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Historia del Uruguay

en el siglo XX
(1890-2005)

Ana Frega, Ana María Rodríguez Ayçaguer,


Esther Ruiz, Rodolfo Porrini, Ariadna Islas,
Daniele Bonfanti, Magdalena Broquetas,
Inés Cuadro.

Facultad de Humanidades
y Ciencias de la Educación
Este libro expresa la labor realizada por el Departamento de Historia del Uruguay de
la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República,
en el marco de un convenio con la Dirección General para Asuntos Consulares y Vincula-
ción del Ministerio de Relaciones Exteriores, con recursos proporcionados por el Fondo
de Población de Naciones Unidas, en el contexto del programa de cooperación de dicha
agencia con el Ministerio de Relaciones Exteriores.

Ministerio de Relaciones Exteriores


Departamento 20

ISBN 978-9974-1-0492-1

Carátula: Javier Carlés y Marina Rivero


Maquetación: Patricia Carretto

© EDICIONES DE LA BANDA ORIENTAL S.R.L.


Gaboto 1582 - Tel: 408 3206 - 401 0164 - Fax: 409 8138
11.200 - Montevideo, Uruguay.
www.bandaoriental.com.uy

Queda hecho el depósito que marca la ley.


Impreso en Uruguay.
2ª edición: marzo 2008.
Los autores agradecen a:

Prof. José Pedro Barrán; Centro Munici-


pal de Fotografía de la Intendencia Municipal
de Montevideo (CMDF); Archivo de Propagan-
da Política (A.P.P.) de la Facultad de Humanida-
des y Ciencias de la Educación, UdelaR; Archi-
vo General de la Nación; Archivo Nacional de
la Imagen, SODRE; Museo y Archivo Histórico
Cabildo Municipal; Fotógrafo Carlos Contrera;
Fotógrafo Aurelio González; Fotógrafo Daniel
Sosa; Fotógrafo Daniel Stonek; Prof. Cecilia
Robilotti; Dra. Adela Pellegrino; Ms. Andrea
Vigorito; Jimena Alonso; Mario Etchechury;
Roberto García; Bruno Hartmann; Grauert
Lezama; Oscar G. Montaño; Beatriz Weismann;
Raúl Zibechi; Clara Aldrighi; Funcionarias del
Instituto de Ciencias Históricas, Nibia López y
Karinna Pérez; Funcionarios de la Biblioteca
de la Facultad de Humanidades y Ciencias de
la Educación; Funcionarios del Dpto. de Micro-
grafía de la Biblioteca Nacional.

Colaboraron en la digitalización,
diseño y edición de imágenes:
Inés Coira; Miguel Coira; Pablo Gamio.
Abreviaturas
A.P.P. / FHCE Archivo de Propaganda Política / Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación
AA.VV. Autores varios
CLAEH Centro Latinoamericano de Economía Humana
E.B.O. Ediciones de la Banda Oriental
F.C.U. Fundación de Cultura Universitaria
FHCE Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
FHM / CMDF Fondo Histórico Municipal / Centro Municipal de Fotografía, In-
tendencia Municipal de Montevideo
FPEP/CMDF Fondo Privado El Popular / Centro Municipal de Fotografía, In-
tendencia Municipal de Montevideo
MAHCM Museo y Archivo Histórico Cabildo Municipal, Intendencia Mu-
nicipal de Montevideo
NARA National Archives and Records Administration, Washington D.C.,
Estados Unidos.
UdelaR Universidad de la República
s.p.i. Sin pie de imprenta


Prólogo
En Uruguay, a partir de fines de los años sesenta, comienzan a producirse
muy importantes cambios con respecto a lo que había sido la sociedad uruguaya
hasta ese momento. Uno de esos grandes cambios fue el comenzar a ser una so-
ciedad de emigrantes, cuando había dejado de ser ya, desde hacía varios años, una
sociedad receptora de inmigrantes.
De manera constante, desde esos años, se han ido del Uruguay hombres y
mujeres. Al presente año 2007 se estima que hay en el exterior aproximadamente
500 mil uruguayos nacidos en el Uruguay. Es realmente una cifra imponente si se
tiene presente el tamaño del país y en especial su ritmo de crecimiento poblacional.
Esta emigración se produjo concentrada en flujos ocurridos en determinadas
coyunturas, siendo el más reciente el que se da con motivo de la crisis que comien-
za en 1999 y tiene su momento más crítico en 2002. Aún al día de hoy, no obstante
haberse superado los efectos más dañinos de esa crisis y estar viviendo un proceso
de acelerada recuperación, continúa la salida de uruguayos.
Los estudios disponibles nos indican que los que se van son mayoritaria-
mente menores de cuarenta años, con cierta preeminencia de varones, y con una
formación educativa superior a la media en el país.
Los lugares de destino son extraordinariamente variados, prácticamente en
todos los países del mundo hay algún uruguayo. Pero la mayor concentración se
da en un espectro de países entre los que se destacan: Argentina, Brasil, Paraguay,
Chile, Venezuela, México, Estados Unidos, Canadá, España, Suecia, Francia, Ita-
lia, Israel, Grecia, Australia, Nueva Zelandia.
Una mayoría de aproximadamente el 60% se encuentra en tres de esos paí-
ses: Argentina, Estados Unidos y España.
Frente a esta realidad de una sociedad escindida por la emigración, el Estado
uruguayo fue totalmente prescindente. Al principio, durante los años de la dictadu-
ra, realizó un importante esfuerzo por intentar controlar y perseguir en el exterior
a los emigrados que en buena medida eran exiliados políticos. Fueron los tiempos
del Plan Cóndor. Luego, con el regreso de la democracia, los sucesivos gobiernos
no hicieron frente a esta situación, y en más de una oportunidad pareció que la
emigración representaba una forma de amortiguar las tensiones internas.
Hubo sí una constante en estos gobiernos: su rechazo visceral a aceptar la
participación política desde el exterior a través del reconocimiento del derecho a
votar fuera del país.


El nuevo gobierno nacional que se inicia en marzo de 2005, traía entre sus
compromisos programáticos la puesta en práctica de una política de reconocimien-
to y relación con la diáspora uruguaya. Por primera vez el Estado uruguayo se ha-
cía cargo del problema y tomaba partido por la búsqueda de una estrecha e intensa
vinculación con los uruguayos residentes en el exterior.
Una forma de ver el problema que, además de intentar saldar una deuda
histórica de indiferencia y abandono, trae como sustento la visualización de las
posibilidades y oportunidades de construir un país en muchos territorios.
En una época en donde la globalización extiende las relaciones a nivel pla-
netario, el hecho de tener población diseminada por tantos países, puede ser una
gran ayuda para una mejor inserción internacional y una mayor promoción del
país.
Por cierto que ello supone una estrategia totalmente distinta a lo hecho con
anterioridad, en donde hay que definir y ejecutar políticas activas de vinculación.
Esto ha sido lo que se ha iniciado desde marzo de 2005, para lo cual se
diseñó un escenario de esa vinculación, constituido por las oficinas consulares y
los Consejos Consultivos de uruguayos residentes en el exterior, y se comenzó a
implementar diversas acciones entre las que destacan las orientadas a reafirmar la
identidad de nuestros compatriotas residentes fuera del país.
En el contexto de esta línea de trabajo referida a la reafirmación de las iden-
tidades, fue que surgió la idea de este libro. Se trata de realizar un esfuerzo de
comprensión de las causas estructurales que condujeron a que tantos uruguayos y
uruguayas decidieran irse a vivir a otro lado. Más allá de las diversas historias y
vicisitudes personales, la emigración uruguaya es un hecho social que debe inten-
tar comprenderse como tal.
¿Por qué la historia? Parafraseando a F. Braudel “ la historia es una dialéctica
de la duración; por ella, gracias a ella, es el estudio de lo social, de todo lo social, y
por tanto del pasado; y también, por tanto, del presente, ambos inseparables”.
Somos un país en el que la historia oficial, entre otras cosas, escamoteó sis-
temáticamente las explicaciones profundas y estructurales de la decadencia y crisis
del Uruguay de la segunda mitad del siglo XX. Teorizando acerca de la imposi-
bilidad de poder comprender los hechos cercanos en el tiempo hubo lamentables
ocultamientos, postergaciones y morosidades. Así como en el pasado anterior de
nuestra historia nacional también se habían producido múltiples deformaciones,
y sobre todo meras justificaciones de los intereses dominantes, la peripecia de la
emigración tenía pendiente un análisis social e histórico que la pudiera ubicar con-
ceptualmente en la lógica del acontecer histórico.
No hay que ocultar que “El estatuto científico del discurso no está dado por
su función en las pugnas contemporáneas, pero no se puede hacer abstracción de
que la historia desempeña un papel destacado en la confrontación ideológica: las


fuerzas políticas se definen también por su comprensión desigual y contradictoria


de la sociedad.” ( A. Moreno).
Se entendió que podía ser un aporte para ese enorme contingente de urugua-
yos emigrados, y sus familias y seres queridos que aquí quedaron con su recuerdo,
proporcionar una minuciosa y rigurosa reconstrucción histórica del proceso en el
que tantas vidas personales estuvieron involucradas.
El hecho de hablar y pensar sobre nosotros es una gran ayuda para cons-
truir y consolidar nuestras identidades. Qué somos, de dónde venimos y por qué
estamos como estamos. Al principio se pensó prioritariamente en los jóvenes uru-
guayos residentes en el exterior, los que por su propia juventud no tuvieron la po-
sibilidad de vivir y conocer directamente la realidad del país que los expulsó. Pero
pronto quedó claro que ello iría mucho más allá de los jóvenes y que seguramente
llenará necesidades de varias generaciones.
Para la realización de esa tarea se entendió que nada mejor que concurrir
a un servicio universitario responsable de la investigación histórica, el Departa-
mento de Historia del Uruguay de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación de la UDELAR. Un equipo de investigadores coordinados por la Prof.
Ana Frega, y todos ellos discípulos de, tal vez, el más importante historiador de
nuestro país, el Prof. José Pedro Barrán.
Con el invalorable apoyo del Fondo de Población de Naciones Unidas y por
conducto de su representante el Prof. Juan José Calvo, se obtuvieron los recursos
que hicieron posible suscribir un convenio con el Departamento de Historia y por
tanto financiar la tarea.
Luego de largos meses de trabajo, estuvo listo el producto y es lo que hoy
se ofrece a los lectores. Un trabajo colectivo, minuciosamente revisado y sistema-
tizado, que sin pretender ser una tesis académica busca ser un trabajo riguroso de
análisis dirigido a un gran público.
Cada quién leerá este trabajo e inevitablemente habrá de confrontarlo con
las propias vivencias y las de sus seres queridos y más cercanos.
Quisiéramos que una de las principales reflexiones que puedan surgir de este
trabajo fuera la certeza de que la historia no es una historia de fatalidades sino de
posibilidades. Lo que ocurrió no fue obra del destino sino de la voluntad de seres
humanos. Podría haber sido distinto. Por ello es bueno recordar que el futuro está
en nuestras manos y depende de nosotros mismos.

Montevideo, noviembre de 2007

Dr. Álvaro J. Portillo


Director de la Dirección General
de Asuntos Consulares y Vinculación
Ministerio de Relaciones Exteriores
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Introducción General
El Departamento de Historia del Uruguay de la Facultad de Humanidades
y Ciencias de la Educación (Universidad de la República) ha elaborado esta His-
toria del Uruguay en el Siglo XX como una obra de difusión, destinada al público
general y, fundamentalmente, a los hijos de los uruguayos radicados en el exterior,
en un esfuerzo por estrechar sus vínculos con el país de origen, y en el entendido
de que conocer es, ante todo, comprender. Este es precisamente el fin último de la
historia como disciplina: aportar herramientas para comprender el presente.
El lector debe saber que, aunque escrita a partir de una demanda formulada
desde una repartición gubernamental –la Dirección General para Asuntos Consula-
res y Vinculación del Ministerio de Relaciones Exteriores– no es esta una historia
“oficial”. Como ha señalado el historiador francés Pierre Vilar, “el objeto de la
ciencia histórica es la dinámica de las sociedades humanas”. El conocimiento
histórico difiere de la memoria, del recuerdo vivido, en tanto expone los hechos
en una secuencia significativa que incorpora elementos explicativos, basados en el
análisis de hechos de diversa naturaleza y ritmo que escapan a la memoria indi-
vidual. Asimismo, se diferencia radicalmente de las elaboraciones discursivas del
pasado que procuran “sacar lecciones” o “justificar actitudes” de su presente, en
tanto procura explicar, aplicando métodos de observación, de análisis y de crítica
al material documental que sustenta sus conclusiones. Se trata, entonces, de una
obra elaborada en el ámbito académico y en el marco de un trabajo colectivo,
aunque la responsabilidad última de lo que aquí se afirma corre por cuenta de los
autores de cada uno de los artículos.
Al concebir el trabajo se tuvieron en cuenta dos objetivos centrales. El pri-
mero, elaborar una síntesis de la historia del Uruguay en el siglo XX que reflejase,
con el mayor rigor posible, el estado del conocimiento. El segundo, procurar que
dicha síntesis fuese vertida en un lenguaje preciso y claro a la vez, tratando de
brindar ejemplos y no dejando nada por supuesto. El lector juzgará en qué medida
hemos logrado cumplir con dichos propósitos.
Cabe señalar que la obra se ha nutrido de la bibliografía existente y ha in-
corporado, para algunos temas y tramos, avances inéditos de las investigaciones
que se desarrollan en el Departamento de Historia del Uruguay. También es preciso
advertir sobre las restricciones impuestas al tratamiento de algunas temáticas y
períodos –como por ejemplo lo abordado en el Capítulo 6, La crisis de la demo-
cracia neoliberal y la opción por la izquierda, 1985-2005, donde si bien existe una
profusión de materiales documentales de diverso tipo, estos están aún escasamente
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trabajados por la historiografía. Ello ha determinado la adopción de enfoques más


descriptivos con el criterio de que la construcción del conocimiento no es ni la
suma de opiniones ni la información sin crítica.
El marco cronológico abarca el período 1890-2005, por entender que la cri-
sis económico-social de 1890 provoca la búsqueda de modelos alternativos para el
país, que explican en gran medida las transformaciones que tuvieron lugar en las
primeras décadas del siglo XX; y que debe culminar en 2005, dado que la asun-
ción por primera vez de la izquierda al gobierno nacional abre una nueva etapa de
cambios.
La primera parte presenta, bajo un ordenamiento cronológico en seis capí-
tulos, la evolución del país en ese “largo” siglo XX, abordando aspectos políticos,
económicos, sociales y culturales. Es necesario resaltar que se ha procurado el
tratamiento de los temas en su dimensión nacional, así como la inserción del país
en la región y en el mundo. La segunda parte constituye una aproximación, más en
profundidad y con un enfoque de “larga duración”, a problemas y temáticas claves
para comprender el Uruguay actual (población y territorio; partidos, elecciones y
democracia política; movimientos sociales; identidades).
Como todo esfuerzo de síntesis, la tarea no ha sido fácil. La forzosa breve-
dad del texto, en función de facilitar la aproximación del lector no informado, ha
impuesto fuertes restricciones en el desarrollo de los temas y también ha reducido
al mínimo la inclusión de notas al pie con las referencias bibliográficas. Al final de
cada capítulo, sin embargo, se incluye un listado bibliográfico (“Para saber más”)
que recoge las obras más importantes consultadas para la elaboración del capítulo;
y en el texto se mencionan algunos de los autores claves para el análisis de los
períodos y temáticas abordadas. No todos los autores ni todas las obras pudieron
ser mencionados, por lo que desde ya nos disculpamos con los colegas cuyos apor-
tes –más puntuales– no han sido expresamente referidos. La obra incorpora una
importante cantidad de imágenes (pinturas, fotos, caricaturas, mapas), cuadros y
gráficos; así como recuadros de texto con selecciones de documentos y enfoques
historiográficos. Se incluye un índice de imágenes donde se indican las fuentes y
localizaciones de donde fue tomado ese material.
Queremos dejar constancia de nuestro agradecimiento al Centro Municipal
de Fotografía de la Intendencia de Montevideo y a los fotógrafos Aurelio González,
Daniel Sosa, Carlos Contrera y Daniel Stonek que nos cedieron generosamente va-
rias fotografías incluidas en esta obra, así como al Archivo de Propaganda Política
del Departamento de Historiología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación, al Museo y Archivo Histórico Cabildo Municipal, al Archivo Nacional
de la Imagen del SODRE y a la Sección Micrografía de la Biblioteca Nacional, por
la comprensión con que atendieron solicitudes similares.
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Muy especialmente deseamos agradecer al Profesor José Pedro Barrán su


atenta y crítica lectura del texto, así como sus siempre oportunas sugerencias. Por
supuesto, la entera responsabilidad de lo que aquí se expresa es de los autores.
La Dirección General para Asuntos Consulares y Vinculación del Ministerio
de Relaciones Exteriores –volcada a la atención del “Departamento 20” del Uru-
guay constituido por la “patria peregrina”–, a través de su Director, el Embajador
Álvaro Portillo, promovió e hizo posible este trabajo mediante un convenio con
la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad de
la República y la colaboración del Fondo de Población de las Naciones Unidas
(UNFPA). Su entusiasmo por la iniciativa y su comprensión ante las dificultades
encontradas no han sido un apoyo menor.

Los autores
Parte I

Evolución histórica del Uruguay en el siglo XX


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Capítulo 1

La formulación de un modelo. 1890-1918


Ana Frega

Resumen
La crisis económica y financiera de 1890 obligó a repensar la viabilidad del
país. Los distintos gobiernos debieron abordar la reformulación del modelo agroex-
portador, el fomento de la industria de bienes de consumo y la búsqueda de meca-
nismos para la contención de los conflictos sociales. El contexto internacional –ex-
pansión imperialista y Primera Guerra Mundial– incidió fuertemente en los caminos
tomados y en los resultados obtenidos, especialmente en lo referente a la política
de nacionalización y estatización de servicios públicos. Las líneas vertebradoras
del período son: 1) el aumento del intervencionismo estatal, con el establecimiento
del Banco Hipotecario, el Banco de la República, el Banco de Seguros del Estado
o las Usinas Eléctricas del Estado, entre otras empresas públicas; 2) el avance de la
institucionalidad democrática, sintetizado en la Constitución de 1918; 3) la profun-
dización del proceso de secularización, que supuso la eliminación de la enseñanza
religiosa en las escuelas públicas, las leyes de divorcio o la separación de la Iglesia
y el Estado; y 4) la búsqueda de mecanismos de integración social como, por ejem-
plo, la legislación social, la expansión de la enseñanza primaria o la creación de
liceos en el Interior del país.

La crisis de 1890 y el cuestionamiento al Uruguay pastoril


En el último cuarto del siglo XIX, el Uruguay ocupaba un lugar en el siste-
ma capitalista mundial como proveedor de productos pecuarios. Lanas, cueros y
carne salada constituían los principales rubros de exportación destinados a merca-
dos europeos y americanos, entre los que Gran Bretaña ocupaba un lugar de privi-
legio. Esto es lo que se conoce como “modelo agroexportador”, con la salvedad de
que en Uruguay, a diferencia de Argentina, la agricultura ocupó un lugar mínimo.
18

Como contrapartida, el país dependió de la importación de bienes de capital y


productos manufacturados. Se desarrollaron en el período importantes inversiones
británicas en transportes, comunicaciones y servicios públicos (ferrocarriles, telé-
grafo, aguas corrientes, entre otros), en bancos e industrias, así como se contrataron
por parte del gobierno diversos préstamos en Londres. La década de 1880 estuvo
marcada por un auge especulativo alimentado por la construcción de viviendas, la
expansión de los servicios públicos y la fundación de nuevas entidades bancarias
y compañías de inversión. Para ilustrar lo anterior puede indicarse que en 1887,
cuando el Banco Italiano lanzó al mercado sus acciones, de acuerdo con la deman-
da, habría podido vender una suma 18 veces superior a la emisión realizada. Otro
ejemplo: entre 1887 y 1890 se edificaron más viviendas que en los años anteriores
de la década de 1880. Estas cifras contrastaban con las de la balanza comercial que
entre 1887 y 1890 tuvo un déficit de más de 21 millones de pesos. Al descenso de
los precios internacionales de los productos de exportación se sumó el aumento de
las importaciones. Como han estudiado José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, por
estos años se había llegado al límite del stock ganadero que la pradera natural po-
día soportar (unos 8 millones de vacunos y unos 20 a 25 millones de ovinos) y no
se habían realizado las inversiones necesarias para mejorar la calidad del ganado y
las pasturas que permitieran la instalación redituable de plantas frigoríficas.
Ante la crítica situación de la balanza comercial de fines de los ochenta algu-
nos sectores de la burguesía –especialmente conformados por jóvenes con estudios
superiores– comenzaron a realizar propuestas políticas que apuntaban a pensar la
base productiva de la sociedad en una perspectiva de mayor alcance. Entre varios
jóvenes periodistas, abogados, empresarios, algunos de ellos parlamentarios, es
posible percibir ya el interés por impulsar un proceso de renovación en la produc-
ción agropecuaria y por analizar las necesidades y posibilidades de desarrollo de
una industria de bienes de consumo. Esta orientación progresista debía proyectar
muy imaginativamente la resolución de las dificultades que suponía impulsar se-
mejante empresa en un país con un pequeño mercado interno, pobre de capitales,
sin materias primas básicas y con un notable atraso en materia energética. Hay
ejemplos del importante accionar de esta corriente renovadora, que sentaron las

(1) Al final del capítulo se incluye una selección bibliográfica que cubre los temas tratados. En las
notas al pie hemos incluido lecturas complementarias. Para la situación económico-financiera que
precedió a la crisis de 1890 puede consultarse, además: Carlos Visca, Emilio Reus y su época, Mon-
tevideo, E.B.O., 1967. Las cifras sobre inversiones y especulación corresponden al segundo tomo
de la obra de Peter Winn, Gran Bretaña y la tierra purpúrea, que se editará próximamente y las del
saldo comercial a Eduardo Acevedo, Anales históricos del Uruguay, Tomo IV, Montevideo, Barreiro
y Ramos, 1934, p. 409.
(2) José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Historia rural del Uruguay moderno, Tomo II, 1886-
1894, Montevideo, E.B.O., 1971, p. 64.
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bases de posteriores reformas. Entre ellos, los proyectos para la creación de un im-
portante banco para el fomento de la producción nacional o las Leyes de Aduanas
(1886 y 1888) de carácter proteccionista, es decir, que fijaban tasas diferenciales
para la importación y exportación de acuerdo con el tipo de producto. Además del
interés fiscal, presente en toda ley impositiva, se remarcaba la necesidad de pro-
mover la industria nacional. En el informe realizado por la Comisión de Hacienda
de la Cámara de Representantes en 1887 se afirmaba: “la constitución de una na-
cionalidad y de una independencia económica está en el poder industrial propio,
es decir, en los medios que tenga un país de desarrollar de un modo armónico sus
fuerzas productivas, y de ensanchar y multiplicar los empleos del trabajo nacio-
nal, así como las inversiones fijas del capital”.

Imagen 1. Vista general de


Montevideo hacia 1900. En ese
entonces, la capital congregaba
alrededor de la cuarta parte de
la población del país. Foto:
Fondo Histórico Municipal /
Centro Municipal de Fotografía
(en adelante FHM/CMDF).

En este contexto abrió sus puertas el Banco Nacional en 1887, con el propó-
sito de generar amplias líneas de crédito para la producción en todo el país (se pro-
ponía la apertura de sucursales en el Interior), así como al Estado, el que contaría
con una línea de crédito de hasta un millón y medio de pesos. Tuvo dos secciones,
la Comercial y de Habilitación, y la Hipotecaria. Esta institución, dirigida por el
español Emilio Reus e integrada con capitales anglo-argentinos, había sido autori-
zada a emitir papel moneda por un monto equivalente al triple de sus reservas en
oro. Dado que regía la convertibilidad del papel moneda en oro, la estabilidad del
banco dependía no solamente de sus negocios, sino también de la confianza públi-
ca en su solvencia y operaciones. Desde el inicio de sus actividades debió sufrir
la presión de los Bancos Comercial y de Londres, exponentes de la banca “orista”
(defensora del oro como único patrón monetario y de que los billetes emitidos por

(3) Informe presentado en la sesión de la Cámara de Representantes del 21-11-1887, citado en Raúl
Jacob, Breve historia de la industria en el Uruguay, Montevideo, F.C.U., c.1981, p. 62.
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los bancos pudieran ser canjeados libremente por su valor en dicho metal), que
hasta ese momento detentaba el monopolio de hecho del crédito en el país. Pero
la quiebra obedeció también a las actividades especulativas desarrolladas por el
propio Banco Nacional y a la crisis regional e internacional. El sábado 5 de julio
de 1890 la institución cerró sus puertas y declaró que no podía convertir en oro sus
billetes. Fue este el primer episodio de una crisis que agravó los cuestionamientos
al modelo económico agroexportador e incentivó la búsqueda de caminos más
diversificados de inserción del Uruguay en el mundo capitalista. Dentro de los des-
equilibrios que experimentó el Uruguay durante el siglo XIX, ninguno tuvo tanta
repercusión como este. Hubo escasez de trabajo, rebaja de sueldos y jubilaciones
y atraso en el pago de los presupuestos, lo cual repercutió en la ya mala situación
del “pobrerío” rural y el proletariado urbano. Sus efectos se extendieron tanto al
Estado como a empresas privadas, y recién comenzaron a revertirse hacia 1895,
cuando se inició un ciclo de alza de la economía en Europa.
En un primer momento, las medidas tomadas por el gobierno para enfrentar
la crisis repitieron esquemas anteriores. Se otorgó garantía estatal a los billetes,
disponiendo su “curso forzoso” (es decir, que no pudieran convertirse por su equi-
valente en oro) durante seis meses, se procedió a la rebaja de sueldos y pensiones
a cargo del Estado y se aumentaron los derechos de importación, afectando pro-
ductos de consumo popular. A su vez, se negoció la contratación de un empréstito
en Londres (1891) que unificó las deudas por préstamos anteriores y por garantías
a las empresas ferroviarias. Luego de que fracasaran intentos por lograr préstamos
específicos para sostener la actividad del Banco Nacional, se optó por su liquida-
ción definitiva en 1892. La Sección Hipotecaria, por su parte, pasó a constituirse
en un banco separado.
Los motivos que habían dado origen al Banco Nacional se mantenían, y tras
la salida de la crisis se concretó la fundación del Banco de la República Oriental
del Uruguay. En 1896 surgió esta nueva institución que, de acuerdo con su Carta
Orgánica, debía ser de carácter mixto, esto es, con un capital (fijado en 10 millones
de pesos) integrado por mitades entre el Estado y los particulares. Sin embargo,
este nuevo banco sólo contó con el capital obtenido mediante un empréstito britá-
nico otorgado en condiciones “leoninas”. Sin la participación de inversores parti-
culares actuó en los hechos como un banco estatal. La ley le otorgó el monopolio
de la emisión de billetes, el que se completaría una vez que cesaran las concesiones
en vigencia (Banco Italiano hasta 1905 y Banco de Londres hasta 1907). Debía

(4) Para el estudio de la crisis de 1890, además de la bibliografía indicada, se cuenta con las si-
guientes selecciones documentales: Benjamín Nahum, La crisis de 1890, Tomo I, La correspon-
dencia de Alberto Nin; Tomo 2, El testimonio francés, Tomo 3, El testimonio inglés; y Tomo 4, La
conversión de 1891, editados en Montevideo, E.B.O., 1998, 1999, 1999 y 2000 respectivamente.
21

encargarse del manejo de las finanzas públicas y de la promoción de la actividad


productiva del país, para lo cual se disponía la apertura a corto plazo de sucursales
en el Interior. A su vez, se le encomendaba otorgar créditos de carácter asistencial,
“buscando el mejoramiento de las clases menos favorecidas por la fortuna, o pri-
vadas de todo crédito personal”, tal como decía el mensaje del Poder Ejecutivo
enviado a la Cámara de Senadores en junio de 1896.
Un balance primario de la actuación del Banco de la República en los años
iniciales de su fundación permite concluir que su política “conservadora” y “pru-
dente” en la emisión de billetes y concesión de créditos, si bien pudo obedecer a
la necesidad de generar confianza y evitar lo que había ocurrido con su antecesor
(el Banco Nacional), tradujo en lo esencial la alianza que se había consolidado
durante el gobierno de Juan Lindolfo Cuestas (agosto 1897 - febrero 1903). Como
indican José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, el Directorio del nuevo banco se
integró con miembros de la clase alta rural, la banca “orista” y el “alto comercio” y
desarrolló una política crediticia restrictiva, que no contempló las expectativas de
los agricultores, los pequeños y medianos ganaderos, los industriales, los emplea-
dos y todos aquellos que, desprovistos de bienes, no tenían acceso al crédito.

El Uruguay del 900


A fines del siglo XIX se podían observar algunos cambios en las actividades
económicas. El mestizaje de ganado ovino y bovino aumentó y se extendió a todo
el país. Aumentó la productividad (mayor rendimiento en lana y carne por animal)
y surgieron nuevos tipos de establecimientos como por ejemplo la cabaña, espe-
cializada en el ganado fino importado o criado en el país. La actividad manufactu-
rera también tuvo un crecimiento destacable. Al amparo de diversas disposiciones
proteccionistas o de incentivos a la inversión, se instalaron fábricas textiles (Salvo
y Campomar en 1898 y 1900, por ejemplo), destilerías de alcohol y otros estable-
cimientos destinados a la fabricación de bienes de consumo.
A medida que avanzaban los procesos de consolidación estatal en Argentina
y Brasil, la burguesía uruguaya debió estructurar un verdadero sistema nacional de
comunicaciones y transportes, para no perder su papel en el comercio de tránsito
regional y proyectar una presencia más firme en el marco rioplatense. Se desta-

(5) Mensaje acompañando el proyecto de ley sobre la Carta Orgánica del Banco de la República,
citado en José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Historia rural del Uruguay moderno, Tomo III,
Recuperación y dependencia, 1895-1904, Montevideo, E.B.O., 1973, p. 391.
(6) Ibídem, pp. 403-422.
(7) Para una visión general de la evolución de la industria puede consultarse: Raúl Jacob, Breve
historia de la industria..., op. cit.
22

Imagen 2. Puerto de Montevi-


deo. En 1911 llegaron al país
las primeras veinte grúas. Foto:
FHM/CMDF.

can en este plano el inicio de las obras para modernizar el puerto de Montevideo
(1900), la extensión de las líneas de ferrocarril, la extensión de los telégrafos y las
primeras empresas de teléfonos.
Hacia 1900 vivían en el país cerca de un millón de personas (1.042.686
según el Censo de 1908), de las cuales más de la cuarta parte residían en la capital
montevideana. En poco tiempo, y en gran medida por el aporte inmigratorio, el
incremento demográfico creó nuevas posibilidades económicas y culturales para
los uruguayos.
Este proceso de inserción general del Uruguay en el “mundo moderno” pue-
de apreciarse en un conjunto de elementos culturales particulares que en buena me-
dida hoy hacen a la idiosincrasia de su pueblo. Las artes y las ciencias, las costum-
bres y el consumo fueron marcados con un tono rotundamente cosmopolita, o tal
vez sea más adecuado decir, europeísta. Barriadas enteras de sus principales ciu-
dades lucen parques con monumentos neoclásicos, paseos de estilo catalán (“ram-
blas”), balnearios a la francesa y un inocultable encanto de sus sectores opulentos,
principalmente los vinculados al “alto comercio”, por identificarse estéticamente
con la Belle Époque. Como ocurrió en buena parte del planeta, junto al ferrocarril
británico viajaron también un conjunto de valores culturales, de los que la práctica
del football (asimilado como fútbol) parece ser una de las herencias más precia-
das. En 1896 se realizó en Montevideo la primera exhibición cinematográfica en
un local comercial, el “Salon Rouge”, ubicado en el actual Museo Romántico (25
de Mayo entre Zabala y Misiones). La expansión del “biógrafo”, palabra usada en
la época para designar al cine, fue vertiginosa. Desde 1912 el número de especta-
dores de las salas cinematográficas superó al de los asistentes al teatro. Pronto los
sectores populares urbanos, en la medida de sus posibilidades, fueron igualmente
conquistados por la “modernidad” de las costumbres importadas. Como han seña-
23

Los contrastes de Montevideo a comienzos del siglo XX

Imagen 3. La Feria de Tristán Narvaja hacia 1909. En primer plano, los “canillitas”
vendiendo periódicos. Foto: FHM/CMDF.

Imagen 4. Playa Ramírez a mediados de la década de 1910. El bañero, montado en una


mula o un caballo se encargaba de tirar de los “carritos” y llevarlos al agua. Foto:
FHM/CMDF.
24

lado Barrán y Nahum, el cine –europeo y norteamericano en esa época– contribu-


yó a expandir “ideales de vida, modas y costumbres, que reforzaron la tendencia
montevideana al cosmopolitismo.”
En los pequeños establecimientos, en los talleres industriales y en la cre-
ciente concentración de trabajadores ferrocarrileros y portuarios se empezó a de-
sarrollar un movimiento obrero que ya en 1890 tenía importantes organizaciones
sindicales –en esta etapa, fundamentalmente a través de sociedades de resistencia
“por oficio”–, y órganos de prensa, participando de movilizaciones internaciona-
listas como las del Primero de Mayo. Principalmente existieron dos grandes ver-
tientes ideológicas en el movimiento obrero: la anarquista, que llegó a constituir
una Federación (Federación Obrera Regional Uruguaya) y ejercer una mayor in-
fluencia en las dos primeras décadas del siglo XX, y la socialista, de definición
marxista. Asimismo, surgió una corriente social cristiana, que proponía un espacio
sindical diferenciado de las corrientes revolucionarias. Resulta interesante señalar
que no pocos destacados intelectuales uruguayos simpatizaron rápidamente con
estas corrientes ideológicas y pronto fueron construyendo una serie de expresio-
nes “contestatarias” y “alternativas al sistema”, muy ricas y originales en algunos
casos y de extraordinario peso hasta hoy día en la cultura nacional. Se encuentra
aquí el origen de las “izquierdas”, que desde entonces han sido un componente
fundamental de la experiencia social uruguaya.

Imagen 5. 1º de Mayo de 1919.


“Aspecto que ofrecía la Avda.
18 de Julio durante la manifes-
tación obrera”.
En 1916 se estableció la “Fiesta
del Trabajo”, sustituyendo el fe-
riado de San Felipe y Santiago,
patronos de Montevideo. Ob-
sérvese las fuerzas de seguridad
que controlan la marcha que ha-
bía salido de las inmediaciones
de donde actualmente está el Pa-
lacio Legislativo, para dirigirse
a la Plaza Independencia.

(8) José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio británico, Tomo I,
El Uruguay del Novecientos, 2ª. ed., Montevideo, E.B.O., 1990, p. 135.
(9) En el capítulo 8 se trata con mayor detenimiento el desarrollo del movimiento sindical y la
situación de los trabajadores, aportando bibliografía específica.
25

Los departamentos del interior del país mostraban grandes contrastes. Mien-
tras los ubicados en el litoral del río Uruguay se habían beneficiado del tránsito flu-
vial y junto a los del centro-sur del país contaban con establecimientos ganaderos
que habían incorporado el mestizaje y la refinación, los lindantes con Brasil mos-
traban mayor pobreza, encubierta en parte por el contrabando fronterizo. Ahora
bien, ya fuera por la incorporación de mejoras tecnológicas o por la supervivencia
de las estancias dedicadas a la cría de ganado criollo, el medio rural continuaba
expulsando brazos, generando bolsones de pobreza (los “pueblos de ratas”) y acen-
tuando las desigualdades entre la ciudad y el campo.

Guerras civiles y lucha electoral


Desde marzo de 1890 era presidente de la República el Dr. Julio Herrera y
Obes, perteneciente a una familia vinculada a los altos puestos de gobierno. Des-
de el punto de vista político, defendía la potestad del Presidente de promover sus
candidatos a los distintos cargos electivos. El régimen restrictivo del ejercicio de
los derechos políticos establecido en la Constitución de 1830, sumado a las leyes
electorales que concentraban en funcionarios designados directamente por el Po-
der Ejecutivo el contralor de los comicios y que otorgaban al partido mayoritario
en cada departamento del país la totalidad de los cargos electivos, favorecían esta
postura conocida en la época con el nombre de “influencia directriz”. A esta con-
cepción se oponían los que sostenían el derecho de las minorías a integrar los or-
ganismos legislativos. Las luchas por la “coparticipación” de los distintos partidos
políticos habían tenido una primera solución de hecho, tras la guerra civil de 1870-
1872, estableciendo un reparto de las jefaturas departamentales (dos tercios para
el partido mayoritario y un tercio para el minoritario aproximadamente). Veinte
años después esos acuerdos no se mantuvieron, y durante el gobierno de Juan
Idiarte Borda, sucesor de Herrera y Obes, los nacionalistas (blancos), comandados
por Aparicio Saravia, caudillo y hacendado de Cerro Largo, iniciaron en marzo
de 1897 una guerra civil. El alzamiento contaba con apoyos en Argentina, donde
funcionaba un Comité de Guerra que, entre otras tareas, procuraba la provisión
de armas, y en Brasil, en cuyas guerras civiles, junto a su hermano Gumercindo,
Aparicio Saravia había comenzado su actuación militar. La principal estrategia, sin
embargo, consistió en aprovechar la movilidad de sus tropas y el conocimiento del
terreno, sin intervenir en combates decisivos a efectos de prolongar el conflicto y
obligar al gobierno a llegar a un entendimiento.10

(10) Para el estudio de las guerras civiles de 1897 y 1904 véase José Pedro Barrán y Benjamín Na-
hum, Historia social de las revoluciones de 1897 y 1904 (Montevideo, E.B.O., 1972), Enrique Mena
Segarra, Aparicio Saravia, las últimas patriadas (Montevideo, E.B.O, 1977), John Charles Chasteen,
26

El 25 de agosto de ese año,


Las Guerras Civiles de 1897 y 1904
frente a la Catedral de Montevi-
deo, el Presidente de la República Las divisas y el pobrerío rural
“La revolución fue una consecuencia de
fue asesinado. A partir de allí, Juan haberse conjugado dos factores: la tensión
Lindolfo Cuestas, quien como política entre blancos y colorados exacer-
Presidente del Senado asumió la bada desde 1894, y el caldo de cultivo que
primera magistratura, retomó las halló esa tensión en el pobrerío rural, cada
vez más empujado por la miseria a mani-
negociaciones de paz. El Pacto de
festaciones inorgánicas de violencia. […]
la Cruz, firmado el 18 de setiembre El pobrerío, sin el encuadre de las divisas
de 1897, procuró establecer fór- tradicionales, sólo hubiera incrementado
mulas que de derecho y de hecho sus abigeos, sus ‘gavillas de salteadores’,
garantizaran la participación de las y la emigración hacia los países vecinos.
Blancos y colorados, sin la carne de cañón
minorías en el gobierno. En su par- del pobrerío, hubieran tenido que pactar o
te escrita figuraba un compromiso ceder. Lo explosivo resultó la combinación
para impulsar leyes que habilitaran de los dos elementos.”
la representación de las minorías, [José Pedro Barrán y Benjamín Nahum,
Historia social de las revoluciones de 1897
además de cláusulas sobre amnis-
y 1904, op. cit., pp. 51-52.]
tía y apoyo económico para la des-
movilización de las tropas saravis- El mito de la patriada
“Una patriada supuestamente ‘hacía la
tas. En su parte verbal, establecía
patria’. Dado que los blancos se sintieron
el compromiso del Presidente de la excluidos de la comunidad política por dé-
República de nombrar a personas cadas de ‘tiranía colorada’, creían que la
del Partido Nacional como Jefes verdadera, la inclusiva nación uruguaya no
Políticos de seis de los diecinue- había sido formada todavía. Varias gene-
raciones de blancos habían conservado un
ve departamentos de la República. sentido de identidad colectiva que se funda-
Los departamentos eran Rivera, ba, en parte, sobre esa sensación de ser un
Cerro Largo, Treinta y Tres, Flo- grupo oprimido. Durante dos generaciones,
res, San José y Maldonado. Como los blancos habían gobernado el país por
períodos de solo unos pocos años, y tendían
puede apreciarse, la paz era preca-
a recordar las patriadas como los aconte-
ria y recogía la misma fórmula de cimientos que verdaderamente definían su
1872. Habían presionado en forma historia.”
decisiva para lograrla los grandes [John Charles Chasteen, Héroes a caba-
hacendados y comerciantes, per- llo, op. cit., p. 159.]
judicados por un estado de guerra
que el ejército gubernista no podía
terminar a corto plazo, así como las diferencias internas en el propio Partido Colo-
rado, donde algunos sectores como el liderado por José Batlle y Ordóñez, aunque

Héroes a caballo (Montevideo, Aguilar/Fundación Bank Boston, 2001) y AA.VV., La revolución de


1904. Legitimidad o ilegitimidad: actualización de una polémica (Montevideo, Taurus, 2004).
27

no apoyaron a los nacionalistas en su lucha, se oponían a la continuidad de la “in-


fluencia directriz”.
El 10 de febrero de 1898 el presidente en ejercicio, Juan Lindolfo Cuestas,
disolvió el parlamento y procedió a designar un Consejo de Estado que cumpliera
funciones legislativas. Entre los argumentos dados para justificar tal acción, que
contó con apoyo en algunos sectores del Partido Colorado, el Partido Nacional y
el Partido Constitucional, figuró la necesidad de contar con las mayorías necesa-
rias para cumplir con los acuerdos de setiembre de 1897. En efecto, durante 1898
se aprobaron la Ley de Registro Cívico Permanente (que procuró terminar con las
inscripciones fraudulentas y estableció por primera vez el derecho de la minoría a
participar en las mesas receptoras de votos) y la Ley de Elecciones, que implantó el
principio de representación de las minorías, si bien aún no con carácter proporcional
al número de sufragios: en cada departamento, la minoría debía acceder a la cuarta
parte de los sufragios para obtener el tercio de las bancas correspondientes.11

Imagen 6. Distribución de las


jefaturas departamentales en
1897 y ubicación de la Batalla
de Masoller en 1904.

(11) Eduardo Acevedo, Anales históricos del Uruguay, Tomo V, Montevideo, Barreiro y Ramos,
1934, pp. 126-129.
28

Durante su primera presiden- Pedido de intervención


cia, José Batlle y Ordóñez procuró a Estados Unidos

con éxito consolidar el Poder Ejecu- Ante el supuesto apoyo argentino


tivo, reivindicando la autoridad del al levantamiento, Batlle encomendó a
Eduardo Acevedo Díaz, ministro uru-
Presidente para el nombramiento de guayo en Washington, que solicitara
los gobiernos departamentales. Ello una audiencia con el presidente norte-
dio origen en enero de 1904 a una americano Theodoro Roosevelt. “Años
nueva guerra civil protagonizada por más tarde, Batlle explicó: «se le pidió
hiciera saber al gobierno de ese país,
el caudillo blanco Aparicio Saravia.
que el nuestro vería complacido la
Unas quince mil personas llegaron a presencia de buques americanos y la
integrar el ejército nacionalista. En influencia que estuviera inclinado a
la época se dijo que peleaban bajo el ejercer en el Plata, para que los países
lema “aire libre y carne gorda”, lo cual observaran la debida neutralidad…»
[…] La noticia de la gestión uruguaya
podía expresar, a su manera, no sólo llegó a la Argentina. El 4 de agosto [de
los motivos políticos del levantamien- 1904], el ministro norteamericano en
to sino también una situación social Uruguay, William Rufus Finch, se quejó
de la campaña donde la pauperización a Washington porque la prensa de Mon-
tevideo y de Buenos Aires lo habían
iba en aumento y se extendían los lla-
citado diciendo que Estados Unidos no
mados “pueblos de ratas” en los cru- permitiría la intervención extranjera en
ces de caminos o en los suburbios de los asuntos uruguayos.”
las poblaciones del interior del país. [Milton Vanger, José Batlle y Or-
El ejército gubernista, por su parte, re- dóñez. El creador de su época (1902-
1907), 2ª. ed., Montevideo, E.B.O.,
clutó cerca de 30.000 efectivos, contó 1992, pp. 203-204.]
con armas modernas (cañones Krupp,
ametralladoras Maxim) y dispuso de
ferrocarriles y telégrafos para su despliegue táctico. Además, ordenó el embargo
de los bienes de los posibles adeptos al levantamiento y estableció severas medidas
de censura a cualquier manifestación que cuestionara la autoridad presidencial. La
guerra se prolongó durante varios meses y culminó luego de la batalla de Masoller
(1 de setiembre de 1904), en la cual fue herido Aparicio Saravia. Diez días después
falleció el caudillo; las tropas se desmovilizaron y finalmente se acordó la llamada
Paz de Aceguá. Celebrada el 24 de setiembre de 1904, no fijaba ningún mecanismo
de “coparticipación” entre los partidos políticos, otorgaba la amnistía a los suble-
vados y establecía el compromiso de llevar adelante una reforma constitucional.
Desde el punto de vista político, la victoria del ejército gubernista en la
guerra civil tuvo consecuencias notables. Como sintetiza el historiador Benjamín
Nahum, la derrota de las tropas nacionalistas consolidó el poder central, al dejar de
lado el régimen de reparto político-administrativo pactado en 1897. Además, re-
forzó la concepción de “gobierno de partido” defendida por José Batlle y Ordóñez,
29

opuesta a la “coparticipación” impulsada por los nacionalistas. Ello se tradujo en


una reforma de la integración de la Cámara de Representantes que, si bien amplió
el número de diputados, modificó la distribución por departamentos provocando
que la minoría debiera obtener mayor número de sufragios para ocupar un esca-
ño parlamentario.12 En 1907 y 1910 se produjeron ajustes tendientes a paliar esa
evidente desigualdad. De todas formas, por diversas circunstancias políticas, entre
ellas el anuncio de una nueva candidatura de José Batlle y Ordóñez a la Presi-
dencia de la República, el Partido Nacional decidió no presentarse a los comicios
de noviembre de 1910 e incluso hubo preparativos para un nuevo levantamiento
armado bajo la conducción del caudillo Basilio Muñoz.
En las primeras décadas del siglo XX el Uruguay atravesó por una nueva se-
rie de transformaciones que dio por resultado una amplia reformulación liberal de
su sistema político. Por un lado, se dio una creciente participación de la ciudadanía
en las elecciones, facilitada además por la habilitación del voto universal masculi-
no.13 De casi 46.000 votantes en las elecciones de representantes de 1905 (un 4,5%
de la población) se pasó a 188.359 en las de 1919, es decir, aproximadamente un
18% de los habitantes.14 Además, se produjeron importantes cambios en los parti-
dos políticos formados en el siglo XIX que implicaban su organización interna o
la introducción de nuevas temáticas, por ejemplo, aspectos económicos y sociales.
En ese momento hicieron aparición también nuevos partidos políticos (con mayor
peso de lo programático) como la Unión Cívica (partido católico) y el Partido
Socialista, que se presentaron por primera vez a elecciones de representantes por
Montevideo en 1910. Las diversas fórmulas de “coparticipación” o representación
de las minorías fueron acompañadas por disposiciones que contemplaron el frac-
cionamiento interno de los partidos, permitiendo el llamado “doble voto simul-
táneo”, es decir, el voto al lema o partido y, dentro de éste, a una lista o sector y,
con ello, el mantenimiento de una convocatoria a todos los sectores sociales. Por
otro lado, el movimiento sindical, aun con sectarismos y debilidades, logró defen-
der con bastante eficacia los intereses de sus afiliados, aprendiendo a negociar en
todas las coyunturas, lo que dio por resultado también un cierto estilo popular, no
partidario, de “hacer política”, que enriqueció y consolidó la experiencia democrá-

(12) Benjamín Nahum, Manual de Historia del Uruguay, 1903-1990, Montevideo, E.B.O., 1996,
pp. 26-27.
(13) Cabe aclarar que se mantuvo la suspensión del derecho de voto por “la condición de simple
soldado de línea”, lo cual recién se suprimió en la Constitución de 1967. En el capítulo 9 se trata con
más detalle este tema, así como la reforma constitucional de 1918 que consagró esa extensión del
sufragio masculino y habilitó la vía legislativa para la aprobación del sufragio femenino.
(14) Los resultados electorales fueron tomados de Carlos Zubillaga, “El batllismo como experiencia
populista”, en Jorge Balbis y otros, El primer batllismo. Cinco enfoques polémicos, Montevideo,
E.B.O./CLAEH, 1985, pp.11-45, p.37.
30

José Batlle y Ordóñez


tica de los uruguayos. Por último, es (1856-1929)
necesario señalar que los grupos do- Hijo de Lorenzo Batlle y Amalia
minantes en lo económico constituye- Ordóñez y nieto de catalanes afincados
en Montevideo en el último período de
ron grupos de presión como la Unión la dominación española. Su padre fue
Industrial Uruguaya (1898), la Fede- Presidente de la República entre 1868
ración Rural (1915), la Cámara Mer- y 1872. El 1 de marzo de 1903, cuan-
cantil de Productos del País (1908) o do asumió su primera presidencia, te-
nía casi 47 años de edad y poseía una
la Liga de Defensa Comercial (1915),
importante experiencia política y pe-
organizados en torno a la defensa de riodística iniciada en la lucha contra la
sus intereses sectoriales y al cuestio- dictadura del Gral. Máximo Santos en
namiento de las políticas estatales. Si los años ochenta del siglo XIX. Funda-
bien con participación política activa, dor del diario “El Día”, primer órgano
de prensa de carácter masivo, predicaba
fueron escasos y frustráneos los inten- a favor de la transformación de los par-
tos de constituir un partido político tidos políticos. Afiliado al racionalismo
conservador.15 espiritualista, proponía el desarrollo
integral del hombre y de una sociedad
igualitaria. Ocupó la Presidencia de
la República en dos administraciones
(1903-1907 y 1911-1915), integró el
primer Consejo Nacional de Adminis-
tración por cortos períodos en la década
de 1920 e intervino en forma decisiva
en la conducción del Partido Colorado
hasta su muerte en 1929.

Imagen 7. Postal con José Battle y Or-


dóñez con la Banda Presidencial, editada
por Imprenta Galli.

(15) Véase también José Pedro Barrán, Los conservadores uruguayos, Montevideo, E.B.O., 2004.
31

El impulso reformista: avances y limitaciones


de un modelo urbano industrial16
El primer impulso reformista halló su principal expresión durante las ad-
ministraciones de José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915) y reconoció
un freno en 1916, luego de la derrota en las elecciones realizadas el 30 de julio de
ese año. El intervencionismo estatal en la economía alcanzó nuevas áreas y mo-
dalidades, tales como la inversión directa en empresas dedicadas a la producción
de bienes y servicios, el control de la moneda y el crédito, o la fijación de algunos
precios y salarios. También se había ido afirmando la idea de un “Estado Provi-
dencia”, es decir, que se anticipara a los conflictos sociales y actuara como árbitro
en las relaciones entre el capital y el trabajo. El avance en la legislación social, en
el que tuvieron participación las intensas movilizaciones sociales reclamando me-
jores condiciones laborales, se hizo evidente, por ejemplo, en la aprobación de la
limitación de la jornada de trabajo a ocho horas para todas las ramas de actividad.
El programa de transformaciones impulsado por José Batlle y Ordóñez su-
ponía la utilización del aparato estatal para la promoción de un modelo de desa-
rrollo urbano industrial. Partía de la idea de que siendo el Uruguay un país nuevo,
sería posible superar los conflictos sociales que la implantación del capitalismo
había generado en el Viejo Mundo, y promovía la universalización del acceso a
servicios como la salud y la educación. El mayor impulso reformista fue desple-
gado en su segunda administración, especialmente entre los años 1911 y 1913. La
importancia histórica de este proceso resulta notable, al comprobarse que aún en
etapas posteriores, de claro signo conservador, tal ampliación no se revirtió fun-
damentalmente. Hay que apuntar, sin embargo, la gran distancia existente entre
las formulaciones programáticas, los proyectos presentados, los textos finalmente
aprobados y la efectiva aplicación de las disposiciones.
Nacionalización y estatización de servicios públicos. Se procuraba con
ello captar las utilidades de esas empresas para el país y controlar aquellos servi-
cios considerados esenciales. En ese plano se crearon el Banco de Seguros (1911)
y la Administración de Tranvías y Ferrocarril del Norte (1915), aunque debido a

(16) Este apartado se ha elaborado sobre la base de las siguientes obras: José Pedro Barrán y Ben-
jamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio británico, Tomo IV, Las primeras reformas, 1911-
1913 (Montevideo, E.B.O., 1983), Milton Vanger, El país modelo, José Batlle y Ordóñez, 1907-1915
(2ª. ed., Montevideo, E.B.O., 1991), Raúl Jacob, Modelo batllista ¿Variación sobre un viejo tema?
(Montevideo, Proyección, 1988), Magdalena Bertino, Reto Bertoni, Héctor Tajam y Jaime Yaffé, La
economía del primer batllismo y los años veinte (Montevideo, Instituto de Economía / Fin de Siglo,
2005), Benjamín Nahum, Empresas públicas uruguayas. Origen y gestión (Montevideo, E.B.O.,
1993) y AA.VV., La empresa pública en el Uruguay (Montevideo, CLAEH, 1977, Serie Investiga-
ciones: 1).
32

las presiones de las empresas extranje- La presión imperial


ras y el gobierno británico, en ninguno Carta del Ministro británico en
de los dos casos supuso el monopolio Montevideo, Robert J. Kennedy, al
estatal de la actividad. Ministro de Relaciones Exteriores uru-
A su vez, otras leyes como las guayo, Dr. José Romeu, con motivo del
proyecto de ley de creación del Banco
del Banco de la República (1911) y de Seguros del Estado (17 de agosto de
el Banco Hipotecario del Uruguay 1911).
(1912) generaron menores resisten- “Mi gobierno ha telegrafiado es-
cias. El primero, como se vio, había pecialmente, deseando que le recuer-
sido creado en 1896 y lo que realizó la de… las desventajas que acarrearía
al pueblo del Uruguay la privación
ley fue eliminar la posibilidad –nun- de continuar gozando de los máximos
ca concretada– de que parte de sus beneficios y las mínimas tarifas deriva-
acciones se integraran con capitales das de la libertad de competencia entre
privados. Tenía el monopolio de la compañías de seguros.
…[que] probablemente sean pre-
emisión de moneda y entre sus obje- sentadas reclamaciones legales y diplo-
tivos figuraba una política de créditos máticas contra el Gobierno uruguayo.
que estimulara la industria, el agro y …[que] lamentaría mucho que la
el comercio. El Banco Hipotecario, confianza de las firmas europeas en su
por su parte, se había formado luego estabilidad comercial y financiera fuera
conmovida de alguna manera.”
de la liquidación del Banco Nacional [Benjamín Nahum, La creación del
y la nueva ley dispuso que el Estado Banco de Seguros, Montevideo, E.B.O.,
comprara su paquete accionario a fin 1997, pp. 114-115.]
de impulsar la industria de la construc-
ción. En 1912 se dispuso el monopolio
estatal de la energía eléctrica (Usinas Eléctricas del Estado), con excepción de las
concesiones vigentes para las empresas de tranvías. Se completaba así un proceso
iniciado con la liquidación del Banco Nacional, que había traspasado al gobierno
departamental de Montevideo las acciones de la Compañía Nacional de Energía Eléc-
trica. La rebaja de las tarifas de consumo doméstico e industrial, además del beneficio
directo a los usuarios, operó como propaganda a favor del programa estatizador.
Menores fueron los avances en los servicios de transporte. En 1911 se com-
praron autobuses para el transporte colectivo de pasajeros (cuya explotación se
encomendó al municipio de Montevideo) y en 1915 se autorizó la adquisición de
las acciones del Ferrocarril y Tranvía del Norte. Ante la imposibilidad de controlar
las empresas británicas de ferrocarriles, el batllismo ensayó la construcción de
una red vial para vehículos automotores, abriendo el mercado para el ingreso de la
industria del automóvil y del portland, ambas estadounidenses. La pugna entre el
imperialismo británico y el norteamericano por su hegemonía en el país favoreció
33

Imagen 8. Inauguración del


servicio de tranvías eléctricos
de “La Comercial”. Las líneas
unían la Aduana con la Playa
Pocitos. Foto: FHM/CMDF.

la obtención de empréstitos para el desarrollo de las obras públicas. La operativa


del puerto de Montevideo también fue objeto de iniciativas de monopolio estatal.
Se argumentaba que luego de haber invertido importantes sumas en la moderniza-
ción del puerto, correspondía al Estado obtener beneficios por su explotación. Ello
dio lugar a encendidos debates, presión de las legaciones extranjeras y la forma-
ción del Centro de Navegación Transatlántica (1916). La Administración Nacional
del Puerto de Montevideo (1916), al igual que el Banco de Seguros del Estado,
comenzó sus actividades sin el monopolio de los servicios, si bien la ley autorizaba
al Poder Ejecutivo a decretarlo cuando lo estimara pertinente.

Fomento de la industria manufacturera. En 1912 se aprobó una ley de


carácter proteccionista que gravaba las importaciones de bienes manufacturados y
liberaba las de maquinaria industrial. En ese año, además, se crearon el Instituto de
Geología y Perforaciones, el Instituto de Química Industrial y el Instituto de Pes-
ca. Por otro lado, se propició la instalación de frigoríficos mediante exenciones de
impuestos, con lo que en 1905 comenzó a funcionar el primero dedicado a la carne
vacuna llamado “La Frigorífica Uruguaya”, en 1912 se fundó el “Frigorífico Mon-
tevideo” y en 1915 el “Frigorífico Artigas”. Aunque sus nombres referían al país,
cabe señalar que se integraban con capitales anglo-argentinos el primero y norte-
americanos los otros. El Banco de la República debía brindar créditos baratos y a
largo plazo que facilitaran la instalación de fábricas. Se apostaba a la sustitución
de bienes importados y los logros en esta dirección fueron posibles en el marco de
la Primera Guerra Mundial.
34

Los primeros frigoríficos


Las características de la inversión dejaron esta importante industria de exportación en
manos del capital extranjero. Gran Bretaña y Estados Unidos compitieron tanto por la insta-
lación de establecimientos, como por las técnicas a aplicar (carnes congeladas y enfriadas)
y los fletes. Luego de algunos intentos efímeros a fines del siglo XIX, la instalación de
frigoríficos en la primera y segunda décadas del siglo XX logró rápidamente desplazar a
los saladeros (cuyos mercados se hallaban en crisis, por otra parte) en la faena y la venta al
exterior. Mientras que en 1905, año en que comenzaron las exportaciones de “La Frigorífica
Uruguaya”, los saladeros exportaron 48,5 millones de kg de tasajo frente a los 5,7 millones
de kg de carne congelada, en 1913, cuando ya había comenzado su actuación el “Frigorífico
Montevideo” (Swift) y la “Frigorífica Uruguaya” había sido adquirida por una firma anglo-
argentina, la relación se invirtió: los saladeros exportaron 25,5 millones de kg frente a 49,6
millones de kg de los frigoríficos. Un proyecto inicial del batllismo para fundar un “Frigorí-
fico Nacional” (1911) fue postergado por la concesión de exoneraciones impositivas y otros
beneficios para el establecimiento de nuevas plantas. La exportación de las carnes enfriadas
y congeladas dependía de los cupos fijados por el trust de Chicago en las bodegas de los
buques. En 1911, la distribución otorgó un 41,35% a los frigoríficos norteamericanos, un
40,15% a los británicos y un 18,5% a los argentinos. El inicio de la Primera Guerra Mundial
mejoró la posición de los frigoríficos norteamericanos, que pasaron a ocupar el 58,5% de las
bodegas. La demanda de ganado por parte de los frigoríficos tuvo efectos dispares: aumentó
el precio de los ganados en forma independiente a la mejor calidad de los rodeos y encareció
el costo para el consumidor, que en 1913 debió pagar el doble por cada kilo de carne buena.
[Véase José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio bri-
tánico, Tomo IV, Las primeras reformas, 1911-1913, op. cit., Raúl Jacob, Modelo batllista
¿Variación sobre un viejo tema?, op. cit., y Benjamín Nahum “Los primeros frigoríficos en
el Río de la Plata”, en Suma, Año 7, Nº 12, Montevideo, abril 1992, pp. 81-111.]

Un panorama general de los cambios económicos ocurridos en las dos pri-


meras décadas del siglo XX da cuenta de las transformaciones hacia un modelo
urbano industrial. El primer cuadro muestra el peso relativo de los distintos secto-
res de la estructura productiva del país en los años seleccionados. Puede verse con
claridad el retroceso de la ganadería y el crecimiento del sector manufacturero. El
segundo cuadro refiere a las tasas de crecimiento acumulativo anual en cada déca-
da, donde se muestra claramente el estancamiento de la pecuaria y la incidencia de
la crisis de 1913 y la Primera Guerra Mundial en la economía del país.

Cuadro 1. Estructura productiva del Uruguay por sectores, 1900-1920, en porcentajes


Año Agrícola Pecuario Manufacturero Otros Total
1900 9,5 54,6 13,8 22,1 100
1911 11,6 36,3 18,5 33,6 100
1920 13,9 45,7 16,0 24,4 100
Fuente: Elaborado en base a Magdalena Bertino, Reto Bertoni, Héctor Tajam y Jaime
Yaffé, La economía del primer batllismo y los años veinte, op. cit., Cuadro II.2, p. 78.
35

Cuadro 2. Crecimiento acumulativo anual, 1900-1920, en porcentajes


Período Agrícola Pecuario Manufacturero Otros Total
1900-1911 2,3 1,4 5,7 7,9 3,6
1911-1920 3,6 -0,7 2,3 0,2 0,5
Fuente: Igual que cuadro 1.

Transformación de la explotación rural y reforma fiscal. En este plano


las iniciativas fueron mayores que los resultados. Se procuró mejorar la tecnifi-
cación de la explotación agropecuaria con el desarrollo de los estudios de vete-
rinaria y agronomía, la creación del Instituto Fitotécnico y Semillero Nacional
“La Estanzuela” y Estaciones Agronómicas (1911) dedicadas a la investigación
sobre forrajes, semillas, regadío, entre otros temas. El acceso al crédito también
fue contemplado. En 1912, se dispuso por ley la creación de la Sección Crédito
Rural en el Banco de la República, con el cometido de otorgar préstamos a los pe-
queños productores de todo el país. Además de los objetivos económicos evidentes,
el batllismo otorgaba a la expansión de la actividad agrícola efectos político-sociales:
contribuiría a la “pacificación” de la campaña y a la eliminación de las tensiones so-
ciales, al generar fuentes de trabajo y promover la creación de un grupo de medianos
y pequeños productores rurales que sirviera de contrapeso a las posturas “reaccio-
narias” de la “alta” clase rural. El batllismo buscó desarrollar la agricultura a través
del fomento de la colonización y de la explotación mixta (ganadería y agricultura)
de los predios de mediana extensión. Si bien se aprobó un empréstito para adquirir
tierras con ese destino, la crisis europea de 1913 impidió que se concretara. Otro
instrumento propuesto fue el aumento de la contribución inmobiliaria, inspirado en
las ideas del norteamericano Henry George, gravando con tasas más altas los latifun-
dios. Este “impuesto progresivo a la propiedad de la tierra” no pasó del papel ya
que su solo anuncio movilizó en su contra a los estancieros, que se organizaron en
torno a la Federación Rural (1915). Las modificaciones aprobadas, aun limitadas a
una moderada actualización de los aforos de las propiedades territoriales, generaron
resistencias que terminaron bloqueando proyectos más audaces, máxime después de
que el batllismo perdiera las elecciones del 30 de julio de 1916.

Expansión de los servicios de educación, salud y esparcimiento. Corres-


ponde a este período la expansión de las escuelas públicas, tanto en la capital como
en el interior del país. La obligatoriedad de la enseñanza primaria, aprobada por ini-
ciativa de José Pedro Varela en el siglo XIX, requería de la construcción de locales
escolares y la creación de cargos de maestros para hacerse efectiva. La cantidad de
escuelas públicas se duplicó entre 1890 y 1919, pero el impulso mayor fue durante
el segundo gobierno de José Batlle y Ordóñez. La asistencia media a las escuelas,
36

a su vez, prácticamente se triplicó durante el mismo período. Hacia 1920, el 70,5%


de la población con 15 años o más sabía leer y escribir; esa tasa de alfabetización
duplicaba la de Brasil (35,1%) y superaba levemente la de Argentina (68,2%).17 La
enseñanza secundaria se expandió a todo el país, mediante la aprobación de una ley
que disponía la creación de liceos en las capitales departamentales. En el marco de
un “feminismo de compensación”, en la expresión del filósofo uruguayo Carlos Vaz
Ferreira, y para contrarrestar los efectos de los prejuicios sociales, se aprobó la crea-
ción de la Sección Secundaria y Preparatoria exclusiva para mujeres, procurando de
esa forma facilitar su acceso a estudios superiores. En este período, además, se creó
la Escuela Industrial, gratuita, destinada a los “estudios teóricos y prácticos de cien-
cias, artes y oficios en sus aplicaciones a la industria y el comercio.”18 Se extendió la
gratuidad de la enseñanza a los niveles secundario y terciario mediante la creación de
impuestos que permitieran la supresión de los derechos de matrícula y examen. En
la Universidad, además de transformaciones en su organización y gobierno, se pro-
movieron nuevas carreras vinculadas directamente con el progreso de las actividades
productivas del país. Tales fueron, por ejemplo, los casos de Comercio (hacia 1903)
o de Agronomía y Veterinaria (1906). A pesar de que la reforma de 1908 separó a es-
tas últimas de la órbita universitaria, continuaron funcionando como institutos hasta
transformarse en facultades en 1925 y 1933 respectivamente.
En 1910 se creó la Asistencia Pública Nacional –sustituyendo a la Comisión
Nacional de Caridad y Beneficencia Pública con fuertes vínculos con la Iglesia
Católica– con el cometido de garantizar el derecho a toda persona indigente o sin
recursos a la asistencia gratuita, por parte del Estado.
Diversas medidas a nivel estatal, municipal o por iniciativa privada se toma-
ron para incrementar el turismo. Entre ellas pueden mencionarse la adquisición del
Parque Hotel y del Hotel Casino Carrasco, que aunaban el disfrute de las playas
con la oferta de juegos de azar, a efectos de que su explotación se realizara por
parte del municipio de Montevideo (1915).
El desarrollo de las actividades turísticas se presentó como una forma de captar
capitales y ahorros de los argentinos. Como señala el historiador Raúl Jacob, se produ-
jeron en estos años varias inversiones en hoteles, balnearios y zonas de esparcimiento.
En su correspondencia desde Europa, José Batlle y Ordóñez había escrito hacia 1907
sobre “las enormes ganancias que nos proporcionaría el atraer a nuestros baños, to-
dos los años, a una gran masa de argentinos”, para concluir que los gastos realizados

(17) Datos tomados de Rosemary Thorp, Progreso, pobreza y exclusión en América Latina, citados
por Magdalena Bertino, Reto Bertoni, Héctor Tajam y Jaime Yaffé, op. cit., p. 281.
(18) Eduardo Acevedo, Anales históricos del Uruguay, Tomo VI, Montevideo, Barreiro y Ramos,
1936, p. 103. Para elaborar este párrafo también se utilizó la información contenida en el Tomo V de
esta obra. Cabe señalar que el autor se desempeñó como Rector de la Universidad entre 1904 y 1907.
37

Imagen 9. Parque Hotel, frente a


la Playa Ramírez. Montevideo.

en tal sentido “serán siempre un buen negocio, aunque parezcan de lujo”.19 A fines del
siglo XIX había comenzado el trazado del futuro balneario de Piriápolis, cuyos lotes
se iban a vender también en Buenos Aires. En Montevideo se abrían nuevos parques
(Parque Urbano, actual Parque Rodó en 1901 y Parque Central, actual Parque J. Batlle
y Ordóñez, en 1907) y se ampliaban los ya existentes, como el Prado. También se
extendía la zona de baños (balnerario Capurro en 1900, por ejemplo), se proyectaba la
construcción de una rambla desde el puerto hasta la playa y era inaugurado el Parque
Hotel en 1909. Además de estos cambios, Jacob apunta a la formalización o fundación
de nuevos balnearios en la franja costera: Punta del Este fue declarado oficialmente
como pueblo en 1907; dos años más tarde se autorizó la construcción de un complejo
turístico en el Real de San Carlos y hacia 1911 se proyectaba el balneario Atlántida.20

Impulso de la legislación social. También en este aspecto fueron mayores


los proyectos que las realizaciones. Sin embargo, la aprobación de la ley de
ocho horas en 1915 generalizó un derecho que con dificultades habían logrado
algunas ramas de actividad, a la vez que contribuyó a generar nuevos puestos
de trabajo. Las críticas y presiones por parte de las gremiales empresariales y las
fracciones políticas más conservadoras al proyecto presentado en 1911 para
regular la jornada laboral fueron muy duras, quedando postergados otros te-
mas como la protección del trabajo de la mujer y la prohibición del trabajo
infantil. Cabe señalar, además, que la reducción de la jornada laboral no regía
para los peones rurales, el servicio doméstico o los choferes; y que en la regla-
mentación se admitieron excepciones para saladeros, frigoríficos, ferrocarriles y
empresas navieras. Otros proyectos que planteaban el salario mínimo, la supresión

(19) Carta desde París, de José Batlle y Ordoñez a Domingo Arena, citado en Raúl Jacob, Modelo
batllista..., op. cit., pp. 92-93.
(20) Ibidem, pp. 97-99.
38

Imagen 10. Construcción del Hotel Casino Carrasco hacia 1917. Foto: FHM/CMDF.

del trabajo nocturno, la implantación de la “semana inglesa” o la aprobación de


pensiones a la vejez, recién serían aprobados luego de este período.
Otras disposiciones que mostraban la intervención estatal en la relación en-
tre patrones y obreros fueron duramente resistidas. En 1916, por ejemplo, un re-
glamento sobre los estibadores aprobado por la flamante Administración Nacional
del Puerto de Montevideo debió ser modificado ante la decisión de las compañías
navieras de suspender la escala en el puerto de Montevideo, lo que equivalía a
un bloqueo comercial. El ministro francés en Montevideo, después de indicar los
efectos de tal medida (disminución de los ingresos por tarifas aduaneras y trabas
al desenvolvimiento general de la economía), concluía en tono triunfal: “La situa-

Batllismo, capital extranjero y huelgas


Las clases dominantes y las corrientes políticas conservadoras acusaron a Batlle de
apoyar las huelgas y fomentar el “odio de clases”. Entre las actitudes que alimentaban ese
“temor”, puede mencionarse este editorial de “El Día”, periódico batllista, comentando el
triunfo de la huelga de tranviarios en mayo de 1911: “Sin la huelga, este dinero… hubiera
continuado yendo a Londres y Berlín… a hinchar un poco más los bolsillos de los accionis-
tas ingleses y alemanes. Ahora estos [pesos] permanecerán en el país para ser repartidos
entre las clases más necesitadas”.
[Citado en José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio
británico, Tomo IV, Las primeras reformas, 1911-1913, op. cit., p. 63.]
39

ción se volvía insostenible para el Gobierno que, a regañadientes y de muy mala


gana, se resignó a anular el reglamento que lesionaba a las Compañías.”21

Imagen 11. Caricatura publicada en


“El Siglo”, el 23-6-1911.
La bandera dice “Federación Obrera”.

La estrategia de desarrollo del primer batllismo y sus limitaciones


“En líneas generales, puede señalarse que la estrategia de desarrollo apuntaba a tres
grandes metas:
• diversificar y modernizar la estructura productiva, promoviendo la industrialización y
la expansión agrícola, lo que a su vez se vinculaba a la ampliación del mercado interno
y la elevación del bienestar;
• nacionalizar la economía, reduciendo de esa forma la exposición a los vaivenes del co-
mercio internacional, y reteniendo una mayor parte de los recursos generados en el país,
minimizando el papel de las compañías extranjeras mediante la expansión estatal;
• redistribuir el ingreso, elevando el poder adquisitivo de la población, ampliando el mer-
cado interno, y universalizando el acceso a ciertos bienes y servicios.” […]
“Aun sin considerar las restricciones de tipo político y social, puede afirmarse que si el
punto de partida seguía estando en la performance del sector primario exportador, que ya en
la segunda década mostraba síntomas de agotamiento, la viabilidad de la estrategia estaba
cuestionada. […] Una economía de base urbana, centrada en la industria y los servicios
encontraría fuertes restricciones a su desarrollo, no bien las condiciones internacionales
pusieran de manifiesto la insuficiencia dinámica del sector primario exportador.”
[Magdalena Bertino, Reto Bertoni, Héctor Tajam y Jaime Yaffé, La economía del primer
batllismo y los años veinte, op. cit., pp. 414-417.]

(21) Jules Lefaivre, Ministro de Francia en Uruguay, a Sr. Briand, Presidente del Consejo, Ministro
de Asuntos Exteriores en París, fechado en Montevideo, 22-7-1916, transcripto en Benjamín Nahum,
Informes diplomáticos de los representantes de Francia en el Uruguay, 1915-1936, Montevideo,
Dpto. de Publicaciones de la UdelaR, 1999, pp. 82-84.
40

El Uruguay en la región
Las vinculaciones económicas y sociales con Argentina y Brasil, tanto en lo
referente al intercambio legal o al contrabando de mercaderías, como al tránsito
de personas por motivos políticos a consecuencia de las guerras civiles o por las
oscilaciones del mercado laboral, no tenían un correlato en las orientaciones de la
política exterior uruguaya. Algunos autores sostienen que a pesar del objetivo de
mantener un “delicado equilibrio” con los estados vecinos, existían “afinidades”
de blancos y colorados con uno u otro país. Por otro lado, los intereses de Argen-
tina y Brasil por afirmar su predominio en la Cuenca del Plata repercutieron direc-
tamente en las disposiciones de esos países hacia Uruguay. En este contexto, hacia
1910 el estado uruguayo logró un entendimiento aceptable con Argentina sobre la
navegación del Río de la Plata y se produjeron avances sustanciales respecto a las
relaciones con Brasil.

La disputa por el Río de la Plata. A comienzos del siglo XX aún seguía


sin definición la cuestión de los límites del Río de la Plata. Tareas de balizamiento
y dragado eran desarrolladas por la República Argentina, si bien siempre con la
anuencia del estado uruguayo. Rondaba, sin embargo, la interpretación que ubica-
ba los límites del Uruguay en la costa (“el límite oriental de aquella república, es
la línea de las más bajas mareas del Río de la Plata” habría dicho en 1906 el futuro
canciller argentino Estanislao Zeballos), por la cual ambas márgenes del Río de la
Plata debían pertenecer a Argentina.22 Al año siguiente, el apresamiento por parte
de la marina argentina de una embarcación uruguaya tensó más las relaciones. Al
poco tiempo, se produjo un nuevo incidente, a raíz de la realización de maniobras
de la escuadra argentina frente a Montevideo. En esa definición estaba implícita la
disputa regional entre Argentina y Brasil por el acceso a los canales fluviales. En
1908, con la dimisión de Zeballos a la cancillería argentina, los incidentes parecie-
ron resolverse. En la época se manejó una intervención de la cancillería brasileña
en tal sentido, e incluso la posible injerencia del gobierno inglés.23 Entre los temas

(22) El discurso de Zeballos fue publicado en un folleto titulado Correndo o veo, escrito “mitad
en portugués, mitad en español”, firmado por el “Bachiller Sanabria” y con pie de imprenta en la
ciudad de San Pablo, Brasil, y causó un “escándalo político y periodístico” según el Secretario de
la Legación de España en Montevideo, Alfonso Dánvila. Este agregaba que el Barón de Río Branco
había desmentido que dicho folleto se hubiera publicado en Brasil, y que Estanislao Zeballos había
indicado como apócrifo el discurso que se le atribuía. (Benjamín Nahum, Informes diplomáticos de
los representantes de España en el Uruguay, Tomo I, 1893-1913, Montevideo, Dpto. de Publicacio-
nes de la UdelaR, pp. 96-98, Informe fechado el 25 de febrero de 1908.)
(23) Informe del Ministro de la Legación de España en Montevideo, Germán María de Ory y Morey,
fechado el 21 de junio de 1908, en ibídem, pp. 101-102.
41

que enfrentaban a Brasil y Argentina figuraban, además de los límites y el control


de los ríos, el desarrollo militar y naval de ambos estados.
A lo largo de 1909, las gestiones del ministro plenipotenciario uruguayo
ante el gobierno argentino, Dr. Gonzalo Ramírez, se orientaron a la firma de un
protocolo que garantizara los derechos compartidos sobre el Río de la Plata. En
forma paralela, avanzaban los anuncios brasileños en torno al condominio del río
Yaguarón y la laguna Merim que fue suscrito, finalmente, en el mes de noviem-
bre. El 5 de enero de 1910, el Dr. Roque Sáenz Peña, en su calidad de Enviado
Extraordinario y Ministro Plenipotenciario del gobierno argentino, suscribió en
Montevideo con su par uruguayo, el Dr. Gonzalo Ramírez, un documento que
expresaba la voluntad de ambas partes de dejar de lado “pasadas divergencias”.
Si bien se difería la solución de la controversia para “ulteriores convenciones”, en
su artículo 3º se declaraba que “La navegación y el uso de las aguas del Río de la
Plata continuará sin alteración, como hasta el presente, y cualquier diferencia que
con ese motivo pudiese surgir, será allanada y resuelta con el mismo espíritu de
cordialidad y buena armonía que ha existido siempre entre ambas partes”.24
Ahora bien, no alcanzaba con estas declaraciones para mantener la posición
del Uruguay en el comercio y el tránsito regional, cuyo deterioro era paralelo con
el fortalecimiento de las posiciones de Buenos Aires y Brasil. Era necesario efec-
tuar obras de dragado, proteger la navegación de cabotaje realizada por buques
uruguayos, mejorar los puertos e impulsar la instalación de zonas francas. Algunas
de esas medidas fueron formuladas, si bien no pudieron materializarse plenamente
por los efectos de la crisis de 1913. Otras, como las zonas francas, debieron aguar-
dar algunas décadas para su concreción.

Las “cesiones” de Brasil. En su trabajo sobre La política internacional del


batllismo, Dante Turcatti destaca los intereses del gobierno uruguayo en lograr
“un mayor estrechamiento de los vínculos con Brasil”. En las páginas de “El Día”
se escribía: “Somos grandes consumidores de tabaco, de café, de yerba mate, de
fariña, etc. El Brasil puede compensar estas ventajas acordando franquicias a
nuestras carnes, a nuestros trigos, a nuestras harinas, etc.”25 Las tratativas para
la firma de un acuerdo comercial con ese país demoraron, pero se dieron avances
significativos en la cuestión de límites.
En efecto, en el medio del conflicto entre Uruguay y Argentina por la juris-
dicción sobre el Río de la Plata, el Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil,

(24) Citado en Eduardo Acevedo, Anales Históricos del Uruguay, Tomo V, op. cit., p. 422.
(25) Citado en Dante Turcatti, El equilibrio difícil. La política internacional del Batllismo, Monte-
video, Arca/CLAEH, 1981, pp. 40-41. Para el tratamiento de los límites con Brasil véase en la misma
obra, pp. 40-44.
42

Barón de Río Branco, anunciaba que su país se aprestaba a reconocer espontánea-


mente el condominio de las aguas fronterizas (río Yaguarón y Laguna Merim) que
por el tratado de 1851 eran de dominio y navegación exclusiva de Brasil. El acuerdo,
fechado el 30 de octubre de 1909, fue firmado a comienzos del mes de noviembre
y ratificado recién en abril del año siguiente. Representaba a Uruguay el Enviado
Extraordinario y Ministro Plenipotenciario Rufino T. Domínguez. De acuerdo con el
texto, el gobierno de Brasil cedía al de la República Oriental del Uruguay:

- la parte de la laguna Merim entre las desembocaduras del arroyo San


Miguel y del río Yaguarón, debiendo fijarse las líneas demarcatorias en
función de la distancia media entre las márgenes de uno y otro país o el
caudal principal de la referida laguna.
- la parte de territorio fluvial del río Yaguarón entre la desembocadura en
la laguna Merim hasta el arroyo de La Mina, tomada desde la margen
derecha o meridional hasta el thalweg o la línea media según los casos.

El tratado establecía, además, la libre navegación para los barcos mercantes de


ambos estados, y disponía que los buques uruguayos pudieran navegar también entre
la Laguna Merim y el océano Atlántico por las aguas brasileñas del río San Gonzalo,
Laguna de los Patos y Barra de Río Grande de San Pedro, abonando en este caso
los mismos derechos que las embarcaciones brasileñas. Un acuerdo complementario
celebrado en 1913, suscrito por el Dr. Lauro Muller y el Dr. Eduardo Acevedo Díaz,
Ministros Plenipotenciarios de Brasil y Uruguay respectivamente, adoptó la línea
media del arroyo San Miguel como divisoria entre ambos estados, completándose
con una línea hasta el arroyo Chuy y éste hasta su desagüe en el océano Atlántico.
Las colectividades políticas y la prensa uruguaya destacaron en forma prác-
ticamente unánime el “gesto” del gobierno brasileño y remarcaron el contraste con
las actitudes de la República Argentina. Las manifestaciones pro-brasileñas fueron
muy variadas y procuraron fijarse para la posteridad. Entre ellas pueden señalarse
el cambio de nombre al tramo de Canelones entre Bulevar Artigas y la playa Poci-
tos, que pasó a llamarse Brasil, la escuela del mismo nombre en dicha calle y una
plaza y monumento dedicados al Barón de Río Branco.
Además de los tratados de límites, se desarrollaron en estos años diversas
obras viales a efectos de estrechar los vínculos comerciales. En 1913 se unieron los
ferrocarriles de Rivera y Santa Ana do Livramento, y en 1915 se inauguró el puente
internacional sobre el Río Cuareim que comunicó Bella Unión con Uruguayana.26

(26) Para este apartado véase especialmente, Raúl Jacob, Modelo batllista..., op. cit. El autor hace
notar que las trochas de los ferrocarriles en Brasil y Uruguay eran disímiles: 1,10 metros frente a 1,45
metros.
43

Un puente sobre el río Yaguarón fue inaugurado en 1930. En la época se des-


tacaron los mutuos provechos de estas obras. En el caso de Rivera-Livramento, se
indicaban los beneficios para la industria saladeril riograndense, que podía enviar
su producción “en tránsito” a Montevideo y recibir el aprovisionamiento de sal, así
como para el intercambio regional de otros productos como maderas, yerba, tabaco,
etc. El avance de las obras del puerto de Río Grande, sin embargo, hizo naufragar
las expectativas que se habían puesto en el proyectado puerto de aguas profundas
en La Coronilla (Departamento de Rocha). Otro aspecto a considerar surge de los
intereses de los frigoríficos norteamericanos establecidos en la región. De acuer-
do con los datos proporcionados por Raúl Jacob, las empresas Swift y Armour,
instaladas en Argentina en 1907 y 1909 respectivamente, comenzaron a operar en
Uruguay en 1911 y 1917 y luego en Brasil, en Río Grande (1919) y Santa Ana de
Livramento (1917). Obtuvieron rebajas en las tarifas ferroviarias (salía lo mismo
el flete de Rivera a Montevideo, cuya distancia era de 567 kilómetros, que entre
localidades ubicadas a unos 130 kilómetros de la capital) y mejores condiciones
en el puerto de Montevideo. Por una ley de 1918, Armour obtuvo el arrendamiento

Imagen 12. Red ferroviaria en


1919.
El trazado obedecía a las de-
mandas de los exportadores y a
las expectativas de ganancia de
las empresas británicas. Se pri-
vilegiaba la conexión de la fron-
tera brasileña con el puerto de
Montevideo, en detrimento de la
conexión transversal del país.
[Mapa elaborado sobre la base
de Antonio Baracchini, Histo-
ria de las comunicaciones en el
Uruguay, Montevideo, Instituto
de Historia de la Arquitectura,
UdelaR, s.f.]
44

de un hangar en el puerto a efectos de usarlo como cámara frigorífica y almacenar


la carne de exportación de las plantas en Montevideo y Livramento.27 A pesar de
las quejas de los operadores brasileños, durante algunos años siguió siendo más
conveniente la exportación por Montevideo que por el puerto de Río Grande.

El Uruguay en el mundo
Como se vio más arriba, Uruguay dependía en gran medida de los aconteci-
mientos mundiales. Ya se mencionaron las limitaciones que, desde el punto de vis-
ta económico, impusieron las potencias europeas a algunas medidas del reformis-
mo batllista. En cuanto a los mercados para la colocación de los productos o para
la adquisición de combustibles y otros insumos, si bien evidenciaban una cierta
diversificación (lanas a Bélgica y Francia, carnes a Gran Bretaña, por ejemplo), la
dependencia se hacía notar en los vaivenes del comercio mundial y en la nula ca-
pacidad de Uruguay para incidir en los precios internacionales. La contratación de
empréstitos, imprescindibles para cumplir con los compromisos del presupuesto,
así como para financiar varias de las iniciativas proyectadas, también dependía de
la situación de las bolsas de valores del exterior. La crisis de 1913 a nivel interna-
cional retrajo el mercado de capitales ante la inminencia de un estallido armado. La
Primera Guerra Mundial, si bien favoreció la exportación de productos pecuarios,
supuso una restricción importante a las importaciones, muchas de ellas necesarias
para la actividad de la incipiente industria. Pese a la acumulación de saldos favora-
bles para Uruguay –que en 1918 llegó a otorgar un crédito a Francia e Inglaterra28–,
la disminución de las importaciones tenía efectos negativos tanto en la merma de
los ingresos fiscales como en la escasez de las materias primas y combustibles para
el desarrollo de las actividades industriales.
Desde el punto de vista diplomático, en este período se destaca la presencia
de Uruguay en conferencias internacionales, la postura tomada durante la Primera
Guerra Mundial y el creciente acercamiento hacia la esfera de influencia norte-
americana. En 1907 se reunió la segunda Conferencia Internacional de Paz en
La Haya, con el propósito de profundizar y perfeccionar los acuerdos alcanzados
en 1899 respecto al arbitraje entre las naciones. José Batlle y Ordóñez encabezó
la delegación uruguaya. En un clima de “paz armada”, los resultados respecto al
desarrollo de mecanismos de arbitraje tendientes a posibilitar la resolución pacífica
de los conflictos –como la iniciativa presentada por Batlle y Ordóñez en ese sen-

(27) Raúl Jacob, Modelo batllista..., op. cit., pp. 55-59.


(28) Véase Benjamín Nahum, Cuando fuimos ricos... El crédito uruguayo a Inglaterra y Francia en
1918, Montevideo, E.B.O., 1997.
45

tido– fueron muy limitados.29 Apenas comenzada la Primera Guerra Mundial, en


agosto de 1914 el gobierno decretó la neutralidad, la cual reafirmó al año siguiente,
cuando Italia ingresó al conflicto. La incorporación de Estados Unidos a la gue-
rra marcó un cambio de rumbo. Si bien se mantenía la neutralidad, se expresó la
solidaridad con el gobierno norteamericano y se le mantuvo el tratamiento de “no
beligerante”. Esto no obstaba las diversas manifestaciones de apoyo a Francia que
relataba el cónsul a su gobierno: enrolamiento en filas del ejército francés, médi-
cos voluntarios, manifestaciones populares ante las noticias de guerra favorables
a Francia, y la declaración del 14 de julio como feriado nacional por ser el Día de
la Libertad. Este tipo de adhesión se manifestó también con Italia, proclamándose
día feriado el 20 de setiembre y en 1917 con Estados Unidos y la conmemoración
del 4 de julio.30
En noviembre de 1914, Uruguay denunció los tratados de comercio con
Francia, Gran Bretaña y Alemania, únicos vigentes con países europeos, argumen-
tando la decisión en la posibilidad de celebrar “nuevos Tratados que armonicen
los progresos de las industrias y las nuevas exigencias del intercambio comercial
con los intereses del país”.31 Según el comentario del cónsul francés en Montevi-
deo, ello significaba la pérdida de la cláusula de “nación más favorecida” y dejaba
en libertad a Uruguay para otorgar beneficios comerciales a países no limítrofes,
abriendo el camino para un acercamiento con los Estados Unidos.32 En el fondo,
lo que estaba detrás del comentario del diplomático francés era el rechazo a las
“exageradas tendencias pan-americanistas” y el temor al estrechamiento de las
relaciones con Estados Unidos en detrimento de los países europeos.

(29) Véase Dante Turcatti, El equilibrio difícil..., op. cit., pp. 14-26.
(30) Ley Nº 5233 del 12-7-1915 declarando fiesta nacional el 14 de julio y suprimiendo el feriado de
Corpus Christi. Ley Nº 5603 del 19-9-1917 declarando fiesta nacional el 20 de setiembre (en 1915 la
ley 5333 de 18-9-1915 había declarado ese día como feriado). El decreto de fecha 18-6-1917 declaró
“que ningún país americano que, en defensa de sus derechos, se hallare en estado de guerra con
naciones de otros Continentes, será tratado como beligerante”. Una ley promulgada el 1-7-1918 de-
claró “fiesta nacional el 4 de julio, día de la independencia de la República de los Estados Unidos de
Norte América.” (Uruguay, Registro Nacional de Leyes y Decretos, Año 1915, Montevideo, Imprenta
Diario Oficial, 1916, p. 468, Año 1917, Montevideo, Imprenta Diario Oficial, 1918, pp. 439-440 y p.
704; Año 1918, Montevideo, Imprenta Nacional, 1919, p. 721.)
(31) Decreto de fecha 10-11-1914, denunciando los tratados de comercio con Inglaterra, Francia y
Alemania (únicos vigentes con países europeos). (Uruguay, Registro Nacional de Leyes y Decretos,
Año 1914, Montevideo, Imprenta Diario Oficial, 1915, pp.549-550.)
(32) Jules Lefaivre a Sr. Delcassé, Ministro de Asuntos Extranjeros en París, fechado en Montevi-
deo, 31-3-1915, transcripto en Benjamín Nahum, Informes diplomáticos de los representantes de
Francia..., op.cit., pp. 21-24. En el mismo despacho indicaba que la opinión de su “colega británico”
era que ese proyecto era “inaceptable debido a sus exageradas tendencias pan-americanistas”.
46

Finalizada la guerra, el Ministro de Relaciones Exteriores, Baltasar Brum,


emprendió una misión inédita a diversos países americanos, cuyo punto central fue
la visita a los Estados Unidos de América, donde fue recibido por el presidente de
ese país. Propuestas como la formación de una Liga Americana con liderazgo nor-
teamericano constituyen claros ejemplos de una política proclive al alineamiento
con ese país, parcialmente limitado por el peso que seguía teniendo Europa, espe-
cialmente Gran Bretaña, en la adquisición de las exportaciones uruguayas.

La reforma política: cambios institucionales


y participación electoral
El batllismo se caracterizó por impulsar un gobierno de partido, centralizan-
do las decisiones político-administrativas en Montevideo. Una vez que concluyó
la reforma de los mecanismos para aprobar una nueva Constitución, José Batlle
y Ordóñez hizo público en 1913 su proyecto que incluía un Poder Ejecutivo co-
legiado, integrado por nueve miembros, renovados de a uno cada año. En otras
palabras, para que la oposición alcanzara la mayoría debía ganar las elecciones
durante cinco años seguidos. Las resistencias fueron inmediatas, no solamente a
nivel del Partido Nacional, sino incluso entre sus correligionarios, produciéndose
una escisión que dio origen al Parti-
do Colorado “Gral. Fructuoso Rivera”
(conocido más comúnmente como “ri- Propaganda anti-colegialista
verismo”) encabezado por el senador “Pueblo. Si el colegiado triunfa
Pedro Manini Ríos. quedará suprimido el derecho de pro-
piedad sobre la tierra y destruida la or-
Como han destacado Barrán y
ganización de la familia. ¡Votad contra
Nahum, la reforma política no podía el oficialismo!”
disociarse de la reforma económi- [“La Democracia”, 25-7-1916, pe-
co-social. Las resistencias que había riódico nacionalista conservador.]
generado el batllismo en los sectores “Esa nueva Constitución suprimirá
la libertad, anulará la propiedad, di-
conservadores cruzaban las fronteras solverá la familia…”; “el despotismo,
político-partidarias. El Partido Na- el comunismo y el amor libre tendrán,
cional, la Unión Cívica y el Partido pues, cabida en esa reforma… conce-
“Riverista” unieron filas para “frenar” diendo la impunidad para el ultraje a
Dios, a la patria y al ejército.”
al batllismo en los comicios para la
[“Diario del Plata”, 18-7-1916, pe-
Convención Nacional Constituyente. riódico conservador.]
El sector de José Batlle y Ordóñez era [Citas tomadas de José Pedro Ba-
percibido como una amenaza al orden rrán y Benjamín Nahum, Batlle, los es-
establecido. tancieros y el Imperio británico, Tomo
VIII, La derrota del batllismo, 1916,
Las elecciones se realizaron Montevideo, E.B.O., 1987, pp. 12-13.]
el 30 de julio de 1916 y participaron
47

146.632 personas. Fueron los prime- “Un alto en la jornada”


ros comicios con voto secreto, habili-
Manifiesto del Presidente de la Re-
tación a los analfabetos para ejercer el pública, Feliciano Viera, a la Conven-
sufragio e implementación de fórmu- ción Nacional del Partido Colorado el
las que se aproximaban a un reparto 12 de agosto de 1916 tras la derrota
proporcional de los escaños según el electoral del batllismo:
caudal electoral. Los resultados se dis- “Las avanzadas leyes económicas
tribuyeron de esta forma: el Batllismo y sociales sancionadas durante los úl-
obtuvo el 40,52% de los sufragios, los timos períodos legislativos, han alar-
colorados anticolegialistas el 10,95%, mado a muchos correligionarios y son
ellos los que nos han negado su concur-
el Partido Nacional el 46,08%, la
so en las elecciones del treinta. Bien se-
Unión Cívica el 1,09% y el Partido ñores; no avancemos más en materia de
Socialista el 1,36%. La suma de los legislación económica y social; conci-
partidarios del colegiado (batllistas y liemos el capital con el obrero. Hemos
socialistas) totalizó el 41,88%, siendo marchado bastante a prisa: hagamos
un alto en la jornada. No patrocinemos
derrotada por los anticolegialistas que nuevas leyes de esa índole y aun para-
reunieron el 58,12%. El contexto re- licemos aquellas que están en tramita-
gional-cultural influyó en las opciones ción en el Cuerpo Legislativo, o por lo
de los votantes: los colegialistas obtu- menos, si se sancionan, que sea con el
acuerdo de las partes directamente in-
vieron mayor apoyo en Montevideo
teresadas”.
que en el Interior. Sin embargo, ello [“El Día”, 12-8-1916. Citado en
no alcanza para explicar el comporta- José Pedro Barrán y Benjamín Nahum,
miento electoral. De acuerdo con Ba- Batlle, los estancieros y el Imperio britá-
rrán y Nahum, la convocatoria conser- nico, tomo VIII, La derrota del batllis-
mo, 1916, op. cit., p. 94.]
vadora alcanzó a sectores populares y
clases medias rurales y urbanas, entre
otros elementos, por el peso de la “di-
visa” y la tradición, por el temor a los “excesos” del batllismo o el socialismo, por
el aumento del costo de vida y la desocupación, o por las marchas y contramarchas
del reformismo batllista en lo referente a las garantías al sufragio o la representa-
ción de las minorías.33
Ante los resultados adversos en las elecciones para constituyentes, el Pre-
sidente de la República, Feliciano Viera, acusó recibo de la necesidad de “hacer
un alto” en las reformas. La Constitución de 1918, fruto de un pacto político entre
batllistas y nacionalistas, reflejó esta situación. Incluía cambios importantes en
el Poder Ejecutivo, pero no el colegiado propuesto por Batlle sino un Presidente
(y los ministerios de Gobierno, Guerra y Marina y Relaciones Exteriores) y un

(33) José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio británico, Tomo
VIII, La derrota del batllismo, op. cit., capítulos 2 y 3.
48

Consejo Nacional de Administración integrado por nueve miembros correspon-


dientes dos tercios a la mayoría y uno a la minoría, encargado de los llamados fines
secundarios del Estado, es decir, enseñanza, obras públicas, trabajo, industrias y
hacienda, entre otros. Disponía la creación de consejos autónomos para adminis-
trar el dominio industrial del Estado, la instrucción superior, secundaria y prima-
ria, la asistencia y la higiene públicas. Esta Constitución supuso, además, un paso
importantísimo en la conformación de la democracia liberal uruguaya: estableció
el voto secreto y la representación proporcional, eliminó algunas de las causales
de suspensión de la ciudadanía por lo que se acercó al voto universal masculino y
dispuso que por ley aprobada por mayoría especial de dos tercios podía extenderse
ese derecho a las mujeres. Dicha ley se aprobó en 1932 pero el sufragio femenino
recién se hizo efectivo en 1938.
La nueva Constitución dispuso también la separación de la Iglesia del Esta-
do. Se concluía así un largo proceso de secularización que había encontrado en el
batllismo uno de sus cultores más radicales. En 1896, con la creación del Arzobis-
pado y dos obispados en los departamentos de Salto y Cerro Largo (Melo) se había
llegado a un aparente entendimiento entre la Iglesia Católica y el Estado. Es inte-
resante constatar que entre 1889 y 1908, los censos de Montevideo mostraron una
clara disminución del número de personas que se declaraba católica: de un 83%
en el primer año, cayó al 63% en el segundo. Diversas medidas dieron cuenta del
avance de las políticas anticlericales y secularizadoras. Entre ellas pueden mencio-
narse el retiro de los crucifijos en los hospitales públicos y asilos (1905-1906); la
aprobación de una ley de divorcio que admitía el “mutuo consentimiento” como
causal (1907); la eliminación de la enseñanza y la práctica religiosa en las escuelas
públicas (1909); la creación de la Asistencia Pública Nacional que quitaba de ma-
nos de los católicos ese servicio (1910); el retiro del representante diplomático ante
el Vaticano; la supresión de honores oficiales especiales a los símbolos y personas
religiosas; o una nueva ley de divorcio que autorizaba la disolución del matrimonio
por “la sola voluntad de la mujer” (1913).
En el plano de las libertades individuales, la Constitución incorporó a su
texto la abolición de la pena de muerte –que ya había sido suprimida por ley en
1907–, se aumentaron los derechos, deberes y garantías que figuraban en la Carta
de 1830 y se dejó establecido que la enumeración no excluía otros inherentes a la
persona humana o derivados de la forma republicana de gobierno.
Otra importante transformación establecida en la nueva carta constitucional
fue la autonomía de los gobiernos departamentales. La figura del Jefe Político fue
sustituida por uno o más Concejos de Administración autónomos de elección po-
pular y las antiguas Juntas Económico-Administrativas se transformaron en Asam-
bleas Representativas, con potestades legislativas a nivel departamental. Aunque
49

con avances y retrocesos, se inició de esta forma el camino hacia la descentraliza-


ción del país.
Se abría de esta forma una nueva etapa en la vida republicana del país, que
varios autores han coincidido en llamar “república conservadora”. Según Barrán y
Nahum, el reformismo batllista había sufrido una primera derrota en 1911, cuando
las presiones británicas y francesas impidieron el avance de los monopolios del
Estado. Un segundo freno fue en 1913-1914, cuando las dificultades financieras
impidieron llevar adelante planes de colonización e inversión en obras públicas.
En 1916 se produjo un tercer freno, esta vez político, al haber triunfado en las elec-
ciones de constituyentes la convocatoria conservadora. Este episodio, a la vez que
limitó las posibilidades de transformación económica y social anunciadas por ese
sector del Partido Colorado autoidentificado con la “defensa de los desheredados”,
afirmó las bases del orden político democrático y liberal.34

Para saber más


ACEVEDO, Eduardo. Anales Históricos del Uruguay. Tomos IV a VI. Montevideo, Barreiro
y Ramos, 1934-1936.
ALVAREZ LENZI, Ricardo; ARANA, Mariano y BOCCHIARDO, Livia. El Montevideo de
la expansión. Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1986.
BALBIS, Jorge y otros. El primer batllismo. Cinco enfoques polémicos. Montevideo, Edicio-
nes de la Banda Oriental/CLAEH, 1985.
BARRÁN, José Pedro. Historia de la sensibilidad en el Uruguay. Tomo II. El disciplinamiento
(1860-1920). Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1991.
BARRÁN, José Pedro y NAHUM, Benjamín. Historia rural del Uruguay moderno. Tomos II
a VI. Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1968-1979.
—————— Batlle, los estancieros y el Imperio británico. Montevideo, Ediciones de la
Banda Oriental, 1979-1987. 8 tomos.
BERETTA, Alcides. El imperio de la voluntad. Una aproximación al rol de la inmigración eu-
ropea y al espíritu de empresa en el Uruguay de la temprana industrialización. 1875-
1930. Montevideo, Fin de Siglo, 1996.
BERTINO, Magdalena; BERTONI, Reto; TAJAM, Héctor y YAFFÉ, Jaime. La economía
del primer batllismo y los años veinte. Historia económica del Uruguay, Tomo III,
Montevideo, Instituto de Economía / Fin de Siglo, 2005.
CAETANO, Gerardo. La República Conservadora. 1916-1929. (2 vol.). Montevideo, Fin de
Siglo, 1992-1993.
CHASTEEN, John Charles. Héroes a caballo. Los hermanos Saravia y su frontera insur-
gente. Montevideo, Fundación Bank Boston, 2001.

(34) Ibídem, pp. 124-126.


50

JACOB, Raúl. Modelo batllista. ¿Variación sobre un viejo tema? Montevideo, Proyección,
1988.
—————— Breve historia de la industria en el Uruguay, Montevideo, Fundación de Cul-
tura Universitaria, c.1981.
MANINI RÍOS, Carlos. Anoche me llamó Batlle. Montevideo, Imprenta Letras, 1970.
MENA SEGARRA, C. Enrique. Aparicio Saravia. Las últimas patriadas. Montevideo, Edi-
ciones de la Banda Oriental, 1977.
NAHUM, Benjamín. La creación del Banco de Seguros. Otro caso de intervención diplo-
mática europea en el Uruguay batllista (1911). Montevideo, Ediciones de la Banda
Oriental, 1997. (Serie: Documental, IV).
—————— Manual de Historia del Uruguay. Tomo I, 1830-1903 y Tomo II, 1903-1990.
Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1988 y 1996.
—————— Empresas públicas uruguayas. Origen y gestión. Montevideo, Ediciones de la
Banda Oriental, 1993.
—————— Cuando fuimos ricos… El crédito uruguayo a Inglaterra y Francia en
1918. Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1997. (Serie: Escritos de His-
toria Económica, III).
—————— La crisis de 1890. Tomos 1 a 4. Montevideo, Ediciones de la Banda Orien-
tal, 1998-2000.
RODRÍGUEZ VILLAMIL, Silvia. Escenas de la vida cotidiana. La antesala del siglo XX
(1890-1910), Montevideo. Ediciones de la Banda Oriental/CLAEH, 2006.
VANGER, Milton. José Batlle y Ordóñez. El creador de su época (1902-1907), 2ª. ed.,
Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1992.
—————— El país modelo. José Batlle y Ordóñez, 1907-1915. 2ª. ed. Montevideo,
Arca / Ediciones de la Banda Oriental, 1991.
VAZQUEZ ROMERO, Andrés y REYES ABADIE, Washington. Crónica General del Uru-
guay. Vol. IV. El Uruguay del Siglo XX. Tomo I. Montevideo, Ediciones de la Banda
Oriental, 1986.
TURCATTI, Dante. El equilibrio difícil. La política internacional del Batllismo. Montevi-
deo, Arca/CLAEH, 1981.
ZUBILLAGA, Carlos. Pan y trabajo. Organización sindical, estrategias de lucha y arbitraje
estatal en Uruguay (1870-1905). Montevideo, Librería de la FHCE, c.1997.
ZUBILLAGA, Carlos y CAYOTA, Mario. Cristianos y cambio social en el Uruguay de la
modernización (1896-1919). Montevideo, CLAEH/Ediciones de la Banda Oriental,
1988.
51

Capítulo 2

La República del compromiso. 1919-1933


Ana María Rodríguez Ayçaguer

Resumen
La puesta en marcha de la Constitución en 1919 y la aprobación de una com-
pleja legislación electoral que dio garantías al sufragio –aún limitado a los hom-
bres–, abrieron paso a una rápida ampliación de la democracia política, cuyos valo-
res, exaltados y matrizados por la enseñanza pública, serían eje central del mensaje
celebratorio del Centenario de la Independencia. Sin embargo, el estancamiento del
agro –con su correlato de expulsión de mano de obra hacia las ciudades– y un cre-
ciente endeudamiento externo, mostraban los límites del modelo agro-exportador,
sacudido por la crisis de la primera posguerra y puesto a prueba, con mayor rigor
aun, al desencadenarse la Gran Depresión. En el ápice de ésta, la disputa en torno a
las medidas para enfrentarla (y detrás de ella, el tratamiento a dar a los intereses de
Gran Bretaña, principal mercado de nuestras exportaciones), profundizó las fractu-
ras ya existentes en el seno de los partidos tradicionales y posibilitó entendimientos
inter-partidarios: la unión del batllismo y el nacionalismo independiente dio nuevo
impulso al estatismo, mientras que los sectores conservadores del Partido Colorado
y del Partido Nacional sumaron fuerzas con las principales gremiales empresariales
para frenar el nuevo impulso reformista. Esta vez, a diferencia de 1916, el nuevo
“alto” tendría lugar fuera de la Constitución, derribándola.

La construcción de la democracia política. El 1° de marzo de 1919 co-


menzó a regir la nueva Constitución, la segunda en la historia de la República.
Ese día –un sábado de carnaval– el batllista Baltasar Brum juró como Presidente
de la República ante la Asamblea General, órgano que lo había electo de acuerdo
a una de las disposiciones transitorias incluidas en la nueva Constitución. Sería
el último Presidente que llegaba al poder por esta vía indirecta; el próximo –el
Ing. José Serrato– y los que lo sucedieron, serían elegidos por voto popular. Lo
mismo sucedió con la rama colegiada del Poder Ejecutivo, el Consejo Nacional de
52

Administración. Sus nueve miembros (seis pertenecientes al P. Colorado y tres al


P. Nacional), fueron electos de la misma forma, como parte del trabajoso acuerdo
político procesado entre los dos grandes partidos tradicionales (y el no menos labo-
rioso alcanzado en la interna de los mismos). De allí en adelante, se iría renovando
por tercios en elecciones celebradas cada dos años por voto popular; en ellas el
Partido Nacional llegó, en dos oportunidades, a aumentar su participación a cuatro
Consejeros, y en 1925, por escasos 3737 votos, alcanzó la victoria, y con ella la
Presidencia del Consejo. Fue ésta la expresión máxima de coparticipación: el Con-
sejo Nacional de Administración presidido por el líder nacionalista Luis Alberto de
Herrera, y la Presidencia de la República ocupada por el colorado José Serrato.
Según Gerardo Caetano –que ha realizado un sustancial aporte al cono-
cimiento del pensamiento y el accionar de los sectores conservadores–, en los
años veinte el proceso político uruguayo tuvo dos caras: el afianzamiento de la
democracia política y el conservadurismo social; de estas dos caras, señala dicho
historiador, la primera es la que, por lo general, se ha elegido recordar. El nuevo
régimen constitucional, en efecto, abrió las puertas para la expansión y profundiza-
ción de la democracia política, mediante la ampliación del electorado, al implantar
el voto universal masculino (las mujeres deberían esperar hasta 1938 para ejercer
su derecho al sufragio); la representación proporcional en la Cámara de Diputados,
que garantía una equitativa participación tanto del Partido Nacional como de otros
partidos menores (Unión Cívica, Partido Socialista y, a partir de 1922, el Partido
Comunista); el ingreso del principal partido de oposición al Consejo Nacional de
Administración, y las elecciones frecuentes: entre 1919 y 1933 hubo elecciones
todos los años a excepción de cuatro.
Todo ello estimuló y acostumbró a los uruguayos a votar. Sin embargo, este
proceso de creciente participación político-electoral no hubiera sido posible sin la
simultánea construcción de un sistema de garantías al sufragio, de respeto de la
voluntad popular, que indujese a los ciudadanos a confiar en el sistema. Para ello
resultaron claves las reformas en materia de legislación electoral procesadas en
los años 1924 y 1925, que incluyeron la elaboración de un nuevo Registro Cívico,
eliminando el sospechado registro anterior; la creación de la Corte Electoral, con
participación de los dos grandes partidos tradicionales; y el perfeccionamiento de
una compleja legislación electoral destinada a impedir los fraudes y las presiones
sobre los electores.

(1) Gerardo Caetano, La República Conservadora. 1916-1929. 2 tomos, Montevideo, Fin de Siglo,
1992-1993.
(2) Andrés Vazquez Romero y Washington Reyes Abadie, Crónica General del Uruguay. Vol. IV: El
Uruguay del Siglo XX. Tomo I. Montevideo, E.B.O., 1986, pp. 288-290.
53

Cuadro 1
INTEGRACIÓN DEL PODER EJECUTIVO (1919-1933)
Consejo Nacional de Administración
1919 1921 1923 1925
FELICIANO VIERA J. BATLLE Y ORDÓÑEZ (1) JULIO MARÍA SOSA LUIS A. DE HERRERA
Ricardo J. Areco Juan Campisteguy Federico Fleurquin (2) Martín C. Martínez
A.Vásquez Acevedo Alfonso Lamas Carlos María Morales Gabriel Terra
Domingo Arena Feliciano Viera Juan Campisteguy Julio María Sosa
Pedro Cosio Ricardo J. Areco Atilio Narancio (3) Federico Fleurquin
Carlos A. Berro Alfredo Vásquez Acevedo Alfonso Lamas Carlos María Morales
Francisco Soca Domingo Arena Feliciano Viera Juan Campisteguy
Santiago Rivas Pedro Cosio Ricardo J. Areco Atilio Narancio
Martín C. Martínez Carlos A. Berro Pedro Aramendía (4) Alfonso Lamas

1927 1929 1931 1933


LUIS C. CAVIGLIA BALTASAR BRUM JUAN P. FABINI ANTONIO RUBIO
Carlos Ma. Sorín (5) Victoriano M. Martínez Tomás Berreta Andrés F. Puyol (7)
Arturo Lussich Ismael Cortinas Alfredo García Morales Juan P. Fabini
Luis A. de Herrera Luis C. Caviglia (6) Baltasar Brum Tomás Berreta
Martín C. Martínez Carlos María Sorín Victoriano M. Martínez Gustavo Gallinal
Gabriel Terra Arturo Lussich Ismael Cortinas Alfredo García Morales
Julio María Sosa Luis A. de Herrera Luis C. Caviglia Baltasar Brum
Atilio Narancio Martín C. Martínez Carlos María Sorín Victoriano M. Martínez
Carlos María Morales Gabriel Terra Arturo Lussich Ismael Cortinas

Presidentes de la República
1919-1923 1923-1927 1927-1931 1931-1933
Baltasar Brum José Serrato Juan Campisteguy Gabriel Terra

Aclaraciones: Pertenencia partidaria: en letra redonda, P. Colorado; en negrita, P. Nacional. (1)


Ausente durante un largo período, fue suplido por Julio Ma. Sosa. (2) Por renuncia del titular
electo, José Batlle y Ordóñez el 1º/3/1923. (3) Por renuncia del titular electo, Alfredo Furriol. (4)
Por fallecimiento del titular, Alfredo Vásquez Acevedo (julio 1923). (5) Por renuncia del titular
electo, J. Batlle y Ordóñez. (Batlle presidió el CNA por seis meses y luego renunció; Sorín
ingresó al Consejo y Caviglia fue electo Presidente). (6) Sustituido por Tomás Berreta. (7) Por
renuncia del titular electo, Andrés Martínez Trueba.
Fuentes: Göran Lindhal, Batlle. Fundador de la democracia en el Uruguay. Montevideo, Ed.
Arca, 1971, p. 568; y Juan A. Oddone, Tablas Cronológicas. Poder Ejecutivo-Poder Legislativo,
1830-1967. Montevideo, FHC, 1967, pp. 102-121.
54

Imagen 1. José Batlle y Or-


dóñez votando. (FHM/CMDF).

Fue en estos años, en efecto, que se procesó la “doma del poder”, de la que
habló Carlos Real de Azúa. Para este autor, dicho proceso implicó un triple es-
fuerzo: por regular, vigilar y aun debilitar al Poder Ejecutivo; por descongestionar y
descentralizar la gestión estatal, y por efectivizar el ideal de gobierno democrático.
No fue éste, sin embargo, un camino sin resistencias y sobresaltos. El Par-
tido Colorado, “partido del Estado” –en el gobierno desde 1865– conservaba los
reflejos de una larga historia de manipulación de
la voluntad popular, que la nueva institucionalidad
no hizo desaparecer automáticamente. Durante
la presidencia de Baltasar Brum, por ejemplo, se
darían algunos incidentes paradigmáticos de esta
persistencia de procedimientos ilegítimos. Brum,
en un intento de unificar en torno a su persona el
fraccionado partido de gobierno –al menos, ese fue
su discurso, aunque habría otras interpretaciones
posibles de su accionar, visto por algunos de sus
contemporáneos como un intento de proyectarse
como sucesor de Batlle y Ordóñez–, fundó el efí-
mero “Partido Unión Colorada”, que participó por
única vez en las elecciones del 30 de noviembre de
1919. La oposición nacionalista y también sus con-
trincantes dentro del Partido Colorado, lo acusaron
de poner la maquinaria del Estado al servicio de Imagen 2. Ing. José Serrato, Pre-
esa apuesta electoral que tuvo, sin embargo, escasa sidente de la República entre 1923
convocatoria (obtuvo 9.151 votos). y 1927. (Archivo E.B.O.)

(3) Carlos Real De Azúa, “La doma del poder”. Enciclopedia Uruguaya Nº 44, Montevideo, Arca, 1969.
55

Imagen 3. Baltasar Brum en su


despacho. Durante su presiden-
cia (1919-1923) se inauguró el
nuevo régimen constitucional
que instauró un Poder Ejecuti-
vo dual: el Presidente de la Re-
pública y el Consejo Nacional
de Administración. (Archivo
E.B.O.)

No faltaron tampoco las denuncias de fraude; las hubo después de las dis-
putadas elecciones de noviembre de 1922, que terminaron con la victoria del P.
Colorado por escasos 7.000 votos (123.000 a 116.000) y la proclamación del Ing.
José Serrato como Presidente de la República– y en las de noviembre de 1926,
donde el margen entre ambos partidos fue aun más estrecho, motivando una tensa
situación al aproximarse la fecha de transmisión del mando y no estar culminado el
escrutinio definitivo, que era objetado por los nacionalistas. Mientras se procesaba
el conteo de los votos, el Presidente Serrato ordenó el acantonamiento de fuerzas
militares en las proximidades de Montevideo, en Los Cerrillos, por lo que dichos
sucesos se conocen con el nombre de “la Cerrillada”. Carlos Manini Rios, hijo del
dirigente riverista Pedro Manini Rios, ha relatado minuciosamente aquellas y estas
incidencias en sus obras sobre la historia política del período.

El conservadurismo social. El proceso de construcción y afianzamien-


to del sistema democrático fue acompañado –paradojalmente– de una entonación
conservadora. Este conservadurismo social estuvo ambientado por el protagonis-
mo de los grupos de presión empresariales (Federación Rural, Asociación Rural
del Uruguay, Cámara de Comercio, Cámara de Industrias, etc.), que se movilizaron
con eficacia creciente para demorar –y a veces frenar– la legislación social impul-
sada por el reformismo, así como oponerse a cualquier medida que significase el
avance del Estado sobre la actividad económica o que fuese potencialmente perju-
dicial para los intereses de dichos grupos.

(4) Cfr. Carlos Manini Rios, Una nave en la tormenta; una etapa de transición. 1919-1923. Montevi-
deo, Letras, 1972; y La Cerrillada (1923-1927), Montevideo, 1973.
56

Es cierto que en la década del veinte hubo algunas conquistas sociales: co-
menzó a instrumentarse la ley de pensiones a la vejez (sancionada en febrero de
1919); se aprobaron algunas iniciativas de importancia como las leyes de previsión
y de indemnización por accidentes de trabajo (1920); descanso semanal obligato-
rio (1920), salario mínimo del peón rural (1923) y, en materia de previsión social,
la creación de la Caja de Jubilaciones y Pensiones para los empleados y obreros
del servicio público (1919). Pero también es cierto que en el primer caso, la ini-
ciativa era bastante anterior, así como que otros proyectos fueron rechazados o,
simplemente, no fueron siquiera tratados, como el que disponía la participación
de obreros y empleados en las utilidades de las empresas del Estado (1923), o el
proyecto sobre salario mínimo para el trabajador urbano (1927).
El freno al reformismo –que había tenido como hito clave la derrota de julio
de 1916 y el posterior “Alto” de Viera– continuó procesándose en este período
en una compleja trama de alianzas y compromisos, tejida tanto dentro de ambos
partidos tradicionales, como entre fracciones de diferente partido y similar compo-
sición ideológico-social. Así, en el Partido Colorado, el batllismo priorizó la vic-
toria electoral frente al tradicional adversario al precio de continuas negociaciones
y compromisos con los restantes “Partidos Colorados”, originados en sucesivas
escisiones de entonación conservadora: a la primera de éstas, la del riverismo (P.
Colorado “Gral. Fructuoso Rivera”), ocurrida en 1913, se sumaron: en 1919, la
del vierismo (P. Colorado Radical), liderado por Feliciano Viera, y en 1926: el so-
sismo (Partido de la Tradición Colorada, liderado por Julio María Sosa). En 1925
el vierismo votó fuera del lema, posibilitando así la victoria nacionalista. Al año
siguiente volvería al Partido Colorado y, muy disminuido luego de la muerte de
Feliciano Viera en 1927, desaparecería a fines de la década de 1930. Pocos años
más tarde, surgiría el grupo “Avanzar”, liderado por Julio César Grauert, de fuerte
impregnación marxista, que se ubicaría en el ala izquierda del batllismo.
El Partido Nacional no fue ajeno a este proceso de renovación y división
interna, motivado, entre otras razones, por las diferentes posturas ante la agenda
económico-social del período, así como por las diversas visiones en torno al rol
de co-gobernante que el flamante régimen constitucional le asignaba. Son los años
del vertiginoso ascenso del liderazgo de Luis Alberto de Herrera, quien a través de
una intensísima actividad, desplegada en actos, reuniones, y giras por el interior,
se esforzaba por mantener un contacto personal –o epistolar– con la masa de co-
rreligionarios. Su popularidad en aumento lo llevó a ocupar el cargo de Presidente
del Directorio del Partido, y a postularse como candidato a Consejero nacional.
Se opusieron a dicha candidatura los llamados “conservadores” (o “principistas”),
que apoyaban las candidaturas de Martín C. Martínez y Arturo Lussich (por ello se
los llamó también “lussichistas”). El grupo tenía como portavoz al diario “El País”,
fundado en 1918 y dirigido por Enrique Rodríguez Larreta y Washington Beltrán
57

(joven y promisorio legislador, tempra-


namente desaparecido al recibir un dis-
paro mortal en el curso del duelo que
mantuvo con José Batlle y Ordóñez, el 2
de abril de 1920). Quedaban así defini-
dos claramente dos campos: “lussichis-
tas” y “herreristas” (o “demócratas”).
A la existencia de estos dos grupos se
sumaría luego el radicalismo blanco,
liderado por Lorenzo Carnelli, que en
1924 solicitó un lema propio, siendo
sus dirigentes expulsados del Partido
Nacional. En noviembre de 1926, su
voto fuera del lema (obtuvieron 3.844
sufragios) determinó que el P. Nacional
perdiera la elección para la Presidencia
de la República ante su tradicional ad-
versario por tan solo 1.526 votos. Otro
grupo de nacionalistas encabezado por
Carlos Quijano, conformaría en 1928
la Agrupación Nacionalista Demócrata
Social, con notorias preocupaciones so-
ciales y posiciones claramente antimpe-
rialistas.
Como ha señalado Caetano, la Imagen 4. Luis Alberto de Herrera en su juven-
renovación y división interna de los tud. (Archivo E.B.O.)
dos partidos tradicionales permitió
la consolidación del sistema bipartidista y, simultáneamente, dificultó el arraigo
de terceras fuerzas. Un ejemplo de ello fue lo sucedido con el intento de fundar
un partido conservador. En 1919, numerosas personalidades pertenecientes a los
sectores empresariales, decidieron organizar su propio partido político, la “Unión
Democrática”, que se presentó a las elecciones de noviembre de ese año con una
lista encabezada por el Dr. José Irureta Goyena, ideólogo conservador, fundador y
primordial inspirador de la Federación Rural. La lista del nuevo partido, que inte-
graban asimismo conocidos empresarios como Ramón Alvarez Lista, Antonio F.
Braga, Francisco Piria, Francisco A. Lanza y Julio Mailhos, resultó un contundente

(5) Sobre la interna nacionalista del período y, concretamente, el grupo liderado por Carnelli, cfr.
Carlos Zubillaga, Las disidencias del tradicionalismo. El Radicalismo Blanco. Montevideo, Arca/
CLAEH, 1979.
58

Los partidos tradicionales y los sectores conservadores


Crítica de Luis A. de Herrera a la “Unión Democrática” (1919)
“Ya que algunos respetables comerciantes se empeñan en constituir hogar político, abu-
rridos de su larga soltería cívica, háganlo, en buena hora, recogiendo a los neutrales, a los
indiferentes, a los cincuentones que todavía están por elegir novia [...], pero no lleven la
confusión a los espíritus desprevenidos de nuestros buenos compañeros, que podrían ser
a la vez miembros de la Unión Democrática y del Partido Nacional... Recién apercibidos
aquellos respetables comerciantes de que se puede intervenir en política, se reúnen y, so-
lemnemente, se lo notifican al país. A la verdad que ellos, o se levantan muy tarde, o están
demasiado absortos en discutir el precio de las facturas.”
[“La Campaña”, Río Negro, 15/10/1919: “Del Dr. Luis Alberto de Herrera. El Partido
Democrático y el Nacional”].

