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Mario Pujé La Practica del Psicoanalista sage tn, (@; ou } psicoanilisis El Pago El page La gratuidad del tratamiento —Apuntes freudianos— Es posible el tratamiento psicoanalitico gratuito? La sola formulacién de esta pregunta pone en cuestién el desemperio liberal de nuestra actividad, y esto bastarfa quizds para desestimarla. Pero la insistent pteseticia dé los psicoanalistas en — los hospitales, los tratamientos que allf se dispensan, los modos como se los conceptualiza, renuevan su vigencia y su actualidad. Por sf o por no, la eventualidad de su respuesta agita un mimero importante de problemas de dificil solucién. Si se contestara, por ejemplo, en forma afirmativa, semejante aseveracién no podria dejar de repercutir sobre nuestra clinica, interrogéndonos sobre tos motivos por los que habitualmente co- bramos de modo generoso lo que aceptamos podria ofrecerse sin retribucién alguna. ; Deberian entonces equipararse las razones que diferencian la atenci6n gratuita de la atenci6n remunerada én ef campo del andlisis, a lo que en el terreno médico se plantea como distinguiendo la asistencia piblica de la prestacién privada? Si, por el contrario, concluyéramos en una respuesta nega- tiva, es decir, en la imposibilidad del andlisis gratuito, ;qué esta- tuto deberfamos atribuir en ese caso a las prdcticas que, encuadra- das en el dispositivo de la asociacién libre y la interpretacién, se sostienen en nombre del psicoandlisis en muchas instituciones asistenciales? Como situarlas en relacién a lo que deberfamos entonces considerar como un “psicoandlisis verdadero”? La prictica del psicoanalista Cuestidn que introduce como dificultad adicional la nece- sidad de precisar qué es lo que este término designa, cual es la amplitud de denotacién de su concepto, cémo definir con exacti- tud la extensién de las practicas que bajo su égida se admiten. Cuando las consecuencias de responder a una pregunta ex- ceden en mucho el motivo que las origina, no es imprudente res- tringir sus alcances y acotar su aplicacién a un dominio reserva- do, tratando de forjar las herramientas que permitan dilucidarla. Lo que en nuestro campo encuentra siempre un apoyo consistente en el seguro recurso al trabajo de conceptualizacion de Freud. Son miiltiples y variadas Jas referencias al dinero que se _ pueden encontrar desde muy temprano en su obral. Pero es espe- cialmente en “La iniciacién del tratamiento”, donde el asunto de los honorarios y las consécuencias del tratamiento gratuito son” considerados de una manera especifica. Innumerables veces cita- do, el texto mantiene en su aparente sencillez, el valor de fuente inagotable que sdlo conservan los escritos auténticos, Una pregunta se suscita de inmediato, tomando en cuenta el titulo del articulo y el lugar que Freud no vacila en atribuir alli al dinero: jes posible siquiera concebir Ia iniciacién de un trata- miento sin la mediacién de una retribucién econémica para el ana- lista materializada en un pago efectivo por pacte det analizante? Desde el comienzo Freud plantea ta conveniencia de con- certar con el paciente las cuestiones relativas al tiempo y al dine- ro que constituyen la condicién de posibilidad de la cura. Y expo- ne las ventajas que reconoce al hecho de adjudicar a cada enfer- mo una hora determinada: “Esta hora le pertenece por completo, es de su exclusiva propiedad y responde econémicamente por ella, Gunque no la utilice”2. “Responder econ6micamente” que sanciona ya, de entrada, la responsabilidad del paciente por lo que deviene “su” uatamiento. Ante las objeciones que, invocando la eventualidad de au- sencias justificables, se oponen a este criterio, Freud insiste: “Unos Elpago cuantos afios de practicar el psicoandlisis siguiendo estrictamente este principio de exigir a cada enfermo la retribucién correspon- diente ala hora que se le ha sefialado, la utilice 0 no, nos conven- cen decisivamente de la importancia de la psicogenia en la vida cotidiana de los hombres, de la frecuencia de las ‘enfermedades Jo lleva a recomendar al analista tratar los asuntos econémicos con absoluta franqueza, aparténdose de toda neurética duplicidad, falso pudor o hipocresia. Por lo que considera provechoso comunicar al paciente espontdneamente, con toda sinceridad y sin recelo, en ——cudinto se estiman los-““honorarias”: por “el trabajo”. No omite, al pasar, su opinién de que “la baratura de un tratamiento no con- tribuye en modo alguno a hacerlo mds estimable ante los enfer- mos”4, Aborda entonces la cuestién de! tratamiento gratuito, des- cribiendo el sacrificio que la falta de remuneracién impone al ana- lista, las privaciones que le exige y los perjuicios que le acarrea. Aclara también, que “durante diez aftos he dedicado una hora diaria, y en alguna época dos, a tratamientos gratuites, guiado por la idea de eludir todas las fuentes de resistencia posibles y faciti- tarme ast la tarea de penetrar en la esencia de las neurosis”5. Lejos de obtener las ventajas procuradas, no tarda en cons- tatar por el contrario que “el tratamiento gratuito intensifica enor- memente algunas de las resistencias det neurético; por ejemplo, en las mujeres jévenes, la tentacidn integrada en Ia relacién de transferencia, y en los hombres jévenes, la rebeldia contra el de- ber de gratitud, rebeldia procedente del complejo del padre y que constituye uno de las mds graves obstdculos a la influencia tera- péutica. La ausencia de la compensacién que supone el pago de honoraries al médico se hace sentir penosamente al enfermo; la La prictica del psicoanatista relacién entre ambos pierde todo cardcter real, y el paciente queda privado de uno de tos motivos principales para atender a la ter- minacion de la cura”6, El alcance de estas puntuaciones, mas fundamental que lo que se les suele acordar, tiene el valor de ubicar al pago no sim- plemente en el registro de los honorarios que retribuyen una pres- tacién profesional, sino como formando parte ineludible de esa misma prestacién, contribuyendo a su éxito e inclusive a su mis- ma posibilidad. Freud es al respecto