Nombre libro: Los Rayos Cósmicos: Mensajeros De Las Estrellas
Autor: Javier A. Otaola/ Jose F. Valdes Editorial: FONDO DE CULTURA ECÓNOMICA, S.A. DE C.V. Año: 1992
Aunque el descubrimiento de los rayos cósmicos está fechado en 1912, a partir
de los estudios iniciados en 1900 sobre la llamada corriente oscura de la electricidad, es decir, una corriente eléctrica que había sido observada en el aire desde 1785, las primeras experiencias sobre la presencia de esta extraña radiación las podríamos remontar hasta principios del siglo VI antes de nuestra era, cuando Tales de Mileto, uno de los Siete Sabios de la antigua Hélade, realizó observaciones acerca de la atracción que ejercía el ámbar sobre cuerpos ligeros después de haber sido frotado. De acuerdo con Aristóteles, Tales atribuyó este fenómeno a un alma en el ámbar que era la que atraía a dichos cuerpos. Si esta historia es correcta, entonces Tales llegó a percatarse de una de las propiedades de la electricidad, la atracción de cuerpos con carga eléctrica opuesta, y puede ser llamado entonces con razón el descubridor de la electricidad. A partir de esos resultados Wilson pensó en una radiación extraña que continuamente regenera los iones en el aire del interior del electroscopio. En esa época estaban en boga los estudios sobre los rayos X, descubiertos por W. C. Roentgen en 1895, y la radiactividad, observada por primera vez un año después por H. Becquerel. Se encontró que ambas radiaciones descargan los electroscopios, de ahí que la supuesta “radiación extraña” de Wilson fuese atribuida de inmediato a la presencia de materiales radiactivos en la vecindad del electroscopio o en el material de las paredes con que había sido construido. Para probar esa hipótesis se construyeron electroscopios de diferentes materiales, observándose que, en efecto, la ionización variaba con el tipo de material empleado en su construcción, y que ésta se podía reducir aún más si el instrumento era escudado con gruesas capas de plomo o con agua. A finales del siglo XIX, era común entre los físicos detectar ciertas radiaciones por sus propiedades de ionizar gases, aunque la manera en que éstas lo hacían no fue bien entendida sino hasta finales de la década de los veinte del presente siglo. Si por alguna razón esos elementos tendían a concentrarse en las capas altas de la atmósfera, entonces ésa podía ser la causa del incremento de la ionización con la altura. De acuerdo con estas dos sugerencias, la intensidad de la radiación desconocida debía, por tanto, variar con las condiciones meteorológicas, la hora, el día y la estación. Las tormentas eléctricas obviamente no ocurrían siempre y era inconcebible que la distribución de esos hipotéticos gases radiactivos en la atmósfera permaneciera constante durante el día, el año y aun cuando cambiase el tiempo. Por otro lado, Hess ya había demostrado la aparente ausencia de variaciones temporales en la intensidad de dicha radiación, resultado que sería confirmado más tarde por otras investigaciones. A pesar de la limitada exactitud de los instrumentos de esa época, la radiación era, en general, bastante uniforme. Llegaba durante el día y la noche, en verano e invierno, lloviese o no, y cambiaba muy poco de un día a otro, así como de un lugar a otro a la misma latitud.