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Índice

El inicio…
Sinopsis
Nota de la traductora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Epílogo
Próximo libro
Sobre la autora

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Créditos
El inicio…

El final de todo lo que conocía planeaba en el horizonte. Por mucho que


Aimery quisiera ignorarlo, como Fae no podía mirar hacia otro lado. El mal
había inclinado la balanza a su favor.
Ya era hora de hacer algo.
— ¿Deduzco, por la mirada que veo en tus ojos que tienes algún plan?
Aimery se volvió hacia su rey y amigo, Theron. —Tengo un plan.
Rufina se deslizó en la estancia y dirigiéndose hacia su marido lo besó en la
mejilla. Después, se dio la vuelta hacia Aimery. —Estoy ansiosa por escuchar lo
que has descubierto.
Aimery sonrió abiertamente. —Como consecuencia del Reino de las Naciones,
estamos limitados en cómo podemos ayudar a los humanos.
—Limitados... —Una lenta sonrisa tiró de los labios de Theron. —Encontraste
un resquicio legal.
—Así es. ¿Recuerdas al hombre que encontré hace unos meses?
— ¿El que se llamaba Gabriel?, —le preguntó Rufina. —Estaba a las puertas
de la muerte.
—Pero no murió. —Aimery respiró profundamente mientras su plan iba
tomando forma en su mente. —Tiene una habilidad curativa sorprendente y un
conocimiento de las hierbas que casi superael de nuestros sanadores.
Theron resopló. —Imposible.
—Nay, y tú lo sabes. Y antes de que preguntes, nay, Gabriel no ha recuperado
la memoria. Pero viéndole entrenarse con algunos de mis guerreros, me hizo
darme cuenta de cómo podemos derrotar este mal que ataca a los reinos.
Theron se sentó en su trono de un azul brillante y blanco y cruzó sus brazos
sobre su pecho. —Te escucho.
—Ya que el mal está atacando a más reinos además de la Tierra, si puedo
reunir a un grupo con los mejores guerreros de diferentes épocas y reinos, para
entrenarlos y armarlos, no violaremos ninguna de las normas vigentes en el
Tratado.
Rufina miró a Theron, sus ojos brillaban con entusiasmo. —Esto podría
funcionar.
— ¿Tienes algún hombre en mente?, —le preguntó Theron suavemente.
Aimery asintió. —Lo tengo. Gabriel será uno de ellos. Es un magnífico
guerrero y sus habilidades curativas serán muy útiles si los hombres resultan
heridos.
Theron descruzó los brazos de su pecho mientras pensaba en las palabras de
Aimery. —¿Cuánto tiempo crees que llevará todo esto?
—Puedo tener a todos los hombres aquí en cuestión de días. Todos ellos son

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formidables guerreros que no necesitan ningún tipo de formación, pero hay
habilidades que pueden aprender de nosotros y que redundarán en su
beneficio.
—Por no hablar de que nuestras armas les darán una ventaja añadida.
—Exactamente. —Aimery contuvo la respiración, esperando a que su rey y la
reina estuvieran de acuerdo con su plan. —No tenemos otras opciones. Me
encantaría luchar contra este mal yo mismo, pero hasta que no ataque a nuestro
reino, no puedo hacerlo. De forma lenta y metódica va asaltando los reinos más
débiles y pequeños; y cada vez que un reino muere, él se hace más fuerte.
Nosotros somos uno de los más fuertes, nuestra magia es una de las más
poderosas. Por favor. Déjame intentarlo...
Theron levantó su mano para detener a Aimery. —No tienes que darme una
lección de historia, amigo mío. He estado buscando algo que pudiera ayudarnos
de alguna manera. Este mal ya es lo suficientementepoderosocomo para
atreverse a asaltar varios reinos a la vez. Tenemos que responder, ya. Y este
último ataque contra la Tierra nos permite dar ese paso. Si podemos poner fin a
este mal en la Tierra, podremos acabar con él en otras partes.
—¿Esto es un aye? —Aimery trató de no dejar que el entusiasmo burbujeante
se desbordara.
Theron se acercó y tomó la mano de Rufina. Ella hizo un pequeño
asentimiento de cabeza. Entonces, Theron se dirigió a Aimery. —Es un aye,
comandante. Has demostrado tu habilidad para liderar el ejército de Fae.
Demuéstranos qué puedes hacer con estos hombres.
—Se llamarán The Shields1, —dijo Aimery suavemente. Quería partir
inmediatamente para terminar de ponerlo todo en marcha, pero no podía irse
todavía, no hasta que Theron y Rufina quedaran completamente satisfechos.
—Los Escudos. —Pensó Theron durante un momento. —Me gusta. Los
escudos que blindarán la Tierra y a los otros reinos. Muy bien, Aimery. Muy
simpático.
— ¡Oh!, ¡por todo lo que es mágico!, —soltó Rufina. —Theron, para ya, y deja
en paz a Aimery para que pueda ir a ver a sus Shields.
Theron sonrió. —Aye, Aimery. Ve y reúne a tus hombres. Estoy deseando
conocerlos.
Aimery giró sobre sus talones y se apresuró a salir de la sala del trono. Sólo
entonces recordó que no había dado las gracias a Theron y Rufina. Por otra
parte, habían sido amigos desde hacía varios milenios, así que estaba seguro de
que sabían que estaba agradecido. Pero se lo diría esa noche, cuando se uniera
con ellos para la cena.
Para el momento en que llegó a su oficina ya había decidido el sexto y último
guerrero que añadiría a los Shields. Gabriel y Cole ya habían trabado amistad y

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The Shields: Los Escudos
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habían aceptado con entusiasmo a Roderick, que había llegado justo el día
anterior. Hugh llegaría en cualquier momento con Darrak, pero había una
última visita que Aimery necesitaba hacer. Un viaje en el tiempo a la antigua
Roma y a un famoso general. Valentinus Romulus sería la última incorporación
al grupo.
Cada hombre aportaba algo diferente a la mezcla. Hugh era un líder nato, un
hombre al que otros seguirían en tiempos de necesidad y de guerra. Roderick
era tranquilo, metódico. Cole, al haberse criado con los Fae, aportaba el sentido
de la magia y la lealtad. Val tenía una mente estratégica sin igual. Podía ver
problemas en el campo de batalla y lasdebilidades en sus adversarios que otros
hombres pasarían por alto. Darrack aportaría humor y estabilidad. Y Gabriel,
por supuesto, sus habilidades curativas. Cada uno de ellos era un hombre al
que temer.
Por fin habría guerreros capaces de combatir el mal. Finalmente, el mal sabría
que los Fae no se iban a quedar de brazos cruzados, ni le iban a permitirvencer.
Todo lo que Aimery tenía que hacer ahora, era mantenerse alerta a toda la
información que le llegaba y recopilarla para los Shields. Su formación
comenzaría tan pronto como volviera con Val.
Aimery cerró sus ojos y pensó en Roma y en el general. Al instante siguiente,
los sonidos a su alrededor habían cambiado. Cuando abrió los ojos, ya no estaba
en el reino Fae. Estaba en Roma. Y el hombre cubierto de lodo, sangre y vómito
a sus pies, era el general al que buscaba.
Se arrodilló junto al borracho que estaba desplomado contra el lateral de un
edificio y meneó la cabeza. —Bueno, General, parece que tengo que conseguir
despejarte primero.
—O me matas o te largas, —articuló Val con dificultad, arrastrando las
palabras.
—No estoy aquí para matarte. Estoy aquí para llevarte lejos.
Val cerró los ojos, y su cabeza osciló inestablemente hacia él, — ¿Llevarme
lejos? ¿De verdad?
—Aye. Necesito un guerrero experto en combate. Tus hazañas en el campo de
batalla son legendarias.
Se quedó en silencio tanto tiempo, que Aimery temió que se hubiera
dormido. No podía transportar a Val a través del tiempo sin su consentimiento.
— ¿Adónde me llevarás?
Aimery suspiró. —A otro reino muy, muy lejos de Roma. ¿Vendrás conmigo?
Una lágrima se deslizó lentamente por la cara de Val. —Aquí no me queda
nada. Aye.Iré contigo. —Intentó sacar sus pies de debajo de su cuerpo, pero no
pudo.
Aimery se acercó al instante para ayudarle. —Con calma, amigo mío. —Él
sabía que los demonios habían hecho que Val se diera a la bebida, y aunque no
los pudiera desterrar, podría ayudar al general a empujar esos recuerdos a la
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parte posterior de su mente.
Se envolvió el brazo de Val alrededor de sus hombros y agarró su mano,
mientras que con su otro brazo sostenía a Val por la cintura. —Prontorecordarás
que se sentía al sostener una espada en tu mano.
— ¿Y los demonios?
Aimery apretó la mandíbula. Su magia era lo suficientemente fuerte para
borrar esos recuerdos de la mente de Val, pero esos demonios eran los que
habían hecho de él el hombre que era. Si se los quitaba, cambiaría a Val, y
Aimery no podía hacer eso.
—Los demonios finalmente aflojarán su control.
Val se humedeció los labios ruidosamente. —Eso si no me matan primero.
Aimery se arrancaría su propio corazón antes de dejar que esos demonios
dañaran a Val. —Estamos a punto de abandonar Roma. ¿Quieres decir adiós a
alguien?
La cabeza de Val colgaba sobre su pecho. —Nay.
—Pues agárrate, General. Tu vida está a punto de cambiar.

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Sinopsis

EL GUARDIÁN OSCURO

Querido lector…
¿Alguna vez has querido viajar a través del tiempo con armas creadas por los
propios Fae? ¿Experimentar una aventura tan emocionante y peligrosa que no sabes
si vas a vivir para ver el mañana?

En este momento, mis hombres y yo nos encontramos en una lucha sin


cuartel ante unas criaturas quepodrías pensar que solo viven en los sueños o en
las leyendas, pero que han sido traídas a la Tierra por el mal, empeñado en
aniquilar a todos los reinos.
Esa es mi vida -y me encanta.
Al menos me encantaba hasta que me encontré mirando fijamente al
angelical e inocente rostro de Lady Mina de Stone Crest.
En todo el tiempo que he liderado a los Shields he confiado en mi instinto
para mantenernos vivos, pero ahora no sé qué creer. Todo apunta a Mina como
el mal que convoca a las criaturas, aunque ella proclame su inocencia.
Debería ser capaz de ver a través de sus mentiras, si es que en efecto nos está
mintiendo, pero mi atracción por ella me ciega hasta ese punto. La última vez
que me encontré tan atraído por una mujer casi les costó la vida a mis hombres.
No puedo permitir que eso ocurra de nuevo. No voy a permitir que eso pase
otra vez. Sin embargo, cada vez que me mira con esos ojos azul-verdoso
suplicándome que la crea, me encuentro hundiéndome más y más bajo su
hechizo. Su boca es una tentación que los hombres mortales nunca conocerán y
su amor podría traerme la paz que nunca pensé encontrar -o la muerte que he
conseguido evitar hasta ese momento.

Hugh de Righteous

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Nota de la traductora

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro.


Es una traducción hecha desde un punto de vista solidario y constructivo.
Sin duda, es una labor que se basa totalmente en una realización personal y en echar
una mano a gente que por la barrera del idioma no puede leer todo lo que les gustaría.
Si el libro llega a tu país, apoya al escritor comprando su libro.
¡Disfruta la lectura!

Joya.

~ 10 ~
Capítulo 1

Centro de Inglaterra, Castillo de Stone Crest.


Verano de 1123

La oscuridad de la noche convocaba al Mal como la llamada de una cálida


taberna lo hacía con un cansado viajero. El espesor aterciopelado cubría a todo
aquel que se atrevía a oponerse a su voluntad. Y el Maligno envolviendo Stone
Crest tenía una tarea en mente –acabar con todos.
—Más rápido, —susurró Mina con urgencia en el oído de su yegua. Se
encorvó sobre el cuello del caballo y echó un vistazo por encima de su hombro;
su pelo pegado a su cara y cuello mientras el terreno corría veloz debajo de ella.
Las amenazadoras tinieblashabían dejado el camino vacío, pero Mina sabía
que la criatura estaba cerca. Acechando. La piel le hormigueaba con
anticipación, y su corazón golpeteaba ferozmente en su pecho mientras su
yegua seguía corriendo hacia los árboles.
Un grito terrible de ultratumba rasgó el aire. Mina rápidamente se cubrió los
oídos. Su yegua redujo la marcha, y entonces se detuvo y se puso a danzar
dando vueltas atemorizada.
—Nay, —murmuró Mina entre dientes mientras intentaba obtener el control
de su montura. —Corre, Sasha, corre. Nuestras vidas dependen de ello.
La yegua percibió la ansiedad de Mina porque sus largas patas se
extendieron y el suelo voló una vez más debajo de ellas. Mina se apoderó de las
riendas y se agarró fuertemente de la crin de Sasha, mientras su sangre se
precipitaba salvajemente con miedo y pavor. El pelo en la parte posterior de su
nuca se erizó, pero no necesitaba mirar hacia atrás para saber que la criatura la
seguía muy de cerca.
Mina se centró en alcanzar el claro. Su yegua era ligera de pies, el más rápido
de los caballos de su familia. Si alguien podía escapar de la criatura, esa era
Sasha. Al menos, era lo que Mina había pensado. Ahora no estaba tan segura.

~ 11 ~
Una pequeña sonrisa se formó en su rostro cuando vio el grupo de árboles
que indicaba que el claro estaba ya a poca distancia. Cuando estaba a punto de
llegar, pudo escuchar el batir de unas alas sobrevolando porencima de ella.
Algo largo y afilado le pasó por delante y le hizo un corte en el brazo. Una
frenética Sasha se echó hacia atrás, y todo lo que Mina pudo hacer fue sujetarse.
Entonces, de repente, el mundo se inclinó y Mina pegó un salto mientras su
adorada yegua se desplomaba y se quedaba inmóvil a su lado.
Mina levantó los ojos al cielo nocturno y vio a la criatura que había llegado
de su pequeña aldea cerniéndose por encima de ella, una sonrisa sardónica en
su grotesco rostro. Sus pequeños ojillos saltones y maliciosos destellaban rojizos
en la oscuridad, y Mina supo que su tiempo llegaba a su fin. Largas y afiladas
garras como cuchillas se extendían a partir de sus manos. Se tragó el nudo de su
fracaso como si fuera una bola de carbones encendidos. No era así como se
suponía que debía acabar.
El miedo la inmovilizó. No podía ni siquiera gritar. La criatura se movía
lentamente en el aire hacia ella, como si quisiera atormentarla jugando antes de
matarla. Justo antes de que las garras de la criatura se abrieran cortando su cara,
vio un movimiento borroso por el rabillo del ojo. Al momento siguiente se
encontró arrojada bruscamente contra el suelo y rodando por la ladera de la
colina. El peso de quien había aterrizado encima de ella sacó de golpe el aire de
sus pulmones. Y mientras rodaban, vagamente oyó los gritos furiosos de la
criatura.
Justo estaba pensando que podrían estar dando volteretas por toda la
eternidad, cuando por fin se detuvieron con una brusquedad que le sacudió
todos los huesos. Tenía miedo de abrir los ojos y descubrir que otro ser malvado
se la había llevado. Después de todo, el Mal que estaba devastando su aldea
desde hacía casi un mes era de los peores.
Una suave y profunda voz llegó a sus oídos a través de su pánico. La voz de
hombre. —¿Estáis bien?
Lentamente abrió los ojos. En lugar de una cara, lo único que vio fue la
silueta de una cabeza. Su tono sostenía una pizca de preocupación, pero era un
extraño. Y ella había llegado a desconfiar de todo aquel que no fuera parte de su
aldea.
—Aye, — respondió al fin.
—Estaba empezando a pensar que la caída os había licuadoel cerebro. — No
había ningún error de interpretación en el rastro de humor, mientras
rápidamente se ponía en pie y le tendía una mano.

~ 12 ~
Odiaba hacerlo, pero aceptó su ayuda porque no creía que pudiese conseguir
que sus pies respondieran por sí mismos después de la caída que acababa de
sufrir. Mientras tirabade ella para ponerla en pie, el brazo le estalló en un dolor
agonizante. Apenas podía mover la mano, pero no estaba dispuesta a dejar que
el forastero supiera que estaba herida y darle así ventaja. Era algo que había
aprendido temprano en la vida. Uno tenía que ser fuerte para sobrevivir en esta
tierra.
—No es una noche segura para que una mujer ande sola.
Tuvo la impresión de que él quería decir algo más, pero que se contenía.
Estaban a escasos centímetros el uno del otro, por lo que ella dio un paso atrás
para ofrecerle más espacio.
—Son muchas las cosas que deberían hacer que la gente estuviera a salvo si
sale de noche. Incluidos los hombres.
Él inclinó la cabeza ligeramente. —No quiero haceros daño, señora.
Ella no le creyó ni por un instante. Sólo un vagabundo idiota tomaría en
serio la palabra de un extraño.
Un ruido desconocido, como de un silbido, sonó desde lo alto de la colina. El
forastero silbó en respuesta y luego el inquietante silencio reinó una vez más. Ni
siquiera se oía el sonido de los grillos.
Con su mano buena se sacudió el polvo de sus calzones y miró a su
alrededor, buscando la daga que había sustraído de la armería. No podía creer
que hubiera dejado caer su única arma.
— ¿Es esto lo que buscáis?
A regañadientes, Mina se volvió hacia el hombre y vio la daga en su mano
extendida. Aceptó el arma. —Gracias. Por todo. —Se mordió el labio y pensó en
Sasha. Y sin otra palabra, empezó a correr colina arriba.
En un instante el forastero estaba a su lado,ayudándola a no caer cuando se
tropezaba. Cuando alcanzaron la cima, Mina se detuvo de golpe mientras cinco
hombres a caballo se la quedaban mirando. Estaban sentados sobre sus corceles
como reyes, observando cada uno de sus movimientos. Dejó de prestarles
atención cuando oyóel suave relincho de Sasha, lleno de dolor.
Fue directa hacia su yegua y se arrodilló a su lado. Pasándole su mano
suavemente sobre la brecha abierta, cerró los ojos. Era una herida mortal.
—La yegua ha perdido mucha sangre, —dijo el desconocido arrodillándose
junto a Sasha. —Me temo que la habéis perdido.

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Las lágrimas acudieron en tropel, y Mina trató de parpadear para alejarlas.
El llanto era para los débiles. —Lo siento tanto, Sasha, —dijo y se inclinó para
besar a la yegua en la cabeza. —No tendría que haber venido.
Sabía que no había manera de salvar a su caballo, y abandonarla así era
hacerla sufrir innecesariamente. Con manos temblorosas, acercó la daga a la
garganta de Sasha, pero los minutos pasaban lentamente.
Una mano grande y cálida encerró la suya. — ¿Lo hago yo? — Se ofreció el
forastero.
Antes de que pudiera cambiar de opinión, asintió. Él tomó el puñal, y ella
puso su cabeza sobre la de Sasha. Todo pasó en un suspiro. Sasha no hizo
ningún sonido, pero atravesó el alma de Mina como un silencioso grito de
angustia.
Por unos momentos, se abandonó a sí misma antes de ponerse de pie y mirar
a su alrededor, mientras la luna rompía a través de las densas nubes. Ahora
estaba sola con seis hombres. Seis desconocidos fuertemente armados.
El forastero se levantó y la encaró. —Soy Hugh.
— ¿De dónde venís?
—Londres, —contestó después de vacilar un poco. Extendió un brazo
señalando a los hombres que iban a caballo. —Mis compañeros son Roderick,
Val, Gabriel, Cole y Darrick.
Cada unode los hombres inclinó la cabeza a medida que Hugh los iba
nombrando, y aunque las nubes cargadas hacían más oscura la noche, ella tomó
nota rápidamente de la gran variedad de armas que portaban, y de sus grandes
escudos. Al momento, seis pares de ojos estaban sobre ella.
—Yo soy Lady Mina de Stone Crest.
—Bueno, Lady Mina, ¿qué clase de hombre os permitiría estar fuera de noche
sin protección?
La pregunta de Hugh tenía que ver con la trampa que ella y algunos de los
aldeanos habían puesto. —No estoy sola, —dijo con más convicción de la que
sentía. Su mirada recorrió el cielo por encima de su cabeza, pero no había ni
rastro de la criatura.
— ¿Dónde están los hombres?
Ella se volvió y señaló hacia el grupo de árboles. —En el claro. Yo estaba
atrayendo a un... un animal hacia una trampa.
Cuando se volvió hacia los hombres, la luz de la luna se posó por un instante
sobre Hugh, y en ese momento ella vio su escepticismo. —Habría funcionado,
—se defendió. —Si Sasha hubiera llegado al claro.
~ 14 ~
—No me gusta señalar lo obvio, —dijo el hombre del centro. Gabriel era su
nombre. —Pero vuestros hombres todavía tienen que venir en vuestra ayuda.
El miedo se abrió paso a través de ella y se atrincheró tranquilamente en su
estómago. Estos hombres podrían matarla fácilmente. —Sólo tengo que
llamarlos.
—Entonces llamadlos, me gustaría conocer a la clase de hombres que
permiten que una mujer tome tal riesgo, —declaró Hugh, su voz cargada con
una muda cólera.
—Yo preferiría ver la trampa, —dijo Gabriel y le dio un golpecito a su caballo.
Ella se mantuvo firme, lista para salir corriendo mientras Gabriel y su
montura pasaban por su lado. Casi suspiró en voz alta, pero recordó que no
estaba sola.
Hugh observaba estrechamente a Mina. Su vacilación le dijo todo lo que
necesitaba saber. Los hombres que deberían haber estado con ella la habían
abandonado. ¿Oquizás había mentido y estaba sola?
La criatura a la que había atraído puede que les hubiera asustado. Sin
embargo, si lo que decía era cierto y le habían tendido una trampa, entonces los
hombres no deberían haberla abandonado.
—Ven, —dijo, y puso una mano en su espalda para guiarla hacia el claro.
Ella se puso a andar delante de él, mientras Hugh trataba de hacer ver que
no se daba cuenta de que llevaba calzones en lugar de un vestido. Había pasado
algún tiempo desde la última vez que había cedido a sus impulsos y se había
fijado en una mujer, y el movimiento de su trasero, balanceándose tan
seductoramente de un lado al otro, le estaba resultando difícil de ignorar.
Se sacudió mentalmente y se obligó a mirar hacia otro lado, lejos de esa
deliciosa retaguardia. Su pelo se había soltado de su trenza y le caía por la
espalda en gruesas ondas. Su color exacto era difícil de detectar en la oscuridad,
pero sabía que era pálido.
Por suerte, alcanzaron el claro. Tal como sospechaba, nadie la estaba
esperando. —¿Dónde está la trampa?, —preguntó.
—Debía llevar a la criatura hacia aquellos árboles, —dijo y señaló hacia
delante. —Una vez que los hubiera traspasado, los hombres debían cortar una
cuerda que sostenía una estaca que empalaría al... animal.
Hugh oyó la vacilación y se preguntó cuándo les diría exactamente qué clase
de bestia había estado persiguiéndola. ¿Podría ser que realmente no lo supiera?
A pesar de sus dudas acerca de la situación, ellos habían sido enviados para
ayudar.

~ 15 ~
Y una orden era una orden.
El crujido del cuero resonó fuertemente en el silencio de la madrugada,
alguien desmontaba, y mientras Hugh echaba un vistazo encontró a Gabriel
junto a él.
—No es un mal plan, —dijo Gabriel pensativo mientras miraba fijamente
hacia los árboles. —Me pregunto si habría funcionado.
—Supongo que nunca lo sabremos, —dijo Mina en voz baja.
—Explorad la zona, —dijo Hugh a sus hombres. —A ver si alguno de los
hombres de Lady Mina todavía está por los alrededores.
Mientras sus hombres hacían lo ordenado, entregó a Mina su odre de cuero
con agua. Ella bebió con avidez antes de devolvérselo.
—No estamos aquí para haceros daño.
Ella se encogió de hombros. —Hemos aprendido a no confiar en nadie. ¿Sois
caballeros?
—En cierta manera, —respondió. —¿Vuestros padres saben lo que estabais
haciendo esta noche?
—Están muertos.
Eso explicaba muchas cosas. — ¿Debido a la bestia que os perseguía?
Ella se quedó completamente inmóvil antes de asentir brevemente con la
cabeza. — ¿Sabéis que nos está cazando?
—Lo sé, —admitió.
— ¿Cómo? —En su voz estaba contenida la duda y la esperanza.
—Os lo explicaré una vez que estéis a salvo. ¿Tenéis algún otro familiar?
—Un hermano y una hermana, y sabían lo que estaba haciendo, —contestó
antes de que él pudiera preguntar.
Los hombres regresaron sin buenas noticias. Y aunque era justo como
esperaba, igualmente le dejó un mal sabor de boca. No había ninguna excusa
para dejar sola a una mujer indefensa, y mucho menos para enfrentar a la clase
de mal al que pretendían dar caza.
—Os devolveremos a casa sana y salva. —Cuando ella vaciló, dijo, —pero si
preferís hacer frente a esa criatura sola y a pie, entonces nos iremos, y todo
vuestro.
A él le quedó claro que estaba a punto de hacer precisamente eso cuando la
criatura gritó a lo lejos, y silenció cualquier palabra que ella pudiera haber
dicho. Sin esperar a que estuviera de acuerdo, rápidamente la alzó sobre su

~ 16 ~
caballo. Echó un vistazo a sus hombres antes de agarrar las riendas del caballo,
y montó detrás de ella.
Sus expresiones lo decían todo.
Habían encontrado exactamente lo que buscaban.

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Capítulo 2

Por un momento, Hugh pensó que no les iban a permitir la entrada en el


castillo, a pesar de que Mina se desgañitaba llamando a los guardias. Por la
forma en que mantenía la espalda recta, la tensión en ella era evidente. Hugh y
sus hombres se limitaron simplemente a esperar, y Hugh supo que no era el
único que estaba haciendo una lista de los puntos fuertes y débiles del castillo.
Finalmente, las cadenas traquetearon y lentamente el portón se fue abriendo.
Se escuchó el suave sonido de un suspiro. Mina. Hugh era demasiado
consciente de las curvas femeninas de la mujer sentada ante él, de su largo
cabello, que se le enredabaen los brazos mientras sujetaba las riendas por
delante de ella.
Había algo diferente en Mina, algo que le estaba incordiando en el borde de
su consciencia.
Espoleó a su montura para que se adelantara, liderando a sus hombres por
debajo de la gran puerta de entrada. El sonido de los cascos de los caballos
resonó alrededor del grupo mientras entraban en la zona empedrada del patio
de armas.
A simple vista, sólo se mostraba un puñado de hombres en lo alto de las
almenas. Debería de haber habido más guardias. Hugh se estremeció
interiormente. ¿Cuánto tiempo llevaba la criatura atacando la zona? Era sólo
una de muchas preguntas de las que quería respuestas esta noche.
Nadie vino a recibir a Mina cuando detuvieron sus caballos cerca delos
establos. Desmontó, pero antes de volverse hacia Mina, dejó que sus ojos
estudiaran el castillo y el patio de armas con solo una mirada.
Era una posesión de buen tamaño. Por lo que podía contar con la escasa luz
de la luna y unas pocas antorchas, no parecía que necesitase muchas
reparaciones. Alguien se había cuidado de él, pero con un castillo de este
tamaño, debería haber un gran número de personas, en lugar del puñado de
hombres que había visto en las almenas y en el portón de entrada. El castillo
podía ser tomado fácilmente.
—No es una buena idea quedarse a cielo abierto demasiado tiempo siendo
de noche, —dijo Mina.
Tenía razón, pero Hugh tenía la sensación de que la criatura no iba a volver
al castillo esta noche. Se dio la vuelta para bajar a Mina. Sus manos rodearon su

~ 18 ~
esbelta cintura, algo que no había esperado teniendo en cuenta que se ocultaba
bajo su atuendo varonil.
Ella mantuvo sus ojos gachos mientras la bajaba al suelo.
Para su sorpresa y fastidio, se encontró queriendo prolongar el contacto. No
era propio de él, y eso le molestó. Sacudió las manos alejándolas, y dio un paso
atrás. — ¿Dónde está todo el mundo?
Ella se volvió y señaló el establo. —Podéis dejar allí los caballos. Hay un
muchacho que cuidará de ellos, pero hay que darse prisa y entrar.
—Vamos a ver nuestras monturas, —dijo, y se dirigió tranquilamente hacia
su caballo.
Mina sabía que debería entrar en el castillo, pero era la primera vez que
conseguía un buen vistazo de los hombres que la habían llevado a Stone Crest y
estaba fascinada. los hombres de Hugh permanecieron encima de sus monturas
mientras miraban alrededor del patio de armas como si estuvieran esperando
algo, o tal vez, sólo evaluaban el lugar.
Si los hubiera visto anteriormente como los veía ahora, dudaba que hubiera
subido al caballo de Hugh. Estos hombres eran guerreros. No unos simples
caballeros como los que se encontraban apostados en el castillo, sino unos
guerreros de esos que uno oía que eran capaces deconquistar -y de hecho lo
hacían- cualquier cosa que se interpusiera en su camino.
Cada uno de ellosera un increíble ejemplar que,no sólo haría suspirar de
placer a cualquier mujer, sino que eran diferentes a cualquier caballero que
hubiera visto nunca. No llevaban la armadura que estaba acostumbrada a ver,
aunque cada uno de ellos llevaba un enorme escudo. Su ropa era simple y sin
adornos, pero no de las clases pobres, ni tampoco de la nobleza.
Llevaban sus largos mantos a modo de armadura, pero por debajo se
dejaban entrever sus túnicas y pantalones. Las botas de cuero les llegaban a las
rodillas, lo que las dejaba fuera de lugar, ya que lo que se estilaba ahora entre
los hombres eran los zapatos de cuero. En definitiva, que no acababan de
encajar con las modas del momento.
Pero lo que reconoció sin lugar a dudas fueron las armas, y cada una de ellas
parecía mejor que la otra.
El hombre más alejado sostenía en su mano un látigo de dos cabezas que era
más grande que cualquier cosa que hubiera visto jamás, con unas púas largas.
El siguiente tenía una diabólica alabarda con un pico curvado hacia abajo en la
parte posterior. Gabriel sostenía un arco singular, que hizo que deseara poder
ver más de cerca su extraña forma.
Un hacha de guerra de doble filo, que tenía que ser al menos de dos metros
de ancho, podía verse atada con una correa a la espalda del siguiente caballero.
El más cercano a ella, el de la sonrisa encantadora, llevaba muchas dagas
sobresaliendo de su ropa. Sus ojos fueron al caballo de Hugh y se detuvieron en
la ballesta colgada junto al pomo de su montura. Era más grande y más gruesa
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que las que estaba acostumbrada a ver.
La superioridad de las armas de esos hombres le dieron que pensar, así
como la forma de las empuñaduras de sus espadas. Estos hombres sin duda
eran guerreros de algún tipo; pero de qué tipo… no tenía ni idea.
—¡Aquí estás!, —sonó un chillido hosco por encima de sus cabezas.
Mina inspiró hondo y contó hasta diez. Una vez. Dos veces. Había tenido la
esperanza de conseguir entrar en el castillo con sus nuevos huéspedes antes de
que su hermano o hermana los vieran. La suerte parecía que no estaba de su
lado.
Hugh miró a Mina antes de girar la cabeza hacia arriba. — ¿Quién es ese?
—Mi hermano Bernard, Barón de Stone Crest.
Hugh sabía que las circunstancias, tal como estaban, podían convertir a
muchos buenos hombres en cobardes, pero sus instintos le decían que esta
situación ya existía antes de que el Mal hubiera caído sobre Stone Crest y la
aldea.
Le gustara o no, tendría que afrontar al joven barón. Mejor ahora que
después. Sintió el tirón de las riendas en su mano y se dio la vuelta para
encontrar a un muchacho de pelo rojo brillante esperando para tomar su
caballo.
—Hola, John, —dijo Mina con una sonrisa; y volvió la mirada hacia Hugh.
—Es maravilloso con los caballos, aunque no pueda hablar.
Hugh sonrió al muchacho y le entregó las riendas. Después se inclinó
acercándose al joven. —Vigila al ruano, —advirtió señalando al caballo de Val.
—Tiene una desagradable mordida si no estás atento.
El muchacho le dio una sonrisa brillante y señaló al bayo. —Oh, éste es tan
suave como un cordero. Mientras le frotes bien y le des un extra de avena, —dijo
con un guiño.
Después de que John partiera con los caballos, Hugh se enderezó y se
encontró a Mina mirándolo de una manera extraña. — ¿Algún problema?
Ella sacudió la cabeza. —La mayoría de la gente evita hablar con él.
—Yo no soy la mayoría, —respondió Hugh. —Ahora, vayamos a saludar a
vuestro hermano.
La sala estaba tranquila y casi desierta a excepción de los dos perros lobo que
dormían junto al hogar. Mina llevó a Hugh y a sus hombres hacia una mesa y
les pidió que se sentaran mientras iba a buscar a un sirviente.
Hugh tomó el asiento que estaba enfrente de la escalera por la que Bernard
descendería, porque no dudaba de que el joven barón bajaría tan pronto fuera
informado de su llegada.
Pero en lugar de estar vigilando las escaleras se encontró estudiando a Mina.
Sonrió cuando la vio tironear apartando de su rostro el pelirrojo mechón que se
había soltado de la larga y gruesa trenza que caía por su espalda. Su cara estaba
manchada por la suciedad, pero ocultos bajo el lodo, unos ojos de un brillante
~ 20 ~
verde azulado tomaban nota de todo a su alrededor.
A pesar de su atuendo masculino, caminaba con la gracia de una dama y la
dignidad de una reina. Fue entonces cuando se dio cuenta de la sangre que
manchaba su brazo. Extendió la mano y la agarró del brazo bueno al pasar junto
a él. —Debisteis decirnos que estabais herida.
—No es mucho. Me ocuparé de ello cuando llegue a mi cámara.
Ignorando sus palabras, Hugh llamó por encima de su hombro. —Gabriel, se
requieren tus habilidades de sanador.
Gabriel se alejó del hogar y se apresuró a ir hacia la mesa. Le dio la vuelta al
brazo de Mina para poder examinarlo. —Es profundo. Voy a necesitar un
recipiente con agua y una toalla para lavar la sangre seca.
Sólo se necesitó una mirada de Hugh para conseguir que el siervo que había
traído las bebidas reuniera los materiales que Gabriel había solicitado.
Hugh levantó la vista y se encontró con el rostro ceniciento de Mina. Se
levantó y la hizo sentarse en su silla. Gabriel tomó asiento junto a ella y sacó un
paquete negro oculto bajo su túnica. Hugh nunca se cansaba de ver a Gabriel
desplazarse a través de infinidad de hierbas sin etiquetar, y coger una pizca de
una o una hoja de otra.
Esta vez, Gabriel juntó tres hierbas y empezó a aplastarlas. Una vez hecho
esto, colocó dos más en una copa con agua. Entonces, se dio la vuelta y alcanzó
la toalla, mojándola. Las grandes manos de Gabriel, marcadas por cicatrices de
la guerra, eran suaves mientras limpiaban la sangre, dejando al descubierto las
marcas de unos dientes de la longitud de media mano en el antebrazo de Mina.
Hugh notó que el resto de sus hombres se habían acercado para ver trabajar
a Gabriel. Él puso sus manos sobre los hombros de Mina para mantenerla
quieta, así Gabriel podría atender la herida correctamente. Hugh se preparó
para el brinco que daría cuando Gabriel empezara a envolver la herida con la
mezcla de hierbas, pero Mina sólo se crispó ligeramente.
De vez en cuando, Hugh oía una inhalación brusca, pero no gritó ni lloró en
ningún momento. Una vez que Gabriel hubo envuelto la herida fuertemente,
agarró las hierbas mezcladas en el agua del cáliz y se la dio a beber.
— ¿Qué es?, —preguntó Mina.
—Te ayudará con el dolor, —le dijo Gabriel mientras enrollaba su paquete.
Ella dejó la copa sobre la mesa. —El dolor me hace saber que todavía estoy
viva.
Hugh no se sorprendió cuando vio que sus cinco hombres levantaban las
cejas al oír sus palabras. En un momento u otro, todos ellos habían dicho lo
mismo.
—También te ayudarán a sanar la herida, —agregó Gabriel tras una breve
pausa.
Con sus palabras, alcanzó la copa y la vació de un trago. Una vez más, la dejó
sobre la mesa y se levantó con piernas temblorosas. —Os doy las gracias por
~ 21 ~
atenderme. Ahora voy a ver que os sirvan las bebidas.
—Ya las han traído, —dijo Hugh haciendo un gesto hacia la mesa. —
Descansad, —le dijo y agarró la silla para ponerse a su lado.
Apenas había alcanzado su copa de ale, cuando Bernard entró como si tal
cosa por el pasillo. Hugh sintió como Mina se tensaba cuando él se puso en pie.
— ¡Mina!, — gritó Bernard, y se tambaleó contra una mesa golpeándose con
una silla.
Por el rabillo del ojo, Hugh vio a Mina levantarse y caminar hacia su
hermano. Bernard le tendió una copa y esperó. Hugh observó, fascinado, como
los dos se miraban entre sí en una silenciosabatalla de voluntades, antes de que
Mina finalmente llenara el cáliz.
— ¿Te has dedicado a putear? —Le soltó Bernard después de vaciar de un
trago la mitad de la bebida.
—Nay, hermano, — contestó Mina rígidamente. —Estos hombres me trajeron
sin peligro a casa, cosa que sabrías si no estuvieras lleno de ale.
—Veo que todavía estás viva, —dijo Bernard mientras la miraba por encima,
su labio levantado en una burla de desprecio. —Tu plan no funcionó.
No era una pregunta. Por un instante, Hugh vio los ojos de Mina llamear con
ira.
Ella retrocedió y cruzó los brazos sobre su pecho. —Ordenaste a los hombres
que volvieran.
Bernard se echó a reír. —Por supuesto que lo hice, eres una muchacha
estúpida. Nadie creyó que tu plan fuera a funcionar.
Hugh ya había tenido suficiente. —Su plan podría haber funcionado, y de
hecho lo habría hecho si le hubierais dado una oportunidad.
Entonces, el borracho lord de Stone Crest se volvió hacia él. —Tú no sabes
nada de lo que hablo.
—De hecho, si lo sé, —dijo Hugh y rodeó la mesa hacia él. —Nos
encontramos con la criatura después de que hubiera derribado a vuestra
hermana del caballo, y cuando estaba a punto de darse un banquete con ella.
Bernard desechó su explicación. —Siempre se escapa de la bestia. Esta noche
era su noche para morir.
Hugh ocultó su sorpresa, pero el jadeo de Mina se escuchó fuerte a través de
la gran sala. ¿Con qué tipo de familia habían ido a tropezarse?
— ¿Por qué?, —preguntó Mina.
— ¡¿Que por qué?!, — gritó Bernard mientras se volvía hacia ella. —Fuiste tú
quien sacaste al demonio. Fuiste tú, justo después de que se llevara a nuestros
padres. No has sido nada más que problemas desde el momento en que naciste.
Un arrastrar de pies detrás de Hugh le dijo que sus hombres habían llegado a
su límite. Cuando volvió su mirada hacia Mina, se sorprendió al encontrar sus
manos encerradas en un puño a sus costados, como si estuviera pensando en
atacar a su hermano.
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Hugh decidió tomar cartas en el asunto. Agarró a Bernard por el cuello y lo
arrastró fuera. A pesar de que el barón pataleó y gritó, nadie vino a detenerle,
así que continuó andando a través de la muralla hasta que se topó con el
abrevadero, y sumergió la cabeza de Bernard.
Después de contar hasta tres lo sacó del agua.
En vista de las maldiciones hacia Mina que brotaban de la boca de Bernard,
Hugh lo sumergió de nuevo.
— ¿Planeas ahogarle?, —preguntó Val con los brazos cruzados sobre el pecho
cuando llegó al lado de Hugh.
—Si hace falta. —Y permitió a Bernard otra bocanada de aire antes de
meterlo de nuevo debajo del agua.
—Necesitaremos a todos los hombres que podamos encontrar, —declaró
Roderick pateando con su bota contra el abrevadero.
Hugh suspiró. Sabía que tenían razón. Tiró de Bernard y lo dejó caer al suelo,
jadeando en un esfuerzo por conseguir aire.
— ¿Quién eres?, —preguntó finalmente el barón. Su respiración era áspera y
superficial.
Hugh se agachó hacia él y casi sonrió cuando Bernard se encogió en un
ovillo. Una vez que tuvo al barón de pie, se volvió hacia el castillo. Y no
respondió hasta que se encontraron nuevamente dentro de la sala.
Cuando Bernard fue a coger otra copa, Hugh le agarró la mano. —Es la
cerveza la que te tiene podridos los sesos. Verías el mundo más claro sin la
imagen borrosa y distorsionada que te da el ale.
Por un momento creyó, y esperaba, que Bernard lucharía contra él, pero al
final el barón retiró la mano. Hugh suspiró y regresó a su asiento.
—Mi nombre es Hugh. —Y después de haber presentado a sus hombres,
continuó, —mis hombres y yo recibimos el nombre de Shields. Hemos venido a
matar al demonio que perturba tu aldea.
Bernard se echó a reír. —Llevamos un mes intentando matar a esa criatura.
¿Qué te hace estar tan seguro de lograrlo?
—Nos dedicamos a eso, —declaró Hugh.
Los ojos del barón se agrandaron por momentos, y luego se echó hacia atrás
en su silla. — ¿Quiénes sois exactamente?
—Caballeros… de cierta clase.
Bernard carraspeó, apartándose el pelo mojado de la cara. —No te pareces en
nada a ninguno de los caballeros que haya visto.
—Pues somos caballeros, —repitió Hugh.
Los ojos azules del barón se estrecharony se inclinó hacia delante. — ¿Y cómo
te enteraste de la criatura?
—Los rumores vuelan rápido en estos días.
— ¿Y hay muchas de estas criaturas?
Darrick sonrió abiertamente. —Posiblemente, más de las que puedas
~ 23 ~
imaginar.
—Entonces apresuraos y acabad con ella, —dijo Bernard con un movimiento
de su mano mientras se recostaba en su silla. —Ya me he cansado de su
existencia. Me he cansado de todo esto.
Cuando Bernard se levantó para marcharse, Hugh lo detuvo. — ¿Por qué
culpas a Mina?
—Porque esa criatura no apareció hasta que ella fue al bosque a exploraren
las ruinas de un antiguo monasterio druida, —soltó Bernard entre dientes. —
Como de costumbre, estaba en algún lugar donde no tenía que estar.
Esta vez Hugh no detuvo a Bernard cuando este se alejó.
Se sentaron todos en silencio hasta que Darrick dijo, —Creo que hay más en
esta historia de lo que nos han contado.
—Siempre hay más, —dijo Val cínicamente.
Pero tenía derecho a ser cínico, pensó Hugh. Val procedía de la época de los
Romanos. Era un combatiente feroz que dominaba cualquier arma que pusieran
en sus manos. Era inestimable para su grupo.
La conversación se interrumpió cuando Mina se acercó a ellos. —Os
mostraré vuestras cámaras, —dijo sin mirarlos.
Todos se pusieron en pie y la siguieron por las escaleras. Ella se detuvo en la
primera cámara. —Lo siento, pero sólo hay tres cámaras disponibles.
—Estará bien, —dijo Darrick. —Estamos acostumbrados a dormir a la
intemperie, por tanto, esto será un placer.
Hugh observó cómo Darrick le daba una pequeña sonrisa. Val y Gabriel
cogieron la primera cámara, y Roderick y Darrick la segunda. Cuando llegaron
a la tercera Cole entró por delante de Hugh.
Hugh esperó a que Mina se girara hacia él. Pero antes de que pudiera decir
algo, ella dijo: —También quería disculparme con vos y vuestros hombres por
haber tenido que presenciar lo que ha sucedido entre mi hermano y yo.
—No hay nada de qué disculparse.
Hubo un sonido detrás de él, y cuando se dio la vuelta para ver quién -o qué-
era, sólo encontró la oscuridad del corredor. Y cuando se volvió, Mina se había
ido. Meneó la cabeza y entró en la cámara.
— ¿Qué piensas?, —preguntó Cole mientras los demás entraban en la cámara
detrás de Hugh.
—Esperaba averiguar más, pero parece que tendremos que esperar hasta
mañana.
Val se apoyó contra la puerta con los brazos cruzados sobre su pecho. —
Rezo para que la hermana sea más simpática que el hermano.
—Tengo el presentimiento de que no lo es, —dijo Cole y se recostó en la
cama.
—Sin embargo, no me verás quejarme de dormir en una cama suave.
—Eso es verdad, —sonrió Darrick. —Y hablando de camas, voy rumbo a la
~ 24 ~
mía. —Hugh esperó a que los hombres hubieran salido de su cámara antes de
dejar vagar su mente sobre lo que había ocurrido esa noche. No había esperado
llegar y encontrar a su presa tan pronto.
Sus órdenes habían sido breves y concisas. Cazar y matar a la criatura que
aterrorizaba Stone Crest.
—Tu mente va a explotar con esas profundas reflexiones, —dijo Cole.
Hugh se dirigió a la cama. —Duérmete.
— ¿Por qué?, —preguntó Cole sentándose. — ¿Y dejarte con tus oscuros
pensamientos?
—Solo estoy repasando lo que hemos averiguado.
—No hemos averiguado nada.
Hugh miró a su compañero. Cole era un inmortal al que habían encontrado
vagabundeando entre reinos cuando era niño. Su mundo había quedado
destruido, y había sido acogido y entrenado en las armas y en la lucha por los
Fae.
— ¿Qué edad tienes, Cole?
Apenas un leve estrechamiento de los azules ojos de Cole dejó entrever que la
pregunta le había sorprendido. —Trescientos veintiuno. ¿Por qué?
— ¿Cuánto tiempo hemos estado luchando por los Fae?
—A veces parece que siempre. ¿Adónde quieres ir a parar?
Hugh se inclinó hacia delante mientras se pasaba las manos por la cara. —
Con cada bestia que matamos, dos más toman su lugar. Están llegando más
rápido y cada vez son más letales.
—Aye, la verdad es que sí, —dijo y se escabulló al pie de la cama. — ¿Sabes
algo que nosotros no sepamos?
—Nada. — Afirmó Hugh pesadamente. —Sé lo mismo que tú.
—Pregúntaselo a Aimery.
Hugh se echó a reír ante el pensamiento de preguntarle al Comandante del
ejército Fae. —Muchas gracias, pero preferiría no tener mis pensamientos
hechos un batiburrillo.
—Aye, se las ingenia para hacérnoslo a todos nosotros.
—Me encanta saber que no estoy solo en eso.
Hubo unos momentos de silencio antes de que Cole le preguntara, —
¿Cuánto tiempo tenemos?
Hugh soltó el suspiro que estaba conteniendo. —No el suficiente.

~ 25 ~
Capítulo 3

Mina se quedó mirando su brazo derecho vendado. La noche anterior había


dormido como los muertos y se había despertado descansada por primera vez
en muchos meses. Ni siquiera le dolía el brazo.
La verdad, había sido un alivio cuando Gabriel le había limpiadola herida.
Ella no tenía ni idea de tratar heridas, y había tenido miedo de no cuidarla
correctamente y que llegara a infectarse. El rechazar la ayuda de los demás era
su perdición, pero también le había ayudado a darse cuenta de que podía hacer
las cosas por sí misma.
Los pensamientos sobre los nuevos huéspedes la tuvieron considerando lo
que había oído la noche anterior. Hugh y sus hombres localizaban y cazaban
criaturas como la que venía aterrorizado a Stone Crest. Eso explicaba su extraña
vestimenta y el buen manejo de las armas, pero no podía imaginarse la
existencia de otras criaturas. Si ella fuera el tipo de mujer asustadiza, esa noticia
la tendría escondiéndose debajo de la cama.
Hizo a un lado las mantas y balanceó las piernas por encima del colchón. En
su tranquila y aburrida vida, sus días nunca habían cambiado hasta que llegó la
criatura. Tenía la sensación de que estos hombres podrían librarlos de la bestia,
y si tenía suerte, también podría tener una o dos aventuras antes de que su vida
volviera a la monotonía habitual.
Con el sol de la mañana entrando a través de su ventana, se peinó lo mejor
que pudo con su brazo herido, y dijo una plegaria para que Bernard y Theresa
se mantuvieran alejados de ella. Sería una prueba de pura fuerza de voluntad si
podía mantener su temperamento bajo control y su boca cerrada hasta que
Hugh y sus hombres partieran de Stone Crest.
Vestirse era sumamente difícil. Lanzó a un lado el vestido y alcanzó otro,
uno que pudiera ponerse ella sola. Fue mientras se abrochaba el vestido, que
Theresa entró en su alcoba sin llamar.
Se mordió la lengua y se negó a mirar a su hermana mientras seguía
abrochándose el vestido.
La lengua de Theresa podía desollar vivo a cualquiera. Mina tenía la ligera
sospecha de que esta mañana había venido para sacarla de quicio antes de ir a la
gran sala. Pero Mina no era tonta. Podía controlar su temperamento cuando era
necesario.

~ 26 ~
Su hermana se rió mientras daba vueltas alrededor de Mina. — ¿Estás
vistiéndote para impresionar a nuestros invitados?, porque no hay nada que
puedas ponerte que te haga tener mejor aspecto, querida hermana. Dios no te
dotó de nada remotamente ... bonito. Es una lástima que...
Mina ni siquiera se molestó en levantar los ojos hacia su hermana. Las
palabras de Theresa solían cortar profundamente, pero se habían vuelto tan
repetitivas que Mina rara vez les prestaba atención ya. Solía contemplar a
Theresa, pelo rubio, ojos azules, y rasgos angelicales con admiración, pero a
pesar de la belleza de su hermana, su actitud la había vuelto horrible a los ojos
de Mina.
—Sé lo que soy, —dijo Mina sin inmutarse. —Simplemente me estoy
vistiendo.
—Ah, pero estás usando uno de tus vestidos más bonitos.
Esta vez la mirada de Mina se alzó hasta su hermana. En un instante, supo
que hoy iba a ser peor que lo que Bernard le había hecho la víspera pasada. Para
cuando se pusiera el sol, Mina sabía que Theresa la habría avergonzado lo
suficiente como para mantenerla encerrada en sus aposentos.
Si le tuviera miedo...
Pero Mina tenía otras preocupaciones como para fijarse en lo que los nuevos
huéspedes pensaran de ella. Incluso si la oscura mirada de Hugh le ponía
mariposas en el estómago y hacía que el corazón perdiera su compás. ¿Y qué, si
era el hombre más apuesto que alguna vez se había cruzado en su camino?, ¿o si
su naturaleza tranquilizadora la hacía querer estar a su lado?
Lo vería desde lejos. Como siempre había hecho.
Después de un momento, dijo, —No quiero humillarte a ti o a Bernard
llevando mis atuendos de hombre.
—Tu sola presencia avergüenza, — escupió Theresa, sus labios rojos
fruncidos con fuerza. —Haznos un favor a todos, hermana, y permanece en tu
cámara.
Mina no dejó escapar el aliento hasta que la puerta se hubo cerrado detrás de
Theresa. Su mano todavía zumbaba con las ganas de abofetearla. Le iba a llevar
algún tiempo calmarse, y sabía que Theresa lo había planeado todo con mucho
cuidado. Mina había esperado poder llegar a la sala antes de que su hermana se
encontrara con sus invitados, pero había sido demasiado lenta. Ahora no había
ninguna razón para bajar, a menos que pudiera controlarse estando alrededor
de Theresa.
Se hundió lentamente en la cama; todos sus pensamientos de aventura
volando por la ventana al igual que sus esperanzas de una vida feliz. Un
golpeteo en su puerta le llevó a ponerse en pie. Nadie pidió entrar en su
habitación, así que fue más curiosidad que otra cosa lo que le hizo abrir la
puerta.
Para su sorpresa, Hugh estaba de pie frente a ella. Sus increíbles ojos
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marrones se encontraron con los suyos,con el atisbo de una sonrisa. La noche
pasada, al principio había sido el dolor, y luego estaba demasiado enfadada y
avergonzada para darse cuenta de nada, excepto de la suciedad de sus zapatos.
Pero ahora era capaz de verle a la luz del día.
Estaba de pie delante de ella, alto y orgulloso, con una túnica rojo sangre. No
llevaba adornos, pero el material parecía caro. Su cabello castaño oscuro caía en
ondas suaves sobre el hombro, mientras que los laterales se apartaban de su
rostro unidos en una sola trenza en la parte posterior de la cabeza. Tenía un
mentón cuadrado y labios finos. Su frente era alta y su nariz recta. Cejas oscuras
recortadas sobre órbitas castaño dorado que veían en ella como solo un halcón
podría hacerlo.
Debería estar horrorizada, o incluso cautelosa. Pero esas no eran las
emociones que Hugh despertaba en ella. No con él. Le agitaba la sensibilidad
su musculatura, el pensar en él alzándose sobre ella, y un pulso de... deseo que
no sabía cómo entender o reaccionar.
—Buen día, —dijo suavemente como si intuyera que estaba descentrada. —
¿Cómo está tu brazo?
Mina se miró el brazo antes de caer en sus profundidades castaño dorado
una vez más. ¿Cuál era su encanto? ¿Qué había en él que la atraía - incluso en
contra de su mejor juicio? ¿O era precisamente el conocimiento de que nunca
podría tener a un hombre como él?
—No duele demasiado, —respondió finalmente.
—Gabriel tiene un toque cuando se trata de sanación. ¿Has dormido bien?
Ella parpadeó y se inclinó hacia delante para mirar por el pasillo en busca de
Theresa, o de alguien que pudiera haberle dicho cuál era su cámara. —He
dormido bien. ¿Y tú?
— ¿Buscas a alguien?, —le preguntó mientras miraba por el pasillo en la
dirección que ella había mirado.
— ¿Cómo has encontrado mi cámara?
Hugh encogió sus anchos hombros. —He preguntado. ¿Algún problema?
Ella sacudió la cabeza. —Iba de camino a la sala grande.
—Entonces, permíteme.
Un brazo revestido de un rojo oscuro se extendió hacia ella. Nunca nadie le
había ofrecido el brazo, y al principio no estaba segura de que debiera tomarlo.
Pero las esquinas arrugadas de sus ojos la hicieron consciente de que había
emitido un desafío silencioso. Uno, que de alguna forma sabía que no podía
rechazar.
Aceptó su brazo y tomó consciencia de la flexibilidad de su túnica bajo sus
dedos. No era la fina seda que un señor podría llevar. Pero tampoco la lana
gruesa de un humilde caballero. Mina nunca había tocado nada tan suave.
—Hay más en ti de lo que muestras, —le dijo mientras bajaban las escaleras.
Él se tensó ligeramente al escuchar sus palabras, los tendones de sus brazos
~ 28 ~
se notaban apretados bajo sus dedos. —¿Sois adivina?, —preguntó suavemente.
—Nay. Simplemente digo que lo que muestras al mundo y lo que está dentro
de ti, es diferente.
—Esto se puede decir de muchas personas. Incluyéndote a ti.
Sus palabras detuvieron sus pasos mientras se lo quedaba mirando. — Aye,
eso es verdad. Hay un gran mal aquí. Me gustaría verte a ti y a tus hombres
dejar este pueblo hoy mismo, para que no sigáis a los demás a una tumba
temprana.
—No podemos.
—No hay nada que os detenga, —dijo ella con urgencia. —Iros antes de que
sea demasiado tarde.
Él le dio una pequeña sonrisa. —Gracias por la advertencia, mi señora, pero
sabíamos lo que había aquí cuando llegamos. No le estaba mintiendo a tu
hermano, cuando le dije que hemos sido enviados a matar a la criatura.
— ¿Por quién?
—No importa.
Ella miró fijamente en sus ojos marrones y vio la verdad. —Demasiados
buenos hombres y mujeres han muerto luchando contra la bestia. La mayoría
estaban a punto de empezar con su día a día cuando cayó sobre ellos.
Él sonrió suavemente. —Entonces tendremos que asegurarnos de acabar con
ella rápidamente.
—No quiero cargar con más muertes sobre mi conciencia.
—Esta no es la primera criatura con la que nos hemos encontrado, y dudo
que sea la última. Vamos a erradicarla.
Continuaron andando, y cuando alcanzaron la gran sala,había una sonrisa en
sus labios y los pensamientos de Theresa y su encuentro habían quedado
olvidados.
Hasta que vio a su hermana en medio de los hombres de Hugh.
Theresa reía y sonreía a los hombres mientras estos contemplaban su belleza.
Antes de que Mina pudiera darse la vuelta, los ojos de Theresa brillaron
encendidos sobre ella. —Buen día, hermana. Tienes que presentarme a nuestro
invitado.
Mina tragó el nudo que se había formado en su garganta. Por un momento,
fulminó con la mirada a su hermana antes de pegar una sonrisa en su rostro, —
Hugh,esta es mi hermana Theresa de Cloister. Theresa, Hugh.
Se mordió la lengua cuando Theresa se levantó con gracia y ejecutó una
reverencia perfecta, mientras que Hugh, majestuosamente, inclinaba la cabeza.
—Tengo entendido que os debemos, a vos y a vuestros hombres, nuestra
gratitud por salvar a nuestra Mina, —dijo Theresa tímidamente. —Siempre se
está metiendo en alguna travesura. Nunca ha sabido cuando es mejor dejar que
algo lo haga un hombre.
Mina no podía mirar a Hugh, ni a ninguno de sus hombres, a los ojos.
~ 29 ~
Debería haber sabido que Theresa lanzaría dardos incluso con invitados
alrededor. Cada vez se hacía más y más difícil mantener su temperamento bajo
control.
—No fue ningún problema en absoluto. En realidad, Lady Mina lo estaba
haciendo bien por sí sola, — respondió Hugh y se volvió hacia Mina.
Sosteniendo su silla y esperando a que ella se sentara.
Mina quería negarse, porque eso la colocaría justo enfrente de Theresa, pero
rechazarlo mostraría una grosería, y ella debía a estos hombres mucho más que
eso.
—Gracias, —dijo y tomó su asiento.
— ¿Cloister? —Dijo Hugh a Theresa mientras se sentaba. — ¿Estáis casada,
mi señora?
—Lo estaba, —dijo Theresa, dándose pequeños golpecitos en sus ojos. —Se lo
llevó ese monstruo asqueroso que Mina dejó suelto.
Mina quería poner los ojos en blanco. En cambio, paseó su mirada por los
hombres de Hugh. De los cinco, sólo recordaba el nombre de dos. Gabriel, con
sus inusuales ojos plateados, tenía el don de la sanación. Y reconoció a Val
debido a la cicatriz de aspecto siniestro que cruzaba su rostro, pero en lugar de
desmerecer su apariencia, contribuía a realzarla.
A medida que los observaba, no podía dejar de notar que todos ellos eran
hombres atractivos, especialmente Hugh. El grupo era un misterio que
suplicaba ser descifrado, aunque tenía pocas dudas de que nadie, y mucho
menos ella, sabría nada que los Shieldsno estuvieran dispuestos a compartir.
Un hombre sentado a la derecha de Theresa se rió de algo que ella dijo. Era el
único que tenía una sonrisa en su cara y el único al que la sonrisa le llegaba
realmente a los ojos.
Se inclinó hacia Hugh. —El hombre que está hablando con mi hermana.
¿Cómome dijisteis que se llama?
Hugh se acercó y le dijo, —Ese es Darrick. Es el embaucador del grupo.
Mantiene en alto el espíritu de todos.
Así, Gabriel era el sanador, Darrick el embaucador, Hugh el líder, y Val, el de
las cicatrices. Ahora, aunque quisiera, sólo podía recordar vagamente que uno
era Roderick y el otro, Cole.
—Cole tiene el pelo negro como el ala de un cuervo, y Roderick es el único
rubio entre nosotros, —susurró Hugh cerca de su oído.
Mina intentó sofocar su risa, pero no antes de darse cuenta que Theresa
achicaba sus ojos contra ella. Ignoró a su hermana y se volvió hacia Hugh. —
¿Cómo sabías lo que estaba pensando?
Él se encogió de hombros. —Nos presentamos en plena noche, tú estabas
malherida, y habías sufrido una terrible experiencia a la que tuviste que
enfrentarte una vez que regresamos aquí. Era de esperar que no recordaras
todos nuestros nombres.
~ 30 ~
—Supongo, —reconoció con una sonrisa.
—Me gustaría que me mostraras las ruinas Druidas.
Toda la conversación de la sala se detuvo ante las palabras de Hugh. El
corazón de Mina estalló de emoción con el entusiasmo de tener a un hombre
como él pidiéndole que le acompañara. Después de todo, quizá conseguiría esa
aventura.
—Estaría encantada de acompañaros, —dijo Theresa con una seductora
sonrisa. —Mina tiene tareas que hacer, pero yo estoy libre.
Mina apretó las manos en un puño por debajo de la mesa. Aunque no
debería haberse sorprendido. No era la primera vez que Theresa se comportaba
así con un hombre que hablara con ella.
—Es muy amable de tu parte, —dijo Hugh, y el corazón de Mina cayó como
una piedra a sus pies. Una vez más la belleza había ganado. —Sin embargo, —
continuó Hugh. —Parece ser que va a llover, y sé que no tienes deseos de
ensuciar tus finos vestidos explorando las ruinas.
Mina miró a Theresa, y por un instante creyó que Theresa chillaría
enfurecida mientras su cara se moteaba roja de rabia. No estaba acostumbrada a
que los hombres la bajaran de su pedestal.
Theresa se levantó y miró a Hugh. Después se dirigió a sus hombres y les
sonrió dulcemente. —Perdón, caballeros, debo velar por los deberes del castillo
—. Una vez que Theresa hubo abandonado la sala, Mina dejó escapar el aliento
que retenía. Alcanzó su copa de agua y se encontró con seis hombres que la
miraban agudamente. — ¿Es que tengo monos en la cara?, —soltó mientras se
sumía en la vergüenza.
—Nay, —dijo Val.
Sus miradas empezaron a ponerla nerviosa y se volvió hacia Hugh. — ¿Qué
ocurre?
—Estamos tratando de entender cómo un hermano y una hermana pueden
detestar tanto a otro hermano.
Ella suspiró y se encogió de hombros. —Siempre ha sido así. ¿Qué puedes
esperar de dos personas que son tan hermosas y tienen que tener a alguien
como yo en su familia?
—¿Estáis de broma, milady?, —preguntó Darrick, mientras su habitual
sonrisa desaparecía.
Ella sacudió la cabeza negando mientras se ponía un trozo de pan caliente en
la boca. —No hay necesidad de ser amable. Sé que no fui bendecida con la
buena apariencia de Theresa y de Bernard. Incluso mi prometido no podía
soportar mirarme y tomó a Theresa en mi lugar.
— ¿Nos estás diciendo que Theresa se quedó con tu prometido? —Preguntó
Hugh con la incredulidad grabada en su hermoso rostro.
Mina asintió. —Pero no culpo a Lord Charles. Él no tenía ningún deseo de
estar comprometido con alguien como yo cuando podía tener a alguien como
~ 31 ~
Theresa.
Mina pegó un salto cuando Roderick dejó con fuerza la copa sobre la mesa y
se levantó.
—Voy a ver a los caballos, —dijo antes de salir del castillo.
Mina estaba avergonzada de sí misma. —No fue mi intención hablar mal de
Lord Charles.
—No lo has hecho, —dijo Hugh. —Roderick fue criado de forma diferente a
la mayoría de la gente. Detesta ver que alguien es tratado injustamente.
La comida transcurrió de forma insoportable con los hombres mirándola con
una mezcla de compasión y pena.
—Si estás listo, podemos montar ahora para ir a las ruinas.
Para su sorpresa, Hugh le retiró la silla. No estaba acostumbrada a que los
hombres la consintieran como hacían con Theresa, y eso puso una pequeña
sonrisa a sus labios.
—Muchas gracias, —dijo, sin poder creerse que hubiera sonado tan sin
aliento, como si hubiera ido corriendohasta la caseta del guarda, de ida y vuelta.
—Voy a cambiarme.
—No hay amenaza de lluvia.
Se detuvo y se lo quedó mirando mientras él sonreía abiertamente. —Nunca
he conocido a un hombre que le mintiera a Theresa. Cualquiera de los hombres
que he conocido se pisaban entre ellos para ganarse su atención.
—Cómo te dije anoche, mi señora, yo no soy como la mayoría de los
hombres.
—De eso me he dado cuenta, —murmuró por lo bajo y salió de la sala.
Cuando atravesó la puerta del castillo, se encontró con Roderick de pie junto
a John que sostenía los caballos. John estaba sonriendo como un muchacho al
que le hubieran dado el rescate de un rey.
Cuando llegó, el caballo que John había elegido para ella era una yegua gris
que generalmente montaba Theresa, y se encontró con Hugh a su lado. Antes de
que pudiera abrir la boca, la levantó sobre el caballo.
Sus grandes manos la tocaron suavemente, dejando una extraña sensación
de hormigueo recorriendo todo su cuerpo. La hizo sentirse como una mujer,
algo que nunca había sentido antes.
¿Podría ser esto lo que buscaba alguien como Theresa? ¿Tener hombres tan…
solícitos? Tenía claro que solo estaban siendo amables, pero su compasión
significaba para ella más de lo que jamás podrían llegar a imaginar.
— ¿No os asusta encontraros con la criatura durante el día?, —les preguntó.
Intercambiaron miradas entre si antes de que Hugh dijera, —Sólo sale por la
noche.
Repentinamente achicó sus ojos, sospechando. — ¿Cómo lo sabes?
—Cómo te he dicho, los cazamos.
Y ciertamente, era un cazador. Con sólo mirar el rostro esculpido de Hugh y
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sus fuertes rasgos, quedaba claro que el hombre podría conquistar cualquier
cosa que se propusiera. Era un guerrero, un líder.
Con un toque de talón, su yegua dio media vuelta y salió a medio galope a
través de la puerta abierta. Se quedó un poco sorprendida al encontrar que los
hombres la rodeaban mientras cabalgaban. Estaba acostumbrada a ir sola.
Siempre.
El trayecto hasta las ruinas fue agradable. Si las circunstancias hubieran sido
distintas, Mina casi hubiera podido creer que era una hermosa dama escoltada
por sus fieles caballeros. Casi. Ya no era tan tonta como para creer realmente en
los sueños. Era quien era, y nada cambiaría eso.
Las ruinas aparecieron a la vista cuando coronaron una colina, y redujo la
marcha de la yegua a un paseo. Hugh se quedó a su derecha y Darrick a su
izquierda; y cuando iba a seguir adelante, Hugh agarró sus riendas.
—Espera un momento, —dijo y luego hizo señas con la mano.
Mina vio como Gabriel cabalgaba hasta las ruinas y miraba a su alrededor, y
unos pocos momentos más tarde le oyeron silbar.
—Adelante, mi señora, —dijo Hugh y le soltó las riendas.
Se aclaró la garganta y empujó a la yegua, pero cuanto más se acercaban a
las ruinas, más fogosa se ponía la yegua luchando por darse la vuelta.
—No sé quéle pasa, —dijo con exasperación. —Sasha nunca se comportaba
así cuando veníamos.
Pero hasta que no dejó que la yegua se apartara de las ruinas, esta no se
calmó, aunque siguió temblando. Mina desmontó y frotó el cuello de la yegua.
—Deja el caballo, —dijo Hugh.
—Sasha nunca actuó así.
—Esto es porque Sasha estaba acostumbrada a este lugar. Dudo que esta
yegua haya estado aquí antes.
Ella lo miró levantando una ceja. —Entonces, ¿por qué vuestras monturas no
están dando guerra?
—Están acostumbradas al olor del mal, —dijo Cole mientras desmontaba y
dejaba caer las riendas de su caballo.
Se quedó contemplando a Cole mientras caminaba hacia las ruinas y
encontró dificultades para tragar. — ¿El mal?, —soltó girándose hacia Hugh. —
¿Hay mal aquí?
— ¿No lo ves?
Se quedó mirando fijamente las ruinas. —He venido aquí muchas veces a lo
largo de los años, y sólo una vez me he asustado. Fue el día que surgió la
criatura.
—Muéstrame, —le instó Hugh.
Dejó a la yegua con sus caballos y se encaminaron hacia las ruinas. No
quedaba gran cosa de ellas. Sólo unas pocas piedras puestas en pie, tan altas
como los árboles, mientras que otras habían sido derribadas y colocadas unas
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encima de las otras.
—La imaginación de un niño hizo de estas ruinas su propio castillo, —dijo
Mina al llegar a la primera piedra.
Hugh observó mientras ella tocaba suavemente el monolito con el pie. Había
reverencia en su manera de tocar, pero no fue eso lo que lo sorprendió. Fue el
hecho de que el mal no la penetrara.
Para él y sus hombres, el mal era tan fuerte que ya olía no mucho después de
dejar el castillo. Había más en estas ruinas de lo que asomaba en la superficie.
Siguió a Mina a través de las piedras que alguna vez habían sido una
entrada, y encontraron a Cole mirando algo en el suelo.
—Lo has encontrado, —dijo Mina.
Los ojos de Cole se giraron de golpe, y Hugh supo que, en efecto, había
encontrado algo.
—Aquí es donde la tierra se abrió y salió la criatura, —dijo Mina cuando
llegaron hasta Cole.
Hugh se quedó mirando el trozo de tierra quemada que era
aproximadamente de dos zancadas de ancho. Alrededor de él, en un círculo
perfecto, había unas perfectas y suaves azuritas de un azul brillante. Aquellas
piedras le hicieron reflexionar. Se quedó mirando fijamente una de las piedras
ovaladas.
—Mina, ¿pusiste tú esas piedras allí?
Ella sacudió la cabeza, los tirabuzones de cabello rubio rojizo se
amontonaron alrededor de su cara. —Esas piedras estaban esparcidas por las
ruinas. Una vez me llevé una de vuelta al castillo, pero pronto desapareció. Creo
que alguien me la quitó.
— ¿No tienes ni idea de quién?
—Nay. —Bajó de nuevo la mirada hacia la tierra quemada y se retorció las
manos. — ¿Bernard y Theresa tienen razón? ¿Solté yo a esa criatura?
—No lo sé, —contestó Hugh mientras tenía la mirada concentrada en el
suelo.
—Hugh, —llamó Roderick.
—Quédate aquí, —le dijo Hugh mientras se apresuraba hacia Roderick.
En lugar de andar alrededor de la enorme piedra, saltó de piedra en piedra y
aterrizó junto a Roderick. — ¿Qué ocurre?
—Problemas, —contestó Roderick.
Hugh levantó la vista y de repente se encontró a Aimery frente a él. Cada vez
que recibían la visita del Fae, significaba problemas. —Apenas hemos llegado,
Aimery. Danos unos pocos días.
—No es eso, —dijo el comandante del ejército Fae. —Es algo más.
El aspecto macilento y demacrado en la siempre majestuosa cara del Fae,
alertó a Hugh. — ¿Qué ocurre?
—Han sido liberadas más criaturas.
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Hugh se pasó una mano por la cara y se apoyó contra una piedra caída. —
¿Qué está pasando, Aimery? Hemos estado siguiendo a estas criaturas durante
tanto tiempo que he perdido la cuenta. Su población no está disminuyendo
como la nuestra. Cada vez se hacen más fuertes. ¿Cuántos más hay para ser
liberados?
—Me gustaría tener una respuesta.
—No podemos irnos todavía. Hay mucho más aquí que aún tenemos de
descubrir.
—No, no debéis iros hasta que esto se termine, —dijo Aimery juntando las
manos en su espalda. Su larga y lisa melena rubio platino ni se movió por la
brisa, y su turbulenta mirada azul atrapó a Hugh. —Elige a dos hombres y
envíalos a la siguiente misión.
Hugh abrió la boca para responder cuando vio la mirada de Aimery
desplazarse por encima de su hombro. Se giró, y se encontró a Mina que los
miraba.
— ¿Puede verte?, —se volvió y preguntó al Fae.
Aimery dejó ir una mirada cómica. —Por supuesto que puede. Invítala. Es
hora de que nos conozcamos.
Cada vez que el Fae decía esas palabras proféticas, un escalofrío recorría los
huesos de Hugh. —Déjala fuera de esto.
Los intensos ojos azules del Fae se posaron en él. —Su destino está fuera de
mis manos.
—Mina, —la llamó Hugh sin apartar los ojos de Aimery. Él olió su aroma
fresco y limpio mientras se acercaba.
Un rizo pelirrojo se posó en su brazo cuando se puso a su lado. Mina miraba
a Aimery con intriga, pero también con una saludable dosis de cautela.
— ¿Aye? —Preguntó cuestionando con su suave voz.
La mirada de Mina se desplazó hacia su rostro y vio la duda brillar en su
mirada azul-verdoso. —No tienes nada que temer. Aimery es un amigo.
— ¿Que acaba de aparecer de la nada?
Se habría reído si la situación no fuera tan grave. La mayoría de la gente,
cuando veían un Fae, inmediatamente lo olvidaban porque sus mentes no les
permitían creer lo que veían. Se acercó un poco más a ella, inclinándose tanto
que casi se pegó a su espalda.
—Hace tiempo que quería conocerte, Mina, —comentó Aimery, dando un
paso hacia ella. —Has demostrado mucho valor a lo largo de los años.
Hugh casi gimió en voz alta, sobre todo cuando Mina dio un paso atrás
alejándose de Aimery y chocando contra su pecho. —Mina, —dijo mientras la
cogía de los brazos. —Es un amigo. Confía en mí.
Se quedó mirando fijamente a Aimery durante un tiempo antes de dirigirse
finalmente hacia él, su cabeza moviéndose de un lado para otro mientras lo
observaba de la cabeza a los pies. Hugh detestó al momento la ausencia de su
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calor y de las curvas femeninas, pero no esperaba menos con Aimery alrededor.
Después de todo, ningún mortal podía resistirse al atractivo de los Fae.
Mina observó al impresionante rubio que tenía ante ella. Nay, impresionante
no lo describía correctamente. Había algo en él que tiraba de ella. Era
increíblemente guapo, tanto, que era perfecto. Todo en él era perfecto, hasta el
cuero brillante de las botas que le llegaban a la mitad de la pantorrilla.
No era humano, instintivamente lo sabía. Pero no tenía ni idea de qué
narices era. — ¿Qué eres?
—Sabes lo que soy, —dijo Aimery, sus ojos de un azul sobrenatural
centrados en ella. — ¿Qué soy?
La respuesta llegó de inmediato a sus labios, pero la ignoró.
—No ignores tus instintos, —la advirtió.
Su mirada se desvió hacia Hugh que la estaba observando con la misma
atención. —Fae, —dijo y miró a Aimery. —Eres un Fae.
Aimery sonrió y asintió con la cabeza, mostrando incluso unos brillantes
dientes blancos. —¡Muy bien! Aprendes rápido.
Su alabanza debería haber reforzado su ánimo, pero el silencio de los
hombres a su alrededor la tenía perturbada. — ¿Qué está pasando?
—Estos hombres, los Shields, —respondió Aimery, —han sido enviados para
destruir a la criatura que aterroriza a tu pueblo.
—Soy consciente de ello.
—Trabajan para los Fae.
Ahora sí que realmente la sorprendió. —No lo entiendo. ¿Por qué no los
matáis vosotros mismos?
El Fae sonrió con tristeza. —Si tan sólo pudiéramos…, pero tenemos
nuestros propios demonios que combatir y leyes que nos entorpecen. —Se giró
hacia Hugh. —Elije a tus hombres. Volveré más tarde con el destino.
Y en un abrir y cerrar de ojos se había ido.
Mina se volvió a Hugh. — ¿Te vas? —La repentina aprensión por su partida
la asustó de formas que no podía entender. —La criatura todavía vive. No
puedes irte todavía.
—Sólo van a irse dos de mis hombres. Tienen otra tarea. —Se paró y le
tendió su mano. —Ahora ven, y dime lo que sucedió el día en que vino la
criatura.
Ni siquiera vaciló en cogerle la mano. Su mano era cálida y fuerte mientras
envolvía la suya. Se dijo que era sólo porque la había elegido por encima de
Theresa, pero era más que eso. Si no estaba atenta, podría encontrarse
enamorada hasta las trancas por el simple hecho de haberle prestado su
atención.
Pero tenía que recordar la verdadera razón por la que estaba con ella, y era
porque ella estaba aquí el día que llegó la criatura. Eso era lo que realmente
despertaba su interés.
~ 36 ~
— ¿Qué estabas haciendo?, —preguntó una vez estuvieron nuevamente
junto a la tierra quemada.
Mina señaló la piedra sobre su hombro. —Estaba sentada allí.
— ¿Haciendo qué?, —preguntó Cole.
—Vengo aquí buscando la soledad, —dijo al cabo de un momento. No había
querido confesar que vino para escapar del castillo.
Hugh se acercó a ella. — ¿Y luego qué?
—El cielo se puso negro como si sehubiera hecho de noche en mitad del día.
—Ella levantó su rostro hacia el cielo. —Alcé la vista hacia las nubes, y entonces
la tierra comenzó a temblar. Me derribó de la piedra, y los relámpagos
empezaron a caer tan violentamente que pensé que podrían alcanzarme.
Se detuvo y se envolvió con sus brazos mientras miraba la tierra quemada.
—Cuando los relámpagos pararon oí el más horrible de los gritos, y se me heló
la sangre. Y cuando miré hacia arriba, vi a la criatura volando hacia Stone Crest.
— ¿Y eso es todo lo que pasó?, —preguntó Hugh.
Ella asintió. —Después corrí hacia Sasha y volví como alma que lleva el
diablo hacia el castillo. Desde entonces, cada noche hemos sido acosados por la
criatura.
— ¿A cuántos ha matado?, —preguntó Val.
—A tantos que he perdido la cuenta. El castillo y el pueblo solía estar lleno
de gente, pero pronto huyeron para salvar sus vidas. Y los que se quedaron han
sido liquidados uno tras otro, todas las noches.
—Me parece extraño que en un mes no lo haya destruido todo, —dijo Gabriel
mientras ponía el pie sobre una de las piedras caídas.
Mina pasó la vista de Gabriel a Hugh. — ¿Qué?
—La misión de la criatura es matar a todos los de tu aldea, —explicó Hugh.
—Quienquiera que lo esté controlando, le está impidiendo matar a demasiados
al mismo tiempo.
Gabriel se volvió y miró el castillo en la distancia. —La pregunta es por qué.
La criatura podría haberlos matado a todos en una semana.
—Por todos los santos, —susurró Mina dejándose caer sobre una piedra.
—Así pues, es hora de ponerle fin, —dijo Hugh y suavemente tocó su mano.
Levantó la mirada hacia él, y la esperanza floreció en su corazón. — ¿Tienes
un plan?
—Siempre tengo un plan.

