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§ 181
SECCIÓN SEGUNDA
LA SOCIEDAD CIVIL
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Por una parte la individualidad por sí, como satisfacción -que se extiende en
todas direcciones- de sus necesidades, del albedrío accidental y del capricho
subjetivo, se destruye en sus goces a sí misma y a su concepto sustancial; por
otra parte, en tanto excitada infinitamente y en dependencia general de una
contingencia externa y de un arbitrio, así como limitada por el poder de la
universalidad, constituye la satisfacción del menester necesario, así como del
accidental, circunstancialmente. La Sociedad Civil en esas oposiciones y en su
entresijo presenta, justamente, el espectáculo de la disolución, de la miseria y
de la corrupción física y ética, comunes a entrambas.
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Los individuos, como ciudadanos de este Estado, son personas privadas que
tienen por fin particular su propio interés. Puesto que éste es influenciado por
lo universal, que, en consecuencia, aparece como medio, puede ser alcanzado
por aquéllos no sólo en cuanto ellos mismos determinan de un modo universal
su saber, querer y hacer, y se constituyen como anillos de la cadena de
esta conexión. Aquí, el interés de la Idea, que no reside en la conciencia de
esos miembros de la sociedad civil como tales, es el proceso de elevar su
individualidad y naturalidad a libertad formal y a universalidad formal del saber
y del querer mediante la necesidad natural, de igual modo que por medio del
arbitrio de las necesidades, de constituir la subjetividad en su particularidad.
Se enlaza, por un lado, con las concepciones sobre la inocencia del estado
de naturaleza y de la simplicidad de las costumbres de los pueblos bárbaros, y,
por otro, con la opinión que considera las necesidades, su satisfacción, los
goces y las comodidades de la vida individual, etcétera, como fines absolutos,
el hecho de que la civilización sea considerada allí como
algo exterior pertinente a la corrupción y aquí como simple medio para el logro
de los fines; una y otra posición demuestran la ignorancia de la naturaleza del
espiritu y del fin de la razón. El espíritu tiene su realidad simplemente porque
entra en disensión consigo mismo en las necesidades naturales y en la
conexión de esta necesidad externa se da este límite y finitud y justamente
porque él se imprime en ellas, las supera y conquista en ellas su
existencia objetiva. El fin racional no es, por consiguiente, ni aquella simplicidad
natural de costumbres ni está en el desarrollo de la particularidad, en los goces
como tales que son obtenidos mediante la civilización, sino que consiste en
esto: que la sencillez natural, es decir, en parte, la impersonalidad pasiva y, en
parte, la rusticidad del saber y del querer, o sea la contigüidad y
la individualidad en la cual está inmerso el Espíritu sea eliminada y antes que
todo, que su exterioridad alcance la racionalidad para la cual es apta, esto es,
la forma de la universalidad y de la intelectualidad. Solamente de este modo el
Espíritu en esta exterioridad como tal es autóctono (einheimisch) y por sí. De
este modo, su libertad tiene existencia en la misma y en el espíritu en este
elemento por si, extraño en si a su determinación como liberal, llega a ser por
sí, y sólo trata con tal cosa en la cual está impreso su sello y que es producida
por él. Justamente por eso, ahora, llega a existir en el pensamiento la forma de
la universalidad por sí, esto es, la forma que es únicamente el elemento digno
para la existencia de la Idea.
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Del mismo modo se dividen y se multiplican los medios por las necesidades
particularizadas y, en general, los modos de su satisfacción, los cuales vienen
a ser nuevamente fines relativos y necesidades abstractas -multiplicación que
procede al infinito y que, justamente, en el conjunto es una diferenciación de
estas determinaciones y un juicio sobre la adecuación de los medios a sus
fines-, esto es, el refinamiento.