categorico: Ia falta de pago afecta la continuidad del tratamiento analftico, su desarrollo y su finalizacién. Se trata en los tres casos de lo que no seria erréneo concep- tualizar como resistencias; pero de las que es necesario percatarse que-no son de la misma fndole; situandose tépica y conceptualmen- te en relacion a distintos érdenes de problemas. La inasistencia a una sesin puede en principio ser entendi- da como una tentativa de silenciamiento de ciertas verdades into- lerables cuya comunicacién es habitual evitar. Por ello, el no re- clamo del pago de la sesién a la que el paciente falta se tora equi- parable a la admisién por parte del analista de un campo de reser- va o discrecién consentida, a la que Freud alude con una met4fora urbana: “Seridlese un lugar con derecho de asilo en una ciudad, y veremos lo que tardan en reunirse en él todos los maleantes por ella dispersos”7. Deviene comparable a la aceptacién de un subur- bio mantenido por fuera del andlisis en el que vendria a alojarse todo lo que no quiere ser expuesto a la luz y ex mantenido en la clandestinidad por el sujeto. Pero lo que més adelante designa explicitamente con el tér- mino de resistencias, pertenece aun orden de situaciones que, como se ve en los mismos ejemptos que propone, va més all4 del regis- tro de lo voluntariamente rechazado como inconfesable por pudor 0 reticencia moral. Apoydndose en su experiencia y refiriéndose a pacientes que El pago Hamativamente caracteriza como jévenes, emplea el término de “tentacién” en el caso de las mujeres, y el de “rebeldfa” para los varones, en relacién a la modalidad que la relacién analitica adopta enel tratamiento gratuito. Expresiones inequivocas a las que Freud recurre para designar una perturbacién, un impasse, que se instala en la transferencia. Y es que en el plano en que ésta se apoya en la demanda, en una demanda inconsciente de amor que se despliega en el ané- lisis, la aceptacién de la atencidn gratuita por parte del analista supone una forma de respuesta a esa demanda que le imprime una inclinacién y la precipita en una orientacién definida. f El tratamiento gratuito constituye, de parte del analista, algo més que una vacilacién de su neutralidad. Instituye una posicién: de entrega y. devocién hacia el paciente y.supone, por lo mismo, un abandono de su neutralidad,de su abstinencia especfficamente analitica, entendida como una suerte de vacfo, de no respuesta, que deberia permitir el “normal” desarrollo de la transferencia. Los ejemplos que Freud da, apuntan a sefialar que ta falta de cobro tiende a ser vivida en los hechos como una confirmacién del amor transferencial, como una respuesta reciproca y concor- dante con ese amor que lo exponen a un reforzamiento y a una in- tensificaci6n. Su efecto es por cierto de resistencia, en tanto el amor de transferencia encuentra para él en la vertiente erdtica su para- digma resistencial. Ai respecto, unos ailos después describe sus ras- gos caracter{sticos: “La paciente, incluso la mds dtictil hasta en- tonces, pierde de repente todo interés por la cura y no quiere ya hablar ni oir hablar mds que de su amor, para el cual demanda correspondencia... aparece absorbida por su enamoramiento...”8 Lo que en la misma perspectiva anota como consecuencias de la gratuidad del lado masculino, indica la idea de la instalacién efectiva de una deuda que reactualiza la que vincula para Freud la relacién del var6n con el padre, con su ambivalencia caracteristi- ca. Algo que no excluye por cierto una erotizacién del vinculo y La prictica del psicoanalista que, por el contrario, a riesgo de retener al sujeto en lo que expe- timenta como la aceptacién de una pasividad sumisa, lo incita a una actitud de oposicion y desaffo. La objecién que Freud plantea en tercer lugar no apunta tanto al desenvolvimiento de la cura como a Ia posibilidad misma de su finalizacién, Estima, en efecto, que la falta de pago elimina uno de los motives principales que empujan al paciente a anhelar la terminacién de la cura. Afirmacién que no puede dejar de ser le{da desde la perépectiva de lo que en Freud puede percibirse como una cierta premura, una especie de apuro en concluir que esta pre- sente de una manera u otra en el relato de todos sus historiales. Si en la practica no es facil verificar esta aprehensién freu- diana que imagina una prolongacién indefinida del tratamiento promovida por su gratuidad, su mencién tiene el mérito de indi- car la existencia cierta de otro tipo de resistencias: aquellas inhe- rentes al propio an y que pueden articularse a la nocién de una nueva satisfaccién que él mismo se demuestra capaz de cngen- drar. Ya sea que se la conciba como vinculada a la repeticién instaurada en la neurosis de transferencia, que se la teorice como fundada en la actividad del bla bla bla y el desciframiento, o que, mas simplemente, se la retacione al beneficio narcicistico que et analizante puede encontrar en una determinada posicién transfe- rencial, su lugar de resistencia se sefiala por el mantenimiento de un cierto statu U quo, una cierta detencién en'la que sujeto se insta- la, de no mediar esta exaccién del pago que lo apremiaria a con- ch Argumentos todos que apuntan aespecificar una demora, una ‘inercia, un impedimento, en el que el progreso de la cura se em- pantana. Sea por instaurar una suerte de permisividad de las ausen- > cias cuya reiteraci6n se facilita en la gratuidad, sea por la erotiza- ci6n de la transferencia que aquella tiende a propiciar, o por lo que Freud considera como ta supresi6n de un estimulo que empujarta 16 o o i El pago al sujeto hacia la conclusién del tratamiento, estas tres observacio- Nes tienen la importancia de situar al pago como interior a la ex- { periencia analitica, constituyendo la afectacién que introduce su { ausencia una suerte de demostracién por el absurdo de esta inte- rioridad. iSignifica esto que Freud concluye en la imposibilidad de un psicoandlisis gratuito? Lejos de ello, expresa implicitamente en el mismo texto el anhelo de extender el tratamiento a aquellos que precisamente no pueden pagar, sin basar esta aspiracién