~ 37 ~
Capítulo 4

Una vez que todos estuvieron en su cámara, Hugh miró a sus hombres. No se
habían separado desde su primera asignación, y no estaba precisamente feliz
con esto. Pero tampoco tenía otra opción. La humanidad dependía de ellos,
fueran conscientes de ello o no.
— ¿Alguno de vosotros desea ser voluntario?, —preguntó.
Los cinco se lo quedaron mirando y esperaron. Tal y como se imaginaba.
Ninguno de ellos quería ir, aunque todos sabían que alguien tenía que hacerlo.
Le tocaría a él tomar la decisión.
El papel de líder de los Shields le había venido de arriba sin siquiera
quererlo. Las decisiones que tomara afectarían a todos para el resto de sus
vidas, independientemente de cuan largas fueran estas. Sinceramente, no quería
enviar a ninguno de ellos. Debería ser él, el que marchara; pero tan pronto como
ese pensamiento entró en su mente, fue reemplazado con el pensamiento de
Mina.
Miró a sus hombres de nuevo y respiró hondo. —Roderick, tú y Val iréis a
por las nuevas órdenes de Aimery, —dijo. Y tal como esperaba, ninguno de ellos
lo desobedeció.
—Aye, —respondieron.
De pronto su cámara parecía demasiado pequeña. Tenía ganas de estirar las
piernas y caminar sin tener que llevar armas ocultas entre sus ropas o sin tener
que estar preguntándose cuando atacaría el siguiente engendro del demonio
que el Infierno escupiera.
— ¿Dijo Aimery dónde tenemos que ir?, —le preguntó Val.
Pero antes de que Hugh pudiera responder, Aimery apareció junto a él. —
Iréis al futuro, —dijo el Fae.
Ninguno de ellos pensó mucho acerca de eso. El propio Hugh había sido
arrastrado desde el 1036. Viajar por los reinos a través del tiempo era algo que
ocurría a menudo en su línea de trabajo.
Roderick se levantó de su asiento junto a la chimenea. — ¿Dónde

~ 38 ~
exactamente?
—A un lugar llamado Texas.
Eso llamó la atención de todos.
—Nunca he oído hablar de ese lugar, —dijo Hugh. — ¿En qué reino se
encuentra?
—En este, —dijo Aimery. —A tan sólo novecientos años a partir de ahora.
Val silbó suavemente mientras colocaba la daga que había estado afilando de
nuevo en su bota. —Entonces supongo que Roderick y yo mejor nos
preparamos. ¿Cuándo nos vamos?
—Inmediatamente, —soltó Aimery. —Cabalgad hasta el bosque. Nos vemos
allí.
Y con esto se fue.
Roderick y Val no perdieron tiempo en recoger sus pocas pertenencias. Hugh
y el resto de sus hombres se dirigieron al patio de armas para despedirse de sus
amigos.
Tras una breve despedida y desearse buena suerte, Val y Roderick montaron
en sus caballos y atravesaron el rastrillo abierto hacia el bosque. Hugh no sabía
si los volvería a ver de nuevo, pero sin duda esperaba que así fuera. Estos
hombres se habían convertido en sus amigos. En su familia, incluso.
Habían perdido a hombres antes, y lo haría de nuevo, pero se negaba a creer
que iba a perder a ninguno de ellos dos. Val había visto mucho mientras
luchaba por los romanos, y Roderick era inmortal. Sobrevivirían.
Se giró para seguir a Cole, Gabriel y Darrick de vuelta al castillo cuando vio
a Mina en lo alto de las escaleras. Se detuvo al llegar a ella.
—No los veré nunca más, ¿verdad?, —preguntó.
—Sinceramente, no lo sé.
Mina miró más allá de él. —Les deseo lo mejor.
Esperó hasta que ella hubo entrado en el castillo antes de seguirla. Habían
perdido la mayor parte de la mañana en lugar de prepararse para la criatura.
Cuanto antes la mataran, antes podría reunirse con Val y Roderick.
Sus hombres y Mina le esperaban en el salón. —Háblame de tu trampa, —
instó a Mina mientras se sentaba.
—No funcionó, —declaró Bernard mientras caminaba hacia la mesa. —Eso
quedó demostrado anoche.
—Lo que quedó demostrado fue que les dijiste a los hombres que se
volvieran, —dijo Darrick. —Dejaste a tu hermana para que muriera.
~ 39 ~
Bernard, macilento, se enfrentó con el rostro enrojecido por la ira. —Es a ella
a quien quiere la criatura.
— ¿Cómo sabes eso?, —preguntó Hugh. — ¿Te lo dijo la criatura?
—No seas ridículo, —soltó Bernard entre dientes, y cogió la copa que le
entregaba una sierva.
La mirada de Hugh se desplazó a Mina para verla cabizbaja. No podía decir
si estaba enojada o avergonzada. No entendía por qué Bernard y Theresa
trataban a Mina con ese desprecio. La explicación de Mina sobre la buena
apariencia de sus hermanos no tenía ningún sentido, puesto que Mina también
era bonita.
—Entonces, ¿cómo lo sabes?, —le preguntó de nuevo a Bernard.
—Es lo único que tiene sentido. —Y Bernard apuró la copa, chocando el cáliz
vacío contra la mesa al ir a depositarlo encima de esta. —Fue ella quien la liberó.
Esa criatura incordiará hasta que la consiga.
—No sabemos quién liberó a la criatura.
Bernard se echó a reír. — ¿Crees que voy a creer en la palabra de un viajero?
Un Escudo2, —dijo con el desprecio impregnando su voz. —Aquí el lord soy yo.
—Francamente, no me importa lo que creáis, —Gabriel se irguió y empezó a
desenvainar su espada.
—Gabriel, —dijo suavemente Hugh en señal de advertencia. No les haría
ningún bien matar al señor del castillo, con independencia de que la
pomposidad de Bernard fuera peor que un grano en el culo.
Para su alivio, Gabriel volvió a sentarse, aunque mantuvo su mirada en el
barón. Hugh sabía que habría problemas a menos que pudieran convencer a
Bernard para que les ayudara.
— ¿No quieres ver a tu aldea libre del terror que se cierne sobre vosotros?, —
preguntó al joven barón.
—Por supuesto, — respondió Bernard sin levantar la mirada de su copa.
Hugh se levantó y se dirigió hacia Bernard. —Entonces ayúdanos en lugar
de obstaculizar.
—Pero Theresa dijo que no debería permitir que nos ayudaras, —dijo
mirando a Hugh con frialdad y con los ojos inyectados en sangre.
Hugh se quedó mirando a los ojos azules del hermano de Mina. —Cómo has
dicho antes, tú eres el lord aquí, no Lady Theresa. ¿Qué te dice tu instinto?
Durante un largo momento de tensión, Bernard miró fijamente a la mesa.
2
Escudo:Shield
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Finalmente levantó la mirada a Hugh. —Me dice que no me interponga en
vuestro camino.
Hugh dejó escapar un suspiro y se encontró sonriendo ante su pequeña
victoria. —Entonces vamos a trazar un plan.
Durante las siguientes horas se amontonaron alrededor de la mesa trazando
el plan para la muerte de la malvada criatura. Cuando por fin habían ultimado
los últimos detalles, Hugh se recostó hacia atrás para encontrarse a Theresa de
pie ante él y directamente detrás de Mina.
—Habéis estado todos muy ocupados, —dijo Theresa y dejó que sus ojos
vagaran sobre los hombres hasta llegar a Bernard. —Me gustaría verte en
privado, hermano.
—Precisamente ahora, no —dijo Bernard, y se sirvió más cerveza. —Estamos
ocupados. Búscame más tarde.
Hugh miró a Mina y vio que se estremecía, y a continuación vio como los
dedos de Theresa se clavaban con fuerza en los hombros de Mina. Sin embargo,
Theresa parecía no darse cuenta de sus acciones mientras lanzaba miradas
mortales hacia Bernard.
En el silencio, Bernard alzó la vista. — ¿Todavía estás aquí, Theresa? ¡Lárgate!
Este no es lugar para una dama.
—Mina está aquí, —dijo Theresa.
Bernard se levantó y abrió el mapa del castillo sobre la mesa. —Sí, bueno,
pero Mina no es exactamente una dama.
Mina se mordió el labio y probó el sabor metálico de la sangre mientras las
uñas de Theresa se clavaban dolorosamente en su cuello. Justo cuando estaba a
punto de gritar, Theresa aflojó su agarre y salió de la sala con un revuelo de
faldas.
Con los ojos cerrados y aguantando el dolor, Mina meditó las palabras de
Bernard. Así que ella no era exactamente una dama. Sus palabras no deberían
haberla molestado, pero lo hicieron. Más de lo habitual.
Mina abrió los ojos y se encontró con que Hugh la estaba mirando. Su mirada
oscura siempre estaba sobre ella. Al final, sabía que era lástima lo que atraía su
atención.
— ¿Estás bien?, —le preguntó.
Compuso lo que esperaba fuera una sonrisa brillante —Mejor que nunca.
Para su sorpresa, las comisuras de su boca se inclinaron hacia arriba. —No
eres muy buena mentirosa.

~ 41 ~
—Lo sé. —No se le ocurrió volver a mentir, sencillamente no estaba en su
naturaleza.
— ¿Me he perdido algo? —Preguntó Bernard mientras levantaba la vista del
mapa.
—No, en absoluto, —se apresuró a decir Mina, inclinándose al mismo tiempo
que Hugh y chocando sus cabezas. Ella se agarró la cabeza. —Lo siento.
Y él se frotó la suya y la observó cautelosamente. —Pido perdón. Las damas
primero.
Ella se rió, inclinándose una vez más hacia delante, pero la risa murió en sus
labios cuando vio a Bernard contemplarla de una manera rara.
—Curioso, —dijo Bernard.
— ¿El qué?
—Tus ojos. ¿Siempre han sido de este extraño color azul?
¿No dejaría nunca su familia de avergonzarla? —Aye.
—No me había dado cuenta, —dijo en voz baja.
Le hubiera gustado preguntarle exactamente de qué color había pensado que
eran sus ojos durante todos estos años, pero Cole estaba señalando algo en el
mapa que capturó la atención de Bernard.
Menos mal. Probablemente habría dicho algo despectivo para hacerle daño
de nuevo.
Hugh observó a los hermanos y notó las diferencias. Los ojos de Bernard y de
Theresa eran azules, mientras que los de Mina eran de un color verde azulado.
Bernard y Theresa tenía el pelo rubio y Mina lo tenía pelirrojo.
¿Podría ser que Theresa y Bernard trataran a Mina de manera diferente
porque tenía un padre o una madre distintos? Sospechaba que ese era el caso, y
que Mina simplemente no lo sabía.

Mina se alisó el apretado corpiño de su vestido verde pálido, y recorrió con


su mano, a lo largo de sus amplias mangas, los motivos florales que las
decoraban. Se envolvió el cinturón trenzado alrededor de su cintura y caderas, y
lo ató para que colgara por el frente. Las borlas en los extremos rozaban el
patrón floral en el dobladillo del vestido.
~ 42 ~
Se contempló en el espejo y quedó bastante satisfecha con lo que vio. El
vestido había pertenecido a Theresa, a quién no le había gustado el modelo,
pero a Mina le encantó y rápidamente lo aceptó antes de que Theresa cambiara
de opinión.
Tan rápido como pudo, con su brazo todavía lesionado, se trenzó el cabello
en dos trenzas que colgaban separadas sobre cada hombro, cayendo a través de
sus pechos. Luego envolvió unas finas tiras de cuero alrededor de cada trenza
desde la base hasta la punta, para realzar el tocado.
Era la primera vez en muchos años que realmente se sentía algo bonita. Ni
siquiera se veía su brazo vendado. Y antes de que perdiera el valor, salió de su
alcoba para bajar al gran salón.
Respiró hondo y se acercó a la tarima. Ni siquiera Theresa, sentada entre
Bernard y Cole, podría perturbarla. Era la primera vez en años que se sentía
como una dama y planeaba actuar como tal, de la manera como su madre le
había enseñado.
Cuando Mina se acercó a la mesa, los hombres se levantaron. La única silla
disponible estaba al final, pero no le importaba. Así quedaba bien lejos de
Theresa y Bernard.
—Aquí, mi señora, —dijo Darrick mientras se levantaba a toda prisa de la
silla. —Toma mi asiento.
Mina levantó los ojos y vio a Hugh mirándola. Ella le ofreció una pequeña
sonrisa. Una vez que hubo aceptado su asiento, y Hugh y Darrick ocuparon los
suyos, la comida fue servida rápidamente.
—Luces encantadora, —dijo Darrick cuando ella le pasó un plato.
No estaba acostumbrada a oír elogios, y Mina se encontró incómoda. —
Gracias.
—Estás preciosa, —murmuró Hugh junto a su oído. —Ese vestido te
favorece.
Su corazón se agitó ansioso al oír su alabanza. Su mirada revoloteó hacia él,
y la boca se le secó. —Gr...gracias, —tartamudeó.
Sus cálidos ojos marrones se arrugaron en las esquinas mientras sonreía. —
Sólo digo la verdad, mi señora.
Mina sabía que debía apartar la mirada, pero hombres como Hugh no
llegaban a menudo a Stone Crest. Era todo músculo, buena apariencia y un
guerrero. Una combinación perfecta, para su modo de pensar.
Él se apartó para escuchar algo que Bernard decía, y ella aprovechó ese
momento para dejar que su mirada recorriera todo su cuerpo.

~ 43 ~
Su cabello todavía estaba húmedo por las puntas. Y Mina se encontró con
que quería acercarse y colocarle el pelo detrás de las orejas apartándolo de su
cara. Sus manos grandes y ásperas atestiguaban muchas batallas, demostrando
que era un hombre al que temer.
Esta noche vestía una túnica de color marrón oscuro que conjuntaba a la
perfección con sus ojos y su pelo, aunque ella suponía que no había nada que
pudiera verse mal en él.
Él estaba hablando y su voz profunda la calmaba. Nunca ningún hombre la
había afectado del modo en que la mera presencia de Hugh lo hacía. ¿Qué había
en él que la atraía de esta forma?
Contuvo el aliento cuando él puso su mano sobre la mesa junto a la suya. La
necesidad de alargar la mano y tocarlo era tan fuerte que, por un momento,
Mina se encontró haciendo precisamente eso, pero se detuvo a tiempo.
— ¿Pasa algo?, —preguntó Darrick.
Ella sacudió la cabeza. —Nay. ¿Dónde están vuestras familias?, —preguntó
con rapidez para cambiar de tema.
Una esquina de su boca se levantó en una sonrisa. —Con lo que hacemos, es
mejor si no tenemos familia.
—Entonces, ¿ninguno de vosotros está casado?
—Nay, mi señora.
Ella asintió y se volvió a su tajadero. Estaba hambrienta cuando había
entrado en la sala, y ahora en lo único que podía pensar era en el hombre
sentado a su lado y la atracción que ejercía sobre ella.
Mina se obligó a tomar un bocado, asegurándose de mantener sus ojos en
cualquier lugar, menos en Hugh. No fue fácil. Especialmente cuando sus
piernas o sus brazos se rozaban, pero ella no sería nadie si no pudiera
mantenerse firme. Si había podido sobrevivir años con Theresa y Bernard,
entonces también podría sobrevivir unas cuantas horas junto a Hugh.
—Empezaremos esta noche.
Estaba tan absorta en dirigir su atención lejos de Hugh que casi se perdió sus
palabras.
— ¿Qué tenéis que empezar?, —le preguntó antes de poder detenerse.
Hugh se volvió hacia ella. —La búsqueda de la criatura.
Cualquier hambre que hubiera podido tener, desapareció de inmediato. No
había esperado empezar esta noche. ¿No necesitaban practicar o algo?
Mantuvo sus pensamientos para sí y escuchó como Hugh y sus hombres

~ 44 ~
explicaban lo que iba a pasar. Era evidente que esperaban que ella se fuera a su
alcoba una vez que la comida hubiera terminado. Ella, por supuesto, tenía otros
planes.

Hugh observó cómo Mina salía de la sala. Cuando se volvió hacia sus
hombres, se encontró a Darrick mirándole.
—Está tramando algo, ¿verdad?, —preguntó Darrick mientras iban del salón
a la armería.
Brevemente, Hugh pensó fingir ignorancia, pero se dio cuenta de que sería
una locura. —Supongo.
La risa que siguió a sus palabras hizo poco para consolar a Hugh. Ni
siquiera echó un vistazo a Darrick, pero eso no impidió que su amigo dijera lo
que pensaba.
—Me he dado cuenta de cuánto te ha costado concentrarte esta noche en la
comida.
Hugh se detuvo y dejó que los demás lo adelantaran. Y esperó a que
estuvieran fuera del alcance de oídos ajenos antes de decirle a Darrick, —Eso es
porque no he estado alrededor de una dama en algún tiempo.
Darrick sonrió y se encogió de hombros. —Esa es una razón bastante buena,
pero no vi que tuvieras ese problema con Lady Theresa.
Hugh se pasó la mano por el pelo. — ¿Qué es lo que quieres?
La sonrisa desapareció del rostro de Darrick. —No lo sé. Vi cómo Lady Mina
te observaba. Le intrigas.
— ¿Y te preocupa que perjudique a la doncella?
—Nunca, —dijo Darrick con convicción. —Pero tampoco antes te había visto
actuar así alrededor de una mujer. Al menos no desde...
Hugh sabía que Darrick no iba a terminar la frase. No había necesidad.
Sabía exactamente a quién se refería Darrick. —Tenemos una misión que
cumplir. Vamos a concentrarnos en eso ahora.
Darrick parecía aliviado de que no lo reprendiera por recordarle una parte

~ 45 ~
dolorosa de su pasado. En realidad, Hugh estaba más que contento de dejar el
tema.

Después de haberse cambiado, poniéndose un atuendo masculino, Mina se


encaminó hacia la armería y se acercó a la mesa donde Hugh y sus hombres
habían reunido sus armas.
— ¡¿Qué estás haciendo?!, —vociferó Bernard dirigiéndose a zancadas hacia
ella.
No se preocupó por su hermano porque su mirada estaba entrelazada con la
de Hugh. Esos ojos castaño-dorados la observaban con inteligencia y astucia. La
pregunta era, ¿qué haría Hugh?
—Reuniendo mis armas.
Bernard escupió a su lado. — ¡Y un infierno! He sido un tonto antes, pero no
esta vez. Permanecerás en el castillo donde estarás protegida.
No le respondió. Sólo había un hombre que podría hacer que se quedara,
Hugh.
—Hugh, —dijo Bernard. —Dile que no viene.
Los hombres se quedaron calmados e inmóviles, esperando oír lo que diría
Hugh. Mina se encontró reteniendo el aliento. ¿Le daría el derecho a luchar
contra la criatura que había matado a sus padres y aterrorizado a su aldea? ¿O
la trataría como a una dama mimada, manteniéndola atrincherada en la
seguridad del interior, mientras que otros arriesgaban sus vidas?
Sus ojos escudriñaban profundamente en su alma, y cuando pensó que vería
frialdad, vio calor. Un deseo descarnado llameó en sus ojos, e hizo que su
sangre se acelerara. Todo el mundo se desvaneció, hasta que solo quedaron ellos
dos.
Sólo sus respiraciones.
Sólo los latidos de sus corazones.
Silenciosamente le rogó que comprendiera su necesidad de ir. Si alguien
podía entenderlo, sin duda era Hugh. Y aunque nunca lo admitiría, quería ir
para estar junto a él. La hacía sentirse viva, la hacía sentirse valorada. Solo por

~ 46 ~
eso, todo el peligro del mundo valía la pena.
—Necesitamos a todas las personas que puedan ayudar, —respondió
finalmente Hugh.
Su voz era como el terciopelo rozando sobre su piel, suave, profunda,
mientras a Mina se le hacía difícil respirar y luchaba por no extender la mano y
cubrirla con la suya.
—¡Aquí el lord soy yo, y exijo que vuelvas a tu cámara!, —chilló Bernard
agarrándola del brazo.
Mina intentó ocultar la mueca de dolor cuando los dedos de su hermano se
clavaron en su brazo, y miró a Bernard. Él iba vestido con su armadura; una
armadura que no se había usado en mucho tiempo. —¿Por qué? Anoche
deseabas verme muerta. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
—No lo sé. —Su ceño se frunció profundamente mientras sus ojos se
empañaban. —Realmente no lo sé. Es como si nunca te hubiera visto antes.
Miró fijamente a su hermano, su cabello rubio le llegaba justo por debajo de
las orejas. Ayer parecía tan joven…, ahora era como si de repente se hubiera
convertido en un hombre. Atrás había quedado el niño mimado que había
conocido. Antes que nada, era el lord que su padre había sido.
—Tampoco hay mucho que ver, —dijo, y echó a andar pasando junto a él,
pero él la detuvo.
—Los años están borrosos, Mina, pero sé que te he dicho y hecho muchas
cosas odiosas. No sé por qué las dije, pero ruego tu perdón.
¿Era esta otra estratagema para lastimarla? Aún así, era su hermano. Tenía
que arriesgarse y pensar que era sincero. Estiró una mano y le alisó un bucle de
cabello que le caía sobre el ojo. —Te perdono.
Él sonrió y entrelazó sus brazos alrededor de ella para darle un abrazo. Mina
se congeló; ninguno de sus hermanos la había tocado así en muchos años. Poco
a poco, sus brazos se levantaron hasta devolver el abrazo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al darse cuenta de lo mucho que había
extrañado este sentimiento de pertenencia. Theresa siempre la había hecho
sentirse como una extraña, pero sus padres y Bernard habían sido su familia.
Bernard había ido cambiando durante los últimos meses, pero no fue hasta que
sus padres murieron que las cosas llegaron a ser verdaderamente malas para
ella.
—No podría soportarlo si algo te ocurriera, —susurró Bernard y la apretó con
más fuerza.
—Es la hora, —dijo una voz que estaba empezando a conocer bastante bien.

~ 47 ~
Le dio la espalda a Bernard y se encontró a Hugh junto a ellos. Estaba
cogiendo una daga de aspecto temible que tenía la hoja curva cuando una gran
mano callosa descendió sobre ella.
—Bernard tiene razón. Realmente deberías quedarte en el castillo. No tienes
habilidades de combate, y podrías ser más un estorbo que una ayuda.
Aunque tenía razón, las palabras de Hugh la hirieron. —Entiendo. Si es
mejor que me quede, entonces me quedaré. Haré lo que sea necesario para
matar a esa criatura.
Él no se movió. Su mano se sentía cálida sobre la de ella. El contacto de su
piel era estimulante. Bajó la mirada hacia su mano morena encima de la suya
mientras un pensamiento echaba raíces. — ¿Puede una dama no ir armada,
incluso si su deber es quedarse en el castillo?
Su oscura mirada la sondeó. —Ármate, pero no me mientas.
— ¿Sirve de algo si me niego a cruzarme de brazos y ver a mi pueblo, a mi
hermano, o a mis amigos caer mientras yo estoy segura dentro?, —preguntó,
mientras su ira hervía justo debajo de la superficie al sentirse tan impotente. —
Quiero sentir que soy necesaria, poder ayudar de alguna manera. Me hacéis
responsable de la liberación de esta criatura. ¿No puedes entender por qué
tengo que estar ahí?
Él asintió y le soltó la mano con un suspiro. —Quédate cerca, —la advirtió.
Mina intentó tragar el nudo de miedo que se formó en su garganta. ¿A qué
se acababa de comprometer? Tal como Hugh había señalado, no era una
guerrera. Ni siquiera sabía lo más básico en técnicas de combate, y la única
práctica que había hecho a solas en su alcoba con su daga no creía que contara.
Pero se negaba a que eso fuera un obstáculo. Tenía un deber que cumplir y lo
llevaría a cabo, incluso si eso significaba su muerte.
Salió del recinto de la muralla para encontrarse que el resto de los aldeanos
habían formado barricadas. Una mirada al cielo, y las nubes pintadas en
distintas tonalidades de rosado le confirmaron que el anochecer había llegado.
Apenas había notado que el cielo se había oscurecido cuando a su alrededor
resonó el grito que imponía el terror incluso en la más valiente de las almas. Los
gritos de los aldeanos llegaron a ser tan fuertes que el pequeño grupo de
cazadores ya no pudo oír a la criatura.
Mina observó cómo Bernard y sus caballeros corrían a sus lugares en las
almenas. Cuando se giró, Hugh se había ido. Le había dicho que se quedara
cerca, pero no le había estado prestando atención.
Sus ojos recorrieron los cielos en busca de cualquier signo de la criatura.

~ 48 ~
Asió su daga y comenzó a correr hacia la seguridad cuando Cole la adelantó. Su
hacha de guerra se levantaba por encima de su cabeza, pero fue su mirada la
que le llamó la atención. Estaba mirando fijamente por encima de ella.
Inclinó lentamente la cabeza hacia atrás y vio que la criatura se cernía sobre
ella.

~ 49 ~
Capítulo 5

Hugh no se podía creer lo que veían sus ojos. La criatura se cernía sobre
Mina y la observaba fervientemente. Hizo una evaluación de ella ahora que por
primera vez le había podido echar un buen vistazo. No se parecía a nada que los
Shields hubieran encontrado hasta ahora.
Su cuerpo era el de un hombre, con la piel tan gruesa y áspera como la de un
dragón, pero sus manos y pies eran los de algún animal con garras alargadas.
Las alas eran anchas y delgadas, manteniéndole estable por encima de Mina.
A pesar de haber visto muchos demonios, el cráneo de esta criatura tenía una
apariencia extraña. La cabeza y el rostro eran pequeños, pero la mandíbula se
prolongaba hacia delante considerablemente. Una enorme y amplia boca
mostraba hileras de dientes afilados, los ojos eran saltones y rojos, la nariz chata,
las orejas puntiagudas, y dos cuernos le remataban la cabeza.
Hugh necesitó sólo un segundo para darse cuenta de que Mina no iba a echar
a correr. Se apresuró a salir de su escondrijo y la agarró. Y mientras la arrojaba
al suelo, alcanzó su ballesta. Disparó su primer tiro, y la criatura hábilmente se
apartó de la trayectoria mientras la flecha volaba inofensivamente.
— ¡A vuestros puestos!, — bramó Hugh a sus hombres.
Pero la criatura volvió su cabeza con cuernos en otra dirección. Había
detectado a un aldeano que corría hacia la seguridad y rápidamente se abalanzó
hacia abajo y capturó al hombre entre sus garras.
—Nay, —gritó Mina poniéndose en pie, pero Hugh la sujetó antes de que
pudiera correr en pos de la criatura.
La mantuvo cautiva entre el suelo y su cuerpo mientras observaban como el
monstruo destrozaba al aldeano en pedazos. Ella enterró la cara en el cuello de
Hugh que, simplemente la abrazó, mientras observaba a la bestia. Cuando la
bestia terminó, se volvió hacia ellos y sonrió cruelmente.
Hugh empujó a Mina detrás de su espalda mientras la criatura volaba hacia
él, tirándolo al suelo. Rápidamente rodó y alcanzó su ballesta sólo para sentir
las garras de la criatura rasgando a través de su espalda.

~ 50 ~
Decidido a no bramar su rabia por el dolor que le atravesaba, Hugh rechinó
los dientes. Una sustancia espesa y caliente se deslizó por su espalda y por su
túnica. A pesar de que le ardía la espalda tenía que moverse, y se puso a gatear
a cuatro patas. No había conseguido ir muy lejos cuando se encontró de repente
aferrándose al aire en lugar de a la tierra.
No tenía que mirar a sus espaldas para saber que la criatura lo había cogido,
pero que lo condenaran si se iba sin una buena pelea. Hugh sonrió mientras
recuperaba la daga escondida en el interior de su bota.
Era como si la criatura supiera lo que había planeado, porque cuando Hugh
levantó la vista, vio que se dirigía directamente hacia las puertas del castillo.
Puso las manos por delante para bloquear la peor parte del impacto, pero en el
proceso se le escurrió la daga. Una vez le hubo estampado contra las puertas del
castillo, la criatura aflojó su agarre y Hugh se desplomó sobre las escaleras.
Después, lo arrojó violentamente sobre su espalda y se acercó a su rostro. —
Déjame en pazDemon Seeker3, o serás el próximo en morir, —siseó la criatura
entre dientes antes de irse volando.
Hugh se quedó petrificado mientras la criatura irrumpía en una de las
cabañas y mataba a todos los de dentro. En su vida ninguna de las criaturas que
había cazado y matado había hablado con él.
— ¡Hugh!
Miró a su derecha y se encontró a Darrick y Cole en lo alto de las almenas
apuntando a la criatura. A pesar del dolor, se levantó de un salto y corrió a
través de la muralla a por su ballesta. La cogió y apuntó al monstruo.
Su primer disparo acertó a la criatura en el ala, pero no le hizo nada a parte
de acrecentar su ira. Tiró a la víctima que tenía entre sus garras y gritó su furia
hacia Hugh.
Tan rápido como pudo, Hugh comenzó a recargar la ballesta. Esta vez, sin
embargo, no conseguía colocar el arco en la cámara. Echó un vistazo hacia
arriba y se encontró a la criatura que venía directo hacia él. Sin importar con
cuanta fuerza empujara, el arco no encajaba en la ballesta, y su tiempo se estaba
acabando.
Mina había permanecido oculta detrás de un carro de heno mientras Hugh
había estado luchando contra la criatura, pero ahora él necesitaba ayuda. Sus
hombres estaban demasiado lejos para ayudarle. Sin pensar en las
consecuencias, asió su daga y corrió hacia Hugh. No detuvo su asalto ni
siquiera cuando cayó al suelo y rodó entre las garras de la criatura. Era su
oportunidad de acabar con el terror para siempre.

3
Demon Seeker: Buscador de Demonios.
~ 51 ~
Levantó la daga por encima de su cabeza y se arrojó contra la bestia. El puñal
quedó incrustado profundamente en el pecho del monstruo. Su sonrisa
victoriosa fue pronto sustituida por el miedo cuando la criatura simplemente se
sacó el puñal de su cuerpo. Arrojó la hoja a un lado, y se apoderó de ella
mientras se elevaba por encima de la muralla.
—Así que deseas morir, —escupió la criatura siseando como un reptil y con
un júbilo evidente en su voz. —Había planeado guardarte para el final, pero
este es un momento tan bueno como cualquier otro.
El hecho de que la criatura hablara le heló la sangre en sus venas, pero eso
no era nada comparado con el nudo de terror que se enroscó en su estómago al
escuchar que iba a morir.
Justo cuando la bestia estaba a punto de llevar a cabo su amenaza, chilló y la
soltó. Sus propios gritos se mezclaron con los de la criatura mientras caía en
picado hacia el suelo. Pero en lugar de aterrizar sobre la dura tierra, se encontró
acunada en brazos de Hugh.
—Gracias, —se las arregló para dejar salir a través de su garganta bloqueada
por el pánico.
Un lateral de su boca se levantó en una sonrisa. —A tus órdenes.
Podía haberse quedado entre sus brazos para siempre. Entre sus fuertes
brazos y su musculoso pecho sabía que se encontraba a salvo. De todo, pero
perdería su corazón.
Él la dejó en el suelo y la empujó hacia el castillo. —Vamos dentro. Esta noche
nos ha burlado.
Mina miró hacia arriba y vio varias flechas en la espalda de la criatura.
Mientras se apresuraba a seguir a Hugh al interior del castillo, vio a la criatura
volverse hacia los establos. Al instante sus ojos encontraron a John que
intentaba persuadir a un asustado caballo para que se metiera en la cuadra.
Llamó a John a gritos, pegando saltos arriba y abajo y agitando los brazos, pero
él no la veía.
—Hugh, —gritó, pero él tampoco podía oírla a través de los gritos y chillidos
de los aldeanos.
Miró a su alrededor con ansiedad y encontró una lanza que alguien había
abandonado. Pensando solo en salvar a John, cogió el arma y corrió hacia el
establo.
Hugh se encontraba junto a las puertas, metiendo prisa a la gente para que se
apresurara a entrar en el castillo. Si podían conseguir que todo el mundo
entrara, al menos estarían a salvo por esta noche.
— ¡Mina!
~ 52 ~
La mirada de Hugh se volvió bruscamente hacia el lugar de donde había
llegado el grito, y se encontró a Bernard tratando de atravesar las puertas, pero
Gabriel lo retenía. Hugh siguió la mirada de Bernard y se encontró a Mina
corriendo de nuevo hacia la criatura; esta vez para salvar a John.
Hugh desenvainó su espada y se fue tras ella. Con sus largas zancadas la
alcanzó con rapidez. Se lanzó hacia ella al mismo tiempo que arrojaba su espada
a la bestia. Envolvió sus brazos alrededor de Mina y rodó, amortiguando con su
cuerpo la caída mientras su espada se hundía en el pecho de la criatura. Con sus
ojos todavía puestos en la bestia, se dio la vuelta hasta que ella quedó debajo de
él.
Mientras todo esto ocurría, John había conseguido meter al caballo dentro del
establo, sin tener idea del peligro que había corrido. Hugh se habría reído si no
fuera porque la criatura todavía no había muerto. Esta se arrancó la espada de
Hugh de su cuerpo y antes de dejarla caer y salir volando hacia el bosque, ya
había sanado.
Hugh hizo una inspiración profunda y bajó la mirada hacia Mina que se
encontraba acurrucada contra su cuerpo. — ¿De verdad tienes ganas de morir,
mi señora?
—Nay, —dijo suavemente con los ojos abiertos de par en par, y su voz en un
susurro.
—Pues por las acciones de esta noche, nadie lo diría.
Mina sacó la lengua para humedecerse los labios, y fue entonces cuando él se
dio cuenta de que estaba encima de una hermosa mujer, suave y cálida. Su
cuerpo, que ya venía encendido de la batalla, estalló dolorosamente a la vida. Su
mirada bajó hasta su boca. Y eso fue todo lo que necesitó.
Encontró imposible no inclinarse hacia abajo y probarla. Su cabeza justo
estaba bajando, y su mente ya se preguntaba cómo sería su sabor.
—No podía dejar morir a John.
Hugh se detuvo, intentando ignorar los embates de la sangre que palpitaba
con fuerza en sus oídos mientras su cuerpo pedía la liberación. —Deberías
haberme llamado.
—Lo hice.
Incluso en la oscuridad, sus ojos lo atraían. Estaba atrapado en su mirada,
atrapado por un encanto que solo ella tenía. Sólo una probadita. Era todo lo que
necesitaba. Bajó su cabeza y susurró, —Mina.
— ¡La has salvado!, — gritó Bernard mientras salía corriendo hacia ellos.
Hugh cerró los ojos con fuerza y se puso en pie de un salto cuando la voz de

~ 53 ~
Bernard penetró entre la neblina del deseo. Debería estarle agradecido por
salvarlo de hacer el tonto, sin embargo, su cuerpo maldecía al barón por
interrumpir mientras su verga palpitaba de necesidad.
Tendió su mano para ayudar a Mina, pero Bernard se le adelantó tirando de
ella y poniéndola en pie. —Menos mal que estaba Hugh, —dijo Bernard. —Sólo
sabía que ibas a morir, Mina.
Hugh podía sentir sus ojos en él. No tenía el coraje para volver su mirada,
temiendo encontrar repulsión o peor aún, lástima en sus profundidades
verdeazuladas. —Debemos entrar antes de que la criatura vuelva. —Dijo Hugh
volviéndose hacia el castillo y encontrando a Gabriel y a Cole observándolo
estrechamente.
Los ignoró y se apresuró a entrar. Necesitaba un poco de tiempo a solas. Pero
ya. El monstruo de su interior pedía ser liberado, y si no se alejaba de Mina iba
a explotar con él.
Afortunadamente, Mina y Theresa se quedaron ayudando a los aldeanos a
acomodarse, y él y sus hombres, junto con Bernard, se encaminaron a su
cámara.
—Nunca antes había llegado tan temprano, —dijo Bernard.
Hugh se dio cuenta del temblor en la mano de Bernard cuando este alcanzó
una copa. Se había preguntado cuando vendría la enfermedad, y le había
sorprendido que hubiera tardado todo este tiempo. De repente, sintió el tufillo
en el ale. El olor era apenas perceptible, solo aquel que estuviera al acecho de
cualquier tipo de maldad, reconocería que la cerveza estaba drogada.
Trató de no moverse mucho debido al dolor en la espalda mientras cerraba la
puerta de su cámara. La sangre había corrido por su espalda, llegando a
mancharle los pantalones y las botas. Tenía ganas de cambiarse, pero sabía que
todavía quedaba mucho por hacer.
—Bernard, deberíamos llevarte a tu alcoba.
—Estoy bien, —dijo el joven barón. —Me quedaré y ayudaré con la
planificación.
Hugh no dijo nada más sobre el tema. — ¿A qué hora suele venir por lo
general?
—Bueno, mucho después del anochecer, cuando ya no hay luz en el cielo, a no
ser la de la luna.
Eso era extraño. —Me pregunto qué le ha hecho aparecer tan temprano esta
noche.
Un fuerte golpe lo sacó de sus pensamientos. Miró a sus pies y vio a Bernard

~ 54 ~
en el suelo. Hugh se arrodilló junto a él y lo encontró cubierto de sudor.
—Necesito ale, —susurró Bernard.
—Eso es lo último que necesitas, amigo mío. Te han estado drogando durante
cierto tiempo.
— ¿Drogado?,— repitió Bernard con voz ronca. — ¿Por quién?
—Yo diría que por quien dejó escapar a la criatura, —dijo Cole.
Hugh estuvo de acuerdo y asintió con la cabeza. —Tenemos que conseguir
llevarlo a su cámara para poder sacarle la sustancia tóxica de su organismo. Va a
ser una noche muy dura.
—Lo lograré, —juró Bernard mientras lo llevaban a rastras.
Con Bernard guiándolos hasta su cámara, consiguieron meterlo dentro.
Mientras Cole y Darrick lo tendían en la cama, Gabriel preparó un extraño
mejunje de hierbas mezcladas con agua, y Hugh, por precaución, se colocó de
espaldas contra la puerta. Esta noche no iba a permitir que entrara nadie.
—Bebe, — ordenó Gabriel a Bernard. —Te ayudará con los temblores.
Bernard obedeció sin rechistar. Hugh estaba impresionado. Si pudiera
librarse de la adicción a la cerveza drogada sería un buen lord para su pueblo.
En algún momento había sido llevado por el mal camino, pero, ¿cuándo
exactamente? Y, ¿por quién?

Mina se secó el sudor de la frente. Había estado atendiendo las heridas de los
aldeanos, y todos habían encontrado un lugar u otro en la sala para dormir.
Había tantos cuerpos cubriendo todo el hall que a duras penas se podía ver el
suelo.
Pero estaban a salvo. Por ahora.
Suspiró y exploró la sala buscando a su hermano, o a Hugh y sus hombres.
Pero todos ellos brillaban por su ausencia. Se apresuró a salir de la sala y fue
primero a la alcoba de Hugh. Estaba vacía. Sólo había otro lugar en el que
pudieran estar.
Con la mano en un puño golpeó la puerta de su hermano. — ¿Bernard?

~ 55 ~
Esta se abrió tan rápido que casi se cae de bruces. —Hugh, —dijo cuando vio
quien estaba ante ella. —Sabía que te encontraría aquí.
—Ahora no es un buen momento, —dijo tratando de cerrar la puerta.
Antes de que Hugh fuera capaz de cerrar la puerta, un gemido le llegó desde
el interior de la cámara. Con una rapidez asombrosa, se escurrió a través de la
puerta entornada y por debajo del gran cuerpo de Hugh. Su mirada se encontró
con Bernard encima de la cama, gimiendo y revolviéndose.
Corrió hacia él. — ¿Bernard?, —dijo poniéndole una mano en la cabeza y
retirándola de golpe. —Está ardiendo.
—Lo sé, —dijo Hugh colocándose en el lado opuesto de la cama.
La cólera llameó en su interior. —Nadie me dijo que estaba herido.
—No lo está, —dijo Gabriel mientras llevaba el agua a los labios de Bernard.
Vio cómo su hermano bebía con avidez y caía hacia atrás completamente
agotado. Sus ojos buscaron a Hugh. — ¿Qué está pasando?
Hugh dio la vuelta a la cama y le tendió la mano. —Ven, te lo explicaré.
Tomó su mano y le permitió que la llevara hacia las dos sillas que estaban
frente a la chimenea. La hizo sentarse en una y él lo hizo en la otra. Durante un
largo momento se quedó con la mirada fija en las cenizas del hogar.
—Sólo dime, —le rogó.
Él cerró los ojos por un instante, pero cuando los abrió centelleaban
inquietantemente a la luz de la alcoba. —Tu hermano está luchando contra la
adicción que tiene hacia la cerveza que ha estado bebiendo. La cerveza estaba
drogada.
Aunque hubiese recibido un puñetazo en el estómago su exhalación no
hubiera salido tan fuerte. — ¡¿Drogado?! ¡¿Por quién?!
— ¿No te pareció extraño cuando dijo que no se había dado cuenta del color
de tus ojos?
Ella sacudió la cabeza, no quería oír las palabras.
—La víspera pasada lo arrojé al abrevadero para sacudirle de encima la
borrachera. Al parecer, se fue directo a la cama sin ale y hoy sólo había tomado
muy poco. Fue suficiente para mostrarle lo que estaba sucediendo a su
alrededor.
— ¿Quién puede haberlo drogado?
—Quienquiera que haya llamado a la criatura.
Sus ojos se volvieron fríos. Había desaparecido la dulzura y la amabilidad en

~ 56 ~
su hermoso rostro. —No debería creerte. No te conozco, pero me encuentro
tomando tus palabras como ciertas.
—Bernard pidió que no entrara nadie en su cámara hasta que consiguiera
superar lo peor de todo esto.
—Por primera vez en mi vida, mi hermano me ha visto, me ha hablado. No
me hagas marcharme, —suplicó.
Hugh debería negarse, pero encontró que no tenía corazón para hacerlo.
Además, estaba agotando rápidamente la energía que tenía debido a su pérdida
de sangre.
A pesar de todo no creía que fuera capaz de soportar su mirada si le decía
que no. A sus ojos se había convertido en una especie de salvador, y que Dios lo
ayudara, necesitaba eso de ella. Abrió la boca para responderle, pero recordó
que Bernard le había hecho prometer que no permitiría entrar a nadie.
Por supuesto, Mina no habría drogado la cerveza. ¿O sí?
Los instintos de Hugh, en los cuales confiaba plenamente, ahora le estaban
fallando. Por un momento se olvidó de todo excepto de la turgencia de los
pechos de Mina a través de la túnica que se amoldaba a sus maravillosas curvas.
—Por favor, —volvió a suplicarle tocando su brazo.
En silencio, el cuerpo de él rugió su necesidad por ser tocado mucho más.
Siempre era así después de una batalla.
Respóndele y lárgate. Rápido. Antes de que hagas algo estúpido como besar sus
gruesos y apetecibles labios, o ahuecar sus pechos.
Por todos los santos, no podía recordar una época en la que una mujer le
hubiera tenido tan cautivado. Una respuesta. Tenía que darle una respuesta.
Pero… ¿cuál era la pregunta?

~ 57 ~
Capítulo 6

Mina no estaba acostumbrada a tratar con hombres, fueran de la clase que


fueran. La experta era Teresa, pero no se iba a dar por vencida tan fácilmente.
Cuando Hugh no le respondió, se apartó de la silla y cayó de rodillas ante él.
—Has visto por ti mismo cómo me trató anoche y la diferencia con hoy. No lo
abandonaré cuando necesita a la familia.
Los ojos de Hugh se desplazaron sutilmente, como si sopesara sus palabras.
—No te estoy pidiendo que me dejes a solas con él. Sólo que me permitas
estar cerca en caso de que me necesite.
—No va a ser un bonito espectáculo, —le advirtió, sus ojos vacilando
brevemente en su boca. —Bernard podría decir cosas que no quiere decir, y
hacer alguna que otra.
Tragó el nudo del cuello con fuerza y se encontró con su mirada firme y
estable. —He escuchado muchas cosas que mi hermano y hermana han dicho.
Lo que salga de su boca esta noche no me afectará.
—Espero no arrepentirme de esto, —dijo lentamente. —Puedes quedarte.
Ella sonrió y asió sus manos y sin detenerse a pensar, las llevó a sus labios y
las besó. —Gracias. Gracias.
Después de un momento de silencio, Mina se quedó mirando las manos que
tenía agarradas. Eran un par de puños fuertemente apretados. La victoria que
había sentido por poder quedarse desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
¿Cómo podía haber olvidado tan fácilmente lo repulsiva que era?
—Lo siento, —dijo. Había empezado a darse la vuelta cuando él la agarró por
los hombros.
No se iba a permitir mirarle, pero él la atrajo y acercó sus labios a su oído. —
Roderick no mintió esta mañana. No hagas caso de las groserías que escupe tu
hermana. Ni eres feúcha, ni horrible.
—Yo…, —empezó, pero él le puso un dedo sobre sus labios para detener
cualquier palabra que pudiera haber dicho. Por un momento, Mina se olvidó
todo, excepto del calor de su cuerpo y de su dedo tocando su boca.
~ 58 ~
—Te lo han dicho durante tanto tiempo que has terminado por creértelo. No
tengo nada que ganar diciéndote lo contrario.
Ella cerró los ojos ante sus palabras. Él no podía saber lo que significaban
para ella. Casi gritó cuando él alejó su dedo, pero sólo lo movió hasta la barbilla
para que pudiera girar su cara hacia él.
—Abre los ojos, Mina, —ordenó, con voz ronca.
Ella los abrió para encontrarse con su cara a escasos milímetros de la de ella.
Vio las motas doradas en sus ojos castaños y los vio oscurecerse. Su cuerpo
respondió con un estremecimiento de... no podía ponerle un nombre, pero fuera
lo que fuese la afectó profundamente.
—Sabes que digo la verdad. Tu belleza eclipsa a la de Teresa. Ella te ha dicho
todas esas mentiras en beneficio suyo. No la escuches más.
Su mirada dejó sus ojos y se desplazó a su firme boca. Sus palabras fueron
pronunciadas suavemente, pero con convicción, como si creyera cada sílaba que
pronunciaba.
Tan repentinamente como sus manos la habían tocado, se apartaron. Ella
jadeó ante la pérdida y levantó la cabeza. Él se había reclinado hacia atrás en su
silla, y ella descubrió el músculo de su mandíbula latiendo y lo que podía haber
jurado que era un destello de dolor.
—Ve con tu hermano, —dijo.
No sabía lo que había hecho, pero quería recuperarlo. Ansiaba escuchar sus
palabras de nuevo, sentir su toque, su calor.
— ¡Ahora! —Mina pegó un bote, y se habría caído cuando sus pies se
enredaron si él no la hubiera atrapado. Sus ojos se cerraron cuando sus manos
la tocaron de nuevo.
Él gimió y la apartó. —Ve, Mina. No sabes dónde te estás metiendo.
Se agarró a los brazos de la silla para no lanzarse a por él. ¿Qué le pasaba que
su simple toque la afectaba de esta manera? ¿Había estado tan hambrienta de
palabras amables que se le marchitaba el ingenio cuando las escuchaba?
No es que se opusiera a escuchar halagos de alguien tan magnífico como él,
pero nunca había sido dada a auto-engañarse. Cuadró sus hombros mientras se
levantaba, respiró hondo, y se fue hacia Bernard.
Hugh se agarró a los brazos de la silla hasta que oyó el chasquido de la
madera. Por Dios, había estado a punto de tomarla allí mismo. Sus invitadores
labios rosados habían estado a un suspiro, y la tentadora sombra de su escote le
había estado llamando.

~ 59 ~
Ella lo había deseado. Su cuerpo se había abierto para él, solamente con unas
palabras y un toque en sus labios. Se movió para aliviar la ardiente palpitación
entre sus piernas, pero a esta le dio por crecer. Sólo había una cosa capaz de
aliviar este dolor.
Mina.
No le había mentido. Era incluso más hermosa que Rufina, la Reina Fae, que
era la criatura más asombrosa en la cual había puesto alguna vez los ojos. Al
principio, había pensado que Mina utilizaba una estratagema, pero después se
había dado cuenta de que honestamente pensaba de sí misma que era fea. Y
pudo entender por qué. Después de escuchar, día tras día, cómo alguien piensa
que eres repulsivo, uno podría empezar a creérselo.
Teresa no era fea en absoluto, pero era el odio enconado en su interior el que
hacía que su belleza se desvaneciese. Aye, Mina había terminado eclipsando a
Teresa en todos los sentidos.
Cerró sus ojos e imaginó a Mina con los ojos cerrados y los labios
entreabiertos en un suspiro. Todo lo que tendría que hacer era inclinarse y
saborearla, pero se había propuesto mantenerse alejado de la gente a la que
ayudaba.
Estaba hecho para una vida solitaria, pero sería aún peor si tuviera que
dejarlos para ir a dar caza al siguiente monstruo. Además, en todos los años que
había conducido a los Shields, nunca había regresado al mismo lugar dos veces,
y probablemente nunca lo haría.
Se limitaría a permanecer tan alejado de ella como fuera posible. En nombre
de su cordura, tenía que hacerlo. Con eso resuelto, se puso de pie y se volvió
hacia sus hombres y hacia Mina.
Ella estaba al pie de la cama de Bernard, contemplando atentamente a su
hermano. Tenía las manos entrecruzadas por delante, y cada vez que él gemía,
ella se estremecía.
Aye, ya estaba lamentando el permitirle que se quedara. Trató de apoyarse
contra la pared, pero al parecer, su espalda estaba peor de lo que había pensado.
No podía mirárselo porque no podía dejar la cámara, y quería que Gabriel se
concentrase en Bernard.

~ 60 ~
Era la medianoche, pero Hugh no podía dormir. No con Mina en la cámara
con él, y su espalda palpitando de dolor. Gabriel no se había separado de
Bernard. Incluso ahora, mientras Bernard dormitaba, estaba sentado junto a la
cama del barón.
Mina había tomado una silla al otro lado de la cama, y dormía con sus
brazos acunando su cabeza sobre la cama. Cole y Darrick estaban sentados a
ambos lados de la puerta para asegurarse de que nadie entraba.
La noche no había ido tan mal como Hugh había creído que podría ir, pero,
por otra parte, aún no se había terminado. Tan pronto como ese pensamiento
revoloteó por su mente, Bernard se sentó en la cama rugiendo y pegando
puñetazos a cualquier cosa que pudiera golpear.
Hugh se movió tan rápido como pudo desde su lugar al lado de la chimenea,
pero no llegó a Mina a tiempo para bloquear el golpe que Bernard dirigió hacia
ella.
Cayó al suelo con un golpe sordo. Hugh miró para asegurarse de que sus
hombres contenían a Bernard mientras iba hasta ella. Con suavidad, la levantó
en sus brazos y la apartó de la cama. Se sentó en la silla que había estado
ocupado varias horas antes, cuando habían hablado, mientras ella se cubría con
una mano el lado derecho de su cara.
—Déjame ver, —dijo apartando su mano. Dio un suspiro de alivio al ver que
no era tan malo como se temía. —Es un labio partido. Tendrás la mejilla un poco
magullada, pero haré que Gabriel te prepare algo.
Llamó a Gabriel, quien le lanzó un trapo húmedo. —Seré suave, —dijo Hugh
mientras extendía la mano para limpiarle la sangre.
—Es extraño encontrar a alguien con tanta fuerza como tú siendo tan suave.
Él se encogió de hombros. —Hago lo que debo.
— ¿Cómo está?, —Preguntó Gabriel mientras se acercaba.
—Un corte en el labio y tal vez algunos moretones en su rostro, — le dijo
Hugh y se movió de manera que Gabriel pudiera ver su herida.
Tan pronto como la tocó, Hugh se encontró queriendo apartar de un tirón las
manos de Gabriel. Una emoción que no había experimentado desde que había
perdido a su familia, y francamente, preferiría que desapareciera tan
rápidamente como había venido.
Pero no lo hizo. Y cuanto más rato llevaba Gabriel tocándola, peor se volvía.
Cuando por fin levantó la mirada, se encontró a Gabriel mirándolo de una
manera rara.
— ¿Hugh?

