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David Foster Wallace 

llamó a hacer consciente la inevitabilidad de nuestra idolatría, la sumisión de nuestra mente en


una dialéctica de poder y transferencia —nuestro inconsciente es víctima de los dioses antiguos y
su transformación cotidiana en objetos de consumo (los altares se multiplican).

«Porque hay algo más que es verdad. En las trincheras cotidianas de la vida adulta, no existe tal
cosa como el ateísmo. No existe tal cosa como no idolatrar. Todos idolatran.

»La única opción es qué idolatrar. Y la razón sobresaliente para seleccionar a algún tipo de Dios o
cosa de tipo espiritual para idolatrar —sea J.C. o Alá, Yahvé o la Diosa Madre o las Cuatro Nobles
Verdades o un conjunto de principios éticos inquebrantables— es que casi cualquier otra cosa que
idolatras te comerá vivo.

Blaise Pascal filosofo francés del siglo XVII argumentaba que es mejor "apostar" por creer en Dios
que no hacerlo.

La apuesta de Pascal es un argumento creado por Blaise Pascal en una discusión sobre la creencia
en la existencia de Dios, basado en el pensamiento de que la existencia de Dios es una cuestión de
azar. El argumento plantea que, aunque no se conoce de modo seguro si Dios existe, lo racional es
apostar que sí existe. "La razón es que, aun cuando la probabilidad de la existencia de Dios fuera
extremadamente pequeña, tal pequeñez sería compensada por la gran ganancia que se obtendría,
o sea, la gloria eterna."1 Básicamente, el argumento plantea cuatro escenarios:

Puedes creer en Dios; si existe, entonces irás al cielo.

Puedes creer en Dios; si no existe, entonces no ganarás nada.

Puedes no creer en Dios; si no existe, entonces tampoco ganarás nada.

Puedes no creer en Dios; si existe, entonces no irás al cielo.2

En el corazón de todo hombre existe un vacío que tiene la forma de Dios. Este vacío no
puede ser llenado por ninguna cosa creada.

Juan Calvino

“La naturaleza del hombre, por así decirlo, es una fábrica perpetua de ídolos … la mente del
hombre, llena de orgullo y audacia, se atreve a imaginar un dios según su propia capacidad; a
medida que avanza lentamente, ciertamente abrumado por la ignorancia más burda, concibe una
irrealidad y una apariencia vacía como Dios”. (1.11.8)

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