en ningtin supuesto desin- erés por las retribuciones econdmicas: “se puede no compartir la repugnancia ascética al dinero y deplorar, sin embargo, que la terapia analltica resulte casi inasequible a los pobres. Poco tiempo después, en Los caminos de la terapia analtti- ca, retoma explicitamente este deseo, anticipandose premonitoria- mente a lo que luego va a ocurrii Es también de prever que al- guna vez habrd de despertar la conciencia de la sociedad y ad- vertir a ésta que los pobres tienen tanto derecho al auxilio del psicoterapeuta como al del cirujano, y que las neurosis amena- zan tan groseramente la salud del pueblo como ta tuberculosis, no Pudiendo ser tampoco abandonada su terapia a la iniciativa in- dividual. Se creardn entonces instituciones médicas en las que habré analiticos encargados de conservar capaces de resistencia y rendimiento a los hombres que, abandonados a si mismos, se entregarian a la bebida, a las mujeres préximas a derrumbarse bajo el peso de las privaciones y a los niios, cuyo tinice porvenir es la delincuencia o la neurosis. El tratamiento seria naturalmente, gratis. Pasard mucho tiempo hasta que el Estado se dé cuenta de la urgencia de esta obligacién suya”\0. Ratificando su preocupacién en 1930 y a propésito del 10” aniversario del Instituto Psicoanalitico de Berlin, Freud sefiala en primer lugar una de las tres funciones que ha desempejiado este 17 La préctica det psicoanatista Instituto: “... poner nuestra terapia al alcance de aquellas grandes masas de seres humanos que sufren bajo sus neurosis en igual medida que las ricos, pero que no estén en la situacién de poder solventar su tratamiento...”!! Con to que deja indicado que el tratamiento psicoanalitico ue pi léerse como fa con- jonal. En el sentido de que es s6lo a través de esta intervenci6n tercera, encarnada por las instituciones médicas, los dispensarios 0 los institutos psicoanali- ticos, que pueden sino impedirse al menos atenuarse esas pertur- baciones transferenciales que bajo el modo de resistencias algu- Nos afios antes el propio Freud se encargaba de enumerar. Justo es sefialar que si la institucién logra morigerar ciertas consecuencias de.la-gratuidad, lo.hace al precio.de alentarotras ... nuevas, de distinto orden quiz4s, pero que no dejan de afectar la *pureza” que el lazo social analitico intenta preservar. Una de ellas, y no la menor, se desprende del desdibujamiento transferencial que entrafia y la dilucién de la responsabilidad del analista que acarrea en lo que atafie a muchas de las decisiones mayores de un andli- sis, que pasan a reposar entonces en un “criterio” institucional, De hecho, Freud concibe esta ampliacién de los alcances de la terapia analitica a nuevos estratos sociales, como teniendo un efecto de enrarecimiento: “Asimismo, en la aplicacidn popular de nuestros métodos habremos de mezclar quizds el oro puro del andlisis al cobre de la sugestién directa, y también el influjo hip- nético pudiera volver a encontrar aqut un lugar, como en el tra- tamiento de las neurosis de guerra”'2, Algo que, por vislumbrar en la sugestién una alternativa siempre posible a la impurificacién transferencial ligada a la masividad, no podrfa por supuesto ser entendido como una autorizaci6n, llamado 0 condescendencia con ninguna clase de desvfos. Més estrictamente, se lo puede leer como una previsién que se apoya en la evaluacién de las determinacio- nes estructurales que afectan a la transferencia analftica por el 18, Elpago hecho mismo de la presencia institucional. Por el contrario, si hay invocacién, invitacién, 0 apelacién aalgo, es ms bien a la ética que Freud enuncia explicitamente debe guiar esta expansién del psicoandlisis: “...cualquiera sea la estruc- tura y composicion de esta psicoterapia para el pueblo, sus ele- mentos mds importantes y eficaces continuardn siendo, desde lue- g0, los tomados del psicoandlisis propiamente dicho, riguroso y libre de toda tendencia"\3. NOTAS: | En la “Psicopatologte de la vida cotidiana”, analiza los olvidos, lapsus y actos involuntarios que involucran a los asuntos monetarios, situando el fundamento de los comportamientos avaros en la temprana codicia del lactante que ansfa apoderarse de todos los objetos y levarselos a la boca. “Somos mds capaces - dice Freud ratifleando una observacién de Brill-, de perder aqueltas cartas que contienen una cuenta que las que contienen un cheque”. E! momenténeo exira- vio de la billetera de una mujer en et momento de pagar al médico, encuentra cn Ja satisfaccién narcicisia de hacerse atender “por sus bellos ojos”, su motivo y ‘su explicacién. En textos posteriores, la conjuncién de la tacaferfa con otras ras- 40 de cardcter como la tenacidad, el orden, o la limpieza, emparentan ¢! interés or el dinero con el erotismo anal ("Ei carfcter y el erotismo anal”, 1908). La duplicidad por la que las heces constituyen al mismo tiempo el objeto mAs des- preciable y el mds atractivo, marcard para siempre la ambivatencia valorativa det sujetoen sus relaciones con tas cuestiones econdmicas, su pudor y su ambicién (ee as transmutaciones de los instintos y especialmente del erotismo anal”, 2 Freud, S. “La iniciacién de! tratamiento”, 1913, O.C. B.N. Tull, p.430, 3 Ibid. p.431. 4 Ibid. La préctica det psicoanatista 6 Ibid. 7 Ibid. p.433, 8 Freud, S. “Observaciones sobre el amor de transferencia”, 1915. O.C. B.N.T.L .O.C. BLN. Tl, p.431. 10 Freud, $. “Los caminos de la terapia analitica”, 1918. O.C. B.N. T.Il. p.453, 11 Freud, S. Prélogo del folleto “Décimo aniversario del Instituto Psicoanalftico de Bertin”. 1930. O.C. B.N. T.HIT, pp.311-312. 12 Freud, S. “Los caminos de la terapia analitica”, 1918. O.C. B.N., Tl, p.453. 