Las afinidades ideológico sociales (1925)


“Al terminarse el escrutinio ha resultado lo que tanto deseábamos los colorados inde-
pendientes, la derrota del batllismo, y ella se ha producido por el triunfo de tu candidatura
para la presidencia del Consejo, así que recibe las más sinceras felicitaciones y espero ya
que con mi modesto voto a los radicales hemos cooperado al triunfo de Uds., prefiriendo ese
triunfo antes que el del funesto batllismo [...]”. [Carta del colorado vierista Enrique Escardó
Anaya a Luis A. de Herrera, 22/4/1925, en MHN, Archivo Dr. Luis A. de Herrera, carpeta
3641, doc. 8].
[Los textos han sido tomados de: Gerardo Caetano, La República Conservadora, Tomo
1, p. 166; y Tomo 2, p. 95, respectivamente]

fracaso (obtuvo 686 votos), cerrándose así el camino a la existencia de un parti-


do conservador en Uruguay. El notorio policlasismo de los partidos tradicionales
ofrecía cómodos espacios para la expresión de aquellos intereses, como ya les
había advertido –con su habitual ironía– Luis Alberto de Herrera. Dichos espacios
harían posible, asimismo, acuerdos y solidaridades supra-partidarias.
No obstante ello, también es cierto que en los años veinte el sistema político
uruguayo se caracterizó no solo por el bipartidismo y el protagonismo de los grupos
de presión, sino también por la presencia de corrientes ideológicas de proyección
mundial, como el socialismo, el comunismo y el catolicismo, aunque por entonces
las mismas convocaran adhesiones muy minoritarias: en las elecciones presidencia-
les de noviembre de 1922, en las que participaron las tres corrientes, mientras el P.
Colorado obtuvo el 50.05% de los sufragios y el P. Nacional el 47,12%, la expresión
electoral de las tres tendencias –los anarquistas no votaban– sumó un 2,82% (P. So-
cialista 0,40%, P. Comunista 1,29% y Partido Católico 1,13%). El mejor desempeño
electoral de los “partidos de ideas” durante el período, el del Partido Comunista en
1926, fue de apenas 3.775 votos (1,31%). Su presencia, no obstante, potenció el te-
mor conservador, exacerbado por un agitado contexto internacional y regional.
Como ha señalado José Pedro Barrán en su trabajo sobre los conservadores
uruguayos, el reformismo primero, y la revolución rusa de 1917, después, “tor-
59

naron más fuertes los miedos conservadores pues el enemigo ya no tenía nada de
imaginario ni lejano”. El año 1919 resultaría clave en ese sentido: a los sucesos
revolucionarios de Europa –revolución de los espartaquistas en Alemania y de
Bela Kun en Hungría– se sumó, en enero de 1919, la conmoción provocada por
los cruentos enfrentamientos de la “Semana Trágica” de Buenos Aires. En medio
de este clima inquietante, una fuerte agitación sindical en Montevideo aportó ma-
yor espesor al temor de los sectores conservadores. A ello se sumaría, en 1921, el
surgimiento del Partido Comunista como resultado de la división del P. Socialista
en el marco de las repercusiones de la revolución bolchevique en el movimiento
socialista mundial.
Si bien la izquierda uruguaya era minoritaria y se encontraba dividida y
enfrentada entre sí, su influencia en el movimiento sindical y su ruidosa militancia
en campañas de solidaridad internacional –como la llevada adelante en defensa de
Sacco y Vanzetti, los obreros anarquistas procesados y finalmente ejecutados en
Estados Unidos el 23 de agosto de 1927– alimentaron el disgusto de los sectores
conservadores. También suscitaron ácidos comentarios de algunos representantes di-
plomáticos extranjeros, que observaban con asombro la “permisividad” del gobierno
uruguayo frente a las actividades comunistas, que gozaban de estatus legal.
Cabe agregar que por esos años tuvo lugar, a ambos lados del Río de la Plata,
la actuación de los llamados “anarquistas expropiadores” –entre ellos el legenda-
rio Miguel Arcángelo Roscigno– que protagonizaron en nuestro país el sangriento
asalto al Cambio Messina (1928) y años más tarde, la novelesca fuga del Penal de
Punta Carretas por la Carbonería del Buen Trato (1931). Sus acciones –que han
sido narradas en la película “Ácratas” de Virginia Martínez– fueron cubiertas con
gran sensacionalismo por la prensa grande, pretextando el reclamo (y a veces, los
procedimientos) de mano dura contra el movimiento sindical y la izquierda.
En ese contexto, algunos conservadores miraron hacia Europa –no solo la
izquierda se nutriría de “ideologías foráneas”– contemplando con entusiasmo el
movimiento liderado en Italia por Mussolini, que prometía progreso “dentro del
orden” (léase: frenar el comunismo). Fue así como el fascismo contó con simpati-
zantes en el seno de los sectores conservadores de ambos partidos tradicionales: en
el riverismo, el sosismo y el vierismo en el Partido Colorado, y en el herrerismo,
en el Partido Nacional.

(6) José Pedro Barrán, Los conservadores uruguayos (1870-1933), Montevideo, E.B.O., 2004, p. 77.
(7) Cfr. Salvador Neves y Alejandro Pérez Couture, Pólvora y tinta. Andanzas de bandoleros anar-
quistas. Montevideo, Ed. Fin de Siglo, 1993.
(8) Cfr. Gerardo Caetano, “Las resonancias del primer fascismo en el Uruguay (1922-1929/30)”, en
Revista de la Biblioteca Nacional. Montevideo, mayo 1987, pp. 13-36.
60

Imagen 5. Afiche del Partido Comunista urugua-


yo utilizado durante la campaña electoral de
1926. Esta imagen, que se difunde por primera
vez, se encuentra anexa al informe enviado al
Departamento de Estado por el Ministro de Esta-
dos Unidos en Montevideo, U. Grant Smith, el
30 de noviembre de 1925. En dicho informe el
diplomático señalaba: “Estoy firmemente con-
vencido que he visto un idéntico poster bolchevi-
que en Europa Central, probablemente en Hun-
gría…”. [National Archives, Washington D.C.]

Por último, un elemento a tener en cuenta al considerar la estrategia conser-


vadora, es el factor militar. El batllismo se había distanciado del ejército, en la me-
dida que su particular forma de nacionalismo –impregnado de cosmopolitismo– no
ambientaba el culto del tradicionalismo y el patriotismo, tan caros a la institución
militar. No contribuyó a mejorar dichas relaciones la posición contraria mantenida
por José Batlle y Ordóñez y su partido en torno al proyecto de servicio militar obli-
gatorio presentado en 1923 por el Presidente Serrato y su Ministro de Guerra, el
Coronel Roberto Riverós. El batllismo se opuso tenazmente a la iniciativa que era,
en los hechos, una propuesta de servicio militar bastante atenuada en duración e in-
tensidad. El proyecto no contó con respaldo popular y terminó siendo retirado del
parlamento por Serrato; Herrera, que al principio lo había acompañado, terminó
por restarle su apoyo ante la firme resistencia popular, incluida la de sus correligio-
narios. Era un secreto a voces que la mayor parte de los oficiales tenían simpatías
por los sectores conservadores del Partido Colorado y muy excepcionalmente, por
el Partido Nacional. Las investigadoras Mónica Maronna e Yvette Trochon, así
como Carlos Manini Ríos, en sus trabajos sobre el período, dan cuenta de numero-
sas circunstancias en las que el factor militar pesó en el acontecer político, lo que
61

permite relativizar la tantas veces esgrimida prescindencia política de las fuerzas


armadas uruguayas durante la primera mitad del siglo XX.

Uruguay en el escenario internacional. En la primera posguerra, la orien-


tación de la política exterior del Uruguay continuó la línea esbozada durante el
primer batllismo: el “equilibrio difícil” entre sus dos grandes vecinos –en la feliz
expresión de Dante Turcatti– estuvo facilitado por una mejoría en las complejas
relaciones con Argentina. No obstante ello, como hemos señalado en trabajos an-
teriores, la elección de Estados Unidos como “escudo protector”, determinada en
gran medida por dichas tensiones con el gran país vecino, se mantuvo durante este
período, evidenciándose en la entusiasta colaboración con el sistema panamerica-
no y con las autoridades de Washington, y en el apoyo a la política exterior estado-
unidense. No obstante ello, la intervención militar de Estados Unidos en Nicaragua
en 1927 contra las fuerzas comandadas por el Gral. Augusto César Sandino –sobre
la que el gobierno uruguayo no emitió pronunciamiento alguno– generó algunos
señalamientos críticos desde el batllismo (Enrique Rodríguez Fabregat, Baltasar
Brum), en momentos en que llegaba a su climax el sentimiento antiimperialista en
América Latina.
En el ámbito panamericano Uruguay continuó impulsando el arbitraje obli-
gatorio como fórmula de solución de controversias y apostó fuertemente a la pro-
tección que el derecho internacional podía ofrecer a un país pequeño y débil como
el nuestro.
Dicha orientación tuvo un nuevo y más amplio escenario para proyectarse
cuando, al firmarse el Tratado de Paz entre las Potencias Aliadas y Alemania, el 28
de junio de 1919, se cree la Liga (o Sociedad) de Naciones. Uruguay, signatario
del tratado, fue miembro iniciador del organismo internacional que tendría su sede
en Ginebra. En él le cupo una actuación en cierto modo destacada, si pensamos en
su pequeñez territorial y su escasísimo peso relativo en la política internacional:
formó parte del Consejo de la Liga, como miembro no permanente, entre 1922
y 1926; y su representante Alberto Guani presidió el Consejo en marzo de 1924
y junio de 1926, actuando asimismo como Presidente de la Asamblea Anual de
1927.10
La actuación uruguaya en la Liga, ensalzada desde el oficialismo colorado
como un logro fundamental en la dirección de “poner al país en el mundo” –plan-
teo en sintonía con el referido cosmopolitismo que caracterizara al batllismo– fue,
en ocasiones, criticada fuertemente desde tiendas opositoras –por Carlos Quijano,

(9) Dante Turcatti, El equilibrio difícil. La política internacional del Batllismo. Montevideo, Arca/
CLAEH, 1981.
(10) Cfr. base de datos sobre la Liga de Naciones, en: http://www.indiana.edu/league/.
62

por ejemplo– señalándose la casi indeclinable sintonía entre las posiciones urugua-
yas en Ginebra y la orientación de la política exterior de las grandes potencias, en
especial de Gran Bretaña.11

La economía uruguaya en los años veinte: la crisis antes de la Crisis. A


fines de la década del veinte –señalan Gerardo Caetano y Raúl Jacob– la economía
y la sociedad uruguaya estaban “de espaldas al precipicio”.12 Para comprender lo
que esta afirmación implica debemos tener en cuenta –como señalan M. Bertino,
R. Bertoni, H. Tajam y J. Yaffé13, en su análisis de la economía uruguaya en los
años veinte– que la Primera Guerra Mundial marcó el fin de la hegemonía británica
en el mundo, y que la economía de Estados Unidos –la nueva potencia hegemóni-
ca– no ofrecía las mismas posibilidades de complementariedad con las economías
latinoamericanas y, en particular, con la uruguaya: Estados Unidos era también
productor de productos primarios, como la carne. Como advierten los referidos au-
tores, el modelo de inserción externa procesado por Uruguay desde el último cuar-
to del siglo XIX, basado en la exportación de productos del agro, se vio socavado
por estos cambios en la economía mundial, así como por factores internos, como el
estancamiento del sector agropecuario, incapaz de transformaciones tecnológicas
que permitieran una inserción diferente.
El país caminaba hacia el precipicio y al parecer, lo hacía sin demasiada
conciencia. Los amenazantes nubarrones de la crisis de posguerra (1920-1921),
cuyos efectos se hicieron sentir también en Uruguay (fuerte caída en los precios
internacionales de nuestras exportaciones –en especial, el de la lana–, descenso
de la faena frigorífica con su secuela de desocupación, descenso de los salarios),
fueron rápidamente aventados ante los primeros síntomas de recuperación y la
vuelta del país a la senda del crecimiento. Entre1922 y 1930 la economía uruguaya
creció a una tasa de 6,6% acumulativo anual. Este crecimiento, sin embargo, tuvo
características diferentes al procesado en la década anterior. Los precios de nues-
tros productos exportables, que habían sufrido un sustancial incremento durante el
conflicto mundial, experimentaron en la posguerra un marcado descenso. Simultá-

(11) Gerardo Caetano y José Pedro Rilla, El joven Quijano (1900-1933). Izquierda nacional y con-
ciencia crítica, Montevideo, E.B.O., 1986, p. 57.
(12) Gerardo Caetano y Raúl Jacob, El nacimiento del terrismo, Tomo I (1930-1933). Montevideo,
E.B.O., 1989, Capítulo 1 (pp. 15-28). Por su parte, Raúl Jacob, en trabajos anteriores destinados a anali-
zar los antecedentes y consecuencias de la crisis de 1929 en Uruguay, ofrece abundante información que
abona esa afirmación.
(13) Magdalena Bertino, Reto Bertoni, Héctor Tajam y Jaime Yaffé, La economía del primer bat-
llismo y los años veinte. Auge y crisis del modelo agroexportador (1911-1930). Historia Económica
del Uruguay, Tomo III. Montevideo, Instituto de Economía, Facultad de Ciencias Económicas y de
Administración-Editorial Fin de Siglo, 2005.
63

neamente, creció la demanda de bienes que no podía ser abastecida por la produc-
ción nacional (entre ellos los derivados del petróleo, al compás del acelerado desa-
rrollo del parque automotor), incrementando así sustancialmente el volumen y el
monto de nuestras importaciones. A pesar de que el saldo de la balanza comercial,
compensado por un aumento en los volúmenes exportados, fue favorable en casi
todo el período –con excepción de los años 1921 y 1922– no sucedió lo mismo con
la balanza de pagos (saldo del intercambio de bienes y servicios con el exterior).
Durante la mayor parte de la década el monto de las divisas necesarias para cubrir
los servicios de la deuda externa (intereses y amortizaciones) y las remesas al ex-
tranjero por diversos conceptos (remesas de inmigrantes, ganancias de empresas
extranjeras, etc.), fue mayor que el monto de las divisas que ingresaron al país por
concepto de exportaciones y servicios varios (turismo, etc.).

Imagen 6. Rambla de Carrasco a comienzos de los años veinte, con abundantes automóviles. (FHM/
CMDF) Los primeros autos importados fueron de origen mayoritariamente europeo, pero rápidamente
la industria automotora estadounidense se impuso y ya en 1919 el 60% del parque automotor era de este
origen. Entre 1919 y 1930 se importaron más de 67.000 automóviles, y en 1930, el 82,5 % del monto
de los automotores y sus repuestos importados por el Uruguay eran de origen norteamericano. A este
gran desarrollo contribuyó la expansión de la red vial, promovida con empréstitos norteamericanos.
64

Para compensar la balanza de pagos se podía hacer dos cosas: recurrir al


concurso del capital extranjero –cuando esto era posible– o utilizar las reservas
existentes. De hecho, el endeudamiento público creció notablemente. Entre 1920
y 1932 la emisión total de deuda pública uruguaya alcanzó los 122,5 millones de
pesos.
Pero no todo fue deuda externa: el 57 % fue deuda interna. En este senti-
do, las interpretaciones historiográficas que han planteado, para explicar el en-
deudamiento externo, la hipótesis de la resistencia del capital local a “financiar”
el proyecto reformista, son parcialmente cuestionadas por los investigadores que
venimos siguiendo (Bertino et alii), según los cuales la evidencia demostraría que
el capital local “más que adoptar una constante negativa a concurrir al financia-
miento del Estado, adoptó una actitud racional ante las necesidades financieras
del mismo: invirtió en deuda pública en función de las expectativas de rentabili-
dad que ofrecía con relación a otras alternativas de inversión”.14
El endeudamiento estaba marcando las debilidades del modelo de inserción
internacional del Uruguay. Simultáneamente, y en estrecha relación con lo anterior,
se asiste en la década del veinte al inicio de un cambio estructural de la economía
uruguaya, signado por la participación decreciente del sector agropecuario en el
producto, el mantenimiento en similares niveles de la industria y la agricultura, y el
incremento del resto de las actividades económicas (construcción, servicios), cuya
contribución al PBI trepó del 24% al 37%15. De acuerdo con los referidos autores,
la década del veinte constituye un período de transición entre la crisis del modelo
agroexportador –iniciada a partir de 1913– y la configuración plena de otro modelo
basado en el desarrollo industrial, que ya puede percibirse en 1943.

El segundo impulso reformista. Raúl Jacob llamó la atención sobre la exis-


tencia de un segundo impulso reformista, cuyos primeros indicios son perceptibles
ya a mediados de la década del veinte y que haría eclosión con mayor fuerza, a par-
tir de 1928. Este nuevo empuje se habría visto favorecido por la toma de concien-
cia, en determinados sectores del espectro político, en torno a las consecuencias
negativas que se derivaban de la presencia de intereses económicos extranjeros
en sectores estratégicos de la economía del país; así como de otras preocupantes
señales del desempeño de la economía. A esta toma de conciencia se agregaría la
llegada al primer plano de la política de un grupo de jóvenes batllistas –los más
destacados, Luis Batlle Berres, Pablo y Agustín Minelli, Juan Francisco Guichón,
Justino Zavala Muniz, Edmundo Castillo– que encabezan una reflexión crítica so-
bre el proyecto batllista, haciendo hincapié en lo que aún faltaba por hacer.

(14) Bertino y otros, cit., p. 361.


(15) Ibid, p. 77.
65

Ya desde 1925 el batllismo había dado indicios de un renacer del “inquietis-


mo” pero en 1929 tiene en sus manos puestos claves para impulsar algunas de sus
propuestas reformistas: el Ministerio de Hacienda, ocupado por Javier Mendívil,
y el de Industrias, Trabajo y Comunicaciones, a cuyo frente está Edmundo Casti-
llo. Desde ambas carteras arremeterá contra los estancieros (propuesta de que el
Estado intervenga como comprador y arrendador de tierras) y el capital extranjero
(proyecto de refinería con participación estatal, proyecto de propiedad nacional de
yacimientos de hidrocarburos). De todas aquellas iniciativas, la que tendría mayor
repercusión en la larga duración y levantaría la más fuerte oposición –reuniendo en
su contra a las “fuerzas vivas” nacio-
nales y a los intereses extranjeros– fue El proyecto de refinería estatal
el proyecto de construcción de una re- y el asesoramiento de YPF (1929)
finería estatal de petróleo, presentado
El 10 de agosto de 1929 el Ministro
al Consejo Nacional de Administra-
de Industrias, Trabajo y Comunicacio-
ción en agosto de 1929 por el Ministro nes, Edmundo Castillo, escribió al Di-
E. Castillo. rector de la empresa petrolera estatal
El proyecto, que impulsaba la argentina Yacimientos Petrolíferos Fis-
participación del Estado en una es- cales (YPF), General Enrique Mosconi:
“...Tanto el señor Goslino como yo he-
fera de la economía dominada por la mos encontrado insuperable el informe
presencia de las compañías petroleras que tuvo a bien preparar a mi pedido y
estadounidenses (la Standard Oil de para nuestro uso. No se me escapa que
N. Jersey, a través de su filial la West Ud., además de pericia, ha puesto en él
toda su buena voluntad. Excuso decirle
India Oil Co. y la anglo-holandesa
cuán obligado me siento por ello. [...]
Shell Mex), había sido elaborado en Estoy seguro de no excederme en el
base a la información y los consejos elogio al decir que la colaboración del
suministrados al Ministro Castillo Gobierno argentino, para que mi país
por el Director General de Yacimien- se libere de la dependencia extranjera
para el abastecimiento de combustibles,
tos Petrolíferos Fiscales (YPF) de armoniza con la obra de los próceres de
Argentina, Gral. Enrique Mosconi, Mayo, que lucharon por la soberanía de
enfrascado por ese entonces en un su tierra y la de los pueblos hermanos.
duro enfrentamiento con los trusts [...] Yo no sé si mi proyecto tendrá éxi-
to en las Cámaras, porque aun cuando
petroleros.
parezca imposible, hay quienes lo com-
El proyecto de refinería estatal, baten [...]. Creo que en definitiva será
aprobado por el Consejo en agosto de cuestión de tiempo, pero tengo el placer
1929 (con el voto en contra de los de asegurarle, que en cualquier caso yo
Consejeros nacionalistas A. Lussich, sabré dejar constancia, si la obra llega
a realizarse, de la parte que Ud. ha te-
M.C. Martínez y L. A. de Herrera), nido en ella”.
fue vetado por el Presidente Cam- [En: Enrique Mosconi, El petróleo
pisteguy, que se hizo eco de la fuerte argentino, Bs. As., Agepe, 1958, p. 227]
oposición despertada por la iniciativa
66

en los sectores empresariales; el batllismo no obtuvo los votos necesarios en el


Consejo para levantar el veto. El fracaso de la iniciativa no fue sinónimo de su
abandono; por el contrario, el batllismo introduciría en el parlamento una iniciativa
más radical aun: la construcción de una refinería totalmente estatal. Mientras tanto,
desde el espacio editorial de “El Día”, Luis Batlle Berres realizaba una persistente
campaña de denuncia de los trusts petroleros y de apoyo a las iniciativas del bat-
llismo en materia de política energética.16

La movilización conservadora. Ante los intentos del reformismo por supe-


rar el bloqueo de sus propuestas –señala Caetano– la oposición conservadora mul-
tiplicó rápidamente su movilización política, experimentando una radicalización de
sus posturas. Su eficacia organizativa se vio favorecida por la creciente integración

Manifiesto del Comité de Vigilancia Económica (mayo 1929)


“Al País”.
“...Las orientaciones que se propone seguir [el Comité de Vigilancia Económica] son
de vigilancia y defensa como fin; de lucha indeclinable y optimista como medio, dentro del
concepto de que la propia existencia exige un cuidado propio y que el derecho cuyo ejercicio
se libra a manos extrañas, conforma una abdicación que lleva a la esclavitud. Y en el cami-
no de ser esclavizadas van las clases laboriosas del país, especialmente la clase ganadera,
amenazada de total liquidación por el fanatismo reformista [...]. Rompiendo imprudente-
mente el orden de relación, anticipando las mejoras sociales a las posibilidades económicas
en que ella deben fundarse, surgen a cada instante proyectos gubernativos y parlamentarios
[...] que intentan repartir lo que no existe [...]; leyes de salario mínimo para que por la magia
de su imperio, el trabajo tenga una retribución superior [...] a sus mismos rendimientos [...];
leyes para disolver la herencia, que disuelven también los principios que organizan y prote-
gen el hogar; leyes para imponer la división de la tierra y lanzar al país por el abismo de su
desvalorización violenta; y todo ello con la pretensión de crear otra vida al amparo de ese
programa de muerte; de cambiar de un día para otro las formas de producción, de propiciar
optimismos creadores de riqueza; de sacar del incógnito, de la penumbra ensayista, la luz
del nuevo día. [...]
[Los integrantes de las clases laboriosas], con la divisa de su fe política integralmente a
salvo, deben aprender a conciliar su fidelidad partidaria con sus intereses de clase, para un-
gir con su voto consagratorio, solamente a los hombres del respectivo credo político que, a
la vez, ofrezcan la garantía de compartir y defender sin desmayos su orientación económica
[...]. Los políticos, podrán decir otra cosa; los hombres de trabajo dicen esto”. [Revista de
la Federación Rural, N° 124, mayo 1929; citado en: Gerardo Caetano, “Las fuerzas conser-
vadoras en el camino de la dictadura. El golpe de Estado de Terra”, Cuadernos del CLAEH,
Nº 28, Montevideo, abril de 1983]

(16) Alfonso Labraga, Mario Núñez, Cristina Pintos, Ana María Rodríguez y Esther Ruiz, “El Na-
cionalismo petrolero argentino de la década del 20 y su influencia en el surgimiento de ANCAP”, en
Hoy es Historia, Nº2, Montevideo, 1984, pp. 35-50; y Raúl Jacob, Inversiones extranjeras y petróleo:
la crisis de 1929 en Uruguay. Montevideo, F.C.U., 1979.
67

entre las diferentes actividades económicas y, consecuentemente, entre sus princi-


pales dirigentes (estancieros, industriales, comerciantes, banqueros), así como por
la vinculación cada vez más estrecha entre los grupos de presión empresariales y
los partidos políticos de derecha. El éxito obtenido en movilizaciones conjuntas se-
ñaló el camino de la necesaria institucionalización del frente conservador. Después
de numerosas instancias previas, y a impulso de la Federación Rural, en setiembre
de 1929 se crea el Comité de Vigilancia Económica, rápidamente bautizado como
“Comité del Vintén” por el reformismo batllista. El Comité se constituyó en la gran
herramienta de presión político-gremial, representativa de los grupos dominan-
tes y liderada por la Federación Rural. Su programa: oponerse a los “aprendices
de brujo” y al “inquietismo” –expresiones utilizadas en la época por los sectores
conservadores para aludir al reformismo batllista y sus propuestas–; enfrentar el
estatismo, el “burocratismo”, los nuevos impuestos, el trust frigorífico (enemigo
declarado de los estancieros) y luchar contra la “inmigración indeseable”. De ahí
en adelante el enfrentamiento con el reformismo no haría más que crecer.
El 20 de octubre de 1929 moría José Batlle y Ordóñez y el batllismo debería
hacer frente a la ofensiva conservadora en medio de una soterrada (y a veces no
tanto) lucha por la sucesión.
Era el fin de los años veinte y Uruguay se aprestaba a conmemorar el Cen-
tenario de su Independencia. Los tiempos y la forma en que escogió hacerlo, nos
hablan sobre algunos rasgos de la sociedad uruguaya de entonces.

Construyendo un nuevo “relato de los orígenes”. En 1923 el parlamento


uruguayo debatió en torno a qué fecha debía ser escogida para celebrar el centena-
rio de la Independencia nacional. La discusión se polarizó en torno a dos fechas: la
primera, el 25 de agosto de 1825 (Declaratoria de la Independencia), fue la fecha
“blanca”, ya que apuntaba a reivindicar la gesta encabezada por Juan Antonio La-
valleja, y “nacionalista” en sentido amplio, en tanto aludía a una ley fundamental
aprobada por la Sala de Representantes de la Provincia Oriental. La segunda, el 18
de julio de 1830, fue la elegida por el batllismo: era el aniversario de la jura de la
primera Constitución y el año en que asumió el mando el primer Presidente de la
República, el colorado Fructuoso Rivera. El debate –del que surgirían finalmente
dos festejos, en 1925 y 1930– ha sido frecuentemente mencionado como singula-
ridad uruguaya y como ejemplo de las dificultades planteadas a la “construcción
de la nación”, por la forma en que Uruguay conquistó su independencia en 1828,
con la Convención Preliminar de Paz entre las Provincias Unidas del Río de la
Plata y el Imperio de Brasil, celebrada con la mediación británica. Sin embargo,
éste parece ser solo un ejemplo de lo que el historiador Eric Hobsbawm ha llamado
“invención de la tradición”, observable en todas las comunidades en proceso de
construcción nacional y que, en cada caso, está fuertemente vinculado a determi-
68

La lucha por el pasado


“¿Cuándo ha llegado el momento para que una comunidad decida conmemorar su ani-
versario? Generalmente se asume como una verdad indiscutible que las conmemoraciones
son simples accidentes del calendario, y que éste es la verdadera autoridad que indica el
momento de realizar la puesta en escena de esa ‘recordación en común’ que está en el senti-
do de la palabra. Nadie puede adelantar la fecha de un aniversario, como tampoco atrasarla
a gusto: simplemente estos ‘ocurren’ y cuando llega el momento solo es necesario poner en
orden el programa de festejos porque el resto viene por añadidura. Pero esta idea no da
cuenta de algunos hechos que pueden parecer anómalos; así las razones por las que algunos
aniversarios son recordados y otros no lo son, o que esa selección varíe con el tiempo y hoy
celebra acontecimientos antes ‘olvidados’. [...] Esta movilidad temporal puede explicarse si
se acepta que las conmemoraciones no ocurren sino que se instituyen, es decir que la comu-
nidad las crea en momentos determinados y por razones muy precisas [...]. En este trabajo se
pretende mostrar una sociedad que pasó de imaginarse condenada a la guerra civil perma-
nente, a una sociedad que debía ver cómo compartían el poder los partidos que antes eran
enemigos acérrimos. Esta situación obligó a una reconstrucción profunda de las prácticas
políticas [...] y a una reinterpretación del pasado que permitiera construir una tradición de
coexistencia política, y a la vez que construyera una ‘identidad común’ a los grupos que aho-
ra compartían el poder. Estas transacciones de procedimiento no eliminaron las diferencias
profundas entre proyectos políticos que recorrían la sociedad. El final de la Gran Guerra
había traído muchas novedades; todas ellas parecían facilitar la difusión de las posiciones
conservadoras en la sociedad uruguaya y acorralar cada vez más al reformismo batllista.
Por esa razón la construcción del pasado tuvo un marcado carácter conservador y pretendió
instituir su visión de la nación por medio de una gran conmemoración, a la que llamó el
“Centenario nacional” y que fijó para el 25 de agosto de 1925. Por su parte el reformismo
levantó su propuesta que involucraba otro proyecto: el “Centenario de la Constitución” el
18 de julio de 1930. Como ocurre en el relato de la Historia Nacional, de su conflicto surgió
una visión consensuada que ha perdurado largamente en la memoria social, pero a cambio
de olvidar el conflicto de proyectos que le dio origen. [...]”. [Carlos Demasi, La lucha por el
pasado, Montevideo, Trilce, 2004, pp.7 y 17].

nantes del presente de la sociedad en cuestión. En el caso uruguayo, el historiador


Carlos Demasi ha defendido la hipótesis de que en el “debate del Centenario” aflo-
ra un nuevo “relato de los orígenes”, estrechamente asociado a la nueva situación
institucional inaugurada en 1919.
En el año 1923 también tuvo lugar otro hecho de relevancia en la construc-
ción de la conciencia histórica uruguaya: la inauguración del monumento a José
Artigas en la Plaza Independencia, el último día del mes de febrero. Como ha seña-
lado Ana Frega, la “construcción monumental” del héroe estuvo atada al dilatado
proceso de reivindicación de su figura.
El Presidente Brum eligió finalizar su mandato con ese último evento oficial,
y en su discurso –que asoció la propuesta social del reformismo con el proyecto
artiguista– explicitaba lo que la historiografía analizaría luego con mayor deteni-
69

miento: la época de la leyenda negra La construcción


había terminado, era la hora de la apo- monumental de un héroe
teosis artiguista. “...La inauguración [del monumen-
En la primera de las celebra- to a Artigas en la Plaza Independencia]
ciones del Centenario, la realizada el suponía definir para la posteridad una
imagen y una simbología asociada al
25 de agosto de 1925, tuvo lugar otro héroe que se homenajeaba. A su vez,
hecho cargado de simbolismo: la in- inscribía a ese personaje en una inter-
auguración del Palacio Legislativo, pretación lineal del pasado, como un
verdadero templo laico destinado a jalón en lo que era presentado como
el ineludible camino de emergencia de
servir el culto de los valores demo-
la nacionalidad. [...] La inauguración
cráticos y sin duda la incorporación del monumento a Artigas debió espe-
arquitectónica más significativa de las rar cuarenta años. La convocatoria al
realizadas en el marco de los festejos concurso efectuada en 1884 quedó in-
del Centenario. terrumpida hasta que por ley de 23 de
marzo de 1906 se dispuso aplicar cien
Las mencionadas no fueron las mil pesos oro de un empréstito para
únicas huellas artísticas y arquitectó- ‘erigir un monumento al precursor de
nicas que se incorporarían a la ciudad la Nacionalidad oriental, General don
capital en el marco de los festejos pa- José Gervasio Artigas’. [...] Es cierto
que se argumentaba la falta de recursos
trios. Las arquitectas Susana Ántola y
para financiar la construcción y que,
Cecilia Ponte destacan la significación luego de comenzada, la obra fue entor-
de “la construcción espacial e icono- pecida por la Primera Guerra Mundial,
gráfica del imaginario nacional en el pero también la demora puede ser in-
Montevideo del Centenario”. Entre terpretada como una señal del proceso
para lograr unanimidad en torno a la
sus componentes fundamentales seña- recuperación de la figura de Artigas. Si
lan la inauguración del monumento al bien se lo presentaba como aquel per-
Gaucho, el 31 de diciembre de 1927, sonaje del pasado que ‘unía’ a blancos
un homenaje promovido por la Fede- y colorados, era necesario desmontar
la imagen de ‘bandolero’ y ‘caudillo de
ración Rural del Uruguay; y el Obelis-
los anarquistas’ que tanto había atemo-
co a los Constituyentes de 1930, cuya rizado a los sectores dirigentes de su
construcción fue concebida en el marco época y se había continuado alimentan-
de las celebraciones del Centenario, pero do en gran parte del siglo XIX”.’
se inauguraría tardíamente en 1938.17 [Ana Frega, “La construcción mo-
numental de un héroe”, en Humanas,
Caetano ha destacado el signo Porto Alegre, v. 18, Nº 1-2, pp. 123 y
de apuesta al futuro que tuvieron las 127].
iniciativas del reformismo para con-

(17) Susana Ántola y Cecilia Ponte, “La nación en bronce, mármol y hormigón armado”, en: Gerar-
do Caetano (Dir.), Los uruguayos del Centenario. Nación, ciudadanía, religión y educación (1910-
1930). Montevideo, Taurus-Observatorio del Sur, 2000, pp. 219-243.
70

Imagen 7. Construyendo la
imagen del héroe. Armado de
las piezas del monumento a Ar-
tigas en la Plaza Independencia,
en febrero de 1923. (FHM/
CMDF)

memorar el Centenario, en las que el embellecimiento de la ciudad capital ocupó


un lugar central.
El pensar al Uruguay como un país de servicios, con énfasis en el destino
turístico, no es ajeno a estas propuestas (como han demostrado R. Jacob y Nelly
Da Cunha).18 En el mismo sentido debe interpretarse otro aporte arquitectónico de

Imagen 8. Inauguración del


Monumento al Gaucho en la in-
tersección de la Avenida 18 de
Julio y Constituyente. 31 de di-
ciembre de 1927. (FHM/
CMDF)

(18) Cfr. Raúl Jacob, Modelo batllista ¿Variación sobre un viejo tema?, Montevideo, Ed. Proyección,
1988; y Nelly Da Cunha, El Municipio de Montevideo en la construcción del espacio turístico y recrea-
tivo. Montevideo, Facultad de Cs. Sociales, Unidad Multidisciplinaria, Doc. de Trabajo Nº 55, 2001.
71

relevancia incorporado a la ciudad en el marco de los festejos: el Estadio Centena-


rio. Porque el fútbol también fue protagonista en aquella conmemoración.

Fútbol, política y sociedad. En los años veinte el fútbol era ya, sin lugar a
dudas, el gran espectáculo de masas en el Uruguay. Los triunfos obtenidos por la
selección nacional en los torneos sudamericanos y, más aun, en las Olimpíadas de
París (1924) y Ámsterdam (1928) –que equivalían a los campeonatos mundiales,
cuando estos aún no existían– fueron decisivos en la conquista de esa popularidad.
Tan decisivos como lo fue la radio.
En 1922 habría tenido lugar la primera transmisión radial de un partido de
fútbol en el Uruguay (se dice que fue la primera transmisión deportiva de la histo-
ria de América Latina). Jugaban Uruguay y Brasil en Río de Janeiro y la emisión
no fue más lejos de Pando. La política descubría simultáneamente la potencialidad
de aquel medio de comunicación: en noviembre de 1922, en la recién inaugurada
Radio Paradizábal, José Batlle y Ordóñez pronunció el primer discurso político
emitido por radio en el Uruguay. Y la política también se acercaría al fútbol, reco-
nociendo los beneficios de asociarse a un deporte popular en tiempos de amplia-
ción del electorado y de elecciones tenazmente disputadas. Como señala Andrés
Morales, el batllismo parece haber marcado el camino: en 1924, cuando Uruguay
ganó su primera medalla de oro en fútbol en Colombes, “El Día” fue el único dia-
rio uruguayo en cubrir el evento con un enviado especial: Lorenzo Batlle Berres
(hermano del futuro Presidente y sobrino de Batlle y Ordóñez). Los éxitos futbo-
lísticos de la selección nacional, festejados a lo largo y ancho del Uruguay, fueron,
sin duda, una útil herramienta en ese operativo batllista de “nacionalización” de
una población con fuerte componente inmigratorio.
En 1928, como ya vimos, Uruguay ganaría nuevamente la medalla de oro en
las Olimpíadas de Ámsterdam, esta vez venciendo a Argentina. En el Congreso de
la FIFA realizado al finalizar dichos juegos, se resolvió organizar un campeonato
mundial de fútbol. Uruguay se postuló como sede, en una apuesta que daba cuenta
no solo de la importancia que este deporte había alcanzado en el país, sino de la
vocación de proyección mundial que había caracterizado al Uruguay batllista: el
pequeño “país modelo”. En mayo de 1929 Uruguay fue elegido como sede, inicián-
dose así un titánico esfuerzo que supuso la construcción e inauguración, en poco
menos de un año, del primer estadio del mundo construido especialmente para este
deporte: el Estadio Centenario, hoy monumento histórico del fútbol mundial.
El arquitecto Juan Antonio Scasso, Director de Paseos Públicos del Munici-
pio de Montevideo, fue designado como director y proyectista de la obra. Scasso
integró –junto a Leopoldo Agorio, Mauricio Cravotto, Milton Puente, Octavio De
los Campos e Hipólito Tournier– una generación de arquitectos que impulsó una
importante renovación de la arquitectura uruguaya, inspirada en parte en la obra
72

y la presencia de Le Corbusier, el gran arquitecto francés que en la primavera de


1929 visitó Montevideo, y llegó a esbozar una propuesta para el desarrollo de la
ciudad.
El estadio fue inaugurado –aún sin terminar– el 18 de julio de 1930, seis días
después del comienzo del Campeonato Mundial. Había sido construido en menos
de un año.
En la final, disputada el 30 de julio de 1930 Uruguay venció por 4 a 2 a
Argentina. El vecino rioplatense había sido desde siempre el gran rival, quizás por
que en ese proceso de construcción de identidad nacional –en el que el fútbol jugó
un importante papel– la afirmación de pertenencia se vuelve más imperativa frente
a aquellos que más se asemejan a nosotros.
El país festejó ruidosamente: “¡Uruguay campeón del mundo!”. Cuando se
apagaron los fuegos de artificio y los relatos de la hazaña se aplacaron, la lucha
política retornó al centro de la escena nacional. Porque el año del Centenario era
también año electoral.

Las elecciones nacionales de 1930. Como han señalado Caetano y Jacob19,


las elecciones generales de noviembre de 1930 fueron un verdadero plebiscito, en
el que el eje del debate político se ubicó en una definición a favor o en contra del
programa reformista.
A comienzos de año los sectores conservadores habían recibido el espalda-
razo del Presidente Campisteguy, quien en su mensaje anual a la Asamblea Gene-
ral, se sumó a los reclamos antirreformistas pidiendo un nuevo “alto” en materia
de legislación social.

Imagen 9. Vista aérea del


Estadio Centenario durante
la final entre Uruguay y Ar-
gentina, el 30 de julio de
1930. (Archivo E.B.O.)

(19) Gerardo Caetano y Raúl Jacob, El nacimiento del terrismo, Tomo I (1930-1933). Montevideo,
E.B.O., 1989, Capítulo 8.
73

En el año electoral, las fuerzas conservadoras, con el Comité de Vigilancia


Económica a la cabeza, desplegaron una fuerte ofensiva político-gremial, en la que
se pasó de los reclamos a las amenazas. Así, los planteos destinados a las exigen-
cias de impedir la aprobación de todo nuevo gravamen, incluyeron la resolución de
recurrir al lock-out patronal y si esto no resultase suficiente, de realizar un movi-
miento de resistencia general mediante una negativa a pagar impuestos (la “huelga
de bolsillos cerrados”, al decir de Luis Alberto de Herrera).
En las elecciones realizadas el 30 de noviembre triunfó el Partido Colorado
por algo más de 15.000 votos. De un total de 318.760 votos emitidos, el P. Colo-
rado había obtenido 165.827 y el P. Nacional 150.642 (el herrerismo, su fuerza
mayoritaria, había cosechado 132.345 votos). El batllismo había tenido una buena
votación (136.832). Fue electo Presidente el Dr. Gabriel Terra, candidato que había
contado con el apoyo del batllismo. Por escaso margen, el líder riverista Pedro
Manini Ríos no pudo acceder a la Presidencia, ya que no alcanzó el 17,5% de los
votos colorados, porcentaje que lo hubiera consagrado vencedor, según el criticado
acuerdo preelectoral celebrado con los batllistas.
El resultado electoral disgustó a los sectores conservadores que auguraron
un futuro sombrío para el país, al tiempo que reprocharon –el ejemplo de Luis Al-
berto de Herrera es claro– a quienes habían puesto las solidaridades partidarias por
delante de la causa común antirreformista.
Raúl Jacob señala que a pesar de la victoria colorada, el acto electoral había
dejado un panorama político complejo. Gabriel Terra, político colorado de larga
trayectoria pública –entre otros cargos, había ocupado los de legislador, Ministro
en varias carteras, diplomático e integrante del Consejo Nacional de Administra-
ción– aunque electo con el apoyo del batllismo, se situaba ideológicamente a la
derecha de dicho movimiento; ello auguraba dificultades en su relación con el
Consejo Nacional de Administración, con mayoría batllista. En el Senado había
una clara mayoría nacionalista, lo que implicaba una capacidad total de bloqueo
de las iniciativas reformistas, y en la Cámara de Representantes, merced a la re-
presentación proporcional, “nadie y todos”, en palabras del nacionalista Gustavo
Gallinal. Para el Partido Nacional, la derrota sufrida cuando todo parecía indicar
que la victoria estaba al alcance de la mano, aparejó una crisis interna –hubo fuer-
tes cuestionamientos a Luis A. de Herrera por su conducción– de la que surgiría en
1931 la escisión del “nacionalismo independiente”.
El escenario político era complejo y las perspectivas económicas, sombrías.
Desde el mundo exterior llegaban señales inquietantes: en América Latina, una su-
cesión de golpes de estado acababan con los gobiernos de Leguía en Perú (agosto),
de Hipólito Yrigoyen en Argentina (setiembre) y de Washington Luíz en Brasil
(octubre). La crisis económica venía acompañada por crisis políticas y Uruguay
no sería una excepción.
74

La política económica del Consejo Nacional de Administración y el na-


cimiento del dirigismo. En 1931 la crisis económica se instalaría con toda su
fuerza en el país: las exportaciones correspondientes a ese año disminuyeron en
volumen y en valor; el número de desocupados de la industria manufacturera trepó
a aproximadamente 30.000; y la moneda nacional (el peso) se desvalorizó en un
60% entre abril y octubre del mismo año. La disminución del volumen y el precio
de nuestras exportaciones aparejó una sensible merma en la recaudación fiscal, to-
davía fuertemente asociada a los derechos aduaneros, poniendo en serios aprietos
al Estado para hacer frente a sus crecientes obligaciones.
Ante la dura realidad, se instaló un fuerte debate en torno a las recetas para
enfrentar la crisis. Lo que estaba en discusión, advierte R. Jacob, era quién pagaría
los costos de la misma. En ese contexto, el batllismo radicalizó las posturas estatis-
tas e intervencionistas. El año 1931 marca, como señaló Carlos Quijano, una sig-
nificativa inflexión en cuanto al papel del Estado en la conducción de la economía
uruguaya, iniciándose la etapa del dirigismo. El 19 de mayo de 1931 el parlamento
uruguayo aprobó una ley que otorgó al Banco de la República Oriental del Uru-
guay un severo control sobre las operaciones de cambio, que alcanzaría al traslado
de capitales, prohibiéndose las negociaciones que no respondiesen “al movimiento
regular y legítimo de las actividades económicas y financieras”, según lo expresa-
ra el Ministro de Hacienda de entonces, el batllista Eduardo Acevedo Álvarez. La
medida no era una originalidad del Uruguay sino un arbitrio al que estaban recu-
rriendo numerosos países en diversas partes del mundo, como una estrategia para
enfrentar las dificultades de la coyuntura económica mundial (Brasil había adopta-
do una medida similar a comienzos de 1931 y Argentina lo haría cinco meses más
tarde). Esa y otras disposiciones puestas en vigor en esos meses, depositaron en
manos del banco estatal el control absoluto de los cambios internacionales.
La forma en que se distribuía la moneda extranjera fue objeto de preferente
atención –y fuertes presiones– por parte de los diferentes sectores de la actividad
económica vinculados al comercio exterior, así como de los inversores extranje-
ros que debían enviar remesas a sus países de origen, por diferentes conceptos. A
ellos se agregarían los tenedores de la deuda pública uruguaya, el pago de cuyas
amortizaciones fue suspendido en enero de 1932. Para presionar al gobierno uru-
guayo, los intereses extranjeros recurrieron al apoyo de sus respectivos gobiernos,
tanto en las metrópolis como a través de las representaciones diplomáticas, como
lo prueba ampliamente la correspondencia diplomática inglesa y estadounidense
del período.
Gran Bretaña era sin duda el país que estaba en mejores condiciones para
presionar ya que era el principal comprador de nuestras carnes, con todo lo que
esto significaba en la marcha general de la economía uruguaya. El temor a perder
75

dicho mercado llevó al Consejo Nacional de Administración a plegarse a la consig-


na de “comprar a quien nos compra”, levantada por los estancieros, que procuraba
atender los reclamos británicos sobre la desfavorable posición de sus intereses en
el comercio exterior uruguayo. Para decirlo con cierto esquematismo, los ingleses
se quejaban de que Uruguay, con las libras que obtenía por la venta de carne a Gran
Bretaña, pagaba las compras que realizaba en Estados Unidos. Otro tanto sucedía
con Argentina aunque, naturalmente, en mayor escala. En el marco de la Gran De-
presión, Gran Bretaña decide presionar a fondo y convoca en 1932 la Conferencia
de Ottawa donde, reunida con sus dominios, aprueba la llamada “preferencia im-
perial”, que asignaba cuotas preferenciales de sus compras de carne a sus dominios
(Nueva Zelandia y Australia eran los grandes competidores del Río de la Plata en
ese rubro). Las carnes rioplatenses tendrían una parte del mercado, pero se trataba
de una cuota muy disminuida ya que se tomaba como base el año 1931, que había
sido de apreciable descenso de dichas exportaciones. A partir de ese momento Uru-
guay, al igual que Argentina, desarrollarán una intensa actividad diplomática en
busca de llegar a un acuerdo comercial con Gran Bretaña, que permitiese mejorar
el acceso al mercado inglés. Uruguay recién lo conseguiría en 1935.
En medio de una situación que se agravaba día a día, el Presidente Terra na-
vegaba con habilidad, procesando un rápido distanciamiento del batllismo y mos-
trándose cada vez más receptivo a los reclamos conservadores. En junio de 1931
hizo público un proyecto de ley para reprimir la inmigración “indeseable” –que
sería aprobado el año siguiente–, en sintonía con los planteos conservadores y en
claro desafío a las posturas del batllismo, históricamente partidario de la política
de “puertas abiertas” a la inmigración. Los sectores conservadores, a su vez, des-
plegaron una clara estrategia de “rodear a Terra” (que recuerda sugestivamente la
actitud de las “fuerzas vivas” en apoyo de Feliciano Viera, después del “Alto” de
1916), apuntando a separarlo aún más del reformismo: se suceden los banquetes en
su honor, las notas de adhesión y el Comité de Vigilancia Económica pide poderes
discrecionales para “una sola persona”, que no nombra pero nadie ignora de quien
se trata.
La movilización conservadora –cuyas diferentes instancias y cambios de
entonación han sido examinados detalladamente por Gerardo Caetano, cuyo aná-
lisis seguimos– pasó de la mera protesta ante la política económica del Conse-
jo Nacional de Administración, a la elaboración de propuestas alternativas, que
implicaban un paso adelante en la concepción y explicitación de un futuro sin
el reformismo. Mientras tanto el batllismo, que maniobraba procurando romper
el bloqueo político en que se encontraba en el parlamento, a mediados de 1931
llegó a un acuerdo con el nacionalismo independiente, sector opuesto al herreris-
mo. Dicho entendimiento, que permitía el desbloqueo de las propuestas batllistas,
provocó una furiosa reacción conservadora, que explotó políticamente el hecho
76

de que el entendimiento interpartidario incluía un reparto político a nivel de los


directorios de los Entes Autónomos: Herrera se refirió despectivamente al acuerdo
como “pacto del chinchulín”.
Las consecuencias más significativas del acuerdo, sin embargo, quedaron
en evidencia en octubre de 1931, al aprobarse una serie de medidas de singular
importancia: el monopolio estatal de los teléfonos (a las Usinas Eléctricas del Es-
tado se agregaban ahora los teléfonos, creándose la UTE, Usinas y Teléfonos del
Estado) y, fundamentalmente, la aprobación el 15 de octubre de ese año, de la
ley de creación de ANCAP (Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y
Portland). Dicha ley, sin duda el punto más alto del segundo impulso reformista,
asignaba al Estado, por intermedio del nuevo Ente, dos monopolios: el del alcohol
y carburante nacional (tema que venía siendo discutido desde dos décadas atrás),
y el de la importación y refinación de petróleo crudo; también le atribuía un mo-
nopolio “condicional”: el de la importación de carburantes líquidos, semi-líquidos
y gaseosos cuando la refinería a construir produjese el 50% de la nafta que se con-
sumía en el país (la disposición implicaba, como lo fundamentaron los firmantes
del proyecto, una precaución necesaria ante la posible aplicación de represalias por
parte de las empresas petrolíferas, que pudiesen cortar el abastecimiento de com-
bustibles refinados). El temor a las posibles represalias de Gran Bretaña –nuestro
mayor comprador de carne– explica la otra importante restricción en los alcances
del proyecto: en su articulado solo se habla de “combustibles líquidos”, dejando
afuera los combustibles sólidos o sea, el carbón, que todavía consumía el país, la
mayor parte del cual venía desde Gran Bretaña. A la ANCAP se le encargaba tam-
bién, aunque no con carácter exclusivo, la fabricación de portland para las obras
públicas.
El proyecto, que debió enfrentar la oposición de los sectores conservadores
del Partido Colorado, y del herrerismo –consecuente con su tradicional antiesta-
tismo– tampoco fue apoyado por el representante socialista Emilio Frugoni quien
dijo estar en contra porque creía que las disposiciones contenidas en el proyecto se
traducirían en un incremento del precio del combustible de uso popular (el quero-
sene), y que el Ente a crearse sería un nuevo instrumento de clientelismo político.
La iniciativa parecía destinada al fracaso: en el peor momento de la de-
presión un pequeño país latinoamericano, no productor de petróleo, emprendía la
quijotesca aventura de crear un ente petrolero estatal. La Standard Oil y la Shell
Mex, que habían intentado –quizás algo tardíamente– impedir la aprobación del
proyecto de ley, se mostraron entre preocupadas e incrédulas y el representante
diplomático de Estados Unidos en Montevideo aventuró la opinión de que todo
parecía ser un mero gesto político, en busca de apoyo electoral. [ver recuadro]
Cuando el Directorio del flamante Ente autónomo –encabezado por el ancia-
no historiador y destacado hombre público Dr. Eduardo Acevedo Vasquez– llamó
77

a licitación para la provisión de nafta y querosene, las compañías petroleras nor-


teamericanas y británicas no se presentaron al llamado, aduciendo que no estaban
en condiciones de negociar en los términos contemplados en el mismo (el contrato
preveía el pago de una parte con productos nacionales). Finalmente fue adjudicado
a la empresa petrolera estatal soviética Iuyamtorg, que sí se había presentado a la
licitación. El encono de los representantes de las compañías petroleras extranjeras
creció.
El proyecto de creación de ANCAP había sido visto por los sectores con-
servadores como una verdadera declaración de guerra: el 14 de octubre de 1931,
mientas el parlamento discutía el proyecto, tenía lugar un paro patronal. El Presi-
dente del Consejo Nacional de Administración, el Ing. Juan P. Fabini, se negó a re-
cibir la delegación de los sectores patronales. El Presidente Terra, por el contrario,

La diplomacia de Estados Unidos y la creación de ANCAP


Montevideo
Fechado Octubre 14, 1931
Recibido 11:20 p.m.

Secretario de Estado
Washington, D.C.
[Con referencia a telegrama] 66, Octubre 14, 7 p.m.
La Cámara de Diputados aprobó el día diez un proyecto de ley creando un organismo
industrial nacional encargado del desarrollo y administración del monopolio del alcohol y
la importación, refinación y venta de petróleo y sus derivados y del cemento, y se informa
que fue aprobado por el Senado a última hora de hoy. El Parlamento clausura sus sesiones
mañana.
En relación con este tema, véanse despachos 59, 82, 120 y 122 informando que se con-
templaba la creación de dicho monopolio. El mismo fue aprobado no obstante la insatisfac-
ción general y actos de protesta: en efecto, todos los comercios de esta ciudad se encuentran
cerrados en el día de hoy en protesta contra este tipo de leyes.
Confidencial. Los intereses norteamericanos de la industria del cemento, si bien lamen-
tan la aprobación de esta ley, son de la opinión de que no será puesta en práctica por años, si
es que alguna vez lo sea, fundamentalmente debido a la falta de rubros para llevarla a cabo.
Concuerdo con esta opinión, agregando que esta ley parece más un gesto político en relación
con las próximas elecciones de noviembre, que algo pensado para ser puesto en práctica de
inmediato. Los representantes de la West India Oil Company, con los que me he mantenido
en estrecho contacto, si bien temen la pérdida de sus propiedades sin indemnización, tienen
mayor temor a una eliminación gradual como consecuencia del proyecto relativo a importa-
ción de gasolina rusa para uso del Estado y de las empresas públicas, la que, no obstante, es
una iniciativa separada y probablemente también será aprobada. WRIGHT.
[Telegrama del Ministro de Estados Unidos en Montevideo, J. Butler Wright, al Secre-
tario de Estado Henry L. Stimson, 14 de octubre de 1931. National Archives (Washington,
D.C.), Doc. Nº 833.6363/16. En: Ana María Rodríguez Ayçaguer, Selección de Informes de
los Representantes Diplomáticos de los Estados Unidos en el Uruguay. Tomo I: 1930-1933,
pp. 70-71]
78

fue ovacionado al arengar a los manifestantes desde la casa de Gobierno, apoyando


su petitorio y enfatizando la necesidad de reformar la Constitución.
De allí en adelante, la situación solo tendió a agravarse. El salto cualitativo
estuvo dado por la instrumentación de un movimiento paralelo al de las gremiales
empresariales, a nivel de los sectores políticos de derecha: rodear a Terra, separarlo
del batllismo, conformar una alianza político-gremial que atravesara las fronteras
partidarias y se constituyera en un sólido grupo de apoyo al Presidente para derri-
bar el odiado régimen. Comenzaba a gestarse el terrismo.
Terra, a su vez, haría lo suyo para proyectar su figura de hombre fuerte: en
febrero de 1932 la existencia de un supuesto “complot comunista” pretextó un des-
pliegue de fuerza represiva que llegó a la ilegal detención del legislador comunista
Lazarraga, al cierre de sindicatos, detenciones de militantes obreros, etc.. En julio,
un incidente con Argentina (el Crucero “Uruguay”, en visita de cortesía a Buenos
Aires para los festejos del 9 de julio, no recibió los honores de rigor, sospechado
de llevar a bordo un oficial argentino exiliado), terminó en una sorpresiva –aunque
corta– ruptura de relaciones con el país vecino. El Presidente, que era –de acuerdo
a sus potestades constitucionales– el que había adoptado dicha resolución, se mos-
traba ante la ciudadanía como el defensor de la soberanía y antes lo había hecho
como garantía del “orden” contra la subversión; era el perfil idóneo para encabezar
la alianza conservadora. Se estaba conformando lo que Herrera llamaría “la sagra-
da comunión de marzo”.

El 31 de marzo de 1933: crónica de un golpe anunciado. El golpe –señala


Caetano– había sido planeado y anunciado y los rumores golpistas estaban en la
opinión pública desde hacía bastante tiempo. “El Día” y “El País” –y por supuesto
los órganos de la izquierda– denunciaron reiteradamente que en las sombras se
tramaba el golpe contra las instituciones democráticas. Juan Antonio Zubillaga,
un destacado ideólogo conservador, habría sido el primero en hablar abiertamente
de la salida golpista. El 5 de junio de 1932 escribió en “La Mañana”: “Siempre y
dondequiera: antes que una absurda institución o una oligarquía concluya con el
país, bienvenida será la revolución que lo evite”. Al día siguiente su llamado gol-
pista fue comentado por Herrera en el “El Debate”, con estas palabras: “Así habla
un colorado de ley y un ciudadano de una sola pieza. Huelga decir que pensamos
exactamente lo mismo”.20

(20) “La Mañana”, 5 de junio de 1932: “Del Sr. Juan Antonio Zubillaga. El significado de la paz y de
la revolución. Ante el país sin gobierno y en bancarrota”; “El Debate”, 6 de junio de 1932: “Opinión
colorada”. Citados en Gerardo Caetano, “Las fuerzas conservadoras en el camino de la dictadura. El
golpe de estado de Terra”, Cuadernos del Claeh, n° 28, Montevideo, abril 1983, pp. 43-89.
79

El 30 noviembre de 1932 se realizarían elecciones para la renovación de un


tercio de los integrantes del Consejo Nacional de Administración. El riverismo y el
herrerismo proclamaron la abstención, postura que fue apoyada y promovida por el
Comité de Vigilancia Económica. Las cartas estaban echadas y la concreción del
golpe era cuestión de tiempo. Simultáneamente se lanzaba una gran campaña propa-
gandística reclamando una inmediata consulta a la soberanía popular para reformar
la Constitución. Arreciaban las denuncias de los sectores antigolpistas sobre las ver-
daderas intenciones de esta ofensiva “reformista”; ejemplo de ello es la declaración
del Comité Ejecutivo del Partido Socialista que ofrecemos en recuadro.

Declaración del Comité Ejecutivo del Partido Socialista


“ante la sedición reaccionaria” (10 de febrero de 1933)
“Sin ánimo de contribuir a las alarmas circulantes que se han intensificado en los úl-
timos días con motivo de las actitudes del herrerismo y de su cómplice, el presidente de la
República, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista, atento a la innegable gravedad de la
hora, formula ante el pueblo trabajador del país la siguiente declaración:
Que considera expresiones de la más torpe y criminal politiquería el frenesí reformista,
y con él, todas las prédicas tendientes a hacerle creer al pueblo que lo único que puede
interesarle para su salvación es la supresión del colegiado o la instauración del parlamen-
tarismo. […]
Que denuncia la propaganda y los trabajos “revolucionarios” del herrerismo como una
contribución, tal vez deliberada, a los planes políticos del presidente de la República, que
a pretexto de abrir camino a la reforma constitucional y terminar con el predominio de
ciertas camarillas oligárquicas, prepara las cosas para erigirse en dueño de la situación e
implantar la dictadura.
Que la prohibición del mitin callejero organizado por este Comité para el viernes 10 del
corriente, con el fin de reclamar la renuncia del doctor Terra, constituye el primer paso en el
camino de las medidas arbitrarias que nos irán internando, sin autorización del Parlamento,
en el cerco de un estado de sitio.
Que protesta en la forma más categórica contra esa prohibición, que atenta a la libertad
de reunión y de palabra y contrasta con la tolerancia sistemática que el gobierno observa
para con las más descaradas incitaciones a la ilegalidad y la violencia por parte de los
reaccionarios”.
[En: Emilio Frugoni, La revolución del machete. Panorama político del Uruguay. Bue-
nos Aires, Editorial Claridad, s/f, pp. 241-242]

La reacción conservadora ultimaba detalles del (su) entendimiento interpar-


tidario: hubo entrevistas entre Herrera y Terra y entre Manini y Terra. Se realizaron
gestiones para asegurar el apoyo o neutralidad de los militares. La ofensiva golpista
incluyó la convocatoria –al parecer, idea de Herrera– de una Marcha anticolegialista
sobre Montevideo, planeada para el 8 de abril. La idea apelaba a la memoria de la
reciente “Marcha” sobre Rio de Janeiro protagonizada por el movimiento golpista
80

que encabezó Getúlio Vargas en Brasil, en octubre de 1930 (y quizás, retrocediendo


algunos años más, a la “Marcha sobre Roma”, movilización fascista que en 1922 ha-
bía llevado a Mussolini a la primera fila de la escena política italiana). Los hechos se
precipitaron: el 30 de marzo “El Día” publicó un manifiesto de destacados políticos
batllistas advirtiendo contra los propósitos antidemocráticos que se escondían en la
consulta popular propuesta. Terra respondió decretando las medidas prontas de se-
guridad, traducidas en la aplicación de una estricta censura de la prensa, la interven-
ción de los Entes Autónomos y la prohibición de la Convención batllista que estaba
convocada. Esa noche la Asamblea General, después de una larga y tumultuosa se-
sión, dejó sin efecto las Medidas de excepción adoptadas por el Presidente. Terra se
trasladó al edificio del Cuartel de Bomberos –en la actual Plaza de los Treinta y Tres
Orientales– y desde allí, con el apoyo de bomberos y policías –y la aquiescencia de
las fuerzas armadas– decretó la disolución del Consejo Nacional de Administración
y del parlamento, disponiendo el arresto de los integrantes del Consejo Nacional de
Administración, así como de algunos legisladores y dirigentes políticos.
El único episodio de sangre de la jornada golpista lo protagonizaría el Conse-
jero Baltasar Brum, que se resistió al arresto, permaneciendo varias horas al frente
de su casa, armado y rodeado de familiares y correligionarios. Terra, al saber de su
actitud, había ordenado a las fuerzas policiales no proceder y esperar, apostando a
vencerlo por cansancio. Después de esperar durante varias horas (¿al pueblo que fue-
se a rescatarlo del cerco policial?, ¿el apoyo de fuerzas militares leales?) y luego de
desechar la posibilidad de asilarse en la embajada de España, finalmente se suicidó.
Su gesto y el de los estudiantes universitarios que se declararon en huelga y
ocuparon la Facultad de Derecho, junto con su decano el Dr. Emilio Frugoni, fueron
las únicas expresiones públicas de resistencia al golpe. Sobre esta circunstancia hubo
–y hay– variadas especulaciones. No parece haber duda en torno a dos circunstancias:
el golpe no había tomado por sorpresa a nadie; la difícil situación económico-social
creada por la crisis y la prolongada y vocinglera propaganda anti reformista parece-
rían haber erosionado la credibilidad de los uruguayos en el régimen depuesto.
Raúl Jacob enumera los apoyos que recogió la “Revolución de Marzo”: he-
rreristas, riveristas, radicales (vieristas) y tradicionalistas colorados (sosistas), dos
ex integrantes del Consejo Nacional de Administración (Andrés Puyol y Federico
Fleurquin), y el apoyo moral de los ex Presidentes Claudio Williman, Juan Cam-
pisteguy y José Serrato, que aceptó la Presidencia del Banco de la República. Al
parecer también contó con el apoyo de la Masonería, en la cual el Presidente Terra
se desempeñaba como Gran Maestre. En días siguientes, recibiría el apoyo y la
solidaridad de las fuerzas vivas: la banca, el comercio, la industria, el capital ex-
tranjero. Y, naturalmente, el entusiasta apoyo del Comité de Vigilancia Económica
que, sugestivamente, se disolvería antes de fin de año, dando a conocer una decla-
ración en la que expresaba su convicción de haber cumplido con su cometido.
81

Luis Alberto de Herrera, que había viajado a Brasil precipitadamente –y en forma


reservada– precisamente antes del golpe, desde el país vecino hizo elogiosos comenta-
rios sobre lo sucedido y sobre la “patriótica actitud” del Presidente Terra. Los sectores
conservadores y los intereses estadounidenses y británicos estaban exultantes. Su con-
formidad fue trasmitida por los diplomáticos respectivos y se reflejó en el aval de los
imperios: ante la ruptura institucional, el Departamento de Estado sostuvo que no era
necesario realizar un “reconocimiento” del régimen dado que se trataba de la continuidad
del mandato del Presidente electo. Otro tanto haría el Foreign Office. De esta forma, sin
un publicitado apoyo pero con una tácita bienvenida de las Legaciones de Estados Uni-
dos y Gran Bretaña, Terra iniciaba una gestión que, sin embargo, lo mostraría como un
hombre de extrema habilidad y sorprendente capacidad de maniobra. 21

Imagen 10. 31 de marzo de


1933, día del golpe de estado:
Baltasar Brum, integrante del
Consejo Nacional de Adminis-
tración (último de izq. a der.),
decidido a resistir su arresto,
espera con un revólver en cada
mano a la puerta de su casa. Lo
acompañan familiares y correli-
gionarios. (FHM/CMDF)

(21) Un pormenorizado relato de los antecedentes del golpe, de su ejecución, así como de las con-
secuencias del mismo en el imaginario colectivo uruguayo, en: Gerardo Caetano y Raúl Jacob, El
nacimiento del Terrismo, T. III: El golpe de estado. Montevideo, E.B.O., 1991.
82

La oposición al régimen agrupó


a los batllistas, los blancos no golpistas La muerte de Julio
(nacionalistas independientes, radica- César Grauert
lismo blanco, sector liderado por Car- “El 23 de octubre [de 1933],
los Quijano), socialistas y comunistas. Grauert, prosiguiendo su campaña con-
tra la dictadura, se une, en el Teatro de
Muchos de ellos fueron víctimas de
la ciudad de Minas, a Guichón y a Mi-
la represión: hubo detenciones de di- nelli (Pablo), participando en un acto,
rigentes y de militantes y algunos de en el que el batllismo reclama el retor-
ellos fueron a parar a la Isla de Flores, no de las libertades públicas. Después
habilitada como penal; también hubo del acto la policía pidió a los tres que
se constituyesen detenidos por violar
destierros, aproximadamente unos se- las disposiciones sobre la libertad de
senta. Y hubo torturas, practicadas por expresión. Grauert, Guichón y Minelli
la policía política. El 23 de octubre de se niegan a acatar la orden y vuelven a
ese año, se produjo un incidente que Montevideo el 24. Al llegar al Km 35 de
la carretera a Pando la policía los detu-
provocó honda conmoción en las filas
vo y luego disparó sobre ellos. Los tres
opositoras: el asesinato del dirigente fueron llevados al centro asistencial de
batllista Julio César Grauert. Pando. Allí fue mi hermano Julián. La
Desde el punto de vista institu- policía lo detuvo indicándole que toda
cional, en esta primera etapa acompa- vez que se presentase iría a parar al ca-
labozo. Durante algunos minutos logró
ñaron a Terra en su gestión una Junta conversar con el médico que atendía a
de Gobierno de nueve miembros (Te- los tres hombres. Julián, que es médico,
niente General Pablo Galarza, Alber- le rogó que tuviese presente el peligro
to Demicheli, Francisco Ghigliani, de infección gaseosa y el inconvenien-
te de vendar a los heridos. Después de
Andrés Puyol, Pedro Manini Ríos,
cuarenta horas, vendados y en grave
José Espalter, Roberto Berro, Aniceto estado, Grauert y Guichón, los dos he-
Patrón y Alfredo Navarro). Fue desig- ridos de bala, son trasladados al Hospi-
nada, asimismo, una Asamblea Deli- tal Militar de Montevideo, mientras que
berante que haría las veces de poder Minelli, intoxicado por los gases que
les arrojaron dentro del coche, queda
legislativo, de 99 miembros, que al en Pando. El 26 moría Julio rodeado
poco tiempo serían reducidos a 15. por un reducido grupo de amigos y de
De todas formas, llama la aten- su esposa Maruja. Grauert tenía 31
ción la temprana vocación de regreso años”. (Relato de Justino Zavala Mu-
niz, realizado años después de los suce-
a la institucionalidad: el 25 de junio de
sos, recogido en: Kurken Didizian, Ju-
1933 se realizaron elecciones para la lio César Grauert, discípulo de Batlle.
Convención Nacional Constituyente Montevideo, Ed. Avanzar, pp. 30-31.
que se encargaría de poner fin al origi- Citado en: Raúl Jacob, “El Uruguay de
nal régimen constitucional instaurado Terra. 1931-1938. Montevideo, E.B.O.,
1983, p. 68).
en 1919. En las elecciones participa-
ron: herreristas, riveristas, colorados
tradicionalistas y radicales y los bat-
83

llistas “reformistas” (terristas), cívicos y comunistas. Se abstuvieron: los batllis-


tas “netos”, nacionalistas independientes, blancos radicales y socialistas. Votaron
un 58% de los habilitados y hubo denuncias de fraude. La Convención Nacional
Constituyente, que presidiría el Dr. Juan Campisteguy, se instaló el 25 de agosto
de 1933. De ella saldría, como se verá en el próximo capítulo, la tercera Constitu-
ción de la República, la Constitución de 1934, en la que se eliminaría el criticado
ejecutivo colegiado.
Como se verá en las páginas siguientes, algunas de las propuestas más con-
servadoras no fueron incluidas en el texto de la nueva Constitución. En esto como
en otros aspectos del terrismo, no todo fue ruptura con las propuestas y realizacio-
nes del criticado régimen depuesto. Ya por entonces en el Uruguay había formas
de ver y sentir la realidad que se mostraban difíciles de destruir.

Para saber más


ANTOLA, Susana y PONTE, Cecilia. “La nación en bronce, mármol y hormigón armado”,
en: Gerardo CAETANO (Dir.), Los uruguayos del Centenario. Nación, ciudada-
nía, religión y educación (1910-1930). Montevideo, Taurus, Montevideo, 2000. pp.
219-243.
BARRÁN, José Pedro. Los conservadores uruguayos (1870-1933). Montevideo, Edicio-
nes de la Banda Oriental, 2004.
BERTINO, Magdalena; BERTONI, Reto; TAJAM, Héctor y YAFFÉ, Jaime. La economía
del primer batllismo y los años veinte. Historia Económica del Uruguay. Tomo III.
Montevideo, Ed. Fin de Siglo, 2005.
CAETANO, Gerardo. “Las fuerzas conservadores en el camino de la dictadura. El golpe
de Estado de Terra”, en: Cuadernos del CLAEH, Nº 28, Montevideo, abril de 1983,
pp. 43-89.
—————— La República Conservadora. 1916-1929. (2 vol.). Montevideo, Ed. Fin de
Siglo, 1992-1993.
CAETANO, Gerardo y JACOB, Raúl. El nacimiento del terrismo. (3 vols.) Montevideo, Edi-
ciones de la Banda Oriental, 1989-1991.
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FREGA, Ana. “La construcción monumental de un héroe”, en: HUMANAS, Porto Alegre;
v. 18, N° 1-2, pp. 121-149, jan./dez., 1995.
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del Partido Comunista y la división del anarquismo (1919-1923). Montevideo, Vin-
tén Editor, 1992.
84

MANINI RIOS, Carlos. Una nave en la tormenta; una etapa de transición. 1919-1923.
Montevideo, Letras, 1972.
—————— La Cerrillada. (1923-1927). Montevideo, 1973.
MARONNA, Mónica y TROCHON, Yvette. “Entre votos y botas. El factor militar en la
política uruguaya de los años veinte”, Cuaderno del Claeh Nº 48, Montevideo, 2ª
serie, año 13, 1988/4, pp. 83-105.
MORALES, Andrés. “Fútbol, política y sociedad. Las relaciones entre el poder político y
el fútbol en el Uruguay”, en LA GACETA, Revista de la Asociación de Profesores
de Historia del Uruguay, Nº 24, Montevideo, agosto 2002.
ROSENBERG, Joel. Un grito de gol. La historia del relato de fútbol en la radio uruguaya.
Montevideo, Aguilar-Universidad Católica-Fundación Banco de Boston, 1999.
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plomáticos de los Estados Unidos en el Uruguay. Tomo I: 1930-1933. Montevideo,
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 1997.
TURCATTI, Dante. El equilibrio difícil. La política internacional del Batllismo. Montevideo,
ARCA-CLAEH, 1981.
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guay. Vol. IV: El Uruguay del Siglo XX. Tomo I. Montevideo, Ediciones de la Banda
Oriental, 1986.
ZUBILLAGA, Carlos. El reto financiero: deuda externa y desarrollo en Uruguay (1903-
1933). Montevideo, ARCA/CLAEH, 1982.
85

Capítulo 3

Del viraje conservador al realineamiento


internacional. 1933-1945
Esther Ruiz

Resumen
La dictadura del terrismo (término que da cuenta de la alianza supra-parti-
daria que respaldó al nuevo régimen encabezado por Gabriel Terra en 1933) dividió
a gran parte de la sociedad entre golpistas y antigolpistas, fascistas y antifascistas,
dando cuenta así del fervor con que Uruguay recepcionó el gran debate ideológico
que sacudía a Europa y al mundo en ese entonces. La dictadura pretendió legitimar-
se con la sanción de una nueva Constitución (1934), mientras la “oposición” busca-
ba diversos caminos para poner fin al gobierno de “facto”. El terrismo profundizó
el dirigismo económico y monetario, y un creciente control del comercio exterior
iniciado en el período anterior. El gobierno de Alfredo Baldomir abrió el camino
para la restauración democrática, favorecida por la conflictiva situación interna-
cional que presagiaba el estallido de una nueva guerra. El gobierno baldomirista
orientó su política exterior hacia el apoyo a los aliados y al panamericanismo lide-
rado por los Estados Unidos. El sector agropecuario se estancó y aumentó el éxodo
rural. En 1942, otro golpe de Estado restableció plenamente –nueva Constitución
mediante– la democracia política. Durante el gobierno de Juan José de Amézaga,
se impulsó la agricultura y el proteccionismo a la industria, mientras la abundancia
de reservas de divisas y capitales permitía al Estado llevar a cabo una importante
política social. Se produjo un incremento del número de sindicatos y se instalaron
los Consejos de Salarios (mecanismos de negociación colectiva con representación
de trabajadores, empresarios y el Estado), como medio de saldar, parcialmente, las
diferencias entre el capital y el trabajo.
86

La “revolución de marzo” en busca de la legitimidad


Como señaló el diputado socialista Emilio Frugoni en la “Revolución del
Machete”, los primeros momentos que siguieron al golpe de Estado del Dr. Ga-
briel Terra el 31 de marzo de 1933 fueron de confusión. La situación comenzó a
ser más comprensible para la población luego del suicidio de Baltasar Brum en
la misma tarde del 31 de marzo, la andanada de prisiones, destierros, censura de
periódicos y especialmente luego del asesinato de Julio César Grauert, líder de la
“Agrupación Avanzar” del Partido Colorado batllista, de ideología muy próxima
al marxismo. Grauert, como ya fue señalado, fue baleado por la policía el 23 de
octubre de 1933 cuando regresaba con otros dirigentes de un acto opositor en Mi-
nas, falleciendo tres días después. Raúl Jacob ha mencionado que aquellos sectores
de la población que se sintieron involucrados por la ruptura institucional que puso
fin a la que se creía como intocable “democracia uruguaya” se separaron en dos
bandos irreconciliables. Familias divididas, amistades rotas, saludos negados, ¡tan
honda fue la fractura! Los bandos estaban frente a frente. De un lado antiterristas,
antisituacionistas, o antifascistas, del otro “marzistas” (partidarios de la “revolu-
ción” del 31 de marzo de 1933), terristas, situacionistas o fascistas, tal como se

Imagen 1. Gabriel Terra 1873-1942. Hijo de un


destacado político, José Ladislao Terra; se vinculó
muy joven al Partido Colorado y al sector batllista,
pero actuando siempre de forma heterodoxa. Ocu-
pó distintos cargos en los engranajes del gobierno:
diputado, miembro del Consejo Nacional de Admi-
nistración, integrante de la Convención Nacional
Constituyente, delegado a conferencias internacio-
nales, ministro, accedió a la Presidencia en 1931,
cuando ya se había producido la muerte de José Ba-
tlle y Ordóñez, quien se dice nunca hubiera permi-
tido su candidatura para la primera magistratura.
Además de razones ideológicas o coyunturales, se
ha dicho que la realización del golpe de Estado de
1933, que Terra concretó en alianza con el herreris-
mo y otras fuerzas conservadoras, se habría debido
a su interés en recuperar la conducción económica
del país. De un carisma muy particular, concitó el
apoyo de numerosos miembros del Partido Colora-
do. (Archivo E.B.O.)

(1) Cfr. Emilio Frugoni, La revolución del machete. Panorama político del Uruguay. Buenos Aires,
Editorial Claridad, s/f, pp. 119-124.
87

los denominó en la época. Políticamente: batllistas, nacionalistas independientes,


comunistas y socialistas, los primeros; terristas, herreristas, sosistas, vieristas y
conservadores en general, los segundos (los integrantes de la Unión Cívica tuvie-
ron una actitud oscilante).
La dictadura pretendió legitimarse rápidamente, lo cual mostraba el peso
que en la tradición uruguaya tenía el respeto por la “legalidad institucional”, que
el nuevo régimen ni quería ni podía desafiar. Como señala Raúl Jacob, cumpliendo
lo prometido en sus discursos, Terra digitó una Asamblea Deliberante que actuó
como Poder Legislativo. Esta convocó a elecciones para una Asamblea Consti-
tuyente, que fueron realizadas el 25 de junio de 1933. La Asamblea, entre otras
cosas, redactó una nueva Constitución.
La Constitución de 1934 fue conservadora e innovadora a la vez. En la parte
política sustituyó el Poder Ejecutivo “bicéfalo” (formado por un Presidente y un
Consejo Nacional de Administración) por uno centralizado ejercido por el Presi-
dente, que actuaba, según los casos con el Ministro, o con un novel Consejo de
Ministros. El precio de la participación en el golpe de Estado quedó plasmado en la
disposición que estableció que seis de los nueve ministros de dicho Consejo debían
ser representantes de la lista más votada del lema más votado, y los restantes, de
la lista con más votos del lema que le siguiera (es decir terristas y herreristas). Se
mantuvo un Poder Legislativo bicameral: la Cámara de Diputados integrada por
representación proporcional integral y un Senado que, recogiendo las ambiciones
de los principales sectores golpistas, se compuso por quince senadores de la lista
más votada del lema más votado y quince de la lista más votada del lema que le
siguiera en número de votos. Conocido como “Senado del medio y medio”, fue
combatido encarnizadamente por la oposición.
Pero la innovación fundamental de la Constitución de 1934 estuvo en la de-
claración de derechos y deberes. A los derechos tradicionales de impronta liberal,
siguiendo las tendencias de la época se incorporaron derechos económicos y socia-
les, tales como el derecho a la educación, al trabajo, la vivienda, la salud, la huelga,
la organización sindical y la libertad de enseñanza. Entre los deberes se incorporó
la obligatoriedad del voto, que recién sería reglamentada para las elecciones de
1971. Se fijaron también nuevos mecanismos de reforma constitucional.
La Constitución fue plebiscitada en las elecciones parlamentarias del 19 de
junio de 1934, nueva fecha de elecciones generales contenida en la Constitución,
indudablemente pretendiendo vincularla a la conmemoración del nacimiento de
Artigas al que consideraban “padre” de la nacionalidad y la independencia. El Pre-
sidente y el Vicepresidente habían sido electos por la Asamblea Constituyente re-

(2) Raúl Jacob, El Uruguay de Terra (1931-1938), Montevideo, E.B.O., 1983, pp. 55-61.
88

Imagen 2. Universidad de la República. La sesión inaugural de la Asamblea Constituyente y Legis-


lativa –que incluyó entre otros cometidos el de elaborar la nueva Constitución– tuvo lugar el 25 de
agosto de 1933 en el Paraninfo de la Universidad de la República.
La realización de este solemne acto en uno de los auditorios de más prestigio en el país pudo de-
berse al hecho de que pretendía rodearse al acontecimiento de la legitimidad que caracterizaba a la
principal casa de estudios, así como del honroso sitial de la Universidad en la vida política y social
del país.
En el momento de realizarse el golpe de Estado la sede de la Universidad había sido ocupada por los
estudiantes encabezados por su Decano el socialista Emilio Frugoni. La ocupación duró pocos días,
pero no la resistencia a la situación, tanto a nivel de los estudiantes como por parte de su Decano,
que fue en principio desterrado a Buenos Aires. Allí escribiría su alegato contra la dictadura, titulado
“La revolución del machete”.

cayendo esos cargos en Gabriel Terra y Alfredo Navarro respectivamente. Para los
golpistas, la situación estaba legitimada, pues las elecciones habían sido “libres”,
aunque batllistas y nacionalistas independientes habían declarado la abstención
electoral como recurso para negarle al régimen la legitimidad que buscaba. Para
los opositores, tanto la situación como la Constitución seguían siendo ilegítimas
pues su origen estaba en un golpe de Estado. Socialistas y comunistas, tan anti-
dictatoriales como los anteriores, con otra filosofía, participaron en las elecciones,
considerando que la presencia de sus representantes era la forma de llevar al recin-
to parlamentario la voz de la oposición.

Las dificultades del régimen y las respuestas de la oposición. La coali-


ción terrista, pronto tuvo problemas. A poco de iniciado el gobierno, entre los más
89

cercanos colaboradores de Terra se desataron enfrentamientos por posiciones de


poder, mientras otros abandonaron sus filas, caso del colorado Alberto Demicheli
(futuro Presidente de la República durante la dictadura de 1973), por discrepancias
con algunas medidas políticas y económicas. El terrismo tenía así que jugar en
dos frentes. Por un lado tratar de mantener la cohesión de sus aliados y por otro
enfrentar a la oposición que desde el golpe seguía la consigna lanzada por Carlos
Quijano: “desde ahora, compañeros, a luchar y a conspirar. La gran batalla ha
comenzado”.
Las respuestas a las dificultades para mantener la unidad interna y evadir los
peligros de la oposición fueron sucesivas leyes electorales y reformas a la Consti-
tución (1934, 1935, 1936, 1938) que aseguraron la propiedad del lema partidario a

Imagen 3. Facsímil de la ca-


rátula del primer número del
semanario “Marcha”. Carlos
Quijano formuló la referida
convocatoria a la unidad de
los opositores desde las pági-
nas del periódico “Acción”,
de la Agrupación Nacionalis-
ta Demócrata Social, sector
del Partido Nacional del cual
era uno de sus líderes y fun-
dadores. Al cerrar “Acción”,
Quijano fundó en junio de
1939 el semanario “Marcha”
(no ceñido estrictamente a la
línea política de la menciona-
da Agrupación), que marcó
un antes y un después en la
historia de la cultura y la polí-
tica uruguayas, hasta su clau-
sura definitiva en 1974 por la
dictadura  encabezada  por
Juan María Bordaberry.

(3) ACCIÓN, 31 de marzo de 1933, p. 1. Citado en: Juana Paris y Esther Ruiz, El Frente en los
años 30. Montevideo, Proyección, 1987, p. 23.
90

los golpistas, la prohibición de formar listas de coalición para el Senado cerrando


el paso a alianzas opositoras, disposiciones que estructuraron una compleja inge-
niería electoral.
Los caminos de la oposición. No es fácil precisar la forma en que empezó
a manifestarse la resistencia a la dictadura o cómo la oposición fue encontrando
los caminos para hacerse oír, o cómo en grupos importantes de la misma alumbró
la conciencia de la necesaria unión para derribar al “Régimen de Marzo”, luego
del llamado a la unidad que formulara la noche de la disolución del Parlamento
el Radicalismo Blanco, o el. emplazamiento a la “unidad de las izquierdas” que
hiciera Carlos Quijano desde el periódico “Acción”. Los recursos inmediatos fue-
ron la crítica política pública y la conspiración dentro de los espacios que dejaba
la dictadura. Una de las primeras manifestaciones de esta resistencia fue la pro-
gramación de un gran acto público convocado por el Partido Socialista. Con el
nombre de “Mitin por la Libertad y contra la Dictadura”, fue planificado como un
plebiscito popular de oposición a las elecciones nacionales que se realizarían el 18
de mayo de 1934. Los comités de apoyo cubrieron todo el país, pero el “Mitin” no
pudo realizarse por disensiones internas en la oposición. Estas tuvieron su origen
en un conflicto de los obreros gráficos que estalló en el diario “El Día”, y al que
adhirieron los obreros de la mayoría de los diarios montevideanos. Esta decisión
provocó el lock out patronal. Franciso Ghigliani, uno de los dirigentes terristas
más destacados, hizo público el acuerdo existente entre los dueños de los grandes
diarios para tomar esa decisión en caso de huelga. El resultado fue el cierre de los
diarios golpistas, pero también de los de la oposición. De este modo “El Día”, “El
País”, “El Plata”, los grandes diarios opositores montevideanos tampoco se publi-
caron. Como ha señalado Rodolfo Porrini, en este caso los dueños de los diarios
de la oposición hicieron prevalecer sus intereses económicos y aun de clase, sobre
los compromisos asumidos de combatir sin descanso a la dictadura. El Partido
Socialista retiró la convocatoria para la concentración, exigiendo conductas claras
en todos los sectores opositores.
Los resultados de la conspiración se vieron en enero de 1935, cuando un
grupo de opositores comandado por el legendario y anciano líder nacionalista Ba-
silio Muñoz, lanzó desde la frontera norte con Brasil la conocida “Revolución de
enero”. Mezcla de “revolución” y “patriada”, tuvo sus muertos y sus errores, y
para muchos de sus participantes tuvo también connotaciones ideológicas antiim-
perialistas y antifascistas. Sus principales debilidades fueron la descoordinación de
los participantes y las vacilaciones del batllismo debido al fracaso de sus contactos
con el ejército.

(4) Rodolfo Porrini, “¿Mitin contra la dictadura o huelga contra la burguesía?”, en: Hoy es Histo-
ria, Nº 58, julio-agosto 1993, pp.19-26.
91

El complicado escenario Proclama del jefe de la “revolución


de enero” de 1935, basilio muñoz
político nacional recibía, ade-
más, los desafíos de una situa- Al comenzar la revolución Basilio Muñoz
ción internacional cada vez más dirigió una proclama a sus improvisados solda-
compleja. De modo que las deci- dos: “Campamento en Marcha, Costa del Río
Negro, 27 de enero de 1935. Ciudadanos: Una
siones adoptadas por los distin- dictadura inepta y rapaz arruina y deshonra la
tos actores sociales y políticos República. Inicióse con el arrasamiento de las
estuvieron determinadas, tam- instituciones libres que eran orgullo de nues-
bién, por las actitudes asumidas tra patria y el derrocamiento de los poderes
constituidos, perpetrados por un presidente
frente a un mundo que presen- que había jurado solemnemente defenderlos,
ciaba la expansión de los “fas- empleando para ese arrasamiento las armas
cismos” y las debilidades de las que se habían puesto en sus manos para su
democracias liberales europeas. defensa.
El rechazo a los fascismos jugó Siguió después el asalto a las posiciones
públicas realizado con inaudita temeridad y
a favor de la oposición políti- absoluto desprecio de los intereses nacionales
ca retemplando sus decisiones. […] La consecuencia de tanta incapacidad,
Contó para ello con el apoyo de de tanta audacia y de tanta inferior ambición
numerosas organizaciones so- la sufre hoy el país en forma intolerable en la
desocupación reinante, en la miseria que asola
ciales de respaldo a la Repúbli- los hogares humildes, […] en la angustia de su
ca Española amenazada por el comercio y de sus industrias, en la inquietud
levantamiento “nacionalista”, y latente y estéril en que se vive, en las pasiones
de los grupos opositores a todas y en los odios que desata la persecución injusta
las formas de fascismo. Alianzas contra todo lo que hay de activo y de digno en
nuestro país […] Comprendo la inmensa res-
que se fortalecían por la descon- ponsabilidad de alterar la paz de un país que
fianza frente a la política del go- gozó de ella durante treinta años bajo la égida
bierno, demasiado “sensible” a de instituciones libres […] Esta revolución no
la Italia de Mussolini y a la Ale- tiene color político, ni persigue el triunfo de
ningún partido; no va tampoco contra el ejér-
mania nazi de peso creciente en cito en cuyas filas alientan muchos que piensan
nuestra economía, y de estrechos como nosotros. Es la revolución de la dignidad
contactos con el Brasil donde se nacional y en sus filas son nuestros hermanos
desarrollaba la experiencia dic- todos los hombres de bien, a quienes llamamos
tatorial de Getulio Vargas. sin distinción de partidos y creencias a formar
en ellas con el único programa común de un
La  actividad  opositora gobierno de ciudadanos insospechados, que
tuvo, como señalan Paris y Ruiz, convoquen al país a una elección auténtica
más fuerza en el interior del país, para que éste decida su propio destino. Ven-
posiblemente porque el golpe cedor o vencido, pero con una inmensa fuerza
moral experimento en esta hora solemne la
desfibró las estructuras partida- convicción de que habremos salvado el ho-
rias, abriendo espacios que la nor de la República. Basilio Muñoz.” [Adolfo
centralidad de las dirigencias de Aguirre Gonzalez, La revolución de 1935. Lu-
la capital no permitía. Los re- cha armada contra la dictadura. Montevideo,
Librosur, 1985, pp. 96-98]
92

clamos que desde distintas tiendas opositoras se reiteraban sobre la necesidad de


definir la unidad en torno a un programa y estrategias comunes para enfrentar al
terrismo parecieron encontrar su derrotero cuando, a mediados de 1935, luego de
fracasada la “Revolución de Enero”, surgieron en varios departamentos del inte-
rior organizaciones con características de Frentes Populares, con representantes
de todos los partidos opositores así como de las distintas agrupaciones sociales
que expresaban resistencias a la situación y al fascismo. Si bien el “frentismo” no
cuajó, ningún sector opositor lo descartó hasta las elecciones de 1938, reserván-
dolo como estrategia amenazante frente a un terrismo crecientemente debilitado.
Solo el Partido Socialista se opuso siempre a la construcción de un Frente Popular,
proponiendo en cambio una Concertación Democrática, que no suponía más que
unidad para resistir a la dictadura, sin ningún tipo de compromiso político.
Ha encontrado eco en la historia del país la caracterización de la dictadura
terrista como “dictablanda”. En realidad, como lo ha señalado Rodolfo Porrini,
fue una dictadura que poco tuvo de blanda. Usó duros mecanismos represivos
cuando fue necesario (destierros, prisiones, destituciones, torturas). Los derechos
del hombre (recién en la década del cincuenta del Siglo XX comenzaría a hablarse
de derechos humanos) fueron reiteradamente violados.
En el edificio de Bomberos funcionaba la Dirección de Investigaciones de
la policía, la gran colaboradora de Terra en la realización del golpe de Estado. Allí
y a otros lugares fueron conducidos numerosos opositores, que sufrieron duras tor-
turas, muy bien documentadas en un libro de Venancio Pérez Pallas. La denuncia
de torturas presentada por la oposición determinó la formación de una Comisión
investigadora parlamentaria para estudiar su veracidad, llegando a la conclusión
“esperada” de que no existieron. Pero la tortura era una verdad aun en el “país
modelo” que la policía aplicaba a las clases subalternas, presos comunes, obreros
o dirigentes gremiales, aunque tal vez fuera la primera vez que se ejercía sobre
“presos políticos”.
El terrismo fue una corriente compleja, en la que coexistieron posturas de
ultraderecha y conservadoras, con otras que mantenían antiguos postulados del
batllismo. Terra en tal sentido fue la figura paradigmática. Hubo casos en que actuó
como un verdadero batllista, ampliando la esfera industrial y asistencial del Esta-
do. Su preocupación por los sectores menos favorecidos de la sociedad determinó
la sanción de las leyes que crearon el Instituto Nacional de Alimentación Científi-
ca del Pueblo (hoy INDA, 1937), el Instituto Nacional de Viviendas Económicas
(INVE, 1937) y aprobaron el Código del Niño (1934). Continuó el desarrollo de la
ANCAP, cuya desaparición había sido uno de los objetivos de los sectores conser-

(5) Cfr. Rodolfo Porrini, Derechos humanos y dictadura terrista. Montevideo, Vintén Editor,
1994.
93

Imagen 4. Instalación de la re-


finería de ANCAP. (“El Día
Dominical”, Año V, Nº 177, 7
de junio de 1936). Estado del
montaje de la unidad de “top-
ping” (1936). El gobierno te-
rrista fue un defensor tenaz de
ANCAP. Llamó a licitación
para la construcción de la refi-
nería y el 18 de mayo de 1935,
fecha que Terra elegía para la
inauguración de las grandes
obras de su gobierno, tal vez
como símbolo de independen-
cia nacional, colocó la piedra
fundamental de la Refinería.
Las obras de construcción se
realizaron con rapidez y permi-
tieron que en 1937 el Ente pu-
diese empezar a atender la ven-
ta de combustibles líquidos con
su propia producción. Terra de-
safiaba de este modo a las pode-
rosas petroleras, al igual que lo
habían hecho los batllistas del
“segundo impulso reformista”
(1928-1933).

vadores y de los intereses extranjeros. El 18 de mayo de 1935, Terra puso la piedra


fundamental para la refinería que comenzó a funcionar en 1937. Llevó también
adelante otro de los aspectos de la política energética del batllismo: el comienzo de
la construcción de la primera represa hidroeléctrica en el Río Negro, que hoy lleva
su nombre. Esto no le impidió atender cuidadosamente los intereses del sector
privado tanto del agro como del sector financiero nacional e internacional, favore-
ciendo las inversiones extranjeras.

En búsqueda de la democracia perdida. La transición que llevó al Uru-


guay desde la dictadura terrista a la recuperación del régimen democrático se cum-
plió en dos etapas, la primera entre 1938 y 1942 y la segunda entre 1943 y 1946,
coincidiendo ambas casi totalmente con la Segunda Guerra Mundial, que tuvo mu-
cho que ver en este proceso. A comienzos de 1938 la alianza “marzista” estaba en
peligro. Sus más fieles seguidores seguían siendo algunos grupos del coloradismo
terrista y el herrerismo, en cuya posición se aunaban sensibilidades derivadas de su
conservadurismo y anticomunismo e intereses políticos pues, siendo una minoría
94

electora, gozaba prácticamente de la mitad de los engranajes del poder gracias a las
disposiciones constitucionales y la ingeniería electoral elaboradas desde 1933. A
ellos se agregaban sectores fascistas, filo fascistas y pro-nazis, que los había también,
aunque numéricamente menores.
El repunte de los sectores básicos de la economía, además de factores po-
líticos y las repercusiones de la situación internacional cada vez más cerca de la
guerra, contribuyeron al cambio de las alianzas que habían llevado al golpe.
Los factores internos que condujeron al comienzo de la transición democrá-
tica estuvieron vinculados con la definición de las candidaturas presidenciales para
las elecciones a realizarse en marzo de 1938. Terra se había negado a su reelección.
En un contexto político siempre inquieto se manejaron distintos nombres de candi-
datos dentro del Partido Colorado. A mediados de 1936 se conocieron algunos de
ellos: el General Arquitecto Alfredo Baldomir, en ese momento Ministro de Defen-
sa, pero que había actuado como Jefe de Policía en el momento del golpe de Esta-
do, y el Ministro de Salud Pública, el Dr. Eduardo Blanco Acevedo, destacadísimo
médico. Ambos eran parientes políticos de Terra. Cuñado el primero, consuegro el
segundo, de ahí que la oposición socarronamente señaló que era una lucha de fa-
milia, entre “cuñadistas” y “consuegristas”. A lo largo de la campaña presidencial,
Baldomir, sin renunciar totalmente a su pasado terrista, fue separándose del entor-
no presidencial. Los postulados de su campaña fueron: “paz espiritual, progreso

Imagen 5. Alumnas de ense-


ñanza pública en torno a la ban-
dera (Archivo Nacional de la
Imagen. SODRE). Los grupos
más conservadores del terrismo
impulsaron un cambio en las
formas de patriotismo “cosmo-
polita” que predominaba entre
los uruguayos, proponiendo un
nacionalismo a ultranza, con
la exaltación de los símbolos
patrios, las efemérides y los
desfiles. Dicha postura se ins-
trumentó  fundamentalmente
desde la escuela pública y los
Institutos  Normales  –siendo
Presidente  del  Consejo  Na-
cional de Enseñanza Primaria
y Normal el Arquitecto Claudio Williman– por ser ámbito de alcance nacional. Los logros fueron
escasos o prácticamente nulos. No en vano, de retorno de los festejos del 25 de agosto de 1937 en
Pando, un diputado terrista se quejaba en la Cámara de que el pueblo no había asistido. Solo habían
concurrido, obligación mediante, el ejército y las escuelas públicas.
95

Grupos conservadores, material, democracia verdadera y jus-


ultraderechistas, nacionalistas
ticia social”, los cuales permitían pen-
y nazifascistas
sar que estos objetivos no se habían
Acción Revisionista del Uruguay logrado durante el gobierno de Terra.
(1937.). Conservador de raíz colorada,
Señaló también que era partidario de
pro-fascista y pro-nazi. Publicaba COR-
PORACIONES (1935-1938). Entre sus la reforma constitucional que recla-
adherentes se contaban Adolfo Agorio, E. maba la oposición. Su campaña iba
Bauzá y Teodomiro Varela de Andrade. dirigida, indudablemente, a un sector
Movimiento Revisionista (1938). más amplio que el coloradismo situa-
Conservador, pro-fascista y pro-nazi. Pu-
blicaba FRAGUA, periódico de orienta-
cionista. Declarándose antifascista y
ción nacionalista, antiestadounidense y an- anticomunista, afirmó la necesidad de
tisemita. Su director era Leslie. Crawford. defender la “libertad dentro del orden
Movimiento de Acción Nacional. y al amparo de la ley”. En un proce-
Nacionalista, católico, antiliberal, anti-
so llamativo, se convirtió en el menos
semita, y franquista. Publicaba AUDA-
CIA (1935-1940), dirigido por Aníbal “continuista” de los candidatos del
Álzaga y J. Bové Trabal. Entre sus ad- terrismo, y concitó esperanzas en im-
herentes se contó Carlos Real de Azúa. portantes sectores de la población de
Vanguardia Nacionalista Española que se avecinaba un cambio.
del Uruguay. Católica, antisemita, anti-
norteamericana y franquista. Publicaba
La campaña de Eduardo Blan-
ESPAÑA NACIONALISTA. co Acevedo, en cambio, fue fiel a los
Unión Nacional del Uruguay. Pu- postulados “marzistas”, ofreciendo la
blicaba EL ORDEN (1936-1938), diri- imagen de un hombre conservador y
gido por José Castellanos.
capaz de mantener el orden.
Movimiento Renovación Nacional.
De ultraderecha, militarista, que creó la Los candidatos del Partido Na-
Vanguardia Juvenil de Renovación Na- cional herrerista fueron dos figuras
cional. Publicaba COMBATE (1940), influyentes, pero sin el carisma y el
dirigido por G. Marichal. prestigio de Herrera: el ingeniero Juan
Estas agrupaciones desaparecieron
del espacio público luego de la sanción
José de Arteaga (ex ministro de Obras
en junio de 1940, de la Ley de Agrupa- Públicas) y el agrimensor Carmelo
ciones Ilícitas, que ilegalizó a los gru- Cabrera, un viejo luchador nacionalis-
pos que atentaban contra los principios ta que había participado en las dos úl-
democráticos y republicanos. [Véase:
timas guerras civiles. Luis Alberto de
Alfredo Alpini, “Uruguay en la era del
Fascismo”, Montevideo, Relaciones, Nº Herrera, socio y artífice del golpe, de
184, setiembre 1999] simpatías no disimuladas por la Italia
de Mussolini, y decidido partidario de
Francisco Franco y su Cruzada Nacio-
nalista en España, era el objeto del fuego graneado de los opositores al terrismo,
los antifascistas y los partidarios de los republicanos españoles. Tal vez por esta ra-
zón, o buscando atraer votantes que resistían su liderazgo, no encabezó las listas.
La oposición no logró una fórmula unitaria, tanto por diferencias ideológicas
como por las dificultades que les planteaba la legislación electoral, que garantizaba
96

a las fracciones mayoritarias de los partidos la integración del Senado en exclusi-


vidad. Los blancos independientes y los batllistas mantuvieron la abstención. Pero
corrieron rumores de un acuerdo de los batllistas con Baldomir, quien a cambio
de algunos votos, abriría el camino para un próximo retorno a la normalidad insti-
tucional. Los socialistas y los comunistas llegaron a un acuerdo electoral parcial,
apoyando la fórmula socialista para la Presidencia y la Vice Presidencia en las
figuras de Emilio Frugoni y Ulises Riestra.

Los resultados electorales: de motines, mitines y “prudentes expectati-


vas”. Las elecciones que se realizaron el 27 de marzo de 1938 dieron el triunfo
al Partido Colorado, con más del 60% de los votos emitidos y dentro del mismo
obtuvo la mayoría la fórmula Alfredo Baldomir - César Charlone, ex ministro de
Hacienda de Terra.
En esta etapa los registros electorales crecieron por la inscripción de las
mujeres, que tenían derecho al voto desde 1932 pero recién pudieron ejercerlo en
1938. Los porcentajes de participación electoral también aumentaron un poco con
respecto a los actos eleccionarios del terrismo, tal vez debido al voto de las mujeres
o a la participación de ciudadanos obligados a votar por distintos motivos, pero
cuyos sectores políticos habían proclamado la abstención.
El triunfo de Baldomir a la Presidencia se vio empañado la misma noche
del 27 de marzo con lo que se conoce como “motincito” o “susto a medianoche”.
Si bien el episodio fue rápidamente ocultado y sus participantes no se conocieron

Imagen 6. César Charlone, Ministro de Ha-


cienda de Gabriel Terra. En la foto, acompaña-
do por Eva Perón en ocasión de la visita de ésta
a Uruguay en 1947 (Archivo E.B.O.). Charlone
fue un político de activa participación durante
el gobierno de Terra, artífice de la política eco-
nómica del período, a quien el representante
inglés en nuestro país consideraba como ver-
dadero “dictador económico” y con tendencias
filofascistas. Volvió al Ministerio de Hacienda
el 30 de octubre de 1967 durante el Gobierno
del General Oscar Gestido, permaneciendo en
el cargo durante la gestión de Jorge Pacheco
Areco hasta el 1º de abril de 1970. Condujo
la economía del país con dos modelos contra-
puestos, el de extremo dirigismo e interven-
ción del Estado en la vida económica del país
vigente hasta 1959, y el neo-liberal del gobierno de Gestido y Pacheco. Fue desafiliado de la Asocia-
ción de Abogados del Uruguay por su participación en el gobierno “autoritario” de Pacheco Areco.
97

en su totalidad, hubo movimiento de El “Motincito”


fuerzas militares y policiales, con el Este “motincito” no era una nove-
apoyo de civiles, entre ellos uno de dad en el panorama uruguayo. Movi-
los hijos de Terra, Gabriel, casado con mientos militares de signo variado no
la hija del derrotado Blanco Acevedo. habían estado ausentes en la década de
1920 ni en los años 30. Como ha seña-
Terra y Baldomir, avisados, abortaron lado Gerardo Caetano, en aquellos años
la intentona deteniendo a los principa- habían surgido ciertos “nidos militaris-
les militares inculpados del intento de tas”, sensibles a las propuestas fascis-
golpe de estado. Más allá de las ne- tas, por lo que significaba de imposición
del orden, exaltación de la nacionalidad
gativas el hecho existió y puede haber
y que en lo interno podría reflejar el te-
expresado la desaprobación hacia Bal- mor de larga duración de los sectores
domir de sectores conservadores y del mayoritarios del ejército al retorno del
ejército ya que en su campaña había “inquietismo batllista”. Asimismo es
anunciado cambios y saneamiento ad- compartible la opinión de Caetano, de
que la “neutralidad” manifestada por el
ministrativo. 
Ejército ante el golpe de Estado, no sig-
Frente a los resultados electora- nificó en los hechos sino una “aquies-
les, gran parte de la oposición abrió al cencia” efectiva, más allá de que Terra
nuevo Presidente lo que se denominó se respaldó públicamente en la policía.
entonces un “paréntesis de prudente
expectativa”, renunciando transito-
riamente a obstaculizar su gobierno a la espera de que cumpliera sus promesas
de reforma constitucional. De este modo, desde un número importante de diarios
opositores se le recordaba al nuevo Presidente que había derrotado solo a la ma-
quinaria oficialista puesta al servicio de su contrincante y que, por lo tanto, tenía
derecho a hacer lo que deseara: desde agilitar la reforma constitucional hasta di-
solver el Parlamento y convocar elecciones libres, proponiéndole, abiertamente,
otro golpe de Estado. Baldomir respondió que era tan reformista como siempre,
pero que debían cumplirse las disposiciones y plazos legales. Incluso una ley cons-
titucional que abriera el camino a la reforma era difícil de sancionar por la tenaza
que representaban los votos herreristas y blancoacevedistas, y por los peligros de
una Corte Electoral, que por sucesivas renuncias de sus miembros había quedado
prácticamente en manos de los herreristas.
El mayor reclamo de la oposición en esta etapa se expresó en un imponente
“mitin” realizado el 25 y 26 de julio de 1938 en Montevideo, bajo la consigna “Por
nueva Constitución y leyes democráticas” que movilizó según algunas estimacio-

(6) Al respecto, véase Esther Ruiz y Alejandro Rial, Uruguay 1937-1938: De Terra a Baldomir
(I) El escenario político y la sucesión presidencial (Montevideo, FHCE, noviembre de 2002, Serie
Papeles de Trabajo); y Uruguay 1937-1938: De Terra a Baldomir (II) De las elecciones de marzo al
mitín de julio de 1938 (Montevideo, FHCE, febrero de 2003).
98

La “ley de lemas”
La ley electoral sancionada el 29 de mayo de 1939 tenía –según se señalaba en su Ex-
posición de Motivos– cuatro cometidos fundamentales: 1) “abrir el camino de las urnas a
todas las parcialidades políticas, 2) velar por la integridad de los grandes partidos, 3) con-
tribuir a la normalización política y 4) evitar en cuanto fuera compatible con los derechos
ciudadanos, la formación de frentes populares”. Si bien no era la primera vez que se usaban
los argumentos contenidos en la fundamentación de esta ley, no deja de ser un interesante
muestreo de los sentimientos, creencias e intereses de importantes sectores dirigentes del
sistema político partidario uruguayo. Al proponerse “velar por la integridad de los grandes
partidos” se sostuvo que con esto se servía “el interés de la Nación”, pues su tradición se
confundía “con la tradición y la historia del país”. Y agregaba “Nuestra historia política se
mueve alrededor de la disputa secular que ambos bandos han sostenido en el escenario na-
cional, ninguno de los grandes o de los pequeños episodios de nuestra vida colectiva se ha
escrito, sin figurar en ellos los hombres que acaudillaban las huestes nacionalistas o colora-
das. Puede decirse, pues, sin énfasis que éstos son los constructores de la nacionalidad”.
Aceptando esto como una verdad consagrada e inamovible era lógico que los autores de
la ley se opusieran a todas las fuerzas que deseaban “verlos desaparecer”. De ahí también su
pretensión de que la ley cerrara el paso a la formación de “coaliciones con finalidades pura-
mente electorales”, que constituyeran “un peligro para la tranquilidad pública, un fermento
de descomposición”, que impidiera “realizar una obra de gobierno estable y sólida”. La
identidad partidos políticos-nación justificaba todas las medidas posibles para cerrar el paso
a la desarticulación de los partidos tradicionales que habían crujido peligrosamente durante
el período de la dictadura terrista.
[Véase Ana Frega, Mónica Maronna, Yvette Trochon, “Ley de lemas: la génesis de una
trampa”, en Hoy es Historia, Nº 5, Montevideo, agosto-setiembre 1984, pp. 19-25.]

nes alrededor de 250.000 personas provenientes de todo el país. La respuesta del


Presidente fue la promesa de que la reforma constitucional se llevaría a cabo, y la
sanción de una nueva ley de lemas (agosto de 1939). Esta ley, entre otros cometi-
dos tuvo por fin abrir las puertas de los partidos tradicionales, en manos de los mar-
zistas y ex-marzistas, al posible retorno a su seno de los grupos que se encontraban
en la abstención electoral desde 1933. Para ello esta nueva ley electoral abría tal
posibilidad a los disidentes a través de la solicitud de un sublema. Solo el batllis-
mo pidió un sublema dentro del Partido Colorado. El nacionalismo independiente
rechazó todo posible contacto con el herrerismo y pidió lema propio a la Corte
Electoral, el cual le fue negado hasta después de los sucesos de 1942.
Los cambios de alianzas y los desafíos internacionales permitirían a Baldo-
mir cumplir sus promesas y a la mayor parte de una oposición otrora intransigente,
alcanzar sus propósitos.

La Segunda Guerra Mundial y sus repercusiones en la política exter-


na e interna del Uruguay. La política exterior del terrismo fue muy pragmática.
99

Guiada por necesidades económicas y ciertas sintonías ideológicas, estuvo cercana


a Gran Bretaña pero también a la Alemania nazi y a la Italia fascista. Terra y César
Charlone su ministro de Hacienda, aplicaron la política de “comprar a quien nos
compre” buscando revertir la situación económica, alcanzando algunos resultados
favorables, como veremos páginas adelante. El Uruguay tampoco estuvo ajeno a
los comienzos de la afirmación del panamericanismo liderado por Estados Unidos
en aplicación de la “Política del Buen Vecino”, que buscaba, entre otras cosas, ase-
gurar la alianza de la desconfiada –no sin razones– América Latina, en momentos
que la situación mundial era cada vez más amenazante.
El Presidente Baldomir, en una entrevista que mantuvo el 25 de noviembre
de 1941 con el Embajador estadounidense William Dawson, le comentó a éste que,
como le había informado a Osvaldo Aranha –canciller de Brasil– el “Uruguay se
identificaba plenamente con la política seguida por los Estados Unidos” y le su-
girió que podían contar con la ayuda uruguaya para cualquier iniciativa. Baldomir,
asimismo, le manifestó al diplomático que “pensaba que era aconsejable que [los
estadounidenses tuvieran] al menos una nave en las aguas cercanas que pudiese
visitar Montevideo cada tanto como lo hacen las naves inglesas […] visitas que
tendrían un efecto saludable en Argentina […] y serían de gran ayuda en caso
de que algo sucediese en Uruguay”. Estas palabras reafirmaban un derrotero ya
asumido por el gobierno uruguayo. En las sucesivas Conferencias Panamericanas
realizadas hasta los años treinta del siglo XX, no se habían logrado grandes acuer-
dos, pues la resistencia de los Estados Unidos de América a reconocer el principio
de no intervención siempre había dificultado el entendimiento continental. Esto se
logró en la VII Conferencia Internacional Americana realizada en Montevideo en
1933, y se afirmó en la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento y Con-
solidación de la Paz, de carácter especial, realizada en Buenos Aires en diciembre
de 1936.
El Uruguay tuvo tres líneas claras en su política exterior: bilateralismo, in-
ternacionalismo y panamericanismo. El panamericanismo tomó una fuerza espe-
cial como resultado de los sucesos europeos de 1938 y luego del estallido de la
guerra, siendo el Uruguay uno de sus más firmes defensores, sin que esta actitud
implicara el abandono de las otras posiciones. Por eso la transición democrática se
entretejió con el enfrentamiento de dos posturas con respecto a la orientación de
nuestra política exterior: neutralidad o alineamiento con la política panamericana,
los Estados Unidos y los aliados en guerra. Estas posiciones no fueron antagónicas
en los comienzos de la contienda, fue la posición oficial uruguaya la que las volvió
irreconciliables y un acelerador de la transición democrática, en la medida que la

(7) William Dawson al Secretario de Estado, despacho Nº 316, Montevideo, 26 de noviembre de


1941. (NARA, Department of State Decimal File, Nº 833.00/745).
100

cerrada oposición del Partido Nacional herrerista a la política de alineamiento con


los Estados Unidos determinó cambios políticos internos, que analizaremos a con-
tinuación, y que permitieron el desarrollo de esa política sin contratiempos.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial, el 1º de setiembre de 1939,
determinó que gran parte de la sociedad uruguaya, ya fracturada por el golpe te-
rrista y por las distintas posiciones frente a los bandos en lucha en la guerra civil
española y los fascismos, siguiera viviendo una división maniquea: por un lado los
proaliados que se identificaron con la democracia y vieron acrecidas sus fuerzas
por hombres provenientes del “situacionismo” convertidos al antifascismo por dis-
tintas razones. Todos ellos eran partidarios de la reforma constitucional en política
interna y en mayor o menor grado del alineamiento inmediato con los aliados. Los
herreristas, en cambio, fueron partidarios a ultranza de la neutralidad y defenso-
res sin fisuras de la Constitución de 1934 en política interna. En el calor de una
guerra que los uruguayos sintieron como propia, expresión de su nacionalismo
cosmopolita, el neutralismo del herrerismo, fue calificado y combatido, en forma
no siempre inocente, como nazifascismo (así se llamaba en el lenguaje corriente la
coalición de países que integraban el Eje, Alemania, Italia y Japón).
El Uruguay, como otros países de América Latina, transitó desde la neutra-
lidad decretada el 5 de setiembre de 1939, al compromiso con los aliados, efec-
tivizado en la ruptura de relaciones con el Eje (25 de enero de 1942) y una tardía
declaración de guerra (22 de febrero de 1945). En todo este proceso nuestra Canci-
llería acompasó sus tiempos y decisiones a los de la diplomacia estadounidense.
Baldomir tuvo en su Canciller, Alberto Guani, el constructor de la política
exterior uruguaya, colocando a nuestro país en el centro del escenario panameri-
cano, haciendo del Uruguay una voz reconocida y respetada en los foros interna-
cionales durante la guerra. Esta política fue concebida, con el acuerdo del Poder
Ejecutivo, a partir del reconocimiento de la total indefensión del Uruguay frente
a cualquier agresión, viniera de donde viniera. Guani jugó fuerte, supo aprovechar
los espacios y sustituyó la indefensión del país articulando una política que permitió
contar con el apoyo defensivo de los Estados Unidos, cuya voz expresó a pedido o
por propia iniciativa en distintas instancias panamericanas.
La VIII Conferencia Internacional Americana, celebrada en Lima del 9 al
27 de diciembre del 1938 fue el primer compromiso internacional importante de
la administración Baldomir. El logro más significativo de esta Conferencia fue la
“Declaración de Lima” que estableció que los Estados americanos “reafirmaban
su solidaridad continental” y el compromiso de defender el hemisferio contra toda
intervención extranjera. También se instrumentaron las Consultas de Cancilleres,
para aquellos casos que exigieran decisiones rápidas. Casi enseguida de iniciada
la guerra se realizó la Primera Reunión Consultiva de Cancilleres, que tuvo lugar
en Panamá entre el 23 de setiembre y el 3 de octubre de 1939. Se decidió declarar
101

Imagen 7. Caricatura del


Canciller Alberto Guani
por Julio E. Suárez. Esta
caricatura aparecida en
“Marcha”, resalta jocosa-
mente la temprana llegada
de la guerra a nues-
tras  costas  y  las compli-
caciones que implicó para
la diplomacia uruguaya
la Batalla del Río de la
Plata, el 13 de diciembre
de 1939, y el poste-
rior  hundimiento  del
acorazado alemán Graf
Spee a la salida del puer-
to de Montevideo.

la neutralidad frente a los países beligerantes. Asimismo se recomendó a todos


los gobiernos que tomasen medidas para extirpar el peligro nazifascista. Frente a
los reclamos de los países latinoamericanos afectados por la guerra, se formó un
Comité Asesor Financiero y Económico Interamericano para estudiar los medios
de incrementar los abastecimientos y el comercio latinoamericano muy alterados
como consecuencia de la guerra.
Al estallar la guerra, el Uruguay, luego de las consultas con los demás paí-
ses americanos, declaró la neutralidad el cinco de setiembre, el mismo día que lo
hicieron los Estados Unidos. Pero la guerra llegó igualmente al Uruguay. El trece
de diciembre de 1939 tuvo lugar la “Batalla del Río de la Plata” en aguas jurisdic-
cionales uruguayas. La flota británica del Atlántico Sur se enfrentó con el buscado
y poderosísimo acorazado alemán “Graf Spee”. El acorazado, con averías impor-
tantes, entró al puerto de Montevideo a las 22 y 30 horas del mismo día solicitando
tiempo para realizar las reparaciones necesarias y se le concedieron solo tres días
que los alemanes consideraron insuficientes. Al abandonar las aguas jurisdicciona-
les uruguayas el capitán del Graf Spee dispuso su voladura. Se habló de presiones
alemanas e inglesas sobre el Canciller Guani, que no son desdeñables, pero los
resultados de las negociaciones que determinaron el plazo concedido al Graf Spee
pusieron en evidencia que la neutralidad uruguaya era en realidad una neutralidad
benevolente hacia los aliados.
Después de someter a Polonia en 1939 y luego de derrotar a los aliados en
Noruega, Alemania lanzó, en mayo de 1940, una fuerte ofensiva hacia el oeste de
Europa ocupando sin mayores resistencias Holanda, Bélgica y Luxemburgo, pese
102

a que se habían declarado neutrales al comienzo de la guerra. Inmediatamente


se volvió hacia Francia, situación que provocó el horror y la incredulidad en el
mundo occidental y cristiano. Dicha ofensiva terminó con la caída de París el 14
de junio de 1940 en manos de los nazis y poco después la rendición incondicional
de Francia. Esta situación agudizó los temores frente a una Alemania cuya fuerza
parecía incontenible y justificaba aun en países lejanos como el Uruguay la psico-
sis de guerra y el temor de que el conflicto cruzara la barrera del océano Atlántico.
Procurando instrumentar una política de Defensa Nacional, el Ministro del ramo,
General Arquitecto Alfredo Campos, había presentado al Parlamento, a comien-
zo de enero de 1940, un proyecto de Servicio Militar Obligatorio. Parecía estar
acorde con la actitud de muchos uruguayos, que en una conducta bastante atípica
inmediatamente de estallada la guerra acudieron en masa a los polígonos de tiro y
a los cuarteles buscando una mínima formación militar. El proyecto fue rechaza-
do, provocando la renuncia de Campos. Los baldomiristas no lo apoyaron porque
habían prometido durante la campaña electoral que no habría servicio militar, y el
herrerismo, por razones políticas, tampoco lo hizo, aunque utilizó argumentos con
los cuales había defendido su pertinencia en la década de 1920.
Las denuncias de la “amenaza nazi” crecieron de tono y el herrerismo sufrió
embates cada vez más duros. Las denuncias de los socialistas sobre la existencia
de grupos nazis alemanes vigilando los enclaves neurálgicos del país determinó la
formación de una Comisión Investigadora parlamentaria que demostró su existen-
cia, resultando procesadas por la justicia doce personas.
Uruguay, como dijimos, acompasó su política exterior a la de los Estados
Unidos, que empezó a cambiar su actitud relativamente aislacionista frente al in-
contenible avance nazi, acrecentando la ayuda a los aliados, a los que hasta ese
momento había vendido armas y abastecimientos mediante las disposiciones de
una ley que exigía el pago en efectivo y el traslado de las mercaderías por los
compradores. En esta nueva coyuntura, el Presidente Franklin D. Roosevelt logró
que se sancionara la ley de préstamo y arriendo, que facilitó recursos militares y
abastecimientos estratégicos sin exigencias de pagos inmediatos a los aliados en
guerra y a los países sudamericanos en igual sintonía. Con todas estas medidas,
Estados Unidos no solo satisfacía los intereses de sus comerciantes y del complejo
industrial militar, sino que se involucraba en forma creciente en problemas frente a
los cuales las resoluciones panamericanas habían dispuesto la neutralidad.
Asimismo, se convocó una Segunda Conferencia Consultiva de Cancilleres
que tuvo lugar en la Habana, entre el 21 y 30 de julio de 1940, en pleno proceso
de la derrota aliada en el continente europeo. La decisión fundamental de esta
Conferencia fue la que estableció, por medio de acuerdos interamericanos en casos
concretos de agresión, la “Asistencia Recíproca y Cooperación Defensiva” (ante-
cedente del Tratado de Asistencia Recíproca firmado en 1947 en Quitandinha, Bra-
103

sil). Se aprobó, asimismo, incrementar la actividad del Consejo Interamericano de


Comercio, creado en Panamá a instancias de Uruguay, para aumentar el comercio
entre los países del continente.
Frente a la marcha de la guerra, el Poder Ejecutivo consideró que era nece-
sario tomar algunas medidas defensivas proponiendo tres proyectos de ley: el de
seguridad pública conocido como “de Asociaciones Ilícitas”, el de “Instrucción
militar obligatoria”, y el que arbitraba recursos para la adquisición de armamen-
tos. Los tres fueron aprobados entre junio y agosto de 1940.
La caída de París en manos de los nazis el 14 de junio de 1940 –antes de la
sanción de las leyes mencionadas– tal vez marque el momento de mayor fervor
militarista de los uruguayos que sin diferencias de sexo concurrían a los polígo-
nos de tiro para aprender los recursos mínimos de defensa. Sancionada la Ley de
Instrucción Militar, los hombres buscarían todo tipo de recursos para evadir sus
disposiciones y sus respectivas reglamentaciones. Las mujeres también quisieron
al igual que los hombres aprender prácticas defensivas, pero fueron enviadas a
formar parte de los cuerpos de enfermeras. A partir de 1943 se realizaron algunos
ejercicios de oscurecimiento en Montevideo, para prevenir posibles ataques aé-
reos, los cuales fueron duramente satirizados por “Marcha”.
Los Estados Unidos, tanto por intereses como por temor ante la caída de
Europa y del Pacífico en manos del Eje, propusieron conversaciones entre repre-
sentantes militares de su Secretaría de Defensa y algunos gobiernos latinoamerica-
nos, entre ellos los de Argentina y Uruguay, para prevenir la posibilidad de algún
ataque al continente. Comienza así el episodio de “las bases”. En dos oportunida-
des, junio y octubre de 1940, vinieron militares estadounidenses a la Argentina y
al Uruguay. En el memorando presentado a los representantes de ambos gobiernos
se preguntaba con qué medios contaba el país para su defensa. Argentina a través
del Canciller Cantilo contestó que su país no necesitaba nada y que tampoco temía
ninguna invasión. Cantilo, agregó asimismo, que en caso de que Brasil o Uruguay
fuesen agredidos deberían defenderse solos.
En Uruguay la comisión militar tuvo una amable recepción, manifestando
los representantes uruguayos el deseo de adquirir armas y otros medios de defensa,
dada la evolución de la guerra, el tradicional temor a la actitud de Argentina, en re-
lación con la jurisdicción sobre el Río de la Plata, y las insuficiencias de la Marina
uruguaya para patrullar las aguas jurisdiccionales. Los representantes del gobierno
fueron informados ante su solicitud, de que Estados Unidos no podía venderles

(8) Mario Rapoport, ¿Aliados o Neutrales? La Argentina frente a la Segunda Guerra Mundial,
Buenos Aires, Eudeba, 1988.
104

destructores, que aquellos habían expresado era una de sus mayores necesidades.
En esas circunstancias el Presidente Baldomir dijo al ministro estadounidense que
insistiría en nuevas negociaciones para la compra de armas, y que en caso de que
Uruguay fuera atacado deseaba que su defensa estuviera a cargo de Estados Uni-
dos o Gran Bretaña, pero jamás de la Argentina “por la actitud general de ese país
y sus pretensiones con respecto al Río de la Plata”.10
Estas conversaciones se hicieron públicas y los herreristas, cada vez más
disgustados por la orientación de la política interna y externa del gobierno de Bal-
domir, interpelaron en dos oportunidades a los Ministros de Defensa y en una al de
Relaciones Exteriores. La primera interpelación tuvo lugar en noviembre de 1940.
El senador herrerista Eduardo Víctor Haedo interpeló al Ministro de Defensa, Ge-
neral Julio Roletti. Haedo pretendió demostrar que Uruguay había negociado la
construcción y cesión de bases a los Estados Unidos con violación de la soberanía
y de los derechos argentinos por su posible ubicación en la entrada al Río de la
Plata. El resultado de la interpelación fue, en el mejor de los casos, un empate.
La resolución del Senado se enmarcó en el respeto por la soberanía nacional y el
derecho de no intervención. Estableció que el Poder Ejecutivo nunca permitiría la
construcción de bases por potencias extranjeras, y que en caso de construirse las
haría el país y serían puestas, en caso de necesidad, al servicio de los aliados según
los acuerdos vigentes.
Con respecto al tema de las bases hay una larga saga política del Partido
Nacional que exalta lo que entiende como su verdad: que la decidida actitud de He-
rrera salvó al Uruguay de convertirse en un nuevo Guantánamo. La glorificación
política de este hecho es abundante, mucho más escasa la investigación histórica.
La mayoría de la bibliografía existente repite aquella información11. Sin embargo,
la investigación llevada adelante por Ana María Rodríguez Ayçaguer y Esther Ruiz
señala otra cosa, aunque el conocimiento histórico está abierto a nuevas miradas y
comprobaciones. No hay en la documentación nacional ni la estadounidense ele-
mentos que comprueben tales extremos. La hipótesis que manejan estas investiga-
doras es que el Uruguay aprovechó la coyuntura para obtener recursos destinados a
la construcción de aeropuertos y bases aeronavales de los que carecía y necesitaba

(9) Cfr. Ana María Rodríguez Ayçaguer, “El alineamiento internacional del Uruguay durante la Se-
gunda Guerra Mundial. Algunas hipótesis y reflexiones”, en: V Jornadas Interamericanas de Historia
de las Relaciones Internacionales. La Plata, Argentina, setiembre de 1999 (edición en CD).
(10) Telegrama urgente de William Dawson al Subsecretario de Estado, Sumner Welles, Montevi-
deo, 10 de enero de 1942. Citado en Ana María Rodríguez Ayçaguer, “El alineamiento…”, cit., p. 11.
(11) Véase: Antonio Mercader. El año del león, Montevideo, Aguilar, 1999.
105

imperiosamente.12 Esto resultó claro en la segunda interpelación llevada adelante


por Haedo, en 1944 a los Ministros de Defensa Alfredo Campos y al de Relaciones
Exteriores José Serrato. El Ministro de Defensa historió el proceso de la aviación
uruguaya y la necesidad de contar con la infraestructura para el desenvolvimiento
de la Fuerza Aérea y de la aviación civil. Esto se estaba concretando, parcialmente,
con los comienzos de la construcción del aeropuerto de Carrasco y la base mili-
tar adjunta, y la base aeronaval de Laguna del Sauce. Los recursos para dichos
emprendimientos habían sido provistos por un préstamo de los Estados Unidos y
parcialmente por el presupuesto de Obras Públicas.13 Esto no descarta el hecho de
que una vez terminadas dichas instalaciones fueran elementos estratégicos dentro
de la política global estadounidense. Cabe señalar, sin embargo, que terminada la
guerra ni las bases ni el aeropuerto civil estaban terminados.
A la polémica sobre la orientación de la política exterior se sumaron las crí-
ticas a la postura oficial sobre la reforma constitucional. La campaña pro reforma
constitucional se hizo cada vez más intensa y Baldomir nombró una Comisión de
Notables presidida por Juan José de Amézaga para estudiar la reforma.14 Las durí-
simas críticas del herrerismo por esta decisión, como por la orientación en política
exterior determinaron el rompimiento de la alianza que se arrastraba desde 1933.
En marzo de 1941, por razones políticas, el Presidente pidió la renuncia a los mi-
nistros herreristas, designando en su lugar a representantes colorados con flagrante
violación de la Constitución. Un nuevo golpe de Estado estaba en marcha.
Producida la ruptura con el herrerismo, el acercamiento a Estados Unidos
fue cada vez mayor. El 7 de diciembre de 1941, Estados Unidos entró en la guerra
luego del ataque japonés a Pearl Harbour. De inmediato el Uruguay se declaró no
beligerante, poniendo a su disposición los puertos, y prohibió el comercio con los
países del Eje.
Poco después fue convocada la Tercera Conferencia Consultiva de Canci-
lleres que tuvo lugar en Río de Janeiro. Estados Unidos concurrió a la reunión con

(12) Al respecto, cfr: las notas publicadas por Ana María Rodríguez Ayçaguer y Esther Ruiz en el
Semanario “Brecha” (Montevideo): “Herrera, las bases yanquis y el ‘crimen’ de Uruguay”, 7 de mayo
de 1999, págs. 22-23; y “Pruebas insuficientes y politización excesiva”, 28 de mayo de 1999, pág. 23.
(13) Cfr. Ministerio de Relaciones Exteriores y Ministerio de Defensa Nacional. Construcción de Ba-
ses Aeronavales. Política exterior. Exposición de los Ministros de Relaciones Exteriores, Ing. D. José
Serrato y de Defensa Nacional, General de División, D. Alfredo R. Campos. Montevideo, Sección Pren-
sa, Informaciones y Publicaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores, 1944.
(14) La Comisión de Notables que nombró Baldomir pasó a reunirse en una casa rodante –fabricada
por la firma británica Leyland– obsequiada al Presidente uruguayo a iniciativa del Ministro de Gran
Bretaña. Previamente esta Comisión realizaba sus tareas en la Casa de Gobierno (actual Cancillería),
pero las durísimas críticas del herrerismo, señalando la inconstitucionalidad de la Comisión y de su
presencia en ámbitos gubernamentales, determinó el cambio de lugar de reunión. Irónicamente el
herrerismo llamaba al proceso de reforma constitucional “la deforma”.
106

la propuesta de que se tomara la decisión de que los países americanos rompieran


relaciones con el Eje. La oposición de Argentina y Chile la transformó en solo una
recomendación.
A sugerencia del Canciller Alberto Guani se integró el “Comité Asesor de
Emergencia para la Defensa Política”. Su sede estaría en Montevideo y sus fines
eran estudiar y coordinar las medidas contra la subversión nazi fascista. Asimismo,
se encargaría de vigilar la actuación de todos los países del continente para cons-
tatar si cumplían con las disposiciones adoptadas en las distintas reuniones pana-
mericanas para la defensa hemisférica. Se reunió por primera vez en Montevideo
el 15 de abril de 1942. El informe que publicó sobre la “Vasta conspiración nazi
en Chile y Argentina”, aceleró la ruptura de relaciones de Argentina con el Eje,
dejando de lado la neutralidad cerrada que había mantenido hasta ese momento.
Estas “sintonías” con la política estadounidense también reportaron beneficios al
Uruguay: atención hacia nuestros pedidos, tanto en armamento como en la provi-
sión de materias primas y tecnología, que se retaceaban a otros países no tan bien
dispuestos.

