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ACTIVIDAD 3.

ÉTICA DE LA COMUNICACIÓN Y EL ENTRETENIMIENTO

A lo largo del tiempo, el hombre ha intentado demostrar mediante hechos y teorías


el porqué la conducta humana sucede de la manera en la que la conocemos, así
como tratar de darle una respuesta a un sinfín de cuestionamientos que parecen
nunca tener una explicación con la que todos estemos de acuerdo. Desde el lado
de la ética, estas conductas pueden ser justificadas partiendo de la concepción de
bueno y malo para entrar a un ejercicio filosófico como individuos autónomos, y de
individuos que nos comportamos en una sociedad regida por organismos y leyes.
Un ejemplo de estas teorías que han evolucionado a lo largo del tiempo para
explicar y de cierta forma, justificar nuestras acciones, es la teoría utilitarista (Siglo
XVIII), cuya narrativa dice que una acción es correcta si consigue un mayor
beneficio para un mayor número de personas, es decir; la sociedad. Por otro lado,
la teoría kantiana (Siglo XVIII), dicta que hay leyes morales absolutas que nos dicen
cómo actuar, en donde este actuar es evaluado por los deberes que nacen de la
razón.
Immanuel Kant planteó las acciones o características que generalmente, son
consideradas “buenas”, como lo son la perseverancia, la felicidad, la riqueza, un
juicio correcto, etcétera, partiendo de la premisa que sólo son buenas si se llevan a
cabo de buena voluntad. Un ejemplo de ello, son aquellas personas que asesinan
por placer, que, aunque esta acción le genera felicidad al victimario, no es una
buena acción. Lo mismo sucede con aquellos bienes que, aunque parcialmente son
buenos, como la riqueza y el poder, no son positivos de manera absoluta ya que
acarrea problemas directos o indirectos más allá del bien que podría generar.
Para Kant, la buena voluntad es el conjunto de todos los medios para realizar una
acción moral, el hecho de idealizar o tener la intención de llevar una acción que
‘consideramos’ buena, no es lo suficiente para que la voluntad sea buena.
En la ideología del filósofo y científico prusiano, la buena voluntad es absolutamente
buena por el hecho que el individuo así lo quiera, es decir, la buena voluntad no es

• HOYOS, D. (2007). ÉTICA DE LA VIRTUD: ALCANCES Y LÍMITES. UNIVERSIDAD DE CALDAS. CALDAS, COLOMBIA.
• RIVERA, J. (2012). PROPUESTAS PARA EL DESARROLLO HUMANO. EDITORIAL PAIDÓS. BARCELONA.
buena por ser un medio con el objetivo de alcanzar un fin, es buena en sí misma
porque quiere y desea determinarse a sí misma para un comportamiento justo.
Kant cree firmemente que la naturaleza trabaja para el hombre y no al contrario, ya
que, si la naturaleza le otorga al hombre la habilidad del lenguaje, es para poder
comunicarse de una manera clara y adecuada con la sociedad que comparta con él
el mismo lenguaje, para así poder lograr objetivos determinados. En sus propias
palabras, “admitimos como principio que, en las disposiciones naturales de un ser
organizado, arreglado con finalidad para la vida, no se encuentra un instrumento,
dispuesto para un fin, que no sea el más propio y adecuado para ese fin”.
En la ética kantiana, la felicidad es el fin último del hombre, mientras, analiza la
manera en como este, al ser un individuo pensante e inteligente, se relaciona con
su fin.
Por otro lado, tenemos al utilitarismo clásico, doctrina ética fundamentada en el
Siglo XVIII, en la cual, Jeremy Bentham, una de las figuras más representativas de
este pensamiento ético, decía que “por principio de utilidad, se entiende el principio
que aprueba o desaprueba cualquier acción, según la tendencia que tenga para
aumentar o disminuir la felicidad de cuyo interés se trata”. Dicho de otra manera, se
debe priorizar siempre aquella acción que tenga las mejores consecuencias en
términos generales para todos los involucrados.
En esta doctrina, no se trata de un fácil acceso al placer, sino más bien, de calcular
los efectos a corto, mediano y largo plazo de las acciones realizadas para que
generalmente, el resultado siempre sea de mayor placer, y menor dolor. Al contario
del hedonismo, la narrativa utilitarista no se centra en el interés individual, sino que
rescata la colectividad para fomentar el bien propio a través del bienestar general.
El resultado de la totalidad de estos estados de placer será lo que va a determinar
cómo se debe actuar. Dicho actuar, estará evaluado por criterios como la duración
del placer, la intensidad con la que se lleva a cabo o bien, la mera probabilidad de
tener este placer. John Mill, discípulo de Bentham, es considerado el precursor y
uno de los mayores representantes del utilitarismo, dijo ya iniciado el Siglo XIX que,
a pesar de haber avances significativos en el terreno de la ética y la moral, como la
compresión por parte del hombre que es el juicio moral el que otorga el principio de