13 Ibid, 20 rdcter francamente erdtico,, El paga Asuntos de dinero La notable vitalidad de nuestra lengua para referirse a las, cuestiones monetarias, se expresa en una inagotable sinonimia. “Plata”, “guita”, “mangos”, “vento”, “tela”, “mosca’, “filo”, cons- que designan la omnipresencia del dinero en la vida s Tonian de una asumida intencion de velamiento. Prodigalidad de ‘éxpresiones que descubren al dinero como objeto simultaneo de una aceptada codicia y un indisimulado pudor, revelando su ca- Ubicado en el eje de los intercambios que regulan el comer- cio y la produccién, el psicoanilisis no tarda en descubrirlo en et centro de la estructura subjetiva; elemento de las equivalencias simbélicas y nicleo, por lo mismo, de lo que no en vano se deno- mina !a““economfa” libidinal del sujeto Tomando en cuenta su valor inconsciente, la recomendacién freudiana de hablar de los asuntos de dinero con absoluta franqueza ~la misma que el paciente deber4 emplear para confesar sus mis dotorosas intimidades-, atiende de entrada aun inconveniente que laclinica verifica pronto como insalvabie: el puro equivalente sim- bélicd del trueque que deberfa facilitar un intercambio contabili- zado con el Otro, le opone, en los hechos, una vigorosa resisten- cia. Inercia inherente a una satisfacciGn que la consideraci6n del cauon Qadoe ai eaboo La practica det psicoanalista Pago como implicando una renuncia pulsional reconoce explici- tamente, y comprueba a menudo cuando esta entrega constituye el limite que un andlisis encuentra para su prosecucién, oe! moti- Vo que se invoca para la postergacién indefinida de su inicio, La introduccién de una retribucién en el campo del psicoa- nlisis responde, por su parte, a razones bien elementales. La in- vencién freudiana de un método terapéutico y una disciplina de investigacién, lo es al mismo tiempo de una profesién. Por lo que el pago, que posibilita el funcionamiento del dispositiva analftico de la asociacién libre y la interpretacién, es concebido en un prin- cipio como exterior a él. Proporcional al tiempo desempefiado y a las necesidades econémicas de quien conduce cl tratamiento, el monte de los honorarios resulta entonces previsiblemente onera- so. Lo que se manifiesta enseguida como una dificultad. Sin em- bargo, laatencién gratuita de “enfermos” que Freud ensaya durante afios, no logra superarla sino al precio de introducir otras nuevas, las que si no atafien de inmediato a la estructura del didlogo analf- tico, afectan a lo que constituye su condicién de posibilidad. Al respecto, Freud es explicito: “El tratamiento gratuito intensifica enormemente algunas de las resistencias del neurdtico;, ‘por ejem- plo, en las mujeres jévenes la tentacién integrada en la relacion de transferencia, y en los hombres jévenes, la rebeldia contra el deber de gratitud, rebeldia procedente del complejo del padre y que constituye uno de los mds graves obstdculos a la influencia terapéutica”™. Desde entonces, la reflexién atinente al Pago en psicoand- lisis queda suspendida a una pregunta previa: {Cudles son los re- sortes, la eficacia, los Ifmites, de una transferencia que no esté mediatizada por el dinero? ¢Constituye esta mediacién una con- dicién sine qua non para la prictica analftica? ‘Cuestiones que es pertinente interrogar désde los dos extre- Mos que constituyen el lazo social analftico. Por una parte, cuando se afirma que el pago del analizante 22 El pago supone una éesi6n de goce; se reconoce en el dinero un elemento que toca a lo real; et qtie introduce en el ensuefio del suceder de las sesiones, en su continuidad, en su rutina, un indice de desper- tar. De alli, el abismo que separa el pago a cargo de un tercero, {el padre de la joven homosexual, el sueldo hospitalario, et reintegro de la obra social), del pago tomado a cuenta propia. Lo que deja intacta la pregunta sobre la raz6n por fa que el analizante se pres- ta, cuando lo hace, a semejante entrega. Si paga “por sus palabras”, ilo hace por las que pronuncia. o preferentemente por las que ca- lla? ;Paga la presencia de una escucha, de una atencién, de un encuentro al que sabe puede volver y recurrir, al que se sabe “obli- gado” a volver a recurrir? ; Recfprocamente -y ambas cosas est4n necesariamente anu- ~-dadas- jes posible para el analista, pagar con “sus palabr fas", con “su persona”, con “lo esencial de su juicio mds intimo’ sin reci- bir a su vez, retribucién econémica alguna? jEs factible en tales condiciones sostener lo que se acepta como el “horror” que supo- he su acto? {No afecta la falta de retribuci6én econémica lo que se ha dado en Hlamar su “neutralidad”? - Convengamos en todo caso que ninguna. consideracion del lugar del dinero en psicoandlisis puede eludir el hecho cierto de a.una l6gica segin la cual no paga sino lo que rec’ ibe, en la exacta medida en que su andlisis le aporta una nueva satisfaccién que empieza a metaforizar la que le proporcionan “naturalmente” sus sfntomas, | | : Si, como fo indica Lacan, no hay regulacién analitica de la transferencia mas que la que se ejerce desde el deseo del psicoa- 23 La prdctica del psicoanalista nalista, es posible verlo operar, como en negativo, precisamente allf donde la falta de dinero lo extingue. ¢ __ Yesque la ausencia de compensacién econémica, por fue- Tade algtin tipo de terceridad -hospitalaria, religiosa, partidista, pero siempre al fin de cuentas institucional- encaminan la trans. j ferencia hacia una doble vertiente que habitualmente se demues- i tra insostenible: la del amor del analista (sustentado en algun bien i 0 en un inquietante interés en el propio caso) o mds radicalmente \ lade su goce (en relacign a la angustia que el andlisis modula, y sin la cual no opera). Sabemos que ambas alternativas, por reins- talar al sujeto en una suerte de dependencia primordial, 0 empu- Jarlo sencillamente a la locura, suelen acarrear consecuencias de- vastadoras?, Si el deseo del analista es-en- tanto taturrdeseoimpuro®, no €stA por ello sujeto a algiin interés del orden de un ideal, mucho menos auna voluntad de satisfaccién. Por el contrario, considerar al dinero en el “interior” de la experiencia analftica, implica la exigencia ética de coordinar su pago a este deseo, apuntando a mantenerlo €n su operatividad. Lo que si por una parte cuestiona Ja existencia previa de “honorarios Profesionales”, demarca, por ls ce 8 necesidad de una perspectiva por la cual al analista se le ste cobra, el no ceder sol i poss 9s el no ceder sobre el deseg en que su posicién U Pero es en otro aspecto del dinero en el que nos querrfamos detener. Denominador comtin de las mercancias, la generalizacion de su funci6n tiende a redoblar la ilusién de universalidad que su conceptualizacién propiamente econémica supone. Cuando la cli- nica ensefia, por el contrario, que las vicisitudes de su articulacién enuna historia -la imposibilidad de ganarlo 0 el poder que confie- 24 El pago reretenerlo, ef no soportar deber, o ahorrar, ef querer pagar de mis, ono pagar...