~ 61 ~
— ¿Qué pasa?, —preguntó, temiendo que Mina estuviera peor herida de lo
que había pensado.
Gabriel se puso de pie y se alejó de Mina. —Está muy bien.
Él entrecerró los ojos mientras Gabriel daba media vuelta y regresaba con
Bernard.
—Quédate aquí, —le dijo a Mina mientras seguía a Gabriel, que se detuvo
antes de llegar a la cama. — ¿Qué está pasando?
Gabriel se lo quedó mirando con sus ojos plateados. —Tú.
— ¿Yo? ¿De qué estás hablando?
—Gruñiste cuando la toqué.
Hugh parpadeó y dio un paso atrás. —Yo no hice eso.
—Lo hiciste, —dijo Gabriel. —No es que te culpe. Ella es impresionante, pero
yo no la estaba reclamando.
—Lo sé, —dijo, y apartó la mirada. —Pido disculpas, amigo mío.
Gabriel sacudió la cabeza. —No es necesario. Toma lo que pueda
reconfortarte, porque nunca dura eternamente. Ahora dime, ¿por qué no me has
informado de tu espalda?
—Estabas ocupado.
—Nunca estoy tan ocupado. Puede llegar a infectarse. Ahora, déjame verlo.
Hugh se sentó en una silla mientras Gabriel le ayudaba a quitarse la túnica, y
apoyó los codos sobre sus rodillas mientras le limpiaba los restos de sangre.
Hugh levantó la vista y se encontró a Mina que lo observaba.
Quería... ya no sabía lo que quería. En realidad, no había nada que hacer, solo
seguir adelante. No podía volver a su tiempo. Todo el mundo pensaba que
estaba muerto.
Sus manos se apretaron en un puño cuando Gabriel le frotó la espalda con
una mezcla repugnantemente apestosa.
— ¿No hay puntos de sutura?
Gabriel gruñó. —Lo curioso es que la criatura podría haberte matado, pero
no lo hizo. Las garras te abrieron la piel, pero no lo suficiente como para tener
que coser.
Esto dejó desconcertado a Hugh. —Es casi como si fuéramos un deporte
para la bestia.
—Podría ser, —respondió Gabriel. —Deja unos momentos que la mezcla se
seque antes de ponerte otra túnica.

~ 62 ~
Hugh se desplazó hacia la pared, así podía ver a Bernard, pero quedarse
fuera del camino de Gabriel. A pesar de las ganas de echarle un vistazo a Mina,
estaba decidido a quedarse donde estaba. Pero, aunque su cuerpo podía estar
lejos, su mirada encontraba de nuevo el camino de regreso a ella. Era irritante
no tener el suficiente control sobre sí mismo como para mantener su mente
centrada.
Todos saltaron cuando oyeron el grito de la criatura sobrevolando el castillo.
Hugh se agachó y agarró la empuñadura de su espada. Uno nunca podía pecar
de ser demasiado precavido.
—Estoy empezando a pensar que deberíamos dejar este lugar, —dijo Mina
mientras se levantaba de su silla, su mirada fija en la ventana.
—Esa cosa no se detendrá sólo con tu pueblo, —dijo Cole. —Tiene su propia
misión.
—¡Cole!, —dijo Hugh para detenerlo, pero ya era demasiado tarde.
Mina dio un paso hacia la puerta donde estaba parado Cole. — ¿Qué
misión?
—Están dispuestos a matar a toda persona que encuentren, —respondió
Cole.
Hugh encontró la mirada de Mina vuelta hacia él. — ¿Es cierto?
Él asintió seriamente.
—Pero sabes de alguna manera para detenerlo.
Él suspiró, odiando estas preguntas. —Con cada criatura que cazamos es
diferente. Nunca hemos encontrado la misma criatura dos veces.
—En otras palabras, no tienes ni idea de cómo matar a ésta.
Maldita sea, era perspicaz la muchacha. —Cierto.
Mina empezó a deambular arriba y abajo de la alcoba mientras observaba a
Gabriel mezclar más hierbas para Bernard. Hugh quería decirle que mañana
mismo podían matar al monstruo, pero sólo un loco haría una promesa como
esa.
—Hugh, — llamó Gabriel. —Ayúdame a levantar a Bernard para que pueda
conseguir que trague esta mezcla.
Hugh se apartó de la pared acercándose a la cama e incorporó a Bernard. El
sudor cubría su cuerpo, y temblaba tanto que la copa que sostenía golpeteaba
contra sus dientes. Hugh empezó a preguntarse si el barón sobreviviría a la
adicción.

~ 63 ~
Al instante siguiente, el cáliz fue a estrellarse estrepitosamente contra el suelo
cuando Bernard empujó a Gabriel a un lado. —¡Cerveza!, —gritó Bernard. —
¡Necesito ale! ¡Ahora!
—¡Por todos los dioses!, menuda fuerza tiene, —dijo Gabriel mientras se
ponía inmediatamente a mezclar más hierbas. —Debemos conseguir que se
beba el agua.
—¡Mina, agarra sus piernas!, —gritó Hugh al tiempo que cogía uno de los
brazos de Bernard.
Cole rápidamente capturó el otro brazo antes de que Bernard fuera capaz de
golpear a Gabriel, mientras Darrick ayudaba a Mina a mantenerle las piernas
sujetas. Incluso con los cuatro prácticamente encima de Bernard, todavía
luchaba contra el agua que Gabriel intentaba darle.
— ¿Qué hay en el agua?, —preguntó Mina.
—Algo que le ayudará más allá de la adicción, —explicó Gabriel. —Cuanto
antes consigamos que se lo trague, más pronto logrará superarlo.
—Ale, —murmuró Bernard.
Mina se mordió el labio mientras Hugh abría por la fuerza la boca de Bernard
y Gabriel vertía el agua por su garganta. Por un momento, pensó que Bernard
podría ahogarse, pero de alguna manera consiguieron que tragara.
—No soy lo suficientemente fuerte, —dijo Bernard cuando abrió los ojos y
miró a Mina.
Ella sonrió y se bajó de sus piernas. —Has sido lo suficientemente fuerte
como para empezar esto, y serás lo suficientemente fuerte como para
terminarlo.
—No lo entiendes, Mina. Tantas mentiras, —dijo estremeciéndose.
Ella tiró del cobertor para taparlo pensando que por fin estaba tranquilo.
—Nay, —gritó, y rápidamente se apoderó de sus brazos mirando por encima
de su cabeza hacia Hugh. —Sacadla de aquí. Necesita estar a salvo. ¡Morirá si se
queda!
—Va a estar a salvo, —dijo la profunda voz de Hugh detrás de ella.
—No lo entiendes, —dijo Bernard, la frustración evidente en las líneas de
expresión de su joven rostro. —Ninguno de vosotros lo entiende. No puede
quedarse aquí más tiempo.
Antes de que ella pudiera decir nada, Bernard cayó de espaldas sobre la
cama aparentemente dormido. Mina se levantó con las piernas temblorosas y se

~ 64 ~
volvió hacia Hugh. —No sé lo que quiere decir. Este es el lugar donde nací y
crecí. No puedo irme.
—Quizás lo único que quiere es verte segura y lejos de la criatura, —dijo
Darrick.
Miró a su hermano, tan joven y vulnerable, sobre la cama. No pasaría mucho
antes de que tomara esposa. ¿Dónde estaría ella entonces? Su nueva esposa no
le permitiría quedarse, y ella no era tan ingenua como para creer que alguna vez
encontraría un marido. Pero el convento no estaba hecho para ella.
Con su futuro ensombrecido por preguntas sin respuesta, tomó de la mano a
Bernard y volvió a sentarse junto a su cama. No le abandonaría esta noche. Ni
siquiera la criatura que continuaba dando vueltas sobre el castillo la podría
mover de la cámara.

~ 65 ~
Capítulo 7

Hugh observó a Mina despertar lentamente. No se había movido del lado de


Bernard en toda la noche. Se había quedado para ayudar a conseguir que el
agua sanadora bajara por su garganta, y tranquilizarlo en las largas horas de la
noche.
Pero le había pasado factura. Los círculos oscuros estropeaban su hermoso
rostro, haciendo sus ojos verdeazulados más grandes de lo habitual. Hugh se
movió con pasos silenciosos hasta su lado mientras ella se afanaba en
descontracturar los músculos acalambrados de su cuello.
Tanto él como sus hombres habían llegado a la conclusión de que había algo
más en los desvaríos de Bernard de lo que había dado a entender, y se
disponían a averiguarlo tan pronto como Mina se fuera a su propia cámara.
—Vamos, —dijo tomándola del brazo.
Mina trató de apartarse de él. —No voy a dejar a mi hermano.
Hugh abrió la boca para hablar, pero la voz de Bernard llegó baja y ronca
desde la cama. —Voy a estar bien, Mina. No podría haberlo hecho sin ti, pero
necesitas descansar. Hay una criatura que matar, —terminó antes de que su
cabeza rodara hacia un costado.
Se quedó allí, mirando a su hermano, antes de volver su mirada hacia Hugh.
—Supongo que ya no me necesita.
—Siempre te necesitará, —susurró Hugh. —Te acompañaré a tu alcoba.
El sol acababa de romper sobre el horizonte a medida que iban andando por
el pasillo desierto. Los sonidos de la gente despertando en el salón de abajo
llegó hasta ellos.
Llegaron a su cámara y él la siguió al interior, donde Mina inmediatamente
se dirigió hacia el lecho y se tumbó. Estaba dormida antes de que él diera dos
pasos hacia ella. Después de sacarle los zapatos, la cubrió con una manta y se
apresuró a salir rápidamente de la alcoba, antes de que se metiera en la cama
con ella y enterrara su vara en lo más profundo de su apretada vaina.

~ 66 ~
Alargó sus zancadas y se apresuró a volver con Bernard. Al entrar, encontró
a Gabriel y Darrick ayudando al barón a sentarse en la cama.
— ¿Cómo te sientes?, —preguntó Hugh mientras caminaba hacia Bernard.
El barón se rió secamente. —Como si me hubiesen arrastrado detrás de un
carro conducido por seis caballos salvajes.
Hugh se rió entre dientes y se sentó a horcajadas sobre la silla, apoyando su
barbilla en el respaldo. —Ya pasaste la peor parte, gracias a tu hermana.
—He visto su labio. —Dijo Bernard bajando la mirada a sus manos. — ¿Se lo
hice yo?
—Por accidente.
Bernard suspiró ruidosamente y levantó los ojos hacia Hugh. —En cuanto a
lo que dije anoche. Debes alejarla del castillo. Ahora. Antes de que sea
demasiado tarde.
— ¿Por qué?, —preguntó Gabriel.
Bernard vaciló por un momento y volvió a bajar la vista hacia sus manos. —
Estará más segura lejos de aquí.
—Todos, —dijo Hugh. —Pero esa criatura pasará a otro pueblo si no la
destruimos. Tú y Mina ya habéis empezado a arreglar vuestra relación. Todo
saldrá bien.
—No lo entiendes, —dijo Bernard golpeando la mano contra su muslo.
Hugh decidió que ya era hora de dejar de jugar. —Entonces dime. Hay
alguien en el castillo que da rienda suelta a esa criatura, y yo apostaría a que es
la misma persona que ha estado drogando tu cerveza. ¿Sabes quién es?
Pasaron unos tensos minutos.
—Nay, —terminó negando Bernard con un movimiento de cabeza. —Ojalá
lo supiera. Deseo desesperadamente saberlo. Es mucho lo que ha ido mal.
A Hugh no le gustó nada de esto, ni un poquito. Una cosa era luchar contra
un mal conocido, y otra luchar a ciegas. Sus tripas sabían que Bernard mentía,
pero no sería capaz de sacarle la verdad a menos que el barón quisiera
admitirla. Fue el tono de Bernard cuando habló de alejar a Mina del castillo lo
que intrigó a Hugh. ¿Por qué Mina y no Theresa?
Las preguntas se estaban amontonando, y eso hacía poco para calmarle.
—Darrick, mantén un ojo en Mina, —dijo Hugh mientras estudiaba a
Bernard. —No dejes que te vea, pero asegúrate de que permanece a salvo.
— ¿Qué estás pensando?, —preguntó Bernard.

~ 67 ~
—Sólo quiero estar seguro de que nadie más de tu familia salga dañado.
Cole, tu vigilarás a Theresa.
—No te molestes, —dijo Bernard. —Esa mujer podría desollar por si misma
a la criatura si pusiera su mente en ello.
Hugh miró a Cole y a Darrick intencionadamente, esperando que
abandonaran la cámara. A continuación, se volvió hacia Gabriel y Bernard. —
No debemos bajar la guardia si queremos mantenernos todos a salvo. Si algo
parece fuera de lo normal, nos lo dices inmediatamente, Bernard.
El barón resopló. —Eso va a ser difícil, puesto que realmente ya no sé lo que
es normal.
Tenía razón. Hugh se rascó la barbilla mientras sopesaba sobre sus opciones.
—Creo que sería mejor si todo el mundo siguiera pensando que eres un
borracho. No cambies tu actitud hacia nada, sobre todo con Mina.
—Puedo hacer eso. ¿Pero qué hay de Mina?
—Se lo diremos. No queremos tampoco que actúe de manera diferente, —
dijo.
—No sé, —dudó Bernard. —No estoy seguro de que pueda hacerlo.
—La ayudaremos.
Gabriel se frotó las manos y sonrió. —Veo formarse un plan.
Hugh sonrió a su amigo. —Si todo va bien, no sólo mataremos a esa criatura,
también liberaremos a este castillo y a la aldea de la maldad que los atenaza.
—Entonces, por Dios, espero que tu plan funcione, —dijo Bernard.

Mina abrió los ojos y gimió. Le dolía todo el cuerpo. La culpa era de la
posición que había mantenido la mayor parte de la noche, pero valió la pena
poder ayudar a Bernard durante esa terrible adicción.
Con una sonrisa en su cara por primera vez en meses, se levantó de la cama.
Un baño podría ser la única cosa que la aliviara de estos dolores, pensó. Abrió la
puerta de su cámara y se dirigió hacia la sala de baño.

~ 68 ~
Su paso era ligero, como si se hubiera sacado un gran peso de sus hombros.
Tenía a su hermano, y la trataba como a una hermana por primera vez desde
que podía recordar. Las cosas estaban mejorando, sobre todo con la llegada de
Hugh y sus hombres. Sólo pensar en Hugh trajo una descarga de deseo a su
cuerpo, y una extraña sensación entre sus piernas.
Entró en la cámara de baño y se detuvo de golpe. Frente a ella, sentado en el
interior de la gran tina de madera, estaba Hugh; los ojos cerrados, los brazos
extendidos a ambos lados, y su cabeza descansando contra la tina.
Si fuera una verdadera dama daría media vuelta y se iría, pero sus piernas
no la obedecían. Sus ojos se deleitaron con la amplitud de sus pectorales
salpicados de gotas de agua, que relucían bajo la luz del sol que entraba por el
tragaluz que tenía encima.
El pelo oscuro cubría su torso, y no se podía negar que los abultados
músculos de sus brazos, los hombros y el pecho, eran toda una provocación. El
cabello se adhería a su cabeza y el agua caía formando ondas bajo los duros
planos de su cara, como si acabara de emerger a la superficie.
La respiración se le hizo difícil cuando dejó vagar su mirada por todo su
esplendor. En el exterior de la muralla había visto a muchos hombres trabajando
sin sus túnicas, pero nada comparado con el guerrero que tenía ante ella en este
momento. Aquellos tendones en sus brazos y pecho procedían de años de
empuñar una espada.
Y si sus brazos se veían así de bien, ¿cómo sería el aspecto del resto de su
cuerpo?
Su cara se puso roja como una grana con esos pensamientos, pero la simple
verdad era que haría casi cualquier cosa por saberlo. Se mordió los labios y dejó
que sus ojos vagaran más abajo, lamentando no poder ver a través del agua.
El agua se onduló con el movimiento, y su mirada se sacudió hacia su cara
para encontrarlo con los ojos abiertos.
Observándola.
El corazón de Mina empezó a martillear salvajemente dentro de su pecho,
pero fue el calor de su mirada marrón oscura lo que la inmovilizó. Sus labios se
separaron, y su aliento salió disparado de sus pulmones cuando él fue a
levantarse.
Nunca hubo un hombre que caminara por este reino, o por otro, cuya
magnificencia pudiera compararse al que estaba ante ella. Exudaba poder como
si se tratara de una segunda piel. Apuró su visión hasta saciarse, siguiendo el
hilo de agua que corría por su cincelado abdomen para seguir el sendero de

~ 69 ~
pelo oscuro que desaparecía en el agua justo debajo de su cintura mientras se
incorporaba.
Un pequeño gemido escapó de sus labios cuando él dio un paso hacia ella y
alcanzó a coger un vistazo de su hombría al moverse el agua. Cuando sus
manos se agarraron a los lados de la tina de madera, supo que estaba a punto de
salir del agua e ir a por ella. Sus miradas se entrelazaron, como si le estuviera
dando un tiempo para huir. Pero ella no iba a salir corriendo.
Quería esto.
Lo quería a él.
—Ahí estás, —dijo Darrick al llegar a la vuelta de la esquina.
Mina no se giró, sus ojos estaban clavados en el guerrero oscuro que tenía
ante ella.
—Ah, lo siento, —dijo Darrick a toda prisa.
Ella escuchó sus pasos saliendo precipitadamente de la sala, y cerró los ojos
lamentando que hubieran sido interrumpidos. ¿Qué habría hecho Hugh una
vez que hubiera salido de la tina?
—Perdóname, —dijo y salió corriendo de la sala de baño antes de
avergonzarse más.
Hugh se agarró de la tina dolorosamente mientras veía como Mina salía de
estampida. Había estado pensando en su cremosa piel y en sus gruesos labios
cuando abrió los ojos y se la encontró parada en la puerta. No tenía idea de
cuánto tiempo había estado allí; no había llamado.
Su sangre había engrosado su polla mientras observaba su mirada vagar
sobre él, pero no fue hasta que vio llamear el deseo en sus ojos, que se olvidó de
dónde estaba, lo que él era, y que ella era una dama. Todo lo que importaba era
tenerla entre sus brazos mientras amoldaba su cuerpo contra el suyo.
Había estado a punto de salir del agua para hacer precisamente eso, cuando
Darrick entró en la cámara. A pesar de que en estos momentos quería machacar
la cara de Darrick, probablemente Hugh iba a tener con él una deuda de
agradecimiento por salvarle.
—Aimery, cerdo inmundo comedor de basura. Si me has tendido una
trampa tendré mi venganza, —murmuró Hugh a la cámara vacía. Era típico de
los Fae entrometerse en tales asuntos, como si creyeran que le ayudaría en algo.
Pero lo que Aimery no sabía, es que tener a Mina sólo haría que fuera mucho
peor. Ella era como el cielo, justo fuera de su alcance.
Hugh inspiró profundamente, salió de la bañera, y empezó a secarse. Tenía
que matar a la criatura y dejar este lugar antes de que fuera demasiado tarde.
~ 70 ~
Aunque, de todos modos, podría ser ya demasiado tarde para él.

Mina cerró la puerta de su alcoba y se apoyó contra ella; su respiración era


entrecortada y dificultosa. Incluso sin cerrar los ojos podía imaginar a Hugh a la
perfección.
Su cuerpo se estremecía con una necesidad surgida de su interior por culpa
de la intensa mirada de esos ojos castaños. Sus pechos se habían vuelto pesados
preguntándose si iba a tocarla. Era una tentación con la que nunca se había
encontrado antes, y el anhelo de tenerlo podía más que todo lo que pasaba a su
alrededor.
Ya ni siquiera se preocupaba por la criatura. Sólo quería... a Hugh. Ni
siquiera el matrimonio era una necesidad. Todo lo que quería era sentir sus
fuertes brazos envueltos a su alrededor en un apretado abrazo, haciéndola
olvidar el mundo y el mal que la rodeaba.
Pero eso era algo que no estaba destinado a ser. Si alguien tenía que tener
algo, sería Theresa. Todo el mundo quería a Theresa. Por primera vez en años,
odió a su hermana. Se apartó de la puerta y caminó hasta el espejo que rara vez
contemplaba, pero no pudo ni mirarse. Nada había cambiado desde la última
vez que se atrevió a echar una ojeada, y nunca lo haría.
Seguía siendo tan fea como siempre.
Olvidado el espejo, se dio la vuelta y se despojó del vestido. Necesitaba
asearse y había agua en la palangana de su alcoba. Una vez que se hubo
cambiado por uno de sus vestidos de diario, trenzó su pelo y se dirigió hacia la
gran sala.
Para su sorpresa, Bernard estaba empezando a desayunar con Cole y
Gabriel. Pero, ¿dónde estaba Hugh?
—Mina.
El profundo sonido de su nombre en los labios de Hugh trajo un escalofrío a su
piel. Poco a poco se volvió, encontrando a Hugh de pie detrás de ella.
—Necesito hablar contigo, —dijo en voz baja mientras echaba un vistazo a su
alrededor.

~ 71 ~
Ella asintió y se lo llevó lejos de la entrada por el pasillo. — ¿Qué ocurre?, —
preguntó, rogando que no se tratara de lo de verlo en el baño.
—Tengo que pedirte que hagas algo. Necesitamos actuar como si nada
hubiera cambiado entre vosotros dos.
Ella sabía que no se lo pediría si no fuera importante, y a pesar de que
odiaba mentir, lo haría si ello significaba que atraparían a quienquiera que
hubiera liberado a la criatura. —Perfecto. ¿Puedo preguntar por qué?
—Porque tengo el presentimiento de que quien estaba drogando a Bernard
también dejó suelta a la criatura. Y si esa persona piensa que nada ha cambiado,
hay una posibilidad de que podamos atraparlos.
Estaba impresionada. —Es un buen plan.
—También quería que supieras que Bernard va a fingir estar borracho. En
realidad, no beberá ale, pero todos los demás pensarán que lo es.
— ¿Y de verdad crees que esta persona está en el castillo?
—Tiene que estarlo para poder drogarle la cerveza.
Ella lo pensó por un momento. —Si se trata de uno de los siervos, tendrían
que ser varios, porque todos ellos le traen su ale.
—Encontraremos a quién sea, —prometió.
Y ella le creyó. Era el tipo de hombre cuya palabra era sagrada.
La escoltó hasta la sala y la colocó en el estrado. Bernard ni siquiera la miró,
y ella se aseguró de no mirarle tampoco. Su vida estaba en juego, y soportaría
los días que fueran, semanas, meses, o años…, lo que hiciera falta para
averiguar quién le haría una cosa así a su hermano.
Comió en silencio tratando de ignorar a Hugh que estaba sentado a su lado, y
cuando levantó la vista se encontró a Theresa caminando hacia ella. Gimió
interiormente, esperando contra toda esperanza que su hermana la dejara en
paz esta mañana.
Pero había hombres en el castillo, y eso significaba que eran de Theresa.
—Estás en mi asiento, — dijo Theresa deteniéndose frente a ella.
Por un momento, Mina deseó decirle que había muchos otros asientos para
elegir, pero decidió no montar una escena. Hugh le había pedido que actuara
como lo haría normalmente.
Agarró su plato y su copa y se trasladó a otra mesa, de espaldas a ellos.
Puede que tuviera que escuchar a Hugh y Theresa, pero por Dios, que no tenía
por qué mirarlos sonriendo y riendo. Pero la comida ya no le supo tan bien, y su
buen humor desapareció al oír la risa de Hugh.

~ 72 ~
— ¿Te importa si me siento aquí?
Mina levantó la vista y vio a Darrick. — ¿Deseas sentarte conmigo?
—A menos que haya un fantasma a tu lado, aye, —dijo con una sonrisa
brillante.
—Por favor, —contestó y señaló la silla.
Theresa se rió de nuevo. Mina cerró los ojos y deseó poder cerrar también
sus oídos.
—Se trata de una estratagema, —dijo Darrick antes de tomar un bocado de
gachas de avena.
— ¿Disculpa? —Tal vez no le había oído bien.
—Hugh y tu hermana. Lo hace porque es lo que ella espera.
—No me importa lo que él haga, —mintió. Y miró a Darrick para ver si se
había tragado la mentira. Su guiño le dijo a las claras que no.
—Ella no es su tipo de mujer.
Por mucho que odiara admitirlo, quería saber más acerca de Hugh. —¿Los
hombres tienen un tipo determinado?
—Por supuesto que lo tenemos. — dijo Darrick con una amplia sonrisa
levantando las cejas.
— ¿Y cuál es tu tipo? —Tuvo que preguntar. Su broma trajo una sonrisa a sus
labios.
—Cualquier mujer que me acepte.
Mina se rió entre dientes.
—Es la verdad, —dijo. —No soy tan hermoso como Roderick, no domino
una habitación llena de gente como Hugh, y no hago desmayar a las damas
como hace Cole. Aunque con Gabriel las damas también se desmayan, pero
porque las asusta.
Esta vez Mina se echó a reír de veras. —Para, —rogó. —Estás haciendo que
me duelan los carrillos.
Cuando dejó de reír y levantó la vista, se lo encontró mirándola de un modo
extraño. — ¿Cuándo fue la última vez que te reíste?
Lo pensó por un momento. —No estoy segura. ¿Por qué?
—Mira alrededor de la sala.
Lo hizo y se encontró a todo el mundo mirándola. — ¿Por qué están todos
mirándome?

~ 73 ~
—Porque cuando te ríes, eclipsas el sol.
Sonrió abiertamente, pensando que le tomaba el pelo de nuevo, pero cuando
su mirada regresó a él, descubrió que hablaba completamente en serio. —
Gracias, —susurró sin saber qué decir.
De repente, Darrick se levantó y le tendió la mano. —Nos están esperando.
— ¿Quién?, —preguntó mientras tomaba su mano, pero encontró su
respuesta cuando él la condujo hacia el solar.
Vio a Hugh, Gabriel, Cole y Bernard mientras caminaba con Darrick hacia
ellos. Y fiel a lo que Hugh le había advertido, Bernard parecía y actuaba como si
hubiera estado bebiendo toda la noche. Balanceándose parado al lado de Hugh
y distorsionando sus palabras mientras hablaba con Gabriel.
— ¿Por qué tiene que estar ella aquí? —bramó Bernard arrastrando sus
palabras de modo que el castillo entero pudiera oírlo.
A pesar de haber sido advertida del comportamiento de su hermano, todavía
dolía. Más de lo que le gustaría admitir. Vaciló ante sus palabras, pero se
apresuró a pasar por delante de él cuando su mirada cayó sobre un asiento
junto a la ventana.
Apenas había tomado asiento y la puerta se hubo cerrado detrás de los
hombres, Bernard corrió hacia ella, cayó de rodillas, y tomó sus manos. —Mina,
sabes que no lo dije en serio, ¿verdad?, —preguntó, deslizando la mano por su
mejilla. —Hugh dijo que hablaría contigo.
Ella sonrió y tocó la mano de Bernard. Estaba sobrio. El alivio le sacó un
gran peso de encima. —Aye, Hugh habló conmigo. Y he actuado como siempre
lo hago.
La cabeza de Bernard descansó sobre sus rodillas. —Nunca seré capaz de
agradecerte lo suficiente por lo que hiciste anoche.
—No hay necesidad. Hice lo que cualquier hermana haría.
Bernard resopló y se puso en pie. — ¿De veras? ¿Y dónde estaba nuestra
querida hermana? Seguro que Theresa estaba en su alcoba con cualquier
caballero que hubiese podido atraer a su cama.
Mina esperó hasta que Bernard tomó asiento junto a ella, antes de permitir
que sus ojos vagaran en busca de la única persona en el solar que podía hacerla
temblar.
Hugh apretó la mandíbula mientras la mirada de Mina se volvía hacia él.
Con disimulo, la había estado mirando toda la mañana mientras comía con
Darrick y se reía de sus bromas. Cuando su risa acalló toda la sala, había visto el

~ 74 ~
por qué. Era hermosa, y cuando se reía, una luz en su interior brillaba incluso
más.
Podía entender porque Theresa se enfureció y abandonó la sala. No se podía
comparar con la belleza de Mina, y a pesar de lo que Mina pensaba, todos los
demás sabían que era ella deslumbrante.
Ahora, mientras Mina estaba sentada mirándolo tan inocentemente, en lo
único en que podía pensar era en llevársela a su cámara y arrancarle el vestido
para poder sentir su deliciosa y suave piel junto a la suya, y ver su cabeza
echada hacia atrás mientras su cuerpo convulsionaba entorno a él.
¿Por qué precisamente ahora? ¿No había sufrido ya bastante? ¿No podía
hacer su misión sin necesidad de tenerla cerca, y encima, fuera de su alcance?
¿Estaba siendo castigado por algo que hizo antes de que los Fae acudieran a él?
Se sacudió esos pensamientos de encima e inspiró profundo antes de
comenzar a hablar. —Anoche no estábamos preparados. Y no podemos dejar
que se repita. Debemos estar preparados para luchar contra la criatura antes de
que el sol empiece su descenso.
—Me aseguraré de que todo el mundo esté en el interior del castillo, —dijo
Bernard. —Es extraño que la criatura no intentara abrirse paso rompiendo las
puertas de madera de la entrada.
—Sí que es extraño, —dijo Hugh. —Es lo suficientemente fuerte como para
lograr derrumbar el castillo a nuestro alrededor. Tiene que haber una razón
para que se alejara.
—No importa, siempre y cuando todo el mundo esté a salvo dentro, —
declaró Bernard.
—Realmente importa, —dijo Gabriel, —si no viene a por el castillo es porque
el que lo controla está dentro.
Hugh apoyó el pie en una silla y se inclinó sobre la rodilla doblada. —Cierto,
Gabriel. Y si ese es el caso, entonces hay que atraerla.
— ¿Atraerla? —Repitió Bernard. — ¿Cómo?
—Cebo, —dijo Darrick y se frotó las manos. — ¿Puedo obtener los honores,
Hugh?
Hugh se echó a reír. —Esta vez no. Es mi turno.

~ 75 ~
Capítulo 8

— ¡Nay!
La mirada de Hugh sacudió a Mina. Ella se había levantado de golpe y con
los ojos abiertos de par en par.
— ¿Qué?
—Tú... tú… te necesitamos para matar a la criatura. Y necesitáis a alguien que
pueda moverse lo suficientemente rápido para mantenerse fuera de sus garras.
Hugh sabía lo que Mina iba a decir antes de que lo dijera.
—Me necesitáis.
—Nay, —dijeron Bernard y Darrick al unísono.
Gabriel fue más allá. —No tienes adiestramiento.
Hugh se la quedó mirando, odiaba pensar que quizás podría ser adecuada.
Había visto su agilidad. Podía no tener adiestramiento, pero era rápida y más
liviana que él o que cualquiera de sus hombres. —No quiero ponerte en peligro.
De hecho, esta noche querría que te quedaras en el castillo.
—Pues no vas a ser capaz de mantenerme dentro a menos que me encierres
en el calabozo y tires la llave.
—No, —dijo Bernard mientras caminaba hacia él. —Hugh, no. Si es necesario
permítele tener un arma, pero no puedo permitir que esté indefensa mientras
esa criatura la persigue.
Hugh desplazó la mirada de Mina a Bernard al tiempo que Mina se acercaba
a ellos.
—Me he enfrentado a ella dos veces, — le dijo Mina a su hermano. —Tuvo la
oportunidad de matarme anoche, pero no lo hizo. Me dijo que iba a ser la
última.
— ¡¿Qué?!, —soltó Hugh mientras la agarraba de los hombros y la giraba
hacia él. — ¿Te habló? ¿Eso es todo lo que dijo?
Ella asintió.

~ 76 ~
—¡Por todos los dioses!, —dijo Gabriel pasándose una mano por el pelo
castaño rojizo.
—Aimery, —grito Hugh. Necesitaba respuestas e iba a asegurarse de que las
obtenía. Ya. — ¡Aimery!
— ¿Me llamaste?
Hugh se dio la vuelta para encontrar al comandante Fae de pie junto a
Gabriel.
— ¿Lo sabías?, —exigió Hugh. — ¿Me lo ocultaste intencionadamente?
—Nay.
Hugh esperó. —¿Sólo nay? ¿Sin ninguna explicación?
— ¿Quién es este y de dónde ha salido?, —preguntó Bernard, con el
desconcierto pintado en su cara. —Estoy empezando a creer que veo cosas,
porque desde luego ese hombre acaba de aparecer de repente.
—Es un Fae, —respondió Hugh.
Bernard se echó a reír. —Los Fae no existen.
— ¿En serio?, —preguntó Aimery. — ¿Y quién crees que solía gobernar este
mundo? ¿Quién crees que lo mantiene en equilibrio con los otros reinos?
La cara del barón se volvió cenicienta mientras corría a sentarse. Hugh se
dirigió a Aimery. —Basta ya de juegos. Necesito saber con quién estamos
tratando.
—Me enteré de que la criatura habla en el mismo momento en que lo hiciste
tú; ni un instante antes.
Hugh suspiró y cerró los ojos. —¿Solos frente a algo como esto? Dime que
no envié a Val y a Roderick a la muerte.
—Val y Roderick van a estar bien. Preocúpate por esta criatura, —advirtió el
Fae.
Y antes de que Hugh pudiera decir otra palabra, Aimery había desaparecido.
—¡Maldita sea! —Soltó, paseándose arriba y abajo del solar. —Mina, serás el
cebo, pero sólo porque voy corto de dos hombres y necesito cada arma que
pueda conseguir. Bernard, ¿eres bueno con un arco y flechas?
El Barón asintió lentamente, con los ojos todavía clavados en el lugar donde
había estado Aimery.
—Entonces, tú y Gabriel estaréis en las almenas. Cole y Darrick a ambos
lados de la muralla con espadas y ballestas.
— Y tú, ¿dónde estarás?, —preguntó Mina.

~ 77 ~
Él se volvió hacia ella. —Cerca de ti.
—Podríamos usar algunas lanzas y hachas de combate, —dijo Cole.
—En la armería tenéis todo lo que necesitéis, —dijo Bernard y se puso en pie.
Hugh apartó su mirada de Mina. —Voy a armar a todos los caballeros y
hombres que pueda. Los colocaremos en las murallas, en las torres, y en las
almenas.
—No es que haya muchos caballeros ya, —dijo Bernard. —La mayor parte se
fueron hace un mes. Podríamos tener unos seis, que son más o menos los que se
quedaron.
Gabriel sacudió la cabeza. — ¿Podríamos?
—Últimamente no es que me haya fijado mucho, —dijo Bernard en defensa
propia.
Hugh esperó mientras los demás salían detrás de Bernard hacia la sala de
armas. Cuando él y Mina se quedaron solos, él apretó las manos en un puño y
le dijo: —Te pido perdón si te asusté esta mañana en la sala de baño.
Mina se mordió el labio y retorciéndose las manos desvió la mirada. —Soy yo
quien debería pedir perdón, —le interrumpió rápidamente. —No debería
haberme quedado.
Trabaron sus miradas el uno en el otro mientras crecía el silencio en el
pequeño solar. Había tanto que Hugh quería decirle, pero no podía encontrar
las palabras. Y era mejor así. Necesitaba mantenerse apartado.
Ella pasó junto a él, y Hugh quiso extender la mano y tocar su cabello rubio
rojizo. Se obligó a no moverse, ni siquiera a respirar. Pero su hambre creció de
todos modos. Tendría que ser cuidadoso y mantenerse alejado de Mina, porque
lo atraía como la llamada de una sirena.

Mina dejó el solar con las piernas temblorosas. Algo andaba mal con ella
para hacerla actuar de una forma tan rara alrededor de Hugh. Debía de pensar
que era una atontada.

~ 78 ~
Se paseó a través del hall y sonrió a algunos de los arrendatarios. Pero fueron
los otros, los que la habían ignorado como Theresa y Bernard, quienes le
ofrecieron una sonrisa.
Al principio, sus sonrisas fueron un poco titubeantes, pero para cuando llegó
a la sala de armas sabía que su sonrisa se extendía por toda su cara. Corrió hasta
Bernard y le dijo: —Los aldeanos y los siervos me han sonreído.
Su hermano sonrió afectuosamente. —Siempre te sonríen, Mina, solo que tú
nunca levantas la vista para verlo. Theresa y yo te hicimos eso, —le dijo, su
frente arrugada por la angustia.
—Nay, —dijo. —No más malos pensamientos. Estás de vuelta como debe ser
un hermano, y con Hugh y Los Shields aquí, la criatura será destruida. El
destino nos ha sonreído.
Él sonrió y tocó su mejilla. —Puede que tengas razón.
—La tengo. El Fae no habría enviado a Los Shields si no pudieran matar a la
criatura.
—Ella tiene mucha fe en ti, —dijo Bernard mirando por encima de su
hombro.
Despacio, se dio la vuelta para encontrar a Hugh que la observaba. —Porque
es un hombre de palabra, —dijo. —Hará lo que ha prometido, y nosotros, a su
vez, haremos todo lo posible para ayudarle.
Con el estómago lleno de mariposas, volvió a darse la vuelta y actuó como si
estuviera examinando las armas, cuando en verdad trataba de escuchar a Hugh.
Pero en vista de que no comentaba nada sobre su afirmación, y después de unos
momentos, se dio cuenta de que tenía mejores cosas que hacer.
A pesar de ser consciente de que no había ni un arma que supiera cómo usar,
el poder tener una la hacía sentirse más segura. Había perdido la daga que
había usado contra la criatura, y la afligía su pérdida. Encajaba muy bien en su
mano, como si hubiera sido hecha para una mujer o un muchacho.
—Creo que es posible que quieras esto de nuevo, —dijo Hugh mientras le
entregaba la daga.
Mina se quedó con la boca abierta y cogió el arma. —Pensé que la había
perdido.
—John la encontró y me la trajo esta mañana.
Ella sonrió y acunó la daga entre sus manos. —Gracias.
—Fue hecha para que la usara una mujer. Mantenla siempre contigo.

~ 79 ~
Con un asentimiento de cabeza la ató contra su pierna escondiéndola entre
los pliegues de su falda y salió corriendo de la armería. Para cuando llegó a su
alcoba, sabía que iba a llegar la aventura que tanto ansiaba. Y comenzaría esta
noche.
La vida estaba empezando a cambiar. Al menos eso creía hasta que vio la
pequeña piedra azul depositada en medio de su cama.
Miró alrededor de la cámara para ver si había alguien. Su entusiasmo se
esfumó como la niebla de la mañana para ser sustituido por el mordisco del
miedo y la aprensión. Arrastrando los pies, se acercó a la cama y se quedó
mirando la extraordinaria roca.
Era exactamente igual que las otras que se encontraban en las ruinas del
Druida, sólo que más pequeña, no mayor que el tamaño de la palma de un niño.
Sabía sin necesidad de tocarla que estaría caliente y tan suave como su espejo.
Había desaparecido de su alcoba la noche que la trajo a casa desde las ruinas; de
esto hacía más de un mes, cuando la había dejado encima de su cama al ir a
cambiarse para la cena.
Y ahora había vuelto. Misteriosamente.
Retrocedió de espaldas y buscó a tientas el pestillo de la puerta. Una vez que
pudo abrir, continuó reculando hasta salir de la alcoba y cerrar la puerta. Apoyó
la cabeza contra la madera y suspiró. Sólo había una cosa que hacer. Decírselo a
Hugh. Pero, ¿la creería?
Era un riesgo que tenía que correr.
Se apartó de la puerta y corrió hacia la sala de armas, pero los hombres ya no
estaban allí. Cuando volvió sobre sus pasos y estaba a punto de entrar en la sala,
se encontró a Theresa bloqueándole la entrada.
— ¿De dónde vienes?, —le preguntó en voz baja.
Mina no se dejó engañar. Theresa podía estar actuando como si realmente no
quisiera saberlo, cuando en realidad, si se le diera la oportunidad sería capaz de
arrancar el pelo de la cabeza de Mina con tal de averiguarlo.
Por lo que decidió que la sinceridad sería lo mejor. —Estoy buscando a
Hugh.
Theresa levantó la mano y se examinó sus uñas. —Sabes que sólo te presta
atención porque le das pena.
—Ya lo sé. —Y la verdad de ello era un aguijón más profundo que cualquier
comentario cruel que Theresa le hubiera lanzado en años.
—Me ha pedido que no le avergüences de nuevo. Es demasiado noble para
decírtelo él mismo, así que me ha enviado a mí.

~ 80 ~
Mina luchó por evitar que Theresa viera lo lastimada que estaba. Así que, lo
había mortificado cuando se había metido en su baño. ¿Por qué no se lo había
dicho directamente?
Porque eres una boba estúpida, y no quiere lastimarte.
—Gracias por hacérmelo saber, —dijo Mina y trató de pasar junto a Theresa,
pero su hermana no se movió.
—Te lo estoy advirtiendo. Hugh es mío.
Mina encontró la mirada de Theresa. —No lo necesito, ni falta que me hace.
Theresa se echó a reír mientras disparaba llamas de odio por los ojos. —He
visto la forma en que lo miras. A la mínima oportunidad estás por tirarte sobre
él.
¿Tan obvio había sido? La vergüenza fue como un jarro de agua fría. Hugh
no había estado a punto de salir de la tina para besarla; había estado intentando
alcanzar la toalla para cubrirse. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida?
Parpadeó rápidamente para luchar contra las lágrimas que amenazaban con
derramarse por sus mejillas.
—Ah, ya veo que tenía razón, —dijo su hermana con una sonrisa. —Eres
transparente y es fácil leerte. Tal vez si no fueras tan evidente podrías encontrar
un hombre interesado en ti. Les gusta dejarse llevar… tu sabes.
—Nay, no tengo ni idea. Muévete para que pueda pasar, —exigió desafiante.
Por un breve instante, vio los ojos de Theresa llamear por la sorpresa.
—Te dejaré pasar cuando haya terminado contigo.
—Entonces termina.
Theresa se rió y dio un paso para acercarse incluso más. —Recuerda, Mina.
Si lo quiero, puedo tener a cualquier hombre. Me llevé a tu prometido, ¿no? A
mí me aman y a ti te compadecen. No trates de intentar parecer mejor de lo que
eres. Todos saben cuál es tu lugar.
Con eso Theresa giró sobre sus talones y se alejó. Mina se desplomó contra la
pared. Las palabras de su hermana le habían hecho un corte profundo. ¿Cuándo
aprendería?
Se olvidó de buscar a Hugh para hablarle de la piedra. Todo lo que quería
era un poco de tiempo a solas para dejar que las lágrimas cayesen sin que nadie
las viera.
Después, salió sigilosamente del castillo sin ser vista y se acercó a la puerta
trasera de la muralla. Deslizó el pestillo para abrirla, y miró a su alrededor para
asegurarse de que nadie la había visto antes de escabullirse.

~ 81 ~
~ 82 ~
Capítulo 9

Hugh miró por toda la muralla en busca de Mina mientras se preparaban


para la trampa, pero no la había visto desde que salió de la armería esa mañana.
Tampoco había ido al gran salón para el almuerzo, aunque Bernard le dijo que
no era inusual. Pero cuando Darrick la perdió de vista, Hugh no pudo hacer
desaparecer el nudo de aprensión en la boca de su estómago.
— ¿Cómo pudiste perderla?, —preguntó.
Darrick se encogió de hombros. —No lo sé. La vi hablando con Theresa, y al
momento siguiente se había ido.
— ¿Dónde fue la charla con Theresa?
—Mina venía de la sala de armas, como si nos estuviera buscando.
— ¿Miraste en el arsenal?
Darrick levantó una ceja irritado. —Por supuesto. No estaba allí. He
comprobado en todas partes.
— ¿Incluso en sus aposentos?
—Llamé, pero no respondió.
Hugh se relajó. —Está ahí, simplemente no quería ver a nadie.
Llamó a Gabriel y le dijo donde se dirigían él y Darrick. Hugh subió los
escalones de tres en tres, y no se detuvo hasta que llegó a su alcoba. Golpeó a la
puerta, y tal como esperaba, no hubo respuesta.
— ¡Mina!, —gritó alcanzando el pestillo. —Soy Hugh.
Abrió la puerta y encontró la cámara vacía excepto por la piedra de azurita
en su cama.
— ¡Por todos los santos!, —soltó Darrick.
Hugh no quería creer lo que significaba aquella piedra, pero era difícil no
hacerlo. Era como si hubiera sido atacado por la espalda. De nuevo.

~ 83 ~
No quería creer que Mina tuviera algo que ver con la piedra y la criatura,
pero era difícil pensar en otra cosa, sobre todo con lo que había en mitad de su
cama.
—Ella nos mencionó que había cogido una piedra, —dijo Darrick mientras
caminaba hacia la cama y miraba la piedra.
—Y también dijo que se la habían robado, — señaló Hugh.
La evidencia era irrefutable, y por primera vez desde que había respondido a
la llamada de los Fae, odió lo que hacía. —Tenemos que encontrarla —dijo, y
salió de su alcoba.
Darrick le alcanzó con rapidez. —No la condenes hasta que no hayas
hablado con ella.
—En todo el tiempo que nos hemos dedicado a esto, ¿alguna vez te han
fallado tus instintos?
Darrick bajó los ojos. —Nunca, pero siempre hay una primera vez para todo.
—Entonces reza para que sea esta.
— ¡Hugh!
Se apartó de la escalera y vio a Gabriel que corría por el pasillo. — ¡Ven
rápido!, —gritó Gabriel.
Mina tendría que esperar.

Mina alzó su cara hacia el cálido sol. Las ruinas Druidas siempre la habían
calmado, y hoy no era diferente. Suspiró y pasó su mano por encima de las
antiguas y frías piedras.
—Desearía que los Druidas todavía estuvieran aquí, —susurró.
—Oh, pero lo están.
Se dio la vuelta y se encontró al Fae, Aimery, detrás de ella. Dolía mirarle de
tan bellamente perfecto y majestuoso como era. —No creo que me acostumbre a
que aparezcas de la nada, —dijo, enderezándose sobre la piedra.
Él sonrió, y sus extraordinarios ojos azules brillaron. —Lo harás.

~ 84 ~
— ¿Eso significa que andarás por aquí durante un tiempo?
Él se rió y se sentó junto a ella. —Todo lo que tienes que hacer es llamar, y yo
te contestaré.
—Voy a tener que recordarlo. —Su presencia había aligerado su estado de
ánimo. — ¿Hablabas en serio sobre los Druidas?
—Siempre hablo en serio en cuanto a los Druidas se refiere.
—¿Entonces por qué se fueron de aquí?
Aimery contempló las ruinas. —Fueron expulsados. Los seres humanos son
criaturas caprichosas y fácilmente influenciables para creer que hay un mal,
cuando en realidad, no hay ninguno.
—Y ciegos ante la maldad que tienen delante de las narices, —finalizó Mina.
—Exacto.
—Es reconfortante saber que los Druidas no fueron ahuyentados por
completo. Me hubiera gustado conocer a uno algún día.
Durante un momento permanecieron sentados en silencio, hasta que él
volvió la cabeza. — ¿Vas a decirme lo que te inquieta?
Ella trató de sonreír y apartó la mirada de unos ojos que sondeaban lo más
profundo del alma. —Seguro que tienes mejores cosas que hacer que
preocuparte por los asuntos de un simple humano.
—En realidad, los Fae y los humanos están relacionados de modos que no
pueden ser explicados. Os necesitamos tanto como vosotros nos necesitáis.
—Entonces, ¿por qué los seres humanos no creen que seáis reales?
—Lo deseamos así. Hace mucho tiempo, cuando nos paseábamos por este
reino, hubo personas que querían el poder, es decir, nuestro poder. No
comprendieron que no es algo que podamos dar.
—Y vuestra inmortalidad. ¿Eso también es cierto?
—Ah, —dijo y levantó ambas cejas. —Eso es algo que codiciaban más que
nuestro poder.
— ¿Y es algo que podáis dar? —No sabía lo que la había impulsado a hacerle
tal pregunta.
Inclinó la cabeza hacia un lado; su largo pelo rubio platino brillaba a la luz
del sol. — ¿Tú qué crees?
—Creo que, al igual que tu poder, es algo inconfundiblemente tuyo.
Él sonrió y le guiñó un ojo. —Se está haciendo tarde. Te has perdido el
almuerzo.

~ 85 ~
—No estoy lista para volver. —Se alejó de él, no quería que viera el caos y la
confusión en su interior.
—Theresa y Hugh seguirán estando en el castillo. Este pequeño respiro es
sólo eso. No puedes escapar de ellos para siempre.
Se cubrió el rostro con las manos. —Solo por una vez hubiera querido que
un hombre la rechazara. Sé que es horrible, y no debería desear algo tan
mezquino, pero es la verdad. —Bajó sus manos y lo miró por el rabillo del ojo.
Aimery tomó una inspiración profunda. —Una cosa que aprendí sobre los
seres humanos es que la mayoría son vengativos y rencorosos, pero esas
emociones suelen venir porque alguien tiene algo que ellos quieren. —Se volvió
para mirarla. —Tú tienes algo que tu hermana quiere.
Ella se rió. —Por un momento me he creído lo que decías, pero estás
demostrando que eres tan tonto como yo.
—Estoy lejos de ser tonto. ¿No se te ocurre nada que tengas y que tu
hermana pueda codiciar?
—Todo lo que he tenido o querido alguna vez, es suyo, —dijo, incapaz de
poder ocultar la tristeza de su voz. —Incluso nuestro hermano la prefirió a mí.
—Quiero que recuerdes algo, —dijo Aimery mientras se levantaba. —No
todo es lo que parece. Mira más allá de lo que ves con tus ojos.
— ¿Qué?
Entonces él sonrió. —Eres inteligente, Mina, pronto entenderás mis palabras.
Y tal como vino se fue.
— ¿Pronto?, —dijo mirando a su alrededor. — ¿Y no podría entenderlo
ahora?
Pero no hubo respuesta.

Hugh siguió a Gabriel mientras este corría por el pasillo. Dobló la esquina y
encontró a Cole de pie junto a una puerta con la espada desenvainada.
— ¿Qué pasó?, —preguntó a Cole.

~ 86 ~
—No estoy seguro.
Pasó a Cole entrando en la alcoba y se detuvo en seco. Theresa estaba en el
suelo, la manga rasgada y un tajo en la frente. Se arrodilló junto a ella y
suavemente la puso de espaldas. Ella gimió suavemente.
—Lady Theresa, —la llamó, pero no se despertó.
La tomó en brazos y la llevó a la cama donde Gabriel ya había sacado su
bolsa de hierbas y rebuscaba en su interior los medicamentos que necesitaba.
—Cuéntame, ¿qué pasó?, — dijo Hugh a Cole.
—Estaba esperando en el pasillo, fuera de la vista, tal como me dijiste, —dijo
Cole. —Escuché su grito, y vine corriendo a su puerta. La llamé, pero ella
seguía gritando.
— ¿Oíste a alguien más?
Cole sacudió su cabeza. —Intenté abrir la puerta, pero encontré que estaba el
pestillo puesto. Ni se movió cuando le di con mi hombro.
—Entonces, ¿cómo la abriste?
—Esa es la parte más extraña, —dijo Cole, sus ojos azules nublados por la
preocupación. —Oí como algo se hacía añicos y luego silencio. Después de un
momento, la puerta se abrió sola.
—Magia, —dijo Hugh. — ¿Viste a alguien o algo?
—Sólo a Theresa.
—La herida es leve, —dijo Gabriel mientras le limpiaba la frente.
—Bien —dijo Hugh pasándose la mano por la cara.
— ¿Dónde están Mina y Bernard?, —preguntó Cole.
Hugh había esperado que la presencia o ausencia de Mina, no se notara. —
Bernard se encuentra en la muralla exterior. Mina ha desaparecido. —Todos los
ojos se volvieron hacia él. —Darrick y yo encontramos una zurita en su cámara.
—Me cuesta mucho creer que sea ella, —dijo Darrick.
—Lo sabremos cuando la encontremos, —dijo Hugh. —Cole, vigila a
Theresa.
Hugh abandonó la alcoba y se dirigió hacia la muralla exterior. Ya era hora
de encontrar a Mina.

~ 87 ~
Capítulo 10

Mina no pudo permanecer en las ruinas por más tiempo una vez que
Aimery se fue. Sus palabras seguían repitiéndose en su mente, y las respuestas
eran tan esquivas como los Druidas. Con su paz hecha a añicos, no había
ninguna razón para que se quedase.
Comenzó a caminar de regreso al castillo, pero no tenía ninguna prisa por
volver. No fue hasta que se dio cuenta de que el sol había empezado a
descender en el cielo, que supo que había pasado más tiempo de la cuenta y no
se había percatado.
El portón de entrada estaba cerrado, así que tendría que volver a entrar por la
diminuta poterna oculta en los muros del castillo. El problema vino cuando
trató de abrirla y se la encontró trabada.
El pánico brotó en su interior. No quería que nadie supiera que se había ido,
pero ahora que estaba encerrada fuera y no podía entrar, tendría que alertar al
castillo entero para que la dejaran entrar. Y entonces, iba a tener que responder
a preguntas sobre dónde había estado, y por qué se había ido.
Llena de desesperación, apoyó la cabeza en la fría piedra de la pared del
castillo.
—Así que… por fin te encontramos, —dijo una voz profunda.
Su corazón se detuvo ante la voz que había estado deseando oír, pero venía
sazonada con tal frialdad, que podría haberla congelado en el lugar. Poco a
poco, levantó la cabeza para encontrarse a Hugh y a Bernard mirándola
fijamente desde la muralla del castillo.
— ¡¿Dónde has estado?! — Gritó Bernard desde arriba.
Mina humedeció sus labios resecos y apartó los ojos de Hugh. —En las
ruinas.
—Ábrele, —dijo Hugh por encima de su hombro.
En cuestión de segundos oyó como el cerrojo se deslizaba y la puerta se
abría. Al otro lado Darrick sostenía la puerta abierta, pero no quiso mirarla a los
ojos.

~ 88 ~
¿Qué estaba pasando exactamente? ¿Qué había de malo con que se fuera a
dar un paseo? No estaba prisionera.
Atravesó la muralla y entró en el patio. Estaba desierto a excepción de unas
pocas gallinas vagando alrededor. El cierre de la poterna tras ella le pareció
como si la puerta cerrara el paso al sol. Cuadró los hombros y se dirigió hacia el
castillo cuando Bernard la llamó. No había ningún lugar para esconderse donde
no pudiera encontrarla. Era mejor enfrentarse a él ahora.
—Tienes que dar algunas explicaciones, —dijo al llegar frente a ella.
No tenía que mirar a su espalda para saber que Hugh y Darrick estaban allí.
—Siento haberme ido sin haberlo hablado contigo. Necesitaba un poco de
tiempo para mí.
—Siempre fue extraño que cada vez que algo te molestaba corrieras a esas
ruinas.
Algo en su voz captó su atención y le hizo saber que algo andaba mal,
terriblemente mal. — ¿Qué ha pasado? Nunca antes te ha preocupado que me
fuera.
Bernard bajó la cabeza. —Theresa ha sido atacada.
Mina comenzó a sonreír hasta que se dio cuenta de lo serio que él estaba. Su
sonrisa se desvaneció al momento mientras daba un pequeño paso hacia su
hermano. — ¿Qué tan malherida está? ¿Alguien vio quien la atacó?
—Nay, —dijo Hugh acercándose a Bernard. —Cole la oyó gritar desde su
cámara, pero no pudo entrar para ver quién la atacaba.
Desplazó la mirada desde los fríos y oscuros ojos de Hugh, a la expresión
resignada de Bernard, mientras caía en la cuenta. — ¡Creéis que lo he hecho yo!
—Todo el mundo estaba localizado menos tú, —dijo Bernard.
—Ah, —dijo mirando alrededor del patio de armas. —Así que, si yo no
estaba aquí, entonces debo ser yo quien, no sólo logré entrar en su alcoba, sino
que además le bloqueé la entrada a Cole. Y al mismo tiempo ataqué a mi
hermana.
—Mina…—comenzó Bernard, pero ella no deseaba escuchar lo que tenía
que decir.
Sabía que todo lo que tenía que hacer era pedirle a Aimery que verificara
dónde había estado, pero estaba demasiado enojada siendo falsamente acusada
por el único hombre que le había mostrado amabilidad en años. Eso es lo que se
merecía por haber confiado en Hugh, un hombre al que no conocía.
—Theresa ya habló conmigo. No es necesario que llegues a estos extremos.
No te molestaré más, —le dijo a Hugh y pasó de largo a Bernard.
~ 89 ~
No consiguió dar ni dos pasos antes de que el puño de hierro de Hugh la
detuviera sujetándola del brazo. La sostuvo firmemente sin lastimarla mientras,
con la mandíbula fuertemente apretada, la hizo dar la vuelta.
— ¡Explícate!, —exigió.
Ella se rió mientras parpadeaba para alejar las lágrimas. —He sido sometida
a más de lo que la mayoría de las personas padecen en toda una vida. No tengo
porque repetir lo que me dijo, y menos frente a los demás.
—Entonces te guiaré hasta tu cámara, y me lo puedes decir allí.
Mina sacudió con fuerza su brazo para que la soltara. —Creo que no. Me
equivoqué contigo. No eres el hombre que pensé que eras.
Hugh la vio alejarse. Su paso era largo y rápido. Había habido cólera y dolor
en su mirada cuando la había acusado. Había esperado que abogara por su
inocencia, pero el hecho de que no dijera nada le dio que pensar.
— ¿Y si estoy equivocado?, —preguntó a Darrick.
Los ojos de Darrick siguieron también a Mina. —Nunca te has equivocado
antes.
—No puedo creer que sea ella, —dijo Bernard. —Espero que esta sea la
primera vez que te equivocas, Hugh.
Hugh no quería admitirlo, pero estaba esperando lo mismo. —Darrick.
—Voy, — respondió Darrick yendo tras de Mina.
Hugh se volvió a inspeccionar el patio de armas. Casi todo estaba en orden.
El puñado de caballeros que todavía quedaba en Stone Crest se alineaban en las
almenas. Unos pocos se colocarían sobre la muralla detrás de cualquier cosa que
pudiera mantenerlos ocultos de la criatura.
— ¿Quién va a cuidar de Theresa y Mina cuando llegue la criatura?
Hugh miró a Bernard. —Tengo el presentimiento de que Mina sigue
queriendo ofrecerse como cebo para la bestia. En cuanto a Theresa, pondremos
un siervo dentro de su cámara y un par más en el exterior.
—Entonces iré a ver que los siervos estén en su lugar, —dijo Bernard, y luego
se detuvo. —Si es Mina, ¿qué pasará con ella?
—Concentrémonos en matar a la criatura primero. —Hugh esperó hasta que
Bernard estuvo dentro del castillo antes de dejar caer la máscara que había
llevado desde el descubrimiento de Mina fuera de los muros del castillo.
Miró al cielo y vio que todavía había tiempo para una rápida caminata.
Gabriel le acompañaba mientras contemplaba fijamente la poterna.
— ¿Qué estás pensando? —Preguntó a su amigo.
~ 90 ~
Hugh no respondió, sino que fue hasta la pequeña puerta escondida en la
pared de la muralla. Deslizó el cerrojo y abrió la puerta. —Echa la llave detrás
de mí. Volveré en breve.
— ¿Qué es lo que buscas?
—Inocencia.
Salió por la puerta antes de que Gabriel pudiera preguntarle más. Siguió el
camino que iba desde la puerta y se encontró en la parte trasera del castillo.
No lo vio nadie debido a los árboles que lo rodeaban. Se apresuró a bajar por
el camino y aceleró el paso hasta las ruinas. Cuando llegó a ellas, el sol todavía
daba la luz suficiente para ver por dónde iba. No sabía lo que buscaba, pero
echaría un vistazo de todas formas.
Las ruinas le mostraron poco más que lo que había visto la primera vez. El
círculo de piedras azules estaba igual, pero fue capaz de encontrar donde se
había sentado Mina. Por lo que podía ver, había entrado en las ruinas y de
inmediato se había sentado sobre una piedra caída.
Se sentó en la gran roca como había hecho ella y miró a su alrededor. Según
su opinión, lo que ella vio podrían haber sido unas pocas piedras en medio de
los escombros y las colinas. El castillo estaba a la derecha. Se volvió y miró sobre
su hombro para encontrar el bosque.
La mayoría de la gente preferiría mirar el bosque con la esperanza de
encontrar un pájaro o un animal pequeño, pero Mina se había quedado
mirando fijamente las piedras. Estuvo bastante rato dándole vueltas para
averiguar exactamente quién era Mina, y sobre todo, por qué era tan diferente
de cualquier persona con la que se hubiera encontrado jamás.
Incluso en su propio tiempo, Hugh podía prever fácilmente cómo actuarían o
reaccionarían un amigo o enemigo ante una situación. ¿Qué hacía a Mina tan
diferente?
Las sombras alargadas le dijeron que no tenía mucho tiempo antes de que
llegara la criatura. Se puso en pie de un salto y comenzó la caminata de regreso
al castillo.
Cuando llegó a la puertecita escondida, golpeó con su puño y silbó. El
cerrojo se deslizó de inmediato y la puerta se abrió.
—Justo a tiempo, —dijo Gabriel y señaló al cielo.
Hugh siguió su mirada y vio aproximarse la oscuridad. Cuando volvió a
bajar su mirada encontró a Mina hablando con John. Llevaba los mismos
pantalones marrón oscuro que había usado la noche en que la había rescatado,

~ 91 ~
pero su túnica era un matiz más ligero de marrón que contrastaba a la
perfección con su cabello pelirrojo.
Llevaba la daga envainada en su cintura y sostenía una lanza en su mano
izquierda. Siguió haciéndole gestos a John para que entrara en los establos, pero
él se limitó a sacudir la cabeza.
— ¿Qué pasa?, —preguntó Hugh mientras caminaba hacia ellos.
Ella no le miró cuando dijo, —John quiere ayudar a matar a la criatura, pero
le he dicho que lo necesitaba para cuidar de los caballos.
Hugh contempló al muchacho que sostenía una espada que apenas podía
levantar. Fue a cogérsela, pero entonces se lo pensó mejor. — Lady Mina tiene
razón. Necesitamos tu ayuda. Necesitamos esos caballos, sin ellos no podemos
luchar contra la criatura. Necesito que tomes esta espada y protejas esos
caballos.
Los ojos de John se iluminaron, y asintió con la cabeza; luego se dio la vuelta
para ir a los establos arrastrando la espada tras de sí.
Hugh estaba esperando que Mina le diera las gracias, solo que ella se alejó.
La alcanzó fácilmente. —Sólo estoy haciendo lo que los Fae han ordenado.
—Qué agradable para ti, —dijo, deteniéndose junto a los muros del castillo,
directamente en frente de las puertas.
—No has gritado tu inocencia.
—No me habrías oído, aunque lo hubiera hecho. Ya me has condenado.
Se movió parándose frente a ella y obligándola a mirarlo. —Entonces
demuéstrame que estoy equivocado.
Sus ojos verdeazulados le devolvieron la mirada. —Te he dicho que no era
yo. Eso debería ser suficiente.
—Necesito algo más.
—Entonces haz lo que debas hacer. No me importa.
Y lo que más lo asustó fue que sabía que lo decía en serio. No tenía razones
para retenerla, ni ella nada a qué agarrarse para demostrar su inocencia.
Era inútil discutir con ella. Tendría que esperar hasta que mataran al
monstruo. No bien había cruzado ese pensamiento por su mente, que el sol
descendió en el horizonte y el escalofriante grito de la criatura hizo eco a su
alrededor poniéndoles los pelos de punta.
— ¿Sabes qué tienes que hacer?, —le preguntó a Mina.
—Estar de pie aquí y esperar a que me ataque.

~ 92 ~
—Si cambias de idea...
—No lo haré.
Él asintió y se dirigió a su posición, que estaba justo a su derecha detrás de
unos barriles de agua.
No tuvieron que esperar mucho tiempo para escuchar el ruidoso batir de
alas de la criatura, parecidas a las de un murciélago. Desde su escondite podía
ver la silueta oscura de la bestia mientras volaba hacia la puerta fortificada de
entrada al castillo. Se elevó alto en el aire y soltó otro grito.
Hugh arriesgó un vistazo hacia Mina y la vio mirando a la criatura. —No
dejaré que te toque, —le susurró.
—Te obligaré a mantener esa promesa.
Sonrió a pesar de sí mismo y ajustó el agarre sobre la ballesta. La criatura
había descendido el vuelo sobrevolando por encima de la muralla. En la
creciente oscuridad, Hugh podía ver relucir sus malvados ojillos rojizos
buscando.
Para su sorpresa, aterrizó en medio del patio de armas y replegó sus alas. Dio
un paso, sus largas garras rasparon la tierra. Ladeó su cabeza hacia un lado y
observó detenidamente a Mina.
—Te dije que no era tu momento. Me han pedido que te guarde para el final,
—siseó la criatura.
Mina se encogió de hombros. —Pues si quieres matar esta noche tendré que
ser yo.
La criatura cerró las mandíbulas con un fuerte crujido. —No querría
decepcionarte —dijo, y saltó hacia ella.
— ¡Ahora!, —bramó Hugh mientras la criatura atacaba. Disparó su ballesta,
y al momento se tiró en picado a por Mina, cayendo encima de ella. — ¿Estás
bien? —Ella asintió, pero él podía sentir su temblor. —Quédate aquí.
Después de poner otra flecha en su ballesta cargó contra la criatura que
estaba rechazando el ataque en el patio. Clavó varias flechas en el animal, una
detrás de otra, sin embargo, esta continuó luchando mientras iba sacándose las
flechas de su cuerpo.
Hugh se acercó lo suficiente como para dispararle una flecha en el corazón.
La bestia se echó a reír mientras se sacaba la flecha y sanaba. Hugh fue incapaz
de moverse a tiempo mientras la criatura le asestaba un revés. Aterrizó con la
fuerza suficiente como para quedarse sin aire de los pulmones.
— ¡Mina!, —gritó alguien.

