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TEORÍAS DE LA INFORMACIÓN

(Apunte XI)

BLOQUE TEMÁTICO III.


El nuevo panorama de la cultura: información, cultura de masas y globalización.
Tema 11: Mito y realidad de la Sociedad de la Información

Introducción: En el apunte vimos cómo se gestó el concepto de sociedad de información; es decir, su génesis teórica;
en este lo cotejaremos con la realidad económica, social y científico-técnica contemporánea con el ánimo de ver su
utilidad descriptiva. Comenzaremos por un repaso crítico de la categoría, con énfasis en sus puntos débiles; y a
continuación la relacionaremos con Internet y los flujos globales de información.

Una categoría imprecisa: Un primer problema que plantea la categoría en cuestión es su delimitación: ¿en qué momento
una sociedad industrial deviene “sociedad de la información”? ¿depende el cambio de que cada habitante tenga un
televisor, un móvil o un PC? ¿o de que la mayoría disponga de banda ancha? ¿Cuándo un porcentaje mayoritario de la
población laboral puede ser considerada “trabajadores del conocimiento? Por otra parte, se asume que las TIC han
parido una nueva sociedad, pero ¿es realmente así? ¿o apenas han impulsado cambios parciales en un marco capitalista?

Los escépticos no aprecian que la mediatización promovida por las TIC haya inducido cambios profundos en la
dinámica del capitalismo, especialmente en su rasco principal: la búsqueda incesante de mayores ganancias mediante la
producción creciente de mercancías y la acumulación indefinida de capital. A su modo de ver, la categoría de “sociedad
de la información” solo da cuenta de un aspecto parcial de la realidad: la globalización de las telecomunicaciones y de
los flujos financieros; pero olvida que, si bien la circulación de la información es importante, más decisiva es la
circulación del dinero y de las mercancías -dentro las cuales se incluyela información-; y omite asimismo que los
“trabajadores de conocimiento” siguen siendo minoritarios y coexisten con el proletariado precarizado a su servicio
(limpiadores de oficinas, mensajeros, personal de intendencia, administrativos, etc.),

Ignora, además, ignora el persistente conflicto entre capital y trabajo, así como las complejas relaciones entre saber y
poder. La digitalización permite el teletrabajo, pero aumenta el control de la empresa sobre el trabajador. Las TIC
constituyen, sin duda, uno de los sectores más dinámicos de la economía (la correspondencia postal ha sido quizás el
servicio más afectado); pero son solo un sector. De hecho, solo una minoría trabaja en ellas; el grueso de los
trabajadores continúa en las actividades de servicios y producción tradicionales. Ni siquiera la robotización es una
novedad; pues la tendencia a reducir costos laborales con la automatización es consustancial al capitalismo.

El “trabajador del conocimiento”: más mito que realidad

Tampoco es cierto, continúan los críticos, que el poder haya pasado a manos de quienes controlan la información (el
sector financiero lo ejemplifica: en Estados Unidos es uno de los menos informatizados y sin embargo domina la
economía). En España no mandan Amazon ni Google sino, en todo caso, la banca y las grandes constructoras. Y en
Estados Unidos, Silicon Valley, el corazón del software y el hardware, no ha desbancado en influencia política y
económica a Wall Street, el epicentro del capital financiero. Desde luego, han ganado influencia los profesionales
especializados en el trasiego de información (analistas de datos, ingenieros informáticos, diseñadores de videojuegos,
etc.), pero en modo alguno son la clase dirigente ni han sustituido a su núcleo duro: los grandes accionistas e inversores.

También es cuestionada la noción de “sociedad global de la información” que supuestamente se ha impuesto en todo el
planeta por presuponer una homogeneidad internacional irreal. “Cada país se introduce en el universo tecnológico a
partir de su cultura, su historia y la especificidad de sus instituciones», señala Armand Mattelart. El acceso a la
globalización dista de ser uniforme; hay regiones que se incorporan primero (el corredor Nueva York/Boston en Estados
Unidos; Madrid y Barcelona en España), e igual ocurre con las naciones (el Norte se digitaliza en mayor medida que el
Sur). La “sociedad global de la información”, acusa Mattelart, ha funcionado más bien como una consigna para
“globalizar” al Tercer Mundo sin tener en cuenta sus pareceres ni sus necesidades.

