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Paradigmas clásicos en Psicología Social

Margarita Robertazzi (2014)1

En esta materia se estudian tres paradigmas de la disciplina que pueden considerarse


clásicos porque sus inicios se ubican en el siglo pasado, con anterioridad a la
denominada crisis de las ciencias, un momento de fuerte cuestionamiento a los modos
de producir conocimientos que se produjo en las décadas de los ‘60 y los ‘70 (Iñíguez-
Rueda, 2003).
Se propone en este texto una aproximación a sus rasgos centrales, a la vez que se
analizan algunos de sus supuestos o dimensiones. El formato que adquiere cada uno de
ellos también responde a que provienen de distintas vertientes: mientras algunos están
más ligados a una psicología social sociológica, otros provienen de una psicología
social psicológica.
Los denominados paradigmas clásicos son:
1) Interaccionismo Simbólico.
2) Cognición Social.
3) Fenomenología.
Esta presentación no obedece solamente al propósito de remontarse a los orígenes o dar
a conocer tradiciones ya superadas de la disciplina, por el contrario, los enfoques que
estos paradigmas han propuesto continúan teniendo vigencia, aunque en su desarrollo,
posteriormente, se hayan ido articulando con producciones más actuales que fueron
dando lugar a nuevas perspectivas, en las que -aún hoy- es posible reconocer los
problemas psicosociales centrales que fueron planteados hace ya mucho tiempo atrás.
Desde la postura plural que se adopta en la transmisión de la disciplina, se propone la
co-existencia o simultaneidad paradigmática, pues no podría afirmarse que alguno de
estos modelos haya desplazado y sustituido completamente a los otros, sin bien, según
las culturas, las épocas y las demandas sociales, es posible advertir la predominancia y
la hegemonía de ciertas producciones teóricas y meta-teóricas por sobre otras.
Esta versión adaptada y más flexible respecto del concepto de paradigma es una
herramienta útil para poner de manifiesto la gran diversidad existente en el campo
disciplinar, pues cada uno de los modelos presenta diferentes posturas respecto de las
cinco dimensiones que caracterizan las producciones paradigmáticas: ontológica,
metodológica, epistemológica (Guba y Lincoln, 1994), ética y política (Montero, 1996).
Es decir, sobre el modo de concebir la realidad, la relación entre el objeto y el sujeto del
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Material elaborado por la cátedra Psicología Social II, UBA
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conocimiento, los caminos más adecuados para su elaboración, la relación con el otro,
así como entre conocimiento y poder.
Cada uno de estos paradigmas no puede presentarse en toda su amplitud, así como
tampoco puede abarcarse la variabilidad intra-paradigmática, entonces, se trata más bien
de identificar las particulares preguntas a las que cada uno de ellos intentó responder, el
modo de hacerlo, mencionando a sus referentes centrales.
El Interaccionismo Simbólico, proveniente de la Sociología, es una corriente teórica y
de investigación que comenzó, pocos años antes del 1900, con la creación del
Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago, un ámbito donde se
congregaron un buen número de investigadores interesados en las consecuencias
prácticas del conocimiento que producían, en la utilidad que proporcionaban sus
productos para transformar la realidad, tomando como norte la búsqueda de ajustes ante
los problemas y requerimientos que encontraban en un cambiante medio ambiente. Las
características que adquiere el modo de producir conocimientos en este paradigma es
una consecuencia que surge del entrecruzamiento entre la filosofía pragmatista
imperante en el medio académico con las demandas sociales que requerían respuestas a
las particulares circunstancias que aquejaban a la sociedad de la época.
Entre los rasgos más distintivos de este paradigma puede advertirse el modo en que
intenta superar la dicotomía individuo-sociedad, postulando la evolución de la persona y
la conciencia de sí como resultado de la interacción mediada por el lenguaje, en una
empresa que siempre es colectiva, pues si se omite la estructura social compleja en la
que las personas están inmersas no resultaría posible elaborar un conocimiento
relevante. Para este enfoque, ni la mente, ni la persona, ni los símbolos son
construcciones individuales, surgen siempre de acuerdos recíprocos acerca del
significado, o sea “[…] que la textura más íntima de la mente humana se hace en la
comunicación y en las relaciones sociales” (Denzin, 2006, p. XXI).
En las primeras décadas del siglo pasado, el Interaccionismo Simbólico introdujo la
metodología cualitativa en la construcción de conocimientos, incorporando métodos y
técnicas más propios de la Antropología: la historia de vida, la observación participante,
el análisis de documentos, en un movimiento que Taylor y Bogdan (1987)
caracterizaron como ir hacia la gente. Esta perspectiva metodológica situada en
contextos naturales o ecológicos no se acompañaba uniformemente de un claro
cuestionamiento a la tesis de unidad de las ciencias, la que podía mantenerse vigente
respecto de las otras dimensiones paradigmáticas.

