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ANTECENDENTES

Época del primer militarismo, donde gobernaban los militares que

participaron en la guerra de independencia. Este primer militarismo comprende

dos épocas, el caudillaje militar –que abarcó desde 1827 hasta 1844-, y la

prosperidad falaz –desde 1845 hasta 1872-.

Hay que mencionar brevemente un concepto (término) jurídico muy

importante que, si bien se utilizó en el siglo XIX (época republicana) para delimitar

las fronteras con los países vecinos y así proteger la soberanía de estos, ahora,

por los cambios de los tiempos y por consensos, se utiliza el concepto de tratados

limítrofes: el Uti possidetis iuris. Así, luego de esta determinación, cada país tenía

absoluta soberanía sobre su territorio. Esto fue un precedente porque, luego de

tan significativa y relevante independencia, se vio tan de cerca la máscara de

libertad y protección que tuvo el Perú: libertad porque ya no era una colonia de

España; y protección porque el país era unitario y soberano.

Las guerras independentistas dejaron mucho que desear. Si bien sirvieron

para ya no ser colonia del país europeo, se necesitaron incentivos para que esta

se desarrollara. La destrucción de fuerzas productivas fue, presumiblemente,

mayor que en otros lugares: se perdió la flota naviera de los comerciantes del

Callao, las existencias de mulas de las haciendas y los centros mineros, y muchos

esclavos de las plantaciones, que fugaron o resultaron enrolados en los ejércitos a

cambio de su libertad (Contreras, 2010). Es de hecho que estos sucesos

desarrollados durante las campañas de emancipación no fueron los únicos, pues


de gran magnitud es claro que lo fueron, pero también hay que mencionar los

recursos que tuvieron que utilizarse para solventar esta guerra que duró años.

Contreras también manifiesta que hubo un incremento necesario de los impuestos

para poder financiar la contienda:

La guerra se financió, así, con la elevación de los impuestos, lo

que deprimió el consumo del mercado; con donativos,

obligados o voluntarios, que disminuían la inversión, además

del consumo; con préstamos, que después de la

Independencia, o no fueron pagados (en el caso del bando

perdedor) o lo fueron más de un cuarto de siglo después (en el

caso del bando ganador). (p.10)

El desencadenamiento de la guerra produjo las activaciones de los

habitantes del territorio, y, como señala el autor, la obligación por parte del

Estado a recaudar de ellos cantidades de dinero para su utilización en la compra

de armas o de vestuario (indumentaria). Sin duda que esto produjo cierto

malestar en el país, pero se admite también que esto fue bondadoso para todos.

Con la independencia, al menos, la coyuntura fue otra.

Todo cayó en manos de los participantes de la guerra de la

independencia: las tierras, las minas, etc; todo lo que pertenecía a los españoles

y criollos, pasó a ser parte de quienes lograron el éxito emancipador. Pero fue un

error. Se avizoró un triste panorama. Quienes tomaron posesión de las tierras y

demás, desconocían su utilización, su mecanismo, su administración, y ello

produjo que, en un futuro, que, a la larga, se resintieran la minería y la


agricultura, y eso, obviamente, era desfavorable para un país que entraba en otra

época. Tal cual Hudson (1992) es sincero con estas cortas palabras, “la

independencia hizo poco para alterar las estructuras fundamentales de

desigualdad y subdesarrollo basadas en el colonialismo y el neofeudalismo

andino” (p.29). Al parecer el fin fue que los recursos pasen a los verdaderos

dueños de las tierras; sin embargó, ¿qué razón tuvo si no supieron aprovechar

esa oportunidad? Se tuvo que lograr el objetivo de preservar y mejorar el estatus

socioeconómico privilegiado, y no fue así: no se creó un nuevo orden

constitucional estable (cerca de seis veces fue reescrita el texto fundamental);

también la élite que tomó el mando del encaminamiento no estaba dispuesta a

reestructurar el orden social de una manera que pudiera conducir a la

construcción de un gobierno democrático y republicano viable (desde luego de la

independencia hasta antes del inicio de la prosperidad falaz hubo veinticuatro

cambios de régimen de gobierno). Fue difícil lograr el reemplazo legítimo del

viejo orden por uno completamente nuevo (eso que lograron hacer los gobiernos

luego de la independencia, pero que a las finales no se logró). La presencia del

caudillismo (militares) fue notoria en aquellos tiempos de sombras sobre la luz.

Los militares, que fueron más que nadie que los mismos que participaron en la

guerra emancipadora (ejército de liberación), tomaron el poder mediante la

fuerza de las armas y elaboración de alianzas. Estos gobiernos no fueron más

que personalistas y arbitrarios. Reemplazaron al tradicional estado de derecho.

