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Trabajo final: seminario de Derechos Humanos Camila Macagno Texeira

El texto elegido para realizar esta tarea escrita fue “Reflexiones sobre Antropoceno y
colapso” de Luciano Espinosa Rubio. Quizá el justificar mi elección sería una buena
manera de comenzar, aunque quiero extenderme brevemente en esta pequeña
introducción, simplemente para explicitar el estilo de mi trabajo. Éste tendrá un carácter
de meditación, de reflexión, algo así como un discurrir de las ideas en forma coherente,
como un despliegue de lo que el texto me hizo sentir, de cómo jugó y se conjugó con mis
ideas y concepciones previas. Será, a fin de cuentas, un resultado físico de un proceso
mental.
Ahora bien ¿Por qué este texto y no otro? Me gustaría tener una respuesta clara, concisa,
sencilla, pero no la tengo. Quizá fue la curiosidad del concepto “Antropoceno” lo que me
motivó a leer el paper. Quizá fue la incertidumbre que genera siempre la palabra colapso
en un título. O quizá simplemente fue motivo del azar al que me encontraba sujeta en el
momento que me propuse realizar el trabajo. Independientemente del motor que me llevó
a realizar dicha lectura, aquí me encuentro, reflexionando en voz baja, pero en
pensamiento alto sobre lo que, a mi parecer, es la interpelación humana más grande que
nos hemos hecho.
Sin duda que mientras realizaba la lectura me invadía una multiplicidad de sensaciones,
que, probablemente, pueden costar cierto trabajo el ponerlas en palabras. Sin embargo,
están claramente presentes en mi mente: angustia, incomodidad, preocupación, enojo,
tristeza, incertidumbre…
Al parecer todo indica que lo rescatable del texto es una sensación de amargura e
inconformidad, y de hecho lo es, pero cabe hacernos las siguientes preguntas ¿Por qué?
¿Qué tenía ese paper de diferente a otros que he leído anteriormente? La respuesta es más
sencilla de lo que parece: es un cachetazo de realidad, un balde de agua fría directo al
cuerpo que pensábamos, era impermeable. La lectura te muestra de manera cruda y sin
ningún tipo de escrúpulos cómo todo está empeorando, los ecosistemas, la vida animal,
vegetal, el agua, los recursos naturales: la vida en sí misma está condenada a la
autodestrucción. Parece que nos movemos por el principio contrario al de conservación
de la especie, estamos destruyendo las condiciones de posibilidad de reproducción de la
vida en el plantea tierra.
Nos movemos a lo largo de nuestra vida por ideales que, paradójicamente, llevarán
inminentemente a nuestra propia destrucción. No sólo como seres humanos, sino como
seres habitantes de la tierra. La predominancia de valores económicos por sobre lo
humano; la perspectiva y forma de vida capitalista calando hasta en nuestros rincones más
impenetrables; el valor de cambio que cada vez se vuelve más un “valor de cambio en
tanto puedo especular sobre éste”; la competencia entre humanos por habernos hecho
creer que unos somos más dignos, más capaces, mejores que otros; la creciente escasez
de recursos naturales, a la que en las últimas décadas se le añade el agua…
Ahora bien, si esto no basta para sentir aunque sea un poco de angustia o incertidumbre,
quizá lo siguiente sí lo haga. Y es el hecho de que a menos que aparezca mágicamente
una solución que elimine todo el daño infringido hasta ahora hacia nuestro planeta, no
hay alternativa transitable que nos saque de este pozo. Pozo que, efectivamente, hemos
cavado nosotros mismos.
¿A qué, exactamente, me estoy refiriendo con esto? Sencillo: vamos camino a chocarnos
de frente contra un muro, y es muy tarde para cambiar de ruta. Mucho se habla del efecto
que tienen las pequeñas acciones individuales tales como reciclar o separar los residuos.
Pero a los efectos prácticos, el cambio es mínimo. Si realmente se quisiera frenar esta
destrucción global, lo primero que debería hacerse es restringir, eliminar o por lo menos
sancionar de manera eficiente a todas aquellas industrias que se sabe, son nocivas para el
medio ambiente. Y, aún sabiendo las consecuencias que tienen para el ecosistema, no se
han tomado medidas que estén a la altura de la situación, porque, nuevamente, volvemos
a lo mencionado más arriba: nos mueven lógicas que nada tienen que ver con la
conservación de la vida natural, o por lo menos armónica con la naturaleza, sus recursos,
su fauna y flora.
Finalmente, sólo he de concluir con un sabor amargo, un sentido de interpelación pero al
mismo tiempo de tristeza por todo lo que nos rodea y mueve como sociedad, espero quizá
que generaciones a las cuales no conoceré, puedan revertir o aminorar esta destrucción
masiva.

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