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Los signos en la vida cotidiana de las

personas
Por Víctor Miguel Niño Rojas

En principio, “significación” etimológicamente es la acción de


“significar”, que equivale a producir o interpretar significado con
el signo, desarrollar un proceso sígnico o semiosis, la cual
implica, entre otros hechos, transponer de un plano significante a
un plano significado, buscar y producir sentido, interpretar el
mundo y comunicarlo. “Los signos son creados y usados -dice
Walther (1994)- para cumplir con determinados fines, para aportar
determinados rendimientos: se quiere expresar algo a través de
ellos, representar algo y comunicarlo a alguien”.

Ahora bien, si los signos son el componente de la significación y también de la comunicación (Peirce, 1986;
Eco, 1976), como se infiere de algunas reflexiones del capítulo anterior, es necesario, en consecuencia,
examinar dónde y cómo se producen, cómo se entienden y expresan, en fin, cómo se agrupan y cómo se
clasifican.

Para aproximarnos a la existencia de los signos, dejemos que la imaginación divague mentalmente por los
distintos momentos de la vida de un ser humano, en alguna de nuestras ciudades modernas. Supongamos que
Alfredo, un joven trabajador de cierta empresa, despierta por el sonido de un reloj (que él mismo programó).
Después del desayuno observa el periódico del día: títulos, fotografías, avisos. Oye el timbre del teléfono,
levanta el auricular y dice “aló”, como signo de que está listo para iniciar la comunicación telefónica. Sale a la
calle y busca el signo de “paradero”, para hacerle la señal de parada a un taxi, que se reconoce por un rótulo
encima del vehículo. Escucha la radio, por la cual se entera de acontecimientos nacionales. Observa por la
ventana enormes nubes negras, agoreras de lluvia. Se fija en el tablero del automotor: va a 40 kilómetros por
hora y ve que la gasolina está por mitad. En las calles entiende diversos avisos: señales de tránsito, nombres
de almacenes, etc. Escucha voces y ruidos con alguna información: lotería, dulces, golosinas. Oye la sirena de
una ambulancia pidiendo prioridad. En el ascensor capta signos que lo orientan sobre su uso: abrir, cerrar,
arranque, piso o nivel. Ya en la oficina, saluda y recibe como respuesta un cariñoso gesto de la secretaria. En
la cartelera recuerda instrucciones de trabajo y nota una enorme paloma blanca como símbolo de paz.

Podríamos seguir imaginando la vida de Alfredo y comprobar que toda ella está inmersa en los signos. En
cada situación se advierte la existencia de un objeto o estímulo sensorial, por medio del cual Alfredo
comunica o interpreta un “significado”, o sea, lo que él intenta dar a entender o lo que él supone que otros le
quieren comunicar. Como se ve, un signo se produce o se interpreta en distintas circunstancias o contextos,
que ayudan a precisar el sentido.

De ahí la riqueza polisémica de la palabra “signo”, porque es usada en diversidad de situaciones y con
variados significados. Valiéndose de tres diccionarios de la lengua italiana, Eco (1976) recoge 38 acepciones
de “signo”. Y si le buscáramos sinónimos o palabras que se le aproximan en su significado, en lengua
castellana encontraríamos numerosas. Van las siguientes, a vía de ejemplo: signo, símbolo, síntoma, índice,
indicio, indicación, marca, señal, indicador, trazo, huella, rastro, seña, gesto, contraseña, clave, manifiesto,
manifestación, figura, expresión, palabra, vocablo, representación, emblema, enseña, imagen, icono,
significante, estímulo, lenguaje, medio etcétera. Todos estos términos tienen algo en común, aunque con
alguna variación: se refieren a una idea, a un sentido y facilitan su comunicación. Son rasgos propios de lo
que llamamos signo.
Taller 1:

 Escoger tres signos distintos en el cuento “El eclipse” (Augusto Monterroso) y su


significado.
 Leer para la próxima sesión el texto La semiología de Pierre Guiraud.

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