entrena Cuesta, op. cit., V. 1/1, p. 177 y sigs., y V. 1/2, p. 63 y sigs.; y Santamaría Pastor, Juan A,
Principios de Derecho Administrativo, Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces, V í, 1998, 2a ed., p.
353 y sigs., y V U, 3“ ed., Madrid, 2002, p. 68 y sigs. y p. 139 y sigs.
13 Bandeira de Melho, Celso A., Curso de Directo Administrativo, San Pablo, Malheiras Editores,
2003, 17“ ed., p. 356.
u Fraga, Gabino, Derecho Admini strativo. México, Porrúa, 1973, 15*1 ed.,pp. 122, 276 y sigs.
15 Fernández Ruiz, Jorge, Derecho Administrativo. Contratos, México, Porrúa, 2003, 2a ed., p. 94.
16 CSJN, 28-06-1977, “Cima”, Folios: 298:172, considerando 4.
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LA DOCTRINA
Los textos de la disciplinan abordan ei estudio del tema señalando algo que se
puede considerar clásico: la competencia equivale, en el Derecho administrativo, a
la capacidad del Derecho privado, pero con una diferencia: mientras que en éste la
capacidad es la regla y la incapacidad, la excepción, en Derecho administrativo el
principio se invierte, porque en é¡ la competencia es la excepción y la incompeten
cia, Sa regla.'1
Sin embargo, también es corriente que ese planteo vaya acompañado por consi
deraciones que relativizan significativamente el enunciado y las consecuencias que
de él, así planteado, se deberían derivar.
En la actualidad, los criterios vigentes se pueden reconducir, en lo sustancial, a
los siguientes: el principio de la especialidad proyectado desde el Derecho privado,
y el que en doctrina se ha dado en llamar postulado de la permisión amplia, de
acuerdo con el cual la competencia resulta no sólo de los poderes expresos conferi
dos por la norma, sino, también, de los que puedan derivarse como razonablemente
implícitos en aquellos.
Entre nosotros, Linares fue, quizás, el primero en propiciar la determinación de la
competencia de las personas y de los órganos públicos, con arreglo al principio de
la especialidad utilizado para delimitar la capacidad de las personas jurídicas pri
vadas; principio que, como es sabido, indica que éstas pueden, para los fines de su
institución, ejercer todos los actos que no les sean prohibidos, conforme determina
el Artículo 35 del Código Civil.18
Linares hizfa su aporte inspirándose en la construcción pretoriana del Consejo
de Estado Francés, relativa al recurso contencioso administrativo por desviación de
poder, y tomando, al efecto, como dato de la realidad, la experiencia jurídica pro
porcionada por los entes municipales.19
De acuerdo con el pensamiento de este autor, no existe, en rigor, ninguna dife
rencia esencial entre la capacidad de las personas reales y la competencia de las
personas ideales -entre éstas, el Estado-, pues si bien los entes ideales no pueden
existir si una norma no los crea (principio de juridicidad), lo cierto es que, dada la
norma creadora del ente o del órgano, aquél y éste pueden hacer todo lo no prohibi
do en el ámbito de sus competencias (axioma ontològico de la libertad, según la
teoría egológica del Derecho).20
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21 binares “La competencia y los postulados de la permisión”. Revista Argentina de Derecho Adminis
trativo N° 2, publicación de la Universidad del Museo Social, Buenos Aires, noviembre de 1971, p. 27.
22 Linares Compett:nc‘as A¡iministrativas y prohibiciones implícitas, op. c.it., N° 8, Plus Ultra, abril-
junio, 1975,P- ' 7-
23 Marienhoff, Tratado.... I, op. cu., pp. 573 y 574.
34 C a ssa g n e Juan C ., Derecho Administrativo, T. I, Buenos Aires, Lexis Nexis, 2 0 0 2 ,1* ed., pp. 278 y
279.
25 rr. n pcho' U4: 231, especiaim ente considerandos 9 y 10.
