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EMILIO PIPI LOCO

—¿Qué putas? ¿Cómo has podido?, ¡serás hijo de puta!


—Oye, pero es que...
—¡Es que nada!, te dije que había dejado de tomar las benditas pastillas, ¡idiota!
—Oye, lo siento...
—NO ME JODAS, ¡IMBÉCIL! ¿Crees que con eso lo arreglas?
—Pues, es que...
—Es que nada, ¡largo!
—Oye, no te pongas así...
—¡¡¡LAAAARGOOO!!!

Me hallaba acongojado, no pude hacer más, me retiré lentamente.


La llamé al otro día, no hubo respuesta. Deduje que estaría enojada un buen rato, la
conocía de hace tiempo, pero pasamos un año sin saber el uno del otro, asumí
entonces que tendría el mismo genio de siempre y dejé de insistir una semana.

Ah, pero no lo entiendo realmente, la pasamos de maravilla; podría asegurar que


los diez orgasmos que le logré extraer valían cualquier riesgo.
Sus caricias, sus besos, esos dulces besos que me ofrecía su boca me elevaban por
encima de este mundo y más allá,
era ella ese tipo de chica con la que se podía conseguir milagros,
de esas que son capaces de provocar incendios a veinte metros bajo el ártico.

Lo recuerdo bien, iba de camino a casa, yo había salido temprano del trabajo y me
la topé en un parque, bueno, ella iba caminando distraída con un cigarro en la
mano, y yo me fui de frente como si fuese otro despistado:
—Oh, disculpa, qué torpe he sido— le dije sonriendo maliciosamente.
Me miró frunciendo el entrecejo —¿te conozco? —inquirió.
Puse en blanco los ojos, no lo podía creer, habíamos vivido miles de cosas, le había
hecho el amor más de mil veces y le había salvado el culo otras más. Me estaba
jodiendo, era claro.
—Te extraño —le dije—.
No dijo nada, me rodeó y se alejó.
Me sentí ofendido.
Tres metros más allá dio media vuelta, ladeó su cabeza, y me gritó —¡¿no piensas
seguirme, estúpido?!
Sonreí, ahí estaba, aún era una grosera, aún podía sentir esa energía que la
caracterizaba y la hacía distinta al resto.

Cuando llegamos a su apartamento, no hubo chance de diálogos, mi cuerpo no


obedecía a mi mente y guiado solo por los instintos, me aferré al suyo, ella no opuso
resistencia y solo se dejó llevar,
ahora recuerdo que me dijo que usara condón, que ya no estaba planificando,
y así lo hice.
En el transcurso del fogoso momento, el condón que del afán no lo puse bien, y ella
que curiosamente andaba bien estrecha, por lo que supuse que llevaba meses sin
coger, hicieron que se me saliera,
pero no le dije nada y seguimos follando como conejos en celo por todo el pequeño
apartamento de la séptima con quince.

La alfombra de la alcoba fue la mayor receptora de nuestro éxtasis.


Las viejas fotos de la pared miraban tranquilamente nuestro acto pasional.
El gato, que primero se molestó por haberle interrumpido su descanso, luego se
trepó a la nevera y allí se continuó su sueño, inalterable por los exaltados gemidos
que mi dulce fémina dejaba salir de sus labios.
Cuando estaba encima, y ya ella llegando a su décimo orgasmo, no pude más y dejé
que una generación entera de hombres libres pasara de mí hacia ella.

Tirados en la cama, ella me miró sonriendo, me besó y mandó su mano a mi verga


para retirarme el inexistente condón.
Sus ojos se abrieron de par en par y fue ahí donde empezó el reproche, le expliqué
que se había salido y no me dio tiempo de ponerme otro con tono jocoso, pero ella
estaba pálida y me abofeteó, se levantó, se fue corriendo al baño.
—¡MALDITA SEA! ¡NO SALE! —gritó desde el fondo—.
Luego siguió lo que ya he mencionado.

Pasó una semana sin contestar el teléfono,


al final, el lunes de la siguiente contestó un tipo, lo noté destrozado, pregunté por
Andrea, me dijo que la encontraron el domingo en medio de una bañera llena de
sangre, dos botellas de whisky y varios cigarros.

Me quedé helado, no lo podía creer. Pensé que pudo ser mi culpa, aunque luego
pude entender que solo fui la gota que rebasó la copa, ella estaba al límite, y la
única esperanza que tenía era un tipo con el que salía, y al enterarse de que estaba
embarazada habría de botarla a la basura. 

No lo entendía, ella no era la Andrea que había conocido años atrás, se había vuelto
frágil, demasiado frágil, 
o quizá lo fue siempre y trató de esconderse tras una máscara,
la verdad no lo sé.
Supongo que en un año todo puede cambiar.
Pero bueno, la vida sigue y el mundo es para los vivos, los muertos que Dios los
guarde en su santa gloria, ja, ja, ja.

—Aló, ¿Rosa?, Rosita cosita rica, ¿cómo vas? ¿Qué planes tienes para hoy? He
amanecido con antojos... de ti je, je.
—Ay, qué tonto ja, ja...

To be continued

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