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Corinto y los cristianos.

Los puertos de Corinto no solo convirtieron a la ciudad en un importante centro marítimo, sino que también la
hicieron florecer económicamente. Por un lado, como el tráfico marítimo atraía el comercio, los corintios
lograron amasar enormes fortunas cobrando elevadas tasas en los puertos y cuotas por el transporte de
mercancías y barcos a través del díolkos.  A esto se sumaban los impuestos al tránsito por tierra. Tantos eran los
ingresos estatales recaudados en los mercados y los puertos, que a finales del siglo VII antes de nuestra era se
eximió a los ciudadanos corintios de pagar impuestos.

Otra fuente de ingresos la constituían los mercaderes que había en la ciudad, muchos de los cuales se hicieron
conocidos por su afición a los lujos desmedidos y a las juergas inmorales. Los marineros que acudían a
raudales a Corinto también la enriquecían, pues según indica Estrabón, derrochaban su dinero. Además, la
ciudad ofrecía multitud de servicios, entre ellos la reparación de barcos.

Por otro lado, Corinto era una ciudad que albergaba gente de diversos orígenes, pues en ella convivían
griegos, romanos, sirios, egipcios y judíos. Se cree que en tiempos de Pablo tenía unos 400.000 habitantes,
cantidad que solo superaban Roma, Alejandría y Antioquía de Siria. A través de sus puertos llegaban
constantemente viajeros, asistentes a los juegos atléticos, artistas, filósofos y hombres de negocios, entre otros,
que hacían ofrendas y sacrificios en los templos. Todo esto convertía a Corinto en una bulliciosa y activa
metrópoli... pero había que pagar un precio.

El libro De  viaje con San Pablo  comenta: “No es extraño que Corinto, situada entre dos puertos tales, se hiciera
una ciudad cosmopolita, teñida de los vicios de las naciones extrañas, cuyos barcos anclaban en sus puertos”.
Así es, en Corinto coincidían todo tipo de vicios y debilidades de Oriente y Occidente. En medio de tanta
decadencia moral y lujo desvergonzado, la ciudad se convirtió en la más inmoral de la antigua Grecia. Tanto
fue así que vivir como los corintios —o “corintizarse”, como se decía entonces— equivalía a llevar una vida
depravada.
Semejante entorno materialista e inmoral sin duda suponía una gran amenaza para el bienestar espiritual de
los cristianos corintios. Era vital que se les recordara la importancia de contar con la aprobación de Dios. Por
eso, en las cartas que les envió, Pablo criticó duramente la avaricia, la extorsión y la inmundicia moral. Basta
leer estos escritos inspirados por Dios para percibir la poderosa influencia corruptora a la que se enfrentaban
estos cristianos (1 Corintios 5:9, 10; 6:9-11, 18; 2 Corintios 7:1).

Con todo, tal ambiente cosmopolita también tenía sus ventajas. Al estar expuestos a un constante ir y venir de
ideas, los habitantes de Corinto eran más tolerantes que los de otras ciudades que visitó el apóstol. “Oriente y
Occidente se encontraban en esta antigua ciudad portuaria —explica cierto comentarista bíblico—, lo que
exponía a los corintios a toda clase de ideas, filosofías y creencias religiosas que surgían en cualquier parte del
mundo.” Como resultado, convivían pacíficamente multitud de cultos, lo que sin duda facilitó la predicación de
Pablo.

Aunque los puertos de Corinto —Cencreas y Lequeo— contribuyeron a la prosperidad y fama de la ciudad,
también expusieron a los cristianos a muchos peligros. Lo mismo pasa en el mundo actual. Numerosas
influencias corruptoras, como el materialismo y la inmoralidad, amenazan la espiritualidad de los siervos de
Dios. Así pues, todos hacemos bien en tomar a pecho las advertencias divinas que Pablo escribió a los
cristianos corintios.

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