26 Dictámenes- 154 196; 191:105.
21 R Isa Rafas'. Derecho Administrativo, T. II, Buenos Aires, Depalma, 1955, 5" ed., p. 14.
2Í Gardillo A gustín A., Trattdo de Derecho Administrativo. Parte General, T. I, Buenos Aires, Ediciones
Macchi 1974, IX-8 a IX-18. Gordillo rechaza categóricamente la idea de Linares, en particular la aplica-
.. | ’^ b ito de los podere s públicos, del denominado axioma ontològico de la libertad. Aun cuando a
' te se lo condicion e por el marco de los fines propios del ente, esos fines, sostiene, son tan amplios y
extensos q u e , en la práctica, no habría nada que aquellos no pudieran hacer (op. cit., IX-16, 7.4).
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De todos modos, corresponde señalar que, más allá del criterio formalmente
establecido, lo cierto es que la apariencia restrictiva que deviene de la exigencia
de norma expresa como base inexcusable de la competencia implícita, y, asimismo, de
la categorización subordinada e instrumental de los poderes implícitos, no se co
rresponde, en rigor, con la amplitud que evidencian ciertos pronunciamientos.
Así, por ejemplo, la tensión que media entre el principio de legalidad y la garan
tía de la defensa enjuicio, por un lado, y el reconocimiento de poderes disciplinarios
a las Cámaras del Congreso »obre terceros ajenos al cuerpo, por el otro, se ha resuel
to en favor del reconocimiento de esos poderes.
Y en relación con las atribuciones de la Corte, no basta más que enunciar sus
acordadas por las cuales dispuso, con fundamento en sus poderes implícitos o inhe
rentes, la inaplicabilidad, en el Poder Judicial, de cláusulas de diversas leyes, como,
por ejemplo, de la Ley N° 24.624 de Presupuesto del año 1996,35 de la N° 24.631
relativa al impuesto a las ganancias,36 de la N° 25.188 de Ética Pública37 o la invali
dación de Resoluciones del Consejo de la Magistratura.38
Por lo demás, el principio de la especialidad no está, en verdad, ausente en la
jurisprudencia de la Corte, aunque no se lo haya invocado expresamente, porque las
facultades implícitas han sido vinculadas normalmente con los fines o funciones
asignados por la Constitución de la Nación a los órganos pertinentes, circunstancia
ésta que autoriza a afirmar que, en el pensamiento del Alto Tribunal, aquélla es el
criterio de interpretación a emplear para dar contenido a la competencia implícita.39
En ese sentido, valga c omo ejemplo lo expresado en la causa “Fayt”, en la cual
la “finalidad, sentido y alc ance” de la reforma constitucional de 1994 (expresados
en el acuerdo de coincidencias básicas asentado en el Artículo 2o de la Ley ND24.309,
declarativa de la necesidad de la reforma) constituyen el marco del que deben resul
tar los poderes de la Convención Constituiente (fallo citado, considerando 9, último
párrafo).
LA JURISPRUDENCIA SOBRE LAS COMPETENCIAS
DE LOS ÓRGANOS ADMINISTRATIVOS
En lo que se refiere, concretamente, a las competencias de los órganos adminis
trativos —y aun cuando en algunos pronunciamientos de la Corte antes enunciados
(“Pelaez”, “Fayt”) la definición del concepto de los poderes implícitos se realizó con
pretensión de generalidad—, lo cierto es que, normalmente, el Tribunal no ha encua-
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ente, esto es, cómo se fijan, materialmente, los contenidos de la posibilidad abstrac
ta de producir efectos jurídicos en la cual consiste, precisamente, la potestad, tal
como ésta ha sido definida por las doctrinas italiana47 y española.48
A mi modo de ver, ese contenido se debe determinar con arreglo al siguiente
procedimiento.
a) En primer lugar, corresponde estar al texto expreso de la norma atributiva de
la competencia, sin dejar de tomar en cuenta que cuando se trata de normas infra-
constitucionales es inexcusable el examen de su constitucionalidad. El texto expre
so de la norma es, sí, el punto de partida, pero no es, por si sólo, suficiente para
habilitar la dinámica de la potestad si ésta no resiste el test de constitucionalidad,
realizado, incluso, por la propia Administración. Así, por ejemplo, la pretensión
legal de sustraer un órgano administrativo de la tutela del Poder Ejecutivo sería, sin
duda, inconstitucional y, por ende, inconstitucionales los apoderamientos legales
que en ese sentido se pudieran efectuar.
b) En segundo lugar, una adecuada técnica hermenéutica exige atender no sólo
el texto expreso de la norma sino, además, sus componentes razonablemente implí
citos, los cuales, a su vez, pueden resultar de una atribución expresa, generadora del
poder expresamente implícito, o bien simplemente implícita, determinante de la com
petencia implícita propiamente dicha.