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En ese período inicial es posible advertir la concepción de un realismo ingenuo que
entendía que la realidad psicosocial era aprehensible y que podía llegar a conocerse de
manera independiente de quien la percibiera. Sin embargo, a pesar de los distintos
grados de adhesión a los principios positivistas, estos investigadores no estaban tan
interesados en realizar generalizaciones, pues su concepción sobre la verdad científica
era más relativa y cambiante.
Son múltiples los referentes destacados, quienes, en su mayoría, hicieron aportes
relevantes para la disciplina: William James, Florian Znaniecki, William Thomas,
Charles Cooley, John Dewey, entre otros. Sin embargo se considera que George Mead
fue quien más influencia tuvo en el desarrollo de esta psicología social sociológica,
dando como resultado postulados teóricos, pero también importantes proyectos que
aportaron a la reforma social y al mejoramiento de la vida democrática.
Este enfoque tuvo mucha influencia en las dos primeras décadas del siglo pasado, pero
fue perdiendo hegemonía a partir de la década del ‘30, cuando la disciplina se aproximó
más a la psicología y se enmarcó más claramente en el positivismo lógico. A la vez, en
la sociología se fue imponiendo como orientación el funcionalismo estructural, lo que
también contribuyó a la declinación de la Escuela de Chicago (Álvaro y Garrido, 2003),
hasta la revalorización que Blumer hace de ella, en las décadas de los ‘50 y los ‘60.
Paulatinamente, a partir de nuevos aportes epistemológicos, los métodos cualitativos
fueron perdiendo su enfoque puramente empirista y el afán de objetividad y neutralidad
que los caracterizaba en sus inicios.
Con posterioridad, el modelo dramatúrgico2 de Erving Goffman, centrado en el estudio
de las interacciones cara a cara, en el análisis de los encuentros y en las actuaciones que
realizan las personas en su mutua influencia, pueden considerase herederos de esta
tradición. Sin embargo, sus investigaciones no solo fueron influenciadas por el
Interaccionismo Simbólico, especialmente de Blumer, sino también por la
etnometodología, la sociología fenomenológica y la filosofía analítica.
Goffman (1970) llevó adelante un importante número de trabajos de campo en los que
utilizó como método la observación participante, destacándose por su creatividad y
originalidad. Si bien uno de sus objetivos principales era el estudio de la interacción
social, sus análisis no eran individualistas, pues los roles y las fachadas que estudiaba
estaban socialmente prescriptos. Sin descuidar la relevancia del orden social o de las
normas sociales, entendía que no regulaban totalmente la acción de las personas, por lo
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El nombre del modelo significa que Goffman utiliza la metáfora del teatro para analizar la vida social y, en
su enfoque, el tema de las impresiones es una parte central de las interacciones en la vida cotidiana.
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tanto, consideraba necesario el análisis específico de los encuentros y ocasiones
sociales en las interacciones cara a cara ubicadas en escenarios naturales.
Los trabajos de este investigador pueden considerarse etnografías de la sociedad
industrial en la que le tocó vivir, en la que supo describir rutinas y ceremonias de sus
compatriotas de un modo similar al que lo hacían los antropólogos cuando estudiaban
tribus exóticas.
El paradigma de la Cognición Social proviene de una psicología social psicológica, fue
una corriente hegemónica de la disciplina que comenzó en las primeras décadas del
siglo pasado en Estados Unidos, constituyéndose en corriente dominante. Mantuvo esa
preponderancia hasta aproximadamente los ‘60, cuando comenzaron los fuertes
cuestionamientos que surgieron durante la crisis de las ciencias, poniendo en tela de
juicio la relevancia social del conocimiento que se producía, así como la supremacía de
un método científico por sobre otros.
A lo largo de tantas décadas de vigencia de este paradigma, es posible identificar
períodos, objetos de estudio y múltiples investigaciones, sin embargo podría afirmarse
que sus representantes adherían fuertemente a la tesis de unicidad de la ciencia y
definían su quehacer en los laboratorios de psicología social experimental, al sostener
un claro ideal fisicalista. Por ello, este paradigma ofrece una visión más pobre de la vida
social, descontextualizada, pues buena parte de su interés es enmarcarse en sólidos
principios positivistas, o neopositivistas, con poca estima por la discusión teórica, en la
búsqueda de leyes universales que expliquen una realidad psicosocial entendida
sincrónicamente. Según Álvaro y Garrido (2003), las posturas más críticas a la corriente
experimentalista, como las de Luria y Bartlett, tuvieron escasa influencia. A pesar de
ello, no podrían desestimarse los esfuerzos destinados a crear situaciones relevantes en
el laboratorio, así como los intentos por responder a distintas demandas sociales.