El llamado “golpe bueno”. A mediados de 1941, el escenario político esta-


ba dominado por dos eventos: el alineamiento decidido con la política norteame-
ricana, dificultado en parte por la cerrada oposición del herrerismo, y por la bús-
queda de aprobación de un proyecto de reforma constitucional que había entrado
al Parlamento con la oposición herrerista, y que fue enviado al Poder Ejecutivo
y a la Corte Electoral, sin discusión, buscando que fuera remitido rápidamente a
plebiscito.
Desde las páginas del semanario “Marcha” el 31 de octubre de 1941 se se-
ñalaba con extrañeza que a cinco meses de las elecciones no hubiera movimientos
políticos de candidaturas. El proceso político, no obstante, corría por otros carriles.
El 21 de febrero de 1942 Baldomir disolvió el Parlamento. Se había dado un
nuevo golpe de Estado sin alteración del orden ni violación de las libertades. Los
batllistas saludaron públicamente el “gesto” de Baldomir. Desde las páginas de
“El Plata” (diario vespertino del nacionalismo independiente) se lo definió como
“golpe bueno”, en la medida que ponía fin a una situación ilegítima instaurada por
el golpe del 31 de marzo de 1933. El golpe de Estado había sido preparado paso a
paso con una movilización creciente de la oposición, los gremios y organizaciones
sociales de todo tipo, reclamando una reforma rápida, que no era sino el reclamo
de una nueva ruptura institucional. Baldomir se dirigió a la población asegurando
que se realizarían elecciones y se reformaría la Constitución. Mientras tanto formó
un Consejo de Estado para actuar como organismo asesor, del cual formaron parte
solo batllistas, baldomiristas y colorados neutrales. Los demás sectores políticos
rechazaron la invitación a integrarlo.
107

El breve período de facto de Baldomir (21 de marzo de 1942 - 15 de febrero


de 1943) se caracterizó por la cantidad y rapidez de las medidas adoptadas. Se to-
maron decisiones para la defensa nacional, se elaboró la reforma constitucional, y
se sancionó una cantidad importante de decretos-leyes que buscaban enfrentar los
problemas de abastecimiento derivados de la guerra y mejorar las condiciones de
vida de la población.

El final de la transición. El gobierno de Juan José de Amézaga y el re-


torno del batllismo. El 27 de noviembre de 1942 se realizaron las elecciones,
con las cuales quedó finalizada la transición a la democracia. Participaron en la
misma todos los partidos. Los batllistas y nacionalistas independientes volvían al
Parlamento luego de una década de ausencia. El triunfo correspondió al Partido
Colorado y a la fórmula que apoyaba el batllismo. Estos habían negociado la can-
didatura presidencial de un colorado neutral, el Dr. Juan José de Amézaga, aboga-

Resultados de las elecciones de noviembre de 1942


Plebiscito constitucional
Votos por si 443.313 77%
Votos por no 131.163 23%
Elección presidencial
Votantes 574.663
Partido Colorado 328.599 57,18%
Amézaga-Guani 234.127 40,74%
Blanco Acevedo-Gyambruno 74.767 13,01%
Partido Nacional herrerista 131.235 22,84%
Partido Nacional Independiente 67.030 11,66%
Unión Cívica 27.433 4,25%
Partido Comunista 14.330 2,49%
Partido Socialista 9.036 1,57%

Estos resultados muestran el predominio absoluto de los partidos tradicionales y dentro
de ellos, el del Partido Colorado y su sector batllista, que había trabajado cuidadosamente
estos resultados desde que aceptó pedir un sublema dentro del Partido Colorado. Realmente
significativo fue el resultado obtenido por el Partido Comunista, sus 14.330 votos repre-
sentaron un crecimiento del 150% con respecto a las elecciones de 1938. Esto puede leerse
como el resultado de las simpatías con que contaba la URSS desde su incorporación al bando
de los aliados, y su resistencia a la invasión alemana. Aunque tampoco puede desconocerse
la tarea de sus militantes, en defensa de la democracia y en apoyo al gobierno.
[Fuentes: Benjamín Nahum; Ángel Cocchi; Ana Frega e Yvette Trochon, Crisis política
y recuperación económica. 1930-1958. (Montevideo, E.B.O., 1987) y Banco de Datos del
Programa de Política y Relaciones Internacionales (PRI) de la Facultad de Ciencias Sociales
de la Universidad de la República. Acceso por http://www.fcs.edu.uy/pri/electorales.html]
108

do prestigioso y asesor de las más grandes empresas nacionales y extranjeras. Su


compañero de fórmula fue el hasta entonces Canciller Alberto Guani.
La reforma constitucional (Constitución de 1942) fue promulgada con un
respaldo del 77% de los votos emitidos. La nueva Constitución fue expurgada de
aquellas disposiciones que más había resistido la oposición, perdiendo el herreris-
mo todos los espacios de poder que la participación en el golpe de Estado de 1933
le había concedido.
Amézaga asumió la presidencia el 1º de marzo de 1943, pues la Consti-
tución recientemente ratificada restauró las fechas tradicionales de elecciones y
de asunción de los distintos poderes. Según las disposiciones constitucionales, el
período de gobierno duraba cuatro años, por lo cual la presidencia de Amézaga se
extendería hasta el primero de marzo de 1947. Esto significó que su administra-
ción se cumplió durante la segunda etapa de la Guerra Mundial, cuando el triunfo
de los aliados era casi un hecho, luego de la ruptura por los soviéticos del cerco
de Stalingrado y su indetenible avance hacia el oeste. Por su parte el resto de los
aliados desembarcaban en Italia, y demoraban la apertura del “segundo frente” que
reclamaba la URSS. Amézaga debió también enfrentar una coyuntura muy difícil
del Uruguay: la superación de las consecuencias de una terrible sequía que en 1942
diezmó los stocks de ganado y disminuyó las exportaciones, resultando una balan-
za comercial desfavorable por única vez en el período de la guerra.
Amézaga señaló en su discurso inaugural la necesidad de que reinara la “paz
espiritual” en el país pero la dictadura había dejado abiertas demasiadas heridas, y
los enfrentamientos parlamentarios se producían continuamente entre los una vez
terristas y antiterristas. Se planteó, de este modo, abiertamente el problema de la
construcción histórica del pasado reciente y el desafío entre la memoria y el olvido.

Imagen 8. Alfredo Baldomir y


Juan José de Amézaga durante
la transmisión de mando, el 1º
de marzo de 1943. (Archivo
E.B.O.).
109

Sería en los años posteriores, especialmente a fines de los 50, con la des-re-cons-
trucción de las alianzas de los partidos tradicionales que el terrismo iría quedando
en el pasado, hasta que la dictadura de 1973 despertó la necesidad de estudiarlo.

Debate político sobre la transición


El 8 de junio de 1943 tuvo lugar en la Cámara de diputados un debate político, llevado
adelante por el Dr. Elio García Austt, prestigioso médico psiquiatra y diputado por el Partido
Nacional Independiente, reclamando un homenaje a Baltasar Brum.
Atacó la voluntad de “olvidar”, el intento de que “ese inmenso agobio que queda atrás, en
sacrificios, en sangres, en dolores, en angustias, en arbitrariedades, en injusticias y hasta en
crímenes, se relegue al fondo oscuro de la conciencia como cosa definitivamente muerta”.
Augusto César Bado, diputado colorado blancoacevedista le respondió que: “Las na-
ciones, como los partidos, y como los hombres, que viven demasiado atados al pasado,
mirando siempre para atrás, pierden el rumbo, se desorientan y se anulan”. “El camino es
el porvenir, no lo pretérito; el camino es la esperanza, no el recuerdo [...] toda revisión no
traerá sino resquemores de odios, rescoldos de pasión, sobre los que nada bueno han reali-
zado nunca los pueblos [...] Habíamos quedado que con las últimas elecciones generales, de
donde procedemos, se abría el escenario de la pacificación espiritual de la República y nos
aveníamos, todos, a esa obra de concordia y de esperanza...Pero nunca supuse [...] que ese
escenario iba a ser, desde sus comienzos, la pedana o el campo donde los púgiles iban a dar
en medir sus fuerzas [...] como si unos y otros se quisieran adueñar de la historia [...] para
arrojarse frenéticos en la ronda de la violencia exacerbada”.
García Austt le enrostró entonces:
”[...] yo quiero repetir aquí, lo que tantas veces he dicho en la plaza pública, para
fustigar a Marzo, para execrar a Marzo, para ahuyentar de algún espíritu extraviado, que
siempre los hay, hasta la sombra de la posibilidad de su retorno. No hay que llamarse a en-
gaño y ampararse en la ilusión, complaciente de los distingos benévolos, Marzo es siempre
Marzo, sea cual fuere el disfraz, nacional o internacional, que le pongan. Marzo es uno en
su espíritu, sus métodos, sus hombres y sus hechos. Marzo es uno con Terra, con Baldomir,
con Herrera... El desastre duró diez años”. (Diario de Sesiones de la Cámara de Represen-
tantes, Sesión del 8 de junio de 1943).

En cuanto a las relaciones internacionales hubo –como ha señalado Ana


María Rodríguez Ayçaguer– continuidad entre la política seguida por el Canci-
ller Guani y su sucesor José Serrato: respaldo a las Naciones Unidas y a las de-
mocracias en guerra. Uruguay participó en las distintas instancias que llevaron a
la organización de las Naciones Unidas en 1945 (Conferencia de San Francisco)
para lo cual debió declarar el 22 de febrero de 1945 la guerra a Alemania y Japón
cuando ambos estaban prácticamente derrotados. También había participado de la
Conferencia de Bretton Woods, en 1944, que organizó el nuevo sistema económico
mundial en base al Banco de Reconstrucción y Fomento (BIRF) y el Fondo Mone-
tario Internacional (FMI).
110

La política de alineamiento con Estados Unidos, asimismo, llevó al Uruguay


de la defensa del principio de no intervención al de la intervención multilateral al
aplicar el criterio defendido por aquel país –y materializado en una recomendación
del Comité Consultivo de Emergencia para la Defensa Política– de no reconocer
a gobiernos americanos surgidos de movimientos de fuerza, si éstos no ofrecían
garantías suficientes de su compromiso con la causa aliada y la política de defensa
hemisférica acordada en las sucesivas instancias panamericanas. La misma fue
conocida como “Doctrina Guani”.
El problema se planteó por primera vez ante el movimiento revolucionario
nacionalista boliviano del 20 de diciembre de 1943, encabezado por el general
Gualberto Villarroel que derrocó al gobierno del también general Enrique Peña-
randa. Este tema sería uno de los más polémicos y difíciles para la Cancillería y
puso en evidencia diferencias de opinión no solo entre el gobierno y el herreris-
mo, sino también tensiones entre el Canciller José Serrato y el Dr. Alberto Guani,
presidente del Comité Consultivo para la Defensa Política, no por diferencias de
posición sino por cuestiones de jerarquía institucional. El gobierno de Villarroel,
del que se decía que había contado con el apoyo de la Argentina y de Perón, no fue
reconocido por los países americanos cercanos a Estados Unidos hasta que, según
las disposiciones del mencionado Comité no expulsó a todos los representantes
alemanes y otras personas acusadas de nazis.15
La situación sería más grave para el Uruguay cuando la tradicional des-
confianza hacia nuestro vecino se mezcló con un apoyo nada discreto hacia los
Estados Unidos en su enfrentamiento con la Argentina, a la que aquel país acusaba
de enemiga de los aliados por su remisa colaboración y sus tendencias nazis. El lla-
mado “problema argentino”, estudiado por Juan Oddone y Ana María Rodríguez
Ayçaguer, tomó fuerza al producirse el golpe de Estado del 4 de junio de 1943,
que desplazó al Presidente Ramón Castillo y llevó al poder al General Pedro Pablo
Ramírez y, fundamentalmente, el golpe del 10 de marzo de 1944, que desplazó a
Ramírez y elevó a la primera magistratura al General Edelmiro Farrell, teniendo
ambos golpes como protagonista destacado al entonces Coronel Juan Domingo
Perón.16
El gobierno de Ramírez fue reconocido sin mayores problemas: Uruguay lo
hizo el 10 de junio de 1943 y Estados Unidos el 12 del mismo mes, al mostrar el
nuevo régimen cierta tendencia pro-aliada en la integración de su gabinete. No su-

(15) Ana María Rodríguez Ayçaguer, Entre la hermandad y el panamericanismo. El Gobierno de Amé-
zaga y las relaciones con Argentina. I: 1943”. Montevideo, FHCE, Serie Papeles de Trabajo, 2004.
(16) Cfr. Juan Oddone, Vecinos en discordia. Argentina, Uruguay y la política hemisférica de los
Estados Unidos. Selección de documentos. 1945-1955. Montevideo, UDELAR, FHCE, Departamen-
to de Historia Americana, 2003; y Ana María Rodríguez Ayçaguer, Entre la hermandad…, etc., cit..
111

cedió lo mismo con el gobierno de Farrell, cuyo reconocimiento dio lugar a largas
negociaciones diplomáticas, en las que Uruguay jugó papel relevante a la sombra
de Estados Unidos. Esto no hizo sino acrecentar el descontento de la Argentina
con nuestro gobierno. Las tensiones crecieron cuando Estados Unidos denunció
unilateralmente, mediante el llamado Libro Azul, a este país como pronazi y probó
sus vinculaciones con jerarcas del Tercer Reich a lo largo y después de finalizada
la guerra. Las aguas se calmaron ligeramente cuando el 23 de marzo de 1945 la Ar-
gentina declaró la guerra a Alemania y Japón. Pese a las presiones del Embajador
estadounidense Spruille Braden, nada pudo impedir que en las elecciones de 1946,
llegara a la presidencia Juan Domingo Perón. El temor del gobierno uruguayo se
acrecentó pues había circulado como cierto un documento del GOU (Grupo de
Oficiales Unidos), uno de cuyos dirigentes era el electo Presidente, que hablaba de
la recuperación por parte de la Argentina del Virreinato del Río de la Plata del cual
formaba parte la ex Provincia Oriental.
Acercándose el final de la guerra, los países americanos preocupados por su
futuro en el mundo de posguerra, especialmente en sus aspectos económicos, soli-
citaron la reunión de una nueva Conferencia Panamericana. Se realizó entonces la
“Conferencia de los problemas de la guerra y la paz”, de carácter especial, realiza-
da en Chapultepec (México, 1945). Luego de largas negociaciones no se permitió
que Argentina concurriera a ella. Finalizada la Conferencia, y para salvar la averiada
unidad panamericana se le permitió firmar la llamada “Acta de Chapultepec” el 4
de abril del mismo año, que estableció definitivamente la solidaridad americana y la
asistencia recíproca en caso de ataques contra la seguridad hemisférica, tanto pro-
venientes de países extra-continentales como de países americanos. Luego de esto,
Uruguay y los demás países americanos que no lo habían hecho, reconocieron el
gobierno del presidente de facto argentino General Edelmiro Farrell.
Sin embargo las relaciones con la Argentina empeoraron por la posición
uruguaya de avanzada de la democracia contra lo que consideraba un gobierno
nazifascista. A ello contribuyó en no menor medida la “Doctrina Larreta”, propi-
ciada por el Canciller uruguayo Dr. Eduardo Rodríguez Larreta, que propuso en
base a la equivalencia entre democracia y paz, una intervención multilateral para
el restablecimiento de la democracia en los países americanos.17 Si bien no tuvo
andamiento, aunque había sido negociada con los Estados Unidos, los problemas
del Uruguay con Argentina acrecentados por la mencionada proposición recién se
solucionarían en 1955, a la caída del gobierno de Perón.

(17) Al respecto, véase: Ministerio de Relaciones Exteriores. Presidente de La República, Dr. Juan
José de Amézaga. Ministro Dr. Eduardo Rodríguez Larreta. Paralelismo entre la democracia y la paz.
Protección internacional de los derechos del hombre. Acción colectiva en defensa de esos principios.
Montevideo, Sección Prensa, Informaciones y Publicaciones, 1946.
112

El gobierno de Amézaga tuvo sus luces y sus sombras. Aunque el Uruguay


llegó al fin de la guerra con grandes reservas de oro, esto no impidió que el he-
rrerismo dejara sentado, con sus interpelaciones y acusaciones –muchas de ellas
probadas– que la corrupción no había sido ajena a dicha administración.

Los vaivenes de la economía en el período. La “cruzada ruralista” y la


industrialización. Para enfrentar los resultados de la crisis de 1929, el Consejo
Nacional de Administración, luego el terrismo y los gobiernos que debieron en-
frentar la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial, buscaron impulsar cambios
en la estructura económica, de modo que junto a la producción ganadera la indus-
tria jugara un papel de igual importancia en el desarrollo productivo del país. Las
medidas instrumentadas supusieron el surgimiento y la afirmación de un conjunto
de instituciones que regularon el comercio exterior y el sector financiero, intervi-
nieron en la regulación del mercado interno, el valor de la moneda y los salarios
configurando lo que se denomina una economía dirigida, pero que contribuyó a
paliar la crisis y configurar el modelo de “crecimiento hacia adentro”, basado en
la industrialización por sustitución de importaciones (ISI).
Este dirigismo se fue acentuando en la dictadura terrista y afianzándose en los
gobiernos de Baldomir y Amézaga. Se realizaba fundamentalmente, como dijimos,
mediante el manejo de la moneda y los cambios, a través de lo cual se controlaba
el comercio exterior y se orientaba la producción. Si bien el primer contralor de
cambios se estableció en 1931, otra serie de disposiciones lo convirtieron en la Co-
misión Honoraria de Importaciones y Cambios integrada por quince miembros que
representaban los intereses del Estado y de once grupos empresariales nacionales
y extranjeros, de modo que todos los grandes intereses podían ser escuchados. En
1941 otra ley la transformó en el Contralor de Importaciones y Exportaciones de-
pendiente del Ministerio de Hacienda. Sin que se dejara de lado la empresa privada
y la iniciativa individual como motores de la economía, su funcionamiento estaba
bajo la supervisión, orientación y dirección de un Estado que aumentó su ya tradi-
cional centralidad. En 1935 se creó el Fondo de Diferencias Cambiarias, constitui-
do por los recursos derivados de las diferencias de precio pagadas por el Estado a
las divisas obtenidas por los exportadores de productos tradicionales (carne, lana,
cueros, etc) y el precio de las mismas en el mercado libre, obtenidas a través del
Contralor de Importaciones y Exportaciones. Los recursos de ese Fondo se usaron
para subvencionar precios de productos de la canasta básica, impulsar exportacio-
nes, proveer de divisas baratas al Estado para sus necesidades o la importación de
materias primas, etc. Se fue estructurando así el régimen de cambios diferenciales
o cambios múltiples, que permitían al Estado no solo orientar la producción y el
comercio exterior sino también favorecer a determinados sectores.
113

Por lo tanto la política económica del terrismo supuso profundización y no


rechazo de la instrumentada por el Consejo Nacional de Administración, política
que había sido uno de los elementos con los cuales se justificó el golpe de Estado
de 1933. Una revisión de las propuestas económicas y financieras de los sectores
conservadores permite comprobar que en los comienzos del terrismo y por muchos
años, dichos sectores no cuestionaron el dirigismo como instrumento de gobierno,
sino el sentido y la finalidad del mismo. Criticaban la expansión de las funciones
comerciales e industriales del Estado, pero no dejaron de reconocer su funcionali-
dad en la redistribución, en su exclusivo provecho, de las medidas económicas y
financieras arbitradas, que el reformismo batllista había tratado de aplicar en bene-
ficio de la mayor parte de la población. Lo que exigieron los sectores conservado-
res golpistas de 1933 fue una reorientación del dirigismo para que los favoreciera
exclusivamente. Especialmente los sectores rurales lo entendían como algo natu-
ral, en la medida que había asomado con fuerza la vieja idea de que la producción
agropecuaria era la base de la riqueza del país y que la industria, a la que llamaban
artificial por depender casi exclusivamente de las divisas que aportaban las expor-
taciones agropecuarias, era “succionadora” de la riqueza de la campaña. Además
el sector, como lo señalaban en la prensa y en sus publicaciones, estaba pasando un
mal momento y merecía especial consideración.
Las solicitudes de los sectores del agro que colaboraron activamente con
la realización del golpe de 1933 fueron rápidamente escuchadas. Las soluciones
fueron de dos tipos: reconocimiento de las dificultades “transitorias” del sector y
su centralidad en la economía del país, y la colaboración en el mejoramiento de
la producción y de sus rendimientos. En este sentido en 1933 se adoptaron varias
medidas que les fueron favorables: la suspensión por seis meses de los remates por
juicios ejecutivos sobre predios rurales; una moratoria de seis meses para los deu-
dores que hubieran afectado su maquinaria o sus haciendas; disminución del 10%
de la contribución rural; reducción del 20% del aforo de las propiedades rurales;
prórroga de la rebaja en los arrendamientos rurales; suspensión por dos años de las
amortizaciones de los préstamos del Banco Hipotecario. La “Cruzada Ruralista”
parecía hacerse realidad.
Pero la agricultura también contaba, por lo menos para ciertos sectores del
nuevo gobierno. Formaba parte del bagaje de Terra la idea de un país de produc-
ción diversificada al mejor estilo batllista. Los sectores reformistas siempre habían
visto la agricultura no solo como un medio de transformación de la producción,
sino también como recurso para asentar la población en la tierra, detener el éxodo
rural y atraer la inmigración selectiva que previó la ley restrictiva de 1932 y luego
la de 1936. En 1931 Terra había presentado un proyecto de cultivo obligatorio de
cierta superficie de la tierra de los predios ganaderos, los cuales se verían favore-
cidos según la extensión dedicada a la misma con reducción de impuestos. Esta
114

ley se sancionó en 1935 pero tuvo poca aplicación.18 Pero, por distintos motivos la
“mancha agrícola” en la década de los treinta creció pasando según los censos de
una extensión aproximada de 890.000 hectáreas de cultivos básicos hacia 1930 a
un poco más de un millón de hectáreas entre 1935-39.
Este apoyo del gobierno terrista al agro no significó trabar el desarrollo de
la industria. El Uruguay tenía una industria que se había ido desenvolviendo sin
pausas desde fines del siglo XIX. Había recibido un respaldo decisivo del batllis-
mo y la Cámara de Industrias del Uruguay tenía una influencia casi similar a la de
las agremiaciones rurales, pues sus empresarios hacían un aporte importante a la
generación de riqueza y su porcentaje en la conformación del PBI crecía constan-
temente.
De ahí que el gobierno terrista por convicción y por necesidad fue pragmáti-
co, y si bien al comienzo la política dirigista giró en el sentido de las presiones de
los gremios rurales, no se desmontó el proteccionismo industrial y se atendieron
sus necesidades. Actitud justificada por la posición del gobierno y las presiones de
la gremial industrial y los sindicatos obreros. Creció, asimismo, el Estado indus-
trial con la puesta en marcha de la refinería de ANCAP, la ampliación de la central
térmica de la UTE y la iniciación de las obras hidroeléctricas en el Río Negro. Se
sancionaron nuevas leyes proteccionistas de la industria que continuaron y amplia-
ron las instrumentadas por el batllismo entre 1912 y 1919. A fines de 1933 se ex-
tendió en un año el plazo para la instalación de industrias protegidas, y en 1935 fue
sancionada una nueva ley de protección industrial al haber caducado la de 1912.
Si bien el desarrollo de la industria sufrió un enlentecimiento durante la gue-
rra, su tasa de crecimiento anual fue más alta que la de la agropecuaria (1931-1936,
4% anual, 1936-1938, 13% anual). El censo internacional de 1936 y el relevamien-
to de 1948 mostraron un crecimiento de la fuerza de trabajo industrial de casi un
59%: de 90.105 (1936) a 153.268 (1948). Aumentaron tanto las industrias tradicio-
nales (fábricas de alimentos, curtiembres, etc), como las llamadas dinámicas, que
dependen en su mayor parte de materia prima importada. Por ejemplo, en 1935 se
instaló FUNSA, la primera fábrica de neumáticos nacionales; en 1937, fábricas de
papel y cartón como PAMER e IPUSA, y algunas metalúrgicas importantes. La
mayoría de las nuevas industrias fueron el resultado de la inversión de capitales
nacionales, aunque también hubo algunas inversiones extranjeras.

De subsistencias, industrias y racionalizaciones. Comenzada la guerra, el


Uruguay enfrentó como todo país dependiente, importantes dificultades de abas-

(18) Cfr. Nelly Da Cunha, “La Federación Rural ante la dictadura de Gabriel Terra. El cultivo
obligatorio de la tierra”, en: Oribe Cures, Nelly Da Cunha, y Rodolfo Porrini, Desde abajo. Sectores
populares en los años treinta, Montevideo, E.B.O., 1998, pp. 61-94.
115

tecimiento de productos y materias primas ya que sus tradicionales proveedores


estaban volcados a la economía de guerra. De ahí que la primera resolución del
gobierno de Baldomir en esta coyuntura, fue un decreto que luego se convertiría
en ley, sancionado el 2 de setiembre 1939, que le daba al gobierno poderes casi
discrecionales, según los mecanismos previstos en una ley de 1917, para asegurar
el abastecimiento de los productos de primera necesidad (“el problema de las sub-
sistencias”), evitar su acaparamiento y especulación, así como la suba de los precios.
La vigencia de estas leyes se prorrogó varias veces hasta que el Ejecutivo presentó
un proyecto de Ley de Subsistencias, aprobado en 1941. Este amplió las funciones de
la Comisión de Subsistencias ya existente, así como el número de artículos conside-
rados de primera necesidad. Sin embargo, más allá de algunos logros parciales, y de
la articulación de un complejo y variable entramado de decretos que fijaban precios,
cantidades a vender, etc, de los artículos de primera necesidad y de aquellos cuyo
dificultoso abastecimiento exigió la racionalización de su venta (combustibles, meta-
les), fue imposible frenar el encarecimiento del costo de vida y la especulación.
De este modo el dirigismo y el proteccionismo del Estado que llegaba a
todos los resquicios de la economía se profundizaron aún más durante la Segunda
Guerra Mundial. Los promovieron razones ideológicas y también la influencia de
la coyuntura, que mostraba la necesidad de ampliar la industrialización para el
desarrollo y la relativa seguridad del país. Eran, asimismo, instrumentos para el
mejoramiento de las condiciones de vida de sectores importantes de la población.
El impulso industrializador contó con la protección de una serie de leyes, entre las
que pueden mencionarse la nueva ley de privilegios industriales del 13 de diciembre
de 1941 y la de patentes de invención del 12 de diciembre del mismo año. A partir de
1940-1941, el Estado se hizo presente a través de una multiplicidad de instituciones
tratando de asegurar, regular, mejorar, orientar y aún planificar, el abastecimiento
y la producción industriales, muchas veces con superposición de funciones. En tal
sentido, por ejemplo, las funciones de la Comisión Nacional de Subsistencias fueron
compartidas, con fronteras nunca definidas, con la Dirección de Asuntos Económi-
cos creada en 1943 y dependiente del Ministerio de Hacienda, Comisión que por
otra parte tenía cometidos en algunos aspectos similares a los que eran propios a la
Dirección de Industrias, dependiente del Ministerio del ramo.

Condiciones de vida y trabajo. Trabajadores y sindicatos. Raúl Jacob


ha sostenido que salvo el año 1913, la desocupación ha sido estructural a las con-
diciones productivas del país. El terrismo no descuidó la aplicación de políticas
tendientes a paliarla, tanto por motivos sociales (evitar la tensión) como por con-
vicción política e intereses electorales. Entre las medidas adoptadas para aumentar
los puestos de trabajo se contabilizaron los planes de obras públicas y la protección
a la industria. En 1938 se calculaba que el aumento del costo de vida había empeo-
116

rado con una pérdida salarial equivalente al 8%.19 Las condiciones de vida para los
sectores populares y capas medias bajas eran difíciles. Mucho peores lo eran en el
medio rural, y en ese Uruguay profundo, donde se ubicaban los “pueblos de ratas”,
y donde la desnutrición, las enfermedades venéreas, la tuberculosis, las tasas altas
de mortalidad infantil, el analfabetismo y el atraso, eran posiblemente superiores a
las que padecían los sectores populares y obreros de las zonas urbanas.20
La crisis del 29 y el terrismo encontraron al sindicalismo uruguayo escin-
dido en tres centrales y con muy escasas fuerzas para enfrentar las consecuencias
de esta coyuntura. Como ha señalado Rodolfo Porrini, los años treinta fueron de
transición en la conformación sindical. Los sindicatos de oficios comenzaron a
ser sustituidos por sindicatos y federaciones por ramas de actividad. El desarrollo
industrial, el crecimiento de las actividades terciarias, entre otras cosas, fueron
dando lugar a la aparición de un nuevo proletariado y el crecimiento de la actividad
sindical. Esto no obstaba a que las diferencias ideológicas y las distintas opciones
tácticas y estratégicas los siguieran enfrentando.
La legislación social y laboral del terrismo no fue muy amplia, pero contuvo
algunos logros.21 Licencia paga por quince días para los empleados del comercio
y la industria (no los obreros), que ya gozaban los empleados públicos. Esto fue
acompañado de una ley que suprimió todos los feriados (algunos de los cuales
debieron ser restaurados) pero que supuso dos días más de trabajo para los em-
pleados privados y diecisiete más para los públicos. De mayor trascendencia, fue la
incorporación del derecho de huelga en la Constitución de 1934. Sin embargo, los
temores a las posibles perturbaciones sociales y a la difusión del comunismo que
preocupaba a las clases conservadoras, determinó que se sucedieran los intentos
por reglamentar tanto la huelga como el funcionamiento de los sindicatos, pro-
puestas que nunca se aprobaron, entre otras cosas por la resistencia de los gremios
en la larga duración.
En el terrismo hubo distintas etapas en cuanto al relacionamiento o la ac-
titud hacia los obreros. Una primera etapa de dureza y represión. Una segunda
etapa, de transición, en 1936, en la que hay una búsqueda estatal de mecanismos
de concertación, y la existencia de sindicatos más receptivos a negociaciones con
la garantía del Estado, en una coyuntura difícil. Rodolfo Porrini reconoce que en

(19) Raúl Jacob, Uruguay 1929-1938, Depresión ganadera y desarrollo fabril, Montevideo, F.C.U.,
1981, pp. 20-29.
(20) Sobre la situación de los trabajadores urbanos y rurales en el período, véase: Oribe Cures, Ne-
lly Da Cunha y Rodolfo Porrini, Desde abajo. Sectores populares en los años treinta, Montevideo,
E.B.O., 1998.
(21) Rodolfo Porrini, La nueva clase trabajadora uruguaya (1940-1950), Montevideo, Dpto de
Publicaciones de la FHCE, 2005, pp.131-132.
117

1937 se dio una inflexión desarrollándose una tendencia hacia la negociación co-
lectiva con participación del Estado, resultado en parte del cambio económico y
los procesos hacia la transición democrática.22 En 1935 y 1936 había aumentado
la conflictividad laboral. En 1936 hubo una propuesta de reglamentar los sindi-
catos, pero con mecanismos de control y tribunales de conciliación y arbitraje.
Así se llegó a la sanción de la ley del cuatro de agosto de 1937 que estableció la
obligación del Instituto Nacional del Trabajo y la Caja de Jubilaciones de vigilar el
cumplimiento de los contratos celebrados entre patrones y obreros en la industria
de la construcción.
En 1939 la Cámara de Diputados formó una Comisión para el estudio de las
condiciones de vida y trabajo de obreros de Montevideo, cuyo resultado mostró las
pésimas condiciones de vida y salarios de los trabajadores. El Informe de la Comi-
sión fue considerado por los diputados en marzo de 1941, resultando propuestas
de establecer sindicatos con personería jurídica, Consejos de Salarios, Tribunales
de Conciliación y Arbitraje, legislación de despidos, etc. También se discutieron,
en el mismo contexto, el pago de asignaciones para los trabajadores y proyectos
de salario mínimo para los peones rurales y el servicio doméstico, que no tuvieron
andamiento.
Todas estas discusiones dieron como resultado una serie de leyes que benefi-
ciaban al obrero y preludiaban el cambio que se produciría algunos años más tarde.
En 1941 se introdujeron modificaciones en las leyes de reparaciones por acciden-
tes de trabajo; se extendieron las jubilaciones a todos los funcionarios públicos en
1940, en 1942 al servicio doméstico y al año siguiente a los trabajadores rurales.
También se siguió en la práctica de lograr instancias de negociación colectiva para
la fijación de los convenios: Consejo de Salarios de trabajo a domicilio (enero de
1940), Consejo de Salario para la industria del vestido en Montevideo (25 de abril
de 1941).
La Cámara de Industrias siguió con mucha atención todo este proceso opo-
niéndose a la fijación del salario mínimo en 1940, al Carné de trabajo en 1941, a
los Consejos de Salarios, etc. Posteriormente, el crecimiento de la organización
sindical, la presencia de un gobierno con sensibilidad social, y la protección a la
industria que aseguraba a los empresarios un mercado prácticamente monopólico,
flexibilizaría temporalmente sus actitudes.
Los Consejos de Salarios, que tantas repercusiones tuvieron en la vida sindi-
cal y en el contexto general de las condiciones de vida y trabajo de amplios sectores
sociales, fueron aprobados por una ley de noviembre de 1943. Se encargaban de
fijar los salarios mínimos por ramas de actividad. Los Consejos estaban integrados

(22) Rodolfo Porrini, La nueva clase trabajadora uruguaya …, op. cit., pp. 135-142.
118

por siete miembros, con un rol decisivo del Estado, pues tenía tres representantes
frente a dos de los empresarios y dos de los trabajadores. Abarcarían la industria,
el comercio y servicios públicos no estatales. Fueron excluidos los funcionarios
públicos, los trabajadores rurales y el servicio doméstico. En el ambiente sindical,
la propuesta de Consejos de Salarios que vino del gobierno pero también impul-
sada por los sindicatos, generó aceptaciones, rechazos y polémicas. Contó con el
apoyo de los comunistas, socialistas, y sindicalistas de partidos tradicionales o no
definidos ideológicamente, y la crítica de los anarquistas y los anarcosindicalistas
que consideraban a los Consejos como una entrega del movimiento obrero al Es-
tado y al sistema capitalista. Pero la ley se sancionó y se impuso, comenzando a
instalarse los distintos Consejos por sectores de actividad. Como señalan Frega y
Trochon, la táctica sindical fue de negociación pero también de confrontación, y
muy dura, cuando esta se hacía necesaria.23 Los resultados de la creación de los
Consejos de Salarios fueron un aliciente para la organización obrera y la sindicali-
zación así como una canalización legal de la protesta. Como señala Rodolfo Porri-
ni, significaron también una creciente influencia de las organizaciones de izquierda
marxista. Resultado de todo este proceso fue el aumento de los salarios en el lapso
comprendido entre 1943 y 1957.
En general, el gobierno de Amézaga se caracterizó por una política de cre-
cientes beneficios para los sectores asalariados. Esto habilitaría el señalamiento de
que el batllismo estuvo de regreso mucho antes de 1947. Resultado de la presencia
de este sector en el gobierno o de las exigencias de la hora, lo cierto es que las leyes
sociales fueron muy numerosas, y le dieron un perfil muy característico al perío-
do 1943-1946, lo que permite a algunos autores hablar de un Estado Benefactor
o Asistencial. Además de la creación de los Consejos de Salarios, como señalan
Frega, Maronna y Trochon, se otorgó licencia anual a los trabajadores, salarios
mínimos para algunas actividades industriales, indemnizaciones por despido y la
jornada laboral de ocho horas para el comercio.24
La campaña tenía grandes problemas derivados de la sequía de 1942 y sus
consecuencias en la producción y los productores, por lo cual el gobierno adoptó
en su favor una serie de medidas. Pero también tenía pobladores, que no eran
empresarios ni pequeños ni grandes, sino asalariados, los peones, a los cuales una
ley de 1923 se había limitado a fijarles el salario mínimo. En el contexto de una
situación de desocupación y miseria en la campaña, el veinte de enero de 1943 se
aprobó el decreto-ley que creaba la Caja de Trabajadores Rurales, que cubría ade-
más de las jubilaciones, también el riesgo de invalidez, vejez y desocupación.

(23) Ana Frega e Yvette Trochon. “Sindicatos, empresarios y Estado en Uruguay en los años 40.
Negociación y confrontación”, BIBLOS Nº5, Rio Grande, 1993, pp.113-128.
(24) Ibid, p.135.
119

Desde hacía muchos años los problemas del campo habían ocupado a polí-
ticos y rurales: el tema de la reforma agraria aparecía continuamente en la agenda
política. En 1943 se contabilizaban numerosos proyectos, a los que el herrerismo
señalaba como “comunizantes”, herencia de la que definieron siempre como “dic-
tadura” baldomirista. En esta etapa se discutieron varios pero la “reforma agraria”
no se hizo realidad. En 1948 se creó el Instituto Nacional de Colonización para
comprar y repartir algunas tierras entre posibles colonos. Los resultados de la po-
lítica de este instituto en el mediano y largo plazo han sido realmente muy poco
significativos.
Pero todo lo dicho no podía ocultar la miseria de ciertos sectores de la socie-
dad. Miseria rural en los rancheríos y alrededores de los pueblos que impresiona-
ban por la carencia total de condiciones mínimas de vida. Pero también miseria ur-
bana. El 19 de febrero de 1943 el Senado nombró una Comisión de siete miembros
para estudiar las situaciones de miseria del país, aconsejar soluciones permanentes
y de emergencia así como arbitrar los medios para la eliminación definitiva de sus
causas. En realidad poco pudo hacer. Resulta difícil establecer si esta preocupación
por los más desposeídos y la pobreza fue resultado de un crecimiento notorio de
esta –no desdeñable por la coyuntura de la guerra que no benefició a todos– o del
aumento de sensibilidad por lo que diariamente la prensa mostraba de la devasta-
ción europea y los miles de niños huérfanos y abandonados.
El diputado batllista Carlos Gamba denunció una situación que reconocía
como recurrente. Según relató, el 2 de marzo de 1943, un día después de la asun-
ción de mando de Juan José de Amézaga, al salir de un restaurante con un grupo
de invitados argentinos en la Plaza Independencia, encontró que “una mujer niña,
de 14 o 15 años, con una criatura que daría sus primeros pasos de arrastro y otra
recién nacida, tal vez de horas, envueltas en harapos pedía lismona”. Además de
esta situación, el diputado denunció lo que consideraba aun peor: “personas ma-
yores, hombres y mujeres, que durante las horas de la mañana acompañadas de
pequeños hijos revisan por turno los cajones de desperdicios que están colocados
en las puertas de las casas, a la espera del servicio municipal.” Esta fue una de las
voces que se hicieron oír en el Parlamento, dando cuenta de la situación de miseria
en la que vivían algunos sectores de la población durante los años de guerra, dejan-
do entrever las falencias de la política asistencial que se estaba implementando.

Para saber más


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123

Capítulo 4

El “Uruguay próspero” y su crisis. 1946-1964


Esther Ruiz

Resumen
En este capítulo se analizan las condiciones en que en el Uruguay se vivió
la posguerra, con las contradicciones que supuso la conciencia del sistema político
de formar parte de un país con importantes reservas de oro y divisas y también con
una serie de problemas económicos y financieros a resolver.
Fue el período de desarrollo del llamado “neo-batllismo” y del modelo de
crecimiento basado en la industrialización por sustitución de importaciones. Esta
experiencia en una primera etapa mejoró las condiciones de vida de algunos sec-
tores asalariados y fue acompañada por la ampliación de la organización sindical.
Sin embargo, por causas externas e internas, el modelo comenzó a mostrar signos
crecientes de deterioro a partir de 1955. Esta situación determinó un descontento
social en aumento, que llevó a que las elecciones de noviembre de 1958 dieran
lugar al primer cambio de partido político en el gobierno, luego de casi cien años
de predominio del Partido Colorado. El 1º de marzo de 1959 llegó al Consejo Na-
cional de Gobierno el Partido Nacional en alianza con una agremiación convertida
en movimiento político, la Liga Federal de Acción Ruralista liderada por Benito
Nardone.

El Uruguay de la posguerra. Casi todos los estudiosos que han incursiona-


do en el período 1945-1955 coinciden en señalar que fue la etapa en que se cum-
plió el desarrollo industrial más importante en el país en el contexto de una eco-
nomía de “crecimiento hacia afuera”. Otros autores han caracterizado esta etapa
como “edad de oro”, o “etapa de crecimiento acelerado”. Otros académicos han
hablado del “Uruguay feliz”, que el decir popular caracterizó como de “las vacas
gordas”, y que se tradujo en la expresión “como el Uruguay no hay”. Ninguna de
estas calificaciones, como tampoco la tan mentada prosperidad de la década, puede
aceptarse sin un análisis crítico.
124

El Uruguay emergió a la posguerra, como ha señalado Francisco Panizza,


“con importantes reservas en moneda extranjera, un nivel de vida en ascenso y con
sus líderes políticos llenos de confianza en el país y su futuro”. Esto iba acompañado
por la convicción, compartida por gran parte de la sociedad, de constituir “una de-
mocracia perfecta” y “con un nivel de vida comparable al de los países europeos y
a la vanguardia en cuestiones de justicia social”.
En esta etapa el “neobatllismo” concibió la industrialización por sustitución
de importaciones como uno de los factores que permitiría igualar democracia, pro-
greso, justicia social y orden bajo la protección del dirigismo del Estado. Esta con-
cepción fue acompañada de la búsqueda del bienestar general de la sociedad, de la
extensión de las clases medias y el alcance de la felicidad, al menos por gran parte de
los pobladores del país. La historia ha probado que deseos y realidades difícilmente
coinciden, pero sin embargo, en algunos sectores de la sociedad ha perdurado el
recuerdo de esos años como el período en que “todo fue mejor”.

Imagen 1. Durante el “neobatllismo” una creciente industrialización mejoró relativamente las condi-
ciones de vida de los sectores asalariados. Las extendidas clases medias disfrutaban del cine, las
playas y los bailes amenizados con reconocidas orquestas de carácter internacional, en este caso los
“Lecuona Cuban Boys” en el Teatro Solís. Carnaval 1951. (FHM/CMDF)

Pese a los problemas económicos y financieros propios de la posguerra, la


proximidad de las elecciones marcó el clima del país desde fines de 1945 y con ma-
yor intensidad en 1946, año electoral, en el contexto de las debilidades de las políti-
cas estatales, los cambios de gabinete y el asunto de las “implicancias”, denuncias

(1) Francisco Panizza, Uruguay: Batllismo y después. Pacheco, militares y tupamaros en la crisis
del Uruguay batllista, Montevideo, E.B.O., 1990, p.61.
125

Acercándonos a una realizadas por el Partido Nacional He-


caracterización del neobatllismo rrerista sobre el uso de las influencias
del poder para beneficios personales
El neobatllismo representaría “una por parte del Presidente Juan José de
serie de características económicas,
sociales, políticas e ideológicas que
Amézaga y su entorno, que salpicaron
identifican el proceso histórico nacio- el final de su gobierno.
nal entre 1946 y 1958”. También, “la La campaña del Partido Na-
labor desplegada desde el Estado, es- cional Herrerista se desarrolló en el
pecialmente por el sector [...] liderado
mismo tono de crítica feroz hacia el
por Luis Batlle Berres, para implemen-
tar un proyecto de país que recogiendo gobierno que la había caracterizado
la tradición reformista del batllismo al- desde 1942, mientras Luis Alberto
canzara ambiciosas metas de desarro- de Herrera y su gente recorría el país
llo económico y social”. (Benjamín Na- en el “ómnibus de la victoria”. En su
hum, Ángel Cocchi, Ana Frega, Yvette
Trochon, Crisis política y recuperación
plataforma electoral ofrecía aumentar
económica.  1930-1958,  Montevideo, la legislación social, abaratar la vida,
E.B.O., p.73). Para Germán D’Elía el aprobar el seguro de paro y la creación
neobatllismo fue un movimiento “de de bolsas de trabajo, al mismo tiempo
integración policlasista, [que] expresó
que convocaba a luchar contra los que
una alianza tácita entre la burguesía
industrial, la pequeña burguesía y la consideraba los dos grandes enemigos
clase obrera, sin que existiera una in- del país: el batllismo y la persecución
tegración orgánica de ésta en el movi- al capital y el trabajo. El batllismo,
miento”. (Germán D’Elía, El Uruguay por su parte, planteó la iniciativa de
Neobatllista. 1946-1958, Montevideo,
E.B.O., 1982, p. 38).
una reforma constitucional colegia-
da a plebiscitarse en las elecciones
de noviembre. El herrerismo rechazó
la iniciativa y proclamó la fórmula Luis Alberto de Herrera - Martín Recaredo
Echegoyen para la Presidencia y Vicepresidencia de la República.
Los distintos llamados a la unificación del Partido Nacional, tanto por parte
del herrerismo como de la Agrupación Nacionalista Demócrata Social, sector del
Partido Nacional Independiente, no habían dado resultado. Por lo tanto, el Partido
Nacional Independiente concurrió por separado a los comicios de 1946 bajo su
propio lema. El énfasis de su campaña, en el clima propicio de la posguerra, se
centró en su “clara y rectilínea adhesión a los principios de la libertad”, como
podía leerse en el diario “El País”. Del mismo modo, esa corriente partidaria sos-

(2) Véase: Ana Frega, Mónica Maronna, Yvette Trochon, Baldomir y la restauración democrática
(1938-1946), Montevideo, E.B.O., 1987, pp. 137-139.
(3) La autora ha realizado un relevamiento de la prensa periódica en el período de la campaña
electoral. Esta como las siguientes citas corresponden a ese trabajo en curso que aún se encuentra
inédito.
126

Imagen 2. Luis Alberto de Herrera y Eduardo


Víctor Haedo.

Luis Alberto de Herrera (1873-1959)


Luis Alberto de Herrera nació en Montevideo el 22 de julio de 1873, hijo de Juan José
de Herrera (Ministro de Relaciones Exteriores de Bernardo Berro) y de Manuela Quevedo
Lafone. Realizó estudios preuniversitarios en Montevideo y Buenos Aires, y se recibió de
abogado en la Facultad de Derecho. Tempranamente comenzó su actividad política dentro
del Partido Nacional. Participó en las revoluciones nacionalistas de 1897 y 1904. También
muy joven manifestó su vocación de periodista, escritor e historiador. Entre 1901 y 1904
permaneció en los Estados Unidos en carácter de Secretario de la Legación Uruguaya. Sus
escritos refieren tanto a recuerdos personales, como a la historia del Uruguay o, en forma
muy especial a las necesidades y objetivos del Partido al cual pertenece. Fundó con Carlos
Roxlo el periódico “La Democracia”. Fue el constructor del moderno Partido Nacional de
masas, al que llevó a una creciente participación en la vida política del país. Diputado, sena-
dor, constituyente en dos oportunidades (1916 y 1933), integrante del Consejo Nacional de
Administración, fue presidencialista o colegialista, según fueran, a su entender, las necesi-
dades de su Partido para acceder al poder. Creía firmemente en una forma de nacionalismo
distinta al dominante impuesto por el Partido Colorado, impulsando aquel que hundía sus
raíces en lo nuestro, “en el pago”, en la tradición hispánica. En síntesis, un Uruguay al que
quería relacionado con todos los países, pero independiente de todos. Se opuso a la creciente
inserción del Uruguay en la esfera de influencia de los Estados Unidos, y defendió los in-
tereses de los sectores rurales, creyendo en el destino agropecuario del país. Participó del
golpe de Estado de 1933 en colaboración con Gabriel Terra. Reiteradas veces candidato a
la Presidencia por el Partido Nacional, fue incansable en su actividad política, que lo llevó
hasta los rincones más alejados del país. Conservador en su pensamiento, tenía sin embargo
un enorme carisma que lo vinculaba naturalmente a las grandes masas populares rurales. En
1946, con 73 años no dudó en recorrer el país en el llamado “ómnibus de la victoria”, como
lo haría otras muchas veces. El 1º de marzo de 1959 su partido accedió al gobierno en alianza
con la Liga Federal de Acción Ruralista. Poco después, el 4 de abril lo alcanzó la muerte.
Una enorme multitud acompañó sus restos. Había muerto uno de los grandes caudillos po-
líticos del Uruguay.
127

tenía que sus candidatos buscaban “un ordenamiento más equitativo, en el que
las clases trabajadoras” contaran “con la seguridad de que tendrán trabajo, y
[...] remuneraciones dignas”, provenientes de empresas industriales producto del
esfuerzo de las inversiones de capitales nacionales que también merecían tener sus
ganancias. Coincidía en este principio de la conciliación del capital y el trabajo
con lo proclamado por el batllismo desde la primera presidencia de José Batlle y
Ordóñez y compartido por algunos sectores nacionalistas desde la década de 1920.
Las candidaturas del nacionalismo independiente a la Presidencia y Vicepresidencia
fueron proclamadas el 16 de octubre de 1946, recayendo en Alfredo García Morales y
Leonel Aguirre respectivamente. También integraron listas para el posible Colegiado.
Esta resolución obedeció a que en las elecciones a realizarse el 24 de noviembre de
1946 debían plebiscitarse dos proyectos: uno de reforma constitucional que sustituía
la Presidencia por un sistema colegiado presentada por el batllismo, y una reforma a
la ley electoral que disponía que la elección de Presidente y Vicepresidente pudiera
realizarse en listas separadas de las hojas partidarias. Esta última iniciativa pertenecía a
la Unión Cívica y contaba con el respaldo del Partido Nacional Herrerista.
En el Partido Colorado Batllista la situación interna no era fácil. La sanción
del proyecto de reforma constitucional colegiada no había contado con la aproba-
ción explícita de todos sus dirigentes, pese a que era un principio del partido. Las
elecciones internas realizadas en mayo de 1946 para definir candidaturas habían
mostrado una preferencia amplia de los votantes por Tomás Berreta y Luis Batlle
Berres, que duplicaron con holgura los votos obtenidos por Lorenzo Batlle y An-
tonio Rubio. Batlle Berres había sido el candidato más votado en esas elecciones
internas. El juego de intereses en la interna partidaria puede verse en las páginas
de “Yunque, Diario batllista de la tarde”, que respondía al líder de la Lista 15. A
comienzos del año 1946 –antes de la aprobación de la reforma constitucional cole-
gialista por la Convención del Partido en mayo de ese año–, expresaba que a pesar
de la campaña realizada no se había convencido a la mayoría de sus partidarios
de la pertinencia de tal reforma constitucional, aunque seguirían bregando por la
misma dado que era casi la esencia del partido. En los artículos de dicho periódico
se planteaba, en consecuencia, que se había optado por trabajar por el sublema
“Por 50 diputados”, sosteniendo que era la “hora del batllismo”. Asimismo, se
proponía no insistir tanto en el colegiado, y sí proceder a designar candidatos a
los cargos de Presidente y Vice, en caso de que este cambio en el Poder Ejecutivo,
como pensaban, no lograra imponerse. En los artículos de “Yunque” se insistía
también en que las elecciones internas sostendrían “las pretensiones de Luis Batlle
Berres a integrar la fórmula presidencial”.

(4) “Yunque”, Las Piedras, 12 de enero de 1946, pp. 4-5 y 9 de mayo de 1946, p. 1. Ambos artículos
titulados: “Por cincuenta diputados”.
128

La candidatura de Luis Batlle Berres a la Intendencia de Montevideo, según


se ha repetido, fue vetada por sus primos César y Lorenzo Batlle Pacheco, hijos
de José Batlle y Ordóñez, dueños de “El Día”. Esta actitud se debería a viejos en-
frentamientos, posiciones con matices diferentes en temas sociales y económicos,
y el temor de los Batlle Pacheco al prestigio creciente de Luis Batlle. Sin embargo,
esta situación no apareció planteada en la prensa partidaria, ni aun en los comenta-
rios muchas veces insidiosos de sus enemigos políticos. Pero, como es sabido, los
secretos más íntimos de nuestra política son difíciles de desentrañar. Finalmente
el 2 de octubre de 1946 fueron proclamadas las candidaturas batllistas tanto a la
Presidencia y a la Vice –Tomás Berreta y Luis Batlle Berres–, como al posible
órgano colegiado.
Sin embargo, las aguas estaban partidas y los grupos definidos como luisis-
tas y pachequistas concurrieron a las elecciones con candidatos distintos para el
parlamento y los gobiernos departamentales, e identificados con los números 15 y
14 de las listas respectivas.
El 19 de agosto proclamaron los blancoacevedistas (nucleados en torno
al Dr. Eduardo Blanco Acevedo) la candidatura del Dr. Rafael Schiaffino, por el

Imagen 3. Luis Batlle Berres.


129

Luis Batlle Berres (1897-1964)


Nació en Montevideo el 26 de noviembre de 1897. Fueron sus padres Luis Batlle y
Ordóñez y Petrona Berres. De dicho matrimonio nacieron siete hijos, siendo Luis el me-
nor. Huérfano de madre a los tres años y de padre a los once, Luis Batlle Berres fue criado
en casa de su padre hasta los 15 años, pasando entonces a vivir con su tío, José Batlle y
Ordóñez, que ocupaba la Presidencia de la República por segunda vez. En la quinta de
Piedras Blancas Luis vivió hasta los 25 años. Cursó estudios primarios en las escuelas de
las hermanas María y Anatolia Manrupe, y estudios secundarios en el Liceo Elbio Fernán-
dez. Complementó esta preparación con algunos cursos en la Facultad de Derecho y en la
Aviación Militar.
En 1927 se casó con la argentina Matilde Ibáñez Tálice. De esta unión nacieron tres
hijos: Jorge Luis (1927- Presidente de la República en el período comprendido entre el 1º de
marzo de 2000 y 1º de marzo de 2005), Luis César (1930, reconocido pianista) y una hija,
Matilde, en 1932. Formado política y espiritualmente por José Batlle y Ordóñez, se dedicó
tempranamente a la política y al periodismo (escrito y oral). Hizo su ingreso a la Cámara
de Diputados en 1923, cargo que ocupó ininterrumpidamente hasta el 31 de marzo de 1933.
Fue uno de los gestores del “segundo impulso reformista”, fomentando leyes como las que
hicieron realidad ANCAP, la propiedad nacional del subsuelo, y el comienzo del dirigismo
del Estado. Opuesto al golpe de Estado de Terra, fue desterrado a la Argentina. A partir de
1942 reinició su vida parlamentaria, con un prestigio creciente en filas del batllismo. El 2 de
agosto de 1947 asumió la Presidencia de la República por muerte del titular Tomás Berreta.
Vivió duros enfrentamientos con la Argentina solucionados recién en 1955. En 1954 su lista
15 obtuvo el triunfo casi total en las elecciones para la integración del Consejo Nacional de
Gobierno. Vivió la crisis del modelo industrializador que era la esencia de su pensamiento
político, y el triunfo del Partido Nacional en 1958. De salud delicada, sufrió un primer in-
farto en abril de 1959 y otro en abril de 1960, aunque siguió trabajando activamente. Las
elecciones de 1962 fueron nuevamente ganadas por el Partido Nacional, pero el batllismo
recuperó la Intendencia de Montevideo que había perdido en 1958. El 14 de julio de 1964
un nuevo infarto segó la vida de Luis Batlle Berres. Para algunos, había muerto “el último
caudillo”.

sublema “Libertad y Justicia”, contando con el apoyo de los ex-riveristas del dia-
rio “La Mañana”. Poco después los baldomiristas proclamaron los suyos.
Por otra parte, el clima previo a las elecciones estaba bastante enrarecido.
Estaban pendientes una serie de proyectos que hacían al bienestar de la población
como la reforma agraria, la puesta en funcionamiento del Consejo de Economía
Nacional, una Ley del Trabajo, reforma del régimen de asignaciones familiares,
el proyecto de impuesto a la renta, la reforma de la escuela rural, la formación de
huertas familiares, como otros que habían sido agendados en las reuniones que el
Presidente Amézaga solía realizar en su casa con líderes políticos de diferentes
partidos, excepto los herreristas que no respondieron, salvo en algún caso aislado,
a las reiteradas invitaciones.
Los temas políticos que habían caldeado el ambiente tenían que ver tanto
con la situación externa como interna. Con respecto a la primera, las relaciones con
130

Argentina seguían siendo tensas, pese a que para distintos observadores el Presi-
dente Amézaga y su Canciller José Serrato eran “pro-argentinos”, o por lo menos
partidarios de mantener una relación amigable. Esto no fue posible por distintos
motivos. En noviembre de 1945 el Presidente de la República, en uno de los tan-
tos cambios ministeriales, designó como Ministro de Relaciones Exteriores al Dr.
Eduardo Rodríguez Larreta, perteneciente al Partido Nacional Independiente. El
21 de noviembre el nuevo Canciller, con evidente conocimiento de Amézaga y de
la Embajada de Estados Unidos, envió una nota de consulta a todas las Cancillerías
americanas. En la misma planteaba la pertinencia de una intervención multilateral
en aquellos países americanos que no estuvieran regidos por gobiernos democrá-
ticos ni estuvieran dispuestos a combatir con firmeza la aducida penetración de
ideas contrarias a la democracia en todo el continente, violando los compromisos
asumidos en las distintas instancias de la política panamericana. La intervención
multilateral, que en su postura no tenía por qué ser de carácter militar, se susten-
taba en la creencia de que la democracia y la paz eran equivalentes. La falta de la

Imagen 4. La “línea media” del


batllismo:  Andrés  Martínez
Trueba, Tomás Berreta y Luis
Batlle Berres.
Carátula de la Revista Pelodu-
ro, editada por Julio E. Suárez,
correspondiente al 2 de octubre
de 1946.
Martínez Trueba: “Bah!...Yo sé
que éste no me va a dejar pro-
bar una…!”
Tomás Berreta: “Es al cuete!
Soy el Obdulio de la tradición
batllista!!”.
Luis Batlle Berres: “Me da lo
mismo el puesto!. Todo lo que
yo quería era jugar”.
131

democracia impedía la paz, y podía conducir nuevamente a la guerra. Conocida


como “doctrina Larreta” –cuyos elementos básicos habían sido planteados por el
Canciller Serrato en la Conferencia de San Francisco donde se fundó la Organi-
zación de las Naciones Unidas–, dicha iniciativa pareció estar expresamente diri-
gida contra la Argentina, más allá de los desmentidos correspondientes. Si bien
todas las lecturas son posibles, en los hechos significaba el abandono por parte del
Uruguay de un principio por el que había luchado duramente junto a otros países
americanos: el principio de la no intervención.
Pese a que esta propuesta fue rechazada por la mayoría de los países ameri-
canos, actuó como un elemento profundamente perturbador de las relaciones uru-
guayo-argentinas. Era muy difícil no suponer que formaba parte de la política de
los Estados Unidos hacia la “rebelde” Argentina y su gobierno militar, considerado
ultranacionalista y pro-nazi, tanto por gran parte del gobierno y de la opinión pú-
blica uruguaya, como por los Estados Unidos. En momentos en que Juan Domingo
Perón, el exitoso triunfador de los golpes militares iniciados el 4 de junio de 1943,
realizaba su campaña electoral a fines de 1945, tanto el embajador estadounidense
en Argentina, Spruille Braden, como la prensa y las radios uruguayas, realizaron
una durísima campaña contra la candidatura del general Perón, sus propuestas y

Imagen 5. Eduardo Rodríguez Larreta.

(5) Juan Oddone, Vecinos en discordia. Argentina, Uruguay y la política hemisférica de los Estados
Unidos. Selección de documentos, 1945-1955, Montevideo, UDELAR, FHCE, Dpto de Historia Ameri-
cana, 2004, p.40.
132

La “Doctrina Larreta”
Pasajes de la nota del Ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay, Eduardo Rodríguez
Larreta, fechada el 21 de noviembre de 1945, dirigida a las Cancillerías americanas.
“Debe constituir una norma indeclinable de acción, en la política interamericana, la
del paralelismo entre la democracia y la paz […] el más acendrado respeto al principio de
no intervención de un Estado en los asuntos de otro, conquista alcanzada durante la última
década, no ampara ilimitadamente «la notoria y reiterada violación por alguna República
de los derechos elementales del hombre y del ciudadano y el incumplimiento de los compro-
misos libremente contraídos acerca de los deberes externos e internos de un Estado que lo
acreditan para actuar en la convivencia internacional.» Siente este Ministerio la necesidad
de desarrollar hoy esos conceptos y de plantear, a las Cancillerías americanas, un cambio
de opiniones, en procura de fórmulas y soluciones que traduzcan, en actitudes concretas,
esa para nosotros indeclinable posición del derecho y la conciencia americanos. Si antes de
la guerra la realidad del paralelismo entre la democracia y la paz era valor entendido en las
relaciones interamericanas, ese concepto ha adquirido, después de la tremenda experiencia
de la guerra, la fuerza de una verdad absoluta. […]”
[Álvaro Casal Tatlock, La Doctrina Larreta, Montevideo, Ediciones de la Plaza, 1997,
p. 161.]

Imagen 6. Juan Domingo Perón el día de asunción de mando en Buenos Aires, en junio de 1946.
133

sus seguidores. Lo mismo hacían los numerosos exiliados antiperonistas que go-
zaban de todas las libertades para expresar su repudio a la situación de su país,
contando, pese a los desmentidos, con la protección del gobierno uruguayo. Esta
actitud era duramente enfrentada por Luis Alberto de Herrera y sus seguidores,
basados en su defensa del respeto al principio de no intervención en los asuntos
internos de los demás países. Sus cercanías con los distintos círculos de los gobier-
nos militares argentinos y el peronismo en crecimiento proporcionaron elementos
para que sus enemigos los siguieran acusando de pro-nazis. En este contexto las
paredes de Montevideo aparecieron tapizadas con grandes carteles con la figura
de Perón y propaganda a su favor. El hecho levantó polvaredas, investigaciones,
acusaciones de complicidad a los herreristas, los que también fueron culpados de
recibir financiamiento peronista para su campaña electoral, hecho que nunca pudo
probarse fehacientemente. Lo que no se pudo negar fue la intromisión del gobierno
argentino en los asuntos internos uruguayos y un mutuo espionaje del que da cuen-
ta una variada documentación conservada en distintos archivos.
El otro hecho que conmovió la interna uruguaya, fue la detención de vein-
tinueve militares y policías acusados de haber formado una Junta Revolucionaria,
para llevar a cabo “un movimiento subversivo” para derrocar los poderes consti-
tuidos. El coronel retirado Esteban Cristi fue acusado de ser el jefe de los preten-
didos golpistas. El Poder Ejecutivo comunicó a la población que estaba al tanto de
esos movimientos por la Dirección de Investigaciones al servicio del Ministerio de
Defensa y del Ministerio del Interior. Se los había dejado actuar libremente para
conocer todas las ramificaciones del grupo. El gobierno aseguró que la institucio-
nalidad no había corrido ningún peligro pero los “amotinados” fueron detenidos
y pasados al juez civil en lo penal De Gregorio que dispuso el procesamiento de
doce de los detenidos por “conspiración contra el orden público”. También fue
detenido en averiguaciones el General Juan P. Ribas, jefe de la Región Militar
Nº 3, pero fue liberado de inmediato. La prensa batllista los acusó de tener ideas
nazis, señalando el peligro que suponía que los “nazificantes” anduvieran sueltos
y “hasta dirigiendo en algunos casos la sociedad”. Los procesados estuvieron
detenidos hasta el 1º de agosto de 1946. Desde su celda el general Cristi dirigió al
Presidente de la República una dura carta, mientras la prensa herrerista señalaba
en tono burlón lo disparatado de la situación. Este es un episodio que no ha sido
suficientemente aclarado hasta hoy, pero que muestra “inquietudes” en el Ejército,
tal vez descontento por lo que consideraban desgobierno del Presidente Amézaga.
Tampoco se puede descartar que existieran grupos continuadores de los grupos
derechistas y filo fascistas que, como ha señalado Gerardo Caetano, se habían for-
134

Las respuestas de los “supuestos revolucionarios”. Ejército y politica.


Montevideo, 28 de agosto de 1946

Sr. Presidente de la República


Dr. Juan José de Amézaga

Ud. Sr. Presidente, por un supuesto delito político me ha encerrado en la celda de una
cárcel con mi protesta judicial oportuna. Sin hacer distinción entre un oficial superior del
Ejército y un vulgar asesino. A ello lo ha impulsado el espectro de una revolución que solo
existe en la conciencia del Sr. Presidente.
Más de veinticinco años en la cátedra de Derecho Civil ha tenido necesariamente que
formar en el Sr. Presidente una conciencia constitucional.
Y, la Constitución, Sr. Presidente, tal como lo dije ayer, lo digo hoy, no prescribe: la
infelicidad del país, la miseria de la clase humilde; la suerte de nuestros modestos hombres
de Campo, tan grandes de corazón como desheredados de la justicia social.
La Constitución, Sr. Presidente, no prescribe la mengua del prestigio nacional, tanto
en el orden interno como externo; la intromisión de la baja política en la conducción de la
república hacia sus destinos; la crisis de la honestidad en la Administración económica, ni
el predominio de la despiadada especulación azote del pueblo y proveedora constante de
cárceles y hospitales.
Sr. Presidente, no sé si para mi desgracia o para mi felicidad no he escuchado desde el
aula a los maestros en el Derecho. Inicié mi vida en el Ejército Nacional, en él he envejeci-
do; es en esa escuela sobre todo la del viejo Ejército, donde aprendí a querer a la Patria, a
respetar la ley y a consolarme del infortunio ajeno. Con ese único pero honroso titulo, Sr.
Presidente, es que habla de “revolución” en su conciencia, porque de hecho lo es el incum-
plimiento por parte del Sr. Presidente, de las patrióticas y bellas palabras formuladas a la
iniciación de su mandato.
En el país solo existe una revolución: la espiritual. El Sr. Presidente debe estar conven-
cido de ello, pero contra esa revolución las rejas no son argumento; únicamente la rectifi-
cación de la política gubernamental funesta, puede devolver la felicidad al pueblo Oriental,
tan heroico ayer, como sufrido en el presente.
No puedo terminar esta carta, sin recomendar a la consideración de Ud., Jefe Supremo
del Ejército, la impasibilidad con que las autoridades militares han visto el ultraje inferido
a mi dignidad personal, en el trato que se ha dado a mi jerarquía, haciéndome convivir,
sujeto a su mismo régimen celular, con los criminales y ladrones que encierra la cárcel que
me aloja.
Adopto ante el Sr. Presidente mi más correcta posición militar y lo saludo, con toda la
consideración que merece la alta investidura.

Coronel (R) Esteban Cristi

Carta Abierta del Coronel (R) Esteban Cristi al Presidente de la República Dr. Juan José
de Amézaga, transcrita en: Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, sesión del 4
de setiembre de 1946, Tomo 467, p. 547.
135

mado dentro del Ejército en los años veinte temerosos del retorno del batllismo, o
la existencia de contactos con los sectores más conservadores del herrerismo o con
sus pares “nacionalistas” argentinos. Por otra parte, la segunda Guerra Mundial, a
semejanza de lo sucedido con la Guerra del Paraguay en el siglo XIX, fortaleció
y profesionalizó al ejército uruguayo pese a su pequeñez y debilidades defensivas
con relación a los países vecinos. De todos modos un incidente similar sucedió en
1949, demostrando que los “nidos militaristas” existían y que la paz idílica del
Uruguay no era tal.

El retorno del batllismo al gobierno: de los “años dorados” al “crepús-


culo de la arcadia”. Las elecciones nacionales tuvieron lugar el último domingo
de noviembre de 1946, dando el triunfo al Partido Colorado, con la fórmula Be-
rreta-Batlle Berres. Le siguió el Partido Nacional Herrerista, que tuvo más votos
que los candidatos batllistas individualmente, los que resultaron triunfantes por la
aplicación de la ley de lemas. El análisis de los guarismos electorales mostró que
el batllismo necesitaría de alianzas partidarias o interpartidarias para poder gober-
nar, pues no contaba con las mayorías suficientes para sacar adelante leyes que
requirieran mayorías especiales. El programa del batllismo era claro: democracia,
libertad, progreso y justicia social impulsados por un Estado dirigista que oscilaba
entre Estado de bienestar y Estado asistencial, y ponía el énfasis en el desarrollo
agroindustrial y en la industria manufacturera. El nuevo Presidente, Tomás Berreta,
creía firmemente que los postulados de su partido conducirían al país a un mundo
mejor, donde la lucha de clases no tendría sentido. En un contexto internacional
que se acercaba rápidamente hacia la Guerra Fría y un mundo dividido en dos
bloques, su adhesión a la esfera estadounidense fue acompañada de un profundo
anticomunismo y cierto conservadurismo social.
Tal vez porque fue el entronque más fuerte del batllismo con el medio rural,
de ahí que su gran proyecto fuera “un país a la medida de Canelones”, es decir un
país poblado por pequeños y medianos productores y propietarios que sustentaran
un desarrollo fuerte de la producción agroindustrial, acompañando el de la indus-
tria manufacturera. El panorama de posguerra era bastante claro, como se señalaba
desde “Marcha: “el destino de Uruguay había estado muy ligado al puerto y a los
mercados europeos, pero la economía de los países americanos se había inclina-
do hacia la industrialización y a ella se había adherido nuestro país”, aunque el
articulista se preguntaba si ese proceso nos sería tan favorable como había sido

(6) Gerardo Caetano, “Las resonancias del primer fascismo en el Uruguay (1922-1929/30)”, en:
Revista de la Biblioteca Nacional. Montevideo, mayo 1987, pp. 13-36.
(7) Benjamín Nahum, Ángel Cocchi, Ana Frega, Yvette Trochon, Crisis política y recuperación
económica 1930-1958, Montevideo, E.B.O., 1987, p. 94.
136

Imagen 7. Tomás Berreta en el


año de su elección a la Presi-
dencia de la República.

el anterior, de economía especialmente agropecuaria, y de fuerte inserción en los


mercados europeos.
Antes de asumir el mando Berreta realizó un viaje a los Estados Unidos
invitado por el Presidente Harry Truman, obteniendo una provisión importante
de maquinarias e instrumentos para la agricultura, cuyo desarrollo y tecnificación
procuraría el futuro presidente.
Producida la asunción del mando, uno de los problemas graves que debió
enfrentar el gobierno de Berreta fue una inflación importante con el consiguiente
aumento del costo de vida. El gobierno extremó las medidas de contralor de abas-
tecimientos de los productos de primera necesidad y de intervención en la fijación
de los precios a través del Consejo Nacional de Subsistencias, creado en 1947 en
base a la antigua Dirección de Subsistencia. Sin embargo, los precios se dispararon
y aumentó la inflación. No todo el sistema político ni los economistas, más allá de
que compartieran el dirigismo, estaban convencidos de los resultados efectivos

(8) “Marcha”, 25 de abril de 1947, p. 5 (El proceso de los últimos años).


137

Tomás Berreta (1875-1947) de esta intervención del Consejo N. de


Nació en 1875 en el seno de Subsistencias, que en sus numerosos
una modesta familia italiana de fi- puestos de venta en todo el país ac-
liación garibaldina, que trabajaba tuaba como “testigo”, vendiendo pro-
una pequeña chacra en el Depar- ductos básicos a precios razonables.
tamento de Canelones. Desde pe- Quienes así pensaban entendían que
queño trabajó la tierra y desempeñó el problema era más complejo y radi-
múltiples oficios afines a los traba- caba en las características de la pro-
jos rurales, tropero, etc. Vinculado ducción nacional, que no respondía
tempranamente al Partido Colorado
a ningún plan racional sobre el cual
y a José Batlle y Ordóñez, sintió
debía trabajarse para evitar los proble-
la fascinación de la personalidad y
pensamiento del futuro presidente mas de especulación, acaparamiento y
al que acompañó desde Canelones alza de precios. Por otra parte, la gue-
en la conformación de lo que sería rra no había pasado en vano y la pro-
el batllismo. Participó en las filas ducción mundial estaba alterada, más
gubernistas en las guerras civiles de aun cuando la mayoría de los países
1897 y 1904. Vinculado definitiva- beligerantes recién había comenzado
mente al Partido Colorado, realizó la transformación de la industria de
dentro del mismo, por su arraigo en guerra a la de paz.
las masas coloradas de Canelones,
Durante el gobierno de Amé-
la carrera de honores que ofrecía el
zaga se habían producido importan-
Partido. Jefe Político de Canelones,
luego diputado hasta el golpe de tes conflictos obreros por reclamos
Estado de 1933. En esta coyuntu- salariales y mejoras en las condicio-
ra fue desterrado al Brasil, aunque nes de trabajo. Como se ha visto en
se trasladó a Buenos Aires y peleó el capítulo anterior, se habían obteni-
judicialmente con apoyo de los ra- do subas en las remuneraciones, tanto
dicales argentinos su permanencia a través del accionar de los Consejos
en este país, pero habiendo sido de- de Salarios, como por la lucha de los
rrotado debió volver al Brasil. Sin trabajadores, cuya organización crecía
embargo, con apoyo del hijo del
día a día. En la mayoría de los casos
“poderosísimo” Gobernador de Río
Amézaga se había mostrado partida-
Grande Del Sur Flores Da Cunha,
se movió libremente en la zona de rio de los acuerdos alcanzados con
la frontera, en contacto permanen- los sectores asalariados. Hacia 1947
te con las luchas opositoras dentro la mayoría de los convenios salariales
de nuestro territorio. De retorno al alcanzados en la anterior administra-
país, fue senador y luego candidato ción habían comenzado a expirar y la
triunfante a la Presidencia de la Re- actitud del Presidente Berreta no fue
pública que asumió el 1º de marzo e la misma. Fuertemente influido por el
1947. Luego de un breve mandato, temor anticomunista que sacudía a los
la muerte lo alcanzó el 2 de agosto
Estados Unidos y sus aliados, estuvo
del mismo año.
138

dispuesto a usar “mano dura” con lo


Tomás Berreta y su actitud
que consideraba excesos gremiales,
ante el comunismo
cuando entendía que los Consejos de
Salarios eran suficientes para resol- “Personalmente creo, y eso no
lo escondo, que el comunismo es un
ver los conflictos entre el capital y el problema. Yo no respondería a la con-
trabajo. En el mes de abril estalló una fianza que el pueblo ha depositado en
huelga en la construcción y otra en el su Primer Mandatario si siguiera con
puerto, seguidas por la de los obreros indiferencia las actividades comunistas
de este país. Los comunistas obedecen
de los ferrocarriles, mientras corría
a consignas que vienen desde el extran-
el rumor de que se había reforzado la jero mientras que yo obedezco a la con-
guarnición de Montevideo. signa de mi país que tiene leyes para
La reacción de Berreta no se defenderse.” Fuente: Benjamín Nahum,
hizo esperar: mandó detener obreros Informes diplomáticos de los represen-
tantes de Bélgica en el Uruguay. Tomo
y dirigentes de los gremios afectados II. 1947-1967, Montevideo, Departa-
amparado en la disposición del Códi- mento de Publicaciones de la UdelaR,
go Penal que consideraba delito la pa- 2000, pp. 29-30.
ralización de los servicios públicos. Al
mismo tiempo remitió al Parlamento
tres proyectos de ley que tocaban puntos muy sensibles al movimiento sindical
en creciente organización: uno, creando tribunales de conciliación y arbitraje para
los conflictos laborales, otro, prohibiendo la huelga de empleados y obreros de
servicios públicos, y el tercero, estableciendo la reglamentación sindical, fuerte-
mente resistida por los obreros hasta el día de hoy. Tales medidas no contaron con
el apoyo de varios de sus ministros batllistas, estándose a un paso de la primera
crisis ministerial.
El parlamento sancionó la ley de ilicitud de huelgas en los servicios públi-
cos, los otros proyectos quedaron en carpeta y luego fueron olvidados. En rechazo
a las posiciones del Poder Ejecutivo, la Unión General de Trabajadores (UGT),
importante organización sindical de tendencia predominantemente comunista, de-
claró una huelga general, la que fue acompañada también por sindicatos de otras
tendencias. Se realizaron manifestaciones en orden, pero como una muestra del
clima de Guerra Fría que comenzaba a vivirse, la policía intervino quitándole a los
participantes las banderas de la URSS y de la República Española.
En abril de 1947 se produjo una crisis ministerial cuyas verdaderas causas
no se conocieron con exactitud. El Ministro de Hacienda Dr. Héctor Álvarez Cina
renunció y fue sustituido por el batllista Ledo Arroyo Torres, al tiempo que empe-
zaban a correr rumores respecto a la mala salud del primer mandatario.

(9) Ley Nº 10.913, de fecha 25 de junio de 1947. El artículo 6 declaraba “ilícita toda interrupción
de un servicio público, imputable al concesionario o a los empleados y obreros”.
139

Imagen 8. Tomás Berreta y Cé-


sar Batlle Pacheco caricaturiza-
dos por Peloduro.

Seguía siendo tema de preocupación la pobreza de importantes sectores de


la población mientras numerosas comisiones, en algunos casos para-gubernamen-
tales, se ocupaban del tema. También se hablaba cada día con más intensidad de la
reforma agraria, tema que hacía décadas preocupaba a distintos sectores del país y
que había determinado una creciente acumulación de proyectos de distinto alcance
en las carpetas parlamentarias.
El nuevo Ministro de Hacienda, Ledo Arroyo Torres, concurrió al Senado
exponiendo lo que entendía eran los mayores problemas del Uruguay en esos mo-
mentos: 1) el bloqueo de diecisiete millones de libras esterlinas en Londres; 2) el
aumento excesivo de importaciones, en parte justificadas por la necesidad de re-
poner equipos industriales, etc, pero que en un momento complicado del comercio
exterior era necesario contener, y 3) la euforia económica que manifestaban sec-
tores importantes de las clases medias y empresariales y que era necesario limitar.
Al finalizar la guerra, Gran Bretaña tenía con el Uruguay una deuda de die-
cisiete millones de libras resultante de las ventas de nuestros productos, fundamen-
talmente alimenticios, que habían contribuido al esfuerzo de la guerra. Inglaterra,
con graves problemas económicos y financieros, decretó la congelación de esa
deuda. El Presidente Berreta ordenó comenzar las negociaciones para desbloquear
las libras mediante la compra de las empresas de servicios públicos todavía en
manos británicas –aguas corrientes, ferrocarriles, tranvías, entre otras– y algunas
140

otras ventajas menores que ofrecía el gobierno de Gran Bretaña. En forma para-
lela se negociaron nuevos convenios de carnes. Para ello se envió una misión a
Londres presidida por Gustavo Gallinal, un experto en el tema. Sería el comienzo
de unas larguísimas negociaciones que pondrían en manos del Estado uruguayo el
resto de los servicios públicos en manos extranjeras, cumpliéndose los postulados
de José Batlle y Ordoñez.

La presidencia de Luis Batlle Berres. Desde julio de 1947 el Presidente


Berreta, muy enfermo, dirigía los asuntos de gobierno desde la cama. Paralela-
mente, la situación internacional se tornaba más conflictiva. Se había hecho reali-
dad lo sostenido por Churchill en su discurso en la Universidad de Fulton en 1946,
cuando predijo que una “cortina de acero” había comenzado a descender separan-
do la Europa Oriental de sus ex-aliados de la Segunda Guerra Mundial.
Era 1947, y había comenzado la llamada Guerra Fría que se prolongaría
hasta 1989. Resultado de malas interpretaciones, de temores mutuos y de intereses
imperiales e ideologías divergentes, Estados Unidos y la URSS se encontraban
frente a frente, mientras el primero delineaba la llamada política de “contención” y
el Secretario de Estado, General George Marshall, instrumentaba el plan conocido
por su nombre, en base a la “doctrina Truman” (defensa por parte de Estados Uni-
dos de los países europeos que entendía bajo la amenaza de ser convertidos por la
fuerza en regímenes comunistas).
En nuestro país, el dos de agosto de 1947 falleció Tomás Berreta, asumien-
do la Presidencia de la República, según lo disponía la Constitución, Luis Batlle
Berres. “Luisito”, como era popularmente conocido, joven, bien parecido, y con un
estilo de hacer política diferente al de Berreta y al de sus primos –los Batlle Pache-
co–, dio un impulso decidido a la pretensión de que el batllismo y especialmente su
sector, el de la Lista 15, dominara todo el Partido Colorado. Sin lugar a dudas fue
uno de los líderes políticos más importantes de aquellos años. Orientó la política
a su objetivo de que la industrialización alcanzara los mayores niveles posibles y
diera la tónica a la vida y la economía del país. Pese a las críticas de sus opositores,
no descuidó el agro, atendiendo a mejorar la tecnificación, especialmente la de los
ovinos en tanto la lana se había convertido en el principal rubro exportador del
país. El propósito de Batlle Berres, al que dedicó tiempo y energías, era exportar
la lana en forma de tops, lo que implicaba un mayor procesamiento industrial e
incorporaba trabajo nacional, al contrario de lo que ocurría con la exportación de
“lana sucia”, y, de ser posible, también en forma de textiles. Por otra parte, no ha-
berse preocupado por el agro hubiera sido suicida para un país que, pese a que el
aporte al producto bruto interno (PBI) provenía fundamentalmente de la industria,
seguía dependiendo de las exportaciones del sector primario para la obtención de
divisas.
141

Luis Batlle Berres con prestigio y carisma entre sus seguidores, con la Radio
Ariel a su servicio, a la que luego se agregó en 1948 el diario “Acción”, dio a los
años de su gobierno una impronta particular. En un contexto regional de gobiernos
populistas ha sido sostenido por algunos autores –por ejemplo Vivián Trías– que su
gobierno puede incluirse dentro de los de este tipo.10 Si bien el “populismo” es una
categoría amplia y ambigua, creemos que el gobierno de Luis Batlle Berres tuvo
rasgos populares, hasta “populacheros” en su forma de conducir la cosa pública,
en su contacto con la gente, en su lenguaje sencillo y directo, pero se ciñó siempre
a los parámetros de la vida política uruguaya, tan ajustados y legislados que no le
hubieran permitido actuar de una manera demasiado “heterogénea”. Siendo ade-
más un defensor firme de la vida republicana y la democracia en todas sus facetas,
características a las que no se ajustaban todos los populismos.
Continuó y profundizó la política dirigista usando al máximo los recursos
que la instrumentación de la misma le proporcionaba, de modo de subsidiar expor-
taciones e importaciones, mantener controlados los precios de los artículos de pri-
mera necesidad para favorecer a los sectores sociales más desprotegidos, y llevar
adelante iniciativas que entendió como necesarias para el progreso del país, siem-
pre bajo la protección, la dirección y el amparo de un Estado benefactor, aunque
los equilibrios económicos se vieran afectados.
Durante su mandato se terminó de completar el dominio industrial del Esta-
do, creándose el ente Obras Sanitarias del Estado (OSE) al adquirirse la compañía
inglesa de aguas corrientes y anexarla a los servicios que aquella institución presta-
ba en el resto del país tanto en agua como en saneamiento, con la única excepción,
en esto último, de Montevideo, situación que sigue vigente hasta la actualidad.
Surgió AMDET (Administración Municipal de Transportes) con la compra de los
tranvías ingleses que serían luego sustituidos por los, en su momento, modernos
trolleybuses. Los ferrocarriles ingleses, adquiridos un poco “a regañadientes”, fue-
ron anexados a los nacionales, surgiendo un nuevo ente en 1952, la Administración
de Ferrocarriles del Estado (AFE).11
A través de la política monetaria de cambios múltiples, créditos blandos y
beneficios variados, la industria realizó un importante despegue luego del enlen-
tecimiento provocado por la Segunda Guerra Mundial. Aumentaron las empresas,
los empresarios, los obreros y los empleados y habría funcionado lo que Germán
D’Elía denominó “pacto tácito” entre estos actores.12 Es decir, la búsqueda de for-
mas de entendimiento que favorecieran a todos por igual. El número de empresas

(10) Vivián Trías, La rebelión de las orillas, Montevideo, E.B.O., 1989 [1978], pp. 197-217, [Obras
de Vivián Trías, tomo 12].
(11) Benjamín Nahum, Ángel Cocchi, Ana Frega, Yvette Trochon, Crisis política…, op. cit., p. 140.
(12) Véase Germán D’Elía, El Uruguay neobatllista..., op. cit., pp. 48-52.
142

pasó de 11.103 o 11.570 (según se valoren estimaciones oficiales o el resultado


del censo industrial de 1936) a 22.472, según los datos arrojados por un censo
realizado en 1947. También siguieron subiendo los salarios que habían comenzado
a aumentar desde 1943, con el consiguiente crecimiento del mercado interno y
del poder adquisitivo de importantes sectores de la población, lo que hace posible
admitir que para quienes lo vivieron tal vez haya sido cierto lo del “Uruguay feliz”
que se reflejaba, como hemos visto, en asistencias masivas al cine, bailes, carnava-
les, paseos veraniegos y entretenimientos varios.
Sin embargo, más allá de viejas rivalidades, los problemas a la interna del
Partido Colorado llevaron a Luis Batlle Berres a un entendimiento pragmático con
Luis Alberto de Herrera –la “coincidencia nacional”– para obtener la aprobación
de algunas leyes importantes. En ese marco se resolvió la división de la Caja de
Jubilaciones en tres: Caja de Industria y Comercio, Caja Civil y Caja Rural y de
Servicio Doméstico. Ello aumentó el número de directores de Entes Autónomos
para un conveniente reparto de los cargos directivos y de obreros y empleados, en
el marco de un clientelismo creciente que aumentaba el número de empleados del
Estado, al punto de llegar a ser, como sostuviera Mario Benedetti, el único “país
oficina”.
El agro tenía problemas estructurales de larga data y estaba relativamente
estancado, pero seguía proporcionando las divisas básicas. Por otra parte el go-
bierno llevó a cabo una agresiva política de desarrollo de la agricultura, lo que au-
mentó el área cultivada y por primera vez en muchos años se constató un pequeño
crecimiento de la población rural. Los cultivos agroindustriales se desarrollaron
para abastecer las industrias nacionales, mientras el lino permitió al Uruguay ocu-
par el segundo lugar entre los exportadores mundiales. En este contexto y después
de largas discusiones se logró sancionar la ley de creación del Instituto de Coloni-
zación, destinado a proporcionar tierras a los desalojados de otros predios rurales
y a aquellos posibles colonos que, reuniendo determinadas condiciones, estuvieran
dispuestos a trabajarlas.
Sin embargo, problemas de stock del ganado, de precios en algunos casos y
de mercados en otros, aceitaron las viejas lanzas del movimiento ruralista que im-
pulsó una cerrada campaña contra la política batllista, que consideraba meramente
urbana y protectora de una industria artificial, cuyos costos debía pagar el agro. La
Asociación Rural y la Federación Rural estaban detrás, pero sus voceros fueron
principalmente el estanciero Domingo Bordaberry y un desconocido locutor que
éste llevó a la Radio Rural, Benito Nardone. Nardone había nacido en Montevideo,
hijo de italianos garibaldinos. Sus inicios como periodista se habían realizado en el
diario “El Día”. Con el seudónimo “Chicotazo”, este montevideano que vestía de
143

saco y bombacha, con una audición radial y un lenguaje pretendidamente gauches-


co, pronto cambiaría no solo la historia de gran parte de los sectores agropecuarios
sino también la del país. La prédica de Nardone, que llegaba a casi todos los rinco-
nes del Uruguay, pues se había expandido el uso de las radios portátiles, movilizó
a los habitantes de la campaña. Aplicando los métodos de la vida gremial, coordinó
una vasta federación de organizaciones rurales que se nucleó en la Liga Federal
de Acción Ruralista, que usaba una bandera de fondo verde cruzada por una franja
blanca y otra roja, y un sol, y tenía como música identificatoria el pericón. Re-
viviendo en una forma particular la tradición artiguista de los cabildos abiertos,
concitó multitudes y una adhesión importantísima. Sus ambiciones y el poder de la

«Botudos» y «Galerudos»
“Dentro del Ruralismo se van definiendo dos tendencias históricas, cada vez con mayor vi-
gor en la medida que el movimiento del campo se populariza y se organiza democráticamente.
Están los llamados «botudos», que se honran en llevar botas y también boina de vasco,
porque así se presentan todos los días en la dura labor del campo para defender con su trabajo
el capital que tienen en sus manos. Son quienes anhelaron unirse y agremiarse en una fuerza
democrática para así conseguir la justicia en su labor, la claridad en los mercados agropecua-
rios y el progreso de la zona donde viven. Grandes, medianos y chicos, todos son iguales en
la lucha y nada los diferencia en la organización gremial.
En la labor diaria de producir colabora la familia entera, porque todos los brazos son
necesarios para defender el capital que se usa como herramienta y el crédito solo se obtiene
con honradez.
Los «botudos» representan la verdadera clase trabajadora del campo, son los auténticos
soldados de la paz porque sus estancias, granjas y chacras son baluartes invencibles de la
economía del país.
En la organización gremial, los «botudos» tienen el derecho de elegir como dirigentes a
quienes consideren más capaces, y toda la autoridad soberana de las agremiaciones la ponen
en sus magnas asambleas de zonas o congresos nacionales.
Frente a los «botudos» está la casta de los «galerudos», que son quienes se creen que
nacen para mandar porque se dicen superiores a todos, consideran que por sus venas corre
sangre azul y al pueblo ruralista lo miran con desprecio y con asco, como lo han dicho re-
cientemente en el propio Consejo Directivo de la Federación Rural. Por eso no quieren agre-
miaciones rurales y desprecian la voluntad soberana de las grandes asambleas y congresos.
Porque los «galerudos» se creen capaces de hacer a su antojo y de disponer de los derechos
ajenos. También alegan tener su tradición, seguramente en el siniestro calumniador del Héroe,
aquel Feliciano Sainz de Cavia, que se creyó un dirigente superior. Aunque parezca mentira,
la casta de los galerudos renace para oponerse a este movimiento democrático del Ruralismo.
Hasta hace poco, cuando todavía la conciencia gremial no había despertado en las familias
trabajadoras del campo, que sobrepasan los cien mil hogares rurales, para los «galerudos» no
había mayor peligro en sus pretensiones de dirigentes. Pero ya las agremiaciones dominan y la
voluntad democrática se impone libremente para elegir a sus dirigentes de acuerdo a su propio
valer y al amor que sienten por su causa”. [“Diario Rural,” 23 de agosto de 1950.]
144

Liga Federal lo llevaron a transformarlo en un movimiento político, aliándose con


el Partido Nacional Herrerista para las elecciones de 1958.13
Esta oposición creciente del sector agroexportador generó fricciones con el
gobierno de Luis Batlle Berres, que siguió ampliando los beneficios a las clases
populares y medias, pues a las ventajas directas derivadas de los aumentos salaria-
les, se agregaban las indirectas provenientes de las subvenciones a los productos
básicos de la canasta familiar, la enseñanza y salud gratuita, entre otras políticas
sociales.
Si la excepcionalidad uruguaya era machaconamente predicada desde los
sectores del poder, en 1950 pareció afirmarse. Uno de los elementos fundamentales
de la identidad de gran parte de los uruguayos era la creencia en la excepcionalidad
del país, por su tradición democrática, por su respeto a los derechos y libertades,
por la bondad de su territorio, por la generosidad y solidaridad de sus habitantes.
Asimismo, por haber sido siempre tierra de refugio para todos los hombres perse-
guidos por sus ideas, así como aquellos que quisieran venir a labrarse un futuro en
esta tierra generosa. Dos hechos acaecidos casi simultáneamente en 1950 contribu-
yeron a acrecer esa creencia de excepcionalidad. En julio de 1950 el seleccionado
uruguayo de fútbol ganó en el estadio de Maracaná (Río de Janeiro) el Campeona-
to Mundial, el triunfo se convirtió en historia y en mito, y alumbró el surgimiento
de la “garra charrúa”. Fútbol e historia se dieron la mano para confirmar la gran-
deza de este pequeño país: el 23 de setiembre del mismo año se conmemoraron
los cien años de la muerte de José Artigas, “fundador de la Patria” y gestor de su
Independencia, en medio de grandes ceremonias de las que participaron no solo
uruguayos, sino representantes de toda América. No era poco ofrecerle a la “patria
un dios”, a la “historia un genio” –como decía uno de los tantos himnos dedicados
al prócer–, y en otra clave, los campeones del mundo a la humanidad. El mito de
la excepcionalidad estaba bien servido para integrarse a las formas de identidad
uruguaya. La carnadura de un hombre como Artigas quedó convertida en bronce,
mientras se incorporaba al lenguaje cotidiano la frase “los de afuera son de palo”,
pronunciada por el “negro jefe” Obdulio Varela, capitán de la Selección uruguaya
de fútbol que triunfó en Brasil.
El año 1950 fue también el del comienzo de un nuevo conflicto bélico y uno
de los primeros desafíos importantes para las Naciones Unidas. Corea del Norte in-
vadió a Corea del Sur y el ejército estadounidense, en nombre de la OEA, lideró la
defensa de este país. Situación un poco problemática para el Uruguay, pues como
firmante de la Carta de las Naciones Unidas debía concurrir a la defensa de unos
de sus miembros agredidos. Pese a ciertas presiones, el gobierno uruguayo se negó

(13) Para un estudio detallado de las distintas facetas de este movimiento, véase: Raúl Jacob, Benito
Nardone: El ruralismo hacia el poder, Montevideo, E.B.O., 1981.
145

Imagen 9. Benito Nardone.

Imagen 10. Los festejos en


Montevideo en ocasión de la
victoria en el Mundial de
1950.
146

Imagen 11. Homenaje en el


Centenario de la muerte de José
Artigas. La multitud acompañó
el traslado de la urna con los
restos mortales del héroe desde
el Obelisco a la Plaza Indepen-
dencia.

a enviar tropas, colaborando con la venta de alimentos básicos para los combatien-
tes, y ofreciendo tres barcos que había comprado en Estados Unidos y todavía no
habían llegado al Uruguay.14 La Guerra de Corea resultó beneficiosa para la eco-
nomía uruguaya –que a comienzos de los años cincuenta no mostraba resultados
muy auspiciosos–, equilibrando la balanza de pagos y proporcionando un respiro y
repunte del modelo de industrialización por sustitución de importaciones.
En este contexto, el 30 de junio de 1952 el gobierno firmó un Tratado de
Asistencia Militar con los Estados Unidos, similar al firmado previamente entre
este país y el Brasil. En Uruguay llevó más de un año la ratificación, bajo la mirada
“atenta” de la embajada estadounidense, preocupada por las demoras y oposicio-

(14) La actitud de Uruguay fue la de la mayoría de las repúblicas americanas, ya que solo una de
ellas, Colombia, envió tropas a Corea. Veáse: Gordon Connell-Smith, El sistema interamericano,
México, Fondo de Cultura Económica, 1971, pp. 190-191.
147

nes que el mismo encontraba tanto a nivel político como en sectores significativos
de la sociedad. Dicho tratado era una consecuencia del Tratado Interamericano
de Asistencia Recíproca (TIAR) firmado por el Uruguay durante la realización
de la Conferencia de Cancilleres, denomina “Conferencia Interamericana para el
Mantenimiento de la Paz y Seguridad del Continente”, realizada en 1947 en Río
de Janeiro. Esta Conferencia tuvo a su vez como finalidad convertir en Tratado lo
pactado en la Conferencia celebrada en México en 1945, donde se estructuró la
solidaridad y la defensa panamericana. También el Tratado Militar de 1952 posi-
blemente estuviera vinculado a la otra doctrina del Presidente Truman, expresada
en 1946 y que planteaba la necesaria uniformización del armamento y los ejércitos
de América, formando un bloque listo para enfrentar a cualquier enemigo.
El Tratado de Asistencia Recíproca (TIAR), había levantado grandes resis-
tencias entre herreristas, “terceristas”15, sectores y partidos de izquierda y la Agru-
pación Nacionalista Demócrata Social liderada por Carlos Quijano, que sostenían
que era quedar uncido a la política exterior estadounidense y aceptar la expansión
en el Uruguay del clima de anticomunismo y temor a una nueva guerra mundial
que se expandía en el norte y se quería trasladar a América del Sur. Según se decía,
en el viaje que Tomás Berreta había realizado a Estados Unidos antes de asumir su
cargo, había conversado con el Presidente Harry Truman respecto a las medidas a
tomar para controlar al comunismo. El TIAR exigía algunas complementaciones
que fueron tomadas en la IX Conferencia Internacional de Estados Americanos
realizada en Colombia entre el 30 de marzo y el 2 de mayo de 1948. En medio
de un violento estallido social y político provocado por la muerte del líder liberal
Eliécer Gaitán, y en una Bogotá en llamas, la Conferencia redactó cinco Tratados
y un Acta Final con 46 recomendaciones y resoluciones. Los tratados más impor-
tantes fueron el que instrumentó la Organización de los Estados Americanos y el
llamado “Pacto de Bogotá” que previó la negociación y el arbitraje en caso de que
surgieran discrepancias o problemas entre los países americanos.16
Las relaciones con la Argentina bajo la presidencia de Perón sufrían perma-
nentes altibajos, ya que Uruguay recibía a los antiperonistas que buscaban refugio
y campo libre para la resistencia contra el mandatario argentino, a quien llamaban
el “tirano nazi”. Junto a ellos se movían exiliados paraguayos, bolivianos, espa-
ñoles y brasileños. Uruguay era realmente “tierra de asilo”. Las relaciones con
Argentina no mejoraron sustancialmente ni con las visitas “secretas” –pero de las

(15) Sobre las posturas terceristas, expresadas en el Semanario “Marcha” y en corrientes mayori-
tarias de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) puede consultarse Aldo
Solari, El tercerismo en el Uruguay. Análisis de una ideología, Montevideo, Alfa, 1965.
(16) Sobre el Tratado del TIAR y la Conferencia de Bogotá, véase: Gordon Connell-Smith, El sis-
tema..., op. cit., pp.228-236, y 249-253.
148

Imagen 12. Luis Batlle Berres


y Juan Domingo Perón. En-
cuentro realizado en febrero de
1948 en el medio del Río Uru-
guay (cuyos límites todavía no
habían sido fijados por tratado
alguno). Perón vino en el lujoso
yate “Tecuara”, mientras Luis
Batlle abordó en Nueva Palmi-
ra el “Capitán Miranda”. Si
bien el protocolo determinó que
se trasladaran de uno a otro bar-
co, más allá de las fotos de am-
bos Presidentes con abrazos y
amplias sonrisas, los resultados
fueron magros: una declaración
de  tradicional  entendimiento
entre países hermanos, la posi-
ble negociación de un acuerdo
comercial y, en concreto, la for-
mación de una Comisión para
el estudio del Salto Grande con
miras a la realización de una re-
presa. En realidad todo seguía
igual. (Foto: AGN.)

cuales la prensa siempre tenía noticia–, de Luis Batlle a Buenos Aires, cuando era
Vicepresidente, ni con la visita de Eva Perón, de regreso de su viaje a Europa en
1947, recibida con gran ceremonial en Montevideo. Tampoco cambió mucho las
cosas el encuentro que Juan Domingo Perón y Luis Batlle tuvieron en medio del
Río Uruguay, en febrero de 1948, que salvo algunas declaraciones al uso, solo dejó
como positivo el impulso a los estudios para el aprovechamiento hidroeléctrico del
río Uruguay.17
En 1950 se realizaron nuevas elecciones en nuestro país. La lista 15 de Luis
Batlle llevó como candidatos a Andrés Martínez Trueba y Alfeo Brum. La lista 14
presentó los nombres de César Mayo Gutiérrez y César Batlle Pacheco. El resto de
los colorados, provenientes de los grupos menores no batllistas, se unieron tras la
candidatura de Eduardo Blanco Acevedo y Cyro Giambruno. El Partido Nacional
Herrerista insistió con la fórmula Luis Alberto de Herrera - Martín Echegoyen. El

(17) Sobre dicha entrevista, véase: Juan A. Oddone, Vecinos en discordia…, op. cit., pp. 57-59.
149

triunfo fue para el Partido Colorado con el 52,6% de los votos. Sin embargo, las
diferencias entre la lista 15 y la 14 no fueron muy amplias. Los resultados a la in-
terna indicaban que habría que hacer alianzas. El Partido Nacional Herrerista obtu-
vo el 30,93% de los votos mientras que el Partido Nacional Independiente obtuvo
el 7,6%. En cuanto a los partidos menores, llamados “de ideas”, lo más señalado
fue el descenso, casi a la mitad, de los votos obtenidos por el Partido Comunista
(2,3%), hecho atribuible a la posible influencia de la Guerra Fría y la creciente
campaña anticomunista.18
Poco después de iniciado su mandato, Martínez Trueba empezó contactos
intra e interpartidarios para llevar a cabo una nueva reforma de la Constitución,
para establecer un régimen colegiado total. Luis A. de Herrera, que en la elección
anterior se había mostrado contrario a la misma, le dio el aval pensando que era
una forma de recuperar espacios de poder perdidos, ya que los guarismos electo-
rales habían mostrado una diferencia difícil de superar con su antiguo rival. Los
batllistas, aunque los miembros de la lista 15 no se mostraron muy entusiasmados,
no podían negarse a lo que era prácticamente un mandamiento del Partido. Las
razones de este nuevo cambio constitucional son difíciles de desentrañar. Para al-
gunos, principalmente los seguidores de Luis Batlle, la propuesta fue entendida
como una traición y una manera de cerrarle el camino a su líder para una nueva
presidencia. Para otros, dado los momentos relativamente difíciles que se vivían
económicamente antes de que llegaran las relativas “bonanzas” de la Guerra de
Corea, el proyecto de reforma constitucional pudo ser una manera de compartir los
costos políticos de hacer frente a una situación que se mostraba compleja y desa-
fiante, y con un creciente descontento de los sectores asalariados.
El plebiscito constitucional tuvo lugar el 16 de diciembre de 1951. Triunfó
el “Sí” que ratificaba la reforma constitucional, salvo en Montevideo, señal de la
repulsa de los “comunistas chapa quince”, como llamaban sus adversarios a los
seguidores de Luis Batlle. El 25 de enero de 1952 se instaló el primer Colegiado,
correspondiéndole la presidencia a Andrés Martínez Trueba hasta el final del perío-
do para el cual había sido electo. Integrado por nueve miembros, no se aplicaba es-
trictamente la representación proporcional, sino que seis consejeros correspondían
al lema más votado y tres al que le siguiera en votos (seis colorados y tres blancos,
aunque a la interna de cada grupo sí se aplicaba la repartición proporcional). La
Constitución de 1952 incorporó también el derecho al gobierno autónomo de la
Universidad de la República, que debería reglamentarse por ley.

(18) Banco de Datos del Programa de Política y Relaciones Internacionales (PRI) de la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Acceso por http://www.fcs.edu.uy/pri/electora-
les.html.
150

Uruguay, como hemos señalado, había alcanzado un régimen salarial y de


seguridad social avanzado para la época. Los cambios en la coyuntura internacio-
nal –los resultados del Plan Marshall en Europa y la reconversión de la industria
norteamericana– afectaron esta situación, complicando las posibilidades competi-
tivas para las exportaciones uruguayas. Esta situación repercutió en las condicio-
nes de vida de los asalariados uruguayos que, bien organizados, respondieron con
una serie de huelgas (transporte, enseñanza, municipales, ANCAP, salud pública),
las que alcanzaron su mayor fuerza en 1952. La primera reunión del novel Consejo
Nacional de Gobierno (así se denominó al Poder Ejecutivo colegiado en la nueva
Constitución) estuvo dedicada a la bienvenida a los nuevos gobernantes por parte
de Martínez Trueba, mientras que el resto de su exposición la dedicó a plantear
el problema de las huelgas, la inseguridad pública, el peligro del desorden y la
infiltración comunista, así como la manera de ponerles fin. Con la oposición de
los quincistas, la decisión adoptada por mayoría fue aplicar “mano dura” contra
los gremios en huelga.19 Se decretaron “medidas prontas de seguridad” en marzo
y en setiembre de 1952. En la aplicación de estas últimas se procesaron dirigentes
sindicales, se disolvieron organizaciones gremiales y se detuvo a más de 400 tra-
bajadores, procediendo en algunos casos a su traslado al Interior del país. Según se
afirmaba en el diario nacionalista “El País”, se trataba de “defender el orden con-
tra la subversión; la ley contra la violencia organizada, la libertad contra el liber-
tinaje”.20 Por su parte, César Batlle sostenía que esa huelga –se refería a la huelga
de ANCAP y la Federación Naval– no era culpa de los obreros “sino de quienes
los extraviaban” y de haber triunfado hubiera constituido una “verdadera revolu-
ción”, “el triunfo de la anarquía”. Las medidas adoptadas, las declaraciones de
algunos líderes políticos, y la dureza de la represión desarrollada en esta ocasión
son tal vez unas de las primeras manifestaciones de que, detrás de la imagen de una
“perfecta democracia”, anidaban grandes contradicciones. Esta situación pareció
quedar en el olvido con el triunfo aplastante del sector de Luis Batlle Berres en las
elecciones de 1954, bajo el slogan de “Todo o nada”.
Más allá de la intención de Luis Batlle de seguir aplicando el modelo de
industrialización por sustitución de importaciones (ISI) –por ejemplo, viajando a
Estados Unidos en busca de mercados para los tops de lana u otorgando subsidios
a través de la fijación de tipos de cambio diferenciales– este modelo, que apostaba
fundamentalmente al mercado interno, empezó a agrietarse. Su final, sin embargo,
fue lento, “a la uruguaya”, como se verá más adelante. En 1956, por necesidad o

(19) Al respecto, véase Hugo Cores, La lucha de los gremios solidarios (1947-1952), Montevideo,
Editorial Compañero/E.B.O., 1989.
(20) La autora ha realizado un relevamiento de la prensa periódica del período. Esta como las si-
guientes citas corresponden a ese trabajo en curso que aún se encuentra inédito.
151

siguiendo consejos del Fondo Monetario Internacional (FMI), que nunca dejó de
visitar el Uruguay aunque aún no se hubieran solicitado préstamos, debió variarse
el valor de la moneda, con lo cual la cotización oficial del dólar se duplicó. Tal de-
cisión, según miembros del FMI, parecía indicar que el Uruguay comenzaba a “en-
trar en razones” y acercar el valor del dólar a su verdadero precio internacional.
Mientras tanto Uruguay seguía recibiendo refugiados políticos, en 1954,
provenientes de Guatemala, país invadido por testaferros de Estados Unidos con
la excusa de tener un régimen comunista encabezado por su presidente Jacobo Ar-
benz.21 En 1955, los uruguayos vivieron como propias las peripecias que llevaron
al derrocamiento de Perón por parte de la “Cruzada Libertadora” encabezada por el
General Lonardi. Poco antes de la caída definitiva del Perón, uno de los complota-
dos, el Contralmirante Isaac Rojas, había desembarcado en Montevideo trayendo a
puerto a los cadetes de la Marina, los que fueron recibidos como hijos propios por
la sociedad montevideana.
El final del colegiado batllista no fue tranquilo. Montevideo se vio sacudido
por numerosas manifestaciones de los estudiantes universitarios, violentamente

Imagen 13. El desempleo y la


“15”. Caricatura de Julio E.
Suárez (Jess) publicada en el
semanario “Marcha”, 1º de
agosto 1958.

(21) El presidente derrocado, después de su exilio en México, también pasó algunos años en el
Uruguay. Sobre la intervención a Guatemala y el asilo de Jacobo Arbenz en Uruguay véase: Roberto
García, La Cia y los Medios en Uruguay, Montevideo, Amuleto, 2007.
152

reprimidas, en reclamo de la sanción de la Ley Orgánica de la Universidad que,


entre otras disposiciones, incluía la autonomía ya prevista en la Constitución. El
movimiento obrero se unió a las manifestaciones reclamando por la ampliación
del seguro de paro, de las asignaciones para los desocupados y el otorgamiento de
salarios por maternidad. La consigna “Obreros y estudiantes unidos y adelante”
pasó a formar parte, de aquí en más, de las luchas sociales que protagonizaron
estos grupos y que, en el corto plazo y habida cuenta de la crisis del país, se fueron
tornando cada vez más frecuentes. Todas las leyes reclamadas fueron sancionadas,
lo que no evitó la derrota electoral del Partido Colorado.