La cosecha fue una fragmentación política interina y una inestabilidad política

crónica durante las dos primeras décadas luego de la independencia. (Hudson,

1992).
Para comenzar a detallar el antecedente principal del tema en curso, se

tiene que mencionar un poco acerca del periodo donde va a estar introducida

nuestra constitución de 1967: la prosperidad falaz. Se creyó que con la

prosperidad falaz se iba a rescatar del agujero negro en donde se encontraba el

país; y…no es falso. Hay que admitir, claro está, que fue una época de bonanza

bondadosa; una época en donde el Perú se posicionó en un peldaño que

indicaba que iba a emerger como el país preeminente en toda América del Sur;

en términos criollos: el país era envidiable.

Dispuso de abundantes recursos económicos gracias al producto guanero;

sin embargo, esa prosperidad fue relativa con mayor estabilidad política, mucho

más con los dos gobiernos de quien fue el iniciador de tan maravilloso momento:

Ramón Castilla. Con el sistema de las consignaciones (Castilla introdujo este

sistema) el estado peruano encargaba a particulares la explotación del producto:

cerca del noventa y cinco por ciento se llevaba el estado, y el resto, los

consignatarios. El principal consignatario fue Anthony Gibbs. Este, con su propio

capital, extraía el guano, lo mandaba a Europa, lo vendía allí, y con ese dinero

recaudado regresaba al Perú y se repartía con el Estado. Los ingresos fueron

enormes, al igual que los gastos; por eso se consideró una falsa prosperidad:

más del cincuenta por ciento se gastó en burocracia –emolumentos a

funcionarios políticos-; y como se gastaba casi todo en algo superfluo (el país

gastaba rápidamente todo), Castilla le pedía adelanto del dinero de los próximos

años, y así empezó una nueva deuda. La riqueza sirvió para crear una nueva

deuda. Todo por una mala administración.


Bien, luego del segundo gobierno de Ramón Castilla, y en el cual aún se

continuaba con el sistema de consignaciones, pero con una única diferencia de

quienes estaban al frente de este sistema (Compañía nacional de consignatarios

del guano), España regresa para volver a colonizar al Perú, ello para su

desarrollo industrial. Al encontrarse impedidos de querer atacar directamente

para lograr así su objetivo, vinieron camuflados como una expedición científica:

once barcos cargados de científicos. No pudiendo entrar a las costas peruanas,

buscaron el pretexto perfecto: la muerte de un hacendado español en Talambo.

Llegaron a los oídos de los expedicionarios y reclamaron entrar al país; se les

permitió. Dentro del barco estaba un juez, un juez que se presentó con el título

de comisario real, que contaba con la potestad de investigar la muerte en

Talambo; pero al presentarse con ese título, el presidente Juan Antonio Pezet le

negó la entrada al Perú, pues dijo que ese título es cuando el país es una

colonia, y ya no era eso, sino era una república; así que estos, con la carga

encima de querer colonizar, y mucho más por la negativa que se manifestó,

decidieron tomar las islas de Chincha (islas de guano) y bloquear la venta, el

único recurso que tenía Perú para poder contar con dinero. Entonces lo solución

extraordinaria que había tomado el presidente fue, a ocultas del pueblo, firmar un

tratado que permitía a España dejar las islas del guano, entrar al país para

investigar la muerte del ciudadano español, el Perú se comprometía a pagar los

gastos de los barcos que se quedaban durante la investigación y además pagar

la deuda externa que tenía con ese país. Pezet, prácticamente había bajado la

cabeza hacia España, lo cual fue vergonzoso para el país. Al pueblo peruano,

que ya sabía lo que estaba pasando, no le pareció correcta esa actitud, y un


militar peruano que se encontraba en Arequipa (era prefecto), inició una

revolución (con un ejército llamado “Restaurador de la Honra Nacional”) en

contra del presidente en turno. Llega al poder y declara la guerra a España, esto

por el único hecho de que, al contar entre sus ministros con unos que tenían

haciendas, y eran de la clase oligárquica, y no le convenía que España conquiste

nuevamente al país, entonces no tuvieron más remedio que hacerle la pelea.

