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Querida Mariela:

Aquellos que con hondo mirar nos desplegamos y morimos, avanzando por
nuestra senda singular hacia la noche de todos, ofrecemos aún, en una aventura
de música y de nadie, las visiones y las palabras que juegan en la errancia,
indemnes de soportar al mundo que agoniza o a sus inefables verdugos. Entre
dos parpadeos nos arrojamos a los sueños o al abismo, y ellas los hermanan sin
afán de fatuas promesas o presagios de algún pesar. Volvemos a hablarnos con
estas voces que luchan su claridad entregándose a lo desconocido, enseñando
a través de la música del misterio sus notas sagradas; volvemos a hablarnos y
nada puede ahora entornarse bajo el renunciamiento o aturdirse por un grito
interior.

Tal vez sólo cuente este margen distendido como una estela esplendente, un
aliento llevando de un punto a otro su sola transparencia, forjándose comienzo
mientras sostiene el temblor de un hallazgo repentino, eternizándose ahora en la
escena de su abandono. Tal vez se trate apenas de mantener este diálogo en el
fulgor del lenguaje, más allá de los asuntos en que procura o cree encarnarse,
suspendido al fin en algún sorbo nutricio de la lengua, reuniéndose cada vez
consigo como una ilusión que no se miente corazón o mensaje. El lenguaje más
lejos y más cerca que el libro de la Verdad donde mora la esclavitud y prepara
las bocas embozadas, más alto que los cielos de instrucciones donde se forjan
los rayos del agachamiento y la complacencia. A él nos encomendamos,
Mariela, y por la puerta móvil de lo intratable tendemos cauces a la marea o a
los vientos, hacemos del movimiento nunca previsto o legislado el hálito de
nuestra conversación.

Que este diálogo no deje entonces de ofrecerse en la voz que es tempestad y


rugir de lo inmenso, o cristalino rocío sobre tersas corolas, pero nunca el
despojo de un atoladero carnal, y jamás la atrofia de los astros espontáneos. Por
ella nos asistimos y en ella nos escuchamos, y nuestro humilde día vuelve a
abrazarse al día.

Va para vos, junto a Any, un abrazo grandísimo y toda la ventura de los días
por venir, extensivos al siempre recordable y singular Javier. Que la vida nos
encuentre siempre en el corazón del relámpago.

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