-, se especifican en el lazo social como sintoma sin- gular, condenando las maniobras que lo involucranen la cura aun margen de impredecibilidad. Retomaremos desde esta perspectiva tres recortes clinicos, necesariamente fragmentarios, en los que las cuestiones de dine- ro intervienen de modo inesperado, atin para los propios analistas. Enel primero, en la medida en que participa incatculadamente en el aplacamiento de un episodio delirante. En el segundo, -tomado de un material de supervisién cuya reproduccién fue autorizada- se verifica una modificacin subjetiva que acompajia el pasaje de la atencién institucional a la atencién en privado. La lectura de un material clinico nos permite, en el tercero, detenemos en el exa- memde las razones que impiden la iniciacién de un andlisis. Lo que se hereda no se roba “Lo importante no es tener sino ser tenido".Con esta frase Antonio sintetiza lo que dice haber aprendido en “terapia”, unifi- cando en un s6lo término una multiplicidad de tatamientos man- tenidos con los mis diversos terapeutas a los que consulta inclu- sive en los lugares de veraneo. Un episodio “sobrenatural” ocu- rrido en Corea durante un entrenamiento empresatial, lo ha leva- do a recurrir a ellos, Una noche, un fenémeno “eléctrica” se apo- dera de su cuerpo haciéndole dar brincos y arrojandolo contra las paredes. De alli en mis, y en forma “mégica” y “vertiginosa”, luces y destellos lo guiaran por fas calles de Sedl, y lo llevardn a parti- cipar en forma ruidosa en distintas ceremonias religiosas. Convo- cado por fas autoridades consulares, su hermano lo traeré de re- greso medicado con Halopidol. Una infancia caracterizada por la ausencia de conflictos, la audicién de voces durante el episodio detirante, !a presencia de 25 _.be inst La practica del psicoanalista estribillos en los momentos de desatencién, y la idea de nutrirse de “terapia", me llevan a proponerle verlo cotidianamente a la hora del almuerzo. Extremadamente sensible a lo que pueda aparecer como expresién de un rechazo, mi preocupacién se centraré al comien- zo en ¢stablecer una interlocucién que dé lugar a una alteridad distante de un lazo excesivamente agresivo o libidinal. Licenciado en administracién de empresas y doctorado en comercio internacional, préximo a cumplir cuarenta afios, su vida transcurre entre la casa de sus padres y el clubenel que juegaaltenis con unos chicos de 14 de quienes dice “se aprovechan” de él. Con el tiempo, se precisan las circunstancias de su estadia en Sedl, Becado en Europa por una fundacién internacional reci- cciones de regresar a Buenos Aires para ocupar el lugar de su padre en una empresa fundada por sus abuelos y que Heva el apellido de la familia. Habiéndose Preparado toda la vida para hacerlo, asume como miembro del directorio en momentos en que lu sociedad es sometida a un vaciamiento Por un grupo que con- trola el paquete accionario. Descubre que su padre—del que dice con desprecio que munca le ha hablado—le ha cedido su puesto ante ta inminencia de la quiebra. A poco de entrar, el nuevo grupo le hace fiteralmente el vacio, apoderdndose inclusive de sus ofici- nas. En circunstancias en que seria esperable alguna reaccién de defensa u hostilidad, Antonio, pespiejo, abandona ta empresa y se las ingenia para obtener una nueva beca y realizar el mencionado viaje a Corea, En el momento de {a consulta, la convivencia con sus pa- dres es francamente I(mite: del silencio absoluto a la violencia verbal y a veces fisica, la madre se entromete en sus conyersacio- nes telefGnicas reclamdndole ira trabajar y acus4ndoto de “inuitil” Su exigencia, incolmable, se expresa en contrasentidos que lo pa- ralizan: “el piso no pises”, “comida no comas”, “por teléfono no hables”. De una fortuna considerable, el pago de la cuota del club, y 2h El pago la cobertura médica, constituyen cada mes el desencadenante de feroces discusiones. Lo que decide a Antonio a apoderarse por su cuenta del dinero. La casa se transforma en un laberinto de puertas y de Ila- ves, en el cual Antonio logra, cada tanto, !legar hasta la caja fuer- te en que Ja madre, de una austeridad rayana en la miseria, amon- tona desordenadamente “lo tinica que le interesa”. Pero esa caja no es tan sdlo una fuente de recursos, sino mas bien el lugar donde Antonio, ante la presencia de un Otro sin fa- Nas, se precipita a cavar un agujero en el que alojarse. Asf, cuan- do la gnia se ileva su auto, es desaprobado en un examen o alguien se burla de él, confrontado a una arbitrariedad jnapelable, su im- pulso desconoce el sentido de la oportunidad. Reiteradamente descybierto, el ciclo de cambio de cerraduras y copiado de llaves reproduce, * El deporte, la pintura, la imprecisa descripcién de los inci- dentes de una continua confrontacién con ¢l rechazo del Otro, asi coma la campulsiva rulina de inscribir decenas de sociedades y de marcas, |a tramitacién de innumerables registras de importacién, jalonan las conversaciones det tratamiento. Un tratamiento que, por atra paste, se escande a |o largo de los afios por diversos viajes que realiza en sus prolorigados meses de vacaciones. Perfodos en ios que, como concurre diariamente, y sintiéndome culpable de lo que creo serfa cobrar por nada, decido no exigirle e! pago de los hono- rarios. Lo que se revela pronto un problema. En determinado momento, su mudanza forzada por la ma- dre 4 un departamento en el que vivird solo, se conjuga con la imposibilidad consecuente de tomar dinero de la caja, y con el nacimiento del primer hijo de su hermano. En ese contexto, de viaje th Estados Unicos consu! und consejera terapéutica que se proponé —y logra— hipnotizarlo: durante semanas Antonio “con- versa” y “pasea” ilusoriamente con ella, inmerso en lo que deno- tnina und “sensacion fantdstica™. 