Los “blancos al poder” y los “barbudos” a la Habana. La década de 1960


tiene hoy personalidad propia; cada país la ha vivido a su manera, pero ha dejado
huellas indelebles en costumbres, modas, formas de convivencia, etc. En Uruguay,
podría afirmarse que la década del sesenta comenzó antes y concluyó después.
Podría situarse su comienzo en 1959 cuando se produjeron dos hechos relevantes,
uno a nivel interno y otro internacional. A nivel interno, el sector herrerista, en
alianza con la Liga Federal de Acción Ruralista, llevó al gobierno al Partido Nacio-
nal, luego de casi una centuria de administraciones conducidas por el Partido Co-
lorado. El otro hecho, en el plano internacional pero de consecuencias importantes
hasta el día de hoy, fue el triunfo de la revolución encabezada por Fidel Castro con-
tra la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba, cuyos seguidores (conocidos como
“barbudos” debido a su aspecto llamativo por las largas barbas) lo acompañaron

Imagen 14. Manifestaciones


por el triunfo del Partido Na-
cional en las elecciones de
1958.
153

a su entrada en la Habana el 1º de enero de 1959, poco antes de que la alianza he-


rrero-ruralista asumiera el gobierno el 1º de marzo del mismo año. Cuando Castro
comenzó a aplicar reformas radicales y se declaró marxista-leninista, América se
sacudió; como resultado de apoyos o rechazos a la revolución cubana ya nada sería
igual. Una base “comunista” se había enquistado en la zona de influencia de los
Estados Unidos.
No existe acuerdo hasta el día de hoy acerca de los aportes electorales de
“herreristas” o “ruralistas” para el triunfo de la fórmula mayoritaria. También es
necesario resaltar, en esa victoria electoral, el hecho de que el Partido Nacional
hubiera completado su proceso de reunificación tras el cisma provocado por las ali-
neaciones seguidas a raíz del golpe de Estado de 1933. Constituye un hecho indis-
cutible, por el contrario, que fue ese uno de los cambios políticos más destacables
en el Uruguay del siglo XX. La rotación de los partidos políticos en el gobierno,
según algunos autores, puede interpretarse como una expresión de la búsqueda de
caminos de solución para los graves problemas económicos y sociales que estaba
atravesando el país desde 1955. Más allá de sus diferencias, “herreristas” y “rura-
listas” en el gobierno compartían el rechazo al régimen de “dirigismo económico”
imperante, al que consideraban “nefasto” e “inoperante” puesto que, según soste-
nía Nardone, solo favorecía a los industriales y enriquecía a Montevideo, con los
recursos que “succionaba” del campo.
El primer colegiado blanco, especialmente a través del accionar de su Mi-
nistro de Hacienda el Contador Eduardo Azzini, comenzó el proceso que conduci-
ría lentamente al Uruguay hacia el liberalismo económico. El año 1959 fue un año
difícil, testigo de unas de las inundaciones más terribles en la historia del país. A
fin de año, dando comienzo al proceso liberalizador de la economía, se sancionó la
ley de Reforma Cambiaria y Monetaria, para beneplácito de los ganaderos y finan-
cistas. En apretada síntesis, la ley puso fin al sistema de contralor de importaciones
y exportaciones, eliminó los llamados “cambios múltiples” que regulaban el valor
de compra y de venta del dólar según los productos, estableció un cambio único
resultante del “libre juego de la oferta y la demanda”, devaluó el peso uruguayo
llevándolo a $11 por dólar, eliminó subsidios a la producción y el consumo y fijó
detracciones a la exportación de lanas, carne y cueros.
La ley de Reforma Cambiaria y Monetaria no fue la solución esperada. Por
primera vez el país debió recurrir a un préstamo del Fondo Monetario Interna-
cional, firmando en 1960 la primera carta-intención con dicho organismo, cuyas
condiciones no pudo cumplir posteriormente. La crisis se manifestó en forma de
una creciente espiral inflacionaria, especulación, fuga de capitales, disminución
de las reservas de oro, crecimiento de la Banca privada y acortamiento del papel
tradicional del Banco de la República como “motor” de la economía del país. En
efecto, el BROU parecía convertido en exclusivo sostenedor de las necesidades
154

fiscales del gobierno, al punto de llegar un momento en que no dispuso casi de


fondos para las exigencias fiscales mínimas. Esta situación fue acompañada de la
baja de los salarios reales, el aumento del costo de vida y un creciente descontento
en los sectores asalariados organizados.
Durante los primeros años de la década de los sesenta, fundamentalmente a
través de algunos órganos de prensa, se impulsó, bajo el pretexto de lucha contra
el comunismo, una campaña de oposición a todo lo que supusiera una ideología
de cambio. Desde la óptica de los voceros de esta iniciativa, la Universidad y los
centros de enseñanza secundaria representaban los dos focos principales de irra-
diación de las nuevas ideas. Estas tendencias de creciente anticomunismo mani-
festadas por algunos de los sectores más conservadores de los partidos Nacional y
Colorado y por integrantes de la Liga Federal de Acción Ruralista, se insertaban,
a su vez, en un contexto más amplio: el del proyecto continental de aislamiento
hacia una Revolución Cubana que se había declarado comunista. En este sentido
el período que comienza en los años sesenta estuvo marcado por la profundiza-
ción de la influencia norteamericana en el continente. Podemos comprobar cómo
las diferentes medidas en materia de política internacional impulsadas durante el
primer colegiado blanco tendieron a alinear al país en una política de hostilidad
hacia Cuba. El ser sede de la reunión donde se organizó la Alianza Para el Progre-
so (1961), el haber declarado al primer secretario de la embajada de la URSS y al
embajador cubano en Uruguay personas no gratas (1961) y la decisión tomada por
la VIII Reunión de Consulta de Cancilleres en Punta del Este de expulsar a Cuba
de la OEA (1962), representan algunos hechos clave que permiten caracterizar la
actitud del gobierno uruguayo en materia de asuntos exteriores.22
El Uruguay de tolerancia y respeto por las ideas de todos comenzó a trans-
formarse. El Ateneo de Montevideo, histórico recinto defensor de la democracia
liberal, viró hacia un conservadurismo anticomunista propio del macarthysmo.23
Como respuesta a la campaña que se desarrollaba en torno a la defensa de la revo-
lución cubana, y debido al viraje hacia la izquierda de numerosos grupos “terceris-
tas” (tales como la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay), a lo que
se sumaba el temor provocado por un sindicalismo cuyos dirigentes pertenecían a
partidos de izquierda, varios grupos de ultraderecha comenzaron a actuar abierta-
mente en el escenario público. En 1960 el Movimiento Estudiantil para la Defensa

(22) Benjamín Nahum, Ana Frega, Mónica Maronna e Yvette Trochon, El fin del Uruguay liberal,
1959-1973, Montevideo E.B.O. 1990, pp. 16-17.
(23) Se llama de esta forma a las actuaciones impulsadas por el Senador norteamericano Joseph Mc
Carthy en la década de 1950 en Estados Unidos, que consistieron en denuncias, confección de “listas
negras”, juicios irregulares y encarcelamiento de presuntos simpatizantes o integrantes del “comu-
nismo”.
155

de la Libertad (MEDL), ultraderechista y anticomunista, asaltó la Universidad, por


considerar que tanto profesores como estudiantes eran la avanzada de la “cruzada
del comunismo internacional”. Según se comentó en la época, el asalto fue dirigido
por Eduardo Rodríguez Larreta, contó con la asistencia del Jefe de Policía, General
Mario O. Aguerrondo, y el decidido apoyo del diario “El País”. 24
En 1961, en respuesta a los reclamos de los países sudamericanos que su-
frían crisis similares a la que afectaba al Uruguay y tratando de evitar nuevas “Cu-
bas”, se realizó en Punta del Este una Conferencia de la Comisión Interamericana
Económica y Social (CIES) dependiente de la OEA. Se diseñaron allí algunos
planes para sacar a América Latina de su situación de “subdesarrollo”, desigualdad
y pobreza. Se aprobó, asimismo, la llamada “Alianza para el Progreso”, propuesta
del recientemente electo presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy. Este plan
apuntaba al otorgamiento de apoyo financiero tendiente a movilizar la economía
de los países americanos.
Entre los presentes en dicha Conferencia estuvo, en representación de Cuba,
Ernesto “Che” Guevara, quien, para disgusto de los sectores conservadores y an-
ticomunistas habló en el Paraninfo de la Universidad para una multitud que se
extendió por 18 de Julio y las calles adyacentes. En su alocución, entre otros temas,
Guevara advirtió sobre la necesidad de mantener el régimen vigente en el país,
que podía permitir cambios dentro de la legalidad. El acto tuvo un dramático final,
una bala destinada presumiblemente al revolucionario argentino-cubano mató a un
uruguayo, el profesor de historia Arbelio Ramírez.
En 1962 continuaron los atentados de grupos ultraderechistas. Además del
intento de tomar la Sede Central del Partido Comunista, con el resultado de la
muerte de uno de los asaltantes, fue atacada con bombas la Casa del Pueblo del
Partido Socialista. Al mismo tiempo, grupos antisemitas realizaron atentados con-
tra casas de judíos, y secuestraron a Soledad Barrett, una joven estudiante para-
guaya asilada en Uruguay, a quien usando hojas de afeitar, grabaron svásticas en
sus muslos. Algunos interpretaron estos sucesos como represalia del rapto del nazi
Adolf Eichmann en la Argentina, realizado por comandos israelíes. La violencia
política empezaba a hacerse más visible en el Uruguay, lejos ya de ser la “Suiza
de América”.
En este contexto, en 1960 el gobierno nacionalista conformó una Comisión
Investigadora para el Desarrollo Económico (CIDE) que tuvo entre sus cometidos

(24) Este episodio fue debatido al día siguiente y en instancias posteriores en la Cámara de Sena-
dores, en donde se denunció la participación de las personas mencionadas. Diario de Sesiones de
la Cámara de Senadores, correspondientes a los días 6 y 10 de octubre de 1960. Datos tomados de
Mauricio Bruno, La caza del fantasma. Benito Nardone y el anticomunismo en el Uruguay (1960-
1962). Montevideo, FHCE, 2007, mimeo. Colección Estudiantes, nº 28.
156

básicos estudiar la realidad del país y formular planes para su desarrollo, buscando
financiación externa o interna. Se seguían para ello las líneas emanadas de la Co-
misión Económica para América Latina (CEPAL), organismo dependiente de las
Naciones Unidas. En forma paralela, llegaba a Montevideo la primera marcha de
los cañeros –trabajadores de la caña de azúcar­ provenientes del departamento de
Artigas. La miseria del norte del país también formaba parte del Uruguay “feliz”
que había pasado por alto algunas realidades. Los “peludos”, como se los llamaba
a esos trabajadores, fueron organizados por el entonces socialista, Raúl Sendic,
que luego de haber hecho lo mismo con los remolacheros de Paysandú y los cañe-
ros de Salto, formó la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA) con
los zafreros de CAINSA, empresa estadounidense en la que trabajaban los cañeros
en condiciones verdaderamente infrahumanas.25
La crisis económica y social que sacudía al país no dejó de afectar a los par-
tidos políticos. Entre otros cambios, se produjeron nuevas subdivisiones dentro de
los partidos Nacional y Colorado, que no llegaban a estructurar un programa con-
junto de soluciones para la crisis. A su vez, también parecía ir en aumento una pér-
dida de legitimidad de la acción partidaria o, de los “políticos” como tales. Según
Carlos Real de Azúa, la gente común había empezado a descreer de los políticos,
que si bien seguían repartiendo algunas prebendas de una torta cada vez más chica,
habían sancionado una serie de leyes que les daban beneficios realmente importan-
tes (sueldos, jubilaciones altísimas, autos baratos, entre otros), en detrimento del
conjunto de la población.26
El Partido Nacional, luego de la muerte de Herrera, se dividió en el “herre-
rismo ortodoxo”, que contó entre sus dirigentes con Eduardo V. Haedo, Alberto
Heber Usher y Luis Gianattasio, y el “echegoyenismo”, liderado por Martín R.
Echegoyen, que continuó aliado con el “ruralismo”, formando el “Eje herrero-
ruralista”. Por otro lado, a partir de escisiones del herrerismo y de aportes del
nacionalismo independiente, surgió el Movimiento Popular Nacionalista (MPN)
del cual una de las figuras claves fue Daniel Fernández Crespo, atrayendo tanto
adherentes del medio rural como importantes sectores urbanos. De la conjunción
del MPN, Reconstrucción Blanca y el Partido Nacional Independiente, surgió la
Unión Blanca Democrática (UBD), aglutinando a quienes hasta poco tiempo atrás

(25) Yamandú González Sierra, Los olvidados de la tierra. Vida, organización y luchas de los sin-
dicatos rurales, Montevideo, Editorial Nordan, 1994, pp.175-220.
(26) Véase Carlos Real de Azúa, El impulso y su freno. Tres décadas de batllismo y las raíces de la
crisis uruguaya, Montevideo, E.B.O., 1964. Segunda edición, 2007. Sobre el clientelismo político
puede consultarse, además, Germán Rama, El club político, Montevideo, Arca, 1971.
157

Imagen 15. La visión de “El Pulga” sobre la gestión política. En la caricatura se representan, vestidos de
negro, a Benito Nardone y Eduardo Víctor Haedo; sobre los hombros de Nardone, Martín R. Echegoyen.
Caricatura de Julio E. Suárez, Peloduro.

habían sido adversarios irreconciliables. Para algunos autores, la base de la unión


debía buscarse en su oposición al liderazgo herrerista.27
También se produjeron cambios en la izquierda. La Unión Cívica se dividió
surgiendo un nuevo partido progresista y de signo izquierdista, acorde con las
nuevas orientaciones de la Iglesia dirigida por el Papa Juan XXIII, el Partido De-
mócrata Cristiano. El Partido Socialista abandonó su lema para formar la Unión
Popular, con aportes socialistas, cristianos y nacionalistas liderados por Enrique
Erro escindidos del herrerismo. El Partido Comunista constituyó otra alianza, el

(27) Véase: Carlos Zubillaga y Romeo Pérez, Los partidos políticos, Montevideo, Claeh, 1983.
(Serie: El Uruguay de nuestro tiempo 1958-1983, fascículo Nº 5.)
158

Frente Izquierda de Liberación (FIDEL), junto a sectores provenientes de la ex


Agrupación “·Avanzar” de origen batllista, nacionalistas, e independientes. El lla-
mado a la unidad de las izquierdas no era nuevo, reconociendo antecedentes en
el llamamiento realizado por Carlos Quijano en 1933; y siendo reiterado en el
contexto de la crisis por el movimiento estudiantil y el movimiento sindical, este
también en proceso de unificación hacia una central de trabajadores.
También dentro del Partido Colorado batllista hubo escisiones y reagrupa-
mientos, aunque los nuevos sectores no hicieron abandono del lema. Surgió así el
sublema “Por el gobierno del Pueblo”, lista 99, liderado por Zelmar Michelini, que
decía recoger las “mejores tradiciones” del batllismo. La Lista 15, por su parte,
se unió a sus “viejos enemigos”, riveristas, baldomiristas, blancoacevedistas. El
catorcismo (Lista 14) se alió con otros colorados independientes y formó la Unión
Colorada y Batllista, que llevó como candidato al primer puesto del Consejo Na-
cional de Gobierno al General Oscar D. Gestido. En las elecciones de noviembre
de 1962, las urnas le dieron el triunfo a la UBD, en el Partido Nacional.
El segundo colegiado blanco, más allá de buenas intenciones, mostró des-
orientación e indecisiones, oscilando entre el “dirigismo”, el “desarrollismo”28 y
las “recetas” del Fondo Monetario Internacional. Entre la obra realizada se contó
el Censo General de Población de 1963 (que siguió al de 1908) y el Plan de De-
sarrollo solicitado a la CIDE que, de haber contado con voluntad política para su
aplicación, tal vez hubiera logrado cerrar las llagas más agudas de un país hundido
en una terrible crisis económica, política y financiera.
La CIDE –ahora Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico– atribuía
la crisis económica al estancamiento en el agro, provocado por el atraso tecnoló-
gico y la persistencia de los latifundios. Esta situación influía en el estancamiento
de la industria, para cuyo “despegue” eran necesarios unos insumos que no se
producían en el país y, en consecuencia, dependía de las divisas derivadas de las
exportaciones agropecuarias. En este marco, el Ministro de Ganadería y Agricul-
tura, Wilson Ferreira Aldunate, propuso en 1964 un proyecto de reforma agraria,
coincidente con el diagnóstico de la CIDE, que preveía la fijación de los límites
de tenencia de la tierra y unos impuestos a la baja productividad. Sin embargo, el
proyecto, remitido a la Cámara de Representantes, nunca fue aprobado.

(28) El “desarrollismo” es una corriente teórica de la economía que fundamenta su análisis sobre el
postulado de que la brecha económica entre países desarrollados y subdesarrollados se amplía por la
existencia de un esquema comercial centro-periferia, que deteriora los términos de intercambio, es
decir, la capacidad de compra de las exportaciones. En este sentido, propone la activación de políticas
estatales que promuevan la industrialización, garantía para un desarrollo autónomo. El hecho de que
el director de la CEPAL, Raúl Prebisch, se inscribiera en esta corriente, hizo que tuviese un impor-
tante impacto sobre las políticas económicas de varios países latinoamericanos en los años cincuenta
y sesenta.
159

En el mismo año de asunción del nuevo gobierno, 1963, un robo de ar-


mas al Club Tiro Suizo de Colonia Valdense, causó desconcierto en la opinión
pública. Rápidamente la policía identificó a Raúl Sendic, entonces miembro del
Partido Socialista, entre los participantes de este episodio que, en los hechos, fue
la primera acción de agrupaciones políticas y sindicales (el Movimiento de Apoyo
Campesino, el Movimiento Izquierda Revolucionaria, la Federación Anarquista
Uruguaya, la Agrupación Libertaria Uruguaya, la Unión de Trabajadores Azucare-
ros de Artigas entre otros), un grupo de militantes socialistas y de independientes
que desde este año habían comenzado a coordinar acciones. Según testimonios de
sus integrantes, este “Coordinador” surgió como grupo de autodefensa de las orga-
nizaciones sociales movilizadas sobre las cuales recaía la represión policial y los
ataques de las bandas de ultraderecha, pudiendo no obstante constatarse también
un horizonte insurreccional en sus planteos más tempranos, influidos por las expe-
riencias “foquistas” y la Revolución Cubana. En el transcurso de los años, varios
de sus miembros fueron definiendo la opción a favor de la lucha armada como al-
ternativa política, dando origen en mayo de 1965 al movimiento Tupamaros, cuya
primera convención se realizó en enero 1966.29
En el año 1964 se dio un paso importante hacia la unificación sindical que
se mantiene hasta nuestros días: se había realizado una Convención Nacional de
Trabajadores, de la que en poco tiempo surgiría, como se verá en el capítulo 8, la
CNT.
En el ámbito político, complicando aun más el panorama, se produjo la
muerte de varios líderes partidarios: Luis Batlle Berres, Benito Nardone, Javier
Barrios Amorín y Daniel Fernández Crespo.
También en 1964 trascendieron rumores acerca de la posibilidad de un golpe
militar.30 Un hecho similar había tenido lugar seis años antes, cuando en las víspe-
ras de la asunción del primer gobierno blanco se dijo que un grupo de generales de
las Fuerzas Armadas le había planteado a Luis Batlle la posibilidad de impedir el
acceso al gobierno del sector nacionalista.
En este sentido debe mencionarse el proceso de politización que, desde los
años cincuenta, venían experimentando las Fuerzas Armadas uruguayas, cuyos
integrantes, al igual que sucedía en el resto del continente, recibían cursos de en-
trenamiento militar impartidos en Estados Unidos y Panamá. En este contexto de
polarización ideológica ambientado por la Guerra Fría, los contenidos de este en-
frentamiento apuntaban fundamentalmente a impedir la expansión del “comunis-
mo” en el continente americano. De acuerdo a la “doctrina de la seguridad nacio-

(29) Véase Clara Aldrighi, La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el MLN-Tupama-
ros, Montevideo, Trilce, 2001, pp. 73-75.
(30) Cabe recordar que ese mismo año se dieron golpes de Estado en Bolivia y en Brasil.
160

nal” el ejército debía prepararse para enfrentar un nuevo tipo de lucha, en la que el
enemigo presentaba diferentes rostros y actuaba en frentes múltiples. Precisamente
uno de los rasgos distintivos de la guerra antisubversiva estaba marcado por la idea
de la presencia del “enemigo” en el frente interno.
En el marco de una crisis ministerial, el Gral. (R.) Pablo Moratorio fue de-
signado para ocupar la cartera de Defensa Nacional. Las medidas tomadas en di-
ciembre de 1964 por el nuevo ministro para impedir el aterrizaje de Perón en el
aeropuerto de Carrasco, además de traducir el amplio margen de decisión del Se-
cretario de Estado, revelaban la existencia de conexiones entre militares argentinos
y uruguayos.31
En materia de política internacional, en 1964 el Consejo Nacional de Go-
bierno decretó la ruptura de relaciones diplomáticas con el gobierno de Fidel Cas-
tro.32 La dura represión de la multitud que fue a despedir al embajador cubano al
aeropuerto de Carrasco fue el corolario de este episodio que traducía el aumento de
las tendencias anticomunistas en algunos sectores del la sociedad uruguaya.33
En el plano internacional también se sentían las contradicciones del alinea-
miento con los Estados Unidos. En la Tercera reunión del Consejo Interamericano
Económico y Social (CIES), celebrada en Lima en diciembre de 1964, el Presiden-
te de la Delegación uruguaya y subsecretario del Ministerio de Hacienda, Héctor
Lorenzo Ríos, enrostró al Secretario de Estado estadounidense, Thomas Mann,
asesor especial en la Alianza para el Progreso, lo que significaba la dependencia
para nuestros países: “América Latina también puso sangre y sudor en la empresa
común [Segunda Guerra Mundial]. Sangre y sudor sobre la tierra y sangre y sudor
bajo la tierra. En la guerra, como ahora y siempre lo hace en la paz. Porque no
otra cosa es la permanente contribución de los pueblos de América Latina para
alimentar el crecimiento de los países industrializados […] Esa sangre tiñe de
rojo, en la guerra y en la paz, el salitre y el cobre, el banano y las lanas, las carnes
y el café, el petróleo y el estaño […]. Con ella y el sudor de los pueblos sujetos a
la miseria del subdesarrollo, se está fertilizando América Latina”.34

(31) Rosa Alonso y Carlos Demasi, Uruguay 1958-1968: crisis y estancamiento, Montevideo,
E.B.O., 1986, pp. 37-38
(32) La propuesta contó con seis votos a favor (Luis Giannattasio, Oscar Gestido, Washington Bel-
trán, Héctor Lorenzo y Losada, Alfredo Puig Spangenberg –sucesor de Fernández Crespo– y Carlos
M. Penadés) y tres abstenciones (Alberto Abdala, Amílcar Vasconcellos y Alberto Heber).
(33) Benjamín Nahum, Ana Frega, Mónica Maronna, Yvette Trochon, El fin del Uruguay liberal...,
op. cit., pp. 34-35.
(34) Thomas Mann había aludido en su discurso a los navíos norteamericanos hundidos durante
la Segunda Guerra Mundial, cuando transportaban productos a los países sudamericanos. Citado en
Ricardo Rocha Imaz, Los blancos. Breviario de hombres y hechos del Partido Nacional, 1836-1966,
Montevideo, Cerno Editorial, 1978. Cabe agregar, además, que en ese año el Senado norteamericano
161

Pese a esto, las respuestas del gobierno a los reclamos de los sindicatos y
los estudiantes fueron de tenor autoritario. Ellas, sin embargo, no impidieron la
formación unitaria de la Convención Nacional de Trabajadores, ni los atisbos del
“asalto al cielo” que entrevieron sectores importantes de estudiantes, intelectuales
y trabajadores. Los años sesenta comenzaron en el Uruguay henchidos de temores
y esperanzas.

Para saber más


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toria de Guatemala, Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Gua-
temala, 2006.

había votado la extensión del régimen de la Ley Nº 480, que subsidiaba la exportación de productos
agrícolas norteamericanos, a la exportación de carnes, lo que significaba una competencia desleal
para países como Uruguay o Argentina, por ejemplo.
162

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TURIANSKY, Wladimir. El movimiento obrero uruguayo. Montevideo, E.P.U., 1973.
163

Capítulo 5

Liberalización económica, dictadura y


resistencia. 1965-1985
Magdalena Broquetas San Martín

Resumen
En un contexto de alta movilización política y gremial –aumento de la ca-
pacidad de presión de los sectores asalariados, crecimiento electoral de la izquierda
y apuesta de un sector de ésta a la vía armada como opción de cambio– la implan-
tación del modelo neoliberal, impulsado por los grandes grupos económicos, se
realizó por la vía autoritaria. En este sentido, la estructuración de una política hacia
las Fuerzas Armadas acorde con la doctrina de la seguridad nacional preconizada
por los Estados Unidos, constituyó un recurso clave del elenco civil para contener
la movilización social e implementar el nuevo modelo. En este período el país no
permaneció ajeno al ciclo latinoamericano de golpes de Estado, que se inició en
1964 en Brasil para extenderse a lo largo de las dos décadas siguientes. La profun-
dización de la represión caracterizó al tramo exclusivamente dictatorial, signado
por los secuestros, las detenciones, las torturas, las desapariciones de adultos y
niños, las destituciones y la clausura de los canales de expresión opositores. La
emigración de una importante porción de la población por razones políticas y eco-
nómicas representó otra de las constantes de este período. No obstante, y a pesar del
sentimiento de miedo que dominó la vida pública y privada de muchos uruguayos,
existieron variadas expresiones de resistencia. La negociación política, la protesta
social –dentro y fuera del país– y las condenas internacionales a las violaciones de
los derechos humanos, pautaron el último tramo de este período, que se cerró con
las elecciones de noviembre de 1984, que marcaron el inicio de la restauración del
régimen democrático.
164

Movilización popular y autoritarismo en la consolidación


de un nuevo modelo económico (1965-1973)
Especulación financiera, inflación y políticas fondomonetaristas. El
período que se inaugura en 1965 estuvo caracterizado por la inflación, la espe-
culación financiera y el aumento del endeudamiento externo. Los índices de la
época señalan el aumento constante de los precios de los bienes de consumo y de
las tarifas de los servicios. Los salarios de los trabajadores no acompasaron este
aumento en el costo de la vida, lo cual trajo como resultado el empobrecimiento
generalizado de la población. 
A la inflación y la especulación financiera se sumó en abril de 1965 una
crisis bancaria que, además de sacar a luz irregularidades y episodios de corrup-
ción política, sembró una fuerte desconfianza tanto en los ahorristas como en los
acreedores extranjeros.
A partir de este momento se profundizó la adopción de las políticas econó-
micas postuladas por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Excepto durante un
breve período de 1967 –conocido como los “cien días”– los gobiernos blancos y
colorados desarrollaron una política económica que siguió las recomendaciones de
este organismo. Para mediados de la década de 1960 la deuda externa había cre-
cido considerablemente y su refinanciación quedaba condicionada al compromiso
del gobierno uruguayo de adoptar las políticas recomendadas por el FMI, cuyas
principales exigencias eran la liberalización del comercio exterior y la estabilidad
de la moneda. Durante los primeros cinco años, el gobierno uruguayo había incum-
plido los compromisos asumidos con esta y otras instituciones por lo que cada vez
contaba con menos margen de maniobra a la hora de negociar las refinanciaciones
de sus deudas. La crisis bancaria de 1965 empeoró considerablemente esta situa-
ción. La cuarta “carta de intención” que el gobierno uruguayo firmó con el FMI
en mayo de 1966 constituye un buen ejemplo de las duras condiciones en que se
pactaban los préstamos.

(1) Una síntesis de la evolución económica de este período puede encontrarse en: Walter Cancela
y Alicia Melgar, El desarrollo frustrado. 30 años de economía uruguaya (1955-1985), Montevideo,
CLAEH-E.B.O., 1985, pp. 27-38 y Henry Finch, La economía política del Uruguay contemporáneo.
1870-2000, Montevideo, E.B.O., 2005 (2ª ed. corregida y aumentada), pp. 243-268.
(2) Desde los últimos días del mes de junio hasta el 10 de octubre de 1967 el gobierno tomó me-
didas que fueron asociadas a la voluntad de reinstaurar el modelo batllista, entre las que se destacan
el control de las importaciones y los esfuerzos por establecer más de un mercado cambiario y por
pagar las obligaciones a través de empréstitos internos. A este breve período, radicalmente opuesto a
la política económica que le seguiría, se le ha llamado “los cien días”.
165

En octubre de 1967 se produjo un punto de inflexión importante cuando el


Presidente Oscar Gestido reorganizó su gabinete ministerial, designando para el
área económica a técnicos vinculados a grandes grupos económicos y partidarios
de los postulados fondomonetaristas.

Imagen 1. Caricatura del gobierno


de Gestido. Extraída del periódico
Extra (10 de octubre de 1967).

Protesta social y movilización. ¿Cómo fue vivido y resistido este proceso


por los sectores trabajadores? Producto de la expansión industrial de las dos dé-
cadas anteriores, había un alto número de trabajadores asalariados organizados en
sindicatos que entre 1964 y 1966 lograron un accionar unificado en la Convención
Nacional de Trabajadores (CNT). Para comprender las demandas de los trabajado-
res y las respuestas del gobierno durante este período, debe tenerse presente el alto
grado de movilización alcanzado por el movimiento sindical en el transcurso de

(3) El 9 de octubre de 1967 el gobierno de Oscar Gestido decretó “medidas prontas de seguridad”
para contener la movilización sindical, produciéndose en este marco aproximadamente 400 deten-
ciones y la confiscación de ediciones del diario El Popular y del semanario Marcha. Esta decisión
provocó el alejamiento de los ministros Zelmar Michelini (Industria y Comercio), Amílcar Vasconce-
llos (Hacienda), Enrique Véscovi (Obras Públicas) y Heraclio Ruggia (Trabajo y Seguridad Social).
A partir del 30 de octubre figuras vinculadas a experiencias autoritarias anteriores (César Charlone) o
asociadas a importantes grupos económicos (Walter Pintos Risso, Horacio Abadie Santos y Guzmán
Acosta y Lara) pasaron a integrar el gabinete ministerial del Presidente Gestido. Ver Carlos Zubillaga
y Romeo Pérez, La democracia atacada, Montevideo, E.B.O., 1996, p. 4, en AA.VV., El Uruguay de
la dictadura.
166

los diez años anteriores y, ligado a ello, su capacidad para impedir la concreción
de determinadas políticas.
En 1965 se destacó la realización del Congreso del Pueblo auspiciado por la
CNT, al que concurrieron delegados de más de setecientas organizaciones de dis-
tinto tipo. Además de resultar un ejemplo del grado de movilización de la sociedad
de la época, esta instancia reveló tanto las preocupaciones como las estrategias a
seguir de los sectores directamente afectados por la política económica llevada
adelante por el gobierno. De este modo, el “Programa de soluciones a la crisis”,
elaborado en el marco de este Congreso, ratificaba los postulados fundamentales
del programa de la CNT, entre los que sobresalían: la realización de una reforma
agraria que corrigiese las formas de tenencia de la tierra consideradas improducti-
vas (latifundio y minifundio); la revitalización de la actividad industrial, valorada
como principal fuente de empleo y la puesta en marcha de una política cambiaria
cuyo motor fuese el “interés nacional”. Si bien la coordinación de organizaciones
dejó de funcionar a mediados de 1967, se legaron importantes antecedentes en ma-
teria de aportes programáticos que, en adelante, serían incorporados por la CNT.
En consecuencia con estos postulados, los trabajadores agremiados en-
frentaron el descenso del salario real y la pérdida de varias conquistas sindicales
realizando paros (sectoriales y generales), huelgas y movilizaciones en todo el
territorio. 
Trabajadores y estudiantes, desde la CNT y la Federación de Estudiantes
Universitarios del Uruguay (FEUU), se solidarizaron en varias oportunidades con
las luchas de los países latinoamericanos víctimas del autoritarismo. Las inten-
sas movilizaciones que tuvieron lugar en Montevideo en 1965 cuando las Fuerzas
Interamericanas de la Organización de Estados Americanos (OEA) invadieron la
República Dominicana dan cuenta de este modo de proceder. Asimismo, se des-
tacan las múltiples manifestaciones impulsadas para impedir la realización en
Punta del Este en 1967 de la Conferencia de Presidentes de la OEA a la que, según

(4) Rosa Alonso y Carlos Demasi, Uruguay 1958-1968: crisis y estancamiento, Montevideo,
E.B.O., 1986, pp. 50-60.
(5) Las resoluciones del Congreso y sus repercusiones pueden consultarse en: Centro Uruguay
Independiente, El Pueblo delibera. El Congreso del Pueblo veinte años después, Montevideo, CUI,
1985.
(6) Héctor Rodríguez, Nuestros Sindicatos, Montevideo, Ediciones Uruguayas, 1965 y El arraigo
de los sindicatos, Enciclopedia Uruguaya, Fascículo 51, Montevideo, Editorial Arca, 1969. Ver tam-
bién Yamandú González, Cronología histórica del movimiento sindical uruguayo (Hechos, resoluciones
políticas y eventos sindicales) 1870-1984, Montevideo, CIEDUR, 1989.
167

expresó el Consejo Directivo Central de la Universidad de la República, asistieron


“dictadores cuyas credenciales son la tortura y el asesinato”.

Autoritarismo y represión. Los gobiernos blancos –presidencias de Was-


hington Beltrán y Alberto Heber en el período de vigencia del Poder Ejecutivo
colegiado– y colorados –Oscar Gestido– se mantuvieron intransigentes ante la
mayoría de los reclamos de los trabajadores. Para contener la presión gremial se
implantaron en varias ocasiones “medidas prontas de seguridad” (abril y octubre
de 1965 y octubre de 1967). Esta forma de proceder (sobre la que volveremos más
adelante) fue acompañada de varios intentos por reglamentar la acción sindical que
en los hechos suponía privar a los trabajadores de derechos históricamente adquiri-
dos. Ejemplifican esta tendencia la reglamentación del derecho de reunión (abril de
1965), la aprobación del decreto que autorizaba al desalojo de fábricas y comercios
por la fuerza pública en caso de que así lo requiriesen los propietarios (octubre de
1966) o la institución de tribunales de arbitraje para solucionar conflictos laborales
(abril de 1967).
La práctica de los interrogatorios con torturas fue denunciada en dos oportu-
nidades en este período. En 1965 se hizo público que el ingeniero y profesor de la
Universidad del Trabajo del Uruguay (UTU) Julio Arizaga, había sido víctima de
torturas en una unidad militar de Montevideo. A finales de 1967 volvieron a denun-
ciarse malos tratos y torturas a estudiantes de magisterio que habían sido detenidos
e interrogados en el Departamento de Inteligencia y Enlace. 

Imagen 2. “Pintada” en la Escollera Sa-


randí. Década de 1960. FPEP/CMDF.

(7) Marta Machado y Carlos Fagúndez, Los años duros. Cronología documentada (1964-1973),
Montevideo, Monte Sexto, 1987, p. 39.
(8) Ibídem, pp. 74-75.
168

Los partidos políticos ante la reforma constitucional. La ciudadanía


manifestaba un apoyo mayoritario a los partidos Nacional y Colorado que entre
ambos, sumando sus cada vez más numerosos sublemas, recibían los votos de
aproximadamente el 90% del electorado. Sin embargo el escenario partidario es-
taba procesando cambios profundos que arrojarían consecuencias pocos años más
tarde.
En el Partido Colorado, la “lista 15”, desde 1965 liderada por Jorge Batlle,
sustituía los históricos postulados del batllismo en materia social y económica por
las concepciones neoliberales. Este viraje suscitó el alejamiento de algunos de sus
más destacados integrantes que en una primera instancia optaron por organizar
nuevas agrupaciones dentro del partido (“lista 99” y “Frente Colorado de Uni-
dad”). Dentro de la “Unión Colorada y Batllista” –agrupación formada en 1962
con integrantes del batllismo catorcista y colorados independientes– se consolidó
una corriente que impulsó la candidatura del Gral. Oscar Gestido a la Presidencia
de la República y bregó por una reforma constitucional que reinstaurase el Poder
Ejecutivo unipersonal. También esta prédica suponía una ruptura con la tradicional
defensa que el batllismo, nucleado en torno a la “lista 14”, hiciera del gobierno
colegiado.
En el Partido Nacional se perfilaban dos tendencias opuestas: la organizada
en torno a la “Alianza Nacionalista”, caracterizada por posiciones conservadoras
desde el punto de vista social, y la de algunos sectores provenientes del “naciona-
lismo independiente” (agrupados principalmente en el “Movimiento Nacional de
Rocha”, surgido en 1964), representantes de una alternativa de corte reformista.
El Ruralismo había perdido a su líder, Benito Nardone, y debatía el rumbo
a seguir. Algunos de sus integrantes defendían la permanencia de la agrupación en
el espectro partidario, mientras que otros se mostraban proclives a retornar a sus
orígenes, limitándose a la acción gremial.
Las izquierdas discutían y actuaban en forma independiente. El 9,8% de
las adhesiones obtenidas en las elecciones de 1966 en total por los partidos de
izquierda, evidenciaba la existencia de un aparente “techo” para estas agrupacio-
nes. Sin embargo, desde principios de la década comenzaron a afinarse proyectos
de formación de un frente común. Las dificultades para la unión de los partidos y
las agrupaciones de izquierda en un frente político común estaban directamente
relacionadas con las diferencias tácticas y estratégicas imperantes en estas orga-
nizaciones. Como se ha señalado en el capítulo anterior, el proceso político expe-
rimentado por los partidos y las agrupaciones políticas desde comienzos de la dé-
cada de 1960, deben ser analizados en un contexto mundial pautado por una etapa
de especial endurecimiento de los antagonismos de la Guerra Fría en el continente
latinoamericano, que desde 1961 contaba con un gobierno apoyado por la URSS
en territorio cubano.
169

A grandes rasgos, la posición acerca de la violencia revolucionaria y el tipo


de vínculo a establecer con la Unión Soviética constituyeron dos de los grandes
“parteaguas” de la izquierda latinoamericana en esta época, ante los cuales sus
pares uruguayos no permanecieron ajenos. Una parte de la izquierda uruguaya
–representada entre otras por las agrupaciones de tendencia anarquista y las inspi-
radas en las revoluciones cubana y china– descartaba la vía electoral como motor
de cambio social, aprobando la lucha armada como forma de llegar al poder. Los
defensores de esta estrategia tuvieron su correlato en los movimientos sindical
y estudiantil, desde donde promovieron acciones tendientes a lograr una mayor
radicalización de la protesta, procurando mantener un margen de autonomía con
respecto a la subordinación partidaria. Defensor de otra posición, el Partido Comu-
nista Uruguayo (PCU) si bien no descartaba la lucha armada en una etapa futura,
apostaba a la formación de un gran movimiento de masas que creara conciencia
acerca del camino revolucionario. Rodney Arismendi –Secretario General y prin-
cipal teórico del PCU desde mediados de la década de 1950– se refería al “camino
pacífico al socialismo”. Principal impulsor de esta concepción, el PCU alentaba la
participación electoral, otorgando especial importancia a las agrupaciones partida-
rias en la planificación y organización de la protesta social. 
En 1966 se instaló con fuerza la idea de que era imprescindible sustituir el
gobierno colegiado para superar la crisis que atravesaba el país. Habiéndose pre-
sentado varios proyectos de reforma, finalmente salió vencedor el identificado con
la papeleta de votación color naranja, cuyos lineamientos principales resultaron de
un acuerdo entre sectores de los partidos Nacional y Colorado. Además de reins-
taurar un Poder Ejecutivo unipersonal –para el Presidente y para las intendencias
departamentales– que veía reforzadas sus potestades ante el Poder Legislativo, la
nueva Constitución creaba organismos de planificación en el área propiamente gu-
bernativa. Entre las novedades en esta materia se destaca la creación de la Oficina
de Planeamiento y Presupuesto (OPP) y la Oficina de Servicio Civil. La nueva
Constitución también establecía la creación del Banco de Previsión Social, encar-
gado de la administración de las pensiones y retiros. Para la regulación del sistema
monetario se instituía el Banco Central. Suele afirmarse que la nueva Constitución

(9) Para conocer más detalladamente la evolución político-partidaria del período véase: Carlos
Zubillaga, “Los partidos políticos ante la crisis (1958-1983)”, en: Gerardo Caetano, José P. Rilla,
Pablo Mieres, Carlos Zubillaga, De la tradición a la crisis. Pasado y presente de nuestro sistema de
partidos, Montevideo, CLAEH-E.B.O., 1985, pp. 41-60. Para los cambios experimentados por las
izquierdas véase también: Gerardo Caetano, Javier Gallardo y José Rilla, La izquierda uruguaya:
tradición, innovación y política, Montevideo, Ediciones Trilce, 1995; Clara Aldrighi, La izquierda
armada. Ideología, ética e identidad en el MLN-Tupamaros, Montevideo, Ediciones Trilce, 2001 y
Vania Markarian, Idos y recién llegados. La izquierda uruguaya en el exilio y las redes transnacio-
nales de derechos humanos (1967-1984), México, Ediciones La Vasija, 2005, cap. 1.
170

otorgó facilidades para la escalada autoritaria que precedió a su aprobación. Sin


embargo, Carlos Real de Azúa ha reparado en la vigencia en la larga duración de
la historia constitucional del país de los instrumentos legales que facilitaron los
posteriores desbordes autoritarios.10 Podría entonces decirse que lo novedoso fue
su utilización reiterada y su adaptación a situaciones distintas a las previstas en el
texto constitucional.
A las primeras acciones del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros
(MLN-T) a finales de 1966 se respondió en los primeros meses del año siguiente
con una operación combinada entre fuerzas policiales comunes y la Guardia Me-
tropolitana.
Comandada por el jefe del Departamento de Inteligencia y Enlace, comi-
sario Alejandro Otero, en esta operación se allanaron domicilios particulares de
políticos de izquierda, intelectuales y periodistas y el sindicato de los trabajadores
cañeros. En esta oportunidad también fue revisada minuciosamente la red de cloa-
cas de la capital.11
El 6 de diciembre de 1967 murió repentinamente el Presidente Gestido. Una
semana más tarde su sucesor, Jorge Pacheco Areco, firmaba un decreto por el cual
se retiraba la personería jurídica al Partido Socialista, el Movimiento Revolucio-
nario Oriental (MRO), la Federación Anarquista Uruguaya (FAU), el Movimiento
de Izquierda Revolucionario (MIR) y el Movimiento de Acción Popular Uruguayo
(MAPU). A su vez disponía la clausura del vocero socialista “El Sol” y de “Épo-
ca” (estableciéndose la detención de los integrantes de su Consejo Directivo). La
medida fue justificada, aludiendo a la adhesión de estos grupos a los postulados de
la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), que incluía entre otros
aspectos la lucha armada como vía para llegar al poder.12

1968: el año de todos los excesos. En materia de política económica el


gobierno de Pacheco mantuvo los principales lineamientos de sus predecesores,
llevando hasta las últimas consecuencias una política de “choque” contra la infla-
ción. Durante la reorganización ministerial que tuvo lugar en el mes de mayo el
Presidente integró a su equipo de gobierno a nuevos representantes de poderosos
grupos económicos, en su mayoría sin participación político-partidaria previa (tal

(10) Constitución de 1967 de la República Oriental del Uruguay, edición corregida al cuidado de
Álberto Pérez Pérez, Montevideo, F.C.U., 1998. Carlos Real de Azúa, Partidos, política y poder en
el Uruguay (1971. Coyuntura y pronóstico), Montevideo, FHC, 1988, pp. 62-63.
(11) “Terrorismo: registran todas las cloacas frente al Parque Rodó”, Extra, Montevideo, 5 de enero
de 1967, p.1.
(12) Decreto Nº 1788/967 del 12 de diciembre de 1967. Registro Nacional de Leyes, Decretos y
otros documentos de la República Oriental del Uruguay. Año 1968, Montevideo, Barreiro y Ramos
S.A, vol. II, pp. 2135-2136.
171

fue el caso de Jorge Peirano Facio, Ministro de Industria y Comercio y Carlos Frick
Davie de Ganadería; Alejandro Végh Villegas fue nombrado director de la OPP).
De este modo se cerraba un ciclo: un grupo de “técnicos” y empresarios –formado
en parte en octubre de 1967– dirigía directamente la política económica del país.
Los integrantes del nuevo gabinete debían poner freno al proceso inflacionario, sin
importar el costo político de esta medida.
A nivel mundial, mayo de 1968 fue un año de grandes movilizaciones es-
tudiantiles (el “mayo francés”, las protestas de los estudiantes estadounidenses
contra la guerra de Vietnam y el movimiento estudiantil mexicano, víctima de la
masacre que tuvo lugar en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco). Uruguay tam-
bién vivió su “mayo del 68” con características específicas. A partir del mes de mayo
se realizaron grandes manifestaciones estudiantiles en contra de la suba del precio
del boleto del transporte colectivo y hacia junio se multiplicaron las ocupaciones de
liceos y las manifestaciones en demanda de mayores recursos para la enseñanza (el
gobierno debía 500 millones de pesos a la Universidad y 400 a la UTU).
Además de la importante presencia numérica del estudiantado de secundaria,
lo novedoso en el seno del movimiento estudiantil fueron sus formas de lucha. A
las ya clásicas formas de protesta (movilizaciones, paros, huelgas), se le agregaron
manifestaciones “relámpago”, ocupaciones de locales liceales, quema de neumáti-
cos y organización de “contracursos” y liceos populares como forma de resistencia
a las clausuras de locales dispuestas por el gobierno en varias ocasiones.13 Por su
parte, el movimiento –solidario con muchos de estos conflictos– mantuvo un alto
índice de movilización, probando una vez más su capacidad negociadora.
El gobierno respondió a la movilización social con medidas represivas, sien-
do frecuente que los actos y las manifestaciones dejasen como saldo detenidos y
heridos.
A pesar de que los disturbios estudiantiles habían comenzado a disminuir y
que los funcionarios de la banca oficial –en conflicto desde principios de junio– ha-
bían anunciado su disposición a reanudar las tareas, el 13 de junio el Presidente
decretó “medidas prontas de seguridad”. El 28 de junio se decretó la congelación
de precios y salarios. Esta disposición tomó por sorpresa al movimiento sindical
que esperaba para el 1º de julio la aprobación de los aumentos laudados por los
Consejos de Salarios, producto del acuerdo entre trabajadores, empresarios y de-
legados estatales. Puesto que los precios ya habían aumentado, la congelación de
salarios hizo recaer el peso de la crisis sobre los trabajadores. Promedialmente, el
costo de la canasta familiar básica se duplicó con respecto al año anterior, mientras
que el salario real decayó abruptamente 12,8 puntos porcentuales. Durante los seis

(13) Véase Gonzalo VARELA, De la República liberal al Estado Militar. 1968-1973, Montevideo,
Ediciones del Nuevo Mundo, 1999, pp. 55-70 (cap.V, “El movimiento de 1968”).
172

meses que siguieron a la congelación los precios se mantuvieron estables, creando


una situación privilegiada para la inversión.14
En diciembre el gobierno dio un nuevo paso en la política anti-inflacionaria
instaurando por ley un organismo (Comisión Nacional de Precios e Ingresos) que
tendría como objetivo “administrar la estabilización” y disponer los incrementos
de precios y salarios de acuerdo a informes técnicos sobre el grado de producti-
vidad. Con esta medida se ponía fin a la experiencia de los Consejos de Salarios
como ámbito negociador de las remuneraciones de los trabajadores.15
Las gremiales empresariales dieron su apoyo a esta política gubernamental.
Simultáneamente, durante este año los trabajadores percibieron el salario real más
bajo de toda la década de los sesenta.
En agosto de 1968, en las inmediaciones de la Facultad de Veterinaria fue
herido de muerte el estudiante Líber Arce que participaba en una de las varias
manifestaciones en repudio a los allanamientos de locales universitarios. Su nom-
bre inauguraba una lista de muertos producto de la represión estatal que se iría
ampliando en el transcurso de los años siguientes. La multitudinaria manifestación
que acompañó el cortejo fúnebre de Líber Arce expresó el repudio y el desconcier-
to de parte de la sociedad, impactada por el asesinato de un estudiante.
El gobierno reprimió el descontento y la conflictividad social a través del
empleo de la fuerza y del abuso de algunos instrumentos legales. Entre las acciones
tomadas en lo que Álvaro Rico ha llamado el “camino democrático al autorita-

Imagen 3: 3 de mayo de 1968.


FPEP/CMDF. La represión en las
calles caracterizó a los gobiernos
de Pacheco y Bordaberry.

(14) Walter Cancela y Alicia Melgar, El desarrollo frustado. 30 años de economía uruguaya (1955-
1985) op. cit., pp. 17 y 28.
(15) Ley 13.720 del 16 de diciembre de 1968. Registro Nacional de Leyes, Decretos y otros docu-
mentos de la República Oriental del Uruguay. Año 1968, Montevideo, Barreiro y Ramos S.A., 1969,
pp. 2916-2920.
173

rismo”16 se destaca la disposición reiterada de “medidas prontas de seguridad”: un


instrumento constitucional previsto para casos de excepción17. El Poder Ejecutivo
es el responsable de su adopción, debiendo dar cuenta al Parlamento dentro de las
24 horas siguientes de todas las acciones realizadas durante su vigencia. El gobier-
no de Jorge Pacheco Areco se valió de este instrumento para gobernar por decreto,
sin los controles de la oposición parlamentaria. Su implementación posibilitó la
prohibición del derecho a huelga en la actividad pública y privada por tiempo
indeterminado, impidiendo asimismo la realización de reuniones sindicales. Las
libertades de expresión y de prensa fueron limitadas, al tiempo que se alteraron de-
rechos y garantías fuertemente arraigados en la sociedad uruguaya. Amparándose
en las “medidas prontas de seguridad” el Poder Ejecutivo aplicó disposiciones que
constitucionalmente son de competencia legislativa o jurisdiccional. Por ejemplo,
entre otras medidas, nombró directores de entes estatales, suspendió las activida-
des de enseñanza y “militarizó” funcionarios de los sectores público y privado.
Un instrumento previsto para situaciones transitorias de excepcionalidad terminó
amparando una política de contención de la protesta social. Recién en 1969 y 1970
el “estado de excepción” habilitado por las “medidas prontas de seguridad” fue
utilizado principalmente para reprimir las actividades de la guerrilla.
En dos oportunidades el Poder Ejecutivo desconoció la decisión del Parla-
mento de levantar las medidas. Políticos de la oposición, que interpretaron este
desconocimiento de la voluntad parlamentaria como una violación de la Constitu-
ción, promovieron un juicio político al Presidente que finalmente no prosperó.
Entre el 13 de junio de 1968 y el 15 de marzo de 1969 la Asamblea General
fue citada 83 veces consecutivas para tratar el levantamiento de las medidas, sin
lograr nunca el quórum exigido para sesionar. Esto fue posible debido a la ausencia
sistemática de legisladores del partido gobernante y del partido Nacional.
En simultáneo con la adopción de “medidas prontas de seguridad”, el Pre-
sidente Pacheco decretó la militarización de los funcionarios de la banca oficial
y de la administración de las empresas del Estado. Al año siguiente esta medida
se extendió a los empleados de la banca privada. La “militarización” supuso que
aproximadamente 30.000 funcionarios del Estado fueran sometidos a la disciplina
y a los castigos previstos en la jurisdicción militar. La medida habilitaba a declarar

(16) Álvaro Rico, “Del orden político democrático al orden policial del Estado”, en Ivonne Trías,
Diego Sempol (coord.), “1972. El año de la furia”, Separata de Brecha, A 30 años del Golpe de
Estado (I), 6-6-2003, pp. 2 y 3. Del mismo autor, véase también 1968: el liberalismo conservador,
Montevideo, E.B.O., 1990.
(17) La Constitución prevé su implantación en “casos graves e imprevistos de ataque exterior o
conmoción interior”. Cfr. artículo 168, inciso 17. Constitución de 1967, op. cit., p. 60. Para conocer
en profundidad los alcances de esta disposición véase: Sergio Deus, Medidas Prontas de Seguridad,
Montevideo, Ediciones del Nuevo Mundo, 1969.
174

“desertores” a aquellos funcionarios que no se presentasen en sus lugares de tra-


bajo por adherir a la huelga de su gremio. Entre las sanciones aplicables en estos
casos figuraba el arresto en cuarteles y unidades militares. Las “medidas prontas de
seguridad” no autorizan a recluir a los detenidos bajo este régimen de excepción en
lugares de detención para prisioneros comunes, por lo cual también se le encomen-
dó a los mandos del Ejército esta misión.18
Diversas dependencias de la Universidad fueron reiteradamente allanadas,
transformándose en más de una oportunidad en escenarios de desiguales enfren-
tamientos entre estudiantes y policías. Asimismo fueron intervenidos entes autó-
nomos y los Consejos de Secundaria y UTU. El 28 de agosto de 1970 el Consejo
Interventor de Enseñanza Secundaria decretó la clausura de los cursos tanto de
liceos públicos como privados por el resto del año. En respuesta a esta medida el
sindicato de profesores promovió la apertura de liceos populares en parroquias,
locales sindicales y universitarios, clubes y casas de familia. El Poder Ejecutivo
y el Consejo Interventor ordenaron allanamientos policiales en los lugares donde
funcionaban liceos populares y prohibieron a los docentes impartir enseñanza en
estos ámbitos, amenazándoles con retirar la personería jurídica de las organizacio-
nes que colaborasen con esta iniciativa.
En reiteradas ocasiones fue violada la libertad de prensa, clausurándose par-
cial o definitivamente periódicos y semanarios o decretándose el cierre de emisoras
radiales. Por lo general se trataba de medios que informaban de la intensa conflic-
tividad social que atravesaba el país, dando cuenta de las medidas represivas del
gobierno. A su vez, a través de las clausuras y censuras, el gobierno buscaba evitar
la difusión de las acciones de la guerrilla a la cual se quería mantener en el plano de

Imagen 4. El semanario Marcha caricatu-


rizó varias de las medidas autoritarias to-
madas por el gobierno de Pacheco. En
este caso se alude a la censura de la liber-
tad de expresión. Tomada de Carlos Zubi-
llaga y Romeo Pérez, “La democracia
atacada”, en: AA.VV., El Uruguay de la
dictadura, p. 5.

(18) Selva López, Estado y Fuerzas Armadas en el Uruguay del siglo XX, Montevideo, E.B.O.,
1985, pp. 155-156.
175

la delincuencia común (en julio de 1969 se prohibió la divulgación de “todo tipo


de información que directa o indirectamente refiera a los grupos delictivos que
actúan en el país”19). En este contexto, se produjeron detenciones de miembros
de los consejos editores y periodistas de los diarios clausurados (tal fue el caso del
consejo editor de “De Frente” y de tres de sus periodistas en marzo de 1970).

Nuevas funciones para las Fuerzas Armadas. Desde fines de los años
cuarenta, al igual que sus pares del continente, las Fuerzas Armadas uruguayas,
venían incorporando la “doctrina de la seguridad nacional”, impulsada por Estados
Unidos en el contexto de la polarización ideológica de la Guerra Fría.20 De acuerdo
a la nueva doctrina las fuerzas armadas debían prepararse para enfrentar un nuevo
tipo de lucha, en la que el “enemigo” estaba dentro y no fuera del país y actuaba
con rostros diversos en múltiples frentes. El complemento de estas ideas debe bus-
carse en la “doctrina de la seguridad continental”, a través de la cual se procuró
alinear a los ejércitos latinoamericanos en una política de aislamiento hacia Cuba
que, desde la proclamación de Fidel Castro de su orientación marxista, se había
transformado en un “peligro latente”.
El gobierno de Jorge Pacheco marcó un hito en el proceso de politización
de las funciones de las Fuerzas Armadas, encomendándoles la represión de los
conflictos laborales y el mantenimiento de los servicios estatales. A su vez 1968
fue un año clave para la interna militar que, según afirma Selva López, desde
comienzos de la década venía experimentado modificaciones en sus funciones y
alejándose de algunas de sus prácticas corrientes.21 A principios de 1969 los gene-
rales Liber Seregni y Víctor Licandro solicitaron el pase a retiro, provocando con
ello el alejamiento de un grupo de oficiales de las distintas armas que, influido por
su liderazgo, optó por seguirles en su decisión. Según confesara Seregni años más
tarde, la resolución se debió a la negativa a realizar las tareas represivas contra la
movilización sindical y estudiantil que el Poder Ejecutivo les imponía. A partir de

(19) Carlos Demasi (coord.), La caída de la democracia. Cronología comparada de la historia


reciente del Uruguay (1967-1973), Montevideo, F.C.U.-CEIU/FHCE, 2001, p. 98.
(20) Gabriel Ramírez, El factor militar. Génesis, desarrollo y participación política (I), Montevi-
deo, Arca, 1988, pp. 129-143. Sobre la “doctrina de la seguridad nacional” en el caso uruguayo, véase
también: José L. Castagnola y Pablo Mieres, “La ideología política de la dictadura”, en: AA.VV., El
Uruguay de la dictadura (1973-1985), Montevideo, E.B.O., 2004, pp. 113-134.
(21) Selva López, Estado y Fuerzas Armadas en el Uruguay del siglo xx, op. cit., pp. 105-163 y Ma-
ría del Huerto Amarillo, Participación política de las Fuerzas Armadas, en: Charles Gillespie, Louis
Goodman, Juan Rial, Peter Winn, Uruguay y la democracia, vol. 1, Montevideo, Wilson Center Latin
American Program - E.B.O., 1984, pp. 47-57. Presentando algunas variaciones en la periodización
véase también: Juan Rial, Estructura legal de las Fuerzas Armadas del Uruguay. Un análisis político,
Montevideo, CIESU-PEITHO, 1992.
176

Jorge Pacheco Areco (1920-1998)


Nació en Montevideo el 9 de abril de 1920. Realizó estudios incompletos de Derecho
en la Universidad de la República y dictó clases en Enseñanza Secundaria. Temprana-
mente se vinculó al Partido Colorado, al que lo unía una doble relación familiar. Por línea
paterna estaba vinculado a la familia Batlle Pacheco, hecho que posiblemente influyó en
su incorporación como periodista al diario El Día. Por parte materna era nieto de Ricardo
Areco, destacado político que se formó al lado de José Batlle y Ordoñez, y posteriormente
acompañó al Presidente Feliciano Viera, –luego de la derrota del “primer batllismo” en
1916– en la formación del Partido Colorado Radical (vierismo). Sin embargo Jorge Pache-
co Areco adhirió a las posiciones batllistas ortodoxas, continuando su carrera ascendente
dentro del matutino El Día, del cual llegó a ser director. En 1962, fue electo diputado por
Montevideo por la lista 10, auspiciada por el mencionado periódico. Posteriormente jugó
un importante papel en la conformación de la “Unión Colorada y Batllista”, grupo político
que unificó la lista 14 con otros sectores colorados, tales como los ex riveristas. Bajo este
sublema asumió a la Vicepresidencia de la República en marzo de 1967 como compañero de
fórmula del General Oscar Gestido. La muerte de éste a los pocos meses de la asunción de
mando (6 de diciembre de 1967) lo llevó a la Presidencia de la República. Inició entonces
uno de los períodos de gobierno más controvertidos hasta la actualidad. A partir de 1972
comenzó una larga trayectoria diplomática y dio su apoyo al golpe de Estado del 27 de junio
de 1973. Fue candidato a la presidencia en las elecciones de 1984, 1989 y 1994. Falleció el
29 de julio de 1998.

esta “autodepuración”, el Ejército perdió a un importante grupo de militares “civi-


listas” o “legalistas” –como se los denominó en la época–, partidario del respeto a
la Constitución y contrario a la nueva orientación ideológica por la que atravesaba
la institución.
Hasta 1968 la represión de las huelgas y las manifestaciones había sido con-
fiada a la Policía, que desde 1965 había modernizado su equipamiento y entrenado
a parte de sus integrantes de acuerdo a los parámetros de la “lucha contrainsurgen-
te” pregonada por Estados Unidos en distintos países de Latinoamérica. En adelan-
te, las Fuerzas Armadas también aceleraron el proceso de readaptación que venían
transitando desde los tempranos sesenta. Estos cambios fueron posibles gracias
a los programas de asistencia policial y militar financiados por Estados Unidos
desde mediados de la década de 1960. Según consignan las recientes investigacio-
nes de Clara Aldrighi, esta “ayuda” llegó fundamentalmente a través de tres vías:
cursos de entrenamiento en el país y en las principales escuelas estadounidenses,
prestación de asistencia técnica y suministro de tecnología represiva. Además de
estas actividades, la influencia estadounidense en la política interna del país se
manifestó en la gestión de los funcionarios de ese gobierno que, a través de los
177

Programas de Seguridad Pública o del Grupo Militar de la Embajada, planificaron,


promovieron y supervisaron buena parte de las acciones represivas del período.22

La estrategia armada: etapas y apuestas de los grupos de acción directa.


En este período la organización “Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros
(MLN-T) fue creciendo en número y diversificando su accionar.23 Desde su óptica
la “acción generaba conciencia” y, a diferencia de las guerrillas que actuaban en
otros países latinoamericanos, el desafío era operar en el escenario urbano.
Hasta octubre de 1969 la mayoría de sus acciones consistió en asaltos a ins-
tituciones financieras de las que se extraía dinero y documentación, con el doble
objetivo de denunciar situaciones de corrupción económica –o la implicación de
políticos en las mismas– y, simultáneamente, obtener financiamiento para su ac-
tividad clandestina. En algunas oportunidades los asaltos también tuvieron como
finalidad el aprovisionamiento de armas y municiones.
En esta etapa también se realizaron algunos secuestros de figuras vinculadas
al autoritarismo estatal –como Ulysses Pereira Reverbel, Presidente del Directo-

(22) Clara Aldrighi, “La injerencia de Estados Unidos en el Uruguay de los setenta. El Frente
Amplio ‘enemigo principal’”, en Brecha, 20-6-2003, pp. 18-19; “Documentos desclasificados de
Estados Unidos. Habrá torturas para todos”, La Lupa, Brecha, 1-08-2003, p. 12; “La injerencia de
Estados Unidos en el proceso hacia el golpe de Estado. Informes de la misión de Seguridad Pública y
la embajada en Montevideo (1968-1973)”, en: Aldo Marchesi, Vania Markarian, Álvaro Rico, Jaime
Yaffé (comp.), El presente de la dictadura. Estudios y reflexiones a 30 años del golpe de Estado en
Uruguay, Montevideo, Ediciones Trilce, 2004; “La estación montevideana de la CIA. Operaciones
encubiertas, espionaje y manipulación política”, La Lupa, Brecha, 25-11-2005, pp. 21-24.
(23) Desde la restauración democrática hasta el presente se ha acumulado una profusa literatura
testimonial sobre el MLN-Tupamaros que comprende trabajos de corte autobiográfico y periodístico,
incluyendo algunos de ellos documentación de época, como por ejemplo definiciones estratégicas,
comunicados a la población, o entrevistas a sus integrantes. Existen también trabajos pioneros, con-
cebidos durante la época de apogeo del movimiento entre los que se encuentran los siguientes títulos:
Antonio Mercader y Jorge de Vera, Tupamaros: estrategia y acción, Montevideo, Alfa, 1969; Carlos
Nuñez, Tupamaros, única vanguardia, Montevideo, Provincias Unidas, 1969; María Esther Gillio,
La guerrilla tupamara, Montevideo, Biblioteca de Marcha, 1971. Más recientemente, entre los traba-
jos que analizan el accionar de la organización en perspectiva histórica debe mencionarse el de Clara
Aldrighi, La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el MLN-Tupamaros, Montevideo,
Ediciones Trilce, 2001. A su vez, sin constituir abordajes propiamente historiográficos, los trabajos
de Alfonso Lessa y Hebert Gatto en diálogo con varias de las afirmaciones de Aldrighi, examinan el
surgimiento y posterior desarrollo de la lucha armada en Uruguay. Cfr. Alfonso Lessa, La revolución
imposible. Los tupamaros y el fracaso de la vía armada en el Uruguay del siglo XX, Montevideo,
Editorial Fin de Siglo, 2003 y Hebert Gatto, El cielo por asalto. El Movimiento de Liberación Nacio-
nal (Tupamaros) y la izquierda uruguaya (1963-1972), Montevideo, Ediciones Santillana, 2004.
Un panorama muy general de las restantes organizaciones que conformaban la izquierda armada en
el Uruguay de los años sesenta puede encontrarse en Eduardo Rey Tristán, A la vuelta de la esquina.
La izquierda revolucionaria uruguaya. 1955-1973, Montevideo, Ediciones Fin de Siglo, 2006.
178

rio de UTE cuyos funcionarios habían sido militarizados– o representantes de las


grandes finanzas –caso de Gaetano Pellegrini Giampietro, director de la empresa
editora de los diarios “La Mañana” y “El Diario” y dirigente de la patronal ban-
caria–. Estos primeros secuestros parecerían haber estado muy vinculados a las
necesidades de obtención de información y de financiación para la organización,
aunque también deben tenerse en cuenta los factores “aleccionadores” presentes

Los Tupamaros
El movimiento “Tupamaro” (que más adelante se definiría como “Movimiento de Libe-
ración Nacional-Tupamaros”) se constituyó como organización política autónoma de otros
partidos y agrupaciones en 1965. Sus miembros fundadores eran militantes de distintos gru-
pos y partidos políticos (mayoritariamente de izquierda), nucleados en torno a la convicción
de que el cambio social debía producirse por la vía armada. En esta concepción –influida
por el prestigio que la vía revolucionaria había adquirido en parte de la izquierda luego de la
Revolución Cubana– la lucha armada desempeñaba un papel de primer orden como instru-
mento para tomar el poder y generar conciencia de lo que se entendía como “opresión”.
A continuación se transcribe un extracto del documento número 1 del MLN-Tupamaros,
dado a conocer en junio de 1967.

“IV) Conclusiones generales


1. En nuestro país hay condiciones objetivas para la lucha revolucionaria.
2. En nuestro país no hay condiciones subjetivas (conciencia, organización, dirección).
3. Las condiciones subjetivas se crean luchando.
4. Descartamos la posibilidad de tránsito pacífico hacia el poder en nuestro país (pensa-
mos en términos de años, no de siglos).
5. La única vía para la liberación nacional y la revolución socialista será la lucha armada.
No hay casi posibilidades de radicalización de la lucha de clases que no desemboque en
la violencia. Las verdaderas soluciones para nuestro país implican un enfrentamiento
directo y violento con la oligarquía y sus órganos de represión. La lucha armada no sólo
es posible en Uruguay sino imprescindible: única forma de hacer la revolución.
6. La lucha armada será la principal forma de lucha de nuestro pueblo y a ella deberán
supeditarse las demás.
7. La lucha armada no será solamente instrumento para el asalto al poder burgués sino
que, como en el resto de América Latina, será el mejor instrumento para la movilización
de las masas, el mejor instrumento para crear condiciones revolucionarias.
8. El hecho de la existencia de un gobierno surgido de la elección popular es un inconve-
niente para justificar a escala de las grandes masas la necesidad de la lucha armada,
pero ni esta situación es permanente porque el Uruguay ha estado varias veces en los
últimos años al borde del golpe de estado militar, ni siempre un gobierno electo goza de
autoridad. Para nosotros es más bien un problema de prestigio del gobierno, indepen-
dientemente de sus formas. Lo fundamental es crear conciencia en la población a través
de la lucha armada y otras formas de lucha, crear conciencia de que sin revolución no
habrá camino.”
MLN-T – Documento Nº 1

[Tomado de: Gerardo Caetano, Milita Alfaro, Historia del Uruguay Contemporáneo.
Materiales para el debate, Montevideo, F.C.U.-ICP, 1995, pp. 250-251]
179

en la ejecución de estas acciones. Tampoco faltaron en esta etapa las acciones con
función desmitificadora a través de las cuales se buscaba atacar símbolos del poder
económico beneficiado con la política vigente (ataque a la multinacional “General
Motors”) o agentes del sistema represivo (como las estaciones radiales o televisi-
vas vinculadas a la propaganda a favor de la represión gubernamental).
El 8 de octubre de 1969 un comando del MLN intentó tomar la ciudad de
Pando, apoderándose de la comisaría, el cuartel de bomberos y la central telefónica.
Este ensayo del poderío militar tupamaro fue la primera operación correspondiente
a un cambio de táctica en el accionar del movimiento que, según sus integrantes,
respondía al empeoramiento generalizado de la situación que atravesaba el país
(se gobernaba por decreto, los cuarteles eran cárceles y los trabajadores estaban
sometidos a leyes militares). En esta etapa –que se extiende hasta abril de 1972– se
realizaron nuevos asaltos y atentados, a la vez que se multiplicaron los secuestros,
introduciéndose en dos oportunidades la determinación de la pena de muerte por
parte de los llamados “tribunales del pueblo”. Fueron objetos de esta práctica el
Inspector de Policía Héctor Morán Charquero (13 de abril de 1970), denunciado
por infligir torturas durante los interrogatorios a los detenidos, y Dan Mitrione (10
de agosto de 1970), uno de los jefes del equipo de consejeros del Programa de Se-
guridad Pública dependiente de la Agencia Internacional para el Desarrollo.
Clara Aldrighi señala que otra de las características sobresalientes de esta
fase del movimiento fue el alto crecimiento del número de militantes, muchos de
ellos integrantes de los grupos periféricos (Comandos de Apoyo Tupamaro) entre
cuyas funciones figuraba la obtención de información, la difusión de proclamas y
volantes y la realización de diversas actividades de propaganda.
La sociedad uruguaya asistía a un fenómeno desconocido en la historia del
país. Si bien algunas de las acciones del MLN gozaron de cierta popularidad a
nivel social, otras fueron apreciadas negativamente.24 De lo que no cabe duda es
que en pocos años la población fue testigo de acciones que, al margen de cómo se
juzgaran, se caracterizaban por su espectacularidad. Al impacto provocado por esta
nueva forma de incidir en la vida política deben sumársele las reiteradas fugas car-
celarias protagonizadas por integrantes del MLN durante este período. La fuga de
111 presos (106 pertenecientes al MLN) del Penal de Punta Carretas en setiembre
de 1971 impactó particularmente a los uruguayos tanto por su volumen como por
lo complejo de su planificación y concreción. Sin embargo, no era esta la primera
vez que sucedía un acontecimiento de este tipo. El 8 de marzo de 1970 trece presas
políticas se habían fugado de la Cárcel de Mujeres en que se hallaban detenidas.

(24) Carlos Real de Azúa. Partidos, política y poder en el Uruguay, op. cit., pp. 89-109.
180

El 28 de julio del año siguiente treinta y ocho mujeres, casi todas integrantes del
MLN, repitieron esta acción.
Los gobiernos de Jorge Pacheco y Juan María Bordaberry (electo en no-
viembre de 1971) demostraron una gran intransigencia para negociar con el mo-
vimiento guerrillero. Prueba de ello lo constituyen las reiteradas negativas del
gobierno a aprobar una ley de indulto o amnistía en momentos en que el poderío
de la organización había decaído significativamente. Muy distante de la voluntad
de pacificación a través de alguna forma de amnistía, la preocupación de los go-
biernos de Pacheco y Bordaberry pasaba por superar lo que interpretaban como
“insuficiencias” u “obsolescencias” de la legislación vigente de acuerdo a las ne-
cesidades del presente.
La izquierda legal mantuvo una relación ambigua con el MLN: osciló en-
tre la coexistencia pacífica y la crítica. La organización dio su “apoyo crítico” al
Frente Amplio y realizó una tregua unilateral para que pudiesen desarrollarse las
elecciones de noviembre de 1971.
En este período se denunciaron torturas en reiteradas ocasiones tanto a mi-
litantes de las organizaciones de acción directa como a trabajadores militarizados.
Cuarteles de todo el país, jefaturas de policías y otras dependencias (Centro Ge-
neral de Instrucción de Oficiales de Reserva, Escuela de Enfermería Dr. Carlos
Nery, bases de la Armada y de la Fuerza Aérea entre otros) se transformaron en
lugares de detención transitoria de militantes sindicales, estudiantiles y políticos,
sirviendo también como lugar de destino de los trabajadores militarizados. El 10
de diciembre de 1969, a raíz de las denuncias realizadas por la senadora Alba
Roballo, se creó una Comisión Investigadora en el Senado para indagar acerca de
estas cuestiones. Personas que denunciaron haber sido sometidas a torturas, fami-
liares y testigos de estos acontecimientos, así como abogados y médicos forenses
fueron interrogados en el marco de las actividades de esta Comisión. Pocos meses
más tarde, en el informe expedido el 1º de junio de 1970, se consideró probado que
“el sistema de aplicación de trato inhumano y torturas a los detenidos por la Po-
licía de Montevideo [era] un hecho habitual y se ha[bía] convertido en un sistema
frecuente, casi normal.” 25
En este período comienzan a operar agrupaciones de ultra-derecha y gru-
pos paramilitares. Durante los últimos meses de 1971 aumentó la frecuencia y
la cantidad de algunas prácticas violentas ejercidas desde tiempo atrás, como los
atentados con artefactos explosivos o armas de fuego a domicilios particulares de
personas vinculadas a la izquierda, comités y sedes partidarias. A través del análi-

(25) Véase el informe de la Comisión Especial del Senado sobre violaciones a los derechos huma-
nos y actos de torturas a detenidos, que sesionó entre diciembre de 1969 y junio de 1970, en: “Tortu-
ras”, Cuadernos de Marcha, Nº 44, Montevideo, dic. 1970, pp. 29-74.
181

sis de documentación desclasificada por el Departamento de Estado estadouniden-


se, Clara Aldrighi ha demostrado que lejos de ser una organización para-estatal, el
“escuadrón de la muerte” –una de las organizaciones más representativas en este
espectro– había sido impulsado directamente por el gobierno de Jorge Pacheco con
el apoyo de los consejeros del Programa de Seguridad Pública financiado por el
gobierno de Estados Unidos.26
En setiembre de 1971 el gobierno de Pacheco encomendó a las Fuerzas Ar-
madas la represión de la guerrilla urbana, ampliando aun más su espacio de acción
en la vida política.27

Las elecciones de 1971 y el crecimiento electoral de la izquierda. Las


elecciones nacionales de 1971 fueron las primeras con voto obligatorio y en la que
los soldados tuvieron derecho al sufragio. Su importancia desde el punto de vista
histórico radica en que marcaron el comienzo del fin del tradicional bipartidismo
blanco y colorado. Por primera vez en la historia del país las izquierdas, unidas en
un frente programático (Frente Amplio) obtuvieron la adhesión del 18,28 % del
electorado, duplicando la cantidad de votos de los distintos partidos de izquierda
en las elecciones anteriores. De este modo importantes sectores de la sociedad ma-
nifestaban su descontento y deseo de cambio. La unificación de la izquierda se ha-
bía logrado luego de algunos intentos frustrados de consolidar un frente opositor a
la política del gobierno. En este proceso debe tenerse en cuenta la experiencia y los
debates transitados durante el camino hacia la unificación sindical. El resultado de
ambas uniones potenciaba la capacidad de movilización y protesta del movimiento
popular. A su vez, el Frente Amplio, cuyo programa contenía postulados de cambio
social y políticos con tintes revolucionarios, se presentaba como una alternativa de
cambio pacífica, a la cual no resultaba sencillo deslegitimar, como solía hacerse
con los partidarios de la lucha armada. Esta característica no pasó desapercibida
para el gobierno estadounidense que, según revela documentación recientemente
desclasificada, calificó al Frente Amplio como un “enemigo” peligroso capaz de
lograr el triunfo electoral en las elecciones a realizarse en 1976. Según informaba
en el balance anual de 1972 el embajador estadounidense en Montevideo, Charles
Adair, no se veía en el accionar de la guerrilla una amenaza política importante,
siempre y cuando esta no se aliase con la “izquierda radical legal”.28

(26) Clara Aldrighi, “La injerencia de Estados Unidos en el proceso hacia el golpe de Estado”, op.
cit., pp. 39 y 48.
(27) Carlos Demasi, La caída de la democracia, op cit., pp. 188-190.
(28) Clara Aldrighi, “La injerencia de Estados Unidos en el proceso hacia el golpe de Estado”, op.
cit., pp. 40 y 45.
182

Entre las elecciones de 1966 y de 1971 los partidos Nacional y Colorado ha-
bían experimentado importantes cambios entre los que se destacaron la separación
de algunas agrupaciones y su incorporación al Frente Amplio. Ejemplo de estos
desgajamientos lo constituyen el movimiento “Por el Gobierno del Pueblo” lidera-
do por Zelmar Michelini y la “Agrupación Pregón” encabezada por Alba Roballo
provenientes del Partido Colorado y el “Movimiento Blanco Popular y Progresis-
ta” liderado por Francisco Rodríguez Camusso en el Partido Nacional.
No todas las opciones renovadoras se manifestaron dentro del recién creado
Frente Amplio. En 1969 se conformó en el Partido Nacional la agrupación “Por la
Patria”, cuya figura más visible fue Wilson Ferreria Aldunate. En las elecciones de

Imagen 5. Liber Seregni en


la caravana electoral de
1971. FPEP/CMDF
183

1971, esta agrupación –autopercibida como “reformista”– se alió al “Movimiento


Nacional de Rocha”.
Con escasos votos de diferencia con respecto al Partido Nacional, resultó
electa la fórmula propuesta por la “Unión Colorada y Batllista”, integrada por
Juan María Bordaberry y Jorge Sapelli. El Partido Colorado había promovido una
reforma electoral que habilitara la reelección de Jorge Pacheco para la Presidencia
de la República, acompañado por Bordaberry en la candidatura. A pesar de ser la
fórmula más votada, la “Unión Nacional Reeleccionista” no logró el porcenta-
je de votos para aprobar la reforma constitucional. Inmediatamente después del
acto eleccionario el Directorio del Partido Nacional denunció irregularidades en
el desarrollo del escrutinio que en los meses siguientes fueron desestimadas por la
Corte Electoral.
Inhabilitada la candidatura de Pacheco por no alcanzar los sufragios nece-
sarios para la reelección, Wilson Ferreira Aldunate fue el candidato presidencial
más votado. De los resultados electorales puede deducirse la tendencia de la mayor
parte de la ciudadanía a apoyar una opción de centro, con una propuesta de cambio
moderado que se situaba en un punto medio de un contexto polarizado, en cuyos
extremos se hallaban los planteos del Frente Amplio y la propuesta de reelección
del pachequismo.

Imagen 6. Lista correspondiente al Departamento de Canelones. Elecciones de 1971. A.P.P.-FHCE.

Hacia el golpe de Estado. En 1972, tras la realización de un balance econó-


mico, la OPP –dirigida por Ricardo Zerbino– elaboró un Plan Nacional de Desa-
rrollo que debía ponerse en práctica en los cinco años siguientes. Según el diagnós-
184

tico sobre el que se basaba esta propuesta, el estancamiento económico que sufría
el país –para ese entonces estructural– era el resultado de una larga “actitud in-
tervencionista y proteccionista del Estado”, totalmente desfasada de la economía
internacional. Para superar esta situación se proponía darle al mercado un rol de
asignador de recursos, reestableciendo de este modo una supuesta regulación es-
pontánea entre ofertantes y demandantes. Walter Cancela y Alicia Melgar explican
que, en este contexto, el papel del Estado debía restringirse al establecimiento de
marcos que garantizasen el normal desarrollo de la actividad privada, la cual debía
ser especialmente fomentada. Sobre el empresariado privado recaía la mayor parte
de las expectativas de crecimiento económico. A su vez se planteaba la necesidad

“Nuestro compromiso con usted” – Documento de Por la Patria (1971)


“EL URUGUAY protagoniza una crisis de magnitud y alcance desconocidos por sus
generaciones contemporáneas. [...]
Y bajo el signo de una anormalidad creciente, se quebró en la sociedad uruguaya su
antigua creencia en la ventura del futuro nacional que, por generaciones sucesivas, fue el
principal sostén de la situación recibida [...]
En la mala situación padecida, se percibe la inevitable subordinación del futuro perso-
nal y familiar a la suerte del destino nacional. Y una nueva inquietud por pesar en las gran-
des opciones políticas agita a la ciudadanía, pero la inexperiencia que posee el URUGUAY
contemporáneo en duros trances históricos, ha originado un clima de desorientación ansio-
sa del que muchos pretenden salir a cualquier precio y aún, a costa de toda realidad: Hay
quienes –motivados por la desaparición de la situación pasada, holgada y normal– aspiran
a reanimar ese ayer combatiendo el desorden actual por el único medio de la represión. Y
otros que, al cabo de una desesperante rutina, viven cautivados por el espectáculo de gran-
des transformaciones realizadas por países industrializados o pueblos militarizados, cuyos
pasos pretenden imitar e imponer en nuestra tierra. [...]
RESPONSABILIDAD DE TODOS
El destino nacional y el futuro personal de los uruguayos ya no es asunto asegurado
por el tiempo que pasa. Será creado a imagen de lo que logremos hacer en estos tiempos
por venir:
Dependerá de nuestra capacidad para sustentar un terco y esperanzado propósito nacio-
nal; de nuestra energía para desechar las debilidades entreguistas que, desde los tiempos de
la Patria Vieja, han augurado en vano la imposibilidad histórica del URUGUAY; de nuestro
tino para preservar la cohesión social de desgarramientos irreparables; de nuestra paciente
voluntad por reorganizar la convivencia hacia horizontes de pacífica laboriosidad. [...]
UNA COMUNIDAD NACIONAL
[...] La experiencia padecida, aunque gravará duramente el futuro inmediato, arroja
una clara lección: ninguna acción externa abreviará el propio y paciente esfuerzo; ninguna
ilusión remota justificará la paralización de las energías nacionales. Serán ciudadanos del
URUGUAY y no ciudadanos del mundo quienes deberán abrir los caminos inmediatos para
reanimar el proceso nacional. [...]”

[Tomado de Carlos Demasi (coord.), La caída de la democracia, pp. 193-194]


185

de quitar la mayor cantidad posible de trabas para la inversión extranjera en nues-


tro país y se privilegiaba al sector exportador. Se establecía también que el valor
del salario dependería de la productividad. Inspirado en la estrategia estabilizadora
de corte neoliberal, esta propuesta tenía como objetivo invertir las reglas del fun-
cionamiento anterior. El Plan se instrumentó con algunas modificaciones a partir
de 1974, sin frenos parlamentarios y con la ausencia de la oposición sindical.29

Wilson Ferreira Aldunate (1919-1988)


Nacido el 28 de enero de 1919 en Nico Pérez (Lavalleja), Wilson Ferreira se trasladó
al año siguiente junto a su familia a la ciudad de Melo (Cerro Largo), en donde transcurrió
su infancia y adolescencia. Desde principios de la década de 1940 se integró a las filas del
nacionalismo independiente, resultando electo diputado en los comicios de 1954 y 1958.
En 1962, integrado a la coalición blanca “ubedoxia”, obtuvo una banca en el senado que no
llegó a ocupar porque fue designado Ministro de Ganadería y Agricultura. En el desempeño
de esta función abordó el problema de la transformación de las estructuras agropecuarias,
presentando en 1965 un proyecto de reforma agraria que finalmente no fue aprobado.
Desde 1967 hasta la disolución del Parlamento, el 27 de junio de 1973, se desempeñó
como senador, destacándose fundamentalmente por su capacidad interpelante.
En 1969 lideró la formación de la agrupación “Por la Patria”, que para las elecciones de
1971 se alió con el “Movimiento Nacional de Rocha” presentando la fórmula presidencial
Wilson Ferrerira-Carlos Julio Pereyera. En estos comicios Ferreira resultó el segundo candi-
dato más votado, obteniendo el 26,5% del total de los sufragios.
En la última sesión del Senado, previa a la disolución de las cámaras, se declaró “en gue-
rra contra el Sr. Juan M. Bordaberry, enemigo de su pueblo”. Posteriormente abandonó el
país y comenzó un largo exilio que transcurrió en Argentina, Perú y Londres, desempeñando
un papel de primer orden en la coordinación de las fuerzas opositoras a la dictadura en el
exterior. Entre otras intervenciones, su exposición en junio de 1976 ante el Subcomité de Or-
ganizaciones Internacionales de la Cámara de Representantes estadounidense resultó clave
para lograr la decisión del Congreso de ese país de suspender la asistencia y el entrenamiento
militar así como la venta de armas al gobierno de Uruguay.
El 16 de junio de 1984 regresó a Uruguay, siendo detenido al desembarcar en el puer-
to de Montevideo y trasladado al cuartel de Trinidad (Flores). Preso y proscripto para las
elecciones de 1984, Ferreira fue liberado cinco días después de realizados los comicios. En
esta oportunidad pronunció un discurso en la explanada municipal en el que aseguró que su
fuerza política proporcionaría “gobernabilidad” al partido de gobierno.
En diciembre de 1986 impulsó la elaboración del texto de la que acabaría convirtiéndose
en la ley 15.848, por la cual el Estado uruguayo renunciaba a sus funciones de investigación
y penalización de los responsables de los delitos cometidos por funcionarios militares y
policiales durante la dictadura.
Falleció en Montevideo el 15 de marzo de 1988.

(29) Walter Cancela y Alicia Melgar, El desarrollo frustrado, op. cit., pp. 47-48.
186

1972 –al igual que 1968– fue uno de esos años que marcó la memoria de
sus contemporáneos por el alto grado de violencia política.30 Fue el año de apogeo
de las agrupaciones de ultra-derecha (Juventud Uruguaya de Pie) y de los grupos
paramilitares (“escuadrón de la muerte” y Comando Caza Tupamaros). Durante la
primera mitad del año el MLN tomó la ciudad de Soca y realizó algunos secuestros
y atentados (uno de ellos al domicilio del Gral. Florencio Gravina, Comandante en
Jefe del Ejército). A través del secuestro del fotógrafo policial Nelson Bardesio el
MLN obtuvo información sobre la integración y el modo de operar del “escuadrón
de la muerte”.31
El 14 de abril el MLN asesinó a cuatro integrantes del “escuadrón de la
muerte”. Las Fuerzas Conjuntas (Fuerzas Armadas y Policía) respondieron a este
operativo, allanando varios de sus locales y ejecutando a ocho miembros de la or-
ganización. Ese mismo día un comando armado invadió con extrema violencia la
sede central del Partido Comunista mientras se celebraba un acto con la presencia
de aproximadamente quinientas personas. Al día siguiente, la Asamblea General,
con excepción del voto de los legisladores del Frente Amplio, decretó la “suspen-
sión de garantías individuales” y aprobó el “estado de guerra interno”. Durante los
días siguientes se produjeron atentados con explosivos contra domicilios particu-
lares de personas vinculadas en distinto grado a las agrupaciones de izquierda. Un
episodio ocurrido el día 17 conmovió, nuevamente, la sensibilidad colectiva. En
esa fecha, efectivos del Ejército y de la Policía sitiaron el local de la seccional 20
del PCU, ubicado en el barrio montevideano de Paso Molino, y de acuerdo con el
relato de testigos, fusilaron a ocho militantes comunistas que salieron sin oponer
resistencia.32
La “suspensión de garantías” se había aplicado por primera vez en 1970 a
raíz del asesinato por parte del MLN de Dan Mitrione, uno de los jefes del equipo
de instructores del Programa de Seguridad Pública dependiente de la Agencia para
el Desarrollo Internacional.33 Su vigencia se extendió por un lapso de sesenta días.
Desde el 14 de abril, la “suspensión de garantías” rigió en forma permanente. A

(30) Al finalizar el año, Guillermo Chifflet escribía un artículo en Marcha titulado “1972: el año de
la furia”, expresión con la que daba cuenta de los niveles de violencia por los que se había transitado.
Semanario Marcha, 29 de diciembre de 1972, pp. 9-13.
(31) Las declaraciones del fotógrafo policial Nelson Bardesio, secuestrado por el MLN, pueden
verse en: Martha Machado y Carlos Fagúndez, Los años duros, op. cit., pp. 144-150.
(32) Un detallado relato de estos acontecimientos puede encontrarse en Virginia Martínez, Los fusi-
lados de abril. ¿Quién mató a los comunistas de la 20?, Montevideo, Ediciones del Caballo Perdido,
2002.
(33) Además de los títulos de esta autora ya señalados, sobre este caso y la injerencia estadouniden-
se en las fuerzas policiales y militares uruguayas véase Clara Aldrighi, El caso Mitrione. La interven-
ción de Estados Unidos en Uruguay (1965-1973), tomo 1, Montevideo, Ediciones Trilce, 2007.
187

pesar de la desarticulación de la guerrilla entre julio y setiembre de 1972, el Parla-


mento concedió al Ejecutivo la anuencia para su aplicación en setiembre y noviem-
bre de 1972 y en marzo de 1973. De modo similar a lo ocurrido con las “medidas
prontas de seguridad”, la aplicación de la “suspensión de garantías individuales”
no se limitó a la detención de supuestos delincuentes, tal como se establecía en la
Constitución, sino que fue utilizada para realizar miles de allanamientos sin orden
judicial o motivo concreto (conocidas como “operaciones rastrillo”). Cientos de
personas a las que no se les imputaba ningún delito fueron detenidas en unidades
militares sin ser puestas a disposición de la justicia en las 24 horas siguientes, se-
gún se establecía en la Constitución.
Mientras se discutía desde marzo un proyecto de ley que adecuase el marco
legal a la lucha contra la “sedición”, los hechos sucedidos el 14 de abril de 1972
llevaron a los legisladores de los partidos Nacional y Colorado a votar el “estado
de guerra interno” por treinta días y la suspensión de garantías individuales. Por
primera vez en la historia del Uruguay se declaraba la “guerra interna”. Votando su
aplicación, el Parlamento admitía que el Estado ejerciese la violencia para defender
el sistema democrático de la amenaza que suponía la acción guerrillera. Aprobadas
estas medidas, las Fuerzas Armadas desarrollaron varios operativos en todo el país
que llamaron especialmente la atención por la cantidad de efectivos y el tipo de
armamentos empleados. Cientos de personas –muchos de ellos estudiantes– fueron
detenidas sin que se diera a conocer su paradero. En paralelo a estos acontecimien-
tos, el 27 de julio de 1972 la Asamblea del Colegio de Abogados declaró por 226
votos contra 118 la inconstitucionalidad del “estado de guerra interno”.
El “estado de guerra interno” fue sustituido por la Ley de Seguridad del Es-
tado vigente desde el 10 de julio de 1972.34 Entre otras disposiciones, la nueva ley
eliminaba potestades fundamentales del Poder Judicial, transfiriendo la función de
impartir justicia al Poder Ejecutivo y más concretamente a las Fuerzas Armadas.
Documentos de circulación interna y comunicados públicos testimonian que
entre setiembre de 1971 y febrero de 1973 las Fuerzas Armadas elaboraron y ex-
presaron algunos objetivos políticos propios. Tempranamente la institución había
elaborado un programa de acción a largo plazo entre cuyos cometidos figuraba la
“destrucción del aparato militar subversivo que opera[ba] en el país” para, en
una segunda etapa, “proporcionar seguridad al desarrollo nacional”. Hacia fina-

(34) Uruguay Nunca más. Informe sobre la violación a los derechos humanos (1972-1985), Servi-
cio Paz y Justicia en el Uruguay, Montevideo, 1989, pp. 69-78.
188

les de 1972 había sido alcanzado el objetivo de desarticulación del aparato militar
de la guerrilla.35
La movilización popular persistía; prueba de ello eran los grandes actos
organizados por la CNT y el Frente Amplio. En los últimos meses de este año
tuvieron lugar varios conflictos de los trabajadores de la educación en oposición a
la Ley de Educación General, finalmente aprobada a comienzos de 1973. Esta ley
promovió la centralización del sistema educativo básico, apuntando a un mayor
control en esta área.36
En febrero de 1973, la oposición de los mandos militares al nombramiento
del Gral. Antonio Francese como Ministro de Defensa, originó una crisis institu-
cional. En un comunicado emitido por el canal de televisión nacional el día 8, el
Ejército declaró que desconocería las órdenes del nuevo ministro, sugiriendo su in-
mediato retiro.37 Ese mismo día, el Presidente Bordaberry –apoyado por la Armada
que había bloqueado la Ciudad Vieja demostrando su discrepancia con las fuerzas
insubordinadas– realizó una convocatoria a la ciudadanía y a todas las fuerzas
políticas en defensa de las instituciones. Apenas doscientas personas acudieron a
la Plaza Independencia en respuesta de la convocatoria presidencial. En la madru-
gada del día 9 se mantuvieron conversaciones entre representantes de los partidos
políticos y las Fuerzas Armadas con la finalidad de instalar un gobierno provisorio
y de convocar a elecciones en los meses siguientes. También mantuvieron con-
versaciones con los mandos, representantes del Secretariado Ejecutivo de la CNT,
cuyos gremios integrantes por estos días realizaron asambleas de carácter urgente
para redoblar la movilización y analizar la resolución tomada por la Convención
en 1964 previendo la eventualidad de un golpe de Estado. Durante el día, los man-
dos de las fuerzas insubordinadas se dirigieron a la población (comunicado Nº 4)
expresando, entre otras aspiraciones, su voluntad de intervenir directamente en el
acontecer político nacional. En el “programa de acción” elaborado por los mandos
–completado al día siguiente a través de la emisión del comunicado Nº 7– afirma-
ciones como la de “redistribución de la tierra”, o “acceso a la propiedad para
quien la trabaje” coexistían con postulados propios de la “doctrina de la seguridad

(35) En “Siete días que conmovieron al Uruguay”, Cuadernos de Marcha, Nº 68, 1973, se encuentra
una compilación de documentos de las Fuerzas Armadas en relación a su “plan de acción”, trazado
en 1971 y, desde su óptica, cumplido en parte hacia fines de 1972.
(36) Presidencia de la República, Ley de Educación General, Montevideo, Centro de Difusión e
Información y Publicaciones, 1973.
(37) Para conocer con mayor profundidad los acontecimientos de febrero de 1973, sus repercusio-
nes inmediatas y las interpretaciones al respecto puede verse: Magdalena Broquetas, Isabel Wsche-
bor, “El tiempo de los ‘militares honestos’. Acerca de las interpretaciones de febrero de 1973”, en:
Aldo Marchesi, Vania Markarian, Álvaro Rico, Jaime Yaffé, El presente de la dictadura, op. cit., pp.
75-90.
189

El Partido Comunista y el papel de las “masas”


en el proceso revolucionario
“Nuestro XX Congreso se realiza cuando Uruguay ingresa en una fase superior del
desarrollo revolucionario.
La dura y continuada lucha de la clase obrera y el pueblo contra la oligarquía de latifun-
distas y grandes capitalistas y contra el imperialismo yanqui, principal opresor de nuestra
patria, transita hacia etapas más elevadas, en que aparece como posibilidad real el logro de
victorias decisivas, capaces de alumbrar una nueva realidad política. Maduran las premisas
de una alternativa de poder democrático avanzado y patriótico. La conquista de un gobier-
no de tales características, realizador de un programa de transformaciones democráticas y
de rescate de la soberanía nacional, en el que participen la clase obrera y las grandes masas
trabajadoras, pasa a ser el objetivo central del período que se inicia. [...]
Cabe subrayar, como rasgo importante, el crecimiento de nuestro Partido, el partido
marxistaleninista, que desde el anterior Congreso más que duplicó el número de sus afilia-
dos. […] Nuestro Partido se distingue hoy, especialmente, por su arraigo de masas, por la
elevación de su papel histórico-social de vanguardia […]. Hoy nadie puede dudar […] que
los principales arquitectos del avance del proceso revolucionario uruguayo a que asistimos,
son las grandes masas unificadas y puestas en marcha antes que nada por nosotros a través
de una auténtica y ejemplificadora labor de revolucionarios marxistas-leninistas.”

[Palabras de Rodney Arismendi en el XX Congreso del Partido Comunista del Uruguay.


Dicienbre de 1970. Informe de balance del Comité Central. Tomado de: Rodney Arismendi,
Uruguay y América Latina en los años 70, pp. 22-23, 25 y 31.]

nacional”.38 Estas declaraciones llevaron a parte de la izquierda a apelar a sectores


nacionalistas que pudieran existir dentro de las Fuerzas Armadas, llamados “pe-
ruanistas” en alusión al golpe protagonizado por el Gral. Velasco Alvarado en Perú
en 1968. En un multitudinario acto del Frente Amplio realizado en la noche del día
9, el Gral. Seregni solicitó la renuncia de Bordaberry y convocó a la realización de
una consulta popular. Sin embargo, lejos de desembocar en la remoción presiden-
cial, la agitación y la expectativa que pautaron la primera quincena de febrero de
1973 concluyó con un acuerdo entre las Fuerzas Armadas y el Presidente. Aislado
desde el punto de vista político, Bordaberry realizó un acuerdo con los mandos
militares, estableciendo su incorporación formal a funciones estrictamente políti-
cas y administrativas. El “Pacto de Boiso Lanza” –nombre dado a este acuerdo en
alusión a la base aérea donde se mantuvieron las conversaciones– creó el Consejo
de Seguridad Nacional (COSENA), instaurando un ámbito compartido entre el
Presidente de la República y sus ministros y los Comandantes en Jefe de las tres
armas y el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Conjuntas. Si bien la crisis de fe-

(38) Los comunicados pueden consultarse en la publicación ya citada “Siete días que conmovieron
al Uruguay”.
190

brero aun no ha sido estudiada en profundidad, para muchos analistas del período,
este fue el inicio del proceso golpista. Los acontecimientos de febrero también fue-
ron percibidos de este modo por algunos contemporáneos, como es el caso de los
diplomáticos de la embajada estadounidense en Montevideo. Según informaba el
embajador Charles Adair en el balance anual enviado al Departamento de Estado
en Washington, los acontecimientos de febrero debían ser interpretados como un
golpe de Estado “suave” (“soft”). Satisfecho con este desenlace, Adair aludía a la
instauración de un “cogobierno cívico-militar” que no dudaría a la hora de definir
“las decisiones impopulares que deb[ían] ser tomadas”.39
Los acontecimientos que tuvieron lugar entre febrero y junio de 1973 confirma-
ron el desplazamiento de las Fuerzas Armadas al centro del poder. Desde la óptica de
esta institución, algunas de las principales resoluciones parlamentarias de los meses
que siguieron a la crisis de febrero fueron interpretadas como obstáculos para la conti-
nuación del plan civil-militar según el cual se buscaba dar “seguridad para el desarro-
llo”. El rechazo del proyecto de ley de “Estado Peligroso” enviado por Bordaberry a la

Imagen 7. Wilson Ferreira Aldunate en la sesión del Senado en la noche del 26 al 27 de junio de
1973. FPEP/CMDF.

(39) Clara Aldrighi, “La injerencia de Estados Unidos en el proceso hacia el golpe de Estado”, op.
cit., pp. 40-45.
191

Asamblea General40, la imposibilidad de lograr el desafuero del senador frenteamplis-


ta Enrique Erro (acusado por la Justicia Militar de mantener contactos clandestinos
con los Tupamaros) y los intentos del Senado de iniciar una investigación sobre las
denuncias de torturas infligidas a nueve funcionarios municipales de la Intendencia de
Paysandú41, constituyen ejemplos claros de los “impedimentos” enfrentados por las
Fuerzas Armadas y el Presidente de la República durante estos meses. En simultáneo
a estos acontecimientos múltiples actos, paros y movilizaciones en diferentes puntos
del país dejaban en evidencia la fortaleza del movimiento popular que continuaba re-
sistiendo las repercusiones del nuevo modelo económico y exigiendo la renuncia del
Presidente como condición básica para replantear el futuro político del país.
A diferencia de otros países latinoamericanos en que las Fuerzas Armadas
desplazaron a gobiernos electos constitucionalmente, en Uruguay fue el propio
Presidente Bordaberry el que firmó el decreto de disolución del Parlamento.42 De
este modo, el 27 de junio de 1973 finalizaba el proceso del golpe de Estado y el
mismo Presidente, con apoyo de las Fuerzas Armadas, se convertía en dictador.

Represión y resistencia en dictadura (1973-1985)


El inicio de la resistencia antidictatorial y el desmantelamiento de la
oposición. La CNT respondió al golpe de Estado declarando la huelga general con
ocupación de los lugares de trabajo. Esta medida fue acompañada por la FEUU
que promovió la paralización de las actividades curriculares y la ocupación de los
locales de enseñanza. El 30 de junio el gobierno decretó la disolución de la CNT
declarándola “asociación ilícita” y dispuso la clausura de sus locales y el arresto
de sus dirigentes. Ante la saturación de la capacidad locativa de las comisarías de
Montevideo y del interior, así como de otros lugares de detención improvisados,
cientos de opositores fueron detenidos en el Cilindro Municipal, el más grande
estadio cerrado de basketball de la capital. A pesar de las duras medidas represivas,
durante el desarrollo de la huelga en oposición al golpe de Estado, se realizaron
múltiples manifestaciones en distintas partes del país, acompañadas por las ocupa-
ciones de los locales de trabajo que, en su mayoría, se reorganizaban rápidamente
luego de los desalojos por parte de las fuerzas represivas.43

(40) Véase el texto del proyecto y algunas de sus repercusiones en: “El Estado peligroso”, en “La
Era Militar”, Cuadernos de Marcha, Nº 69, abril 1973, pp. 23 a 34.
(41) Clara Aldrighi, “Habrá torturas para todos”, Semanario Brecha, 1º de agosto de 2003, p. 12.
(42) Decreto Nº 464 del 27 de junio de 1973. Registro Nacional de Leyes y Decretos, op. cit., pp. 5-6.
(43) Para profundizar sobre el accionar de la sociedad movilizada en rechazo al golpe de Estado
véase: Álvaro Rico, Carlos Demasi, Rosario Radakovich, Vanesa Sanguinetti, Isabel Wschebor, 15
días que estremecieron al Uruguay. Golpe de Estado y huelga general. 27 de junio – 11 de julio de
192

Imagen 8. Represión de la manifesta-


ción popular realizada en repudio al
golpe de Estado el 9 de julio de 1973.
FPEP/CMDF.

Esta primera etapa de la lucha antidictatorial incluyó una declaración con-


junta del Frente Amplio y el Partido Nacional (5 de julio), en la que se establecían
las “bases para la salida de la actual situación”44, y la realización el día 9 de una
multitudinaria manifestación de protesta en la avenida 18 de Julio. Dos días más
tarde y tras 15 días de duración, la ya ilegalizada CNT levantó la huelga general
para pasar a una segunda fase de la resistencia en que la actividad opositora se
desarrolló casi exclusivamente en la clandestinidad y en el exilio.
La alianza de civiles y militares que ejerció el gobierno luego del golpe de
Estado buscó transformar el sistema político vigente hasta ese momento. François
Lerin y Cristina Torres advierten que, desarticulada la guerrilla, en adelante el
desafío consistía en desmantelar los “aparatos ideológicos” del régimen anterior,
para lo cual se contó con el apoyo de las campañas propagandísticas de los grandes
medios de prensa.45 Con este objetivo se suspendieron las actividades de todos los
partidos políticos, ilegalizándose agrupaciones de izquierda (el decreto del 28 de
noviembre de 1973 comprendía a todos los partidos integrantes del FA, excepto
el PDC y el Frente del Pueblo). Este decreto permitió imputar “asociación para

1973, Montevideo, Editorial Fin de Siglo, 2005. La bibliografía aún no ha abordado otras discusiones
y formas de resistencia, cuya integración resultaría fundamental para aprehender esta etapa de lucha
antidictatorial en toda su complejidad.
(44) Entre otras reivindicaciones los partidos que suscribían este documente exigían el “cese de
Juan María Bordaberry [y] el establecimiento de un gobierno provisional, representativo de los sec-
tores que sustentan esta plataforma de unidad, […] [y] realización de elecciones para la constitución
del gobierno definitivo”, en: Virginia Martínez, Tiempos de dictadura. 1973/1985. Hechos, voces,
documentos. La represión y la resistencia día a día, Montevideo, E.B.O., 2005, pp. 21-22.
(45) François Lerin, Cristina Torres, Historia política de la dictadura uruguaya. 1973-1980, Mon-
tevideo, Editorial Nuevo Mundo, 1987, pp. 31-49. Para una síntesis del período dictatorial véase:
Gerardo Caetano y José Rilla, Breve historia de la dictadura, Montevideo, CLAEH, 1987.
193

delinquir” a militantes de la izquierda sobre quienes recayó la represión en etapas


pautadas por el desmantelamiento de las agrupaciones según sus tendencias.
La actividad sindical fue estrictamente reglamentada, suprimiéndose el de-
recho a huelga de los trabajadores (decreto de agosto de 1973). A partir de 1974 las
reivindicaciones laborales debieron canalizarse a través de la Comisión de Asuntos
Laborales de las Fuerzas Armadas. Durante los primeros años (1974-1975) hubo
algunas manifestaciones públicas de resistencia, como ser paros parciales, mani-
festaciones “relámpago” o distribución de panfletos. La fuerte influencia que la
CNT tenía en los trabajadores determinó que el régimen no lograra organizar una
nueva estructura de tipo sindical afín a la dictadura.
En esta primera etapa, el sistema educativo en su totalidad fue especialmen-
te vigilado, pasando luego por varias fases de depuración de sus cuadros docentes
y sus planes de estudio. En octubre de 1973, tras la explosión de una bomba en
la Facultad de Ingeniería (y tras la realización de las elecciones universitarias que
confirmaron el apoyo mayoritario a la FEUU), el Poder Ejecutivo promulgó un
decreto por el cual quedaban bajo su tutela las facultades y se detenía al Rector y
a los decanos.46
La libertad de información, como hemos señalado, había sido sistemática-
mente cercenada en el período anterior. Luego del golpe de Estado el control de la
prensa alcanzó niveles inéditos. Numerosas publicaciones de todo el país fueron
clausuradas por decreto, a lo que debe agregarse la amenaza constante de sus-
pensión o requisa. Los órganos de prensa que siguieron funcionando quedaron
sometidos a la “autocensura”. El control sobre la información que se hacia pública
fue extremadamente estricto, al punto que sobre determinados acontecimientos
la única versión publicable era la de los comunicados oficiales. Desde marzo de
1974 las agencias internacionales de prensa quedaron sometidas a suministrar a las
autoridades copia de la información enviada desde Uruguay.
Se ha señalado como peculiaridad del caso uruguayo en comparación con
otros regímenes autoritarios su eficacia para desarticular las instituciones de la
oposición.

Militares y civiles en la conducción del Estado. Desde setiembre de 1973


los militares pasaron a participar en reuniones de gobierno donde se analizaban
cuestiones económico-sociales (“cónclaves cívico-militares”). A partir de 1974 la
Junta de Comandantes en Jefe participó en el Consejo Económico y Social que

(46) Álvaro Rico (dir.), La Universidad de la República desde el golpe de Estado a la interven-
ción. Cronología de hechos, documentos y testimonios: junio a diciembre de 1973, Montevideo,
UDELAR, FHCE-CEIU, 2003.
194

tenía por función la asistencia al gobierno en materia económica y el control de la


aplicación de las decisiones tomadas en los cónclaves.
De acuerdo con lo afirmado por Lerin y Torres, puede hablarse de una “mi-
litarización” del Estado en tanto se sustituyó personal político que ocupaba cargos
de dirección en los organismos estatales por oficiales de las Fuerzas Armadas y se
crearon nuevas dependencias integradas por civiles y militares. En los hechos el
Estado fue conducido por una alianza de civiles y militares que se apoyaron mu-
tuamente. Los civiles, provenientes en su mayoría del pachequismo y del sector
nucleado entorno a Martín Echegoyen, se veían beneficiados por la nueva situa-
ción en tanto podían aplicar su política económica y social sin la oposición de la
izquierda política y de la fracción mayoritaria del Partido Nacional y sin oposición
sindical. Las Fuerzas Armadas por su parte carecían de experiencia en la conduc-
ción de la administración pública y necesitaban aliados que sí la tuvieran.47
El Consejo de Estado, cuya puesta en funcionamiento había sido anunciada
por Bordaberry en el momento de disolución de las cámaras, quedó efectivamente
instalado el 19 de noviembre de 1973. Este organismo, compuesto por civiles in-
corporados por designación directa, reemplazaría las funciones del Parlamento.48
En junio de 1976 tuvo lugar una crisis política que terminó con la destitu-
ción de Bordaberry por parte de las Fuerzas Armadas. Éste había planteado una
visión del proceso político del país en la que se suprimían los partidos políticos
por corrientes de opinión.49 Esta crisis que dio inicio a la “institucionalización del
proceso revolucionario”50, tuvo lugar en un contexto de fuerte represión en el Río
de la Plata. Mientras establecían contactos para denunciar las características del ré-

(47) François Lerin y Cristina Torres. Historia política de la dictadura uruguaya, op. cit., pp. 49-54.
(48) “La labor del Consejo de Estado ha de desarrollarse libre de toda perturbación y aún agresión
de los intereses depuestos el 27 de junio”, explicó Bordaberry al inaugurar las sesiones del nuevo
órgano. Y agregó: “De entre ellos, el más peligroso, el más artero y el más condenable es el que
representa al marxismo internacional. Dos etapas de la lucha contra la doctrina apátrida surgían
claramente; en la primera, era nuestra tarea la de atacarle en sus reductos de la falsa organiza-
ción sindical, de la desnaturalizada Universidad de la República y, finalmente, de su organización
política encuadrada sólo formalmente en las normas establecidas en nuestras generosas leyes”. El
País, 20 de diciembre de 1973, p. 2, tomado de: Carlos Demasi (Coord.), El régimen cívico-militar.
Cronología comparada de la historia reciente del Uruguay (1973-1980), Montevideo, F.C.U.-CEIU/
FHCE, 2003, pp. 352-353.
(49) El 9 de diciembre de 1975, Bordaberry presentó a la Junta de Oficiales Generales un memo-
rándum secreto en el que figuraba, entre otras, la propuesta de supresión permanente de los partidos
políticos. Se trata del segundo documento de esta índole, puesto que varias de estas ideas ya habían
sido expuestas en un documento similar presentado ante la mencionada Junta el 10 de julio de ese año.
Pocos años más tarde, en ocasión de una exposición de sus ideas en Chile, estas propuestas circularon
públicamente. Véase Juan María Bordaberry, Las opciones, Montevideo, Imprenta Rosgal, 1980.
(50) François Lerin y Cristina Torres. Historia política de la dictadura uruguaya, op. cit., p. 59 y ss.
195

gimen uruguayo a nivel internacional, los ex-legisladores Zelmar Michelini y Héc-


tor Gutiérrez Ruiz, radicados en Buenos Aires desde 1973, fueron secuestrados,
torturados y asesinados por militares y policías uruguayos que operaban en esa
ciudad en el marco del Plan Cóndor.51 Junto a Wilson Ferreira, ambos legisladores
desempeñaron un importante papel en la reorganización de la oposición en Buenos
Aires. A su vez, en el transcurso de 1976, aparecieron en las costas uruguayas ca-
dáveres con visibles signos de tortura.
Alberto Demicheli –miembro del Partido Colorado, con destacada partici-
pación como jurista y Ministro del Interior durante la dictadura terrista– ocupó la
Presidencia por un breve lapso. Inmediatamente se suspendió por tiempo indeter-
minado la realización de elecciones nacionales que debían tener lugar a fines de
ese año y se creó el Consejo de la Nación.52 Este nuevo órgano, integrado por el
Consejo de Estado y la Junta de Oficiales Generales, tenía entre sus funciones prin-
cipales la de nombrar al Presidente de la República, los miembros del Consejo de
Estado, los miembros de la Suprema Corte de Justicia, del Tribunal de lo Conten-
cioso Administrativo y de la Corte Electoral. Además de los nombramientos tenía
derecho a observar las acciones del Poder Ejecutivo. Las mayorías necesarias para
aprobar las decisiones en este Consejo eran de dos tercios, lo cual quiere decir que
la Junta de Oficiales Generales tenía verdadero derecho a veto.
El 1º de setiembre de 1976 Aparicio Méndez –abogado y político de filia-
ción blanca– fue nombrado Presidente de la República por el Consejo de la Na-
ción. Ese mismo día Méndez, a través de la firma de nuevos actos institucionales,
establecía la proscripción de toda actividad política, en muchos casos incluyendo
el derecho al voto.53
En 1976 las Fuerzas Armadas anunciaron que la presidencia de Aparicio
Méndez se extendería hasta 1981, año en que se plebiscitaría un candidato para el
período 1981-1986 nombrado por los partidos Nacional y Colorado con el aval de
los militares. En 1986 se regresaría a la democracia a través de una elección en la
que participarían varios candidatos a la Presidencia, pero sin la presencia de los
partidos de izquierda.
Para esos diez años se preveía la realización de transformaciones fundamen-
tales en el sistema institucional. Los “actos institucionales”, a través de los cuales
se modificó progresivamente la Constitución, fueron la expresión jurídica de esa
transformación.

(51) Los cadáveres de Michelini y Gutiérrez Ruiz fueron hallados junto a los de Rosario Barredo y
William Whitelaw (ex militantes del MLN).
(52) República Oriental del Uruguay. Consejo de Estado, Decretos Constitucionales Nos. 1 al 20,
Montevideo, s.e., s.f., pp. 3-9.
(53) Ibídem, op. cit., pp. 17-20.
196

“No existe dictadura”. Discurso pronunciado por


Aparicio Méndez en mayo de 1977.
“ […] Somos demócratas. Si no lo fuéramos, nada nos impediría en vez del gobierno que
ejercemos, tener una dictadura. […] Los hombres de bien, las personas de trabajo, las fuerzas
vivas no hablan de dictadura, no piensan en dictadura, ni reclaman derechos humanos. […]
Es necesario comprender que se está viviendo un período de transición entre dos ciclos
históricos. […] El Uruguay en 1972 inició de hecho el proceso que ahora está en marcha.
[…] Nosotros en estos momentos tenemos la legitimidad en el sentido técnico-jurídico de ser
un Gobierno impuesto, aceptado y cumplido pacíficamente. Y el día en que estemos en condi-
ciones de auscultar la voluntad del pueblo, llegaremos a la legitimidad formal o nos iremos
a nuestras casas si el pueblo lo quiere. […] Sabemos que hay disidentes. Conocemos que hay
oposición. Pero la prueba de la oposición es la prueba de que no existe la dictadura con que
se quiere rotularnos, ni el despotismo con que se quiere agraviarnos. […] Uruguay optó por
crear un régimen cívico-militar. Los militares pudieron –disponen de fuerza para ello– crear
un gobierno puramente militar. Pero creyeron […] que son necesarias todas las fuerzas reales
del país para salir del trance. Y si hubiéramos más civiles apoyándonos y hombres más capa-
ces que nosotros sería mejor para nosotros y para el país. […] A partir de 1976, se perfila, se
insinúa ya con claridad la constitución del nuevo orden institucional uruguayo. […]
Pienso que […] el Uruguay no puede sobrevivir si no se mantienen sus partidos tradicio-
nales y en el caso de que éstos no sobrevivieran, ya entonces no es obra del gobierno, es obra de
ellos mismos. Partidos que sean nacionales, que sean propios del país. Porque si el partido es un
instrumento para expresar la soberanía no podemos admitir los partidos de origen internacional,
porque entonces la estamos escamoteando y estamos votando nuestra sumisión a los rusos o a los
chinos, o a cualquier otro país dirigente de la conducta de ese partido internacional. […]
[…] En una reciente encuesta de Gallup, quedó establecido que al 63 por ciento de
la población del país, le es indiferente el problema político. Queda el 37 por ciento, acep-
tando como válida y exacta, con sus naturales previsiones, la encuesta. Nosotros nos damos
por satisfechos. Sabemos que ese 37 por ciento está constituido por los comunistas, por los
sediciosos, por los políticos que han perdido sus puestos. Comprendemos que quieran elec-
ciones, comprendemos que vivan con la preocupación política. […]
[…] Lo importante es hacer. […] En 1973 cuando se inicia este proceso, corría
sangre en las calles del Uruguay. Las madres ignoraban si sus hijos iban a volver con vida
cuando salían. En las escuelas iban a aprender enseñanzas marxistas, en las universidades
se vivía en la promiscuidad, con camas en las salas de estudio; en las calles dominaban las
hordas bárbaras medievales; hoy en el Uruguay se camina libremente, sin temor a un tiro
alevoso por la espalda, o a un secuestro o a un asalto. En las escuelas se ven las túnicas
blancas y las corbatas azules de los escolares cada día en mayor número; limpias las escue-
las, limpias las aulas, limpias las aulas de los niños y cada día más limpio el cuerpo docente,
aunque reconocemos que aun hay mucho que hacer en esta materia.
Las universidades han sido reabiertas y son lo que debieron ser siempre: centros de
estudio. También sin proselitismo en los que no hay más selección que la de la capacidad.
Eso se llama seguridad pública. Y afirmo enfáticamente y con orgullo, que no creo fuera
de Suiza, que ningún país ofrezca hoy un grado de seguridad como el que ha conseguido el
Gobierno para sus habitantes, y los que nos hacen el honor de visitar.
[…] el Gobierno es auténtica, orgánicamente democrático, y si no practicamos la
democracia en estos momentos en el sentido tradicional en que se le ha entendido, hasta
ahora, es porque no están dadas las condicionantes para hacerlo. […]” [Tomado de “El
País”, 22 de mayo de 1977.]
197

Aspectos de la evolución económica.54 Desde junio de 1974 se aplicó el


Plan Nacional de Desarrollo con algunas modificaciones con respecto a su formu-
lación original, debido a cambios experimentados por la economía mundial. La
llamada “crisis del petróleo” de 1973 triplicó el precio de este recurso (el barril
pasó de 3 a 10 pesos) que figuraba entre los principales rubros de importación de
nuestro país. A pesar de que en el primer semestre de 1973 aumentaron los precios
internacionales de los principales productos de exportación uruguayos, el aumento
del precio general de las importaciones arrojó una balanza comercial con saldo
desfavorable. Esta situación se agravó aun más a raíz de la decisión de la Comu-
nidad Económica Europea de cerrar sus mercados al ingreso de carnes, principal
producto de exportación del Uruguay.
Los autores que analizan la evolución de la economía en el período sue-
len distinguir tres fases. En una primera etapa comprendida entre 1974 y 1978 se
efectivizó el plan de apertura económica, promoviéndose el ingreso de capitales
provenientes del exterior. La falta de controles internos para la radicación de las
inversiones extranjeras fue transformando paulatinamente al país en una “plaza
financiera” codiciada por los financistas y empresarios de diferentes partes del
mundo. Complementariamente se buscó un aumento de las exportaciones fomen-
tando a través de subsidios y otros mecanismos un mayor grado de explotación
de determinados recursos naturales del país. En los hechos se mantuvieron las
exportaciones tradicionales con un mayor grado de industrialización. En este pe-
ríodo se redujo fuertemente la inflación (del 77 al 41%) pero el costo fue, una vez
más, el descenso del salario real y las pasividades, cuya fijación estuvo a cargo del
gobierno.
Hubo entonces sectores favorecidos por la ruptura institucional, entre los
que se destacan el integrado por los grandes financistas y el empresariado en ge-
neral. El 28 de junio de 1975 el diario El Día publicó una Memoria de la Cámara
Nacional de Comercio en la que se destacaba la consolidación de la paz social y la
seguridad pública alcanzada por el país. Se resaltaba también la importancia de la
liberalización de la economía. El 11 de octubre de ese mismo año representantes de
la Cámara de Industria en reunión con Bordaberry reiteraron su apoyo a la política
económica y a la gestión del gobierno. No se obtuvo un apoyo de esta índole de los

(54) Este apartado se realizó sobre la base de los siguientes trabajos: Jorge Notaro, “La batalla
que ganó la economía. 1972-1984”, en: Benjamín Nahum (Dir.), El Uruguay del siglo XX, tomo I,
La Economía, Montevideo, Montevideo, E.B.O. – Instituto de Economía, 2003, pp. 95-121; Danilo
Astori, “La política económica de la dictadura”, en: AA.VV., El Uruguay de la dictadura, op. cit.,
pp. 147-177; Luis Bértola, “La dictadura: ¿un modelo económico?”, en: Aldo Marchesi, Vania Mar-
karian, Álvaro Rico, Jaime Yaffé, El presente de la dictadura, op. cit., pp. 201-204 y las obras ya
citadas de Walter Cancela, Alicia Melgar y Henry Finch.
198

productores rurales, menos favorecidos por las políticas económicas del régimen.
Por el contrario, entre 1976 y 1977 se produjeron permanentes enfrentamientos
entre el gobierno y el sector rural.
En una segunda etapa (1978-1982) fueron reduciéndose los subsidios a las
exportaciones de modo de obligar a los productores a aumentar su eficiencia para
mejorar su competitividad externa. A través del preanuncio del tipo de cambio con
retraso respecto al ritmo real de aumento de los precios (en los hechos una deva-
luación paulatina popularmente conocida como “la tablita”), el gobierno buscó
contener la inflación. Esta política cambiaria tuvo un rol clave en la promoción
de las importaciones que se abarataban a través de este mecanismo. Simultánea-
mente se otorgaron más ventajas para la inversión de capitales (eliminación de la
obligatoriedad de los encajes bancarios y ampliación del margen de endeudamien-
to, entre otros), afianzando el proceso de consolidación del país como una “plaza
financiera”. Otra de las características de este período es la consolidación de la
dolarización de la economía, siendo esa la moneda utilizada para los depósitos
bancarios y para el pago de las deudas.
En 1982, ante una “fuga” masiva de capitales el país aumentó el endeuda-
miento externo. Las altas tasas de interés generaron grandes dificultades a los pe-
queños y medianos productores a la hora de pagar las deudas contraídas en dólares.
Ante la presión ejercida por las instituciones financieras, el Banco Central compró
créditos incobrables a cambio del otorgamiento de más créditos que le permitieran
afrontar los problemas inmediatos. La consecuencia de esta operación fue la pér-
dida de reservas del Banco Central y el aumento del endeudamiento externo del
país. Esta situación derivó en el cese de la intervención del Estado en el mercado
de cambios provocando una devaluación abrupta que triplicó el precio del dólar
(quiebre de “la tablita”). Esto provocó la quiebra de muchos empresarios endeuda-
dos que de un día para el otro vieron triplicarse sus deudas en moneda extranjera.
Para hacer frente a la abultada deuda externa, en febrero de 1983 el gobierno firmó
un acuerdo con la banca privada extranjera a través del FMI. En él se reeditaban
las condiciones ya aplicadas en varias oportunidades: “equilibrio presupuestal,
control del dinero, compresión salarial”. Para la población los efectos de este
compromiso se hicieron visibles a través del encarecimiento del costo de vida,
constatable en el aumento del impuesto al valor agregado (el IVA pasó de un 8 a un
12%) y en el aumento de las tarifas públicas, entre otras disposiciones. Se entraba
así en una nueva fase de recesión (caída de la producción). Por su parte, los de-
pósitos en moneda extranjera abandonaron masivamente el país que ya no ofrecía
las mismas ventajas. Entretanto el Banco Central continuó haciéndose cargo de
deudas incobrables de la banca privada (en su totalidad extranjera), siendo que en
1984 el monto de carteras incobrables ascendía a 600 millones de dólares.
199

Los sectores productivos, asalariados y pasivos fueron los más perjudicados


por la política económica de la dictadura. Se heredó una deuda externa altísima y
un endeudamiento interno que impidió por años el crecimiento de la economía.

