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La niña esperaba pacientemente a que volviera porque ya era invierno.

Se acercaba siempre a
las escaleras lentamente, porque le daban miedo, y observaba la puerta desde el rellano. Se
esperaba a que se hiciera de noche y, cuando las últimas luces del vecindario se apagaban, se
iba un poco decepcionada por el lugar del que había venido.

Las mañanas siempre eran iguales: abría el grifo, miraba cómo caían las gotas de agua,
intentaba cogerlas y cuando se cansaba se retiraba frustrada a un rincón de la cocina para
comerse una manzana. Siempre era una manzana. No tenía muy claro de dónde provenían
aquellas manzanas tampoco. La niña muchas veces miraba la bolsa intentando saber de quién
era, igual que hacía con las chaquetas, pero nunca encontraba ningún nombre. Simplemente
decía: “Para Lily”.

Después tiraba el corazón de la manzana a una cesta que siempre estaba vacía y se iba
corriendo por la puerta trasera a jugar al bosque. Allí era donde se lo pasaba en grande porque
podía jugar con sus amigos.

Nada más llegar, vio a Víctor. Lo llamó por su nombre y él respondió rápidamente: “¡Por fin
vienes! Corre, que ya va a empezar”. Ella corría más rápido y cuando ya no podía más se
paraba. Se restregó el sudor de la frente y sonrió. “¡Oye! ¡No puede ser que seas más rápido
que yo! Si siempre te gano”. La niña levantó la mirada y se dio cuenta que se había perdido.
Miró a su alrededor y comprendió que Víctor la había llevado al claro donde solían encontrarse
siempre para jugar con el resto de los amigos. Los ojos se le iluminaron. “¡Casper!”

Corrió enseguida hacia allí y lo abrazó. Hacía demasiado tiempo que no lo veía. El abrazo duró
demasiado, pero lo había echado mucho en falta, así que decidió abrazarlo aún más tiempo. Él
se cansó pronto: “Ya está bien, ¿no? Parece que estés enamorada de mí”. Ella le sonrió con
todos los dientes, pero no dijo nada. Ya sabía la respuesta. Lo cogió de la mano y le dijo: “Hoy
he decidido daros una sorpresa”. Y sin añadir nada más, lo arrastró hacia adentro del bosque,
hacia su escondrijo preferido. Se acurrucaron en un agujero de una roca muy estrecho. Él la
miró y ella le sonrió. Entonces se besaron. Fue un beso mudo y ligero, pero suficiente como
para llenar de recuerdos toda la semana. Ya no tendría que mirar tanto por la ventana.

Un resoplido los hizo volver a la realidad. Era Ray. Los llamaba de lejos. “Ya sé que hace tiempo
que no os veías, pero yo también quiero jugar”. Ella sabía que le gustaba a Ray y por eso se
besaba con Casper. Pero no únicamente por eso. Olía muy bien también.

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