27 La prictica del psicoanalista A su regreso manifiesta un enamoramiento sin vacilaciones, y un delirio que toma al inicio ta forma de ligar un cuerpo a un nombre. Se ve flevado a inscribir corporaciones internacionales, registradas como marcas famosas de las que se apropia con vistas a crear un holding empresarial (to hold: sostener), Pero cuando en su didlogo interior decide fijar fecha de casamiento, el padre apa- Tece como un obstéculo insalvable y su muerte deviene una pre- condicién real. Se introduce entonces en su cuarto y le esparce insecticida en la almohada, las pantuflas, ¢l cepillo de dientes. Impermeable a mis reiteradas negativas, los viajes de ida y vuelta a Estados Unidos se suceden. Al cabo de uno de ellos re- gresa en un estado de completo desasosiego. La consejera conyu- gal se ha negado a recibirio derivandoto a un psiquiatra, cuya medicaci6n-no.acepta. Designdndose como-un “robor" que sigue “instrucciones”, est persuadido de que para poder casarse la so Tuci6n es heredar a quien apoda simplemente “a cucaracha”’. En posicién de espectador impotente y constatando con cla- ridad Ia inversin de los efectos de sujeto, pongo como condicién para atenderlo el pago de las sesiones que estuvo ausente durante el ultimo viaje, realizado pese a mi oposicién y fuera del petiodo antes aceptado como de “vacaciones”. Cerrado el acceso a su tin ca fuente de ingresos, y agotada la casi totalidad de sus “ahorros’ esta tentativa de encuadrar la situacién tiene aparentemente un valor limite y sin esperanzas, Sin embargo, la exigencia de pagar precipita una serie de discusiones familiares en las que el hermano desempefia un papel central. Después de algunas entrevistas en las que éste acepta ha- cerse cargo de una parte de ios honorarios “adeudados”, se decide aconducir una suerte de negociacién con los padres. Lo que des- pierta de inmediato ei interés de Antonio. A los pocos meses, la decisién familiar de adjudicarle la administracién del alquiler de dos locales en concepto de adelanto de herencia, le aseguran un ingreso estable y una ocupacién. Responsabilidad que acepta a 28 El pago desgano, y contra la que se rebela, porque lo “obliga” a posponer sus viajes. Deja, no obstante, de hablar de cucarachicidas, convir- tiéndose el atelier de pintura en su principal actividad. Por un tiem- po, al menos, la herencia “adelantada”, da lugar a una muerte del padre en otra parte que en la realidad. La constitucion de “un” tra- tamiento, aceptado como tal por la familia, y el reconocimiento de su pertenencia a un patrimonio, mas all4 del sostén cotidiano, le aseguran un espacio corporal en donde ser tenido. Encuentra al mismo tiempo en la pintura, un Ambito donde operar sobre una mirada cuya emergencia en la forma de luces, destellos o hipno- sis se revela fuente de una tramitacién imposible. ___..No.todo.se.compra_ Hija de quien fue alguna vez, “el rey de la rela”, la relacion de Silvia con el dinero esté marcada por un rasgo de impotencia Bl que fa lleva, por ejemplo, a atenderse en forma semigratuita en una institucién de tipo hospitalario. Fluctuante en sus estados de 4nimo, ha tenido diversas entrevistas con distintos terapeutas cu- yos nombres olvida, sin llegar a interrumpir ningun tratamiento por no haberlo verdaderamente iniciado nunca. Cuando conoce a quien sera su analista, se encuentraen una situacién dramética. A causa de una demora del obstetra en el parto, ha perdido a su bebé, Con ideas de suicidio y Horando de modo permanente, se considera desmedidamente responsable de todo lo ocurrido. Inclusive, de la quiebra que su marido ha tenido hace més de un aio y cuyas consecuencias -juicios, embargos y hasta una denuncia por estafa- estén ain intentando superar. Sus padres, dis- tanciados a causa de esos problemas, no se han dignado a Hlamar- la. ¥ es quizds eso lo que mds le cuesta soportar, “el que sdlo les importe el dinero”. Su padre se oponia a este tercer hijo por considerar que no 29 wu prucuce wet pstcoanausia estaba en condiciones de tenerlo. Ella misma, padeciendo de una malformacién congénita en su mano derecha, temfa que el nifio Presentara alguna enfermedad hereditaria, En los dias Previos, ha vuelto a sentir el terror de su nifiez Por los sanatorios, huella de las maltiples intervenciones quinirgicas a las que fue-sometida., Un apretén de la mano derecha saldard el saludo de despedida de la primera entrevista y la instalacién Por primera vez de una corriente de simpatfa de Silvia por un analista. El tiempo del tratamiento institucional estard marcado por una idealizacién hacia el saber Profesional que le atribuye al ana- lista. En relacién a to cual expresa haber abandonado sus estudios Para casarse, educada en la idea paterna de que “no es buieno que 1a mujer supere en educacién al hombre” {al marido? jal padre?. Lacoincidencia de Hombres entre el analista y un hermana, favore- ce la instalacién de una transferencia tiema y apacible, caracteri- zada tal vez por una excesiva docilidad. Silvia dice querer “todo lo que el dinero puede comprar”. Y ve en ello la raz6n de sus problemas econémicos. Gasta acuen- {a de lo que va a ganar, y termina gastando mas de lo que gana, .