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SOBRE EL SUJETO DE LA INVESTIGACIÓN


JURÍDICA.
HABILIDADES, FINES Y VIRTUDES

Javier González Reinoza


y Sandra Brandi

SUMARIO: I. Introducción. II. Hacia un concepto de investi-


gación jurídica. La función de la investigación en el campo del
derecho. III. Investigación en las ciencias jurídicas y la filosofía
del derecho. IV. La investigación jurídica como actividad para el
desarrollo y la perfección humana. V. Una noción de virtud. VI.
Las virtudes y habilidades en la investigación jurídica. VII. Con-
clusión.

Resumen: En la investigación podemos determinar tres elemen-


tos importantes: el método, el objeto a investigar y el sujeto in-
vestigador. Aquí se hará énfasis en el elemento subjetivo por ser
determinante, en tal sentido, nos enfocaremos en los aspectos
aptitudinales y virtuosos que debe tener el individuo investiga-
dor. El trabajo consiste en una breve explicación de la importan-
cia del sujeto en la investigación en general y, específicamente,

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en la jurídica. El punto de partida de este ensayo es el concepto


de investigación jurídica, para desembocar en una clarificación
de las virtudes que el sujeto que realiza dicha investigación debe
desarrollar para culminar con éxito un trabajo en el área jurídica.

Palabras clave: Investigador, virtud, aptitudes, investigación ju-


rídica, fines.

Abstract: In every research we can determine three main elements: the


method, the object to be researched and the person who performs the
research. Throughout this document we will emphasize the subjective
element since it’s definitive. As such we will focus in the traits of ap-
titude and virtue the researcher must possess. This paper includes a
brief explanation about the importance of the subject to research as a
whole, and specifically in legal research. The starting point for this
research is the concept of legal research, from which point it moves to
conclude with an explanation of the virtues the subject who performs
said research must develop in order to successfully bring their work to
a conclusion within a legal context.

Key words: Researcher, virtue, aptitudes, legal research, endpoints.

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SOBRE EL SUJETO DE LA INVESTIGACIÓN JURÍDICA. HABILIDADES, FINES Y VIRTUDES

I. INTRODUCCIÓN

El objetivo de este trabajo es sentar las bases para un estudio


más profundo y ambicioso: el ethos del jurista en el campo de la
investigación. En primer término analizaremos brevemente la
idea de investigación en general y la jurídica en particular, re-
saltando sus tres elementos componentes: el método, el objeto
a investigar y el sujeto investigador. Luego por ser determi-
nante se hará énfasis en el elemento subjetivo, en tal sentido,
nos enfocaremos en los aspectos aptitudinales y virtuosos que
debe tener el individuo investigador, a fin de dar una breve
explicación de la importancia del sujeto en la investigación en
general y, específicamente, en la jurídica. Partiremos en este
ensayo del concepto de investigación jurídica, para desembo-
car en una clarificación de las virtudes que el sujeto que realiza
dicha investigación debe desarrollar para alcanzar certeza al
realizar una investigación en el área jurídica. Dejaremos para
un análisis posterior el problema de la verdad o certeza en el
campo del Derecho.

II. HACIA UN CONCEPTO DE INVESTIGACIÓN JURÍDICA.


LA FUNCIÓN DE LA INVESTIGACIÓN EN EL CAMPO
DEL DERECHO

Hablar de investigación es referirse a una búsqueda. La inves-


tigación implica una indagación sobre respuestas a interrogan-
tes de las que no se tienen suficientes construcciones teóricas
o técnicas para tranquilizar al espíritu humano, el cual, por
naturaleza, está sediento de saber. Hay muchas definiciones
de investigación, incluso algunas son contradictorias, pero casi
toda la doctrina se encuentra de acuerdo con que las siguientes
son notas, susceptibles de ser incluidas en una buena defini-
ción:

1. La investigación es una búsqueda. Es altamente repeti-


da la etimología de la palabra investigar como proveniente del
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término latino investigare1 que se refiere a la acción de hacer dili-


gencias para descubrir algo. Esa búsqueda es intencionada y, en
tal sentido, debe ser organizada. Cuando se dice que es inten-
cionada, se debe a que el investigador se plantea el problema y
concentra toda su energía e inteligencia en solucionarlo o darle
respuesta. Por supuesto que muchos descubrimientos han sido
motivados o iniciados por casualidades, pero sin la inteligencia
y las ganas de entender del investigador, no es posible hallar nin-
guna idea importante. Tampoco basta la intención del investi-
gador, es necesaria la organización en su desarrollo práctico y de
eso, precisamente, se encarga la Metodología.2
2. Es una indagación de algo que no se tiene total o parcial-
mente. El punto de partida es una duda, curiosidad o problema.
Obviamente no se inicia una búsqueda de lo que se sabe o lo que
se tiene al alcance de la mano. La duda o curiosidad la convierte,
el investigador, en una pregunta o sistemas de preguntas que
en el proceso de investigación serán respondidas. La finalidad
propia de la investigación es dar respuesta a las preguntas que
se formula el científico. La investigación implica un problema.
3. La investigación es sobre la verdad. El investigador bus-
ca conocimiento verdadero y no puede ser de otra forma, nadie
iniciaría una búsqueda de lo falso y del conocimiento inválido.
4. La investigación es un proceso, no es un solo acto, es una
serie de operaciones lógicamente propuestas y realizadas. Es la
indagación sobre la respuesta a una pregunta, pero no se llega a
ella en forma directa, hay planificación, desarrollo y obtención
de resultados.

1
Exactamente el término investigar proviene del latín in (en) y vestigare (hallar,
inquirir, indagar, seguir vestigios) lo que conduce al concepto más elemental de descu-
brir o averiguar alguna cosa, seguir la huella de algo.
2
La metodología es una rama de la lógica, estudia el método como instrumen-
to para llevar a un buen fin la investigación, sin embargo, no puede ser considerada
como un recetario de fórmulas que indefectiblemente tienen que ser usadas; por tan-
to, no es una ciencia dogmática-creemos no existen las ciencias dogmáticas sino es
una ciencia reflexiva, el investigador se nutre a diario de ella y de sus alternativas. La
metodología logra obtener conocimiento sistemático.

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Según lo anterior, podríamos decir que la investigación es la


búsqueda del conocimiento válido, en forma sistemática, metodológi-
ca e intencional. Ander Egg lo plantea de una forma más clara,
“como un procedimiento reflexivo, sistemático, controlado y
crítico, que permite descubrir nuevos hechos, datos, relaciones
o leyes”3.
Esas notas conceptuales son aplicables absolutamente a
la investigación jurídica. En tal sentido, podríamos decir que la
investigación jurídica es la búsqueda del conocimiento jurídico
válido, en forma sistemática, metodológica e intencional, con el
fin de lograr una comprensión del fenómeno jurídico. También
es un procedimiento reflexivo, (aun cuando sea una investiga-
ción jurídica técnica, pues el jurista debe racionalizar el sentido
y el alcance de las normas jurídicas), sistemático pues debe or-
denar los procesos jurídicos de creación, interpretación y aplica-
ción del derecho, así como los conceptos científicos y filosófico
de la ciencia jurídica.
El abogado es un profesional que tradicionalmente se de-
dica al ejercicio práctico del derecho. Es un perito de las leyes,
que conoce las técnicas de creación, interpretación y aplicación
del derecho. Su trabajo, en líneas generales, consiste en redactar
contratos, entablar demandas civiles y acusaciones penales, así
como evacuar consultas a patrocinados y defender los derechos
de sus clientes, entre otras actividades4.
Es así como, la gran parte de los estudios de un abogado,
en su licenciatura, trascurren en cursos donde la mayoría de los
profesores leen y explican artículos, códigos y reglamentos; en
las más tradicionales escuelas hacen repetir puntualmente con-
ceptos, características y definiciones jurídicas; en el mejor de los
casos, se les permite, a los estudiantes, disertar sobre interpre-
taciones y proponer posturas personales y, excepcionalmente,

3
C.f. Ander-Egg, Ezequiel, Técnicas de Investigación Social, Editora Gráficas
Díaz, S.L., Alicante, 1990, p.9.
4
Por supuesto, todo esto sin desconocer que los abogados también incursionan
en su vida práctica en otras profesiones u oficios como la política, la criminología, la
burocracia administrativa y diplomática, entre otras relevantes, variadas y diversas
actividades, en la que la investigación es también fundamental.

