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HECTOR Y EL PEGASO

Brillaban las luces en la noche de feria. Héctor tiró de la mano de su madre


hacia el carrusel. Eligió un caballo con alas y, lleno de alegría, le pidió que
volara muy alto hasta alcanzar las estrellas que ardían en el cielo.
Aquella noche lo visitó en sueños:
-Mi nombre es Pegaso. Pertenezco al mismísimo Zeus, pero he caído en
desgracia y me tienen atado a esa rueda. Solo tú me has hablado, solo tú
estás destinado a liberarme.
Al día siguiente Héctor se coló en el recinto ferial y le rompió las cadenas
con unas grandes tenazas.
-¡Sube! Volaremos juntos a donde tú desees.
-Al País de los Cuentos.
Pegaso batió las alas y pronto fueron divisando desde el aire el bosque
donde se escondía el lobo, la casita de chocolate, dragones y princesas,
hadas, ogros y hasta un barco de piratas.
Y llegó la hora en que Pegaso debía volver al Olimpo. El niño le acarició la
crin y se abrazó a su cuello. Contuvo las lágrimas hasta verlo partir, porque
había aprendido que el mejor regalo que le podía ofrecer era la libertad.

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