El terrorismo de Estado. En la etapa dictatorial se anuló definitivamente el


Estado de Derecho. Esto significa que el aparato represivo actuó sobre los sectores
opositores sin control social, político ni legal, constituyéndose el propio Estado en
agente de terror sobre la población.
A diferencia de otras dictaduras del Cono Sur en las que se practicaron fu-
silamientos sistemáticos (Chile) o desapariciones forzadas masivas (Argentina), la
modalidad represiva que caracterizó al régimen uruguayo fue el encarcelamiento
masivo y prolongado. Así lo prueban las estadísticas que indican que en 1976
Uruguay tenía el índice más alto de prisioneros por cantidad de habitantes de toda
América del Sur. Cerca de 5.000 personas fueron procesadas por la Justicia Militar,
debiendo sumarse a esta cifra los aproximadamente 3.700 casos de detenidos que
no fueron procesados, pudiendo tratarse de horas o de meses.55
Las cárceles militares uruguayas, además de aislar a quienes permanecían
en ellas, tuvieron como cometido generar terror en toda la sociedad que era testigo
de los violentos operativos de captura y, a su vez, recibía noticia del trato inhuma-
no impartido a los prisioneros.
Miles de uruguayos fueron capturados por militares y policías en la vía pú-
blica o en sus domicilios –muchas veces de madrugada y por personal vestido de
civil– y sometidos a malos tratos y torturas en unidades militares de todo el país
y en centros clandestinos de detención. Las familias de los detenidos solían pasar
días e incluso meses sin conocer su paradero y destino.
La tortura, aplicada a presos políticos desde comienzos de la década de
1960, se transformó en una práctica rutinaria. Según datos del Servicio Paz y Jus-
ticia (SERPAJ) sólo un 1% de los ex prisioneros encuestados declaró no haber
sido torturado durante su detención. Funcionarios del Estado utilizaron la tortura

(55) Este apartado se ha sintetizado sobre la base del ya citado trabajo Uruguay Nunca más. Informe
sobre la violación a los derechos humanos (1972-1985) y A todos ellos. Informe de Madres y Fa-
miliares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, Montevideo, Madres y Familiares de Uruguayos
Detenidos Desaparecidos, 2004. Debe decirse que la documentación referida a estos aspectos del
período no ha estado disponible para los investigadores y que en ambos casos se trata de información
recabada y sistematizada por organismos de derechos humanos a partir de los testimonios de las víc-
timas y sobrevivientes. Recientemente la Presidencia de la República encomendó a la Universidad
la realización de un informe dedicado exclusivamente al caso de de los detenidos desparecidos, para
cuya confección pudo consultarse parte de la documentación que permite reconstruir las característi-
cas del terrorismo del Estado en Uruguay. Investigación histórica sobre detenidos desaparecidos, 5
tomos, Montevideo, Presidencia de la República Oriental del Uruguay, IM.P.O., 2007.
200

como un instrumento de poder con varias finalidades. Durante los interrogatorios


que sucedían a las detenciones los múltiples tipos de tortura eran aplicados para
obtener información del detenido. Las condiciones infrahumanas en que tenían
lugar los interrogatorios provocaron que muchos detenidos se inculparan de delitos
que no habían cometido. A su vez, además de cumplir una función de castigo y de
humillación para el prisionero, la tortura, al igual que el encarcelamiento masivo,
producía un efecto de intimidación en todo el colectivo social que recibía noticias
de estas prácticas. Importa destacar que no se trató de castigos arbitrarios sino de
una vasta gama de tipos de torturas protocolizadas y metódicamente aplicadas.
Entre los distintos apremios o torturas sufridos por los presos figuran el encapu-
chamiento, el plantón, los golpes, las amenazas, el impedimento de ir al baño, el
hambre, la sed, la aplicación de la “picana” eléctrica en distintas partes del cuerpo,
la inmersión de la cabeza en agua o su sujeción en bolsas plásticas provocan-
do situaciones de asfixia, los simulacros de fusilamiento, los colgamientos y las
violaciones. Prisioneros y prisioneras frecuentemente fueron testigos de la tortura
infligida a otros, debiendo a veces presenciar tormentos a familiares directos. Aun-
que no es exhaustiva, esta enumeración ilustra acerca de los heterogéneos castigos
corporales y psíquicos a los que fueron sometidos los detenidos por razones polí-
ticas. Varios de ellos murieron a causa de las torturas de las que fueron víctimas
durante los interrogatorios en unidades militares o policiales, quedando todos estos
ciudadanos con secuelas de distintos tipos.
Aproximadamente 230 uruguayos secuestrados durante la dictadura per-
manecen desaparecidos. Mayoritariamente secuestrados en Uruguay y Argentina
–aunque también hubo secuestros en Chile, Paraguay, Bolivia y Colombia– algu-
nos de estos hombres y mujeres fueron detenidos en unidades militares y centros
clandestinos de reclusión de esos países, mientras que otros fueron trasladados
ilegalmente a Uruguay. Este desconocimiento de las fronteras nacionales era po-
sible gracias a los operativos represivos coordinados con los gobiernos de la re-
gión con los cuales existía total afinidad política (“Plan Cóndor”). De este modo,
militares y policías uruguayos participaron en operativos de secuestro y detención
en territorios de otros países. A su vez se llevaron adelante operaciones represivas
dirigidas a extranjeros (fundamentalmente argentinos) residentes en nuestro país.
Es importante señalar que entre los “desparecidos” hay niños, secuestrados con
sus padres o nacidos en cautiverio. El tenaz accionar de algunas personalidades
individuales y de las organizaciones de derechos humanos posibilitó la ubicación
de algunos de ellos.
201

En la primera parte de este capítulo vimos cómo el Parlamento accedió a


aplicar la jurisdicción militar a civiles.56 La Justicia Militar depende del Minis-
terio de Defensa y sus cargos no están ocupados por abogados y jueces sino por
militares sometidos a jerarquía. Su órgano máximo, el Supremo Tribunal Militar,
cuyos miembros son designados por el Poder Ejecutivo, carece de independencia e
imparcialidad para dictar justicia. Las leyes y los códigos que componen la Justicia
Militar fueron creados para mantener la disciplina en los ámbitos castrenses y no
para ser aplicados a civiles.
La justicia ordinaria no tenía competencia alguna porque todos los detenidos
estaban a disposición de la autoridad militar. Se ha hecho referencia a la aplicación
de la Justicia Militar como una “gran ficción” en la que el proceso penal no tenía
como finalidad investigar ni determinar responsabilidades sino todo lo contrario.
Las responsabilidades y las penas estaban fijadas con anterioridad y los “jueces”
militares, sometidos al sistema jerárquico que rige la institución, se atenían a lo
ya establecido. Por lo general las versiones de los hechos eran proporcionadas por
los servicios de inteligencia militar. Asimismo, las detenciones no eran ordenadas
por el “juez”, sino dispuestas en las propias unidades militares de acuerdo a la
información recabada por los servicios de inteligencia o por orden de la autoridad
militar.
Se interpusieron muchos obstáculos al trabajo de los abogados civiles que
en varios casos sufrieron personalmente la persecución política y la detención. Las
detenciones sin orden judicial, las dificultades para la investigación y los largos
plazos transcurridos antes de que el prisionero pudiese recibir la visita del abogado
ejemplifican la dificultad de esta labor.
Este funcionamiento explica lo arbitrario de las condenas y la demora de la
liberación de los detenidos que, a pesar de haber sido dispuesta por el “juez” mili-
tar, debía ser ratificada por la autoridad militar correspondiente.
La sociedad en su conjunto fue controlada, limitándosele sus derechos polí-
ticos y laborales. Por el acto institucional N° 4 se proscribió toda la actividad polí-
tica. Estas proscripciones rigieron en el plebiscito de 1980 y las elecciones internas
de los partidos habilitados en 1982. Las elecciones nacionales de 1984 también se
realizaron con partidos y personalidades políticas proscriptas.
Muchas personas fueron perseguidas en sus lugares de trabajo por motivos
políticos, ideológicos o gremiales. Distintos mecanismos se implementaron para
“depurar” la administración pública. Por ejemplo el acto institucional N° 7 permi-
tía “pasar a disponibilidad” a funcionarios públicos y, de este modo, destituirlos de
sus cargos. Al funcionariado público se le solicitaba una “declaración jurada de fe

(56) Sobre este aspecto véase: Carlos Martínez Moreno, La justicia militar en el Uruguay, México,
Nuevo Mundo, 1984.
202

al sistema democrático de gobierno” además de exigirles “constancia de habilita-


ción para cargos públicos”, extendida en las seccionales policiales correspondien-
tes. Sobre estas y otras resoluciones la dictadura clasificó a los ciudadanos según la
confiabilidad política con las categorías A, B y C. Eran múltiples los motivos para
recibir la categoría “C”, que inhabilitaba a la persona para obtener o mantener su
empleo. Mayoritariamente, la asignación de esta categoría, se debía a conductas
privadas o al ejercicio de derechos civiles y políticos que en la fecha de su reali-
zación eran legales.
La persecución política e ideológica fue especialmente dura en el ámbito de
la enseñanza, en donde el Consejo Nacional de Educación que desempeñó funcio-
nes durante el gobierno militar avaló la destitución de una gran parte del personal
docente. Las destituciones inhabilitaron a un importante número de uruguayos a
ejercer la docencia tanto en ámbito público como privado.
En el sector de la actividad privada no existía un régimen de amparo a la
estabilidad, lo cual facilitó a los empleadores la ejecución de despidos por motivos
políticos o ideológicos. En los hechos, en empresas de distintas ramas de actividad,
se constató el desplazamiento de trabajadores que hubiesen tenido actividad gre-
mial. Asimismo, la existencia de “listas negras” dificultó la obtención de empleos
para aquellos que tuviesen antecedentes de detención o que anteriormente hubie-
sen sido despedidos por motivos políticos.

El exilio y las campañas de denuncia de la dictadura en el exterior. Mo-


tivos políticos y económicos determinaron que muchos uruguayos abandonaran
el país. Para proteger sus libertades y en algunos casos sus vidas debieron partir
hacia destinos diversos, a los que arribaban sin saber cuándo podrían regresar.

Imagen 9. Publicaciones de
las organizaciones de urugua-
yos en el exilio. Archivos par-
ticulares de Grauert Lezama y
Beatriz Weissman.
203

Entre 1963 y 1985 se estima emigraron aproximadamente trescientos ochenta mil


personas.57
De distintos modos (legalmente, contando con la protección de organismos
internacionales o impulsados por el gobierno uruguayo tras haber cumplido conde-
nas en prisión) estas personas se insertaron en las sociedades más diversas, algunas
de ellas con enormes distancias culturales con respecto a la uruguaya. Desde 1972
militantes del MLN y de otros grupos de acción directa se refugiaron en países
vecinos como Argentina o Chile, en donde los gobiernos de Héctor Cámpora y Sal-
vador Allende generaban un clima proclive para su reorganización y la actividad
de denuncia. Sin embargo, luego de los respectivos golpes de Estado (setiembre de
1973 y marzo de 1976) y tras la constatación de que la represión de los regímenes
del Cono Sur no respetaba las fronteras nacionales, estos países se transformaron
en lugares sumamente inseguros. Los nuevos destinos, alcanzados por los urugua-
yos en esta nueva fase del exilio, abarcaron otros países de Latinoamérica (entre
los que se destacan México, Cuba y Venezuela), Europa y Asia.58
La intensa movilización de las agrupaciones en el exilio, así como la de
algunas personalidades emblemáticas (como Zelmar Michelini y Wilson Ferreira
Aldunate), logró condenas internacionales al régimen uruguayo. Vania Markarian
afirma que el éxito de esta ferviente actividad de denuncia, tendiente a aislar a la
dictadura uruguaya provocando su descrédito ante la opinión pública internacio-
nal, se debió fundamentalmente al aprovechamiento que las colectividades de exi-
liados hicieron de las redes transnacionales de derechos humanos y a la coyuntura
experimentada por la política exterior estadounidense entre 1976 y 1980. Sobre
esto último, cabe señalar que en 1976 se aprobó la llamada “enmienda Koch”
(impulsada por el senador Edward Koch, integrante de la mayoría demócrata del
Congreso estadounidense), a través de la cual se suspendía “la asistencia y el en-
trenamiento militar así como la venta de armas al gobierno de Uruguay por sus
violaciones a las normas internacionales de derechos humanos”.59
Las principales diferencias que habían caracterizado a los grupos y partidos
de izquierda durante la década de 1960 estuvieron presentes en los años del exilio,
reproduciendo las divisiones y los desencuentros de las izquierdas en el escenario
internacional. Sin embargo los esfuerzos por contribuir al derrocamiento del régi-

(57) Wanda Cabella, Adela Pellegrino, Una estimación de la emigración internacional uruguaya
entre 1963 y 2004, Unidad Multidisciplinaria, Facultad de Ciencias Sociales, Serie Documentos de
Trabajo Nº 70, Noviembre de 2005.
(58) Un acercamiento a los escenarios, protagonistas e itinerarios del exilio uruguayo en este perío-
do puede encontrarse en: Silvia Dutrénit Bielous (coord.), El Uruguay del exilio. Gente, circunstan-
cias, escenarios, Montevideo, Ediciones Trilce, 2006.
(59) Véase el trabajo ya citado de esta autora (Vania Markarian, Idos y recién llegados. La izquierda
uruguaya en el exilio y las redes transnacionales de derechos humanos. 1967-1984.)
204

men en Uruguay fueron muchos y de importantes consecuencias. Desde 1979 la


CNT y el Frente Amplio reorganizaron formalmente sus actividades a través de
organismos coordinadores, asentados en los más de treinta países en que estaba
distribuido el exilio uruguayo. Otro hito fundamental en las políticas de alianzas
desarrolladas por los partidos y grupos durante el exilio fue la concreción, en abril
de 1980, de la Convergencia Democrática del Uruguay. Este grupo extra-partidario
(conformado por representantes de los partidos Comunista y Socialista, miembros
independientes del Frente Amplio y representantes del sector del Partido Nacional
liderado por Wilson Ferreira que, sin embargo, no participaban en representación
oficial de sus partidos políticos) desempeñó un rol de primer orden en la coordina-
ción de las fuerzas opositoras en el exterior.
Cabe destacar que, además de las campañas de denuncia, las distintas orga-
nizaciones estructuradas durante el exilio cumplieron una importante función en el
envío de ayuda económica para los familiares de los presos políticos en Uruguay.

Un plan fallido: la derrota del plebiscito constitucional y el nuevo cro-


nograma político. En agosto de 1977 las Fuerzas Armadas anunciaron su volun-
tad de realizar una reforma constitucional, que legitimara las modificaciones que
se venían realizando a través de los actos institucionales.60 El plebiscito se realizó
dos años y medio más tarde, el 30 de noviembre de 1980.61 A pesar del contexto
represivo y desigual en que se desarrolló la escasa discusión (con partidos y líderes
proscriptos, censura de la prensa opositora y plena vigencia de los encarcelamien-
tos arbitrarios), el debate en torno al plebiscito constitucional se transformó en
una evaluación general de la política del régimen. El 3 de noviembre José Germán
Araújo, periodista y director de CX 30 La Radio, debutó con un programa radial
(Diario 30) que se transformaría en una de las más fuertes voces opositoras de la
propuesta militar. En adelante este espacio radial jugaría un papel de primer orden
en el movimiento de resistencia a la dictadura. El semanario Opinar, dirigido por
Enrique Tarigo, fue otra de las voces que en noviembre de 1980 se alzó en contra
del proyecto de reforma constitucional avalado por el régimen.
El proyecto constitucional dividió a los partidos Nacional y Colorado ya que
en ambos existieron expresiones de desaprobación y de apoyo. Desde Washington,
Jorge Pacheco Areco hizo pública su adhesión, acompañada por la Unión Colo-
rada y Batllista y los sectores nucleados en torno a Alberto Gallinal Heber, junto
a algunas personalidades del herrerismo en el Partido Nacional. El resultado del

(60) El anuncio fue inmediatamente posterior a la visita de Terence Todman, Delegado para los
Derechos Humanos del presidente estadounidense James Carter.
(61) Una síntesis de las reformas planteadas en este proyecto constitucional fue publicada en El Día
el 17 de mayo de 1980, p. 1. Véase Carlos Demasi, El régimen cívico-militar, op. cit., p. 456.
205

Los uruguayos se van...


La crisis política y económica se reflejó en el movimiento migratorio en dos sentidos. En
primer lugar, a partir de 1972 y, con más fuerza y evidencia después del golpe de Estado, se
verificó un flujo de emigración política que se dirigió hacia lugares que garantizaban el asilo
y la posibilidad de seguir incidiendo en la política nacional. A comienzos de la década de
1970, los exilados tendieron a refugiarse en Argentina y en Chile, aprovechando, hasta 1976
en el primer caso y hasta 1973 en el segundo, condiciones políticas favorables. La sucesión
de golpes de Estado en los países cercanos y el recrudecimiento de las medidas coercitivas
en Uruguay determinaron, para los que pudieron sobrevivir a las represiones desatadas, un
nuevo desplazamiento hacia países en todos los continentes.
El segundo aspecto está relacionado con el fortalecimiento de las salidas por causas
económicas. El número de emigrantes tendió a crecer de manera exponencial a partir de
finales de la década de 1960, transformándose en un aspecto estructural de la realidad social
del país. Por razones ligadas a las formas de medición demográficas, es bastante difícil hacer
un cálculo preciso del número de emigrados. Una estimación oficial de 1976 concluyó que
218.419 personas habían trasladado su residencia al exterior desde 1963. Más recientemente
Adela Pellegrino y Wanda Cabella calculan en 380.000 personas el volumen de la emigra-
ción entre 1963 y 1985, aproximadamente el 11% de la población total residente en el país.
Además de incrementarse, la emigración tendió a modificar sus destinos. A principio de
los años setenta, Brasil y Argentina –si bien siguieron siendo lugares privilegiados por los
uruguayos que decidían emigrar– comenzaron a perder terreno frente a otros países, en con-
comitancia con la puesta en marcha de políticas de reestructura en algunos de los mercados
laborales de los países centrales, de medidas tendientes a atraer la mano de obra especializa-
da o de momentos coyunturalmente favorables. Desde este punto de vista, el boom petrolero
venezolano, así como el crecimiento económico y la eliminación de un conjunto de trabas
legales en Estados Unidos, Canadá y Australia representaron un importante atractivo para
los emigrantes uruguayos. En el caso australiano, además, se implementaron un conjunto
de medidas tendientes a reclutar trabajadores especializados que significaron un importante
aliciente para los emigrantes. De todas maneras, según una Encuesta de Migración Interna-
cional de 1982, el país privilegiado seguía siendo Argentina, hacia donde se dirigió casi el
50% de los emigrados en el período 1970-1982, seguido por Estados Unidos (11%), Austra-
lia (7.5%) y Brasil (7.2%).

plebiscito fue favorable para el “No” (las adhesiones a esta opción conformaron un
57, 9% del total de los votos, mientras que el “Si” obtuvo un 42%), lo cual impactó
al gobierno y marcó un punto de inflexión en las perspectivas manejadas para el
futuro político del país.62

(62) Sobre la actividad partidaria de este período y sus vínculos con los movimientos sociales véan-
se los trabajos de Silvia Dutrénit Bielous, “Del margen al centro del sistema político: los partidos
uruguayos durante la dictadura”, en: Silvia Dutrénit Bielous, Diversidad partidaria y dictaduras:
Argentina, Brasil, Uruguay, México, Instituto Mora, 1996 y El maremoto militar y el archipiélago
partidario. Testimonios para la historia reciente de los partidos políticos uruguayos, Montevideo,
Instituto Mora-Productora Editorial, 1994. Una perspectiva más centrada en el accionar de la socie-
dad civil puede consultarse en Carlos Filgueira (ed.), Movimientos sociales en el Uruguay de hoy,
Montevideo, FLACSO-CIESU-E.B.O., 1985.
206

El último tramo del período dictatorial se inició con la derrota del proyecto
de reforma constitucional elaborado por el régimen. Sin embargo las señales de
restauración de un gobierno democrático no fueron lineales ni inmediatas.63 Las
negociaciones entre representantes de partidos políticos con el gobierno militar
fueron conflictivas, resultando difícil alcanzar acuerdos. A su vez, la represión a
toda manifestación política o social en contra del régimen se extendió bastante
tiempo después de la realización del plebiscito. Charles Gillespie advierte que, a
diferencia de lo sucedido en otros países de la región, en Uruguay no se experi-
mentó una “distensión” en la represión a las múltiples manifestaciones de resisten-
cia. Se mantuvieron las encarcelaciones arbitrarias y continuaron denunciándose
malos tratos y torturas a prisioneros detenidos. Asimismo se clausuraron tempora-
ria o permanentemente publicaciones opositoras.64
En agosto de 1981 el Consejo de la Nación designó a Gregorio Álvarez para
ocupar la Presidencia del país. Durante este año, varios líderes de los partidos tra-
dicionales fueron “desproscriptos”.

Partidos políticos y movimientos sociales en los últimos años de la dic-


tadura. El 3 de junio de 1982, el Consejo de Estado aprobó la Ley de Estatuto de
los Partidos Políticos. La ley, cuyo contenido había sido conversado con represen-
tantes de las comunidades partidarias rehabilitadas, autorizaba el funcionamiento
de los partidos Colorado, Nacional y Unión Cívica –disponiendo para el 28 de
noviembre la elección de nuevas autoridades–, anulando simultáneamente la par-
ticipación electoral de la izquierda. La respuesta de parte de la izquierda a esta de-
liberada exclusión consistió en la organización de un movimiento a favor del voto
en blanco.65 En el mes de octubre, la “Comisión Nacional de ciudadanos por el
voto en blanco” –integrada por personas del ámbito académico y de la cultura–, en
simultáneo con los pocos medios de prensa opositores en circulación, impulsó una
campaña a favor de esta iniciativa. En este contexto, se realizaron charlas en pa-
rroquias y otras instituciones (como por ejemplo clubes barriales) cuya prohibición
no se había dispuesto. Rápidamente, la Comisión fue ilegalizada y sus miembros
detenidos. Las manifestaciones a favor del voto en blanco generaron, a su vez, la
clausura definitiva del semanario Opción.

(63) Sobre las dificultades para fijar marcos cronológicos para la transición puede verse Carlos De-
masi, “La ‘apertura democrática’ como tema de análisis”, en Revista La Gaceta, Nº 35, Montevideo,
A.P.H.U., abril 2005, pp. 3-6.
(64) Charles Gillespie, Negociando la democracia. Políticos y generales en Uruguay, Montevideo,
F.C.U./Instituto de Ciencia Política, 1995, parte II.
(65) Carta de Liber Seregni desde la prisión, fechada el 10 de junio de 1982, tomada de: Miguel
Aguirre Bayley, El Frente Amplio. Historia y documentos Montevideo, E.B.O., 1985, pp. 137-140.
207

La iniciativa a favor del voto en blanco –liderada por Liber Seregni desde
la prisión y apoyada por algunos medios de comunicación opositores como CX30
La Radio y el semanario La Plaza– obtuvo 85.373 votos. Esta convocatoria, reali-
zada en condiciones que hacían muy difícil la organización, marcó la vigencia del
Frente Amplio colmo colectividad política. Por otra parte, dentro de los partidos
habilitados los resultados electorales fueron favorables a las listas opositoras a la
dictadura. A pesar de la proscripción de los partidos de izquierda y la privación de
derechos políticos que todavía recaía sobre un importante número de ciudadanos,
las elecciones primarias de 1982 marcaron un hito en la reanudación de la activi-
dad política de los partidos.
Una primera instancia de negociación formal entre los partidos políticos ha-
bilitados y el gobierno tuvo lugar entre mayo y julio de 1983, cuando los partidos
decidieron abandonar las conversaciones. Asombrosamente los militares habían
iniciado la negociación planteando prácticamente las mismas demandas que el
electorado había rechazado en el plebiscito de 1980. Por otra parte, para los voce-
ros partidarios resultaba inadmisible continuar las negociaciones en el contexto de
fuerte represión imperante. Prueba de ello lo constituye la detención y el someti-
miento a torturas de veinticinco militantes de la Unión de Juventudes Comunistas
pocos días antes de la penúltima reunión del Parque Hotel. A mediados de julio, el
Servicio Paz y Justicia denunció públicamente estos hechos.
Además de las negociaciones partidarias, desde 1981 los grupos opositores
de la sociedad civil mantuvieron un importante nivel de movilización, cuyo punto
máximo se alcanzó en 1983. Nuevos movimientos sociales (de derechos humanos,
cooperativo, de mujeres, de ollas populares) y los ya “viejos” movimientos sindi-
cal y estudiantil, desempeñaron un importante rol en la actividad de resistencia a
la dictadura, promoviendo prácticas novedosas para manifestar la disconformidad
con la situación vigente tales como las “caceroleadas” o apagones masivos. Asi-
mismo parroquias católicas e iglesias protestantes brindaron ámbitos destacados
para la reunión y reorganización de la resistencia en la clandestinidad. Durante
este año se formalizaron los vínculos entre los partidos tradicionales y la izquierda
aun ilegalizada, cuyo accionar dentro del país fue fundamentalmente canalizado a
través de estos movimientos sociales. La “Intersectorial” fue la expresión de esta
alianza opositora que el 27 de noviembre de 1983 organizó un acto multitudinario
en los alrededores del Obelisco de Montevideo.66 La manifestación que se desarro-
lló bajo la consigna “Por un Uruguay democrático y sin exclusiones.” contó con la
participación de todos los partidos políticos (también los ilegalizados), los sindi-

(66) Charles Gillespie, Negociando la democracia, op. cit., cap. 7.


208

catos y los movimientos sociales y se estima que la concurrencia fue de aproxima-


damente 400.000 personas.67
A pesar de que no todos los sectores que integraban el Frente Amplio estu-
vieron de acuerdo con esta estrategia en tanto implicaba concesiones, en julio de
1984 el Partido Colorado, la izquierda (con Liber Seregni liberado pero proscripto)
y la Unión Cívica iniciaron una nueva fase de negociaciones con los militares. La
Convención del Partido Nacional había decidido no negociar con el gobierno mien-
tras Wilson Ferreira –retornado al país el 16 de junio de ese año e inmediatamente
encarcelado– no estuviese en libertad. Paulatinamente se fueron obteniendo varias
de las condiciones que los representantes de los partidos habían establecido como
prioritarias (el 27 de julio se decretó la legalización del Partido Demócrata Cristia-
no, cuyo lema posibilitaría la participación del Frente Amplio en las elecciones de
noviembre de 1984; por el acto institucional Nº 18 se levantaron la mayoría de las
proscripciones y se rehabilitaron políticos de izquierda; verbalmente se acordó la
liberación de 411 presos que habían cumplido más de la mitad de su “condena”).
En agosto finalizaron las conversaciones sin que se firmara ningún documento.
Sin embargo, las bases del “acuerdo” alcanzado ilustran acerca de los términos en
que se produjo la transición. Las preocupaciones básicas de los partidos políticos
parecen haber sido la liberación de los presos y el retorno a la democracia. Las
interrogantes principales de los militares giraban en torno a su inmunidad y a la
amnistía. El acuerdo o “pacto del Club Naval” fue declarado ilegal por el Directo-
rio del Partido Nacional.68
En el mes de setiembre los cuatro partidos políticos y múltiples organizacio-
nes sociales se integraron a la Concertación Nacional Programática (CONAPRO),
constituida con la finalidad de alcanzar acuerdos para un gobierno democrático de
unidad nacional.
El 25 de noviembre se realizaron elecciones nacionales con políticos pros-
criptos, aproximadamente 5.000 ciudadanos en la misma situación (sin derecho
a voto) y unos 300 presos políticos. El Partido Colorado presentó dos fórmulas
presidenciales integradas por Julio María Sanguinetti y Enrique Tarigo (líderes de
los sectores “Unidad y Reforma” y “Libertad y Cambio”, respectivamente) y Jorge
Pacheco Areco y Carlos Pirán (representantes de la “Unión Colorada y Batllista”).
Con su líder proscripto y en prisión, el sector wilsonista del Partido Nacional estu-
vo representado por la fórmula integrada por Alberto Zumarán y Gonzalo Aguirre,
que mantenía el acuerdo establecido antes de la dictadura entre las agrupaciones
“Por la Patria” y el “Movimiento Nacional de Rocha”. Dardo Ortiz y Conrado

(67) El manifiesto leído por Alberto Candeau en el Obelisco el 27 de noviembre de 1983, puede
consultarse en Virginia Martínez, Tiempos de dictadura, op. cit., p. 201.
(68) Charles Gillespie, Negociando la democracia, op. cit., cap. 8.
209

Ferber integraban la fórmula representante del sector herrerista del Partido Na-
cional. Por su parte, Juan Carlos Payseé –nombrado Intendente de Montevideo
por la dictadura militar– y Cristina Maesso integraban la otra fórmula presiden-
cial presentada por el herrerismo. El Frente Amplio se presentó a las elecciones
nacionales de 1984 con una única fórmula presidencial, integrada por Juan José
Crottogini (compañero de fórmula de Liber Seregni en las elecciones de 1971) y
José D’Elía (ex-Presidente de la CNT). La coalición integrada por cinco sublemas
(Democracia Avanzada, Izquierda Democrática Independiente, Partido Socialista,
Partido Demócrata Cristiano y Lista 99) no estaba habilitada a utilizar el lema
Frente Amplio, por lo cual, análogamente a lo sucedido en 1971, se presentó a los
comicios bajo el lema Partido Demócrata Cristiano.
Los resultados de los comicios –en los que el comportamiento electoral de la
ciudadanía fue muy similar al de las elecciones de 1971– dieron la victoria al Parti-
do Colorado, en el cual la fórmula integrada por Julio María Sanguinetti y Enrique
Tarigo obtuvo la amplia mayoría de los sufragios. A diferencia de la propuesta del
Frente Amplio, centrada en la necesidad de hacer justicia y en la que se destacó la
exigencia de una amnistía general e irrestricta, la campaña electoral del sector del
Partido Colorado liderado por Julio María Sanguinetti enfatizaba la idea de una
transición pacífica a la democracia. Esta posición fue sintetizada bajo la consigna
del “cambio en paz”, que pautó la campaña publicitaria del sector. Cinco días des-
pués de las elecciones Wilson Ferreira fue puesto en libertad.
El 12 de febrero de 1985 Rafael Addiego (Presidente de la Corte de Justi-
cia) sustituyó a Gregorio Álvarez en la Presidencia. Tres días después se instaló el
primer Parlamento electo por voto ciudadano en doce años y el 1º de marzo asu-
mió el nuevo Presidente. Una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue la
aprobación de la Ley de Pacificación Nacional, a través de la cual fueron puestos
en libertad los últimos presos políticos y se permitió el retorno de los exiliados a
Uruguay.

Para saber más


AA.VV. El Uruguay de la dictadura (1973-1985), Montevideo, Ediciones de la Banda
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dición a la crisis. Pasado y presente de nuestro sistema de partidos, Montevideo,
CLAEH/Ediciones de la Banda Oriental, 1985.
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ria-CEIU/FHCE, 2004.
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tevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2004.
211

Capítulo 6

La crisis de la democracia neoliberal y la


opción por la izquierda. 1985-2005
Departamento de Historia del Uruguay

Resumen
Los múltiples problemas que trajo consigo la transición democrática –la
cuestión de los derechos humanos, la presión militar, la intensa movilización de
gremios y sindicatos, la herencia económica de la post-dictadura– marcan el inicio
de la primera etapa de este período, que finalizó con el referéndum sobre la “Ley
de caducidad” en 1989. Las políticas de ajuste fiscal y sus consecuencias sociales,
los intentos de privatización de empresas públicas y la incorporación del país al
MERCOSUR en formación, constituyen ejes fundamentales de la década de los
noventa, pautada por la rotación de los partidos Nacional y Colorado en el gobierno
nacional y el acceso del Frente Amplio a la Intendencia de Montevideo. La crisis
bancaria de agosto de 2002, con el consiguiente impacto económico y social por
un lado, y el acceso por primera vez de la izquierda al gobierno nacional, por otro,
representan dos de los aspectos más significativos del proceso histórico del país en
el tránsito al siglo XXI.

El proceso político
El 1º de marzo de 1985 asumió el Presidente Julio María Sanguinetti, acom-
pañado en la Vice-presidencia por Enrique Tarigo. Rápidamente quedó en eviden-
cia la ruptura del trabajoso consenso entre las principales fuerzas antidictatoriales
(partidos políticos y movimientos sociales), que había pautado los dos últimos
años de la transición a la democracia. En este sentido, no llegaron a concretarse
varios de los acuerdos establecidos en las reuniones de los diversos grupos de la
Concertación Nacional Programática (CONAPRO). Julio María Sanguinetti pre-
sidió un gobierno de “entonación nacional” mediante un acuerdo con el Partido
212

Imagen 1. El 1º de marzo de 1985. Presencia popular en el Palacio Legislativo ante la asunción de


un Presidente electo democráticamente.

Nacional, liderado por Wilson Ferreira Aldunate. De esta forma, Wilson Ferreira Al-
dunate concretaba su ofrecimiento de “gobernabilidad”, realizado en un acto públi-
co que tuvo lugar en la explanada de la Intendencia Municipal de Montevideo, días
después de haber recobrado su libertad, tras haber estado preso desde el momento de
su regreso al país. Parte del esfuerzo del nuevo gobierno estuvo dirigido a superar la
crisis económica, que se había agravado a partir de la devaluación de 1982 (ruptura
de “la tablita”), y a buscar soluciones para algunos de los sectores más perjudicados
por esta situación y por las políticas económicas aplicadas en los años anteriores.
La década de 1990 se inició con dos cambios significativos desde el punto
de vista político: la sustitución del Partido Colorado por el Nacional en el gobierno
del país y el acceso de la izquierda, a través del Frente Amplio, a la Intendencia
Municipal de Montevideo. La fórmula ganadora del Partido Nacional estaba in-

(1) Gerardo Caetano, “Introducción general. Marco histórico y cambio político en dos décadas
de democracia. De la transición democrática al gobierno de la izquierda (1985-2005)”, en Gerardo
Caetano (director), 20 años de democracia. Uruguay, 1985-2005. Miradas múltiples, Montevideo,
Taurus, 2005, p. 20.
213

tegrada por Luis Alberto Lacalle como Presidente y Gonzalo Aguirre como Vice-
presidente. El nuevo Intendente de Montevideo fue Tabaré Vázquez.
El nuevo gobierno nacional realizó acuerdos con el Partido Colorado y otros
sectores del Partido Nacional en la denominada “coincidencia nacional”. Esto po-
sibilitó, durante los primeros años, llevar adelante políticas de corte liberal, entre
las que sobresalieron la fuerte apertura económica del país al exterior, los proyec-
tos de privatización de varias empresas del Estado y la reforma de la seguridad
social. La etapa de coparticipación se fue resquebrajando: en 1991 se produjo
el retiro del Foro Batllista (agrupación fundada por Julio María Sanguinetti),
seguido por el Batllismo Radical (liderado por Jorge Batlle). En marzo de 1993
se retiraron los sectores nacionalistas del Movimiento Nacional de Rocha (nu-
cleado en torno a Carlos Julio Pereyra) y de Renovación y Victoria (liderado por
Gonzalo Aguirre).

Imagen 2. Julio María Sanguinetti y Enrique Tarigo en el desfile del acto de asunción del mando.

Con la victoria obtenida por la izquierda en los comicios de noviembre de


1989 se alcanzaba, por primera vez, la conducción política de un gobierno depar-
tamental, situación que se mantuvo hasta las elecciones de 2005, en que la nueva

(2) Gerardo Caetano, “Introducción general. Marco histórico y cambio político…”, op. cit., pp. 24-25.
214

coalición de izquierda Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría obtu-


vo el gobierno de ocho Intendencias (Montevideo, Canelones, Maldonado, Rocha,
Paysandú, Salto, Florida y Treinta y Tres). Cabe señalar que para las elecciones de
1989 se habían escindido del Frente Amplio el Partido por el Gobierno del Pueblo
y el Partido Demócrata Cristiano, los que junto a un sector de la Unión Cívica
constituyeron el Nuevo Espacio, que obtuvo el 9% del total de los sufragios. A pe-
sar de este alejamiento, el Frente Amplio aumentó su caudal electoral alcanzando
el 21,2% de los votos emitidos.

Julio María Sanguinetti


Nació en Montevideo el 6 de enero de 1936. Realizó estudios primarios y secundarios en
el Colegio y Liceo Elbio Fernández. Ingresó a la Universidad de la República para realizar
estudios de abogacía graduándose en 1961. Vinculado tempranamente por razones familiares
y personales al Partido Colorado batllista, realizó una activa labor periodística en diarios de
ese sector. Primero en el semanario “Canelones” y luego en el Diario “Acción” dirigido por
Luis Batlle Berres. En 1963 fue electo diputado por la Lista 15. Luego de la muerte de Luis
Batlle Berres en 1964, continuó en las filas de la agrupación “Unidad y Reforma” formada y
liderada por Jorge Batlle Ibáñez. En 1966 fue redactor e informante del proyecto de reforma
constitucional plebiscitado ese año. Durante el gobierno de Jorge Pacheco Areco fue nom-
brado Ministro de Industria y Comercio entre los años 1969 y 1971, cuando pasó a ocupar
la representación comercial en la embajada uruguaya en la URSS. Durante la presidencia de
Juan María Bordaberry fue designado Ministro de Educación y Cultura. Desde allí elaboró
un proyecto de ley de educación promulgada en enero de 1973. Problemas internos dentro
del Partido Colorado determinaron el retiro del apoyo de “Unidad y Reforma” al Presidente
Bordaberry, abandonando Sanguinetti su ministerio. En 1976, una vez producido el golpe de
Estado (27 de junio de 1973), al igual que la mayoría de los políticos fue proscripto de toda
actividad política. En los años siguientes ejerció su
profesión de abogado, y el periodismo desde el diario
“El Día” (1973-1981) y en el Semanario “Correo de
los Viernes”, fundado en 1981. Participó activamen-
te en las negociaciones que determinaron la salida de
la dictadura. En marzo de 1985 asumió el cargo de
Presidente constitucional. Lideró el llamado período
de la transición, negociando con las Fuerzas Arma-
das la no revisión de los hechos recientes. Esto llevó,
luego de una ley de amnistía para presos políticos, a
la sanción de la Ley de caducidad de la pretensión
punitiva del Estado. Al terminar su mandato entregó
el gobierno al Dr. Luis Alberto Lacalle del triunfante
Partido Nacional. Volvió a ejercer la presidencia en
el período 1995-2000. El 1º de marzo de 2000 entre-
gó el mando a otro candidato del Partido Colorado,
el Dr. Jorge Batlle. En las elecciones de octubre de
2004 fue electo Senador de la República por el “Foro Imagen 3. Julio María Sanguinetti.
Batllista” del Partido Colorado.
215

Imagen 4. Programas de go-


bierno presentados en las elec-
ciones de 2004.

En las elecciones de noviembre de 1994 tuvo lugar una nueva rotación de


partidos en el gobierno nacional, resultando triunfante el Partido Colorado con la
fórmula Julio María Sanguinetti - Hugo Batalla (ex integrante del Frente Amplio y
del Nuevo Espacio, que había reingresado al Partido Colorado junto a la mayoría
del Partido por el Gobierno del Pueblo). Mediante una alianza con el Partido Na-
cional, a través del presidente de su directorio, Alberto Volonté, el gobierno logró
sacar adelante una serie de reformas. Entre estas se destacan la ley de seguridad
ciudadana, la reforma de la seguridad social, la ley de regulación del marco ener-
gético y la reforma educativa, como se verá más adelante.
El 1º de marzo de 2000 accedió al gobierno Jorge Batlle, siendo el primer
presidente electo por el sistema de ballotage, instaurado en la reforma constitucional
de 1996. Allí derrotó al candidato del Frente Amplio, Tabaré Vázquez. Con esca-
so apoyo parlamentario propio, Batlle logró formar una coalición de gobierno muy
inestable integrada por nacionalistas y colorados. Este gobierno debió enfrentar la
que ha sido calificada como la más grande crisis económico-financiera de la historia
del país, iniciada en el año 2002, cuyos efectos persisten hasta el día de hoy.
El 31 de octubre de 2004 se realizaron las elecciones nacionales. Estas die-
ron por resultado la victoria electoral de la izquierda: un 50,45 % sobre los votos
emitidos para el Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría, un 34,3%
para el Partido Nacional y un 10,36% para el Partido Colorado. La izquierda ob-
tuvo 17 bancas de senadores y 52 diputados, el Partido Nacional 11 senadores
y 36 diputados, y el Partido Colorado 3 senadores y 10 diputados, en tanto el
Partido Independiente logró un representante. Las candidaturas a la Presidencia
y Vicepresidencia de la República habían sido resueltas en elecciones internas el
27 de junio de ese año. Por el Partido Colorado se postuló a la Presidencia el Esc.
216

Guillermo Stirling (que obtuvo en octubre 231 mil votos), por el Partido Nacional
el Dr. Jorge Larrañaga (casi 765 mil votos), y por el Encuentro Progresista-Frente
Amplio-Nueva Mayoría, el Dr. Tabaré Vázquez. La fórmula presidencial Vázquez-
Nin Novoa resultó triunfante con casi 1.125.000 votos en 2.230.000 votantes, y al
superar el 50% de los votos emitidos, no hubo necesidad de pasar a una “segunda
vuelta” con el procedimiento del ballotage. Fue la primera vez que una organiza-
ción electoral de izquierda accedía al gobierno nacional, y lo hacía con una ajusta-
da mayoría parlamentaria.

El Frente Amplio en la Intendencia de Montevideo. El acceso de la iz-


quierda al gobierno departamental de Montevideo tuvo una fuerte gravitación en
la política nacional, en gran medida por ser la ciudad capital, concentrar a la mitad
de la población del país y ser la primera vez que el Frente Amplio se convertía en
partido de gobierno. La prioridad de esta primera administración fue favorecer a
los sectores más desprotegidos, procurando una mejora de los servicios esenciales
y la implementación de obras sociales como la creación de guarderías, policlínicas,
merenderos, entre otras medidas. Esta opción no significó perder de vista las de-
mandas del resto de la población montevideana. Al respecto se instrumentó un plan
de vialidad, alumbrado público, acondicionamiento y limpieza de las playas y se
comenzó a regularizar el trabajo de los vendedores ambulantes para descongestio-
nar algunas zonas de la ciudad, como por ejemplo la calle 18 de julio. Asimismo,
el gobierno de Tabaré Vázquez asumió la tarea de iniciar un proceso de descen-
tralización que implementó innovadores mecanismos e instancias de relaciona-
miento entre el gobierno y la sociedad civil. La descentralización del gobierno
departamental de Montevideo se inició en 1990 con la división del territorio de-
partamental en 18 zonas, donde se instalaron Centros Comunales Zonales (CCZ)
como unidades político-administrativas desconcentradas del gobierno municipal.
En cada uno de ellos se crearon formas de representación política –las Juntas Lo-
cales– y de participación ciudadana –los Consejos Vecinales–. Los CCZ se han
propuesto el acercamiento de la administración a los usuarios, por lo cual a ellos
se han transferido algunos servicios y trámites municipales. Por otro lado, a través
de la creación de los Consejos Vecinales se ha procurado ampliar los mecanismos
de democratización, mediante la participación directa de los vecinos, en general,
representantes de las organizaciones sociales de la zona o vecinos de distinguida
labor por el barrio. El criterio utilizado para dividir la ciudad buscó recoger en
cada zona la heterogeneidad social que caracteriza al departamento, evitando caer
en una división geográfica y social de “zonas ricas” y “zonas pobres”. En el último
tiempo, esto ha sido bastante cuestionado porque ha dificultado la implementación
de algunas de las políticas municipales.
217

De acuerdo con la politóloga Alicia Veneziano, los CCZ se han transfor-


mado en centros de referencia para la comunidad local en lo que refiere a “la
evacuación de denuncias, demandas e iniciativas sobre varios servicios, medio
ambiente, seguridad pública, fomento cultural, desarrollo local, empleo, políti-
cas sociales y obras e infraestructura”. No obstante, muchas de estas demandas
no han podido ser atendidas por el gobierno departamental. En algunas oportu-
nidades, por deficiencias administrativas, y en su mayoría, porque exceden sus
competencias e implican áreas de injerencia con otras agencias estatales o con el
gobierno nacional.

Gráfico 1. Evolución electoral del Frente Amplio en las elecciones municipales


de Montevideo, 1971-2005 (en porcentajes de votos válidos)

Fuente: Banco de Datos del Área de Política y Relaciones Internacionales, Facultad de Ciencias
Sociales, UdelaR.
En 1989 el Frente Amplio accede al gobierno departamental con el Dr. Tabaré Vázquez como inten-
dente. En las elecciones siguientes mantuvo la mayoría. El Arq. Mariano Arana ocupó la intendencia
durante dos períodos (1994-2004) y en las últimas elecciones (2005) asumió el Dr. Ricardo Ehrlich.

La cuestión de los derechos humanos


Uno de los grandes temas pendientes en el momento de la restauración de-
mocrática fue el de las violaciones a los derechos humanos que, como hemos visto
en el capítulo anterior, excedían el período estrictamente dictatorial. Dos leyes

(3) Alicia Veneziano, “Descentralización participativa: el caso de Montevideo”, en: María Elena
Laurnaga (compiladora). La geografía de un cambio. Política, gobierno y gestión municipal en Uru-
guay, Montevideo, E.B.O., 1998, pp. 121-152.
218

Tabaré Vázquez
Nació el 17 de enero de 1940 en el barrio La Teja de la ciudad de Montevideo. Hijo de
Héctor Vázquez, funcionario y sindicalista de ANCAP y de Elena Rosas, realizó sus estudios
primarios, secundarios y terciarios en la enseñanza pública. En 1969 se recibió de médico y
se especializó en Oncología y Radioterapia. Al año siguiente ingresó al Servicio de Radio-
terapia de la Facultad de Medicina desarrollando allí su carrera docente. A efectos de conti-
nuar sus estudios académicos obtuvo una beca y viajó a París en 1976 al Instituto “Gustave
Roussy”, centro al que retornaría en otras ocasiones. A los 45 años fue nombrado Grado 5 en
el Área Radioterapia del Departamento de Oncología de la Facultad de Medicina de la Uni-
versidad de la República. Paralelamente a su desempeño como médico, actuó como dirigente
deportivo del club Progreso, ejerciendo la presidencia por diez años. Desde la década del
sesenta fue votante del Partido Socialista. En 1983 se integró al núcleo de médicos socialis-
tas que funcionaba en la clandestinidad y tiempo después se incorporó a las comisiones del
Partido Socialista vinculadas al tema del deporte. Tras el retorno a la democracia comenzó a
cobrar mayor visibilidad en el ámbito político forman-
do parte desde 1987 del Comité Central del Partido
Socialista y en 1988 como responsable de finanzas en
la Comisión Pro-Referéndum de la “Ley de Caduci-
dad”. En 1989 fue electo Intendente de Montevideo
por el Frente Amplio. En 1994, fue proclamado por
la coalición Encuentro Progresista – Frente Amplio
como candidato a la Presidencia de la República. En
diciembre de 1996 el III Congreso del Frente Amplio,
a raíz de la renuncia del Gral. Liber Seregni, lo desig-
nó presidente de esa fuerza política. Afianzado su lide-
razgo dentro de la izquierda, en las elecciones de 1999
volvió a presentarse como candidato a la Presidencia
de la República, aumentando el caudal electoral. En
las últimas elecciones de octubre de 2004 obtuvo el
50,45% de los sufragios, lo cual permitió a la izquier-
da por primera vez acceder al gobierno nacional y
convirtió a Vázquez en el primer Presidente electo por Imagen 5. Tabaré Vázquez el 1º de
mayoría absoluta en la primera vuelta. marzo de 2005.

dictadas en 1985 apuntaban a otorgar la libertad a los presos políticos y a enmen-


dar las situaciones de despidos y destituciones por motivos políticos e ideológicos.
La Ley de Pacificación Nacional, aprobada el 8 de marzo de 1985, decretaba la
conmutación de la pena para todos los procesados por delitos políticos y la liber-
tad para los que aún permanecían en prisión, considerando las condiciones extre-
mas que habían sufrido durante su reclusión. Disponía asimismo, la creación de
la Comisión Nacional de Repatriación para facilitar el regreso de los uruguayos
exiliados. La “amnistía” era otorgada para quienes hubiesen cometido “delitos
políticos, comunes y militares conexos con éstos” desde el 1º de enero de 1962.
Para los “autores y coautores de delitos de homicidio intencional”, la “amnistía”
219

operaría a efectos de “habilitar la revisión de las sentencias” por parte de los Tri-
bunales de Apelaciones en lo Penal, facultados a dictar en un plazo de ciento vein-
te días sentencia de absolución o de condena. Para esta última posibilidad la ley
establecía “la liquidación de la nueva pena en la proporción de tres días de pena
por cada día de privación de libertad efectivamente sufrida”. A su vez, el artículo
25 de esta ley declaraba el derecho de los funcionarios públicos destituidos a ser
restituidos en sus cargos. No obstante, las condiciones de reincorporación laboral
y reparación de las personas despedidas o destituidas arbitrariamente quedaron es-
tablecidas en otra ley, en la que se reconocía el derecho de reincorporación de fun-
cionarios públicos “destituidos por motivos políticos, ideológicos o gremiales”.
Resulta interesante reparar en que el texto alude a destituciones ocurridas entre el
9 de febrero de 1973 y el 28 de febrero de 1985, con lo cual el Parlamento estaría
reconociendo que el quiebre institucional se habría producido en esta fecha.
Otra de las cuentas pendientes en materia de derechos humanos era la inves-
tigación de lo sucedido con los uruguayos secuestrados y desaparecidos –entre los
cuales figuraban niños– y de los asesinatos de los legisladores uruguayos Zelmar
Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, ocurridos en Buenos Aires en mayo de 1976.
Para atender estas situaciones, en abril de 1985 se formaron dos comisiones inves-
tigadoras dependientes del poder legislativo con el cometido de indagar “sobre la
situación de personas desaparecidas y los hechos que la motivaron” y “sobre el
secuestro y asesinato perpetrado contra los ex-legisladores Héctor Gutiérrez Ruiz
y Zelmar Michelini”.
Simultáneamente, desde la entrada en vigencia del gobierno democrático,
se presentaron varias denuncias sobre desapariciones, muertes y torturas de ciuda-
danos uruguayos dentro y fuera del país. En los meses de junio y julio de 1985, en
respuesta a la lentitud demostrada por la comisión investigadora, organizaciones
sociales lanzaron una campaña de recolección de firmas, bajo la consigna “Nunca
más un desaparecido”, con el objetivo de que el Parlamento autorizase las facul-
tades especiales necesarias para ingresar al Batallón de Infantería Blindado Nº 13
y la realización de una investigación exhaustiva para cada uno de los ciudadanos
desaparecidos.

(4) Ley No 15.737, promulgada el 8 de marzo de 1985. Ver texto completo en: http:// www.parla-
mento.gub.uy.
(5) Ley No 15.783, promulgada el 28 de noviembre de 1985. Ver texto completo en: http:// www.
parlamento.gub.uy.
(6) Sobre el itinerario de estos dos casos en la inmediata restauración democrática véase: Claudio
Trobo, Asesinato de Estado. ¿Quién mató a Michelini y Gutiérrez Ruiz?, Montevideo, Ediciones del
Caballo Perdido, 2003 (2ª ed. ampliada), pp. 151-202.
(7) Carlos Demasi y Jaime Yaffé (coord.), Vivos los llevaron …. Historia de la lucha de Madres y Fa-
miliares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos (1976-2005), Montevideo, Trilce, 2005, pp. 57-58.
220

En el mes de setiembre de 1985 quedó en evidencia la reticencia de algunos


militares a comparecer ante la justicia civil. A su vez, la actitud del gobierno ante
la cuestión de los derechos humanos fue sintetizada por el Presidente Julio María
Sanguinetti en la idea de “dar vuelta la página y mirar hacia delante”. Consecuen-
te con esta posición, el gobierno avaló la decisión del Teniente Coronel (R) José
Nino Gavazzo y del Mayor Manuel Cordero de no comparecer ante la justicia civil
para declarar acerca de actos cometidos en el marco de operaciones militares.
En noviembre, la comisión parlamentaria dio por finalizado su trabajo y
presentó un informe en el que se reconocía la desaparición de niños y adultos y
se establecían vinculaciones con las desapariciones en Argentina. Se responsabi-
lizaba por las violaciones a los derechos humanos a 61 integrantes de las Fuerzas
Conjuntas de Uruguay y a tres militares extranjeros, y se reconocía la aplicación
de torturas y detenciones en cárceles clandestinas en todo el país. La organización
“Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos” manifestó su dis-
conformidad con este informe que, a su entender, recopilaba sólo las declaraciones
de los familiares y no incorporaba documentación complementaria. Esta agrupa-
ción denunciaba que la comisión parlamentaria no había convocado a declarar a
los acusados de violaciones a los derechos humanos y tampoco había ingresado en
el Batallón Nº 13 de Infantería para comprobar la existencia de restos humanos.10
El 22 de diciembre de 1986, casi un mes después de que la Suprema Corte
de Justicia hubiese dispuesto que debía ser el Poder Judicial el que actuase en
los casos de denuncias contra militares acusados de violaciones a los derechos
humanos, se aprobó una ley por la cual se cancelaba la posibilidad de avanzar en
el esclarecimiento de estas cuestiones. La ley, aprobada por los legisladores del
Partido Colorado (excepto el diputado Víctor Vaillant) y de la mayoría del Partido
Nacional, establecía la “caducidad de la pretensión punitiva del Estado respecto
a los delitos cometidos hasta el 1º de marzo de 1985 por funcionarios militares
y policiales […] en ocasión de acciones ordenadas por los mandos que actuaron
durante el período de facto.” Renunciando a una facultad que le es inherente,
el Estado uruguayo desistía a través de esta norma de investigar y castigar a los
responsables de los delitos antes mencionados. Por este motivo, popularmente se
la conoció como “ley de impunidad”. Cabe destacar que el texto de esta ley alude
exclusivamente a los funcionarios militares y policiales, no comprendiendo a los
civiles con responsabilidad en las violaciones a los derechos humanos. Por otra

(8) Ibídem.
(9) Las conclusiones de este informe pueden confrontarse en: Investigación histórica sobre deteni-
dos desaparecidos, tomo IV, Montevideo, Presidencia de la República Oriental del Uruguay, IM.P.O.,
2007, pp. 16-17.
(10) Carlos Demasi y Jaime Yaffé (coord.), Vivos los llevaron …., op. cit., pp. 57-58.
221

parte, si bien se renunciaba al castigo de los culpables, en el artículo 4º de su capí-


tulo primero, la ley establecía que el Poder Ejecutivo dispondría inmediatamente
las investigaciones destinadas a conocer lo ocurrido a “personas presuntamente
detenidas en operaciones militares y policiales y desaparecidas, así como […]
menores presuntamente secuestrados en similares condiciones.” La misma ley ex-
cluyó los delitos cometidos con fines económicos y los delitos comunes.11
El día anterior a la aprobación de la que se conocería como “ley de caduci-
dad”, el senador frenteamplista Germán Araújo promovió desde el programa radial
“Diario 30” la realización de un “caceroleo” en repudio a esta norma. Durante la
noche, parte de los manifestantes que acudieron a esta convocatoria rodearon el
Palacio Legislativo, en cuyo entorno se suscitaron episodios violentos en los que
resultaron agredidos varios legisladores. En la sesión del Senado que se inició el
22 de diciembre de 1986 y se prolongó hasta la madrugada del día siguiente, sena-
dores de los partidos Nacional y Colorado promovieron la aplicación del artículo
115 de la Constitución para apartar de ese Cuerpo al senador Araújo, argumentan-
do su responsabilidad en la incitación a la violencia en los hechos sucedidos el día
anterior.12 La de Germán Araújo había sido una de las voces que había denunciado
sistemáticamente las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, ma-
nifestándose a favor del juicio y el castigo a los culpables. Su expulsión del Senado
coincidió con la aprobación de una ley que anulaba esta posibilidad.
Al día siguiente de aprobada la ley, la organización “Madres y Familiares de
Uruguayos Detenidos Desaparecidos” convocó a la realización de un referéndum
nacional con el propósito de lograr su anulación. En enero de 1987 se formó la
“Comisión Nacional Pro-Referéndum”, presidida por María Esther Gatti (madre
de Maria Emilia Islas, detenida desaparecida y abuela de Mariana Zaffaroni, se-
cuestrada y apropiada por otra familia en Argentina), Matilde Rodríguez Larreta y
Elisa Dellepiane (viudas de Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini respectiva-
mente). A título individual se integraron a la Comisión personalidades de la cultu-
ra, de organizaciones de derechos humanos, civiles y religiosas. Bajo las consignas
“Todos iguales ante la ley” y “Yo firmo para que el pueblo decida”, el 22 de febrero
se lanzó la campaña de recolección de firmas para convocar a un referéndum que
revocara los artículos uno a cuatro de la “Ley de Caducidad”. A fines de ese año se
entregaron 634.702 adhesiones a la Corte Electoral, que recién un año después, el
19 de diciembre de 1988, anunció que se había alcanzado el porcentaje de firmas

(11) Ley No 15.848, promulgada el 22 de marzo de 1986. Ver texto completo en: http:// www.parla-
mento.gub.uy. Ver también Oscar Sarlo “El sistema judicial uruguayo en la restauración democrática
(1984-2004)”, en: Gerardo Caetano (dir.), 20 años de democracia..., op. cit., pp. 86-87.
(12) Véase: Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores del 22 diciembre de 1986 en: http://
www.parlamento.gub.uy.
222

establecido por la ley para la realización de la consulta popular.13 El referéndum


se realizó el 16 de abril de 1989, precedido por una fuerte campaña y en un clima
de incertidumbre y temor, donde una abrumadora propaganda de los partidarios
de la ley a través de los grandes medios de comunicación recordaba el peligro de
retrotraer al país a los tiempos sin democracia. Cuatro días antes, los canales priva-
dos de televisión se negaron a emitir una pieza publicitaria en la que Sara Méndez
(presa durante la dictadura y madre de Simón Riquelo, secuestrado en su domi-
cilio en Buenos Aires y para ese entonces todavía desaparecido) denunciaba las
implicancias que tendría en la búsqueda de los desaparecidos una ley como la que
se estaba sometiendo a referéndum. En el mencionado spot Sara Méndez decía:
“Cuando mi hijo tenía apenas 20 días fue arrebatado de mis brazos. Hasta hoy
no lo he podido encontrar. Mi corazón me dice que Simón está vivo. Usted, este
domingo, ¿me ayudará a encontrar a mi hijo?”.14 Finalmente el 41,3% de los vo-
tantes se manifestó a favor de dejar sin efecto los artículos mencionados, mientras
que el 55,9% optó por confirmarlos.15 De este modo la ley quedaba ratificada en su
totalidad. Dando el aval a una norma de estas características, un sector importante
de la sociedad uruguaya manifestaba estar de acuerdo con una solución que evitaba
la revisión del pasado reciente.
El impacto del resultado negativo del referéndum provocó la retracción de
la movilización social, repercutiendo especialmente en las organizaciones de dere-
chos humanos. Fue recién en la segunda mitad de los años noventa cuando el tema
de los derechos humanos volvió a concitar la movilización política y social.
En 1996, al cumplirse veinte años de los asesinatos de Gutiérrez Ruiz y Mi-
chelini, el senador Rafael Michelini, hijo del legislador asesinado, convocó a una
“Marcha del silencio” en reclamo de verdad y justicia en relación a los detenidos
desaparecidos. La realización de esta actividad marcó un punto de inflexión en el
movimiento de derechos humanos que lentamente comenzó a reanimarse.16 En
adelante, el 20 de mayo se transformó en una fecha emblemática para un sector
importante de la sociedad que cada año marcha desde la Plaza de los Detenidos
Desaparecidos en América Latina (ubicada en la intersección de las calles Rivera
y Jackson) por la avenida 18 de Julio hasta la Plaza Cagancha, en donde se erige la
Columna de la Paz, también llamada “de la Libertad”.

(13) Carlos Demasi y Jaime Yaffé (coord.), Vivos los llevaron …., op. cit., pp. 64-68.
(14) La censura de esta publicidad habría influido de manera negativa en la campaña por la anula-
ción de los cuatro primeros artículos de la ley de caducidad, según lo valoró la organización Madres
y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos después de un balance de los resultados electo-
rales que puede consultarse en: http://trilce.com.uy/pdf/anexos/07-familiares-doc.pdf
(15) Porcentajes de votos emitidos tomados de Gerardo Caetano y José Rilla, Historia contemporá-
nea del Uruguay. De la Colonia al siglo XXI, Montevideo, CLAEH-Fin de Siglo, p. 562.
(16) Carlos Demasi y Jaime Yaffé (coord.), Vivos los llevaron …, op. cit., pp. 82-83.
223

Al año siguiente la organización “Madres y Familiares de Uruguayos Dete-


nidos Desaparecidos” presentó un recurso de petición al Poder Ejecutivo, exhor-
tando a que se investigara el destino de los detenidos desaparecidos, tal como lo
disponía el artículo 4 de la “Ley de Caducidad”. Ocho meses más tarde, el Presi-
dente Julio María Sanguinetti desestimó esta solicitud.17
En agosto de 2000, por iniciativa del Presidente Jorge Batlle, se formó una
comisión con la finalidad de conocer el paradero de los detenidos desaparecidos –la
Comisión para la Paz–, la cual no estuvo dotada de prerrogativas coercitivas ni de
facultades penales. La importancia de su “Informe Final”, dado a conocer en abril de
2003, radica en que se trata del primer documento en que el Estado uruguayo recono-
ce oficialmente las violaciones a los derechos humanos.18 En cuanto a su contenido,
el informe no tiene el alcance de los obtenidos por las “comisiones de la verdad”
formadas en otros países de la región (Comisión Nacional sobre la Desaparición de
Personas en Argentina o Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación en Chile),
e incluso acontecimientos posteriores desacreditaron algunas de sus principales con-
clusiones. Por ejemplo, los restos de Ubagésner Chaves Sosa y Fernando Miranda,
únicos cuerpos hallados hasta la fecha (junio de 2006), figuraban en el Informe de
esta comisión como incinerados y arrojados al Río de la Plata.19

Imagen 6. Campaña a favor del


“voto verde” para derogar los ar-
tículos 1 al 4 de la “ley de caduci-
dad”. Foto: Carlos Contrera.

(17) Salvador Cantero, “Tres años decisivos para la impunidad. El comprensible silencio de Sangui-
netti”, Brecha, 19 de agosto de 2005, pp. 7-8.
(18) Las conclusiones del Informe Final de la Comisión para la Paz pueden consultarse en: Inves-
tigación histórica …, op. cit., pp. 33-40. Sobre las repercusiones de este Informe y el estado de la
cuestión de los derechos humanos a más de 15 años de la restauración democrática véase el artículo
de Ivonne Trías, “El Informe Final de la Comisión Para la Paz. Todo desaparecido se desvanece en el
aire”, Brecha, 11 de abril de 2003, pp. 2-3.
(19) A todos ellos. Informe de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, Mon-
tevideo, Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, 2004, pp. 62-63 y 72-73.
224

En noviembre de 2002 los abogados Hebe Martínez Burlé y Walter De León


presentaron una demanda contra el ex dictador Juan María Bordaberry, acusán-
dolo por atentado contra la Constitución debido al golpe de Estado que encabezó
en 1973. El escrito contó con el patrocinio de varias organizaciones de derechos
humanos y fue acompañado por 2.000 firmas que avalaban la iniciativa. A su vez,
sobre Bordaberry recaían acusaciones acerca de su responsabilidad en los secues-
tros de Michelini y Gutiérrez Ruiz (cuyo caso fue reabierto a pedido del diputado
Felipe Michelini por esta misma fecha) y en los homicidios ocurridos en la Seccio-
nal 20 del Partido Comunista en abril de 1972. Juan Carlos Blanco, canciller entre
1973 y 1976, ha sido otra de las figuras civiles acusadas por su responsabilidad en
casos de violaciones de derechos humanos. En octubre de 2002, Blanco fue proce-
sado con prisión como responsable de la desaparición forzada de la maestra Elena
Quinteros, acontecida en junio de 1976, transformándose en el primer procesado
en Uruguay por delitos vinculados al terrorismo de Estado.20
Durante estos veinte años de democracia, Uruguay ha suscripto convencio-
nes y tratados internacionales que establecen que los delitos de lesa humanidad son
imprescriptibles e inamnistiables.21 Sin embargo, a la hora de tomar definiciones
relativas a denuncias de personas acusadas de haber cometido violaciones a los
derechos humanos, los sucesivos gobiernos han apelado a la “ley de caducidad”.
Asimismo, la vigencia de esta ley le ha valido al país la condena en dos oportuni-
dades por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA
(1991 y 1998).22
El 1º de marzo de 2005, en su discurso de asunción, el Presidente Tabaré
Vázquez anunciaba su voluntad de hacer cumplir el artículo 4 de la “ley de cadu-
cidad”, anticipando que a su juicio, los asesinatos de Michelini, Gutiérrez Ruiz
y María Claudia García de Gelman (ciudadana argentina desaparecida, presun-
tamente traída a Uruguay en el marco del Plan Cóndor cuya hija, nacida en cau-
tiverio, fue encontrada en este país en marzo de 2000) no estaban comprendidos
dentro de esta ley.23 Esta definición contradecía las resoluciones anteriores de los
presidentes Sanguinetti y Batlle.

(20) Claudio Trobo, Asesinato de Estado..., op. cit., pp. 192-195.


(21) Investigación histórica …, op. cit., pp. 111-130.
(22) Salvador Cantero, “Tres años decisivos para la impunidad...”, op. cit., pp. 7-8.
(23) Discurso de asunción del Presidente Tabaré Vázquez en el acto realizado en el Palacio Legis-
lativo, 1 de marzo de 2005, en: http:// www.presidencia.gub.uy.
225

Estado, sindicatos y gremiales empresariales24


La intensa movilización social que acompañó la salida de la dictadura había
tenido una expresión institucional en la CONAPRO, donde se discutieron diversas
problemáticas que debían afrontarse en la transición democrática y se plantearon
posibles caminos de solución. Desde la perspectiva del movimiento sindical, en
esta nueva etapa debía avanzarse en dos direcciones: la recuperación del salario
real a los niveles de la década de 1960 y el reconocimiento de los derechos de
sindicalización, cercenados durante la dictadura. Desde la óptica de las gremiales
empresariales, los aumentos salariales debían responder al crecimiento en la pro-
ductividad, debía avanzarse en formas de flexibilidad laboral (es decir, nuevos mo-
dos de contratación que permitieran mayor libertad para la gestión de los “recursos
humanos”) y la negociación debía ser
libre y voluntaria, es decir, se oponían
a lo que consideraban una excesiva Cámaras empresariales
injerencia del Estado en las relacio- y fuero sindical

nes laborales. Si bien accedieron a “Legislar aisladamente sobre pro-


integrar los Consejos de Salarios, las tección de los dirigentes de las organi-
zaciones de trabajadores, más allá de
Cámaras empresariales reaccionaron lo establecido por las normas inter-
contra los proyectos de institucionali- nacionales ya ratificadas por el país,
zación de la negociación colectiva y significaría alterar profundamente los
establecimiento del fuero sindical, los equilibrios sociales, en momentos en
que el país debe abordar los mecanis-
que terminaron desestimados.
mos para procesar las relaciones colec-
El 25 de marzo de 1985, el fla- tivas del trabajo por medios adecuados
mante gobierno decretó un aumento a los objetivos nacionales.”
salarial y anunció próximas dispo-
siciones relativas a la forma en que [Nota de la Cámara Nacional de
Comercio, Cámara de Industrias y Cá-
estos aumentos se procesarían en ade- mara Mercantil de Productos del País a
lante. Desde el Ministerio de Trabajo la representación parlamentaria del Par-
y Seguridad Social, a cargo de Hugo tido Colorado, 26 de mayo de 1986.]
Fernández Faingold, se convocó a la

(24) Este apartado se elaboró principalmente sobre la base de las siguientes obras: Juan Manuel Ro-
dríguez, (coordinador), ¿Hacia un nuevo modelo de relaciones laborales? De la apertura política a
la apertura económica. Uruguay 1985-1998, (Montevideo, Trilce, UCUDAL, 1998); Marcos Super-
vielle y Francisco Pucci, “Política de relaciones laborales e innovaciones tecnológicas en Uruguay.
El caso del sector textil”, en Gisela Argenti, (editora), Uruguay: el debate sobre la modernización
posible, (Montevideo, CIESU / E.B.O. 1991, pp. 177-223), CIEDUR, Los desafíos del movimiento
sindical (Montevideo, s/f, Ponencias presentadas a un Taller-Seminario realizado en CIEDUR en
junio/agosto de 1991) y AA.VV., Organizaciones empresariales y políticas públicas, (Montevideo,
CIESU / FESUR / Instituto de Ciencia Política, 1992).
226

negociación tripartita (empresarios, trabajadores, Estado), de acuerdo con lo acor-


dado en el Consejo Superior de Salarios, que integraba junto a delegados de las
gremiales empresariales y el PIT-CNT. En mayo, un decreto estableció las normas
relativas a la fijación de los salarios. Sobre la base de la Ley de Consejos de Sala-
rios de 1943 con algunos ajustes, se establecieron las ramas de actividad para las
cuales se organizarían los distintos Consejos de Salarios. Se preveía la creación de
sub-grupos que atendieran realidades específicas. Se determinó que los delegados
obreros y empresariales serían designados por nóminas elevadas por los respecti-
vos sectores. Se fijaron, asimismo, los topes máximos de aumento salarial traslada-
ble a los precios de los artículos, se estableció cierta regularidad en la convocatoria
(rondas de negociación), lo cual incidió en los ritmos de la conflictividad laboral, y se
determinó que los acuerdos logrados (laudos) debían ser homologados por el Poder
Ejecutivo a efectos de ser extensivos a todas las empresas y trabajadores del sector.
El primer año del gobierno de Julio María Sanguinetti transcurrió en un
intenso clima de movilizaciones (textiles, enseñanza, portuarios, fábricas de papel,
empresas del Estado, transporte colectivo, entre otros), con paros, ocupaciones y
huelgas por tiempo indeterminado, así como convocatorias a paros generales por
parte de la central sindical (PIT-CNT). Asimismo, el Poder Ejecutivo declaró “ser-
vicios esenciales” a varias actividades públicas y privadas e intervino directamente
en la gestión sindical, disponiendo, por ejemplo, la realización de un plebiscito
entre el personal de una mutualista en huelga.
Las negociaciones en los Consejos de Salarios fueron incorporando otros
temas relativos a los derechos sindicales o la regulación de los conflictos. La du-
ración de los acuerdos se fue prolongando, siendo una orientación del Poder Eje-
cutivo arribar a convenios “largos”, de doce a veinticuatro meses de duración. La
administración del Presidente Luis Alberto Lacalle impuso un signo diferente a
la negociación colectiva, suspendiendo a partir de 1992 la convocatoria a Conse-
jos de Salarios. Se inscribía esta política en la orientación general que procuraba
profundizar la liberalización económica (privatización de servicios públicos, des-
regulación de las relaciones laborales, apertura comercial) y en lo referente a los
salarios, se dio el paulatino retiro del Estado de los ámbitos de negociación. Se
contemplaba de esta manera la aspiración empresarial, que consideraba los de-
rechos de los trabajadores como un factor que afectaba la “competitividad” de
la industria uruguaya frente a la de otros países. Las administraciones siguientes
continuaron esta política, fijándose por decreto los aumentos salariales de los fun-
cionarios públicos y dejándose librado a la negociación bipartita la determinación
de los salarios del grueso de la actividad privada.
La situación crítica de varias empresas –puede citarse el caso emblemático
de ONDA, que controlaba la mayor parte del transporte interdepartamental de pa-
227

Imagen 7. Fábrica Alpargatas


ocupada a comienzos de 1985.

sajeros y terminó cerrando en 1991– que amenazaba a dejar sin empleo a un gran
número de trabajadores, así como el creciente trabajo “informal” o la “terceriza-
ción” de actividades (disminuyendo el personal de planta a favor de la contrata-
ción de microempresas encargadas de esas tareas), se sumó a las dificultades para
extender la sindicalización en actividades cuyo crecimiento era reciente (tarjetas
de crédito, supermercados y otros servicios). A mediados de los años noventa se
apreció una crisis en el movimiento sindical. Se conjugaban en ella los cambios en
la composición social de la clase trabajadora y las discusiones sobre las formas de
representación en el PIT-CNT de los afiliados y los sindicatos, así como la relación
entre los objetivos reivindicativos inmediatos y las propuestas de transformación
del país. Los índices de conflictividad laboral, sin embargo, mostraron fluctuacio-
nes importantes en el período. A las reivindicaciones salariales se incorporaron,
cada vez con mayor visibilidad, temas como la defensa del empleo (en el marco
del cierre de importantes empresas y el aumento del índice de desocupación), la
defensa de las libertades sindicales y el fomento de la inversión. La conflictividad
más alta de los sectores asalariados, según el Programa de Modernización de las
Relaciones Laborales coordinado por Juan Manuel Rodríguez, se dio en el año
2002, coincidiendo con la crisis bancaria, la implementación de dos ajustes fiscales
y el crecimiento de la desocupación a niveles próximos al 20%.
La asunción del nuevo gobierno en marzo de 2005 supuso un desafío para
las relaciones laborales. En ese momento los niveles de actividad económica habían
mejorado, el desempleo continuaba siendo preocupante y el salario real no había
recuperado los niveles anteriores a la crisis de 2002. El gobierno de Tabaré Vázquez
anunció la convocatoria a los Consejos de Salarios, ampliados a los trabajadores
rurales y al servicio doméstico y la instalación de una mesa de negociación para el
228

sector público, como mecanismos de negociación colectiva para la mejora de las


condiciones laborales y salariales de importantes sectores de la población uruguaya.

Las reformas del Estado


En un contexto de “experiencias de neoliberalización” que el Estado uru-
guayo vivía desde el decenio de 1960 –no obstante algunos avances durante la
dictadura– fue en los años noventa cuando se experimentó el intento más audaz
y significativo en esta dirección. Fue así que desde los gobiernos de los partidos
Colorado y Nacional posteriores a la dictadura se planteó e impulsó un conjunto
de “reformas” que afectaron los vínculos comerciales con el exterior (la reforma
comercial y la apertura al exterior, sobre la base de un modelo económico liberal);
las relaciones políticas y reglas institucionales (reforma constitucional de 1996);
un redimensionamiento de lo social a través de la desregulación del mercado de
trabajo (eliminación de hecho del mecanismo de los Consejos de Salarios sin ho-
mologación de los acuerdos por el Poder Ejecutivo, entre otros cambios) y de la
seguridad social; reformas educativas (en Secundaria y la UTU, principalmente),
así como los cambios en el propio Estado y sus prácticas (reforma del Estado y de
las empresas públicas, intentando y a veces logrando su privatización o la terceri-
zación de algunos de sus componentes).
En el marco de un concepto de “Estado mínimo” –“juez y gendarme”, como
se lo quería en el siglo XIX– y con influencia de las ideas neoliberales, se intentó
reconfigurar sus funciones en el campo económico y social. Esta nueva forma de-
bería suplantar al “Estado de bienestar”, que fue la panacea en el mundo capitalista
desarrollado en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. El proyecto de
“reforma del Estado” se conectaba con el modelo económico imperante en la re-
gión –basado en el Consenso de Washington25–, que proponía abandonar el modelo
intervencionista y proteccionista de la “industrialización sustitutiva de importacio-
nes” por políticas económicas liberales y privatizadoras.
A través de mecanismos legales y el recurso al referéndum se procesaron la
reforma del Servicio Civil, la de la Seguridad Social, la de las empresas públicas,
y la del sistema electoral con la reforma de la Constitución.
En suma, desde la reinstitucionalización de 1985 –y a tono con procesos
mundiales y regionales en los países dependientes–, se verificó un intento de li-

(25) Se entiende por “Consenso de Washington” un listado de políticas económicas consideradas


durante los años 1990 por los organismos financieros internacionales y centros económicos con sede
en Washington, Estados Unidos, como el programa económico que los países latinoamericanos de-
bían aplicar para impulsar el crecimiento luego de la crisis del modelo de la CEPAL de “industriali-
zación por sustitución de importaciones”.
229

beralizar el Estado en términos de sus funciones económicas y sociales (no en el


campo de sus aparatos de coerción y coacción). Así, se restó injerencia en las polí-
ticas de “bienestar” y de negociación colectiva, librando sus suertes al “mercado”,
y se persiguió desarmar el antiguo sistema de empresas públicas en beneficio de
los capitales privados, con el pretexto de su inviabilidad financiera o la mala ges-
tión. Esto se produjo sólo parcialmente, aunque el Estado abandonó muchas de las
tareas de asistencia y regulación que había desempeñado. Si el Estado se “achicó”
(aunque no cesó de aumentar el gasto público), también dejó de cumplir con fines
sociales que antes cubría.

La reforma del Servicio Civil. Los cambios operados en esta área impli-
caron el proceso de disminución del número de funcionarios públicos a través de
incentivos para su alejamiento de la actividad sin necesidad de jubilarse. También
se dispusieron limitaciones al ingreso de nuevos funcionarios públicos. Se desa-
rrollaron mecanismos alternativos de contratación individual (becarios, pasantes
y contratos de obra) y el pase en comisión de funcionarios públicos de una repar-
tición a otra. El número de los funcionarios públicos comenzó a descender desde
1990, durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle, pasando de 272.000 a 223.600
en el año 2000. Entre 1995 y 1999 los funcionarios de los ministerios civiles de la
Administración Central, es decir, todos a excepción de los de Interior y Defensa
Nacional, se redujeron en un 23%.26 Por otra parte, los organismos de enseñanza,
en especial los de la Administración Nacional de Educación Pública que había te-
nido un incremento sustancial del alumnado, así como los gobiernos municipales,
continuaron aumentando su funcionariado.
La reforma de la Seguridad Social se intentó durante el gobierno del Par-
tido Nacional bajo la presidencia de Luis Alberto Lacalle (1990-1995), pero no
logró aprobarse la ley puesta a consideración. Durante el segundo gobierno de
Julio María Sanguinetti (1995-2000), y mediante una alianza política con el Par-
tido Nacional (“gobierno de coalición”), se aprobó en 1995 una ley que concre-
tó un régimen mixto, combinando el régimen universal provisto por el Banco de
Previsión Social, con uno complementario de ahorro y capitalización individual
(“las AFAP”, es decir, Administradoras de Fondos de Ahorro Previsional). Una
iniciativa de referéndum para derogar la ley, impulsada por la izquierda y organi-
zaciones sociales, no alcanzó el apoyo ciudadano necesario, por lo que la reforma
permaneció vigente.

(26) Fernando Filgueira; Adolfo Garcé; Conrado Ramos; Jaime Yaffé, “Los dos ciclos del Estado
uruguayo en el siglo XX”, en El Uruguay del siglo XX. La Política, Montevideo, E.B.O., 2003, pp.
194-195.
230

En relación a los nuevos intentos de “racionalización” de la administración


–iniciados con la reforma constitucional de 1967– en el período se creó el Pro-
grama Nacional de Desburocratización (por ley de 1990), que produjo normas
como el Texto Ordenado de Contabilidad y Administración Financiera del Estado
(TOCAF), y sobre la base de poner el centro de atención en “el cliente”. También
se avanzó en la reforma de la Administración Central conducida por el Comité
Ejecutivo Para la Reforma del Estado (CEPRE, ley de 1996), creando un sistema
de evaluación “de la gestión por resultados” y consultorías externas para control y
génesis de propuestas de “mejora de la gestión”.27

La reforma del sistema electoral. Luego de muchos intentos fallidos se


avanzó en la aprobación de una reforma constitucional que logró un muy estrecho
margen en el plebiscito efectuado el 8 de diciembre de 1996: el 50,5% del total
de los votos emitidos. La reforma aprobada modificó aspectos sustantivos del tex-
to constitucional de 1967, en especial el sistema electoral. Entre los cambios se
cuentan: a) introdujo el mecanismo de elección del Presidente de la República por
mayoría absoluta, disponiendo la realización de una “segunda vuelta” si aquella
mayoría no se hubiera obtenido en la votación inicial; b) fijó candidatos únicos por
partido para el cargo de Presidente, y hasta tres para el de Intendente departamental
(designados por la Convención partidaria, con al menos un 30% de los convencio-
nales respectivos); c) prohibió la acumulación por sublemas en la elección para
diputados (se quitaba así el triple voto simultáneo al lema, sublema y lista de can-
didatos que podía ambientar las “cooperativas electorales”, es decir, sublemas con
el único fin de tener más chances para obtener un cargo); d) eliminó la diferencia
entre lemas accidentales y permanentes. También se fortaleció el poder del Pre-
sidente ante el Parlamento al reducirse los plazos para el tratamiento de las leyes
“de urgencia” (aquellas que en caso de no haber un pronunciamiento legislativo
quedan automáticamente aprobadas), y para la consideración de las objeciones u
observaciones interpuestas por el Poder Ejecutivo (vetos) a los proyectos de ley.

La reforma de las empresas públicas. En las últimas décadas, como re-


sultado de la implementación de políticas económicas de corte neoliberal men-
cionadas anteriormente, también se modificó la participación del Estado como
empresario. Se puso en cuestión la presencia del Estado en el proceso económico,
en particular, la conveniencia o no de monopolios estatales en ciertas áreas de
producción de bienes y servicios. En el Uruguay, el significado económico de las
empresas públicas estuvo dado por su ubicación en áreas claves para el sistema

(27) Ibídem, p. 197.


231

productivo y servicios: telecomunicaciones, electricidad, ferrocarriles, gas, aerolí-


neas, refinamiento de petróleo, obras sanitarias y puerto.
En 1992, durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle, se aprobaron dos le-
yes que referían al tema: la “Ley de Puertos” y la “Ley de Empresas Públicas”. Por
la primera se inició un proceso de reforma que tuvo como objetivo implementar
la participación de empresas privadas en los servicios portuarios, restringiendo la
labor de la Administración Nacional de Puertos (ANP) a la regulación de las acti-
vidades y a las funciones de comunicación e información.28 La “Ley de Empresas
Públicas” apuntaba en lo sustancial a ampliar las potestades del Poder Ejecutivo
respecto a éstas, posibilitando la transferencia total o parcial al sector privado de
los servicios y/o actividades públicas. Esta ley generó una fuerte oposición en sec-
tores políticos de izquierda y organizaciones sociales que apelaron a una “consulta
popular”. Mediante un referéndum celebrado en diciembre de ese año, la ley fue
derogada por una contundente mayoría (71,6%). Además de la izquierda y las or-
ganizaciones sociales, un importante sector del Partido Colorado (“Foro Batllista”)
acompañó la iniciativa.
Ante la negativa de la ciudadanía se buscaron nuevas alternativas de refor-
ma. Entre ellas, estuvo la supresión de actividades, la incorporación de capitales
privados y diversas medidas para el mejoramiento de la gestión y de la productivi-
dad de las empresas. La primera de esas alternativas fue la aplicada a la Adminis-
tración de Ferrocarriles del Estado (AFE), por considerar excesivos los costos que
requería ponerla en condiciones competitivas: se dispuso la supresión del servicio
de transporte de pasajeros y la reducción de algunas líneas de carga. La incorpora-
ción de capitales privados fue el camino que siguió la Administración Nacional de
Puertos conforme a la ley sancionada en 1992. En las restantes empresas estatales
(ANTEL, OSE, UTE, ANCAP y BROU), durante la administración de Luis Al-
berto Lacalle se comenzaron a aplicar una serie de reformas tendientes a mejorar
la productividad. Ahora bien, como el objetivo central continuó siendo la mejora
de la relación costo-beneficio, se intentó introducir a la gestión de las empresas
públicas criterios empresariales propios de la actividad privada, en lo que refiere
a la eficiencia y la rentabilidad. Por su parte, la orientación política que siguió
el Poder Ejecutivo estuvo pautada por los organismos financieros internacionales
(Banco Interamericano de Desarrollo –BID–, Banco Mundial y Fondo Monetario

(28) Carlos Moreira y Pedro Narbondo, La reforma de las empresas públicas (1992-1994): actores,
diagnóstico y objetivos (consideraciones basadas en el estudio de seis casos), Montevideo, Depar-
tamento de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR, Documento de Trabajo Nº 11,
1998, p. 13
232

Internacional –FMI–) y por las recomendaciones de empresas consultoras, en su


mayoría sugeridas por éstos.29
Durante la presidencia de Jorge Batlle se aprobaron nuevas disposiciones
(leyes y decretos) que introdujeron “pautas de mercado”, al liberalizar y desmo-
nopolizar distintos servicios públicos, autorizar al sector privado a actuar como
gestor o propietario de algunas empresas públicas y al reducir algunas actividades
estatales de carácter empresarial a la regulación del funcionamiento de las mismas
en manos privadas. En el caso de los combustibles, por ejemplo, se estableció por
la Ley 17.448 la desmonopolización del sector y la transformación de ANCAP en
una empresa de capital mixto (público y privado), reservando al Estado el control
de las decisiones estratégicas. Esta ley fue fuertemente cuestionada por el Encuen-
tro Progresista-Frente Amplio y el Nuevo Espacio, lo que llevó a que fuese anulada
el 7 de diciembre de 2003 mediante un referéndum.

La “reforma educativa”. Durante el primer gobierno de Julio María Sangui-


netti (1985-1989) se sancionó una nueva Ley de Educación –la “Ley de Emergen-
cia”–, concebida como transitoria pero que en 2005 aún seguía vigente. Algunos de
sus lineamientos fundamentales habían sido tratados en la CONAPRO, donde se había
planteado la necesidad de llevar adelante una profunda reforma de la educación que
atendiera a la situación del país y a la necesidad de su integración en un mundo que
cambiaba aceleradamente. La Administración Nacional de Educación Pública (ANEP)
fue el nuevo organismo rector de la enseñanza pública no universitaria, y fue nombrado
presidente de la misma el historiador y político Juan E. Pivel Devoto. El CODICEN
(Consejo Directivo Central de la ANEP) y los Consejos desconcentrados de Enseñanza
Primaria, Secundaria y Técnico Profesional tuvieron como tarea principal “zurcir los
retazos” de lo que quedaba del sistema educativo luego de la dictadura, recomponer el
cuerpo docente, especialmente mediante la reincorporación de los destituidos por razo-
nes políticas, y sancionar una nueva Ley de Educación, reforma que se pensaba como
resultado de una amplia discusión y del consenso de todos los sectores involucrados,
es decir, poder político, sistema educativo y la sociedad en su conjunto a través de las
distintas organizaciones que se había dado durante la “década infame”.
A partir de las elecciones de 1989, que dieron el triunfo a Luis Alberto La-
calle dentro del Partido Nacional, la reforma educativa pasó a formar parte de la
agenda de reformas. Como señala el historiador Gerardo Caetano, se produjo en

(29) Véase: Ernesto Castellano Christy, “Balance de las reformas en el sistema nacional de em-
presas públicas”, en Observatorio Político, Informe de Coyuntura Nº 4. Entre la cooperación y la
competencia, Montevideo, Trilce/Instituto de Ciencia Política, 2003, pp. 86-89; y Luis Ibarra y Pedro
Narbondo. “La reforma de los servicios públicos: crisis económica y referéndum de ANCAP”, en
ibídem, pp. 97-100.
233

ese momento la llegada a Uruguay de las “reformas de primera generación del


llamado Consenso de Washington”, que instrumentaban las normas que los orga-
nismos financieros internacionales consideraban válidas para la nueva etapa del
capitalismo globalizado: desregulación del mercado laboral, reforma del Estado
a través de privatizaciones, amplio margen a la iniciativa privada, y el mercado
como “gran asignador de costos y beneficios”.30 Esta corriente radicalmente libe-
ral contó no solo con el respaldo de Luis Alberto Lacalle, sino también de Jorge
Batlle, mientras Julio María Sanguinetti habría sido más reticente a la misma. No
obstante, fue en el segundo gobierno de Sanguinetti (1995-1999) que tomó verda-
dero impulso la reforma educativa, junto a la de la seguridad social, y la reforma
constitucional. El encargado de llevarla adelante desde la presidencia de la ANEP
fue Germán Rama, sociólogo de reconocida trayectoria internacional y destacada
actuación en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Frente a las
políticas neoliberales que apostaban a la privatización de la mayor parte de los
servicios estatales, Sanguinetti y Rama centralizaron en el Estado la reforma edu-
cativa, recogiendo en tal sentido una vieja tradición del país. En opinión de otro
de los participantes de la reforma, el sociólogo Renato Opertti, “la matriz de di-
mensión batllista se fortalece en tres dimensiones críticas”: a) la dirección estatal
en la conducción e implementación de los objetivos y estrategias de la educación;
b) la acción prioritaria del Estado en la atención de los sectores más carenciados
mediante la universalización de los niveles educativos de cuatro y cinco años y la
implementación de un ciclo básico común de tres años para Enseñanza Secundaria
y Técnico Profesional, complementada más tarde con los Bachilleratos Técnicos;
c) la educación de alcance nacional, a través de los liceos rurales o la creación de
Centros Regionales de Profesores (CERP) en varios departamentos.31
Según el análisis de Selva López, este “remozado” interés por la educación
está basado en dos razones, una visible y otra menos visible. En el primer caso, se
postula la necesidad de adecuar la educación a las exigencias del mercado de traba-
jo, cada vez más tecnificado y más excluyente. Otra razón, menos visible pero tal
vez de mayor importancia, es la que reconoce el peso de la educación y los centros
educativos en la realización del control simbólico de la sociedad, es decir, como
agentes para la reproducción de las jerarquías, las creencias y valores que susten-
tan el sistema capitalista liberal en una sociedad dada. La creciente fragmentación
de la sociedad, resultado en parte de la aplicación de políticas neoliberales, y el
aumento de los índices de pobreza y marginalidad –a mediados de la década de
1990 la mitad de los niños en edad escolar vivía en condiciones por debajo de la

(30) Gerardo Caetano, “Introducción general. Marco histórico y cambio político...”, op. cit., p. 24.
(31) Renato Opertti, “Educación: una historia de luces y sombras, con debates importantes”, en
Gerardo Caetano (dir.), 20 años de democracia..., op. cit., pp. 230-232.
234

línea de pobreza– otorgaban a la educación un papel fundamental en la contención


e integración social.32
Las reformas implementadas siguieron lineamientos generales de organis-
mos internacionales como la UNESCO o la CEPAL, y se ajustaron a los paráme-
tros formulados por las instituciones multilaterales de crédito (el BID y el FMI, por
ejemplo) con cuyos préstamos se financiaron las medidas. La incidencia de estos
organismos en la planificación de las políticas públicas estatales le ha dado a este
proceso un sesgo tecnocrático, condicionado por las “exigencias del mercado” y
funcional al orden vigente, sin reparar en la necesidad de una amplia participación
de los distintos sectores de la sociedad en su elaboración. Esta es la acusación más
fuerte que ha recibido esta reforma educativa que, desde sus inicios, generó una
intensa movilización y debate en los distintos gremios de docentes y estudiantes,
así como en los órganos asesores establecidos en la “Ley de Emergencia”, como
las Asambleas Técnico Docentes (ATD) de las distintas ramas de la enseñanza. Un
indicio claro de esta situación fue el conflicto estudiantil contra el CODICEN en
1996-1997.
A pesar de la honda significación de los temas implicados, la reforma no fue
presentada como una Ley de Educación, sino a través del extenso articulado de la
ley de presupuesto quinquenal, que incluía los objetivos para los que se solicitaban
las asignaciones de recursos.33 Más allá de privar de un pleno conocimiento de sus
características y fines a sus legítimos destinatarios, aquellos tampoco alcanzaron
una difusión clara en la sociedad, pues las grandes modificaciones quedaban ocul-
tas por medidas instrumentales que no constituyen una “reforma educativa”, tales
como la extensión del horario escolar y liceal o la expansión de los cursos pre-es-
colares, aspectos estos que se venían reclamando desde tiempo atrás.
Según los planteos de las ATD y los sindicatos de la enseñanza, las reformas
ensayadas en el último decenio contribuyeron a deteriorar aún más el nivel de la
educación. La enseñanza por áreas que se incorporó a los programas de enseñanza
media, es decir, la supresión de las tradicionales asignaturas Historia y Geografía
por otra denominada “Ciencias Sociales”, o Física, Química y Biología por “Cien-
cias Naturales”, significó una rebaja de contenidos educativos, especialmente del
abordaje crítico y científico del conocimiento, en pro de destrezas instrumentales y

(32) Selva López, “La educación como política pública”, en AA.VV., Reforma educativa. Análisis
crítico y propuestas, Montevideo, Fundación Vivián Trías / E.B.O., 1998, pp. 11-36.
(33) Véase: ANEP, Una visión integral del proceso de reforma educativa en el Uruguay, 1995-
1999, Montevideo, 2000. En 1995 se remitió un Proyecto de Ley Presupuestal en cuatro tomos. Se
fundamentaba el procedimiento en que se trataba de “un destacado ejemplo del uso de la técnica
presupuestal para definir objetivos, jerarquizar estrategias y asignar recursos”. (Ibídem, p. 59.)
235

requerimientos del mercado, que profundizaron la pérdida de los niveles de forma-


ción y de cultura que habían caracterizado a la enseñanza pública uruguaya.
Por otra parte, la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP)
y los Consejos Descentralizados que dependen del mismo (Consejo de Educación
Primaria, Consejo de Enseñanza Secundaria, Consejo de Educación Técnico Profe-
sional) para la construcción y aplicación de estas nuevas orientaciones educativas
instrumentaron una serie de gerencias dependientes directamente del CODICEN
con la justificación de una mayor eficiencia.34
Tal vez deba pasar más tiempo para poder calibrar qué puede ser considera-
do perdurable de dichas medidas, conocidas como la “Reforma Rama”. Pero está
en la memoria pública la resistencia de estudiantes y docentes no solo a la reforma
sino también a cierto autoritarismo emanado de los organismos rectores, que poco
tenía que ver con la democracia recuperada, y mucho menos ayudaba a un diálogo
fecundo entre todos los implicados en un tema tan importante y tan sensible.35

La economía entre dos crisis


Los tiempos de la economía no necesariamente se corresponden con los de
la política. En este sentido, sería más correcto utilizar otro marco cronológico para
analizar este período de la historia uruguaya. En realidad, estos veinte años co-
mienzan en 1982, con una crisis provocada por la moratoria declarada por México,
imposibilitado de seguir pagando su deuda externa, y se cierran en 2002 con la cri-
sis provocada en Argentina, por el mismo motivo. La lectura superficial pero muy
popularizada, que dio un origen “externo” al derrumbe económico, hizo perder de
vista la inestabilidad implícita del modelo económico sostenido en esas dos déca-
das, así como la conexión histórica de las fases de corto crecimiento acompañadas
por crisis recurrentes, que son características de la estructura productiva del país,
con un mercado muy reducido y una marcada dependencia de las exportaciones.
El tema clave que marcó al período fue el de las “reformas estructurales”.
Los gobiernos de turno fundamentaron la política económica sobre la crítica al
proteccionismo y la industrialización artificial, en consonancia con las directivas
de los organismos financieros internacionales. La puesta en discusión, en muchos
casos justificada, del modelo de industrialización por sustitución de importacio-
nes y del proteccionismo de las décadas anteriores, fue acompañada por el enal-

(34) En 1996 se crearon las gerencias de Gestión Financiera, Impuesto de Educación Primaria, Proyectos
Especiales y Experimentales, y Planeamiento y Evaluación de la Gestión Educativa. (Ibídem, p. 311.)
(35) Una encuesta de Interconsult solicitada por el CODICEN indicó que en mayo de 1997 el apoyo
a la reforma educativa se ubicaba en el 33% de la población, evolucionando al 38% en marzo de 1998
y al 52% en junio de ese año. (Ibídem, p. 330.)
236

tecimiento de las ventajas comparativas que Uruguay tendría con respecto a la


producción pecuaria. A esto se agregó una valoración, tal vez exagerada, de las
potencialidades turísticas y de los servicios, enfatizando las óptimas condiciones
del país como “plaza financiera”. Esta interpretación, que orientó las políticas de
los gobiernos que se alternaron desde 1985, estaba fundamentada en la suposición
de que se avanzaba en forma inexorable y rápida hacia la liberalización de los
mercados agropecuarios internacionales.
Los instrumentos para poner en marcha este proceso de reformas estructura-
les fueron fundamentalmente tres. El primero de ellos fue un programa de privati-
zaciones de bienes y servicios, en parte frenado por los referéndums de 1992 y de
2003, como se vio. Los efectos negativos del programa privatizador argentino re-
presentaron un desestímulo para la “desnacionalización” completa de la economía
y brindaron una argumentación muy convincente para aquellos sectores políticos
y sociales que se oponían a los planes de privatización. Sin embargo, convendría
considerar que, a pesar de que los mismos bloquearon parte del programa privati-
zador, éste logró implementarse eficazmente en algunos sectores, como por ejem-
plo el de la seguridad social, la aviación civil y los servicios portuarios. El segundo
instrumento fue la integración regional a la cual se llegó de forma muy apurada en
parte por los acuerdos alcanzados por Brasil y Argentina entre 1985 y 1987 y en
parte por la convicción de que rápidamente se pudiera integrar un “mercado de 300
millones de consumidores”. El tercero de los instrumentos aludidos consistió en la
implementación, particularmente a partir de los años noventa, de una política de
anclaje cambiario, es decir un conjunto de medidas que establecían un margen pre-
establecido para el cambio del peso con respecto al dólar. Este tipo de cambio fijo
provocó a partir de 1994 una valorización muy fuerte del peso uruguayo frente al
dólar (lo que se conoce como “atraso cambiario”). Entre sus efectos más notables
estuvieron el perjuicio a los sectores exportadores, un mejoramiento en las condi-
ciones para hacer frente al pago del servicio de la deuda externa y el aumento del
consumo de bienes suntuarios, con su contrapartida de un mayor endeudamiento
en dólares. A pesar del hecho de que el tema del “atraso cambiario” comenzó a de-
nunciarse por la oposición y a ser admitido por el gobierno ya durante la campaña
electoral de 1994, no se tomó ningún tipo de medidas, hasta que la crisis de julio
de 2002 obligó a una formidable y repentina devaluación (prácticamente el valor
del dólar se duplicó en un día).
Los sectores industrial y agropecuario resultaron fuertemente perjudicados
por esta política. La ausencia del tradicional apoyo estatal y la competencia ex-
terna determinaron una crisis profunda que se tradujo en un marcado proceso de
desindustrialización. Los productos industriales uruguayos fueron rápidamente
sustituidos por los importados. Se intentó paliar los efectos de la caída de la pro-
ducción industrial a través de beneficios fiscales y apertura de zonas francas, con
237

resultados contradictorios. Los cierres de fábricas y empresas provocaron un mar-


cado aumento del desempleo que, en los hechos, implicó una reducción de la capa-
cidad adquisitiva de la población, con la consecuente reducción de un mercado ya
de por sí muy pequeño. La producción agropecuaria tuvo un claro crecimiento –no
siempre fruto de mejoras tecnológicas– en la década de los noventa pero encontró
fuertes obstáculos en las normas proteccionistas de los mercados internacionales.
Por otra parte, en este período también se desarrolló el sector forestal como resul-
tado de una marcada política de incentivo. El agro sufrió asimismo marcadas fluc-
tuaciones de los precios internacionales de sus principales productos (lana, carne,
leche). De todas maneras, la participación del sector agropecuario en el Producto
Bruto Interno (PBI) siguió cayendo hasta la devaluación de 2002, cuando volvió
a ubicarse en los niveles de 1985. Por el contrario, el sector de bienes y servicios,
particularmente el turismo, mostró un importante dinamismo, con una clara mejo-
ría tecnológica. Cabe preguntarse, como lo hacen Luis Bértola y Gustavo Bitten-
court, sobre los costos de este desarrollo para los otros sectores de la economía.36
La política de reformas estructurales resultó particularmente débil en lo que
refiere a desempleo y salarios. Entre 1985 y 1987 se verificó un período de recu-
peración de los sueldos que, de todas maneras, no representó una compensación
suficiente ante el derrumbe salarial acontecido durante la dictadura. A ello se su-
maron los efectos inflacionarios de los años posteriores que, en el mediano plazo,
contribuyeron a menguar aún más las retribuciones. El efecto social último fue que
la brecha entre los sectores más ricos y los más pobres se amplió de forma inédita.
La insuficiencia del modelo para la reducción del desempleo y la mejora salarial
fue tal vez más evidente en los períodos de recuperación económica que en los de
crisis. Por ejemplo, en 2004 el PBI creció del 12 %, pero el salario real se mantuvo
estancado y la tasa de desempleo disminuyó de manera casi imperceptible.37

Imagen 8. Planta frigorífica.


En octubre de 2000 se conoció la existencia de focos de
fiebre aftosa en el Departamento de Artigas. Se perdía así
la calificación de “país libre de aftosa sin vacunación”
otorgada por la Organización Internacional de Epizootias
radicada en París, que abría la exportación cárnica a los
mejores precios de los mercados de los países industria-
lizados.

(36) Luis Bértola y Gustavo Bittencourt, “Veinte años de democracia sin desarrollo económico”, en
Gerardo Caetano (dir.), 20 años de democracia..., op.cit., pp. 305-329.
(37) Ibidem pp. 314-317.
238

El costo financiero de las “reformas estructurales” fue pagado a través del


aumento desmesurado de la deuda externa, aprovechando la coyuntura de prés-
tamos con tasas de interés particularmente bajas entre 1991 y 1999. Esta lluvia
de dinero proveniente fundamentalmente de los organismos de financiación inter-
nacional, tuvo efectos fundamentalmente negativos, más allá de que algunos de
estos préstamos fueron aprovechados de manera eficiente. Una vez más, el otor-
gamiento de estos créditos representó un fuerte condicionamiento en la estrategia
económica del país. Además, un ineficiente sistema de control por parte del Banco
Central facilitó la especulación de algunos bancos privados, lo cual contribuyó a
la crisis de 2002. Los créditos provenientes del exterior, lejos de haber estimula-
do el desarrollo, se transformaron, por efecto de la devaluación, en una hipoteca
sobre el desarrollo futuro del país, ya que en 2004 la deuda externa uruguaya era
equivalente al total del PBI (unos trece mil millones de dólares aproximadamente).
La crisis de 2002 fue el resultado previsto y previsible de este modelo económico
que se mostró insuficiente para garantizar un crecimiento sostenido, para reducir
el desempleo y para evitar la reiteración de crisis cíclicas. Después de dos décadas
de “reformas estructurales”, el cambio de la estructura productiva del país sigue
siendo un tema pendiente.

Algunos temas pendientes en la agenda social


La restauración democrática de 1985 permitió recuperar tradicionales prác-
ticas de actividad y participación política, si bien, como se vio más arriba, temas
como el de los derechos humanos siguen pendientes. En el caso de los aspectos
sociales, las políticas implementadas en los sucesivos gobiernos tuvieron entre
sus resultados, el aumento de la desocupación, la “infantilización” de la pobreza y
un número creciente de ciudadanos viviendo en condiciones críticas. Los últimos
veinte años se han caracterizado por un aumento de la violencia y de la delincuen-
cia, particularmente a partir de la segunda mitad de la década de 1990. La ecuación
“joven = marginal = drogadicto = delincuente” aparece frecuentemente en la infor-
mación brindada desde los medios de comunicación, y es asumida por una parte
de la ciudadanía como causa de la inseguridad. De esta manera, se pone el acento
en la presunta culpabilidad genérica de un sector de la población calificado por su
edad, lugar de residencia, nivel de educación y posición social, sin examinar las
raíces profundas de esta situación, en una clara muestra del aumento de las formas
de discriminación y exclusión social.
En el capítulo siguiente se tratará con más detenimiento el deterioro de la
calidad de vida y la creciente fractura de la sociedad uruguaya. En este apartado
queremos detenernos en dos temas, por un lado, la persistencia de la emigración y
239

sus características; por otro, la situación de las mujeres, que cruza transversalmen-
te a la sociedad y se conecta con la violencia, la discriminación y la marginación.

La emigración como problema estructural. Desde el punto de vista de-


mográfico, el comienzo del período en análisis se caracteriza por dos procesos,
tal vez solo aparentemente contradictorios. Por un lado, la vuelta de los exiliados
políticos de la dictadura. Por el otro, la consolidación del proceso emigratorio, que
se vio fortalecido por las dos crisis que abren y cierran la última década.
La vuelta de los exiliados representó, además de las obvias consecuencias
relacionadas a la recuperación de las libertades civiles y políticas, una de las po-
cas ocasiones en que el Estado uruguayo intentó promover una política activa en
ámbitos migratorios. Como señala Álvaro Portillo, la constitución de la Comisión
para el Reencuentro de los uruguayos permitió la formulación de un conjunto de
medidas tendientes a promover el regreso y la reinserción en el país de los emi-
grados por razones políticas.38 Tal vez la mejor prueba del buen funcionamiento
de esta experiencia reside en el hecho de que, a los pocos años de su puesta en
funcionamiento, puso término a su intervención, ya que sus cometidos y objetivos
fundamentales se habían cumplido.
Los datos estadísticos confirman la difundida percepción según la cual la
emigración se ha trasformado en un fenómeno estructural o, si se prefiere, una
opción “normal” y “natural” para un importante sector de la sociedad. En este sen-
tido, las crisis económicas agudizan un fenómeno permanente. Por ejemplo, como
sostienen Adela Pellegrino y Andrea Vigorito, más allá de que el período que trans-
curre entre los dos censos de 1985 y 1996 no se caracterice por el abandono del
país por parte de contingentes importantes de personas, la comparación entre los
dos censos demuestra que la opción de abandonar el país sigue siendo un rasgo ca-
racterístico de franjas bastante definidas de la población. Desde este punto de vista,
tanto la crisis económica provocada por la ruptura de la “tablita” en 1982, como el
derrumbe de 2002, fortalecieron un fenómeno que ya se venía produciendo, y que
representa la principal e inmediata respuesta frente a la crisis por parte de aquel
sector de la población que tuvo y tiene la posibilidad de abandonar el país.39
La emigración constituye un atractivo particularmente para los jóvenes de
entre 25 y 30 años, con un nivel cultural medio y/o superior y una especialización
laboral, aunque estas dos últimas características (elevado nivel cultural y capacita-
ción laboral) se pueden extender a la casi totalidad de los uruguayos residentes en
el extranjero. En el total de emigrados sigue existiendo una sobrerrepresentación

(38) Álvaro Portillo, La política migratoria del Estado uruguayo, Montevideo, 2005. (mimeo)
(39) Adela Pellegrino y Andrea Vigorito, La emigración uruguaya durante la crisis del 2002, Mon-
tevideo, Instituto de Economía, UdelaR, Documentos de Trabajo DT03/05, 2005 (mimeo).
240

de los hombres con respecto a las mujeres. Sin embargo, de acuerdo a lo que indi-
can Pellegrino y Vigorito, se está verificando un equilibrio entre los sexos en los
niños y jóvenes menores de 30 años, donde la emigración femenina es el 47,1%
del total.40
Los cálculos de Pellegrino y Vigorito sobre el movimiento de pasajeros en
el Aeropuerto de Carrasco entre 1997 y 2004 estiman un saldo negativo de 96.500
personas que, sumadas al registro de pasajeros que abandonaron el país por vía
terrestre y fluvial, daría un total de 108.000 personas. Es decir, que en siete años
abandonó el país poco más del 3% de la población residente. Cabe preguntar-
se cómo son contabilizados aquellos uruguayos que salen del país con pasaporte
extranjero o sin ser registrados por las autoridades en las fronteras con los países
limítrofes, lo que podría aumentar aun más esta cifra.
En este período se modificó nuevamente el lugar de destino privilegiado por
los inmigrantes. Según el citado cálculo, los emigrantes que abandonaron el país
desde el Aeropuerto de Carrasco lo hicieron concentrándose hacia cuatro lugares
de llegada: Estados Unidos (33,3%), España (32,6%), Argentina (8,5%) e Italia
(4,7%). Este cambio se debe a varios factores. Por un lado, las violentas crisis
económicas que se registraron en los países vecinos, particularmente en Argentina,
principal y tradicional centro de llegada de los emigrantes uruguayos. Por el otro,
el abandono de las medidas de captación de mano de obra uruguaya por parte del
gobierno australiano truncó este flujo migratorio. Al contrario, la apertura de los
mercados laborales estadounidense y español terminó representando un atractivo
clave para la decisión del lugar de arribo. Además, para la elección de España y
Estados Unidos es muy probable que haya jugado un papel importante la presen-
cia en el lugar de familiares y amigos, emigrados previamente, que garantizaron
y garantizan una mejor y más rápida integración en los nuevos países. Aunque el
papel de las modernas “cadenas migratorias” y de las redes sociales de uruguayos
en el exterior merece un estudio específico, su importancia para definir el lugar
de llegada y para la inserción de los emigrados en la sociedad receptora parecería
estar fuera de discusión.

La situación de las mujeres. En los últimos veinte años se ha produci-


do un significativo avance en la visualización de las desigualdades de derechos
y tratamiento entre hombres y mujeres. En lo interno, la mayor participación fe-
menina en la población económicamente activa o su actuación en las asociacio-
nes de derechos humanos, seguramente contribuyeron a esta situación. A su vez,
desde organismos internacionales como las Naciones Unidas o la Organización de
Estados Americanos se tomaron una serie de resoluciones instando a los estados

(40) Ibídem, pp. 3-5.


241

miembros a buscar mecanismos de igualación efectiva de los derechos de hombres


y mujeres. En 1975 la UNESCO había declarado el Año Internacional de la Mujer,
buscando generar conciencia sobre la condición de subordinación, discriminación
y exclusión de las mujeres del planeta. A su vez, los avances en los estudios de
género –entendido como construcción sociocultural y no como determinación bio-
lógica– y la proliferación de las asociaciones feministas, dieron origen y sustancia
a este movimiento social.
A pesar de que puede considerarse como un hecho positivo la incorporación
del tema en la agenda política, en Uruguay no se ha producido una traducción ca-
bal de estas declaraciones de principios en la legislación, y menos en las prácticas
cotidianas. Entre las medidas legislativas se destacan la creación de una Comisión
Interministerial Honoraria denominada Instituto de la Mujer (luego de la Familia
y de la Mujer y actualmente Instituto Nacional de las Mujeres, en la órbita del
Ministerio de Desarrollo Social), algunas modificaciones al Código Civil y una
ley que prohíbe toda “discriminación que viole el principio de igualdad de trato
y oportunidades para ambos sexos en cualquier sector” de la actividad laboral,
presentada en 1985, aprobada en 1989 y reglamentada en 1997.41 En 1989 también
se aprobó el Convenio Nº 100 de la Organización Internacional del Trabajo que
estipula que la remuneración de la mano de obra masculina y femenina debe ser
igual por la realización de un trabajo de igual valor.42 A pesar de esta norma, las
estadísticas siguen mostrando que esa vieja reivindicación feminista no se cumple
en Uruguay. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, las mujeres per-
ciben menores remuneraciones que los hombres en cargos similares. De acuerdo
con los resultados del Censo Fase I, 2004, un 51,7% de la población del país son
mujeres. Sus niveles de instrucción son más bajos, aunque la tendencia se está
revirtiendo en los grupos más jóvenes. En lo referente a la tasa de desocupación,
es mayor que la de los hombres, y respecto a las tareas que desempeñan, más del
50% de las mujeres ocupadas (55,6% en 2004) se dedica a servicios sociales per-
sonales y comunales. Sus remuneraciones corresponden promedialmente al 68 a

(41) Ley Nº 16.045. Véase http://www.parlamento.gub.uy.


(42) Ley Nº 16.063, O.I.T., “apruébanse los convenios internacionales destinados a garantizar de-
terminados derechos humanos fundamentales, entre otros, el Nº 100, respecto a la igualdad de remu-
neración entre la mano de obra masculina y la mano de obra femenina por un trabajo de igual valor,
adoptado por la Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo, en el transcurso
de su trigésimo cuarta reunión celebrada en Ginebra, en el mes de junio de 1951”. La ley fue promul-
gada el 6 de octubre de 1989. Véase http://www.parlamento.gub.uy.
242

71% de las que reciben los hombres, llegando a ser apenas un 48 a 50% en el caso
del personal directivo.43

Cuadro 1. Relación entre la remuneración media de mujeres y hombres por tipo


de ocupación. País urbano

Vendedores y
Profesionales Empleados trabajadores
Personal directivo y técnicos de oficina manuales Total

Año 2001 49,3 67,5 69,5 61,6 69,5

Año 2002 50,4 60,1 75,1 63,6 71,9

Año 2003 49,7 68,2 74,6 61,6 71,7

Año 2004 48,4 61,3 73,5 60,2 68,7


Fuente: Tomado de Instituto Nacional de Estadística, Uruguay: Indicadores de género. 2001-2004, sobre la base de datos
de la Encuesta Continua de Hogares.

Nota: Relación entre la remuneración media de las mujeres y la de los hombres: Se calcula dividiendo
la remuneración media de las mujeres por la de los hombres, expresado por cien. Esta remuneración
corresponde al ingreso total por trabajo de la ocupación principal. Indica cuánto representa en promedio la
remuneración femenina en la masculina.

El ser objeto de violencia física, verbal o psicológica es una de las formas


en que se manifiesta la condición subordinada de la mujer. Entre las primeras me-
didas promovidas tras la restauración democrática figuró la creación de una oficina
encargada del seguimiento del tema, así como medidas concretas de apoyo tales
como la Comisaría de la Mujer o servicios de apoyo. En 1996, Uruguay suscri-
bió la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia
contra la mujer. En 2002, a su vez, se declaró de interés general “las actividades
orientadas a la prevención, atención y erradicación de la violencia doméstica en
el Uruguay” sin indicación de sexo puesto que, lamentablemente, estos actos afec-
tan también a otros miembros –menores y ancianos, principalmente– del núcleo
familiar.44 Sin embargo, la distancia entre las leyes y las prácticas sigue siendo
alarmante: en la conmemoración del “Día Internacional para la Eliminación de la
violencia contra la mujer”, correspondiente al 25 de noviembre de 2004, se denun-

(43) Instituto Nacional de Estadística. Uruguay: Indicadores de género. 2001-2004, Montevideo,


Trilce, 2006. Véase también en el sitio web de dicho Instituto:
http://www.ine.gub.uy/biblioteca/genero/Indicadores%20de%20g%E9nero1.pdf
(44) Ley Nº 17.514, Violencia doméstica, decláranse de interés general las actividades orientadas a
su prevención, detección temprana, atención y erradicación, promulgada el 2 de julio de 2002. Véase:
http://www. parlamento.gub.uy
243

ció que en lo que iba del año había


muerto una mujer cada nueve días, Salud reproductiva de la
víctima de la violencia doméstica. mujer: un debate necesario
En el plano político las mejo- Han sido varios los proyectos de
ras no han sido mucho mayores. Es ley tendientes a garantizar los derechos
interesante consignar que en las elec- sexuales y reproductivos de toda la po-
ciones de 1984, donde incluso apare- blación, incluyendo en ellos el de la
mujer a tomar la decisión de interrum-
cieron muchos candidatos nuevos de- pir voluntariamente el embarazo bajo
bido a las proscripciones que seguían ciertas condiciones. La índole del tema
vigentes, ninguna mujer fue titular al atraviesa los partidos políticos (que en
Senado o a la Cámara de Represen- sus “internas” tienen legisladores a fa-
vor y en contra) para situarse en el pla-
tantes por el Frente Amplio, el Partido no filosófico, ético y moral respecto a
Nacional o el Partido Colorado, y un la vida humana. Las cifras de abortos
número muy reducido fue electo como clandestinos, los costos y condiciones
suplente.45 En el capítulo 9 se volverá de realización de tales prácticas, así
sobre el tema. Por ahora baste decir como la relativamente alta tasa de nata-
lidad en los hogares con menos recursos
que tras las elecciones de 2004, si bien (en el 20% de los hogares más pobres
el número de parlamentarias disminu- nace el 48% del total de niños) aportan
yó, aumentó el número de mujeres otros elementos para la resolución de
que ocupan ministerios o integran los este complejo tema.
directorios de los entes autónomos y
servicios descentralizados.

La inserción internacional del Uruguay después de la dictadura


Durante la dictadura, la inserción internacional había continuado enmarcada
en la alianza con Estados Unidos –único aliado posible en la dinámica de la Gue-
rra Fría en la que los militares habían sido entrenados– aunque pueden señalarse
acentos, congruentes con la “doctrina de la seguridad nacional” y la lógica del
“enemigo interno”: escasa relación con la URSS y China, tensiones con países
europeos en torno al tema derechos humanos; acercamiento con las dictaduras del
Cono Sur (Argentina, Chile, Brasil y Paraguay) –cuya más importante expresión
fue el “Plan Cóndor”–, y el proyectado, aunque no concretado, pacto del Atlántico
Sur (alianza anticomunista de las dictaduras de la región con Estados Unidos y Sud
Africa). En este marco se inscribe la suspensión de relaciones con Venezuela el 5
de julio de 1976, decidida por este país luego del secuestro de la maestra Elena
Quinteros del predio de su Embajada en Montevideo. En la relación con nuestros

(45) Véase Rodolfo González Rissotto, Mujeres y política en el Uruguay. Montevideo, Ediciones
de la Plaza, 2004.
244

dos grandes vecinos, cabe señalar, asimismo, dos hechos: en primer lugar, la fir-
ma, el 19 de noviembre de 1973, por los cancilleres de Argentina y Uruguay, del
Tratado del Río de la Plata y su Frente Marítimo, que ponía fin al eterno litigio
jurisdiccional con el país vecino, en lo que fue, sin duda, el logro más importante
desde el punto de vista diplomático, culminación de un largo proceso de negocia-
ción. En segundo lugar, que si bien durante el período dictatorial no se impulsó
la integración regional, a mediados de los años setenta se procesaron acuerdos
comerciales con Argentina y Brasil (CAUCE y PEC, respectivamente), inspirados
en la creencia en un previsible futuro entendimiento entre ambos países, que haría
imposible la tradicional diplomacia pendular de Uruguay.
Al iniciarse la restauración democrática, el primer elemento a señalar en la
política exterior durante este período, es la activa estrategia para reinsertar al país
en el concierto de naciones democráticas, rompiendo el aislamiento en que había
caído la dictadura. Al respecto, señala Héctor Gros Espiell que el 1º de marzo
de 1985, el mismo día en que asumía la Presidencia Julio María Sanguinetti, se
produjo un intercambio de notas con Venezuela, reiniciándose las relaciones di-
plomáticas, lazos que se consolidarían con la visita a Uruguay, en abril de 1986,
del Presidente de Venezuela, Jaime Lusinchi. En abril de 1985 se reanudaron las
relaciones comerciales con Cuba, y el 17 de octubre del mismo año se reiniciaron
las relaciones diplomáticas con dicho país. También hubo un mejoramiento de las
relaciones con Europa Occidental, de los que son ejemplo los dos viajes del Presi-
dente Sanguinetti a París en 1987 y en 1989, este último para asistir a los festejos
del bicentenario de la Revolución Francesa. Hubo asimismo acercamientos con
Europa Oriental y con la URSS, pautados, en el último caso, por la declaración
conjunta suscrita el 25 de setiembre de 1985, durante la entrevista del Presidente
Sanguinetti con el Canciller soviético Eduard Schevarnadze en Nueva York, cuan-
do ambos asistían a 40ª Asamblea de las Naciones Unidas; así como por la visita
a Moscú del Canciller uruguayo Enrique Iglesias, en julio de 1986. En la misma
línea, se produjo un cambio fundamental, al romperse relaciones con Taiwan e
iniciarlas con China Popular, a través de una declaración conjunta de fecha 3 de
febrero de 198846.
Se ha señalado como otro aspecto novedoso de la labor diplomática de este
período, en el que está presente el deseo de encontrar márgenes de mayor autono-
mía en la inserción internacional, la participación en los mecanismos de concerta-
ción política latinoamericanos: el Grupo de Apoyo a Contadora, lanzado en julio
de 1985 por el Presidente peruano Alan García, para reforzar la labor del Grupo de
Contadora (Colombia, México, Panamá y Venezuela), que en 1983 había lanzado

(46) Héctor Gros Espiell. “Los desafíos de la reinserción internacional del país”, en Gerardo Caeta-
no (dir.), 20 años de democracia... op. cit., pp. 131-154.
245

una iniciativa alternativa a la política de Estados Unidos para solucionar los con-
flictos en Centroamérica; el Consenso de Cartagena, que intentó –sin éxito– im-
pulsar soluciones en torno a la crisis de la deuda latinoamericana; y el Mecanismo
Permanente de Consulta y Coordinación Política –más conocido como el Grupo de
los Ocho–, creado en diciembre de 1986 e integrado por los países de Contadora
más los de su Grupo de Apoyo.47
Durante la presidencia de Luis Alberto Lacalle, la agenda internacional del
país incorporó nuevos temas, como el de la Antártida y los recursos marítimos, e
incluyó un mayor acercamiento a la diplomacia iberoamericana. Pero la novedad
más importante de dicha gestión –y sin duda, de todo el período a estudio– fue la
decisión adoptada en 1990, siendo Canciller el Dr. Héctor Gros Espiell, de la in-
corporación plena del Uruguay al proceso de integración subregional.
El factor externo desencadenante de esta decisión fue la firma del Acta de
Buenos Aires, entre los Presidentes Carlos Saúl Menem (Argentina) y Fernando
Collor (Brasil), el 6 de julio de 1990, por la que se adelantaba en cinco años la fecha
para el establecimiento de un mercado común entre ambos países, fijándosela para
el 31 de diciembre de 1994. Dicha resolución causó inquietud entre los sectores
exportadores uruguayos –que presionaron al gobierno para que prestara atención
al tema–, preocupados ante la posible alteración de las reglas de juego establecidas
por los acuerdos comerciales existentes con ambos países (CAUCE y PEC).
El referido acuerdo argentino-brasileño era parte de un proceso lanzado a fines
de noviembre de 1985, cuando ambos países crearon una Comisión Mixta de Alto
Nivel para la Integración. En julio de 1986, los presidentes Raúl Alfonsín y José Sar-
ney habían puesto en marcha el Programa de Integración y Cooperación Económica

Imagen 9. Héctor Gros Espiell, Ministro de


Relaciones Exteriores de Uruguay durante la
presidencia de Luis Alberto Lacalle.