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“bien y mal” a las acciones, también señalaba que había grandes deficiencias que
debían ser atendidas.
Se trataba del criterio último para la determinación de la moralidad de las acciones,
lo cual, no permitía que la humanidad pudiera satisfacer la exigencia de reducir
todos los principios éticos a un primer principio o fundamento de la acción.
Para Mill, hay placeres más valiosos que otros, y más allá de definirse por la
cantidad, son determinados por la cualidad, de este modo, los placeres intelectuales
y morales son superiores a los físicos. Dicho en las propias palabras de este filósofo
utilitarista: “Ningún humano inteligente admitiría convertirse en un necio, ninguna
persona culta querría ser un ignorante, ninguna persona con sentimientos y
conciencia querría ser egoísta y depravada, aún cuando se le persuadiera de que
el necio, el ignorante o el sinvergüenza pudieran estar más satisfechos con su
suerte que ellos con la suya”.
Sin embargo, ambas doctrinas tienen un punto de inflexión en el cual, sigue
habiendo cuestionamientos que, incluso después de miles de años, seguramente
seguirán sin respuesta alguna.

La ética kantiana y la utilitarista son los dos intentos más importantes de la filosofía
moderna de crear una teoría moral independiente de la metafísica y la religión. Uno
de los principales preceptos de ambas doctrinas, que a su vez, es una de sus
mayores flaquezas es el intento por universalizar una teoría moral sin un
fundamento objetivo, es decir, sin darnos “la respuesta oficial” de aquello que es
bueno o malo.
El utilitarismo destaca que la capacidad de dolor que posee el ser humano puede
llegar a ser elevado incluso a un rango ético. Hay un reconocimiento por la
vulnerabilidad, donde el ser humano se desprende de una restricción al sufrimiento.
Por otro lado, la ética kantiana parte de la capacidad de autonomía, donde le otorga
una posición central en la ética. Debido a esto, cualquier idea o proyecto, personal
o social que disminuya la autonomía, se considera como inaceptable.
Para Kant, sólo la voluntad puede ser buena en sí misma, la utilidad y la eficiencia
para conseguir un fin son sólo accesorios que no le restan valor, pero tampoco se