~ 93 ~
Hugh alzó su cabeza para ver a la criatura avanzando hacia ella. Mina trató
de correr hacia la izquierda, pero esa cosa saltó en su camino. Dondequiera que
iba, la interceptaba. Hugh se puso de pie y desenvainó su espada.
Empezó a correr hacia Mina cuando la bestia extendió su brazo derecho, y
sus garras relucieron bajo la luz de la luna. —¡Nay!, —rugió.
Por el rabillo del ojo, vio a Darrick corriendo hacia Mina. Darrick saltó frente
a ella cuando la criatura balanceaba su brazo hacia abajo. Hugh vio,
horrorizado, como Darrick se desplomaba en el suelo. La bestia levantó su
rostro a la luna con un escalofriante alarido antes de alzar el vuelo para posarse
en lo alto de una de las torres del castillo.
Cuando Hugh llegó hasta Darrick, Mina ya estaba acunando su cabeza en su
regazo.
—Darrick, —dijo, mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro. — ¡Haz
algo!, —le gritó a Hugh.
Hugh miró hacia abajo y vio el pecho de Darrick abierto en canal. —
¡Gabriel!
—Estoy aquí, —dijo Gabriel y apartó a Hugh para arrodillarse.
Hugh dio un paso atrás y observó cómo Gabriel terminaba de revisar a su
amigo antes de dejar caer su cabeza.
—Tienes que hacer algo, —dijo Mina.
Gabriel levantó su mirada hacia ella. —Puedo curar casi cualquier cosa, pero
no puedo devolver a alguien de entre los muertos.
Hugh dio un paso hacia Mina, pero Bernard la alcanzó primero y la abrazó
entre sus brazos. Mina derramó todas las lágrimas que Hugh, Gabriel, y Cole
jamás harían.
—No, Darrick, —susurró Cole cuando los alcanzó.
—Ven, — le dijo Hugh mientras él y Gabriel recogían el cuerpo de Darrick.
—Tenemos que alejarle de la criatura antes de que vuelva para cenar. Nos
ocuparemos de él una vez que haya llegado el alba.
—Pongámosle en la cabaña del herrero, —dijo Bernard.
Una vez que dejaron a Darrick en la casa y lo cubrieron, volvieron al patio de
armas donde la criatura los esperaba. Hugh miró a su alrededor. — ¿Dónde está
Mina?, —preguntó a Bernard.
—Creo que ha entrado en el castillo.
Pero Hugh tenía claro que ella no iba a hacer eso. —No lo creo. Debe estar en
algún lugar de la muralla.

~ 94 ~
—No tenemos tiempo de buscarla, —dijo Cole mientras sacaba su espada. —
La criatura descenderá sobre nosotros en cualquier momento.
Hugh observó estrechamente a la bestia mientras volaba bajo para aterrizar
en la tierra desde las almenas. Su cabeza ladeada ligeramente, y sus ojos
escudriñando algo fuera de los muros del castillo.
—Dios mío, — murmuró Hugh en voz baja. —Mina está fuera.

~ 95 ~
Capítulo 11

— ¿Fuera? —Repitió Bernard con incredulidad mientras señalaba el castillo.


—Por todo lo que es sagrado, ¿por qué no está dentro de estas paredes?
Nadie se movió mientras observaban a la criatura extender sus alas y volar
desde el castillo.
— ¡Se dirige hacia el bosque!, —gritó Cole.
Hugh no llegó a escuchar a Cole porque ya estaba corriendo hacia la poterna
oculta en la muralla. La abrió de un tirón y corrió a lo largo de la senda
haciendo caso omiso de su propia seguridad, mientras rompía campo a través
hacia los árboles. El terreno que iba desde el castillo hasta el bosque parecía
extenderse eternamente mientras observaba a la criatura alcanzar los árboles.
Oyó pisadas tras él y supo que al menos uno de sus hombres lo había
seguido. No se arriesgó a echar una mirada hacia atrás. No podía. Tenía que
mantener sus ojos en la criatura, lo que era más fácil de decir que de hacer, toda
vez que había descendido hacia los árboles.
Las zancadas de Hugh se alargaron a medida que se acercaba al bosque,
pero una vez que irrumpió en el denso matorral, se detuvo. Su pecho acusaba el
fuelle por el esfuerzo, y no se escuchaba el más mínimo sonido, ni de la criatura,
ni de Mina.
— ¿Dónde está? — Susurró Gabriel mientras corría junto a Hugh.
—No tengo ni idea.
Cole se paró al otro lado de Hugh, se inclinó para acercarse más, y habló en
voz baja, — ¿No deberíamos haber oído sus gritos ya?
Hugh hizo una mueca ante la elección de las palabras de Cole. —Se podría
pensar.
— ¡¿Dónde está Mina?! —Rugió Bernard mientras se estrellaba contra los
matorrales y corría hacia ellos.
— Shhhh!!! — Se volvieron haciéndolo callar.
—Estamos tratando de escuchar, — le dijo Hugh en un susurro.

~ 96 ~
Durante un largo tiempo permanecieron sin hablar, escuchando el
inquietante silencio.
—Esto es espeluznante, —susurró Bernard en la oscuridad. —Nunca he
escuchado esta calma en el bosque.
Hugh asintió. —Es la criatura que asusta a los animales.
—Bueno, no son los únicos a los que asusta.
El respeto de Hugh por el barón creció. Había pocos hombres que admitieran
su miedo y menos todavía que lo enfrentaran.
—Separémonos. Si escuchas algo, silba, —dijo Hugh, moviéndose hacia
adelante a pesar de los densos árboles.
Detrás de él oyó que Cole le susurraba a Bernard, —Ven conmigo.
Con todos sus sentidos agudizados para encontrar a Mina antes de que lo
hiciera la criatura, Hugh deslizó silenciosamente su espada fuera de la vaina.
Agarró fuertemente la empuñadura, y se preparó para reaccionar ante la más
mínima amenaza.
Llevaba dados varios pasos sin escuchar nada y estaba empezando a pensar
que Mina se había ido a cualquier otra parte, cuando escuchó el inconfundible
sonido de pisadas corriendo.
Miró a su izquierda y vio una sombra. Desde donde él estaba, no podía decir
si era Mina o alguien más, pero pensaba averiguarlo.

Mina corría. Su cabello, que se había soltado de la trenza, se le pegaba a la


cara dificultando su visión. Se detuvo junto a un árbol y tragó las bocanadas del
aire que tanto necesitaba mientras apartaba de su cara las hebras de pelo
empapadas en sudor.
No podía ver a la criatura, pero podía sentirla. Estaba cerca, mucho más
cerca de lo que quería.
Pero dejar el castillo había sido lo correcto. Había querido dar tiempo a los
hombres para reagruparse. Su plan había fracasado. De nuevo.

~ 97 ~
Había pensado que sería capaz de llegar a la vieja cabaña en las
profundidades del bosque antes de que la criatura la alcanzara, pero había
estado dando demasiadas vueltas en su precipitada huida del castillo. Había
perdido demasiado tiempo desde que se aventuró a salir del sendero principal y
se internó en el bosque de noche.
Y ahora su error podría costarle la vida.
Su respiración estaba cerca de volver a la normalidad cuando aguzó los
oídos. Detrás de ella, a su derecha, oyó el crujido de la rama de un árbol. La
criatura. Estaba jugando con ella, pero ¿por qué? Le había dicho que tenía que
matarla la última, a pesar de que había estado dispuesta a matarla esa misma
noche.
¿Y si terminaba haciéndolo?
En el patio de armas había ido a por ella, pero sus garras no estaban
totalmente extendidas, y no las terminó de sacar hasta que Darrick se puso
delante.
Sacudió la cabeza para borrar esos pensamientos y echó un vistazo
alrededor del bosque. La luna se filtraba a través de las densas nubes
permitiéndole una breve visión de los árboles y dejándola capaz de encontrar su
camino.
La cabaña estaba a la izquierda.
Después de una profunda respiración para reforzar su coraje, se echó a
correr de nuevo, pero esta vez se negó a mirar a su espalda. Se concentraría
hacia dónde se dirigía. Al menos ese había sido su objetivo original hasta que
oyó el aleteo de alas sobre su cabeza.
El miedo la devoraba por dentro. No quería morir. Todavía no. Y entonces la
vio.
La casita de campo.
Dejó a un lado su miedo y alargó su zancada cuanto pudo. Podía hacerlo,
tenía que hacerlo. Pero justo cuando llegó a la puerta de la cabaña algo la golpeó
por detrás. Mina cayó contra la puerta, que se abrió bajo su peso. Añadiendo el
impacto de lo que fuera que se había estrellado a sus espaldas, rebotó contra el
suelo con un ruido sordo. Fuera de la cabaña se oyó a la bestia gritar su
descontento.
—Muévete, —le susurró Hugh al oído.
No se detuvo a preguntarle qué estaba haciendo allí, simplemente hizo lo
que le ordenó. Mientras él intentaba atrancar la puerta, ella empujó a un lado

~ 98 ~
las ramas y la hojarasca que habían caído a través del techo, y comenzó a tirar
hacia arriba de las tablas del suelo.
— ¿Qué estás haciendo?
—Hay un túnel por debajo de la casa, — respondió mientras tiraba de una
tabla.
Hugh fue inmediatamente en su ayuda. En el exterior, la criatura continuaba
aullando y golpeando contra la vieja cabaña y luego aterrizó en el techo. Con la
ayuda de Hugh consiguieron levantar rápidamente las maderas del suelo y
abrirse paso hasta la entrada del túnel. Él la ayudó a bajar y corrió otra vez hacia
la puerta de la cabaña.
— ¡¿Qué estás haciendo?!, — le gritó.
—Tengo que decirles a mis hombres que te he encontrado. —Con eso abrió
la puerta y lanzó un silbido tan fuerte, que estaba segura de que todo el mundo
a leguas a la redonda pudo oírlo, incluso por encima de los gritos de la criatura.
Bajó las escaleras que los llevarían al túnel y esperó a Hugh. No tuvo que
esperar mucho. Descendió lo suficiente para poder cerrar la puerta y después
puso los pies por fuera de las escaleras y se deslizó hacia abajo.
— ¿Dónde lleva esto?
Ella miró hacia el fondo del negro túnel. —Se usaba para escapar de los
normandos. Hay una bifurcación más adelante. Uno de los túneles nos
devolverá al castillo, y el otro nos adentrará más en el bosque, cerca del antiguo
monasterio.
— ¿Sabes cuál es el del castillo?
Abrió la boca para responder cuando la puerta por encima de sus cabezas
crujió.
Él la empujó hacia delante.
—Corre.
Fue tropezando a lo largo del túnel mientras intentaba que sus piernas no
dejaran de moverse. No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo cuando tropezó
con una raíz y cayó al suelo. No tuvo tiempo de alertar a Hugh de la raíz, que
también cayó.
— ¿Estás herida?, —le preguntó apartándose de encima y sentándose.
—Sólo agotada, — dijo, sentándose despacio sobre sus rodillas. —Ya no la
oigo.
—Esperemos haberla despistado.

~ 99 ~
Ella suspiró. —Creo que deberíamos continuar, aunque odio ser incapaz de
ver.
—Probablemente había algunas antorchas en la entrada, pero no tuvimos
tiempo de mirar.
De pronto, una mano le tocó la cara y luego se movió hasta su brazo. —
Déjame que te ayude a levantarte.
Permitió que la ayudara, más que nada porque estaba demasiado cansada
para hacerlo por sí misma, pero también porque una parte de ella anhelaba su
toque.
—Ahora voy a ir yo delante, — dijo. —Agárrate a mí.
No iba a negarse a tener vía libre para tocarlo. Con su mano como guía,
movió la suya hasta detenerse en su cintura. La extraña tela de su túnica debajo
de su mano estaba caliente.
Él se adelantó, y ella se agarró a su túnica. Durante lo que parecieron un
sinfín de interminables horas se fueron moviendo de esta manera hacia las
profundidades del túnel.
— ¿Qué longitud tiene este túnel?
—No lo recuerdo. No he estado aquí en años. Pero sólo hay una bifurcación
y lo sabrás cuando la encuentres.
—Así pues, ¿podría ser algo como esto?
Mina miró a su alrededor y vio el contorno oscuro de los túneles que se
bifurcaban a lo lejos. —Eso es.
— ¿Por dónde se va al castillo?
—Izquierda.
Volvieron a ponerse en marcha moviéndose penosamente hacia adelante.
Muchas veces estuvo tentada de pedirle que se detuviera, pero se mordió la
lengua. Estaba cansada y hambrienta, pero se negaba a parecer débil frente a él.
Debía haber estado dormitando mientras caminaban, porque se encontró
chocando contra su espalda cuando él se detuvo.
— ¿Qué ocurre?, —preguntó.
—El túnel está bloqueado.
Se movió a su lado, ahora despierta por completo. — ¿Qué? ¿Cómo puede
ser? —Pero era tierra sólida lo que tocaba con su mano.
—El suelo debe haberse hundido. —Él se quedó en silencio durante un
momento. —Hay que volver atrás y dirigirnos al monasterio.

~ 100 ~
Sin embargo, ella no podía dar ni un solo paso más. —Hugh, sé que deseas
regresar con tus hombres, pero necesito descansar.
—Perdóname, —dijo. —No estoy acostumbrado a tener una dama alrededor.
Ella oyó la sonrisa en su voz cuando se dejó caer al suelo. —Soy yo quien
debe disculparse. No sólo te hice salir del castillo, encima te estoy retrasando. —
Vio su silueta moviéndose a su alrededor. — ¿Qué estás haciendo?
—He encontrado un pedazo de madera, y quería ver si había más, y allí está.
Creo que voy a ser capaz de encender un fuego para que podamos ver.
Por primera vez en esa noche, ella sonrió. —Sería maravilloso.
Y tan sorprendente como sonaba, no pasó mucho tiempo antes de que lo
lograra. Contempló a través del pequeño fuego al hombre que la había salvado
por segunda vez. Mientras ella le miraba, él observaba el humo del creciente
fuego.
— ¿Qué estás haciendo?
—Asegurarme de que existe ventilación en alguna parte, no sea que
inhalemos el humo. ¿Ves cómo el humo se aleja y luego tira hacia arriba? Debe
haber un pequeño agujero cerca por donde el humo puede escapar.
Mina suspiró y se dio cuenta de lo afortunada que era de tenerlo con ella.
—Dime, ¿por qué te fuiste del castillo? —Preguntó, mientras alimentaba la
creciente hoguera con más ramas.
—Quería daros tiempo a ti y a los hombres para que os pusierais a cubierto
dentro del castillo antes de que la criatura matara a alguien más.
—Hubieras estado a salvo dentro de las murallas del castillo. Todos lo
estábamos.
—Estaba segura de que podía llegar a la cabaña antes de que me atrapara. Y
lo hubiese logrado si no me hubiera perdido.
—Valiente, pero insensata. —Sus iris dorados refulgían como fuego a la luz
de la hoguera. —No lo vuelvas a hacer.
—No lo haré, — prometió, mirando hacia el suelo durante el silencio que
siguió a su respuesta.
—No te entiendo.
Su cabeza se levantó de golpe ante sus palabras. —Mira quien fue a hablar.
Yo no soy nada complicada. Si hay un hombre complejo en esta tierra, eres tú.
Él se rió entre dientes. —Supongo que se podría decir eso, pero tengo una
razón para ser como soy.

~ 101 ~
—¿Y estás diciendo que yo no?
—Nay. Háblame de tus padres.
Apoyó su cabeza contra la pared del túnel y le dejó cambiar de tema. —Todo
el mundo los amaba. Los aldeanos hubieran hecho cualquier cosa por ellos.
Mientras vivieron, Stone Crest prosperó.
— ¿Pasabas mucho tiempo con ellos?
—No realmente. Tenían mucho que hacer con el castillo y los aldeanos. Mi
madre nunca rechazó a ningún necesitado, y Theresa acaparaba la mayor parte
de su atención.
— ¿Y tu padre?
Sonrió para sí misma. —Solía sentarme en el campo y verle montar a caballo.
Era un gran jinete. Acogió a muchos jóvenes en el castillo, y fue un magnífico
líder. Bernard casi siempre estaba con él.
—Y entonces, ¿cuánto tiempo pasaban contigo?
—Siempre que podían.
—Dame un ejemplo, —la pinchó.
Ella apartó la vista de su mirada. —Supongo que yo no los necesitaba tanto
como Theresa y Bernard, y ellos lo sabían. Yo pasaba la mayor parte del tiempo
con la vieja nodriza de mi madre, Gertie. —Escuchar las palabras de su propia
boca hizo aflorar todos los dolorosos sentimientos que había intentado enterrar.
Parpadeó con rapidez, pero la humedad se acumuló en sus ojos de todos
modos.
Hugh se desplazó a su lado. Ella se negó a mirarle, pero no era difícil ver las
lágrimas a la luz del fuego. Él extendió la mano y limpió una solitaria lágrima
de su mejilla. Mina levantó la mirada hacia él. — ¿Hay algo malo en mí que
hiciera que mis propios padres me rechazaran?
—Nay, —dijo y envolvió su brazo alrededor de sus hombros.
Se volvió hacia él y ahogó sus lloros sobre su hombro. Hugh se preguntaba
cuánto tiempo habría mantenido escondidas sus emociones en su interior.
—Por extraño que te pueda parecer ahora, —dijo contra su cabello, —llegará
el día en que tu vida se resolverá sola.
Apoyó la mejilla húmeda contra su camisa. —Creo que para la mayoría de la
gente sucede así. Sé que no soy la única persona con unos padres que los traten
como hicieron los míos.
—Nadie puede decir por qué los padres actúan de la manera en que lo hacen.

~ 102 ~
—No es que fueran crueles conmigo, —explicó. —Siempre me daban una
sonrisa y una palmadita en la cabeza.
—Solo que no te sentías parte de la familia.
Ella asintió. —Siempre creí que era debido a mi aspecto.
—Ya te he dicho que Theresa te ha mentido sobre eso.
Mina levantó la cara y puso su dedo sobre sus labios. —Y yo ya te he dicho
que sé cómo me veo. Creo que mis padres eran demasiado prudentes para
decirme la verdad, así que lo hizo Theresa.
Hugh apenas oyó nada de lo que dijo después de que le pusiera el dedo
contra sus labios. Ella estaba entre sus brazos, acurrucada contra su pecho y con
su rostro inclinado hacia él. Todo lo que tenía que hacer era bajar la cabeza.
—No tienes idea de lo atractiva que eres, ¿verdad?
Ella sonrió y se secó las lágrimas. —Nunca he conocido a un hombre más
bueno que tú.
—No soy amable. Te digo la verdad, —dijo, y se encontró apretando su
abrazo a su alrededor.
Podía sentir la plenitud de su pecho contra su torso, y el calor de sus cuerpos
se mezclaba dándole una sensación embriagadora.
Empezó a agitarse ligeramente, con una necesidad que no había
experimentado en décadas.
Aléjate. Ella podría ser parte del mal.
Su conciencia, que seguía repitiendo las inexorables palabras, pronto quedó
en el olvido mientras contemplaba sus labios carnosos y se preguntaba cómo se
sentiría al besarlos.
Fue mirarla a esos ojos verdeazulados y quedó inmediatamente perdido. No
importaba si controlaba a la criatura, o si había sido ella la que había atacado a
Theresa. Lo único que importaba era que su cuerpo la deseaba como un hombre
hambriento. Sabía que si la apartaba ahora, sería como negar lo que más
necesitaba.
—Mina, —dijo y bajó la cabeza.

~ 103 ~
~ 104 ~
Capítulo 12

Hugh observó separarse los rosados labios de Mina mientras su cabeza se


acercaba; y cuando su boca finalmente se encontró con sus labios llenos y
suaves, cerró los ojos.
Sabiendo que había cruzado una línea que no debería haber cruzado jamás,
comenzó a retroceder, cuando los dedos de Mina se pusieron a hurgar en su
pecho y su cabeza siguió la de él.
Era todo el estímulo que necesitaba.
Acunó su cabeza en su brazo mientras su otra mano seguía avanzando hasta
rodear su nuca. Deslizó su lengua a lo largo de sus labios y la escuchó gemir
dulcemente. Con el pulgar, suavemente presionó su barbilla hacia abajo hasta
que su boca se abrió para él.
Su intención era ir lento y no asustarla, pero cuando su lengua asomó
vacilante y tocó tímidamente sus labios, lo envió al límite. La estrechó contra su
pecho mientras ladeaba la cabeza y su boca se posicionaba sobre la suya. Su
lengua se adentró entre sus suaves y ardientes labios, y encontró tal dulzor que
pensó que podría morir. Mina envolvió sus brazos en torno a su cuello y se
abrazó con fuerza, temiendo que la soltara. Su beso era exigente, sensual y
caliente. Hundió su lengua en su boca y jugó con ella. La respuesta de Mina fue
ardiente, su cuerpo comenzó a calentarse mientras su beso le aportaba una
nueva sensación que se extendió rápidamente por todas partes. Cuando su gran
mano se deslizó desde su cuello a su brazo, y luego hacia abajo por el lateral de
su pierna, ella no le detuvo.
Con cada toque, el calor en su interior se iba intensificando hasta que solo
quedó él, y el fuego que despertaba en ella. Dejó caer la cabeza hacia atrás
contra su brazo, mientras los labios de Hugh rozaban su boca y se deslizaban
por su cuello, dejando un rastro de besos a su paso. Contuvo el aliento con
impaciencia, esperando ansiosamente para ver lo que haría a continuación. Sus
ojos se cerraron, dejando que su cuerpo sintiera. Su mano se movió lentamente
hacia arriba, sobrepasando la rodilla. Sus dedos tocaron su muslo, su estómago
y, pasaron rozando sobre su pecho. Ella gimió y se movió contra él mientras sus
pezones se hinchaban y endurecían como guijarros. Su mano se movió de nuevo

~ 105 ~
y ahuecó sus pechos, como si comprobara su peso. Sus hábiles dedos
comenzaron a amasarlos mientras pellizcaba su pezón a través de la túnica. Ella
apretó las piernas con fuerza mientras sentía una sensación en la unión de sus
muslos que la hicieron jadear de nuevo. Entrelazó sus dedos por entre su
cabello castaño oscuro, y se sorprendió al descubrir lo espeso y sedoso que era.
Con un pequeño movimiento de su cabeza, Hugh inclinó su boca sobre la de
ella otra vez, robándole todo pensamiento racional y la voluntad.
En este mismo momento solo tenía un objetivo... él.
Y a pesar de lo que podría suceder después, no daría marcha atrás. Ni
siquiera cuando su mano se ahuecó sobre sus partes íntimas. Se sacudió ante su
contacto, pero luego el calor la inundó. Su mano presionaba contra su pubis
mientras se movía en pequeños círculos, y no pasó mucho antes de que sus
caderas se elevaran para ir al encuentro de su mano. Un estremecimiento la
recorrió por entero junto a un profundo y primigenio gemido.
Él tiró la cabeza hacia atrás y terminó el beso. Ella intentó alcanzarle de
nuevo, pero una mirada a sus oscuros ojos y supo que algo le preocupaba.
— ¿Qué ocurre?, —preguntó incapaz de quitarle las manos de alrededor de
su cuello.
—No deberíamos estar haciendo esto. Eres una dama de alta cuna.
Ella sonrió y deslizó un dedo a través de su mandíbula. —Ambos sabemos
que no voy a recibir ninguna oferta de matrimonio. Mi prometido eligió a
Theresa, si lo recuerdas.
—Lo recuerdo, —contestó apretando los labios con fuerza.
—No estoy buscando matrimonio, si es esa tu preocupación. —Y bajó su
mirada a su torso, ya que sabía que no podía seguir mirándolo a los ojos y no
estirarse para otro beso. —Nunca me he sentido así antes, y no quiero que te
detengas.
Solo el crepitar del fuego llegaba a sus oídos; entonces, él le levantó la cara y
sonrió.
—Si se trata de una mujer que desea sentir, entonces te complaceré, pero no
te tomaré.
Mina abrió la boca, pero él levantó la mano.
—Aquí no, Mina. No sobre el piso de tierra de un túnel. Te mereces algo
mejor que esto.
¿Quién era ella para discutir con eso?

~ 106 ~
Le devolvió la sonrisa y se inclinó para besarlo. Sus brazos la rodearon
envolviéndola en un fuerte abrazo y acunándola totalmente sobre su regazo.
Podía respirar el aroma de misterio, el olor del hombre y del poder. Sus labios
recorrían los suyos con destreza mientras empujaba su lengua en su boca,
provocándola y persuadiéndola hasta que la tuvo jadeando con una necesidad
que la tenía tan confundida como excitada.
Parecía que él sabía exactamente lo que necesitaba y cuando lo necesitaba,
porque su mano se movió hasta asentarse entre sus piernas. Al instante, Mina
sacudió sus caderas contra su mano y dejó escapar un gemido cuando una serie
de sensaciones extrañas la recorrieron por completo y la humedad formó un
charco entre sus muslos.
El jadeo se hizo más audible cuando sus dedos expertos desataron
hábilmente sus calzas y se deslizaron dentro para tocar su piel desnuda. Pero
ese jadeo pronto se convirtió en gemido cuando sus dedos tocaron su sexo y se
sumergieron en su interior, para luego extender su propia excitación sobre su
palpitante clítoris que suplicaba por más.
—Dios mío, Mina, —susurró contra su frente.
Apenas lo oyó mientras sus dedos se movían contra ella. Con los ojos
cerrados y la cabeza echada hacia atrás, se dejó caer en una espiral de placer que
iba tomando el control.
Hugh no sabía si iba a poder evitar sumergirse en su interior. Estaba caliente,
húmeda y lista para él. Todo lo que tenía que hacer era moverla hasta que se
montara a horcajadas sobre él, pero tal como le había dicho, se merecía algo
mejor. De modo que sufriría esta tortura y le daría la satisfacción que ella se
merecía.
Sus dedos separaron sus labios vaginales y deslizó uno dentro de su
apretada y húmeda vaina. Ella jadeó y movió sus caderas contra él. Estaba
hecha para amar. Tenía mucha pasión en su interior, y solo había estado
esperando al hombre adecuado para darle rienda suelta.
Sus dedos se clavaron en sus antebrazos, mientras se perdía en ese dolor
pulsante que crecía por momentos. Pronto llegaría al orgasmo. Ese pensamiento lo
atacó con tanta fuerza que tuvo que cambiar de posición para aliviar parte de la
presión. Estaba hecho un Cristo, peor de lo que había estado nunca.
Miró hacia abajo y la encontró contemplándolo. Con una mano acunándola
contra él y la otra dándole placer, no podía moverse.
—Quítate la túnica, —dijo, su voz sonaba tensa incluso para él.
Ella obedeció sin dudar, y la visión de sus pechos desnudos hizo que su
polla saltara dolorosamente. Sus pechos eran tersos y sus pezones duros como

~ 107 ~
piedras esperando a sentir su boca. La atrajo hacia él y pellizcó un rosado pezón
con su boca, succionando, mientras sus dedos aumentaban el ritmo en el
interior de su vaina, y su pulgar jugaba con su hinchado clítoris.
Se fue moviendo de uno a otro pecho, sintiendo como sus piernas se
tensaban por momentos, hasta que gritó su nombre cuando el clímax la alcanzó
convulsionando en torno a él. La sostuvo hasta que el último espasmo de placer
se desvaneció. Luego, retiró la mano y la abrazó con fuerza. Ninguno de los dos
habló. Él no quería que las palabras estropearan lo que había sucedido.
Inclinó su cabeza hacia atrás contra la pared del túnel, mientras ella apoyaba
la suya en su pecho. No pasó mucho tiempo antes de que su respiración tomara
un ritmo uniforme y el sueño se la llevara.

Mina despertó con el latido de un corazón en su oído y un cuerpo caliente y


muy masculino junto al suyo. Hugh. Sonrió y recordó lo que él le había dado.
Podía no haber tomado su virginidad, pero se había llevado cualquier inocencia
que pudiera haber tenido. Y le había sentado de maravilla.
— ¿Has dormido bien?, —preguntó.
Ella levantó la cabeza y sonrió abiertamente. —La verdad es que sí. ¿Tú has
dormido al final?
—Un poco.
Sus cálidas manos le recorrieron la espalda, y entonces recordó que no
llevaba su túnica. Un temblor recorrió su cuerpo al pensar en lo que su boca
había hecho con sus pechos.
— ¿Tienes frío?
Mina sacudió su cabeza. —Recordaba.
La movió hacia uno de sus brazos y le alcanzó la túnica. Ella se separó de su
torso caliente y deslizó la túnica por su cabeza. Cuando se volvió de nuevo
hacia él, su mirada estaba clavada en sus pechos, y parecía como si estuviera a
punto de hablar.
—Si vas a pedir disculpas por lo de anoche. Ni se te ocurra. No me
arrepiento.

~ 108 ~
Él levantó una ceja oscura. —Eso es bueno, porque no iba a hacerlo.
— ¿En serio?
—En serio. Ahora, ¿estás lista para continuar nuestro camino hacia el
monasterio?
Ella se puso en pie y ató sus calzones. —Lo estoy.
El fuego estaba casi extinguido, y rápidamente Hugh lo alimentó para
hacerlo crecer. —Consígueme la rama más grande que puedas encontrar.
Se puso a hacer lo que le pedía pedido. Encontró algunas ramas, pero no eran
lo suficientemente largas como para hacer una antorcha. Justo cuando estaba a
punto de rendirse se encontró con una rama oculta detrás de una raíz.
—Aquí, —dijo y se la entregó.
La examinó. —Perfecto—. Rápidamente se convirtió en una antorcha y una
vez encendida, pateó suciedad y tierra sobre la hoguera para apagarla. —
Vámonos.
Ella lo siguió mientras volvían sobre sus pasos de la noche anterior. Esta vez
fue mucho más fácil, puesto que tenían la antorcha. Y ya que eran capaces de
moverse más rápido, también alcanzaron antes la bifurcación en el túnel.
—El túnel del castillo es mucho más largo que el túnel hasta el monasterio.
—Espero que tengas razón, —dijo Hugh por encima del hombro.
Continuaron caminando en amigable silencio. Ella observaba la forma en
que sus largas y musculosas piernas avanzaban a zancadas, con determinación
y gracia. Sus ojos estaban constantemente escudriñando a su alrededor en busca
de alguna señal de peligro, y cuando llegaron al final del túnel, en la puerta del
monasterio, él la empujó detrás de su espalda.
—Levanta la antorcha en alto para que pueda ver, —dijo.
Sostuvo la antorcha y observó mientras él alcanzaba la manija de la puerta, y
los músculos de sus brazos se replegaban preparándose. Tomó una respiración
profunda y tiró. No se movió. Lo intentó una segunda vez con resultados
idénticos, y mascullando una maldición, miró a su alrededor, pero no encontró
nada excepto la puerta. —Debe estar echado el cerrojo desde el interior, —dijo.
—Eso no nos ayuda ya que el monasterio está abandonado.
Maldijo en un idioma que nunca había oído antes. Había tanto que quería
saber sobre él, y tan poco tiempo para averiguarlo todo.
—Ve hacia allí, — señaló detrás de ella.

~ 109 ~
No podía imaginar lo que iba a hacer, pero fue hacia donde él le había
señalado. Una vez allí, él corrió hacia la puerta y la golpeó con el hombro. El
polvo llovió sobre su cabeza en una gruesa capa.
—Creo que es de roble macizo, —destacó Mina.
Él la ignoró y volvió a darle con el hombro de nuevo. Esta vez hubo un
crujido. Definitivamente, a la tercera se había desprendido una astilla de la
madera.
Vio el material desgarrado de la manga de su camisa. Su hombro estaba rojo
y lo más probable es que presentara una buena contusión. —Siempre podemos
volver a la cabaña.
— ¿Cómo sabes que ha amanecido y que la criatura no nos está esperando?
No había pensado en eso. —Es mejor que ver cómo te haces daño.
Él le dirigió una brillante sonrisa antes de salir corriendo contra la puerta de
nuevo. Esta vez la puerta se astilló abriéndose de golpe. Se acercó hacia él y la
puerta rota. El aire viciado la asaltó mientras salía del túnel y entraba en una
habitación.
—El olor a tierra húmeda era mejor que esto, — murmuró mientras se cubría
la nariz con la mano.
— ¿Siempre te quejas tanto?, —bromeó.
—Más o menos, aunque la única persona que me oye normalmente soy yo
misma.
Él se rió y tomó la antorcha de sus manos. Hubo un sonido delante de ellos, y
él sacó rápidamente su espada preparándose.
—Si me pasa algo, dirígete hacia la entrada de la cabaña abandonada, —
susurró.

~ 110 ~
Capítulo 13

Mina asió el puñal que llevaba en su cintura y despacio siguió a Hugh al


interior del monasterio. Estaban en lo que parecía una especie de antigua
biblioteca. Las estanterías estaban vacías y muchas de ellas rotas y volcadas.
Avanzaron entre muebles parcialmente derruidos, los estantes estaban
cargados de polvo y con multitud de telarañas. El silencio era ensordecedor,
pero ambos sabían que había algo, o alguien, en la cámara con ellos. Ella trató
de poner los pies por donde había pisado Hugh, así que, con un poco de suerte,
quién estuviera en la cámara no se daría cuenta de que estaba con él.
Su corazón empezó a latir con fuerza en una mezcla de temor y excitación
ante lo que podían encontrarse. Tenía pocas dudas de que Hugh podría
encargarse de lo que fuera. Después de todo, él era un arma que los Fae
utilizaban para matar a las criaturas que sembraban el terror a lo largo de otras
aldeas.
Él se detuvo y levantó la antorcha por encima de su cabeza. Durante varios
segundos permaneció así, esperando silenciosamente como si fuera una estatua
de piedra. Quería preguntarle porqué se había parado, pero en su lugar se
mordió la lengua.
Para su sorpresa, Hugh se inclinó hacia una serie de librerías y escudriñó en
la oscuridad. Hubo un fuerte siseo y un gato salió disparado de entre de los
estantes. Mina jadeó apartándose del camino de Hugh mientras él pegaba un
brinco hacia atrás.
Se dio la vuelta y la miró, mientras ella intentaba detener esa risa tonta que se
le escapaba. A medida que su risa crecía, vio una sonrisa que comenzaba a
extenderse en su cara, y no pasó mucho tiempo antes de que ambos se
estuvieran riendo.
Una vez que su corazón hubo disminuido su golpeteo y se hubo limpiado las
lágrimas de la risa de sus ojos, le miró. — ¿Ahora ya estamos a salvo?, —
preguntó mientras trataba de impedir otro ataque de risa.
—Creo que sí.

~ 111 ~
Fue su sonrisa ladeada y su juguetón encogimiento de hombros lo que le
hizo contener el aliento cuando se dio cuenta de cuanto había llegado a confiar
en él.
— ¿Estás lista para seguir adelante?
Ella se lo quedó mirando mientras la luz del sol se filtraba a través de una
ventana polvorienta por encima de sus cabezas, derramando luz sobre él. Motas
de polvo podían verse bailando en el aire, y lo único que quería hacer era
tocarlo para ver si realmente era real y no un invento de su imaginación.
— ¿Mina?
Su rostro se había vuelto grave, mientras su cara de preocupación marcaba
arrugas en su frente. Mina inspiró y puso una sonrisa en su rostro. —Sí, estoy
lista.
Se movió a través de los escombros de la biblioteca y tuvo que pasar por
encima de muchos trozos de muebles. Nunca había estado en el interior antes
de hoy y le molestó que alguien hubiera destruido una casa de Dios. —Alguien
tiene que haber hecho esto una vez que los monjes se fueron.
— ¿Cuánto tiempo lleva abandonado el monasterio?
Lo pensó por un momento. —Antes de que yo naciera. Creo que más,
incluso.
—Pudo haber sido asaltado y robado todo.
—No me puedo imaginar a nadie haciendo algo así a una iglesia o a un
monasterio.
Él encogió sus anchos hombros. —Si no eres cristiano tal vez no te importe.
Otros pueblos adoran a dioses diferentes.
—Sí, bueno, yo no venero a sus dioses, pero nunca soñaría con destruir un
lugar donde ellos los veneran.
Se detuvo y se volvió a mirarla. A la luz de la antorcha le vio estudiarla. —
¿Qué pasa?
—Nada, —respondió tras un momento, y continuó andando.
Llegaron a una puerta que se abría a las escaleras. Las subieron con Hugh
sosteniendo la antorcha en una mano y su espada en la otra. A pesar de que no
encontraron nada ni a nadie, él no bajó la espada en ningún momento.
Pasaron muchas otras puertas mientras subían más y más escaleras, pero él
insistió en seguir adelante. Cuando finalmente llegaron a lo más alto, empujó
una puerta y la luz del sol inundó una cámara.

~ 112 ~
Bajó la espada y dio un paso hacia el interior. Ella lo siguió y miró a su
alrededor mientras caminaba hacia una ventana y observaba el campo que se
extendía a sus pies. Estaban en la parte superior del monasterio, y la vista era
espectacular.
—Tenía la esperanza de que fuera de día, —dijo Hugh mientras se paraba a
su lado. — ¿A qué distancia está el castillo?
Echó un vistazo al sol. —Ni siquiera es media mañana. Podríamos llegar al
mediodía si nos vamos ahora.
—Entonces vámonos.
Se apartó de la ventana y lo siguió escaleras abajo hasta llegar a una puerta a
su derecha. Y siguieron por el pasillo hasta que los condujo al exterior.
— ¿Cómo sabías por dónde ir?, —preguntó.
—Todos los monasterios son prácticamente iguales.
No dijo nada más, y ella no insistió. Traspasaron las puertas que una vez
habían prohibido la entrada a cualquier mujer. Y Mina se dio la vuelta para
darle al monasterio una última mirada. Había olvidado las gárgolas, extrañas
criaturas de aspecto malvado que habían sido esculpidas en la estructura.
—Se supone que están destinadas a ahuyentar el mal, —dijo Hugh.
Ella se estremeció. —Sin duda, a mi me mantendrán bien lejos.
—Eso también.
Se dio la vuelta y comenzaron el largo viaje de regreso al castillo. A lo largo
del camino ella y Hugh iban uno al lado del otro, rara vez comentando
cualquier cosa, pero era un silencio cómodo.
Cuando llegaron al castillo, gritaron a los guardias que estaban apostados en
el portón de entrada, y rápidamente abrieron la compuerta. Traspasaron la torre
del guarda, atravesaron el patio de armas, y entraron en el castillo sin que nadie
les detuviera. Ella intentó mantener la sonrisa en su cara mientras entraban en
la gran sala, pero pasara lo que pasase, nada la podría hacer perder su feliz
estado de ánimo.
— ¡¿Cómo pudiste?! —Chilló Theresa y se precipitó hacia ella desde las
escaleras.
Mina levantó los brazos para proteger su cara de las garras de Theresa. Su
brazo lesionado se llevó la peor parte del ataque, y aunque rara vez le
molestaba, ahora le palpitaba tan fuerte que casi la puso de rodillas.
— ¡Basta!, —rugió Bernard sacándole a Theresa de encima. —Te dije que me
ocuparía de ello.

~ 113 ~
Mina sostuvo su brazo contra su cuerpo y tragó la náusea que le había
asaltado de repente. — ¿Qué está pasando?
—Siempre jugando a la inocente, —escupió Theresa mientras luchaba por
liberarse de los brazos de Bernard. —Pero no vas a salirte con la tuya esta vez.
Les dije que fuiste tú quien me atacó.
Mina hubiese puesto los ojos en blanco si no pensara que estaba a punto de
desmayarse. —No sé por qué estás mintiendo, pero sabes que no fui yo.—
En lugar de la réplica que esperaba de su hermana, Theresa simplemente le
obsequió con una pequeña sonrisa que envió escalofríos a lo largo de la
columna vertebral de Mina. ¿Qué había hecho Theresa?
Nadie hablaba, y fue precisamente entonces cuando notó lo atestado que
estaba el gran salón. Se dio la vuelta hacia Bernard, pero él no quiso mirarla a
los ojos; y cuando desplazó su mirada hacia Hugh, su sangre se congeló en sus
venas. Había desaparecido el hombre que la había sostenido con tanta ternura y
le había mostrado lo que era ser mujer, y en su lugar estaba el guerrero a las
órdenes de los Fae.
—Ah, ya veo, —dijo intentando tragar el creciente nudo de su garganta. —
Soy culpable sólo porque Theresa ha dicho que he sido yo. ¿Y qué pasa con mi
versión de la historia?
Bernard apartó a Theresa lejos de él, y se volvió hacia Mina agarrándola por
los hombros mientras le decía, —Creo que deberías ir a tu alcoba.
—Si estoy presa, ¿no sería más lógico que me fuera a la mazmorra?
—No seas tonta, —soltó Bernard entre dientes.
—Oh, yo creo que sería lo más prudente, —dijo Theresa. —Después de todo,
es ella la que controla a esa criatura.
Mina esperó a que Bernard dijera algo, cualquier cosa, pero no lo hizo.
Entonces, levantó la barbilla y cuadró los hombros. —Que así sea —dijo, y se
dio la vuelta hacia las mazmorras.
Unos pasos resonaron a su espalda. No pasó mucho tiempo antes de que una
mano se cerrara sobre su hombro y le hiciera dar la vuelta. Él la miró fijamente
mientras un músculo saltaba en su mandíbula. —Esto no es necesario.
—Bernard está a cargo de este castillo, ¿no?, y es obvio que me quiere en el
calabozo. —Ella miró por encima de su hombro y asintió. —Compruébalo tú
mismo, — dijo mientras un guardia caminaba hacia ella.
La sala empezó a dar vueltas a su alrededor, pero que la condenaran si se
derrumbaba delante de todo el mundo. Con una mano se sostuvo a lo largo de

~ 114 ~
la pared, y fue bajando los escalones que la llevarían a la fría y húmeda
mazmorra.
El rancio olor a moho hizo que se le revolviera el estómago dolorosamente.
Apenas esperó a que el guardia abandonara la mazmorra antes de sacar todo el
contenido de su estómago. No había comido desde el mediodía de ayer, pero
eso a su cuerpo no parecía importarle. Anhelaba el agua, pero sabía que no iba a
recibir nada durante bastante tiempo.
Se apoyó contra la húmeda piedra y se dejó deslizar despacio hasta tocar el
suelo. No podía mover su brazo derecho ni la mano. Le palpitaba y quemaba de
tal modo que trajo lágrimas a sus ojos. No tenía ni idea de lo que Theresa le
había hecho, pero fuera lo que fuese, era algo horrible.
Desde su izquierda llegó un chillido. Echó un vistazo y vio un pequeño
ratón marrón. —Me temo que no vas a conseguir nada. Se olvidarán de mi muy
pronto. Siempre lo hacen.
Ese pensamiento trajo Hugh a su mente. ¿Por qué se había vuelto contra ella?
¿Qué había hecho de malo entre el monasterio y el castillo? ¿No se debería
preguntar e interrogar a una persona acerca de un crimen antes de que todos la
juzgaran?
El sonido de un llanto y de unos pasos pesados le llegó desde arriba, en el
gran salón. Aunque estaba muy por debajo, las escaleras daban directamente
frente a su puerta, trayéndole el sonido con total claridad. Sonaba como a un
funeral, y entonces recordó.
Darrick.
Había dado su vida por ella. De todos ellos, él nunca le había dado la
espalda. Enterró la cara en su mano y lloró por la pérdida de su vida, por no
poder estar allí para verlo descansar, y porque no sabía cuánto tiempo más
podría seguir viviendo.
Se secó las lágrimas, y los recuerdos de la noche anterior la asaltaron.
Respiró hondo y pegó un puñetazo con su mano derecha. El dolor la atravesó
como una lanza y trajo la bendita oscuridad que tanto ansiaba.

~ 115 ~
Hugh se quedó de pie con Cole y Gabriel mientras enterraban a Darrick. Se
había quedado sorprendido al ver que todo el castillo asistía, pero había una
persona que sabía que debería haber estado allí.
Mina.
Inhaló profundamente y contempló su alrededor. La exuberante vegetación
guardaría el lugar de descanso de Darrick. Cole hubiera querido un funeral
tradicional en el que se quemaba a los guerreros. Y si no se hubieran estado en
Stone Crest, Hugh hubiera hecho justamente eso.
Una sombra por el rabillo del ojo captó su atención. Se dio la vuelta y se
encontró a Aimery y a varios de sus guerreros Fae. El corazón de Hugh se
calentó al saber que el Fae se preocupaba realmente por ellos. No le sorprendía
que los aldeanos no vieran al Fae; Aimery sólo había permitido a Hugh un
pequeño vislumbre.
Una vez que el sacerdote terminó de bendecir la tierra y Darrick ya había sido
enterrado, Hugh se volvió hacia el castillo. Bernard asintió con la cabeza y giró
sobre si mismo antes de extender la mano y agarrar a Theresa para llevarla de
vuelta al castillo.
— ¿Has visto a Aimery?, —preguntó Cole.
Hugh asintió mientras observaba al barón y a su hermana.
—Sabía que el Fae estaría aquí, — dijo Gabriel, cruzando los brazos sobre el
pecho.
— ¿Qué pasa, Hugh?, —preguntó Cole.
—No estoy seguro.
Cole flexionó sus manos. —Tiene que haber algo para llamar su atención de
la manera que lo ha hecho.
Hugh se encogió de hombros. —Y yo tengo un incordio persistente en el
fondo de mi mente.
— ¿Al igual se te ha olvidado algo?, — preguntó Gabriel.
—Nay, —negó Hugh sacudiendo la cabeza. —Creo que se me ha pasado algo
por alto.
Gabriel resopló. — ¿Qué hay que ver, aparte de una mujer vengativa y
rencorosa y el borracho de su hermano?
—Por no mencionar a una dama que no sólo es hermosa, sino que parece tan
inocente como un recién nacido, —terminó Cole. — ¿Aún estás seguro de que
sigue siendo Mina?

~ 116 ~
—En el pasado nunca me han fallado mis instintos, —dijo Hugh y se dirigió
al castillo.

— ¡¿Qué demonios?!, —soltó Hugh cuando la vio, después de haber bajado a


la mazmorra y precipitarse hacia la puerta que mantenía a Mina encerrada.
No había sido capaz de mantenerse alejado, la necesitaba para darse cuenta
de lo que estaba pasando y lo perjudicial que podría ser todo ello. Pero no había
estado preparado para verla tirada sobre las húmedas piedras.
— ¡Guardia!, —gritó.
El guardia se acercó corriendo. — ¿Mi señor?
—Encuéntrame a Gabriel y al barón y tráemelos aquí inmediatamente, —
dijo mientras cogía las llaves de la cintura del guardia.
Mientras el guardia iba en busca de Gabriel y Bernard, Hugh abrió la puerta
y fue a por Mina. Tocó su frente y encontró que su piel estaba ardiendo.
No pensó que fuera la herida de su brazo, ya que Gabriel se lo había curado,
pero algo le dijo que lo comprobara de todos modos. Le arremangó la manga de
su túnica y vio la piel enrojecida y tumefacta. Las marcas de las garras que
habían empezado a sanar y a desvanecerse, habían vuelto a crecer adquiriendo
un tono verdusco.
El sonido de botas bajando los peldaños llamó su atención. Se dio la vuelta y
descubrió a Gabriel. —¡Date prisa!
Inmediatamente Gabriel se arrodilló al lado de Mina. —Por todo lo que es
santo, —jadeó. — ¿Quién le ha hecho esto?
Hugh levantó su mirada hacia Bernard. —Ella estaba bien hasta que
entramos en el castillo.
— ¿Se va a poner bien?, —preguntó Bernard con su frente arrugada por la
preocupación. —Yo no quería que se viniera aquí abajo.
—Entonces deberías habérselo dicho, —soltó Hugh. —Nunca he visto nada
parecido a esta herida. Gabriel, ¿podrás curarla?

~ 117 ~
Gabriel palpó examinando la cabeza de Mina y sacudió su cabeza. —
Sinceramente, no lo sé. Hay magia implicada.
—Saquémosla de aquí, —dijo Hugh y la levantó en sus brazos.
—A Theresa no le va a gustar esto, —susurró Bernard.
—Francamente, me importa una mierda lo que a Theresa le guste o le deje de
gustar. —Pero le dio a Hugh que pensar. ¿Y si estuviera equivocado acerca de
Mina y ella fuera inocente? — ¿Hay algún otro modo de llegar a la alcoba de
Mina sin tener que pasar por la gran sala?
La cara de Bernard se iluminó. —Aye. Sígueme.
Se las arreglaron para llegar a la cámara de Mina a través de una escalera
trasera y sin ser vistos por nadie. Hugh entró primero y fue directo hacia su
cama. No fue hasta después de haberla acostado, cuando se dio cuenta de que la
piedra había vuelto a desaparecer.
—Bernard, busca la azurita mientras yo ayudo a Gabriel.
El Barón asintió y fue directamente a registrar la habitación.
Hugh vio el rostro de Mina cada vez más pálido. —Date prisa, Gabriel, —le
instó.
—No sé si esto va a funcionar, —dijo Gabriel mientras añadía lo que
parecían briznas de pasto en la copa con hierbas y agua. —Levántale la cabeza.
Debe beberse todo esto.
Cada vez que le acercaban la copa a los labios, ella apartaba la cabeza. Sin
importar de cuantas maneras intentaron que tragara el líquido, Mina se negó a
abrir la boca.
—Actúa como si quisiera morir, —murmuró Gabriel.
— ¡Y un infierno si lo va a hacer!, —atronó Hugh y volvió su cara hacia ella.
—Mina. Abre la boca. Vas a beber. No dejes que Theresa gane. Demuéstrale que
estaba equivocada. Demuéstrame que estoy equivocado. —Esperó un momento
y entonces susurró, —por favor.
Esta vez, cuando Gabriel le acercó la copa a sus labios, Mina permitió que el
líquido pasara. Una vez hecho esto, Hugh volvió a acostarla mientras Gabriel le
cogía el brazo.
—Sujétala, —le dijo a Hugh.
Hugh se inclinó sobre ella, puso una mano sobre uno de sus hombros, y
observó cómo Gabriel sacaba su daga. — ¿Qué estás haciendo?
La mirada plateada de Gabriel se amplió por la sorpresa. —Nunca me has
cuestionado antes.

~ 118 ~
—Sigue, —dijo Hugh y apartó la mirada.
— ¿Qué pasó anoche?
—No hagas preguntas, Gabriel. Haz tu trabajo.
Pero no podía dejar de mirar a su amigo mientras Gabriel reabría las heridas
de Mina. Tan pronto hubo abierto la piel, un olor fétido penetró en la cámara.
— ¡El tarro rojo!, —gritó Gabriel con preocupación.
Hugh lo alcanzó y se lo entregó a Gabriel, que rápidamente limpió la
amalgama amarillenta que supuraba de las heridas abiertas de Mina. Mina gritó
y trató de apartar el brazo de un tirón. Hugh la sujetó mientras Gabriel
terminaba de poner la mixtura y envolvía su brazo.
Cuando terminó, Hugh liberó a Mina. — ¿Funcionará?
Gabriel se pasó una mano por el pelo alborotado. —Eso espero. Quien sea, o
lo que sea que le haya hecho esto, tenía la intención de que muriera.
—Los únicos que la tocaron fueron Theresa y Hugh, —dijo Bernard.
—Ella estuvo conmigo toda la noche en el túnel bajo el monasterio. Si había
algo allí, también lo tendría yo.
—Cierto, —dijo Gabriel. —Por si acaso, vamos a ver tu espalda.
Hugh se levantó la camisa. — ¿Hay algo?
—Nada, — dijo Gabriel. —Las marcas se ven mucho mejor de lo que me
esperaba. Creo que no te quedará demasiada cicatriz.
—Es extraño que la criatura no te matara, —dijo Bernard.
—Soy consciente, —estuvo de acuerdo Hugh. —Ha tenido un montón de
oportunidades.
—Y también ha tenido amplias oportunidades de matar a Mina, —señaló
Gabriel.
—Mina nos dijo que le habló y le dijo que ella iba a ser la última. Que quien
lo estaba controlando quería que fuera testigo de la muerte de todo el mundo.
—Bueno, —dijo Bernard y se desplomó en una silla como si lo hubieran
noqueado. —Eso significa que es inocente, o bien miente y lo controla ella,
envenenándome a mí y atacando a Theresa.
—Tiene buenas razones para querer vengarse de los dos, —dijo Gabriel.
Bernard bajó la cabeza. —Lamentablemente es muy cierto.
—Por lo tanto, Hugh, ¿qué hacemos?

~ 119 ~
Hugh contempló a la mujer dormida, la misma mujer que había cobrado
vida en sus brazos la noche anterior, la mujer que había hecho latir su sangre
con el deseo de llenarla. —No lo sé. Todo apunta a ella como la culpable.
— ¿Pero? —Provocó Gabriel.
—Podrían estar tendiéndole una trampa. ¿Quién la odia más?
Bernard comenzó a reírse. —Eso es fácil. Theresa. Pero honestamente puedo
decir que Theresa no sabe nada de magia o de estas piedras azules.
— ¿Estás seguro? ¿Apostarías tu vida en ello?, —preguntó Gabriel.
Bernard se detuvo.
Hugh dejó escapar un largo suspiro. — ¿Encontraste la azurita?
—Nay.
—No pensé que lo hicieras. ¿Por qué Mina colocaría la piedra de modo que
cualquiera de nosotros pudiera verla, para luego esconderla otra vez?
—Pudo haberse olvidado de sustituirla. —Se encogió de hombros Gabriel.
—Posiblemente, —admitió Hugh.
—Y el mal que la rodeaba en las ruinas del Druida no la molestaba.
—Mira, —dijo Bernard poniéndose en pie. —El crepúsculo está llegando. No
quiero ver a nadie de mi gente morir. ¿Sabes ya una manera para matar a la
criatura?
Hugh se acercó a la puerta. —Gabriel, no dejes a Mina. Bernard, lleva tu
gente para sus casas. Encontraré la respuesta.

~ 120 ~
Capítulo 14

Mina no quería abrir los ojos. Solo deseaba volver a la oscuridad, donde el
dolor en su corazón y su brazo no la alcanzaban.
—Mina. Debes despertar ya.
Se dio la vuelta queriendo escapar de la insistente voz, rogándole en silencio
que la dejara marchar.
—Es importante. Por favor, Mina.
Aunque la voz era agradable, también era implacable. La había arrastrado
fuera de su oscuridad y no la dejaría en paz. No tenía más remedio que abrir los
ojos. Parpadeó y miró a su alrededor mientras su mirada se enfocaba. Estaba en
su alcoba, aunque no podía recordar cómo llegó allí.
—Hugh te ha traído.
Volvió la cabeza y se encontró a su hermano y a Gabriel mirándola fijamente.
—¡Marchaos!, —graznó.
—Mina, ¿dónde metiste la azurita?, —le preguntó Bernard. — ¿Dónde la has
escondido?
—Yo no la tengo. —Trató de levantar su brazo derecho para frotarse los ojos y
gritó de dolor.
—Shhh, —le dijo Gabriel mientras tomaba suavemente su brazo y lo colocaba
con cuidado a su lado. —No lo muevas por un tiempo.
— ¿Qué ha pasado?
Los ojos plateados de Gabriel bajaron por un momento al suelo antes de
encontrarse con su mirada. —Magia oscura.
— ¿Qué tiene eso que ver con mi brazo?
—Quién la usó, quería que murieras. Si Hugh no hubiese ido a la mazmorra
cuando lo hizo, yo no hubiera sido capaz de salvarte.
Ella no quería tener ni una sola deuda de agradecimiento con Hugh. —Me
hubiera gustado decirle adiós a Darrick. Me salvó. Echo de menos sus bromas y
su risa.
~ 121 ~
Gabriel asintió. —Sí, lo extrañaremos enormemente. Dio su vida por ti
porque creía en lo que hacemos. Y porque le gustabas.
Eso trajo una pequeña sonrisa a sus labios. —Gracias.
—Acerca de tu brazo, había oído hablar del uso de la Magia Oscura utilizada
de tal forma, pero nunca me lo había encontrado antes. No sé si mis hierbas
ayudarán en algo.
—Ojalá me hubieras dejado morir.
— ¡Mina!, —la reprendió Bernard.
— ¿Cómo te sentirías si la gente pensara que eres una persona malvada que
manipulas a una criatura que mata a todo el mundo? ¿Cómo te sentirías si nadie
creyera una palabra de lo que dices?
Gabriel puso una mano sobre el hombro de Bernard para detener las
palabras que iba a decir. —Necesita descansar. Dale algo de tiempo.
Cuando Bernard dejó su cámara, ella se dio la vuelta hacia Gabriel. —
Gracias.
—Agradécemelo más tarde, —le dijo acercándole una copa. —Bébete esto.

Hugh se paseaba por las almenas agitadamente, el sol se hundía en el


horizonte por momentos. Llevaba un buen rato llamando a Aimery, pero el Fae
no le respondía. Dio un puñetazo en su muslo y entró en la torre para
encontrarse de cara con Aimery.
—Me preguntaba cuando pensabas entrar, —dijo el Fae.
—Hubiera sido de utilidad que me hubieses hecho saber que estabas aquí. —
contestó Hugh apretando la mandíbula.
—Ya ¿Y dónde estaría la diversión? —Cuando Hugh no se rió de su broma,
el Fae se enderezó de la pared. — ¿Qué pasa?
— ¿Estaba Mina en las ruinas Druidas tal como afirma?, o ¿fue ella la que
atacó a Theresa?
— ¿Qué te dice tu instinto?

~ 122 ~
Hugh estuvo dando vueltas por el torreón. —Me dice que es Mina quien
controla a la criatura.
—Sin embargo, no deseas considerarlo. ¿Tan difícil te resulta creerla?
Hugh se dio la vuelta y contempló los brillantes ojos azules de Aimery. —
Aye, me resulta difícil de creer. Después de todo lo que he hecho y he visto, en
lo único que puedo confiar es en mi instinto.
—Eso realmente te va a meter en más de un apuro, —dijo Aimery
despreocupadamente.
— ¿Por qué no me dices simplemente lo que quiero saber?
—Porque me han ordenado que no lo haga.
Hugh se rió secamente. No se sorprendió en absoluto por la respuesta de
Aimery. — ¿Y quién te ha ordenado eso?
—Yo, —dijo una voz femenina detrás de Hugh.
Hugh se dio la vuelta y se quedó de piedra. Una sola vez había visto Hugh a
la exquisita Reina Fae, Rufina. Había quedado embobado y sin habla por su
esplendor, e incluso ahora mismo era incapaz de encadenar un par de palabras
seguidas. Tenía los mismos ojos azul brillante que Aimery, un rasgo común en
los Fae, así como el largo pelo platino, pero era la sencilla perfección de todo lo
relacionado con ella lo que la hacía tan hermosa que hasta dolía mirarla.
—No es de extrañar que no permitáis que los mortales os vean, —refunfuñó
Hugh, apartándose de ella para poder volver a pensar otra vez.
Ella se rió. Era como escuchar el titilante sonido de campanillas. —Siempre
fuiste un adulador.
Hugh puso los ojos en blanco y miró a Aimery. — ¿Siempre es así?
Aimery sacudió la cabeza. — Amigo mío, hoy está de buen humor. Yo en tu
lugar lo aprovecharía.
Suspirando, Hugh juntó sus pensamientos antes de hacer frente a Rufina. —
¿Mi señora, podéis decirme si Mina está diciendo la verdad o no?
—Déjame que te pregunte algo, — dijo Rufina, echando su larga melena por
encima del hombro. — ¿Te importa esta mortal?
—Si no me preocupara por ellos, no arriesgaría mi vida para matar a las
criaturas que los tienen aterrorizados.
Ella sonrió. Sus labios, carnosos y rojos vueltos hacia arriba seductoramente.
—Sé lo que pasó entre tú y Mina en el túnel. La querías, Hugh. Han pasado
muchos años desde que encontraste a una mujer que te incitara como lo hace
Mina.

~ 123 ~
—Suficiente, —cortó él, pasándose la mano por el rostro. —Odio que no
podáis responderme a una simple pregunta.
—Tú tampoco contestaste la mía, — señaló.
—Eso no os da derecho a meteros en mi vida privada.
Ella levantó una ceja rubio-platino absolutamente arqueada. —Eres un
guerrero para los Fae. Tú y tus hombres son lo único que mantiene vivo este
planeta. Me meto en vuestras vidas para asegurarme de que todo es como
debería ser.
—Decidme simplemente si Mina está mintiendo, —dijo con voz resignada.
—Nay. Tendrás que determinarlo por tu cuenta.
Hugh había tenido más que suficiente de preguntas sin respuesta, y se
dirigió a Aimery. —Entonces dime otra cosa, por qué mis flechas o mi espada
no matan a la criatura.
— ¡¿Qué?! — preguntaron al unísono Aimery y Rufina.
Hugh ladró una risotada levantando los ojos al techo. —Y yo que pensaba
que lo sabíais todo.
—No presiones tu suerte, —le advirtió Aimery mientras se apartaba de la
pared. — ¿Por qué no me lo dijiste antes, eso de la criatura?
Hugh se encogió de hombros. —Como dije, pensé que lo sabías.
Largos y delgados dedos, con cada uña de la misma longitud y forma, se
envolvieron alrededor de su muñeca. — ¿Tienes alguna idea de cuantas
personas deambulan por los reinos?, —preguntó Rufina. —En serio, ¿tienes
alguna idea de cuántos reinos hay?
—Nay.
—Si abriéramos nuestras mentes por ahí, a todo el mundo, nos volveríamos
locos. No es así, a menos que nos centremos en algo que sabemos que está
sucediendo en un momento dado.
Entrecerró los ojos al ver la preocupación tirar de la cara de Rufina. Después
echó una mirada a Aimery y lo vio andar de un lado para otro. —¿El hecho de
que no podamos matar a esta criatura es algo con lo que no os habéis
encontrado anteriormente?
Rufina sacudió la cabeza y se acercó a la puerta de la torre. —Sabíamos que
las criaturas se estaban volviendo cada vez más fuertes con cada una de sus
muertes, y que costaba más acabar con ellas, pero había esperado que este día se
encontrara aún lejano.

~ 124 ~
Esto no era lo que Hugh necesitaba oír ahora mismo. — ¿De qué día estáis
hablando?
Ella volvió sus ojos de un azul-brillante hacia él. —Creo que es tiempo de
que sepas contra qué has estado luchando.

Hugh entró en la alcoba de Mina y encontró a Gabriel solo. — ¿Cómo está?


—Se despertó brevemente, pero le di otra mezcla para alejar el dolor mientras
se cura. Dormirá el resto de la noche.
—Bueno. ¿Te dijo cómo fue atacada?
—No recuerda nada.
Hugh asintió. — ¿Dónde está Cole?
—Siguiendo a Theresa.
En ese momento la puerta de la habitación de Mina se abrió de golpe, y
Theresa se quedó parada con los ojos bien abiertos. —Acabo de estar en la
mazmorra. ¿Por qué no está Mina allí? ¿Quién la ha dejado escapar?
Hugh dio un paso hacia Theresa mientras Cole y Bernard se acercaban por
detrás. —No la hemos dejado escapar.
Los ojos de Theresa se movieron más allá de él, hacia Gabriel y la cama. Sus
ojos, ya muy abiertos, casi se salieron de sus órbitas por la indignación. —
¡Cómo te atreves!, —gritó corriendo hacia la cama.
Hugh la atrapó al vuelo, y la sujetó mientras ella lo arañaba y repartía
puntapiés.
— ¡Trató de matarme!, —chilló Theresa. —Me quiere muerta, y no parará
ante nada hasta que lo consiga.
—A ella también la atacaron, —dijo Hugh.
Theresa continuó peleando y gritando, y tardó tanto que Cole y Bernard se
decidieron a ayudar a Hugh para someterla.
Hugh tomó su rostro entre sus manos. —¡Basta!

~ 125 ~
—No entiendo por qué no puedes verlo, —dijo mientras las lágrimas se
derramaban de sus ojos.
Hugh se enderezó y suspiró. —Bernard, creo que sería mejor si te llevaras a
tu hermana a su cámara. ¿Has conseguido que todo el mundo se quede dentro
de sus casas?
—Aye, —respondió Bernard mientras se llevaba a una Theresa medio
drogada hacia la puerta.
Una vez que Bernard y Theresa se hubieron ido, Hugh se giró hacia sus
hombres. —Tenemos que hablar. Hoy he tenido la visita de Aimery y Rufina.
—¿La reina? —Preguntó Cole, aturdido. —Sólo la vi una vez, cuando accedí
a convertirme en Shield.
—Yo también, —agregó Gabriel.
Hugh se encontró contemplando a Mina y recordando su conversación con
los Fae. —No tienen ni idea de cómo matar a la criatura.
—Entonces… eso no es nada bueno, —dijo Cole sentándose en la silla junto a
la cama de Mina.
Gabriel se frotó la barbilla. — ¿Y no te dieron ni una pista?
—Nay. De hecho, ambos estaban muy preocupados. Parece ser que sabían
que este día llegaría, pero no se esperaban que fuera tan pronto.
Cole silbó por lo bajo. — ¿Qué significa eso para nosotros?
—Eso significa que dependerá de nosotros matar a esta criatura.
—Si es que se puede matar, —dijo Gabriel.
Cole estudió a Hugh por un momento. —Hay más.
Hugh asintió con la cabeza. —Es el principio del fin de este reino.

~ 126 ~
Capítulo 15

— ¿El principio del fin? —Repitió Cole. — ¿A qué se refiere Rufina?


