Cuando decidiste por fin romper el cascarón vi tu diminuto pico asomarse. El
segundo de tres huevos en romperse. También te vi como crecías junto con tus hermanos. Yo volaba y traía la comida hacia el nido, del que todavía no salían, para sustentar su alimentación. Cuando pasaron los días tus hermanos aprendieron a volar y al poco tiempo abandonaron el nido pero tú no hiciste lo mismo. No aprendiste a volar. Recuerdo que mirabas al cielo y decías emocionado que querías volar más alto de lo que ninguna otra ave había volado en el mundo, pero no aprendiste a volar. Un día, sin previo aviso, con la misma mirada emocionada viendo al cielo caminaste al borde del nido. Me fue imposible detenerte cuando te vi caer del roble que habitábamos. No sé si de esa manera lograste volar más alto que ninguna otra ave, quiero suponer que fue así. Lo que sí sé es que me queda tu recuerdo y que te tengo todo el tiempo presente pues tu recuerdo tampoco ha aprendido a volar.