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Las necesidades y los medios como existencia real son como un ser para
otros, con cuyas necesidades y trabajo se condiciona recíprocamente la
satisfacción. La abstracción que viene a ser una cualidad de las necesidades y
de los medios (v. § precedente), viene a ser también una determinación de la
relación recíproca de los individuos; esa universalidad como ser reconocido, es
el momento que en su desmembramiento y en su abstracción los
hace concretos como necesidades, medios y modos de satisfacción sociales.
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¿Qué cosa puede ser más interesante para este asunto que las explicaciones
tan ingeniosas, como doctas, de mi muy venerado amigo señor Creuaer, que él
ha expresado en el 4º? volumen de su "Mitología y Simbólica", sobre
fiestas agronómicas, imágenes y cosas sacras de los antiguos, los cuales han
llegado a tener conciencia de la introducción de la agricultura y de las
instituciones a ellas ligadas como de hechos divinos y les dedicaron, así,
veneración religiosa?
El hecho de que el carácter esencial de esta clase con respecto a las leyes
del derecho privado y en particular de la administración de la justicia, así como
desde el punto de vista de la instrucción, de la educación y también de la
religión, traiga consigo modificaciones, no respecto al contenido
sustancial, sino respecto a la forma y al desenvolvimiento de la reflexión,
significa una consecuencia posterior que tiene lugar del mismo modo con
respecto a las otras clases.
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c) La clase universal tiene como tarea propia los intereses generales del
estado social; en consecuencia, debe ser dispensada del trabajo directo con
vistas a las necesidades, ya por medio de la riqueza privada o porque sea
indemnizada por el Estado que solicita su actividad; de modo que el interés
privado halla su propia satisfacción en su trabajo para la generalidad.
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Poner algo como universal -esto es, llevarlo a la conciencia como universales
manifiestamente pensar (v. § 13 y § 21), ya que como se vuelve el contenido a
su forma más simple, él se da su última determinación. Lo que es derecho
alcanza, sólo por el hecho de que viene a ser una ley, no solamente la forma
de su universalidad sino su verdadera determinación. Por lo tanto, se debe
suponer ante todo, en la concepción de la legislación, no meramente un
momento, por el cual algo es expresado como norma de conducta válida para
todos, sino que el momento esencial e interno es, antes que nada,
el conocimiento del contenido en su universalidad determinada. Los
mismos derechos consuetudinarios -puesto que solamente los animales tienen
al instinto como su ley, y son sólo los hombres los que la poseen como
costumbre-, contienen el momento de ser como pensamiento y de
ser conocidos; su diferencia con las leyes consiste únicamente en que ellos son
conocidos subjetiva y accidentalmente y, por lo tanto, por si son más
indeterminados y la universalidad del pensamiento es perturbada; además de
que la noción del derecho, en cualquier aspecto y en general, es una propiedad
accidental de pocos.
El hecho de que las leyes, por la forma de ser en cuanto costumbres, deban
tener el privilegio de ser introducidas en la vida -hoy día, por lo demás,
ciertamente se habla muchísimo de vida y de introducir la vida, siendo así que
se trata de materia más que muerta y de pensamientos bien muertos (totesten)-
, significa una ilusión, porque las leyes válidas de una nación por el hecho de
que han sido escritas y codificadas no cesan de ser sus costumbres.
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b) La existencia de la Ley
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Elevar tan alto las leyes, que ningún ciudadano las pueda leer, como hacia el
tirano Dionisio -o, si no, esconderlas en el prolijo aparato de los libros doctos,
de colecciones de decisiones discordes por los juicios y las opiniones, de
costumbres, etcétera, y aun más, en un lenguaje extraño de suerte que el
conocimiento del derecho vigente sea sólo accesible a aquellos que se han
adoctrinado en él-, es un solo y único error. Los gobernantes que han dado a
sus pueblos, aun cuando sólo sea una recopilación imperfecta, como
Justiniano, y aun más un derecho nacional, como código ordenado y
determinado, se han convertido no sólo en los más grandes benefactores de
los mismos, y han sido recompensados por ellos con el reconocimiento, sino
que han realizado así un gran acto de justicia.
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c) El Magistrado
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