£on lo que confirma, el “diagndstico” del padre, La presuntuosa figura de éste ha tenido efectos nefastos sobre sus cuatro hijos. Ni inguno trabaja en su profesién, intentan- do, cada uno por su cuenta, reiniciar ef negocio del padre. Sumer- gidos en los vaivenes de las distintas politicas econdémicas, se ven cada tanto “obligados” a recurrir a él, quien los ayuda no sin antes humillarlos subrayando su inutilidad. Una inutilidad, con la que cree haber combatido, desaconsejando vocaciones, arreglando matri- monios, decidiendo separaciones. Frente a esta persona que todo lo puede y por quien Silvia Feconoce un entrafiable amor, la malformacién aparece como tes- timonio de su Ifmite. Objeto de una profunda vergilenza familiar, Su padre ha gastado enormes sumas en iniitiles operaciones, Vic- tima de igual numero de ilusiones defraudadas, Silvia se propone 30 El pago toda ella como la mano derecha de este padre, que no esconde celar en el marido de su hija al hombre interesado que é1 mismo se en- cargé de comprar. ; ‘Apuntando a dsalienala de su demanda resignada hacia el padre, el analista interviene en la Ifnea del deseo por lo que el di- nero no compra, Lo que pone en serie su mano, el bebe, los estu- dios, pero también el amor de los hijos, la atencién de su marido. Lo.que no deja de tener efectos sobre Silvia, quien progiesivamente recupera el interés por la vida, las cosas del hogar, sus relaciones con los amigos. Avin cuando su situaci6n econémica se mantenga siempre en los limites de la supervivencia, y su discurso gire ob- sesivamente en tomno a fa preocupacién por no gastar. a Por eso, cuando el analista anuncia su partida de la institu cién, el pedido de Silvia de pasar a atenderse con al en privado lo toma por sorpresa. Duda en aceptar, y evaltia la posibilidad de que este pasaje se transforme pronto en otra atestacion de su no poder. Para asegurar el pago, Silvia se decide a realizar ‘ua riguroso s¢- guimiento contable del negocio de su marido. Se ‘cuestiona la abuli- ca espera de los hermanos respecto a la herencia del padre, de cuya fortuna pone en duda no ya la utilidad sino sencillamente su mag- cud. as ‘Si la demanda a un Otro sin falas, amo de sf mismo, no vacila, de la conformidad sumisa Silvia pasa al ataque de sus fal- sos semblantes. Su rebeldfa no exime por supuesto al analista, al que exige resultados, que hable, que parti ipe, criticando’ cada | una de sus intervenciones. El pasaje de Ia institucién a privado preci- pita también ese momento de cierre del inconsciente, que toda apertura al andlisis transita necesariamente y que Freud designa, no sin humor, como “el final de la luna de miei”. 31 La praciica aet psicoanatista La inseguridad social Retomaré en tercer lugar el relato de un fragmento clinico publicado en una coleccién de gran circulacién. La cuestidn del dinero ocupa allf, desde el comienzo hasta el final, un lugar deci- Sivo. La discrecin sobre los datos que pudieran identificar al au- tor responde a la conveniencia de restringir cualquier intencién polémica a las ideas que alli se vierten, més all4 del nombre del analista que las suscribe 0 el de ta publicacisn que las expresa. Se trata de un analista de un pafs europeo al que un psic6- logo extranjero, “miisico compositor de profesién”, se dirige para Continuar su andlisis, iniciado en su pais de origen y proseguido durante doce aftos: 1os seis primeros con alguien que le exige ir més seguido de lo que puede pagar y lo deriva entonces a otro que acep- ta cobrarle menos. A nivel sintomético se describen “las dudas y {a procrastinacién’”, y una insuficiencia caracterizada por un ‘no poder” referido en la actualidad precisamente a dificultades para “ganar dinero”. Sobre todo cuando lo que se describe como una “compulsion” a viajat dos veces por aiio a visitar a sus padres lo conduce a deudas tales que debe trabajar todo el aiio para saldar- | las, Es también por una cuestién de dinero, ligada por lo tanto a Sus lemores y a su virtual no poder, que se especifica la eleccién “ del analista. Se le ha dicho que podrfa atenderlo a través de la se- /guridad social, a lo que el analista accede, no sin antes advertirle { que no serd esa la modalidad definitiva. Las dos primeras entrevistas permiten precisar dos series de ideas en cierto modo convergentes, Por una parte, la fntima con- viccién de B. de que su anélisis no concluiré jamds, ya que nunca dejard de necesitar a un analista. Lo que junto a la partida de su pais, su previo casamiento luego de una infructuosa tentativa de irse a vivir solo, y, agregaremos nosotros, las onerosas visitas bie- nales a sus padres, “testimoniaban de una separacién imposible de realizar", Por la otra, sus dificultades para cobrar encuentran 32 El pago justificacién en su cerrada negativa a lo que estima la exigencia de rebajar el nivel de sus composiciones musicales, siendo conocimiento Ia Gnica retribucién aceptada como merecida; tema que se conecta con su padre, hombre encargado de proveer a las necesidades familiarespara “que nada falte", garantizar los capri- chos de su esposa respecto de su hijo, y de quien B. sefiala no ha- ber recibido nunca un reconocimiento. De allf en més, las entrevistas girardn alrededor de ciertos reclamos sobre 10 que B. denomina el “método” empleado por el analista, y que lo desconcierta: 1) Citado en horarios y dias dife- rentes, “sobre todas las cosas, le resultaba insoportable que lo cortara o lo interrumpiera en algtin punto”, en forma variable, an- tes de que hubiese explicado todo. 2) Se pregunta por ef inicio del tratamiento, reclamando ir al divén, considerando suficientes dos entrevistas “para conocer a alguien”. 3) Se queja de fa falta de “interpretaciones o seftalamientos”, asociando a ellas las “tonte- ras” que le decfa su analista anterior. Enumera no obstante una serie de logros que vincula a esos encuentros. En la séptima entrevista sefiala que, dado que “dia, hora y duracién” varian, lo tinico constante es el momento en que se le da la hoja de la seguridad social. Agrega enseguida que por pri- mera vez se ha decidido a pedir dinero por un trabajo, expresando finalmente que ha pensado en consultar a un psicoanalista que le dé 50 minutos, no sabiendo si podra dejar: “en usted he deposi- tado afectos”. El analista le indica entonces que a partir de ese momento deberd hacerse cargo det pago de las sesiones, poniendo fin al sefialado “ritual” de las hojas de la seguridad social. La siguiente entrevista seré la ltima: B. pide rebaja en el | precio de la sesi6n, e indica que no quiere que un andlisis le cues- te mucho, que quisiera conocerse mejor pero no esti dispuesto a tener que seguir privandose, ni a contraer deudas, teniendo que decidir si proseguird o no. No concurre al préximo encuentro que se le propone ni se tienen desde entonces més noticias de él. 33 La prictica del psicoanalista Llegados a este punto, podriamos tal vez esperar que el comentario del analista