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1.

Es necesario que las espinas doren este jardín desierto


nadie va por el camino del fondo
por el sendero que marca esas malditas cruces.
La mano que mueve la sombra permanece alzada al borde del abismo
un puente sobre las vías y toda esa congregación de mariposas
convocadas por el diapasón, risco agudo de notas superpuestas
sujetadas a lo visible traen el canto en la borrasca del sueño.

2.
De noche se pueden ver los eclipses que opacan el mundo que arrodillado
pide sus señas
Las zonas montañosas son las más difíciles, las más escarpadas
Apasionadamente la libélula recorre los espacios.
Mientras el azufre arde con su llama azulada los navegantes se hunden
entre la necesidad de huida y la pulcritud del fuego.
Su pólvora incendiaria compite con el mercurio, líquido bilioso y fatal
en un amarillento letargo que cubre las cosas con su manto estéril
pero la obsidiana negra resplandece en el fondo de la tierra

3.
Pitia, sacerdotisa de los oráculos
descifra esta letanía profunda, distante
horada con tu voz victoriosa y firme la tensa piel del viajero
la ambición del ser enterrado en su propio designio.
Dame Abadon tu fuerza en los abismos
para erguirme con mis alas transparentes encima de la escoria.
Oh Abadon si tus tentáculos malditos no alcanzaran los cielos y la tierra
serían vanas tus razones
pero la existencia destruye sus mejores raíces
arranca de su pálida tes los plácidos encantos.
Pitia, traza en los senderos que se ocultan los rasgos de tus manos
diminutas que todo lo determinan.
Si me dijeras al menos por qué mi canto se oscurece y cae en los helados deshielos
¿por qué, de esa libertad que me atormenta, la de los mudos pies que zozobran,
solo alcanzo a ver los cencerros que repercuten en el camino más alto?
Pero los rígidos encuentros por los abismales orificios de la luz
donde se acaba esta plegaria humana, precipita la sed y el hambre
y pesa la justicia de la muerte los cuerpos resecos.

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