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algunos de los mejores profesores enseñan, además, los concep-


tos a través de sentencias nacionales o haciendo referencias al
derecho comparado.
Como consecuencia de lo anterior, el estudiante siente su
profesión alejada de la investigación jurídica, de ahí su absolu-
to desconocimiento acerca de que todas las actividades arribas
señaladas significan investigaciones. Desde la aparentemente
simple redacción de un contrato hasta cualquier actividad en
un tribunal, debe ser el resultado de una investigación legal, ju-
risprudencial o doctrinal. Por eso, en la mayoría de los planes de
cursos de las escuelas de derecho−en la licenciatura y con mayor
razón en los postgrados−se solicita una tesis o tesina, donde
el estudiante demuestre su aptitud investigativa. Es entonces
cuando, por primera vez, él tropieza con los grandes problemas
metodológicos que la investigación científica del derecho sugie-
re. En conclusión, el estudio de la metodología es fundamental
para toda la vida profesional y académica del jurista.
En la investigación podemos determinar tres elementos
importantes: el método, el objeto a investigar y el sujeto in-
vestigador. Aquí se hará énfasis en el elemento subjetivo por
ser determinante. En tal sentido, se enfocarán los aspectos
aptitudinales y virtuosos que debe tener el individuo inves-
tigador.
La investigación jurídica tiene una doble función en, por
los menos, dos niveles epistemológicos:
(i) La investigación sobre técnica jurídica, la cual consis-
te en la indagación sobre las normas jurídicas vigentes en un
país y un tiempo determinado. El estudio se enfoca en las nor-
mas jurídicas, vale decir, su proceso de creación, interpretación
y aplicación. También trata sobre las formas y mecanismos de
integración a las que debe acudir el juez cuando un caso concre-
to no se encuentra directamente considerado en el supuesto de
hecho de una norma. Desde este punto de vista la investigación
en este nivel es diaria y constante para un jurista en el ejercicio
del derecho.
(ii) La investigación sobre fundamentos jurídicos. Es la in-
vestigación sobre lo fundamental y lo esencial del derecho. Los
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resultados de esta nutren a la técnica del derecho. Es la investi-


gación sobre modelos, paradigmas y principios.

III. INVESTIGACIÓN EN LAS CIENCIAS JURÍDICAS


Y LA FILOSOFÍA DEL DERECHO

Los niveles de la investigación coinciden con los niveles del co-


nocimiento. Recordando la división del conocimiento, de acuer-
do con su objetividad y certeza, lo podemos clasificar en tres
niveles: conocimiento ordinario, conocimiento científico y co-
nocimiento filosófico. En el siguiente cuadro resumiremos las
diferencias que usualmente se explica existen entre el conoci-
miento vulgar y el científico para luego explicar las característi-
cas del conocimiento filosófico.

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El conocimiento filosófico, al igual que el científico, es ra-


cional, sistemático, objetivo, verificable, comunicable claro y
distinto, preciso y lógico, así como también ambos aspiran al
descubrimiento de lo verdadero.
Entonces, ¿en qué se diferencia el conocimiento científico
del filosófico? El mexicano García Maynez explica que la prime-
ra de las diferencias radica en la diversa extensión de los objetos
que estudian. Las ciencias son ensayos de explicación parcial de
lo existente, en tanto que la Filosofía pretende brindarnos una
explicación exhaustiva del mundo, del hombre y de la activi-
dad humana. Aquellas buscan verdades aisladas, en relación con
aspectos especiales de lo real; esta, la verdad completa, el co-
nocimiento último y definitivo, síntesis de todas las verdades.
Ortega y Gasset –continúa Maynez–, al referirse a la especu-
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lación filosófica, afirma que se caracteriza por hallarse dirigida


hacia el establecimiento de la verdad autónoma y pantónoma.
De la verdad autónoma, en cuanto anhela el conocimiento fun-
damental, originario, independiente, en el que todos los demás
conocimientos pueden cimentarse; de la verdad pantónoma,
porque su fin no radica, como el de las ciencias, en adquirir co-
nocimientos fragmentarios, sino una visión omnicomprensiva,
total de cuanto existe. La Filosofía estudia el problema de lo ab-
soluto y el absoluto problema5.
La segunda diferencia consiste en que la ciencia es pura-
mente explicativa o demostrativa, en tanto que la Filosofía va
más allá y se pregunta por lo que debe ser. La actitud del hombre
ante el universo no solo es contemplativa, sino activa. La acción
del hombre, acción inteligente, o conducta, debe tener una tra-
yectoria, un sentido. Pero trayectoria y sentido sólo son posibles
si se admite que el mundo no es únicamente realidad ajena a lo
valioso, sino realidad que vale.
El autor estudiado agrega, al final, un tercer punto en que
la ciencia y la Filosofía difieren: La ciencia estudia únicamente
fenómenos y relaciones, sin inquirir la esencia de lo real, la Fi-
losofía pregunta, además, cuál es el sustratum de lo existente6.
Cuando inquiere la esencia irreductible de todas las cosas, la es-
peculación filosófica recibe el nombre de Metafísica.
La actividad filosófica, hasta donde se conoce, tuvo sus
orígenes en la antigua Grecia. Se dice que el primero en usar la
palabra filosofía fue Pitágoras, sin embargo, Elías Capriles, en
su libro “Individuo, Sociedad y Ecosistema”, recuerda la adver-
tencia de Ángel Cappelletti sobre la posibilidad que haya sido
Heráclito quien utilizó el término filosofía por primera vez7. De
cualquier manera, es lugar común el esclarecimiento etimológi-
co de la palabra filosofía como la composición de dos término

5
Cfr. García Maynez, Eduardo. Introducción al Estudio del Derecho. Porrúa, Mé-
xico, p.67
6
Íbid.
7
Cfr. Capriles, Elías. Individuo Sociedad Ecosistema, Ensayos Sobre Filosofía, Políti-
ca y Mística. Mérida (Venezuela), Consejos de Publicaciones de la Universidad de Los
Andes, 1994, p.48.

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griegos: phileo (amor) y sophia (conocimiento), que significa


amor a la sabiduría.
Aunque no existe una definición de la filosofía en la que
todos los filósofos estén de acuerdo, es cierto que todas las filo-
sofías pretenden dar una explicación fundamental de todo cuan-
to hay. Y si fuese obligatorio dar una definición, se podría citar
la de Aristóteles: “la investigación de toda realidad según sus
primeros principios y últimas causas”. Desde este punto de vista
la filosofía jurídica es una investigación de toda la realidad jurí-
dica, según sus primeros principios y últimas causas, es una in-
vestigación autónoma y pantónoma del fenómeno del derecho.
La investigación iusfilosófica y la estrictamente científi-
ca del derecho son diametralmente distintas. Al considerar los
planteamientos anteriores, se concluye que el investigador debe
planear una estrategia metodológica para cada situación, caso o
tema. No son los mismos recursos ni instrumentos metodológi-
cos para todas las investigaciones en el campo del derecho. Por
ejemplo, no es lo mismo una investigación cualitativa que una
cuantitativa. Así, Guba, –citado por Miguel Martínez Migué-
lez, en su libro Evaluación Cualitativa de Programas–, diferen-
cia al investigador cualitativo del cuantitativo. A continuación,
se hará un resumen de dichas distinciones.
a. Con relación a su base filosófica: el investigador cuanti-
tativo tradicional es un positivista que se ocupa de los hechos
y de las causas de los fenómenos sociales y se desinteresa de los
elementos subjetivos. En cambio, el investigador cualitativo es
un fenomenólogo ocupado en comprender los hechos desde lo
humano, entendiendo la interpretación y la cosmovisión del su-
jeto como elementos de la misma interpretación.
b. Según su paradigma de investigación: el investigador
cuantitativo tradicional tiende a ver el mundo desde una pers-
pectiva causal, entiende que dadas determinadas causas indefec-
tiblemente se producirán ciertos efectos. Por tanto, su estudio
tiene que ver con dicha relación. Su tarea es detectar y aislar las
variables. El investigador cualitativo acepta la subjetividad, los
valores y las expectativas de los sujetos como componentes de
la comprensión. El investigador en el campo del derecho debe
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diseñar su investigación desde una perspectiva clara, única, con-


siderando un paradigma y postura filosófica. Es imposible reali-
zar un trabajo de investigación sin contradicciones, si el inves-
tigador no precisa su postura en las definiciones fundamentales
sobre el derecho.
c. Según sus propósitos: el investigador cuantitativo se pro-
pone, a través del método científico, a verificar hipótesis. Por el
contrario, el investigador cualitativo busca realiza una herme-
néutica de los fenómenos en todos sus contextos.
d. Tienen distintas posturas: el investigador cuantitativo
entiende la realidad con una postura estructurada, centrada en
precedentes causales. En forma distinta, el cualitativo debe te-
ner una visión abierta, en busca de todo, con mente amplia.
e. Y, por último, tienen diseños diferentes. El investigador
cuantitativo diseña su actividad experimental en detalles que
generalmente son poco variables. Los diseños de investigación
cuantitativa deben ser elaborados por el investigador en forma
preestablecida y organizada. En cambio, el investigador cuali-
tativo tiene un diseño más elástico que podría sufrir cambios
según las condiciones cambiantes de los contextos y el inves-
tigador debe comprender la naturaleza flexible de sus diseños8.
La investigación jurídica es predominantemente cualitati-
va y amerita de un investigador que considere las características,
–antes señaladas–, de su labor.