Determinismo tecnológico: el culto a las TIC, a las que se atribuye el poder de solventar todos los males sociales e
individuales, no es nuevo. Ya en la Revolución Francesa se especulaba con usar el telégrafo óptico para gestionar una
democracia extendida en todo un territorio nacional; sin embargo, la telegrafía no trajo consigo una mayor calidad
democrática. Se abrigaron esperanzas similares respecto de la televisión (el tele-referéndum como remedio del déficit
de participación política; la televisión educativa como solución al analfabetismo…), y tampoco se cumplieron.

Que las TICs suscitasen expectativas parecidas se explica por el persistente determinismo tecnológico: la creencia en
que la tecnología decide el rumbo de la sociedad. Sus partidarios sostienen que la invención del estribo, al posibilitar la
supremacía de la caballería pesada (cubierta de armaduras), permitió el desarrollo del feudalismo; que la imprenta fue
clave para el triunfo de la reforma protestante; o que la máquina de vapor creó la sociedad industrial. Si bien la mayoría
de los deterministas juzgan benéfica esta influencia, entre ellos existe una minoría que responsabiliza al dominio de la
técnica de la decadencia moral y espiritual de Occidente (el filósofo Martín Heidegger, por ejemplo).

Sus defensores ignoran que las causalidades son más complejas; al automóvil no lo trajo el avance de la mecánica sino
el apremio por dinamizar la economía con la producción masiva de coches baratos. Si remontamos el pasado, veremos
que los chinos sacaron poco partido de la invención de la pólvora, el papel y la brújula, y que los europeos se
aprovecharon de ellas ya que eran más receptivos a innovaciones que facilitaran su expansión mundial. Sin duda, las
armas de fuego acabaron con la caballería medieval, pero el feudalismo no se vino abajo a cañonazos; lo liquidaron el
absolutismo monárquico, la economía urbana y el uso del dinero en las transacciones, entre otros factores. Dicho de otro
modo: no es la tecnología lo determinante sino las necesidades e intenciones de una sociedad determinada.

En lo concerniente a las TICs, el verdadero agente del cambio no han sido la telefonía, Internet o la banda ancha sino la
industria del software y el hardware –Microsof, Google, IBM, Apple...–, las industrias culturales norteamericanas, la
banca internacional y las elites formadas por visionarios y futurólogos como Marvin Minsky, Alvin Tofler o Jeremy
Rifkin. En breve: las tecnologías de la información no avanzan en virtud de una lógica interna irresistible sino gracias al
esfuerzo consciente de sectores poderosos interesados en acelerar la circulación global de la información-mercancía al
abrigo de postulados económicos tales como la reducción del Estado, las privatizaciones, la competencia…Y lo mismo
vale para la Red: los deterministas ignoran que la sociedad influencia más a Internet que a la inversa.

En realidad, la sociedad es la que decide cómo se usará una tecnología

Aunque inadecuado como explicación del cambio, el determinismo tecnológico resulta muy eficaz para alimentar las
ilusiones en la solución técnica de los problemas sociales. ¿La factura de la luz no deja de subir? Las centrales nucleares
suministrarán energía inagotable y barata (en vez de atacar la estructura oligopólica del mercado eléctrica). ¿Los
campesinos exigen una reforma agraria? Las semillas transgénicas les sacarán de la pobreza (en vez de promover un
reparto de las tierras en manos de los lafitundistas). ¿Hay riesgo de superpoblación? La ingeniera aeroespacial nos
permitirá colonizar los planetas (en vez de fomentar la planificación familiar). ¿El reparto de la tarta amenaza la paz
social? La innovación aumentará la riqueza (en vez de impulsar una distribución de las rentas mediante impuestos y
ayudas sociales). ¿Demasiados trabajos rutinarios y embrutecedores? Los robots nos librarán de las labores pesadas (en
vez de reducir la semana laboral y de fomentar la capacitación de los obreros).