En el marco de este paradigma y, especialmente, en los estudios sobre influencia social,


fue crucial que Kurt Lewin introdujera en Estados Unidos la psicología de la Gestalt. De
ese modo, la Psicología Social adquirió una perspectiva ahistórica de la interacción
social, reforzando la concepción de que la experimentación era el método más adecuado
para producir conocimientos científicos, por lo que, entonces, el estudio de la
percepción se convirtió en una de las líneas de investigación más desarrolladas en la
disciplina. Si consideramos secuencialmente tales estudios se desprende una
incorporación paulatina de la perspectiva histórica, la que se expresa posteriormente en
el enfoque renovador de Serge Moscovici.

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Entre las principales investigaciones que analizan los procesos de influencia social se
destaca el de Muzafer Sherif en la década del ‘30 acerca de la importancia del grupo en
la construcción de las normas sociales. Mediante estos estudios, paulatinamente, se
cuestionaban las posturas individualistas de Floyd Allport.
En una clásica investigación experimental, Sherif utilizó una ilusión óptica, el
denominado efecto autocinético, a partir del cual un punto fijo de luz, en un cuarto a
oscuras, se percibía en movimiento. En un primer momento, los sujetos debían estimar
individualmente el “supuesto” movimiento, luego se los exponía al mismo estímulo
pero formando parte de un grupo. Los juicios individuales tendían a converger con una
norma que se establecía colectivamente mediante sucesivos consensos. A la vez, el
investigador invertía esa situación: comenzaba haciendo la experiencia con el grupo y
luego con las personas aisladas, encontrando como resultado que, aun en situación de
soledad, las personas mantenían la norma que se había establecido en el contexto
grupal. De este modo demostró el modo en que se producía la normalización o el
establecimiento de marcos de referencia frente a situaciones ambiguas (Alcover de la
Hera, 1999).
A pesar de que el conductismo en psicología social no tuvo la misma influencia que en
el resto de la psicología, su crisis hacia la década del ‘50 favoreció aún más que quienes
investigaban lo hicieran lo hicieran bajo las concepciones gestálticas. En ese marco
pueden citarse los estudios de Salomon Asch sobre conformidad y los de Standley
Milgram sobre obediencia a la autoridad, a quienes se considera como segunda
generación de cognitivistas sociales.
Las investigaciones experimentales de Asch abordaban las presiones que podía ejercer
el grupo sobre los juicios individuales. Su investigación parecía también abordar
fenómenos perceptivos, pues preguntaba a un pequeño grupo -en el cual la mayoría era