IV. LA INVESTIGACIÓN JURÍDICA COMO ACTIVIDAD


PARA EL DESARROLLO Y LA PERFECCIÓN HUMANA

La ciencia del derecho plantea al investigador, retos de mayor


gravedad ética que cualquier otra ciencia. En ética se discute
mucho sobre la neutralidad de la ciencia. Para algunos, la cien-
cia debe desarrollarse en forma “a-valorativa”, es decir, el rol del
científico es simplemente llegar a resultados indistintamente

8
Cfr. Martínez, Miguel. Evaluación Cualitativa de Programas. México, Trillas,
2007, p. 23 y 24.

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cuáles sean estos y cómo sean usados por el hombre. Pero a sim-
ple vista, esta postura es totalmente equivocada, el científico en
su trabajo constantemente debe evaluar las consecuencias mo-
rales de sus investigaciones y propuestas. Un científico no pue-
de trabajar en investigaciones sobre formas de destrucción del
hombre y la naturaleza con el argumento de que hace ciencia y
de que, como científico, no le corresponde a él la reflexión ética,
sino a quien hace uso del conocimiento que se produjo.
La actividad del científico se dirige al desarrollo de la vida
buena, sobre todo la actividad del científico del derecho. El ju-
rista hace una ciencia para la conservación de la sociedad. Su
trabajo es buscar las herramientas para permitir la protección
del hombre en su dimensión social. Sin el derecho, el ser huma-
no no podría vivir en sociedad. Pero el derecho es tal, en tanto
sea justo. El científico del derecho debe tener presente que su
trabajo es teleológico y sus investigaciones no son “martillazos
a ciegas”, sino que, por el contrario, consiste en descubrir prin-
cipios, técnicas y teorías que permitan lograr los fines máximos
del individuo en sociedad: la justicia, el bien común y la justica.
Por eso, la verdadera investigación científica del derecho es una
investigación filosófica, en el sentido anteriormente explicado,
es decir, que entiende los problemas y las respuestas a esos pro-
blemas en forma pantónoma o universal.
En la misma línea de pensamiento, aquí no solo se habla-
rá de virtudes, como aptitudes o habilidades morales que debe
procurar el investigador, sino también como retos del ser huma-
no que hay detrás de la investigación, que incluyen disposicio-
nes del carácter hacia el bien y la búsqueda de la perfección y
la felicidad del hombre en sociedad. El derecho es un excelente
mecanismo para el refinamiento y la civilización del hombre. A
mayor derecho, mayor civilidad y humanismo, pero, en sentido
contrario, mientras menos desarrollada se encuentre la ciencia
del derecho, habrá más arbitrariedad y anarquía. La ética y las
virtudes éticas jamás podrían estar separadas del ejercicio del
derecho y, mucho menos, de la investigación jurídica.

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V. UNA NOCIÓN DE VIRTUD

Todo valor es un bien9. Así, tenemos dos grandes grupos de bie-


nes o valores: los valores materiales (cuantificables económi-
camente, como el dinero, mercancías, etc.) y los valores espiri-
tuales, que son valiosos en sí mismos, independientemente de
su utilidad, y los cuales, a su vez, se clasifican en: valores éticos
y estéticos. Estos valores se entienden siempre en forma bipo-
lar, es decir, con su opuesto negativo: verdadero-falso, bello-feo,
bueno-malo, sagrado-profano, justo-injusto, etc. El término ne-
gativo constituye un antivalor. Tradicionalmente, los filósofos
han equiparado los valores éticos con las virtudes. No obstante,
se debería considerar, en un sentido más propio, que el valor es
el fin, mientras que la virtud es la constante concreción de la
voluntad de realizar en la acción práctica dicho fin. Desde este
punto de vista, la postura clásica define la virtud como “la per-
fección de una facultad operativa de la inteligencia, de la volun-
tad y de los apetitos”.
Etimológicamente, la palabra virtud deriva del latín ‘vir-
tus’. En griego, se le denomina ‘areté’. En un sentido general, el
término virtud se refiere a cualquier capacidad o excelencia que
pertenezca a cualquier cosa o ser. Los significados específicos de
la palabra virtud se reducen a tres, a saber: 1. Como capacidad
o potencia en general, cualquiera, de un animal, una planta, o
un ente inanimado. En este sentido puede decirse que tal planta
tiene la virtud de curar o que la piedra tiene la virtud de ser muy
dura, por ejemplo. 2. Como capacidad o potencia propia del
ser humano. Así, se llama virtuoso al que posee una habilidad
cualquiera, por ejemplo, en el canto, la música, la carpintería, la
computación, etc. 3. Como capacidad o potencia propia del ser
humano y, en este caso, es de carácter o naturaleza moral10. Pero
debe tratarse de una capacidad uniforme y continuada, pues
un solo acto conforme con la moralidad no hace a una persona

9
Todo valor en sentido positivo, es decir, excluyendo los opuestos negativos.
10
Moliner, María, Diccionario de uso de Español, vol.2 , 2ª ed., Gredos, Madrid,
1998.

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virtuosa. En consecuencia, la virtud es el hábito o disposición


racional constante de la voluntad humana en sus diversas eje-
cutorias.
La virtud, en tanto que concepto axiológico y filosófico,
no logra, en la historia del pensamiento, una definición unáni-
memente compartida. Sin embargo, la concepción griega de vir-
tud es la que más partidarios y menos críticas tiene. El primero
que entendió la importancia del concepto fue Sócrates, quien lo
defendió incansablemente frente a los sofistas.
Platón también desarrolló una muy relevante teoría de la
virtud. Para el maestro de Aristóteles, la virtud es un estado in-
terior, es consecuencia de la armonía de las partes del alma que
deben desarrollar, cada una, su propia función. Platón explicaba
que como la función de un órgano, los ojos, por ejemplo, es la
de ver, y la posibilidad de ver es la virtud propia de los ojos, de
igual manera, el alma tiene sus propias funciones y su capacidad
para cumplir con ellas es la virtud propia del alma11. Según esto,
la parte sensual o corporal del alma corresponde a la virtud de
la moderación, a la parte afectiva, la virtud de la fortaleza, y a la
parte racional, la virtud de la sabiduría. La armonía entre las tres
virtudes desarrolla la virtud suprema que es la justicia.
Aristóteles entendió la virtud en forma general, como una
excelencia añadida a algo como perfección. Se puede distinguir
las virtudes del cuerpo y las del alma. Estas últimas pueden ser o
intelectuales o morales. Aristóteles clasifica la parte racional del
hombre en dos partes: el intelecto y la voluntad; por consiguien-
te, las virtudes pueden ser una disposición al perfeccionamiento
del intelecto o de la voluntad. Ambos tipos de virtudes son fun-
damentales para el investigador. La investigación es la puesta de
la voluntad al servicio del desarrollo del intelecto. Y, sin duda,
para la adquisición del conocimiento científico se necesita de
muchas horas de esfuerzo y de dedicación.
La virtud intelectual es la disposición para la perfección
del entendimiento o razón hacia el conocimiento de la verdad.
Implica un hábito para la satisfacción del deseo e inclinación na-

11
Cf. Platón. Rep.,I,353

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tural del ser humano hacia el saber. Sobre las virtudes morales,
se puede decir que es una disposición para la perfección de la
voluntad. Este hábito consiste en la perfecta y constante actua-
ción de seleccionar el término medio entre el exceso y el defecto
de las pasiones.
En el concepto de virtud de Aristóteles, se encuentra tam-
bién la idea del término medio. La idea del término medio im-
plica que ni en el exceso, ni en el vicio, hay virtud. En el mundo
moral, se predica del término medio en las pasiones, los sen-
timientos y las acciones. Por ejemplo, entre la temeridad y la
cobardía, el término medio es el valor, o entre la intemperancia
o libertinaje y la insensibilidad, la virtud se encontraría en la
fortaleza. Sin embargo, no toda acción ni toda la pasión admite
el término medio, pues son acciones malas “per se”, verbigratia el
homicidio.
Aristóteles resuelve la constante discusión platónica sobre
si la virtud es un don divino o se encuentra en el hombre por na-
turaleza o es posible su aprendizaje, cuando explica que ninguna
virtud (ni las intelectuales, ni las morales) germina en nosotros
naturalmente. Esto quiere decir que se aprende.
Dice Aristóteles que nada, en efecto, de lo que es por natu-
raleza puede, por costumbre, hacerse de otro modo. El estagirita
coloca como ejemplo la piedra, que por su naturaleza es arras-
trada hacia abajo, pero no podría contraer el hábito de moverse
hacia arriba, aunque infinitas veces se quisiera acostumbrarla a
ello lanzándola a lo alto. Por supuesto que el ejemplo propuesto
por él es del mundo de la naturaleza, el cual es diametralmente
diferente al mundo de la cultura, en tanto que este último es
el de lo creado por el ser humano, según su racionalidad y su
libertad.
El ser humano no puede crear virtudes contrarias a su na-
turaleza, pero con esfuerzo puede, a través del hábito, perfeccio-
nar sus capacidades naturales. La virtud es el hábito que hace al
bien bueno y le permite hacer bien su propia tarea12. Se dice que
la virtud es un hábito y, en ese sentido, es una disposición que