(47) Al respecto, véase: Wilson Fernández Luzuriaga y Lilia Ferro Clérico, La agenda de la polí-
tica exterior uruguaya 1985-2000. Una visión académica, Montevideo, Unidad Multidisciplinaria,
Facultad de Ciencias Sociales, Documento de Trabajo Nº 64, octubre de 2004, p. 5.
246

para promover la integración, el comercio y el desarrollo argentino-brasileño. En


esa reunión, y en las tres posteriores reuniones presidenciales realizadas entre 1986
y 1988, ambos países habían suscrito una serie de protocolos sectoriales, sobre: bie-
nes de capital, trigo, complementación de abastecimiento alimentario, expansión del
comercio, empresas binacionales, asuntos financieros, fondos de inversiones, coope-
ración energética, nuclear y aeronáutica, biotecnología, estudios económicos, side-
rurgia, transporte terrestre y marítimo, comunicaciones, cooperación cultural, admi-
nistración pública, moneda, industria automotriz y alimenticia. El economista Luis
Porto ha llamado la atención sobre las particularidades de ese proceso de integración,
en el que no se utilizaba la técnica tradicional de liberalización arancelaria, sino la
técnica de protocolos, buscando comenzar la integración por sectores. El esquema
no fomentaba la especialización productiva en base a las ventajas comparativas (in-
tercambio de trigo por máquinas), sino que por el contrario, procuraba desarrollar
conjuntamente los sectores estratégicos para adecuarse a los nuevos patrones de la
competencia internacional que, recuerda el autor, “ya no es tanto por productos sino
por componentes de productos. De esta forma se benefician ambos países, crece el
intercambio, la cooperación y la complementación”.48
Para comprender el punto de vista de Uruguay frente a este proceso, deben
tenerse presente algunos datos de la realidad económica del país, fundamentalmente
dos: en primer lugar, que desde mediados de la década del 70, Uruguay había expe-
rimentado una apertura comercial y financiera relativamente grande comparada con
los niveles históricos. En segundo lugar, que los acuerdos comerciales suscritos por
Uruguay con Argentina y Brasil (el CAUCE y el PEC), habían permitido un sustan-
cial incremento en el intercambio comercial con ambos países. Según el economista
Darío Saráchaga –en declaraciones formuladas en 1991– hacia ambos países iba
aproximadamente el 40% de las exportaciones uruguayas (un 30% hacia Brasil y un
10% hacia Argentina); los mercados regionales habían pasado a tener una importante
influencia para la economía del país. No es extraño entonces que hayan sido los em-
presarios uruguayos los primeros en dar la alarma. A dichos planteos le siguieron sus
ecos parlamentarios. Todo esto indujo al Uruguay a solicitar el ingreso al proceso de
integración subregional. El 1º de agosto de 1990 se reunieron en Brasilia los Minis-
tros de Relaciones Exteriores y de Economía de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay.
Allí se aceptó el acceso de Uruguay y se invitó a Chile y Paraguay a integrar un
mercado subregional; Paraguay aceptó de inmediato mientras que Chile inició un
“período de observación”. La integración de Uruguay se concretaría al firmarse el
Tratado de Asunción el 26 de marzo de 1991, por el cual Argentina, Brasil, Paraguay

(48) Véase la intervención de Luis Porto en AA.VV., MERCOSUR. Claroscuro de una integración.
Ciclo de Conferencias realizado en la Facultad de Ciencias Económicas y Administración, Tomo 1,
Montevideo, Fin de Siglo, 1991, pp. 9-32.
247

Imagen 10.
El Mercosur en 2004.

y Uruguay acordaron constituir un Mercado Común, que debería estar conformado


al 31 de diciembre de 1994. Su objetivo primordial era la integración de los cuatro
Estados Partes, a través de la libre circulación de bienes, servicios y factores produc-
tivos, el establecimiento de un arancel externo común y la adopción de una política
comercial común, la coordinación de políticas macroeconómicas y sectoriales y la
armonización de legislaciones en las áreas pertinentes, para lograr el fortalecimiento
del proceso de integración.
El Tratado entró en vigencia el 29 de noviembre de 1991, luego de haberse
realizado el proceso de ratificación correspondiente. En Uruguay el Tratado fue
aprobado por unanimidad en el Senado y con tres votos en contra en la Cámara de
248

Representantes, los de los diputados Hugo Cores, Helios Sarthou y Sergio Previ-
tali, del Frente Amplio.
La instrumentación del MERCOSUR supuso, asimismo, la firma de otros
acuerdos, entre ellos cabe destacar: el Protocolo de Brasilia sobre solución de con-
troversias (17 de diciembre de 1991); el Protocolo de Ouro Preto (17 de diciembre
de 1994), sobre la estructura institucional del MERCOSUR, y el Protocolo de Oli-
vos (24 de julio de 1998), donde los cuatro países integrantes más Bolivia y Chile,
respaldan la “cláusula democrática”, afirmando que “La plena vigencia de las ins-
tituciones democráticas es condición esencial para el desarrollo de los procesos
de integración entre los Estados Partes del presente Protocolo”.
El MERCOSUR, constituido por los cuatro Estados Parte, contaba al 2005
con seis estados asociados: Chile (desde 1996); Bolivia (desde 1997); Perú (desde
2003); Colombia, Ecuador y Venezuela, los tres desde 2004. El último de estos paí-
ses ha dado el paso inicial para su ingreso como miembro pleno al bloque.
Lincoln Bizzozero ha señalado que, dentro del MERCOSUR, Uruguay, so-
cio pequeño, asumió desde el principio la función de defensor general del proceso
y de la institucionalización del mismo. Analizando el período 1991-1996, señalaba
que en ese nuevo ámbito Uruguay había continuado en su papel pendular entre
Argentina y Brasil, lo que potenciaba su función articuladora regional.49
Cabe agregar que dicha estrategia resulta de difícil implementación cuando
los países vecinos actúan de mutuo acuerdo. Cada vez que la relación regional se
torna compleja, Uruguay enfrenta el ya clásico dilema de su política exterior: ¿con
los grandes vecinos o con la gran potencia? La llegada de la izquierda al gobierno
en marzo de 2005 plantea un nuevo escenario para la política internacional. Las
definiciones programáticas realizadas por la fuerza política triunfante, constituyen
un insumo a tener en cuenta a la hora de comparar intenciones con realizaciones.

Para saber más


ABREU BONILLA, Sergio. MERCOSUR e integración. 2ª ed. Montevideo, Fundación de
Cultura Universitaria, 1991.
ANTÍA, Fernando. La economía uruguaya en 1985-2000: políticas económicas, resulta-
dos y desafíos. Montevideo, Facultad de Ciencias Económicas y de Administración,
2001.
AA.VV. MERCOSUR. Claroscuro de una integración. Ciclo de Conferencias realizado en
la Facultad de Ciencias Económicas y Administración. 2 volúmenes. Montevideo,
Fin de Siglo, 1991.

(49) Véase: Wilson Fernández Luzuriaga y Lilia Ferro Clérico, La agenda de la política exterior
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249

AA.VV. Reforma educativa. Análisis crítico y propuestas. Montevideo, Fundación Vivián


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TROBO, Claudio. Asesinato de Estado. ¿Quién mató a Michelini y Gutiérrez Ruiz? 2ª. ed.
ampliada. Montevideo, Ediciones del Caballo Perdido, 2003.
VENEZIANO, Alicia. “Descentralización participativa: el caso de Montevideo”, en
LAURNAGA, María Elena (compiladora), La geografía de un cambio. Política,
gobierno y gestión municipal en Uruguay, Montevideo, Ediciones de la Banda
Oriental., 1998, pp. 121-152.
Parte II
Algunos temas claves
para comprender el Uruguay actual
253

Capítulo 7

Población y territorio:
familia, migración y urbanización
Daniele Bonfanti

Resumen
Después de casi medio siglo de marcado crecimiento, Uruguay entró a partir
de 1890 en una etapa de relativo estancamiento demográfico. En este proceso in-
fluyeron fundamentalmente dos factores: la transformación progresiva del Uruguay
en un país de emigración y el pasaje a un patrón familiar moderno. La estructura
demográfica se vio afectada por un cambio de modelo, evidenciado por el pasaje
de un patrón de transición (con elevada natalidad y mortalidad en descenso) a otro
“moderno” (con caída de la natalidad). Estas modificaciones han provocado una
recomposición de la estructura familiar –procesada de forma diferente según las
clases sociales– que permitió la definición de “nuevos” sujetos (jóvenes, ancianos,
jefas de hogar, entre otros). El cambio en el patrón demográfico acompañó la trans-
formación en los mecanismos migratorios. Desde finales del siglo XIX se pueden
relevar síntomas de estancamiento en la inmigración y el fortalecimiento de la emi-
gración hacia los países vecinos, más allá de que en algunos períodos el país siguió
siendo destino para ciertos grupos migratorios. La estructura productiva fundamen-
tada sobre la ganadería y la ausencia de políticas de estímulo representaron un freno
a la inmigración, que, de todas maneras, tendió a diversificarse en su composición
étnica. A su vez, este proceso fue acompañado por una progresiva urbanización,
fruto de la inmigración interna y de la radicación en las ciudades de parte de los
inmigrantes. El Censo de 1963 puso en evidencia el despoblamiento rural y el es-
tancamiento del número de habitantes, nueva realidad demográfica del país. En las
últimas décadas se produjo, por razones fundamentalmente económicas, un proceso
de distribución territorial de la población, que favoreció la radicación en las fron-
teras y el área metropolitana de Montevideo. En las ciudades, la población tendió
a distribuirse por niveles de ingreso, como por ejemplo, en el caso de Montevideo,
con una zona costera para los sectores con mayor poder adquisitivo y zonas alejadas
del centro para los sectores empobrecidos y marginalizados.
254

El crecimiento demográfico: una visión de conjunto


Los estudios históricos indican la existencia en el mundo occidental de una
dinámica demográfica, claramente evidenciable a partir de la segunda mitad del
siglo XIX, que implicó el pasaje de un patrón de tipo tradicional a otro de tipo
moderno. En el primer caso, el modelo estaba caracterizado por elevadas tasas de
fecundidad y mortalidad, por una familia con un marcado desnivel de edad entre
el hombre y la mujer y un elevado número de hijos. En el segundo, se verifica una
fuerte reducción de la natalidad y de la mortandad, la elevación de la edad nup-
cial de la mujer y, naturalmente, una reducción del número de hijos por familia.
Sin embargo, la demografía histórica también ha comprobado que este proceso de
transición se ha llevado a cabo con ritmos desiguales entre los diferentes países.
En este sentido, el análisis del comportamiento poblacional del Uruguay a
lo largo del siglo XX permite apreciar los fenómenos generales relacionados con
el proceso de transición demográfica que aconteció a nivel mundial, pero también
considerar aquellas características propias de la realidad uruguaya. Característi-
cas que son difíciles de relevar por los problemas relacionados con las fuentes de
información a las cuales se puede recurrir. Aunque existen datos departamentales
de 1890-91 y de 1900, que pueden acompañar los de Montevideo de 1888-89, el
primer censo nacional de población realizado en el siglo XX es de 1908. El segun-
do se efectuó en 1963, 55 años después. Solamente a partir de esa fecha los censos
fueron realizados a un ritmo de prácticamente 10 años (1975, 1985, 1996). En
los períodos intercensales se elaboraron estimaciones anuales que, cuando fueron
cotejadas con los resultados arrojados por los censos posteriores, resultaron ser
absolutamente exageradas en el cálculo de la población, por lo menos hasta 1985,
además de descuidar algunos fenómenos importantes. En consecuencia, conoce-
mos la situación a principios del siglo XX, caracterizada por una reducción de la
tasa de mortalidad acompañada por una todavía elevada tasa de natalidad, y el
estado al final del proceso, cuando el censo de 1963 reveló un patrón demográfico
de tipo moderno, con clara caída de la natalidad. Sin embargo, solo podemos plan-
tear hipótesis por lo que se refiere a la transición acontecida entre las dos fechas,
ya que el estudio de las diferentes variables demográficas resulta complejo por la
ausencia de información adecuada. En un segundo nivel, el análisis demográfico
de un país en su conjunto conlleva el riesgo de perder de vista fenómenos y pro-
cesos que tienen características diferentes según las clases sociales, el género y la
zona geográfica. Una sociedad puede registrar una elevada tasa de alfabetización o
una baja en la tasa de mortalidad pero tener marcadas diferencias en su territorio o
entre sectores privilegiados y subordinados. En el mismo sentido, la comparación
de algunos datos puede llevar a errores de apreciación.
255

Con estas salvedades, podemos encontrar algunos rasgos generales en el


desarrollo demográfico uruguayo que intentaremos describir. La característica
fundamental es el crecimiento muy lento de su población. En 1908 el país tenía
1.042.686 habitantes. Los cálculos de 2004 estiman la población en 3.214.003,
es decir un aumento del 210.8% y una tasa de crecimiento anual del 1.2%. Estas
pautas contrastan tanto con el comportamiento registrado en el siglo XIX –cuando
la población se multiplicó por 7 a lo largo de 60 años–, como en relación con los
otros países latinoamericanos, con la parcial excepción de Argentina. Sin embar-
go, parecen adecuarse al modelo demográfico de la Europa occidental, de manera
particular al de los países mediterráneos (España e Italia), caracterizado por un
fuerte crecimiento hasta 1900 para después pasar a un aumento bastante más mo-
derado hasta su estancamiento a partir de 1950.

Cuadro 1. Población total según los censos


1908 1963 1975 1985 1996 2004a
1.042.686 2.595.510 2.788.429 2.955.241 3.163.763 3.214.003
a
proyección
Fuente: Instituto Nacional de Estadística sitio web: www.ine.gub.uy.

Este incremento moderado de la población, demostraría que Uruguay ex-


perimentó el proceso de transición demográfica precozmente en comparación con
los otros países latinoamericanos. Raquel Pollero considera que la tasa anual de
crecimiento tendió a decrecer a partir de finales de la década del veinte, para afian-
zarse en alrededor del 1% anual. Hasta finales de la década de los sesenta, esta
estabilización demográfica se debió fundamentalmente a los bajos niveles de naci-
mientos y de mortalidad, al proceso emigratorio hacia los países vecinos y al hecho
de que Uruguay, salvo períodos cortos y circunscriptos (los primeros años del siglo
XX y en el período de entreguerras), había agotado su capacidad de captación
de inmigrantes europeos. A partir de 1968, la emigración extra-regional influyó
fuertemente en el escaso incremento poblacional. La reducida tasa de crecimiento
presentó (y presenta) variaciones, a veces muy marcadas, entre los diferentes de-
partamentos y contribuyó a la particular distribución territorial de la población y
a su escasa densidad. En sí mismos, los niveles de concentración de la población,
aunque irrisorios con respecto a los de los países europeos, son equiparables o

(1) Nicolás Sánchez Albornoz, “La población en América Latina”. En Leslie Bethell (ed.), Histo-
ria de América Latina, Barcelona, Cambridge University Press – Crítica, vol. VII, 1991.
(2) Raquel Pollero, Transición de la fecundidad en el Uruguay, Montevideo, Unidad Multidisci-
plinaria, Facultad de Ciencias Sociales, Documentos de Trabajo Nº 17, 1994.
256

hasta superiores a los de la región. Limitándonos a los países del Mercosur, la


densidad de 18,4 habitantes por km2 es idéntica a la de Brasil y supera los valores
de Argentina (12,4 hab. por km2) y de Paraguay (12 hab. por km2). Sin embargo,
Uruguay posee, a diferencia de los países vecinos mencionados, un territorio com-
pletamente habitable, sin accidentes geográficos (selvas, desiertos, cadenas mon-
tañosas) que impidan el asentamiento humano en la totalidad del territorio. De ese
modo el valor real de la densidad resulta mucho más bajo del dato en sí, ofreciendo
la imagen de un país despoblado.

Gráfico 1. Censo de población de 1908 según edad, sexo y nacionalidad

Fuente: Dirección General de Estadística, Anuario Estadístico de la República Oriental del Uruguay, Censo
General de la República en 1908, tomo II parte III, Montevideo, Dornaleche, 1911.

Hemos dicho que el limitado crecimiento poblacional se debió fundamental-


mente a tres factores que, aunque mantuvieron un desempeño y un peso diferente
según los períodos históricos, pueden ser considerados como unas constantes en el
desarrollo demográfico: la reducción de la tasa de mortalidad (es decir, el número
de fallecimientos en una población cada mil habitantes durante un período deter-
minado), la reducción de la tasa de natalidad (es decir, el número de nacimientos
cada mil habitantes durante un determinado período) y los procesos migratorios.

(3) En efecto Uruguay fue, hasta los años cincuenta, el país con mayor densidad de población de
América Latina.
257

Los primeros guarismos disponibles arrojaron una tasa de mortalidad muy baja
también con relación a los países europeos (13,83 por mil habitantes). El dato
se mantuvo en descenso hasta alcanzar el 8,72 por mil en el quinquenio 1955-
59, para luego fluctuar, muy probablemente por efecto de las transformaciones
acontecidas en la estructura de las edades, entre el 10,05 por mil de 1975-79 (cifra
máxima del período 1939-2004) y el 9,76 por mil en la actualidad. Este descenso
de las muertes se explica genéricamente: los avances tecnológicos en la medicina
y las ciencias que acompañaron al proceso mundial de industrialización habrían
provocado el mejoramiento de la satisfacción de algunas necesidades básicas. Y
el resultado de estos adelantos se habría extendido universalmente a todos los países
insertados en la economía internacional. Además, si bien no quedan completamente
claras las relaciones de causalidad entre los diferentes fenómenos, la modernización
de una economía implica la urbanización de su población que, a su vez, provoca una
profunda transformación de los parámetros demográficos y de conductas culturales
que, de algún modo, influyen en las tasas de mortalidad y natalidad.

Gráfico 2. Censo de población de 1963 según edad, sexo y distribución territorial

Fuente: Dirección General de Estadística, Anuario Estadístico.

Aunque resulta difícil medir los efectos puntuales de fenómenos generales


y a pesar de que no exista un consenso general sobre el tema, es obvio que las
políticas de higiene y la difusión de medidas profilácticas hacia las enfermedades
infecciosas, así como los descubrimientos científicos en este ámbito, tuvieron un
258

efecto positivo en el descenso de la mortalidad, algo que, en el caso uruguayo, se


puede demostrar comparando el desempeño por zonas. En Montevideo, donde las
disposiciones de salud pública se implementaron más puntual y tempranamente
que en el resto del país (por ejemplo, ya en la década de los setenta del siglo XIX
comenzó a funcionar en la capital la red de aguas corrientes) la tasa de mortalidad
bajó más rápidamente que en el Interior. En el mismo sentido, la toma de concien-
cia por parte de las instituciones y de los médicos de que la gran mayoría de las
muertes eran evitables implicó la puesta en marcha de un conjuntos de medidas de
profilaxis que ayudaron a la reducción de la mortalidad. El resultado positivo de
estas políticas puede demostrarse en el cambio en las causas de muerte, con una
marcada reducción de las enfermedades contagiosas y un aumento de afecciones
cardiovasculares y cancerosas.
Observaciones parecidas se pueden hacer analizando la evolución de la
mortalidad infantil. Desde finales del siglo XIX, las tasas son comparativamente
bajas con respecto al resto de América Latina (alrededor del 100 por mil) debido
a la extensión de medidas profilácticas en el control de la viruela y la difteria (y
por efecto de las respectivas vacunaciones) y a la introducción de genéricas me-
didas de higiene durante el parto (por ejemplo, lavarse las manos antes de asistir
a una parturienta). Los avances científicos fueron acompañados por disposiciones
políticas que tuvieron un impacto trascendental en la reducción de la mortalidad
infantil. Por ejemplo, en 1911 se instauró el servicio de la “copa de leche” en las
escuelas públicas, con la finalidad de complementar la alimentación de los niños.
En 1915 se creó la “Casa de la maternidad” con un amplio programa de asistencia
hacia las madres. En 1922 se inauguró el hospital de niños Pedro Visca y dos años
después se constituía la Asociación Nacional de Protección a la Infancia. En 1925
se difundió la aplicación de la vacuna Calmette contra la tuberculosis infantil y,
desde 1927, se impulsaron medidas propagandísticas que estimulaban la lactancia
materna.
Aunque, sin duda, la introducción generalizada de los antibióticos tuvo un
rol fundamental, creemos que también estas medidas contribuyeron al hecho de
que, a partir de la segunda mitad de la década de 1940, se verificara una caída
abrupta de la mortalidad infantil (que pasó aproximadamente al 50 por mil). Signi-
ficativo, en este sentido, resulta el hecho de que fue la tasa de mortalidad postneo-
natal (porcentaje de niños fallecidos después del parto) la que tendió a bajar con
mayor evidencia. Luego se mantuvo estable hasta la década del ochenta, y comen-
zó a bajar con particular intensidad desde 1996, fecha a partir de la cual se imple-

(4) Ana María Damonte, Uruguay: transición de la mortalidad en el período 1908-1963, Montevideo,
Unidad Multidisciplinaria, Facultad de Ciencias Sociales, Documentos de Trabajo Nº 16, 1994, p. 13.
(5) Ibid, pp. 14-17.
259

mentaron nuevas medidas de tipo profiláctico tendientes a reducir la mortalidad


postneonatal, hasta alcanzar los actuales 13,19 por mil nacimientos. A pesar de este
descenso, algunos períodos de estancamiento determinaron que Uruguay perdiera
su ventaja en relación al resto de los países latinoamericanos. En consecuencia, si
a principios del siglo XX tenía un adelanto de casi 50 años con respecto a la región
(y un atraso de solamente 10 con respecto a los países centrales) ocupando el se-
gundo lugar, después de Argentina, en los niveles más bajos de mortalidad infantil,
gradualmente se vio desplazado por otros países (Cuba, Costa Rica y Chile).
También para explicar la reducción de la tasa de natalidad se señalan los
cambios en los hábitos comportamentales provocados por la modernización. La
mayor educación, la información sobre métodos anticonceptivos, la incorporación
de las mujeres al mercado laboral, la diversa estructura productiva que implicaba
que los costos para el mantenimiento de los hijos aumentaran, el retraso de la
nupcialidad y, por ende, la reducción de la edad fértil potencial de la mujer, son
razones que suelen citarse para explicar lo sucedido. El resultado último de estos
fenómenos es la puesta en marcha de una transición de un patrón demográfico de
tipo tradicional hacia uno de tipo moderno que convencionalmente acontece con
la caída de la tasa bruta de natalidad por debajo del 30 por mil. Uruguay fue el
primer país latinoamericano en que se manifestó la disminución de la fecundidad
(es decir, el número de hijos por cada mujer). Aunque no podemos observar el
proceso de forma detallada por la escasez de información, las proyecciones que se
pueden hacer con los datos disponibles mostrarían que la caída por debajo de los
30 por mil se verificó de forma estable a partir de 1914 para fijarse, desde finales
de los años treinta, entre el 21 y 22 por mil. A partir de la década del sesenta la
tasa bruta de natalidad se redujo aun más, muy probablemente influenciada por la
emigración, hasta alcanzar los actuales 15 por mil.
Ya las fuentes de principios de siglo consideraban que el proceso de restric-
ción voluntaria de los nacimientos se debía a causas de tipo estructura, hipótesis
que ha sido retomada por José Pedro Barrán y Benjamín Nahum. Según estas
interpretaciones, la economía uruguaya basada en la ganadería extensiva poco de-
mandante de mano de obra, habría representado un freno para las prácticas repro-
ductivas, provocando el aumento de las diferentes formas de control de la fecundi-
dad. Por otro lado, la concentración de la población en Montevideo, ciudad inserta
en el sistema capitalista internacional habría permitido la adopción, primero por
las élites y después por las capas medias, de pautas comportamentales europeas.
Pautas que se manifestarían en la extensión de diferentes métodos anticonceptivos

(6) Ibid, p. 11.


(7) José Pedro Barrán - Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio Británico. Tomo I.
El Uruguay del Novecientos, Montevideo, E.B.O., 1979, pp.13-138.
260

y en el paulatino aumento de la edad matrimonial de las mujeres. Pollero pone en


discusión relaciones demasiado automáticas entre transición demográfica y mo-
dernización económica.
Por ejemplo, el dato de la nupcialidad tiene, en América Latina, enormes in-
congruencias por la influencia de las uniones libres que, a pesar de no alcanzar los
niveles de incidencia de los matrimonios, institución claramente prevaleciente, re-
presentaron y representan una forma difusa de convivencia. Además, pueden exis-
tir problemas relacionados con la forma de relevamiento de los datos. Es altamente
probable que en 1908 se computaran como “solteros” a las personas en estado de
unión libre, con el resultado de que, comparando el censo nacional de 1908 y los
datos parciales de un empadronamiento de Montevideo de 1930, observamos que,
a diferencia de lo previsto, la edad media de matrimonio estaría bajando sensible-
mente en la capital. En el mismo sentido, los análisis demostrarían que en 1908 las
mujeres extranjeras tenían un número medio de hijos levemente mayor que las uru-
guayas, tanto en Montevideo como en el interior. Por último, los datos arrojados
por los censos de 1985 y 1996 indicarían que la tasa de fecundidad es mayor en las
áreas urbanas que en las rurales aunque, a falta de informaciones comparables con
la situación de principios de siglo, no podemos establecer si esta fue una constante
o es una novedad de las últimas décadas. En consecuencia, se debería tomar con
mucha cautela la aplicación automática de supuestos modelos demográficos euro-
peos y de pautas comportamentales provocadas por la modernización.
Los datos parecerían confirmar la paulatina extensión de prácticas que di-
recta o indirectamente influyeron en la reducción del número de nacimientos. A
partir de la década de 1910, los médicos comenzaron a incentivar la lactancia ma-
terna que, además de tener un impacto positivo en la salud del neonato, inhibe la
ovulación femenina y, por ende, la fecundidad. Varias fuentes de la misma época
mostrarían la difusión de primitivas prácticas anticonceptivas (coitus interruptus)
que se profundizaron con la difusión de los métodos anticonceptivos modernos
a partir de los años sesenta. En la reducción de la natalidad influyó también el
aborto. Naturalmente, en este caso, los datos son de aún más difícil apreciación,
particularmente por lo que se refiere a su incidencia real. Sin embargo, muchos
estudios cualitativos demostrarían su temprana difusión. Por ejemplo, las investi-
gaciones de los médicos Augusto Turenne (entre 1925 y 1942) y Juan C. Carlevaro
(1930) estimaban que las prácticas abortivas representaban el 50% de la natalidad
anual del país. Más allá de que presenten los mismos problemas de apreciación,
las estadísticas actuales arrojan datos parecidos.

(8) Raquel Pollero, Transición de la fecundidad..., op.cit., pp. 21-23.


(9) Ibid, pp. 21-26.
261

Gráfico 3. Proyección de población en 2004


según edad, sexo y distribución territorial

Fuente: Fuente: Instituto Nacional de Estadística sitio web: www.ine.gub.uy.

El resultado último de este conjunto de fenómenos fue una clara caída del
número de nacimientos. En 1908 los datos censales arrojaron un promedio de 6
hijos por mujer. En 1963, el porcentaje había caído a la mitad (3 hijos por mujer).
En 1985 se registró una nueva baja, ya que la tasa de fecundidad correspondía a 2,5
hijos, manteniéndose estable en la actualidad. El análisis comparado de los censos
del siglo XX muestra el conjunto de modificaciones acontecidas, empezando por el
crecimiento, aunque leve, de la población total. Mucho más marcado es el aumento
de la esperanza de vida al nacer. Según los cálculos de la demógrafa Ana María
Damonte10, en 1889 era de 44,9 años (43,9 para los hombres y 46,1 para las muje-
res). El crecimiento de este indicador siguió de forma constante hasta despegarse
luego de 1945 para alcanzar los actuales 75,3 años (71,7 para los hombres y 78,9
para las mujeres). Otro elemento que se puede apreciar es la transformación de la
distribución de la edad. En 1908 la forma que toma el gráfico es bastante parecida
a la de una pirámide mientras que, a partir de 1963, la base, es decir el número
de nacimientos, se reduce a favor de otros tramos etarios. La transformación está
influida por la reducción en los niveles de fecundidad y mortalidad, pero también
por el peso de la emigración. La sociedad de finales del siglo XIX era una sociedad

(10) Ana María Damonte, Uruguay: transición de la mortalidad..., op.cit., p. 4.


262

compuesta fundamentalmente por menores de edad. En 1908 el 40,94% de la po-


blación total tenía menos de 14 años y el 52,36% menos de veinte. En la actualidad
la estructura demográfica está claramente envejecida.
Desde un punto de vista estrictamente analítico, los datos confirmarían el
cumplimiento de la transición demográfica. En la actualidad Uruguay tiene una
estructura poblacional muy alejada de los patrones demográficos de los otros paí-
ses latinoamericanos, particularmente por lo que se refiere a las franjas etarias de
más de 65 años, y mucho más cercana a la de los países europeos. Sin embargo,
esta caída demográfica no implicó, como en el caso de los países occidentales,
una elevación generalizada del bienestar. El envejecimiento de la población tie-
ne claras consecuencias sociales. Por ejemplo, el impacto sobre el sistema de
seguridad social y el mercado laboral; los efectos sobre el sistema de salud; las
exigencias específicas de las personas mayores que viven solas, particularmente
las mujeres ancianas; la necesidad de crear espacios de socialización específicas.
Sin embargo, todavía falta hasta el esbozo de una política institucional coordinada
y concreta para responder a este conjunto de exigencias de un sector que está en
clara expansión.
El estudio comparado de Adela Pellegrino y Santiago González Cravino
ha demostrado la existencia de dos diferentes patrones de comportamiento según
el área geográfica con sus consecuentes perfiles demográficos11. Al norte del Río
Negro hay mayor número de niños, mientras que al sur la natalidad es más redu-
cida y el envejecimiento mucho más marcado. Aunque en la zona norte del país la
fecundidad es mayor, en esta disparidad, como veremos luego, también influye la
emigración. El éxodo de población que comenzó a registrarse a partir de los años
sesenta repercute también en la distribución por sexos. El índice de masculinidad
(es decir, el número de hombres comparado con el número de mujeres) tiende a
bajar por diferentes razones. En los últimos tramos de edad el descenso se verifica
por efecto de la mayor duración promedio de la vida de las mujeres. Sin embargo,
se puede observar una caída también en los tramos etarios afectados por la emigra-
ción internacional, aunque los últimos datos a disposición pondrían en evidencia
también una paulatina modificación de los patrones emigratorios con el aumento
de la participación femenina en las migraciones internacionales.

(11) Adela Pellegrino - Santiago González Cravino (coord.), Atlas demográfico del Uruguay, Mon-
tevideo, Fin de Siglo, 1995, pp. 46-82.
263

Cuadro 2. Distribución de la población por edad (porcentajes). 1908-2004


1908 a 1963 b 1975 1985 1996 2004 c
0-14 40,94% 27,83% 27,00% 26,60% 25,09% 23,93%
15-64 56,38% 63,78% 63,20% 62,30% 62,11% 62,71%
65 y más 2,53% 7,76% 9,80% 11,10% 12,80% 13,36%
a
falta 0,15% de no especificados
b
falta 0,63% de no especificados
c
proyección
Fuente: Instituto Nacional de Estadística: página web: www.ine.gub.uy

Discriminando los datos según áreas, también se ponen de manifiesto las con-
secuencias de las migraciones internas, fundamentalmente a cargo de mujeres que
se desplazan hacia las zonas urbanas para insertarse en el mercado de trabajo. La
desigual distribución de los sexos en el interior del país y, de manera particular,
en la zona rural ha sido una constante demográfica nacional. El predominio de la
ganadería determinó la temprana exclusión laboral de las mujeres provocando su
emigración hacia los centros urbanos, influyendo a su vez en las bajas tasas de cre-
cimiento de la población rural. A nivel nacional el índice de masculinidad tendió a
bajar constantemente por efecto del aumento de vida de las mujeres y la emigración.
En 1908 era del 103,6. En 1963 había pasado al 98. A partir de esa fecha este indica-
dor tuvo un marcado descenso: en 1975 era del 96,5, en 1985 del 94,9, en 1996 bajó
al 93,9 y en 2004 a 93,5.
En la población urbana, la tasa de masculinidad está claramente por debajo
del promedio nacional, particularmente en los tramos más afectados por el proceso
migratorio (20-50 años). El dato tiende a decrecer aún más en el caso de Montevideo.
En las zonas rurales y en buena parte del interior, particularmente en los departamen-
tos de la zona al norte del Río Negro, se verifica la situación diametralmente opuesta.
El cuadro del censo de 1985 es un ejemplo de este diferente impacto.

Cuadro 3. Relación de masculinidad según el censo de 1985


total urbano rural Montevideo
0-14 104,0 103,3 117,3 104,3
15-29 90,6 93,0 141,1 94,2
30-44 96,0 89,6 143,8 87,3
45-59 93,4 85,2 162,9 81,2
60 y más 76,7 70,7 144,1 63,1
Total 94,8 89,6 138,5 86,9
Fuente: Adela Pellegrino - Santiago González Cravino (coord.), Atlas demográfico del Uruguay,
Montevideo, Fin de Siglo, 1995, p. 39.
264

Imagen  1.  El  envejeci-


miento  de  la  población.
Una escena típica de la lo-
calidad de Canelones.

La familia: cambios estructurales y estrategias sociales


La familia es una de las estructuras sociales más difundida entre los grupos
humanos y, por ende, recibe marcadas influencias de parte de todos los ámbitos que
concurren a constituir una sociedad (estructura económica, estratificación social,
equilibrios y conflictos, organización política, instituciones religiosas, ideologías),
así como de parte del contexto histórico en la cual está inserta. Pero, al mismo
tiempo, la familia contribuye a caracterizar estas mismas relaciones. De esta ma-
nera, aunque sus funciones son universales, sus características difieren según los
países y la condición socioeconómica de cada unidad familiar. Cada pauta cultural,
forma educativa, manera de organizar los afectos o de distribución de la propiedad
es, así, mediada por las influencias de tipo social que pueden fortalecerse o debili-
tarse por acción de la familia misma. El conjunto de modificaciones acontecidas en
el patrón demográfico y en la distribución de los diferentes grupos poblacionales
provocaron una recomposición de la estructura familiar que fue procesada de for-
ma diferente según las clases sociales. Estas transformaciones específicas fueron
acompañadas por un proceso global de cambios en las pautas de comportamiento
que se manifestó tanto en la paulatina diferenciación de las etapas de la vida (hasta
alcanzar definiciones cada vez más precisas de sectores etarios diferenciados: los
niños, los adolescentes, los jóvenes, los ancianos, etc.) como en un aún más lento
desplazamiento de la centralidad del núcleo familiar como conjunto, a favor de una
mayor libertad individual de sus miembros12.

(12) Jorge E. Hardoy, Rosario Aguirre, Cecilia Eccher (comp.), Las Familias, las Mujeres y los
Niños, Montevideo, CIEDUR - FICONG, 1993.
265

Niños...y niños
“Nuestra población tuvo ocasión de presenciar hoy un espectáculo único, emocionante
y grandioso, dentro de su misma sencillez: la formación en la Plaza Independencia de doce
mil niños y niñas de las escuelas de la Nación, que concurrían a entonar, bajo la bóveda
de nuestro cielo hermoso y los rayos esplendorosos de un sol de Primavera, las vibrantes
estrofas del Himno Nacional [...] Un detalle altamente sugestivo, conmovedor y encantador
a la vez, atrajo de pronto, más que ningún otro, nuestra mirada. Una doble o triple hilera
de virgencitas de rizada cabellera y albos ropajes, marchaba a la cabeza de una cohorte.
Sus rostros –esos rostros de líneas delatoras de la belleza de la mujer uruguaya–, tenían el
matiz de las auroras de la patria; sus ojos, brillaban con el fulgor azulado del véspero de
las tardes apacibles.”

[Ecos del desfile escolar del 25 de agosto de 1906, en Anales de Instrucción Primaria, Mon-
tevideo, tomo IV, n.1, pp. 49-52.]

“Los menores acompañan en su aprendizaje a los adultos y le sirven de ayudantes en


los trabajos o se les dedica a faenas propias de su edad, en que deben producir las partes
de un conjunto de materiales que forman la labor diaria de un establecimiento, de manera
que si unos menores trabajan 4 ½ horas, queda abandonada su tarea, y si trabajan 6.75
horas sucede igual cosa […] En cuanto a la fijación de un horario más reducido aún, para
menores, también éste conspirará abiertamente contra los intereses de aquellos a quienes
quiere proteger. El obrero no se hace en la Escuela, sino en el taller, los menores se hacen
obreros, empezando por ser ayudantes del obrero hecho. Y en ninguna industria es práctico,
ni siquiera posible, poner en una máquina que necesita, por ejemplo, un obrero y un auxi-
liar, al obrero por nueve horas y al ayudante por seis. No es práctico cambiar de caballos
en la mitad del río.”

[Informe sobre la ley de ocho horas del Centro de Fabricantes de Calzado de la Unión In-
dustrial Uruguaya, 1908, en Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo 223,
sesión del 1º de marzo de 1913, pp. 212-213.]

Los cambios acontecidos en el ámbito familiar fueron particularmente len-


tos y trascendieron al siglo XX. El análisis que sigue tiene una capacidad explica-
tiva parcial, ya que en Uruguay el examen del desarrollo histórico de la familia es
todavía incipiente. Sin embargo, creemos lícita la hipótesis de que, por ser estas
modificaciones que acompañaron al proceso de modernización, fueron caracterís-
ticas de aquellos sectores sociales que se fortalecieron y se beneficiaron del mismo
(clase alta, clase media, sectores urbanos). En lo que atañe a los sectores sociales
que tuvieron una inserción marginal en el modelo, el análisis es aún más embrio-
nario; sin embargo parece altamente probable una diferente apropiación de valores
y pautas comportamentales. Lo que no parece estar en discusión es que los fenó-
menos mundiales de transformación de los comportamientos y los valores han sido
mediados por la realidad social interna. Por ejemplo, durante las crisis económicas
que han azotado al país a lo largo del siglo XX y, de manera particular, a partir
de la crisis del modelo de desarrollo en la década del sesenta, los individuos y los
266

grupos sociales implementaron transformaciones en las formas de convivencia fa-


miliar dictadas por las estrategias destinadas a enfrentar los efectos de las mismas
crisis y por el recrudecimiento de situaciones de pobreza. Particularmente a partir
de los años ochenta se han observado un conjunto de novedades (por ejemplo el
aumento de los nacimientos ilegítimos y de las uniones consensuales) que, aunque
tradicionales en el contexto rural, se fortalecieron como respuesta y adecuación a
los avatares económicos.
La apropiación diferenciada de pautas comportamentales por parte de los
diferentes grupos sociales no es genérica, sino que produce y reproduce modos
peculiares para apropiarse de modelos y normas en la conducta social. Veamos
algunos ejemplos. Aunque la niñez y la juventud en general perdieron peso en la
estructura demográfica, adquirieron una mayor gravitación en términos de estatus
social. El primer aspecto a considerar es que, a lo largo del siglo XX, se cumplió
el proceso que llevó a la definición de estas etapas de la vida como específicas y
diferenciadas.
El segundo, es que, al compás del abandono de roles jerárquicamente es-
tructurados al interior de la familia, estas necesidades diferentes según la edad se
vieron cada vez más contempladas, tanto desde el punto de vista de las políticas
institucionales (por ejemplo, en la diferenciación de los niveles educativos), como
desde el punto de vista de los afectos. Los niños y los adolescentes abandonaron
paulatinamente su rol secundario, para constituirse en el objeto privilegiado del
cariño, el centro de las preocupaciones y de los cuidados paternos y maternos. En

Imagen 2. Niños trabajadores


en la Liebig’s Extract of Meat
Company, alrededor de 1920.
La diferente percepción social
de las etapas de la vida se mani-
fiesta en la desigual inserción
de los diferentes grupos etarios
en la estructura productiva.
Mientras, los sectores medio y
alto “descubrían” a la niñez y a
la juventud como etapas dife-
renciadas y particulares de la
vida, en el caso de los sectores
populares estos períodos que-
daban indefinidos y ligados a la
entrada en el mercado laboral.
267

el caso de los sectores populares el proceso fue diferente, ya que la infancia, aun-
que reconocida como momento peculiar en el cual se precisan mayores cuidados,
siguió siendo un período no bien definido, del cual se sale una vez abandonada la
dependencia económica, es decir cuando se entra en el mercado de trabajo13.
Hemos visto que la edad media de procreación tendió a crecer en los últi-
mos cuarenta años. Sin embargo, desde 1968 los estudios demográficos oficiales
comenzaron a registrar el número de madres adolescentes. Es este un dato muy
difícil de comparar con el pasado, en parte porque no tenemos registros anteriores
a la fecha y en parte por el cambio registrado en la percepción social con respecto
a la edad “más adecuada” para procrear.
Sistematizar fenómenos de este tipo implica una generalización no siempre
lícita. Sin embargo, sabemos que la maternidad adolescente es casi específica de
los estratos más pobres de la sociedad; tiende a la auto-reproducción, en el sen-
tido de que las hijas de madres adolescentes terminan repitiendo esta condición;
la crianza de los hijos está a cargo de las madres o de las abuelas, ya que es un
fenómeno caracterizado por un elevadísimo número de padres que abandonan a
sus hijos. Y, por último, que es un fenómeno en claro crecimiento: las madres
adolescentes eran 5.650 en 1968, representando el 11,3% del total de nacimientos,
mientras en 2001 eran 8.561 (16,5% del total de nacimientos), con un crecimiento
de más del 51,5% entre los dos años considerados.
Los análisis de demografía histórica demostrarían que “la sociedad” habría
modificado paulatinamente la “edad más adecuada” para la procreación a través
del retraso de la nupcialidad y, por ende, de la edad fértil de la mujer. Sin embargo,
el hecho de que en algunos sectores sociales se verifique un proceso diametralmen-
te opuesto, verificable a través del aumento de la maternidad adolescente, puede
ser utilizado como prueba de la diferente apropiación de pautas comportamenta-
les superficialmente consideradas como “universales”. Los estudios históricos han
puesto en evidencia la evolución de la familia a lo largo de los siglos XIX y XX y,
de manera particular, la multiplicación de funciones: desde representar el espacio
de residencia de sus miembros y de conservación (y transmisión) de la propiedad,
hasta constituir el ámbito privilegiado de los afectos. O, si se prefiere, la susti-
tución del matrimonio por interés (tendiente a la preservación del patrimonio) a
favor de la unión de origen sentimental y sexual. Este cambio de sentido habría fa-
vorecido la decadencia de la familia extendida (es decir, la familia compuesta por
abuelos, padres, hijos y otros parientes) a favor de la familia nuclear (es decir, una
familia compuesta por padres e hijos) y una redefinición de los roles a su interior.
La reducción de sus componentes y la centralidad de los aspectos afectivos habrían

(13) Fernando Álvarez-Uría; Julia Varela, Arqueología de la escuela, Madrid, La Piqueta, 1991, pp.
22-25.
268

provocado la construcción de un espacio “privado”, claramente contrapuesto a lo


“público”. No se pueden negar estos cambios y tampoco sus derivaciones en las
formas de socialización. Sin embargo, este proceso no implicó necesariamente la
desaparición de las formas familiares tradicionales a favor de la familia nuclear,
aunque esta última se consolidó como la manera de convivencia privilegiada por
parte del sector urbano alto y medio. Además, creemos bastante improbable encon-
trar espacios “privados” e “inviolables” fuera de la clase alta y media, solamente
recordando el nivel de hacinamiento existente en los conventillos, los “cantegri-
les” o en las habitaciones destinadas a los sectores populares.

El proceso de urbanización
Además de su rasgo internacional, el proceso migratorio tuvo su cara inter-
na. Una de las consecuencias más inmediata del modelo agro-exportador fue la
tendencia a la migración del campo hacia las ciudades y, de manera particular, ha-
cia Montevideo. Este proceso, acompañado por las diferentes tasas de crecimiento,
contribuyó a una desigual distribución geográfica de la población, que tendió a
concentrarse en la capital y en las otras áreas urbanas, vaciando la zona rural.

Gráfico 4. Distribución de la población según zonas. 1963-2004

Fuente: Fuente: Instituto Nacional de Estadística página web: www.ine.gub.uy.

Los censos departamentales de 1890-91 y el nacional de 1908 no ofrecen da-


tos sobre el porcentaje de población rural. Algunas discutibles estimaciones llegan
a afirmar que a principios de siglo la población estaba distribuida equitativamente
entre el medio urbano y rural. Sin embargo, todo cálculo tiene que enfrentarse con
las confusiones relacionadas a la forma de relevar los datos, por lo menos, hasta la
269

década del cincuenta. Además, se ha observado la existencia de un porcentaje no


secundario de residentes en zonas urbanas empleados en tareas rurales. Cuando en-
contramos datos confiables, el proceso de urbanización estaba ya muy desarrollado
y, a pesar de los cambios acontecidos en la estructura productiva agropecuaria en
los últimos veinte años, el mismo no parece detenerse.
La manifestación más evidente de la urbanización es representada por la
macrocefalia de la capital, fenómeno general de toda América Latina, que en Uru-
guay se manifestó de manera temprana

Cuadro 4. Relación población Montevideo/Interior. 1908-2004


1908 1963 1975 1985 1996 2004
Montevideo 29,7% 46,3% 44,4% 44,4% 42,5% 40,9%
Interior 70,3% 53,7% 55,6% 55,6% 57,6% 59,1%
Fuente: elaboración propia sobre Dirección Nacional de Estadística y Censo, Anuarios Estadísticos (varios
años), Instituto Nacional de Estadística.

Aunque, a falta de datos ciertos, podemos solamente plantear hipótesis, pa-


recería evidente que el momento de mayor crecimiento de Montevideo aconteció
en la primera mitad del siglo XX y, de manera particular, desde finales de la década
de 1930. Según el censo de 1908, el 25,33% de la población uruguaya residente en
la ciudad había nacido fuera del departamento, indicio de que la capital ya repre-
sentaba un atractivo para los habitantes del interior, aunque con unas dimensiones
contenidas del fenómeno. Sin embargo, las cifras de 1963 reflejan toda la magnitud
de la concentración demográfica. Según estos datos residía en el departamento
capitalino aproximadamente la mitad de la población del país. Las causas de este
crecimiento parecen ser fundamentalmente económicas: por un lado, la expulsión
de mano de obra y por el otro la atracción representada por el desarrollo industrial
a partir de los años treinta y, con mayor intensidad aún, desde la década de 1950.
Sin embargo, debería considerarse también el interés motivado por los mayores
y mejores servicios presentes en la capital (Universidad, hospitales, etc.). Lue-
go de un período bastante largo de estabilización, Montevideo comenzó a perder
población. Sin embargo, esta caída es aparente si se considera la correspondencia
existente entre el descenso demográfico montevideano y el desarrollo poblacional
de las secciones de Canelones y San José más cercanas a la capital. Es decir, la
reducción de habitantes capitalinos es compensada por el crecimiento de sus zo-
nas aledañas, cada vez más integradas a la ciudad en un área metropolitana. Esta
situación resulta particularmente evidente visualizando el espectacular incremento
de población acontecido en Las Piedras que en 1908 tenía todavía las dimensiones
contenidas de un importante pueblo rural, mientras ya en 1963 representaba una
de los centros más importante del país, y en la actualidad es la segunda ciudad más
270

poblada del Uruguay. En este sentido, la macrocefalia montevideana no excluye


la existencia de otras áreas de crecimiento en algunos departamentos del interior.
Como ya vimos, en las últimas décadas se puede advertir la existencia de impor-
tantes núcleos de crecimiento en las zonas cercanas a las fronteras. A este respecto,
Juan Rial considera que la temprana y masiva urbanización no fue característica
exclusiva de Montevideo sino que fue un rasgo de todas las ciudades, particular-
mente las del interior. El constante crecimiento demográfico de Paysandú, Rivera y
Salto podría ser utilizado como un ejemplo14. Por otra parte, Susana Prates subraya
que la ganadería extensiva destinada al mercado exportador no era demandante de
mano de obra y, por ende, funcionó como un factor desestimulante para el estable-
cimiento de un sector rural fijo en centros urbanos intermedios, influenciando el
crecimiento de la ciudad capital15.
La expansión de Montevideo tuvo un evidente relacionamiento con el proce-
so de industrialización de los años cuarenta, aunque la urbanización se incrementó
con un ritmo decididamente superior a las tasas de crecimiento del sector indus-
trial. Desde este punto de vista, la estructura económica pone en evidencia su doble
incapacidad: por un lado el sector industrial no pudo absorber a la totalidad de la
mano de obra expulsada del campo, mientras que el sector agropecuario siguió
prescindiendo de trabajadores excedentes. Frente a la expansión de la ciudad ca-
pital, las instituciones intentaron promover políticas muchas veces contradictorias
que, sin embargo, contribuyeron en determinados momentos a aliviar los costos
sociales de la urbanización. Ya en los años veinte se registraron algunas medidas
que tendían a asistir a la clase media para que pudiera comprar su vivienda, a tra-
vés de bajas tasas hipotecarias, medidas que estimularon, a su vez, el crecimiento
de nuevos barrios en la costa este de la ciudad. En la década de 1930 se comenza-
ron a introducir programas públicos destinados a aumentar la oferta de viviendas
para los sectores de menores ingresos. Desde los años cuarenta se implementaron
políticas estatales especialmente favorables para los inquilinos, particularmente a
partir de que en 1947 se modificara la ley de alquileres. La nueva disposición am-
paraba a los arrendatarios de los desalojos y controlaba que eventuales aumentos
de los alquileres no superaran las tasas de inflación. La situación se revirtió com-
pletamente en 1974 cuando una disposición de la dictadura eliminó todo tipo de
control en los contratos de arriendo.
Este abrupto cambio de política para la vivienda influyó en el peculiar des-
empeño demográfico de Montevideo. Luego de un largo período de crecimiento
sostenido en los últimos años se está verificando una leve pero evidente caída

(14) Juan Rial, La población uruguaya y el crecimiento económico-social entre 1850 y 1930, cam-
bio demográfico y urbanización en un pequeño país, Montevideo, CIESU, 1981.
(15) Susana Prates, Ganadería extensiva y población, Montevideo, CIESU, 1976.
271

demográfica acompañada por el marcado envejecimiento de su población. Este


proceso contrasta con lo que acontece con las otras ciudades sudamericanas, parti-
cularmente las más cercanas (Buenos Aires, Porto Alegre, San Pablo, Rosario). Por
otra parte, la ciudad capital se enfrenta con una histórica incapacidad de absorber
su escaso crecimiento, con la consecuente expulsión de una parte de la población
hacia áreas cada vez más marginales y periféricas en condiciones de habitabilidad
inapropiadas. A esto hay que agregar la estrategia de sectores medios y altos de
trasladar la residencia hacia lugares cada vez más alejados del centro ciudadano,
incluso fuera del departamento, como demuestra el vertiginoso crecimiento de la
Ciudad de la Costa en los años noventa. Sin embargo, a pesar de que la ciudad
representa un espacio cada vez más extendido que trasciende abundantemente sus
fronteras establecidas institucionalmente y que la disminución poblacional es-
conde el crecimiento de sus zonas aledañas, solamente en 2005 se comenzaron a
implementar medidas tendientes a integrar la totalidad del área metropolitana. A
pesar de la implementación en los últimos años de políticas de reglamentación del
área urbana, el incremento de la pobreza y años de ausencia de planificación han
determinado que las medidas perdieran mucho de su efectividad. Esta situación de
“derroche” urbano lleva a que la población uruguaya se concentre en el departa-
mento menos extenso pero en una ciudad sin límites, desparramada en un territorio
cada vez más alejado del centro urbano, que por otro lado, es la zona que ofrece
una mejor infraestructura.
Los rasgos del crecimiento de Montevideo (y de las principales ciudades
uruguayas) han representado una importante fuente de conflictos en varios planos.
La ampliación sistemática de la ciudad sin respetar ningún tipo de planificación
ha implicado una remodelación de su espacio urbano pautada por rasgos asiste-
máticos y especulativos. Uruguay fue un país que salvo escasas excepciones, no
respetó los cascos históricos de sus ciudades. Al contrario, es tradicional y tem-
prana una intervención irrespetuosa y masiva que implicó un panorama de escasa
armonía arquitectónica. El resultado de esta improvisación especulativa se puede
encontrar en la eliminación de edificios significativos de la historia nacional (por
ejemplo, la destrucción del “Conventillo Medio Mundo” durante la dictadura), en
los mal construidos complejos habitacionales periféricos, en la sucesión de edifi-
cios de lujo apiñados en la costa, que se interponen entre el sol y la playa y, más
general, en un espacio urbano desigual, fruto de una edificación desordenada. El
vertiginoso crecimiento implicó también un costo medio ambiental todavía poco
analizado, pero que se vuelve dramático cuando sus efectos superan los límites
considerados normales, como en el caso de los niños intoxicados con plomo en
el barrio de La Teja, detectado a finales de los años noventa. Asimismo, dicho
crecimiento tiene costos económicos indirectos, de ardua contabilización, como la
reducción del área de cultivo que rodeaba Montevideo por lo menos hasta los años
272

cincuenta y la urbanización de tierras agrícolas, en favor de la construcción de con-


juntos habitacionales o la instalación de asentamientos precarios. Más palpables
son los costos sociales de esta expansión. La edificación de barrios periféricos no
es en absoluto una novedad. Un ejemplo es la construcción del barrio Casabó en
1921 por parte del industrial Francisco Casabó. Sin embargo, este como otros ba-
rrios de la expansión ciudadana de la primera mitad del siglo XX tenían una lógica
urbanística que es difícil encontrar en la actualidad. En primer lugar, las viviendas
eran de mejor calidad (las del mencionado barrio, por ejemplo, tenían, entre otras
cosas, una pequeña huerta).
En segundo lugar, estaban insertadas en un contexto definido (por ejemplo,
la mayoría de moradores compartía el mismo lugar de trabajo) que garantizaba la
sociabilidad y la identidad de sus habitantes, algo que todavía se puede observar en
los numerosos clubes deportivos distribuidos por todos los barrios montevideanos.
Por último, particularmente desde la década de 1910, se implementaron po-
líticas culturales y sociales (desde las plazas de deporte hasta los tablados del car-
naval) que mejoraron la calidad de vida de los habitantes de los barrios periféricos
(además de servir de modelo para la política de descentralización implementada
por la Intendencia de Montevideo desde 1990).

Imagen 3. El barrio Casabó en 1921. Foto FHM/CMDF


273

Un ejemplo de urbanización peculiar en el contexto latinoamericano es la


llamada Ciudad de la Costa, situada sobre el Río de la Plata en el departamento de
Canelones. A partir de la década de 1910 comenzaron a desarrollarse un conjunto
de centros turísticos en esta zona. No siempre es sencillo identificar con exactitud
la fecha de fundación de estos balnearios, aunque en muchos casos conocemos el
momento de constitución de las sociedades que tenían el cometido de construir las
nuevas poblaciones: por ejemplo en 1911 se formaron las empresas “Balneario La
Floresta” y la “Territorial Uruguaya S.A.”, esta última destinada a la construcción
del balneario de Atlántida. La creación de centros turísticos no fue una exclusivi-
dad de Canelones, ya que en el mismo período se desarrollaron balnearios también
en otros departamentos (por ejemplo La Paloma en Rocha o el balneario Solís en
Maldonado). Sin embargo, en el departamento canario se concentró la mayoría de
estos emprendimientos y su construcción tuvo una marcado incremento desde los
años treinta: en 1934 se creó Costa Azul, en 1938 Parque del Plata, en 1942 La
Floresta, en 1944 Marindia, en 1950 El Pinar. En sus comienzos este fenómeno
respondía a la necesidad de captar al turismo argentino pero también a la crecien-
te capacidad adquisitiva de la clase media uruguaya, dispuesta a invertir en una
“casita” en un balneario.16 Desde finales de la década de 1980 este conjunto de
balnearios comenzó a tener un crecimiento demográfico de enorme magnitud. Este
proceso tuvo diferentes causas. Por un lado, el desplazamiento de sectores de cla-
se alta hacia lugares considerados de mejor calidad de vida. Por el otro, se puede
vislumbrar una tendencia parecida por parte de sectores de clase media, aunque en
este caso es posible que la decisión de trasladar la residencia al balneario esconda
la imposibilidad de mantener dos viviendas. La expansión demográfica en la Ciu-
dad de la Costa provocó una importante demanda de mano de obra particularmente
en el sector de los servicios. Este desarrollo atrajo también a sectores de población
de nivel económico muy bajo, seducidos por la posibilidad de encontrar un em-
pleo. Desde el punto de vista urbanístico, este proceso condujo a que la Ciudad
de la Costa sea un emplazamiento claramente dual, con una zona de buen nivel
adquisitivo inmediatamente cercana a la costa y otra de asentamientos precarios,
que rodea la ruta Interbalnearia.
En efecto, el aspecto visual más negativo del modelo de urbanización lati-
noamericana y uruguaya es la marginalidad de parte de la población y la polari-
zación de su espacio geográfico entre zonas de marcado bienestar que “conviven”
con áreas de absoluta pobreza. La existencia de zonas urbanas degradadas no es,
en sí misma, una novedad. El período de expansión económica sucesivo a la crisis
de 1890 convivió con zonas de marginalización oficializadas, la más conocida de

(16) Raúl Jacob, Modelo batllista ¿Variación sobre un viejo tema?, Montevideo, Ed. Proyección,
1998.
274

Imagen 4. Una familia en un “can-


tegril”. Los asentamientos precarios
caracterizan cada vez más a los es-
pacios urbanos.

las cuales era el Bajo montevideano o los llamados “pueblos de ratas” de la zona
rural. Las repetidas medidas institucionales, que se reiteran desde la década del
diez y toman fuerza en la del cuarenta, para mejorar la situación de vida en los
conventillos demostrarían la existencia de fenómenos de tugurización en varios
barrios montevideanos pero también la conciencia política de que era necesaria su
erradicación. El fenómeno axiomático de la polarización urbana son los “cantegri-
les”. Según la leyenda, en los años cincuenta, un grupo de trabajadores de UTE
que acababa de trabajar en la instalación lumínica del Cantegril Hotel de Punta del

Imagen 5. Una característica demográfica de los


asentamientos precarios es que su población es
cada vez más joven.
275

Este, dio idéntico nombre a un asentamiento de emergencia situado en la periferia


montevideana. Aunque esta historia no fuese exacta, conviene recalcar que ya en
una década que la conciencia colectiva considera como particularmente próspera
comenzaban a aparecer fenómenos de marginación extrema.
Los rasgos generales de los asentamientos son equivalentes en toda América
Latina. Generalmente son poblaciones precarias pero no necesariamente periféricas,
con construcciones espontáneas en espacios muy reducidos y niveles de habitabili-
dad fuertemente degradados por el hacinamiento y la pobreza. Aunque se han tor-
nado una parte integrante del paisaje urbano de Montevideo, se están extendiendo a
las afueras de las capitales departamentales en general (particularmente Maldonado).
Desde el punto de vista demográfico, la población de los “cantegriles” crece más que
el resto de la población urbana y es, en promedio, más joven. Parecería indiscutible
su relacionamiento con el bienestar económico: cuanto más desigual se torna la dis-
tribución de la riqueza más aumentan los “cantegriles” en número y en población.
Así como su capacidad de auto-reproducción, en el sentido de que las condiciones
precarias de vida, la baja escolarización de sus habitantes, la dificultad en acceder a
servicios sociales tendieron a agravarse en los últimos años.
Estos ámbitos de creciente marginalización contrastan con otros espacios
con rasgos opuestos y con el modelo internacional de bienestar, surgido en los años
cincuenta y divulgado por los medios de comunicación, que fija concepciones y

Imagen 6. Este dibujo de Jess (Julio E. Suárez) publicado en Marcha en 1963 muestra las primeras
reacciones frente a la expansión de los “cantegriles”.
276

pautas universales de calidad de vida que se pretenden correspondientes a todos los


estratos sociales. Y esta polarización social, espacial y de oportunidades, favorece
la transformación de las ciudades en espacios de creciente inseguridad para sus
habitantes.

Un país de idas y vueltas


Los procesos migratorios influyeron en el lento crecimiento demográfico
uruguayo aunque, por las modificaciones acontecidas en la estructura, compo-
sición y significado del fenómeno a lo largo del período analizado, sus efectos
fueron básicamente disímiles según la época. Más allá de que encontramos enor-
mes problemas de medición que pueden hacernos incurrir en más de un error de
apreciación, conviene recalcar el hecho de que el impacto de las migraciones tuvo
derivaciones contradictorias.
La República Oriental del Uruguay perdió tempranamente su condición de
país de llegada de inmigrantes europeos, aunque este hecho no debe interpretarse
como una detención absoluta del arribo de expatriados. El saldo de pasajeros en el
puerto de Montevideo y testimonios de la época ponen de manifiesto que la crisis
de 1890 había prácticamente bloqueado la llegada de la inmigración transoceánica
o, por lo menos, su afincamiento en el país. El rol preponderante de un sector no
demandante de mano de obra como la ganadería extensiva y la ausencia de tierras
destinadas a la colonización contribuyeron a que Uruguay no fuera atractivo para
las oleadas migratorias que, a partir de 1890, comenzaron a componerse funda-
mentalmente por campesinos desplazados por la crisis agraria europea.
Sin embargo, en parte por la condición de puerto de Montevideo y en parte
por razones coyunturales, siguieron dirigiéndose hacia el país, por lo menos en
períodos específicos, contingentes no secundarios de población excedente europea
y mediterránea. Este proceso fue acompañado por la emigración hacia los países
limítrofes de aquellos sectores sociales desplazados por el proceso de moderniza-
ción económica y por el continuo tránsito de población entre las fronteras. A partir
de los años cincuenta, el proceso migratorio atlántico se detuvo definitivamente y
desde la década siguiente Uruguay se transformó en un país de emigración.
Frente a una inmigración fundamentalmente espontánea, las instituciones
respondieron con medidas improvisadas que, aunque resultaron efectivas en pe-
ríodos determinados, suponían la ausencia de una estrategia específica sobre el
problema.
Paradójicamente, la primera medida institucional tomada para estimular y
reglamentar el fenómeno es de 1890, unos meses antes de que estallara la crisis
económica y sus efectos fueron casi nulos. La escasez de recursos disponibles y
de tierras fiscales para repartir por parte del Estado, así como la existencia de un
277

grupo consolidado de propietarios poco dispuesto a arrendar o vender sus tierras


para proyectos de la colonización terminaron representando un freno para la in-
migración. A diferencia de Argentina y Brasil, en Uruguay no se desarrolló un
sistema productivo que incorporara la agricultura a la ganadería, más allá de que
nunca faltó una prédica en este sentido por parte de sectores de la clase dirigente
que, sin embargo, no tuvo un correspondiente correlato a nivel legislativo. En con-
secuencia, la estructura económica determinó la marcada y temprana urbanización
de los inmigrantes y su concentración en los centros ligados al comercio regional:
Montevideo y su área de influencia rural y los puertos del litoral.
Observando la composición
El estado uruguayo etaria del censo de 1908 (y excluyen-
y la emigración do las edades más bajas, en las cuales,
“A lo largo de estas casi cuatro dé-
por efecto de la legislación vigente, se
cadas de emigración de uruguayos, el registraba una nacionalización auto-
Estado prácticamente no hizo nada al mática de todos los nacidos en el país,
respecto. De hecho fue asumido como fuesen ellos hijos de uruguayos o de
una consecuencia “natural” de la lógi-
extranjeros) hallamos una mayor in-
ca del mercado laboral, en donde la li-
bre voluntad individual de las personas cidencia de inmigrantes en los tramos
se expresaba en la decisión de abando- más elevados que en los medianos (en
nar el país […] Solamente algunas po- las edades más bajas, la nacionalidad
cas intervenciones pueden destacarse automática operaba para todos los ni-
en lo referente a la emigración. Una de
ellas, tal vez la más importante, fue la
ños nacidos en el país, fuesen hijos
experiencia de la Comisión del Reen- de uruguayos o de extranjeros). Es
cuentro formada en 1985 a la salida de decir, la gran mayoría de extranjeros
la dictadura, la que jugó un papel acti- representaba aquel sector que se había
vo y muy positivo fundamentalmente en
radicado en el país durante el período
el aliento al regreso de todos los exilia-
dos políticos. Se formularon un conjun- 1850-90. De los 181.222 extranjeros
to de normas de apoyo y promoción al registrados en 1908 (17,38% de la po-
regreso, se instaló una oficina de infor- blación total), 131.575 se hallaban en
mación, se promovieron préstamos y el el país desde hacía más de cinco años;
acceso a la vivienda, entre otras cosas.
De hecho la tarea de esta comisión a los
de 12.562 se desconocía el dato mien-
pocos años detuvo su intervención, en tras solamente 37.085 tenían menos
buena medida que se hubieron cumpli- de cinco años de residencia. El dato,
do los objetivos de atender la emigra- en si mismo, no permite una lectura
ción producto del exilio.”
unívoca. Para César Aguiar la reduci-
[Alvaro Portillo. La política migrato- da presencia de extranjeros en el cen-
ria del Estado Uruguayo, Montevideo, so de 1908 demostraría la casi nula
2005, mimeo.] capacidad de captación de inmigran-
278

tes por parte del país17. Según este autor, el hecho de que en un período de cre-
cimiento económico y de paz interna se registraran solamente 180.000 personas
representaría una de las pruebas de que Uruguay jamás fue un país de inmigración.
Por otro lado, el historiador británico Henry Finch invierte el razonamiento y con-
sidera que las cifras de 1908 arrojarían el apreciable promedio de más de 7.000 en-
tradas por año en el quinquenio 1904-1908, que representaría uno de los períodos
de recuperación de la inmigración18.
El censo de 1908 permite también observar el origen de los inmigrantes y
los primeros indicios de su diferenciación por lo que se refiere a los lugares de
origen. La gran mayoría de los inmigrantes era de origen italiano (34,41% del total
de extranjeros residentes) y español (30,29%), seguida por brasileños (15,34%)
y argentinos (10,26%). Sin embargo, ya aparecen grupos nuevos como los 1.444
otomanos.
Las estadísticas, fundamentadas sobre el concepto de nacionalidad, escon-
den la pluralidad de culturas existentes entre los inmigrantes. Por ejemplo, los
términos “otomanos” y “rusos” unificaban los más variados grupos étnicos (arme-
nios, judíos orientales, libaneses, sirios) que dieron una contribución no secundaria
a la identidad uruguaya, a su estructura socio-económica y a su cultura. Contribu-
ción que sigue caracterizando a la vida de nuestro país, si se recuerda el número
de liceos, escuelas, mutualistas o grupos deportivos que tienen su origen en el
asociacionismo fomentado por estos conjuntos de inmigrantes, particularmente en
el caso de aquellas colectividades, como la armenia y la judía, que tuvieron que
huir de graves persecuciones en los países de salida.
Sin embargo, un razonamiento parecido se puede hacer también para los
grupos migrantes tradicionales, cuya clasificación por nacionalidad escondía fuer-
tes diferencias regionales tanto en el caso de los italianos (ligures, lombardos, lu-
canos) como de los españoles (catalanes, gallegos, vascos, castellanos).
La Primera Guerra Mundial cortó las comunicaciones internacionales, y el
proceso recién volvió a ponerse en marcha a partir de los años veinte. La inmi-
gración de entreguerras presentó una modificación en la composición étnica, por
razones ligadas a cambios estructurales y políticos en los países de origen. Aunque
no dejaron de llegar los grupos tradicionales, aumentó la participación de nuevas
colectividades (armenios, judíos de la Europa oriental, rusos, árabes), frente a las
cuales se intentaron promover políticas de fuerte fiscalización, particularmente a

(17) César Aguiar, Uruguay: país de emigración, Montevideo, E.B.O., 1982.


(18) Henry, FINCH, La economía política del Uruguay contemporáneo, 1870-2000, Montevideo,
E.B.O., 2005 (2ª edición corregida y aumentada).
279

partir de la legislación de 193219. Estas Uruguay cierra sus fronteras


medidas, como siempre acontece, no “Pienso que ha llegado el momento
se revelaron suficientes para cerrar las oportuno para que las autoridades na-
fronteras y estas comunidades logra- cionales encaren a fondo el problema
de la entrada de elementos indeseables
ron igualmente establecerse en el país,
al país y la competencia excesiva que
aunque en porcentaje inferior al de los plantea a los trabajadores nacionales la
países vecinos. De todas maneras, pa- incorporación de obreros desocupados
recería que fue mucho más eficaz en la de otras partes del mundo. Obedeciendo
virtual interrupción de los arribos un a una inspiración romántica que todos,
más o menos hemos compartido veía-
mercado poco demandante de mano mos, hasta ahora, con una indiferencia
de obra, particularmente en el con- orgullosa la entrada de toda clase de
texto de crisis económica y elevada elementos al país sin la menor preocu-
desocupación de los años treinta, que pación por sus antecedentes, por su ca-
lidad, por sus aptitudes, por sus méritos
ciertas medidas que obstaculizaran
y por lo que pudiera representar al acer-
el paso a los que, en aquel entonces, vo común nacional como elementos
eran tildadas de “grupos exóticos”. En de trabajo y de lucha. Observo que esa
la inmediata segunda posguerra llegó situación se ha modificado paulatina-
el último contingente de emigrantes mente [...] En nuestro país, con nuestra
admirable y sin duda generosa libertad,
europeos hacia América. Aunque en presenciamos el espectáculo de que vie-
dimensiones reducidas con respecto a nen los mendigos y ancianos a cobrar
los países vecinos (y particularmente a las pensiones a la vejez; que llegan los
los Estados Unidos), llegó a Uruguay enfermos y los dementes a ocupar gran
parte de los hospitales, que vienen los
un número no despreciable de perso-
rufianes y maleantes a establecer el
nas, con una mayor representación de cuartel general de sus operaciones y que
españoles e italianos. aún llegan los trabajadores a disputarles
Contemporáneamente a las lle- el salario y el trabajo a los hijos del país
gadas, las estadísticas de finales del que se ganan con dificultad en estas ho-
ras de crisis.”
siglo XIX y los datos provenientes de
los países vecinos daban cuenta de un [Eduardo Rodríguez Larreta, en Diario
proceso seguramente ya existente des- de Sesiones de la Cámara de Senadores,
de el período colonial y que se estaba tomo 152, sesión del 20 de mayo de
1931, pp. 54-55.]
fortaleciendo por efecto de la crisis de

(19) El 15 de julio de 1932 se aprobó la Ley Nº 8.868 “sobre entrada y permanencia de extranjeros”
que disponía fuertes medidas restrictivas a la inmigración. Los reclamos en pro del cierre de fronteras
a la “inmigración indeseable” habían sido una constante en el discurso de los sectores conservadores
desde mediados de los años veinte. La ley referida, aprobada después de un duro debate parlamenta-
rio, marca el fin de la política de “puertas abiertas”, que había caracterizado al Uruguay hasta aquel
momento, Registro Nacional de Leyes y Decretos, año 1932, Montevideo, Imprenta Nacional, 1932,
pp. 396-401.
280

1890, es decir la emigración uruguaya hacia los países vecinos. Las referencias a
este fenómeno son tempranas, anteriores al período analizado, aunque de difícil
medición. El censo argentino de 1895 registró a 48.650 uruguayos residentes en
el país. En 1914 la cifra se había elevado a 88.650, representando aproximada-
mente el 7,2% de la población de Uruguay de ese momento20. Las emigraciones
regionales de principio de siglo no han sido estudiadas detalladamente y fueron
descuidadas por las estadísticas durante mucho tiempo. Es lícita la hipótesis de que
hayan influido como causas del fenómeno: el desempleo tecnológico provocado
por el alambramiento de los campos, la no adopción de un sistema productivo que
integrara la agricultura a la ganadería y las recurrentes guerras civiles de finales
del siglo XIX y comienzos del XX. A esto debería agregarse la tendencia del sector
rural a moverse en un espacio geográ-
fico que superaba ampliamente los lí- La emigración en el siglo XIX
mites nacionales. Y, generalmente, los “Desde algún tiempo estamos no-
períodos en que las economías de los tando un fenómeno que debe llamar la
países vecinos tuvieron desempeños atención de la prensa […] Ese fenómeno
consiste en la emigración de las familias
más favorables fueron aprovechados labradoras que abandonan este Depar-
por parte de toda la población (rural tamento, para trasladarse a la Capital o
y urbana). a Buenos Aires. Son muchas las que han
Desde los años sesenta del siglo salidos, por estar convencidas que no
pueden vivir de la labranza.”
XX, la emigración sufrió un conjunto
de cambios cualitativos y en su com- [“El Iris”, Las Piedras, 16 de abril de
posición. En primer lugar, asumió un 1885.]
carácter masivo y se extendió defini-
tivamente a los sectores urbanos. Los “La cantidad de personas que de
este Departamento emigra con destino
habitantes de Montevideo superaron el a Buenos Aires es en extremo conside-
60% del total de emigrados entre 1964 rable. En estos últimos días se han ale-
y 1981 y la tendencia aumentó en los jado para aquella vecina República al-
años sucesivos, aunque las ciudades gunos cientos de compatriotas, unos en
busca del trabajo que aquí les falta, y
del interior aparecen ampliamente re-
otros, los más, para verse libres del ser-
presentadas. También la composición vicio de las armas. Antiguos vecinos del
etaria de los emigrantes sufrió modifi- Departamento están contestes en que
caciones, ya que, particularmente des- jamás se ha visto en nuestra campaña
de la década de 1970, el proceso de una despoblación como la actual.”
salida correspondió a una población [“El Plata”, Canelones, 24 de enero de
joven, con un promedio de edad que 1897.]

(20) Roberto Benencia, “La Inmigración Limítrofe”, en Fernando Devoto, Historia de la inmigra-
ción en la Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, p.466.
281

ronda los 26 años21. Hasta la década del ochenta prevaleció la emigración masculi-
na, mientras últimamente se ha verificado una marcada feminización de la emigra-
ción internacional. Por otro lado, se verificaron cambios en sus rasgos culturales.
En la actualidad, los emigrantes tienen un buen nivel educativo o, por lo menos,
superior al promedio nacional22.
De algún modo, el desempleo tecnológico que se utiliza para explicar la
emigración de finales de siglo XIX, puede ser considerado también en la actuali-
dad como factor disparador, aunque, naturalmente, con rasgos muy diferentes. Si,
en el pasado, la adopción de una tecnología primitiva como el alambrado provocó
la expulsión de mano de obra excedente del campo, la crisis del modelo de sustitu-
ción de importaciones y las políticas de desindustrialización implementadas desde
los ochenta pudieron influenciar el destierro de trabajadores especializados hacia
el exterior. Asimismo, comenzó a diferenciarse paulatinamente el lugar de llegada.
Ya en los años setenta, aunque Brasil y Argentina representaban, en su conjunto,
poco más del 55% de la elección de los emigrantes uruguayos, se puede observar
una mayor heterogeneidad en los arribos. En algún caso, el cambio se debió a
causas específicas de los países de llegada, por ejemplo los efectos de las políticas
de captación de mano de obra especializada por parte de Australia y Venezuela
entre finales de los setenta y principios de los ochenta y de Estados Unidos en la
actualidad, o las medidas a favor del asilo político promovidas por Suecia durante
la dictadura.
Como consecuencia de las crisis de 1982 y de 2002, además de condiciones
económicas intrínsecas de los lugares de arribo, conviene considerar también las
estrategias de los mismos emigrantes dispuestos a profundizar su inserción en los
mercados laborales estadounidense y canadiense aprovechando el pedido de mano
de obra, pero también a recuperar la ciudadanía de los abuelos para insertarse
como ciudadanos en algunos países de la Unión Europea (fundamentalmente Es-
paña, Italia y Francia).
El resultado final ha sido una sangría demográfica. Según recientes estimacio-
nes, entre 1968 y 2002 abandonaron el país 498.684 ciudadanos, cifra equivalente
al 15,52% de la población estimada en 2004. El dato es en sí extraordinario. Corres-
ponde a una pérdida demográfica comparable a una catástrofe natural o a una guerra.
Dejando de lado el mal gusto de la “industria de la nostalgia”, dispuesta, particular-
mente desde la crisis de 2002, a llenar las pantallas televisivas de consideraciones

(21) Juan Carlos Fortuna, Nelly Niedworok, “Uruguay y la emigración de los 70”, en Juan Carlos
Fortuna, - Nelly Niedworok, - Adela Pellegrino, Uruguay y la emigración de los 70, Montevideo,
E.B.O., 1988, pp.27-122.
(22) Adela Pellegrino, Andrea Vigorito, La emigración uruguaya durante la crisis de 2002, Monte-
video, Instituto de Economía, 2005.
282

Imagen 7. Despedida en el
Aeropuerto de Carrasco. Los
factores culturales son de di-
fícil cotejo, aunque existen
algunos parámetros sociales
que son de mayor medibili-
dad y por ende permiten ser
comparados. Entre estos está
el capital humano. Ya Adam
Smith, a finales del siglo
XVIII, subrayaba la impor-
tancia de la educación para el
desarrollo económico, com-
parando un “hombre edu-
cado” a una “máquina muy
costosa”. Varios economistas contemporáneos, como Robert Solow y Theodore Schultz,
han demostrado los efectos positivos de la alfabetización y la cultura en el crecimiento eco-
nómico, llegando a la conclusión de que la mayor parte del crecimiento de Estados Unidos
y de Europa occidental se puede explicar solamente a través del capital humano. Además
de las implicancias personales y de las sociodemográficas, la emigración de un sector alta-
mente especializado de la población uruguaya puede ser analizada desde el punto de vista
del derroche de estas potencialidades productivas que está teniendo un peso negativo en el
desarrollo económico presente y futuro del país.

muchas veces hipócritas sobre los uruguayos desterrados, convendría poner énfasis
en el aporte positivo de los emigrantes para la economía del país.
Más allá de representar un sector que se está especializando en los países
centrales en técnicas y conocimientos todavía ajenos a la estructura productiva y
cultural del país, datos del Banco Interamericano de Desarrollo demostrarían que
las remesas monetarias enviadas por los emigrantes uruguayos solamente desde
Estados Unidos y Europa superaron los 105 millones de dólares en 2004. Conside-
rando que hasta hace poco no existía una política que facilitara la llegada de dinero
desde el exterior (al contrario, todas las medidas tendían a complicar el envío), se
puede valorar que el aporte de los emigrados corresponde aproximadamente al 1%
del PBI total de 2004. Aporte importante en sí mismo pero invalorable si se pudiera
contabilizar asociado al conjunto de dramas personales que generalmente están en
la base de la decisión de emigrar. En ocasión de las elecciones de 2004 se ha co-
menzado a discutir la posibilidad de garantizar el derecho de voto a los emigrantes
adecuando la legislación uruguaya a la de los países europeos. El reconocimiento
de este derecho fundamental podría ser una base para comenzar a tender lazos y
relacionamientos con aquellos uruguayos que se vieron obligados a abandonaron
el país.
283

Para saber más


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SÁNCHEZ ALBORNOZ, Nicolás. “La población en América Latina”, en Bethell, Leslie
(ed.), Historia de América Latina, volumen VII, Barcelona, Cambridge University
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285

Capítulo 8

La sociedad movilizada
Rodolfo Porrini Beracochea

Resumen
Desde fines del siglo XIX se fueron formando organizaciones y desarrollan-
do formas de movilización social ligadas a distintos intereses y clases sociales, así
como a corrientes ideológicas internacionales en sus “versiones” nacionales. En el
marco de transformaciones socio-económicas y políticas en más de un siglo, se for-
maron sociedades mutuales, sociedades de resistencia (luego sindicatos), gremiales
empresariales urbanas y rurales, asociaciones feministas, de cooperativistas y de
estudiantes, y en el decenio de 1980 “nuevos movimientos sociales” (ecologistas,
derechos humanos, jóvenes). En el curso del siglo XX algunas de esas asociacio-
nes conmovieron el país a través de huelgas generales, paros patronales y grandes
movilizaciones (obreras, estudiantiles, rurales). Desde los años sesenta se puede
destacar como peculiaridad nacional la unidad sindical y, quizá también, la estrecha
vinculación entre los movimientos obrero y estudiantil. En este texto optamos por
presentar un panorama de algunas de estas organizaciones, en especial del sindi-
calismo y el movimiento estudiantil, y brevemente tratar algunos de los “nuevos”
movimientos sociales.

El movimiento sindical
El movimiento sindical uruguayo tiene una vasta y larga trayectoria que se
remonta al último tercio del siglo XIX. Sus orígenes provienen de diversas fuentes
y experiencias sociales. A través de estas, con fuertes cambios inmersos en las
transformaciones del país, se fue forjando con características que lo fueron distin-
guiendo de sus pares en la región.

Los orígenes (1870-1905). En el último tercio del siglo XIX, en una sociedad
de inmigrantes y “criollos” nacieron y crecieron distintas modalidades asociativas,
algunas de las cuales incluyeron a los trabajadores asalariados o fueron exclusivas
286

de ellos. Era una economía con escaso desarrollo industrial, predominando las
artesanías y la pequeña industria local, las extractivas, aquellas que procesaban
materias primas agropecuarias y los servicios privados y del Estado. Uruguay te-
nía poco más de 500 mil habitantes en 1882 y Montevideo 164 mil en 1884. Se
formaron en esos años asociaciones de muy variado perfil, entre ellas, las “asocia-
ciones de trabajadores”. Estas últimas no tenían todas un carácter clasista, y se las
ha denominado “pre-sindicales” (Yamandú González Sierra) o “proto-sindicales”
(Carlos Zubillaga). Las asociaciones mutuales obreras tenían entre sus funciones
proveer a sus integrantes de atención médica, servicio fúnebre, la obtención de
empleo o la enseñanza de un “oficio”. Tal fue el caso de la Sociedad Tipográfica
Montevideana (1870) y de las mutuales de reposteros franceses (1870), maestros
(1878) o tapiceros (1886), entre otras. Con el tiempo algunas de ellas se transfor-
maron en sociedades de “mutuo y mejoramiento”, las cuales además de atender las
tareas “mutuales” se preparaban para la acción reivindicativa, eventuales conflic-
tos y huelgas. También en este grupo (no propiamente sindical) se ha incluido a las
“sociedades cooperativas”, como la Cooperativa Tipográfica, que funcionó entre
1889-1891 como una cooperativa de producción. 
Entre las asociaciones de asalariados definidas como “clasistas” podemos
destacar la acción de los “internacionalistas” y de las “sociedades de resistencia”.
Desde 1884 se pudo ver la transformación de la Sociedad Tipográfica Montevidea-
na de “mutual” en “sociedad de resistencia”, lo que hizo a fines de esa década. Con
el Novecientos se puede reconocer más fácilmente la proliferación de este tipo de
organización. Según ha señalado Zubillaga, la “Unión Cosmopolita de Resistencia
y Mejoramiento de Obreros Zapateros, Cortadores, Aparadores y Anexos”, en su
programa de 1903 detallaba tres principios que muestran la tónica ideológica de
las sociedades de resistencia: confrontar los abusos del capital; promover la soli-
daridad entre todos los obreros; el empleo de la “acción directa” de los asalariados
mismos para tratar con los patronos.
También nacieron en nuestro país organizaciones “internacionales” vincu-
ladas a trabajadores de ideología socialista y anarquista en Europa (a la “Prime-
ra Internacional” que se había escindido en 1872 entre los seguidores de Carlos
Marx y los de Miguel Bakunin). Los internacionalistas uruguayos se vincularon a
estos últimos, en especial con la Sección Mexicana. En 1875 ya estaban organiza-
dos como “Federación Regional de la República Oriental del Uruguay”. En 1878

(1) Adela Pellegrino, Caracterización demográfica del Uruguay, Montevideo, Programa de Pobla-
ción/Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, 2003, p.9.
(2) Carlos Zubillaga, Pan y Trabajo. Organización sindical, estrategias de lucha y arbitraje esta-
tal en Uruguay (1870-1905), Montevideo, Librería de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación, 1997, pp.7-17 y 18-24.
287

editaron el periódico El Internacional. En 1884 apoyaron la “huelga de todo un


gremio”, la de los “obreros fideleros”, y organizaron secciones en Paysandú y en
Las Piedras. Al año siguiente crearon la “Federación Local de los Trabajadores de
la Región Uruguaya”.
Las primeras huelgas conocidas se desarrollaron en el Hospital de Caridad
(1876), por los dependientes de tienda de Salto (1878), en las minas de Cuñapirú
(1880) y la mencionada “huelga fidelera” (1884). Con motivo de la lucha por redu-
cir la jornada laboral a “las ocho horas”, en Montevideo se realizó un acto público
el 1º de mayo de 1890 acompañando la primera protesta mundial de los trabajado-
res o la “huelga universal del proletariado”. Hacia 1895 existió un nuevo impulso
organizativo de las “sociedades de resistencia”, produciéndose, según Francisco
R. Pintos, diversos conflictos con importante represión policial (albañiles en 1895,
portuarios y tranviarios, ambos en 1896). Fue importante el papel de la prensa de
este creciente movimiento obrero, llegando incluso a publicarse en 1901 por un
breve período un “diario” de tendencia anarquista, El Trabajo, y periódicos como
Tribuna Libertaria, vocero del Centro Internacional (1900-1902). Estas y otras
experiencias de la naciente clase trabajadora uruguaya, que transitaba un proceso
de formación de su “conciencia de clase”, no tuvieron continuidad. Es por eso que
se ha señalado que se trató de un “sindicalismo disperso” hasta 1905.

De la fundación de la FORU a la CGTU (1905-1929). Una nueva fase en la


organización del movimiento sindical uruguayo se abrió en 1905 con la fundación
de la Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU), en el contexto del “primer
batllismo”. En marzo de ese año varias organizaciones gremiales convocaron a un
Congreso Constituyente que se desarrolló entre el 25 y el 27 de agosto de 1905 del
que surgió la FORU. Del mismo año son los intentos frustráneos de los socialistas
(que fundaron la Unión General de Trabajadores, UGT) y de la Unión Democrática
Cristiana (UDC) con la Confederación de Uniones Gremiales de Obreros del Uru-
guay, procesos señalados por Zubillaga. La definición ideológica predominante en
la FORU puede identificarse como anarquista. En ella cabe destacar la influencia
regional, en especial la de los anarquistas de la Federación Obrera Regional Argen-
tina (FORA). Otro rasgo a considerar es el “espíritu internacionalista” expresado
en múltiples acciones solidarias, en especial con los perseguidos fuera de fronte-
ras, explicable tanto por la ideología como por la fuerte presencia de extranjeros
europeos. Su estructura organizativa se basó en los sindicatos “por oficio” –cuyo

(3) Carlos M. Rama, “Los Internacionales del 75”, en revista Nuestro Tiempo, Nº2, febrero 1955,
pp.114-115.
(4) Yamandú González Sierra, 100 primeros de mayo en Uruguay, Montevideo, CIEDUR, 1990,
pp.7-8.
288

dominio era clave en aquella estructu- La FORU


ra económica– y alcanzó a un sector “El Congreso Obrero, al inaugurar
sus sesiones, envía un saludo fraternal
activo pero restringido de los sectores
a todos los proletarios del universo en
populares de la época. lucha por su emancipación económica
La experiencia de los trabaja- y social, haciendo votos porque la so-
dores en esta etapa generó espacios lidaridad internacional sobrepase las
de debate y formación como los “ate- fronteras, estableciendo la armonía
sobre la tierra. Hace extensivo este
neos” y “centros de estudio” donde saludo a los compañeros que gimen en
las preocupaciones por la educación, las cárceles víctimas de la prepotencia
la naturaleza y la sociedad del maña- capitalista. Al mismo tiempo, acuerda
na estaban a la orden del día. Surgían un voto de censura contra la ‘ley de re-
sidencia’ de la República Argentina que
“bibliotecas” e instituciones como el
coarta la libertad de pensamiento”.
“Centro Internacional de Estudios
Sociales”. Aunque limitadas en su [Fragmento de la declaración del con-
alcance a los sectores populares, fue- greso fundacional de la FORU, 25 al 27
ron expresiones pujantes de la cultura de agosto de 1905. Tomado de Francis-
co R. Pintos, Historia del movimiento
obrera, anarquista y socialista de la obrero del Uruguay, Montevideo, Cor-
época. La clave de ese Novecientos y poración Gráfica, 1960, p. 69].
sus obreros parece residir en el fuerte
componente utópico de sus ideologías
y prácticas. El mundo de la igualdad social, la libertad y el fin de la explotación se
tocaba con las manos y se vivía una sensación muy fuerte de esperanza y triunfo.
El coloradismo batllista, con sus políticas de libertades y de amplia legislación
laboral logró influir en los sectores trabajadores y en algunos de sus líderes, aun-
que la FORU logró mantener su autonomía respecto del gobierno. A propósito de
esta legislación laboral los historiadores se han preguntado: ¿legislación exigida u
otorgada?. Los trabajadores libraron importantes luchas: la de los ferroviarios en
1908 durante el gobierno de Williman –que fue derrotada–, la victoriosa “primera
huelga general” impulsada por la FORU en junio de 1911 –con el apoyo tácito de
Batlle y Ordóñez–, o el enfrentamiento con la policía en una cantera de Colonia
donde murió un obrero en 1914. En el período existió un movimiento social mino-
ritario pero activo, ya que usó la huelga, el sabotaje y el boicot en un ambiente de

(5) Sobre el tema, cfr. José P. Barrán, Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio britá-
nico, Tomo 6, Montevideo, E.B.O., 1985, pp.91-114; Carlos Zubillaga, “El batllismo, una experien-
cia populista”, en Cuadernos del Claeh Nº27, Montevideo, CLAEH, julio-setiembre 1983, pp.27-57;
Universindo Rodríguez Díaz, Los Sectores Populares en el Uruguay del Novecientos, Primera Parte,
Montevideo, Editorial Compañero, 1989, y Los Sectores Populares en el Uruguay del Novecientos,
Segunda Parte, Montevideo, Tae, 1994.
289

políticas estatales que tendieron, aún en una sociedad de clases, a promover ciertas
formas de justicia social y redistribución de la riqueza.

El sindicalismo en la “República conservadora” (1916-1929). Luego del


“primer impulso” reformista, vino el “freno” de la reacción conservadora simbo-
lizado en la derrota del reformismo (el batllismo y su aliado, el socialismo) en las
elecciones de julio de 1916, y en el “alto” a las “reformas sociales” proclamado
por el Presidente Feliciano Viera ese mismo año. En el sindicalismo de la época
existía un significativo espíritu “revolucionario”, que se manifestó en un lenguaje
y una práctica que se vinculó con hechos externos e internos. Entre los primeros,
la Revolución Rusa de octubre de 1917, y entre los segundos la crisis económica
de esos años, que generaron en los trabajadores cierta receptividad a las ideologías
transformadoras, la organización y la movilización. Desde 1917 se produjeron in-
tensas conmociones en la zona del Cerro de la capital con obreros de los frigorífi-
cos –cuya huelga fue derrotada–; en 1918 la Federación Obrera Marítima –con la
novedosa influencia socialista– impulsó una huelga en el Puerto en la que murió un
huelguista a manos de un soldado. A fines de 1918 y comienzos de 1919, ocurrió
una fuerte represión conocida en la época como la “caza del ruso” –detenciones y
deportaciones de obreros extranjeros– en el marco de un supuesto “complot sovié-
tico”, como ha estudiado Fernando López D’Alessandro. Por entonces, la Argen-
tina vivió la “Semana Trágica” con varios muertos.
En el marco de discusiones internas y también por los efectos de la “re-
volución rusa”, los sindicalistas de la FORU vivieron un proceso de discusión y
diferencias que llevó, entre 1921 y 1923, a la formación de una nueva organización
sindical, la Unión Sindical Uruguaya (USU). En ésta participaron las corrientes
que veían con simpatía la “revolución rusa” y la “República de los soviets”: una
mayoría anarco-sindicalista y los militantes comunistas. Desde abril de 1921 se ha-
bía constituido el Partido Comunista (PC), fruto de una transformación del Partido
Socialista iniciada el año anterior. El PC se vinculó a la Tercera Internacional o In-
ternacional Comunista, con sede en Moscú. El sector minoritario se organizó y re-
fundó en 1922 un nuevo Partido Socialista a instancias de su líder Emilio Frugoni.
Existió una rica y activa “prensa obrera”, tanto la sindical como la anarquista y de
los “partidos obreros” –socialista y comunista– que tenía como uno de sus centros
de atención a la naciente clase trabajadora. Entre los periódicos aparecidos figuran
los anarquistas El Hombre (1916-1924), La Batalla (1915-1927) y Solidaridad
(1912, órgano de la FORU); y los órganos socialistas El Socialista (desde marzo
de 1911), y Justicia (desde setiembre de 1919, que a partir de 1921 se convirtió en

(6) Ver también, Universindo Rodríguez, Silvia Visconti, Jorge Chagas, Gustavo Trullen, El sindi-
calismo uruguayo a 40 años del congreso de unificación, Montevideo, Taurus, 2006, pp. 53-54.
290

Imagen 1. Manifestación del


Primero de Mayo de 1919 al sa-
lir de Agraciada y Sierra (hoy
Fernández Crespo). Foto: Mun-
do Uruguayo.

el órgano del PC). En la prensa sindical: Despertar, de los obreros sastres (1905 a
1930); y el de mayor continuidad, El Obrero Gráfico (desde 1920).
Durante el decenio de 1920 se produjeron múltiples conflictos, huelgas y
enfrentamientos entre sindicalistas y policías. En 1920 ocurrieron la huelga de los
canillitas por el descanso dominical, la de los panaderos por cumplimiento de la
ley sobre el trabajo nocturno, y la “huelga general por tiempo indeterminado” pro-
curando la libertad de un obrero preso y el cese de las persecuciones (entre el 27 y
el 29 de noviembre). Algunas huelgas y manifestaciones fueron reprimidas por la
policía con inusitada violencia, como
he señalado, por ejemplo, en Carme- La CGTU
lo en 1926 (cuando murieron cuatro
“a) Agrupar en los respectivos sin-
personas, entre obreros y policías). dicatos de industrias a todos los traba-
También existieron importantes accio- jadores.
nes de solidaridad como la campaña b) Perseguir por la lucha de clases
de varios años y un paro general en el mejoramiento y la liberación final
de la clase obrera. Esto último sólo es
agosto de 1927 en protesta contra la
posible por el derrumbamiento del po-
detención y luego ejecución en Esta- der capitalista y la toma de la dirección
dos Unidos de los obreros anarquistas de la sociedad por el proletariado en
Sacco y Vanzetti. alianza con los campesinos pobres”.
Desde mediados de los veinte
[Fragmento del Programa de la CGTU,
se procesó la división en la Unión Sin- mayo 1929. Tomado de Francisco R.
dical Uruguaya, y en mayo de 1929 Pintos, Historia del movimiento obrero
se produjo la creación de una nueva del Uruguay, op.cit., p. 213].
organización sindical, la Confedera-

(7) Rodolfo Porrini, Derechos humanos y dictadura terrista, Montevideo, Vintén Editor, 1994.
291

ción General del Trabajo del Uruguay


La FORU y el golpe de 1933
(CGTU), de mayoría comunista.
“Producido el golpe presidencial
contra el Consejo de Administración del
Ante la crisis mundial de
sistema colegialista, y demás resortes 1929 y la dictadura de Terra. La
del Estado, la F.O.R.U. dio a publicidad crisis mundial de 1929 se expresó
un manifiesto señalando al proletariado con crudeza en el Uruguay de 1932-
uruguayo su actitud prescindente en los 1933, con una disminución brutal de
acontecimientos políticos que hicieron
crisis violenta [...]. El manifiesto fue las exportaciones y una agudización
acogido simpáticamente por el pueblo, de las contradicciones sociales y po-
que en el fondo se da cuenta que ese líticas. Desde el Estado se desplegó
pleito debe ser ventilado por las frac- una fuerte represión antisindical, en
ciones que se disputan el dominio del
Estado y el usufructo de los privilegios
especial en febrero de 1932, y también
que implican ese dominio”. en mayo de ese año, determinando la
derrota de la huelga en los arrozales
[Texto editorial de Solidaridad, órgano de Treinta y Tres. El 31 de marzo de
de la FORU-AIT, Montevideo, Nº 55, 1933 el Presidente Gabriel Terra, con
1º de mayo de 1933, p. 1].
intervención policial y el consenti-
miento “militar tácito”, dio un golpe
de Estado de signo conservador.
Ante el golpe de Estado los estudiantes universitarios y algunos profesores
respondieron ocupando la Facultad de Derecho y, desalojados, mantuvieron una
huelga por 23 días. Ante la ruptura institucional la Confederación General del Traba-
jo del Uruguay, al parecer, intentó realizar un paro, pero este no se concretó. La Fe-
deración Obrera Regional Uruguaya se declaró “prescindente” ante lo que consideró
un simple cambio de gobierno y el portavoz del Sindicato de Artes Gráficas -uno de
los pocos con que contaba la Unión Sindical Uruguaya- tomó una actitud similar.
La política del nuevo gobierno en relación a los sectores populares, aunque atendió
algunos aspectos a través de políticas sociales (alimentación, vivienda, niñez, des-
ocupación) fue muy negativa en relación a los ingresos (rebajas salariales, aumento
del costo de vida). La actitud guberna-
mental fue francamente represiva ante Los gráficos y el golpe de 1933
los inicialmente escasos conflictos sin- “Guerra de clases gobernantes,
dicales (en el puerto en 1933, el con- que siempre gobernaron, y ahora están
flicto gráfico de 1934), despidiendo y trabados en lucha de apetitos y ambi-
deportando sindicalistas, prohibiendo ciones. Nada tenemos que hacer entre
ellos”.
mitines y clausurando locales y prensa
obrera. Desde mediados de la década [Editorial de El Obrero Gráfico, órgano
se produjo una reactivación económi- del Sindicato de Artes Gráficas, afiliado
ca, disminuyó la desocupación y ocu- a la Unión Sindical Uruguaya, Nº128,
Montevideo, abril 1933, p. 3].
rrió una reorganización sindical.
292

Las huelgas tranviaria y de la construcción en 1936, resultaron victoriosas.


Al calor de una industrialización sustitutiva de importaciones –sobre una infraes-
tructura que el país venía preparando- comenzó a crecer la clase obrera industrial
y de los servicios, y el peso de los asalariados en la sociedad. Asimismo, se fueron
produciendo cambios en el sindicalismo: en su estructura (sindicatos por rama, en
vez de por oficios), en su orientación ideológica (aumento del peso de las corrien-
tes marxistas, en especial la comunista) y en sus bases sociales (la clase obrera
industrial en la capital y otras ciudades). Hacia 1936-1937 el gobierno fue mode-
rando su política hacia los sindicatos e intentó fomentar formas de concertación
social, la primera de ellas en la rama de la construcción.

Transición democrática, guerra mundial, industrialización y nueva clase


obrera. En el plano político, a la dictadura de Terra (1933-1938) sucedió un proceso
de transición y “redemocratización” bajo el gobierno del Gral. Alfredo Baldomir
(1938-1943). Este dio un golpe de Estado en febrero de 1942, profundizándose el
alineamiento pro-aliado y pro-estadounidense en el contexto de la Segunda Guerra
Mundial (1939-1945). Como han planteado Ana Frega, Mónica Maronna e Yvette
Trochon, el Estado, en un nuevo marco de fuerzas sociales y políticas (retornó el
batllismo y creció el influjo de los industriales, bajo las presidencias de Amézaga,
Tomás Berreta y Batlle Berres), manifestó una nueva sensibilidad hacia los trabaja-
dores y sindicatos. Renovó las políticas sociales de “protección” e impulsó prácti-
cas de concertación social y la negociación colectiva tripartita (Estado, patrones y
trabajadores) en los Consejos de Salarios (1943). Estos tenían un antecedente en los
resultados de una investigación parlamentaria sobre condiciones de vida y salarios,
impulsada por el diputado comunista Eugenio Gómez en 1938. Las concepciones del
“bienestar” que se abrían con las perspectivas que ofrecía la recuperación económica
del país, condicionaron y contribuyeron a la emergencia de una clase obrera y un
nuevo sindicalismo que fue adquiriendo fuerza propia y que mayoritariamente tuvo
“un entendimiento” con el Estado, al menos hasta 1946. Como he señalado en La
nueva clase trabajadora, los Consejos de Salarios fueron un instrumento complejo:
posibilitaron aumentos salariales importantes, ordenaron las luchas por el salario
canalizando los conflictos, “obligaron” a votar a los obreros y ayudaron a la forma-
ción de nuevos sindicatos, que por otra parte impulsaron y orientaron militantes de
organizaciones de izquierda (comunistas, socialistas y anarquistas). Los Consejos de
Salarios fueron un instrumento de integración social de los trabajadores (incluyeron
una “electoralización” en sus prácticas), a la vez que un espacio de confrontación de
poderes en que los obreros mantuvieron cierta autonomía.

(8) Ver también, Ana Frega, Mónica Maronna, Yvette Trochon, Baldomir y la restauración demo-
crática (1938-1946), Montevideo, E.B.O., 1987.
293

La vida sindical. En esos años nació un nuevo tipo de organización muy


distinta al sindicalismo “finalista” o de “oposición”, y de “oficios”, predominan-
tes en el período previo. Aparecieron los sindicatos y federaciones por rama de
actividad: sindicatos de industria en la construcción, metalúrgicos y textiles; de
servicios, como bancarios; de funcionarios públicos, como maestros, de la UTE y
la OSE. Se conformó y luego desarrolló el denominado “sindicalismo de masas”
(según Pedro H. Alfonso), al que Alfredo Errandonea y Daniel Costábile identifi-
caron como “dualista” (mientras la “base” tenía reivindicaciones en torno a con-
diciones de trabajo y salarios, la “dirección” tenía metas más allá de aquellas y un
marco mayor del desarrollo del país y la inserción internacional). A comienzos
de los cuarenta se exploró un intento de central única de trabajadores, en el mar-
co del resurgimiento sindical mencionado (urbano y en algunos casos rural). Las
dificultades derivadas de la heterogeneidad ideológica del sindicalismo –en que
predominó el comunismo, y en menor medida el socialismo– y de la compleja
situación internacional durante la Segunda Guerra y luego la “Guerra Fría”, no
ambientaron la construcción de una central única. Existió además de la Unión
General de Trabajadores (UGT, creada en marzo de 1942), la coordinación del
“Comité de Relaciones Sindicales” (1943), asociaciones de origen católico y sin-
dicatos “autónomos” en todo el período (todos de muy variado origen ideológico),
y las muy decaídas en su fuerza, FORU y USU. A fines de los cuarenta el desen-
cuentro entre las organizaciones parece haber sido mayor. Expresión de esto fue
tal vez la formación de la Confederación Sindical del Uruguay (CSU) en 1951
(afiliada luego a la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Li-
bres, CIOSL, y a la Organización Regional Interamericana de Trabajadores, ORIT,
en las que tenía un fuerte predominio la ideología anticomunista de los sindicatos
de los EEUU, la AFL-CIO), así como la coordinación de los “Gremios Solidarios”
–estudiada por Hugo Cores–, surgida en apoyo “solidario” al naciente sindicato de
Ancap con una “huelga general” en setiembre de ese año. En el período de “Guerra
Fría” se dieron importantes y fuertes luchas sindicales: la de los ferroviarios en
mayo-junio de 1947 (un gremio muy dependiente, hasta entonces, de la patronal
inglesa), la huelga de los obreros de la lana en 1950, las “huelgas generales” de
los “gremios solidarios” de 1951 y 1952 (con aplicación de Medidas Prontas de
Seguridad en marzo y setiembre del último año), y movilizaciones victoriosas pero
trágicas –hubo obreros muertos a manos de rompehuelgas– como la huelga textil a
fines de 1954, y la metalúrgica al año siguiente. Estos hechos revelaron la pujanza
del sindicalismo y, a la vez, el crecimiento de las tensiones sociales y el clima de
confrontación que luego se profundizaría. En los años cuarenta pudo percibirse la
emergencia de la clase obrera como fuerza social. Esto se expresó tanto en los con-
flictos y la formación de nuevos sindicatos, como en la vida de los barrios obreros
de la capital (La Teja y el Cerro, Nuevo París y Maroñas), en las grandes concen-
294

traciones de trabajadores (sobre todo en Montevideo, también en Paysandú y Fray


Bentos); en la formación y práctica de hábitos culturales propios y en la recepción
de mensajes culturales provenientes de los “medios” de la época (los diarios, la
radio) y de los partidos políticos.

El sindicalismo y la caída de un modelo integrador y “benefactor”


(1955-1973). Este tramo se abrió con la crisis económica, el inicio de las polí-
ticas de corte liberal en lo económico y las luchas sociales y políticas de los 60,
culminando con el golpe de Estado de 1973. En ese período, además, se produjo
la Revolución Cubana cuya influencia se extendió a toda América Latina, y la
emergencia en nuestro país de la violencia política, la ultraderecha, la izquierda ar-
mada y los frentes electorales de la izquierda en 1962 y el Frente Amplio en 1971,
rompiendo el tradicional bipartidismo. Luego de una huelga frigorífica, en 1956
la Federación Autónoma de la Carne convocó a una “Comisión Coordinadora pro
Central Unica”, que actuó en varios conflictos, siendo la mayor coordinación de
fuerzas hasta 1958. Como destaca Yamandú González Sierra, hubo huelgas y or-
ganización de varios gremios rurales en 1957 y 1958 (arroceros, peones de tambo
y remolacheros), y ese último año, la novedad de la ocupación y puesta en marcha
de la empresa Funsa por sus trabajadores, así como la unidad de las luchas de
obreros y estudiantes por la aprobación de leyes laborales y la Ley Orgánica de la
Universidad, remarcada en la consigna “obreros y estudiantes, unidos y adelante”.
Entre 1959 y 1961 se conformó la Central de Trabajadores del Uruguay (CTU):
su Congreso Constituyente culminó en 1961, disolviéndose antes la UGT (1959).
Importantes huelgas rurales y la primera marcha de los cañeros –organizados en

Imagen 2.
Huelga papelera de 1958.

(9) Yamandú González Sierra, Un sindicato con historia. Unión de Obreros, Empleados y Super-
visores de FUNSA, Montevideo, CIEDUR-U.O.E.S.de FUNSA, octubre 1991, pp.102-115.
295

UTAA, Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas– en 1962, mostraron “otro”


Uruguay. Se vivió el endurecimiento de los gobiernos (del Partido Nacional, entre
1959 y marzo de 1967) aplicando Medidas Prontas de Seguridad ante conflictos
gremiales, la acción de los grupos de presión empresariales, en un contexto de alza
de la inflación y de aumento de la desocupación ante la crisis en la industria. Los tra-
bajadores realizaron importantes huelgas y emergieron nuevas tendencias y formas
de lucha sindical: los conflictos en la UTE (1959 y 1963 con “apagón”), las marchas
“cañeras”, la nueva fuerza de los sindicatos de empleados públicos y el proceso de
pasaje de una fase de división y fragmentación a la unificación sindical.
En los años sesenta se crearon mecanismos de coordinación y unificación
como la “Mesa Sindical Coordinadora de Entes Autónomos” y la “Confederación
de Organismos de Funcionarios del Estado” (COFE), así como los Plenarios so-
lidarios con gremios en huelga, que afianzaron la colaboración entre sindicalis-
tas de distintas tendencias. Importantes luchas se registraron entre 1960 y 1964,
por derechos sindicales, contra la congelación de salarios, marchas por la tierra y
fuentes de trabajo y por leyes laborales. Se endureció el clima político y social: en
medio del conflicto en UTE en 1963 se aplicaron Medidas Prontas de Seguridad,
también en 1965; en 1964 hubo rumores de golpe de Estado (en abril de ese año,
en el cercano Brasil los militares derrocaron el gobierno, y en octubre ocurrió otro
tanto en Bolivia). Las mencionadas luchas contribuyeron al acercamiento entre las
distintas tendencias sindicales, que se produjo en junio de 1964 al convocarse las
primeras convenciones de trabajadores, de las que surgió la Convención Nacional
de Trabajadores (CNT).
En setiembre un “plenario nacional” aprobaba un programa general, una
“plataforma de lucha inmediata” y la integración de una Mesa Representativa
como organismo permanente. Entre 1964 y 1966 la CNT pasó de mecanismo de

Imagen 3. Marcha de los ca-


ñeros de Bella Unión en la
década de 1960. Foto: FPEP/
CMDF.
296

coordinación a ser un organismo unificado, adoptando el programa del “Congreso


del Pueblo” realizado en 1965. Dicho congreso había reunido un conjunto de sec-
tores perjudicados por la “crisis” y elaborado un vasto “programa de soluciones”
a la misma, que incluía la reforma agraria, industrial, del comercio exterior, entre
otras transformaciones a realizar dentro de la legalidad, detectándose la influencia
de las ideas “desarrollistas” de la Comisión Económica para América Latina (CE-
PAL), creada en 1960.
El Congreso de Unificación Sindical se realizó entre el 28 de setiembre y el
1º octubre de 1966, siendo una de sus bases la participación pluralista de los tra-
bajadores y de las corrientes sindicales clasistas. Se aprobaron los Estatutos, una
Declaración de Principios y se adoptó el mencionado Programa de Soluciones a la
Crisis. El Estatuto afirmó la garantía de la democracia sindical (derecho a la crítica
y autocrítica), su independencia frente al Estado, patronos, partidos y sectas, y la
no afiliación a ninguna organización internacional. Los dirigentes de CNT, sigla
que adoptó la nueva organización, no podrían ocupar cargos políticos, aunque sí
tener política partidaria “sin fines proselitistas”. La Declaración de Principios pos-
tulaba: independencia de clase, lucha internacional de los trabajadores y por la
liberación nacional hasta llegar a una “sociedad sin explotados ni explotadores”,
acercamiento a otros sectores sociales (campesinos, estudiantes, jubilados), solida-
ridad y fraternidad internacional de los trabajadores, y latinoamericanismo.
Fueron años difíciles. La Constitución de 1967 expresó una adecuación po-
lítico-institucional a los tiempos “revueltos” que se avecinaban reimplantando un
Poder Ejecutivo fuerte, que no vaciló en desconocer a los otros poderes del Estado.
Hubo inflación, deterioro salarial, y políticas que, desde la asunción del Presidente
Jorge Pacheco Areco a fines de 1967 mostraron una clara definición antipopular y
un nuevo marco represivo para el país y el sindicalismo. En ese marco se produ-
jeron intensas luchas populares en 1968 y 1969, el crecimiento del accionar de la
guerrilla urbana de izquierda y grupos armados de derecha (con connivencia esta-
tal), y el debate en los sindicatos y la CNT sobre los caminos a seguir. El primer
congreso de la CNT se realizó en mayo de 1969 (sus delegados representaban 120
mil afiliados). En el segundo, que tuvo lugar en junio de 1971 (180 mil afiliados)
se incorporaron nuevos sindicatos y a pesar de las polémicas, se eligió por unani-
midad a su dirección. Hubo un fortalecimiento de las tendencias que se disputaron
el sindicalismo: una mayoritaria, liderada por comunistas, y otra minoritaria, la
“tendencia combativa”. Durante el “pachequismo” (apoyado por sectores colora-
dos y del Partido Nacional, y las gremiales empresarias) desde 1968 se produjo
una fuerte represión estatal contra los movimientos sociales y hubo control sala-
rial (eliminación de los Consejos de Salarios y creación de la Comisión de Pro-
ductividad, Precios e Ingresos). Se produjo la muerte de tres estudiantes ese año,
grandes huelgas y paros, los funcionarios públicos fueron destituidos, trasladados
297

o militarizados. Ocurrieron importantes conflictos y derrotas en los frigoríficos,


bancarios y en UTE en 1969. En octubre de 1970 triunfó la huelga en la salud pri-
vada impulsada por la Federación Uruguaya de la Salud (FUS), que innovó con los
“hospitales populares”. En 1971, año electoral, fueron asesinados dos estudiantes
en medio de acciones solidarias con trabajadores en conflicto.
Luego de las elecciones (noviembre de 1971), el 14 de abril de 1972 el
enfrentamiento Estado-MLN –que se superponía al que tenía con sindicatos e iz-
quierda legal– se intensificó e influyó en otros aspectos de las luchas populares.
La situación política derivó en los acontecimientos de febrero de 1973 (en que las
Fuerzas Armadas confirmaron institucionalmente un poder que detentaban), y los
“comunicados 4 y 7” despertaron diferentes expectativas e interpretaciones en los
sindicatos y los partidos políticos, incluida la izquierda. Ante el golpe de Estado
del 27 de junio de 1973 dado por las Fuerzas Armadas y el Presidente Juan María
Bordaberry, y apoyado por determinados sectores políticos (el pachequismo en el
Partido Colorado, el del Gral. Mario Aguerrondo en el Partido Nacional), econó-
micos y sociales, los trabajadores respondieron ocupando los lugares de trabajo, a
través de una huelga general, estudiada por Alvaro Rico y otros autores.10

Dictadura y resistencia obrera (1973-1981). La huelga con ocupación de


los lugares de trabajo desde la madrugada del 27 de junio de 1973 respondió a una
definición de la CNT desde su fundación en 1964, luego confirmada en sucesivos
congresos. Fue posible gracias a un persistente proceso de preparación y reflexión
(sindical y política) y de construcción de un “espíritu” que abarcó un amplio con-
junto de trabajadores. En dicho estado de ánimo y preparación de la posible medi-
da influyeron, en parte, la masiva participación en las intensas luchas sociales de
los años previos, y la demostrada vocación de los sindicatos de enfrentar el auto-
ritarismo y asumir la defensa de los derechos sociales y democráticos que habían
contribuido a instalar a lo largo de décadas.
La huelga general fue una experiencia muy rica, aún insuficientemente in-
vestigada en su alcance y extensión nacional. La dictadura ilegalizó la CNT, persi-
guió a sus militantes y los detuvo por cientos en el Cilindro Municipal capitalino,
permitiendo a los patronos el despido sin indemnización de miles de huelguistas.
Aún así, se luchó en la calle, ante los desalojos se reocuparon los locales de traba-
jo, y murieron asesinados por la espalda dos jóvenes en acciones de propaganda
antidictatorial. La huelga se prolongó por quince días, hasta la noche del 11 de
julio en que la Mesa Representativa, por amplia mayoría, la levantó (con los votos

(10) Alvaro Rico, Carlos Demasi, Rosario Radakovich, Isabel Wschebor, Vanesa Sanguinetti, 15
días que estremecieron al Uruguay, Montevideo, Fin de Siglo, 2005.
298

Imagen 4. Fábrica ocu-


pada durante la huelga
general, 27 de junio-11
de julio de 1973. Foto:
FPEP/CMDF.

contrarios del sindicato de Funsa y la Federación de la Bebida –FOEB–, y la abs-


tención de la FUS, FFOSE, Conaprole y los textiles).
La misma emitió un “Mensaje a los trabajadores uruguayos” convocando a
continuar la lucha por otros medios. Ante las iniciativas y medidas de la dictadura,
se desarrollaron diversas formas de resistencia y respuestas: al llamado del gobier-
no el 24 de julio de 1973 a sindicalistas para reunirse en la Sala Verdi se obtuvo el
rechazo en la voz del “gallego” Gromaz de Funsa (“no queremos un sindicalismo
de carneros y guampudos”); ante el Decreto 622 (1º/8/1973) y la “reafiliación sin-
dical” los trabajadores ratificaron a los sindicatos de la CNT; se realizaron mani-
festaciones “relámpago” los primeros de Mayo de 1974 y 1975 y algunos paros en
esos años. Se pasó de la primera y masiva resistencia, a un nivel “microsocial” más
restringido e íntimo, según planteó Alvaro de Giorgi. Aún así, en 1977 fracasaron
las “Comisiones Paritarias” convocadas por el gobierno y en 1979 los intentos de
militares de la Marina de crear un “sindicalismo nacionalista” y anticomunista.

Transición democrática, neoliberalismo y


sindicalismo en transformación (1982-2005)
La represión del régimen dictatorial sobre partidos, sindicatos, otros mo-
vimientos sociales y la sociedad toda, no impidió distintos niveles de organiza-
ción sindical y política entre los trabajadores y limitadas respuestas durante los
primeros tiempos del régimen (1973-79). Luego de un período muy difícil y en
un contexto político de “apertura” muy limitado (posterior al Plebiscito de 1980,
perdido por la dictadura –56 a 42% de los votos emitidos– en su intento de im-
299

Imagen 5. Acto del Primero de


Mayo de 1983 organizado por
el Plenario Intersindical de Tra-
bajadores (PIT).

poner una nueva institucionalidad), y de persistencia de muchos luchadores para


el restablecimiento de la democracia, se logró abrir un espacio de reorganización
y reactivación sindical. Hacia 1982-1983 un nuevo “estado de ánimo” se expresó
en la constitución de decenas de “asociaciones profesionales” de trabajadores (de
acuerdo a un decreto-ley de 21/5/1981) y de la Asociación Social y Cultural de
Estudiantes de la Enseñanza Pública (ASCEEP, abril 1982), y en el proceso de po-
litización de los cooperativistas de la Federación Unificadora de Cooperativas de
Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM), cooperativas muchas de ellas, originadas
en sindicatos y localizadas en barriadas obreras.
Muy significativa fue la organización y realización de la conmemoración del
1º de mayo de 1983, con la consigna “Trabajo, Salario, Libertad y Amnistía”, que
se dio sin solución de continuidad con la creación del “Plenario Intersindical de
Trabajadores” (PIT). Se produjo una notoria expansión de los nuevos sindicatos:
de 37 en mayo de 1983, se pasa a 140 en enero de 1984 y a 713 en octubre de ese
año.11 La conmemoración del 1º de mayo de 1984 expresó también la unión simbó-
lica entre el PIT y la CNT, adoptando la denominación actual, PIT-CNT. La intensa
participación y las movilizaciones culminaron en grandes demostraciones antidic-
tatoriales (de trabajadores, estudiantes, cooperativistas, activistas por los derechos
humanos y de los partidos opositores, en especial de izquierda), estuvieron prece-
didas y acompañadas de formas nuevas de integración, de democracia de base, de
discusión de las formas de las organizaciones populares y las salidas políticas. La
fuerte movilización de trabajadores y estudiantes se pudo comprobar en la masiva

(11) Roger Rodríguez, “Seis testigos de cargo ¿Quién mató al Pit?” en: Roger Rodríguez, Jorge
Chagas, Antonio Ladra, ¿Réquiem para el movimiento sindical? Del PIT al PIT-CNT, Montevideo,
IFIS-CAAS, 1991, pp.35-36.
300

marcha estudiantil de la “semana del estudiante” del 25 de setiembre de 1983 e


incluso en la reprimida manifestación callejera del 9 de noviembre de ese año en
el centro de la capital, a pesar de las amenazas de un gobierno “en retirada” pero
que aún manejaba y aplicaba la represión (en abril de 1984 fue muerto por torturas
en una dependencia militar el médico Wladimir Roslik). Esa decidida actuación
obrera contribuyó en mucho a la multitudinaria expresión del 27 de noviembre de
1983 junto al Obelisco a los Constituyentes en pleno centro de Montevideo. Entre
el paro general del 18 de enero de 1984 y el paro “cívico” del 27 de junio del mis-
mo año organizado por la “Multipartidaria” (formada por los principales partidos
opositores) se pudo percibir claramente que los partidos políticos, en este caso los
opositores al régimen, retomaban la iniciativa frente a los movimientos sociales
que habían dado una gran parte del combate decisivo para aislar a la dictadura y
posibilitar su derrota. En agosto se concretó el acuerdo o “pacto” del Club Naval
que entre otras cosas permitió las elecciones (con proscriptos) en noviembre de
1984, triunfando el Partido Colorado. En ese año se había creado la “Concertación
Nacional Programática”, con participación de representantes políticos y de los mo-
vimientos sociales, que mostró un clima esperanzador de fin de dictadura, que muy
pronto se rompió con la restauración de los partidos “tradicionales” en el gobierno,
que no cumplieron con los acuerdos allí establecidos.
Durante el primer gobierno colorado de Julio María Sanguinetti (1985-
1990) se produjo el tránsito hacia la recuperación institucional y la vigencia de
la Constitución de 1967, caducando en 1986 algunos resguardos del “Acto Ins-
titucional” Nº19 contrarios a aquella. A fines de ese año se sancionó la ley “de
caducidad de la pretensión punitiva del Estado” sobre los crímenes del terrorismo
de Estado y comenzó una de las más extensas luchas del movimiento popular
utilizando el recurso de referendum contra dicha ley. El mismo tuvo lugar el 16
de abril de 1989 triunfando el “voto amarillo” que confirmó la vigencia de la men-
cionada ley, frente al “voto verde” (55,9% frente a 41,3% de los votos emitidos).
En ese tramo se reinstalaron los Consejos de Salarios y se produjo la última ronda
de los mismos (1990). En diciembre de 1986 el PIT-CNT participó en la crea-
ción de la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur (CCSCS), junto a
centrales sindicales de Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y Bolivia. En marzo de
1991, luego de otros antecedentes en la región, se creó el Mercado Común del Sur
(MERCOSUR) entre Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay. Desde entonces el
sindicalismo ha tenido que actuar en el marco de diversos cambios económico-
sociales así como políticos. La nueva clase trabajadora (feminizada y rejuvenecida
en opinión de Stolovich) fue la que nutrió –¿condicionó?– al sindicalismo de los
ochenta y noventa, que también tuvo entre sus desafíos repensarse como organi-
zación, en su programa y posiciones políticas. Si bien, según el economista Daniel
Olesker, los asalariados no disminuyeron en el conjunto de la población activa, las
301

informaciones de los últimos censos (1985 y 1996) indican una baja de 74 a 69%.
Tal vez lo más significativo, en el marco de las políticas neoliberales de los 90,
sea la precarización, flexibilización y exclusión social, así como los cambios en
los procesos y organización del trabajo que modifican la clase trabajadora y favo-
recen la tendencia a su disgregación y atomización. Por otra parte, el sindicalismo
asumió nuevas funciones, experimentó dificultades en la tasa de afiliación –como
sostienen Marcos Supervielle y Mariela Quiñones– y se planteó la discusión sobre
las formas de representación de sus afiliados y la “clase”.12 Fue así que comenzó a
participar en la dirección del Banco de Previsión Social (BPS), la Junta Nacional
de Empleo (JUNAE) y las instituciones del Mercosur. Se puede destacar en este
período la evolución negativa de la afiliación global a los sindicatos, atribuible en
parte al descenso de la actividad industrial, a la dispersión de la fuerza de trabajo
en unidades de producción pequeñas y al aumento de sectores de ocupación difíci-
les de organizar sindicalmente.
Este proceso se fue revirtiendo a partir de 2005 con el gobierno del Encuen-
tro Progresista-Frente Amplio. La nueva instalación de los Consejos de Salarios,
extendidos ahora también a los trabajadores rurales, las empleadas domésticas y
los funcionarios públicos, se combinó y ayudó a la fundación de nuevos sindicatos,
a la sindicalización y la revitalización de los “viejos”, en todas las ciudades y de-
partamentos del país. También se aprobaron nuevos marcos legales como la ley de
“fuero sindical”. Con ello se reactivaron también y pusieron en debate las nuevas y
viejas formas de lucha: las huelgas parciales y generales, las ocupaciones de fábri-
ca (y de tierras), los paros generales, así como una nueva relación con los aparatos
del Estado y la reafirmación de la autonomía sindical en relación al gobierno.