cómplice del experimentador- por la longitud de unas líneas. A diferencia de la


experiencia de Sherif, el estímulo era claro, pero se sometía a un sujeto “ingenuo” a las
respuestas deliberadamente incorrectas que daba la mayoría. En el contexto de la
presión del grupo, solo un tercio de los sujetos se mostraban independientes en sus
juicios.
Se llama conformidad a los procesos de influencia estudiados por Asch, en los que
existe un marco de referencia que permite indagar las variaciones del comportamiento
de los sujetos frente a la presión de mayorías unánimes. Cuando en la investigación se
introduce una figura de autoridad, como en la experiencia de Milgram, se estudia otro

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tipo de influencia denominado obediencia (Gil Rodríguez y Alcover de la Hera, 1999).
Por lo expuesto, se desprende que se trataba de una psicología social que investigaba de
acuerdo con el método hipotético-deductivo y que abordaba la comprobación
experimental de hipótesis, por lo que podría situarse en la perspectiva racionalista-
cuantitativa que ya describió Pérez Serrano (1994).
Sin embargo, desde la psicología social europea, los trabajos de investigación se han
caracterizado por su pluralidad metodológica, aunque el experimento realizado en el
laboratorio siga siendo una herramienta privilegiada (Galtieri, 1992). A pesar de las
críticas que ha recibido 3, constituye aún hoy el método predominante de la psicología
social que adscribe al paradigma de la cognición social.
En el marco de este paradigma, hacia la década de los ‘60, fue Serge Moscovici quien
estudió otro modelo de interacción, la innovación, en el que se afirmaba que las
minorías pueden ser un instrumento de cambio social y no sólo objeto de influencia. Se
considera a este psicólogo social actual como la tercera generación dedicada a estudiar
la influencia social, donde continúa una línea tradicional, pero a la que aporta novedad.
Propuso el modelo genético que, a diferencia del modelo funcionalista, resultaba capaz
de dar cuenta del conflicto social y su negociación, en la medida en que las influencias
no dependían solamente del número (mayoritario o minoritario) sino del estilo de
comportamiento, nómico o anómico, de los grupos capaces de cambiar e innovar el
sistema social. Su enfoque recupera una perspectiva histórica, atiende a una psicología
de la resistencia y de la disidencia en la que los grupos sociales no necesariamente
evitan o invisibilizan el conflicto, de ahí que resulta superador de anteriores estudios
que se limitaban a atender la sumisión y el control. En síntesis, pone de manifiesto una
sociedad más democrática, más heterogénea, en la que conviven distintos grupos
sociales con pluralidad de valores, costumbres, representaciones sociales.
El paradigma de la Fenomenología se caracteriza centralmente por la crítica al
positivismo proveniente de la filosofía y de la sociología del conocimiento, pues este
modelo acentúa la carga subjetiva que está implícita en todo fenómeno psicosocial.
Desde la sociología, Alfred Schutz, siguiendo las pautas de la filosofía fenomenológica
de Edmund Husserl, propuso para las ciencias sociales una fenomenología de la actitud
natural y se constituyó en una opción en la que se sintetizaban además planteos previos
de la sociología comprensiva de Max Weber, la filosofía pragmatista y el
interaccionismo simbólico. Su psicosociología de la acción social enfocaba
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Ya sea por su artificialidad, por el aislamiento de variables que en la vida cotidiana están vinculadas, por el
tipo de muestras utilizadas, por cuestiones éticas, entre otras no menos importantes.
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especialmente la conducta que posee sentido para el protagonista, por lo que el principal
propósito era la interpretación subjetiva de ese sentido. Este paradigma expone que el
mundo social es diferente al mundo natural porque, a diferencia del primero, es un
mundo significado, pleno de sentido.
Para Schutz, la acción es siempre un tipo de conducta -manifiesta o latente- dotada de
sentido que ocurre en el escenario del mundo de sentido común o mundo de la vida
diaria, un ámbito cuya clave es la intersubjetividad, pues llegar a conocer y a actuar
sobre ese mundo depende de situaciones compartidas. Dicha acción parte de un plan
preconcebido y tiende a algún propósito, por lo tanto el mundo fenoménico, el que
forma parte de nuestra experiencia y de nuestra existencia, es fundamental para poder
comprenderla y ejecutarla. Al igual que Thomas, consideraba que la realidad social y la
acción estaban determinadas por las definiciones que los actores sociales le otorgaran.
Su postura antipositivista sostenía que las ciencias sociales eran construcciones de
segundo grado que intentaban captar el sentido que los protagonistas le daban a sus
acciones, aunque, según Álvaro y Garrido (2003), no descartaba la idea de arribar a
verificaciones empíricas a partir de las estructuras subjetivas dotadas de sentido.
Esta perspectiva ha sido difundida más ampliamente por sus discípulos Berger y
Luckmann (1969), quienes pusieron de manifiesto los procesos que permiten dar cuenta
del modo en que la realidad se construye socialmente, conformando una subjetividad
institucionalizada, en la que otorgan al sujeto un papel de actor social como agente de
significación.