12
Cf. Aristóteles ÉT.Nic., II, 6,1106 a 22.

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se puede crear en el ser humano y es consecuencia del ejercicio


y la repetición. Por eso es que una golondrina no hace verano,
porque se necesita la voluntad indefectible del ser humano para
que siempre, en determinada circunstancia, actúe con el empe-
ño de hacer lo que teleológicamente ha de hacer. La virtud es un
esfuerzo y no una cualidad innata o donada.
Más tarde, Tomás de Aquino, en la Suma Teológica, y en
la misma dirección de las anteriores ideas, desarrolló el tema de
la virtud. En efecto en el art. 4 de la q. 55 (I-II) para construir
la definición de virtud utiliza el método dialéctico Aristotélico13;
esto es, por género próximo y diferencia específica14.
Allí manifiesta su predilección por la definición que era
generalmente aceptada entre los escolásticos15. Esta definición,
aunque en sí misma teológica, tiene también validez filosófica,
pues, prescindiendo de su última parte, expresa con precisión
el concepto de virtud con una amplitud tal que las abarca a to-
das (sean infusas o adquiridas –naturales- ) y, además, sigue las
grandes líneas del pensamiento Aristotélico.
Así nos dice: “Virtus est bona qualitas mentis, qua recte vivitur,
qua nemo male utitur, quam Deus in nobis sine nobis operatur”. ¿Y
dónde reside la perfección de esta definición? En que contiene
las cuatro causas de la virtud. En efecto, -la causa formal, (el gé-
nero) en “qualitas” (cualidad). Aunque estaríamos en presencia
del género remoto y ya dijimos que necesitamos el género próxi-
mo. El género próximo sería el “hábito operativo”; –la causa ma-
terial in qua: el sujeto psíquico (sujeto propio) de la virtud es la
“mente” (las facultades intelectivas); la causa material circa quid:
las operaciones y actos humanos; la causa final (objeto general y
fin) es la conducta buena, la rectitud o bondad de la obra.16
Por esto en la definición nos dice que la virtud es cualidad

13
Tópica (I,8,103): “La definición consta del género (próximo) y de las diferencias
(específicas)”.
14
Fijando así la esencia de la virtud, de allí el título de la cuestión 55 de la I-II.
15
Es la definición construída con palabras de San Agustín como se dice en el
Sed Contra de la q. 55, a.4.
16
En los hábitos de conducta el objeto y el fin objetivo coinciden en la obra, en
este caso en la obra buena.

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“qua recte vivitur, qua nemo mala utitur ”(por la que uno vive recta-
mente, de la que nadie usa mal). Causa eficiente: En el caso sería
Dios, si tomamos en cuenta el final del concepto “quam Deus in
nobis sine nobis operatur” (que Dios produce en nosotros, pero sin
nosotros). Aparentemente sólo podría aplicarse a las virtudes
infusas17. Pero el Aquinate aclara que de ninguna manera esta
afirmación implica la exclusión de la cooperación humana, pues
si bien Dios es causa eficiente de la virtud se requiere la libertad
y voluntad humana en orden a la acción 18(causa dispositiva es
Dios en la virtud infusa, en la virtud natural la causa eficiente
próxima es el hombre mismo). Así llegamos a la definición clási-
ca de virtud como hábito operativo bueno19.
Los hábitos se clasifican en entitativos y operativos. El há-
bito es operativo cuando el sujeto del hábito es una facultad, en
ese caso la dispone modificando su dinamismo interno (quoad
operari)20.Los hábitos operativos (que son los que nos interesan
en esta reflexión) se encuentran, como en su sujeto inmediato,
en las facultades del alma: inteligencia, voluntad y facultades
sensibles, en tanto imperadas por aquéllas.
Sólo las facultades espirituales tienen en sí mismas cierta
indeterminación con relación a su objeto para poder ser perfec-
cionada en su actividad. Así, la voluntad está determinada al bien
en general pero indeterminada respecto a qué bien. La inteligen-
cia está determinada al ser y la verdad pero indeterminada en
relación a qué ser o verdad será objeto de su operación propia21.
Las potencias sensitivas no tienen hábitos “per se”, los tie-
nen en la medida en que son utilizados por la inteligencia y la
voluntad. No debemos olvidar que el hábito está referido a la ac-
tividad propia de la facultad. Así el cuerpo (nuestra materia) no
adquiere hábitos operativos. Las potencias sensitivas obedecen

17
Hábitos sobrenaturales que se adquieren por infusión divina (p.e. la fe) Royo
Marín, op. cit., en Bibl. p. 179.
18
Cfr. q. 55 a. 4 c.
19
Este tema se trata en la I-II q. 49 a 55 inclusive.
20
Cfr. S Th I-II q. 55 a.2 c. y q. 49 a.1,2,y,3 y Aristóteles Praedicamenta 8,8b 26
y ss.
21
Cfr. I-II q. 50 a. 1 y 2; q. 49, a. 4 c. y ad 1 y 2.

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órdenes, en relación a su subordinación a la razón podrían adqui-


rir hábitos y serían así “racionales” sólo por participación. Las fa-
cultades sensitivas se “impregnarían” de espiritualidad en razón
de esta obediencia.22 Según Tomás de Aquino los hábitos pueden
originarse en Dios, en la naturaleza y en la repetición de actos.23
En este caso nos interesan los que se originan en la repetición
de actos y que se denominan “adquiridos”24 y que se vinculan al
desarrollo de la inteligencia, los cuales denomina “opinativos”, en
cuanto desarrollan el intelecto posible en general y “de la razón
práctica” que desarrollan el conocimiento práctico.25.
Las virtudes que tienen como sujeto la inteligencia son
intelectuales y se subdividen en virtudes del intelecto especu-
lativo (aquel que tiene por objeto el conocimiento de la verdad
de manera desinteresada y sin objetivo ulterior) y virtudes del
intelecto práctico (su objeto es la dirección de la acción).26
Son virtudes del intelecto especulativo el intellectus, la sa-
biduría y la ciencia27. Aquí inteligencia no se refiere a la facultad
sino al hábito de dicha facultad (como “habitus principiorum”, es
el “intellectus” o “nous”); ciencia designa a la disposición intelec-
tual del sabio que tiene por objeto lo universal y necesario (hábi-
tus especulativo); y sabiduría como cualidad del espíritu respecto
del ser y sus principios. Son virtudes del intelecto práctico el arte
y la prudencia28 (que analizaremos brevemente más adelante).

22
Cfr. I-II q. 50 a. 1 c., 3 c y ad 1 y 3.
23
Si bien las virtudes intelectuales y morales poseen aptitudes o incoaciones
naturales no significa esto que constituyan la virtud en sentido propio ni que sean
suficientes para alcanzar la virtud plena y perfecta, es por esto que Tomás analiza el
tema de la generación de los hábitos en la Suma y en De virtutibus in communi a. 9 (ad
II). Ver también S Th II-II q. 24 a. 6 ad 2; I-II q. 51 a. 4 c.
24
I-II q. 51 a. 4. I-II q. 51 a. 4.
25
De todos modos es posible que existan habitos naturales incoados en las po-
tencias cognoscitivas pero no son los que nos interesan en el caso de la investigación.
Para estudiar este tema con mayor profundidad. Ver Brandi de Portorrico, S. Sobre la
Prudencia Jurídica, en prensa.
26
Cfr. S. Th I-II q. 57 , 1 ad 1, De Virtutibus in communi, q. I a. XII, c, entre otros.
27
Cfr. S. Th I-II q. 57 a. 2, De Virtutibus in communi q. I a. 12 y Aristóteles, Ética
Nicomaquea, 1139 b 17-18.
28
Cfr. S. Th I-II q. 57 a 3 y a 4.