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lo agregan. Así mismo, la voluntad es buena cuando obra conforme con, e
impulsada por el deber y la razón. Es la contraposición de “el fin justifica los medios”.
Una acción sólo es buena cuando se realiza por deber, y no sólo conforme a este,
una voluntad buena, es en sí mismo buena por la razón que actúa.
Ahora bien, el utilitarismo, como su contraparte, es una corriente política, la cuál
lleva como estandarte que la moralidad de una acción se mide por sus resultados,
no por los principios que la informan, la verdad, se descubre por mera observación
y se puede verificar a través de los sentidos. Una de sus máximas es que la norma
moral, no atiende a reglas abstractas.
Algunos estudiados, han comparado al utilitarismo con el altruismo, debido a que
consideran que esta doctrina sacrifica el gusto o deseo propio para el bien de la
mayoría, siendo el fin la convivencia y no el sacrificio. Es decir, mayor bienestar, a
más personas, a un menor costo.
En la actualidad, podemos seguir viendo ejemplos frutos del utilitarismo, por
ejemplo, en concepto de la vivienda social, la cuál tiene como objetivo asignarles un
hogar digno a personas que hacerse de una sería casi imposible, la salud pública,
sobre todo en el terreno de hospitales para aquellos ciudadanos que carecen de
acceso a la salud de primer nivel y la instrucción masiva en escuelas.
Al ser una corriente con bases políticas, el utilitarismo se hace de parámetros para
medir el valor de un placer o dolor para una persona según qué tan intenso es,
cuánto tiempo va a durar, qué tan asegurado está el logro y qué tan pronto va a
suceder.
A pesar de la casi nula similitud de estas teorías, es importante señalar que ambas
pertenecen a las denominadas “éticas de acto”. Dichas éticas, son teorías que
buscan hacernos de un buen criterio para evaluar las acciones como “éticamente
correctas” o “éticamente incorrectas” dado a que responden a la pregunta “¿cómo
debemos actuar?”. Por otro lado, las éticas del agente son las teorías que buscan
darnos un criterio adecuado para poder evaluar el carácter del individuo con la
máxima “¿cómo debemos ser?”, siendo la ética de la virtud un claro ejemplo de este
tipo de ética.

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La ética de la virtud tiene como representante a Aristóteles, la cuál, fue
posteriormente “reformulada” por Alasdair MacIntyre. Según esta ética, el individuo
debe practicar determinadas virtudes que forjen un carácter moral adecuado para
alcanzar lo que consideramos como “el bien”.
Sin embargo, se presentan problemas complejos al trasladarlo al ámbito terrenal, a
la vida real dado que al existir enésimas ideas y concepciones de qué es la virtud,
se cae en un mar de relativismo al poner esta ética en práctica.
No es sino hasta años recientes, después de una exhaustiva carrera con el fin de
generar aportes a la ética, que Alasdair MacIntyre se vuelve una figura clave en la
ética de la virtud, al colocar como objeto central a la ética de los hábitos, las
virtudes y el conocimiento de cómo el individuo logra alcanzar una buena vida al ser
capaz de vivir en plenitud cada aspecto de su realidad, contraponiendo la idea de
centrarse en debates éticos específicos que rara vez llegan a una solución o común
entendimiento. Más allá de la normatividad, MacIntyre aborda estos temas de forma
más amplia y demuestra que el juicio del individuo nace del desarrollo de su
carácter.
Al trasladarlo al campo de la comunicación como disciplina sumamente
trascendental al ser una necesidad básica del ser humano se vuelve aún más
trascendental, ya que una de las maravillas de este ejercicio, abordando a los
medios de comunicación, es permitir que la audiencia se haga cargo de una realidad
de la que no son testigos directos. De esta manera, el espectador forma su carácter
a partir de la percepción que tiene para con su realidad y la ajena, lo cuál le permite
ampliar su criterio y hacerse de la información que se adecúe a gustos y
necesidades.
La ética de la virtud siempre debe ir de la mano con el ejercicio de comunicación,
ya que le permite dar voz a aquellos proyectos transformadores que busquen hacer
de este mundo un lugar mejor para los que habitamos en él.
La puesta en práctica de doctrinas como lo es la de la virtud, otorga la oportunidad
de cuantos participamos en ella la promoción de buen actuar en sociedad, algo que
tanto le hace falta al ser humano. A su vez, buscan la integridad para evitar conflictos
que pongan en tela de juicio la objetividad de la información, el equilibrio para