El movimiento estudiantil (1893-2005)


Desde el último tercio del siglo XIX se aprecia la movilización de estudian-
tes universitarios tanto para expresar su voluntad de participación en los asuntos
de la institución como en temas políticos, rechazando las dictaduras de Latorre
y Santos. La primera asociación estudiantil importante fue el Club Universitario
fundado en 1868. Los estudiantes obtuvieron tempranamente su participación en el
gobierno universitario en forma indirecta, lo que les fue quitado por la Ley Orgáni-
ca de 1885. En agosto de 1893 se fundó la “Asociación de los Estudiantes”. Según
Mark Van Aken, hacia 1905 dicha Asociación fue rescatada por un grupo dinámico
en torno al periódico Evolución que ambientó un movimiento de reforma en la

(12) Marcos Supervielle, Mariela Quiñones, “Las nuevas funciones del Sindicalismo en Uruguay”,
en Revista Estudios del Trabajo Nº22, segundo semestre 2002, Asociación Argentina de Estudios del
Trabajo.
302

Universidad y reclamó la representación estudiantil en los órganos de gobierno


universitarios.13 En 1908 esta Universidad “pequeña” tenía solo 643 estudiantes.
Como han estudiado Juan Oddone y Blanca Paris, la ley de Reforma universitaria
(diciembre de 1908) incorporó una representación estudiantil indirecta a través de
los egresados.
La Asociación se debilitó y fue reemplazada desde 1909 por la Federación
de Estudiantes Uruguayos, surgida de una nueva generación estudiantil, que con-
tinuó editando Evolución. En enero de 1916 se aprobó una ley que abolió el dere-
cho de matrícula y examen para los alumnos de secundaria, que por ese entonces
integraban la institución. Mientras en 1917 la FEU fallecía “después de una larga
agonía”, una extensa huelga –al fin derrotada– de los estudiantes de Preparatorios
de Montevideo promovía la renovación de programas y los sistemas de exámenes.
Fruto de la misma resultó la formación del Centro de Estudiantes “Ariel” que dio
nueva vida al movimiento reformista en la Universidad. El movimiento de la refor-
ma iniciado en Córdoba en 1918 –con su “Manifiesto a los Hombres Libres de Sud
América”– reclamaba “una universidad nueva para elaborar una nueva cultura” y
la participación real de profesores y estudiantes en la conducción de la misma. El
movimiento se extendió rápidamente a las universidades de Buenos Aires, La Plata
y Lima. En Uruguay sus postulados fueron incorporados a los programas estudian-
tiles, aunque muchos de sus puntos formaban parte de la tradición liberal imperan-
te y se había avanzado hacia una enseñanza gratuita y obtenido cierta forma de re-
presentación estudiantil en la dirección universitaria. La Asociación de Estudiantes
de Medicina (AEM, desde 1916) y el Centro de Estudiantes “Ariel” promovieron
desde 1919, según Oddone y Paris “la gestación de una conciencia, crítica y cons-
tructiva a la vez, que anuncia el surgimiento de una universidad renovada”.14 En el
programa de dicho Centro figuraban el lograr una amplia autonomía (económica,
didáctica, administrativa), así como la creación “de una universidad popular” y la
extensión universitaria.
Una segunda etapa del movimiento reformista se ubica entre la huelga uni-
versitaria de 1928 y la realización del primer Congreso Nacional de Estudiantes en
1930. La extensa huelga estudiantil en la Facultad de Derecho generó el apoyo de
los diversos centros de estudio en la huelga general universitaria de comienzos de
abril de 1929, y el 26 de ese mes se produjo la fundación de la Federación de Estu-
diantes Universitarios del Uruguay (FEUU). En setiembre de 1930, promovido por
la FEUU, se reunió el Congreso Nacional de Estudiantes, constituyendo el primer

(13) Mark Van Aken, Los militantes. Una historia del movimiento estudiantil universitario urugua-
yo desde sus orígenes hasta 1966, Montevideo, F.C.U., 1990, p.22.
(14) Juan Oddone, Blanca Paris, La Universidad uruguaya del militarismo a la crisis 1885-1958,
Montevideo, Departamento de Publicaciones de la Universidad de la República, 1971, pp.129-130.
303

movimiento del estudiantado de todo el país. Su tema básico fue la “reforma uni-
versitaria” en los aspectos pedagógico, social y jurídico. Además se tomaron defi-
niciones en cuestiones políticas, económicas y sociales, como la postura contra los
“gobiernos dictatoriales” en América y la continuidad de un “antiimperialismo”
militante que venía de fines de los 20.

Del régimen terrista a la Ley Orgánica de 1958. Ante el golpe de Estado de


Gabriel Terra en marzo de 1933, la FEUU respondió ocupando el local de la Facul-
tad de Derecho. Después que fueron desalojados del edificio de la Universidad, la
huelga, que contaba con el apoyo de algunos profesores, continuó durante 23 días.
Se produjeron manifestaciones callejeras y proliferó una activa prensa estudiantil
clandestina, como El Estudiante Libre (de la Asociación de Estudiantes de Medici-
na), La Voz Estudiantil (también de estudiantes de Medicina) y Jornada (órgano de
la FEUU). El segundo momento de enfrentamiento a la dictadura fue el rechazo a la
nueva Ley Orgánica intervencionista de marzo de 1934. El Consejo Central resol-
vió estudiar la Ley Orgánica, reconoció en la Asamblea del Claustro la “auténtica
expresión de la voluntad universitaria”, siendo el órgano encargado de pronunciarse
sobre el proyecto de Estatuto. Este fue presentado en 1935, y en opinión de Oddo-
ne y Paris, se trató de uno de los “documentos más significativos y completos de
la Reforma Universitaria en América”, antecedente directo de la Ley Orgánica de
1958. A fines de 1935, se aprobó una ley que separaba la Sección Secundaria de la
Universidad, marcando su separación definitiva. Esto provocó un nuevo rechazo en
el ámbito universitario y protestas estudiantiles por parte de la FEUU. En el contex-
to de la Segunda Guerra Mundial, “en el año 1941, un importante acontecimiento
es el de la huelga general de cursos y exámenes impulsada por la FEUU en contra
de los elementos nazi-fascistas que consideraban infiltrados en numerosos espacios
públicos”15. Asimismo, la FEUU tomó postura contraria ante el golpe de estado de
Baldomir en febrero de 1942, y en 1944 emitió un Manifiesto del Primero de Mayo,
en que su posición neutralista ante la guerra anunciaba ya el “tercerismo” caracte-
rístico de los años cincuenta. El inicio de la Guerra Fría impulsó el crecimiento de
la posición “tercerista” en la FEUU, que sostenía una postura independiente de los
bloques liderados por Estados Unidos y la URSS. También se manifestó en franco
rechazo contra las intervenciones de Estados Unidos, como la ocurrida en Guatemala
en 1954 derrocando a Jacobo Arbenz, y de la URSS en Hungría en 1956. A fines de
los cincuenta, y con el empuje de la Revolución Cubana, el tercerismo en la FEUU
fue perdiendo terreno ante otras opciones políticas.

(15) Magdalena Figueredo, Jimena Alonso, Alexandra Nóvoa, “75 años de historia. FEUU. Cultura
y libertad. Breve historia de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay”, Suplemento
Especial de La República, Montevideo, 26 de abril de 2004, p. 3.
304

La autonomía y la ley Orgánica de la Universidad de octubre de 1958.


Una nueva reforma de la Constitución fue promovida y aprobada en 1951. En su
discusión la Universidad solicitó que la nueva Carta consagrara la autonomía de
la institución, reclamo sostenido a través de una huelga universitaria. La Cons-
titución aprobada finalmente estableció la autonomía de la Universidad. Con la
asunción en 1956 del Dr. Mario Cassinoni como Rector se comenzó a discutir la
opinión de la Universidad ante una solicitud del Poder Ejecutivo respecto a una
nueva Ley Orgánica. El 7 de abril de 1958, el Rector Cassinoni remitió el proyecto
al Ministerio de Instrucción Pública. En setiembre, la FEUU convocó a la huelga
general con ocupación de los locales universitarios, en oposición a la actitud que
asumía el Parlamento, ya que el mismo pretendía dilatar el tema para que fuera
resuelto luego de las elecciones nacionales. Por la misma fecha se había constitui-
do el llamado “Plenario de la Cultura y el Pueblo trabajador”, y se afianzaron los
lazos entre la FEUU y las organizaciones obreras, lo que se expresó en la consigna
“obreros y estudiantes, unidos y adelante”. La huelga de la Universidad llegó a su
fin el 15 de octubre cuando la Cámara de Representantes aprobó la Ley Orgánica
sin modificaciones significativas, siendo ratificado por el Poder Ejecutivo el 18 de
octubre. La misma significó un avance fundamental en la conquista del cogobierno
estudiantil, ya que se estipulaba la representación directa en todos los organismos
colegiados, obteniendo voz y voto.

Las luchas de los años sesenta y la respuesta al golpe de Estado (1959-


1973). En los años sesenta se vivieron el impacto de la revolución cubana, la inter-
vención de Estados Unidos en Vietnam en 1965, la muerte de Ernesto “Che” Gue-
vara en Bolivia en 1967, la rebelión estudiantil europea en 1968 y sus repercusiones
en América. En la FEUU el tercerismo llegaba a su fin y nuevas corrientes políticas
de izquierda le disputaron su liderazgo. También surgían grupos y organizaciones
derechistas y ultraderechistas como el que intentó, sin lograrlo, tomar por asalto
el local central de la Universidad el 5 de octubre de 1960. En el marco de la crisis
económica y social de esos años, se produjo un proceso de radicalización que hacia
1968 tuvo un hito fundamental en la historia estudiantil. Se produjo entonces una
politización del estudiantado, quizás muy importante en 1968, de los muy jóvenes
estudiantes de Secundaria y la Universidad del Trabajo (UTU). Los estudiantes se
expresaron en las calles, desde ese año en lucha por la rebaja del boleto de ómnibus
y luego enfrentaron a la Intervención de los consejos de Secundaria y de UTU por
el Poder Ejecutivo desde febrero de 1970, la clausura de los cursos en agosto de
ese año y poblaron los alternativos “liceos populares”. Este era el marco de una
polarización social y política más amplia, con una significativa presencia y prota-
gonismo estudiantil y juvenil. Entre agosto de 1968 y junio de 1973, ocurrieron los
asesinatos de los estudiantes universitarios, de UTU y de enseñanza secundaria,
305

Imágenes 6-7. Entierro de Líber Arce, 15 de agosto de 1968. Fotos: FPEP/CMDF.

Líber Arce, Susana Pintos, Hugo de los Santos, Ibero Gutiérrez, Joaquín Klüver,
Heber Nieto, Julio Spósito y Nelson Rodríguez Muela.
Ante el golpe de Estado de junio de 1973 la FEUU ocupó los locales universi-
tarios y concentró sus fuerzas fundamentalmente en el edificio central y en Medicina,
Arquitectura y Agronomía. Se ocuparon también los locales de las facultades de
Ciencias Económicas, Ingeniería, Química, Odontología y la Estación Mario Cassi-
noni en Paysandú.16 En las ocupaciones participaron estudiantes (también de ense-
ñanza secundaria), docentes y funcionarios y la huelga fue apoyada por la Federación
de Docentes Universitarios del Uruguay y la de Funcionarios de la Universidad, al
tiempo que diversas asociaciones profesionales emitieron declaraciones antidictato-
riales. El 30 de junio, luego del decreto que ilegalizaba la CNT, la FEUU emitió una
declaración en cuyo final señalaba: “la FEUU llama a todos los estudiantes concien-
tes de su tarea histórica a ocupar y mantener la huelga, a comprometerse sin límites
de ningún tipo con la movilización que hoy es el imperativo de la hora”. El 7 de julio
fue asesinado el estudiante y docente de Veterinaria Ramón Peré y al día siguiente
–y también por la espalda– el canillita y estudiante liceal Walter Medina cuando
pintaba “consulta popular”. En las elecciones universitarias del 12 de setiembre de
1973 –controladas por la Corte Electoral– resultaron vencedoras en los tres órdenes
las listas de los gremios y asociaciones con posiciones antidictatoriales, constituyen-
do la primera derrota electoral de la dictadura. El 28 de octubre la Universidad fue
intervenida –el día anterior había estallado un artefacto explosivo en Facultad de In-
geniería– y un mes después la FEUU y varias organizaciones políticas y estudiantiles
fueron ilegalizadas. La FEUU continuó funcionando con una dirección integrada por
representantes de juventudes políticas, informando y promoviendo movilizaciones y
acciones de resistencia a la Intervención.

(16) Alvaro Rico, La Universidad de la República del golpe de Estado a la intervención, Montevi-
deo, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 2003, p.19.
306

Entre fines de 1975 y 1977 se vivió uno de los períodos más negros en el
país y la región, produciéndose una intensa represión: cárceles, muertes en prisión
y desapariciones. La resistencia estudiantil, sindical y popular adoptó formas más
sutiles y clandestinas. Desde 1978 reapareció la FEUU clandestina (“Mesa Central
de la FEUU”, mediante un acuerdo entre estudiantes socialistas y comunistas) y
su órgano de prensa Jornada; en Secundaria se editó Tribuna Estudiantil, y se
recordó a los “mártires estudiantiles” los 14 de agosto. El mismo año una huelga
estudiantil en Veterinaria triunfó y provocó el cese del decano interventor. Festi-
vales como “Veterinaria Canta”, las murgas estudiantiles y los “asados” fueron
formas de manifestar el descontento y luchar contra la intervención. Los estudian-
tes participaron en la campaña contra el proyecto constitucional de la dictadura
en noviembre de 1980, existiendo también una “declaración conjunta” de FEUU
y CNT. En 1981 comenzó a editarse la primera “revista universitaria” (Diálogo),
seguida de muchas otras. También existían boletines clandestinos como el men-
cionado Jornada o El Estudiante Libre de Medicina. Ante el examen de ingreso y
las políticas que limitaban el acceso a la Universidad, se organizó la recolección
de firmas en la Facultad de Medicina, alcanzando las 30.000 adhesiones. En 1981
surgió la “Coordinadora” nucleando grupos de estudiantes de varias facultades
opuestos a la intervención, coexistiendo con la FEUU. Entre la resistencia clan-
destina y diversas formas cotidianas de enfrentar el autoritarismo en la enseñanza
y el país, renació la intensa movilización popular, sindical y estudiantil de los años
1982 y 1983 y, a la vez, empezaron a evidenciarse nuevas acciones cada vez más
masivas y a la “luz del día”.

Tiempos nuevos: de la Semana del 83 al 2005. El 26 de abril de 1982


cincuenta y un estudiantes firmaron el acta fundacional de la Asociación Social y
Cultural de Estudiantes de la Enseñanza Pública, la ASCEEP. A partir de la rea-
lización del acto del 1º de Mayo, el crecimiento de ASCEEP fue ininterrumpido,
pasándose de menos de 300 socios en marzo a cerca de 2.500 en junio. Continuaba
paralelamente la organización clandestina FEUU, que a fines de ese mes sufrió un
golpe represivo con la prisión y tortura de decenas de sus miembros. A principios
de 1983 se había comenzado a organizar junto a la Coordinadora de Revistas Estu-
diantiles, una “semana del estudiante” que culminó con la multitudinaria “marcha
del estudiante” el domingo 25 de setiembre.17 En ella participaron cerca de 80
mil personas, la mayoría de ellas estudiantes y trabajadores. En mayo de 1984 se
realizó la Primera Convención de la ASCEEP, que definió su transformación en
ASCEEP-FEUU, lográndose la unidad de las organizaciones estudiantiles clan-

(17) Sobre el tema ver: Movimiento estudiantil. Resistencia y transición, Montevideo, CUI, 1986,
Tomo I, pp. 5-12.
307

destinas y legales. También se constituyó la ASCEEP-FES de estudiantes de Se-


cundaria, y la ASCEEP-CGUTU de los de la “Universidad del Trabajo”. También
se formó la Federación de Estudiantes del Interior, ASCEEP-FEI. El 22 de agosto
del mismo año el gobierno dictatorial aprobó un decreto de “desintervención” de la
Universidad. Los gremios universitarios organizaron elecciones sin restricciones y
la instalación de Consejos Interinos “desde abajo”, que se fueron instalando en las
distintas facultades en los meses siguientes. En setiembre del mismo año se realizó
la “Segunda Semana del Estudiante”, concluyendo con un gran acto público en
la Explanada de la Universidad. En marzo de 1985 el Consejo Directivo Central
Interino reintegró estudiantes perseguidos, docentes y no docentes destituidos, y
derogó todos los actos y normas de la Intervención. En las elecciones universita-
rias del 5 de setiembre de 1985, triunfaron las listas gremiales de ASCEEP-FEUU,
al igual que en los órdenes docente y de egresados. A partir de entonces y como

Imagen 8. Marcha de la Semana del Estudiante realizada el 25 de setiembre de 1983. Foto tomada
por funcionarios de la Dirección de Policía Técnica (dependiente de la Dirección Nacional de Inteli-
gencia del Ministerio del Interior). Colección Semana 83.
308

reconocimiento de su labor, fueron reelegidas la mayoría de las autoridades que


habían actuado en el período de transición.
A partir de allí el movimiento estudiantil tuvo períodos de flujo y de retrac-
ción, influido quizá por la caída del “socialismo real” y la más cercana derrota en
el referéndum contra la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado,
en abril de 1989. Ese año la FES de Secundaria había desaparecido. Entre 1990
y 1992 el movimiento se fue recomponiendo en un proceso que llevó a realizar
el Encuentro de Estudiantes de Secundaria (1991) y constituir la Coordinadora
de Estudiantes de Secundaria (CES, 1992), decayendo luego. En 1996 una nueva
generación y una nueva Coordinadora (la CIESU, Coordinadora Intergremial de
Estudiantes de Secundaria y UTU) se expresaron en las novedosas formas de par-
ticipación horizontales y las masivas ocupaciones de liceos en varios puntos del
país entre mediados de agosto y comienzos de setiembre contra una “reforma edu-
cativa inconsulta”. Como ha señalado Raúl Zibechi, esto estaría relacionado con la
emergencia de “nuevas formas de agrupamiento juvenil”, revistas “subtes”, radios
comunitarias, bandas de rock, campamentos en el interior, entre otras. Por su parte,
la FEUU que hacia 1990 casi había desaparecido, se reconstituyó lentamente en el
primer quinquenio de esa década. Desde mediados de los noventa –debido quizá
a la nueva energía proveniente del estudiantado de Secundaria–, participó en las
movilizaciones y huelgas por el presupuesto universitario, los debates en torno a la
reforma en la Universidad de la República, la Reforma Educativa en Secundaria y
UTU, y desde 2005 sobre una nueva ley de Educación.

Imagen 9. Ocupación de liceos en la


movilización estudiantil de 1996. Foto:
Oscar Bonilla (tapa del libro de Raúl
Zibechi, La revuelta juvenil de los ’90,
Montevideo, Nordan, 1997).
309

Los movimientos sociales desde los años ochenta


Desde la década de 1980, junto a los renacidos movimientos estudiantil y
sindical, emergieron diversas expresiones colectivas y de movilización, algunas de
ellas fueron “nuevas” en sus formas y temáticas. Otras mantuvieron fuertes conti-
nuidades con las prácticas más tradicionales.

Los movimientos de mujeres. Desde el “sufragismo” de comienzos del


siglo XX, una primera etapa de protesta y reivindicación culminó con la obten-
ción de los derechos políticos y civiles de la mujer con las leyes de 1932 y 1946.
Se ubican en esta fase la creación del Consejo Nacional de Mujeres (1916) y la
Unión Femenina contra la Guerra (1936), entre otras organizaciones, además del
efímero Partido Feminista. Como han sostenido Susana Prates y Silvia Rodríguez
Villamil, a partir de allí y hasta los ochenta, desaparecieron las reivindicaciones de
la mujer en el ámbito de lo “público”, y desde entonces se fue gestando el actual
movimiento de mujeres y el naciente movimiento feminista.18 Este surge como una
reacción no prevista por la dictadura de 1973-1985 y por una política que llevó al
deterioro económico de amplios sectores sociales. En la tercera etapa surgieron
organizaciones sociales femeninas muy diversas: organizaciones barriales de amas
de casa (periferia de Montevideo, en cooperativas de vivienda); de amas de casa
en torno a un sindicato; de mujeres trabajadoras (como la Comisión de Mujeres
de AEBU); de comunidades religiosas; de investigación sobre el tema de la mujer
(GRECMU, de 1979). El Plenario de Mujeres Uruguayas (PLEMUU) surgió en
1984 con el fin de agrupar distintas organizaciones de mujeres (“sectores de acción
social, política, sindical y religiosa”) planteando la movilización de la mujer contra
la dictadura.

Imagen 10. Cien mil mujeres marchan por sus


derechos por la avenida 18 de Julio de Montevi-
deo, el 15 de noviembre de 1984. Aquí, 20 de
noviembre de 1984, p. 9.

(18) Susana Prates, Silvia Rodríguez Villamil, “Los movimientos sociales de mujeres en la transi-
ción a la democracia”, en Carlos H. Filgueira (compilador), Movimientos sociales en el Uruguay de
hoy, Montevideo, Clacso-Ciesu-E.B.O., pp. 174-175.
310

Tiempo después se planteó la “problemática específica de la mujer” y la


necesidad de la doble militancia femenina: la de construir el país nuevo y bregar
por las reivindicaciones vinculadas con la condición de la mujer. La Comisión de
Mujeres Uruguayas nació en forma paralela al resurgimiento del sindicalismo, en
especial por la acción de amas de casa esposas de sindicalistas del Sindicato de la
Construcción (SUNCA), en los preparativos para el 1º de mayo de 1983. El 15 de
noviembre de 1984 una multitud de mujeres marchó por la principal avenida de la
capital; según Graciela Sapriza “se adueñaron de la calle en una manifestación que
se programó en silencio, pero estalló en aplausos y estribillos espontáneos”.19 La
diversidad de acciones de los voceros y organizaciones que reivindican derechos
de las mujeres ha ido instalando, paulatina pero firmemente, los problemas de gé-
nero en los ámbitos laboral, político y en una propuesta más global, en la sociedad
toda. Este proceso debe ser entendido también como parte de un movimiento y
acciones a escala mundial que permitieron la visibilidad del problema de género y
la discriminación de las mujeres.

El cooperativismo de vivienda por ayuda mutua (FUCVAM). En nuestro


país el cooperativismo tiene larga data y diferentes modalidades (producción, consu-
mo, ahorro). A lo largo de décadas, distintos factores contribuyeron, en opinión de
Benjamín Nahoum, a un importante proceso de “construcción de la casa propia por
parte de las capas medias y de buena parte de los sectores asalariados urbanos”, ca-
racterizando a Uruguay como “un país de autoconstructores”.20 La implantación del
sistema de construcción de viviendas por ayuda mutua se produjo a partir de la Ley Na-
cional de Vivienda de 1968. La crisis económica había golpeado duramente en los años
sesenta a la construcción y se daba en un marco de avanzado proceso de crecimiento
urbano. La “nueva forma organizativa” tendía a recoger tradiciones colectivas previas
de los trabajadores, y de la vida sindical. Las primeras experiencias de “ayuda mutua”
se dieron en tres proyectos piloto surgidos en 1966 en el interior, promovidos por el
Centro Cooperativista Uruguayo. Las tres cooperativas de consumo (aún no existía la
figura jurídica “de vivienda”) tuvieron un desarrollo positivo. La ley aprobada a fines
de 1968 incluía un sistema de construcción por empresas privadas de proyectos admi-
nistrados por el Estado, y el sistema cooperativo no era más que una parte marginal.
Según Carmen Midaglia las tres cooperativas iniciales junto a ocho grupos fundaron
la “Federación Unificadora de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua” en mayo

(19) Graciela Sapriza, “Dueñas de la calle, en Revista Encuentros, Nº9, diciembre 2003, Montevi-
deo, p. 90.
(20) Benjamín Nahoum, “Los antecedentes”, en Benjamín Nahoum (compilador), Las cooperativas
de vivienda por ayuda mutua uruguayas. Una historia con quince mil protagonistas, Montevideo-Sevi-
lla, Cooperación Española, Junta de Andalucía, Intendencia Municipal de Montevideo, 1999, p. 25.
311

de 1970. El gobierno de Jorge Pacheco Areco no permitió que la “U” de la sigla signi-
ficara “Uruguaya”, sostienen Daniel Chávez y Susana Carballal. En un documento de
marzo de 1971 la Federación definía sus objetivos fundacionales: “la clase trabajado-
ra, cansada de vivir en la inquietante perspectiva de verse desalojada de la casa que
alquila... se volcó a la realización de esa quimera por medio del sistema cooperativo
de ayuda mutua... Es propósito de la FUCVAM arraigarse aún más en la masa traba-
jadora, que es la verdadera merecedora de disfrutar los bienes materiales logrados en
el esfuerzo del trabajo”. Esta identificación con la clase trabajadora se corresponde con
el sustrato de la mayoría de las cooperativas del tramo fundacional: de origen sindical
o, las de matriz territorial, nacidas en barrios mayoritariamente habitados por obreros.
También se ha señalado la desconfianza inicial del sindicalismo hacia este cooperati-
vismo considerando la tendencia de asimilación de estas experiencias al sistema esta-
blecido y una posible estrategia del gobierno de ambientar auténticos barrios obreros
organizados al margen de las estructuras orgánicas de base.
Ante la crisis del Fondo Nacional de Vivienda, el gobierno dictatorial, a
través de diversas disposiciones, fue ahogando el desarrollo de este cooperativis-
mo, fomentando la expansión de los promotores privados. Sobrevino una fase de
estancamiento. En 1982 una Asamblea Nacional de FUCVAM señalaba en su pla-
taforma: “que preocupan a las familias cooperativistas las circunstancias difíciles
en que se encuentran, derivadas de situaciones de seguro de paro y desempleo”,
vinculando el problema salarial y de ocupación al pago de amortización de la vi-
vienda. Pese a que muchas cooperativas habían nacido del movimiento sindical,
hasta allí no se habían reivindicado asuntos laborales desde FUCVAM. En octubre
de ese año se realizó un acto público en el cine Cordón de Montevideo denuncian-
do un “incremento abusivo de las cuotas” que afectó las economías familiares. En
abril de 1983 un nuevo acto de FUCVAM había congregado tres mil personas,
poco antes del acto del Primero de Mayo. A partir de 1983 FUCVAM se volvió
una organización de masas relevante en el campo opositor al gobierno civil-militar.
Una nueva dirección de jóvenes ingresó a FUCVAM y participó en la construcción
de un polo de la movilización social antidictatorial, junto al PIT, la ASCEEP y el
SERPAJ (Servicio Paz y Justicia), conformando la “Intersocial”. Ante el reajuste
de las amortizaciones definido por el Banco Hipotecario en agosto de 1983, FU-
CVAM comenzó una movilización que culminó a comienzos de 1984 con la ex-
traordinaria batalla de recolección de firmas. Señalan Chávez y Carballal que “en
un solo día, el 26 de febrero, brigadas integradas por militantes de todo el movi-
miento popular, recogieron más de 300 mil firmas de apoyo a FUCVAM”, llegando
en total a 600 mil.21 Luego de las elecciones de noviembre de 1984, FUCVAM fue

(21) Daniel Chávez, Susana Carballal, La ciudad solidaria. El cooperativismo de vivienda por ayu-
da mutua, Montevideo, Facultad Arquitectura/Nordan Comunidad, 1998, 2ª edición [1997], p.41.
312

Imagen 11. Movilización de FUCVAM en


febrero de 1984 contra el reajuste de las
amortizaciones del Banco Hipotecario.

invitada a integrar la mesa ejecutiva de la Concertación Nacional Programática, al


ser “una de las más influyentes de las llamadas ‘fuerzas sociales’”.
Con los gobiernos nacionales subsiguientes, y los problemas de desalojos y
lanzamientos de miembros de cooperativas en formación, en 1989 FUCVAM decidió
la “ocupación de los terrenos fiscales” y logró la construcción de “salones comuna-
les” en todos ellos. En un marco de “desencanto” democrático, se lograron acuerdos
y convenios con la frenteamplista Intendencia de Montevideo –que ofreció una car-
tera municipal de tierras– y hubo desencuentros y enfrentamientos con las políticas
de vivienda de los gobiernos colorados y blanco, a través del Banco Hipotecario y
del Ministerio de Vivienda (como la aplicación del pasaje a “propiedad horizontal”,
la demora en la concesión de personerías jurídicas). Los cambios socio-económicos
en el país, la modificación de la composición social de los cooperativistas de ayuda
mutua –el aumento de sectores de la economía informal– tienden a poner nuevos de-
safíos a esta particular forma colectiva de resolver los temas de la vivienda y la vida
en comunidad. Y esta generó respuestas novedosas –y conflictivas, debatidas en la
interna– como las “cooperativas de los 90”, vinculadas a “sectores sociales tradicio-
nalmente al margen del movimiento”, los habitantes de los “cantegriles”.

Otros movimientos y organizaciones sociales. La defensa de los derechos


individuales y políticos, en especial aquellos como la vida y la integridad física de
la persona, tiene antecedentes en el primer tercio del siglo XX. A las comisiones
parlamentarias se sumaron otras desde los partidos políticos y los sindicatos. En
los años sesenta se produjeron denuncias de torturas y muertes en dependencias
militares (como la del obrero Luis Batalla en 1972) y surgió el “Comité de Familia-
res de Presos Políticos” para denunciar la tortura, apoyar material y moralmente a
los presos y reclamar su libertad. Según Carmen Midaglia, durante la dictadura se
formaron asociaciones de familiares de “detenidos-desaparecidos” (1977) y luego
de “procesados por la Justicia Militar” (1982) y organismos de “derechos huma-
313

nos” como el Servicio Paz y Justicia (SERPAJ, 1981).22 La “ley de Caducidad”


(diciembre 1986) provocó el surgimiento de un movimiento popular liderado por
tres mujeres (las viudas de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, y la abuela
de la niña desaparecida Mariana Zaffaroni) que propuso un referéndum para de-
rogar la norma, y que resultó negativo el 16 de abril de 1989. Los gobiernos entre
1986 y 2004 no aplicaron el artículo 4º de esa ley que permitía investigar casos
de crímenes y desapariciones no comprendidos en la “caducidad”, aunque el de
Jorge Batlle creó la Comisión para la Paz, con resultados bastante limitados. En
ese marco de inacción estatal, desde 1996 comenzó la “Marcha del Silencio” que
se impuso todos los 20 de mayo –fecha en que aparecieron asesinados Michelini,
Gutiérrez Ruiz, William Whitelaw y Rosario Barredo en Buenos Aires– como un
masivo reclamo de saber el destino de los desaparecidos durante la última dictadu-
ra. En 2005 el nuevo gobierno del Encuentro Progresista permitió que arqueólogos
de la Universidad de la República ingresaran en dependencias militares y se encon-
traran los primeros restos de desaparecidos.

Imagen 12. Marcha del silen-


cio por verdad y justicia, reali-
zada en Montevideo el 20 de
mayo de 1998. Foto: Daniel
Sosa.

Los movimientos de jóvenes y “alternativos” de los ochentas estuvieron


asociados a vertientes musicales pujantes y en algunos casos irreverentes (rock y
variantes) que se fueron implantando y compitieron con el “canto popular”. Tu-
vieron voceros en una prensa “alternativa” también naciente, expresiones poéticas
como las Ediciones de Uno, y filmes como Mamá era Punk. Todas ellas tendieron
o indujeron, al menos inicialmente, a la ruptura con formas tradicionales de com-
portamiento, a construir espacios “contraculturales”, “underground”, no necesa-

(22) Carmen Midaglia, Las formas de acción colectiva en Uruguay, Montevideo, CIESU, 1992, pp.
51-54.
314

riamente antisistema. Probablemente se vincularan a una revalorización del placer


individual y al hedonismo, aunque también a los efectos de la ideología individua-
lista del neoliberalismo, la falta de “perspectivas” a futuro y de una “globaliza-
ción” que rompía con lo “moderno” y enfatizaba el presentismo y lo instantáneo
de la era “posmoderna”.
Las diversidades sexuales ambientaron el nacimiento del movimiento ho-
mosexual, incipiente ya a fines de la dictadura de 1973-85. Diversos grupos or-
ganizaron el primer acto de visibilidad pública en 1992 y las marchas del orgullo
homosexual entre 1993 y 1996, los 28 de junio. También lograron incidir en la
modificación del Código Penal (que incluyó como delito la incitación al odio y la
violencia por razones de identidad sexual) y la ley de discriminación (2004).
Aunque también cuenta con expresiones muy antiguas, en los últimos tiem-
pos han surgido movimientos que denuncian la (encubierta) situación de racismo
y discriminación hacia los descendientes africanos y los indígenas americanos y
defienden la diversidad cultural. En el primer caso, existe una importante tradición
de asociaciones entre las que se cuenta, por ejemplo, “Mundo Afro” desde 1988,
o a nivel institucional, la “Unidad Temática Municipal por los Derechos de los
Afrodescendientes” de la Intendencia Municipal de Montevideo desde 2003, que
destacan el aporte de los afrouruguayos a la sociedad en que viven, reinvindican
los valores de la cosmovisión africana, así como promueven “políticas dirigidas a
generar situaciones de igualdad para la colectividad afrouruguaya”.
El reclamo por un planeta y un país sin “contaminación” vio nacer en Uru-
guay a comienzos de los noventa un movimiento ecologista y ambientalista. El pri-
mer conflicto ambiental importante se dio en 1991 al plantearse la posibilidad de
instalación de una planta nuclear en el país, que luego de una importante campaña
contraria se desechó. Luego de la Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro
en 1992 el ambientalismo ganó terreno, fundándose poco después la Red Urugua-
ya de ONGs Ambientalistas. La gestión de residuos hospitalarios y la instalación
de una empresa química acusada de contaminar, motivaron importantes reacciones
desde la sociedad civil, así como la contaminación con plomo detectada en el ba-
rrio La Teja de la capital y luego en otros barrios y departamentos. La introducción
de cultivos transgénicos y la instalación de plantas de celulosa en el litoral son
otros problemas que se han sumado a la agenda ambientalista. ¿Cómo se puede
combinar la necesidad de un ambiente sano y la de un país productivo que precisa
inversiones extranjeras y ganancias para el desarrollo?
Por último, parece difícil que prosperen alternativas “internacionalistas”
como las de la primera mitad del siglo XX, al menos en forma masiva como los
intentos “antiglobalización” y contra el sistema “financiero mundial” aunque han
tenido cierta repercusión las distintas experiencias del Foro Social Mundial de Por-
to Alegre. Conmociones del exterior como la última invasión imperialista en Irak
315

han desatado un espíritu y una práctica pacifista y antiguerrera, bastante significa-


tiva y de larga duración en los uruguayos. También está presente un nacionalismo
simplista o espontáneo –también de raíces profundas– que explota o es usado en
conflictos con países de la región.

Colofón. A lo largo de esta historia podemos encontrar además de los tra-


dicionales protagonistas –el Estado, los partidos políticos– a sectores de la so-
ciedad manifestándose en distintas expresiones y movilizaciones y organizados
como sociedad civil. No han existido al margen de aquellas instituciones pero
han mostrado a veces su propia sensibilidad y “poder”. Jornadas de muy distinto
carácter y signo como las del 30 de julio de 1916, los cabildos abiertos de la Liga
Federal de Acción Ruralista, las luchas obrero-estudiantiles y cañeras de los años
sesenta, muy en especial la respuesta al golpe de estado de 1973, la participación
en la gestación de distintos plebiscitos y la lucha por los derechos humanos, parece
mostrar que además de la sociedad política, la sociedad civil existe con un margen
de autonomía y vida propia.

Para saber más


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317

Capítulo 9

Partidos, elecciones y democracia política


Inés Cuadro Cawen

Resumen
Los esfuerzos por consolidar la institucionalidad democrática constituyen
una línea de larga duración de la historia política del país que atraviesa todo el siglo
XX. Ejemplo de ello lo constituyen los cambios en las prácticas de gobierno y en
el sistema electoral: el voto secreto, la representación proporcional de los partidos
políticos y “coparticipación” en el gobierno, la extensión progresiva del sufragio a
los varones y a las mujeres y las sucesivas leyes electorales que disminuyeron las
posibilidades de fraude. Asimismo, a lo largo de esta centuria se han discutido y
plebiscitado múltiples proyectos de reforma constitucional, concretándose varios
de ellos. En algunas oportunidades, estas reformas garantizaron acuerdos políticos
partidarios que permitieron a los llamados “partidos tradicionales” –Partido Nacio-
nal y Partido Colorado– permanecer en el gobierno. Por otra parte, este complejo
proceso de democratización ha estado acompañado de crisis que implicaron un au-
mento del autoritarismo, que en cuatro oportunidades culminaron en “golpes de
Estado”.
Otro aspecto a tener en cuenta para comprender la configuración política del
país y su funcionamiento democrático en el siglo XX es el lugar destacado que han
ocupado en ella los partidos: su evolución interna, las estrategias electorales y los
vínculos inter y extra partidarios de colorados y nacionalistas, así como la creación
y participación de nuevos partidos. En este último aspecto, debe destacarse la uni-
ficación de las izquierdas en el Frente Amplio en 1971, su evolución y crecimiento
electoral tras el retorno a la democracia, que le permitieron acceder al gobierno por
mayoría absoluta en el año 2005. Por último, se presentan algunas líneas sobre los
desafíos que enfrenta el actual régimen democrático.
318

Proceso de consolidación de la democracia


La democracia es un concepto multidimensional. En un sentido amplio y
estrictamente político es entendida como “la participación popular efectiva en el
poder”. Esto implica la creación de canales de participación periódica de los ciu-
dadanos en la elección de los gobernantes y en las políticas que éstos se proponen
llevar adelante. La práctica democrática, sobrepasa los límites de lo estrictamente
político al requerir de una mínima igualdad económica y social para el ejercicio
efectivo de los derechos políticos, así como garantías legales que los protejan. A
lo largo del siglo XX en el Uruguay se han producido una serie de reformas cons-
titucionales y legislativas que han posibilitado la ampliación de la ciudadanía, el
aumento de la participación electoral, la representación en el gobierno de diferen-
tes partidos y mayores garantías al sufragio.
La primera carta constitucional que tuvo el país (1830) restringió enorme-
mente el ejercicio de la ciudadanía. Establecía dos tipos de ciudadanos: los na-
turales y los legales. Si bien se consideraban ciudadanos naturales “a todos los
hombres libres, nacidos en cualquier punto del territorio del Estado”, las causales
de suspensión de la ciudadanía restringían considerablemente el número de habi-
litados para su ejercicio. Uno de los argumentos esgrimidos para la suspensión de
la ciudadanía era la imposibilidad de obrar libre y reflexivamente. En tal sentido
quedaban por fuera el afectado por ineptitud física o moral, el sirviente a sueldo,
el peón jornalero, el simple soldado de línea, el notoriamente vago, el procesado
por causa criminal y el ebrio habitual. También se requería para el ejercicio de los
derechos políticos no ser analfabeto ni deudor del fisco y ser mayor de dieciocho
años en caso de estar casado o de veinte de ser soltero. En síntesis los factores ex-
cluyentes estuvieron sobre todo referidos al sexo (las mujeres no podían acceder a
la ciudadanía), a la condición laboral (jornaleros, soldados, sirvientes) y al nivel de
instrucción (analfabetos). Respecto a la ciudadanía legal, también tenía un carácter
restrictivo, en tanto podían acceder a ella los extranjeros casados con tres años
como mínimo de residencia (a los solteros se les exigía cuatro años) siempre y
cuando “profes[aran] alguna ciencia, arte o industria o posey[eran] algún capital
en giro o propiedad”.
Durante la segunda mitad del siglo XIX se llevaron adelante algunas ini-
ciativas destinadas a ampliar la ciudadanía. En particular, se reglamentó el modo
de probar algunas de las causas de suspensión de la misma. Por ejemplo, poder
firmar bastaba para demostrar saber leer y escribir y se exigía “contrato escrito
debidamente autentificado” para probar la condición de sirviente o jornalero, lo
cual era una rareza en tiempos en que la contratación era verbal. No obstante, los
grupos que monopolizaban el poder del Estado prefirieron minimizar el número
de ciudadanos como una forma de controlar el resultado de los comicios. Asimis-
319

mo, factores de índole demográfico limitaban el número de ciudadanos. Se trataba


de una población extremadamente joven (para 1908 un 48% era menor de veinte
años) y con un importante número de extranjeros, quienes en muchos casos no es-
taban interesados en nacionalizarse, a efectos de no perder la protección consular
de su país de origen.
Hubo que esperar hasta entrado el siglo XX para que la ampliación de la ciu-
dadanía fuera efectiva. En agosto de 1912 se promulgó la reforma constitucional
que estipulaba como mecanismo para futuras reformas la convocatoria a una Con-
vención Nacional Constituyente electa por voto popular. La iniciativa reformista
tuvo que sortear varias dificultades y recién en 1915 se dictó el conjunto de normas
que iba a regular la modalidad de elección de dicho cuerpo. Entre las más rele-
vantes destacamos la obligatoriedad de inscripción de analfabetos en un registro
especial, la ratificación del principio de doble voto simultáneo, la representación
de la minoría y la consagración del voto secreto. La elección de la referida Con-
vención Constituyente el 30 de julio de 1916, que significó la derrota del batllismo,
ha sido considerada por José Pedro Barrán y Benjamín Nahum como el nacimiento
de “la democracia política uruguaya en un triple sentido: porque la mayoría pudo
expresarse, porque el comicio demostró poder decidir un gran cambio y porque
el gobierno aceptó la derrota”. A pesar de algunos retrocesos (por ejemplo en la
elección de representantes en 1917) el sufragio secreto se impuso en el sistema
electoral uruguayo.
El sufragio universal masculino y las nuevas garantías en la emisión del voto
ensayadas en la elección de 1916 y confirmadas en la constitución de 1919, lleva-
ron a un aumento considerable del número de votantes. Se estima que el número de
electores se cuadriplicó entre las elecciones de 1905 y las de 1919. De un cuerpo
electoral de menos de cincuenta mil votantes en 1905 se pasó a unos cuatrocientos
mil al finalizar la década de 1920. Si bien el aumento del número de votantes fue
importante, al ser comparado con el total de la población resultaba poco represen-
tativo. De una población adulta que llegaba casi a un millón de habitantes en 1926,
sólo un 35 % estaba habilitada para votar, y en las elecciones de ese año lo hizo el
80% de los habilitados. De modo, que recién en 1938, cuando las mujeres hicieron
uso por primera vez de sus derechos políticos, el porcentaje de la ciudadanía activa

(1) Cfr. Carlos Zubillaga. “El difícil camino de la participación política. Población, ciudadanía
y electorado (1898-1918), en: Fernando Devoto y Marcela Ferrari (comp.), La construcción de las
democracias rioplatenses: proyectos institucionales y prácticas políticas, 1900-1930, Montevideo,
Editorial Biblos, 1994.
(2) José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio británico, Montevi-
deo, E.B.O., Tomo 8: La derrota del Batllismo (1916), 1987.
320

comenzó a superar el 50% de la población y la participación electoral sobre el total


llegó a alcanzar el 60%.
De las múltiples restricciones al ejercicio del sufragio que dispuso la prime-
ra constitución, la que se mantuvo por más tiempo fue la que refería a los soldados
de línea. Hubo que esperar hasta la reforma constitucional de 1966 para incorpo-
rarlos como votantes. En setiembre de 1970 se decretó la obligatoriedad del voto,
estableciéndose sanciones para aquellos que no concurrieran a sufragar. La me-
dida, que fue fundamentada en la necesidad de una mayor participación de la ciu-
dadanía en el quehacer político, ha sido interpretada también como una estrategia
conservadora destinada a ampliar el apoyo electoral de estos sectores, mediante la
participación de los ciudadanos más despolitizados. A partir de entonces, la parti-
cipación electoral comenzó a superar el 80 % de los habilitados.

Cuadro 1. Evolución del electorado durante el siglo XX (1916-2004)


% sobre % sobre
Fecha Total de Población Total de Total de
población población
Elección Población adulta Habilitados votantes
adulta adulta
30-jul-16 1.334.455 811.048 - - 146.642 18,1
26-nov-22 1.491.656 913.089 - - 243.017 26,6
28-nov-26 1.606.924 992.302 353.860 35,7 289.253 29,1
30-nov-30 1.727.000 1.089.995 398.169 36,5 318.760 29,2
27-mar-38 1.940.344 1.259.369 636.171 50,5 357.205 28,4
29-nov-42 2.041.161 1.364.193 858.713 62,9 574.703 42,1
24-nov-46 2.133.242 1.459.995 993.892 68,1 649.405 44,5
26-nov-50 2.238.505 1.576.280 1.168.206 78,2 823.829 55,1
26-nov-54 2.342.062 1.663.585 1.295.502 82,2 879.242 55,8
30-nov-58 2.470.676 1.747.045 1.410.105 84,8 1.005.362 60,4
25-nov-62 2.602.711 1.822.461 1.528.239 87,5 1.171.020 67,0
27-nov-66 2.720.501 1.892.386 1.657.822 91,0 1.231.762 67,6
28-nov-71 2.817.486 2.043.146 1.878.132 99,2 1.664.119 87,9
25-nov-84 2.989.360 2.119.270 2.197.503 107,6* 1.886.362 92,3
26-nov-89 3.085.136 2.224.500 2.319.022 109,4 2.040.30 96,3
27-nov-94 3.195.010 2.336.497 2.330.154 104,7 2.130.618 95,8
31-oct-99 3.313.239 2.336.497 2.402.160 102,8 2.204.662 94,4
31-oct-04 - - 2.488.004 - 2.229.611 89,6
Fuente: Gerardo Caetano y José Rilla, Historia Contemporánea del Uruguay. De la colonia al siglo XXI, Monte-
video, Fin de Siglo, 2005, p. 535.
* Los porcentajes superan el 100% porque los padrones no estaban depurados.

(3) La obligatoriedad del voto se había incorporado en la reforma constitucional de 1934, pero
no se había estipulado ninguna sanción en caso de no cumplir con esa obligación, por lo cual, en la
práctica esta no se aplicaba. Véase cap. 3 de esta obra.
321

Otro aspecto que ha estado presente en la discusión en torno al concepto de ciu-


dadanía, ha sido el de las formas de inclusión de los inmigrantes en la vida ciuda-
dana. Tratándose de un país con una importante presencia extranjera, las disposi-
ciones constitucionales desde 1830 fueron generosas en las formas de acceso a la
ciudadanía legal. Los gobiernos batllistas, particularmente, promovieron la nacio-
nalización de los inmigrantes a efectos de aumentar el electorado considerado afín
con sus políticas de gobierno. Sin embargo, la pérdida de su nacionalidad y del
eventual apoyo del país de origen llevó a que muchos inmigrantes optaran por no
nacionalizarse. En procura de revertir esa situación se sancionó en 1928 una ley
que estipulaba “que la adopción de la ciudadanía legal uruguaya no importa[ba]
la renuncia de la nacionalidad de origen.”
Desde mediados del siglo XX la migración cambió de signo y Uruguay
pasó de ser fundamentalmente receptor (a excepción de períodos de crisis, como
en 1890, por ejemplo) a país de emigración. Uruguay se ha convertido en las
últimas décadas en uno de los países con una proporción mayor de personas re-
sidentes fuera de fronteras (alrededor de un 12%). Esta situación volvió a poner
en cuestión el tema de los alcances de la ciudadanía situando la discusión en la
posibilidad de incorporar a los uruguayos en el exterior como parte activa. En
este sentido, el ejercicio del voto en el país de residencia (voto consular) o el voto
a distancia (por correo o métodos similares) se ha convertido en una fuerte de-
manda y constituye un gran desafío a resolver. Tanto más cuando el potencial de
participación electoral es alto y las distancias entre los partidos se han acortado,
pudiendo su participación decidir la contienda electoral.
Conjuntamente con la ampliación de la ciudadanía se fueron concibiendo
reformas legislativas y constitucionales que brindaron mayores garantías electo-
rales y abrieron canales institucionales para una mayor representatividad política.
En un sistema político democrático representativo la instancia electoral se con-
vierte en un mecanismo que contribuye a otorgar legitimidad al conjunto del siste-
ma. Por su intermedio se determina cuál será el personal político que representará
a la ciudadanía en el desempeño de los cargos de gobierno. Por tal motivo, los
cambios efectuados cobran especial relevancia al momento de abordar la consoli-
dación del sistema democrático en el país.
La Constitución de 1830 sentó las bases del sufragio, concediendo a los
ciudadanos el voto activo y pasivo, pero sin pautar las normas complementarias

(4) Registro Nacional de Leyes y Decretos de la República Oriental del Uruguay: 1928, Montevi-
deo, Imprenta Nacional, 1929, p.50.
(5) Cfr. Laura Gioscia (comp.), Ciudadanía en tránsito. Perfiles para el debate, Montevideo,
E.B.O., 2001.
322

relativas a la organización y garantías del sufragio. Los ciudadanos hacían uso


de sus derechos soberanos una vez cada tres años votando a los diputados que
le “imponían” los delegados del Poder Ejecutivo. En cuanto a la distribución de
los cargos parlamentarios el sistema era mayoritario extremo para la elección de
diputados y mayoritario indirecto para la elección de senadores. Este mecanismo
impedía la representación de las minorías, llevando a la abstención como forma
de manifestar la disconformidad y en contrapartida la injerencia del gobierno, la
manipulación y el fraude. En 1898, en un intento de mejorar el inadecuado sistema
electoral vigente, se promulgaron las leyes de Registro Cívico Permanente y de
Elecciones. Por la primera, se creó un nuevo registro concebido como “el con-
junto de las inscripciones calificadas de todos los ciudadanos aptos para votar”;
se determinó su carácter permanente y se confió su formación y mantenimiento
a organismos específicos (las Juntas Electorales) con representación partidaria.
Además, se pautaba que la inscripción en el Registro se llevaría a cabo mediante
una Comisión Inscriptora integrada por tres miembros de la mayoría y dos de la
minoría. Se daba especial importancia a la publicidad de los Registros por parte
de las Juntas Electorales. Por otra parte, la Ley de Elecciones de 1898 estipuló que
las Comisiones Receptoras de votos estuviesen integradas por tres miembros del
partido mayoritario y dos de la minoría y estableció con claridad cómo se ejercería
el voto público (la papeleta llevaría la fecha y la firma del votante).
No obstante, dada la pequeñez del cuerpo cívico y el hecho de que las ga-
rantías electorales continuaban siendo escasas, las prácticas fraudulentas en los
comicios eran corrientes. Ejemplo de ello, es el informe del ministro británico en
Montevideo en el que denunciaba en 1907 “la manera inescrupulosa con que ha
sido manejada oficialmente la maquinaria electoral y la indiferencia y apatía del
público en general. En un país de un millón de habitantes y que goza del sufragio
masculino, solo 42.586 se tomaron la molestia de votar [...] y es notorio que mu-
chos de los votantes que se presentaron eran soldados, policías y obreros munici-
pales con ropa de calle”.
La persistencia de mecanismos electorales que tendían a obstaculizar la
acción opositora, era visualizada como uno de los motivos de la “apatía” de los
ciudadanos, que no concurrían a los comicios por presuponer que los resultados
estaban fijados de antemano. Expresiones como ésta del Jefe Político de Flores
indicando que “una vez más en lucha de uno contra cuatro y llena de dificultades,
triunfó la lista del partido Colorado”, eran objeto de denuncia pública. En ese
contexto, el partido blanco reeditó el camino de la guerra civil. El movimiento
armado de 1897 liderado por el caudillo blanco Aparicio Saravia, tuvo entre sus

(6) Ministro británico en 1907 citado por José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Batlle, los estan-
cieros y el Imperio británico, Montevideo, E.B.O., Tomo 3: El nacimiento del Batllismo, 1982.
323

principales objetivos, como se vio en el primer capítulo, lograr una mayor y más
estable coparticipación en el gobierno. En la ya citada Ley de Elecciones de 1898,
como respuesta a esas demandas, el gobierno sancionó la llamada “ley del tercio”
que asignaba a la minoría una tercera parte de los cargos de un departamento. Si
bien esta ley no se aplicó inmediatamente porque los partidos que se disputaban
las bancas –blancos y colorados– acordaron la confección de “listas mixtas”, mar-
có igualmente el inicio de una legislación electoral que, articulando los intereses
de los partidos políticos principales, procuró avanzar en la construcción de un
régimen representativo más plural. Otro aspecto del pacto que había dado fin a la
guerra civil fue el “reparto” de las jefaturas políticas de los departamentos en una
relación de trece para el partido mayoritario y seis para la minoría nacionalista.
En 1904 se produjo un nuevo levantamiento de las fuerzas saravistas que fue de-
rrotado por el gobierno colorado de José Batlle y Ordóñez. La derrota de Aparicio
Saravia representó la consolidación del monopolio del poder coercitivo por parte
del Estado. Asimismo, significó un retroceso en lo que refiere a la coparticipación
política, en tanto restringió la representación de la oposición. Pero estas medidas
no duraron mucho tiempo, debido a que se temía que la abstención del partido
blanco terminara en un nuevo levantamiento armado. El recuerdo de las guerras
civiles de 1897 y de 1904, con sus costos sociales y económicos para la República,
estaba muy presente.
Durante la presidencia de Claudio Williman (1907-1911) se intentó, me-
diante las leyes electorales de 1907 y 1910, corregir algunos aspectos de la regla-
mentación electoral, sobre todo lo que refería a la representación parlamentaria.
La primera de estas leyes aumentó el número total de bancas en la Cámara de
Representantes (se pasó de 75 a 87) y de diputados por departamento. En ocho
de ellos se le otorgaba tres cuartas partes de la representación a la mayoría y una
cuarta parte a la minoría; en los once restantes, la mayoría tendría dos tercios de
la representación y la minoría un tercio. Si bien ampliaba las posibilidades de
participación de la minoría, la legislación seguía siendo poco representativa de la
proporción de sufragios obtenidos por cada partido. En julio de 1910, a raíz de las
tensiones generadas ante la inminente elección de José Batlle y Ordóñez para su
segunda presidencia, volvió a retocarse el andamiaje electoral. En esta oportuni-
dad, la ley sancionada elevó el número de bancas a noventa y flexibilizó el acceso
de la minoría a los escaños de Montevideo y Canelones (en Montevideo en un total
de 24 bancas, la minoría podía adjudicarse 8, 6, 4, 3 o 2 según obtuviera un tercio,
un cuarto, un sexto, un octavo o un duodécimo del total de votos; en Canelones de
un total de 8 bancas la minoría podía acceder a una o dos si lograba un cuarto o un
octavo de los sufragios del departamento). Sin embargo, en la época se denunció
que esta compleja readjudicación de cargos aumentaba la cantidad de bancas en los
departamentos con tradición política colorada. Otro aspecto a destacar de esta ley
324

fue el establecimiento del “doble voto simultáneo”. Es decir, que en el mismo acto
se votaba por un partido político y por una lista de candidatos, con la posibilidad de
incorporar sub-lemas para indicar distintas tendencias dentro de un mismo partido.
De acuerdo con el sociólogo Aldo Solari, este mecanismo electoral se ajustaba
perfectamente a la realidad política de la época, en tanto “servía para mantener
la unidad de los dos grandes partidos pese a sus fracturas internas, satisfacía
a los que querían afirmar la preeminencia de los partidos y a los que deseaban
fortalecer la libertad del elector.” Si bien el “doble voto simultáneo” surgió para
evitar la disgregación de los partidos mayoritarios, tuvo como contrapartida su
fraccionamiento.
En 1915, al fijarse el cuerpo normativo que iba a regular la modalidad de
elección de la Asamblea Constituyente, se dio un paso más en este doble proce-
so de ampliación de la representación de la ciudadanía y de fortalecimiento de
las garantías al sufragio: se ratificó el “doble voto simultáneo” y se consagró por
primera vez el voto “completamente secreto”. En diciembre de 1916, tras la de-
rrota del “oficialismo” en las elecciones de la Asamblea Constituyente, se volvió
a modificar el sistema electoral. Una vez más se aumentó el número de bancas en
aquellos departamentos con tradicional mayoría colorada y, pese a las exigencias
de la oposición deseosa de obtener mayor representación parlamentaria, se mantu-
vo la disposición según la cual la minoría debía alcanzar un cuarto del total de los
sufragios por departamento para alcanzar algún escaño (o menos si el total no era
divisible entre tres).
Finalmente, en 1919 al promulgarse la nueva Constitución se ratificó el
“voto secreto” y se dio un paso sustantivo en la representación de la minoría y en
la coparticipación de los partidos políticos. La legislación hasta entonces vigen-
te se basaba en el sistema de escrutinio mayoritario para la provisión de bancas
parlamentarias, lo cual había generado varios inconvenientes al dejar un mínimo
espacio para las minorías partidarias. La nueva Carta proclamó la representación
proporcional para la Cámara de Representantes y para las Juntas Locales. Para
el Consejo Nacional de Administración estableció que estaría integrado por seis
miembros correspondientes a la lista más votada y tres a la del partido que le
seguía en número de votos. En el Parlamento se procuró un sistema de “represen-
tación proporcional integral”, es decir que aseguraba una distribución de bancas
acorde con el caudal electoral real. Por primera vez en el Parlamento, entonces,
podía darse la representación de varias opciones políticas y aún dentro de un mis-
mo departamento.

(7) Aldo Solari, Uruguay, Partidos políticos y sistema electoral, Montevideo, Fondo de Cultura
Universitaria, 1991, p.132.
325

Estas novedades en materia electoral y la persistencia de prácticas fraudu-


lentas, llevaron a la elaboración de una legislación complementaria. A esos efectos
en 1923 se formó una comisión de veinticinco miembros de todos los partidos po-
líticos con representación parlamentaria. Los trabajos de esta comisión se plasma-
ron en tres leyes: la ley de Registro Cívico Nacional y la Ley de Elecciones, ambas
de 1924 y la Complementaria de Elecciones aprobada al año siguiente. Se definía
el Registro Cívico como “el conjunto de las inscripciones de todos los ciudadanos
aptos para votar” y se encomendaba su “formación, archivo y custodia” a la Corte
Electoral. Este nuevo organismo era concebido como un “poder” autónomo, con
capacidad de control y tribunal sobre todos los organismos electorales bajo su de-
pendencia (Juntas Electorales Departamentales) y sobre todos los actos comiciales
en general. Por esta ley también se determinó el procedimiento de inscripción en
el Registro Cívico y la distribución de credenciales electorales, a los efectos de
evitar cualquier tipo de falsificación o sufragio doble. Por la Ley Complementaria
de Elecciones de 1925 se precisó cómo se llevaría a cabo el sufragio, procurándose
aumentar las garantías electorales y desarticular los nuevos mecanismos fraudu-
lentos incorporados para perpetuar el control de la decisión del elector pese a que
el voto fuera “secreto”. Un ejemplo de este tipo de prácticas, destinadas a “ase-
gurar” los votos de electores indecisos, lo constituye la del “sobre circulante”: en
un sobre vacío, de los que entregaba la Corte Electoral a las Mesas Receptoras, se
ponía la lista y se le daba al votante; éste debía sufragar con ese sobre y entregar
al club político el sobre vacío que le había dado la Mesa. Para evitar esta forma
de control político, se estableció la numeración y la incorporación de una tirilla a
cada sobre. El elector debía desprender esta tirilla ante la Mesa Receptora para, a
continuación, introducir su voto en la urna. Asimismo, se tomó en consideración
la existencia real de los partidos políticos, por lo cual se pautó su participación en
los comicios, mediante la fiscalización y contralor que podían desempeñar los de-
legados en cada mesa de votación. Además, se establecieron las normas referentes
a la clasificación, inscripción y actuación de los partidos en el proceso pre y pos
electoral. Cabe señalar que la credencial cívica –que sustituiría a la “balota”– fue el
primer documento común al conjunto de la ciudadanía que incluyó la huella digital
y la fotografía como elementos probatorios de la identidad.
La mayoría de estos mecanismos electorales aún continúan vigentes y han
contribuido a dar confianza a la ciudadanía sobre la pureza electoral. Al punto que
en noviembre de 1980, en el marco de una dictadura cívico-militar, se plebiscitó
una reforma constitucional propuesta por los militares y el resultado fue adverso.
El triunfo del “NO” ha sido considerado un claro ejemplo de la solidez de los va-

(8) Ejemplo citado por Ana Frega, El pluralismo uruguayo (1919-1933). Cambios sociales y polí-
tica, Montevideo, Serie Investigaciones del Claeh, Nº 54, 1987.
326

lores democráticos en la sociedad uruguaya y de la transparencia y rigurosidad de


los mecanismos electorales.
Otro aspecto que hace a un régimen democrático son las modalidades de
coparticipación o compromiso que encuentran los distintos partidos o fracciones
que representan políticamente distintos intereses de los sectores que componen
la sociedad. En el Uruguay la democracia descansó en un peculiar sistema de
compromiso o coparticipación entre los dos partidos políticos mayoritarios que,
asumiendo modalidades distintas, ha subsistido a lo largo del siglo. Si bien en el
siglo XIX se celebraron ciertos acuerdos o “pactos” que llevaron a una especie de
“coparticipación territorial” como ya se ha visto, la coparticipación se “institucio-
nalizó” a partir de la Constitución de 1918. Son ejemplo de ello, la conformación
del Poder Ejecutivo instaurada por la Constitución de 1918 con un Presidente y
un Consejo Nacional de Administración, de integración bipartidista, o el Consejo
Nacional de Gobierno de la Constitución de 1952, o bien cuotas asignadas en el
Gabinete Ministerial a la minoría mayor en la Constitución de 1934.

Cuadro 2. Las reformas constitucionales (1830-1996)

1830 1918 1934 1942 1952 1967 1996


Integración Presidente de Presidente de Presidente Presidente Colegiado Presidente Presidente
del la República la República de la Repú- de la Repú- integral: de la Repú- de la Repú-
P. Ejecutivo: electo por y Consejo blica electo blica electo Consejo blica electo blica electo
elección y Asamblea Nacional de directamente directamente Nacional de directamente directamente
duración del General. Administra- y Consejo de y Consejo de Gobierno. y Consejo de y Consejo de
mandato. Duración 4 ción Ministros (9 Ministros. Integrado por Ministros. Ministros. Si
años. (integrado miembros: Duración: 4 9 miembros: Duración: 5 no obtiene
por 9 miem- seis de la años seis de la años. mayoría
bros: seis de lista más vo- lista más absoluta se
la lista más tada y tres de votada y tres No se precisa realiza “una
votada y la del partido de la minoría el número de segunda
tres de la del que le seguía más votada. ministerios. vuelta” entre
partido que en voto). Electos El Consejo los dos can-
le seguía en Duración: 4 directamente. es designado didatos más
votos). Am- años. Duración: 4 por el Presi- votados.
bos elegidos años. dente. Duración: 5
directamente. años.
Duración:
Consejeros 6 No se precisa
años y se re- el número de
novaban por ministerios.
tercio cada 2 El Consejo
años. es designado
por el Presi-
dente
327

1830 1918 1934 1942 1952 1967 1996


P. Legisla- Un repre- Por ley cons- 99 miembros 99 miembros 99 miembros 99 miembros 99 miembros
tivo: sentante titucional de electos electos electos electos electos
elección y cada” tres 1925 pasan a directamente directamente directamente directamente directamente
mandato de mil almas”. 123 diputa- por R.P. con por R.P. con por R.P. con por R.P. con por R.P. con
diputados. Electos di- dos. Elección un mínimo un mínimo un mínimo un mínimo un mínimo
rectamente. directa. de dos de dos de dos de dos de dos
Duración: 3 Duración: 3 diputados diputados diputados diputados diputados
años. años. por departa- por departa- por departa- por departa- por departa-
mento. mento. mento. mento. mento.
Duración: 4 Duración: 4 Duración: 4 Duración: 5 Duración: 5
años años años años años
P. Legislati- Electo uno 19 senadores 30 miembros 30 miembros 31 miembros 30 miembros 30 miembros
vo: elección por depar- (uno por más el Vice- más el electos más el más el
y mandato tamento por departamen- presidente, Vice- presi- directamente Vice- presi- Vice- presi-
de senado- medio de to). Elección electos direc- dente electos por R.P: dente electos dente electos
res. un colegio indirecta. tamente. 15 directamente Duración: 4 directamente directamente
elector (que Duración: 6 corresponden por R.P. años. por R.P. por R.P.
era electo años a la lista Duración: 4 Duración: 5 Duración: 5
directamen- mayoritaria años. años. años.
te). Duración del lema
6 años, cada mayoritario y
dos años se 15 de la lista
renovaba un más votada
tercio de la del segundo
cámara. lema. Senado
“del medio y
medio”.
Duración: 4
años.

Particulari- Ciudadanía Sufragio Sufragio a Deshizo pun- Cambio en el Mas potes- Modificación
dades restringida. universal las mujeres. tualmente las relaciona- tades al P. del sistema
Religión masculino. Obligatorie- modificacio- miento de Ejecutivo: electoral:
del Estado Separación dad nes que el los Poderes: “leyes de mayoría
católica. Iglesia del del voto. “terrismo” el Ejecutivo urgente con- absoluta para
Estado. Capítulo so- había reali- no podía sideración”. la elección
Creación de bre derechos zado en su disolver las Crea Oficina presidencial,
Entes Autó- individuales beneficio. Cámaras, ni de Planea- candidatos
nomos. y grupales. estas podían miento y presiden-
Garantías Organismos hacer caer al Presupuesto ciales único
electorales: de contralor: Ejecutivo. y el Banco por partidos,
voto secreto Tribunal de Cambio el Central. separación
y R.P. Cuentas, modelo de Relaciona- de elección
Corte Electo- sanción miento entre municipal
ral y T. de lo presupues- poderes: de la
Contencioso tal: pasa de censura y parlamen-
Administra- anual a uno disolución de taría.
tivo. por todo el Cámaras
período de Referéndum:
gobierno. contra las
leyes aproba-
das..

Fuente: Daniel Chasqueti, “El proceso constitucional en el Uruguay del siglo XX” en Benjamín Nahum, El Uruguay del siglo XX,
T. II, La Política, E.B.O., 2003 pp. 65-93. Héctor Gros Espiell, Esquema de la evolución Constitucional del Uruguay, Montevi-
deo, F.C.U., 1974. Benjamín Nahum, Manual de Historia del Uruguay T.II (1903-2000), Montevideo. E.B.O., 2004.
328

La coparticipación entre blancos y colorados se ha basado en el reparto del


poder público y sus beneficios. Un ejemplo paradigmático fue la ley de 1931 (que
la oposición denominó despectivamente como “pacto del chinchulín”) que esta-
bleció que los puestos públicos se repartirían entre los partidos en proporción a su

Los Partidos de izquierda


Las corrientes de izquierda encuentran sus raíces en el siglo XIX, sobre todo dentro de
las organizaciones obreras y de la mano de muchos inmigrantes. En 1904, por influencia del
Partido Socialista argentino, se organizó el Centro Obrero Socialista. Entre sus principales
gestores estuvo el Dr. Emilio Frugoni quien un año después fundó el Centro Carlos Marx.
En 1910, a raíz del abstencionismo voluntario del Partido Nacional, los socialistas junto al
Partido Liberal se presentaron a las elecciones de Representantes por el departamento de
Montevideo, logrando acceder Emilio Frugoni a una de las bancas.
La incorporación de la representación proporcional en la Constitución de 1918 abrió
nuevas posibilidades de participación parlamentaria a las corrientes de izquierda. De todos
modos, su incidencia electoral estaba limitada a la capital por su perfil obrerista y por el peso
que tenían en la ciudadanía las tradicionales “divisas” blanca y colorada.
Las repercusiones de la revolución bolchevique en el seno de las organizaciones de iz-
quierda uruguayas, se tradujeron en la división del anarquismo y del socialismo. En el Parti-
do Socialista el factor determinante de la fractura fue la posición a tomar frente al Programa
de veintiún puntos emanado de la III Internacional. En un Congreso extraordinario realizado
en abril de 1921 una clara mayoría resolvió aceptarlos y pasar a denominarse Partido Comu-
nista. El grupo minoritario liderado por Emilio Frugoni terminaría distanciándose, para lue-
go fundar un nuevo Partido Socialista en 1922. En las décadas siguientes las disputas entre
comunistas y socialistas fueron frecuentes y debilitaron su actuación como oposición.
En los años cincuenta ambos partidos experimentaron una serie de cambios renovadores.
En el Partido Socialista esta renovación fue conducida por una nueva generación de dirigen-
tes, entre los más destacados, Vivián Trías. En la interna comunista se produjo en julio de
1955 el desplazamiento de su Secretario General, Eugenio Gómez, y el ascenso de Rodney
Arismendi. Estos cambios condujeron a un replanteo del accionar político, sobre todo en
una coyuntura nacional de crisis. La necesidad de una alianza electoral de izquierda se fue
haciendo cada vez más evidente cuando en la práctica cotidiana las movilizaciones se hacían
conjuntamente. El Partido Comunista impulsó la creación del Frente Izquierda de Liberación
(FIdeL) que se presentó a los comicios de 1962 y 1966 logrando un aumento considerable de
su caudal electoral. Por su parte, el Partido Socialista alentó un segundo frente unificador, la
Unión Popular, que a diferencia del FIdeL no cosechó buenos resultados en las elecciones de
1962. El creciente autoritarismo de fines de los años sesenta impactó en las agrupaciones de
izquierda: ilegalizaciones en 1967 e intentos de acercamiento en 1968. Finalmente, en 1971
se concretó la unión de la mayoría de los partidos y movimientos de izquierda mediante la
formación del Frente Amplio (F.A.). Integraron el F.A.: el FIdeL, Grupos de Acción Unifi-
cadora (GAU), Movimiento Blanco Popular y Progresista (MBPP), Movimiento Herrerista
(lista 58), Movimiento “Por el Gobierno del Pueblo” (lista 99), Partido Comunista, Parti-
do Demócrata Cristiano, Partido Socialista, Partido Obrero Revolucionario (trotskista), la
Unión Popular, el Movimiento de Independientes 7 de octubre, el Movimiento de Indepen-
dientes 26 de Marzo y ciudadanos independientes. No participaron de este emprendimiento
el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), la Federación Anarquista Uruguaya, la
Resistencia Obrero Estudiantil y el Frente Estudiantil Revolucionario (FER).
329

caudal electoral. Este sistema de reparto fue perfeccionado hasta su consagración


constitucional en 1952. En la quinta carta constitucional se retornó a un Ejecutivo
colegiado y se precisó el reparto de los directorios de los Entes Autónomos (inte-
grados por cinco miembros) con tres cargos para el partido mayoritario y dos para
el que le seguía en votos. Mediante este régimen, llamado del “3 y 2”, se consoli-
dó el reparto de los puestos públicos como la modalidad de coparticipación en la
conducción de los asuntos del Estado. Este procedimiento fue concebido como una
manera de obtener y conservar la “clientela electoral” y de disminuir las tensiones
sociales.

Los partidos políticos


El estudio y análisis del sistema de partidos uruguayo es un elemento clave
para comprender la configuración política del país y su funcionamiento democráti-
co. En particular, llama la atención su permanencia y relativa estabilidad. Los lla-
mados “partidos tradicionales” (Partido Colorado y Partido Nacional –o blanco–)
han subsistido por más de un siglo de vida institucional conservando hasta fines del
siglo XX una clara supremacía electoral. La denominación de “tradicionales”, en
contraposición con los “partidos de ideas” o de “clase”, surge historiográficamente
por el peso que se le ha dado a la tradición –ese conjunto de sentimientos y valores
que provienen del pasado– como factor identitario y aglutinador.
En las primeras décadas del siglo XX, conforme se fue consolidando la
institucionalidad democrática, se modernizó el sistema de partidos. Los enfrenta-
mientos armados fueron siendo dejados de lado en favor de la lucha electoral como
el mecanismo más adecuado para dirimir las diferencias políticas. Los “partidos
tradicionales” se organizaron para controlar al gobierno y sus aparatos, formando
al personal político-profesional que lo llevaría a cabo. Se estructuraron de forma
piramidal tomando como base los clubes seccionales barriales, agrupados en Co-
mités departamentales y con un Ejecutivo o Directorio Nacional y una Conven-
ción. De todos modos esta organización ha sido muy laxa, orientada, sobre todo, a
recabar votos en períodos electorales. De acuerdo con el estudio de Germán Rama,
los clubes seccionales proliferaron siempre en el período preelectoral, actuando
más como “agencias de trasmisión de favores” que como canal de politización
barrial. Esta situación ha llevado a que los votantes de estos partidos no generen
vínculos orgánicos con los mismos durante los períodos interelectorales, ni contro-
len sus actuaciones durante el ejercicio del gobierno.

(9) Germán Rama, El club político, Montevideo, Arca, 1971.


330

Imagen 1. Club Político,


año 1999. (A.P.P.- FHCE.)

Otra prueba de la modernización del sistema político es que se abrieron ca-


nales para la comparecencia política y electoral de los llamados, por los cientistas
políticos, “partidos de ideas” (en un intento por diferenciarlos de los “tradiciona-
les”). Se les atribuyó tener una organización más estructurada y propuestas políti-
cas que encontraban fundamento en planteos teóricos. Si bien ya en el siglo XIX
se habían constituido partidos independientes de los “bandos tradicionales” como
el Partido Radical o el Constitucional, sus trayectorias fueron muy efímeras. La
existencia de “terceras fuerzas” más o menos estables la encontramos desde 1910:
con el Partido Socialista (que en 1921 se dividió y dio origen al Partido Comunis-
ta) y la Unión Cívica.
De acuerdo con varios analistas, el sistema de partidos presenta en el Uru-
guay una serie de características que han estado presentes en menor o mayor grado
a lo largo de la centuria:

a) El “bipartidismo aparente” que en la práctica ha funcionado como un sistema


de partidos múltiples. “Bipartidismo” porque hasta las elecciones de 1966 los
partidos llamados “tradicionales” acumularon el 90% de los votos emitidos en
las elecciones del Poder Ejecutivo, mientras que varios partidos pequeños jun-
tos apenas alcanzaron el 10% del total de los sufragios. Sin embargo, este “bi-
partidismo” es aparente, según Aldo Solari, porque cada uno de los dos grandes
partidos ha estado dividido en fracciones de alcance nacional, con sus propias
autoridades, prácticas políticas y electorado. Esto ha llevado a que la ciudada-
nía encuentre dentro de un mismo partido un variado mosaico de ideologías
políticas y de posturas frente a la realidad nacional. El fraccionamiento interno
y la paridad de fuerzas en la contienda electoral condujo inevitablemente a una
331

Partidos de raíz católica


A comienzos del siglo XX, cuando las ideas liberales habían ganado amplio terreno en el
seno de la sociedad, el conflicto entre católicos y anticlericales se polarizó y la relación entre
Iglesia y Estado se constituyó en uno de los temas de debate público durante varias décadas.
En el marco de esa pugna y como consecuencia del recrudecimiento de la conflictividad con
los círculos liberales anticlericales, se impulsó dentro de las filas católicas el “combate por la
fe” y la unión del laicado para vencer al adversario. Es en este sentido –y dentro de los nuevos
lineamientos de la Iglesia universal– que la vocación asociacionista cobró gran importancia
en el discurso católico del 900. En particular comenzaron a tomar fuerza las iniciativas de
formación de partidos políticos católicos, contrarrestando al “enemigo” con la adopción de
las mismas armas y estrategias.
En el IV Congreso Católico la Iglesia uruguaya resolvió orientar sus acciones mediante
la formación de tres Uniones: la Social, la Económica y la Cívica. De acuerdo con lo estipu-
lado en este Congreso a la Unión Cívica le correspondía el accionar en el campo político. En
1910, ante la posibilidad de diputar las dos bancas destinadas a la minoría en Montevideo (el
nacionalismo había proclamado la abstención) la Unión Cívica concurrió por primera vez a
las urnas, aunque no logró un resultado favorable.
En 1912 la Unión Cívica aprobó su programa, fruto de una transacción entre las diferen-
tes posturas políticas dentro del laicado. Dicha plataforma –que se nutrió fundamentalmente
de las posturas de los núcleos más conservadores– se asentaba en cuatro ideas básicas: “fa-
milia, religión, patria y propiedad”, imprescindibles para “la conservación y el orden social
de la sociedad civil”. En 1919, con la implementación de la representación proporcional,
la Unión Cívica se abocó al logro de su primera representación parlamentaria. El partido
católico consiguió un único escaño que fue ocupado por el candidato por Montevideo, el Dr.
Joaquín Secco Illa. De acuerdo con varios de sus postulados y por la extracción social de la
dirigencia del partido, la Unión Cívica estuvo en general alineada con los grupos de presión
conservadores. Esta circunstancia determinó que, paulatinamente, los sectores más progre-
sistas de la Iglesia no pudiesen identificarse con sus posiciones políticas a excepción de los
aspectos confesionales. Tales discrepancias se terminaron materializando en la formación
del Movimiento Social Cristiano cuyas posturas triunfaron en la interna partidaria, deter-
minando que en 1962 la Unión Cívica pasara a denominarse Partido Demócrata Cristiano
(PDC). El cambio de nombre, reveló la influencia en el ala más “progresista” del laicado, de
la actuación de partidos ideológicamente similares de Europa y de América Latina. Este giro
ideológico llevó al distanciamiento de varios de sus tradicionales dirigentes, que fundaron
en 1966 el Movimiento Cívico Cristiano. En las elecciones 1971, bajo el lema del Partido
Demócrata Cristiano convergieron los grupos de izquierda unificados en el Frente Amplio.

política de pactos intrapartidarios, para que concurrieran las distintas fracciones


unidas bajo un mismo lema, y múltiples pactos extrapartidarios –o entre frac-
ciones de diferentes partidos– para poder gobernar.10

(10) Gerardo Caetano, José Rilla, et alli., De la tradición a la crisis. Pasado y presente de nuestro
sistema de partidos, Montevideo, Claeh/E.B.O., 1985 y Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez.
“La partidocracia uruguaya”, en Cuadernos del Claeh, Nº 44, 1987, pp. 37-61.
332

b) La hegemonía electoral y heterogeneidad interna de cada uno de estos partidos,


inhibió el surgimiento de otros y limitó el crecimiento y permanencia de aquellos
que surgieron. Si pensamos, por ejemplo, en los distintos intentos de los “grupos
de presión” de actuar políticamente de forma independiente a las colectividades
partidarias que solían representarlos, los resultados electorales han evidenciado
su fracaso. Tal fue el caso de la Unión Democrática fundada en 1919 como un
nuevo partido conservador autónomo, ajeno a los “partidos tradicionales”, in-
tegrado por un grupo importante de personas vinculadas al ámbito económico,
comercial y financiero. El objetivo que se trazaron fue prolongar al ámbito de
la política partidaria los logros alcanzados en el terreno de la política de presión
extrapartidaria. Sin embargo, el escaso número de votos que recibieron en las
elecciones de noviembre de ese año, demostró que la vida política uruguaya de
entonces, aceptaba como marco de referencia la tradicional división entre “blan-
cos” y “colorados”. Más de treinta años después otro “movimiento de presión”,
en esta oportunidad de carácter rural, como fue la Liga Federal de Acción Rura-
lista liderada por Benito Nardone, buscó otra vía para acceder al ámbito político
partidario y tuvo más éxito. La estrategia pasó por una alianza con una de las
fracciones de los “partidos tradicionales”: el herrerismo. La alianza herrero-ru-
ralista logró un favorable resultado electoral en los comicios de 1958. El Partido
Nacional se impuso sobre su tradicional adversario por una significativa diferen-
cia (120 mil votos) y ganando en dieciocho de los diecinueves departamentos del
país. Esta victoria nacionalista significó el primer cambio de partido de gobierno
en la centuria. Pero dado los continuos acuerdos de coparticipación efectuados
con anterioridad, detallados más arriba, no podemos afirmar que fuera la primera
vez que el Partido Nacional asumía las responsabilidades de gobierno.
c) El sistema electoral ha sido funcional a esta estructura partidaria. Las dispo-
siciones electorales como el “doble voto simultáneo”, las distintas formas de
acumulación de votos y la propiedad de los lemas partidarios por la mayoría,
etc. favorecieron la permanencia del “bipartidismo electoral”. En la década del
treinta un conjunto de leyes y disposiciones constitucionales –denominadas
globalmente como “ley de lemas”– terminaron por articular el sistema electo-
ral con los intereses de los dos partidos mayoritarios. Durante los años veinte
los partidos mayoritarios se disgregaron en fracciones muy diversas que di-
fícilmente podían convivir bajo un mismo lema. Estas leyes se promulgaron
como una forma de evitar que los partidos Colorado y Nacional “estallaran”
totalmente y sobre todo para preservar la hegemonía de los sectores “golpistas”
(terristas y herreristas) dentro de sus respectivas colectividades.
La primera de estas leyes, sancionada el 5 de mayo de 1934, estableció que
la propiedad del lema –nombre del partido– pertenecía exclusivamente a la
mayoría de los legisladores de un partido dado. Al año siguiente otra ley so-
333

bre partidos políticos les concedió el carácter de persona jurídica. Mediante


las leyes de 1936 y de 1937 se acentuó la coparticipación entre las fracciones
oficialistas y los impedimentos para la unión electoral de los sectores oposito-
res. Por último, con la ley de mayo de 1939 se reguló lo relativo al uso de los
símbolos y las denominaciones partidarias, otorgando a las autoridades de los
partidos su empleo exclusivo. Además se reglamentó el uso de los sub-lemas
de los partidos y el procedimiento para la obtención del lema. Se retomó, asi-
mismo, la distinción entre partidos “accidentales” y “permanentes” definida en
la legislación electoral de 1925, precisando que serían partidos “permanentes”
aquellos que hubiesen intervenido en elecciones anteriores, y “accidentales”
los surgidos previos a la elección. La diferencia entre ambos estaba en que
sólo a los “permanentes” les estaba permitida la acumulación de votos. Por
otra parte, por medio de esta ley se estableció “que todos los cargos electivos
deb[ían] votarse conjuntamente en una sola lista de votación” y que no “se
podrían integrar las listas de legisladores o autoridades municipales con per-

Imagen 2. Listas electorales de los tres


partidos mayoritarios (EP-FA, P. Colora-
do y P. Nacional), en las elecciones inter-
nas de abril de1999. (A.P.P.-FHCE.)
334

sonas que pertene[cieran] pública o notoriamente a otro partido”. En el marco


de la entonces vigente Constitución de 1934, esta ley permitió reencauzar a
los disidentes en los “partidos tradicionales” e impedir los acuerdos opositores
suprapartidarios (el temido “Frente Popular”).
d) Los partidos han estado fuertemente relacionados con el Estado. Los partidos
Colorado y Nacional se han rotado a lo largo del siglo en el ejercicio guberna-
tivo. Las distintas modalidades de coparticipación en la Administración Pública
favorecieron el recurso a prácticas clientelísticas (conseguir empleos, pensiones,
facilitar gestiones públicas, etc.) para mantener o aumentar su caudal electoral.
El clientelismo, entendido como el apoyo político a cambio de beneficios par-
ticularizados, fue una práctica frecuente de relacionamiento entre los “partidos
tradicionales” y la sociedad civil. En contraposición, los llamados “partidos de
ideas” han procurado diferenciar su identidad con relación al aparato estatal y han
denunciado desde la “oposición” ese intercambio de favores por votos.

En la década del sesenta, en un contexto ideológicamente polarizado, este


sistema de partidos uruguayo mostró sus carencias y limitaciones. La unificación
del movimiento sindical, la aparición de la guerrilla, la Revolución Cubana, el cre-
cimiento de la violencia estatal y escisiones de los partidos Colorado y Nacional
fortalecieron a la izquierda. Resultado de ello, en las elecciones de 1971 se presen-
taron la mayoría de los sectores de izquierda unidos en una nueva fuerza política:
el Frente Amplio. El Frente Amplio emergió como una fuerza política unitaria,
pero no constituyendo una fusión sino una coalición. En otras palabras, los parti-
dos y movimientos que lo integraron se vincularon en una alianza que reconocía
la particularidad de cada uno de ellos. Si bien los resultados electorales de 1971
confirmaron el histórico peso de los partidos Colorado y Nacional, también deja-
ron entrever el lugar que comenzaban a tener los sectores de izquierda unificados.
Luego de doce años de resistencia al gobierno dictatorial, sufriendo persecuciones
y proscripciones, con la mayoría de sus líderes y militantes presos o exiliados, el
Frente Amplio volvió a la vida democrática. Desde entonces ha experimentado un
crecimiento constante de su electorado, en particular en la década del noventa, que
llevó a que en las últimas elecciones nacionales de octubre de 2004 lograra acceder
al gobierno por mayoría absoluta, en la primera vuelta.
También la década del sesenta representó un quiebre en la historia de “los
partidos tradicionales”. En sus discursos y prácticas de gobierno se evidenció una
radicalización ideológica que se reflejó en la tendencia a la reducción del Estado, al
liberalismo económico, al desarrollo financiero y a promover un “anticomunismo”
exacerbado propio de la agudización ideológica de la Guerra Fría. Por otra parte,
la inmensa maquinaria clientelística con base en los recursos estatales, que había
funcionado como una forma de canalización de las demandas sociales y que había
335

Imagen 3. Volante en contra


del Frente Amplio distribuido
en un acto pachequista en 1971.
(A.P.P.- FHCE.)

favorecido el consenso ente blancos y colorados, entró en crisis deslegitimando al


sistema en su conjunto.
Tras el retorno a la democracia, en la década del ochenta, el Uruguay ex-
perimentó un cambio electoral que ha afectado la configuración de los partidos y
su estructuración como sistema. Por un lado, como ya hemos señalado, aumentó
progresivamente el caudal electoral del Frente Amplio, en detrimento de los par-
tidos Colorado y Nacional. Esta situación ha transformado el bipartidismo histó-
rico en un pluralismo moderado que reconoce cuatro partidos con representación
parlamentaria.11 Estas circunstancias motivaron a los partidos (en particular a los

(11) Gerardo Caetano (dir.), 20 años de democracia. Uruguay 1985-2005: Miradas múltiples, Mon-
tevideo, Taurus, 2005.
336

Imagen 4. Volante emitido por la Organi-


zación Estudiantil Anticomunista, diciem-
bre de 1962. (A.P.P.- FHCE.)

“tradicionales”) a promover un cambio en las “reglas de juego”, buscando con ello


adaptar, por medio de una reforma constitucional, el sistema electoral a la nueva
coyuntura política. Algunos sectores de izquierda apoyaron esta reforma porque
obligaba a “blancos” y “colorados” a poner un único candidato a la presidencia por
partido y procuraba acabar con las “cooperativas” electorales. La reforma constitu-
cional plebiscitada en 1996 alteró dos de las principales características del sistema
electoral uruguayo: la simultaneidad de las elecciones presidenciales, legislativas
y municipales, y la vinculación de todas ellas. Asimismo, dispuso en caso de no
alcanzarse la mayoría absoluta, la “segunda vuelta” entre los dos candidatos más
votados y la realización de elecciones internas simultáneas de todos los partidos a
los efectos de designar un único candidato a la Presidencia de la República.
Los resultados de los comicios nacionales de octubre de 2004 representaron
un cambio de enorme relevancia en el sistema de partidos y en el proceso demo-
crático uruguayo. Fue la primera vez que accedió al gobierno una coalición de
izquierda rompiendo la histórica hegemonía de los partidos Colorado y Nacional.

Imagen 5. Juan Andrés Ramí-


rez –uno de los candidatos a la
Presidencia por el Partido Na-
cional– en las primeras eleccio-
nes internas de abril de 1999,
junto a Juan Chiruchi intenden-
te en reiteradas oportunidad del
departamento de San José. (A.
P.P.- FHCE.)
337

Imagen 6. Publicidad electoral de


los comicios de abril de 1999.
(A.P.P.- FHCE.)

Un triunfo que se alcanzó por mayoría absoluta por lo cual se obtuvo mayoría par-
lamentaria en ambas Cámaras. Esta victoria terminó de consolidarse en las elec-
ciones municipales de mayo de 2005, en las cuales el Encuentro Progresista-Frente
Amplio-Nueva Mayoría ganó en ocho departamentos. Por otra parte, los resultados
de estas últimas elecciones, también significaron un duro golpe para el Partido
Colorado, que acostumbrado a ser “el partido de gobierno”, ha tenido que afrontar
una abrupta caída de su caudal electoral alcanzando apenas un 10% del total de
sufragios.
338

Gráfico 1. Evolución electoral del Frente Amplio1 (1974-2004)

1
Utilizamos la denominación Frente Amplio para todo el período aunque en las últimas décadas haya variado
su denominación: desde 1994 pasó a llamarse Encuentro Progresista-Frente Amplio y desde el 2004 Encuentro
Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría.
* En julio de 1989 se separó del Frente Amplio la agrupación liderada por Hugo Batalla, dirigente de la lista 99
– “Partido Por el Gobierno del Pueblo”–, que pasó a fundar el Nuevo Espacio. En las elecciones de ese año obtuvo
el 9% del total de los sufragios.
** En las elecciones de 1999 el Encuentro Progresista-Frente Amplio logró ser el partido más votado pero conforme
a los nuevos lineamientos constitucionales pasó a una segunda vuelta (ballotage). En esa oportunidad los resultados
fueron favorables para el Partido Colorado con un 51, 64% frente a un 44,1% que obtuvo el Frente.
*** Accede al gobierno en la primera vuelta.
Fuente: Grafico elaborado en base el Apéndice Estadístico de la obra de Gerardo Caetano y José Rilla Historia
Contemporánea del Uruguay, Montevideo, Fin de Siglo, 2005 y datos de la Corte Electoral: www.corteelectoral.gub.uy.

Cuadro 3. Partidos Políticos que no alcanzaron


representación parlamentaria (1925-2004)

Partido Elecciones Número de votos

Partido Agrario Popular Nov/1925 13


Nov/1928 199
Nov/1931 151
Partido Reformista Nov/1928 4
Nov/1931 7
Abr/1934 29
Partido “Por la Defensa del Pueblo”. Nov/ 1931 156
Agrupación Militar Patria y Ejército. Nov./1931 244
Sindicato de Gente de Arte y Afines. Nov/1931 412
Partido Popular Nov/1931 26
Partido Autóctono Negro Mar/1938 87
Partido Independiente Demócrata Feminista Mar/1938 122
Partido General Melchor Pacheco y Obes Mar/1938 1
Partido “La Concordancia” Mar/1938 69
Nov/1942 40
Nov/1950 38
Partido Demócrata Nov/1946 5.081
Nov/1950 242
339

Cuadro 3. (Continuación)

Partido Elecciones Número de votos

Partido Liberal Nov/1950 23


Partido Por la Defensa de los Derechos Ciudadanos Nov/1950 6
Partido del Pueblo Nov/1950 4
Frente Anticolegialista del Pueblo Nov/1954 89
Partido Obrero Nov/1954 65
Movimiento Renovador Nov/1958 6.325
Partido Obrero Revolucionario Nov/1958 142
Partido de las Clases Pasivas y Seguridad Social Nov/1958 142
Partido Laborista Nov/1958 52
Partido Frente Obrero Sindical Nov/1958 52
Partido Agrario y del Trabajador Nov/1966 1.616
Partido Federal Nov/1966 72
Partido Liberal Nov/1966 74
Partido por el Departamento de Solís Nov/1966 44
Jubilados y Pensionistas Nov/1971 288
Juventud por el desarrollo oriental Nov/ 1971 25
Movimiento Justiciero Nov/ 1971 241
Partido de los Trabajadores Nov/1984 488
Nov/1989 310
Nov/1994 378
Jun/1999 223
Jun/2004 560
Partido Unión Patriótica Nov/ 1984 302
Partido Convergencia Nov/1984 153
Nov/1989 190
Partido Movimiento Justiciero Nov/1989 441
Partido Verde Eto-Ecologista Nov/1989 10.836
Nov/1994 5.498
Partido de Sol Nov/1994 2.258
Partido Azul Nov/1994 1.645
Partido por la Seguridad Social Nov/1994 828
Partido Alianza Oriental Nov/1994 333
Partido Justiciero Nov/1994 161
Partido Demócrata Liberal Nov/1994 120
Partido Republicano Nov/1994 117
Partido Movimiento Progresista Nov/1994 69
Partido de la Buena Voluntad Jun/1999 123
Partido Humanista Jun/2004 119
Partido GAC Jun/2004 294
Partido Liberal Jun/2004 1.022
Fuentes: Jorge Marius. Elecciones Uruguayas (1980-2003), Montevideo, Konrad Adenauer Stiftung, 2004; Julio
Fabregat, Elecciones Uruguayas; op. cit., Gerardo Caetano y José Rilla, Historia contemporánea del Uruguay,
Montevideo, Fin de Siglo, 2005, y sitio web de la Corte Electoral: www.corteelectoral.gub.uy
340

Imagen 7. Liber Seregni.

Liber Seregni (1916-2004)


El General Liber Seregni nació en Montevideo el 13 de diciembre de 1916. En su carrera
militar (1936-1968) se desempeñó en diferentes misiones y destinos. Fue notoria su adhesión
al sistema constitucional, democrático y republicano, y su adscripción a sectores batllistas
en el Partido Colorado. Entre 1963 y 1967 estuvo entre los oficiales que se opusieron a las
corrientes golpistas en el interior de las Fuerzas Armadas. En 1968 solicitó pase a retiro por
su discrepancia con el gobierno a propósito de la intervención del ejército en la represión de
los movimientos sociales. Participó junto a otras personalidades y representantes de distintos
sectores políticos en el proceso de formación de una coalición “progresista” y presidió el
Frente Amplio desde su fundación el 5 de febrero de 1971.
Fue detenido el 9 de julio de 1973, luego de la manifestación pública de oposición a la
dictadura en la avenida 18 de Julio. En abril de 1978, fue condenado por un tribunal militar
a 14 años de prisión y privado de su grado. El 19 de marzo de 1984 fue liberado y le fue
restituido su grado militar en 1985 por el gobierno de Julio María Sanguinetti.
En julio de 1982, Seregni promovió desde la prisión el voto en blanco de todos los fren-
teamplistas en las elecciones internas convocadas de acuerdo a la ley de partidos políticos
aprobada por el gobierno dictatorial.
Las divergencias generadas dentro del Frente Amplio en torno a la reforma de la consti-
tución a ser plebiscitada en 1996, así como la emergencia de nuevos liderazgos y corrientes
de opinión en la coalición pusieron en cuestión la representatividad de su conducción y mo-
tivaron su renuncia a la presidencia del Frente Amplio el 5 de febrero de 1996 en ocasión de
su vigésimo quinto aniversario. Sin embargo, mantuvo su participación en la Mesa Política,
órgano de decisión de la coalición y fundó el “Centro de Estudios Estratégicos ‘1815’”, que
promovió la discusión de temas académicos y la relación con diversos sectores sociales y
políticos. En marzo de 2004, tras anunciar su retiro de la actividad política pública y a veinte
años de su salida de la cárcel, se organizó un acto de homenaje en el Paraninfo de la Uni-
versidad de la República. Falleció el 31 de julio del mismo año. Una multitud conmovida
acompañó su féretro hasta el Panteón Nacional. Sin embargo, su última voluntad no fue
permanecer allí. De acuerdo con su deseo expreso, fue cremado y sus cenizas esparcidas en
la Meseta de Artigas, en el departamento de Paysandú.
341

Crisis y fracturas de la democracia


En el transcurso de este “largo” siglo XX el país ha vivido crisis políticas que
en cuatro oportunidades culminaron en golpes de Estado. Podemos reconocer cier-
tas similitudes entre los golpes de Estado de 1898 y 1942. Ambos fueron llevados
adelante por el Presidente de la República, el primero por Juan Lindolfo Cuestas y
el segundo por Alfredo Baldomir. Los motivos que llevaron a estos primeros man-
datarios a la disolución de las Cámaras estuvieron relacionados con la necesidad de
contar con mayorías parlamentarias que les permitieran poner fin a prácticas políti-
cas institucionalizadas en gobiernos anteriores, que restringían la participación de
la oposición. Por tal motivo, tras la disolución parlamentaria se buscó volver inme-
diatamente a la legalidad constitucional. De ahí que al quiebre institucional llevado
a cabo por Alfredo Baldomir se lo haya denominado “golpe bueno” y se lo vincule
con la restauración democrática. En efecto tal medida desarticuló el aparato legal
instituido por los sectores que habían gestado e implantado un régimen dictatorial
desde marzo de 1933. Se buscó salir de la situación autoritaria mediante una refor-
ma constitucional que permitiera mantener el sistema político anterior, las mismas
formas de hacer política y de representación, eliminando aquellas disposiciones
que excluían a la oposición (a los batllistas y al nacionalismo independiente). (Ver
cuadro 2: Las reformas constitucionales, en este capítulo).
En cuanto a los otros dos quiebres institucionales que el país vivió a lo largo
del siglo XX también podemos reconocer algunas similitudes, aunque el impacto
que generaron en la sociedad uruguaya fue sustancialmente distinto. En estas opor-
tunidades (1933 y 1973) también fueron los presidentes constitucionalmente elec-
tos los que decretaron la disolución de las Cámaras. Ambos golpes se dieron en un
clima de movilización social y de crisis económica y contaron con una coyuntura
internacional y regional afín a estas medidas antidemocráticas. Veamos algunas de
sus particularidades...
De acuerdo con lo desarrollado al comienzo de este trabajo, las primeras
décadas del siglo XX fueron años de avances significativos en la construcción y
consolidación de una institucionalidad democrática en el país. Este proceso de
democratización política entró en crisis al término de la década del veinte y des-
embocó en el golpe de Estado del 31 de marzo de 1933 dado por el Presiden-
te Gabriel Terra. Interesa destacar las circunstancias que llevaron a ese primer
quiebre democrático. En primer lugar conviene recordar la compleja coyuntura
externa provocada por la quiebra de la bolsa de Nueva York en octubre de 1929,
que sumergió al mundo capitalista en una profunda crisis económica. En el país
los efectos de la crisis evidenciaron la precaria estabilidad económica nacional. La
disminución de la demanda y del valor de los productos agropecuarios, la política
arancelaria proteccionista de los Estados Unidos y los países europeos, la retrac-
342

Imagen 8. Los presidentes de


Brasil y Uruguay, Getúlio Var-
gas (en la foto de corbata oscu-
ra) y Gabriel Terra, durante la
visita del primero a Montevi-
deo, en mayo de 1935. (Detrás
de Vargas, con uniforme mili-
tar, Alfredo Baldomir; entre
Vargas y Terra, en una tercera
fila, Luis Alberto de Herrera).
(Foto Archivo SODRE).

ción de las inversiones extranjeras y de créditos, fueron algunos de los efectos de


la crisis que golpearon a la economía local. Frente a esta situación, tanto desde
el Consejo Nacional de Administración como desde el Parlamento, se ensaya-
ron distintas soluciones para minimizar sus costos económicos y sociales. No
obstante, como bien precisa Carlos Real de Azúa, “los últimos años del sistema
ejecutivo dual habían marcado también una evidente lentitud de trámite, una ge-
neral imprecisión operativa y una dilución de responsabilidad que un cuerpo de
inestables mayorías hacia inevitable.”12 Ante esta coyuntura crítica los sectores
más conservadores, las organizaciones empresariales – nucleadas en el llamado
Comité de Vigilancia Económica– y el capital extranjero, se unieron en repudio
a la política gubernamental y exigieron un freno a la “política socializante” y
estatista del Poder Ejecutivo.
Por otra parte, el ascenso del fascismo en Europa encontró cada vez más
adeptos en los países latinoamericanos y en algunos líderes políticos nacionales.
El corporativismo fascista era considerado un modelo más eficaz para responder a
la crisis que la lenta institucionalidad democrática, entre otras cosas porque asegu-
raba el fortalecimiento de la autoridad, la limitación de las huelgas y el control de
la economía. En los dos países vecinos –Argentina y Brasil– se rompió la legali-
dad democrática instituyéndose regímenes dictatoriales “filofascistas” (el golpe de
José Uriburu y el régimen de Getúlio Vargas).
El golpe de marzo de 1933 fue de carácter político, es decir, las Fuerzas
Armadas no intervinieron activamente ni en apoyo del Presidente ni en defensa

(12) Carlos Real de Azúa. “La Historia Política”, Enciclopedia Uruguaya, Nº1, Montevideo, Edito-
res Reunidos y Editorial Arca, Mayo 1968, p. 15.
343

Imagen 9. Volante emitido por la Fede-


ración de Estudiante Universitarios del
Uruguay (FEUU) en junio de 1969.
(A.P.P.-FHCE.)

de las instituciones democráticas. Fueron las fuerzas policiales las que obedecien-
do al Presidente ejercieron el control del aparato coercitivo del Estado. El nuevo
régimen no impuso exclusiones totales, ni prohibió legalmente la existencia de
algún partido político o fracción. Los cambios se experimentaron sobre todo en los
modos de representación política en los órganos de gobierno –que excluía en ge-
neral a la oposición– y en las reglas electorales. Claro que también hubo asesinatos
políticos, exilio y cárcel para quienes fueron considerados enemigos del régimen y
se limitaron los derechos cívicos, la libertad de prensa y de reunión.
Diversos estudios evidencian que el primer quiebre institucional del siglo
emergió de una coyuntura internacional compleja que resaltó las debilidades del
modelo político y económico instaurado por el batllismo. No obstante, una vez
alcanzado el poder las fuerzas golpistas no lograron aplicar un modelo alternativo.
En este sentido, podemos destacar las continuidades en lo que refiere al sistema
de partidos: fue el propio Presidente del República, con el respaldo de los sectores
conservadores de ambos “partidos tradicionales” el que llevó adelante el proceso
golpista y se recurrió a las urnas para legitimar la medida (a través del plebiscito de
una nueva Constitución que recogía los principales cambios políticos impuestos de
hecho). Una vez que cambió la coyuntura internacional y el país comenzó a sanear
su economía, el régimen cayó solo y el retorno a la institucionalidad democrática
se impuso.13
Las circunstancias que llevaron al golpe de Estado de 1973 son bastante
complejas y múltiples. Aunque presenta características propias que lo diferencian
de los anteriores que vivió el país tiene en común con ellos que fue un “golpe
institucional”, es decir, que fue ejecutado por el propio Presidente constitucional

(13) Gerardo Caetano. “Del primer batllismo al terrismo: crisis simbólica y reconstrucción del ima-
ginario colectivo”, en Cuadernos del Claeh, Nº 49, Montevideo, 1989.
344

que en dicho acto devino en dictador. Dentro de las particularidades de la ruptura


institucional de 1973, podemos señalar el carácter “civil-militar” del régimen. El
poder fue ejercido e impuesto por los militares pero actuando en colaboración y
con el respaldo de civiles, tanto políticos como personal burocrático. Asimismo,
fue producto de un proceso gradual de crisis del sistema político, de los partidos,
de la democracia y del Estado de derecho, que se puede remontar a fines de los
años sesenta.14
Las causas de la crisis de la democracia que culminó con la instauración de
una dictadura civil-militar por doce años, son múltiples. De acuerdo con algunas
de las investigaciones académicas que se han detenido en reconocer los motivos
o “los culpables” de la caída del orden democrático, podemos distinguir diversas
interpretaciones. Por un lado están los autores que tienden a explicar la caída del
orden institucional por la debilidad del sistema político.15 Esta debilidad se habría
reflejado en la incapacidad para proponer alternativas de desarrollo que permitieran
superar el estancamiento económico que sufría el país desde mediados de los años
cincuenta; en la imposibilidad de procesar y canalizar las demandas de los distintos
grupos sociales golpeados por la crisis y en no poner trabas al aumento progresivo
de la violencia y del autoritarismo estatal. Las razones esgrimidas por estos autores
para explicar este debilitamiento son: la atomización de “los partidos tradiciona-
les” que llevó a que escasearan las mayorías parlamentarias; el desgaste de los
tradicionales mecanismos de cooptación electoral, como por ejemplo el “cliente-
lismo burocrático”, y el acentuado presidencialismo constitucional que propició el
aumento del autoritarismo. En relación al desgaste de los mecanismos políticos de
consenso, Francisco Panizza destaca que “pensiones y empleos públicos siguieron
siendo usados masivamente en la búsqueda de apoyo electoral pero su eficacia
política y su costo económico se volvió cada vez más problemático”. Para este
investigador, los costos que tenían para el presupuesto estatal estas prácticas clien-

(14) Véase Capítulo 5.


(15) Entre ellos se encuentran: Luis Costa Bonino, La crisis del sistema político uruguayo. Partidos
políticos y democracia hasta 1973, Montevideo, F.C.U., 1985; Luis Eduardo González, Estructuras
políticas y democracia en Uruguay, Montevideo, Fundación de Cultura Universitaria, 1993; Danilo
Astori, G. Caetano, J. Castagnola, et ali., El Uruguay de la dictadura (1973-1985), Montevideo,
E.B.O., 2004; Juan Rial, “Hacia al autoritarismo (1968-1973)”, en: Juan RIAL, Partidos políticos,
democracia y autoritarismo, Ciesu-E.B.O., 1984, T.I; Charles Gillespie, “Desentrañando la crisis de
la democracia uruguaya”, en Charles Gillespie, Louis Goodman, Juan Rial, Peter Winn, Uruguay y
Democracia, tomo I, Montevideo, E.B.O., 1984; Eduardo Gitli,”Las bases del deterioro institucional
1966-1973” en Eduardo Gitli, et.ali, La caída de la democracia. Las bases del deterioro institucional
1966-1973, Montevideo, E.B.O. 1987.
345

Imagen 10. Caricatura de Julio E. Suárez “Peloduro”. La fragmentación de los partidos en multipli-
cidad de sublemas se ha considerado una de las causas del debilitamiento del sistema político.

telísticas terminaron constituyéndose en una fuente de presiones inflacionarias y


de conflictos sociales que a menudo se resolvieron mediante la represión.16
Por otro lado, hay autores que prefieren atribuirle un mayor peso en el des-
enlace autoritario al paulatino ascenso de las Fuerzas Armadas. Ejemplo de ello
son los trabajos de Selva López, María del Huerto Amarillo y Gabriel Ramírez17,
aunque para dichos investigadores la responsabilidad última de tal hecho la tuvo
el poder político. Éste le fue otorgando a la institución castrense el marco jurídico
para actuar y expandirse sin trabas. De todos modos el ingreso paulatino de las
Fuerzas Armadas al ámbito político respondió también a factores externos como
la incidencia de la “doctrina de seguridad nacional” y de “seguridad continental”
motivada, en un contexto de Guerra Fría, por los Estados Unidos. Estos planteos
ya se habían comenzado a materializar en la región a partir del golpe de Estado
organizado por los militares en Brasil, en 1964. Situación regional que se agravó
cuando en 1966 se produjo el golpe en Argentina. De acuerdo con la “doctrina
de seguridad continental” estos golpes se entendían como “preventivos” frente
a situaciones nacionales que tendían a buscar una salida “progresista” a la crisis

(16) Francisco Panizza. Uruguay: batllismo y después. Pacheco, militares y tupamaros en la crisis
del Uruguay batllista, Montevideo, E.B.O., 1990.
(17) Gabriel Ramírez. El factor militar. Génesis, desarrollo y participación política, Mdeo. Arca,
1988, Vol. I y Vol. II: La cuestión militar. ¿Democracia tutelada o democracia asociativa? El caso
uruguayo, Arca, 1988; Selva López Chirico, Estado y Fuerzas Armadas en el Uruguay del siglo XX,
Montevideo, E.B.O.; María del Huerto Amarillo. “El ascenso al poder de las Fuerzas Armadas” en
Cuadernos de Paz y Justicia, Montevideo, 1986.
346

Imagen 11. Desfile militar en la


avenida 18 de Julio durante la
última dictadura. (CMDF)

estructural latinoamericana. Si tenemos presente la situación de los años treinta,


cuando en la región también se vivieron episodios de autoritarismo, parecería ser
que las dictaduras en Argentina y Brasil incidieron en la instalación de regímenes
autoritarios en el Uruguay en la década del sesenta, más aún cuando se difundía la
idea de “fronteras ideológicas” al margen de las soberanías nacionales.
Otros investigadores atribuyen a las acciones del Movimiento de Liberación
Nacional-Tupamaros (MLN-T) la responsabilidad del deterioro democrático y de
la expansión del rol institucional de los militares. Si bien para la fecha del golpe
de 1973, el MLN estaba totalmente derrotado, consideran que su acción “antisis-
témica” y sus denuncias de corrupción de la “clase política” habrían contribuido
a la deslegitimación de las instituciones democráticas. De acuerdo con Juan Rial
las acciones de los “tupamaros” causaron la caída de la democracia debido a que
la adquisición de autonomía por parte de las Fuerzas Armadas respecto al poder
político se dio por su acción contra la “subversión armada”, desacreditó a la diri-
gencia de los “partidos tradicionales” por sus denuncias de corrupción, inhabili-
tándolos como legítimos intermediarios ante la sociedad civil, y por último llevó
a la izquierda legal a asumir una posición ambigua respecto a su lealtad al sistema
democrático. Al respecto, Aldo Solari precisa que el movimiento tupamaro no fue
“la causa inmediata del golpe, cuando lo dan los militares ya habían proclamado
su victoria sobre él, pero tampoco es posible explicar la caída de la democracia
sin recordar la influencia que [tuvo] en ella.”18
Los politólogos Juan Rial y Luis Eduardo González adjudican también cier-
ta cuota de responsabilidad al Presidente, cuando afirman que el desplazamiento
de los “partidos tradicionales” por las Fuerzas Armadas se vio facilitado por un

(18) Aldo Solari, Uruguay, Partidos políticos…, op.cit., p. 231.


347

Imagen 12. Publicidad antitupamara


de noviembre de 1971. (A.P.P.-FHCE.)

Presidente que tenía una baja identificación partidaria, que estaba aislado política-
mente e ideológicamente poco democrático. Sin embargo, Juan María Bordaberry,
en general, suele ser presentado con “bajo perfil”, preso de una coyuntura deter-
minante, salvo excepciones como la de Gabriel Ramírez que lo define como “el
personaje más siniestro de la historia reciente”.19 Teniendo en cuenta su actuación
y teorización posterior, consideramos que aún está pendiente una investigación
más profunda sobre el papel jugado por el Presidente.
Las disposiciones gubernamentales adoptadas en junio de 1973 supusieron
la suspensión de las actividades de los partidos políticos, medida que fue comple-
mentada con la ilegalización y disolución de los partidos y movimientos de izquier-
da decretada en noviembre de ese año. Ante tales medidas hubo serias dificultades
para constituir un frente de fuerzas antidictatoriales, quizás producto de la obligada
clandestinidad de la acción de los partidos y organizaciones sociales, sumada a
la prisión o exilio forzado de muchos dirigentes. No obstante, a diferencia de lo

(19) Gabriel Ramírez, El factor militar. Génesis, desarrollo y participación política, Montevideo
Arca, 1988, Vol. I.
348

acontecido en la región, en Uruguay el golpe de Estado recibió en forma inmediata


una demostración de rechazo social: una huelga general nacional convocada por
la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) con ocupación de los lugares de
trabajo que se extendió por quince días en un clima de fuerte represión.
La dictadura instaurada en 1973 significó un profundo quiebre para el país
como comunidad política. El alto grado de exclusión y la magnitud de la repre-
sión y la violencia ejercidas no encuentran antecedentes en la historia política del
Uruguay del siglo XX. Muchos ciudadanos tuvieron sus derechos suspendidos,
particularmente, aquellos que habían tenido algún tipo de relación con partidos
de izquierda o participado en movilizaciones sociales durante los años previos.
Toda la población adulta fue clasificada en categorías “A”, “B” y “C” conforme
hubiese sido su actuación política o gremial previa al golpe. Se intensificaron las
destituciones de docentes y de empleados públicos, así como el número de presos
políticos y exiliados. El año siguiente a la instalación del régimen registró la tasa
de migración más alta de la historia del país.

La participación política de las mujeres


Desde los inicios del siglo XX comenzó a percibirse la inquietud de un
grupo de mujeres por denunciar y cambiar la condición de subordinación en que
vivían. Conforme a lo establecido en la Constitución de 1830 estaban excluidas
de los derechos políticos y de acuerdo al Código Civil de 1868 –inspirado en el
Código Napoleónico–, eran consideradas y tratadas como incapaces para adminis-
trar sus propiedades y elegir su residencia, e incluso en caso de adulterio podían
perder todos sus derechos. Al comenzar la centuria, entonces, se puede constatar
la presencia en Montevideo de agrupaciones femeninas en torno a dos vertientes
de acción diferentes. Por un lado, como han identificado las historiadoras Silvia
Rodríguez Villamil y Graciela Sapriza, estaban las mujeres de clase obrera, de
filiación anarquista, que cuestionaban la base de la familia burguesa y la subordi-
nación de las mujeres en el sistema patriarcal, que se organizaron tempranamente
en sociedades de resistencia.20 En la década del veinte se incorporaron a esta ten-
dencia las mujeres militantes del Partido Comunista uruguayo. Si bien las mujeres
obreras desempeñaron un rol significativo en la lucha en pro de una mayor partici-
pación femenina en los sindicatos y en la obtención de las leyes laborales, también
es cierto que en consonancia con su filosofía, consideraban que la emancipación
femenina solamente sería viable una vez superado el sistema capitalista y nunca
en el marco de éste.

(20) Silvia Rodríguez Villamil y Graciela Sapriza, Mujer, Estado y política en el Uruguay del siglo
XX, Montevideo, E.B.O., 1984.
349

La otra vertiente de la “acción femenina” nucleó a mujeres de clase media


y alta que, en su mayoría, habían completado la educación superior. En 1911, por
iniciativa de la maestra María Abella de Ramírez21, se fundó la Sección Uruguaya
de la Federación Femenina Panamericana con el objetivo de luchar por los dere-
chos civiles y políticos de las mujeres. Algunos años más tarde, en 1916 –esta vez
a instancias de Paulina Luisi– se constituyó el Consejo Nacional de Mujeres del
Uruguay. Ésta fue la primera institución significativa –en relación al número de
adherentes– en la organización del movimiento feminista uruguayo. Poco tiempo
después (1919) se formaron nuevas asociaciones como la Alianza para el Sufragio
Femenino –derivada de la Comisión del Consejo Nacional de Mujeres– y la Aso-
ciación Magisterial Pro Sufragio.
Además de la existencia de estos movimientos de mujeres en pro del voto
femenino, el legislador batllista Dr. Héctor Miranda, presentó un proyecto de ley
en 1914 que reconocía el derecho femenino al sufragio. Si bien el proyecto no
prosperó, se constituyó en el antecedente al que se remitieron los proyectos poste-
riores. Al constituirse en 1916 la Convención Nacional Constituyente, el sufragio
femenino fue nuevamente tema de debate. Para esa fecha, como ya se ha visto, se

Imagen 13. Consejo Nacional


de Mujeres en el Uruguay en
los años veinte.

(21) En 1903 María Abella había fundado en la ciudad argentina de La Plata el primer centro femi-
nista de la región. A su vez, previamente a la fundación de la Sección Uruguaya, en un congreso que
tuvo lugar en Buenos Aires en 1906, Abella había presentado los postulados principales del nuevo
movimiento. Entre los puntos más destacados se reclamaba la igualdad en la educación, la posibili-
dad de acceder a empleos públicos y a las diferentes profesiones y el derecho de cada mujer a decidir
sobre su cuerpo. También incluía aspectos referentes a la vida conyugal. En este orden encontramos
la reivindicación del divorcio absoluto, la supresión de la prisión por adulterio y la posibilidad de
poder fijar el domicilio conyugal de común acuerdo. Al igual que las mujeres obreras reclamaba igual
salario para una misma tarea. Cfr. Ofelia Machado Bonet, “Sufragistas y poetisas”, Enciclopedia
Uruguaya, Nº 38, Editores Reunidos / Arca, junio 1969.
350

había fundado el Consejo Nacional de Mujeres, que desplegó durante las sesiones
de la Constituyente, una activa campaña a favor del sufragio femenino, recogien-
do firmas, realizando asambleas y divulgando sus ideas a través de su periódico
“Acción Femenina”. Pese a estos esfuerzos, la Constitución de 1918 estableció
solamente que el reconocimiento del derecho de las mujeres al voto en materia
municipal y nacional, o en ambas podía ser instituido por una ley sancionada por
mayoría de dos tercios de los miembros de cada Cámara.22
En los primeros años de la década de 1920, distintas iniciativas políticas se
refirieron a la situación de las mujeres, por ejemplo, la nueva Carta Orgánica del
Partido Colorado y los proyectos de Baltasar Brum sobre la igualdad civil y políti-
ca de las mujeres presentados en 1921. Estos últimos fueron los aportes más signi-
ficativos en la materia, sirviendo de base a los siguientes proyectos discutidos.
En el transcurso de los años siguientes, las feministas continuaron movili-
zándose. Finalmente en 1932 fue aprobado por ambas Cámaras el proyecto presen-
tado por Cesar Batlle Pacheco y Pablo Minelli que concedía el voto a las mujeres.
¿Por qué pudo obtenerse en ese momento la mayoría parlamentaria no conseguida
años atrás? De acuerdo a Rodríguez Villamil y Sapriza, varias razones incidieron
en la sanción de esta ley; entre otras, la necesidad del batllismo de mantenerse en el
gobierno aspirando a lograr el apoyo femenino, así como las circunstancias inter-
nacionales –mayor participación de las mujeres en el “esfuerzo de guerra” durante
el primer gran conflicto bélico y desarrollo de los movimientos feministas– que
llevaron a que muchos “conservadores” comenzaran a admitir el sufragio femeni-
no como un hecho irreversible. Conjuntamente con la aprobación de la ley se pro-
movió desde la fracción colorada afín al Presidente Gabriel Terra, la conformación
de un partido feminista. Se buscaba con ello “utilizar a las masas femeninas” para
lograr su adhesión pública a los sectores golpistas23. Pero la mayor parte de las
antiguas militantes feministas, como las emblemáticas hermanas Luisi, rechazaron
tales propuestas24.
Aunque la ley se aprobó en 1932, las condiciones políticas generadas tras
el golpe de Estado del presidente Gabriel Terra llevaron a que las mujeres recién
ejercieran su derecho al voto en las elecciones de 1938. En el año 1942 por primera
vez las mujeres accedieron a cargos de representación política. En esa oportunidad
fueron electas las diputadas Julia Arévalo de Roche (Partido Comunista) y Magda-
lena Antonelli Moreno (Partido Colorado) y las senadoras Sofía Álvarez Vignoli
de Demichelli e Isabel Pinto de Vidal, ambas coloradas. Su participación en las Cá-
maras fue muy activa, presentando proyectos que abordaron distintos problemas

(22) Silvia Rodríguez Villamil y Graciela Sapriza, Mujer, Estado…, op. cit., p. 63.
(23) Ibidem, p. 66.
(24) Ver recuadro con declaraciones sobre el tema de la Dra. Paulina Luisi, en la p. 351.
351

Dra. Paulina Luisi que preocupaban a las uruguayas de


“Yo que desde 1916 he venido lu- la época. Entre sus principales logros
chando por la obtención de los derechos recordemos la presentación y aproba-
cívicos de la mujer, que soy Presidente ción en 1946 de la ley de los derechos
de la Alianza para el Sufragio Femenino civiles de la mujer, que fuera resulta-
y miembro de la Alianza Internacional,
a la cual estamos afiliadas, creo, sin
do de muchos años de trabajo, discu-
embargo, que en la situación política sión y acción propagandística de los
actual sería mejor que la mujer no vo- grupos feministas. No obstante la fe-
tase...porque por ser la primera vez que cundidad de ese período, la posterior
ha de hacerlo, cada partido le echará presencia de las mujeres en el Parla-
irremediablemente la culpa de todo lo
que vaya mal. Si las mujeres formaran mento y en el Ejecutivo ha sido muy
contingentes numerosos en los partidos escasa, no alcanzando a superar el 3%
independientes y votasen además los hasta entrados los años noventa.
grandes partidos que se abstendrán de Si bien la aprobación de la ley
hacerlo en las próximas elecciones, los
resultados obtenidos reflejarían el sen-
de los derechos civiles de la mujer pa-
tir del país y la influencia del voto fe- reció ser la culminación exitosa de lar-
menino se haría notar. Pero siendo esas gos años de movilización de las mu-
las condiciones actuales del panorama jeres uruguayas, la crisis económica y
político: votando los partidos donde los sociopolítica que golpeó al país en los
hombres hacen lo que les mandan, las
mujeres que siguen el camino de estos años sesenta convocó a muchas mu-
hombres, no serán más que ovejas del jeres a manifestarse públicamente, en
mismo rebaño y sus votos gregarios, esta oportunidad integrando muchos
como todo los demás. Por otra parte de los movimientos contestatarios de
no concibo los partidos donde se agru-
pan solamente las mujeres. Para mí la
esos años (estudiantil, obrero, etc.),
Nación es la extensión de la familia, y militando en los partidos de izquierda
no he visto ninguna familia que tenga a e incluso participando ampliamente
los hombres por un lado y a las mujeres en la guerrilla urbana. Estas expe-
por otro. Eso está bien para la figura del riencias de lucha y militancia codo
pericón, pero no en el campo político.
Por eso creo que el voto de la mujer no a codo con los compañeros varones,
tendrá ahora influencia en la política sin embargo, demostraron que faltaba
del país.” [Dra. Paulina Luisi, en Mundo recorrer un largo camino para concre-
Uruguayo, Montevideo, 17 de marzo de tar relaciones de género más iguali-
1938. Tomado de Milita Alfaro y Gerar-
do Caetano, Historia del Uruguay Con-
tarias. Interesa destacar que a raíz de
temporáneo, op. cit. p. 138.] la muerte del primer estudiante, Líber
Arce, en agosto del 1968, víctima de
la represión, se creó el “Movimiento
Femenino por la Justicia y la Paz”, cuyo principal objetivo fue protestar ante los
despliegues de violencia policial.
En los primeros años de la década del ochenta, con el renacer de la movili-
zación política partidaria y popular, en el intenso año 1984, se produjo la aparición
352

pública del movimiento de mujeres. Un ejemplo de ello fue una gran manifestación
de mujeres frenteamplistas en la semana previa a las elecciones que devolverían la
democracia. En el mismo año distintas organizaciones de mujeres que venían tra-
bajando desde tiempo atrás reclamaron su participación en la Comisión Nacional
Programática (CONAPRO). La cientista política Niki Johnson señala que “para
el movimiento de mujeres la participación en esa arena fue importante, en los dos
sentidos, en términos de romper barreras para la participación de las mujeres en
la esfera de la política formal y para volver visibles en el debate nacional los te-
mas de mujeres”.25 Asimismo, agrega que la CONAPRO fue entendida como una
instancia de discusión donde era necesario que las mujeres estuviesen presentes,
además de ser una novedosa manera de hacer una política más inclusiva.
A pesar del aumento de la participación femenina en la vida política del país
en esos años, en las elecciones de 1984 ninguna mujer fue electa parlamentaria.
De modo que pese a la importante resistencia que muchas uruguayas opusieron a
la dictadura, durante la transición democrática quedaron excluidas de los canales
tradicionales de la política. En otras palabras, los roles de liderazgo que desem-
peñaron muchas mujeres en los movimientos sociales de resistencia a la dictadura
no se tradujeron en roles similares en los partidos políticos restaurados y en las
instituciones del gobierno democrático.
Si bien en 1932 Uruguay se había convertido en uno de los primeros países de
América Latina en consagrar la igualdad política entre hombres y mujeres, teniendo
ambos desde entonces los mismos derechos a elegir y ser elegidas/os, los resultados
electorales han dejado en evidencia que la conquista del sufragio y el derecho a ser
elegidas no se tradujo en una mayor representación de las mujeres en la política ins-
titucional. El análisis de las elecciones demuestra que cuanto mayor poder implica
el cargo, menor es el acceso de las mujeres a él. De ahí que la presencia femenina
en la Cámara de Senadores fuera mínima y más aun en el Poder Ejecutivo. Diferen-
tes estudios han mostrado los costos que está teniendo esta “subrepresentación” de
las mujeres para la consolidación y fortalecimiento de la democracia uruguaya. La
socióloga Rosario Aguirre explica que “los mecanismos de subrepresentación son
múltiples y se refuerzan. Un grupo de ellos deriva de la dinámica de funcionamiento
de las organizaciones políticas y sus actores; otros mecanismos son propios de la
identidad femenina tal como se construye socialmente. Unos actúan como barreras
a la entrada, otros obstaculizan la carrera política.”26

(25) Niki Johnson, tesis doctoral (inédita), citada en Graciela Sapriza, “Dueñas de la calle” en Re-
vista Encuentros, Nº9, diciembre 2003, Montevideo, p. 115.
(26) Rosario Aguirre, “La subrepresentación de las mujeres en la política: un desafío para el siglo
XXI” en: Susana Mallo y Miguel Serna (compilador), Seducción y Desilusión: la política latinoame-
ricana contemporánea, Montevideo, E.B.O., 2001, pp. 240-252, p. 243.
353

Imagen 14. Movimiento Femenino por la Justicia y la Paz. Enero de 1969. Foto Aurelio González.

