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En ese período inicial es posible advertir la concepción de un realismo ingenuo que
entendía que la realidad psicosocial era aprehensible y que podía llegar a conocerse de
manera independiente de quien la percibiera. Sin embargo, a pesar de los distintos
grados de adhesión a los principios positivistas, estos investigadores no estaban tan
interesados en realizar generalizaciones, pues su concepción sobre la verdad científica
era más relativa y cambiante.
Son múltiples los referentes destacados, quienes, en su mayoría, hicieron aportes
relevantes para la disciplina: William James, Florian Znaniecki, William Thomas,
Charles Cooley, John Dewey, entre otros. Sin embargo se considera que George Mead
fue quien más influencia tuvo en el desarrollo de esta psicología social sociológica,
dando como resultado postulados teóricos, pero también importantes proyectos que
aportaron a la reforma social y al mejoramiento de la vida democrática.
Este enfoque tuvo mucha influencia en las dos primeras décadas del siglo pasado, pero
fue perdiendo hegemonía a partir de la década del ‘30, cuando la disciplina se aproximó
más a la psicología y se enmarcó más claramente en el positivismo lógico. A la vez, en
la sociología se fue imponiendo como orientación el funcionalismo estructural, lo que
también contribuyó a la declinación de la Escuela de Chicago (Álvaro y Garrido, 2003),
hasta la revalorización que Blumer hace de ella, en las décadas de los ‘50 y los ‘60.
Paulatinamente, a partir de nuevos aportes epistemológicos, los métodos cualitativos
fueron perdiendo su enfoque puramente empirista y el afán de objetividad y neutralidad
que los caracterizaba en sus inicios.
Con posterioridad, el modelo dramatúrgico2 de Erving Goffman, centrado en el estudio
de las interacciones cara a cara, en el análisis de los encuentros y en las actuaciones que
realizan las personas en su mutua influencia, pueden considerase herederos de esta
tradición. Sin embargo, sus investigaciones no solo fueron influenciadas por el
Interaccionismo Simbólico, especialmente de Blumer, sino también por la
etnometodología, la sociología fenomenológica y la filosofía analítica.
Goffman (1970) llevó adelante un importante número de trabajos de campo en los que
utilizó como método la observación participante, destacándose por su creatividad y
originalidad. Si bien uno de sus objetivos principales era el estudio de la interacción
social, sus análisis no eran individualistas, pues los roles y las fachadas que estudiaba
estaban socialmente prescriptos. Sin descuidar la relevancia del orden social o de las
normas sociales, entendía que no regulaban totalmente la acción de las personas, por lo
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El nombre del modelo significa que Goffman utiliza la metáfora del teatro para analizar la vida social y, en
su enfoque, el tema de las impresiones es una parte central de las interacciones en la vida cotidiana.
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tanto, consideraba necesario el análisis específico de los encuentros y ocasiones
sociales en las interacciones cara a cara ubicadas en escenarios naturales.
Los trabajos de este investigador pueden considerarse etnografías de la sociedad
industrial en la que le tocó vivir, en la que supo describir rutinas y ceremonias de sus
compatriotas de un modo similar al que lo hacían los antropólogos cuando estudiaban
tribus exóticas.
El paradigma de la Cognición Social proviene de una psicología social psicológica, fue
una corriente hegemónica de la disciplina que comenzó en las primeras décadas del
siglo pasado en Estados Unidos, constituyéndose en corriente dominante. Mantuvo esa
preponderancia hasta aproximadamente los ‘60, cuando comenzaron los fuertes
cuestionamientos que surgieron durante la crisis de las ciencias, poniendo en tela de
juicio la relevancia social del conocimiento que se producía, así como la supremacía de
un método científico por sobre otros.
A lo largo de tantas décadas de vigencia de este paradigma, es posible identificar
períodos, objetos de estudio y múltiples investigaciones, sin embargo podría afirmarse
que sus representantes adherían fuertemente a la tesis de unicidad de la ciencia y
definían su quehacer en los laboratorios de psicología social experimental, al sostener
un claro ideal fisicalista. Por ello, este paradigma ofrece una visión más pobre de la vida
social, descontextualizada, pues buena parte de su interés es enmarcarse en sólidos
principios positivistas, o neopositivistas, con poca estima por la discusión teórica, en la
búsqueda de leyes universales que expliquen una realidad psicosocial entendida
sincrónicamente. Según Álvaro y Garrido (2003), las posturas más críticas a la corriente
experimentalista, como las de Luria y Bartlett, tuvieron escasa influencia. A pesar de
ello, no podrían desestimarse los esfuerzos destinados a crear situaciones relevantes en
el laboratorio, así como los intentos por responder a distintas demandas sociales.
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Entre las principales investigaciones que analizan los procesos de influencia social se
destaca el de Muzafer Sherif en la década del ‘30 acerca de la importancia del grupo en
la construcción de las normas sociales. Mediante estos estudios, paulatinamente, se
cuestionaban las posturas individualistas de Floyd Allport.
En una clásica investigación experimental, Sherif utilizó una ilusión óptica, el
denominado efecto autocinético, a partir del cual un punto fijo de luz, en un cuarto a
oscuras, se percibía en movimiento. En un primer momento, los sujetos debían estimar
individualmente el “supuesto” movimiento, luego se los exponía al mismo estímulo
pero formando parte de un grupo. Los juicios individuales tendían a converger con una
norma que se establecía colectivamente mediante sucesivos consensos. A la vez, el
investigador invertía esa situación: comenzaba haciendo la experiencia con el grupo y
luego con las personas aisladas, encontrando como resultado que, aun en situación de
soledad, las personas mantenían la norma que se había establecido en el contexto
grupal. De este modo demostró el modo en que se producía la normalización o el
establecimiento de marcos de referencia frente a situaciones ambiguas (Alcover de la
Hera, 1999).