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Tanto los principios (sindéresis) como la ciencia (Ética) pueden


extenderse formalmente a la acción, y ser así, también prácticos.
Las virtudes morales tienen como sujeto psíquico el apeti-
to tanto superior (voluntad) como inferior (concupiscible e iras-
cible), en cuanto al objeto material (materiam “circa quam”) cada
virtud moral tendrá como materia diferentes pasiones de dife-
rentes apetitos y diferentes operaciones. El objeto formal de las
virtudes morales, en cuanto objeto de una virtud apetitiva, es
aquello que se presenta bajo la razón formal de bondad moral29
desde el punto de vista de apetecible y ejecutable. Siguiendo la
concepción Aristotélica de denominar virtudes tanto a los hábi-
tos intelectuales como a los morales30 se puede hablar de virtud
en dos sentidos: en sentido impropio, amplio, por analogía; y en
sentido estricto.
Conforme al primer sentido, llamamos virtud, a aquel há-
bito perfectivo, que asegura a quien lo posee la capacidad ó fa-
cultad de obrar el bien (facultas ad bonum actum) conforme al
objeto de la virtud correspondiente. Así dice Tomás “que por el
hábito de la gramática tiene el hombre la capacidad de hablar co-
rrectamente. Sin embargo, la gramática no hace que el hombre
hable siempre correctamente, puesto que un gramático puede
decir barbarismos o solecismos”31 y considera dentro de este gru-
po a las virtudes intelectuales.
En este sentido estas virtudes nos brindan la posibilidad de
realizar el bien, el acto bueno; pero no nos hacen obrar efectiva-
mente bien, no nos mueven a la conducta buena32, es decir son
virtudes materialmente, como se explicará.
Más si tomamos el término virtud, en su segunda acep-
ción, es decir en su sentido más propio y pleno (virtud per-

29
Cfr. II-II q. 47 a. 5 ad 3.
30
Virtudes “dianoéticas” y virtudes “éticas” en relación a la división que hace
del alma. Cfr. Aristóteles, Etica Nicomaquea, I, 13, 1102 a y b.
31
I-II q. 56 a. 3 c, cuando explica la primera manera en que un hábito se ordena
al acto bueno.
32
Esto, en principio, ya que el Aquinate luego afirma que si el entendimiento
se somete a la voluntad, convirtiéndose la voluntad en director de ella, dando a esta
potencia valor virtuoso perfecto al actuar. Cfr. S. Th. I-II q. 56 a.3 c,q. 57 a.3 c.

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fecta o en sentido “simpliciter ” en el orden natural33), ella


no solo brinda la capacidad de obrar bien, sino que asegura
el recto uso de tal capacidad34, es decir la ordenación al bien
se da formalmente (“formaliter ”), como bien y no como algo
que queda comprendido en él, como puede decirse de lo ver-
dadero que sería objeto de la virtud materialmente (“mate-
rialiter ”) .
Tales son las virtudes morales, así, “la justicia da al hombre
no solo la pronta voluntad para obrar lo justo, sino que también
le hace obrar justamente”35. Atribuimos la justicia en éste caso,
no solo a aquel que posee ésta capacidad en potencia, sino a
aquel que actúa conforme a ella, pero no de cualquier manera,
sino de una manera fácil y estable. Esta es la razón por la cual
éste hombre podrá ser llamado justo absolutamente. “Y pues-
to que éstas virtudes hacen obran bien en acto y no solamente
confieren la capacidad de obrar”, tienen que residir en una po-
tencia que mueva a obrar, tal la voluntad, o en otra potencia en
cuanto movida por la voluntad, como dice el Aquinate “el sujeto
de la virtud “secundum quid” puede ser la inteligencia práctica
o especulativa, mientras que el sujeto de la virtud pura y simple
no puede ser más que la voluntad o una facultad movida por la
voluntad, pues el hombre no hace el bien, sino en la medida que
tiene buena voluntad”36.
Esta idea está en línea con la causa final de la virtud. En
efecto cuando Tomás dice: ”Puede uno hacer mal uso de la vir-
tud, considerada como objeto; por ejemplo, cuando respecto de
ella tiene malos sentimientos, al odiarla o enorgullecerse de ella;

33
Tomás de Aquino, De virtutibus in communi, q. I. a. VII. En este artículo Tomás
demuestra que tanto los hábitos del intelecto práctico como los hábitos del intelecto
especulativo son virtudes por su propia naturaleza, pues se ordenan al bien, aunque
de modo diverso, esto es, unas formalmente y otras materialmente, como se explica
a lo largo del presente tema.
34
Cfr. S Th I-II q. 56 a. 3 c, cuando explica la segunda manera en que un hábito
se ordena al acto bueno.
35
Ibid.
36
S Th I-II q. 56 a. 3 c. El subrayado nos pertenece. También In V Meth, a. 3 c.
en lo relativo a la “buena voluntad” como parte de la virtud.

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pero, tomada como principio, nadie puede hacer mal uso de la


virtud de tal manera que el acto de virtud venga a ser malo”37
Esta idea es válida tanto para las virtudes intelectuales como
morales pues incluye la bondad y rectitud de acción en el orden
particular de cada potencia38. Debemos aclarar que esta idea no
se contradice con lo que afirmáramos más arriba al hablar de la
virtud en sentido impropio incluyendo en ellas a las virtudes in-
telectuales, pues el Aquinate luego de afirmar que las virtudes
intelectuales son virtudes en sentido impropio (considerando el
entendimiento absolutamente) aclara que, si el entendimiento se
somete a la voluntad, convirtiéndose la voluntad en director de
ella, le da a esta potencia valor virtuoso perfecto al actuar39.
En síntesis: en principio las virtudes intelectuales son vir-
tudes en sentido amplio, impropio; sólo las virtudes morales son
virtudes en sentido estricto (en el orden natural) pues su sujeto
es el apetito que mueve al obrar; pero las virtudes intelectuales
pueden convertirse en virtudes en sentido pleno, perfecto, cuan-
do el entendimiento se somete a la voluntad.
Podemos enfocar ahora nuestra atención en las virtudes
morales en orden a nuestro objeto de análisis. En la Suma Teológi-
ca, dentro del “Tratado de las Virtudes”, Tomás de Aquino en la
cuestión 61 de la I-II se ocupa de las virtudes cardinales y, en el
artículo 1, plantea “Si las virtudes morales deben llamarse virtu-
des cardinales o principales”. En el Sed contra, utiliza como ar-
gumento la autoridad de Ambrosio de Milán citando lo que éste
dice en su “Comentario sobre el Evangelio de San Lucas”40 cuando
explica las palabras del Evangelista sobre la frase: “Bienaventu-
rados los pobres de espíritu”. “Sabemos que hay cuatro virtudes
cardinales que son: templanza, justicia, prudencia y fortaleza.
Pero éstas son virtudes morales. Luego las virtudes morales son
virtudes cardinales.”

37
S Th I-II. q-55. a.4 ad 5. El subrayado nos pertenece.
38
Cfr. De virtutis in communi a.2 respondeo, y particularmente su conclusión
al final.
39
Cfr. S Th I-II q. 56 a.3 c.
40
Libro 5, Super Lucam, 6,20.

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En el mismo adjetivo “cardinal” encontramos las razones


de la calificación. En efecto, la etimología de “cardinal” (de car-
dinalis ) que significa gozne o quicio de la puerta41, nos lleva a
verlas como virtudes que son el eje sobre el que gira toda la vida
moral.
Y son cuatro, sea que partamos de sus principios formales
o de los sujetos en que se encuentran, nos explica Tomás42. En
efecto, en cuanto al principio formal, el bien de la razón, éste
puede considerarse de dos modos: primero en sí misma: así la
prudencia que nos permite realizar una valoración racional del
bien al cual se tiende y encontrar el justo medio de razón en la
acción a seguir; segundo: en cuanto la razón impone su orden: si
ésta ordenación se refiere a las operaciones será la justicia quien
nos lleve a mantener rectitud en el “reparto” ó “atribución” de
bienes dando a “cada uno lo suyo” o mejor, nos permite una rec-
titud “secundum rationem debiti ad alterum”43; si la ordenación a la
que nos referimos es sobre las pasiones la resistencia a la ordena-
ción de la razón será en dos sentidos diferentes: en primer lugar,
cuando la pasión quiere forzarme a realizar algo contrario a la
razón, en ese caso la fortaleza dará firmeza al alma a fin de fre-
nar la violencia de nuestras pasiones que buscan apartarnos de
nuestro deber, superando así toda dificultad; en segundo lugar,
cuando la pasión me dificulta seguir el dictamen de la razón será
la templanza quien traerá moderación y orden en los deseos que
nos apartan del bien y nos arrastran al mal. Y, por otra parte, si
partimos de los sujetos –explica el Aquinate– será la prudencia
cuando el sujeto de la virtud es la razón por esencia; y si el sujeto
es la razón por participación, se dividirá en tres: “la voluntad,
sujeto de la justicia; el apetito concupiscible, sujeto de la tem-
plaza y el irascible, sujeto de la fortaleza”44. Por lo ya expuesto, se
diferencian, asimismo, por la diversidad de sus objetos.45

41
Macchi, Diccionario Latín-Español, Español-Latín, p. 75. Cardinalis, cardinale
y éste de cardo, cardinis, quicio o gozne de la puerta.
42
Cfr. S Th I-II, q. 61 a. 3 y también en el a. 4.
43
Cfr. S Th I-II, 61, 3.
44
Cfr. S Th I-II 61,2 r.
45
Ibid. I-II 61, 4.