—Parece ser, —dijo Hugh, —que las criaturas se están volviendo inmunes a
cualquier cosa que tengamos para acabar con ellas. La primera muestra fue la
forma en que saltaron de este tiempo a novecientos años después.
—Por lo tanto, aunque logremos matar a este monstruo, las criaturas
seguirán evolucionando, —dijo Gabriel.
—Exactamente. Quienquiera que los libera está aumentando en poder, y da
ese poder a las criaturas.
Cole resopló. — ¿Y los Fae no nos pueden ayudar?
—Nay.
— ¿No pueden o no quieren?, —preguntó Gabriel.
Hugh inspiró profundamente. —No están seguros de lo que hay que hacer.
El reino de la Tierra siempre ha estado abierto para ellos, ya que una vez
habitaron aquí, pero los otros reinos están tan cerrados para ellos como lo está el
reino Fae para nosotros.
—Tiene que haber alguna manera de detener a estas criaturas, y a las
personas que los controlan, —declaró Cole.
—Exacto. Sólo tenemos que encontrarla.
Gabriel suspiró. —Aimery nos dijo hace mucho tiempo que se trataba de
alguien de otro reino, que usaba a gente de la Tierra para llevar a esas criaturas
al futuro.
Hugh contempló a Gabriel por un momento, recordando esa conversación
con Aimery. —Y yo apuesto a que si encontramos esa piedra azul que tenía
Mina, podremos empezar a resolver este rompecabezas.
—Mina dijo que no tenía la piedra, —soltó Gabriel.
—Tiene que estar en alguna parte de este castillo, sobretodo porque ella la
trajo aquí y ha desaparecido.

~ 127 ~
Se dio la vuelta hacia Cole y se lo encontró mirando la cama. Siguió la mirada
de Cole hasta Mina y se la encontró con sus ojos clavados en él.
A Hugh no le gustó el modo en que sus bellos ojos se lo quedaron mirando,
como si fuera un enemigo en lugar de su amigo.
Pero, por otra parte, qué podía esperar si él también la creía culpable. ¿Lo
era? Hugh ya no sabía que pensar.
—Se supone que tienes que estar durmiendo, —dijo.
—Y cómo quieres que lo haga, con el griterío de Theresa.
Hugh se acercó a la cama y fue a cogerle la mano, pero ella se apartó de él. El
dolor que esto le causó, le molestó más de lo que le gustaría admitir o mostrar.
—Dime, ¿dónde dejaste la piedra la primera vez que la trajiste al castillo?
Ella se rió fríamente. — ¿Por qué? Tampoco vas a creer nada de lo que te
diga. Te he dicho que no tengo la piedra, que no sé quién la dejó en mi cámara
después de que me la robaran.
—Si realmente eres inocente, entonces no dejes que quien esté entre nosotros
se interponga en el camino de ver probada tu inocencia.
Ella trató de incorporarse y gritó cuando puso el peso sobre su brazo herido.
Hugh se acercó para ayudarla, pero ella se apartó de él con tanta fuerza que se
cayó de la cama. Se quedó mirándola impotente mientras Gabriel se apresuraba
a su lado y la ayudaba a volver a la cama.
— ¿Mina?, —dijo Hugh mirándola muy de cerca.
Ella volvió sus ojos verdeazulados hacia él. Unos ojos que tan sólo unas horas
antes habían estado llenos de risas y excitación, ahora estaban sin vida. Había
muchas cosas de las que Hugh se avergonzaba y que desearía poder retirar,
pero lo que quería sobre todo lo demás, era que volviera de nuevo la luz a sus
ojos.
—Toda mi vida he tenido que lidiar con la lengua viperina de Theresa, y
siendo ignorada por mis padres, —dijo. —Y luego llegas tú. Me devuelves a mi
hermano y me haces ver cosas que antes me había perdido.
Hizo una pausa y bajó los ojos hacia sus manos. —Además, me diste la única
cosa que siempre he querido. —Y levantó su mirada hacia él. —Me prestaste
atención. Me diste esperanza. Para luego quitármela sin demora. No veo
ninguna razón para ayudarte cuando, ni yo misma puedo contar con tu ayuda.
Él dio un paso atrás cuando el impacto de sus palabras lo golpeó. —Yo no te
he quitado tu esperanza.
— ¡Perdona?, —dijo soltando una carcajada irónica. —Tontamente pensé que,
si alguien iba a ver que soy inocente, ese serías tú. Tontamente pensé que,
~ 128 ~
después de nuestra noche en el túnel, tú habrías visto mi inocencia. No tenía ni
idea de que se podía utilizar a la gente como tú lo haces.
Mina tenía tal nudo en la garganta, que más parecía una soga apretando a su
alrededor.
—Quiero creer que eres inocente, pero no me das ni una sola prueba de que
lo seas.
Sus ojos llamearon con furia. — ¿Quieres una prueba? El día que Theresa fue
atacada, yo estaba en las ruinas hablando con Aimery.
Eso sí fue como un puñetazo en el estómago. Hugh recordó haberle
preguntado a Aimery, y a este saliéndose por la tangente. ¿Cómo podía haber
sido tan estúpido como para no ver la verdad desde el principio? — ¿Por qué no
me lo dijiste antes?
Se apartó de él y se deslizó debajo de las cobijas. — ¿Es demasiado querer
que alguien me crea?

Mina flexionó la mano mientras se mordía el labio haciendo una mueca.


—No te precipites, —dijo Gabriel. —Vamos a echarle una ojeada, ¿de
acuerdo?
Ella tendió su brazo mientras él se sentaba en la cama y desenvolvía el
vendaje. La piel, que había estado teñida de verde alrededor de la herida, ahora
presentaba un color rosado.
—Se está curando muy bien.
—Aye —dijo, mientras se quedaba mirando fijamente las tres cuchilladas que
ocupaban la longitud de su antebrazo. Y levantó sus ojos cuando sintió que
Gabriel la contemplaba.
—Las cosas podrían ser peores que tener cicatrices, —dijo.
—¿Quieres decir como que la gente piense que una servidora está
controlando a la criatura que los está matando?
Él suspiró mientras frotaba más crema sobre sus heridas. —No sé lo que pasó
entre tú y Hugh, pero te puedo decir que en todos los años que hemos estado

~ 129 ~
cazando a estos viles y malvados monstruos, nunca se ha equivocado acerca de
quien los controla.
—Ya he oído esa parte de las noticias.
—Sin embargo, siempre hay una primera vez para todo. —Él sonrió y
comenzó a poner un nuevo vendaje.
Ella le devolvió la sonrisa. —Hugh no me cree acerca de Aimery, ¿no?
Gabriel se encogió de hombros. —No he hablado con él sobre esto desde que
se marchó esta mañana.
Miró hacia la ventana y vio el sol poniente. —No me puedo creer que haya
dormido todo el día. ¿Vino anoche la criatura?
—Aye, —murmuró Gabriel. —A pesar de que los aldeanos estaban dentro de
sus hogares, la bestia todavía fue capaz de llegar hasta ellos.
— ¿A cuántos mató?
—Cerca de una docena, y destruyó varias cabañas, así como algunas vacas y
ovejas.
Mina echó la cabeza hacia atrás y suspiró. —No importa lo que hagamos,
siempre se las arregla para matar.
—Tú no vas a salir de esta cámara esta noche, —advirtió Gabriel.
—Lo sé. No puedo ni sostener la daga, y estoy demasiado débil para correr.
¿Cuál es el plan?
Una vez más, Gabriel se encogió de hombros.
Ella se rió entre dientes. —Así que Hugh te ha pedido que no me cuentes
nada.
—Más o menos, algo parecido.
La puerta de la alcoba se abrió, y Hugh llenó todo el espacio. —Gabriel,
necesito hablar con Mina a solas.
Sin echar un vistazo hacia atrás, Gabriel salió de la cámara. Quería llamarlo
para que se quedara, pero sabía que no volvería. En su lugar, tomó una
respiración profunda y miró a Hugh.
— ¿Por qué no me dijiste antes lo de Aimery?, —le preguntó por segunda
vez.
Mina quería ignorarlo, pero no se podía ignorar a alguien como Hugh. Su
presencia dominaba tanto la habitación como su propia mirada. Odiaba no
poder apartar la mirada de su hermoso rostro. —Ya te lo dije. Quería que me
creyeras por el mero hecho de creerme.

~ 130 ~
—Yo no hago las cosas de esa manera. Tengo que tener pruebas.
—Entonces pídeselas a Aimery. Él te lo dirá.
El silencio que siguió hizo crecer su aprehensión.
—Lo hice, —dijo Hugh después de un momento.
Ella tragó con nerviosismo. — ¿Y qué te dijo?
—No niega ni acepta que estuvo contigo.
Ella comenzó a reírse. —Simplemente maravilloso. Al final te digo lo único
que puede despejar la incógnita de dónde estaba, y Aimery no piensa
confirmarlo. Entonces, ¿dónde nos deja eso?
—No lo sé, —dijo Hugh y suspiró pesadamente.
Mina le miró y vio las líneas de preocupación alrededor de sus ojos. —Lo
quieras creer o no, si la tuviera, te diría dónde puse la azurita.
— ¿Pero no la tienes?, —preguntó.
—Nay.
Hugh miró a lo lejos y hacia el techo como si contemplara una gran
estrategia. —He perdido la cuenta de la cantidad de años que he liderado a
estos hombres en busca de estas criaturas. He matado a tantas cosas malvadas
que ya perdí la cuenta. —Y bajando la cabeza se dirigió hacia la cama.
—Ni siquiera sé cuántos años tengo ya. He confiado en mis instintos como la
única fuente conocida mientras viajamos a través de diferentes épocas. Si no
confío en ellos estoy perdido.
Ella bajó sus ojos, incapaz de sostener su mirada interrogante. — ¿Dónde
naciste exactamente?
—Al sur de Inglaterra, no lejos de Londres, en el año 1011.
Mina digirió sus palabras y la sorpresa subsiguiente. Entonces levantó la
mirada hacia él. —Si yo fuera otra persona, te diría que estás chiflado. Pero te
creo. ¿Por qué no puedes creerme tú a mí?
—Porque los hechos te señalan.
Ella suspiró. — ¿Y cómo puedo demostrar mi inocencia?
—Ayúdame a encontrar la piedra azul y a la persona que controla a la
criatura.
— ¿Y qué pasa si soy yo esa persona? ¿No tienes miedo de que te ataque?
Él resopló y se cruzó de brazos. —Podrías intentarlo, pero créeme cuando te
digo que no ibas a poder.

~ 131 ~
No tenía ni idea de cómo contestarle.
—Mina, vimos la piedra sobre tu cama mientras tú estabas en las ruinas.
¿Dónde está?
—Ya te dije que no la tengo. Fue robada de mi cámara. Entré aquí ese día y la
encontré encima de mi cama. Inmediatamente me fui a buscarte, y entonces me
encontré con Theresa, y ella dijo...
— ¿Qué?, —Saltó él después de que ella se quedara callada.
Mina recordaba las palabras exactas de Theresa, y después recordó la
sensación de las manos de Hugh sobre ella, de cómo le dio tanto placer sin
tomar nada para sí mismo.
—Sus insultos habituales, —mintió. —Y me fui a las ruinas en busca de
consuelo. Cuando volví a mi alcoba, la piedra había desaparecido.
—El misterio va en aumento, —dijo en voz baja. — ¿Nos ayudarás a
encontrar la piedra?
Por un momento, ella se lo quedó mirando. A pesar de sus palabras
acaloradas, todavía anhelaba sentir sus labios y sus manos sobre su cuerpo. La
había herido, pero lo perdonaría en un santiamén si se lo pedía.
Le pedía que pasara tiempo con él, y a pesar de que todavía pensaba que
controlaba a la criatura, le estaba dando la oportunidad de demostrarle que
estaba equivocado.
—Te ayudaré.

Hugh empezó a buscar de nuevo por toda la cámara de Mina, con ésta
dirigiéndole desde la cama. Encontró lugares escondidos que ni siquiera nadie
había descubierto antes, sin embargo, no hubo manera de encontrar la azurita
en su alcoba.
Se enderezó después de haber mirado en el interior de su baúl. —La piedra
no está aquí.
Aunque ella no pronunció las palabras, la mirada que le dirigió decía a las
claras 'te lo dije'.

~ 132 ~
—El castillo es un lugar enorme con un montón de escondrijos. Podría estar
en cualquier lugar.
—El mejor momento para buscar es por la noche, cuando todo el mundo está
durmiendo, —dijo, mientras hacía bascular las piernas por encima del borde de
la cama.
En dos zancadas él estuvo a su lado. — ¿Qué crees que estás haciendo?
—Tú no conoces este castillo como yo. Por lo tanto, si quieres encontrar esa
piedra me vas a necesitar.
Rechinando con fuerza los dientes, un golpe en la puerta le salvó de tener
que responder.
—Entra, —dijo Mina mientras seguía todavía mirándolo.
Gabriel y Cole entraron en la cámara.
— ¿Qué crees que estás haciendo levantándote de la cama?, —preguntó
Gabriel mientras corría hacia ella y la empujaba sobre el jergón.
—Estoy bien, —argumentó.
Hugh sacudió la cabeza. —No creo que te des cuenta de lo cerca que has
estado de la muerte.
—Oh, sé exactamente lo cerca que he estado, y estaba contenta de estar allí.
Deberíais haberme dejado.
Hugh quedó sorprendido por sus palabras. —Aún no te ha llegado tu hora.
— ¿Y quién eres tú para decidir eso? Sólo Dios tiene esa autoridad.
—En realidad, —comenzó Cole, pero Hugh lo interrumpió rápidamente.
— ¿Dónde está Theresa?
—Se ha encerrado en su cámara diciendo que no puede confiar en nadie, y se
niega a salir hasta que la criatura esté muerta.
—Vamos a tener que encontrar una manera de hacerla salir para buscar en su
alcoba, —dijo Mina.
—Tendremos que dejarla para el final, —dijo Hugh. —Hay muchas otras
cámaras para buscar primero. Si tenemos suerte, la encontraremos antes de que
haya necesidad de buscar en la suya.
— ¡Guau!, —dijo Cole. — ¿Que está pasando aquí? ¿Por qué estamos
discutiendo de explorar aposentos?
Gabriel ladeó la cabeza hacia un lado. —Creo que se trata de la piedra azul.
Mina sonrió con una sonrisa brillante. —Correcto. Voy a demostrar que no

~ 133 ~
tengo la piedra encontrándola por mí misma.
—Conmigo a tu lado, —declaró Hugh. Su actitud protectora hacia ella crecía,
y lo único que podía hacer por ahora era rezar para que fuera inocente, puesto
que su plan para implicarla en la búsqueda y así mantener un ojo sobre ella,
había funcionado. Su corazón no podría soportar otra traición.
—Genial. ¿Por dónde empezamos?, —preguntó Cole.
Los hombres miraron a Mina mientras ella trataba de ponerse en pie. Hugh la
alcanzó antes de que sus rodillas cedieran. —Todavía es demasiado pronto.
—Te puedo mostrar lugares para buscar, —suplicó. —Me necesitas. Tenemos
un pacto.
Hugh volvió a apretar la mandíbula con fuerza. Él y sus hombres podían
moverse con facilidad por todo el castillo, pero era cierto que necesitaban a
Mina para guiarlos, lo que sería doblemente difícil ya que ella todavía estaba
débil.
El grito ensordecedor de la criatura rebotó por toda la cámara.
—No creo que tengamos tiempo para pensar en eso ahora mismo, — dijo
Cole mientras sacaba la cabeza por el pasillo. —El castillo ya está lleno con los
aldeanos.
Hugh se dio la vuelta y miró a Mina. —Vamos a necesitar un pergamino y
una pluma, Cole.
—Ya voy, —dijo el guerrero de pelo negro.
—Y no digas a nadie dónde vas, —le dijo Mina después.
Hugh alzó la vista hacia la ventana. —No habrá caza de la criatura esta
noche. Necesitamos organizarnos para esta noche y mañana.

~ 134 ~
Capítulo 16

Mina sintió escalofríos y se arrebujó la frazada alrededor de su cintura. La


debilidad que le había dejado el haber estado a punto de morir, había hecho
mella en ella, pero estaba decidida a luchar contra ella. Quería estar allí para
demostrar a los Shields que era inocente.
Hugh, Cole y Gabriel estaban sentados alrededor de su cama mientras les
describía el castillo en detalle y Cole lo dibujaba. Unas horas más tarde y una
vez completados los planos, los estudiaron. Después Gabriel volvió con la
comida. Con el plato en equilibrio encima de sus piernas, comieron fiambres y
pan.
Aunque sabía que cada uno de ellos tenía reservas sobre su inocencia, era
agradable tenerlos escuchándola, así como dispuestos a aceptar su ayuda.
— ¿Dónde está Bernard?, —preguntó.
—Tenía ciertos asuntos del castillo que atender, —respondió Hugh.
Entonces una idea la golpeó. —¿Vas a hacerle participar en la búsqueda?
—Por supuesto.
Ella tocó el brazo de Hugh para llamar su atención. — ¿Sabes que amo a mi
hermano?
—Aye. ¿Dónde quieres ir a parar?
—Te lo digo porqué quiero demostrar mi inocencia y tengo una propuesta.
Hugh se echó atrás en su silla y cruzó los brazos sobre su musculoso pecho.
—Te escucho.
—Buscad todo lo que podáis esta noche, pero mantenedlo para vosotros. Y si
no encontráis la piedra esta noche, mañana buscaremos más. Pero, que quede
claro que si la encontráis, habrá sido por mi ayuda. Y si no es así, solo tienes que
culparme.
—Siendo Mina la única que sabe lo que estamos buscando, tendría sentido
que fuera la única que la mantiene en movimiento, —dijo Gabriel. —Buena
lógica.

~ 135 ~
Ella sonrió a Gabriel, pero esperó la respuesta de Hugh retorciéndose las
manos y mordiéndose la lengua para evitar pedirle que le contestara de una
vez, en lugar de hacerla esperar.
Finalmente, él se inclinó hacia delante y dijo, —Tiene sentido. De acuerdo.
Lo mantendremos entre nosotros.
—Pero tú te vienes con nosotros; ella podría llamar fácilmente a alguien de
aquí y hacer que la cambiara de sitio, —dijo Cole.
Gabriel suspiró. —Aye, es verdad.
Mina miró de un guerrero a otro. —No lo haría. Lo juro.
—Lo que no comprendes, —dijo Hugh, —es que están utilizando magia.
Daría igual si te atamos, amordazamos y cerramos con llave la puerta de la
cámara. Si eres tú, la magia puede anular todo eso.
—Entonces, ¿qué sugerís?, —preguntó.
—Te vienes, —dijo Cole.
Sus ojos se iluminaron. Era justo lo que quería.
—Todavía está herida, —señaló Gabriel.
—Si puedo andar hasta el hogar y regresar sin caerme, ¿puedo ir?
Hugh inclinó la cabeza hacia atrás mirando el cielorraso. —Voy a lamentarlo.
—Y volvió la mirada hacia ella. —Si puedes caminar hasta el hogar y volverte,
sin tropezar, puedes venir.
Después de que Gabriel le quitara el plato, y Cole apartara los dibujos, Mina
empujó las cobijas de sus piernas y las pasó sobre el borde de la cama.
Hugh estaba relativamente cerca, y a Mina le tomó hasta la última onza de su
fuerza de voluntad no extender la mano y tocarlo. Se las arregló para ponerse
de pie sin balancearse, pero ahora tenía a Hugh tan cerca que podía sentir su
calor. Le trajo a la memoria poderosos recuerdos de su noche juntos y sintió la
humedad deslizarse entre sus piernas. Eso es lo que él había hecho con ella.
Echó un vistazo en su dirección y se lo encontró mirándola fijamente.
Levantó su barbilla y alzó su pie izquierdo para empezar a caminar. Su
pierna derecha temblaba y casi se dobló, pero se negó a ceder a la debilidad que
la consumía. Iría hasta el hogar y volvería. Y no pensaba tropezar. Esta noche
iría con ellos.
No había otra opción. No podía quedarse atrás.
Paso a paso, sin detenerse, llegó hasta el hogar. Cuando lo alcanzó, estaba sin
aliento y el sudor cubría su cuerpo. Todo lo que quería hacer era agarrarse para

~ 136 ~
no perder el equilibrio, pero estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para
demostrarles que no le dolía.
Mina inspiró profundo y dio la vuelta lentamente para hacerles frente.
Centró su mirada en Hugh, y comenzó el viaje de vuelta a su cama. Parecía tan
largo y cansino como el camino a Londres. Para esconder el dolor y la debilidad
y asumir el control, mantuvo los ojos fijos en Hugh. Y se perdió en su oscura
mirada que le recordó cómo sus ojos se intensificaban y ardían cuando la pasión
lo consumía.
Antes de darse cuenta estaba parada frente a él, mientras él alzaba la vista
hacia ella y extendía la mano para tocarle un mechón de cabello que le había
caído sobre el hombro. Despacio, se mantuvo inmóvil hasta que fue ella quien
levantó la vista hacia él.
Sus cuerpos estaban a un simple suspiro de tocarse. Su calor la envolvía y
sus entrañas ansiaban sentir que la tocaba de nuevo. La mirada de Hugh se
oscureció a la vez que sus ojos se posaban en sus labios. Sus pechos se
hincharon y sus pezones se endurecieron como guijarros. Y sus labios se
separaron mientras esperaba probarle otra vez. Ser sacada de este mundo, para
ir a un lugar en el que sólo Hugh y ella existieran.
—Lo lograste, —dijo él suavemente.
—Lo logré.
Todavía estaban juntos, sin moverse. Por el rabillo del ojo, vio que sus manos
se levantaban hacia ella. Iba a tocarla, a besarla. El placer maravilloso cantaría
de nuevo a través de sus venas…
Pero Cole se aclaró la garganta antes de que Hugh pudiera hacer nada. —
Siento interrumpir, pero no es que tengamos mucho tiempo.
Hugh dio un paso atrás y bajó los brazos. —¿Necesitas ayuda para vestirte?
Casi iba a soltar la pregunta de si sería él quien la ayudara en caso de que
dijera que aye, pero en su lugar, sacudió la cabeza y se agarró al poste de la
cama para mantenerse de pie. Cuando se cerró la puerta detrás de los hombres,
se derrumbó sobre la cama y cerró los ojos.
Casi había vuelto a hacer el tonto. De nuevo. Entonces sus ojos se abrieron
de golpe. Había visto el deseo en los ojos oscuros de Hugh, y también había
visto acelerarse su respiración.
La había deseado.
Una sonrisa tiró de sus labios. Tal vez hasta sentía un poco de cariño por ella.
Con ese pensamiento, se levantó y empezó a vestirse. Resultaba difícil, sobre
todo porque había usado casi toda su energía sólo para andar hasta el hogar y

~ 137 ~
volver. Pero su vida pendía de un hilo, así como probar su inocencia. Podría
descansar mañana. Esta noche encontrarían esa maldita piedra azul.
Aferrándose a cualquier cosa de la que pudiera agarrarse, apresuradamente
se quitó el camisón y alcanzó un vestido. Afortunadamente, el primero al que
llegó podía atarse por la parte frontal. Se sentó sobre su baúl y se puso los
zapatos. Cuando terminó, estaba temblando tanto del sobreesfuerzo que apenas
se tenía en pie.
Pero pensaba resistir.
Se encaminó lentamente hacia la puerta y la abrió, encontrándose a los tres
hombres que la esperaban. —Estoy lista, —dijo mientras intentaba atarse el
molesto cabello fuera de su cara con una cinta azul marino que estaba lejos de
emparejar con su desgastado y desteñido vestido marino.
—Déjame, —dijo Hugh y tomó la cinta. Cuando hubo terminado, sus manos
se posicionaron sobre sus hombros, y ella tuvo el impulso de reclinarse hacia
atrás, contra su pecho.
— ¿Lista?, —preguntó y tendió su brazo para ella.
Ella lo ignoró y pasó junto a él. —Creo que deberíamos empezar primero por
la parte de arriba, donde es menos probable que nos encontremos con alguien.
—Y para cuando lleguemos a los niveles inferiores todo el mundo ya estará
dormido, —terminó Gabriel.
—Exactamente. —Mina se detuvo cuando un pensamiento empezó a echar
raíces. —¿Qué pasa si Bernard viene a verme?
—No lo hará, —dijo Cole.
Mina se volvió hacia él. —¿Cómo lo sabes?
Cole parecía incómodo a la luz de las antorchas que iluminaban el corredor.
—Él... ah…, tiene compañía esta noche.
— ¿Compañía?, —repitió. —Si no tenemos invitados esta noche. —Y miró a
Hugh. —¿Acaso llegaron huéspedes hoy?
—Cole está hablando de una mujer para calentar la cama de tu hermano.
—Ah, ya. ¿Podemos continuar?
—Por supuesto, —dijo Hugh con ojos centelleantes.
Mina llegó hasta el final del corredor sin derrumbarse, pero sus pasos se
habían ralentizado. Esperó a que Hugh hiciera algún comentario al respecto,
pero él siguió en silencio. Cuando llegó a la escalera que les llevaría hasta los
niveles superiores y a las dos torres, se apoyó contra la pared para recuperar el
aliento.

~ 138 ~
Hugh había visto suficiente. Sabía que había sido un error permitir que Mina
fuera, pero tenía que darle su crédito. Tenía coraje. Un montón de coraje.
Hizo señas a Cole y a Gabriel para que se adelantaran. Y una vez que
empezaron a subir las escaleras, se agachó y cogió a Mina en brazos.
— ¿Qué estás haciendo?, —le preguntó.
—No puedes subir las escaleras, y los dos lo sabemos.
—Muy bien, —dijo. —Pero una vez que lleguemos arriba, me bajas.
Caminaré desde allí.
Él no le respondió. Sabía que las pocas fuerzas que le quedaban se habían
ido, y ni siquiera habían empezado a buscar en el castillo. Tendrían suerte si
acababan la búsqueda en los niveles superiores antes del amanecer.
Por más que lo intentó, Hugh no podía ignorar ni las curvas suaves, ni la
calidez de la mujer que llevaba entre sus brazos. Ya estaba duro y con ganas
desde que había estado a punto de besarla en su alcoba. Y le hubiera gustado
saber cómo es que podía tener este efecto en él, pero sabía que no iba a obtener
una respuesta, si es que había alguna.
En la parte superior de la escalera se encontró con Cole y a Gabriel
esperándolo. Miró a su alrededor. A la izquierda había otro corredor, más corto
que el de abajo, y que conducía a unas pocas cámaras. Y a la derecha estaba la
escalera que llevaba a una torre.
— ¿Hay alguien en estas cámaras?, —preguntó a Mina.
—Con los aldeanos aquí, supongo que sí.
Cole dio un paso hacia el pasillo. —Entonces sugiero que busquemos antes
de que se presenten aquí arriba.
Hugh asintió. —¿Cuántas cámaras hay, Mina?
—Cuatro.
—Entonces vamos a apresurarnos.
No la dejó en el suelo como ella había solicitado, pero se dio cuenta de que
ella tampoco se lo pidió. No es que objetara. En realidad, le gustaba tenerla en
sus brazos. Se acomodaba perfectamente allí. Con su brazo herido alrededor de
su cuello y sus dedos jugueteando con su pelo, parecía lo correcto.
Llegaron a la primera cámara. Estaba apoyado contra la pared con Mina
todavía en sus brazos cuando Cole golpeó en la puerta. No hubo respuesta. Cole
probó el pestillo y lo encontró abierto. Dejaron a Gabriel montando guardia
mientras se apresuraban en su interior.

~ 139 ~
—He revuelto estas cámaras muchas veces de niña. No hay habitaciones
ocultas ni piedras que se muevan. Si la piedra está aquí, será fácil de encontrar,
—dijo Mina.
Hugh la sentó en la cama mientras él y Cole con rapidez y eficacia, buscaban
por la cámara.
—Nada, —dijo Cole.
Hugh silbó a Gabriel que fue a la cámara siguiente, mientras él cogía a Mina
en brazos. Una vez más, fueron afortunados y encontraron la cámara vacía.
—Me pregunto dónde estará todo el mundo, —dijo Mina. —Por lo general, a
esta hora ya se han retirado a pasar la noche.
—Escuchad, —dijo Gabriel desde la puerta.
Se detuvieron y escucharon el batir de las alas de la criatura mientras volaba
alrededor del castillo.
— ¿Por qué no nos está gritando?, —preguntó Mina.
—Por la misma razón que no hay nadie en el patio de armas para comerse, —
dijo Cole.
Hugh suspiró. —Si no damos con un plan, casi puedo garantizar que la
criatura encontrará un camino para entrar en este castillo para mañana por la
noche.
Buscaron en la cámara, pero tampoco encontraron nada. Y las otras dos
siguientes dieron los mismos resultados. Hugh trató de llevar a Mina, pero ella
ya estaba andando corredor abajo. Entonces se detuvo a su lado mientras ella
contemplaba la oscura escalera que conducía a la parte superior de la torre.
— ¿Qué hay ahí arriba?, —preguntó Cole.
—Una cámara sin usar. Uno de mis antepasados encerró allí a su esposa
cuando la encontró en brazos de uno de sus caballeros. Murió misteriosamente,
y nadie ha estado allí desde entonces.
— ¿Cuánto tiempo hace de eso?
—Más o menos unos cien años. Dicen que la cámara es frecuentada por su
fantasma.
Hugh tomó la antorcha de Gabriel y le dio un codazo a Cole para apartarlo
del camino. —He visto monstruos más que suficientes. No hay nada allí arriba
que me asuste.
Empezó a subir las escaleras de dos en dos hasta que llegó a una puerta
cerrada. No sabía por qué llamó, pero lo hizo.

~ 140 ~
Tal como esperaba, no hubo respuesta. Intentó abrir con la manija, pero, o
bien estaba atascada, o cerrada con llave. Y puesto que no había cadenas
impidiendo el paso a su interior, pensó que estaba atascada. Puso el hombro
contra la puerta y empujó, pero no se movió.
—No has podido entrar, ¿verdad?
Miró hacia abajo y encontró a Mina, Cole y a Gabriel detrás de él. —Nay.
—Nadie ha podido desde que ella murió.
—Sería el lugar perfecto para ocultar algo.
—Si se pudiera entrar, —señaló ella.
Un aire glacial lo rodeó rápidamente. Desesperación, pena y una necesidad
repentina de dañar a alguien lo invadió.
— ¿Hugh? —llamó Cole.
Los oía, pero no podía responder. El frío se había adueñado de su control, y
los sentimientos que lo rodeaban eran como un torbellino de emociones que lo
desangraban hasta dejarlo vacío.
—Bajadlo, —oyó decir a Mina.
Una bofetada en plena cara le hizo abrir los ojos con brusquedad. Miró a los
tres que estaban frente a él. —¿Qué ha pasado?
—Que has conocido al fantasma, —dijo Mina. —Confía en mí, no hay nada
allá arriba excepto ella. No permite que nadie pase por delante de su puerta.
—Valió la pena intentarlo, —dijo tratando de sonreír.
—Vamos a movernos, —habló Gabriel mientras ayudaba a Hugh a ponerse
en pie.
Hugh se daría por satisfecho si nunca volvía a ver esta torre.
Se encontraba cerrando la marcha mientras caminaban por el corredor hacia
la otra torre, cuando un escalofrío le bajó por la espina dorsal y se volvió al ver
algo por el rabillo del ojo. Pero cuando trató de enfocar, allí no había nada.
Era hora de largarse. Hugh podía hacer frente a cualquier tipo de monstruo,
pero tratar con monstruos y fantasmas a la vez, ya era harina de otro costal.
Aceleró sus pasos y alcanzó fácilmente a Mina. Ella arqueó una ceja mientras
miraba por encima de su hombro.
—Me ha parecido ver algo.
—Seguro que sí, —replicó ella. —El fantasma.
— ¿Cómo es que nunca te he oído mencionarla antes?

~ 141 ~
Mina se rió. —Creo que tenía otras cosas en la cabeza.
Tenía que reconocer que era única. —¿Hay algún otro fantasma que
debamos conocer?
—Nay. Sólo una.
—Eso es reconfortante, —dijo Cole.
Hugh estaba de acuerdo. Uno era más que suficiente. Habían llegado solo a
la mitad del pasillo cuando Mina comenzó a ralentizar sus pasos y a apoyarse
en la pared. Sin una palabra, Hugh la levantó de nuevo.
—Puedo caminar, —dijo.
—Lo sé.
—Entonces bájame.
No respondió mientras iba al encuentro de Gabriel y Cole que se habían
adelantado.
Ella se inclinó más cerca y le susurró. —No quiero que piensen que soy
débil.
—No lo hacen.
Mina bajó su mirada. —Lo harán.
Notó que se había estremecido ligeramente. —¿Tienes algún dolor?
—Nay, —respondió demasiado rápido.
Silbó a sus hombres para que aminoraran la marcha y le preguntó a Mina, —
¿Cuánto más lejos queda la otra torre?
—Dentro de unos veinte o treinta pasos llegaremos a ella.
Gabriel sostuvo la antorcha cerca de ella. —Sabía que era mala idea traerla. Si
no descansa le subirá la fiebre.
—Estoy bien, —discutió.
Pero Hugh sólo escuchaba a Gabriel. Estaba contemplando el exterior a través
de la ventana cuando la criatura se lanzó sobre ellos. Todos saltaron hacia atrás.
Hugh se volvió inmediatamente para proteger a Mina mientras que la criatura
gritaba de furia al no ser capaz de llegar hasta ellos. Se echó a volar, alejándose
apresuradamente de la ventana.
—Tenemos que matar a esa maldita bestia, —tronó Cole.
Gabriel resopló. —Sin la piedra azul es inútil.
— ¿Por qué?, —preguntó Mina

~ 142 ~
—Porque quien tiene el control de la azurita podría llamar a otro, —
respondió Hugh.
Mina suspiró y apoyó la cabeza en su hombro. —Toda mi vida quise correr
aventuras, y ahora sólo quiero ser capaz de salir a caminar por la noche sin
tener que esquivar esa cosa.
Hugh se apoyó contra la pared y pensó por un momento. —Gabriel, tú y
Cole seguid husmeando aquí arriba. Tienes el mapa del castillo que Mina
describió para nosotros.
— ¿Qué vas a hacer?, —preguntó Cole.
—Voy a llevar a Mina de vuelta a su alcoba para que pueda descansar.
Los hombres asintieron y se alejaron rápidamente.
—Estaré bien, —dijo Mina.
—Sé que vas a estarlo porque voy a meterte en la cama.
Mina sabía que pelear con él era inútil. No sólo sabía que ganaría él, sino que
no tenía fuerzas para seguir con la discusión.
Cuando entró en su alcoba rápidamente la dejó en la cama y le dio otro sorbo
de la mezcla de hierbas que Gabriel le había hecho beber varias veces al día. Se
lo tomó todo y se recostó contra las almohadas.
— ¿Cómo te sientes?
—Mejor, —dijo, odiando que tuviera razón. —Quería ayudar a encontrar la
piedra.
—Lo harás, —contestó él mientras recorría la cámara de arriba abajo. —Tengo
la sensación de que la piedra no está en el castillo.
Mina levantó la cabeza y le miró. —Entonces, ¿por qué la estamos buscando
aquí?
—Por si acaso.
Observando mientras su frente se fruncía con profundos surcos, Mina
preguntó. —Sería más fácil matar a la criatura y encontrar la piedra con Val y
Roderick aquí, ¿verdad?
—Mucho más. Pero Aimery los necesitaba.
— ¿Y tú no?
Él dejó de pasearse y la miró. —Aprendí hace mucho tiempo que no tiene
sentido tratar de cambiar la mente de un Fae. Saben lo que se hacen.
— ¿Tanto confías en ellos?

~ 143 ~
—Tengo que hacerlo. Les debo mi vida.
Mina dejó ese trozo de información para asimilarlo luego. —¿Cómo vas a
matar a la criatura?
—Creo que ha llegado la hora de intentar la trampa que estabas usando la
noche que llegamos.
Se mordió el labio. — ¿Piensas realmente que podría funcionar?
—Vale la pena intentarlo. Ahora, —dijo mientras tomaba la silla junto a su
cama, —necesito que me digas exactamente cómo lo tenías planeado. Hasta el
último detalle.

~ 144 ~
Capítulo 17

Mina se frotó sus cansados ojos. Le escocían. Había dormido poco, entre la
planificación de la trampa para la criatura, y la propia criatura volando en
círculos mientras gritaba su rabia y golpeaba contra las piedras del castillo.
Al principio había tenido miedo de que realmente pudiera tratar de entrar,
pero cuando lo único que hizo fue golpear contra los portones, se dio cuenta de
lo tontos que habían sido sus pensamientos.
—Vas a descansar el resto del día, —sentenció Hugh.
Giró la cabeza para encontrarlo estirándose. Su largo cabello castaño estaba
despeinado y la oscura pelambrera de su incipiente barba salpicaba sus mejillas
y cuello. Anhelaba recorrer sus manos sobre su rostro y sentir el rastrojo de la
barba sin afeitar. —Tú también.
—Yo estoy acostumbrado a dormir poco, pero tú, esta es la segunda noche
consecutiva que no has dormido.
Ella paseó la mirada alrededor de su pequeña cámara. —Pensaba que Cole y
Gabriel ya habrían vuelto.
—Lo han hecho. Pero tenían otras cosas que hacer.
Sabía que le estaba ocultando algo. Abrió la boca para interrogarlo, pero
Bernard eligió ese momento para entrar en su cámara.
—Veo que te encuentras mejor, —dijo y se inclinó para besarla en la frente.
Ella sonrió. Cuanto tiempo hacía que había querido ser parte de la familia y
finalmente conseguía uno de sus mayores deseos. —Me siento mejor.
—Nos tenías a todos preocupados. —Saludó a Hugh con la cabeza y luego se
volvió otra vez a ella. —¿No recuerdas nada de tu atacante?
Ella negó con la cabeza. —La única persona que me atacó es Theresa, y todo
el mundo lo vio.
—No tenía ninguna arma, o hubiéramos visto eso también, —dijo Bernard
apoyando su hombro contra la columna de la cama.
—Os dejaré solos, —dijo Hugh moviéndose para salir de la cámara.

~ 145 ~
No quería que se fuera, pero tampoco había ninguna razón para que se
quedara. Lo vio atravesar su alcoba y luego volvió la vista hacia su hermano.
—Te gusta, —dijo Bernard.
Ella se rió. —Es el primer hombre que realmente me mira.
—Lo dudo.
—Mi propio prometido quiso a Theresa en lugar de a mí. Ella dejó de lado a
su prometido para quedarse con el mío.
—Tu prometido era estúpido.
Ella volvió a reírse. —Me habría gustado que hubiéramos hablado así todos
estos años. Hubiera sido agradable tener un amigo y ser parte de la familia.
—No podemos estar insistentemente viviendo en el pasado, —dijo
engatusándola con una sonrisa encantadora. —Nos tenemos el uno al otro
ahora, y si Theresa no está constantemente dando vueltas por todas partes, sólo
tendremos que ignorarla.

Hugh bostezó y se rascó el cuello mientras se levantaba de su cama. Había


intentado descansar, pero demasiadas cosas seguían rondando por su cabeza
como para que pudiera pegar ojo. Por la mañana había sido incapaz de comer
nada con el parloteo incesante de Theresa. O gritaba sobre Mina, o trataba de
seducirlo. Francamente, ya había tenido suficiente. Había querido ordenarle que
se fuera a su alcoba, pero no era su castillo. No era más que un huésped, por lo
que tenía que mantener la sonrisa pegada en su cara y ser amable.
Pero, maldita sea, se le estaba haciendo muy cuesta arriba.
No tenía ni idea de cómo Mina había logrado sobrevivir toda su vida bajo el
mismo techo que Theresa. Si por él fuera, ya la habría estrangulado hace años.
El hecho de que estuviera empezando a pensar como Mina le mostró que se
había acercado demasiado a ella, y empujó a un lado su creciente irritación por
cómo Bernard la tocaba y besaba constantemente. Después de todo era su
hermano.
Durante todo el tiempo que llevaba capitaneando a sus hombres, se había
sentido atraído por mujeres muchas veces. Una sola vez en todo este tiempo se

~ 146 ~
había visto envuelto con una mujer que había estado controlando a las criaturas,
pero fue suficiente para hacerle ver que necesitaba mantener las distancias. Ese
acto casi le costó la vida, a él y sus hombres. Se negó a permitir que volviera a
suceder de nuevo. Había demasiado en juego, sobre todo si la reina Fae estaba
en lo cierto.
Apoyó la cabeza entre las manos, y la imagen de Mina mientras la llevaba al
orgasmo brilló en su mente. Cerró los ojos con fuerza y trató de pensar en otra
cosa, pero todo lo que veía eran sus ojos vidriosos por el deseo y su boca abierta
en un gemido.
Un baño. Se tomaría un baño y dejaría que las cálidas y tranquilas aguas
lavaran sus problemas, aunque sólo fuera por un corto espacio de tiempo. Pero
en cuanto agarró la ropa limpia, recordó lo que había pasado cuando Mina
había entrado en la cámara de baño.
Su polla empezó a palpitar de deseo. ¡Por todos los santos!, necesitaba algo
de alivio.
Se concentró en su próximo plan para matar a la criatura y se dirigió hacia la
cámara del baño. Cuando la alcanzó vio la puerta entornada que se abría, y por
un momento, pensó que podría ser Mina. Pero resultó ser sólo una sirviente, a
la que recordaba de haberla visto por los alrededores del castillo. Era alta, de
ojos grises y amables.
— ¿Está vacía la cámara?, —le preguntó.
Abrió la boca, pero luego se detuvo y volvió la cabeza hacia la puerta. —Sí,
mi señor, está vacía, —dijo con una sonrisa y se apresuró a alejarse.
—Extraño, —murmuró Hugh, abriendo la puerta y parándose en seco.
En la gigantesca tina de madera, de espaldas a él, estaba sentada Mina. Su
cabellera rojiza se amontonaba encima de su cabeza y su brazo vendado
descansaba en el borde de la bañera, mientras canturreaba suavemente para sí y
apretaba una esponja dejando resbalar el agua por su cuello.
Su ya dolorida ingle creció pesada y dura al vislumbrar sus pechos cuando
levantaba el brazo. Tener el control era algo que siempre le había resultado fácil,
pero en estos momentos se encontró con que le había abandonado. Luchó por
mantener sus pies justo donde estaban en lugar de caminar hacia la tina y
arrastrarla fuera del agua, para amoldar su suave y mojado cuerpo al suyo.
Su boca se quedó totalmente seca imaginando que besaba su cremosa y
cálida piel para ir bajando hasta rozar sus pechos llenos. Mina inclinaba su
cabeza hacia atrás y gemía suavemente mientras él excitaba un pezón con su
boca.

~ 147 ~
Cerró los ojos y suplicó por el control de poder alejarse. Pero sus pies ni se
inmutaron. La ropa que asía firmemente en su mano cayó al suelo, mientras sus
pasos se encaminaban hacia ella.

Mina remolineaba con su dedo en el agua que la rodeaba, mientras traía a la


memoria imágenes de Hugh y de su baño. Era el tipo de hombre que hacía que
una mujer quisiera confiar en él, pero tenía claro que había solo una persona en
la que realmente podía confiar… ella misma. La vida le había mostrado por las
malas el camino más duro, y no estaba dispuesta a olvidar las lecciones que
había aprendido.
Había sido fácil mantenerse alejada de los hombres como Hugh, pero
entonces llegó él, reclamando todos sus pensamientos mientras estaba
despierta, e incluso algunos mientras dormía. Quería su confianza y para su
sorpresa, ella se la había dado fácilmente. No ayudó que le hubiera mostrado
sus placeres, puesto que la acosarían por el resto de sus días.
Siguió tarareando, ya que siempre la había calmado. Escuchó un movimiento
a sus espaldas y pensó que era la sirviente. No deseaba que sus pensamientos
fueran interrumpidos, por lo que ni habló, ni se giró.
Con la cabeza inclinada hacia atrás y apoyada en la tina, cerró los ojos y se
dejó llevar soñando despierta. Era una hermosa fantasía. Hugh y ella casados y
comenzando una familia. Sería feliz, apreciada, y amada.
¿Pero en qué mundo vives?
Se rió de su propia imaginación y se sentó para dar comienzo a su baño. Ese
siempre había sido su problema, que soñaba demasiado a lo grande. Ya sabía
que ese tipo de cosas no le solían pasar a la gente como ella. Este era su destino
en la vida, y había sobrevivido tanto tiempo, que podría sobrevivir una vez que
Hugh se hubiera ido.
Tendría que hacerlo.
Las ondas del agua se aquietaron y fue entonces cuando vio el reflejo de
Hugh en la superficie. Estaba de pie detrás de ella. Su estómago se hizo un
nudo mientras la excitación se desplegaba en su interior.

~ 148 ~
Se quedó expectante mientras él alargaba la mano hasta la cima de su cabeza
y le soltaba el pelo, que cayó a su alrededor y en el agua. Su imagen se
distorsionó por un momento, y cuando el agua se aquietó, él se había ido. Mina
cerró los ojos con fuerza, luchando contra la crueldad de todo esto. Pero cuando
los volvió a abrir estaba otra vez detrás de ella.
—No debería estar aquí, —dijo con voz baja y ronca.
—Nay, —susurró ella.
—Debo irme.
—Nay.
Sus manos se posaron sobre sus hombros mientras lentamente la volvía hacia
él. Sus oscuros ojos chisporroteaban con el deseo. Y Mina empezó a sentir un
dolor entre sus piernas, a la vez que sus labios se separaban cuando él bajó los
ojos hasta su boca.
—Vas a ser mi muerte, —murmuró mientras bajaba la cabeza hacia ella.
—Una dulce muerte.
Él sonrió. —Y eso que sólo conoces una parte de ella.
—Entonces muéstrame el resto.
—Hmmm, puedes ser tan tentadora...
Mina reunió coraje y se puso en pie. Y vio como sus ojos se movían hacia
abajo mientras el agua goteaba de su cuerpo.
—¡Por todos los santos, mujer!, eres gloriosa.
—Mientras tú lo pienses...
Su ojo empezó a marcar un tic en su rostro. —No puedo estar aquí.
—Pero lo estás.
La tocaba, marcándola. Luego movió la mano hacia la parte posterior de su
cuello. Su toque era suave, pero firme, chamuscando su piel.
Mina se humedeció los labios y lo oyó gemir. La osadía, que nunca había sido
su fuerte, de repente saltó a la vida. Levantó una mano y la arrastró desde su
garganta bajando por su pecho, hasta llegar a la cinturilla de sus pantalones.
Cómo deseaba que estuviera tan desnudo como ella. Quería ver cada centímetro
de su piel.
Arrojó ese pensamiento a un lado cuando él la acercó más y más cerca hasta
que sus cuerpos se tocaron, amoldándola a los duros planos de su cuerpo.
Su boca descendió sobre la de ella y su lengua se adentró profunda y rápida,
mientras la besaba como si no hubiera besado a ninguna mujer en un centenar

~ 149 ~
de años. Ella probó su hambre, atizando las llamas de su propio deseo. Cuando
su mano se arrastró por la espalda hasta alcanzar la curvatura de sus nalgas,
gimió y se acercó más a él.
No podría aguantar mucho más. Lo necesitaba. Desesperadamente. —Hugh,
—susurró mientras movía su boca hasta su cuello.
—¡Por St. Christopher!,—gimió Hugh, inclinándola hacia atrás para poder
chuparle los pechos.
Mina rastrilló sus dedos a través de sus anchos hombros mientras él le
raspaba los pezones con su lengua. La enderezó y tomó su boca de nuevo. Esta
vez, ella echó sus brazos en torno a su cuello y dejó que el fuego de su pasión la
consumiera.
La dura vara presionaba contra su estómago y tuvo la repentina necesidad
de sentirlo. El hecho de que casi hubiera muerto, la había hecho darse cuenta de
que no podría soportar quedarse en un segundo plano nunca más. Necesitaba
tomar lo que quería.
Antes de que cambiara de opinión, desenroscó sus dedos de su pelo y
arrastró una mano a través de sus anchos hombros, descendió por sus marcados
pectorales y cincelado abdomen, hasta que posó la mano en su cintura. Tomó
una inspiración profunda, y desplazó su palma hasta que su gruesa y dura
excitación quedó descansando contra su mano.
Él pegó un respingo y terminó el beso de golpe. Ella alzó la vista para
encontrárselo con la mandíbula apretada y los ojos firmemente cerrados.
—Mina, —susurró como si estuviera sintiendo un gran dolor.
Ella lo soltó inmediatamente.
— ¡Nay!, —graznó abriendo los ojos, y ella vio su fulgor de deseo. —Tócame
de nuevo. Conóceme como yo te he conocido.
Era todo el estímulo que necesitaba. Su mano lo encontró una vez más, y se
sorprendió por la longitud, y lo caliente y duro que lo notaba incluso a través de
sus pantalones.
Su boca dejó un rastro ardiente de hormigueantes besos a lo largo de su
cuello, mientras ella continuaba moviendo su mano sobre él, pero no era
bastante. Quería verlo y tocarle sin que la ropa se interpusiera entre ellos.
—Quiero verte, —le susurró mientras cerraba su mano alrededor de su
miembro.
Él gimió y se apretó contra ella.
—Espero no estar interrumpiendo nada... urgente.

~ 150 ~
Hugh terminó el beso y sintió a Mina tensarse en sus brazos. Se inclinó
apoyando su frente contra ella. —No está destinado a ser, amor.
Se dio la vuelta y la protegió de los ojos de Aimery. —¿Qué quieres?
—Tenemos que hablar.
Hugh asintió con la cabeza, y en un abrir y cerrar de ojos Aimery
desapareció. Se volvió de nuevo a Mina y se la encontró sentada en el
agua.Tembló con las ansias del deseo, y el rubor de sus mejillas y sus labios
hinchados no le ayudaban precisamente a encontrar la calma que necesitaba. —
No puedo mantenerme alejado de ti.
— ¿Es eso algo malo?, —preguntó, mientras con indiferencia se enjuagaba el
brazo.
—Lo es para mí. Y para ti también. Me iré pronto. Te mereces más que eso.
—Te refieres a si soy inocente.
Él cerró los ojos por un momento. —No es mi intención hacerte daño. Por lo
general suelo tener un completo control sobre mí mismo.
Ella asintió y se dio la vuelta apartándose de él, pero no antes de que él viera
las lágrimas en sus ojos. Odiaba cuando las mujeres lloraban. ¡Maldición!
Realmente no había planeado lastimarla, pero por lo visto parecía que era lo que
estaba haciendo siempre.
Suspiró, deseando más que nada hundirse en su apretada vaina y perderse
en su calor, pero sabía que Aimery sólo entraría si era importante. Hugh se
apresuró hacia su cámara. Su ropa y el baño quedaron olvidados cuando fue en
busca del comandante Fae.

~ 151 ~
Capítulo 18

Hugh se fue directo a su habitación donde estaba seguro que iba a encontrar
a Aimery. Y no estaba equivocado.
—Lamento la interrupción, —dijo el Fae cuando Hugh cerró la puerta.
—Nay. Me alegro de que lo hicieras. No debía haberla besado.
Aimery se echó a reír. —Admito que eres un hombre fuerte, Hugh. Pero sé
algo que tú no sabes.
— ¿Y qué es eso?, —murmuró Hugh apoyado contra la puerta.
—Puedes luchar contra los demonios de tu interior y puedes luchar contra
las criaturas que deambulan por este mundo, pero no puedes luchar contra la
lujuria… o el amor.
Hugh contuvo el impulso de poner los ojos en blanco. —En todos los años
que llevas entrenándonos, nos has guiado; incluso nos has ayudado. Pero
nunca, en todo ese tiempo, nos has orientado cuando se trata de nuestra propia
vida. Ni cuando esa perra estuvo compartiendo mi cama con el control de las
criaturas. ¿Por qué ahora?
El Fae se encogió de hombros mientras deslizaba la mano por la tela borgoña
del dosel que colgaba alrededor de la cama de Hugh. —¿Me habrías escuchado
si te hubiera advertido sobre aquella mujer?
Hugh empezó a decir que lo hubiera hecho, pero luego se detuvo.
—Incluso entonces sabía que no me escucharías, —dijo Aimery. —Ahora no
es diferente, pero pensé que podría intentarlo.
Hugh rastrilló con la mano a través de su cabello. —Sólo dime si ella es
inocente. Dime si estaba contigo.
—No puedo.
— ¿No puedes o no quieres?
Aimery se encogió de hombros. —Tendrás que elegir tú.

~ 152 ~
La rabia hervía a fuego lento justo por debajo de la superficie. Hugh envolvió
las manos en un puño, esforzándose por no envolverlas alrededor del cuello del
Fae. —No sé por qué me molesto.
—Nada de eso importa ahora. ¿Has encontrado una manera de matar a la
criatura?
—Mina diseñó una trampa que creo que va a funcionar.
—Entonces reza para que lo haga, —dijo, y desapareció.
Hugh soltó el aliento. Tenía la sensación de que Aimery había interrumpido
intencionalmente lo de él y Mina, y honestamente le debía al Fae una deuda de
gratitud por ello. Necesitaba enfocar su mente en la criatura y en la piedra azul.
Todo lo demás podía esperar.

Mina se mordisqueaba el labio mientras se miraba en el espejo. Su cabello


caía alrededor de sus hombros llegando casi hasta la cintura. Rara vez se lo
dejaba suelto porque le molestaba, pero le gustó la manera en que Hugh había
jugado con él.
El vestido rosado que llevaba estaba anticuado. Tenía más que unos cuantos
años, pero le encantaba la forma en que el suave material se aferraba a su
cuerpo y moldeaba sus pechos. Su correa de cuero trenzado más nueva se
envolvía alrededor de su cintura y caderas, dejando que los extremos cayeran
por la parte delantera hasta las rodillas.
Levantó la mirada y se contempló en el espejo. El rosado resaltaba más el
tono rojizo de su pelo. Nunca le había gustado mucho su cabello, pero en el
último par de días le había prestado más atención. Cuando estaba con Hugh se
sentía bonita.
— ¡Bah!, —dijo apartándose del espejo.
Hugh había dicho que era lo mejor. Se iría una vez que la criatura estuviera
muerta y ella caería en su silencioso mundo una vez más. Necesitaba poner
cierta distancia, pero sobre todo, necesitaba evitar estar a solas con él. La
tentación de probar sus labios era demasiado grande.
Siempre había sabido que era débil, simplemente no se había dado cuenta de
cuánto hasta que él llegó. Todos esos años diciéndose que no necesitaba a nadie
~ 153 ~
habían sido una mentira. Hugh se lo había demostrado. Al final volvería a estar
sola, y sabía que podía sobrevivir. Gertie, la nodriza de su madre, le había
enseñado todo lo que necesitaba saber. Ya era hora de que recordara las
palabras de Gertie.
Con su decisión inamovible, salió de su alcoba y lentamente se encaminó al
gran salón. Paseó la mirada alrededor de la sala y observó que no eran muchos
los que estaban. Era media mañana, y la gente había regresado a sus hogares.
Esperaba encontrar a Hugh sentado en el estrado, pero no estaba allí. Su
estómago gruñó recordándole por qué se había aventurado fuera de su cámara.
Se dirigió a la cocina y cogió un poco de pan y queso. No creía que su estómago
pudiera manejar cualquier cosa más fuerte.
La debilidad de la noche anterior todavía la afectaba, pero estaba decidida a
superarlo. Pero cuando se sentó en una de las mesas, estaba temblando por el
sobreesfuerzo.
—Deberías estar en la cama, —dijo Gabriel mientras se sentaba frente a ella.
—Hay demasiado que hacer para quedarme allí.
Las comisuras de su boca se levantaron en una sonrisa. —¿Dónde está Hugh?
—Me pareció que estaba contigo. Aimery vino a verlo esta mañana.
—Debe estar con él entonces.
Gabriel alzó su mano, y ella se volvió para mirar por encima de su hombro
encontrándose a Cole que venía hacia ellos.
— ¿Te sientes mejor? —Preguntó Cole mientras se sentaba a su lado.
—Un poco.
Gabriel resopló. —Va a empeorar si no se toma las cosas con calma.
—No importará si no matamos antes a la criatura, —señaló ella. —¿Deduzco
que anoche no encontrasteis nada?
—Nada, —dijo Cole. —Hugh nos mostró el proyecto para tender la trampa.
Creo que podría funcionar.
Ella sonrió ante su elogio. —Gracias.
Él le devolvió la sonrisa.
—Entonces, —dijo ella, —¿cuál de vosotros me vigilará mientras Hugh está
ocupado?
Ambos hombres jugaron al despiste para no encontrarse con su aguda
mirada. — ¿Sin duda no vais a ser los dos?
—Nay, — habló finalmente Cole. —Yo tengo otras órdenes.

~ 154 ~
Dirigió su mirada hacia Gabriel. —Entonces eres tú el que te has quedado
atrapado conmigo.
—No me resulta difícil estar cerca de ti, mi Lady.
—Nadie me ha llamado así desde mi prometido. — Se rió entre dientes.
—Es lo que eres, y te deberían tratar con ese respecto.
Ladeó la cabeza hacia un lado y lo estudió. Sus ojos plateados la intrigaban.
Nunca anteriormente había visto nada parecido. —Me alegro de que todos
vosotros vinierais aquí.
Cole se excusó justo unos momentos antes de que Theresa entrara en la sala.
Esta echó un vistazo a Mina y se dirigió directa a por ella. Mina suspiró y
esperó el ataque verbal. Pero este no llegó.
Levantó la mirada y vio a Cole escoltando a Theresa hacia las cocinas. Con el
estómago lleno, Mina sintió que sus fuerzas volvían y se levantó para salir a dar
una vuelta.
—No estoy seguro de que sea una sabia decisión, —dijo Gabriel mientras
colocaba una mano en su codo y se encaminaba a su lado fuera del castillo.
—Entonces es una buena decisión porque estarás tú allí para cogerme si me
desmayo, —dijo con una sonrisa.
—Ni se te ocurra bromear con eso. Hugh pediría mi cabeza si te encuentra en
mis brazos.
Se echó a reír, pensando que ahora era él quien bromeaba, pero un vistazo a
sus severos rasgos le dejó ver que hablaba en serio. Nunca entendería a los
hombres. Sus pies la llevaron en un paseo tranquilo alrededor de la muralla
exterior. Donde una vez había estado lleno de risas y niños jugando, ahora había
un silencio contenido y la amenaza de muerte en el aire.
Se acongojó al ver su hogar convertido en esto. —¿Por qué están siendo
liberadas las criaturas?
—Eso es algo que no puedo decirte.
Era de esperar que Gabriel le respondiera de esa manera. —Debe de ser una
forma de vida muy solitaria.
—No tenemos tiempo para convertirnos en solitarios.
Mina resopló de manera muy poco femenina. —Y los cerdos vuelan.
Él se rió.
Ella se detuvo en seco y lo miró. —Es la primera vez que te he oído reír.
—En nuestro tipo de trabajo, no hay mucho de qué reírse.

~ 155 ~
Ella asintió y comenzó a alejarse cuando algo en una de las torres del castillo
llamó su atención.
— ¿Qué pasa? —Preguntó Gabriel y se volvió para ver lo que había captado
su mirada. —Es sólo una gárgola. Se supone que logra mantener alejados a los
espíritus malignos.
—Lo sé, —dijo lentamente. —Pero me asusta.
—Entonces está haciendo su trabajo.
Volvió la vista hacia él. —Hugh dijo lo mismo.

La jornada entera pasó demasiado lenta para Mina. Alcanzó a ver


brevemente a Hugh mientras se llevaba a Bernard y a algunos de sus caballeros
al bosque para tender la trampa. Ella y Gabriel registraron nuevamente el
castillo, pero para su frustración, no descubrieron nada.
Se encontró mirando a través de las ventanas para intentar echar un vistazo
de Hugh cuando volviera. Pero ambos, ella y Gabriel, se preocuparon cuando el
sol comenzó su descenso y Hugh todavía no había regresado.
—Hugh te hará quedar, —afirmó Gabriel mientras ella se trenzaba el pelo.
—Entonces será él, no tú.
Durante la última hora, había escuchado a Gabriel divagar sobre cómo estaba
aún demasiado débil para aventurarse a salir, y que una mujer debería saber
cuál es su lugar. Se estaba volviendo tan molesto, que podría arrancarle la
cabeza, o por lo menos, lanzarle una hogaza de pan duro.
—Me aseguraré de ello.
Ella puso los ojos en blanco y deslizó sus pies dentro de las botas. Una vez
más se había puesto el atuendo de un hombre. Sus vestidos y faldas serían
demasiado engorrosos para lo que tenía que hacer esta noche.
Un golpe seco sonó en la puerta de su alcoba. Gabriel abrió una rendija para
mirar mientras ella se enderezaba después de ajustarse la bota.
—Dime que no estabas aquí mientras se vestía, —dijo Hugh peligrosamente
fulminando a Gabriel con la mirada.

~ 156 ~
Mina cerró los ojos y rezó por la paciencia. —Por supuesto que no estaba.
Hugh la miró entonces. Sus ojos oscuros la recorrieron, y el cuerpo de ella
reaccionó al instante.
—Mi día fue aburrido, —dijo y caminó hacia él mientras observaba el jubón
acolchado sobre su túnica azul cielo. —Gracias por preguntar.
Un lado de su ancha boca se elevó en una sonrisa. —Veo que estás de muy
buen humor.
—Con mi guardaespaldas siempre cerca para cogerme si me caigo, —dijo y
sonrió con dulzura. —He tenido un día maravilloso.
Los ojos de Hugh taladraron a Gabriel. —¿Qué has hecho?
—¿Debes estar de broma? —dijo Gabriel al techo. Y se volvió a Mina. —¿Ves
lo que has hecho? Arréglalo. Ahora.
—No la amenaces, —le advirtió Hugh, y dio un paso hacia él.
Gabriel levantó las manos al aire y se dio la vuelta alejándose.
Mina observó atentamente a Hugh. ¿Por qué era tan sobreprotector con ella?
¿Podría ser que mintiera, y en realidad le importara un poquito?
—Te estaba tomando el pelo, —dijo. —Gabriel ha sido un perfecto caballero.
Hugh la contempló un momento, y luego se dirigió a Gabriel y extendió el
brazo. —Una vez más, te debo mis disculpas.
Gabriel enlazó su brazo. —No pienses más en ello.
— ¿Encontrasteis algo? —Preguntó Hugh.
Gabriel y ella sacudieron la cabeza. —Nada, —dijo ella. — ¿Terminaste la
trampa?
—Aye. Está lista y esperando a la criatura.
Ella sonrió. — ¡Bien! ¿No deberíamos irnos?
Por un momento, pensó que Hugh también iba a decirle que tenía que
quedarse. Y se negó a permitir que eso sucediera.
—Tienes pocos hombres, —le recordó. —Los caballeros necesitan estar aquí
también, para poder velar por la gente del pueblo. No puedes permitirte el lujo
de dejarme atrás. Además, me he mantenido con vida antes de que tú llegaras.
Sé cómo cuidar de mí misma.
Él se movió para colocarse a su lado. —No estás lo suficientemente bien
todavía.

~ 157 ~
—He bebido las hierbas de Gabriel cuatro veces hoy. Incluso tomé una siesta
esta tarde para estar descansada para esta noche. He dado la vuelta alrededor
de la muralla exterior esta mañana, y hemos recorrido el castillo de punta a
punta después de la comida del mediodía en busca de esa piedra.
Todavía la observaba fijamente.
—No me dejes atrás, —le rogó. —Necesito ir.
—Si te pasa algo...
—No va a pasar. Te lo juro.
Él asintió.
Y ella hizo todo lo que pudo para no lanzarse a sus brazos.

Hugh se apostó en el claro, encima de su caballo, mientras esperaba oír


cualquier sonido de la criatura. Había colocado a Mina junto a Gabriel y
Bernard. No quería correr ningún riesgo con su vida.
Las orejas de su caballo se irguieron hacia delante y sacudió su gran cabeza.
Era la señal que Hugh necesitaba para dejarle saber que la criatura se acercaba.
Era el testimonio de lo que había visto su montura, la calma que mantenía el
caballo mientras esperaban al Mal.
El silencio total les rodeaba excepto por el resoplido ocasional de alguno de
los caballos. La criatura estaba cerca. Muy cerca. Hugh comenzó a girarse para
comprobar como estaba Mina cuando vislumbró una sombra por el rabillo del
ojo que le hizo volverse hacia adelante.
Su montura se encabritó en cuanto la bestia se abalanzó sobre él. Hugh cayó
al suelo e inmediatamente se puso en pie con su espada en una mano y su
ballesta en la otra. Pero la criatura había desaparecido.
Se quedó quieto y escuchó, pero no se oía ni el aleteo de alas ni su
espeluznante grito. Miró a sus pies y se encontró a su fiel caballo.
— ¡Nay! —gritó cayendo de rodillas al lado de su montura y acariciando
suavemente el cuello de su caballo. El animal le había salvado la vida
encabritándose, pero al hacerlo, había dado la suya. Su caballo era la única

~ 158 ~
constante en su vida, lo único a lo que se había permitido apegarse. —Voy a
echarte de menos.
Agarró su espada y la ballesta. La criatura pagaría por esto. Su caballo había
sido un buen amigo, y fiel hasta el final.
—¡Basta ya! —Rugió Hugh a los árboles. —Sé que me entiendes. Terminemos
con esto, ¡tú y yo!
Antes de que terminara la frase la bestia aterrizó delante de él. Una sonrisa
de maldad cruzaba su cara. —Pensé que podría llamar tu atención, Demon
Seeker4, —dijo la criatura con voz sibilante.
— ¿Quién te controla?
La criatura se echó a reír malvadamente. —¿Te crees que soy corto de
entendederas? Los que vinieron antes de mí, quizás no eran capaces de hablar,
pero siempre hemos sido capaces de entender tus palabras.
Hugh digirió la nueva información y oró para que Aimery pudiera oírlo. —
¿Cuánto sabes?
—Todo.
— ¿Y por qué no me mataste antes?
—Me dijeron que te dejara estar. Eres querido por alguien.
— ¿Yo? —Repitió Hugh. ¿Quién, o qué podría quererle?
—Y a ella, —soltó la criatura mientras miraba por encima del hombro de
Hugh.
Hugh inspiró profundamente para calmar su desbocado corazón. —Así que
tu amo nos quiere a los dos. ¿Por qué?
—No tienes porqué saberlo.
—Al menos dime por qué tu amo quiere a Mina, —dijo.
—Ya estoy harto de cháchara. Querías una pelea, y estoy más que listo para
darte lo que quieres.
Hugh apenas tuvo tiempo de agacharse y rodar antes de que la criatura lo
embistiera.
—Supongo que debería decirte que tus armas no me van a matar, —dijo la
criatura ascendiendo en espiral hacia el cielo para luego detenerse y quedarse
mirándolo fijamente.