Las promesas se disparan al hablar de información. Al conectarnos, prometen los apóstoles digitales, estaremos mejor
informados y el país se modernizará; se acabarán los despotismos, se implantará la democracia electrónica, se
democratizará la opinión pública, subirá la productividad1, y se generará un sentimiento de comunidad global que hará
disminuir las guerras y conflictos (los entusiastas de la Inteligencia Artificial sueñan incluso con la inmortalidad…).

En el siglo XX, las promesas tecnológicas fueron presentadas con grandilocuencia. Se anunció que la Era Atómica, la
Era Espacial inauguraban nuevos estadios de la civilización, cuando eran espejismos que ocultaban la cruda realidad de
la Guerra Fría. A la lista se han sumado la Era Digital, la sociedad del conocimiento y la sociedad de la información:
nomenclaturas rimbombantes que camuflan la unificación del planeta al dictado del capitalismo neoliberal.

¿Puede tomarse el debate sobre las TIC como una pugna entre tecnófilos y tecnófobos? No, pues aquí no hay enemigos
de la tecnología sino más bien críticos del determinismo tecnológico o de ciertos usos del teléfono móvil o de la Red.
Podría hablarse mejor de actitudes apocalípticas o integradas frente a las TICs: las primeras, de cariz pesimista,
consideran Internet una fuente de adicciones, de aislamiento social, de control. Los integrados, optimistas, están
convencidos de que las TICs solucionarán muchas deficiencias políticas, económicas, educativas, etc.

Sociedad de la información e Internet: la Red se gesta en el marco de un proyecto respaldado por el Ministerio de
Defensa de Estados Unidos, encaminado a aprovechar las sinergias de las computadoras dispersas en los centros
académicos. Ejemplo de inteligencia conectiva, se desarrolla con el nombre de Darpanet entre las universidades de ese
país, sumándose las británicas posteriormente (es decir, surgió en respuesta a una necesidad de colaboración inter-
universitaria). Restringida a un puñado de instituciones científicas, Darpanet se fue abriendo al mundo al calor de la
innovación electrónica. Si bien el “chip” se inventó en 1958, solo la llegada del ordenador personal en la década de los
‘70 sentó las bases de una red abierta. En 1990, la creación de la World Wide Web (WWW) en un centro de
investigación financiado por la Unión Europea, el CERN, allanó el camino a una red planetaria donde los ordenadores
podían conectarse entre sí e intercambiar flujos crecientes de información.

Además de la WWW, el científico británico Tim Berners-Lee diseñó el protocolo http. Para él, ambas invenciones eran
bienes comunes al servicio de la conexión interpersonal, ya que cualquiera puede conectarse a la Red gratuitamente. Su
filosofía cooperativa está presente en iniciativas como Wikipedia. La gran enciclopedia virtual es mantenida por
voluntarios. Contraria a la publicidad, la séptima web más visitada del mundo se sostiene mediante donaciones y
contribuciones. Sin embargo, ese espíritu ha sido arrinconado por la lógica comercial que se impuso en Internet.

La globalización de la información: Las TICs no aparecen en un planeta desconectado. En realidad, la globalización de


la información es bastante anterior; podemos fijar sus inicios en la segunda mitad del siglo XIX, cuando una maraña de
cables telegráficos cubrió el planeta. En los primeros años del siglo XX, el proceso se aceleró con la telegrafía sin hilos,
y poco después, con el tendido de la red telefónica entre los cinco continentes (la primera llamada de teléfono
transcontinental se llevó a cabo en 1915). En los años ‘60 y ‘70, los satélites artificiales garantizan las transmisiones
televisivas en todo el orbe, y el telefax transmite imágenes y textos entre las redacciones y agencias de noticias del
planeta entero. Internet es la culminación de un siglo y medio de avances en la aniquilación de las distancias.

