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Gilles Deleuze 

y Félix Guattari consideran que el capitalismo produce una perversión del concepto natural del amor,
situando al ser humano como parte de una máquina productora y destruyendo el concepto del cuerpo y el alma. 23 Escriben,
en Anti-Edipo: «el capitalismo recoge y posee la potencia absurda y no poseída de la máquina. [...] en verdad, no es para él
ni para sus hijos que el capitalista trabaja, sino para la inmortalidad del sistema. Violencia sin finalidad, alegría, pura alegría
de sentirse en un engranaje de la máquina, atravesado por los flujos, cortado por las esquizias.» 24 Michel Foucault,
refiriéndose a la sociedad capitalista, insiste en su prefacio de 1977 para la edición inglesa de Introducción al
esquizoanálisis que se opone «no solo al fascismo histórico, sino también al fascismo que hay en todos nosotros, en
nuestras cabezas y en nuestro comportamiento diario, el fascismo que nos hace amar el poder, desear esa misma cosa que
nos domina y explota».25 Podemos encontrar una abierta declaración de muchos de los actualmente tácitos valores del
capitalismo agresivo en el Manifiesto futurista, escrito por Filippo Tommaso Marinetti, en 1909.
Dentro de la cadena productiva, o, como se la conoce en el mundo anglosajón, «cadena de comodidad», la mentira también
es un elemento válido; de hecho, es un elemento recurrente y necesario para que el sistema no sucumba. Es, literalmente,
lo que en política se conoce por demagogia; se miente al consumidor con propósitos egoístas, y ello lleva, según los
autores anteriormente citados, a una «esquizofrenia» de las relaciones humanas a todos los niveles, haciendo imposible el
amor real.23
Werner Sombart consideraba la desnaturalización del amor en la sociedad como una última etapa de un proceso destructivo
de evolución que no es privativo de la cultura occidental: En primer lugar, el amor perdió su individualidad con
el cristianismo, que lo unificó y teocratizó: ningún amor era genuino si no provenía de Dios, si no era aprobado por
la Iglesia. Le siguió un período de «emancipación de la carne», que comenzó con tímidas tentativas y que se continuó, con
los trovadores, con un período de sensualidad más acentuada, de desarrollo pleno del amor libre e ingenuo. Por último,
aparecieron una etapa de gran refinamiento y, como colofón, la relajación moral y la perversión. 26

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