4
Rastreador de Demonios
~ 159 ~
Hugh miró hacia los árboles adonde necesitaba llevar a la criatura y luego a
su caballo muerto. Dudaba que pudiera llegar hasta allí a pie, pero tenía que
intentarlo. Empezó a correr hacia los árboles y no miró hacia atrás.
Oyó el aleteo de las alas detrás de él un instante antes de ser lanzado hacia
adelante. Perdió el agarre de su ballesta cuando aterrizó sobre su hombro. Se
puso de pie y siguió corriendo, pero la criatura volvió a golpearlo de nuevo
lanzándolo hacia adelante.
El cuerpo entero le dolía, al igual que los nuevos cortes en la espalda y en los
brazos. Rodó hacia un lado y estaba intentando ponerse en pie cuando la
criatura aterrizó junto a él y le puso un pie encima.
—Estás acabado, —siseó la bestia.
— ¿No se suponía que ibas a dejarme estar?, —preguntó Hugh.
—Eso es lo que el amo quiere.
Hugh se quedó mirando la lengua bífida y los rojos ojos y supo que todo
había terminado. Había fracasado.
— ¡Creo que preferirías tenerme a mí!, —oyó gritar a Mina.
Tanto él como la criatura contemplaron a Mina, que estaba parada de pie
cerca de los árboles. Hugh tenía la esperanza de que tuviera la suficiente fuerza
para hacerlo.
La criatura voló inmediatamente hacia ella, su grito haciendo eco a través del
bosque. Hugh se levantó sobre un codo mientras alcanzaba su espada y vio a
Mina salir corriendo hacia los árboles. Se puso en pie y gritó a Cole y a Gabriel.
Inmediatamente estos soltaron el tronco que habían estado afilado hasta el
punto de ser mortífero, y que mantenían escondido entre las ramas de un árbol.
— ¡Agáchate!, —gritó a Mina cuando el tronco salió volando de entre los
árboles hacia la bestia.
Observó cómo Mina rodaba fuera del camino antes de que el tronco
atravesara a la criatura, empalándola. Esta cayó al suelo de manera fulminante y
gritando de dolor.
Hugh esperaba que explotara como todos los demás demonios habían hecho
cuando murieron, pero éste siguió gritando y agarró el tronco. No iba a morir.
Corrió hacia Mina. —¿Dónde está tu caballo?
—Allí, —señaló a la izquierda.
—No perdamos tiempo, —dijo y la encaminó hacia esa dirección. — ¡Montad
a caballo! —Gritó a sus hombres.
Y empezó a correr por el bosque con Mina cabalgando a su lado.

~ 160 ~
— ¡Súbete!, —dijo.
Apresuradamente, montó detrás de ella y empujó al caballo a una carrera.
Empezaron a gritar antes de salir del bosque para que les abrieran la puerta. Y
miró por encima del hombro para encontrarse a todos los hombres, montados
en sus caballos, cerrando la retaguardia.
Entonces, vio a la criatura volando por encima de los árboles. Tendrían
suerte si podían llegar a la muralla antes de que les cayera encima. Los cascos
de los caballos golpearon ruidosamente mientras los hombres cruzaban el
puente bajo la puerta de entrada y corrían a meter los caballos en el establo.
—Esto no lo detendrá, —dijo Mina mientras desmontaba.
— ¡Dispersaos!, —gritó Hugh. —Y dirigíos al castillo tan rápido como
podáis.
Empujó a Mina al interior de un establo vacío mientras la criatura
sobrevolaba por encima de las cuadras. Recorrió las cuadras hasta el final, echó
el cerrojo a sus puertas, y esperó el ataque. Él y Gabriel se habían pasado los
dos últimos días fortificando el establo para el caso de que algo como esto
sucediera.
Nunca antes se había sentido tan feliz de estar preparado. Se dirigió a Mina y
bajó la mirada a su rostro atemorizado. Su sed de sangre empezaba a tomar el
control como siempre lo había hecho en el campo de batalla.
—Encuentra a Gabriel. Él te llevará hasta el castillo.
Ella lo miró; su cara mostrando su confusión y determinación. —No me voy
a ir de tu lado.
—Mina, —le advirtió, apartando la mirada. —No lo entiendes.
Y Mina tiró de su cabeza hacia ella. —No pienso dejarte.

~ 161 ~
Capítulo 19

Hugh necesitaba hacérselo entender. Cerró los ojos y luchó contra la creciente
necesidad física de liberación que la batalla siempre le provocaba. Abrió los
ojos, y la tomó de los hombros. —Vete ahora, porque si no lo haces no puedo
prometerte que mantenga mis manos lejos de ti.
—No me voy, —repitió Mina sin apartar la vista de su mirada.
La empujó bruscamente contra la pared y contempló su mirada
verdeazulada. Ya no había temor, solo... deseo.
Y que Dios lo ayudara, porque eso lo llevó al límite. Tomó su boca y empujó
su lengua en su interior desafiándola en un duelo, mientras ella enroscaba sus
brazos alrededor de su cuello y hundía las manos en su pelo. Gruñó
presionando con fuerza su cuerpo contra el suyo.
Mina se entregó ávidamente a Hugh. La extraña luz en sus ojos debería
haberla asustado, pero no lo hizo, sino que añadió más deseo a su creciente
pasión. El dolor anhelante entre sus piernas no había hecho más que
intensificarse desde esa mañana, trayendo consigo una ardiente necesidad que
no podía ni negar ni ignorar. Le necesitaba como necesitaba el aire.
Su cuerpo la empujó contra el muro sujetándola con su maciza figura. No
podía sentir mucho a través de su jubón acolchado, pero ella no pensaba romper
el beso para quitarle la ropa.
Todavía.
Mina gimió cuando él se apartó y terminó el beso. Sus ojos se abrieron para
ver su fuerte mano apoyada en la pared por encima de su cabeza, su respiración
era áspera y desigual. Y pudo ver cómo se mantenía bajo control.
Apenas.
—Última oportunidad, Mina.
En respuesta, Mina desató la túnica que la cubría sacándosela por encima de
la cabeza. Él rugió y tiró de ella en un fuerte abrazo. El acolchado jubón se
sentía caliente contra su piel desnuda. Los caballos piafaban y se movían

~ 162 ~
inquietos en sus cubículos mientras la criatura continuaba sobrevolando por
encima de los establos, gritando de rabia.
Pero todo eso se desvaneció cuando sucumbió a la deliciosa boca de Hugh.
Movió las manos de sus hombros a sus calzones mientras intentaba desatarlos.
Tenía prisa por quitárselos.
La respiración de Mina quedó atorada en sus pulmones cuando él se inclinó
hacia abajo y la llenó de besos… su boca, su cuello, y hasta sus pechos. Después
se dejó caer de rodillas y le atormentó los pezones con los dedos y la lengua, y
ella se aferró de su cabeza para mantenerlo donde estaba. Pero por lo visto, él
tenía otros planes. Fue llenando de besos su estómago hasta meterle su caliente
lengua en el ombligo y hacerle cosquillas.
Ella se agarró a la pared del establo para apoyarse cuando las manos de él
empezaron a bajar por las perneras de sus pantalones. Rápidamente le quitó las
botas y pronto le siguieron los pantalones, hasta que la tuvo desnuda ante él.
Ningún hombre la había visto nunca así, y sabía que nadie la iba a ver así
otra vez. Independientemente de lo que pudiera ocurrir mañana, esta noche era
de Hugh.
Y él era suyo.
Mina dejó que los ojos de Hugh vagaran libremente sobre su cuerpo. Su
caliente y apasionada mirada la tenía temblorosa de deseo. Sentía deslizarse la
humedad entre sus piernas, y el hambre de él avivaba las llamas de su propio
deseo. No podía aguantar ni un minuto más sin tocarlo. Se movió hacia él y
juntos no tardaron en despojarse de su ropa.
Cuando se paró de frente sin una pizca de ropa para esconderse de su vista,
ella retrocedió un paso atrás y por fin pudo regalarse los ojos. Era magnífico.
Alto, musculado y todo un guerrero de la cabeza a los pies. Sus piernas
marcando todos los tendones, y los planos duros de su estómago, contraídos
cuando ella los tocó.
Fue trazando con el dedo la cicatriz de su hombro mientras daba la vuelta a
su torso, dejando el rastro de su mano tras ella. Le acarició su esculpida espalda,
teniendo cuidado de no tocar sus nuevas heridas, y agarró sus firmes nalgas.
Él se giró tan rápido que Mina apenas tuvo tiempo de aguantar su
respiración.
—No podré aguantar mucho más, —dijo antes de tirar de ella y capturar su
boca.
Hugh había aguantado lo imposible mientras Mina lo miraba, pero el tacto
de sus suaves manos contra su piel fue su perdición. Su sangre empezó a hervir

~ 163 ~
de necesidad, y la misma mujer que lo había enloquecido de deseo estaba
desnuda ante él.
Ya no podía esperar más.
Se dijo a si mismo que debía ser suave, pero su sed de sangre por la
inminente batalla había ido demasiado lejos. La levantó y envolvió sus delgadas
piernas alrededor de su cintura mientras la empujaba contra la pared. Ella
gemía y susurraba su nombre en medio de sus frenéticos y ardientes besos.
Su polla podía sentir su caliente y dulce humedad. Trató de decirse a sí
mismo que tenía que ir despacio, que Mina era inocente, pero su hambre por
ella se lo llevó todo por delante.
Deslizó la roma cabeza de su excitación dentro de su caliente y húmedo
núcleo. Quería sumergirse en su interior de golpe, asentarse completamente.
Pero por alguna razón, se retiró y volvió a adentrarse; una y otra vez. Mecía sus
caderas hacia adelante y hacia atrás entrando un poco más en cada balanceo,
hasta que su virginidad lo detuvo.
Hugh sostuvo firmemente las caderas de Mina mientras se retiraba de su
interior. Odiaba lastimarla, pero cuanto más rápido rompiera su virginidad,
mejor. Y con un duro empuje, la llenó.
El grito de dolor quedó encerrado en su garganta mientras su cuerpo se
expandía para acomodar la larga y dura longitud de Hugh. El dolor había
aplacado su deseo, y justo cuando creía que se había terminado, Hugh se movió
dentro de ella.
Sus uñas se hundieron en su espalda, la pasión volvió a fluir a través de ella
en un instante. Su mundo giraba, y Hugh estaba en su centro instando a su
cuerpo a responder a su primitiva llamada. Era incapaz de negarle nada. Podía
hacer con su cuerpo lo que él deseara…
Tomarla.
Reclamarla.
Con cada empuje de su vara en su interior, Mina sentía como su cuerpo se
tensaba por momentos, alcanzando ese lugar de éxtasis al que él la había
llevado sólo unas pocas noches atrás. Quería moverse contra él, pero sus fuertes
manos agarrándola de las caderas la mantenían anclada en su lugar.
Mina apretó sus piernas para estrujarlo. Su gutural gemido la hizo arder más
si cabe la sangre en sus venas, haciendo temblar todo su cuerpo mientras él se
introducía cada vez más profundo, más rápido, y más duro, en su interior.
El sudor brillaba en su piel, su respiración áspera a sus oídos. Un gemido
escapó de sus labios mientras él susurraba su nombre como una caricia sobre su

~ 164 ~
piel. Su cuerpo se tensó, cada fibra dentro de ella estirada lentamente como si su
piel apenas pudiera sostenerse junta.
Podía sentirse acercándose más y más cerca a esa maravillosa caída, y Mina
la alcanzó. Hasta romperse. Luces parpadearon detrás de sus párpados
mientras el placer puro la atravesaba.
Hugh sintió el sexo de Mina contrayéndose a su alrededor, escuchó su llanto
suave cuando alcanzó su punto máximo. Y eso fue todo lo que necesitó para que
su clímax le reclamara. Con un último empuje, se enterró profundamente
dentro de ella, mientras su simiente se derramaba desde su cuerpo al de ella.
Se sostuvo agarrado fuertemente hasta que el último temblor abandonó el
cuerpo de Mina.
Con su cabeza apoyada en su hombro, se salió de ella y los fue bajando hasta
acabar acostados sobre el heno. Cuando ella se acurrucó contra él la besó en la
frente. En un momento, su respiración se igualó en el sueño, y él, con el cuerpo
saciado como nunca antes, no tardó mucho en seguirle.

Mina se despertó con una sonrisa en el rostro. Algo le hacía cosquillas en la


nariz, y no fue hasta que abrió los ojos que se dio cuenta de que estaba acostada
sobre el pecho de Hugh.
Imágenes de la noche anterior destellaron en su mente. Y una sonrisa brotó
de su interior. Finalmente había descubierto lo que era ser mujer, y por el
hombre más guapo que jamás había conocido.
Al mirar hacia abajo, encontró sus dedos entrelazados y, por la razón que
fuera, eso le dio que pensar. Lentamente, se sentó y soltó sus manos. Ya echaba
de menos su calor, pero los sonidos en el patio de armas habían empezado a
llegar hasta ella y necesitaba entrar en el castillo.
Cuando se dio la vuelta encontró un balde de agua y un trapo. Sabía que
John lo había dejado. Tendría que darle las gracias al muchacho más tarde.
Después de coger el cubo y su ropa se fue a otro cubículo para no despertar a
Hugh, y se lavó apresuradamente. La visión de la sangre virginal no la
incomodó; de hecho, era la prueba de que no había soñado la víspera pasada.

~ 165 ~
Una vez que estuvo vestida, echó una última mirada a Hugh. Incluso en el
sueño, era magnífico. Se moría de ganas de pasar sus manos a lo largo de su
cálida piel bronceada y ver su vara endurecerse de nuevo por su caricia.
Necesitaba irse antes de que hiciera justamente eso. Se dio la vuelta y salió
de la cuadra.

Hugh se despertó, pero en un principio no abrió los ojos. Sentía el heno


áspero debajo de él, y supo que algo andaba mal. Entreabrió los ojos una rendija
y miró a su alrededor. El establo.
Y entonces recordó lo sucedido. O por lo menos creyó que lo hacía hasta que
se sentó y vio su desnudez.
—Mina, —susurró mientras miraba hacia el heno manchado con la sangre y
su semen. —¡Mina!, —gritó, con la esperanza de que todavía estuviera en el
establo.
Pero no era Mina quién chocó contra él al entrar corriendo en el cubículo. Era
John.
— ¿Se ha ido Lady Mina?
El muchacho asintió y señaló hacia el otro lado del cubículo. Hugh se puso
de pie para ver lo que John le señalaba. Y ahí es donde vio el agua y el trapo.
Suspiró y le dio a John dio unas palmaditas en la cabeza. —Gracias —dijo,
mientras hacía uso del agua.
Una vez vestido, se apresuró a salir del establo en busca de Mina. Tenía que
hablar con ella. Sólo podía recordar fragmentos de su noche juntos, pero si
había hecho lo que pensaba que había hecho, debería de darse de latigazos.
Ninguna mujer se merecía su primera vez así, y Mina menos que nadie.
Sus pasos vacilaron y se pararon antes de llegar a las puertas del castillo. ¿Le
odiaría? ¿Le gritaría? Probablemente. Y se merecería mucho más que eso.
Nunca había tratado a una mujer así. Por lo general, siempre permanecía lejos
de cualquiera y especialmente de las mujeres, cuando la sed de sangre se
lanzaba sobre él.

~ 166 ~
—Ahí estás, —dijo Gabriel viniendo desde el castillo. —Te he estado
buscando.
— ¿Por qué? —Su rostro debía de haber reflejado sus recelos porque Gabriel
entrecerró los ojos fijos en él.
—Quería asegurarme de que seguíais vivos después de anoche. ¿Hay algo
que debas decirme?
Hugh se pasó la mano por la cara. —¿Has visto a Mina?
—Creí que estaba contigo anoche, en el establo. Así se lo dije a Bernard, —
dijo Gabriel, con los brazos cruzados sobre su pecho. —Al barón no le gustó
nada enterarse de ese chisme.
—Estaba con ella. Ahora respóndeme.
—Aye, —le contestó. —La vi entrar en el castillo y dirigirse de cabeza a su
alcoba. ¿La lastimaste anoche?
—Reza para que no lo hiciera —dijo, y pasó a su lado.
Gabriel le alcanzó. —¿Qué pasó?
Hugh se negó a responder, pero no le costó mucho a Gabriel descubrirlo.
Blasfemó y alargó su mano para detenerlo.
—Hugh…, —empezó.
—No. —Lo detuvo Hugh. —Lidiaré con ello.
—No, ahora mismo mejor que no, —dijo una voz que Hugh podría haberse
pasado todo el santo día sin necesidad de oír.
Se dio la vuelta y afrontó a Aimery. —¿Y ahora qué?
—Se te ha convocado a la corte.
— ¿Qué? ¿Por qué? —La única vez que había estado en el reino Fae había
sido al principio de aceptar la asignación de convertirse en un Shield.
—Puedes preguntarle tú mismo a la reina cuando lleguemos allí, —dijo
Aimery antes de desaparecer y llevarse a Hugh con él.

~ 167 ~
Hugh se quedó contemplando el suelo a cuadros azules y blancos. Y se dio
cuenta que era el mismo azul brillante de la piedra que perseguían. La última
vez que había estado en el reino Fae, rogó poder quedarse y contemplar las
hermosas maravillas que conformaban aquel mundo, pero no había habido
tiempo.
Ahora tampoco sería diferente.
Él y Aimery aparecieron en el interior del palacio, de pie frente al trono del
rey de los Fae. Hugh miró a Aimery, pero el Fae esperó pacientemente a que
aparecieran el rey y la reina.
Hugh miró alrededor de la gigantesca sala. El techo era tan alto, que parecía
que estuviera abierto al cielo, con su pintura en color azul celeste y nubes
blancas. Las paredes del palacio estaban pintadas con imágenes de la historia
Faerie, algunas terribles batallas, reuniones pacíficas, y las crónicas de los reyes.
El sonido de tacones repiqueteando el inusual suelo llamó su atención y se
dio la vuelta, encontrándose a la pareja real que se dirigían hacia él.
—Es bueno verte de nuevo, —dijo el rey cordialmente, cuando se detuvo
frente a Hugh.
Hugh cayó sobre una rodilla e inclinó la cabeza. —Sire.
—Ven, Hugh, tenemos mucho que discutir,—dijo el rey instándole a ponerse
en pie.
Hugh se levantó encontrándose a Rufina frente a él. —Mi reina —dijo, y se
llevó su mano a los labios.
—Siempre tan encantador —dijo, y siguió a Theron.
Aimery soltó una palmada en la espalda de Hugh. —No sé por qué, pero les
gustas a ambos.
—Como dijo la reina, soy un encanto.
La sonrisa de Hugh murió en sus labios cuando vio que se dirigían hacia la
cámara que se encontraba detrás de sus tronos; lo que significaba que lo que
deseaban discutir era extremadamente importante.

~ 168 ~
Mina se encontró a Gabriel en el patio de armas mirando a su alrededor
como si hubiera perdido algo. —Llévame al monasterio.
— ¿Ahora?
—Ahora —dijo, y se encaminó hacia el establo.
—No creo que eso sea inteligente.
Mina se detuvo y lo miró. —¿Por qué? La criatura no se dedica a vagar
durante el día.
—No es eso, —dijo acercándose lentamente y alcanzando su brazo. —Déjame
echarle un vistazo a esto.
—Entonces, ¿qué es? — Cuando él no respondió, ella lo encaró para que
tuviera que mirarla mientras desenvolvía su vendaje. — ¿Qué es lo que no me
estás diciendo? ¿Hugh te ha dicho que me mantengas aquí?
Gabriel sacudió la cabeza y examinó detenidamente su brazo. —En realidad,
estoy esperando a Hugh. Se ve mucho mejor, —comentó sobre la herida de su
brazo. —El tinte verde ha desaparecido por completo.
—Bien, entonces él puede venir con nosotros —dijo, mientras Gabriel
envolvía de nuevo la venda en su brazo. —¿Dónde está?
—Todavía no quiero que te esfuerces en exceso. La magia oscura utilizada
contigo no es algo con lo que haya tratado antes.
—Gabriel —dijo despacio, de modo que supiera que estaba al límite de su
paciencia. —¿Dónde, está, Hugh?
—Ah... ummm… No está aquí.
Mina alzó una ceja ante sus palabras. Algo estaba pasando, de eso estaba
segura. —Que no está aquí con nosotros, ya lo veo. ¿Está en el castillo?
—No, exactamente.
Respiró hondo y volvió a intentarlo. —¿Todavía está en el establo?
—Nay, —dijo mirándose los zapatos.
— ¿Está al menos en este reino? —Preguntó con exasperación.

~ 169 ~
Capítulo 20

Pasaron varios instantes antes de que Gabriel respondiera a Mina. — Nay.


Está con los Fae.
Mina se humedeció los labios y encaró hacia el establo. —Me voy al
monasterio, y me gustaría que vinieras conmigo.
—Voy a lamentarlo, —dijo Gabriel mientras se dirigían a los caballos. —¿Qué
es lo que esperas encontrar?
—No estoy segura. Sólo tengo el presentimiento de que tenemos que mirar
por sus alrededores.
Una vez ensillados los caballos, montaron atravesando el patio de armas y
salieron a través de los portones en dirección al bosque.
— ¿Hugh va a volver? —Preguntó finalmente cuando ya no pudo aguantar
más.
Gabriel la miró. —Sinceramente, no lo sé.
Podía adivinar, por la forma en que Gabriel respondió, que estaba tan
preocupado como ella. Y por el rabillo del ojo vio que la estaba mirando. —
¿Qué ocurre?
— ¿Cómo te sientes?
Se lo quedó mirando, preguntándose si sabía lo de su noche con Hugh.
—Tu brazo —dijo, cuando ella no respondió.
—Está muy bien. ¿Tuviste la oportunidad de mirar las lesiones en la espalda
de Hugh?
Gabriel negó con la cabeza. —Apenas tuve la oportunidad de hablar con él
esta mañana, antes de que Aimery se lo llevara.
—Volverá —dijo, aunque no estaba segura de sí lo decía más para
tranquilizarle a él, o a sí misma.
Cabalgaron el resto del camino en silencio. Sus pensamientos estaban en
Hugh, y en por qué el Fae se lo habría llevado a su reino cuando estaba claro

~ 170 ~
que era vital que estuviera aquí. Apenas se dio cuenta de los pájaros y sus
cantos vibrantes que normalmente disfrutaba de oír.
Lamentó haber dejado a Hugh esta mañana. Ahora deseaba haberse
quedado y verlo despertar. ¿Habrían hecho el amor de nuevo? ¿O se habría
apartado de ella?
Cuando Mina y Gabriel llegaron al monasterio, desmontaron y ataron los
caballos en la cancela.
—Espera, — dijo Gabriel mientras ella empezaba a alejarse cruzando a través
de las puertas. —Déjame ir delante.
Lo dejó pasar y podría haber jurado que iba mascullando algo sobre Hugh,
como que tendría su cabeza si algo le pasaba a ella; pero no podía estar segura.
En lugar de preguntarle, fue detrás de él y dejó que sus ojos se maravillaran
con asombro mientras recorrían los lugares que no se había molestado en notar
cuando ella y Hugh había estado allí. La maleza y las plantas silvestres se
entremezclaban con montones de hojas y ramas que cubrían el patio. Sólo podía
imaginar lo bonito que tenía que haber sido el recinto antes de que los monjes
hubieran abandonado el monasterio.
— ¿Qué estás buscando?, —preguntó Gabriel.
—No estoy segura. —Inclinó hacia atrás la cabeza y contempló las paredes
exteriores del monasterio. —Simplemente tuve el presentimiento de que
debíamos venir aquí.
Gabriel suspiró. —Pues echemos un vistazo. ¿Fuera o dentro?
Ella lo miró y se encogió de hombros. —Dentro.
Gabriel meneó la cabeza y abrió la marcha hacia el viejo monasterio. —Ojalá
tuvieras una idea de lo que estamos buscando.
—Eres peor que una mujer, solo sabes refunfuñar. —Y sonriendo, lo adelantó
traspasando el interior de la puerta.
—Tomo nota, —protestó con una sonrisa.
Ella se rió mientras pasaba un pie por encima de algunas piedras caídas. La
luz del sol filtrada a través de un vitral, arrojaba un arco iris de color a lo largo
de la polvorienta sala.
—Apuesto a que en su día este lugar era magnífico.
—Lo que hace que uno se pregunte qué fue lo qué pasó con ellos, —dijo
Gabriel y desenvainó su espada.
—No necesitas eso.
Se volvió a mirarla y levantó una ceja. —¿Cómo lo sabes?
~ 171 ~
Lo dejó mantener la delantera, y una vez más ella se mantuvo un paso detrás
de él. Un movimiento a su izquierda le hizo girar en redondo y sostener su
espada. Mina vio al gato escondido detrás de unas piedras. —Es sólo el gato que
Hugh encontró la última vez que estuvimos aquí.
—Qué alivio, —dijo Gabriel poniendo los ojos en blanco.
Mina lo ignoró y dejó vagar su mirada. —¿Qué secretos estás escondiendo?,
—susurró a las paredes.

Hugh esperó a que Theron y Rufina comenzaran. Estaba impaciente por


regresar y hablar con Mina. No saber si estaba enojada con él o no, lo estaba
volviendo loco.
—Todavía estará allí, —declaró Theron mientras tomaba asiento en la
pequeña mesa cuadrada. —Siéntate Hugh, hay mucho de lo que hablar.
Hugh echó un vistazo a Aimery para constatar también la misma mirada de
preocupación que tenía él. —¿Hay algún problema?, —preguntó Hugh mientras
ocupaba la silla frente al rey.
—Más de lo que crees, —dijo la reina. —Recientemente nos hemos topado
con algunas noticias interesantes que tenemos que compartir con vosotros.
Hugh se esperaba lo peor.
Theron se echó hacia delante y apoyó los codos sobre la brillante túnica
blanca que cubría sus rodillas, y que resplandecía con la luz del sol que se
filtraba a través de la ventana que había encima de su cabeza. —Ninguna de las
armas que poseéis matará a la criatura mientras esté despierta.
—Me estáis diciendo algo que ya sé, —dijo Hugh más inquieto que nunca
por volver a Stone Crest. A Mina.
— ¿Crees que esta información es algo para tomarse a la ligera? —Atronó
Aimery mientras daba un paso adelante.
Hugh se puso en pie para mirar cara a cara a los ojos del Fae. — Nay, y no lo
hago, pero como he dicho, esta información ya la sabemos. Me has alejado de
mis hombres, me mantienes lejos de una situación peligrosa para no decirme
nada nuevo. ¿Por qué?
~ 172 ~
Rufina, con la mano apoyada en la parte posterior de la silla de su esposo,
dijo, —Entonces es que no has escuchado, Hugh.
Hugh la miró mientras las palabras de Theron se repetían en su cabeza.
Mientras esté despierta. —La criatura debe estar dormida para poder ser
destruida.
—Exactamente, —dijo Theron, y luego soltó un largo suspiro. —Pero ahí está
el problema.
Hugh volvió a sentarse. —¿Cómo?
Theron no respondió, parecía ausente.
— ¿Cuántas veces nos habéis enviado a mí y a mis hombres a matar a estas
criaturas? —Preguntó Hugh. —¿Cuántas veces hemos entrado voluntariamente
en batalla, sin hacer preguntas?
—Demasiadas, — respondió finalmente el rey en un tono lleno de duda y
resignación. —Tú y tus hombres son todo lo que tenemos. Los otros pocos
grupos que logramos organizar han... desaparecido. Si fracasáis, entonces todo
habrá fallado.
Estas noticias sorprendieron a Hugh. No sabía si eran las palabras del rey o
su tono de voz, daba igual, la inquietud estaba allí. Y se había asentado
firmemente en sus tripas. —¿Por qué no pueden ayudarnos Aimery y sus
hombres? Son más letales que los Shields.
—Me gustaría ir ahora mismo, —declaró Aimery con la cólera haciendo que
sus palabras sonaran duras. —Si pudiera.
Theron levantó la mano para calmar a su comandante. —No podemos
interferir, Hugh.
—Pues a mí me parece que ya habéis interferido, —dijo Hugh a medida que
crecía su irritación. —No sólo nos habéis entrenado, nos habéis armado, y nos
habéis informado, sino que también nos habéis trasladado a través de reinos y
del tiempo.
Theron se levantó de un salto volcando su silla hacia atrás. — ¡Y eso es todo
lo que podemos hacer!
Hugh miró de uno al otro, el silencio en la sala se había hecho sepulcral
después de la explosión del rey, ya que muy rara vez mostraba su furia. Aquí
había algo más que el simple trabajo, algo tenía atado al poderoso Fae de pies y
manos. Pero, ¿qué?
A Hugh le llegó de repente. —¿Quién os puso las limitaciones?

~ 173 ~
—Eso no importa, —soltó Rufina tirando de Theron hacia abajo para que
volviera a sentarse a su lado. Después recorrió con su mano el largo y rubio
pelo de Theron. —Si tu reino es destruido, entonces también lo será el nuestro.
Hugh se rió irónicamente, dedicándose a recorrer la sala arriba y abajo a
grandes zancadas mientras su agitación amenazaba con consumirlo. Justo
cuando creía que las cosas no podían empeorar más, lo hacían. Se detuvo junto
a una pared y apoyó una mano sobre ella, dejando caer la barbilla contra su
pecho.
En su mente vio a sus hombres de pie junto a él. Y entonces vio el cuerpo
tendido de Darrick antes de que lo bajaran a la tierra. ¿Cuántos más de sus
hombres morirían antes de ganar?
Si es que ganaban.
Durante mucho tiempo, los Fae les habían prestado apoyo, y eso les había
ayudado. Pero cuanto más pensaba Hugh en ello, más se preguntaba si podría
seguir contando con los Fae.
Entonces recordó las historias que circulaban sin parar por el reino Fae
mientras se estaban entrenando. Iban sobre Druidas. Tres hermanas, de hecho,
que eran todo lo que se encontraba entre el bien y el mal.
— ¿Fue sólo un rumor lo que escuché durante mi formación, de que un trío
de Druidas era todo lo que quedaba para salvar vuestro reino y el nuestro de la
dominación total?
—No fue un rumor, —dijo Aimery. —Era una profecía que se cumplió.
— ¿Así que las salvasteis?
—En cierta manera.
—Para una raza todopoderosa y que lo sabe todo, dependéis demasiado de
mi pueblo y de mi reino para mantener vivo el vuestro.
Hugh debía de haber puesto el dedo en la llaga para que los tres Fae se
negaran a mirarlo a los ojos. —Primero los Druidas, ahora mis hombres y yo.
¿Qué pasará si fracasamos?
—Nuestro reino y el tuyo dejarán de existir, — respondió Theron
suavemente.
—Cole, —murmuró de pronto Hugh pensando en su amigo. —Su reino fue
destruido. ¿Fue por la misma gente?
Theron se levantó y se dirigió a una mesa junto a la puerta. Descorchó una
larga y esbelta botella blanca, cuyo fondo era redondeado, y vertió el líquido en
cuatro copas pequeñas. Le dio una a Rufina y otra a Aimery, luego se dio la

~ 174 ~
vuelta y ofreció una copa a Hugh. —Sinceramente, no podemos estar seguros,
pero tenemos nuestras sospechas.
Hugh aceptó con entusiasmo el pequeño cáliz de plata. No sabía lo que
contenía, pero necesitaba algo fuerte para hacer frente a este nuevo
conocimiento. Se llevó la copa a los labios e inhaló una dulce y embriagadora
fragancia antes de que tocara sus labios. Sabía a miel y fuego líquido mientras
se deslizaba fácilmente por su garganta hacia su estómago.
Al momento sintió los efectos del licor al tiempo que se aliviaban algunos de
sus temores. Se preguntó si se podría llevarse una botella con él cuando
regresara a Stone Crest.
— ¿Me podéis dar alguna pista sobre dónde encontrar a la criatura?, —
preguntó a Theron.
—Encuentra a quien lo controla y encontrarás a la criatura, —respondió
Rufina. —El tiempo se está acabando. Para todos nosotros.
Hugh puso la copa en la mesa y se volvió para salir de la cámara cuando la
voz de Theron lo detuvo.
— No hagas nada estúpido con respecto a Mina.
Hugh no respondió, y le quedó claro que Theron deseaba decir algo más,
pero le detuvo la mano de Rufina puesta sobre el brazo del rey. Hugh asintió y
siguió a Aimery fuera de la cámara. Su mente iba cargada con información no
deseada.

Mina deseaba blasfemar. Alto y claro. Pero era una dama y las damas no
hacían tales cosas. Afortunadamente para ella, estaba con un hombre que no
tenía esos reparos. Se apoyó contra la pared del monasterio y fue haciendo una
lista mental de las palabras malsonantes que iba soltando Gabriel; algunas las
sabía -y muchas otras no.
—Yo sólo sabía que podríamos encontrarnos con algo, —dijo Mina una vez
que Gabriel terminó de desahogarse.
Gabriel la emprendió a patadas con una pequeña piedra. —Para ser sincero,
yo también me había casi convencido de lo mismo.

~ 175 ~
Mina miró al sol. Estaba alto en el cielo. —Nos hemos perdido la comida del
mediodía. Supongo que deberíamos volver al castillo.
— ¿Hay alguna parte en vuestra historia que explique por qué los últimos
monjes se fueron? —Preguntó Gabriel, mientras se agachaba en cuclillas y
examinaba la tierra.
—Ninguna, que yo sepa.
— ¿Y de los Druidas?, —preguntó mientras se ponía en pie.
—Lo mismo, nada. —Observó cómo Gabriel miraba pensativamente a su
alrededor. —Si hay una historia, se ha mantenido en silencio, porque lo que es
yo, he preguntado a mucha gente.
—Las ruinas del templo Druida no están muy lejos de aquí, ¿verdad?
—No, en absoluto. —Señaló a los árboles detrás de sus caballos. —Siguiendo
el sendero que hemos utilizado desde el castillo y aventurándote hacia la
izquierda, te llevará hasta los Druidas. ¿Por qué?
—No tengo ni idea, —dijo pensativamente. —Algo no encaja. Dejaron a los
cristianos, pero acabaron con los Druidas. ¿No te parece extraño estando tan
cerca unos de otros?
—Sospecho que los Druidas estaban aquí mucho antes que los monjes.
Gabriel asintió. —Exacto. Por lo tanto, ¿por qué los monjes construyeron un
lugar sagrado tan cerca de los Druidas antes de que estos fueran eliminados?
— ¿Cómo sabes que los Druidas aún estaban aquí cuando llegaron los
monjes?
—Porque es más listo de lo que parece.
Mina se dio la vuelta al escuchar esa profunda y melódica voz. Su corazón
golpeteó con fuerza mientras su mirada se impregnaba de la imagen de Hugh.
Parecía un tanto diferente, como si estuviera llevando un gran peso sobre sus
hombros y luchara contra él.
—Hola, —dijo bajando la voz, mientras sus ojos marrones la contemplaban.
Ella sonrió, no estaba segura de cómo reaccionar ante la euforia que brotaba
de su interior al verle otra vez. —Hola.
Él asintió con la cabeza a Gabriel y se acercó a ellos. —¿Qué os trae por aquí?
Gabriel levantó la barbilla en dirección a Mina. —Ella tenía la sensación de
que podríamos encontrar algo.
—Aquí no hay más que piedras, polvo, y un gato, —dijo Hugh.

~ 176 ~
Fue entonces cuando se dio cuenta de que había algo totalmente diferente
con respecto a Hugh. Era casi como si una luz se hubiera apagado en su interior,
y tuvo el presentimiento de que los Fae le habrían dicho algo que no era bueno.
—¿Todo va bien con los Fae?
Quiso poner los ojos en blanco cuando Hugh fulminó con la mirada a
Gabriel. —Él no me ha contado nada, —dijo. —Me lo imaginé yo. También soy
más lista de lo que parezco.
Hugh se dirigió a Gabriel. Por el momento, no tenía ningún deseo de
ahondar en su conversación con los Fae; no hasta que no tuviera una mejor
comprensión al respecto. Por no mencionar que tenía otras cosas sobre las
cuales deseaba hablar con Mina, la primera de ellas era su virginidad, o la
ausencia de ella.
—Continua con lo de los Druidas y los monjes. ¿Cómo sabes que los Druidas
estaban aquí todavía cuando llegaron los monjes?, —preguntó a Gabriel.
Gabriel se encogió de hombros. —Solo lo sé. Eché un vistazo del crecimiento
en los alrededores de ambos lugares. Si los Druidas se hubieran marchado antes
que los monjes, ¿no sería posible que la maleza abarcara más espacio? Si lo
miras más de cerca, verás que el crecimiento de malas hierbas es el mismo, tanto
aquí, como en las ruinas.
—Entonces, ¿Por qué ambos se fueron al mismo tiempo?, —preguntó Mina
distraídamente.
—Y lo que es más importante, ¿por cuánto tiempo coincidieron?, —preguntó
Hugh.
Gabriel sacudió la cabeza. —Eso, amigos míos, no puedo responderlo. Por
no hablar de que tengo pocas dudas de que tenga nada que ver con la criatura, o
con la piedra azul.
—Esta excursión ha sido una pérdida de tiempo, —dijo Mina. Y pasó junto a
Hugh dirigiéndose a los caballos.
—Nay, —dijo extendiendo una mano para detenerla. —Tenía sentido que la
piedra no estuviera dentro de los muros del castillo. Fue una buena idea
buscarla aquí.
—Pero aquí tampoco está, —dijo.
Él sonrió, y contempló su mirada verdeazulada que se estaba llenando de
frustración. —Hay otros sitios en los que buscar.
Ella miró a su alrededor. —¿De verdad? ¿Dónde? Seguro que no está en las
ruinas de los Druidas. ¿Tienes idea del tamaño de este bosque? Estaríamos

~ 177 ~
buscando durante años. Y tengo la vaga sospecha de que la criatura no nos dará
tanto tiempo.
Su sonrisa se ensanchó mientras sus ojos formaban pequeñas arruguitas en
las esquinas. —¿Has perdido la esperanza?
—No creo que eso sea algo que debieras preguntarme sonriendo. —Se volvió
hacia Gabriel. —¿Siempre actúa de manera tan extraña después de hablar con
los Fae?
Gabriel asintió. —Siempre. Incluso empieza a hablar en círculos, como ellos.
—Genial, —soltó ella dándose con las palmas sobre sus piernas. —Estáis
todos locos, menos yo.
—Tal vez deberías unirte, —se burló Gabriel con una sonrisa mientras
caminaba hacia su caballo.
Hugh la esperó para quedar cara a cara. Se había preocupado por su
reacción ante él, y ahora que la tenía delante, no estaba listo para estar rodeado
por otros. O para dejarla ir. Ella se volvió lentamente hacia él, y él no tuvo más
opción que levantar su mano.
Se lo quedó mirando con esos ojos verdeazulados como si tratara de
asomarse a su alma. Por breves instantes, Hugh casi la dejó ir. —¿Realmente
pensabas encontrar la piedra aquí?
—No sé lo que pensé que podría encontrar —admitió, frunciendo los labios
en una mueca.
—Pues debe de haber sido algo, o tu instinto no te hubiera traído hasta aquí.
Mina encogió sus delicados hombros. —Fue como si algo me dijera que
mirara aquí. Simplemente sabía que encontraría algo. Pero en su lugar, lo único
que descubrimos fue un montón de polvo, y otra vez el gato.
Hugh cruzó los brazos sobre su pecho. —Has corrido un gran riesgo
volviendo aquí si este fue el lugar que hizo que enfermaras y casi murieras.
Ella se encogió de hombros. —Adivino que lo sabremos pronto si pasa otra
vez.
Hugh dejó caer las manos y se adelantó dos pasos para encararla. —No se te
ocurra bromear con eso.
— ¿Por qué? ¿Te importa? ¿Acaso no crees que estoy controlando a la
criatura?

~ 178 ~
Capítulo 21

Tan pronto como las palabras salieron de su boca, Mina deseó poder dar
marcha atrás. Hugh no había vuelto a hablar de su implicación desde la noche
en que accedió a ayudarlo, y ahora se lo restregaba en la cara. Esperó a que le
respondiera, deseando contra toda esperanza a que dijera las palabras que
anhelaba escuchar. Pero los momentos pasaron sin nada.
Justo cuando estaba a punto de darse la vuelta e ir a por su caballo, él
extendió su mano y la detuvo.
Se acercó, cerrando el espacio, sus cuerpos rozándose. —Te pedí que me
demostraras que estaba equivocado.
—Y así lo haré, —dijo Mina sin aliento. Hugh estaba demasiado cerca,
demasiado apabullante para sus sentidos. Directamente no podía pensar
cuando lo único que quería eran que la estrechara entre sus brazos; su boca
sobre la suya.
De alguna manera logró apartarse de su hipnótica mirada, pero cometió el
error de quedarse encantada mirando sus carnosos y sensuales labios. —
Deberíamos volver al castillo.
Por un momento él no respondió, y ella oró en silencio que la besara. Sólo un
piquito, un leve roce de labios, cualquier cosa que la ayudara con el hambre que
anidaba en su interior.
—Aye —murmuró Hugh.
Bajó su cabeza hacia ella, y el aliento de Mina quedó atorado en su garganta a
la espera de su beso. Solo que el muy… sopló sobre su hombro enviando miles
de partículas de polvo flotando a su alrededor. Sus miradas se entrecerraron,
sosteniéndose durante un breve instante, antes de que Hugh se diera la vuelta y
se dirigiera hacia la puerta.
Bastó que Mina estuviera montada en su caballo para que algo no dejara de
darle la lata en su memoria. Se dio la vuelta y se quedó mirando el monasterio.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Hugh mientras Gabriel y él la esperaban.
—Tengo la sensación de que hemos pasado por alto algo importante.

~ 179 ~
Se sacudió de encima ese pensamiento y dio la vuelta a su caballo en
dirección al castillo. No podía evitar preguntarse si Hugh mencionaría su noche
juntos. Cuando lo había visto a su vuelta, tenía un brillo especial en los ojos.
¿Habría sido ella la causante?
La vuelta al castillo se la pasó escuchando a Gabriel y a Hugh trazar maneras
de mantener a los aldeanos seguros para la llegada de la próxima noche.
—La criatura ha tenido suficiente —dijo Gabriel mientras cruzaban el portón
de entrada que hacía las veces de casa del guarda. —Supongo que te das cuenta
que esta noche vendrá al castillo.
—Aye, — aceptó Hugh, y miró a Mina una vez se detuvieron en el patio de
armas, cerca de los establos.
—No existe ninguna otra parte donde los aldeanos puedan ir, —dijo ella.
Mientras estaban desmontando, Bernard se encontró con ellos y besó a Mina
en la mejilla. —Me preguntaba dónde te habías metido.
Ella le sonrió, reconfortada por la paz que se respiraba a su alrededor. —
Creía que se suponía que no debías hacer eso.
—Bah —contestó poniendo los ojos en blanco. —Theresa sabe que nos hemos
reconciliado. Por cierto, ha jurado verte muerta.
Mina suspiró. —Ninguna novedad.
Cuando miró a Hugh, se lo encontró observándola a ella y a Bernard con
una expresión divertida en el rostro. — ¿Qué ocurre?
—Nada, —contestó concisamente. —Barón, ¿hay algún lugar donde tu gente
pueda ir hasta que esta criatura esté muerta?
—Sabes que no, —dijo Bernard mientras la sonrisa moría en su rostro. —Esta
casa es todo cuanto conocen. ¿Por qué no pueden seguir durmiendo en el
castillo?
—Tenemos la sensación de que esta noche la criatura atacará el castillo, —
respondió Hugh.
Mina deseó poder acercarse a su hermano. Éste rastrillaba su mano por su
corto y rubio pelo, mientras su rostro se oscurecía pensativo. —El único lugar en
el que puedo pensar es en las mazmorras, pero no quisiera tener que meterlos
allí a no ser que no tenga más remedio.
—No creo que tengas opción, —dijo Hugh. —Prefiero verlos afrontar otro
día, a que mueran esta noche.
—Entonces veré que se haga —dijo, y se fue ladrando órdenes a sus hombres.
—Es un buen hombre, —dijo ella sin dirigirse a nadie en particular.

~ 180 ~
—Pocos hombres podrían capitanear con una cabeza tan clara cuando se
enfrentan a tal maldad, —estuvo de acuerdo Gabriel.
Mina se dio la vuelta y encontró a Hugh mirándola de nuevo.
—Tenemos que hablar, —le dijo suavemente.
Ella le siguió mientras se encaminaba hacia el castillo, un tanto insegura y al
mismo tiempo emocionada de volver a estar a solas con él.
Sostuvo la puerta para ella, y al pasar junto a él, oyó que le susurraba, — ¿Por
qué te fuiste esta mañana?
Su pregunta la pilló desprevenida y la hizo tropezar. La enderezó con
facilidad, y ella le echó una ojeada mientras él la guiaba hacia el interior del
castillo. —No quería que Bernard irrumpiera en el establo y nos encontrara. No
estaba segura de cómo reaccionaría mi hermano. Y pensé que era mejor que me
encontrara en el castillo.
—Podrías haberme despertado —dijo Hugh, mientras entraban en la gran
sala.
Ella sonrió ante el recuerdo de verlo dormir tan profundamente. —Se te veía
tan tranquilo que no quise despertarte. Por cierto, ¿cómo está tu espalda?
—No me cambies de tema, —le advirtió con una aguda mirada en su
dirección.
Mina no podía sacarse la sonrisa del rostro mientras recordaba la sensación
de su duro cuerpo bajo su mano. Entró en el solar y se volvió para quedar frente
a frente. Por la mirada severa en su cara, supo que no le iba a gustar lo que le
tenía que decir. Borró la sonrisa, y cuadró sus hombros. —Simplemente me
preocupa tu espalda. ¿No se supone que deba preguntar?
Él cerró la puerta y se apoyó en ella. —Lo que pasó anoche…
—Fue maravilloso, —dijo antes de que él pudiera continuar y decir algo que
nunca le perdonaría. —Y no digas que te arrepientes, —le advirtió. —Ni se te
ocurra.
Hugh cerró brevemente los ojos, y cuando los abrió, sus iris castaño-dorados,
estaban cargados de culpabilidad y arrepentimiento. —Te mereces algo mejor
que ser tomada de pie en un establo.
— ¿Por qué? —preguntó. — ¿Porque soy una dama?
—Aye.
Ella resopló. —Toda mi vida he vivido sola, preguntándome si alguna vez
experimentaría cualquier aventura. O si encontraría a un hombre que realmente
me mirara de la manera en que tú lo haces. No confío en nadie más que en mí, o

~ 181 ~
al menos eso hacía antes. Ahora todo ha cambiado. Gracias a ti.
Él meneó la cabeza. —No me pintes en un hermoso cuadro, Mina. No te
gustará el resultado. Traté de advertirte anoche que me iría.
—Lo sé. No te estoy pidiendo que te quedes.
— ¿No quieres que me quede?
La angustia en sus castaños ojos destrozó su corazón, pero tenía que hacerlo,
por ambos. —Tú y tus hombres tenéis una misión por delante. Tus hombres te
necesitan para liderar a los Shields. Sabía que yendo a ti anoche, nunca me
darías más de ti que eso.
Hugh se apartó de la puerta y la fulminó con la mirada. — ¡¿Me usaste?!
—No más de lo que tú me has usado a mí.
Se clavó las uñas en la palma de la mano para evitar correr hacia él y lanzar
sus brazos alrededor de su cuello. La ira echaba fuego por sus ojos, pero ella se
mantuvo firme, sin importar que fuera lo más duro que había hecho en su vida.
Porque él lo significaba todo, iba a sufrir la misma agonía día a día. Por él.
—Debiste haber huido de mí, —dijo finalmente.
—Te lo diré una vez más; no me arrepiento. Fue todo lo que podía haber
esperado y más.
—Ahora estás arruinada para un marido.
Agitó la mano intentando alejar sus palabras. —Tú y yo sabemos que nunca
me casaré. Theresa se encargará de ello. A parte, ya se me pasó la edad
casadera.
—Los hombres pasarán eso por alto una vez que vean tu belleza.
Sus palabras pusieron mariposas en su estómago y sonrió, porque sólo Hugh
podía hacerla sonreír a través de las lágrimas. —Pon tus miedos a descansar,
Hugh. No voy a hacerte caer en la trampa del matrimonio.
Él asintió con la cabeza y abandonó el solar. Era extraño que justamente
ahora se sintiera tan sola, después de haber estado así toda su vida. Sin
embargo, después de haber compartido una increíble noche con Hugh, todo
había cambiado.
El mundo se había convertido en un lugar totalmente diferente. Seguía
siendo aterrador, pero el alma de Mina no estaba marchita como lo había estado
antaño. Ahora conocía su destino y tomaría lo que la vida le diera.

~ 182 ~
Con semejante caos en sus emociones, Hugh no sabía cómo se las arregló
para alejarse de Mina. Había medio esperado que le pidiera que se casara con
ella, o al menos hacerle sentir que debía preguntárselo. Pero no había hecho ni
lo uno ni lo otro.
Trató de sacudir tales pensamientos de su mente. Había cosas más
importantes en las que concentrarse. Hizo un gesto a Gabriel, que se encontraba
sentado a una mesa en el gran salón, y llamó la atención de Cole, que estaba
montando guardia detrás de Theresa.
Los dos lo siguieron a su cámara y cada uno tomó una silla. Los contempló
por un momento, preguntándose brevemente quién asumiría el liderazgo de los
Shields si a él le pasaba algo.
Gabriel fue el primero en preguntar — ¿Qué quería Aimery?
— ¿Qué? —preguntó Cole mientras su mirada iba de Gabriel a Hugh. —
¿Aimery vino a hablar contigo?
Hugh sacudió su cabeza. —Para ser más exactos, me llevaron a la corte.
Cole soltó un silbido. — ¿El rey y la reina te llamaron?
—Querían decirme algunas cosas.
Gabriel se inclinó hacia delante. — ¿Cómo matar a la criatura, quizás?
—Ojalá, —dijo pasándose la mano por su rostro mientras se sentaba en su
cama. —Solo sé que ninguna arma que tengamos matará a la criatura mientras
esté despierta.
Cole y Gabriel intercambiaron miradas. — ¿Vamos a matarla mientras
duerme? —preguntó Cole.
—Esa es la única manera de matarla.
Gabriel soltó. —Y, ¿cómo se supone que debemos hacer eso cuando no
tenemos ni idea de a dónde va durante el día?
—Tendremos que seguirla, —contestó Hugh.
— ¿Qué más te dijeron el rey y la reina? —Preguntó Cole.
Hugh miró a los ojos de sus hombres. —Que si fracasamos, no sólo se
destruirá nuestro mundo, sino también el de los Fae.

~ 183 ~
— ¿Cómo es posible? —Preguntó Gabriel.
Cole se levantó y se volvió a mirar por la ventana. —Es más fácil de lo que
piensas, —dijo. —Vi mi mundo destruido. Y no deseo ver a nadie correr la
misma suerte.
—Creo que tiene algo que ver con el hecho de que los Fae alguna vez vagaron
por este reino. Están conectados a nosotros de una manera que ningún humano
puede comprender plenamente, —explicó Hugh.
Gabriel se puso en pie y dio una palmada en el hombro de Cole. —Entonces
supongo que será mejor que encontremos la azurita y a la criatura.
—Bernard se está encargando de supervisar que preparen las mazmorras
para que los aldeanos puedan permanecer allí esta noche —dijo Hugh. Y
levantó los ojos encontrándose que ambos hombres lo miraban fijamente. —
¿Qué?
— ¿Has hablado con Mina? —Preguntó Gabriel.
Hugh bajó la mirada. —Aye.
— ¿Y bien? —Provocó Cole. — ¿Qué pasó?
—Conoces nuestra forma de vida, —dijo Hugh. —Vivimos existencias
solitarias, solamente nos tenemos a nosotros por toda compañía.
Gabriel se cruzó de brazos. —Nadie te culpa de lo ocurrido con esa mujer.
Fue hace muchos años.
—Además, —dijo Cole. —Todos merecemos algo de felicidad cuando la
podemos conseguir.
—Pues aquí tampoco veo a ninguno de vosotros con ninguna mujer, —señaló
Hugh.
Cole se encogió de hombros. —Ninguna se ha ganado mi interés.
—El mío tampoco, —soltó Gabriel.
—No importa, —dijo Hugh. —A Mina no le interesa más que lo que
compartimos anoche, y eso es justo lo que yo quiero.
—Perfecto, —dijo Cole, su voz destilando sarcasmo. —Debo regresar a vigilar
a Theresa.
Hugh lo vio alejarse antes de darse la vuelta y dirigirse a Gabriel. — ¿Tú
tampoco me crees?
—No tengo ni idea —respondió Gabriel pensativamente mientras se detenía
en el umbral de la puerta. —Pero sí sé que si continúas con esa sarta de mierda
que acabas de contarnos, te estarás mintiendo a ti mismo.

~ 184 ~
Hugh no podía soportar estar a solas una vez que Gabriel se fue. Estar a
solas le hacía pensar en cosas en las que no tenía por qué estar pensando, como
en un futuro con Mina en él.
— ¿A quién estoy engañando? —Preguntó a la cámara vacía. —Tendré suerte
si salgo vivo de aquí, mucho menos con el corazón intacto.

~ 185 ~
Capítulo 22

Hugh no fue más allá de su puerta, Gabriel se encontraba al otro lado. —


Pensé que te habías ido.
—Tengo que mirarte la espalda, —dijo Gabriel.
Hugh se hizo a un lado y se quitó la camisa. Se sentó a horcajadas sobre una
silla y se apoyó en el respaldo, pero su mente no estaba en sus heridas. Lo
intentó, pero los recuerdos de la noche anterior llenaban su cabeza. Los gritos
de placer de Mina, su cuerpo abriéndose ante él, aceptándolo.
Un deseo y placer inimaginables.
En todos los años que había vivido, ni una sola vez había experimentado
nada que se le pudiera comparar. Pero sin importar lo que él quisiera, no tenía
más remedio que dejarla ir.
Gabriel silbó al vislumbrar la espalda de Hugh. —A esa criatura le gusta
marcarte.
— ¿Estos cortes son más profundos que los últimos?
—Aye, pero están sanando bien. Ojalá hubiese podido ocuparme de ellos
antes, —dijo mientras limpiaba la sangre reseca. —Pero mira por donde, parece
que ese viaje al reino Fae hizo algo para ayudar.
Hugh rechinó los dientes mientras Gabriel pinchaba alrededor de las heridas
frescas. Le habían estado molestado desde que se despertó; y siseó cuando
Gabriel untó sobre ellas alguna clase de ungüento pestilente.
—Me sorprende que estuvieras en condiciones de hacer el amor anoche —
murmuró Gabriel.
—Fue la sed de sangre.
Gabriel se enderezó y lentamente fue a situarse frente a Hugh. Apretaba su
mandíbula con fuerza, y su mirada ardía de cólera y decepción. — ¿Que tú qué?
Hugh apartó la mirada del desprecio que vio en los ojos de su amigo. —
Intenté que se marchara, pero no lo hizo. Y yo no pude mantenerme alejado de
ella. Es demasiada tentación para mí.

~ 186 ~
Él suspiró. —Te preguntaría si era virgen, pero sé que lo era.
—Lo era. —Estuvo de acuerdo Hugh.
Gabriel volvió a situarse a la espalda de Hugh. —Si no la hubiera visto
sonreírte esta tarde, te diría que estuvieras preparado para el ataque de Bernard.
Pero estaba encantada de volver a verte.
Hugh recordó su sonrisa de bienvenida, el modo en que sus ojos se habían
calentado cuando lo vio. —Me dijo que lo disfrutó.
—Bien, —dijo Gabriel con una sonrisita, —eso es algo bueno, amigo mío.
—Pero podría haberle hecho daño.
—Aye, pero no lo hiciste.
Hugh reclinó la cabeza sobre sus brazos. —Tengo que alejarme de ella.
Esta vez, Gabriel se rió con ganas. —Te deseo suerte, porque francamente,
creo que estás luchando en una batalla perdida.

Mina se arremangó y se limpió el sudor de la cara. Las mazmorras nunca


habían sido un lugar en el que quisiera estar, incluso ahora, rodeada por gente
como estaba y limpiando en preparación para la llegada de la noche. Esos
antros no habían sido utilizados en años. Y el resultado de estos años de
abandono había dado lugar a paredes húmedas y mohosas. Un lugar
inapropiado para los ancianos o los niños.
Pero de momento lo necesitaban para esta noche, y después de eso ya verían.
Con el dorso de su mano, se apartó un mechón de pelo de su cara y se inclinó
para recoger más juncos viejos que revestían el suelo. Las mujeres iban detrás de
ella barriendo y limpiando el piso antes de esparcir juncos nuevos.
Tenían mucho que hacer antes del anochecer, y dudaba de poder llevarlo
todo a cabo. La cocina estaba llena de mujeres cocinando, mientras que los
hombres reunían todo lo que podían y lo iban apilando en el pasillo para bajarlo
abajo, una vez que las mazmorras estuvieran limpias.
No tenía ni idea de cuánto tiempo había estado encorvada limpiando,
cuando alguien vino a ofrecerle agua. Pero cuando trató de levantarse para

~ 187 ~
beber, gritó por el dolor en su espalda.
Inmediatamente, unas manos fuertes la rodearon, y al girar su cabeza se
encontró a Hugh que la sostenía.
—Bebe, —ordenó.
Cuando se hubo bebido el cuenco por completo y dejó la escudilla a un lado,
Hugh la enderezó colocándola en pie. —Deberías tomarte más descansos.
—No hay tiempo, —dijo.
Él la observó durante un momento. —Toma más descansos —repitió, y se
fue.
Lo miró mientras se acercaba a algunos de los hombres que llevaban los
fardos de juncos viejos. Un movimiento por el rabillo del ojo llamó su atención.
Se dio la vuelta y se encontró a Theresa en la parte superior de las escaleras que
bajaban a las mazmorras mirando a ver que hacía todo el mundo. A Mina no le
sorprendió en absoluto encontrar a su hermana lo más lejos posible del trabajo.
Se inclinó hacia el suelo para recoger más juncales y miró a su alrededor
buscando a Bernard. Seguramente estaba con los demás hombres que también
limpiaban. Su hermano había hecho un cambio drástico. Qué lástima que
Theresa fuera demasiado mala para hacer lo mismo.
El sudor chorreaba por su cara, y su cabello se quedaba pegado a su rostro y
cuello, cayéndole por entre sus pechos y provocándole picor. Se prometió un
largo y agradable baño una vez que las mazmorras estuvieran limpias. Ese baño
no podría ser hasta mañana, pero lo tendría.
—Hola, milady, —dijo una mujer mayor mientras se ponía a trabajar junto a
Mina.
—Hola, —contestó Mina ofreciéndole una sonrisa.
La mujer le devolvió la sonrisa. —Es bueno veros sonreír. Durante
demasiados años estábamos todos desesperados por volver a ver otra vez la luz
en vuestros hermosos ojos.
Mina se quedó en un silencio atónito mientras la mujer seguía trabajando.
¿También había sido una mentira cuando le habían dicho que nadie en el
castillo quería tener nada que ver con ella? ¿Que nadie sería su doncella? Puesto
que había sido Theresa quien se lo había dicho, Mina empezaba a dudar
seriamente si algo de lo que le había dicho había sido cierto.
La cólera empezó a bullir en su interior porque ya nunca sabría las
respuestas. Siempre había pensado que sus padres eran gente buena y amable,
pero ahora ya no sabía nada. De repente, los muros de las mazmorras
comenzaron a acercársele. Apenas podía respirar cuando su mundo empezó a

~ 188 ~
girar.
Desde lejos, oyó que alguien la llamaba, pero en lo único que podía pensar
era en las mentiras en las que había creído hasta entonces. Se agarró con la
mano a la pared, y ni siquiera la humedad pegajosa de la piedra pudo parar su
estallido de cólera.
Echó a correr hacia las escaleras, y apenas había empezado a subir cuando
tropezó en los primeros peldaños. La risa burlona de Theresa sólo espoleó más
su ira. Despacio, se puso en pie y afrontó a su hermana.
— ¿Cuál es el problema? —se burló Theresa. — ¿No hay nadie para
ayudarte? No me sorprende, viendo el modo en que lo haces.
Mina la empujó al pasar junto a ella y corrió hacia las puertas del castillo.
Necesitaba algo de aire. Una vez en el patio de armas, en lo único en que podía
pensar era en las ruinas. Necesitaba aquella calidez y paz, pero alguien le
bloqueó el camino.
Fulminando con la mirada a Gabriel, le dijo —¡Muévete!
—Nay.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se negó a dejarlas caer. —Necesito ir a
las ruinas.
—No es seguro, Mina, y tú lo sabes.
—Mina —la llamó Bernard cuando la alcanzó. — ¿Estás bien?
Dio la espalda a su hermano para que no viera su angustia. —Estoy bien. —
Pero cuando levantó su rostro se encontró a Hugh mirándola fijamente.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó Hugh.
—Nada —mintió. —Solo estoy cansada y necesitaba algo de aire. Hace
mucho calor en las mazmorras.
Y antes de que pudieran preguntarle algo más, se dio la vuelta y regresó al
calabozo. Ya lloraría más tarde, su pueblo la necesitaba y acabaría lo que había
empezado.
Hugh observó partir a Mina. — ¿Qué quería? —preguntó a Gabriel.
— Quería ir a las ruinas.
Bernard suspiró. —Sólo quiere ir allí cuando está disgustada.
Hugh esperó a que Cole se uniera a ellos antes de preguntar. — ¿Qué ha
pasado entre Theresa y Mina?
—Lo de siempre, —dijo Cole. —Theresa la incitó y Mina la ignoró. Nada de
diferente.

~ 189 ~
—Tuvo que suceder algo más, —dijo Hugh. —En un momento parecía a
punto de desmayarse, y al siguiente estaba corriendo escaleras arriba.
— ¿Le has dicho algo? —Preguntó Bernard a Hugh. —Te vi hablando con ella
mientras tomaba un trago de agua.
Hugh sacudió la cabeza. —Sólo le dije que tomara más descansos.
Bernard se encogió de hombros. —La vigilaré mientras estamos allá abajo.
Hugh asintió y lo siguió a la mazmorra. Quería saber qué había pasado, pero
si presionaba demasiado, Bernard empezaría a preguntarse por qué estaba tan
interesado.
¿Por qué estas interesado?
Porque no soporto ver a nadie enojado.
Si eso no es una mentira, entonces yo soy un estúpido burro de carga.
Había pasado mucho tiempo desde que Hugh no era sincero consigo mismo.
Entonces, ¿por qué estaba tan preocupado?
Hice el amor con ella.
Gimió en silencio. Que Dios le ayudara, pero estaba empezando a perder la
cabeza.

Finalmente todo estaba hecho. Mina ayudó a colocar la última bolsa de


enseres en la mazmorra mientras las familias se reunían en las celdas abiertas.
Estiró la espalda y subió las escaleras. Una mirada por la ventana le mostró que
aún tenía tiempo para darse un baño antes de volver a la mazmorra para pasar
la noche.
Rescató un vestido limpio y se apresuró hacia la cámara de baño. Por suerte,
estaba vacía. Se desnudó con rapidez y se metió en el agua caliente.
Un suspiro escapó de sus labios mientras se sentaba y luego, echándose
hacia atrás se sumergió en el agua. Volvió a sentarse y se limpió el agua que le
caía por la cara. Ya se sentía mejor. Sin pausa, cogió el jabón y empezó a
restregar la porquería y el sudor de su cuerpo. Se lavó entera dos veces, y el
cabello tres.