Plano mundial de telegrafía en 1901: Europa y Norteamérica controlan la red mundial

1
Ahora bien: la globalización implica cuestiones de poder: ¿quién globaliza a quién? ¿quién gana y quién pierde con la
globalización de la información? Conviene recordar que, al término de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y
sus aliados defendieron la libertad de información como una palanca clave en el proceso de modernización. El adalid de
esta postura, el comunicólogo Wilbur Schramm, prometía que los medios de comunicación al estilo estadounidense
(empresas comerciales independientes del Estado) cumplirían un papel fundamental en el avance de los países del
Tercer Mundo, promoviendo el alfabetismo, el estilo de vida moderno, el consumo, la expansión del mercado, la
tecnología avanzada, la formación de una ciudadanía informada y el control democrático de las instituciones (pocos
años más tarde, McLuhan repetiría algunas de esas promesas en su visión de la “aldea global”). Juzgada imprescindible
para promover el bienestar y la paz entre las naciones, la doctrina del libre flujo de la información fue recogida en los
documentos fundacionales de la Unesco, el brazo de las Naciones Unidas en materia de cultura, ciencia y educación.

No tardaron en multiplicarse las muestras de disconformidad y decepción. En los años ‘60 ya se escuchaban voces
denunciando que el aumento del tráfico de información no conllevaba ningún progreso social para los países en
desarrollo. Es más, se acusó a la doctrina de los flujos libres de acentuar su dependencia económica, cultural y política
de las naciones ricas de Occidente. Reaccionando, la Unesco pidió en 1980 a un comité presidido por el diplomático
irlandés Sean McBride un diagnóstico de la situación global de las comunicaciones. Sus conclusiones, vertidas en el
informe “Múltiples voces, un solo mundo” y más conocido como “Informe McBride”, fueron las siguientes:

 El flujo libre de la información era en la práctica un flujo unidireccional que iba de unos pocos países del
Norte (emisores) al resto del mundo (receptores) a través de canales dominados por los primeros (redes
telegráficas y telefónicas, agencias de noticias, satélites de telecomunicaciones, etc.). En vez de intercambio se
creaba un desequilibrio que agravaba la desigualdad preexistente entre el Norte y el Sur. La información había
devenido una herramienta estratégica de las élites de los países ricos para mantener sus privilegios y su poder.

 No se mostraban más halagüeños los contenidos de la información: las principales agencias de noticias
(Associated Press, Reuters, UPI, AFP…) se concentraban en los asuntos del Primer Mundo, y el escaso espacio
dedicado al Tercer Mundo se destinaba a los acontecimientos más truculentos y sensacionalistas (catástrofes
naturales, golpes de Estado, guerras civiles…) y con abusos de estereotipos: a los latinos no les gusta trabajar;
los negros solo saben bailar; los árabes son fanáticos; los pueblos pobres son presa fácil de los demagogos y un
largo etcétera.

 Además del perjuicio económico causada por los pagos por copyright que el Tercer Mundo debía hacer al
Norte, el desequilibrio en los flujos favorecía un colonialismo de tipo cultural: las agencias y los medios del
Norte exportaban sus valores al resto del mundo en detrimento de sus identidades nacionales: la
“macdonalización” patente en el abandono de los hábitos alimenticios locales; la hegemonía del cine de
Hollywood y del “american way of life” en perjuicio de los cines locales y de sus tradiciones culturales.