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Alrededor de estas cuatro girarán todas las demás que rea-


lizarán lo propio de cada una de ellas en menor grado.
Como vemos, Tomás de Aquino demostró que todas las
virtudes éticas se reducen a las cuatro mencionadas por Platón
(prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y que son cardinales
o principales porque solo ellas exigen la disciplina de los deseos
(rectitud de los apetitos), en donde reside la virtud perfecta. Se-
ría muy difícil disertar en este breve ensayo sobre todas las cla-
sificaciones de las virtudes y el problema de su jerarquía, pero
mencionaremos la relevancia que tiene para un investigador el
hábito de las virtudes cardinales.
No podemos dejar de mencionar que Kant y Rousseau ha-
cen propia la noción de virtud como la disposición al esfuerzo y
al trabajo. Explicaba, el segundo, que “No hay felicidad sin for-
taleza, ni virtud sin lucha: la palabra virtud resulta de la misma
fuerza; la fuerza es la base de toda virtud. La virtud pertenece
solo a los seres débiles de naturaleza, pero fuertes de voluntad;
por esto, precisamente, honramos al hombre justo y por esto,
aun atribuyendo a Dios la bondad, no lo denominamos virtuo-
so, porque sus buenas obras son cumplidas por él sin esfuerzo al-
guno46” En la investigación, es básica la constancia y el esfuerzo,
pues gracias a ellos los científicos y filósofos han podido probar
sus teorías y, finalmente, obtener los resultados buscados.
La investigación en un hábito diario y constante. Quien
realiza una investigación debe ser constante en la búsqueda y en
la indagación. Es fundamental que se piense en su teoría en todo
momento. Debe haber una compenetración del investigador con
el tema. Así, los grandes descubrimientos hechos por científi-
cos y filósofos, quienes muchas veces fracasaron en los primeros
intentos por demostrar sus teorías y resolver sus problemas de
investigación, gracias a la constancia y a dedicación, llegaron a
descubrir sus errores metodológicos y obtuvieron finalmente los
resultados.

46
Cfr. Rousseau, Émile, V, citado por Abbagnano, Nicola, Diccionario de Filoso-
fía. México, Fondo de Cultura Económica, 1974, p. 345.

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VI. LAS VIRTUDES Y HABILIDADES EN LA INVESTIGACIÓN JURÍDICA

El sujeto investigador es el individuo que desarrolla la investi-


gación colocando todo su potencial, inteligencia y esfuerzo para
el estudio y la comprensión del objeto de estudio, constituido
por los fenómenos o procesos naturales o sociales que investiga,
utilizando técnicas o métodos para su entendimiento cabal. El
investigador jurídico asume distintas responsabilidades y carac-
terísticas, dependiendo del rol desde el cual realiza la investi-
gación, pues es distinta la finalidad de la investigación de un
docente a la del juez o el abogado del ejercicio. Sin embargo,
en líneas generales, todos los investigadores deben trabajar en
desarrollar las llamadas virtudes cardinales:

A. La prudencia

Se dice que la prudencia es madre de todas las virtudes cardina-


les, puesto que es el fundamento y el resumen de las otras. Una
vez que se conjugue la justicia, la fortaleza y la templanza se
podría decir que se ha llegado a la prudencia y, a su vez, las an-
teriores virtudes presuponen la prudencia. Josef Pieper pregunta
¿qué significa, pues, la supremacía de la prudencia? y alega qué
quiere decir que la realización del bien exige un conocimiento
de la verdad, quien ignora cómo son y están verdaderamente las
cosas no puede obrar bien, pues el bien es lo que está conforme
a la realidad47.
La objetividad es presupuesto de la prudencia. Quien tiene
una visión parcializada de la realidad o ideologizada no actúa
conforme a esta virtud. Por eso, según la explicación anterior
sobre la importancia del conocimiento pantónomo, como un
conocimiento universal y que no ve el mundo desde sus cau-
sas próximas ni de forma fragmentada, también la prudencia
se logra con una visión filosófica de la vida y de la realidad que
existe. La investigación en el campo del derecho debe ir más allá

47
Pieper, Josef, Las virtudes fundamentales, Madrid, Ediciones Rialp, S.A, 1976,
p. 54.

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de una investigación exclusivamente sobre la norma positiva.


La compresión del derecho, en su exacta magnitud, implica una
investigación desde la virtud de la prudencia, obteniendo una
visión objetiva de la realidad jurídica. La realidad jurídica en to-
das sus dimensiones, tanto normativa como axiológica y social.
La investigación, en el campo del derecho, debe estar guia-
da a descubrir las fundamentaciones teóricas de las institucio-
nes, categorías y conceptos jurídicos. Pero esas fundamentacio-
nes tienen que estar conforme a la verdad y a la realidad. La
prudencia en el derecho es lo que es conforme a la realidad del
derecho, es decir, si no existe una conformidad del conocimiento
que se tiene sobre la realidad del derecho con dicha realidad, no
habrá prudencia jurídica.
El ya citado Josef Pieper, al examinar la prudencia como
conocimiento, explica que en su condición de recta disposición
de la razón práctica, la prudencia ostenta, como dicha razón,
una doble faz. Es cognitiva e imperativa. Aprehende la realidad
para luego, a su vez, ordenar el querer y el obrar.48 Esto quiere
decir que la prudencia no es conocimiento meramente infor-
mativo, es un saber sobre la realidad que inmediatamente debe
consumarse en acciones humanas. Exactamente las característi-
cas de ser cognitiva e imperativa son compartidas con el saber
jurídico. La ciencia del derecho no se queda en especulaciones
jurídicas teóricas, sino que tiene la propiedad de convertirse en
normas o principios que deben ser aplicados en la realidad por
los jueces y los operadores de justicia. La prudencia del derecho,
es decir, la jurisprudencia49 es un conocimiento que aspira a regir
las acciones humanas y no a quedarse en la especulación teórica.
La virtud de la prudencia es la virtud del investigador del
derecho, por excelencia, pero también lo es del jurista, en ge-
neral. Quienes ejercen como operadores de justicia, como los
jueces, fiscales, procuradores y, en mayor número, los aboga-

Ibidem, p. 100.
48

El término jurisprudencia proviene de dos palabras latinas: ius que es dere-


49

cho lícito y prudencia que es un saber de la realidad que no es una técnica ni tampoco
arte, pero es un conocimiento práctico, fundamentado y objetivo.

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dos, deben tener un conocimiento prudente del derecho, el cual


implica, por un lado, la indagación fundamental sobre la com-
prensión de las esencias del derecho, pero también, por el otro,
la aplicación práctica justa y correcta de la misma. La mecánica
formal de esa trasformación del conocimiento teórico verdadero
a conducta prudente pasa por tres etapas: deliberación, juicio e
imperio. La prudencia se mide por el imperio porque es el con-
cretar y el hacer. Desarrollaremos un poco más detalladamente
estas ideas.
En los artículos 8 y 9 de la q. 47 (II-II) de la Suma Teológica
Tomás de Aquino establece que el acto propio y principal de la
prudencia es el acto preceptivo (praecipere) o acto de imperio y
que el acto secundario es la solicitud o diligencia (sollicitudo) así
explica que en la prudencia “debemos ver tres actos: en primer
lugar, el consejo50, al que pertenece la invención51, puesto que,
aconsejar es indagar52; el segundo es juzgar los medios hallados53.
Ahí termina la razón especulativa54. Pero la razón práctica, or-
denadora de la acción, procede ulteriormente con el tercer acto,
que es el imperio o precepto, consistente en aplicar a la opera-
ción esos consejos y juicios”55. Se hace necesario analizar breve-
mente el acto de imperio.
Ya se dijo que el acto de imperio lleva a la acción los conse-
jos y juicios (actos previos deliberativos), así “El acto de imperio

50
Se refiere al “Consilium”, paso 5 del análisis de la estructura de los actos hu-
manos.
51
Sería el discurso dialéctico.
52
Se refiere a I-II, q. 14 a.1.
53
Se refiere al “Iudicium discretivum”, paso 7 de la estructura de los actos hu-
manos. Es la ponderación, o sea, el juicio del medio en cuanto medio y del juicio de
preferencia; esta ponderación es práctica. Respecto de los medios se dan tres juicios:
1)que el medio sea apto para el fin propuesto; 2)el consenso, que es una estimación,
valoración o juicio de preferencia que funda la elección . La preferencia y la elección
son actos simultáneos que se corresponden y funcionan al modo de la materia y for-
ma y; 3) El acto de imperio.
54
Recordemos que el único fin de la razón especulativa es “saber qué es”. Aquí
nos referimos a que en cuanto juzga una cosa tiene razón de especulativa, en cuanto
juzga acerca de la acción misma es enteramente práctica. No debemos olvidar que la
razón práctica es la razón de lo agible.
55
II-II q. 47 a. 8 r. En el mismo sentido I-II q. 57 a 6 c.

