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“La religiosidad de los no religiosos”
Por
Darío Méndez Morel
Al observar la cultura en las sociedades del hombre moderno se puede ver distintos
niveles de complejidad, algunas con mayor desarrollo tecnológico y otras no tanto, todas
ellas están marcadas por su economía, política y religión la cuales definen sus estilos de
vida y comportamiento. Si hubiera la posibilidad de crear una sociedad nueva donde los
valores religiosos no influyeran tanto en los estilos de vida, ¿cómo sería? Si en esa
sociedad se borrara toda evidencia de las creencias, valores, rituales, que hacen parte de
una cultura que se pretende borrar por considerarla arcaica, mística, sin relación con la
razón ni con la ciencia, ¿cómo sería?
George Orwell en su novela 1984, describe una sociedad dónde el Estado vigilaba a
sus ciudadanos y controlaba absolutamente todo, el gobierno estaba organizado en
distintos Ministerios cuyos nombres son realmente llamativos : El Ministerio de la Verdad,
que se ocupaba de las noticias, los espectáculos, la educación y las bellas artes. El
Ministerio de la Paz, encargado de los asuntos relativos a la guerra. El Ministerio del Amor,
que se ocupaba de mantener la ley y el orden. Y el Ministerio de la Abundancia, que era el
responsable de los asuntos económicos. En esta sociedad el Estado debía ser obedecido
en todo pues tenía los medios que se necesitaban para convencer a las personas y
someterlas bajo el Nuevo Orden, vivían en un estado opresor donde la historia se
reescribía día a día, se manipulaba la información de modo que cualquier producción
intelectual o artística sean periódicos, libros, revistas, panfletos, carteles, folletos,
películas, bandas sonoras, dibujos animados, fotografías, entre otros, que pudiera tener
algún significado político o ideológico en contra del gobierno debía ser borrado, de los
registros y de la memoria colectiva. Sin embargo en esa estructura tan rígida los elementos
religiosos estaban presentes en todo desde la devoción al Hermano Mayor, y de las
ceremonias, por ejemplo a la que llamaban los Dos minutos de odio dónde en una pantalla
gigante pasaban el discurso de un desertor del partido que denunciaba los abusos del
Hermano mayor y la violación de los derechos individuales, a este lo convirtieron en el
enemigo público número uno, los ciudadanos situados en una especie de anfiteatro
comenzaban a rugir de rabia al ver el rostro del infame traidor, una y otra vez sucedía
exactamente lo mismo.
Los intentos de borrar todo vestigio religioso de la sociedad también tuvieron lugar
en nuestro país cuando separaron la Iglesia del Estado. La Constitución de 1917 consagró
esta separación absoluta y la Iglesia Católica perdió su influencia sociocultural, el Estado
uruguayo articuló un imaginario colectivo divorciado de lo sacro. Sin embargo este deseo
de secularizar a la sociedad avivado por las corrientes positivista y racionalista no fueron
tan exitosos, aunque la iglesia fue dejada de lado la “estructura” de lo religioso aún estaba
en pie.
1. A través de una sacralización del discurso político, en especial por quienes asumían
posturas anticlericales;
2. Una proliferación de alusiones a sustitutos laicos de lo religioso, que asumían los más
diversos nombres (“religión civil”, “religión moral”, “religión republicana”, “religión liberal”,
“Estado-Dios”, o “estadolatría”, etc.).
3. … el despliegue de un cúmulo de rituales públicos, liturgias cívicas o políticas, prácticas y
celebraciones de un patriotismo laico con notas muy sacralizadas; entre otras.
4. El propio batllismo fue muy afecto a producir entre sus dirigentes expresiones de ese tenor.
Se hacía referencia a palacios y construcciones modernas construidas por el Estado como
“templos laicos”, se llenaban las ciudades de estatuas y monumentos…se autocalificaba al
batllismo de “franciscanismo sin fe”, de “cristianismo sin dios”; se cargaba a las
celebraciones educativas en general y a las prácticas cívicas (desde el casamiento civil
hasta la anotación del nacimientos o los sepelios) de una dimensión litúrgica tan alternativa
como densa, plena de connotaciones de significación moral, en sentido estricto.”
Todo en nuestra sociedad es sacralizado desde los actos patrios, hasta las ofrendas
florales que le llevan a la imagen de bronce del prócer José Artigas, situada en todas la
plazas públicas del país, todos los 19 de junio fecha que se conmemora su natalicio,
desde la jura de la bandera cargada de significación religiosa, hasta el estudio de
acontecimientos históricos que marcan el inicio de un mito, por ejemplo “El éxodo del
pueblo oriental”, utilizando las mismas referencias bíblicas de la liberación del pueblo judío
de la esclavitud en Egipto por parte de Dios a través de Moisés, etc.
Para el hombre religioso el espacio sagrado tiene un valor existencial nada puede
comenzar o hacerse sin una orientación previa y toda orientación tiene un punto fijo.
Cuando nos mudamos a una nueva casa, cuando se inaugura una edificación
nueva, existe todo un ritual al cortar la cinta, entregar un pedazo a la persona que está al
lado, etc. El hombre santifica su propio entorno, dice Miercea Eliade que cuando se toma
posesión de un territorio o se lo empieza a explotar, se realizan ritos que repiten
simbólicamente el acto de la Creación.
Todos los actos humanos tienen una connotación religiosa, desde la mentalidad
primitiva o arcaica hasta nuestros días el hombre ha vivido de acuerdo a lo que han hecho
otros, entre los primitivos, la mera repetición de un acto era la emulación del actuar de los
dioses, “…lo que él hace, ya se hizo. Su vida es la repetición ininterrumpida de gestas
inauguradas por otros”.
De modo que ignorar estas cuestiones y considerar a los actos religiosos como
banales, es propio de un acto de desprecio por la historia y el arte, todo aquello que el
hombre ha creado y es objeto de admiración y prestigio es el resultado innato de una forma
de ver el mundo, no importa si lo que se quiere es exaltar a la ciencia y a la razón o no, lo
cierto que cada acto, cada idea, cada proyecto, siempre va a llevar la esencia de lo
sagrado.
“La historia no hace más que repetirse; lo que ya se ha hecho se volverá hacer
Eclesiastés 1:9