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En primer lugar, el autor sustenta su postura Uno de los colectivos que más
están sufriendo con la crisis del Covid-19 y la consecuente clausura de centros
educativos es el de los jóvenes en situación de discapacidad. A pesar de las
críticas y a las pruebas que ofrecen cuenta de la menor calidad educativa que
acostumbran recibir dichos alumnos, hemos de reconocer que las políticas y
procesos de integración impulsados en las últimas décadas, con diferencias
entre territorios entre zonas y entre escuelas, permanecen dando sus frutos, no
solo en términos de ingreso y colaboración, sino además a grado del
aprendizaje. Basta echar la vista atrás unos años para ver que las
oportunidades educativas han incrementado para dichos alumnos y la
optimización fue significativa.
En segundo lugar, Otro colectivo que ha salido en especial afectado es el de
los y las alumnas de familias con menor grado socioeconómico y en ellos
además los migrantes. Para los alumnos de familias con más recursos, la
enseñanza se sigue produciendo, ya que viven en domicilios cuyo capital
sociocultural y más grandes oportunidades tiende a mitigar el efecto en el
aprendizaje y los efectos psicosociales que la interrupción de la enseñanza
presencial implica; sin embargo, para los colectivos más desfavorecidos, a
menudo el colegio es su exclusiva salida, la exclusiva vía de ejercer su derecho
a la enseñanza. El colegio no únicamente provee de “alimento espiritual” a los
alumnos, varios de ellos además requieren el colegio para lograr tener una
ingesta de alimentos suficiente y de correcta calidad.