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se extiende a conseguir los bienes y evitar los males56”. Mas no


abandonamos la deliberación para adentrarnos con exclusividad
en el campo de la voluntad, hay una relación ordenada de ambas
potencias, como dice el Doctor Común “Mover absolutamente
pertenece a la voluntad. Pero imperar implica moción ordenada,
que es acto de la razón” 57 remitiéndonos luego a la I-II q. 17 58.
Dentro de la economía del acto humano solo diremos que la
elección de los medios precede a la ejecución es el acto de impe-
rio (imperium).
En efecto, bajo el influjo de la determinación de la elección
realizada por la voluntad, el entendimiento “impera” la ejecu-
ción, es decir, ordena, dispone de una manera eficaz la serie de
operaciones necesarias tendientes a alcanzar el fin particular per-
seguido. El imperium es una actividad intelectual que se ocupa de
prever y relacionar, ordenar interiormente la serie de actos que
deben ser ejecutados en orden al fin59. En cuanto al concretar y el
hacer al que hacíamos referencia más arriba debemos aclarar que
al acto de imperio sigue inmediatamente un acto de la voluntad
que hace ejecutar los actos seleccionados, usando activamente
las facultades. En efecto “... finalmente, la voluntad procede al
uso, ejecutando el mandato de la razón”60, es la “chresis” que en
Aristóteles es la operación voluntaria perfecta o el uso activo de la
voluntad. El uso activo es acto de la voluntad que mueve y aplica
las demás facultades a la acción.
Así se utilizará la vista si se trata de distinguir colores, o la
movilidad si es necesario ejecutar movimientos, la inteligencia
para resolver una ecuación, la imaginación para contar un mito.
Las facultades que deben intervenir en el caso concreto, movidas
ya por la voluntad, actúan según su naturaleza. En Aristóteles

II-II q. 47 a.8 ad.1.


56

II-II q. 47 a. 8 ad.3.
57

58
Para un análisis detallado de la cuestión 17 ver el ensayo respectivo en Brandi
de Portorrico, S. Aproximaciones a la Moral y el Derecho, Bs. As., ed. El Hornero, 2007.
Respecto del análisis del acto humano y la ubicación dentro del mismo del acto de
imperio ver Brandi Sobre la Prudencia Jurídica, en prensa.
59
I-II, q. 17, a. 1, c. y ad 1 y 2.
60
I-II q. 17 a. 3 ad 1 (in fine).

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el uso pasivo es la práxis, la ejecución, acción humana propia-


mente tal61. Es la ejecución62 confiada a las demás potencias 63
las cuales se prestan más o menos dócilmente a ese uso que se
hace de ellas. La ejecución, en la investigación, se concreta por
la actividad propia de las potencias cognoscitivas superiores (in-
teligencia). “Los actos de la voluntad no son con propiedad
ejecutores ni consiguen el fin. Sólo en el ejercicio de los actos
interiores”64. Actuarán así las virtudes morales movilizadoras del
sujeto y éste procederá conforme lo ordenado por el imperio.
Por el contrario, cuando el investigador, en nuestro caso, deli-
bera pero no es capaz de concretar y hacer los actos de estudio
e indagación, por ejemplo, quedarán imperfectos y truncados
y no se procederá al cumplimiento de la tarea intelectual, sino
que la voluntad se replegará sobre sus propios actos interiores:
delectatio morosa, desiderium, gaudium; y el sujeto no alcanzará
la delectación perfecta o fruitio , que provoca en el agente no
solo el reposo final de la voluntad sino la satisfacción de la tarea
bien realizada. La fruitio o disfrute se produce por la obtención
del bien querido, se alcanza el fin deseado. Tomás de Aquino la
explica diciendo que es el “amor y deleite que uno experimenta en lo
último a que aspiraba, cual es el fin”65.
El prudente no es el que sólo piensa, sino es el que actúa.
De nada sirve si un investigador organiza y planifica su inves-
tigación, si no actúa en su desarrollo y concreción. Por ejemplo,
cuando el proceso de investigación termina en una tesis solo “se
puede culminar cuando se comienza”, aunque lo anterior parez-
ca un galimatías. Esto quiere decir que el impulso de comenzar
es básico, y la mayoría de quienes han escrito exitosamente una
tesis explica que el impulso de comenzar debe objetivarse escri-
biendo y concretando la escritura, aunque sea de las ideas preli-
minares, así no terminen siendo ideas definitivas. Recordemos

61
Ibid.
62
I-II q. 16 a. 4 ad 1.
63
I-II q. 16 a. 4 c.
64
Ibid.
65
I-II q. 11 a. 1 respuesta.

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que el acto principal de la prudencia es el acto de imperio y su


acto secundario la solicitud o diligencia, que analizaremos más
adelante.

B. La justicia

En orden de importancia, es la segunda virtud. Sin su desarrollo,


ningún científico social tendría legitimidad, y menos el científico
del derecho. La justicia puede entenderse desde cuatro perspec-
tivas: la justicia como ideal, como sinónimo de ordenamiento
jurídico, como conocimiento práctico y como virtud humana.
Aquí hablaremos de esta última.
Nunca sobra citar la famosa definición clásica de justicia:
es la constante y perpetua voluntad de darle a cada quien lo que le co-
rresponde. Esta definición romana proporciona los elementos de
comprensión de esta virtud humana. Por este motivo haremos
un pequeño análisis de ella:
(1) “…es la constante y perpetua voluntad…” se hace refe-
rencia al hábito aristotélico. No se puede ser justo hoy, mañana
o alguna vez. La virtud de la justicia existe cuando se halla el
querer, la voluntad indeclinable de siempre y en todas las cir-
cunstancias ser justo.
(2) “…de darle…” aquí no se trata de dar como un don
o regalo, sino todo lo contrario. En justicia se atribuye lo que
es propio, merecido o necesitado. La prudencia proporciona la
medida de exacta de la atribución. Aquí vemos como las dos vir-
tudes se encuentran íntimamente ligadas, ya que la objetividad
que fundamenta la prudencia, a su vez, fundamenta la justicia.
Solo el hombre objetivo puede ser prudente y solo el prudente
puede distribuir lo que a cada quien le corresponde en justicia.
Existe virtud de justicia en la medida en que sus fundamentos
lo sean, y estos lo son, cuando son racionales. La racionalidad es
una característica, no solo de la prudencia ni de la justicia, sino
de todas las virtudes. El ser humano es virtuoso cuando hace
hábitos racionales sus costumbres diarias.
(3) “…a cada quien lo suyo…” la justicia es un concepto
primariamente asentado en la alteridad, el otro es el punto de
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referencia de lo justo. Como explica Josef Pieper, ser justo sig-


nifica reconocer al otro en cuanto otro o, lo que viene a ser lo
mismo, estar dispuesto a respetar cuando no se puede aceptar.
La justicia enseña que hay otro que no se confunde conmigo,
pero que tiene derecho a lo suyo. El individuo justo es tal en la
medida misma en que confirma al otro en su alteridad y procura
darle lo que corresponde66.
La investigación en el campo del derecho tiene, como fin
ulterior, la justicia. El derecho busca racionalmente la paz y el
orden social. El jurista (incluso quienes ejercen el derecho en
especialidades que algunos falsamente creen no están en rela-
ción directa con el problema de la justicia, como por ejemplo, el
derecho empresarial, bancario, o comercial) se debe a la cons-
trucción de un estado de convivencia que permita el desarrollo
de la sociedad. La intersubjetividad es un fin que debe considerar
el investigador.

C. La fortaleza

Esta virtud tiene como presupuesto la justicia. No se puede tener


fortaleza sin que esa fortaleza sea medida en actos de justicia.
La fortaleza permite que el hombre pueda resistir las circuns-
tancias adversas para lograr algo justo o bueno. Para realizar una
investigación, esta virtud es fundamental. Creemos que la for-
taleza implica resistir con entereza las dificultades que se van
presentando. Fracasos, cambios legislativos y jurisprudenciales,
situaciones inesperadas, problemas laborales o familiares, difi-
cultades con el tutor o director de tesis, y muchas otras circuns-
tancias o situaciones pueden suceder en el período durante el
cual se realiza una investigación. Es por esto que la fortaleza
es una virtud necesaria para culminarla con éxito. Convertir
la crisis en una oportunidad solo se logra con el desarrollo de la
fortaleza.