Ante esta situación, las demandas de medidas de “acción positiva” –aquellas


que buscan nuevos modelos de representación que sustituyan la idea de igualdad
formal por la igualdad de resultados– han cobrado mayor importancia en el trans-
curso de la última década. Aunque la ley establezca que “todos somos iguales” y
“tenemos los mismos derechos”, la realidad evidencia que al plantearse la partici-
pación en lugares de poder existen diferencias entre los géneros debido a factores
de orden socio cultural que se han reproducido históricamente, construyendo ca-
tegorizaciones de lo “femenino” y lo “masculino” que terminan excluyendo a las
mujeres del espacio público-político.27 Con la intención de subsanar tal situación
se plantearon diversos proyectos de ley para instaurar el sistema de cuotas, por el
cual todos los partidos políticos tendrían que asegurar a las mujeres cierto porcen-
taje en la distribución de cargos y candidaturas. La polémica en torno a la eficacia
de tal medida quedó instalada. Cabe aclarar que por tratarse de disposiciones de
carácter electoral se requiere una mayoría especial de dos tercios de votos para la

(27) Anabel Rieiro, “Parlamento y exclusión femenina”, en Revista Relaciones, Nº 247, Montevi-
deo, diciembre 2004.
354

aprobación legislativa. Hasta el momento, de los partidos con representación par-


lamentaria, el sistema de cuotificación en el Uruguay fue adoptado solamente por el
Partido Socialista desde 1991 y el Partido Demócrata Cristiano desde 1993, según
consigna Rodolfo González Rissotto.28 Por otro lado, también merecen atención las
medidas impulsadas en el marco del programa de Descentralización del Gobierno
Municipal de Montevideo a través de la Comisión de la Mujer, procurando fortalecer
la participación política de las mujeres como consejeras vecinales y edilas.
Otra iniciativa que ha contribuido a hacer visibles a las mujeres en el ámbito
político fue la formación, en 1992, luego de un largo proceso, de la Red de Mujeres
Políticas del Uruguay, integrada por representantes de todos los partidos y que vin-
cula a unas 800 mujeres de todo el país. Esta iniciativa ha permitido, por ejemplo,
la conformación de bancadas femeninas en las Juntas Departamentales a efectos de
considerar los asuntos de género desde las particularidades locales.29
Si bien en los últimos cinco años la presencia femenina en la política nacio-
nal ha cobrado mayor importancia, estamos lejos aún de una efectiva representa-
tividad. Prueba de ello es la conformación al inicio de la legislatura 2000-2005 de
la llamada “Bancada Femenina”, integrada por diputadas de los partidos Colorado,
Nacional y Encuentro Progresista-Frente Amplio. Es una coordinación transversal
dentro del Parlamento Nacional dedicada a contemplar las demandas del movi-
miento de mujeres y elaborar proyectos de ley que den respuestas a las problemáti-
cas específicas del colectivo femenino, al tiempo que habilita la inclusión de estas
cuestiones tanto en el Parlamento como a nivel del debate público.
En esta misma línea se creó la “Comisión Nacional de Seguimiento: Mujeres
por democracia, equidad y ciudadanía”, que coordina la labor de 47 organizaciones
de mujeres de todo el país. En el 2004, antes del inicio de la campaña electoral,
esta Comisión presentó su “Agenda de las Mujeres: una propuesta política” con el
objetivo de “poner en el debate público y a disposición de las distintas fuerzas po-
líticas un conjunto de propuestas que busca superar la situación de discriminación
y de injusticia existente en nuestra sociedad.”30 En la búsqueda de un sistema más
democrático parece necesario promover y facilitar a hombres y mujeres el acceso
a los ámbitos de debate público.

(28) Rodolfo González Rissotto. Mujeres y política en el Uruguay. Montevideo, Ediciones de la


Plaza, 2004.
(29) Cfr. Rosario Aguirre, “Las mujeres, los municipios y las políticas de Género”, en: Comisión
de la Mujer (Intendencia Municipal de Montevideo), Encuentro: Construyendo Políticas locales de
Género, Montevideo, julio 2000.
(30) Niki Johnson, “La política de la ausencia”. Las elecciones uruguayas (2004-2005)…, op. cit., p.
355

Algunos desafíos del sistema democrático uruguayo


La democracia es un proyecto en permanente construcción. Por ello para
su fortalecimiento se requiere examinar críticamente hasta sus pilares más bási-
cos. En el Uruguay se fue construyendo muy tempranamente, en comparación con
otros estados latinoamericanos, una cultura política centrada en la valoración de la
igualdad formal y de los efectos positivos de los mecanismos de movilidad social.
Esta construcción democrática ha sido vivida por la sociedad uruguaya como un
elemento constitutivo y de diferenciación. Sin embargo, este orgullo por su evolu-
ción no debe obstaculizar la mirada crítica que permita dar cuenta de las dificulta-
des y desafíos actuales que experimenta el proyecto democrático.
Desde visiones bastante menos conformistas, se han formulado algunos
cuestionamientos al actual sistema democrático uruguayo. Se ha señalado, por
ejemplo, que la confianza generalizada en la representatividad del sistema actual
de elecciones debe favorecer la discusión sobre cómo se efectiviza esa representa-
ción. Ejemplo de ello es que en Uruguay las mujeres, que son el 52% del electora-
do, ocupan menos del 11% de las bancas parlamentarias. Conforme con los plan-
teos de Niki Johnson, “si la consolidación de la democracia implica esforzarse
constantemente por alcanzar determinados ideales, entre los que está la igualdad
política, es razonable que lleve a reformar los mecanismos procedimentales exis-
tentes o adoptar nuevos para contrarrestar la desventaja en la cual se encuentran
ciertos grupos sociales históricamente subordinados o marginados.”31 Pensemos
también, por ejemplo, en la escasa representación que han tenido (y tienen) los
trabajadores, los jóvenes o diversos grupos étnicos y sociales. Ello no supone
“cuotificaciones” o la ambientación de los corporativismos, sino la promoción de
políticas que reconozcan e incorporen esa diversidad.
Por otra parte, como se analiza en otros pasajes de esta misma obra, en las
últimas décadas la sociedad uruguaya ha comenzado a experimentar un crecimien-
to sostenido de sus niveles de pobreza, que se ha acelerado en los últimos años.
Las cifras al respecto son lo suficientemente ilustrativas y alarmantes: según datos
del Instituto Nacional de Estadística, en el año 2003 un 33,6% de las personas re-
sidentes en las localidades urbanas vivía bajo la línea de pobreza. Los principales
afectados eran los niños y los adolescentes; según esos datos más del 50% de los
menores de 18 años eran pobres. Esta terrible “infantilización” de la pobreza e
indigencia y el incremento paralelo de la desigualdad en la distribución de los
ingresos, interpela inevitablemente a cualquier sociedad democrática. De ahí que
esté en el debate público cuáles pueden ser las estrategias más adecuadas para

(31) Niki Johnson, “La política de la ausencia”. Las elecciones uruguayas (2004-2005)…, op. cit.,
p. 170.
356

frenar y contrarrestar esta tendencia al empobrecimiento generalizado, en tanto,


como plantea Gerardo Caetano, se pueden consolidar a corto plazo “los perfiles de
una sociedad uruguaya dualizada o fracturada”.32
Otro aspecto que estaría afectando al actual sistema democrático uruguayo
es cierta “reacción antipolítica” por parte de varios sectores de la sociedad. Esta
actitud se hizo particularmente notoria a raíz de la profunda crisis económica del
2002, en tanto la responsabilidad de la crisis y del impacto que esta generó en la ca-
lidad de vida de la mayoría de los uruguayos cayó sobre “la clase política”. Al res-
pecto, algunos analistas políticos reconocen una persistente y tradicional adhesión
ideológica de la ciudadanía uruguaya a los valores de la democracia representativa,
pero destacan una evaluación crecientemente crítica respecto al funcionamiento
general de sus instituciones.

Para saber más


AGUIRRE, Rosario. “La subrepresentación de las mujeres en la política: un desafío
para el siglo XXI”, en Susana Mallo y Miguel Serna (compiladores), Seducción y
Desilusión: la política latinoamericana contemporánea. Montevideo, Ediciones de
la Banda Oriental, 2001, pp. 240-252.
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GONZÁLEZ, Luis Eduardo. Estructuras políticas y democracia en Uruguay. Montevideo,
Fundación de Cultura Universitaria, 1993.
GONZÁLEZ RISSOTTO, Rodolfo. Mujeres y política en el Uruguay. Montevideo, Edi-
ciones de la Plaza, 2004.

(32) Gerardo Caetano, “Introducción general. Marco histórico y cambio político en dos décadas
de democracia. De la transición democrática al gobierno de la izquierda (1985-2005)”, en Gerardo
Caetano (dir.) 20 años de democracia..., op. cit..
357

JOHNSON, Niki. “La política de la ausencia”. Las elecciones uruguayas (2004-2005).


Las mujeres y la equidad de género. Montevideo, Comisión Nacional de Segui-
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ZUBILLAGA, Carlos. “El difícil camino de la participación política. Población, ciudadanía
y electorado (1898-1918)”, en DEVOTO, Fernando y FERRARI, Marcela (compi-
ladores). La construcción de las democracias rioplatenses: proyectos instituciona-
les y prácticas políticas, 1900-1930. Buenos Aires, Biblos, 1994, pp. 31-68.
359

Capítulo 10

Identidades uruguayas: del mito de la sociedad


homogénea al reconocimiento de la pluralidad
Ariadna Islas y Ana Frega
En afectuosa memoria de
Hugo R. Islas (1948-2006)

Resumen
Las reflexiones en torno a la identidad de los uruguayos acompañaron las discu-
siones sobre la inserción del país en la región y en el mundo, su viabilidad como tal, la
búsqueda de respuestas ante las crisis económicas y sociales que atravesaron la historia
del siglo y la emergencia de nuevos proyectos políticos. En otras palabras, los atributos
y contenidos de “la” o “las” identidades encuentran explicación en los procesos histó-
ricos, suponen la interacción entre distintos grupos sociales e implican el estudio de las
formas de apropiación, intercambio e “hibridación” de bienes y usos culturales.
El proceso de construcción de “una” identidad en las primeras décadas del siglo
XX incluyó la formulación e imposición de una imagen que presentaba a los uruguayos
formando parte de una sociedad igualitaria y homogénea, con origen y hábitos “euro-
peos”. A inicios del siglo XXI, la crisis económico-social, la “diáspora” de los urugua-
yos, y el afloramiento de diversos grupos y organizaciones sociales que reivindican su
“visibilidad”, han generado cambios de diverso signo en los contenidos identitarios.
Mientras parece difícil sostener la visión del Uruguay como “la Suiza de América”,
es interesante estudiar los procesos de afirmación y reelaboración de los contenidos e
imágenes de la identidad de los uruguayos “de afuera” y “de adentro”, de “la capital” y
del “interior”, de los “jóvenes” y los “adultos”, así como la de otros colectivos, como los
afrodescendientes o descendientes de grupos indígenas, entre otros.
En los últimos años se ha generado un espacio de discusión a propósito de la
especificidad y del carácter multiétnico y multicultural de la sociedad uruguaya. En
este sentido, ha sido relevante la renovación en las interpretaciones y los conocimientos
históricos, antropológicos y sociolingüísticos sobre el pasado de la región. En particu-
lar, las investigaciones en torno a las variadas expresiones de la cultura uruguaya –la
“música popular”, el folklore, el candombe, el carnaval y la murga, así como la litera-
tura y otras expresiones artísticas– aportan nuevas herramientas para la comprensión de
manifestaciones concretas de identidad urbana y rural, que incorporan distintas “formas
de” y “motivos para” pertenecer a una comunidad de los uruguayos, dentro y allende
fronteras. Uno de los desafíos planteados supone, precisamente, la construcción de una
identidad que reconozca la heterogeneidad cultural y, a la vez, constituya un lazo de
unión a partir del reconocimiento de ciertos valores colectivos basados en la solidaridad
y la defensa de los derechos individuales y colectivos de la población.
360

Modelos iniciales de identidad uruguaya:


entre nativismo y cosmopolitismo
En las tres primeras décadas del siglo XX, la consolidación del estado repu-
blicano incluyó entre sus objetivos políticos la formación de la ciudadanía según
un modelo único que pretendía incluir al conjunto de los sectores de la sociedad.
Se buscaba comprometer a los habitantes –ya fueran nacidos dentro o fuera del
país, de los sectores más pobres del medio rural y urbano hasta la elite ganade-
ra e industrial consolidada o emergente– en un proyecto de modernización del
Uruguay que pretendía trascender el modelo agroexportador para su desarrollo e
inserción internacional. Al mismo tiempo, se esperaba ese consenso para sostener
el sistema político y erradicar la amenaza de la guerra civil. Se confiaba para ello
en la afirmación de una república con voto universal masculino y representación
proporcional de los partidos en los organismos de gobierno y la administración. El
terreno para esa convocatoria era fértil dado que un importante número de los ha-
bitantes del Uruguay había nacido fuera de fronteras, y había emigrado de su lugar
de origen con la perspectiva de mejorar su condición económica y social. Según
los historiadores José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, la concepción reformista
de la nacionalidad “consistía en la identificación del país con ideales que lo tras-
cendían: la democracia política, la soberanía económica, conceptos universales y
no limitados a las fronteras geográficas de ningún país.”
Esta convocatoria “cosmopolita”, sin embargo, tuvo su contracara en un
persistente “nativismo”. La composición de la población del Uruguay del Nove-
cientos había planteado la discusión en torno a la “verdadera” identidad de los
“orientales”, marcando también una distinción con el uso del término “urugua-
yos”. Los conflictos generados por la presencia de los inmigrantes que competían
exitosamente en distintas actividades empresariales, y con ello, en la obtención
de lugares de privilegio en la sociedad, crearon en las “clases propietarias” la ne-
cesidad de definir una identidad nacional “auténtica” que identificara a los “crio-
llos”, sus costumbres y sus valores “típicos”. Este modelo implicaba una cierta

(1) Este apartado se ha elaborado principalmente sobre la base de: José Pedro Barrán y Benja-
mín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio británico, Tomo II, Un diálogo difícil, 1903-1910
(Montevideo, E.B.O., 1981, pp. 51-74) y Tomo IV, Las primeras reformas, 1911-1913 (Montevideo,
E.B.O., 1983), Carlos Real de Azúa, Los orígenes de la nacionalidad uruguaya (Montevideo, Arca
/Nuevo Mundo, 1990), Hugo Achugar y Gerardo Caetano, compiladores, Identidad uruguaya: ¿Mito,
crisis o afirmación? (Montevideo, Trilce, 1992), Gerardo Caetano, director, Los uruguayos del Centena-
rio. Nación, ciudadanía, religión y educación, 1910-1930 (Montevideo, Taurus, 2000) y Carlos Demasi,
La lucha por el pasado. Historia y nación en Uruguay, 1920-1930 (Montevideo, Trilce, 2004).
(2) José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio Británico, Tomo 6,
Crisis y radicalización, 1913-1916, Montevideo, E.B.O., 1985, p. 231.
361

xenofobia. Atribuía las condiciones de miseria de los “hombres de campo” a la


competencia de los extranjeros en los puestos de trabajo y a la importación de cos-
tumbres e ideas que se alejaban de los valores tradicionales e implicaban su deca-
dencia y abandono. Este discurso procuraba limar el conflicto social generado por
la consolidación de la propiedad privada de tierras y ganados, el alambramiento
de los campos y sus consecuencias sociales, tales como el desempleo en el medio
rural, la emigración hacia la periferia de las ciudades del interior y la capital, o la
formación de los llamados “pueblos de ratas”. Este nativismo se caracterizó por
la utilización de modelos poéticos y musicales populares de la campaña oriental y
rioplatense, que presentaban idealizadamente al gaucho aceptando heroicamente
un destino trágico que lo conducía a la marginación y tuvo como objetivo generar
una ideología que operara como “cemento social”. El origen del conflicto referido
no se veía entre grupos con intereses opuestos dentro de una misma “nación”, sino
entre “nacionales” e “inmigrantes”. Con ello se pretendía consolidar la jerarquía
social propia del Uruguay agroexportador. Sin embargo, el “criollismo” no pudo
separarse de su condición rioplatense ni tampoco pudo ocultar del todo la visión
del gaucho como un rebelde, aspecto éste que implicaba un cierto “riesgo” para el
orden que se procuraba establecer.
La estructuración de políticas públicas –como la creciente escolarización de
la población– y el proceso de secularización, brindaron el soporte para la transmi-
sión de un conjunto de conocimientos a propósito del país, que habrían de trans-
formarse en un relato “fundante” del estado-nación. La Historia y la Geografía
“nacionales” contribuyeron especialmente a este objetivo. La primera, al construir
una gesta fundacional, “olvidaba” tanto los lazos del país con la región como el
componente de violencia étnica y civil que había caracterizado la formación del
Uruguay. Asimismo, la poesía y la narrativa épica y criollista difundieron una vi-
sión idealizada del gaucho y del indígena, que completó con el mito los temas
que la Historia contada a todos en la escuela propuso olvidar. Entre tales temas
“olvidados” pueden citarse las políticas de exterminio dirigidas contra la población
indígena, el mantenimiento de formas de esclavitud hasta avanzado el siglo XIX
o los episodios más cruentos de violencia política y social. Este conocimiento se
reservaba a los estudiantes más avanzados, o al relato oral de la tradición familiar,
que aislaba y acotaba su memoria a los protagonistas y sus descendientes más
inmediatos. La Geografía, al destacar la singularidad del Uruguay en la región y
compararlo con “pequeños” países desarrollados de Europa, contribuía a cimentar
la “excepcionalidad” del país. Tampoco escaparon a la construcción de este relato
unificador la lucha por la defensa de las fronteras que inspiró la enseñanza del
español como el idioma nacional, ni la aritmética, en la que las situaciones proble-
máticas reflejaban asuntos de la vida cotidiana, con la intención de interiorizar un
362

mensaje moral “edificante”, que trasmi-


tiera valores como la honestidad, la hu-
mildad, el honor personal o la modestia.
Acontecimientos de orden político
y conmemorativo fueron aprovechados
para incorporar a la conciencia pública
la construcción del paradigma de identi-
dad nacional más perdurable hasta el mo-
mento. Pueden destacarse como tales, el
establecimiento de la paz tras el final de
las guerras civiles en 1904, la conmemo-
ración del centenario de la independencia
en 1925 y de la primera Constitución de
la República en 1930, así como en 1950, Imagen 1. La “grandeza” del Uruguay.
en el centenario de su muerte, el home-
naje a José Artigas, considerado héroe nacional y prócer de la independencia. Estas
últimas fechas coinciden con las victorias de la selección uruguaya de fútbol en los
campeonatos mundiales. Para 1930 se construyó el estadio “Centenario”, entre otros
monumentos que adornaron la ciudad. En 1950, la trasmisión por radio del último par-
tido del campeonato mundial realizado en el estadio de Maracaná, en Río de Janeiro,
mostró el valor de ese medio masivo de comunicación, y su capacidad de generar o
consolidar motivos de identidad.
Sin embargo, encontrar una versión para el relato histórico de la formación
de la nación no escapó a la polémica. La inminente conmemoración del centenario
de la independencia del país y la dificultad para establecer la fecha adecuada para
la celebración de los festejos, generaron una discusión parlamentaria y acalorados
debates, estudiados in extenso por numerosos historiadores. La controversia en-
frentó, por un lado, a aquellos que vieron en el 25 de agosto de 1825 la expresión
de la voluntad de independencia al declarar rotos los vínculos con el imperio del
Brasil e interpretaron la unión a las Provincias Unidas del Río de la Plata como una
alianza de circunstancias. En la otra posición se ubicaron los que sostuvieron que
esa unión había significado la incorporación a otro Estado, y que el verdadero mo-
mento en que la independencia del país pudo apreciarse genuinamente, coincidió
con la jura de su primera Constitución el 18 de julio de 1830. Se acentuaban de
esta forma los momentos en que había sido expresa la voluntad de los orientales,
y se soslayaba el carácter definitorio de la Convención Preliminar de Paz (rati-
ficada el 4 de octubre de 1828) en la creación del “Estado de Montevideo”, por
la injerencia que Brasil, las Provincias Unidas y Gran Bretaña habían tenido en
su celebración. Las disputas referían tanto al papel que correspondió a los cau-
dillos históricos de los partidos Nacional y Colorado en dicho proceso, como a
363

la necesidad de afirmar la posición del


Uruguay entre sus dos grandes veci- Una visión “for export” del
nos. No es del caso aquí analizar los Uruguay en su primer Centenario
argumentos y presupuestos de cada
“Es el Uruguay el más pequeño de
postura, sino ejemplificar hasta qué los países sudamericanos, [...] 15 veces
punto –como ha escrito el historiador menor que la [superficie] de Argenti-
británico Eric Hobsbawm– “las na- na y 45 veces menor que la del Brasil.
ciones no construyen estados y nacio- Comparando su área con la de algunos
países europeos, tenemos que es más
nalismos, sino que ocurre al revés”.
grande que Suiza, Dinamarca, Bélgica,
Ahora bien, cabría resumir en- Holanda, Luxemburgo y Albania reuni-
tonces las características de esa “iden- dos.” [...]
tidad nacional uruguaya” que, como ha “El Uruguay es el único país de
señalado el historiador Gerardo Cae- América que no tiene población indíge-
na, siendo casi todos sus habitantes de
tano, se “sintetizó” en el Centenario. raza blanca. No se le presentan, pues,
Se trata de la construcción típica de los inquietantes problemas del indio o
un concepto de ciudadanía homogénea del negro, que tanto preocupan a la ge-
basada en dos fundamentos principa- neralidad de las naciones americanas.”
les: uno, el de su conformación como
[Celedonio Nin y Silva, La República
un conjunto de ciudadanos iguales Oriental del Uruguay en su primer cen-
ante la ley, en forma independiente a tenario, 1830-1930. Montevideo, Sure-
que hubieran nacido en este país o que da, 1930, pp. 8 y 10. Primer premio de
lo hubieran elegido como patria de un concurso convocado por la Direc-
ción de Comercio Exterior del Ministe-
adopción y, en segundo lugar, el de la rio de Relaciones Exteriores con “fines
“excepcionalidad” no solo de las con- de propaganda en el extranjero”.]
diciones paisajísticas y geográficas del
Uruguay, sino también de sus aspectos
sociales, políticos y culturales.
La “homogeneidad” de la ciudadanía pregonada por este modelo de iden-
tidad podía percibirse, desde el punto de vista racial, en la reivindicación por sus
cultores, del origen “europeo” de sus componentes. Este concepto se basaba en
la consideración de la propia formación de la sociedad “criolla” colonial españo-
la, así como en el lugar de origen de la mayor parte de la población inmigrante.
También se reforzaba en la afirmación de la “extinción” temprana de la población
indígena, y en el “exiguo” número de “elementos” de otras “razas”, de acuerdo con
la terminología frecuente en la época.

(3) Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, 1991, p. 18.
(4) Gerardo Caetano, “Identidad nacional e imaginario colectivo en el Uruguay. La síntesis perdu-
rable del Centenario”, en Hugo Achugar y Gerardo Caetano (compiladores), Identidad uruguaya...,
op. cit., pp. 75-96.
364

La igualdad entre los ciudadanos que postulaba esta concepción de la iden-


tidad nacional era presentada como inherente a un determinado proyecto político.
Este incorporaba en sus términos el compromiso con la democracia y la república
como formas políticas a defender, el respeto a la libertad de opinión y creencias,
así como la convivencia social como la norma que permitía la resolución de los
conflictos sociales de la nación. Todos estos son principios universales que este
modelo integraba como distintivos y asumía como propios e intrínsecos del país.
De esta forma, varios historiadores han hablado de una identidad “cosmopolita”,
en el sentido que podía “sentirse” uruguayo aquel habitante que compartiera estos
principios políticos, no encontrándose razones para que su lugar de nacimiento
estableciera diferencias. Algunos autores han justificado sociológicamente esta
concepción, sosteniendo la tesis de que esa construcción identitaria era funcional a
una sociedad “hiperintegrada” y estable políticamente, basada en la colaboración
entre los dos “partidos tradicionales”.
Sin embargo, los conflictos no estuvieron ausentes durante este período.
Fuertes confrontaciones de ideas y su expresión en la movilización social acom-
pañaron la reivindicación de la disminución de la jornada laboral, las mejoras en
las condiciones de trabajo en la actividad empresarial rural y urbana, la aprobación
de una legislación que amparara los derechos de los trabajadores en actividad y en
retiro, la formación de los primeros sindicatos, por citar sólo algunos ejemplos.
Estos conflictos fueron resueltos a través de la legislación –de acuerdo, pues, con
el modelo de identidad promocionado por el Estado– y eventualmente reprimidos
de una forma más o menos autoritaria, según las circunstancias y la coyuntura
en que se produjeron, poniendo de manifiesto los límites de tal modelo. Ese fue
el caso a comienzos de la década de 1930, cuando la disconformidad de los gru-
pos empresariales reunidos en el Comité de Vigilancia Económica y otras fuerzas
conservadoras, ante lo que consideraban un “desborde” de las demandas de otros
sectores de la sociedad, estuvo en la base de la imposición de una dictadura en
1933. En ese momento se manifestaron ciertos brotes de xenofobia y una acen-
tuación de la tendencia “nativista” en la apreciación de una “verdadera” identidad
oriental. A partir de los años cincuenta, la percepción pública de las huelgas y otro
tipo de movilizaciones sociales se operó muchas veces en el marco de la “Guerra

(5) Véase, por ejemplo, Germán W. Rama, La democracia en el Uruguay (Montevideo, Arca,
1989) y Gerardo Caetano, “Lo privado desde lo público. Ciudadanía, nación y vida privada en el
Centenario”, en José Pedro Barrán, Gerardo Caetano y Teresa Porzecanski (directores), Historias de
la vida privada en el Uruguay, Tomo III, Montevideo, Taurus, 1998, pp. 17-61.
(6) Véase Gerardo Caetano y Raúl Jacob, El nacimiento del terrismo, Tomo III, El golpe de estado
(Montevideo, E.B.O., 1991, pp. 155-159) y Esther Ruiz, Escuela y dictadura, 1933-1938 (Montevi-
deo, FHCE, 1998, pp. 113-136).
365

Fría”, que propició un acentuado anticomunismo, el que frecuentemente se gene-


ralizaba y dirigía la mira al conjunto de los sectores de “izquierda”. La aparición
de la Liga Federal de Acción Ruralista y el creciente liderazgo de Benito Nardone,
dieron nueva forma a la convocatoria “nativista” frente al “cosmopolitismo” de
las ciudades. Desde las páginas de “Diario Rural”, vocero de este movimiento, se
otorgaba al “campo” la cualidad de ser un “ambiente sano, incontaminado de los
vicios políticos y sociales que carcomen la nacionalidad y atentan contra nuestro
sagrado patrimonio”.

La síntesis de “lo uruguayo”


No es prescriptivo que el “sentimiento nacional”, de existir, se sobreponga
a otras identidades de los individuos y los grupos, sino que, por el contrario, se
combina siempre con identificaciones de otro tipo. Sin embargo es cierto –como
sostiene Hobsbawm– que establece o simboliza cohesión social o pertenencia al
grupo y contribuye a la socialización en tanto favorece el arraigo de creencias o
sistemas de valores que inciden en el comportamiento. En este sentido, entonces,
parece válido detenernos en un somero “inventario” de ciertos motivos de identi-
dad para los uruguayos.
A pesar de que en un principio el modelo de identidad “cosmopolita” y el
“nativismo criollo” parecieron ser excluyentes uno del otro, ambos patrones de
integración a la ciudadanía en el estado republicano pudieron conciliarse y con-
tribuir finalmente a la percepción de una “ciudadanía homogénea”. Esta síntesis,
con sus entonaciones urbanas y rurales, sobrevivió como forma ideológica para
amplios sectores sociales, tanto entre los que apoyaron la dictadura de Gabriel
Terra como en aquellos que la resistieron, y posteriormente, en la salida política
hacia la restitución del estado de derecho. Este modelo parece haber unido su
supervivencia a la capacidad del sistema político para asumir su gestión de go-
bierno en su carácter de “benefactor”, sobre todo en beneficio de la empresa rural
y del sector industrial, cuyos excedentes de exportación permitieron una cierta
redistribución del ingreso.
Pero la identidad de los distintos grupos que constituyen una “nación” no
se construye solamente por las políticas estatales. La migración interna y el con-
tacto con los inmigrantes en las capitales rioplatenses produjeron motivos popu-
lares de identidad que se propagaron más o menos rápidamente entre distintos

(7) “Diario Rural”, 2 de junio de 1945, citado en Raúl Jacob, Benito Nardone, El ruralismo hacia
el poder (1945-1958), Montevideo, E.B.O., 1981, pp. 56-57.
(8) Eric Hobsbawm, “Introducción”, en E. Hobsbawm y Terence Ranger (editores), La invención
de la tradición, Barcelona, Crítica, 2002, p. 16.
366

sectores sociales. La difusión de ciertas costumbres alimentarias y ciertas formas


culinarias “tradicionales”, como el “mate”, el “asado”, la “tortilla a la española”,
el “puchero” y el “dulce de leche” entre los sectores populares inmigrantes y nati-
vos, así como su adopción por parte de las elites inmigrantes como una forma de
“adaptación” y de legitimación de sí mismas en la “patria de adopción”, resultó un
adecuado complemento a la construcción de una identidad nacional unívoca. Claro
que ello salía del diálogo entre la ciudad y el campo en las “orillas” de la ciudad,
donde se asentaban los trabajadores y también los protagonistas de la “mala vida”:
prostitutas, ladrones, “malevos”, “compadritos”...
La cultura del tango, por ejemplo, resulta de una mezcla de tradiciones en la
que confluyen su origen en los ritmos africanos, las variaciones por la mezcla con
otros ritmos americanos y la presencia en sus letras de los tipos sociales “orille-
ros”. La figura de Carlos Gardel, que difundió el tango canción, puede considerar-
se como el ejemplo paradigmático del momento en que esta música –y unas letras

Imagen 2. 1918. Café y confitería La Giralda, sita en Montevideo en 18 de Julio y Andes. Un año
antes, el 19 de abril de 1917, el cuarteto Firpo estrenó allí el tango “La Cumparsita”, compuesto por
el estudiante de arquitectura Gerardo H. Matos Rodríguez, uruguayo. Como tango-danza, e incluso
por su tema original, parece sintetizar un símbolo montevideano difundido en el mundo. Por Ley de
2 de enero de 1998 la música de “La Cumparsita” fue declarada “Himno Cultural y Popular de la
República Oriental del Uruguay”. Foto: FHM / CMDF.
367

que abandonan progresivamente el lunfardo y tienden a referir sentimientos “uni-


versales”– se vuelve un motivo de identidad para un conjunto social muy amplio.
Por otra parte, la aceptación del estereotipo de la “indumentaria gaucha” como la
vestimenta típica del país contribuyó al mismo objetivo, aun cuando olvidara la
pobreza de su origen y se engalanara con lujosos ornamentos.

Imagen 3. Carlos Gardel. “El Gaucho”.

Carlos Gardel expresó esa relación en-


tre el campo y la ciudad que se daba en
las “orillas”.

Imagen 4. Carlos Gardel. Foto: José M.


Silva.

De esta forma, “ciudad y campo” se volvieron aspectos complementarios


del modelo, apreciable en formas de expresión diversas. Así, en la música, el tango
y el “folklore” pudieron coexistir como sus componentes fundamentales. Resulta
interesante mencionar la celebración del “pericón” como baile nacional y su inclu-
sión obligada en los programas de las fiestas escolares. Esta danza rural, entonces,

(9) Véase por ejemplo las obras de Daniel Vidart, El tango y su mundo (Montevideo, E.B.O., 2007) y
La trama de la identidad nacional, Volumen 1, Indios, negros, gauchos; Volumen 2, El diálogo ciudad-
campo; Volumen 3, El espíritu criollo (Montevideo, E.B.O., 1998-2000).
368

fue elevada a la calidad de representante de la nación en un país que mostraba una


creciente urbanización, y en momentos en que no era ya un baile “vivo”.

Imagen 5. Pedro Figari (1861-1938). Pe-


ricón en el patio de la estancia. Su obra
pictórica corresponde principalmente a
las décadas de 1920 y 1930.

“Ciudad y campo” también resultan representados en las colecciones de los


museos, aunque en la mayoría de los casos estas refieran al uso lujoso de la indu-
mentaria y el utillaje doméstico bajo la forma de la “platería criolla” o la magni-
ficencia de los ajuares de casas de comerciantes y personajes políticos, o en las
viviendas que son escogidas como sedes, con muy escasas excepciones. También
el campo “viene” a la ciudad en ocasiones especiales en que muestra su contribu-
ción al país y al “ser nacional”, en las exposiciones de la Asociación Rural y en la
“semana criolla”, una de las versiones laicas coincidentes con la celebración de la
Semana Santa cristiana.
Las arquitectas Susana Ántola y Cecilia Ponte han estudiado cómo, en torno
al Centenario, los tipos sociales constitutivos del modelo de identidad uruguaya
tuvieron presencia pública a través de la estatuaria. La Comisión que organizó los
festejos donó al Municipio de Montevideo algunos monumentos, “obras de escul-
tores uruguayos, simbolizando factores contribuyentes a la formación de nuestra
nacionalidad”, tal como informaba el diario “El Día” en 1933.10 En la escultu-
ra fueron representados “El Inmigrante”, “El estibador”, “El obrero urbano”, “El
aguatero”, “La maestra” y “El labrador”. Junto a ellos debemos mencionar tam-
bién el monumento al “Gaucho”, los conjuntos escultóricos “La Carreta” y “La
Diligencia” y el monumento a “Los últimos charrúas”, inaugurado en 1938. En
una expresión también del lugar que debían ocupar en el recuerdo, el monumento
dedicado a los charrúas deja consignado que se trata de “los últimos”. Asimismo,
la leyenda en el basamento de “El aguatero” decía “Homenaje a la Raza Negra”,

(10) Citado en Susana Ántola y Cecilia Ponte, “La nación en bronce, mármol y hormigón armado”,
en Gerardo Caetano (director), Los uruguayos del Centenario..., op. cit., pp. 219-243.
369

Imagen 6. “El Aguatero”, de José Belloni. En la


denominación tradicional de la escultura se ocul-
tó el detalle enojoso de que los esclavos recogían
las aguas servidas de las casas para su disposición
final en las afueras de la ciudad.

presentando como “natural” o “corriente” el desempeño de trabajos no calificados


por parte de ese grupo étnico social.
La obra literaria de Juan Zorrilla de San Martín, en particular Tabaré, La le-
yenda patria y La epopeya de Artigas, resulta emblemática del relato fundante de
la nación. Por su parte, la obra escultórica y pictórica de su hijo, José Luis Zorri-
lla de San Martín, expresada en el monumento al “Gaucho” (cuya leyenda indica
“Al primer elemento de trabajo e independencia nacional”) o en el “Obelisco de los
Constituyentes”, entre otros ejemplos, refleja su correlato. La elección del proyecto
del escultor italiano Zanelli para el monumento a José Artigas en la Plaza Indepen-
dencia, es otro ejemplo de la coexistencia de “nativismo” y “cosmopolitismo” como
componentes conciliables de este modelo inicial de una identidad uruguaya homogé-
nea. Juan Zorrilla de San Martín, integrante del jurado, fue muy claro al explicar el
fallo: podía no ser un retrato fiel de Artigas, pero expresaba de manera comprensible
para todos, el “espíritu del héroe Oriental” y era un “monumento que dentro y fuera
del país” hablaría “en lengua universal, de nuestras glorias.”11

(11) Citado en Ana Frega, “La construcción monumental de un héroe”, en Humanas, vol. 18, Nº 1-2,
Porto Alegre, Instituto de Filosofia e Ciências Humanas, UFRGS, enero-diciembre 1995, pp.121-149.
370

Imagen 7. “Los últimos charrúas”, de Edmundo Prati, Gervasio Furest Muñoz y Enrique Lussich.
Representa de izquierda a derecha, a Senaqué, Vaimaca Perú, Guyunusa, con su hija nacida en Fran-
cia en brazos y Tacuabé.

Debe hacerse notar que muchos elementos de esta identidad “nativa” tienen
un carácter regional, con variaciones locales que vinculan la modalidad “uruguaya”
con las formas “argentinas”, “paraguayas” o “riograndenses” de preparar “mate” o
chimarrão, o cantar y bailar zamba, milonga o chamarrita. El estudio de estas ma-
nifestaciones culturales ha demostrado las dificultades para establecer una identidad
estrictamente nacional sobre esta base. Abonan este hecho las discusiones sobre el
origen montevideano del tango –que los bonaerenses reclaman como propio–, sobre
la nacionalidad de Gardel, o sobre la filiación real del “asado” o el “dulce de leche”,
entre otras. Las expresiones culturales y sociales vinculadas con el Carnaval quizás
refieran una forma local más acentuada –con la murga y las “llamadas”, oficializadas
por la Intendencia Municipal de Montevideo a mediados de la década de 1950–, pero
en cuanto manifestación de una fiesta popular con variaciones regionales, tampoco
puede ser concebida desde una perspectiva exclusivamente nacional.
Por otra parte, la exclusión de las manifestaciones culturales de los afrodescen-
dientes como componentes de ese modelo de identidad única es notoria. El modelo
371

“olvidó” ese origen para el tango o las “Como el Uruguay no hay”


referencias a otras danzas, aun cuando “Es el nuestro un pequeño gran
estudios como el de Vicente Rossi fue- país. Si alguna vez se le pudo llamar
ron editados en los años veinte.12 De he- con verdad laboratorio de experimen-
cho, consideró el “candombe” como la tación del derecho laboral, hoy se le
puede calificar, con igual razón de pe-
expresión de un grupo étnico minoritario queño oasis de paz, libertad y justicia
y restringido al ambiente urbano, y por en un mundo perturbado por trágicas
lo tanto, representativo de una pequeña realidades o comprometedoras pers-
parte y no de la identidad nacional en su pectivas.” […]
“Tengamos clara conciencia de que
conjunto. Sin embargo, desde entonces
el Uruguay es un país de excepción”.
habían comenzado a publicarse estudios
que revisaron el tema de la esclavitud en [Luis Batlle Berres. Diario “Acción”,
la formación histórica del Uruguay, así Nº 1, editorial.]
como la participación de la “negritud”
en la producción cultural del país.
La intención de descubrir la excepcionalidad del país se vio reflejada en esta
construcción estereotipada de su realidad social y cultural, pero también en la des-
cripción de sus aspectos geográficos y paisajísticos. Ésta refiere las bondades de
un clima “templado”, la “suavidad” del relieve –la “penillanura”– cuya caracteri-
zación “olvida” en los textos escolares sus vínculos con la “pampa” y la región se-
rrana del derrame basáltico, en fin, la “belleza” de una costa que reúne las mejores
playas para el esparcimiento y los mejores puertos para el desarrollo económico.
Sobre el precepto de esta excepcionalidad social y geográfica el país tendió
a aislarse y desvincularse del resto de América. Lejos de los problemas raciales y
sociales que enfrentaban los países más poblados, aquellos en donde existían ma-
yorías indígenas, o grandes diferencias sociales, el Uruguay resultaba ser, según la
expresión corriente, “la Suiza de América”. Podía entrar en una identidad america-
na sólo a través del “arielismo” expresado por José Enrique Rodó, que reivindicaba
la cultura y el espiritualismo iberoamericano frente al utilitarismo sajón, en clave
conservadora y elitista.13 También podía hacerlo en clave “panamericana”, a través

(12) Vicente Rossi, Cosas de negros. Los orígenes del tango y otros aportes al folklore rioplatense.
Rectificaciones históricas, Córdoba, Imprenta Argentina, 1926.
(13) Esta interpretación de la identidad americana vinculada a la espiritualidad y armonía de la
cultura clásica griega y latina como integrantes de la herencia española, al valor de la ciencia pura y
a la democracia calificada como sus componentes esenciales, fue expresada por José Enrique Rodó
en su obra Ariel (Montevideo, Dornaleche y Reyes, 1900). Ariel, como figura simbólica –genio del
aire en La tempestad de William Shakespeare– representa “el imperio de la razón y el sentimiento”,
“la espiritualidad de la cultura”, “el término ideal de la selección humana”, en fin, la esperanza de
que los tiempos reservaran para la América hispana ese triunfo de la civilización en oposición a la
“sensualidad” y el utilitarismo sin ideales.
372

de los pactos de defensa hemisférica –desde fines de la década del treinta– en el


marco de su relación con los Estados Unidos, o a través de la promoción o la par-
ticipación en distintos organismos interamericanos como el proyecto de formación
de la Liga Americana, al término de la Primera Guerra Mundial, o la incorporación
a la Organización de los Estados Americanos en 1948. Pero la sensación que este
modelo uniforme procuró imprimir en la conciencia de muchos uruguayos –y que
muchos sostuvieron y de hecho aún sostienen– fue la diferencia, la distancia que
existía entre el Uruguay y los otros países latinoamericanos.
Este modelo de identidad aún permanece vigente para algunos sectores so-
ciales y políticos que lo reivindican como la “verdadera” identidad uruguaya. Sin
embargo, y desde hace por lo menos sesenta años, varios de sus aspectos han sido
cuestionados.

La crisis del país y la formulación de nuevos referentes identitarios


La crisis, cuyas primeras manifestaciones se hicieron sentir con el déficit
de la balanza comercial iniciado en 1955 y que fue agravando sus efectos en los
años sesenta –en particular durante el bienio 1967-1968–, dejó en evidencia la
dependencia económica del país. La denuncia del “imperialismo yankee” y su in-
tervención en la política interna –sobre todo por la creciente incidencia de los orga-
nismos internacionales de crédito–, la concentración del ingreso y la acentuación
del empobrecimiento de amplios sectores, la eclosión de distintos movimientos
sociales expresada en la unificación de la central obrera y la radicalización de
las asociaciones de estudiantes, la acción de organizaciones guerrilleras y, en el
marco del sistema político-partidario, la alianza de los partidos de izquierda en un
frente común, pusieron en cuestión la supervivencia del modelo de la “ciudadanía
homogénea”.
En este marco, un conjunto de intelectuales, escritores, artistas –llamado la
“Generación Crítica” por Ángel Rama– denunció en sus diversas actividades el
deterioro creciente del país y propició la búsqueda de caminos para su transfor-
mación.14 Por ejemplo, se cuestionó acerca del contenido “real” de los términos
“igualdad” y “democracia” en su uso corriente. Se refirió al régimen político como
democracia “formal”, enfatizando las desigualdades generadas por el sistema capi-
talista y las limitaciones a la libertad individual y social que implicaba la injusticia
que le era inherente desde el punto de vista estructural. La expresión “democracia
formal” aludía también al propio gobierno con su política represiva, al acudir en
forma reiterada y continua a medidas de excepción bajo la figura de “medidas

(14) Ángel Rama, “La Generación crítica (1939-1969)”, en AA.VV., Uruguay hoy, Buenos Aires,
Siglo XXI, 1971, pp. 325-402.
373

prontas de seguridad”. Paralelamente, la crisis económica y los términos de la “de-


pendencia” así como la inserción del país en el mercado internacional, plantearon
el problema de su viabilidad como tal y la necesidad perentoria, para la llamada
“Generación del Compromiso”, de su integración en una lucha continental por
la “verdadera” independencia, considerando aquella obtenida en el siglo anterior
como una “independencia formal” o meramente política.
Estas interpelaciones a propósito del verdadero significado del modelo de
identidad uruguaya cuyo paradigma se había construido a lo largo del período ante-
rior revistieron en ese momento un carácter minoritario. Ello no fue obstáculo para
que la mencionada generación intentara construir un saber renovado a propósito
del Uruguay. La difusión de investigaciones sobre la geografía, la fauna y flora del
país, el acontecer histórico y sobre todo a propósito de importantes temas sociales,
como la incidencia de la pobreza, los niveles deficitarios de educación, principal-
mente en el medio rural y en los cinturones urbanos, las deficiencias en vivienda
y acceso a servicios, los factores determinantes de la alteración del Uruguay como
país de inmigración para transformarse en un país de emigración, por citar algunos,
procuraron echar nuevas bases para un concepto de “patria”. Esta debía “incluir”
al conjunto de los ciudadanos corrigiendo las injusticias estructurales con criterios
de justicia social. Estudios de largo aliento, pero con intención de difusión cultural
hacia los más amplios sectores que fuera posible, vieron la luz bajo los títulos de
las colecciones “Nuestra Tierra”, “Enciclopedia Uruguaya” o “Capítulo Oriental”
a fines de los años sesenta, pensadas para una distribución masiva a través de los
quioscos de revistas.
A la interpelación sobre el presente correspondió una renovación del relato
histórico. La emergencia de la crisis supuso una revisión y una reflexión sobre el
pasado, una “nueva historia” que no se escribiera con letras de bronce sino que se
relatara en clave social: se otorgó un nuevo significado a la figura de José Artigas
como héroe revolucionario, también se analizó el tema de las guerras civiles en
un marco que trascendió lo estrictamente político-partidario, en fin, se revisó la
cuestión de la independencia del país como un “problema” en el marco regional
y americano. La conmemoración del bicentenario del nacimiento del “Jefe de los
Orientales” en 1964 dio un mayor impulso a estas iniciativas.
La investigación también encaró asuntos cuyo tratamiento había sido muy
fragmentario, inexistente o había caído en el olvido por considerárselo irrelevante
en la construcción inicial del modelo de país y de identidad referido anteriormen-
te. Se publicaron estudios que pusieron de manifiesto la antigüedad de un pasado
indígena cuyas manifestaciones se vinculaban con el origen del poblamiento ame-
ricano y con desarrollos culturales regionales. El estudio de la música, el folklore y
las variaciones lingüísticas propias del país recibieron un impulso importante.
374

La discusión a propósito de la crisis y sus razones, el impacto de la revo-


lución cubana y otros movimientos de corte revolucionario a nivel continental,
pusieron de manifiesto, de acuerdo con esta revisión del modelo “clásico” de iden-
tidad uruguaya, la comunidad de intereses del Uruguay con otros países del con-
tinente. En oposición al “panamericanismo”, se reivindicó el “antiimperialismo”
como postura internacional a sostener en bloque, y con ello, la necesidad de asumir
una identidad latinoamericana. Esta convocatoria se vinculó a un proyecto de libe-
ración que involucrara a toda América Latina en la construcción de una no menos
mítica “Patria Grande”. Aludía a una utopía política que habrían soñado José Arti-
gas y Simón Bolívar como héroes fundadores, y que la gestión de sus sucesores ha-
bría traicionado en beneficio de los intereses particulares de las oligarquías locales,
vistas como propiciadoras de la fragmentación de América en estados nacionales,
según una interpretación histórico-política al uso y retomada en varios ensayos que
planteaban una revisión del pasado americano.
La puesta en cuestión del modelo de identidad dominante encontró nume-
rosas expresiones artísticas. La canción popular resignificó los ritmos del folklore
regional otorgándole a las letras un contenido social, e incorporó el candombe
como propio del conjunto de la sociedad. Escritores como Juan José Morosoli, Se-
rafín J. García o Francisco “Paco” Espínola refirieron temas “criollos” o “nativos”
que abandonaban estereotipos e idealizaciones para reflejar las condiciones de vida
de trabajadores y pobres en el medio rural. Desde el punto de vista de la plástica,
Carlos González modificó la estética de la imagen del “gaucho” a través de sus
grabados, por citar apenas algún ejemplo. La descripción del “hombre común”
en las obras de escritores como Mario Benedetti o Carlos Martínez Moreno, entre
otros novelistas, dramaturgos y poetas, hicieron lo propio en el medio urbano.
En esta coyuntura se manifestó la existencia de distintos proyectos de país,
diferentes conceptos de “patria”, y por lo tanto diversas formas de entender la
identidad uruguaya, que acentuó su fragmentación, pero también su carácter emi-
nentemente político-ideológico. En definitiva, ante la crisis, se cuestionaron los
términos del “pacto” que eventualmente uniría al conjunto de los uruguayos. Se
identificaron los límites del modelo, al hacerse explícitos los diversos factores de
exclusión que alcanzaban a un creciente número de ciudadanos. En particular, la
pobreza y la desigualdad en el acceso a la educación, a la salud, a la vivienda para
muchos uruguayos, se percibieron como la expresión de una violencia social gene-
radora de injusticias que debían remediarse en forma drástica, inmediata y radical,
por la vía de la revolución, que se produciría más temprano que tarde. De alguna
forma, las consignas políticas o refranes de canciones populares reflejaron este
concepto de forma más o menos tajante: “habrá patria para todos o para nadie”;
375

“la patria compañero la tenemos que hallar”; “hermano, no te vayas: ha nacido


una esperanza”.15
El sistema político respondió con premura ante el riesgo de la posible frac-
tura del orden social en todas sus manifestaciones. La transmisión de este saber
renovado a propósito del país, así como las nuevas formas de expresión difundidas
a través de los profesores de canto y arte en la escuela primaria y secundaria, que
se encontraban en proceso de revisión de sus planes de estudio y de los contenidos
de los programas de las distintas asignaturas, generaron la represión por parte del
poder político. El control de las personas, la censura de los contenidos, la supre-
sión de la libertad de cátedra y la persecución ideológica se instalaron en el sistema
educativo tras la aprobación de una nueva ley de enseñanza en enero de 1973.16
Ante esta interpelación, la identidad nacionalista clásica cuya representa-
ción y apropiación asumió el gobierno, acentuó su corte autoritario, y comenzó a
abandonar el patrón “inclusivo” para acentuar su carácter “exclusivo”. En este dis-
curso, la disidencia política refería a corrientes de pensamiento y acciones que se
calificaban como “foráneas” y en un tono más fuerte, “apátridas”. La “defensa de
la nación” procuró identificar, aislar y erradicar en el conjunto de la ciudadanía a
aquellos sectores que con una voluntad expresa de transformación social pusieron
en cuestión a la sociedad y a las incongruencias e hipocresía subyacentes en el mo-
delo de identidad uruguaya que le era inherente. Se les calificó como el “enemigo
interno”, la “sedición”, la “subversión”, las “organizaciones antinacionales”, en
expresiones tempranas de la política de “seguridad nacional”.

Los extremos de una identidad homogénea: la exclusión de la


disidencia y la formulación de la “orientalidad” durante la dictadura
La dictadura civil-militar establecida en el Uruguay a partir de 1973 fijó como
uno de sus objetivos políticos la reafirmación de un modelo de identidad uruguaya
homogénea y única: la “orientalidad”. Con una entonación nativista y excluyente,
esta se construiría sobre la base de que entre los nacidos en el país existían dos
categorías: los “buenos orientales” y por otra parte, los “enemigos de la nación”,
“partidarios de ideas foráneas”. El modelo de la “orientalidad” acompañó otras ma-
nifestaciones del período que algunos autores denominan como “fundante”, es decir,
aquel en que se pretendió legitimar la dictadura y adecuar el marco institucional

(15) La primera formaba parte de las consignas del Movimiento de Liberación Nacional “Tupa-
maros”, la segunda es un verso de la canción “La Patria, compañero”, de Héctor Numa Moraes y la
tercera integró la propaganda realizada por el Frente Amplio en la campaña electoral de 1971.
(16) Véase, entre otras obras, Silvia Campodónico, Ema J. Massera y Niurka Sala, Ideología y edu-
cación durante la dictadura. Antecedentes, proyecto, consecuencias, Montevideo, E.B.O., 1991.
376

para su perpetuación, cuyo punto cul- “Buenos” y “Malos” orientales


minante hubiera sido la aprobación de “Para que el enemigo no confunda
un proyecto de reforma constitucional con el uso de determinados términos
que recogiera estas ideas. este es su real significado:
Desde esta posición, entonces, Qué es la Orientalidad
la única forma de ser uruguayo impli- Es el principismo de una doctrina
Es la vibración de un sentimiento.
caba la adhesión al proyecto político
[...]
propiciado por la dictadura, presenta- Es la historia misma de la Patria
do como la encarnación verdadera de Oriental.
la nación. Se concebía la república de Es Artigas todo, un pensamiento,
una forma totalitaria, sin representa- acción y conducta. [...]
No es un simple postulado de teóri-
ción de la ciudadanía, y cuya conduc- cos principios, sino una auténtica revo-
ción correspondía a las Fuerzas Arma- lución tronchada por intereses creados.
das y a un grupo de civiles cooptados No es la frivolidad narrativa de he-
por estas: toda disidencia significaba chos históricos, sino la causa de la Vida
de hombres con ideales de Libertad y
la “división” de la nación. Una inter-
sentimientos humanistas.
pretación única del pasado histórico No es el nuevo pretexto para dis-
debía mostrar la continuidad del “pro- cursos demagógicos, sino las razones
ceso” –forma abreviada de referir a de fondo para evitar el derrumbe de la
esta etapa– con los acontecimientos nación.”
que habían dado lugar a la constitución [Revista El Soldado, Año 10, N° 99,
de la nación. En estos años se vivió Montevideo, Centro Militar, noviem-
una verdadera “fiebre” de conmemo- bre-diciembre 1984, pp. 6-7.]
raciones e inauguraciones de plazas y
monumentos, que tuvieron un punto
sobresaliente en 1975, “Año de la Orientalidad”, coincidente con el “Sesquicen-
tenario de los hechos históricos de 1825”.17 Entre otros acontecimientos, pueden
mencionarse la repatriación de los restos del Coronel Lorenzo Latorre, dispuesta
por ley en 1974 y su inhumación en el Panteón Nacional (1975), la celebración de
los 250 años de la ciudad de Montevideo (1976), la inauguración del Mausoleo de
Artigas en la Plaza Independencia (1977), la Plaza del Ejército (1977) y la Plaza
de la Nacionalidad Oriental, con el Monumento a la Bandera (1978). En este úl-
timo caso, el proyecto original refería a un “Altar de la Nacionalidad”, donde los
“orientales auténticos” profesaran “devoción” al “valor nacional”.18

(17) Véase Isabella Cosse y Vania Markarian, 1975: Año de la Orientalidad. Identidad, memoria e
historia de una dictadura, Montevideo, Trilce, 1996.
(18) El Monumento a la Bandera debía tener “como elementos estructurales fundamentales los sím-
bolos nacionales y departamentales, representativos de la unidad del país y de los principios que
sustentan su organización.” Véase: Uruguay, Consejo de Estado, Actas del Consejo de Estado, Tomo
377

Imagen 8. Inauguración del


Mausoleo a José Artigas en la
Plaza Independencia. Montevi-
deo, 19 de junio de 1977. Foto:
FHM / CMDF.

La “orientalidad” resultaba a su vez de una interpretación única de la histo-


ria del Uruguay, dirimiendo las polémicas en forma autoritaria, tal como han seña-
lado Vania Markarian e Isabella Cosse.19 También se estableció la interpretación de
la figura de José Artigas como fundador de la nacionalidad oriental, y como militar
con el grado de General, excluyendo otras visiones del artiguismo ensayadas en la
década anterior –en particular el Artigas revolucionario social– y que se reputaron
como “antinacionales”. De igual forma se reivindicó la figura del Coronel Loren-
zo Latorre como fundador del proceso de modernización en el Uruguay, dictador
entre 1876 y 1879 y representante emblemático del proyecto de país que propició

22, Montevideo, Imprenta Nacional, 1978, pp. 323-324. Acta de la sesión del 29 de agosto de 1978.
(19) Isabella Cosse y Vania Markarian, 1975..., op. cit., pp. 14-18.
378

la consolidación de la propiedad privada de gran extensión en el medio rural, la ex-


pulsión de pequeños y medianos poseedores de tierra y la represión de los sectores
marginados en ese proceso.
El concepto de “orientalidad” marca el momento culminante de la imposi-
ción de una identidad nacionalista en sus aspectos más excluyentes. La concepción
de una nación esencial y prefigurada encontró sus fundamentos en el destaque de
la hispanidad como la base de la formación de la sociedad “criolla” en una inter-
pretación de corte “nativista”, así como en la determinación de su existencia por la
posición geográfica del territorio, atribuyendo al río Uruguay haber marcado “un
destino” a la porción de tierra que delimita. Estos elementos ya estaban presentes
en algunos discursos nacionalistas de comienzos del siglo XX, lo que reforzaba
la idea de que se estaba restaurando la “familia oriental”. Tal como sostuvo el Te-
niente General Julio C. Vadora en la inauguración al Mausoleo de Artigas: “cómo
puede una doctrina extranjera, con exteriorizaciones seudo-internacionalistas,
pretender tener cabida en el seno de la gran familia oriental”, para agregar que la
culpa de la crisis del país también la tenían “la falta de autoridad y respeto”, “la
politiquería demagógica” o un “patriotismo cómodo y pasivo”.20 El rasgo más
distintivo, entonces, fue la concepción unitaria y totalitaria de la ciudadanía, que
sustituyó la noción plural de “adversario político” por la de “enemigo interno”,
representante de lo “foráneo” y por lo tanto equiparable a “enemigo de la nación”,
en una dialéctica de guerra en la que se veía implicada toda la población civil.
Las políticas estatales actuaron sobre diversos órdenes para imponer este
modelo de identidad. Además de la persecución concreta de las personas que tu-
vieran opiniones o interpretaciones diversas a través de la prisión, el exilio o la
supresión de la libertad de expresión de las ideas como un derecho, se instituyó la
censura al conjunto de las manifestaciones artísticas, el control de los contenidos
de los programas de enseñanza, y la estructuración de campañas publicitarias a
través de los medios masivos de comunicación, creando al efecto la Dirección
Nacional de Relaciones Públicas (DINARP) en febrero de 1975.21 También se in-
tentó recuperar el mito de un Uruguay “omnipotente” –y que había derrotado a la
“subversión”– a través de celebraciones deportivas, tales como el torneo de fútbol
“Copa de Oro”, conocido como el “Mundialito”, que reunió entre diciembre de
1980 y enero de 1981 a las selecciones campeonas del mundo.
Cabe señalar, sin embargo, que esa etapa “fundacional” fue detenida por
el triunfo del “No” en el plebiscito constitucional de 1980, como se indicó en el

(20) Transcripto en Fernando O. Assunçao y Wilfredo Pérez, Artigas. Inauguración de su mausoleo


y glosario de homenajes, Montevideo, Palacio Legislativo, Biblioteca, 1978, pp. 561-570.
(21) Sobre este tema puede consultarse, además: Aldo Marchesi, El Uruguay inventado. La política
audiovisual de la dictadura, reflexiones sobre su imaginario, Montevideo, Trilce, 2001.
379

capítulo 5. Diversas manifestaciones populares marcaron un límite al modelo que


se pretendía imponer y las disposiciones tomadas no hicieron más que avalar la
extensión de la resistencia. Puede mencionarse como ejemplo la modificación en
la forma de ejecutar la música del Himno Nacional, a efectos de bajar el tono al
pronunciar la expresión “Tiranos, temblad”. Lo curioso del asunto es que esa mis-
ma parte se había modificado durante la dictadura de Gabriel Terra, conjuntamente
con otros tramos de la partitura, a efectos de facilitar su interpretación en los actos
escolares. El despliegue de diversas formas de resistencia a esta “uniformización
excluyente” por parte de una amplia porción de la ciudadanía mostró hasta qué
punto el modelo inclusivo del Centenario y el contestatario de “los sesenta” habían
logrado amplios consensos y para muchos mantenían su vigencia.

Caminos de identidad de cara al siglo XXI


La restauración de la democracia marca una nueva fase de la crisis de los
modelos identitarios anteriores, así como abre la posibilidad de fundar una identi-
dad uruguaya sobre nuevas bases. Durante la dictadura, la imposición del modelo
autoritario de la “orientalidad” había sido resistida desde distintos ámbitos. En
particular, la música a través de manifestaciones como el “canto popular”, o el
teatro, procuraron mantener viva una alternativa a la identidad que se intentaba
imponer autoritariamente desde el gobierno por medio de la reformulación de los
programas escolares, la celebración de las fiestas oficiales, la censura que caía
sobre libros y autores, la persecución política llevada adelante contra profesores,
escritores, investigadores y artistas. Asimismo, el retorno de muchos exiliados po-
líticos desde 1984 permitió incorporar algunas experiencias de intercambio con
sociedades diversas de todos los continentes. En estos años, entonces, comienza a
abrirse paso la idea de que es posible construir un nuevo modelo de identidad “con
muchas voces”.
A partir de 1984, los distintos pasos que se cumplieron en el marco de la
“apertura” estuvieron acompañados del impacto que la difusión de información
sobre la represión hacia las personas, la práctica de la tortura como forma de in-
terrogatorio, la muerte y la desaparición de presos políticos en el período anterior
tuvo sobre una opinión pública desigualmente sensibilizada al respecto. Asimis-
mo, durante este período deben atenderse los efectos de la “globalización” pro-
piciada por la difusión masiva de elementos culturales a través de los distintos
medios de comunicación, en especial la televisión y más tarde la Internet. También
debe tenerse en cuenta la profundización de la segmentación social que redujo las
expectativas de movilidad y acceso a bienes básicos, así como la generalización de
condiciones de pobreza y marginación para un creciente número de uruguayos. Es-
tos elementos bien pueden caracterizar a la sociedad uruguaya como una sociedad
380

en desintegración, y plantean otra vez la disyuntiva de la identidad, tal como se ha


manifestado en múltiples debates e investigaciones sobre el tema. Concretamente,
el centro de la discusión se ha puesto sobre la validez del modelo forjado en el
Centenario y sus reelaboraciones.
Un fenómeno paralelo, aún escasamente estudiado, es la permanencia y afir-
mación de ese modelo en diversos colectivos de uruguayos radicados en el exterior,
y que constituyen lo que se ha dado en llamar la “patria peregrina”. Los aportes
de los estudios migratorios aplicados al período en que Uruguay era “receptor”,
pueden dar pistas para encarar una investigación sobre las “respuestas” identi-
tarias de los uruguayos en el exterior. A vía de ejemplo, mostraron la existencia
de asociaciones de colectividades y diversas formas de solidaridad (las “cadenas
migratorias”, por ejemplo) que fueron tejiendo los inmigrantes y recogieron diver-
sas estrategias de relacionamiento con la sociedad receptora, que fueron desde la
asimilación a la marginación, pasando por un amplio espectro de “intercambios
culturales”. El estudio a través de las generaciones, a su vez, permitió identificar
continuidades y discontinuidades en tal proceso. Otro aspecto interesante de estos
trabajos es el análisis de las prácticas discriminatorias, a las que hicimos refe-
rencia al comienzo de este capítulo. Aquí nos interesa mencionar la atribución
de apelativos de carácter identitario como, por ejemplo, llamar “tanos” a todos
los procedentes de la Península Itálica, desconociendo las tensiones entre el norte
y el sur, o nombrar “gallegos” a todos los provenientes de España, sin tomar en
consideración los fuertes regionalismos existentes. Mario Benedetti esbozó una
comparación de este fenómeno con la denominación “sudacas”, aplicada a los in-
migrantes sudamericanos, ironizando acerca de su significación.22 También aludía
en ese escrito –“Sudacas del mundo uníos”– a la posibilidad de que ese sentido
despectivo pudiera llegar a transformarse como había ocurrido en Uruguay con la
denominación “gallego”, por ejemplo, en una suerte de reconocimiento, en la dife-
rencia, de nuevos lazos de pertenencia. Tal vez eso expresaba Alfredo Zitarrosa en
su popular canción “Para Manolo”.

El rescate de las raíces indígenas. La antropóloga Teresa Porzecanski ha


estudiado las distintas voces que reclaman la necesidad de construir en Uruguay
una “identidad mestiza”, “más cercana al estereotipo de la ‘latinoamericanidad’
definida en otros países del continente a partir de sociedades mayoritariamente

(22) Mario Benedetti, “Sudacas del mundo uníos”, en El desexilio y otras conjeturas, Buenos Aires,
Nueva Imagen, 1985, pp. 51-53.
381

indígenas o mestizadas.”23 Una de las manifestaciones más visibles ha sido la re-


visión, desde el arte y el ensayo, del episodio de guerra contra la parcialidad de los
charrúas, que significó la muerte y dispersión del grupo mayoritario de indígenas
“no reducidos” que habitaba el país, ocurrido en Salsipuedes en 1831. Como indica
Porzecanski, el acontecimiento fue resignificado dándole una nueva dimensión que
refería a la “guerra”, la “represión” y el “exterminio” de un grupo disidente dentro
de la “nación”, en clara alusión a la persecución política durante la dictadura. La
obra teatral “Salsipuedes, el exterminio de los charrúas”, puesta en escena por Tea-
tro Uno a mediados de los ochenta, o la aparición en 1988 de la novela de Tomás
de Mattos, ¡Bernabé! ¡Bernabé!, dan cuenta del viraje. Este simbolismo también
pudo observarse en otras manifestaciones artísticas, en particular las instalaciones
coordinadas por Nelbia Romero bajo el título “Salsipuedes” o por Rimer Cardillo
en 1991, titulada “Charrúas y montes criollos”. Porzecanski ha señalado que estas
manifestaciones expresan una construcción destinada a señalar un espacio vacío
en la identidad nacional y a poner en evidencia un sentimiento de culpa colectiva
sobre ciertos hechos del pasado. En el marco de los debates que se produjeron en
torno al Quinto Centenario del “descubrimiento” de América, apareció una crónica
novelada sobre la destrucción del pueblo guaraní-misionero de San Borja del Yi
–La capataza, de Eduardo Lorier– que contribuyó a visualizar la presencia de esa
comunidad en la conformación del Estado, y tuvo como componente adicional
el protagonismo de una mujer en la organización de la resistencia. Asimismo, se
constituyeron diversas asociaciones de descendientes de indígenas como la Aso-
ciación de Descendientes de la Nación Charrúa (ADENCH) y la Asociación In-
digenista del Uruguay en 1989, o el Integrador Nacional de los Descendientes de
Indígenas Americanos (INDIA) en 1998. Paralelamente se produjeron distintas
acciones relacionadas con esta movilización, en particular en 1986, la creación
de la Comisión Coordinadora de la Primera Campaña Nacional de Relevamiento
de Descendientes Indígenas, en una encuesta de carácter nacional estimulada por
el Ministerio de Educación y Cultura; en 1988, el Primer Encuentro Nacional de
Descendientes de Indígenas que se realizó en torno al monumento “Los últimos
charrúas”, que recuerda a los indios trasladados a París en 1833, y que se encuentra
ubicado en el parque “El Prado”, en Montevideo; y en 1992 el Primer Encuentro
Regional de Pueblos Indios. Junto a ello, se promovió la realización de actos re-
cordatorios del “exterminio de los charrúas” cada 11 de abril en el lugar donde se
produjeron las acciones militares, y recientemente se inauguró allí un memorial.
En 1993, la presentación de un proyecto de ley para la repatriación de los restos

(23) Teresa Porzecanski, “Nuevos imaginarios de la identidad uruguaya: neoindigenismo y ejem-


plaridad”, en Gerardo Caetano (director), 20 años de democracia. Uruguay, 1985-2005. Miradas
múltiples, Montevideo, Taurus, 2005, pp. 407-426, p. 415.
382

Imagen 9. Memorial charrúa en Salsipuedes


(Dpto. de Paysandú). Obra del Grupo Creativos
de Guichón y el escultor Juan Carlos Hualde.
El 11 de abril de cada año se realiza una peregri-
nación a ese lugar en conmemoración del “exter-
minio” de 1831.

de los “Últimos Charrúas” y su inhumación en el Panteón Nacional –ubicado en


el Cementerio Central de Montevideo, donde se encuentran las tumbas de muchos
de los llamados “héroes nacionales” entre ellos Bernabé Rivera, protagonista de
los episodios de 1831– otorgó a estas demandas una dimensión pública nacional.
Tras la aprobación del proyecto, en julio de 2002 arribaron a Uruguay los restos del
Cacique Vaimaca Perú. Se produjo entonces una polémica entre algunas asocia-
ciones indigenistas y los antropólogos encargados de realizar un estudio científico
destinado a obtener mayor información sobre la procedencia y características de
la parcialidad charrúa. Tras el fallo favorable de la justicia se realizó la extracción
de ADN a efectos de iniciar los estudios genéticos, pero tal fue la presión social
que una ley aprobada en 2004 prohibió “la realización de experimentos y estudios
científicos en los restos humanos del Cacique Vaimaca Perú”.24
Esta movilización no ha estado exenta de una construcción tan mítica a pro-
pósito del pasado como la elaborada por la tradición nacionalista clásica. De hecho,
si bien algunas asociaciones refieren al componente genético como decisivo para
su identificación como descendientes de indígenas, otras reivindican la identidad
indígena como una opción cultural. Paralelamente se ha producido la difusión de
distintos trabajos seudocientíficos que –sobre la base de la escasez de datos– han
contribuido a crear una mitología a propósito de las características culturales de los
indígenas y su participación en la formación histórica del Uruguay, en particular
de los charrúas.
Sin embargo, y paralelamente a estas construcciones míticas, parece abrirse
camino la posibilidad de reconstruir una identidad uruguaya alternativa sobre la
base de conocimientos sólidos a propósito de la sociedad y la historia de la re-
gión. Existen estudios sobre la población uruguaya, sus componentes étnicos, sus

(24) Ley Nº 17.767. Restos mortales del cacique Vaimaca Perú, se prohíbe la realización de expe-
rimentos y estudios científicos sobre los mismos, promulgada el 19 de mayo de 2004. Véase: http://
www.parlamento.gub.uy.
383

modalidades en el habla, sus hábitos alimentarios, y se procesa una revisión de su


historia escrita y no escrita, a través de investigaciones históricas, lingüísticas y
arqueológicas que operarían como una contribución para comprender la cultura y
la identidad uruguaya en un marco propio, latinoamericano y socialmente inclusi-
vo. La arqueología ha puesto en evidencia la riqueza de un pasado que comprende
distintos grupos culturales. Además de antiguos –y diversos– grupos de cazadores
y recolectores se abre para la investigación la posibilidad de la existencia en lo que
es hoy territorio uruguayo, de sociedades más complejas, incluso organizadas en
aldeas de agricultores primitivos. El estudio genético ha dado por tierra con el mito
de una población uruguaya “blanca” o “caucásica” y ha asentado su caracteriza-
ción como una sociedad “mestiza”.

La visibilidad de los afrodescendientes. Este proceso de encontrar una


identidad alternativa ha asistido también a la movilización de los afrouruguayos,
quienes reclaman con fuerza el reconocimiento de su contribución a la formación
social y cultural del Uruguay, así como la aprobación de medidas afirmativas que
terminen con todas las formas de discriminación y contribuyan de manera efectiva
a elevar las condiciones de vida del colectivo afro en el país. A los nucleamientos
tradicionales como, por ejemplo, la Asociación Cultural y Social Uruguay Negro
(ACSUN) fundada en 1941, se sumaron en las últimas décadas otras asociaciones
como, por ejemplo, Universitarios y Técnicos Afro-Uruguayos (UAFRO), el Cen-
tro Cultural por la Paz y la Integración (CECUPI) o las Organizaciones Mundo
Afro (1988), entre otras. A partir de 2003 se creó en el ámbito de la Intendencia
Municipal de Montevideo la Unidad Temática por los Derechos de los Afrodescen-
dientes, “con el cometido fundamental de promover y ejecutar políticas dirigidas a
generar situaciones de igualdad para la Colectividad afrouruguaya”.25
A pesar de contar con una visibilidad mayor en la sociedad que las asocia-
ciones de descendientes de indígenas, su lucha por el reconocimiento sociocultural
debe superar una mayor carga de discriminación y desinformación. Es cierto que
aquellos descendientes de esclavos que permanecieron en Montevideo y otros cen-
tros urbanos pudieron mantener, aun con dificultades, modalidades de relación y
expresión cultural y religiosa propias; como también lo es que una parte de ellos
prefirió –o no tuvo alternativa– seguir el camino de la asimilación. Ahora bien,
mientras que estereotipos asociados al valor, al carácter “indómito”, a la epopeya
o a las versiones del “buen salvaje” de las parcialidades indígenas que habitaron
el territorio nutren una visión idealizada de la “indianidad”, las representaciones

(25) Intendencia Municipal de Montevideo, Resolución Nº 3895/03, de fecha 26 de setiembre de 2003.


Véase:http://monolitos.montevideo.gub.uy/resoluci.nsf/6af1fe33b3dfd3660325678d00746392/
0b9bccce99ee336c03256e0c004fb004?OpenDocument.
384

Imagen 10. Lavanderas a


comienzos del siglo XX.
Foto: MAHCM.

La imagen de la diversión
contrasta con el duro trabajo.

Imagen 11. Ruben Galloza.


Coronación de los Reyes
Congo.
385

hacia los afrodescendientes conservan hasta hoy las rémoras de la esclavitud, tanto
en el “lugar” histórico atribuido como en los estereotipos asociados, que refieren a
su condición servil o dispendiosa (“bailes”, “holganza”, “ritmos frenéticos”, etcé-
tera). Aunque parezca contradictorio con lo anterior, han sido sus expresiones reli-
giosas –los denominados “cultos afrouruguayos”– y sus manifestaciones musicales
–el candombe, fundamentalmente– las que han permitido una mayor “visibilidad”
de este colectivo y han operado como punto de encuentro con otros. El emplaza-
miento de un monumento a Iemanjá (diosa del mar) en la Plazoleta Jackson frente
a la Playa Ramírez, la celebración cada 2 de febrero de la entrega de ofrendas, e
incluso la emisión de un sello alusivo por parte de la Administración Nacional de
Correos en 2003, dan cuenta de la extensión de este culto no solamente en Mon-
tevideo sino en todo el país. Otro aspecto concurrente a esa autoafirmación grupal
es la búsqueda de una “nueva estructuralidad”, tal como ha señalado Porzecanski,
“más ligada a categorías étnico-religiosas” y tendiente a la recuperación de las
historias de origen o al rescate de los lazos familiares que refuercen una “cohesión
centrada en la afectividad.”26 Para ello ha sido necesario comenzar a desmontar
otro estereotipo, el de la uniformidad de origen de la población africana que llegó
a estas tierras en condiciones de esclavitud o de “colonato” (modalidad empleada
para “sortear” la prohibición del tráfico de esclavos que había consagrado la Cons-
titución de 1830) y avanzar en el conocimiento de la historia de África y la “ruta
del esclavo”.27

La pluralidad de estilos y corrientes musicales. La música uruguaya ha


ampliado significativamente el espectro de sus manifestaciones como componen-
te de la identidad uruguaya. Los comienzos del siglo XX reservaron ese espacio
para el conjunto de ritmos que se caracterizaban como “folklore”, en particular la
“vidalita”, el “cielito” y la “milonga” como distintivos del Uruguay, que compar-
tía con la región otros ritmos, como la zamba, la huella, la chamarrita, la media
caña e incluso el pericón.28 No con cierta dificultad, el tango se incorporó como
música urbana a este conjunto, tal como se indicaba más arriba. Con posterioridad,
el candombe adquirió esa misma característica, y es asumido actualmente como
componente identitario por el conjunto de la sociedad uruguaya. Por otra parte,
cabe destacar la incorporación de ritmos populares del campo y de la ciudad en la

(26) Teresa Porzecanski, “Uruguay a fines del siglo XX: mitologías de ausencia y de presencia”, en
Hugo Achugar y Gerardo Caetano (compiladores), Identidad uruguaya..., op. cit., pp. 49-61.
(27) Véase, por ejemplo, Memorias del simposio La ruta del esclavo en el Río de la Plata: su historia
y sus consecuencias, Montevideo, Oficina Unesco de Montevideo, 2005. Versión disponible en internet:
http://www.unesco.org.uy/cultura/areas-de-trabajo/cultura/cultura-mercosur/publicaciones.html
(28) Véase especialmente Cédar Viglietti, Folklore en el Uruguay, Montevideo, s.p.i., 1947.
386

llamada música “culta”, en particular en las obras de figuras como Eduardo Fabini,
que dio al estilo o a la milonga una dimensión “clásica”, Jaurès Lamarque Pons,
que incorporó la cuerda de tambores propia del “candombe” al concierto sinfónico
y el tango a la ópera, o René Marino Rivero, que otorgó una dimensión sinfónica
al sonido del bandoneón, por ejemplo.
Las “Llamadas” –originalmente el desfile de agrupaciones negras y lubolas
con sus cuerdas de tambores y personajes característicos por el Barrio Sur y Palermo
en Montevideo– han extendido su influencia más allá del carnaval. Hace una década,
en parte a instancias de la “movida joven” apoyada por el municipio de Montevideo,
comenzaron a formarse agrupaciones en los distintos barrios de la capital –también
en localidades de Canelones y otros centros poblados del Interior– y el sonido de
las cuerdas de tambores pasó a escucharse todo el año. La murga ha seguido un
desarrollo semejante, renovando las propuestas, abriendo espacio a los jóvenes (el
movimiento de “murga joven”) y extendiéndose a varias zonas del país.
Los ritmos folklóricos identificados con lo nativo y americano también
fueron vehículo de expresión de la identidad contestataria que formuló un nuevo
modelo de país, reflejó en sus letras la crisis emergente y recuperó las vivencias
de distintos sujetos sociales del medio rural y urbano. Este movimiento musical

Imagen 12. Comparsa Assimbonanga. Desfile de llamadas 2005 en la ciudad de Durazno.


La cuerda de tambores reúne a hombres y mujeres de diferentes extracciones sociales y culturales de
Montevideo, el Interior del país y las comunidades de uruguayos en el exterior.
387

Imagen 13. Los Olimareños: Carátula del disco


“Cielo del 69”.

La “canción de texto” o “canción de protesta”


se apropió de los ritmos tradicionales como el
“cielito” y manifestó su latinoamericanismo con
la incorporación de ritmos de otras partes del
continente.

Imagen 14. Daniel Viglietti. Carátula del dis-


co: “Canción para mi América”.

Imagen 15. Alfredo Zitarrosa. Caricatura: Bruno Hartmann.


La figura de Alfredo Zitarrosa se ha transformado en uno
de los símbolos de la identidad uruguaya trascendiendo
generaciones y opiniones político-partidarias.
388

acompañó la movilización social en la década del sesenta y reunió figuras emble-


máticas de la canción uruguaya, que se mantuvieron como símbolos de la resisten-
cia durante la dictadura. Entre ellos podemos nombrar a Alfredo Zitarrosa, Daniel
Viglietti y al dúo “Los Olimareños” entre otros, como representantes característi-
cos de esta forma musical.
El llamado “canto popular” sobre fines de la década del 70 retomó este mo-
delo inspirado en el conjunto de estos ritmos como forma de expresar la resistencia
a la dictadura, y persiste en manifestaciones populares ocasionales, muchas de las
cuales cuentan con apoyo oficial. Así ocurre con el festival de Pueblo Andresito,
sobre las costas del Río Negro, que se celebra anualmente. Asimismo, con otras
connotaciones nativistas, se realiza en Tacuarembó la llamada “Fiesta de la Patria
Gaucha” que cuenta con apoyo oficial, y convoca a las asociaciones criollistas de
todo el país. La lista de reuniones de esta naturaleza es extensa. Pueden agregarse
a ella el Día del Gaucho y Fiesta Nacional del Mate celebrada en San José el 19
de marzo, día de su santo patrono, así como la Semana del Patriarca, en la Meseta
de Artigas (Paysandú), a fines de setiembre de cada año, teniendo por centro el
día 23, conmemoración de la muerte de José Artigas, y muchas otras en diversos
departamentos del Interior del país. Lugar de reunión de asociaciones criollistas y
nativistas, estas actividades son también sitio de turismo cultural y fiesta popular.
Sobre fines de la década del sesenta empezó a configurarse una corriente
musical popular con influencia de los ritmos anglosajones, en particular del rock
y del grupo The Beatles, que no ha cesado de crecer como manifestación cultural
propia y con la que un creciente número de uruguayos se identifica. Este movi-
miento musical vio nacer en sus orígenes figuras como los hermanos Fattoruso
y su conjunto “Los Shakers”. Al combinar estilos rioplatenses y propiamente

Imagen 16. 3ª Fiesta Nacional


del Mate y la 12ª Edición del
Día del Gaucho. Departamento
de San José.
389

uruguayos con matices rockeros y de otros ritmos americanos, puede señalarse a


Ruben Rada entre los iniciadores de un movimiento de fusión, que más reciente-
mente encuentra representantes como Jaime Roos.
El llamado “rock nacional” ha tomado también otros caminos que lo iden-
tifican con la franja más joven de la población uruguaya. Si bien algunos de los
integrantes de los grupos más emblemáticos del movimiento ya no pertenecen a
ese grupo etario –podría pensarse en “La Tabaré Riverock Band”, “Buitres” o el
“Cuarteto de Nos”– no dejan de surgir nuevas bandas que expresan este movimien-
to, tales como “La Vela Puerca”, “La Trampa” o “No te va gustar”, por ejemplo.
Desde el año 2003 se realiza un festival multitudinario en el departamento de Du-
razno, al cual concurren jóvenes de todo el país. Además del “rock nacional”, ha
ido creciendo también el llamado “pop latino”, que incluye ritmos tropicales como
la cumbia, destinados principalmente a instancias de baile y diversión tanto en
Montevideo como en los pueblos del interior del país.29 Estos ritmos también han
recibido en los últimos tiempos la influencia de otras manifestaciones regionales,
como la llamada “cumbia villera” originada en Argentina. “Metaleros”, “planchas”
y “rollingas” son algunas de las denominaciones que identifican a los jóvenes por
sus preferencias musicales y hábitos culturales. También puede encontrarse como
una vertiente en este movimiento “joven” una renovación del gusto por el tango,
como canción y como danza.
Un fenómeno interesante, asociado también a la existencia de comunidades
uruguayas en el exterior, es la cada vez más frecuente realización de giras de ban-
das nacionales a distintos países de América y Europa. Fusión de ritmos musicales
y letras que reflejan las realidades cotidianas uruguayas son sus características más
salientes.

El fútbol “uruguayo”.30 A pesar de que en los últimos años no se ha po-


dido igualar ni superar los logros alcanzados en los dos momentos relevantes de
la conformación del modelo de “país de excepción”, este deporte, tradicional y
popular, continúa operando como un motor de identidad. La incidencia de los in-
tereses empresariales y la emigración de jugadores al fútbol europeo han tenido un
papel preponderante en lo que se ha llamado la “decadencia del fútbol uruguayo”.
Asimismo, un componente creciente de violencia, tanto en el público que asiste al
fútbol profesional como en los distintos eventos que nuclea el fútbol amateur –en

(29) Véase Roy Berocay, “La música popular uruguaya en veinte años de democracia. Un país so-
noro, creativo y cambiante”, en Gerardo Caetano (director), 20 años de democracia…, op. cit., pp.
489-505.
(30) Véase Ricardo Piñeyrúa, “Veinte años sin políticas deportivas”, en Gerardo Caetano (director),
20 años de democracia..., op. cit., pp. 507-522.
390

particular el infantil– ponen en evidencia la crisis social en el país y la ausencia de


políticas estatales adecuadas y tendientes al desarrollo de este u otros deportes. A
pesar de este alejamiento de las “canchas” y de los campeonatos internacionales,
la difusión del fútbol no ha disminuido y cruza todos los sectores sociales. En el
nivel informal –reuniones familiares, de amigos o compañeros de estudio o de tra-
bajo– este deporte está dejando de ser exclusivamente masculino. Cabe consignar,
además, que si bien cada vez parecen más lejanos los ecos de 1930 y 1950, el canto
de “Vamo’arriba la Celeste” continúa identificando a los uruguayos dentro y fuera
de fronteras.

Imagen 17. Un “picadito” antes del asado. Foto: Daniel Stonek.

Identidad(es) en permanente construcción y reelaboración


A manera de conclusión, podría decirse que en los comienzos del siglo XXI
están dadas las condiciones para la construcción de un modelo nuevo de identidad
uruguaya sobre bases diferentes, que incorpore un conocimiento renovado sobre
la formación social del país, así como la diversidad de componentes culturales que
391

pueden integrarse a ella.31 Las nuevas investigaciones históricas, partícipes de la


reflexión sobre la lucha por el dominio del recuerdo y de la tradición en contextos
de crisis y de transformación social, apuntan a brindar elementos para la cons-
trucción de una pluralidad de “memorias colectivas” que reconozcan e incorporen
la participación activa y conflictiva de diversos grupos sociales –definidos en su
etnicidad, diversidad cultural y posición social– en la formación y evolución del
Uruguay. Esta nueva manera de concebir la identidad presenta encuentros y des-
encuentros con el debate mundial a propósito de la “globalización”, la “multicul-
turalidad” y la “diversidad”.
El Uruguay de estos tiempos se encuentra fragmentado social y cultural-
mente. En las últimas décadas se ha dado un proceso de segmentación cultural y
desigualdad distributiva que ha aumentado las distancias sociales. A ello se suma
la existencia de comunidades de uruguayos en varias decenas de países en todos
los continentes. Así, el modelo de una identidad homogénea al estilo de la ya
caracterizada síntesis del Centenario demostró no ser viable ni deseable como
utopía. Como conclusión de lo expresado en este texto, y de acuerdo con lo seña-
lado por Hugo Achugar en la Asamblea Nacional de la Cultura Uruguaya en 2006,
identidad no es lo mismo que homogeneidad. “Identidad”, alude directamente a
las prácticas y las tradiciones sociales y culturales y a la riqueza de su diversidad.
“Homogeneidad” supone renunciar a las diferentes identidades individuales o gru-
pales en beneficio de una identidad única y uniforme, proceso que comporta ele-
mentos de violencia, dominación y discriminación.32
Uno de los desafíos planteados por el siglo supone, precisamente, la cons-
trucción de una identidad que respete la heterogeneidad cultural y, a la vez, consti-
tuya un lazo de unión a partir de la práctica de ciertos valores, como la solidaridad
y la defensa de los derechos individuales y colectivos de aquellos que se reconoz-
can como “uruguayos” dentro o fuera de fronteras: un diálogo y un consenso en
continua construcción.

(31) En los últimos años se han dado una serie de pasos tendientes a luchar contra el racismo, la
xenofobia y la discriminación, como por ejemplo, la creación por ley Nº 17.817, promulgada el 6 de
setiembre de 2004, que declara de interés nacional dicho tema y dispone la creación de una Comisión
Honoraria que planifique acciones en tal sentido. Véase: http://www.parlamento.gub.uy.
(32) Hugo Achugar, “Hacia la Asamblea Nacional de la Cultura”, ponencia presentada a la Asam-
blea Nacional de la Cultura realizada en Salto, 1 y 2 de abril de 2006. Véase también del autor:
“Veinte largos años. De una cultura nacional a un país fragmentado”, en Gerardo Caetano (director),
20 años democracia…, op. cit., pp. 427-434.
392

Para saber más


ACHUGAR, Hugo y CAETANO, Gerardo (compiladores). Identidad uruguaya: ¿Mito,
crisis o afirmación? Montevideo, Trilce, 1992.
————— Mundo, región, aldea. Identidades, políticas culturales e integración regional.
Montevideo, Trilce, 1994.
ACHUGAR, Hugo y MORAÑA, Mabel (editores). Uruguay: imaginarios culturales. Tomo
1. Desde las huellas indígenas a la modernidad. Montevideo, Trilce, 2000.
ACHUGAR, Hugo. La balsa de la medusa. Ensayos sobre identidad, cultura y fin de siglo en
Uruguay, 3ª. ed. Montevideo, Trilce, 1994.
AA.VV. El tango. Montevideo, Centro Editor de América Latina, 1969. Biblioteca Urugua-
ya Fundamental-Capítulo Oriental, Nº 43.
AYESTARÁN, Lauro. La música en el Uruguay. Tomo I, Montevideo, Sodre, 1953.
————— El candombe a través del tiempo. Montevideo, Fono-Música, 1983.
————— El tamboril y la comparsa. Montevideo, Arca, 1990. Con la colaboración de
Flor de María Rodríguez y Alejandro Ayestarán.
BARRÁN, José Pedro; CAETANO, Gerardo; PORZECANSKI, Teresa (directores). Histo-
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Taurus, 1998.
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VISCA, Arturo Sergio. Aspectos de la narrativa criollista. Montevideo, Biblioteca Nacional, 1972.
393

Índice general de imágenes, cuadros y gráficos

Capítulo 1
Imagen 1. Vista general de Montevideo hacia 1900. Foto:
Fondo Histórico Municipal/Centro Municipal de Fotografía
(en adelante, FHM/CMDF)............................................................................19
Imagen 2. Puerto de Montevideo. FHM/CMDF.............................................................22
Imagen 3. La Feria de Tristán Narvaja hacia 1909. FHM/CMDF...................................23
Imagen 4. La Playa Ramírez en 1916. FHM/CMDF.......................................................23
Imagen 5. 1º de Mayo de 1919. Foto tomada de Mundo Uruguayo, mayo de 1919.......24
Imagen 6. Distribución de las jefaturas departamentales en 1897 y ubicación
de la Batalla de Masoller en 1904. El mapa político del Uruguay fue
elaborado en base a Isabel Daroczi, Elena García y Miguel Ligüera,
Atlas de la República Oriental del Uruguay, 2ª. ed. actualizada,
Montevideo, Amauta, 1990, p. 15..................................................................27
Imagen 7. Postal con José Batlle y Ordóñez con la Banda Presidencial, editada por
Imprenta Galli. Tomada de http://www.postcardman.net/149096.jpg............30
Imagen 8. Inauguración del servicio de tranvía eléctrico de “La Comercial”. FHM/
CMDF.............................................................................................................33
Imagen 9. Parque Hotel, frente a la Playa Ramírez. Tomada de http://www.
postcardman.net/149049.jpg...........................................................................37
Imagen 10. Construcción del Hotel Casino Carrasco hacia 1917. FHM/CMDF..............38
Imagen 11. Caricatura publicada en “El Siglo”, el 23-6-1911. Elaborada en base
a la publicada en J. P. Barrán y B. Nahum, Batlle, los estancieros y
el imperio británico, Tomo IV, Las primeras reformas, 1911-1913,
Montevideo, E.B.O., 1983, p. 63....................................................................39
Imagen 12. Red ferroviaria en 1919. Elaborado en base a Hugo Baracchini,
Historia de las comunicaciones en el Uruguay, Montevideo,
Instituto de Historia de la Arquitectura, Universidad de la
República, 1978..............................................................................................43

Cuadro 1. Estructura productiva del Uruguay por sectores, 1900-1920,


en porcentajes.................................................................................................34
Cuadro 2. Crecimiento acumulativo anual, en porcentajes.............................................35

Capítulo 2
Imagen 1. José Batlle y Ordóñez votando. FHM/CMDF................................................54
Imagen 2. José Serrato. Archivo E.B.O...........................................................................54
Imagen 3. Baltasar Brum en su despacho. Archivo E.B.O.............................................55
394

Imagen 4. Luis Alberto de Herrera en 1925. Archivo E.B.O..........................................57


Imagen 5. Afiche electoral del Partido Comunista, 1926. National Archives,
Washington, DC, doc. Nº 833.00B/-, relevado por la autora..........................60
Imagen 6. Rambla de Carrasco. FHM/CMDF.................................................................63
Imagen 7. Montaje del monumento a Artigas en la Plaza Independencia, 1923.
FHM/CMDF...................................................................................................70
Imagen 8. Inauguración del monumento al Gaucho, 1927. FHM/CMDF.......................70
Imagen 9. El estadio Centenario el día de su inauguración (18 de julio de 1930).
Archivo E.B.O................................................................................................72
Imagen 10. Baltasar Brum frente a la puerta de su casa el 31 de marzo de 1933.
FHM/CMDF...................................................................................................81

Cuadro 1. Integración del Poder Ejecutivo, 1919-1933..................................................53

Capítulo 3
Imagen 1. Gabriel Terra. Archivo E.B.O.........................................................................86
Imagen 2. La Universidad de la República. Archivo E.B.O............................................88
Imagen 3. Facsímil de la carátula del primer número de “Marcha”, tomado de:
Hugo Alfaro, Antología de Marcha 1939, Montevideo,
Biblioteca de Marcha, 1970............................................................................89
Imagen 4. Instalación de la Refinería de ANCAP (1936). Estado del montaje
de la unidad de “topping”. (El Día Dominical, Año V, Nº 177,
7 de junio de 1936).........................................................................................93
Imagen 5. Alumnas de enseñanza pública en torno a la bandera.
Archivo Nacional de la Imagen, SODRE.......................................................94
Imagen 6. César Charlone, Ministro de Hacienda de Gabriel Terra.
Archivo E.B.O................................................................................................96
Imagen 7. Caricatura del Canciller Alberto Guani por Julio E. Suárez, aparecida
en el Semanario “Marcha”, tomada de: Hugo Alfaro, Antología
de Marcha 1939, Montevideo, Biblioteca de Marcha, 1970........................101
Imagen 8. Alfredo Baldomir y Juan José Amézaga durante la transmisión
del mando (1º marzo de 1943). Archivo E.B.O............................................108

Capítulo 4
Imagen 1. Turistas en Colonia a fines de los años cuarenta. Archivo particular
de Ana Frega. Los “Lecuona Cuban Boys” en el Teatro Solís.
Carnaval 1951. FHM/CMDF........................................................................124
Imagen 2. Luis Alberto de Herrera y Eduardo Víctor Haedo. Archivo E.B.O..............126
Imagen 3. Luis Batlle Berres, Archivo Luis Batlle Berres, fotografías.
Archivo General de la Nación......................................................................128
395

Imagen 4. La “línea media” del batllismo. Carátula de la Revista Peloduro,


Revista Humorística Quincenal, de fecha 2 de octubre de 1946, editada
por Julio E. Suárez. Tomada de: Junta Departamental de Montevideo,
Peloduro. Julio E. Suárez, Edición Homenaje. Montevideo, 1996,
p.120. Selección y notas Jorge “Cuque” Sclavo...........................................130
Imagen 5. Eduardo Rodríguez Larreta, en: Alvaro Casal Tatlock,
La Doctrina Larreta, Montevideo, Ediciones de la Plaza, 1977..................131
Imagen 6. Juan Domingo Perón el día de la asunción de mando, en
Hugo Gambini, Historia del Peronismo. El poder total (1943-1955),
Bs. As., Planeta, 1999...................................................................................132
Imagen 7. Tomás Berreta, en “Revista Mundial”, Montevideo,
4 de marzo de 1947.......................................................................................136
Imagen 8. Tomás Berreta y César Batlle Pacheco caricaturizados por Peloduro.
Tomada de: Junta Departamental de Montevideo, Peloduro..., op. cit.........139
Imagen 9. Benito Nardone. Archivo E.B.O...................................................................145
Imagen 10. Los festejos en Montevideo en ocasión de la victoria en el Mundial
de 1950, en: “El Día Dominical”, Nº 914, 23 de julio de 1950....................145
Imagen 11. El centenario de la muerte de Artigas/Homenaje a Artigas en
el Centenario de su muerte, en: “El Día Dominical”, Nº 924,
1º de octubre de 1950...................................................................................146
Imagen 12. Luis Batlle Berres y Juan D. Perón en el encuentro en el Río Uruguay,
Archivo de Luis Batlle Berres. Fotografías. Archivo General
de la Nación..................................................................................................148
Imagen 13. El desempleo y la “15”. Caricatura de Julio E. Suárez (Jess)
publicada en el semanario “Marcha”, 1 de agosto de 1958, p. 7..................151
Imagen 14. El triunfo del Partido Nacional. En: Alba Mariani, Rosana Di Segni,
Los blancos al poder, Montevideo, Enciclopedia uruguaya, Nº 59.............152
Imagen 15. Caricatura de Julio E. Suárez. Tomada de: Junta Departamental de
Montevideo, Peloduro..., op. cit...................................................................157

Capítulo 5
Imagen 1. Caricatura del gobierno de Oscar Gestido. Extraída de: Extra
(10 de octubre de 1967)................................................................................165
Imagen 2. “Pintada” en la Escollera Sarandí. Década de 1960. Foto:
Fondo Privado “El Popular”/Centro Municipal de Fotografía
(en adelante FPEP/CMDF)...........................................................................167
Imagen 3. Represión policial. 3 de mayo de 1968. FPEP/CMDF.................................172
Imagen 4. El semanario Marcha caricaturizó varias de las medidas autoritarias
tomadas por el gobierno de Pacheco. En este caso se alude a la
censura de la libertad de expresión. Tomada de: Carlos Zubillaga
y Romeo Pérez, “La Democracia atacada”, en: AA.VV.,
El Uruguay de la dictadura, p. 5..................................................................174
396

Imagen 5. Liber Seregni en la caravana electoral de 1971. FPEP/CMDF....................182


Imagen 6. Lista correspondiente al Departamento de Canelones. Elecciones
de 1971. Archivo de Propaganda Política, Facultad de Humanidades
y Ciencias de la Educación (en adelante A.P.P. - FHCE).............................183
Imagen 7. Wilson Ferreira Aldunate en la sesión del Senado en la noche
del 26 al 27 de junio de 1973. FPEP/CMDF................................................190
Imagen 8. Represión de la manifestación popular realizada en repudio al golpe de
Estado el 9 de julio de 1973. FPEP/CMDF..................................................192
Imagen 9. Publicaciones de las organizaciones de uruguayos en el exilio.
Archivos particulares de Grauert Lezama y Beatriz Weissman...................202

Capítulo 6
Imagen 1. El 1º de marzo de 1985. Tomada de: Gerónimo de Sierra, Los problemas de
la democratización ¿Hacia dónde vamos?, Montevideo, CIEDUR, 1988, p.
3. Nº 1 de la Colección Uruguay Hoy..........................................................212
Imagen 2. Julio María Sanguinetti y Enrique Tarigo en la asunción del mando,
1º de marzo de 1985. Foto tomada de:
http://www.geocities.com/desalambre/rio3.jpg............................................214
Imagen 3. Julio María Sanguinetti. Archivo E.B.O.......................................................216
Imagen 4. Programas políticos de la campaña electoral de 2004. A.P.P. - FHCE.........217
Imagen 5. Tabaré Vázquez el 1º de marzo de 2005, fecha de asunción del mando.
Foto tomada de: http://www.uruwashi.org/images/Presidente B.jpg...........218
Imagen 6. Campaña a favor del “voto verde” para derogar los artículos 1 al 4
de la “ley de caducidad”. Foto: Carlos Contrera..........................................223
Imagen 7. Fábrica Alpargatas ocupada a comienzos de 1985. Tomada de:
Encrucijada. Documento sobre Uruguay a comienzos de 1985,
Montevideo, 1987, p. 24...............................................................................227
Imagen 8. Planta frigorífica. Foto tomada de:
http://www.uruwashi.org/images/Frigorifico.jpg.........................................237
Imagen 9. Héctor Gros Espiell, Ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay
durante la presidencia de Luis Alberto Lacalle. Tomada de:
http://www.larepublica.com.uy/lr3/publicaciones/101/20070717/
images/266078_0.gif....................................................................................245
Imagen 10. El Mercosur en 2004. Mapa tomado de: http://www.mercosur.org.uy.........247

Cuadro 1. Relación entre remuneración media de mujeres y hombres por tipo de


ocupación. País urbano. Tomado de: http://www.ine.gub.uy.......................242

Gráfico 1. Evolución electoral del Frente Amplio en las elecciones municipales de


Montevideo, 1971-2005 (en porcentajes de votos válidos)..........................215
397

Capítulo 7
Imagen 1. Una escena típica de la localidad de Canelones. Foto tomada de: César
Aguiar - Antonio Cravotto. Población, territorio, ciudades. Montevideo,
Claeh, 1983, p. 77. Fascículo 4 de la colección “El Uruguay de nuestro
tiempo”.........................................................................................................264
Imagen 2. Niños trabajando en la Liebig’s Extract of Meat Company, 1920...............266
Imagen 3. El barrio Casabó en 1921. FHM/CMDF......................................................272
Imagen 4. Una familia en un “cantegril”. Foto tomada de Encrucijada. Documento
sobre Uruguay a comienzos de 1985, Montevideo, 1987, p. 38..................274
Imagen 5. Foto tomada de Encrucijada. Documento sobre Uruguay a comienzos de
1985, Montevideo, 1987, p. 36.....................................................................274
Imagen 6. Dibujo de Jess (Julio E. Suárez), tomado de: Marcha, Montevideo,
11 de octubre de 1963...................................................................................275
Imagen 7. Despedida en el Aeropuerto de Carrasco. Foto tomada de Encrucijada.
Documento sobre Uruguay a comienzos de 1985, Montevideo,
1987, p. 4......................................................................................................282

Cuadro 1. Población total según los censos. 1908-2004...............................................255


Cuadro 2. Distribución de la población por edad (porcentaje). 1908-2004..................263
Cuadro 3. Relación de masculinidad según el censo de 1985.......................................263
Cuadro 4. Relación población Montevideo/Interior. 1908-2004...................................269

Gráfico 1. Censo de población de 1908 según edad, sexo y nacionalidad...................256


Gráfico 2. Censo de población de 1963 según edad,
sexo y distribución territorial........................................................................257
Gráfico 3. Proyección de población en 2004 según edad,
sexo y distribución territorial........................................................................261
Gráfico 4. Distribución de la población según zonas. 1963-2004.................................268

Capítulo 8
Imagen 1. La manifestación del 1º de Mayo de 1919 en Montevideo, al salir
de Sierra y Agraciada hacia la Plaza Independencia. Tomada de:
Mundo Uruguayo, Montevideo, mayo 1919................................................290
Imagen 2. La huelga papelera de 1958. Tomada de: Yamandú González Sierra y
Alejandro Buscarons, 50 años de CUOPYC, Montevideo, 1994, p. 14.......294
Imagen 3. Marcha de los cañeros de Bella Unión en la década de 1960.
FPEP/CMDF.................................................................................................295
Imagen 4. Fábrica ocupada durante la huelga general, 27 de junio - 11 de julio
de 1973. FPEP/CMDF..................................................................................298
398

Imagen 5. Acto del 1º de Mayo de 1983. Tomada de: Yamandú González Sierra,
100 primeros de mayo en el Uruguay, Montevideo, CIEDUR,
1990, p. 39....................................................................................................299
Imagen 6. Entierro de Líber Arce, 15 de agosto de 1968. FPEP/CMDF......................305
Imagen 7. Entierro de Líber Arce, 15 de agosto de 1968. FPEP/CMDF......................305
Imagen 8. Marcha de la Semana del Estudiante, realizada el 25 de setiembre
de 1983. Archivo de la Dirección Nacional de Inteligencia
del Ministerio del Interior. Colección Semana 83........................................307
Imagen 9. Ocupación de liceos en la movilización estudiantil de 1996. Foto: Oscar
Bonilla (tapa del libro de Raúl Zibechi, La revuelta juvenil de los ’90,
Montevideo, Nordan, 1997).........................................................................308
Imagen 10. Cien mil mujeres marchan por sus derechos por la avenida 18 de Julio
de Montevideo, el 15 de noviembre de 1984. Tomada de: Aquí,
Montevideo, 20 de noviembre de 1984, p. 9................................................309
Imagen 11. Movilización de FUCVAM en febrero de 1984 contra el reajuste de las
amortizaciones del Banco Hipotecario. Tomada de: Convicción (Nº 11),
Montevideo, 1º de marzo de 1984, p. 7........................................................312
Imagen 12. “Marcha del silencio” por verdad y justicia, realizada en Montevideo
el 20 de mayo de 1998. Foto: Daniel Sosa...................................................313

Capítulo 9
Imagen 1. Club Político, año 1999. A.P.P. - FHCE.......................................................330
Imagen 2. Listas electorales de los tres partidos mayoritarios (EP-FA, P. Colorado
y P. Nacional), en las elecciones internas de abril de 1999.
A.P.P. - FHCE...............................................................................................333
Imagen 3. Volante en contra del Frente Amplio distribuido en un acto pachequista
en 1971. A.P.P. - FHCE.................................................................................335
Imagen 4. Volante emitido por la Organización Estudiantil Anticomunista,
diciembre de 1962. A.P.P. - FHCE................................................................336
Imagen 5. Juan Andrés Ramírez en las primeras elecciones internas de abril
de 1999, junto a Juan Chiruchi. A.P.P. - FHCE............................................336
Imagen 6. Publicidad electoral de los comicios de abril de 1999. A.P.P. - FHCE.........337
Imagen 7. Liber Seregni. Foto: Nancy Urrutia..............................................................340
Imagen 8. Los presidentes de Brasil y Uruguay, Getúlio Vargas y Gabriel Terra,
durante la visita del primero a Montevideo, en mayo de 1935. Archivo
Nacional de la Imagen, SODRE...................................................................342
Imagen 9. Volante emitido por la Federación de Estudiante Universitarios
del Uruguay (FEUU) en junio de 1969. A.P.P. - FHCE................................343
Imagen 10. Caricatura de Julio E. Suárez, tomada: de Milita Alfaro y
Gerardo Caetano, Historia del Uruguay Contemporáneo, Montevideo,
F.C.U. 1995, p. 231.......................................................................................345
399

Imagen 11. Desfile militar en la avenida 18 de Julio durante la dictadura.


FHM/CMDF.................................................................................................346
Imagen 12. Publicidad anti-tupamara de noviembre de 1971. A.P.P. - FHCE................347
Imagen 13. Consejo Nacional de Mujeres en el Uruguay en los años veinte.
Tomado de: Ofelia Machado Bonet, “Sufragistas y poetisas”,
Enciclopedia Uruguaya, Nº 38, junio 1969, p. 155.....................................349
Imagen 14. Movimiento Femenino por la Justicia y la Paz. Enero de 1969.
FPEP/CMDF.................................................................................................353

Cuadro 1. Evolución del electorado durante el siglo XX (1916-2004).........................320


Cuadro 2. Las reformas constitucionales (1830-1996).................................................326
Cuadro 3. Partidos Políticos que no alcanzaron representación parlamentaria
(1925-2004)..................................................................................................338

Gráfico 1. Evolución electoral del Frente Amplio (1971-2004)....................................338

Capítulo 10
Imagen 1. La “grandeza” de Uruguay. El Libro del Centenario del Uruguay,
1825-1925, Montevideo, Agencia de Publicidad Capurro y Cía., 1925.......362
Imagen 2. Café y Confitería “La Giralda” en 1918. FHM/CMDF................................366
Imagen 3. Carlos Gardel “El gaucho”. Carátula del Vol. 17 de la colección
Su obra integral. Ediciones El Bandoneón. Tomada de
http://www.thetangocatalogue.com/images/tapasvideo/cpeb050.jpg...........367
Imagen 4. Carlos Gardel. Fotografía de José M. Silva. Tomada de:
http://www.gruppo96.it/public/immagini/lontano/Gardel-Foto-Silva-
Montevideo.jpg.............................................................................................367
Imagen 5. Pericón en el patio de la estancia, 1923 (aprox.). Pedro Figari.
Óleo sobre cartón, 70 x 100 cm. Tomado de:
http://www.mnav.gub.uy/graficos/figarip1.jpg.............................................368
Imagen 6. El Aguatero, de José Belloni. 1932. Tomado de: Susana Ántola y
Cecilia Ponte, “La nación en bronce, mármol y hormigón armado”,
en Gerardo Caetano (dir.), Los uruguayos del Centenario. Nación,
ciudadanía, religión y educación (1910-1930). Montevideo,
Taurus, 2000, pp. 219-243............................................................................369
Imagen 7. Los últimos charrúas, de Edmundo Pratti, Gervasio Furest Muñoz
y Enrique Lussich. Conjunto escultórico en bronce con basamento
de granito, emplazado sobre la Avda. Delmira Agustini en el Prado de
Montevideo. Tomado de: http://uruguay.enelmundo.com.uy/sites/
enelmundo/uruguay/sitio/lugares/montevideo/0000000007_02.jpg............370
Imagen 8. Inauguración del Mausoleo a José Artigas en la Plaza Independencia.
Montevideo. 1977. FHM/CMDF.................................................................377
400

Imagen 9. Memorial charrúa en Salsipuedes. Tomada de: http://www.guichon.


com.uy/FOTO_EVENTO_SALSIPUEDES_1_WEB.JPG..........................382
Imagen 10. Lavanderas a comienzos del siglo XX. Foto: Museo y Archivo Histórico
Cabildo Municipal (MAHCM).....................................................................384
Imagen 11. Ruben Galloza. Coronación de los Reyes Congo. Acrílico de 2 m x 1,2 m.
Colección Privada Pretoria- Sudáfrica. Tomada de: “Ruben Galloza.
Una visión del candombe en el Río de la Plata”. Catálogo de la exposición
del pintor realizada en Buenos Aires, agosto 1997. Archivo particular de
Oscar Montaño.............................................................................................384
Imagen 12. Comparsa Assimbonanga. Desfile de llamadas 2005 en la ciudad de
Durazno. Archivo particular de Oscar Montaño...........................................386
Imagen 13. Los Olimareños. Carátula del disco “Cielo del 69”. Tomada de:
http://muldia.com/........................................................................................387
Imagen 14. Daniel Viglietti. Carátula del disco “Canción para mi América”.
Tomada de: http://muldia.com/....................................................................387
Imagen 15. Alfredo Zitarrosa. Caricatura realizada por Bruno Hartmann en el
taller de “Tunda” Prada y Fermín Hontou en 2007......................................387
Imagen 16. 3ra. Fiesta Nacional del Mate y la 12ª Edición del Día del Gaucho.
San José. Tomada de: http://www.ejercito.mil.uy/RRPP/paginas/
031mate2006.htm.........................................................................................388
Imagen 17. Un “picadito” antes del asado. Foto: Daniel Stonek, tomada de:
http://stonek.com/banco/resultado2.php?recordID=http://stonek.com/
oct2005/piria5170.jpg...................................................................................390
401

Los autores
Daniele Bonfanti. (Génova, 1964). Licenciado en Ciencias Históricas (Fa-
cultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República).
Doctorando en Historia en la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Tema de
Tesis: Los empresarios del vino: estrategias productivas, cambio tecnológico y
transmisión de los conocimientos. Un estudio comparado de las áreas vitivinícolas
argentina y uruguaya en su fase temprana (1870-1930). Ayudante en el Departa-
mento de Historia del Uruguay de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación de la Universidad de la República desde 2001 y Asistente en el Centro
de Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos en el proyecto “La vitivinicultu-
ra uruguaya en el marco regional”. Su última publicación, en coautoría con Esther
Ruiz, Karla Chagas, Nicolás Duffau y Natalia Stalla: Una poderosa máquina de
guerra opuesta a la ignorancia. Cien años de la Facultad de Agronomía. Monte-
video, Hemisferio Sur, 2007.

Magdalena Broquetas San Martín. (Montevideo, 1978). Licenciada en


Ciencias Históricas (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Uni-
versidad de la República). Doctoranda en Historia en la Universidad Nacional de
La Plata (Argentina). Tema de Tesis: Autoritarismo y represión estatal en el Uru-
guay de los tempranos sesenta (1958–1968). Desde 2003 Ayudante en el Depar-
tamento de Historia del Uruguay de la Facultad de Humanidades y Ciencias de
la Educación de la Universidad de la República y desde 2002 investigadora en el
Centro Municipal de Fotografía de la Intendencia Municipal de Montevideo.

Inés Cuadro Cawen. (Montevideo, 1979). Graduada en Historia en el Ins-


tituto de Profesores “Artigas” (IPA). Estudiante avanzada de la Licenciatura en
Ciencias Históricas de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
(Universidad de la República). Ayudante del Departamento de Historia del Uru-
guay de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, en donde ha
participado de varias investigaciones que refieren a la Historia del Uruguay en los
siglos XIX y XX.

Ana Frega Novales. (Montevideo, 1958). Graduada en Historia en el Ins-


tituto de Profesores Artigas (IPA) y Doctora en Historia por la Universidad de
Buenos Aires. Es Profesora Titular y Directora del Departamento de Historia del
Uruguay en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Uni-
402

versidad de la República, en régimen de dedicación total, y Profesora de Historia


Nacional en el IPA. Inició su labor de investigación en 1980, abordando temas
políticos y sociales del Uruguay en la primera mitad del siglo XX. Actualmente
sus trabajos se centran en los procesos de construcción estatal en el Río de la Plata,
siendo su última obra publicada Pueblos y soberanía en la Revolución artiguista
(Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2007).

Ariadna Islas Buscasso. (Montevideo, 1958). Licenciada en Ciencias His-


tóricas, Magíster en Ciencias Humanas (Opción Estudios Latinoamericanos) de
la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la Repú-
blica. Asistente en régimen de dedicación total del Departamento de Historia del
Uruguay, Instituto de Ciencias Históricas, Facultad de Humanidades y Ciencias de
la Educación. Sus investigaciones han enfocado temas de historia del Uruguay del
siglo XIX, en particular el proceso de formación de la ciudadanía y construcción
de la nacionalidad e identidad uruguayas, sobre los que ha publicado diversos tra-
bajos de su autoría y en colaboración. En esa línea, prepara la edición de su tesis
de maestría “Construcción de la nación, construcción de ciudadanos: la Liga Pa-
triótica de Enseñanza en Uruguay (1888-1899) en el marco de la conformación de
las nacionalidades en el Río de la Plata”.

Rodolfo Porrini Beracochea. (Montevideo, 1956). Licenciado en Ciencias


Históricas, Magíster en Ciencias Humanas (Opción Estudios Latinoamericanos)
de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la
República. Asistente en régimen de dedicación total del Departamento de Historia
del Uruguay, Instituto de Ciencias Históricas, Facultad de Humanidades y Cien-
cias de la Educación. Colaborador del periódico Trabajo & Utopía y del Instituto
Cuesta-Duarte del PIT-CNT. Ha investigado sobre diversos aspectos del Uruguay
de la primera mitad del siglo XX, como la influencia de la inmigración europea
en el sindicalismo y en especial los procesos de formación y desarrollo de la clase
trabajadora y el sindicalismo. Ha publicado diversos artículos en revistas especia-
lizadas y de divulgación, los libros Derechos humanos y dictadura terrista y La
nueva clase trabajadora uruguaya, y compilado Historia y memoria del mundo
del trabajo y Trabajo e historia en el Uruguay. Investigaciones recientes.

Ana María Rodríguez Ayçaguer. (Durazno, 1947). Licenciada en Ciencias


Históricas en la Facultad de Humanidades y Ciencias. Es Profesora Adjunta del
Departamento de Historia del Uruguay de la Facultad de Humanidades y Ciencias
de la Educación de la Universidad de la República, en régimen de dedicación total.
Su área de investigación es la historia de la política exterior uruguaya; su última
publicación: Entre la hermandad y el panamericanismo. El gobierno de Amézaga
403

y las relaciones con Argentina. I: 1943. (Montevideo, FHCE, serie Papeles de


Trabajo, 2004). En 2007 finalizó la redacción del libro “Un pequeño lugar bajo el
sol”. Mussolini, la conquista de Etiopía y la diplomacia uruguaya. 1935-1938, a
editarse próximamente.

Esther Ruiz. (Soriano, 1946). Licenciada en Ciencias Históricas en la Fa-


cultad de Humanidades y Ciencias. Cursó la Maestría en Estudios Migratorios
(tesis en curso). Profesora Adjunta del Departamento de Historia del Uruguay, en
régimen de dedicación total. Ha realizado investigaciones sobre temas de historia
política, económica y socio-cultural. Su actual proyecto de investigación se ins-
cribe en el espacio de “ciencia, tecnología y sociedad”, centrándose en el debate
sobre la industrialización durante el “neo-batllismo”. Entre sus publicaciones se
encuentran: Energía y política en el Uruguay del siglo XX. Tomo 1: Del carbón
al petróleo: en manos de los trusts (1900-1930), Montevideo, E.B.O., 1991 (en
coautoría); Escuela y dictadura. 1930-1938, Montevideo, E.B.O., 1997, y recien-
temente, Una poderosa máquina opuesta a la ignorancia. 100 años de la Facultad
de Agronomía, Montevideo, Facultad de Agronomía, Universidad de la República,
2007 (en coautoría).
 
 
405

Indice

Los autores agradecen a.......................................................................................... 5


Abreviaturas............................................................................................................ 6
Prólogo
Dr. Álvaro J. Portillo......................................................................................... 7
Introducción General.............................................................................................11

Parte I
Evolución histórica del Uruguay en el siglo XX
Capítulo 1
La formulación de un modelo. 1890-1918
Ana Frega........................................................................................................ 17
Capítulo 2
La República del compromiso. 1919-1933
Ana María Rodríguez Ayçaguer...................................................................... 51
Capítulo 3
Del viraje conservador al realineamiento internacional. 1933-1945
Esther Ruiz....................................................................................................... 85
Capítulo 4
El “Uruguay próspero” y su crisis. 1946-1964
Esther Ruiz..................................................................................................... 123
Capítulo 5
Liberalización económica, dictadura y resistencia. 1965-1985
Magdalena Broquetas San Martín................................................................. 163
Capítulo 6
La crisis de la democracia neoliberal y la opción por la izquierda.
1985-2005
Departamento de Historia del Uruguay.........................................................211
406

Parte II
Algunos temas claves para comprender el Uruguay actual
Capítulo 7
Población y territorio: familia, migración y urbanización
Daniele Bonfanti............................................................................................ 253
Capítulo 8
La sociedad movilizada
Rodolfo Porrini Beracochea.......................................................................... 285
Capítulo 9
Partidos, elecciones y democracia política
Inés Cuadro Cawen ...................................................................................... 317
Capítulo 10
Identidades uruguayas: del mito de la sociedad homogénea
al reconocimiento de la pluralidad
Ariadna Islas y Ana Frega............................................................................. 359

Índice general de imágenes, cuadros y gráficos.................................................. 393

Los autores.......................................................................................................... 401

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