Este tipo de análisis de la interacción social de la vida cotidiana, por su interés en


estudiar los significados que las personas otorgan a sus acciones, puede situarse dentro
de la tradición naturalista-cualitativa descripta por Pérez Serrano (1994).
Los planteos de este paradigma pueden ubicarse dentro de un realismo crítico que
entiende que la realidad tiene una existencia que no puede ser aprehensible totalmente,
aunque sigue siendo un tema en cuestión el peso que le otorga a la sociedad como
realidad objetiva
De todos modos, el paradigma fenomenológico, por su fuerte cuestionamiento a la
concepción individual del conocimiento, se convertirá en uno de los múltiples
antecedentes para el construccionismo social, metadiscurso que confronta con el
positivismo y que propicia nuevas formas de investigación científica en las que se
debate la posibilidad de que la ciencia proporcione descripciones objetivas y exactas del
mundo, poniendo en cuestión la naturaleza del lenguaje y su capacidad para contener la

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verdad.
Será recién hacia la década del ‘70 que se desplegará el construccionismo social como
un enfoque histórico-interpretativo que sostiene que las expresiones científicas están
determinadas por intereses sociales de orden político, económico, profesional, por la
involucración de las personas que investigan en sus productos, por el papel del lenguaje
y su posibilidad para producir lo que el empirismo consideraba simplemente “hechos”.

Referencias bibliográficas
Álvaro, J. y Garrido, A. (2003). Psicología Social. Perspectivas psicológicas y
sociológicas. Madrid: McGraw-Hill.

Denzin, N. (2006). Prólogo. En A. Lindesmith; A. Strauss y N. Denzin, Psicología


Social (pp. xix-xxix). Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas.

Gil Rodriguez, F. y Alcover de la Hera, C. (coord.). (1999). Introducción a la


psicología de los grupos. Madrid: Pirámide.
Goffman, E (1970). Rituales de interacción. Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo.
Guba, E. y Lincoln, Y. (1994). Competing paradigms in qualitative research. En
Denzim, N. y Lincoln, Y. (eds.). Handbook of Qualitative Research (pp.105-
117). California: Sage.
Montero, M. (1996). Ética y política en Psicología. Dimensiones no reconocidas.
Recuperado el 20 de enero de 2003, de www.antalaya.uab.es.
Pérez Serrano, G. (1994). Investigación Cualitativa. Métodos y Técnicas. Buenos Aires:
Docencia.
Taylor, S. y Bogdan, R. (1987). Introducción a los métodos cualitativos de
investigación. Barcelona: Paidós.

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