~ 190 ~
Estaba a punto de salir de la tina cuando Hugh entró en la cámara y se
detuvo medio tropezando, el agua goteaba desde su cabello y bajaba por su
pecho desnudo.
Debía de haber ido a nadar al arroyo.
—Hola —dijo Mina.
—No me di cuenta que estabas aquí.
—Estaba a punto de irme. —A pesar de que sabía que él no quería tener nada
más que ver con ella, no podía detener el deseo que palpitaba por su cuerpo.
Su voz era baja, sedosa, cuando él dijo, —Debe ser el destino el que hace que
sigamos encontrándonos aquí. Debería irme —dijo un segundo después.
—Quédate. —Respondió ella. Y con una inspiración profunda se puso de pie.
Hugh sabía que era un tonto. Pero saberlo no lo hacía más fácil de llevar.
Dejó caer las botas y la camisa, y en dos pasos alcanzó la tina. Agarró a Mina y
la levantó del agua.
Sus piernas se envolvieron alrededor de su cintura mientras la sentaba en
una mesa bajo la ventana. Se inclinó hacia atrás para contemplar sus ojos
verdeazulados. —No importa lo mucho que lo intente, no puedo alejarme de ti.
Su cuerpo tenía hambre de su toque suave y su dulce boca, y la empujó
contra su pecho antes de devorar sus labios en un beso en el que había estado
pensando todo el día. Empujó su lengua dentro y exploró cada matiz de su
boca.
Una oleada de puro deseo se precipitó a través de él cuando ella suspiró. Sus
manos se movieron hacia sus nalgas y las estrujaron. Ella gimió y rompió el
beso.
—Hugh, —dijo mientras besaba su cuello
Olas de placer se sucedieron a través de su piel. Había pasado tanto tiempo
desde que se había permitido a si mismo acostarse con una mujer... Pero no era
cualquier mujer la que tenía entre sus brazos. Esta mujer lo había apaciguado en
sus momentos más inestables, y ni siquiera lo sabía.
Inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos mientras las manos de Mina
recorrían su pecho desnudo, tocando, marcando. Acariciando
Su estómago tembló de anticipación cuando sus dedos se deslizaron sobre la
cinturilla de sus calzones. Pero fue esa boca caliente sobre su pecho la que casi
lo llevó a la perdición.
Con un movimiento de muñeca desató sus pantalones y rápidamente los
arrojó a un lado. Su sonrisa de bienvenida solo intensificó su deseo. Se movió

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entre sus piernas y sintió la humedad contra su polla. Estaba lista para él.
Tomó su cara entre sus manos y contempló sus increíbles ojos. No había
nada de engaño, ni maldad, sólo belleza e inocencia. La besó de forma lenta y
con delicadeza, pero Mina alargó las manos agarrando su dolorida vara. Él
gimió y susurró su nombre mientras ella lo guiaba hacia su interior.
Un hambre como nunca había experimentado lo consumió. Lo tomó.
Se apoderó de él.
La envolvió entre sus brazos y empujó, clavándose en su apretada y caliente
vaina.
—Te necesito —le susurró ella al oído.
Hugh se perdió en sus ojos. —Me tienes.
Su sonrisa fue agridulce, pero Hugh no permitió que se prolongara. La
sostuvo con un brazo mientras su mano ahuecaba su pecho.
Mina se agarró a él como si su vida dependiera de ello. La necesidad, el
hambre comenzó a palpitar y crecer en su interior con cada uno de los empujes
de Hugh. Sus zambullidas eran largas y lentas, luego rápidas y cortas… y con
cada embestida, su cuerpo subía más y más alto mientras apretaba fuertemente
las piernas alrededor de su cintura para traerlo más cerca.
Sus dedos pellizcaron sus pezones haciéndola retorcerse en un grito de
placer. Sus pechos se sentían llenos y pesados mientras esperaban con
impaciencia cada uno de sus toques. Con cada torsión de sus dedos, sus
pezones enviaban fuego líquido a su sexo, ya más que encendido, hasta que ella
estuvo sin sentido con la necesidad.
Así que, cuando él se llevó la mano a la boca y lamió su dedo antes de
deslizarlo entre sus cuerpos para tocar su clítoris, por poco alcanza el orgasmo.
Hugh debió haberlo notado, porque la calmó sosteniéndola firmemente.
Después de unos momentos, su pulgar encontró su clítoris hinchado y lo fue
frotando de delante hacia atrás y rotando a través de él, mientras empujaba en
su interior duro y rápido.
Las manos de Mina se agarraron fuerte de sus hombros lista para alcanzar el
clímax, cuando Hugh quitó su mano y la apretó firmemente contra él. Sus
estocadas se volvieron más lentas, más largas, mientras sus manos acariciaban
toda su espalda regresando a sus caderas y alrededor de sus apretadas nalgas.
La boca de Mina fue al encuentro del cuello de Hugh, depositando besos en su
piel mientras las manos de él vagabundeaban sobre su trasero.
De pronto, sus caderas empezaron a sacudirse con fuerza, yendo más y más
profundo que nunca antes. Clavándose en su interior. Ella quería contener su

~ 192 ~
clímax, pero cierta parte de su cuerpo no quería saber nada de eso. Su cabeza
cayó hacia atrás mientras su orgasmo vino fuerte e intenso. Y no protestó
cuando los labios de Hugh silenciaron sus gemidos mientras la penetraba una
última vez envuelto en su eyaculación.
Ella enterró su cabeza en su cuello, y dejó que el placer los barriera, se los
llevara.... tragándolos.
—Hugh, —dijo Cole mientras venía por la vuelta de la esquina hacia la
cámara de baño.
Instintivamente Mina escondió la cabeza, aunque sabía que Cole podía ver
sus piernas.
— ¡¿Qué?! —Ladró Hugh.
—Ahhh… Nada. —balbuceó Cole. —Puede esperar.
Cuando volvieron a estar solas, ella sonrió a Hugh.
Devolviendo su sonrisa, él le soltó, —En serio, necesitas poner una cerradura
en esa puerta.
Riéndose, le besó el mentón. —Hablaré con Bernard sobre ello.
La sonrisa de Hugh desapareció de su rostro mientras salía de su cuerpo.
Ansiaba llamarlo de vuelta, pero sabía que se había distanciado de ella.
Por el momento.
Ella lo observó mientras él se agarraba de la tina de madera, y se preguntó
qué pensamientos rondaban por su mente. Pero probablemente no lo sabría
nunca. Se movió para bajarse de la mesa, y en un instante, él estaba allí para
ayudarla.
Su cercanía fue su perdición. Alargó la mano y tocó su pecho esculpido, su
calor la quemaba. Su mirada se levantó hasta quedar contemplándose en esos
ojos castaño oscuros. —No me digas que lo lamentas.
—Ese es el problema. —La tristeza irradiaba de él. —Que me gusta
demasiado.
Mina alisó el ceño de su frente. —Si esta es tu expresión de goce,
sinceramente, odiaría ver aquella en la que estás triste.
Él tomó sus manos y se alejó un paso hacia atrás. —No quiero hacerte daño.
—Entonces no me apartes.
—Tenemos muy poco tiempo.
—Exacto —dijo, y se acercó a él. —No desperdicies el poco tiempo que
tenemos juntos.

~ 193 ~
Cuando su mano se acercó para ahuecar su mejilla, ella apoyó su cabeza
contra la palma y cerró los ojos. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que
podría ayudarle a aliviar su mente. Tenía que demostrarle que era inocente
encontrando la piedra azul y entregándosela.
Y tenía una idea de dónde buscar.

~ 194 ~
~ 195 ~
Capítulo 23

Los pensamientos de Hugh estaban permanentemente puestos en Mina.


Incluso ahora, cuando estaban a punto de encerrar a todo el mundo en la
mazmorra, en lo único en lo que podía pensar era en su tiempo juntos en la
cámara de baño.
El crepúsculo había caído con rapidez, y el hall se llenó con los sonidos de
los gritos de los niños y las voces preocupadas de sus padres. Hugh esperaba y
rezaba por que la mazmorra mantuviera a los lugareños a salvo.
Él y sus hombres, junto con algunos caballeros de Bernard, se apostaron
estratégicamente por la fortaleza para asegurarse de que la criatura no
encontrara a los aldeanos.
—Todo el mundo está dentro, —dijo Bernard mientras se acercaba. —He
comprobado el castillo dos veces.
Hugh asintió. —Bien. Volveremos a vernos mañana por la mañana,
entonces.
—Prefiero estar aquí, —discutió Bernard.
—La gente necesita a su barón. Mantén a salvo a tu familia y a tus aldeanos.
Bernard se detuvo por unos momentos antes de darse la vuelta y entrar en la
mazmorra. Hugh asintió con la cabeza para que Gabriel bloqueara las puertas.
Era un riesgo el que estaban tomando, pero Hugh no quería arriesgarse a que
nadie tratara de salir de la mazmorra.
Caminó hacia Cole y Gabriel. — ¿Ella está dentro?
—Aye, —dijo Cole. —La he visto entrar.
Hugh suspiró. Al menos Mina estaba a salvo por esta noche. El grito de la
bestia les dejó saber que la larga noche había empezado.
—Tomad vuestros lugares, —rugió Hugh mientras corría a su lugar detrás
del tapiz más allá del estrado. Tenía una visión perfecta de la parte delantera del
castillo y de la escalera hacia la mazmorra.
—Aquí viene, —gritó alguien desde arriba.

~ 196 ~
Hugh se preparó para lo que estaba por venir. Tensó su ballesta y comprobó
la daga que llevaba en su cintura. Tal vez no pudiera matar a la criatura con sus
armas, pero podría ralentizarla.
Un trueno retumbó en la distancia mientras se oía el aleteo de las gigantescas
alas. El brillo del relámpago fue suficiente para vislumbrar a la criatura volando
hacia la parte frontal del castillo. Anticipándose, su corazón empezó a correr a
un ritmo frenético mientras su mirada se centraba en la puerta. Solo podía
distinguir sonidos por encima de los truenos, pero seguramente no podría ser la
bestia.
Las puertas del castillo se abrieron despacio, y para su sorpresa, la criatura
entró en el vestíbulo. Hugh parpadeó para asegurarse de que estaba viendo
correctamente, pero tanto él como sus hombres permanecieron escondidos,
observando. El demonio de ojos rojos miró a su alrededor lentamente. Sus
manos se apretaron brevemente en un puño antes de estirar sus largas garras.
Caminó hacia la escalera que conducía a la mazmorra. El miedo anudó el
estómago de Hugh. Pero justo cuando estaba a punto de levantarse y llamar la
atención de la criatura, esta se dio la vuelta y se alejó de la escalera.
— ¿Qué diablos acaba de pasar? — Susurró Cole.
Hugh fulminó con la mirada a Cole. — ¿Qué haces fuera de tu sitio?
—Iba de camino a distraer a la criatura cuando se detuvo. ¿Qué fue lo que la
hizo alejarse?
—No estoy seguro —dijo Hugh. —Creo que no quiere arriesgarse a dañar a
quien la está controlando.
Cole resopló. —Eso es toda la maldita aldea.
Hugh levantó su mano para acallar a Cole mientras la criatura se volvía
hacia ellos. Su larga cola agitándose tras de sí y sus garras resonando como un
chasquido contra el suelo de piedra mientras se dirigía directo hacia ellos. De
golpe, tan repentinamente como había llegado, la bestia soltó un alarido y voló
fuera del castillo. Hugh y Cole salieron de detrás del tapiz.
—Eso ha estado cerca, —dijo Cole.
—Exacto, —estuvo de acuerdo Hugh.
Corrieron escaleras arriba hacia Gabriel. —Está alejándose, — dijo mientras
se acercaban.
— ¿Adónde? —preguntó Hugh.
—Noroeste.
—El bosque, —dijeron los tres al unísono.

~ 197 ~
—Saldremos mañana por la mañana, —dijo Hugh mientras andaban de
regreso al hall. —Abre la mazmorra, pero tenemos que vigilar para asegurarnos
de que no vuelve.
La tranquilidad del vestíbulo desapareció a medida que los sonidos de los
aldeanos volvían a llenarlo de nuevo. Hugh se detuvo atrás y observó cómo
Mina y Bernard ayudaban a su gente. Theresa se sentó en el estrado con los
brazos cruzados sobre su pecho mirando a Mina de forma notoria.
Había sido un largo día, y el agotamiento empezaba a hacer mella en Hugh.
Hizo un gesto con la cabeza a Cole y se dirigió a su cámara. Unas pocas horas
de descanso era cuanto necesitaba.

—Tal vez deberíamos decírselo, —dijo Aimery mientras recorría la sala del
trono de un lado a otro.
—Nay, —dijo Rufina.
Theron miró a Aimery. —Si lo hacemos, entonces no aprenderá que hay más
en la vida que los instintos.
—Pide tan poco de nosotros, —discutió Aimery. —Nunca antes me había
hecho una pregunta tan simple.
Theron meneó la cabeza. —No podemos interferir en sus vidas.
—Pero si lo hacemos todos los días.
Rufina se levantó de su silla y se dirigió a Aimery. —Muchas veces habría
sido tan fácil decirle a un humano simplemente lo que quería; pero sus vidas se
basan en el aprendizaje.
—Y es hora que Hugh aprenda a confiar en su corazón, —dijo Theron.
Aimery se volvió hacia su rey y la reina. — ¿Y si es Mina la que controla a la
criatura? ¿Sabéis vuestras mercedes lo que eso le hará a Hugh?
—Lo destruirá, —respondió muy seria Rufina. —Odio que ella sea ilegible
para nosotros.
—Debemos encontrar la forma de ver quién tiene la piedra azul.
Theron sacudió la cabeza. —Si fuera así de fácil, Aimery, nunca habríamos

~ 198 ~
necesitado de hombres como Hugh.
—Vosotros sabéis lo que está bloqueando nuestra visión, ¿no?
Aimery había esperado que le respondieran, en cambio le dieron la espalda
y se alejaron. Que era toda la respuesta que necesitaba.

Mina esperó hasta que el último de los aldeanos fue reubicado, antes de
dirigirse hacia las escaleras. Sonrió a Cole y a Gabriel, y se preguntó dónde se
habría metido Hugh. Caminaba rápido mientras se dirigía a su cámara. Tal vez
Hugh estuviera allí, esperándola.
Pero cuando abrió la puerta, lo único que encontró fue una cámara oscura.
Encendió las velas, y luego se sentó para destrenzarse el cabello. Todavía estaba
húmedo de su baño, y se había vestido precipitadamente. Miró hacia la cama,
pero encontró que no tenía sueño.
Por unos momentos, pensó en tratar de encontrar a Hugh, pero se dio cuenta
de que era absurdo. En su lugar, se sentó en su silla y se quedó mirando
fijamente el hogar vacío. Las velas casi se habían fundido cuando sonó un golpe
en su puerta. Se dio un susto por la sorpresa, y estaba a punto de levantarse
cuando la puerta se abrió y entró Hugh.
—Vi la luz por debajo de tu puerta y quise comprobar que estabas bien, —
dijo.
Mina asintió. —Estoy bien.
— ¿Y tu brazo?
—Casi curado. Las pócimas de Gabriel son maravillosas.
Echó un vistazo a la cama. — ¿Por qué no estás durmiendo?
Ella se encogió de hombros y se levantó de su silla. —No podía dormir. ¿Y
por qué no estás tú en tu cama?
—Por lo mismo.
Ella se detuvo en el centro de su alcoba y esperó. Reinaba el silencio mientras
se contemplaban mutuamente. Mina estaba a punto de renunciar cuando él dejó
caer la barbilla contra su pecho.

~ 199 ~
—Sabía que no tenía que haber venido, —dijo. Luego alzó la cabeza y entró.
Cerró la puerta a su espalda, pero no se movió.
— ¿Entonces, por qué lo has hecho?
—Tenía que verte.
Un rayo de esperanza brotó de aquellas tres palabras. — ¿Y ahora que estás
aquí? ¿Deseas irte?
Se apartó de la puerta y caminó hacia ella. —No creo que pueda irme, si tú
me lo pides.
— No te lo estoy pidiendo.
—Cuanto más estemos juntos, más difícil será cuando me vaya.
Mina le dirigió una pequeña sonrisa. —No pienses en eso. Piensa en
nosotros. Aquí y ahora. Nos ocuparemos del mañana cuando llegue.
Él extendió su mano y alisó su cabello apartándoselo del rostro. —Tan sabia
para ser alguien tan joven.
Ella se dejó ir en sus brazos y levantó su cara esperando el beso que sabía que
vendría. Y no la decepcionó. Su boca se movió lenta y seductoramente sobre la
suya, dejándola arrebatada y con ganas de más.
—Te estas burlando de mí.
—Nay —dijo, y besó sus párpados. —Voy a mostrarte cómo te debería haber
hecho el amor.
Su corazón se rindió a sus pies cuando él se inclinó y la levantó para llevarla
a la cama. La dejó en el suelo y le dio la vuelta para desatar su vestido. Con cada
lazada desatada, fue colocando un beso donde ésta había estado.
Estremecimientos de placer recorrían su columna vertebral con sus besos
livianos como plumas. Cuando le bajó el vestido por los hombros, se entretuvo
a jugar con la lengua en su cuello. Luego, volvió a darle la vuelta para dejarla
frente a él y se arrodilló para sacarle el vestido de sus brazos.
Se había vestido tan apresuradamente que ni se había molestado en ponerse
ropa interior. Cuando el vestido cayó de sus hombros, expuso el pecho desnudo
para él. Sus ojos se caldearon a la vista de sus pechos. El sexo de Mina se
contrajo y su corazón se aceleró ante la expresión de su cara. La quería, y si eso
fuera todo lo recordara de su tiempo juntos, le bastaba.
Lentamente, Hugh fue bajando su vestido por sus caderas hasta que quedó
amontonado a sus pies. Estaba a punto de sacarse los zapatos, pero él la detuvo
y lo hizo por ella. En cuanto la tuvo desnuda, besó sus tobillos, y sus manos
subieron por sus piernas y caderas hasta rodear su cintura. Con sus labios y su

~ 200 ~
lengua besó y atormentó su ombligo y sus caderas, mientras las manos de Mina
se sumergían entre su pelo sujetándose a él.
En el instante siguiente, la cogió en brazos y la recostó en la cama.
Mina lo fue observando quitarse la túnica, sus músculos en flexión con cada
movimiento. Como se sentaba en la cama y se quitaba las botas. Y luego, como
se puso en pie y se giró de cara a ella mientras sus dedos desataban lentamente
las correas de sus pantalones.
Ella se mordisqueó el labio a medida que, centímetro a centímetro, su piel iba
quedando expuesta. Cuando su gruesa excitación saltó derecha y erguida, en lo
único en lo que pudo pensar fue en sostener entre sus manos su caliente y
aterciopelada vara.
Hugh terminó de despojarse de sus pantalones y se acostó junto a ella,
mientras las manos de Mina iban disparadas a su cuerpo.
—Estás tan duro y firme, —dijo mientras lo acariciaba desde su musculoso
brazo hasta su cadera.
Él hociqueó su cuello. —Y tú, toda suavidad y curvas.
Cuando ella metió la mano entre sus cuerpos para alcanzarlo, él la detuvo y
tiró de sus brazos sobre su cabeza.
—Esta noche, mi señora, te voy a hacer el amor.
— Ya me has hecho el amor. Dos veces.
Él sacudió la cabeza. —Eso no fue hacerte el amor. Al menos no cómo se
supone que debe ser.
Mina dejó de tratar de argumentar cuando sus labios reclamaron su boca en
un beso que hizo que se le enroscaran hasta los dedos de sus pies. Continuó
acariciando su lengua y saqueó su boca con ferocidad, pero tiernamente,
mientras su mano se movía sobre sus brazos y bajaba por su cadera.
Pero no soltó sus brazos.
Los sostuvo firmemente sobre su cabeza mientras su beso se desplazaba
desde su boca a su cuello y bajaba hasta sus pechos. Tomó un pezón entre sus
labios y arremolinó su lengua a su alrededor, dejándolo duro como un guijarro.
Mina lanzó un grito y meció sus caderas contra él. Sus pechos se hincharon
reclamando con ansia sus caricias. Él ahuecó su pecho y acarició su pezón
mientras su lengua continuaba provocando al otro. El placer de Mina era tan
intenso que no sabía cómo iba a sobrevivir a él. Movió sus caderas contra su
abdomen y sintió el tirón de deseo en respuesta.
—Tengo que tocarte, —dijo.

~ 201 ~
Soltó sus manos al instante, y ella se agarró de sus anchos hombros. Su duro
y ardiente cuerpo presionaba contra el suyo haciéndola sentir cada uno de sus
movimientos mientras deslizaba sus manos sobre su piel despertando su
cuerpo.
Ella cerró los ojos y se perdió en el poder de su toque. En sus brazos se sentía
hermosa, como si nada pudiera interponerse en su camino. En sus brazos, tenía
la parte que faltaba de su mundo.
Rodó llevándola con él, y se encontró sentada a horcajadas sobre sus caderas.
Sonriendo, recorrió con sus manos su abdomen, y sus dedos se curvaron entre
los rizos de pelo negro que cubrían sus pectorales. Él sonrió y ahuecó sus
pechos. La cabeza de Mina cayó hacia atrás mientras soltaba un gemido de
placer, y sus caderas empezaron a mecerse de delante hacia atrás. Al instante,
Hugh la inmovilizó.
Se lo quedó mirando con una pregunta muda en sus ojos.
—Yo también te deseo desesperadamente, Mina, —susurró.
Él corazón le dolió por él. Qué solo debía estar. Tal vez tanto como ella. Se
inclinó hacia delante hasta que sus pezones rozaron su tórax. Él jadeó,
tensándose, mientras Mina se mordía el labio para no sonreír al darse cuenta del
control que tenía.
Rotando, fue frotando sus pechos contra él; Hugh intentó detenerla, pero ella
empujó sus manos a un lado y continuó ejerciendo el pequeño poder que había
descubierto que tenía. Él no le dio mucho más tiempo antes de darse la vuelta
arrastrándola consigo y cubriéndola con su cuerpo. Su peso sobre ella era
exquisito, y disfrutaba de esta sensación.
Su dura polla pulsaba contra su estómago, y ella supo, por su mirada
sombría, que la necesitaba, la deseaba.
Como explicar ese sentimiento de mariposas volando en la boca del
estómago.
Abrió sus piernas, invitándolo. Sus labios se tocaron mientras él colocaba la
embotada cabeza de su excitación contra el sensible orificio de su sexo. Mina
envolvió sus piernas alrededor de su cintura y tiró de él. Lentamente, la fue
llenando. Por entero. Totalmente.
Completamente.
Mina jadeó de placer al encontrarse tan estirada, tan llena, su cuerpo
reconociéndole en un instante.
Hugh creyó que iba a derramar su semilla en ese momento. Había querido
hacerle el amor a Mina lenta y dulcemente, pero ella le sacaba la pasión como

~ 202 ~
jamás ninguna otra mujer lo había hecho.
Mientras estaba en sus brazos, perdía el control con total facilidad.
Contempló sus ojos verdeazulados llenos de deseo y sintió que se endurecía
aún más. Se salió de su vaina dejando solo la punta de su vara en su interior, y
volvió a hundirse en ella, hasta oírla suspirar de placer. Sabía que si continuaba
con esos empujes eyacularía en cuestión de momentos, y quiso que esta vez
durara más para ella.
Con un gemido se retiró y volteó a Mina sobre su estómago. Empezó a
esparcir besos desde sus hombros hasta su delicioso trasero. Luego la colocó a
cuatro patas y se acercó por detrás para acariciar su clítoris.
La humedad recubrió sus dedos mientras los hundía en su calor y untaba con
sus jugos alrededor de su sexo, atormentándola, hasta que la tuvo temblando
con el deseo que la inundaba.
Gimiendo, ella meneó sus caderas contra él, buscando más.
Hugh agarró su polla y la movió hacia su sexo, empujando con fuerza
mientras la agarraba de las caderas. Ella trató de retroceder, pero él la mantuvo
en su lugar. Centímetro a centímetro, la fue llenando hasta quedar
completamente hundido en lo más profundo de su resbaladizo calor.
Su mandíbula se tensaba por momentos mientras luchaba por mantener su
clímax a raya, centrándose en Mina, y en darle tanto placer como pudiera. Ella
gritó su nombre mientras él bombeaba en su interior, adentro y afuera una y
otra vez, mientras sus gemidos eran música para sus oídos.
Y entonces alcanzó su punto álgido, las paredes de su sexo se contrajeron a
su alrededor hasta que él se perdió en el deseo. Ya no podía retener por más
tiempo su clímax, y dejó de intentarlo. Echó su cabeza hacia atrás y bombeó con
furia repetidamente rugiendo su liberación, y encontrando una paz que nunca
había imaginado.
Juntos cayeron sobre la cama, su corazón martilleando con rapidez mientras
la euforia del coito lo envolvía. Salió de su interior, y ella se dio la vuelta
hociqueándole el cuello y besándole el rostro mientras sus manos vagaban por
su espalda.
Su último pensamiento fue que deseaba volver a hacer el amor con ella,
cuando se despertara.

~ 203 ~
Capítulo 24

Hugh despertó y estiró el brazo buscando a Mina, pero lo único que


encontró fue una cama vacía. Abrió los ojos y miró alrededor de la cámara para
encontrarla también vacía. Rechinó los dientes y tomó nota mental para hablar
con ella sobre la mala costumbre de dejarlo plantado por las mañanas.
No estaba feliz por haber estado durmiendo a pierna suelta. Se asomó a la
ventana y vio que el sol ya estaba bastante alto. Un golpe sonó en la puerta, y
sólo le bastó un instante para darse cuenta de que Mina no llamaría a su propia
alcoba. En un segundo saltó de la cama aterrizando en el lado opuesto.
—Mina, —llamó Theresa.
Por debajo de la cama podía ver los pies de Theresa entrando en la alcoba.
Tan silenciosamente como pudo, se metió debajo de la cama mientras Theresa
se acercaba. Justo a tiempo. Y oyó lo que sonaba como si estuviera removiendo
sus manos sobre la ropa de cama.
— ¿Qué estás haciendo? —Le preguntó Mina entrando en su habitación.
— ¿Quién ha dormido en tu cama?
—Yo, —respondió ella.
Hugh contuvo el aliento.
—No te creo —soltó Theresa.
—Sal de mi cuarto.
Hugh ardía en deseos de ver el rostro de Mina. Podía imaginársela con sus
ojos echando fuego y su cara enrojecida de la ira. Había cambiado bastante
desde su llegada.
Sus pensamientos se detuvieron cuando oyó la puerta cerrarse de golpe. Se
asomó un poco, y encontró que estaba nuevamente solo. Con un suspiro, rodó
de debajo de la cama y se apresuró a ponerse su ropa que también había metido
con él bajo la cama.
Ya vestido se dirigió a la puerta, pero se abstuvo de abrirla. Sólo podía confiar
en que no hubiera nadie en el pasillo. Respiró hondo y abrió justo una rendija.

~ 204 ~
Después de mirar cuidadosamente, vio que el pasillo se encontraba vacío.
Tan rápido como pudo, se escabulló de la cámara de Mina y se apresuró a la
suya para cambiarse de ropa. Cuando abrió la puerta de su habitación, se
encontró con Gabriel y Cole que le esperaban.
— ¿Dónde narices estabas? —Preguntó Gabriel de mal humor.
Cole se rió. —Si tuviera que aventurar una conjetura, diría que con una
mujer.
Hugh se dio la vuelta y fue hacia el cofre que contenía su ropa. Sacó una
túnica negra y un par de pantalones de color tostado.
— ¿Y bien? —Insistió Gabriel. — ¿Tiene razón Cole? ¿Has estado con una
mujer?
Hugh no quería contestar, pero sabía mejor que nadie que no iban a dejarlo
en paz hasta que no les diera lo que querían. —Aye—susurró.
Cole palmeó su espalda. —Ya era hora.
Hugh puso los ojos en blanco mientras se cambiaba de ropa y pasaba los
dedos por su cabello rebelde. Se echó agua en la cara mientras pensaba que
podría visitar la cámara de baño más tarde.
—Por lo más sagrado, está sonriendo. —Dijo Gabriel.
Hugh se miró al espejo y se encontró haciendo precisamente eso.
Borró la sonrisa de su rostro y soltó. —¡Venga, hombre! Necesitamos ver si
podemos localizar a la criatura.
Cuando entraron en el gran salón estaba atestado con los aldeanos. La
atmósfera era de fiesta. Era obvio que algo estaba definitivamente mal.
Sus ojos escudriñaron la sala hasta que divisó a Mina. Estaba sentada y
rodeada de aldeanos riendo y sonriendo. La observó, notando lo bien que
encajaba aquí a pesar de lo que ella pensaba.
Desplazó sus ojos hacia el final de la mesa y se encontró a Bernard mirando
fijamente a Mina. Había algo extraño en su mirada que hizo que Hugh prestara
atención. No podía ponerle un dedo encima, pero se encontró deseando poder
arrancarle la cabeza.
Es su hermano.
Perfecto, pero eso no impedía que la ira creciera en su interior. Volvió a mirar
a Mina y encontró sus ojos en él. Su ira se disipó al instante con la sonrisa que
ella le dio. Él asintió y le devolvió la sonrisa antes de volverse hacia sus
hombres.

~ 205 ~
— ¿Qué pasa? —preguntó Gabriel.
Hugh sacudió la cabeza. —No tengo ni idea. Ve a ver que logras averiguar.
—Cole, —llamó.
—Iré en busca de la arpía, —dijo refiriéndose a Theresa.
Hugh se dio la vuelta dirigiéndose hacia Mina solo para ser detenido por
Theresa.
—Vamos, siéntate, —le dijo haciendo señas. —He guardado un lugar sólo
para ti.
No aceptar su invitación sería un insulto, y uno que no podía permitirse. Se
sentó a su lado y echó un vistazo a Mina para verla fruncir el ceño, estropeando
su hermosa cara. Tendría que compensárselo más tarde, se dijo a sí mismo.
En lugar de una alegre mañana conversando con Mina, tuvo que escuchar a
Theresa quejarse de todo, desde la comida hasta los aldeanos que atestaban el
castillo. Estaba a punto de ponerle una mordaza para cerrarle el pico cuando
Bernard habló.
— ¡Ya basta! —Gritó el barón. —Los ojos de Hugh están vidriosos harto de
oírte despotricar.
Por el rabillo del ojo, Hugh vio la cara de Theresa enrojecer de cólera.
— ¿Ahora me estás insultando? —Siseó furiosa.
Bernard meneó la cabeza. —Me compadezco de nuestro invitado.
— ¡Bah! —Soltó Theresa, levantándose de golpe. —Estás pisando terreno
peligroso, hermano. Yo lo recordaría la próxima vez que pienses en ir contra mí,
—dijo antes de marcharse de la sala.
Hugh se ocupó de seguirla hasta que vio a Cole tras ella. Entonces volvió
atrás, encontrando a Bernard que contemplaba de nuevo a Mina.
— ¿Algo anda mal? —preguntó Hugh intentando parecer tan indiferente
como pudo.
Bernard suspiró y se recostó en su silla. —Mina ha cambiado.
— ¿Y eso es malo?
—No, en absoluto. Sólo me preocupo por ella. Theresa ve todo lo que hacen
los demás. Y deberías haber visto la sonrisa de Mina en su cara cuando bajó esta
mañana. Iluminaba la sala entera.
Hugh sonrió interiormente. Eso se lo había hecho él. —¿Y crees que Theresa
reaccionará a ello?
—No es que lo crea, —dijo Bernard. —Lo sé, tan seguro como que respiro.

~ 206 ~
Tendremos que vigilar a Mina.
—Había planeado encontrar a la criatura hoy.
— ¿Durante el día? ¿Crees que podremos? —Preguntó Bernard, con la
esperanza brillando en sus ojos azules.
—Es posible. Gabriel vio que la criatura volaba hacia el noroeste.
—El bosque —dijo Bernard.
—Exacto.
El barón se puso de pie. —Entonces Mina debe venir con nosotros. No me
atrevo a dejarla aquí sola con Theresa.
Hugh no iba a decirle que no a Bernard. De hecho, quería a Mina con él solo
para poder tenerla a su lado. —Como desees, mi señor.
Observó cómo Bernard se dirigía a Mina y le daba la noticia. Su mirada se
desplazó a él y compartieron una sonrisa secreta.
—Los aldeanos piensan que la criatura se ha ido —dijo Gabriel mientras se
sentaba a su lado.
Hugh no podía creer lo que oía. — ¿Estás seguro?
—Es lo que están celebrando.
— ¿Y nadie les ha dicho que mientras la criatura siga viva continuará
aterrorizándolos?
Gabriel asintió con la cabeza. —Lo he intentado. Piensan que, porque se fue
ayer por la noche, ya se ha ido para siempre.
Hugh se pasó la mano por la cara. —Serán masacrados esta noche.
—No, si encontramos a la criatura hoy.
Hugh miró a los ojos plateados de Gabriel. —Encuéntrame a Cole. Lo
necesitaremos.

Mina rechazó vestirse con su atuendo masculino. Quería ser la dama que
Hugh pensaba que era. Acarició sus dos trenzas que colgaban sobre sus
hombros y se sintió aturdida por el día que tenía por delante.

~ 207 ~
Abrió la puerta encontrándose a Theresa que la esperaba. — ¿Necesitas algo?
—preguntó.
Theresa la miró. — ¿Quién estaba en tu cama?
—Ya te lo dije. Yo.
— ¿Y quién más?
Mina se echó a reír. — ¿En realidad crees que algún hombre me miraría?
—Tienes razón, por supuesto —dijo Theresa, lanzando su larga trenza rubia
por encima del hombro, y no alcanzando por poco el rostro de Mina. —Ningún
hombre te querría.
A pesar de que Mina sabía que había un hombre que la quería, las palabras
de Theresa todavía seguían calando profundo.
—¿Lista?, —pidió Cole mientras andaba hacia ella.
Esperó a que Theresa diera la vuelta a la esquina antes de girarse cara a él. —
¿Hugh te ha liberado de hacer de guardián? —bromeó mientras salía de su
cámara.
Cole se rió. —Durante el día. Todo podría terminar hoy si tenemos suerte.
Mina tropezó ante sus palabras, y él extendió sus manos para estabilizarla. —
¿Estás bien?
—Aye, — se las arregló para decir a pesar del nudo que tenía en su garganta.
Estaba tan angustiada ante la idea de que Hugh se fuera que no vio a Cole
observándola.
Todavía no se había recuperado cuando alcanzaron el patio de armas, pero
puso una sonrisa en su rostro para Hugh, y cuál fue su sorpresa cuando
Bernard la ayudó a montar su yegua.
Hugh cerró la mano en un puño y maldijo en silencio. No había caído en
ayudar a Mina a montar, ella siempre lo había hecho por sí misma. Pero un
caballero siempre ayudaba.
Se dio la vuelta y encontró a Gabriel y a Cole mirándolo fijamente. — ¿Qué?
—Nada, —dijo Cole apartándose.
Pero Hugh no se dejó engañar y miró a Gabriel. — ¿Qué sucede con vosotros
dos?
—Que nunca te hemos visto así.
Hugh se balanceó en la silla. — ¿Así cómo?
—Estás feliz.

~ 208 ~
Hugh empezó a resoplar hasta que se dio cuenta que Gabriel tenía razón. —
¿Qué te hace pensar que soy feliz?
—La forma en que miras a Mina. Es con ella con quien estuviste anoche, ¿no?
Hugh se inclinó hacia abajo. —Yo no pregunto quién compartió tu cama,
Gabriel, o sea que no preguntes quién compartió la mía.
— ¿Incluso si esa mujer se ha puesto nerviosa cuando le he contado que hoy
podríamos matar a la criatura? —preguntó Cole.
Hugh se enderezó y suspiró. No dejaba de darle vueltas. La evidencia decía
que Mina controlaba a la criatura. — ¿Estás seguro?
—Por desgracia.
— ¡Maldita sea! —soltó, empujando a su caballo hacia adelante con la
necesidad de reflexionar sobre sus pensamientos.
Condujo al pequeño grupo de hombres, que incluía a Bernard, Cole, Gabriel
y dos de los caballeros de Bernard, así como a Mina, hasta el bosque.
Muchas veces sintió los ojos de Mina fijos en su cogote, pero no podía
permitirse mirarla, todavía no. Pero cuando se detuvieron justo en el interior del
bosque, su mirada se dirigió hacia ella por voluntad propia. Su expresión era de
una inseguridad tal, que le hizo pedazos las entrañas.
¿Podría ser una actriz tan consumada que incluso le había engañado a él?
— ¿Hugh?
Su suave voz le llamó. Había susurrado su nombre, pero a sus oídos era un
grito. Él le dirigió una breve sonrisa antes de darse la vuelta hacia sus hombres.
—Este es un bosque grande. No tenemos ni idea de dónde pueda estar la
criatura, así que será mejor si nos separamos, —dijo.
—Buena idea —dijo Bernard. —Mina, ven conmigo.
Hugh luchó contra su cólera y sus celos mientras Bernard la ayudaba a
desmontar. —Cole, tu ve hacia el norte. Gabriel, al sur. Los demás nos
dirigiremos hacia el oeste.
Bernard asintió y se volvió hacia sus hombres para darles instrucciones. Mina
y yo nos dirigiremos hacia el noroeste.
—Si encontráis algo, pegad un grito, —dijo Hugh
— ¿Qué pasa si lo descubrimos? —preguntó Mina.
—Te lo diré cuando lo encontremos.
Mina leyó la sospecha en los ojos de Hugh, y no pudo culparlo. No tenía ni
idea de lo que había pasado. Un minuto estaba sonriéndole, y al siguiente

~ 209 ~
apenas podía soportar mirarla. Necesitaba hablar con él.
Se había despertado y bajado a las cocinas para conseguir algo de comida
para ambos, pero Bernard la había entretenido. Después, cuando regresó a su
cámara, fue para encontrarse a Theresa en ella y que Hugh se había ido. Desde
entonces, no había tenido ni un momento a solas con él.
—Ven, —dijo Bernard y tomó su mano.
Ella se quedó mirando sus manos unidas mientras tiraba de ella detrás de él.
Miró por encima de su hombro y vio a Hugh observándolos. Bernard había
emprendido la marcha a un ritmo rápido, y ella a duras penas podía seguirlo
con las faldas enredándose continuamente en los matorrales.
—Cálmate, —pidió.
Automáticamente él soltó su mano, y ella aprovechó ese tiempo para sentarse
y descansar durante un momento. — ¿Por qué tanta prisa?
—Quiero encontrar ese monstruo ya.
—Ni siquiera vas a saber qué hacer con él si lo encontramos.
Se encogió de hombros y miró a su alrededor en el bosque. —Hugh dijo que
anoche voló en esta dirección.
— ¿Es por eso que has elegido este camino?
Él asintió y la cogió de la mano. —Ya has descansado bastante. Quiero seguir
adelante.
Saltó para impedir caerse de morros cuando tiró de ella. Bernard estaba
actuando de un modo extraño, pero no llegaba a entender por qué.
Caminaron durante horas, entrando en cuevas y examinando matorrales para
detectar cualquier signo de la criatura, pero no había nada.
—Es como si sólo existiese por la noche, —dijo.
—Tiene que vivir en alguna parte.
Ella sonrió a su hermano. —Eso es cierto. ¿Pero dónde?
— ¿Tal vez el monasterio? Está justo ahí delante.
Algo le dijo que no le contara que ya había mirado allí con Gabriel y Hugh. Él
empezó a andar sin ella, y Mina se apresuró a ponerse a la par. Muchas veces
tuvo que tirar de sus faldas para liberarlas de los arbustos.
—Hubiera sido más fácil andar con pantalones, —murmuró cuando sus
ropas se engancharon una vez más.
Dio un fuerte tirón y se encontró en el suelo, de espaldas, contemplando las
copas de los árboles que se mecían con la brisa.

~ 210 ~
—Deberías haberme dicho que te habías caído —dijo Bernard mientras se
inclinaba sobre ella. —Aquí, coge mi mano.
Ella sonrió y aceptó su mano mientras él tiraba y la ponía de pie. —Creo que
tengo mi vestido hecho jirones.
—Te compraré otro.
Levantó la mirada hacia él, sin estar segura de lo que había oído. Nunca
antes se había ofrecido a comprarle nada, ni siquiera cuando lo necesitaba.
Siempre había tenido que tomar vestidos desechados de Theresa o coserse el
propio.
Levantó la mano y le tocó la cara. —Tienes una mancha de suciedad —dijo.
Entonces su mano comenzó a acariciar su rostro. —Eres tan hermosa.

~ 211 ~
Capítulo 25

Hugh ya había visto más que suficiente. Su furia entró en erupción mientras
salía directo de detrás del árbol.
—Hugh, —dijo Mina, e intentó alejarse de Bernard.
Bernard se volvió hacia él, y por un momento, Hugh pensó que el barón iba
a mantener agarrada a Mina, pero finalmente la dejó ir.
— ¿Has encontrado algo? —preguntó Bernard.
Hugh desplazó la vista de Mina a Bernard; y Mina no quiso reconocer su
mirada, lo que le molestó enormemente. —Oí algo —mintió.
—Sólo era Mina —explicó Bernard. —Sus faldas se enredaron en la maleza y
se cayó.
No había razón para que Hugh se quedara, pero ningún poder podría
hacerlo irse de allí. Se dirigió a Mina. — ¿Estás bien?
—Estupendamente —murmuró, pero sin levantar los ojos hacia él.
Hugh encontró difícil respirar. ¿Por qué le tenía miedo? ¿Se había topado con
algo que se suponía que no debía ver? Ella había sido inocente cuando él la
tomó, así que sabía que no había otro hombre.
¿O sí lo había?
Ya era hora de que se largara. Asintió y se dio la vuelta para irse cuando
Mina lo detuvo.
—Espera.
Lentamente se giró hacia ella esperando que dijera algo. — ¿Aye?
—Supongo que tu cacería te ha traído hasta aquí. ¿Por qué no buscas con
nosotros?
Antes de que pudiera responder, Bernard se interpuso entre ellos. —Este es
un bosque grande, Mina, y no tenemos mucho tiempo antes de que anochezca.
Hubiera sido mejor si tuviéramos muchos soldados para poder buscar.
Hugh vio cómo Bernard alargaba la mano hacia Mina y ella lo rechazaba.

~ 212 ~
Sus instintos le decían que los siguiera, pero era necesario encontrar a la
criatura. Era más importante que sus celos.
Cuando estuvieron fuera de su vista, giró sobre sus talones y reanudó su
búsqueda. Sin embargo, no podía sacarse de la cabeza la imagen de Bernard
acariciando el rostro de Mina.
Es su hermano. Y dijo que se había caído. Solo estaba comprobando para
asegurarse de que no estaba herida.
Entonces, ¿por qué no se encontraban sus miradas?
Porque seguramente ha notado que seguías sin confiar en ella. No intentaste
hacer ningún esfuerzo por ocultarlo mientras estuviste en el castillo.
Nada de lo que se dijo, hizo que se sintiera mejor. De hecho, le hizo sentir
peor.

Mina miró hacia atrás, a través de los árboles, con la esperanza de que Hugh
los siguiera. Quería hablar con él, saber por qué todavía seguía desconfiando de
ella.
— ¡Mantén el ritmo! —gritó Bernard con dureza por encima de su hombro.
Mina sacudió su cabeza al frente y se apresuró a alcanzarlo. En instantes, las
ruinas del monasterio aparecieron entre los árboles. La aprensión serpenteó
bajando por su espina dorsal. No tenía ningún deseo de volver al monasterio.
Nunca más.
Sus manos empezaron a mostrarse sudorosas cuanto más se acercaban al
lugar sagrado. E intentó convencerse a sí misma de que era sólo eso, un lugar
santo. Pero su corazón no quería escucharla. Golpeteaba tan fuerte en su pecho,
que temía que Bernard lo oyera.
Cuando llegaron a la cancela, se detuvo y observó cómo Bernard la
atravesaba. No tardó mucho en darse cuenta de que estaba solo. Se volvió y
arqueó una ceja hacia ella. — ¿No vienes?
Ella tragó el nudo que tenía en la garganta y sacudió la cabeza, alejándose un
paso de la puerta. —Estoy cansada, —dijo. —Correr a través del bosque con el
peso de esas faldas me ha agotado. Pensé que podría esperarte aquí.

~ 213 ~
—Está bien. — Sonrió y agitó la mano. —No tardaré mucho. No te muevas,
—dijo por encima del hombro.
Se estremeció mientras se sentaba sobre un árbol caído y lo observaba
desaparecer dentro del monasterio. No pasó mucho tiempo antes de que se
diera cuenta de que los sonidos normales del bosque a su alrededor ya no se
oían. El silencio, tan calmo como la muerte, la rodeaba. Cuanto más tiempo
permanecía allí sentada, más segura estaba de que algo o alguien la observaba,
pero no pudo encontrar nada.
Así que se sentó con los brazos rodeándose a sí misma y sus ojos mirando
constantemente a su alrededor mientras la ansiedad y el temor comenzaban a
controlar sus pensamientos. Una ramita se rompió a su espalda y Mina se
levantó de un salto girándose. Pero lo único que había a su alrededor era el
bosque. Estaba arrepentida de haberse quedado sola.
Cuando algo tocó su hombro pegó un grito y se volvió de golpe encontrando
a Bernard plantado detrás.
— ¿Mina? ¿Qué te pasa? —Preguntó.
Temblaba tanto que le era imposible hablar, y no trató de apartarse cuando él
la tomó en sus brazos.
—Shhh. Todo va a estar bien —susurró mientras frotaba las manos subiendo
y bajando por su espalda.
Se escuchó un fuerte ruido entre la maleza. Ella se apartó de los brazos de
Bernard y vio a Hugh y a Cole corriendo hacia ellos.
Para que Hugh no pudiera ver lo asustada que estaba, les dio la espalda.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó Cole. —Escuchamos un grito.
Vio a Bernard encogerse de hombros por el rabillo del ojo. —No estoy seguro
—dijo.
— ¿Mina?
La voz profunda de Hugh la atraía. Se volvió quedando en frente de los tres
hombres. —Me asusté, —admitió.
Hugh frunció el ceño mientras miraba más allá de las ruinas. — ¿Algo en el
monasterio?
—Nay —dijo Bernard, envolviéndola con un brazo. —Eso es lo más extraño.
Tampoco ha querido entrar en su interior.
Ella mantuvo su mirada fija en Hugh mientras él la contemplaba
atentamente. Había muchas preguntas que él deseaba hacerle, y que ella podría
contestar o no, pero tendrían que esperar.

~ 214 ~
—Me pareció escuchar algo a mi espalda, —dijo. Se alejó de Bernard y fue a
mirar donde había oído la ramita romperse. —Allí, —señaló.
Observó cómo Hugh y Cole buscaban alrededor del árbol y los arbustos. —
Nada —dijo Cole.
Hugh se acercó a ella. — ¿Qué oíste?
—El chasquido de una ramita. Podría haber sido cualquier cosa, —dijo
encogiéndose de hombros. —Sentada aquí a fuera, a solas, la imaginación no
deja de dar vueltas.
—Estoy seguro de que es eso, —dijo Bernard soltando una risita.
Los oscuros ojos de Hugh se dirigieron a Bernard. — ¿Encontraste algo en el
monasterio?
—Nada —dijo Bernard. —Y tenía la esperanza de encontrar a la maldita
criatura. ¿Alguno de vosotros ha encontrado algo?
—Nada de nada —dijo Cole.
Un fuerte silbido sonó a su alrededor.
—Gabriel, — dijeron Cole y Hugh al unísono antes de salir a escape a través
del bosque.
Mina apenas tuvo tiempo de recoger sus faldas antes de que Bernard
agarrara su mano y corriera tras ellos. Fue una suerte que los hombres fueran
por delante, porque tuvo que subirse sus faldas por encima de sus rodillas para
ser capaz de seguirlos.
Con un brazo sosteniendo sus faldas y el otro siendo arrastrada por Bernard,
no era capaz de mantener las ramas fuera de su cara o su cabello. Rechinó los
dientes cuando una rama se enredó en su pelo y casi la deja calva.
Cuando finalmente se detuvieron, sus pulmones ardían y un dolor salvaje le
pinchaba en un costado. Dejó caer sus faldas y apoyó sus manos sobre sus
rodillas para recuperar el aliento.
Tardó un momento en darse cuenta de que había un silencio sepulcral a su
alrededor.
Empezaba a enderezarse cuando Hugh la cogió del brazo y la hizo volverse,
alejándola.
—No mires —dijo.
Había algo doloroso en sus ojos que la hizo vacilar. — ¿Por qué? —preguntó.
No llegó a responderle. A sus espaldas, escuchó a Bernard y a alguien más
moviendo algo pesado cerca.

~ 215 ~
— ¿Habéis encontrado a la criatura? —preguntó.
Hugh sacudió la cabeza con aire de gravedad.
—Entonces, ¿qué? ¿Está herido Gabriel?
—Estoy aquí, —dijo Gabriel entrando en su línea de visión.
— ¿Pues qué está pasando? —exigió, desplazando la mirada de Gabriel a
Hugh. Fue Gabriel quien finalmente respondió.
—Uno de los caballeros ha muerto.
Hugh vio la sorpresa registrarse en su cara mientras se tapaba la boca con la
mano. Sacudió la cabeza y se apartó de ellos.
— ¿Por qué? —gimió.
—Quiero que se encuentre al asesino, —rugió con rabia Bernard por detrás
de ella. — ¿Quién mataría a un caballero de esta manera?
Hugh alargó la mano para evitar que mirara, pero no fue lo suficientemente
rápido. La sostuvo mientras tomaba conciencia del caballero decapitado. Pero
Mina se sacudió de sus brazos y corrió hacia un árbol donde vació su estómago.
Fue hasta ella y esperó pacientemente, y cuando se enderezó y se limpió la
boca con la manga, Hugh abrió los brazos y Mina se tiró entre ellos.
La sostuvo por un momento antes de retroceder.
—Este no es un lugar para ti. Deberías estar en el castillo.
—Nadie está a salvo mientras la bestia ande suelta.
—Esto no ha sido obra de la criatura —dijo Gabriel a todo el mundo. —
Estamos a plena luz del día, y la criatura sólo viene de noche.
— ¿Entonces quién? —preguntó Bernard. — ¿Y por qué?
—Preguntas que a mi también me gustaría saber, —dijo Hugh. —Creo que es
hora de que regresemos al castillo.
Esperaron mientras se recuperaban los caballos, y el cuerpo del caballero era
envuelto y colocado en su montura. Hugh levantó a Mina en su yegua y
mantuvo su mano un momento demasiado largo sobre su pierna. Cuando se
dio la vuelta, se encontró con que Bernard estaba estudiándolo.
—Barón.
Bernard sonrió rígidamente. —Hugh.
El viaje de regreso al castillo se hizo en total silencio. Hugh quería que el
cuerpo del caballero fuera guardado en secreto para mantener el pánico bajo
mínimos, por lo que Bernard y su otro hombre entraron al caballero a través de

~ 216 ~
la poterna.
Hugh se sorprendió al ver la viva actividad en el patio de armas, como si allí
no hubiera habido nunca un ser que los aterrorizara.
— ¿Qué están haciendo? —preguntó Mina mientras su mirada recorría el
patio.
Cole empujó su caballo cerca de ellos. —Celebrando.
Ella le miró como si de pronto le hubieran brotado alas. —¿Celebrando qué?
—Piensan que la criatura se ha ido, —explicó Hugh.
Mina sacudió la cabeza mientras se detenían frente al castillo. Hugh
desmontó y la alcanzó. Ella se deslizó en sus brazos y le dedicó una débil
sonrisa. A regañadientes, él la dejó de pie en el suelo.
—Creo que me iré a mi alcoba —dijo antes de entrar al castillo.
Él se la quedó mirando hasta que alguien se aclaró la garganta. Se dio la
vuelta para encontrar que Gabriel y Cole estaban detrás de él. —Mina no mató
al caballero.
—Ya lo sé —dijo Cole. —Es imposible que pudiera hacerlo y regresar al
monasterio a tiempo.
—Por no mencionar que no tenía ni una gota de sangre en sus ropas, —
señaló Gabriel.
—Y, —siguió Hugh, —no parecía como si acabara de correr una carrera
cuando nos la encontramos en el cenobio.
— ¿Así pues, a quién nos deja?, —preguntó Cole.
Hugh suspiró y miró a su alrededor. —Al castillo entero.
— ¿Qué hay de Bernard? —preguntó Gabriel.
—Definitivamente no, —dijo Cole. —No sólo estaba con Mina en el
monasterio, sino que simplemente no creo que pudiera hacerlo. ¿Viste la forma
en que reaccionó ante la muerte del caballero?
—Estoy de acuerdo con Cole, —dijo Hugh. —Bernard no es nuestro hombre.
Pero, ¿quién puede ser? ¿Y por qué matar al caballero?
Hugh miró a su alrededor y se encontró con que la gente empezaba a
mirarlos fijamente. —Creo que es hora de tener esta conversación en otra parte.
Entró en el castillo y se encaminó directo a su cámara. Esperó a que Cole
cerrara la puerta y tomara asiento. — ¿Viste algo? —preguntó a Gabriel.
—Nada fuera de lo normal. No encontré nada cuando fui hacia el sur, así que
me dirigí al suroeste cuando tropecé con él.

~ 217 ~
—¿Nadie gritó?
Gabriel sacudió la cabeza. —Y si lo hizo, no lo escuché.
— ¿Podría haber sido el otro caballero? —preguntó Cole.
—Podría, —dijo Hugh mientras se apoyaba contra la puerta. —Sin embargo,
tampoco había sangre en su ropa, y quienquiera que le cortó la cabeza tendría
sangre por todos lados.
—Había suficiente sangre en los árboles y en el suelo para justificar eso, —
dijo Gabriel. — El caballero tuvo que encontrar algo para que alguien lo matara.
Las cejas de Cole se alzaron. — ¿La azurita tal vez?
—Quizás.
—O tal vez no, —dijo Aimery mientras aparecía junto a Hugh.
— ¡Por todos los dioses!, — soltó Gabriel pegando un brinco hacia atrás.
Aimery simplemente sonrió.
— ¿Te divierte hacerlo? —le preguntó Hugh.
—Es uno de los pocos placeres que tengo —respondió el Fae.
— ¿Cuánto sabes?
—Sólo me ha tomado un segundo reunir la información, —dijo Aimery
mientras su sonrisa decaía. —Sé de la muerte del caballero.
— ¿Y no crees que encontrara la piedra? —preguntó Cole.
Aimery se encogió de hombros. — ¿Iba alguien a dejar una piedra azul en
mitad de un bosque verde para que fuera fácilmente detectada?
—Solo por esta vez, ¿no podría ser algo así de simple?, —dijo Hugh. Y
apartándose de la puerta, fue a sentarse en la cama.
—Si fuera así de fácil no querrías tener nada que ver con ello. Tú te creces con
esto, — dijo Aimery.
Quizás tenía razón, pensó Hugh.
—Así pues, —dijo Cole mientras se frotaba las manos juntas. —No sabemos
dónde vive la criatura, todavía no tenemos la piedra, no tenemos ni idea de
quién controla a la criatura, y ahora tenemos un asesino desconocido.
Gabriel suspiró. —Simplemente un día como otro cualquiera.
Hugh se volvió hacia Aimery. —Dime que has venido a traernos buenas
noticias.
Antes de que Aimery pudiera responder, un suave golpe sonó en la puerta.

~ 218 ~
—Mina —dijo Aimery.
Hugh se acercó a la puerta y la abrió. —Hola, —dijo y no pudo evitar
sonreírle.
—Hola. —Contestó ella, mirando más allá de él. — ¿Interrumpo?
—Nay, —dijo Aimery y vino a ponerse al lado de Hugh. —En realidad, creo
que sería prudente que oyeras esto.
Hugh cerró la puerta detrás de Mina mientras ella sonreía a Gabriel quien le
ofreció su silla. Hugh se sentó en la cama, e hizo ver que apartaba la mirada de
Mina.
El Fae miró a cada uno de ellos, y luego se detuvo en Hugh. —La
información nos ha llegado recientemente, y creemos que podría ser de ayuda.
No hace mucho tiempo, un reino tuvo los mismos problemas que aquejan a éste.
— ¿Las mismas criaturas? —preguntó Cole.
— Criaturas siempre diferentes, pero causando la misma destrucción.
Hugh se inclinó hacia adelante para apoyar los codos sobre sus rodillas. —
Para aniquilar el reino.
—Exactamente —dijo Aimery.
— ¿Qué les pasó? —preguntó Mina.
Aimery miró hacia el suelo y suspiró. —No sobrevivieron.
— ¿Cómo lo habéis descubierto? —preguntó Hugh.
—Tenemos nuestras maneras —dijo Aimery con un lado de su boca
levantada en una triste sonrisa. —Sin embargo, no todos murieron. Doce niños
fueron enviados desde ese reino. Seis chicos y seis niñas.
Hugh se levantó de golpe ante esta información. — ¿A dónde los enviaron?
—Aquí.

~ 219 ~
Capítulo 26

Hugh estaba seguro de que sus oídos habían escuchado mal. — ¿Aquí?
—Aquí —repitió Aimery. —Pero en tiempos diferentes.
— ¿Qué tiene eso que ver con nosotros?, —preguntó Gabriel.
Aimery se acercó a la ventana. —Tiene todo que ver con vosotros.
—Creo que será mejor que te expliques, —dijo Hugh. —Nada de lo que me
has dicho últimamente tiene sentido.
— ¿Y cuándo lo tiene? —refunfuñó Cole en un susurro, pero lo bastante alto
para que todo el mundo lo oyera.
Hugh entrecerró los ojos sobre Cole y se volvió hacia el Fae. — ¿Aimery?
El Fae emitió un suspiro largo y profundo. —No sabemos dónde fueron a
parar los niños. De hecho, no sabemos dónde está ninguno de ellos, pero de
saberlo, pensamos que tal vez podrían decirnos algo que podría detener la
destrucción de este reino.
— ¡¿Tal vez?! ¿Quieres buscar a esos niños por un tal vez?, —preguntó Hugh.
—Es todo lo que tenemos para poder seguir.
— ¿Y cómo sabemos que nos darán algo de información?, —cuestionó
Gabriel. —Eran niños cuando llegaron a este reino. ¿Cómo iban a saber
cualquier cosa?
Aimery arqueó sus cejas mientras miraba fijamente a Gabriel. —No os habría
traído esta información, si no fueran capaces de darnos algo que nos ayude a
detener la aniquilación de este reino. —Se giró, y concentró su atención en los
demás de la cámara. —A esos niños no se les trajo a este reino por mera
casualidad. Fueron enviados aquí por una razón.
Cole tamborileó con sus dedos en el respaldo de la silla. —Estoy de acuerdo
en que pueden darnos alguna información, pero no somos suficientes para
buscar a los niños, además de hacer lo que ya estamos haciendo.
—Esto lo sé, —dijo Aimery. —Pero no vais a estar buscando niños. Según
nuestros cálculos, en estos momentos ya son todos adultos.

~ 220 ~
—Perfecto, eso nos lo hace todo más fácil —gruñó Gabriel. —Supongo que
podríamos detener a cada hombre y a cada mujer que nos vayamos
encontrando por el camino y preguntarles si nacieron en este reino, o si los
enviaron aquí.
Hugh se percató de que Aimery no respondía a ese comentario mordaz. —
¿Qué nos estás ocultando?
—No tengo ni idea de si toda nuestra información es cierta o no, —dijo un
Aimery evasivo.
—Sólo dinos.
—Los hombres están muertos, —dijo al cabo de un momento. —Es por lo que
sabemos que los niños fueron distribuidos a lo largo de diferentes épocas.
Gabriel meneó la cabeza, irritado. — ¿Los seis?
—Por desgracia. Ninguno de ellos sabía lo que eran, y no teníamos ni idea de
que estuvieran aquí, por lo que no se lo pensaron dos veces antes de ofrecerse
voluntarios para las guerras.
Cole empezó a reírse. — ¿Me estás diciendo que los seis murieron en
diferentes guerras a lo largo de la historia? ¿Que no hay ninguno de ellos en este
futuro?
—Todos excepto uno, murieron en la guerra.
— ¿Y el otro? —preguntó Hugh.
—Murió en un duelo por una mujer.
Mina se sentó y escuchó con interés. No tenía ni idea del por qué Aimery
quería que ella oyera esto, pero lo encontró fascinante. —Viajas a través del
tiempo, ¿no? ¿No puedes volver y salvar a esos hombres de sus muertes?
—No funciona de esa manera, —dijo Hugh tristemente.
Aimery le sonrió. —No podemos alterar el pasado, el presente o el futuro.
Ella miró a los hombres. — ¿Y no es eso lo que estáis haciendo precisamente
ahora?
Gabriel se echó a reír. —Acaba de hacerte un análisis de la manera más
simple.
—No estaríamos aquí si la criatura no estuviera aquí —dijo Hugh. —Se trata
de corregir lo que está siendo alterado.
—Ah, —dijo ella.
—Sin embargo, es una buena pregunta, —dijo Hugh.
Mina se mordió el labio y apresuradamente bajó la mirada, pero no antes de

~ 221 ~
que se diera cuenta de que Aimery la observaba.
— ¿Y las mujeres?, —preguntó Cole. — ¿Cómo se supone que vamos a
encontrarlas?
Aimery se asomó nuevamente por la ventana. —Nuestra información dice
que tienen una marca que las distinguirá.
— ¿Qué tipo de marca? —preguntó Mina.
—Es un símbolo de su reino, aunque no sabemos mucho al respecto,
sabemos que consta de tres partes –tiene tres lados- y está anillado.
—Y si nos encontramos con una de estas mujeres, ¿qué se supone que
debemos hacer con ella? —preguntó Gabriel.
—Me llamáis, —dijo Aimery. —Es muy importante que las encontremos.
Debo irme.
—Espera, —dijo Hugh, pero el Fae ya se había ido.
Mina sabía que los tres hombres estaban irritados por la escasa información
que habían obtenido. —Al menos ha dicho algo que podría ayudar.
—Siempre igual, migajas. Solo por una vez me gustaría que lo soltara todo de
golpe, —dijo Gabriel.
Cole se levantó y puso la silla contra la pared. —Piensa en ello como en un
rompecabezas. Me gustan los acertijos.
—Bueno. Entonces averigua tú este. Oh, y recuerda que no tenemos mucho
tiempo, —dijo Gabriel, con un deje claro de irritación en su profunda voz.
—¡Suficiente!, —soltó Hugh. —Y se volvió a Mina. —Dime qué sucedió en el
monasterio. ¿Por qué te volviste?
—Bernard quiso mirar en el interior. No estoy segura que fue lo que me
impidió decirle que tú y Gabriel ya habíais buscado allí.
Gabriel se detuvo a su lado. —Podría ser debido a que todavía estás
intentando acostumbrarte a tener un hermano que te reconozca. Te tomará un
tiempo confiar en él.
—No había pensado en eso. —Levantó la mirada hacia Hugh. — ¿Crees que
lo hice por eso?
Hugh se encogió de hombros. —No lo sé. Es una razón plausible.
Aplastó su sentimiento de decepción y continuó. —Cuando llegamos al
monasterio no quise... nay, eso no es correcto. No pude entrar. Nunca he sentido
tanto frío, ni he estado tan asustada e indefensa en mi vida.
—El Mal, —dijo Cole. —Eso es lo que sentiste. El mal en su forma más pura.

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Ella se estremeció solo de pensar en ello. —Cueste lo que cueste, no quiero
sentirlo de nuevo. Bernard no parecía afectado. Atravesó las puertas y se paseó
entre las ruinas mientras yo esperaba en el bosque.
— ¿Y fue entonces cuando oíste algo?, —preguntó Hugh.
Mina se levantó, no podía soportar ni un instante más permanecer sentada y
que los demás se la quedaran mirando fijamente. Se acercó a la ventana y se
inclinó hacia atrás apoyándose contra ella, para poder ver así a los tres hombres.
—Tuve la extraña sensación de que alguien me observaba, pero cuando me di
la vuelta no había nada. Empecé a imaginar todo tipo de cosas, —confesó.
Gabriel asintió con la cabeza. —Eso nos pasa a todos.
—Cuando escuché que la ramita se rompía, me levanté de un salto para ver
qué lo había causado. Debió de ser cuando Bernard volvía de las ruinas. No le oí
llegar, y cuando tocó mi brazo, grité.
—Y entonces llegamos nosotros, —dijo Cole.
—Aye, —dijo ella. —No era nada.
—Oh, ten por seguro que era algo —dijo Hugh—. Nadie se siente mal por
nada, Mina. Recuerda esto para una próxima vez. Había algo o alguien allí.
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral ante sus palabras. —Me estás
asustando.
—Necesitas estar asustada. El mal es un tipo peligroso. ¿Tienes idea de
cuántos Shields hubo una vez? Éramos varios cientos. Y ahora solo quedamos
cinco.
Vio el dolor en las oscuras profundidades de Hugh, y quiso envolver sus
brazos alrededor de él. —No lo sabía.
—No podías saberlo —dijo, y respiró hondo. —Tendremos que volver al
monasterio.
—No sentí nada cuando fui con Mina, —dijo Gabriel. —Incluso tú estabas
allí, Hugh. ¿Sentiste el mal?
—Nay, pero esto no significa que no haya algo allí ahora.
Mina tenía una sensación de malestar en la boca del estómago. —No te vas a
ir ahora, ¿verdad?, —dijo echando un vistazo por la ventana. —Se está haciendo
tarde.
—Tiene razón, —estuvo de acuerdo Cole. —Los aldeanos necesitan que se les
diga que se dejen de celebraciones y se preparen para la noche.
Mina se quedó mirando cómo los ojos de Hugh se posaban sobre ella. Su

~ 223 ~
mirada era ilegible, y tuvo la impresión de que se había encerrado en sí mismo.
—Voy a ir, —dijo. —Tú y Gabriel cuidad de los aldeanos.
—Nay, —dijeron a la vez ella, Gabriel y Cole.
Mina fue hacia Hugh. —No deberías ir por ahí solo. Necesitas que alguien
cuide tus espaldas.
— ¿Estás preocupada por mí?, —preguntó suavemente.
—Ya sabes que sí. Demasiadas personas han muerto innecesariamente. Como
me dijiste hace poco, tus hombres te necesitan.
Cole se posicionó al lado de ella. —Desde que te conozco, Hugh, nunca has
hecho nada imprudente. No empieces ahora.
—Vamos a ser necesarios los tres para conseguir que los aldeanos se queden
dentro —dijo Gabriel—. Además, quiero tener mi oportunidad en eso de cazar a
la criatura por haberse llevado a Darrick.
Mina contuvo el aliento, uno, dos, tres segundos, antes de que Hugh
finalmente asintiera con la cabeza. Luego suspiró con alivio, agradeciendo a
Dios silenciosamente.
—Esperaré, —dijo Hugh. —Hasta el amanecer. Luego me largo.