A pesar de que el conductismo en psicología social no tuvo la misma influencia que en
el resto de la psicología, su crisis hacia la década del ‘50 favoreció aún más que quienes
investigaban lo hicieran lo hicieran bajo las concepciones gestálticas. En ese marco
pueden citarse los estudios de Salomon Asch sobre conformidad y los de Standley
Milgram sobre obediencia a la autoridad, a quienes se considera como segunda
generación de cognitivistas sociales.
Las investigaciones experimentales de Asch abordaban las presiones que podía ejercer
el grupo sobre los juicios individuales. Su investigación parecía también abordar
fenómenos perceptivos, pues preguntaba a un pequeño grupo -en el cual la mayoría era
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tipo de influencia denominado obediencia (Gil Rodríguez y Alcover de la Hera, 1999).
Por lo expuesto, se desprende que se trataba de una psicología social que investigaba de
acuerdo con el método hipotético-deductivo y que abordaba la comprobación
experimental de hipótesis, por lo que podría situarse en la perspectiva racionalista-
cuantitativa que ya describió Pérez Serrano (1994).
Sin embargo, desde la psicología social europea, los trabajos de investigación se han
caracterizado por su pluralidad metodológica, aunque el experimento realizado en el
laboratorio siga siendo una herramienta privilegiada (Galtieri, 1992). A pesar de las
críticas que ha recibido 3, constituye aún hoy el método predominante de la psicología
social que adscribe al paradigma de la cognición social.
En el marco de este paradigma, hacia la década de los ‘60, fue Serge Moscovici quien
estudió otro modelo de interacción, la innovación, en el que se afirmaba que las
minorías pueden ser un instrumento de cambio social y no sólo objeto de influencia. Se
considera a este psicólogo social actual como la tercera generación dedicada a estudiar
la influencia social, donde continúa una línea tradicional, pero a la que aporta novedad.
Propuso el modelo genético que, a diferencia del modelo funcionalista, resultaba capaz
de dar cuenta del conflicto social y su negociación, en la medida en que las influencias
no dependían solamente del número (mayoritario o minoritario) sino del estilo de
comportamiento, nómico o anómico, de los grupos capaces de cambiar e innovar el
sistema social. Su enfoque recupera una perspectiva histórica, atiende a una psicología
de la resistencia y de la disidencia en la que los grupos sociales no necesariamente
evitan o invisibilizan el conflicto, de ahí que resulta superador de anteriores estudios
que se limitaban a atender la sumisión y el control. En síntesis, pone de manifiesto una
sociedad más democrática, más heterogénea, en la que conviven distintos grupos
sociales con pluralidad de valores, costumbres, representaciones sociales.
El paradigma de la Fenomenología se caracteriza centralmente por la crítica al
positivismo proveniente de la filosofía y de la sociología del conocimiento, pues este
modelo acentúa la carga subjetiva que está implícita en todo fenómeno psicosocial.
Desde la sociología, Alfred Schutz, siguiendo las pautas de la filosofía fenomenológica
de Edmund Husserl, propuso para las ciencias sociales una fenomenología de la actitud
natural y se constituyó en una opción en la que se sintetizaban además planteos previos
de la sociología comprensiva de Max Weber, la filosofía pragmatista y el
interaccionismo simbólico. Su psicosociología de la acción social enfocaba
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Ya sea por su artificialidad, por el aislamiento de variables que en la vida cotidiana están vinculadas, por el
tipo de muestras utilizadas, por cuestiones éticas, entre otras no menos importantes.
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especialmente la conducta que posee sentido para el protagonista, por lo que el principal
propósito era la interpretación subjetiva de ese sentido. Este paradigma expone que el
mundo social es diferente al mundo natural porque, a diferencia del primero, es un
mundo significado, pleno de sentido.
Para Schutz, la acción es siempre un tipo de conducta -manifiesta o latente- dotada de
sentido que ocurre en el escenario del mundo de sentido común o mundo de la vida
diaria, un ámbito cuya clave es la intersubjetividad, pues llegar a conocer y a actuar
sobre ese mundo depende de situaciones compartidas. Dicha acción parte de un plan
preconcebido y tiende a algún propósito, por lo tanto el mundo fenoménico, el que
forma parte de nuestra experiencia y de nuestra existencia, es fundamental para poder
comprenderla y ejecutarla. Al igual que Thomas, consideraba que la realidad social y la
acción estaban determinadas por las definiciones que los actores sociales le otorgaran.
Su postura antipositivista sostenía que las ciencias sociales eran construcciones de
segundo grado que intentaban captar el sentido que los protagonistas le daban a sus
acciones, aunque, según Álvaro y Garrido (2003), no descartaba la idea de arribar a
verificaciones empíricas a partir de las estructuras subjetivas dotadas de sentido.
Esta perspectiva ha sido difundida más ampliamente por sus discípulos Berger y
Luckmann (1969), quienes pusieron de manifiesto los procesos que permiten dar cuenta
del modo en que la realidad se construye socialmente, conformando una subjetividad
institucionalizada, en la que otorgan al sujeto un papel de actor social como agente de
significación.
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verdad.
Será recién hacia la década del ‘70 que se desplegará el construccionismo social como
un enfoque histórico-interpretativo que sostiene que las expresiones científicas están
determinadas por intereses sociales de orden político, económico, profesional, por la
involucración de las personas que investigan en sus productos, por el papel del lenguaje
y su posibilidad para producir lo que el empirismo consideraba simplemente “hechos”.
Referencias bibliográficas
Álvaro, J. y Garrido, A. (2003). Psicología Social. Perspectivas psicológicas y
sociológicas. Madrid: McGraw-Hill.