Ejemplos del primer caso son, además del clásico precepto contenido ahora en
el Artículo 75, inciso 32 de la Constitución Nacional, las cláusulas de los marcos
regulatorios de la electricidad y del gas que atribuyen a los entes reguladores (ENRE
y ENARGAS), entre otras funciones y facultades, “las de realizar todos los actos
que sean necesarios para el mejor cumplimiento de sus funciones y de los fines de la
ley y su reglamentación” (Arts. 56, inc. $), de la Ley N° 24.065, y 52, inc. x), de
la Ley N° 24.076, respectivamente).
Del segundo son, a su vez, ejemplo, aquellos supuestos en los que, como ha
señalado Waline en la doctrina francesa, la competencia para dictar un acto entraña,
de plano, la de signo contrario49 (v. gr., la de nombrar un funcionario implica la de
removerlo), o los que se expresan en la idea del principio del paralelismo en las
competencias, empleado, según indica Laubadere,50 en un arret del Consejo de Es
tado Francés del 10 de abril de 1959, en el que se asignó el poder revocatorio o
modificatorio de un acto a su autoridad emisora.
En todos los supuestos, la determinación del contenido de la competencia se
debe realizar, en mi opinión, sobre la base del principio de la especialidad.
47 Romano, Sanii, Fragmentos de un Diccionario Jurídico. Buenos Aires, Ediciones Jurídicas Europa
América, 1964, p. 297 y sigs.
48 García de Enterría-Fernández, Curso..., op. cit., T. 1, pp. 433 y 434.
49 Waline, Jean, Précis de Droit Administratif. T. I, París, Éditions Montchrestein, 1969, p. 330.
so Laubadere, André de; Venezia, Jean Claude; Gaudemet, ives, Traité de D roit Administratif, T. I,
París, 1996, 14° ed., LGDJ, p. 666.
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51 Aja Espil, Felipe, Constitución y Poder. Historia y Teoría de lo poderes implícitos y de los poderes
inherentes, Buenos Aires, TEA, 1987, p. 151 y sigs., especialmente pp. 159 y 160. Aun cuando hay
alguna ley que se ha referido expresamente a las ‘‘facultades inherentes” a otras facultades. Así, el
Artículo 3° de la Ley N° 17.741 de Fomento de la Actividad Cinematográfica Nacional (t.o. por el
Decreto N° 1.248/2001), al enunciar los deberes y las atribuciones del Director Nacional de Cine y Artes
Visuales, se refiere a las facultades inherentes a las contempladas en el Artículo 7 que le otorga a la
citada autoridad la representació n legal del Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales.
52 Comadira, Julio R., La Anulac ión de oficio del Acto Administrativo, Buenos Aires, Astrea, 1981, p.
44 y sigs.
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No quiero concluir sin expresar que en esté punto, como en tantos otros, se
impone excluir las visiones unidimensionales del Derecho Administrativo, deriva
das de las posturas individualistas o estatistas.
La competencia define la medida del ejercicio del poder. Y éste debe estar al
servicio de la libertad, la cual, sin un poder eficaz que la respalde, ampara a todos
formalmente, pero, en la realidad, sólo a pocos. La justicia social exige, al decir de
Forsthoff,54 un poder estatal conformador. Un poder que debe hallar su legitimación
en la juridicidad y en la eficacia. Juridicidad y eficacia: he aquí uno de los desafíos
fundamentales en nuestros países, agobiados por el deterioro institucional y la injusti
cia social. Concebir la competencia como habilitación y límite del poder, y, a la vez,
como título para la conformación justa de la sociedad puede ayudar a cumplirlo.
55 Aja Espil, Felipe, op. cit., p. 163 y sigs., especialmente pp. 164-167.
54 Forsthoff, Emst, Tratado,.., op. cit., pp. 17 y 109 y sigs.
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