se ofrezca a una interrogacién capaz de leer en los resultados el efecto de su intervencién. Se pregunta enton- ces sobre la responsabilidad que te cabe al analista en la cons- tituci6n del sujeto en tanto analizante? &O sobre la conveniencia de una espera que dé lugar a la constraccién de un espacio trans- ferencial? Emprende ms cémodamente el atajo de concluir con la idea con que nos habia introducido al caso, es decir, la compro- bacién de la ausencia de una verdadera demanda de anilisis y de_ un deseo consecuentemente decidido, Lo que se explicita como la i negativa a una puesta en juego del goce y de la dimension de la falta, que et fuera del sentido del sintoma presentifica mas allé de sus efectos estrictamente seménticos, esta entrada en andlisis no hace por otra parte mis que describir los rasgos de estructura de un diagnéstico que no se nombra pero al que no se deja de evocar desde el inicio y al que se recurre a titulo Conclusivo: “el Otro al que B. aspira es un Otro a su medida’, un Otro sin falta, sin deseo, concebido camo un Otro de ta demanda, garante de lo calculable con exactitud. Lo que no podriamos me. Nos que admitir, pero agregando que corresponde efectivamente al analista regular los tiempos de emergencia del afecto que no engaha, a riesgo sino de precipitar sistemdticamente al sujeto en la huida. Algo que una mi in de posibilidad de su métier. De otro modo, {a generalizacién de una justificacién que hace reposar e! impedi- mento en los rasgos caracteristicos de la estructura clinica, con- ducirfa al dudoso beneficio de incluir a la neurosis obsesiva en el ya copioso rango de lo inanalizable. éNo se ve simplemente, que en la decisién del deseo, en su puesta en forma y en su orientacién en el sentido del andlisis, el analista toma necesariamente Parte? {Que no hay naturalmente una relacidn con el inconsciente y con el deseo del Otro sino signada 34 \ La subsiguiente argumentacién de los ineonvenientes-para— El pago por un no querer saber? ¢Que el analizante no es una condicisn na- tural, sino un efecto de produccién del analista? ; Que al responsa- bilizar al sujeto de una suerte de resistencia (;se lo acusaria de cobardia, ignorancia, molicie, ineptitud?) el analista se desentiende de las coordenadas de su acto? El relato del caso nos retiene porque su enunciacién aspira a lo ejemplar y llama asi a una impredecible propagacién, La de Jo que es propuesto sin mayor cuestionamiento como una suerte de “método” de escenificacién del deseo del analista -dimensién que la variaci6n de horarios, dias y duracién de sesiones pondria €n juego- al que una lectura menos contemplativa no vacilaria en poner a cuenta de una arbitrariedad que acarrea en los hechos efec- tos de expulsién. {Cual puede ser ademas el motivo que conduce a un analista-a-alistarse pare reintegro de la seguridad social, cuando esto parece contrariarlo absolutamente?, Si no es indiferente que el sujeto pague o no, el pasaje de una posicién a la otra exige cuando menos una consideracién de | la oportunidad, y de lo que aqui resulta apropiado denominar su | timing. La exigencia de pagar afecta en este caso no s6lo a la tni- a constante que se sostiene por fuera de toda referencia tempo- ral, sino que ataca precisamente el punto en que el sujeto se repre } senta como sufriente, y en el que parece més dispuesto a recono- | Sétse Como sintoma. El rasgo por el que el dinero se vincula a la | espera del reconocimiento de! padre, al que la miisica ha quedado retenida y sin el cual se parece mucho mas a un juego que aun trabajo. La falta de este dinero que no puede ganar de modo sufi- ciente como para que nada falte, aquello a Jo que eto sei tifica en su impotencia, es la condicién inicialmente aceptada que ha impuesto como posibilidad de estas entrevistas y que tal vez hubieran podido conducir a un andlisis. La exigencia precipitada de pago, —homéloga a la prohibicién del sfntoma—, mas alld del rehusamiento a una demanda equivale ai rechazo del sujeto mismo. 35 La préctica del psicoanalista Querriamos finalmente concluir subrayando la paradoja de que el equivalente universal de las mercancfas, capaz de reducir fas cosas del mundo ~y de lo “inmundo”— a su valor de cambio, se demuestra en la clinica renuente a un tratamiento generalizado. Las maniobras que lo afectan en la cura —aumento, reducci6n, sus- pensién de cobro, pase a privado— por estar necesariamente coor- dinadas a la singularidad de cada historia, no pueden, entonces, es- capar a la consideracién légica que rige el andlisis del caso por caso. NOTAS 1. S.Freud. La iniciacién del tratamiento. O.C. B.N, T.ll, Madrid, 1968, pp.431. 2. Entendemos que asf puede ser lefdo el comentario freudiano, antes citado, que feparte los sexas entre los significantes “tentacién” y “rebeldfa”, Este iltimo tér- mino parece perfectamente aplicable al caso del Hombre de los lobos. El don de dinero por parte de Freud a su paciente —mucho més alld de la simple atencién _gratuita— es sefialado por Lacan como uno de los factores desencadenantes del episodio hipocondrfaco-detirante que padece en 1926, La aceptacién de una suma recolectada por un Otro no carente deviene equivalente a la posesiGn sexual por un padre ante el que el sujeto habfa adoptado inconscientemente una posicién femenina, Consultar, por ejemplo “Funcién y campo de ta palabra...” Ecrits, Sevil, pp.311-312. 3. Bl deseo de que el sujeto se analice, orientando este andlisis hacia la obten- cién de “la diferencia absolura”, no es evidentemente un deseo puro, aunque opere en la cura como no identificable. J.A.Millec hace un andlisis minucioso de esta uestign en “El banquet de los analistas”. Leccién del 28/3/1990. Policopiado, 4. En 1958 Lacan subraya no sin ironfa, el nivel de rehusamiento que la posicién del analista entrafa: “Pero incluso esa nada, no la da, y mds vale ast: y por eso esa nada se la pagan, y preferiblemente de manera generosa, para mostrar bien que de otra manera no tendria mucho valor”. “La direccién de la cura”, Escri- tos L, S.XXI, pp.249. 36 En Torno a la M edicacién

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