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A Ellas, ¿Qué les vamos a prometer?

En este país la guerra, la violencia y el abuso son pan de cada día. Resulta casi imposible
imaginarnos una realidad distinta, un país en el que tengamos todos, todas y todes las
mismas oportunidades sin importar nuestro origen socioeconómico, étnico o de género,
un país en el que se reconozca que nadie escogió nacer en la piel y en la familia en la que
nació, y que eso no determina su valor como ser humano, un país en el que ser pobre, ser
racializado/a/e o ser mujer no sea un castigo.
En el marco de todas estas violencias surge una luz de esperanza para Colombia: el
proceso de paz. En teoría y en el papel, básicamente un poema, una de las únicas veces en
la historia de Colombia que se intenta reparar, legislar y pensar con enfoque de género. La
razón: el país se dio cuenta que en medio de las décadas de violencia vividas por la
población más vulnerable de nuestro país se desarrolla una en particular, que siempre
había estado bajo la sombra de la Gran Guerra: la violencia de género.
Lo cierto es que finalmente la guerra en Colombia es una guerra de líderes
poderosos, soldados pobres y mujeres silenciadas. Aquí, lo que nos atañe son las últimas:
las mujeres colombianas víctimas del conflicto armado quienes han sufrido experiencias
inimaginables.
Así las cosas, Ellas, se han visto sometidas al desplazamiento forzado como madres
solteras cabezas de familia, en un país tan indolente y con tanta falta de oportunidades
que básicamente las condena a la pobreza. Han visto morir a sus esposos, hijos y
hermanos, han sido violadas, maltratadas y obligadas a ser testigo de como se lo hacen a
sus hijas también, han sufrido de discriminación por ser de donde vienen, por ser pobres,
campesinas y mujeres, lo que las hace ser la víctima perfecta de estereotipos
ridículamente infundados.
No siendo suficiente, también han sido discriminadas estructuralmente por un
Estado que independiente de la condición socioeconómica castiga a las mujeres, por ser
mujeres, y peor aun, a quienes son mujeres, pobres y madres solteras.
Por último, entre las violencias que mencionaré, pero no por ello menos
importante, se encuentra la violencia sexual a la que se han visto enfrentadas, si bien es
cierto que existen patrones en este tipo de violencia, ninguna experiencia es igual, cada
mujer lo ha sufrido de manera diferente, cada una tiene secuelas físicas, emocionales y
psicológicas distintas. La guerra se ha convertido para ellas, en una pesadísima cruz con la
que deben cargar el resto de sus vidas.
Es aquí donde radica la importancia del género en la construcción de paz sobre
todo en un país como Colombia, sin memoria y tan odioso con las mujeres. Para poder
construir una sociedad justa, equitativa, solidaria y con oportunidades es fundamental
reconocer la raíz de la desigualdad, que junto a la corrupción son los problemas más
grandes que nos aquejan como país.
Es que, si no reconocemos en nuestras diferencias la oportunidad de construir y de
crecer juntes, difícilmente vamos a lograr cambiar la realidad en la que vivimos. La
experiencia de cada colombiano, y sobre todo cada colombiana en el país es diferente,
está completamente permeada por su etnia, clase y principalmente por su género.
Históricamente las mujeres hemos sido ciudadanas de segunda categoría, más aún las
mujeres campesinas y las que habitan la periferia, que son finalmente las que han vivido
en carne propia las heridas de la guerra, también son las que han levantado la cabeza y
han sostenido sus familias, o lo que queda de ellas, con las uñas, porque realmente, no
tienen de otra. A esas mujeres les debemos todo: una vida digna, una plataforma para
contar su historia, reparación y, sobre todo, la promesa de que su historia no se va a
repetir.

Catalina Aguirre Barrios.

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