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LA REVOLUCIÓN FRANCESA
La institución del arbitraje en Francia antes de la Revolución de 1789 se aprecia a través del
Edicto de Francisco II, que data de agosto de 1560, confirmado por la Ordenanza de Moulins,
donde se establecía la obligación de recurrir al arbitraje forzoso en los supuestos de conflictos
entre mercaderes, demandas de partición entre parientes próximos y las cuentas de tutela y
administración. Estos conflictos debían ser solucionados por tres o más personas, elegidas por
las partes, o a falta de esta elección, por el juez.
Este último principio implicaba que tanto los nobles como los villanos, los católicos como
los protestantes, debían litigar ante los mismos tribunales.
«El arbitraje es el modo más razonable de concluir las cuestiones entre los
ciudadanos, los legisladores no pueden hacer ninguna disposición tendiente a
disminuir el valor o la eficacia de los compromisos».
En este sentido, podían ser susceptibles de arbitraje todas las materias que involucraran el
interés privado de las partes en conflicto.
En el artículo 4 de la citada Ley se proscribe que las partes apelen de la sentencia arbitral,
salvo en el supuesto en que éstas lo hubieran estipulado en el compromiso arbitral.
Esta tendencia fue seguida por la Constitución de 1791, en la que se reconoció como
derecho natural el derecho de comprometerse, de tal forma que este derecho no podía ser
restringido o disminuido por el Poder Legislativo.