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otorgar de una voz activa a todos los involucrados en una situación y así darle la
oportunidad a la audiencia de formar un criterio, el respeto que debe imperar en
todo aquél que se hace de una canal de comunicación para así informar sin calificar
o denostar la situación o personalidad de los participantes y la confidencialidad, que,
cual si fuera juramento hipocrático, debe mantener en reserva las fuentes de donde
se obtuvo la información.
Aunado a estos códigos éticos dentro de la comunicación, es importante señalar la
importancia de otro aporte significativo como lo es el de la filósofa estadounidense
Martha Nussbaum, quien en una de sus propuestas se pregunta el significado real
de “calidad de vida” desde la teoría de los derechos básicos de los seres humanos
que dictan que deben ser respetados y aplicados por los gobiernos de todos los
países como un requisito mínimo del respeto por la dignidad humana.
Para Nussbaum, la educación es comunicación y la comunicación se constituye de
la ciudadanía, por lo tanto, debe ser el punto de partida para la comprensión y
práctica de la democracia en cuanto a creación de contenido se refiere.
Como práctica comunicativa, el desarrollo de contenido se ha vuelto sin lugar a duda
tan delicado con, -me atrevo a decir-, una cirugía médica, ya que un solo movimiento
en falso puede provocar escenarios catastróficos como la exhibición negativa a una
o unas personas, hasta incluso, la muerte.
La falta de ética y compromiso, así como el paso por alto del respeto, la comprensión
y la búsqueda de la verdad parecen quedar en segundo plano por muchos
profesionistas de este ejercicio quienes sólo buscan captar o desviar la atención,
hacerse de fama, o bien, obedecer a un ente de autoridad que imponga aquello que
se debe transmitir, más allá de si es verdad, si se está de acuerdo o no, o peor aún,
si daña la integridad o dignidad de una persona o un grupo de ellas.
Todo aquello que se cree con un fin, debe obedecer y estar centrado en los
funcionamientos de la persona, lo que es y lo que hace, en las capacidades que
posee, en las oportunidades reales o efectivas de las que dispone para poco a poco,
lograr erradicar la injusticia, la irresponsabilidad y la inequidad y cada vez, parecen
apoderarse más de los medios.

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Abordando la pregunta de qué escuela ética es la más adecuada para elaborar
contenidos y con la que se vive bien, considero que la ética de la virtud es la ideal
para ejercer ambos ejercicios previamente descritos.
La ética de la virtud se enfoca en el carácter moral del individuo, en sus decisiones,
acciones e intenciones. Esta doctrina, procura el cuidado y reconocimiento del otro
para así promover la buena vida, las justas relaciones en la comunidad, las
instituciones y la vida privada, algo que tanta falta le hace a nuestra disciplina, donde
el cuidado de la imagen ajena pareciera más allá de una obligación implícita, un
producto de provecho para así lograr el “objetivo” transgiversado de quien
comunica.
Aristóteles señalaba que la virtud es un hábito que se va desarrollando poco a poco
para así formar el carácter. Es un ejercicio continuo para lograr comprender las
diferencias entre el bien y el mal, para que, de esta manera, actuemos conforme a
ello. Es aquí donde la prudencia toma un papel sumamente importante ya que es
esta virtud la que nos señala que no es posible hacer lo mismo en todas las
situaciones, y que, incluso cuando las situaciones sean muy similares, siempre van
a existir variables que nos harán reconsiderar nuestras decisiones, por ejemplo, al
momento de documentar un conflicto social en un estado, en este caso, Oaxaca, a
pesar de ser del mismo grupo protestante, en el mismo escenario, bajo las mismas
consignas, no puede ser tratado por igual debido a la diferencia de ideologías en
ambas partes, así como otros factores que influyen de forma directa como las
creencias, la edad, el lugar de origen, etcétera. Así mismo, no podemos tratar a
nuestros amigos por igual en términos de confianza, humor, o lenguaje ya que,
aunque comparten un lazo afectivo para con nosotros, las condiciones con las que
viven y conviven no son las mismas y debemos mostrarnos prudentes al respecto.
La prudencia y la virtud nos ayudan a discernir más allá de nuestras pasiones, nos
sirven como un freno ante los impulsos nocivos y nos hace reforzar la razón para
ser conscientes de lo que acontece. Estas virtudes, nos van a acompañar como
profesionistas e individuos, favorecidas por la madurez, la experiencia, la
adaptación, la disciplina y la conciencia.
Porque sin prudencia, no somos nada.

• HOYOS, D. (2007). ÉTICA DE LA VIRTUD: ALCANCES Y LÍMITES. UNIVERSIDAD DE CALDAS. CALDAS, COLOMBIA.
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