Al haber salido triunfante la revolución en Arequipa por parte del general

Mariano Ignacio Prado contra el presidente de ese entonces Juan Antonio Pezet

y su actitud humillante hacia el gobierno español, y ya establecida la dictadura

del vencedor junto con su tan recordado ilustre gabinete, y muchos otros más

que tenían otras pretensiones para declarar la guerra a España, al igual que

también una nueva reorganización de la vida administrativa y una nueva

estructura del país, se imponía una nueva constitución (Paz- Soldán, 2005).Pero

antes de inaugurarse el congreso constituyente de 1867 para proclamar una

nueva constitución, desde que comenzó la dictadura promovida por el pueblo

peruano en 1865 ante los embates bélicos, se abordó temas importantes para la

solución de conflictos urgentes, entre ellos el orden diplomático, económico,

hacendario, judicial, educacional y social (Basadre, 1983). Asumieron un duro

cargo legislativo los que llegaron a la dictadura. Buscaron enmiendas para los

problemas externos y, sobre todo, internos pues aún no acababa la guerra contra

España. Ignacio Prado iba a anunciarse como Jefe Supremo Provisorio, pero

como se debía respetar el constitucionalismo, se designó al vicepresidente del

anterior gobierno, Pedro Diez Canseco, como el presidente provisorio. Su


popularidad, la que la constitución demandaba para estar allí en el gobierno tan

sólo provisoriamente, fue perdida; no adoptó decisiones ágiles y tajantes que la

ciudadanía suplicaba con respecto al álgido problema que existía con España.

Afirmaba que era el congreso quien tenía que lidiar con la declaratoria de guerra;

en realidad lo que buscaba era así ganar tiempo esperando la llegada de nuevos

buques de guerra adquiridos en Europa (Chirinos, 1985). No sirvió de nada

porque el pueblo reclamó su salida; y los jefes hicieron caso a ese pedido

deponiéndolo y colocando, al siguiente día, junto con la algarabía del pueblo

limeño reunido en cabildo abierto en la Plaza de Armas, a Mariano Ignacio

Prado, el nuevo Dictador. Este convocó a su gabinete formado por liberales y

conservadores (gabinete de los toalentos). Estando en el poder, se declara la

guerra a España, junto con la ayuda de Chile, que, al igual que el problema que

tenía con Perú, se encontraba con uno mucho más fuerte: España reclamó a

Chile haberles impedido a sus barcos abastecerse de carbón, considerándolo

contrabando de guerra; también acusó al gobierno chileno de influir en el

Congreso Americano para que emitiera una protesta oficial contra la actitud

española; y porque la escuadra española un exigió un saludo oficial a la bandera

hispana (Museo histórico nacional, 2018), en enero de 1866. España, debido a

su escaso apoyo (se volvió insostenible la guerra), decido atacar Valparaíso en

marzo de ese año (1866). Chile, totalmente frustrado y con espíritu de venganza,

decide hacer lo mismo en el puerto de Callao; pero allí las fuerzas lo resistieron:

decidieron por sí solos dar el golpe. Lo lograron y España tuvo que retirarse, el 2

de mayo de 1866. Celebración y gozo por el triunfo que sellaba la independencia.


El legislativo que se encontraba en esos entonces era solamente una

legislatura extraordinaria, momentánea para mantener el orden por las

circunstancias bélicas. Algunas cosas que sí se deben mencionar son los largos

debates que mantenía el parlamento con el ejecutivo; y también, el producto de

la reacción conservadora hacia este primero, una reacción que conllevó hasta la

gresca física. No se debe desmerecer el buen actuar de estas personas, pues

hubo honradez, dinamismo y buena intención para estar en un poder del Estado,

y mucho más en épocas de crisis; lo que sí se critica es la falta de esa esencia y

desprendimiento que debe tener un político (Basadre lo llama hechizo político).

En La historia de la república del Perú menciona el autor que estas

personalidades legislativas pecaron de sobrios, de secos y hasta de duros

(Basadre, 1983). No hay que olvidarnos que nuestro país se encontraba pasando

días muy difíciles, y lo menos que se podría hacer es evitar la catástrofe. Se

realizó la disminución de los gastos y el aumento de las rentas duramente; se

pretendió cambiar las costumbres, modificar las leyes, reglamentos, y es allí

donde las clases sociales y pobladores en general les parece absurdo todos

esos cambios que se vino dando, pues iban en contra de sus principios y

formación.

Era momento de regresar al régimen democrático. El contexto pujante y

violento de la guerra había acabado. Mariano Ignacio Prado creía justo el retorno

de la democracia, por eso convocó a elecciones tanto presidenciales como para

un Congreso Constituyente, ello por el decreto que fue expedido con fecha 28 de

julio de 1866:
Art. 1. ° Se convoca á los pueblos para que elijan

representantes á un Congreso constituyente y

Presidente de la República, durante el primer

periodo constitucional.

ÉL, obviamente, no se apartó de las votaciones para presidente, más bien

postuló al cargo. El congreso se encargaría de discutir y aprobar una nueva carta

magna, que sustituiría a la moderada de 1860.

