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1.

FE: María fue una mujer de fe, y aunque esa fe paso muchas etapas, quizás alguna de ellas
difíciles, ella siempre se mantuvo firme porque tenía sus raíces bien ancladas en Dios. Por eso,
cuando tengamos la tentación de dudar, acudamos a María, la mujer de la fe, y pidamos su
poderosa intercesión.

Ave María

2. HUMILDAD: Una persona humilde reconoce que todo el bien que ha hecho, y que puede
hacer, es resultado de la Presencia de Dios en su vida. María fue muy humilde al llamarse a sí
misma la sierva o la esclava del Señor. Además, en su cántico de alabanza que llamamos
Magníficat (Lc 1, 46-55), María afirma que Dios ha mirado con buenos ojos la humildad de su
sierva. Pidamos a María un corazón manso y humilde para que, como ella, atribuyamos
nuestros éxitos a Dios y nuestros fracasos a nosotros mismos.

Ave María

3. OBEDIENCIA: Al dar su consentimiento en la Anunciación “He aquí la esclava del Señor;


hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), María a pesar de ser una mujer joven mostró una
admirable actitud de obediencia a la Palabra de Dios y de confianza en su santa voluntad. Por
eso acudamos a ella cuando tengamos la tentación de rebelarnos y volvernos contra Dios,
para que ella que siendo joven sintió miedo de obedecer, interceda por nosotros para
logremos seguir su ejemplo.

Ave María

4. ORACIÓN: No hay mejor ejemplo en el mundo, aparte de Jesús, con respecto a una vida de
oración constante que el de la Santísima Virgen María. La Escritura nos dice: “María meditaba
estas cosas en su corazón” (Lc 2, 19).  Pensaba continuamente en Dios en su mente y amaba a
Dios con todo su corazón; mantenía una comunicación constante con la Santísima Trinidad: el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Que la Virgen nos inspire a ser constantes, fervientes y fieles
a la oración. En efecto, la oración es la clave de nuestra salvación. Lo que el aire es para los
pulmones, la oración es para el alma.

Ave María

5. AMOR: De todas las virtudes que estamos llamados a practicar, la del amor ardiente, a veces
llamada caridad, es la más grande de todas. La Virgen practicó el amor en grado
sublime María, en todo momento y lugar, amó ante todo a Dios. Sin embargo, María expresó
concretamente su amor a Dios mediante su ardiente amor al prójimo. En la Anunciación, a
través de su Sí incondicional, María mostró su amor total y sin reservas a Dios. Al ir de prisa a
visitar a su prima Isabel, María manifestó un gran amor al prójimo. Que podamos decir, a
imitación de María y con palabras de San Pablo: “El amor de Cristo nos urge” (2 Cor
5,14). Pidamos a ella que nos ayude a que aprendamos este doble mandamiento, el amor a
Dios y el amor al prójimo, y nos esforcemos por vivirlo a diario. San Juan de la Cruz afirma:
“En el ocaso de nuestra existencia, seremos juzgados por el amor”.

Ave María

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