66
Ibidem, p. 100.

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D. La templanza

Es el orden en el interior del hombre. No existe excelencia en


la investigación, si no hay paz o tranquilidad interior. Las tor-
mentas internas no nos permiten avanzar intelectualmente, no
se puede ver la realidad en forma completa y el investigador se
pierde los detalles, en particular, y los elementos fundamentales
de la hermenéutica y de la comprensión, en general.
El trabajar en esta virtud es primario para el sujeto inves-
tigador. La templanza logra atemperar las vicisitudes, evita que
el hombre sea flojo, desinteresado, negligente. El sujeto investi-
gadordebe tener la grandeza de ánimo y de espíritu para lograr
sus objetivos, además de la alegría para trabajar en algo que ha
escogido y desea investigar. Por tanto, será laborioso, diligente y
jamás caerá en la acedia o desidia, que es una huida a la felicidad
que se corresponde con el trabajo gratificante. En tal sentido,
contra la acedia, un investigador debe practicar la solicitud o
diligencia. Reflexionemos aunque más no sea fugazmente sobre
esta virtud secundaria de la prudencia pero tan fundamental en
la tarea intelectual.
En primer lugar trataremos de definir el término. En el
Diccionario67 encontramos que el término “solicitud” viene del
latín “sollicitudo” y significa diligencia o instancia cuidadosa. El
término “sollicitudo” en el Diccionario de la Lengua Latina68 está
traducido como solicitud, inquietud. En cuanto a la palabra
“diligencia” proviene69 del latín “diligentia”, cuidado y actividad
en ejecutar una cosa, prontitud, agilidad, prisa. “Diligentia” 70
está traducida como diligencia, exactitud, cuidado, celo. En la
Suma de Teología Tomás de Aquino en el art. 9 de la q. 47 de la
I-II en las dificultades pone de manifiesto tanto la etimología
como el uso que se da al término. Así en la dificultad 1 acude
a las Etimologías de San Isidoro y encuentra que “se llama so-

67
Espasa Calpe, tomo 16, p. 9510.
68
Macchi, op. cit., p. 563.
69
Dicc. Espasa, Calpe, tomo 7, p.3796
70
Macchi, op. cit., p. 156.

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lícito al que está inquieto”. En el Sed contra, cita a la Primera


Carta del Apóstol San Pedro donde se identifica la vigilancia y
la diligencia y se las relaciona con la prudencia. Asimismo ana-
liza el término por sus contrarios en las dificultades 2 y 3 don-
de explicita que la certeza y la pereza se oponen a la solicitud
o diligencia. San Isidoro, citado como dijimos por el Aquinate
indica que el autor de las Etimologías hace derivar el término
de la unión de dos vocablos: “solers” o “sollers” (de “sollus”71 que
equivale a “totus”) y “ars” que es el perito, experto; por una
parte, y por la otra el vocablo “citus” (del verbo “cieo”72) que
significaría “movimiento rápido”. En consecuencia, de acuerdo
a San Isidoro quien es solícito es el entendido versado y dili-
gente en grado sumo, perito experto, activo e inquieto en el
concretar y en el hacer. Quien no se avoca sin pausa a la tarea
propuesta pierde su tiempo y la oportunidad de alcanzar un
logro. En síntesis, sería “una agitación inquieta y contínua”73.
Tomás de Aquino 74 se refiere a la solicitud cuando explica que
“las solemnidades no fue costumbre tenerlas, sino cuando al-
guno se dedica totalmente a una cosa” por ello la solicitud o
diligencia importa más que un simple cuidado o vigilancia; in-
dicaría eso pero aumentado, cuanto menos con intensidad75.
Tomás ratifica todo lo expuesto cuando define a la solicitud en
general como: “cierto afán (studium) puesto en conseguir algo”
y asimismo “la solicitud significa providencia con afán; y afán
(studium) es una aplicación vehemente del alma” y también
“atención de la razón”76.Es de hacer notar que el Aquinate en
otras partes de la Suma hace referencia a la solicitud. Por ejem-
plo: “La solicitud implica un empeño por conseguir algo, ma-
yor empeño cuando se teme perderlo y menor empeño cuando
hay seguridad de conseguirlo”; “la solicitud excesiva proviene

71
Macchi, op. cit., traduce como “todo entero”, p. 563., da igual traducción para
“totus”, p. 620.
72
Macchi, mover, conmover, sacudir. op. cit., p. 87.
73
Ibidem, p. 216.
74
S Th II-II q. 88 a. 7.
75
Cfr. S Th I, q. 22 a. 1 ad 2.
76
II-II q. 55 a. 6.

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de vano temor y desconfianza excesiva”; “solícito se dice del


sagaz y rápido en el movimiento, en cuanto por cierta sagaci-
dad o habilidad de ánimo emprende rápidamente lo que debe
obrar, o hace lo que debe rápidamente”. “La diligencia o soli-
citud es propia, pertenece de la prudencia”. “ La solicitud por
las cosas temporales es ilícita por tres capítulos; si la ponemos
como fin, o por el superfluo o excesivo interés por las cosas
temporales o por un temor exagerado”77.
Así, la diligencia o solicitud sería una firme decisión y vo-
luntad en obedecer puntualmente y sin dudas, a la brevedad
posible, a aquello que la prudencia ha ordenado adhiriéndose
fielmente a la modalidad que ésta misma ha decretado.
Esta diligencia en modo alguno implica impulsividad o
atolondramiento “El movimiento es propio de la voluntad como
principio motor, pero bajo la dirección y el mandato del enten-
dimiento, en lo cual consiste la diligencia”78. Entonces, será im-
portante moderar la excesiva inquietud y vigilar diligentemente
para obrar con rectitud, “Por eso dice el Filósofo que “conviene
obrar rápidamente una vez tomada la determinación, pero esta
se ha de tomar con calma”79.
Esta es la conclusión adecuada a lo ya dicho caracterizan-
do a la solicitud como “dirección y vigilancia de la ejecución del
precepto prudencial y del cometido propio de la prudencia, que
es justamente dirigir y vigilar la ejecución de sus decisiones”80.
La ejecución del imperio debe ser recta, guiada por la razón y
se debe estar atento a las múltiples circunstancias que rodean
nuestros actos a fin de adecuarnos a todas las contingencias que
puedan surgir, así deberá complementarse el precepto o modifi-
carlo con otros nuevos. Por esto enseña Tomás de Aquino “Como
la materia de la prudencia son los singulares contingentes, sobre

77
S Th II-II q. 47, 9 ad3 y relaciona con I-II q. 44 a 2. II-II q. 55, 6, c. II-II q.
47, 9, c. II-II q. 47 9 c. II-II q. 48 ad 5. II-II q. 53. II-II q. 54 a. 2 c. I-II q. 108, 3 a.5. II-II
q. 55, 6 c. II-II q. 83, 6, 2. II-II 188, 7 c.
78
II-II q. 47 a. 9 ad 1.
79
II-II q. 47 a. 9 c. El subrayado nos pertenece. Aristóteles, Etica a Nicómaco,
1142 b4.
80
Ibid.

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los cuales se ejercen las operaciones humanas, la certeza de la


prudencia no puede ser tal que excluya toda solicitud”81 .
Así, frente a un fin ya propuesto se delibera sobre los diver-
sos medios, se decide cuál es el mejor y llegado al único medio
adecuado se debe ser cuidadoso, activo, actuando con prontitud
y agilidad, es decir, ser diligente. Todo lo cual nos remite a la
introducción de este punto donde analizábamos la etimología
y uso del término. De ahí la importancia de la solicitud pues es
quien llevará con firmeza y prontitud lo ordenado por el imperio.

VII. CONCLUSIÓN

El desafío que se le presenta al hombre moderno, y particular-


mente al jurista, es servir a la Justicia y a la Verdad abandonando
el cálculo egoísta, purificando su conducta de toda soberbia y
desidia. El investigador deberá entregarse con pasión abrazadora
a la búsqueda de lo valioso que le presentan los bienes jurídicos
y el Bien Común como fin de toda indagación vinculada con el
Derecho. Debe practicar las virtudes humanas a fin de poner su
vocación al servicio de la comunidad toda y, desde allí, encon-
trar un lugar común con sus conciudadanos que sea digno de su
persona y de su tarea. La fundamentación ética de la vida inte-
lectual hará que su producto sea más digno y podrá ser ofrecido
a la comunidad toda como un objeto moral que implica renun-
ciamiento a fines individuales egoístas. El estudioso podrá dar
ejemplo de perfección como ser libre y mostrar el bien moral en
su conducta y en su propia persona, considerando a la persona
como el ser capaz de comportamientos racionales y libres ante
el fin perfectivo de la vida humana. Como apunta magistral-
mente von Hildebrand82. “Es una lástima que uno tenga escasa
inteligencia (…). Pero sería claramente irracional y ridículo si
un hombre dijese: ‘me especializo en la justicia, pero la pureza
la dejo para mis colegas’ El reparto de los valores, que es com-

81
II-II q. 49 a. ad 2.
82
Cfr. Von Hildebrandi, D., Ética Cristiana, Herder, Barcelona, 1962, cap. 15.

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pletamente natural para todos los demás valores personales, no


se aplica a la esfera moral. Aquí, todos los valores morales son
exigidos por cada uno en tanto y en cuanto es hombre (…) Esto
revela la íntima conexión entre la moralidad y la vocación básica
el hombre (…) Ser moralmente bueno pertenece esencialmente
al fin de la existencia y al destino del hombre”

Recibido: 16-04-2013
Aprobado: 19-07-2013

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