El decreto fue duramente criticado en cuanto hacía coincidir al presidente

constitucional con una asamblea constituyente, en cuanto negaba el derecho de

iniciativa a la asamblea (Paz-Soldán,1934).

El Congreso lo nombró como Presidente Provisional, en febrero de 1867,

en espera de su ratificación como Presidente Constitucional (agosto de 1867),

pues aún faltaba contabilizar los votos días después de haberse proclamado el

Congreso Constituyente (proclamado por este último), tal y como el decreto lo

mandaba:

Art. 4° El Congreso constituyente se reunirá para

los siguientes objetos.

1° Hacer el escrutinio de los sufragios

emitidos para Presidente de la República y

D. 28 de Julio de 1866. Convocando a

elecciones para representantes al

Congreso y Presidente de la República.


proclamar, como tal, al candidato que reuna

la mayoria absoluta.

2° Expedir una Constitucion politica ó

designar de las preexistentes la que deba

regir, haciendo en ella las reformas

convenientes.

Con el congreso ya instalado, al igual que como sucedió con el congreso

provisorio y convocado por emergencia durante los sucesos bélicos anteriores,

hubo también roces y discusiones con el ejecutivo, ello provocado principalmente

porque existía la plenitud del poder para el legislativo. La ley declaraba (la ley

que declaró instalado el Congreso Constituyente) que el congreso funcionada

“con la plenitud del poder del pueblo”. La ideología liberalista ensombreció a la

gente del Congreso. Esta presencia del liberalismo significó su fin y predominio

por tan poco tiempo: tolerancia de cultos, libertad de prensa y publicación,

anulación de la contribución personal, entre otros; situación que a los pobladores

peruanos de aquellos entonces disgustó profundamente, más que todo por el

hecho de que era incompatible con la sociedad de la época y el estado de las

ideas (Ramos, 2018).

Desde ya el Presidente de la República, junto con su gabinete, en la que

dentro contaba, en la cartera de Justicia, con un obispo, y también con otros de

tendencia conservadora, estaban en desacuerdo con las decisiones del

legislativo. A fin de cuentas, queda decir que el Congreso desobedeció lo que el

decreto mandaba, pues para el derecho de la libertad de prensa, este se basó en


el Estatuto Provisional de 1855. Algunos fanáticos religiosos, producto de la rabia

por los actos permisivos políticos de los liberales para el libre culto, llegaron a

atacar verbal y físicamente a dos de ellos. Las víctimas fueron apoyadas por el

resto del Congreso, y no hicieron más que culpar al Gobierno, alegando que este

respalda, encubre y está entrometido en los asuntos de violencia hacia ellos. El

asunto fue bastante candente que no dio más que una lucha verbal de dame que

te doy: pedidos de desafueros e inhabilitaciones; salidas forzosas con

resentimiento, etc.

Ignacio Prado estaba decidido, para el bien de la población y que cese un

poco todos estos desprendimientos de locura civil, ir al Congreso y solicitar de

una vez el establecimiento de un régimen constitucional, para que así las

circunstancias de lucha ideológica se calmen, y reine la tranquilidad pública. En

agosto de 1867 fue proclamado presidente constitucional del Perú, siendo

aprobada la elección en sesión solemne, con apoyo de la mayoría de

congresistas que votaron. Pero la duración del mandato no fue próspera. La

constitución del mismo año fue promulgada dos días antes de elegir a Prado

como presidente ya constitucional, pero sus prerrogativas como mandatario

quedaban reducidas a lo establecido por ellos en la constitución. Habían sacado

allí una ventaja. Ni ellos ni el ejecutivo iban a durar. La realidad fue otra.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

1. Fasabi, D. [Academias Aduni y César Vallejo]. (2013, 14 oct.). HISTORIA -


Prosperidad falaz. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=PJVg01Sje34
2. Paz-Soldán, J. (2005). Historia de las constituciones nacionales. Lima, Perú: PUCP
- Fondo Editorial
3. Museo histórico nacional. (2018). Guerra contra España: Bombardeo al Puerto de
Valparaíso. Recuperado de l.gob.cl/Recursos/Contenidos/Museo%20Histórico
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4. Contreras, C. (2010). El legado económico de la independencia en el Perú. Documentos
de Trabajo (301). Repositorio institucional de la PUCP.
5. Hudson, R. (1993). Peru: A Country Study. Washington: GPO for the Library of
Congress.
6. Basadre, J. (1983). Historia de la República del Perú (tomo VI). Lima: Editorial
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7. Chirinos Soto, Enrique. (1985). Historia de la República (1821-1930). Tomo I. Lima:
AFA Editores Importadores S.A.
8. Ramos, C. (2018). La letra de la ley. Lima: Centro de estudios constitucionales.

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