El Informe McBride cuestionaba la visión optimista sobre los flujos globales de información

Para remediar ese estado de cosas, el Informe proponía un Nuevo Orden Mundial de la Información y las
Comunicaciones (NOMIC) a partir de las siguientes premisas:

supresión de los monopolios informativos


. participación de todos los pueblos del mundo en los flujos informativos
. eliminación de la desigualdad informativa entre el Norte y el Sur
. acceso a las TIC de los países pobres o en vías de desarrollo
. defensa de la diversidad cultural
. defensa del servicio público de la comunicación.
Estados Unidos y sus aliados rechazaron de plano estas propuestas que cuestionaban su dominio de las comunicaciones.
El remedio sería peor que la enfermedad, aducían, pues la regulación de los flujos informativos traería consigo censura,
manipulación política y restricciones a la libertad de empresa. Y advirtieron que los gobiernos autoritarios se valdrían
del informe McBride para controlar la comunicación2. Defendían a rajatabla el estatuto mercantil de la información y
rechazaban que los medios tuvieron que prestar un servicio público; exigían además plena libertad para las empresas
informativas privadas. Y a la vez que negaban las prácticas oligopólicas de sus grupos mediáticos, insistían en la
privatización de los “monopolios estatales” de radiotelevisión con el objetivo de que aquellos ocuparan su lugar 3.

A raíz de la disputa, Estados Unidos se retiró de la UNESCO, de la cual era uno de los principales contribuyentes,
sumiéndola en una grave crisis financiera. En 2003, regresó a la organización después de que ésta, en su XXIVª
conferencia, cediera a sus presiones y retornara a la doctrina de los flujos libres de información, con el objetivo añadido,
más modesto, de la preservación de la diversidad cultural. El Informe McBride quedó en agua de borrajas y las
asimetrías en el mapa mundial de las comunicaciones se mantuvieron prácticamente intactas.

Es fuerza reconocer que algunos “países no alineados” partidarios del NOEMIC incurrieron en las malas prácticas
señaladas por Estados Unidos. En nombre de la lucha contra el colonialismo cultural, ciertos gobiernos impulsaron
sistemas estatales de comunicaciones y promulgaron medidas para proteger las industrias culturales locales, pero con
demasiada frecuencia promovían el uso propagandístico de los medios públicos, la censura de las voces disidentes, la
persecución de periódicos y periodistas desafectos... (el caso de Telesur, canal de noticias 24 horas impulsado en 2005
por Hugo Chávez con el apoyo de los gobiernos ideológicamente afines de Cuba y Nicaragua, es una buena muestra de
las virtudes y defectos de las alternativas al modelo liberal: ofrecen noticias que los medios del Norte ignoran y a la vez
sirven de altavoz al chavismo, el castrismo y el sandinismo de Daniel Ortega). En resumen: la población de esos países
se liberaba de la manipulación informativa del Norte para ser manipulados por las autoridades y élites locales.

Telesur, canal público de noticias creado por Venezuela, Nicaragua y Cuba

Así estaban las cosas a finales del siglo XX. A principios del XXI, la digitalización hizo resurgir el debate: ¿introduciría
Internet un nuevo orden o simplemente reafirmaría el antiguo? En el apunte siguiente abordaremos la cuestión.

Resumen: El concepto de sociedad de información describe rasgos novedosos de las sociedades contemporáneas
relativos a las TICs y su impacto en las esferas económica, cultural y social, pero deja en la penumbra otros aspectos
quizás más relevantes (ej. la permanencia de las estructuras básicas del capitalismo). Viene envuelto en un
determinismo tecnológico que soslaya los factores determinantes de que una tecnología sea adoptada y cómo. Por otra
parte, es preciso tener en cuenta las grandes asimetrías existentes en los flujos internacionales de información. La crítica
a la situación, plasmada en los años ‘80 en el Informe McBride, brinda parámetros con los que verificar en qué medida
la sociedad global de la información ha corrigido o perpetúa las desigualdades denunciadas hace cuatro décadas.

2
Años más tarde, Francia y la Unión Europea se apartarían de esos postulados en lo referente a los productos audiovisuales con el
objetivo de proteger su industria cinematográfica de la competencia de Hollywood.
3
En España, los gobiernos democráticos se plegaron a esos principios desmantelando la “prensa del movimiento” (el conjunto de
publicaciones heredado del Estado franquista); y seguidamente, eliminando el monopolio de RTVE de las emisiones televisivas.
La justificación era más o menos la misma: cuando menos interviniera el Estado en la comunicación, tanto mejor.

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