—No escuchan —le dijo Mina a Cole. —Lo he intentado todo, pero realmente
piensan que la criatura se ha ido.
—Bernard es el único que podría hacerlos entrar en el castillo —dijo Hugh
mientras se unía a ellos.
—Así pues, ¿dónde está? —preguntó Gabriel.
—De luto. Y se muestra de acuerdo con los aldeanos.
Mina no podía creer lo que oía. —Estarás de broma, ¿no?
Independientemente de si está de acuerdo o no, debería hacer que entraran
antes del anochecer, por si acaso.
—Estoy de acuerdo, —dijo Hugh, —pero tu hermano no.
—Entonces hablaré con él. —Se volvió para ir a buscarlo cuando la mano de

~ 224 ~
Hugh se adelantó para detenerla.
—No va a querer verte. La muerte del caballero le ha afectado enormemente.
Yo estuve a punto de que no quisiera verme.
Mina suspiró y miró hacia el castillo para ver a Theresa de pie ante su
ventana, mirando hacia ellos. Su hermana llevaba un rictus de desprecio
marcado en su cara. — ¿Alguien ha buscado la piedra en su cámara?
Hugh se detuvo a su lado y levantó la mirada. —Se ha inspeccionado el
castillo entero. Incluyendo la cámara de Theresa. ¿Por qué?
—Creo que ella tiene algo que ver con esto.
—Pero fue atacada, —señaló Cole.
—Cierto, —aceptó Mina volviéndose hacia ellos. —Pero podría haberlo
escenificado.
Gabriel sacudió la cabeza. —Si hubiera sido un hombre, sí, estaría de acuerdo
contigo, pero no puedo ver a una mujer haciendo eso.
— ¿Por qué?, —preguntó Hugh. —¿Es que ya te has olvidado de cómo fui
engañado por una mujer en el pasado?
El estómago de Mina cayó en picado ante sus palabras. Había sido engañado
por una mujer. — ¿Q...qué hizo esa mujer? ¿Controlaba al monstruo?
Sus ojos centellearon sobre ella. —Aye.
Mina se puso una mano en el estómago cuando le entraron las náuseas.
Ahora todo tenía sentido. Por qué Hugh no podía aceptar su palabra de
inocencia, y por qué solo confiaba en sus instintos.
Sus pulmones se negaron a insuflar aire. Nunca la iba a creer, comprendió de
repente. Había pensado tontamente que llegaría a entender que era imposible
que ella pudiera controlar a la criatura, porque no tenía la piedra.
Sin embargo, no habían encontrado la piedra que podría demostrar su
inocencia.
— ¿Mina?
Alzó los ojos hacia él. — Todo este tiempo, y todavía crees que soy culpable.
Pensé que creías que era inocente, sin importar lo que las pruebas demostraran.
Asumí tontamente que me permitías buscar la piedra contigo para que pudiera
demostrar mi inocencia.
Sus pies dieron un paso atrás alejándose de él mientras la realidad caía sobre
ella como un jarro de agua fría.
—Me mantuviste contigo para vigilarme. Porque si estaba con vosotros, no

~ 225 ~
podría controlar a la criatura. —Las lágrimas llegaron rápidamente y no se
molestó en limpiarlas mientras corrían por su cara. — ¡Me has estado
utilizando!
Hugh permaneció en silencio mientras Mina juntaba todas las piezas.
Anhelaba decirle que estaba equivocada, pero la verdad es que estaba en lo
cierto.
Tampoco la detuvo cuando se dio la vuelta y corrió hacia el castillo. Una
parte de él quería correr tras ella y consolarla, pero la parte lógica de él sabía
que esto era lo mejor. Necesitaba distanciarse de ella, y ese era el momento
perfecto para comenzar.
— ¡¿Te he dicho alguna vez que eres tonto?!, —soltó Cole furiosamente.
Él miró a su amigo. —Todos mis instintos me dicen que es ella. ¿Debo
ignorarlos?
Cole se alejó rígidamente. Hugh volvió su mirada hacia Gabriel.
—No deberías haberla utilizado —dijo Gabriel.
—No lo hice, —dijo Hugh suavemente mientras Gabriel también se alejaba
de él.

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Capítulo 27

Era inútil, se dio cuenta Hugh varias horas más tarde. El sol se había
empezado a poner, y los aldeanos no habían hecho caso a sus palabras. Sin
importar cuan duro, él, Gabriel y Cole, intentaron persuadirles, pedirles u
ordenarles, la gente continuó celebrando y bebiendo a la salud de la criatura
muerta.
—Los van a masacrar, —dijo Cole lacónicamente.
—No hay nada que podamos hacer, aparte de ayudarles a entrar en el castillo
una vez que venga la criatura, —dijo Gabriel.
Hugh gruñó. —Eso si no están demasiado borrachos para correr.
—Buen punto, —dijo Gabriel.
Cole los miró. — ¿Y ahora qué?
—Nos aseguraremos de que el castillo esté listo. Sólo tenemos una hora como
mucho.
Pero sin Bernard allí para dar las órdenes, nadie en el castillo les escuchaba.
La comida, el vino y la cerveza corrían libremente, y la gente no tardó mucho en
emborracharse.
—Por todos los dioses —siseó Gabriel.
Hugh suspiró y se sentó en una de las mesas vacías. —Todo ha sido en vano.
No hemos hecho nada para evitar que mueran.
—No hay nada que podamos hacer —dijo Cole mientras se sentaba. —No, a
menos que los recojamos y los llevemos adentro. Pero nos superan en número, y
no creo que se quedaran aquí a menos que los encadenáramos.
Hugh puso su cabeza entre sus manos. — ¿Qué se nos ha pasado por alto?
Debe haber habido algo hoy que no hemos visto. Podríamos haberle matado.
—Sí, si lo hubiéramos encontrado —dijo Gabriel. —No es culpa tuya que la
criatura no haya sido descubierta. No teníamos mucho que seguir.
—Por lo que sabemos, podría haber volado más allá del bosque, —dijo Cole.
—Hemos tenido asignaciones difíciles antes, Hugh.

~ 227 ~
—Cierto, —aceptó. —Pero no una como esta. A aquellas criaturas se las
podía matar.
Sus hombres se quedaron en silencio tras sus palabras.
—Ojalá Val y Roderick estuvieran aquí con nosotros —murmuró Cole.
Y Hugh no podía estar más de acuerdo. —No nos vendría mal su ayuda.
Sus ojos se dirigieron hacia las escaleras con la esperanza de encontrar a
Mina; no la había visto desde que había huido de él en el patio. Quizás debería
ir y ver como estaba.
—Aquí estás, —dijo Theresa deslizándose en el asiento a su lado. —Te he
estado buscando por todas partes.
Él sofocó un gemido. — ¿Qué puedo hacer por ti, mi señora?
Sus ojos azules brillaron, idénticos a los de Bernard. —Estaba esperando a
que me lo preguntaras —dijo ella y le pasó una mano por el brazo.
Una vez había amado a unos ojos azules, pero ahora anhelaba unos de un
azul verdoso. Por el rabillo del ojo vio a Cole y a Gabriel que los miraban.
Movió su brazo para que no siguiera tocándole, y se volvió para quedar frente a
ella.
—Lady Theresa, la noche está llegando y eso significa que la criatura también.
¿No deberías estar reuniendo a tu gente en el castillo?
Ella se rió y con su larga uña le recorrió la mejilla, bajando por su cuello y
pecho, y se detuvo en su cintura. —Yo no me preocuparía por la criatura.
Fue la confianza en su voz lo que pinchó sus oídos. — ¿Y por qué dices eso?
—Viste lo que pasó anoche. Se fue sin matarnos. Ya es historia.
—Me temo que estás equivocada.
Ella sonrió seductoramente. —Podemos debatir esto más tranquilamente en
mis aposentos.
—Aunque la oferta suene más que tentadora, debo declinar. —Esperaba que
ella cogiera la idea para no tener que ser grosero, pero tenía la sensación de que
esperaba demasiado.
Ella bajó sus ojos azules por un momento, pero no antes de que él viera la
chispa de cólera en ellos. Cuando su mirada regresó a él, estaba sonriendo. —
No muchos hombres me rechazan.
—Estoy seguro de que no. Eres una mujer hermosa. — Aunque no tan
impresionante como Mina, pensó para sí mismo.
— ¿Estás seguro de que no hay manera de que cambies de opinión?

~ 228 ~
Él se puso en pie. —Me temo que no. Ahora, si me disculpas, tengo mucho
que hacer.
Era asombroso. Había conseguido escapar sin que ella lo detuviera. Sonrió
internamente y esperó a que Gabriel y Cole lo alcanzaran.
—No puedo creer que se rindiera tan fácilmente, —dijo Cole. —Deberías
verla. Una vez que pone los ojos en alguien, no deja que nada se interponga en
su camino.
Gabriel resopló. —Es bueno que escaparas a tiempo. Ahora, esperemos que
no hayas despertado su furia.
—Yo también lo espero, —estuvo de acuerdo Hugh.
Las palabras apenas acababan de salir de su boca cuando le dieron la vuelta
bruscamente. Y antes de que pudiera pronunciar palabra, Theresa se puso de
puntillas y plantó los labios sobre los suyos. Hugh se quedó demasiado atónito
para hacer otra cosa más que quedarse allí parado.
Ella se echó hacia atrás y apoyó la cabeza en su pecho. —He querido hacer
esto desde hace mucho tiempo.
Hugh logró controlar las ganas de escupir en el suelo ante el helado sabor de
su beso, pero solo apenas. Pero cuando ella le pasó las manos por el pecho y
miró por encima de su hombro, la aprensión serpenteó a través de su vientre.
La mirada de él exploró el pasillo hasta que aterrizó en Mina en la base de las
escaleras. Su intestino se retorció ante el dolor que inundaba sus ojos. Trató de ir
hacia ella, pero Theresa lo retuvo.
—Lárgate moza, que ya has hecho bastante, —dijo al tiempo que la apartaba
de un empujón, y miraba hacia arriba para encontrar que Mina se había ido.
—Eso debería funcionar, —dijo Theresa moviéndose para alejarse, pero Hugh
la agarró del brazo. — ¿Por qué? —Exigió.
—Porque yo soy más bonita que ella, y no debería estar celosa de ella.
Tembló de cólera ante la comprensión de lo que Theresa había hecho.
—Hugh, —dijo Cole junto a él. —Ella no vale la pena.
Volvió la cabeza hacia Cole buscando a Gabriel que también estaba allí. Con
un gruñido, soltó a Theresa y salió a zancadas del castillo, y no se detuvo hasta
que llegó al rastrillo de la puerta de entrada. Se dio la vuelta y miró el patio de
armas y el castillo.
— ¿Estás bien?, —preguntó Gabriel, mientras él y Cole caminaban hacia él.
Hugh sacudió la cabeza. — ¿Os dais cuenta de lo que Theresa ha hecho?

~ 229 ~
—Aye, —dijo tristemente Cole. —Acaba de poner a Mina fuera de tu alcance.
Hugh asintió con la cabeza y miró al cielo. —Tal vez sea lo mejor. Me he
encariñado demasiado con ella.
—Pues ahora parece que ya tienes la distancia que querías, —dijo Gabriel. —
Entre haber utilizado a Mina y tener a Theresa en tus brazos, la has perdido
para siempre.
A Hugh se le secó la boca. Su mirada se desplazó hacia la ventana de Mina,
pero ella no estaba allí mirándole.
—Ya está anocheciendo, —dijo Cole.
—Tomad vuestros lugares, —dijo Hugh empujando a un lado sus
pensamientos sobre Mina. —Haremos lo que podamos.
Estaba agradecido de poder quitarse de la cabeza a Mina, y el dolor en su
rostro que le rompía el corazón. Flexionó su mano y alcanzó su ballesta. Había
sido hecha por los Fae y era casi indestructible.
Su mano encajaba perfectamente en el surco, como si fuera una parte de él, y
en verdad lo era. Aspiró profundamente y cerró los ojos mientras olía la dulce
fragancia del verano. Abrió los ojos y contempló las oscuras nubes rodando
hacia ellos y oyó el lejano retumbar del trueno.
—Un clima perfecto para ir de caza —murmuró, mientras se dirigía a
zancadas hacia el establo.

Mina se sentó en su cama e intentó respirar. Lo último que había esperado


era ver a Theresa en brazos de Hugh, aunque no debería haber sido una
sorpresa. Hugh era un hombre magnífico y Theresa una mujer hermosa. Era
lógico que los dos estuvieran juntos.
Al menos eso es lo que se decía a sí misma.
Las lágrimas que había estado derramando todo el día seguían llegando.
¿Nunca cesaría su dolor? Averiguar que la había utilizado, y luego encontrar a
Theresa en sus brazos, había abierto directamente una brecha en lo que quedaba
de su maltrecho corazón. Aunque resultara igual de doloroso, hubiese preferido
verlo en brazos de cualquiera antes que de Theresa.

~ 230 ~
Se secó las mejillas húmedas y respiró hondo. Había esperado salir herida,
solo que no de este modo. En todo caso, ahora sabía por qué Hugh la quería con
él todo el tiempo. No era porque anhelara estar con ella, o porque hubiera
venido a cuidar de ella.
A partir de este momento endurecería su corazón contra él. Ahora era más
sabia y protegería su precioso corazón que había sido roto. Pero nunca más. La
habían lastimado por última vez.
El hambre la despertó, pero no tenía ningún deseo de sentarse en el gran
salón y ver a Theresa y a Hugh. Podría colarse más tarde y encontrar algo de
comida una vez que todo el mundo estuviera durmiendo.
Fue el grito de puro terror lo que la empujó a levantarse de un salto. Corrió
hacia la ventana y miró hacia fuera para encontrar a la criatura volando hacia el
castillo. Una mirada al patio de armas le mostró que los aldeanos no se habían
tomado la amenaza en serio mientras gritaban y corrían para ponerse a
resguardo dentro del castillo.
Mina salió corriendo de su alcoba hacia el gran salón para ayudar a los que
pudiera. Muchos de los aldeanos habían ido hacia las mazmorras, pero había
muchos más que habían resultado pisoteados y heridos. Ayudó a llevar a
muchos de ellos hacia las escaleras de la mazmorra, donde otros se encargaban
de bajarlos.
Miró a su alrededor buscando a Bernard, pero no lo encontró por ningún
lado. Y tampoco vio a Hugh, o a sus hombres. ¿Dónde estaban todos cuando se
les necesitaba tan desesperadamente?
—Mis hijos —gritó llorando una mujer mientras trataba de salir corriendo de
la mazmorra. —¡Mis niños!
Mina buscó alrededor y salió corriendo del castillo sin pensar en su
seguridad. Necesitaba encontrar a esos chicos. Se hizo a un lado mientras más
aldeanos entraban en tropel por la puerta del castillo, y la criatura daba vueltas
en círculos por encima del patio de armas.
No fue hasta que salió a la muralla exterior, que vio la carnicería a su
alrededor. Los cadáveres cubrían el patio y la sangre estaba por todas partes.
Empezó a temblar con miedo hasta que vio a los dos chicos corriendo hacia el
castillo.
—Aquí —les llamó, y les hizo señas para que se apresuraran. Sus ojos
escudriñaron el cielo en busca de la criatura, pero la había perdido de vista. —
De prisa, —susurró.
Entonces, el terrible sonido del batir de alas sonó a sus espaldas. Mina se
volvió lentamente y el estómago le cayó a los pies cuando vio al monstruo en la

~ 231 ~
escalinata del castillo bloqueándoles la entrada. Sus brillantes ojillos rojos la
fulminaron con la mirada, y luego se desplazaron hacia los muchachos que se
acercaban.
Se volvió y corrió hacia los chicos. —Quedaos detrás de mí, —les dijo. —Pase
lo que pase, manteneos a mi espalda.
Ellos asintieron con terror. Les dirigió una sonrisa y se volvió hacia la bestia.

—Ah, Hugh, ¿ves lo que yo veo? —Preguntó Cole.


Hugh levantó la vista del punto de mira de su ballesta, para encontrarse a
Mina frente a la criatura. —Por todos los santos —siseó. — ¿Qué está haciendo?
—Yo diría que salvando a esos dos chavales.
Hugh silbó para llamar la atención de Gabriel y le hizo señas para que
distrajera a la criatura. Sin embargo, por más flechas que disparó Gabriel, la
criatura no apartó la mirada de Mina.
—No está funcionando, —dijo Cole.
—Ya lo sé —soltó abruptamente Hugh. — ¿Tienes una idea mejor?
— Ya no creo que importe.
—¡Naayyyyyyy!, —rugió Hugh mientras la criatura sujetaba con sus garras a
Mina y se alejaba volando.

~ 232 ~
~ 233 ~
Capítulo 28

Mina abrió los ojos y se encontró con que el suelo bajo sus pies corría a una
velocidad de vértigo. Intentó gritar, pero su pecho estaba comprimido
dolorosamente. Miró hacia arriba, y vio a la criatura sosteniéndola mientras se
alejaba volando a gran altura en el cielo.
El terror se apoderó de ella, convirtiendo su sangre en hielo y haciendo que
su corazón golpeara como un loco en su pecho. Había deseado correr una
aventura en su aburrida vida, pero ahora mismo lo único que ansiaba era estar
en el castillo y con los brazos de Hugh a su alrededor.
Para su asombro, la bestia voló directamente hacia el monasterio y aterrizó en
el tejado. La liberó de golpe, y un grito se alojó en su garganta cuando empezó a
caer. Aterrizó con un ruido sordo y desgarrador de huesos chocando que le
cortó la respiración. Una vez que fue capaz de respirar de nuevo, su cuerpo
entero pulsaba con dolores y molestias. Tomó nota de sí misma, y encontró que
la única parte de su cuerpo que podría haber resultado lesionada eran sus
costillas debido a la fuerza con que la criatura la había agarrado.
Parpadeó, y contempló el tejado a su alrededor, el misterioso silencio de la
noche enviaba escalofríos de temor por todo su cuerpo. Mina volvió la cabeza y
descubrió a la criatura mirándola fijamente. Y se negó a morir acurrucada y
asustada. Iría al encuentro de la muerte, erguida, y con la frente en alto.
— ¿Por qué no me has matado en el castillo? —dijo desafiante mientras se
ponía de pie.
El ser se rió ásperamente. —Yo sólo hago lo que él me ha ordenado.
— ¿Qué? —preguntó, sin estar segura de haber entendido bien.
—Te ha traído aquí porque yo le he dicho que lo hiciera.
Mina se dio la vuelta encontrándose a Bernard detrás de ella.

~ 234 ~
Hugh y Gabriel lograron que los aldeanos que quedaban vivos entraran en el
castillo y bajaran a las mazmorras. El cielo nocturno estaba en silencio, y aun así
Hugh continuaba buscando, forzando sus ojos para intentar vislumbrar a la
criatura y quizás algo de Mina.
—No hay nada que pudieras haber hecho, —dijo Gabriel y colocó una mano
reconfortante en el hombro de Hugh.
Hugh sabía que Gabriel tenía razón, pero no por eso le hacía sentirse mejor.
Si solo hubiera hecho algo para ayudar a Mina, todavía podría estar viva.
Debería haber corrido hacia ella. Debería haber hecho más.
—Los muchachos han sido devueltos a su madre —dijo Cole mientras se
unía a ellos.
Le acababa de ocurrir la cosa más extraña. Hugh sintió la humedad en sus
ojos y parpadeó apresuradamente. —Murió salvando sus vidas.
De repente, no importaba si era inocente o no. Lo único que comprendía era
que le dolía el corazón al saber que la había perdido. Tenía un agujero en su
pecho donde antes había estado su corazón. Y lo que lo hacía aún peor, era que
no había sabido hasta ahora que había empezado a vivir de nuevo.
—Fue la cosa más valiente que hizo, —estuvo de acuerdo Cole.
Gabriel suspiró. —No tengo ningunas ganas de decírselo al barón.
Hugh se sacudió como si le hubieran disparado y apretó los puños. —
¿Cómo hemos podido ser tan tontos?
— ¿Qué? —preguntó Cole.
Hugh miró a Gabriel y a Cole. — ¿Habéis visto a Bernard desde que
volvimos esta tarde?
Sacudieron la cabeza.
—No está en la mazmorra —dijo Gabriel.
La mirada de Cole se estrechó. —Tampoco está con sus caballeros.
Hugh apoyó la cabeza hacia atrás contra la pared del castillo y rió secamente.
Luego murmuró —Mina, perdóname.
~ 235 ~
— ¡Hugh!, —gruñó Gabriel. —¡Por la sangre de Cristo!, cuéntanos de una vez
qué está pasando.
Hugh se quedó mirando fijamente el cielo oscuro mientras las estrellas
parpadeaban por encima de él. Finalmente, miró a sus hombres. — ¿Alguno de
vosotros buscó en la cámara de Bernard?
Gabriel y Cole se miraron el uno al otro antes de volverse y sacudir la
cabeza.
—Tal como pensé, —suspiró Hugh. —He estado equivocado, malditamente
equivocado. Me han engañado de nuevo, pero esta vez, no lo ha hecho una
mujer.
— ¿El barón?, —preguntó Cole sorprendido.
Los tres corrieron hacia la cámara de Bernard, pero no importó cuanto la
buscaron, no encontraron la piedra azul.
—Nada, —siseó Gabriel, dándole un puntapié al baúl en el que había estado
rebuscando.
—Es inteligente, —dijo Hugh. —Sabía que buscaríamos en el castillo.
Cole se palmeó los muslos con exasperación. — ¿Si no está en el castillo,
entonces dónde?
Gabriel cruzó los brazos sobre su pecho. —No estoy seguro. Pero tengo el
presentimiento de que lo veremos aparecer antes del alba.
—Le preguntaremos entonces, —declaró Cole.
—Nay, —dijo Hugh más fuerte de lo que pretendía. Les hizo señas para que
salieran de la cámara y no volvieron a hablar hasta que no estuvieron otra vez
fuera de la muralla. —Sigámosle.
—No podemos seguirle todos, —dijo Gabriel.
—Tienes razón, —dijo Hugh entornando su mirada mientras su mente
empezaba a formar un plan. —Cole, tú eres tan silencioso como una sombra.
Rastrea al barón y encuentra cualquier cosa que podamos usar contra él.
Cole asintió brevemente y salió por la puerta fortificada.
Hugh se volvió hacia Gabriel. —Tú y yo tenemos que preparar una
distracción para hacer que Bernard crea que está a salvo, y por lo tanto vaya a
por la piedra.
—Tengo justo lo que necesitamos, —dijo Gabriel con una sonrisa astuta antes
de girar sobre sus talones e irse.
No fue hasta que Hugh se quedó solo, que sus pensamientos volvieron a

~ 236 ~
Mina. No podía creer que estuviera muerta. Simplemente no parecía posible.
Cómo lamentaba las palabras que se habían dicho por última vez.
Caminó hacia la ventana y observó cómo los caballeros recogían a los
muertos. La bestia había matado más esta noche que antes de que él y los
Shields llegaran. Estaba tan hambrienta de sangre que no podía esperar a hundir
sus garras en cualquiera que se pusiera a su alcance.
Las tripas de Hugh se retorcieron dolorosamente. Cerró los ojos con fuerza
cuando se dio cuenta de ello. Había estado delante de sus narices todo el
tiempo.
Mina no estaba muerta. Si la criatura hubiese querido matarla, lo habría
hecho en el patio de armas en el primer momento. El monstruo se la había
llevado porque estaba confabulada con Bernard, que era quien lo controlaba.
El alivio surgió a través de él al reconocer que en efecto estaba viva, y
aunque le dolía saber que formaba parte del mal, esto no le impidió querer
gritar a los cuatro vientos por tenerla con vida.
Su corazón se apretó angustiosamente mientras la comprensión lo llenaba.
No era sólo alegría lo que sentía, sino amor.
Puro y hermoso amor.
—Nay, —susurró. Eso no le podía estar pasando después de tantos años. Así
no.
Pero así había sido.
Le había dado su corazón a una mujer que controlaba el mal.
—La amo.
Las palabras pronunciadas en voz alta sólo lo confirmaron. Y haría todo lo
que estuviera en sus manos para alejarla del mal, aunque le costara la vida.

Temblando de pánico, Mina se rodeó con sus brazos. No estaba segura de


dónde estaba exactamente, ya que Bernard le había vendado los ojos. Todo lo
que sabía era que estaba en algún lugar de las profundidades de las cuevas que
corrían por debajo del monasterio; en algún lugar que ni ella, ni Gabriel, ni
Hugh habían encontrado.

~ 237 ~
Sus instintos habían sido certeros al poner su mirada en el monasterio. Era
una lástima no haber encontrado antes las pruebas que había necesitado.
Bernard.
La ira surgió a través de ella como un rayo. Su hermano. ¿Cómo había
podido? Había creído a pies juntillas que era Theresa quien controlaba a la
criatura. ¿Cómo podía haber estado tan equivocada?
¿Y cómo se le había podido pasar por alto a Hugh?
De ser verdad que nunca se había equivocado, entonces realmente le habían
engañado, aunque eso no la hacía sentirse mejor. Solo quería desesperadamente
hablar con Hugh, sentir sus fuertes brazos rodeándola y manteniéndola segura.
¿Pensaría que estaba muerta? De ser así, no vendría a buscarla, que era
exactamente lo que Bernard quería que Mina supiera.
Por mucho que pidió y suplicó, su hermano no había abierto la boca
mientras la llevaba a esa jaula. Pero lo que más la había perturbado había sido el
beso -en los labios- que él le había dado.
La había sacudido hasta el fondo, porque no había sido un beso fraternal.
Había sido uno de amante.
Había gritado para que la dejara salir, pero Bernard rápidamente había
echado el cerrojo y cerrado la puerta con llave, abandonándola en la más
completa oscuridad. Deseó una ventana, o lo que fuera, pero que le diera un
poco de luz. Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, pero no habían
logrado mantener su miedo a raya.
Y había ido a peor desde que supo que la criatura la custodiaba.

~ 238 ~
~ 239 ~
Capítulo 29

— ¿Que ella qué?


Hugh observó a Bernard cuidadosamente cuando fueron a sentarse en el
gran salón, mientras la luz del sol empezaba a filtrarse por el castillo. —Lo
siento, barón. Murió salvando la vida de dos muchachos.
Bernard meneó la cabeza y bajó la mirada a la mesa. —No me lo puedo creer.
Mina, no. Apenas estaba empezando a vivir de nuevo.
Hugh sintió que Cole le daba una patada por debajo de la mesa.
— ¿Dónde está su cuerpo?, —preguntó Bernard levantando la mirada hacia
Hugh. — ¿Está con los demás?
—En realidad —dijo Gabriel, —la criatura se la llevó.
En honor a la verdad, Bernard estaba actuando de maravilla cual hermano
afligido, mientras enterraba la cabeza entre sus manos.
—Debemos encontrar la piedra, —dijo Bernard levantando la cabeza. —
Quiero a esa bestia bien muerta.
—No te preocupes. La mataremos, —dijo Hugh.
Había una considerable llantina en el castillo, ya que los miembros de cada
familia lloraban la pérdida de uno de los suyos, además de la pérdida de Mina.
Pero había una persona que no lloraba.
De hecho, Theresa parecía cualquier cosa menos triste. La expresión
satisfecha sólo confirmaba la profundidad de su odio hacia Mina. Pero, ¿por
qué? Eran hermanas, y Mina no había sido otra cosa más que cortés y amable
con Theresa. Tenía que ser algo mucho más profundo.
Y sólo había una manera de averiguarlo.
Hugh esperó a que Theresa abandonara la sala, antes de buscar
deliberadamente la mirada de Gabriel y Cole. No estaba preocupado por ellos.
Cada uno sabía lo que tenía que hacer.
Se detuvo frente a la cámara de Theresa y se preparó mentalmente. Era
mucho lo que estaba en juego, y no podía dar un paso en falso. Levantó la mano
~ 240 ~
y llamó antes de que cambiara de opinión. La puerta se abrió casi de inmediato,
como si hubiera estado esperando a alguien.
—Hugh, —dijo ella sin aliento mientras se lo quedaba mirando pasmada.
—Lady Theresa. Espero no interrumpir.
Ella le dirigió una sonrisa deslumbrante y le indicó que entrara. —No, en
absoluto. Por favor, entra.
Él atravesó el umbral y mostró una expresión educada. — ¿No lloras la
muerte de tu hermana?
— ¡Bah!, —dijo con desprecio mientras cerraba la puerta. —Estaría
mintiendo si dijera que sí. Ella nunca perteneció aquí.
— ¿Y dónde se supone que pertenecía?
Theresa pareció darse cuenta de que había dicho más de lo que debería, y se
encogió de hombros. —A cualquier parte menos aquí.
Hugh sabía que mentía, pero tenía cosas más urgentes que hacer. Había
llegado el momento. Dio un paso hacia ella y tomó un mechón de su rubio
cabello enroscándoselo alrededor de su dedo. —No necesitabas odiarla. Todo el
mundo sabe que eres la mujer más hermosa del condado.
Ella sonrió y ladeó la cabeza hacia un lado. —Apenas fue ayer por la noche
cuando me apartaste lejos.
—No soy un hombre que comparta. Quería estar seguro de que eras solo
mía.
Theresa suspiró y se acercó a él. —Oh, lo soy; definitivamente soy toda tuya.
—Es justo lo que quería escuchar, —le dijo acariciándole el cuello con la
nariz, y recorriendo lentamente el dedo por su brazo. — ¿Es normal que la
criatura se lleve a sus presas?
Ella se apartó de él. — ¿Qué?
— ¿No lo sabías? La criatura no mató a Mina en el patio de armas. Se la
llevó.
Ella se dio la vuelta apartándose de él, pero no antes de que Hugh viera la
chispa de cólera en sus ojos azules. — Normalmente la bestia mata aquí, pero se
ha llevado a otros.
Era una mentira.
Hugh sonrió al ver como Theresa caía de bruces en su plan. Tocó su hombro,
pero ella se apartó hábilmente de él.
—No deberíamos estar aquí, —dijo volviéndose para quedar frente a él. —

~ 241 ~
Todavía hay mucho que hacer, y tengo más que suficiente con ayudar a mi
hermano.
Hugh asintió ligeramente y salió de la cámara. Ya no faltaba mucho.
Cuando llegó a la gran sala, se encontró a Gabriel inclinado hacia atrás en su
silla como si no tuviera ni una sola preocupación en el mundo.
—Las ruedas están girando, —dijo Hugh sentándose frente a Gabriel.
—Cole está siguiendo a la presa por todo el castillo.
—Bien —dijo Hugh, bebiendo de un trago su copa. Si todo salía según lo
planeado encontrarían la piedra, capturarían a los que controlaban a la criatura,
y matarían a la bestia… Y todo antes del anochecer.
Se había sentado donde podía controlar toda la sala sin tener que girar la
cabeza por completo. Él y Gabriel parecían estar enfrascados en una
conversación profunda, pero en realidad no hacían más que hablar de sus
caballos.
Hugh estaba a punto de rendirse cuando vio a Theresa saliendo de entre las
sombras por las escaleras que bajaban hacia las cocinas, y que la llevarían fuera
del castillo.
—El cebo está en marcha, —susurró.
Gabriel resopló. —Ya era hora. Estaba a punto de empezar a hablar de la cola
de mi caballo.
Hugh sonrió a pesar de sí mismo. Sus ojos se alzaron hasta la parte superior
de la escalera donde vio a Cole. Cole asintió antes de volver a deslizarse en las
sombras.
— ¿Listo? —preguntó Hugh.
—Siempre estoy listo, —dijo Gabriel. — ¿Nuestra presa picó el cebo?
—Debería. En cualquier momento.

Bernard se tomó su cerveza de un trago y miró a su alrededor en la gran sala.


Se sirvió otra copa y volvió a vaciarla de golpe. Sonrió para sí mismo mientras la
cerveza llenaba su estómago.

~ 242 ~
Todo había funcionado tal como lo había planeado. Por un tiempo, temió que
Hugh averiguara el secreto de Mina, pero el muy mentecato había estado
demasiado ciego. Sin embargo, Bernard planeaba hacerle pagar por haberla
tocado.
Demasiado tiempo había actuado como el lord borracho para no ser
descubierto. A pesar de la llegada de Hugh y los Shields, Bernard había podido
llevar a cabo sus planes. Y después de esta noche ya nada importaría. Ni
siquiera Theresa podría estropearlo.
Caminó hacia su cama y miró por la ventana. Fue entonces cuando la vio.
—Theresa, —siseó.
Se dirigía al bosque. Seguramente no le chafaría su jugada. Pero tendría que
asegurarse de que dejara las cosas tal como estaban.

El estómago de Mina gruñó estrepitosamente con hambre, pero su miedo se


imponía. Seguía diciéndose, levántate y anda, pero sus piernas no la obedecían.
Continuaba acurrucada en la misma esquina en la que había caído cuando
Bernard la empujó dentro de la pequeña cámara.
Sus pensamientos se dirigieron a la deriva hacia Hugh. Sólo tenía que cerrar
los ojos para imaginar su oscura mirada y sus labios curvados en una sonrisa.
Sonrió ante el recuerdo. Era un hombre tan guapo. Le echaba terriblemente de
menos.
A pesar de tener claro que prefería a Theresa, todavía ansiaba hacerle saber
que no estaba involucrada con la criatura, ni con la piedra. Tenía sus recuerdos
de su tiempo pasado juntos, y tendrían que durarle toda una vida, porque sabía
que no habría otro hombre para ella.
Sólo él.
Incluso ahora su cuerpo lo anhelaba con un dolor que sólo él sabía cómo
saciar.
Un ruido por encima de ella la asustó. Contuvo la respiración al oír el sonido
revelador de pasos que se acercaban. ¿Sería Bernard ... u otra cosa?

~ 243 ~
—Vamos, —susurró Hugh a Gabriel cuando Cole les hizo una seña.
Salieron del castillo sin que nadie los viera mientras Cole los esperaba junto a
la poterna con sus armas.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó a Cole.
—No estoy seguro. Oí a Bernard soltar una maldición en voz alta, antes de
que abriera de un tirón la puerta y viniera hacia aquí.
Hugh sonrió. —Bien. No pensará que vaya nadie tras él, porque estará
centrado en Theresa.
— ¿Cómo supiste que ella también estaba involucrada? —preguntó Cole.
—Una corazonada. Sabía cuánto odiaba a Mina, y parecía como si la muerte
de Mina no la hubiera sorprendido.
Gabriel los adelantó. —Basta de hablar. Nuestra presa se escapa.
Hugh recogió su ballesta y se la colgó del hombro, mientras con su mano
izquierda agarraba la empuñadura de su espada que sobresalía en su vaina.
Esperó a que Cole tomara la delantera antes de moverse. Gabriel los seguiría
por detrás y se aseguraría de que nadie los persiguiera.
Llegaron al bosque sin ningún contratiempo.
—Bernard ni siquiera ha mirado una sola vez a sus espaldas, —dijo Cole.
—Es demasiado confiado —dijo Hugh. —Ya contaba con eso.
Se movieron hacia adelante en silencio y cuidando de mantenerse ocultos
detrás de árboles y arbustos.
— ¿Hacia dónde se dirige?, —preguntó Gabriel mientras se agachaban detrás
de un árbol caído.
Hugh tuvo una idea. —Sólo hay dos lugares en este bosque en los que
podría ocultar la piedra.
No dijo más, porque Bernard eligió ese momento para darse la vuelta y mirar
directamente en su dirección. Afortunadamente, se habían escondido bien.
Bernard siguió echando un vistazo alrededor del bosque, como si esperara que
alguien viniera corriendo hacia él.
Cole suspiró y se deslizó junto a ellos. —Pudo haberse vuelto cuando estaba
~ 244 ~
de pie junto al árbol. Pero ha seguido adelante.
Hugh empezó a moverse cuando la mano de Gabriel se posó en su brazo. —
¿Estás seguro de que Mina es parte de esto?
—Aye, —respondió Hugh. —Por mucho que odie admitirlo.
—Por lo general, es sólo una persona la que controla al monstruo, —dijo
Cole. — ¿Crees que los tres están involucrados?
Hugh soltó un suspiro. —De Theresa no estaba seguro hasta hoy. Me tenía
engañado. ¡Pero infiernos!, Bernard sí que me tenía totalmente despistado hasta
anoche.
— ¿Qué vas a hacer con Mina?
Gabriel hizo la pregunta que Hugh no se había permitido pensar. Se volvió
hacia sus amigos. —No voy a mentir. La amo.
Cole silbó suavemente. —Sabíamos que tenías sentimientos, pero no
teníamos ni idea de que fueran tan profundos.
—Felicitaciones, —dijo Gabriel.
Hugh sacudió la cabeza. —Puede que la ame, pero eso no cambia el hecho
de que está involucrada con el mal.
— ¿Cuál es tu plan?
—Voy a convencerla de que deje atrás la maldad.
Cole se levantó y miró hacia el árbol antes de volver la mirada a Hugh. —Te
deseo la mejor de las suertes, viejo amigo. Estaremos allí si nos necesitas.

La puerta se abrió lentamente inundando de luz la pequeña cámara y


cegando a Mina. Se cubrió los ojos con su brazo y esperó.
—Voy a matarlo.
El corazón de Mina saltó a su garganta ante esas palabras. Bajó el brazo y
miró a los ojos llenos de odio de su hermana. — ¿Theresa?
—Debería haber sabido que no seguiría el plan, —escupió.
Mina se puso de pie con la ayuda del muro de piedra contra el que se había

~ 245 ~
apoyado. —Déjame ir.
— ¿Para qué? ¿Para que puedas salir corriendo hacia Hugh, e irte de la
lengua con nuestro pequeño secreto? Creo que no. He esperado demasiados
años para verte muerta. Y nada me va a detener ahora.

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~ 247 ~
Capítulo 30

Sus pasos eran ligeros mientras Hugh y sus hombres seguían a Bernard. La
agitación se enroscaba a través de Hugh. Sus peores temores estaban tomando
forma delante de sus narices.
Pero no fue hasta que Bernard tomó el camino de la izquierda en la
bifurcación del sendero, que Hugh conoció un momento de puro terror. Todo lo
que en un principio se había imaginado era cierto.
Incluso donde vivía la criatura.
—Debería haberlo sabido —murmuró Hugh cuando se encontraron frente a
las puertas del monasterio.
—Mina sabía que aquí había algo, —dijo Gabriel.
—Por supuesto que sí. Ella era parte. ¡Maldito infierno!, nos llevó
directamente a ello, y fuimos demasiado lerdos para verlo.
Cole miró a su alrededor. —Creo que estás equivocado. La última vez que
Mina estuvo aquí no quiso entrar.
—Pudo haber sido un truco, —dijo Hugh.
—O no, —señaló Gabriel. —No la condenes todavía.
—Después de todo, te equivocaste con Theresa y Bernard, —dijo Cole.
—Veamos de que va todo esto, —dijo Hugh mientras se adentraba a través de
los portones.
No necesitaba darse la vuelta para ver si sus hombres estaban con él, sabía
que lo estaban. Cuando llegó a la puerta de entrada del monasterio se detuvo
un momento y dijo una rápida oración, pidiendo estar equivocado acerca de
Mina.
—Podríamos pedir ayuda a Aimery con esto, —dijo Cole detrás de él.
Hugh miró a su moreno amigo y sonrió. —Si jamás le he pedido ayuda a
Aimery, no voy a empezar ahora.
Gabriel rió entre dientes. —Pues pongámonos en marcha, entonces. Estoy
cansado de esperar.
~ 248 ~
Mina no luchó contra Theresa mientras su hermana la arrastraba hasta la
azotea del monasterio.
Contempló la expresión triunfante de Theresa. — ¿Por qué siempre me has
odiado?
Theresa se rió. — ¿Quieres decir que todavía no lo sabes? Me sorprende que
Bernard no se haya chivado.
—Era un secreto que planeaba contarte esta noche.
Mina pegó un salto en redondo a tiempo de ver a Bernard que caminaba
hacia ellas. Buscó alrededor, esperando encontrar a Hugh, pero no había nadie
más que su hermano. Y observó a Bernard y Theresa mirarse mutuamente.
— ¿Qué secreto? —preguntó exasperada cuando ninguno de los dos habló.
— ¿De verdad quieres saber por qué nunca fuiste parte de nuestra familia?,
—exclamó Theresa con voz estridente, descargando su rabia mientras fulminaba
a Mina con una mirada mortal. — ¿Por qué nuestros padres no te hacían ni
caso?
La púa verbal se clavó como una daga y cortó profundamente. —Sí, quiero
saberlo.
—Mina, —dijo Bernard suavemente, y se acercó a ella. —No hay nada de
qué preocuparse. Para ser sincero, me alegro de que finalmente salga la verdad.
— ¿Qué verdad? —preguntó Mina. Estaba cansada de matices, dobles
sentidos e indirectas. Necesitaba respuestas.
—Tú no eres nuestra hermana, — sonrió Theresa, cruzándose de brazos.
Mina no podría haberse quedado más sorprendida si Theresa le hubiera
dicho que el cielo era de color morado. — ¿Qué?
Bernard se dio la vuelta y abofeteó a Theresa lo bastante fuerte como para
enviarla al suelo de rodillas. — ¡Basta! —Entonces volvió a girarse y agarró a
Mina de los hombros. —Mina, es la verdad. He querido decírtelo muchas veces,
pero mis padres me hicieron jurar que no lo haría.
Mina intentó alejarse, pero él la retuvo firmemente. — ¿Quiénes son mis

~ 249 ~
padres?
—No lo sé.
La cabeza empezó a dolerle con tanta información. —No comprendo. Has
sido tan cruel conmigo como Theresa.
—Sólo porque estaba tratando de ocultar lo que realmente sentía. ¿Nunca te
has preguntado por qué no me he casado?
Ella sacudió la cabeza. —Aún eres joven.
— ¿Y por qué nunca te hice encontrar un marido?
— ¿Porque no soy de muy buen ver?
— Ninguna respuesta es correcta. No te hice encontrar un marido porque no
podía soportar verte con otro hombre. La única razón por la que Theresa fue
capaz de llevarse a tu prometido fue porque lo soborné.
Mina levantó la cabeza de golpe. Nada tenía sentido, cuanto más hablaban,
más confundida se encontraba. — ¡Detente!, —dijo y trató de alejarse.
—Tienes que escuchar esto, —dijo Bernard con urgencia estrellándola contra
él. —Es por tu bien.
— ¡Nay!, —gritó y se arrancó de sus brazos sólo para chocar contra una
pared de sólido músculo.
Justo cuando estaba a punto de caer, fue atrapada por unos fuertes brazos
que conocía muy bien. Alzó la mirada y miró a los duros ojos de Hugh.
Él no le habló, solo la puso a su espalda donde Gabriel y Cole se situaron a
ambos lados de ella; pero pudo ver cómo Bernard sacaba su espada.
—Me preguntaba si me seguirías —dijo Bernard.
Hugh se encogió de hombros. —Guarda eso. No eres rival para mí.
—No vas a interponerte en mi camino para conseguir lo que quiero. No,
después de todos estos años.
— ¿Y se puede saber qué es lo que quieres exactamente?
Bernard se echó a reír. — ¿Todavía no lo sabes?
— ¿Te lo preguntaría si lo supiera?
Mina sabía que aunque el tono de Hugh era ligero, estaba furioso. Todo lo
que alguien tenía que hacer era mirar el tic que saltaba en su cuello para saberlo.
—Quiero a Mina, —dijo Bernard. —Y nadie, —dijo lanzando una mirada
penetrante a Theresa, —se interpondrá en mi camino.
Cole maldijo. — ¿Quieres a tu propia hermana?

~ 250 ~
—No creo que sea su hermana, —dijo Hugh.
Bernard aplaudió golpeando su mano contra su espada. —Muy bueno.
¿Cuándo lo adivinaste?
—Justo ahora.
—Qué lástima. Pensé que eras más inteligente que eso, —se burló Bernard.
Hugh se encogió de hombros. —El poder hace que todos crean que son más
astutos que los demás. Dime, Bernard, ¿por qué matar a tus padres?
— ¿Y por qué no?, —preguntó Bernard. —El poder es el sentimiento más
embriagador que existe. Deberías intentarlo alguna vez.
—El poder que crees que tienes es engañoso. El mal que poseen las piedras
azules es el único con verdadero poder.
—Eso lo veremos, —dijo Bernard.
Mina sabía que este era el momento de las respuestas y las verdades. Dio un
pequeño paso adelante. — ¿Quién drogó tu cerveza? —le preguntó a Bernard.
Él se rió, pero mantuvo su mirada fija en Hugh. —Yo mismo.
— ¿Por qué? —preguntó Mina.
—Tenía que parecer convincente.
— ¿Y el agresor de Theresa?
Bernard miró por encima de su hombro a Theresa. —Pregúntale a ella.
Mina volvió su mirada hacia Theresa. — ¿Y bien?
—Fui yo misma. Es increíble cuánto poder tiene la piedra, —ronroneó
Theresa. —Me ayudó casi a matarte infectando tus heridas.
Mina nunca se había sentido tan enojada y herida en su vida. — ¿Y el
caballero de Bernard?
—Todo yo, —dijo Theresa, y bajó la mirada a la gran esmeralda del anillo que
tenía en su dedo.
— ¡Maldita sea, Theresa! —vociferó Bernard. —Sabía que habías sido tú. Me
mentiste.
—No más de lo que tú me has mentido a mí, —replicó Theresa. —Me
habrías matado junto con nuestros padres si no hubiera encontrado la piedra.
Bernard se volvió y rugió antes de levantar su espada y arremeter contra
Hugh.
Mina se encaró a Gabriel. —Haz algo, —le suplicó.
—Ya lo hago, —dijo solemnemente. —Te estoy manteniendo a salvo.
~ 251 ~
Ella gimió y miró a Cole quien rápidamente alzó sus manos y sacudió la
cabeza. —No me mires con ojos de cordero degollado, mi Lady. Me dieron
órdenes, y estoy haciendo justo eso.
Le dieron ganas de propinarle una patada en la espinilla, de tan enojada
como estaba. Fue entonces cuando vio a Theresa deslizarse disimuladamente
hacia Hugh y Bernard. Algo brilló a la luz del sol y Mina alcanzó a ver la daga.
Sin pensar en su propia seguridad, se escabulló por delante de Gabriel y Cole
y corrió hacia Theresa. Se plantó delante de ella justo cuando estaba a punto de
hundir el puñal en la espalda de Hugh. Mina levantó la cabeza para asegurarse
de que Hugh estaba ileso.
El entrechocar de las espadas sonaba con un ruido metálico mientras él y
Bernard seguían luchando. Los ojos de Mina estaban pegados a los
movimientos suaves y elegantes de Hugh. Bernard era más bajo y se movía un
poco más rápido, pero no era rival para la fuerza y capacidad de Hugh.
El aliento se bloqueó en su garganta cuando Bernard y su espada se
abalanzaron sobre Hugh en un intento de golpearle certeramente, pero Hugh
bloqueó hábilmente el mandoble. Theresa había quedado olvidada. Mina, de
pie, contemplaba a los dos hombres cuando el mundo se inclinó y se encontró
arrojada de espaldas. Trató de agarrarse del borde del tejado cuando se dio
cuenta de que estaba a punto de caerse.
—¡Muere! —gritó Theresa.
Antes de que Mina pudiera pedir ayuda, Bernard ya se había dado la vuelta
y tiraba de ella para apartarla del peligroso borde. Le ahuecó la mejilla y le
sonrió. —Te mantendré a salvo —dijo.
Sus ojos se movieron más allá de Bernard y se encontró con la mirada de
Theresa que refulgía llena de odio. La daga estaba de nuevo en la mano de su
hermana, y a pesar del miedo que Mina sentía con Bernard, no podía permitirle
que lo matara.
Al mismo tiempo que le gritaba a Bernard que vigilara su espalda, Hugh
también trató de detener a Theresa. Pero Theresa lo acuchilló en el brazo. Mina
observó horrorizada como Theresa conseguía superar a Hugh y se dirigía hacia
Bernard.
—¡No pienso compartir el poder!, —gritó Theresa. — ¡Lo quiero todo!
Bernard se apuntaló sobre sus pies e hizo pivotar su brazo para detener el
empuje de la daga que descendía hacia él, y la fuerza del choque envió a ambos
por encima del borde de la azotea.
Mina corrió hacia el lateral. Su corazón atronaba ferozmente contra su pecho
cuando miró hacia abajo a las dos personas que había creído que eran su
~ 252 ~
familia, y lloró. Después de todo, eran la única familia que había conocido.
—No esperaba eso —dijo Cole a su lado.
—Ninguno de nosotros lo hizo, —dijo Hugh desde su otro lado.
Mina suspiró y se alejó de la horrible visión. — ¿Y ahora qué?
— ¿Dónde está la piedra? —preguntó Hugh.
Sus ojos se cerraron brevemente. — ¿Todavía piensas que soy parte de esto?
Su oscura mirada sostuvo la suya. —Sí, pero ya no importa. Ayúdanos a
encontrar la piedra para que podamos destruirla y a ese monstruo.
—¡Me gustaría, si supiera dónde está! —gritó. Ya había tenido suficiente. ¿Es
que no había escuchado nada de lo que habían dicho Bernard y Theresa?
—De acuerdo —dijo Hugh.
Eso la hizo detenerse. — ¿Me crees?
—No me queda otra.
Mina se dio media vuelta antes de ceder al impulso de envolver sus manos
alrededor de su grueso cuello y apretar.
— ¿Qué pasó antes de que llegáramos? —preguntó Gabriel.
Justo abrió la boca para contarles, cuando Hugh la cortó.
—No hay tiempo, —dijo. —Tenemos que encontrar la piedra y a la criatura
antes del anochecer, puesto que ahora ya no recibiremos ninguna respuesta de
Bernard o de Theresa.
— ¿Por qué? —preguntó. —Con Bernard y Theresa muertos ya no pueden
controlar a la bestia.
—Por eso mismo. Sin nadie que la controle, la criatura lo destruirá todo en
una noche.
Ella asintió y miró a su alrededor. —De acuerdo, entonces. ¿Por dónde
deberíamos empezar a mirar?
—En mi opinión, sospecho que está aquí, —dijo Hugh. —De lo contrario no
te habría traído aquí. Tanto la criatura como la piedra están en algún lugar muy
próximo.
—Cole y yo empezaremos por los subterráneos, —dijo Gabriel mientras se
alejaba con Cole.
Mina se retorció las manos y miró a cualquier parte, menos a Hugh. —Voy a
echar un vistazo por aquí.
Hugh la miró. Había tanto que quería decirle, pero no sabía por dónde

~ 253 ~
empezar. Lo primero que había querido hacer cuando la había visto, fue tomarla
entre sus brazos. Pero en su lugar, había empujado esa emoción a un lado.
Sabía que debía mirar en el nivel por debajo de ellos, pero no quería dejarla
sola. Se dijo que era para asegurarse de que no desapareciera con la piedra, pero
sabía que era porque quería estar cerca de ella.
Cuando vio que no podía soportarlo ni un segundo más, alargó la mano y la
tomó del brazo. Ella se volvió hacia él, sus ojos llenos de dolor y preocupación.
Hugh no podía aguantar más y la atrajo hacia sus brazos. Por un momento,
Mina se puso rígida, para luego derretirse contra él.
Para Hugh, fue el momento más dulce de su vida.
—¿Nos ayudarás a encontrar la piedra?
Ella se inclinó hacia atrás y lo miró. —Por supuesto. Ya te he dicho que lo
haría. ¿Por qué me lo preguntas de nuevo?
—Quiero que sepas que no importa que fueras parte de ello con Bernard.
Ayúdanos a destruir a la criatura, y todo lo demás no importará.
Ella se apartó de sus brazos. Hugh debería haber sabido por el
oscurecimiento de sus ojos, que la cólera estaba hirviendo justo debajo de la
superficie.
—Yo no he sido parte de nada. ¡Soy inocente!!!
Hugh suspiró, cansado de todo esto. Sólo quería la verdad. —No más
mentiras, Mina. Ya no importa.
—Aye, sí que importa. No dejaré que sigas creyendo que soy culpable de algo
que no soy. Nunca consideraste que fuera Bernard, y sin embargo te engañó por
completo.
Hugh tomó sus manos entre las suyas. —Mina, ya no importa porque te
amo.
Su boca empezó a abrirse y cerrarse como un pez fuera del agua. —No puedo
creerte — soltó de golpe, y se alejó.
Hugh no podía entender qué había salido mal. Sabía que ella tenía
sentimientos por él. No esperaba tampoco que dijera que lo amaba, pero
esperaba más de lo que había conseguido.
Salió indignado tras ella. —No hemos terminado de hablar.
—Aye, lo hemos hecho, —dijo mientras bajaba las escaleras corriendo.
Intentó sujetarla, pero ella tiró de su brazo, apartándose. Para su
consternación, Mina perdió el equilibrio y empezó a caer de espaldas.

~ 254 ~
~ 255 ~
Capítulo 31

Mina se agarró a lo primero que encontró para sostenerse. Su mano se asió de


una piedra que sobresalía de las demás en el hueco de la escalera. Suspiró
ruidosamente cuando creyó que había recuperado el equilibrio. Y en un
instante, la piedra se desencajó de la pared y comenzó a caer de nuevo.
Sólo que esta vez, Hugh la agarró. Ella se le echó al cuello rodeándolo con sus
brazos. Nada de lo que él hiciera podía detener sus sacudidas; impedirle que
siguiera temblando. Demasiadas tentativas de acabar con su vida, ya fueran
planeadas o accidentales, habían terminado por afectarla.
— ¿Estás bien?
Ella sacudió la cabeza. —Es la tercera vez que me caigo y casi muero. Creo
que estoy empezando a tener miedo de las alturas.
Él la colocó en lo alto de la escalera. — Aquí arriba estarás bien.
—En algún momento tendré que bajar. No me gusta este lugar. Quiero irme
pronto. Inmediatamente sería lo preferible.
No había esperado que él estuviera de acuerdo, ya que aún tenían que
encontrar la piedra y a la criatura. Fue entonces cuando ambos miraron a sus
pies para ver la piedra gris que Mina había arrastrado liberándola de su lugar.
—No creerás... — No pudo ni siquiera terminar la frase.
—Sería demasiado fácil, —dijo Hugh.
Pero subió un peldaño y miró en el interior del agujero que había dejado la
piedra gris al caer. Mina contuvo el aliento mientras Hugh palpaba con su mano
el interior de la oscura brecha. Cuando sacó la mano, sostenía algo. Desenvolvió
el lino sucio y manchado para mostrar la suave y redondeada azurita que había
causado tantos estragos.
—No puedo creerlo —susurró Mina.
—Y todo porque estuviste a punto de caer —dijo Hugh mientras envolvía
otra vez la piedra.

~ 256 ~
Su corazón se comprimió mientras recordaba sus palabras. La amaba.
Ansiaba decirle que ella también lo amaba. Había sabido desde hacía bastante
tiempo lo que sentía su corazón, pero había intentado evitarlo.
—No he formado parte de esto, —le dijo de nuevo, esperando que esta vez
pudiera creerla. —Te lo juro.
Sus oscuros ojos la buscaron con la mirada.
—Sé que crees que la evidencia me señala, pero el hecho es que fueron
Bernard y Theresa. No me di cuenta de que Bernard era parte del mal hasta que
la criatura me trajo aquí anoche.
Hugh apartó la mirada, y ella empezó a perder la esperanza.
—Me quedé toda la noche encerrada en una cámara oscura. Incluso te llevaré
a ella. —Tragó el nudo que se le había hecho en la garganta mientras buscaba
alguna prueba que pudiera darle. —Hoy también me he enterado de algo.
— ¿Qué? —preguntó él en voz baja.
—Que no eran mis hermanos. Bernard quería que fuera su esposa.
Esta vez Hugh la miró estrechamente. — ¡Aimery!, —llamó.
En un abrir y cerrar de ojos, el Fae estaba junto a ellos. Miró hacia la mano de
Hugh y sonrió. —Aye, veo que habéis encontrado la piedra azul. Perfecto. —
Entonces miró a su alrededor. —Aquí todo es viejo y polvoriento. Larguémonos.
Lo siguieron hasta el tejado.
Mina se dirigió a Aimery y le dijo, —Por favor, dile a Hugh la verdad. A mi
no me cree.
Aimery la miró y vio la tristeza en sus brillantes ojos azules.
—Hugh tiene que verlo por sí mismo.
—Nay, —dijo Hugh. —Exijo que me lo digas. Nunca te he pedido nada desde
que soy Shield. Y ya van dos veces que te he preguntado sobre Mina. ¿Por qué
no me lo dices?
—A los Fae no nos está permitido inmiscuirnos en los asuntos de los
humanos.
Mina se encontró sonriendo ante las maldiciones que iba soltando Hugh
mientras iba de acá para allá frente a ellos. Ella lo detuvo y dijo, —te estoy
diciendo la verdad. No soy un pariente consanguíneo de Bernard y Theresa.
Hugh miró a Aimery quien asintió con la cabeza.
Mina tragó y se lamió los resecos labios. —Y no tenía ni idea de dónde
estaba la piedra.

~ 257 ~
Aimery asintió de nuevo.
—Estaba con Aimery el día en que se encontró la piedra en mi alcoba.
Aimery volvió a asentir con la cabeza.
—Y no, no soy parte de todos los males que involucran a la criatura.
Hugh quería creerla. Vio la pregunta en su mirada, y supo que ella decía la
verdad. Él sonrió y fue a abrazarla, pero ella lo mantuvo lejos.
—No he terminado todavía, —dijo.
Él gimió. —Entonces, termina.
—Te amo.
Él la atrajo hacia sí y cerró los ojos. Nunca había esperado encontrar a alguien
como ella, y mucho menos el amor. Cuando abrió los ojos, se encontró a Aimery
sonriendo.
— ¿Lo sabías?, —preguntó al Fae.
Aimery asintió con la cabeza. —Pero tenías que darte cuenta tú, de tu amor, a
pesar de lo que te decían tus instintos.
—Ahora que Hugh ya sabe lo idiota que ha sido, ¿qué tal si buscamos a la
criatura? —preguntó Gabriel desde la escalera.
Hugh se echó a reír y dio un rápido beso a Mina. —Terminaremos esto más
tarde.
—Aye, lo haremos —le prometió.

Buscaron dos veces por todo el monasterio, sin resultado.


—No lo entiendo, —dijo Cole. —Puedo sentir que está aquí.
Hugh miró a Aimery. — ¿Puedes ayudar?
—Yo también siento que está muy cerca, y no puedo entender por qué no la
hemos encontrado.
— ¿Me estás diciendo que la bestia se ha hecho invisible para ti?, —preguntó
Hugh.

~ 258 ~
Aimery asintió abatido.
—El sol se hundirá en el horizonte en unas pocas horas, —dijo Cole
contemplando el exterior desde la ventana.
Mina se levantó de un salto y salió corriendo del monasterio. Hugh la siguió,
encontrándola fuera contemplando fijamente las paredes.
— ¿Qué ocurre?
Ella no respondió mientras caminaba alrededor del monasterio con su
mirada enfocada hacia el cielo.
—Mina—, instó.
Ella le miró. —Creo que la he encontrado.
Hugh siguió su brazo que señalaba el tejado y a una gárgola.
—Hay gárgolas por toda Inglaterra. Incluso en tu castillo.
—Exacto, y nadie les presta atención porque están por todas partes.
—Eso explicaría por qué nuestra información decía que sólo se la podía
matar mientras dormía, —dijo Aimery.
Hugh volvió corriendo al monasterio, pero tuvo que esperar a Mina porque
no sabía cuál era.
—Supongo que podríamos destruirlas todas —dijo Cole.
—No te lo aconsejo, —dijo Aimery mientras pasaba junto a él para apoyarse
contra la torre del campanario.
Gabriel frunció el ceño. — ¿Por qué?
—En realidad no quieres saberlo, —dijo Aimery ominosamente.
— ¿Cuál, Mina?, —preguntó Hugh.
Mina caminó alrededor de la azotea. —No estoy segura. —Inspeccionó una
gárgola, y luego otra, hasta que las hubo mirado todas.
—Estaba tan segura de que eran la respuesta, —dijo.
Hugh la rodeó con un brazo. —Era una buena conjetura, amor.
Ella sonrió y se apoyó contra una de las gárgolas.
—El sol está a punto de ponerse, —dijo Cole.
Mina se descompuso al darse cuenta de que habían fracasado. —Al menos
tenemos la piedra.
Todos asintieron. Ella suspiró y se volvió para contemplar las amadas tierras
que había pensado que eran parte de ella. Ahora no sabía de dónde venía, ni

~ 259 ~
quiénes eran sus padres. O por qué sus padres habían renunciado a ella. Bajó su
mirada cuando se dio cuenta de lo mucho que había cambiado su vida en
cuestión de días. Y fue entonces cuando lo vio.
— Hugh, —susurró con urgencia.
En un instante estaba a su lado.
Señaló la gárgola contra la que estaba apoyada. — ¿Eso no es de tu ballesta?,
—preguntó señalando la parte que faltaba del ala de la gárgola.
—Lo es.
Se apartó hacia atrás mientras Cole, Gabriel y Hugh intentaban empujar la
gárgola desde el tejado, pero esta no se movió. La oscuridad que empezaba a
rodearlos hacía difícil poder ver. Pero sin ninguna duda, Mina vio el pequeño
movimiento del ala de la gárgola.
— ¡Se está despertando!
—Prueba con esto, —dijo Aimery entregando una maza a Hugh.
Levantó la maza y la dejó caer con fuerza. El primer golpe desprendió un
trozo del ala de piedra. El segundo hizo caer el ala entera. Los ojos de piedra de
la gárgola empezaron a refulgir intensamente, y oyeron el inconfundible sonido
de un gruñido.
— ¡Rápido!, —advirtió Aimery.
Cuando la boca de la gárgola se abrió, quedaron al descubierto sus largos
dientes. Mina jadeó y deseó tener su propia arma para despedazar a hachazos a
la criatura. Lo único que podía hacer era ponerse a rezar para que Hugh tuviera
éxito y machacara al monstruo de piedra, mientras este seguía gruñendo y
siseando a medida que se despertaba.
Pedazo a pedazo, las piedras fueron cayendo al suelo hasta que no quedaron
nada más que sus patas. Hugh, Gabriel y Cole fueron entonces capaces de
empujarla sobre el alero. Y Mina corrió a asomarse por el borde de la azotea
para ver a la criatura destrozada en pedazos antes de que comenzara a
chisporrotear y a derretirse.
—Justo a tiempo, —dijo Aimery.
Vieron como el sol se hundía en el horizonte, y Mina contuvo el aliento
esperando escuchar a la criatura, pero sólo se oían los sonidos de la noche.
—Gracias, —dijo mientras se volvía hacia Aimery sólo para encontrar que se
había ido.
Cole empezó a reírse. —No te preocupes, Mina. Lo hace siempre.
Ella miró a Hugh. — ¿Y ahora qué?

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—Primero les diremos a los aldeanos que son libres.
Le tendió la mano y ella la agarró con impaciencia.

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~ 262 ~
Capítulo 32

Hugh observó cómo los aldeanos se agolpaban alrededor de Mina. Él y Mina


habían decidido mantener en secreto lo que Bernard y Theresa habían hecho.
Sus cuerpos habían sido trasladados al castillo y preparados para su entierro,
pero no esta noche; esta noche era de celebración.
— ¿Qué es lo que quieres?, —preguntó Aimery dirigiéndose hacia él.
Hugh miró al Fae. — ¿Qué quieres decir?
—Has encontrado lo que algunas personas buscan durante toda su vida. El
amor. Un alma gemela.
Hugh aplacó las esperanzas que florecían en su corazón. —Soy un Shield.
Guio a mis hombres.
—Y has sido un líder excepcional, —dijo Aimery con una sonrisa. —Me han
enviado para concederte la retirada de los Shields, si ese es tu deseo.
Hugh reflexionó por un segundo. —Los Shields se han reducido a cinco. Si
me voy, sólo habrá cuatro.
—Oh, tú seguirás siendo un Shield, —dijo Aimery. —Sólo que estarás aquí.
Stone Crest será un refugio seguro para los hombres, y un lugar donde podrás
entrenar a los nuevos reclutas, y en el que tus hombres tendrán un hogar.
Una sonrisa cruzó el rostro de Hugh. — ¿De verdad?
—Siempre que Mina te quiera, —le dejó ir Aimery.
Hugh se encaminó hacia Mina y la arrastró alejándola de los aldeanos. —Te
amo, —dijo.
—Yo también te quiero, —contestó ella sonriendo. — ¿Qué ha sucedido?
Él respondió tirando de ella a sus brazos e inclinando sus labios sobre los
suyos. Saqueó su boca, cada gota de esperanza, cada anhelo, cada ansia que
alguna vez tuvo, la puso en el beso. Y no lo terminó hasta que la tuvo fláccida
en sus brazos.
—Cómo es que me perdí eso, —dijo ella.

~ 263 ~
Hugh le dio un beso en la frente y la atrajo contra su pecho. — ¿Serías mi
esposa?
Ella se puso rígida y se deshizo de su abrazo para darle la espalda. —No me
hagas esto. Es demasiado cruel.
Hugh escuchó los rasgones de las lágrimas en su voz y le hizo darse la vuelta
para quedar cara a cara. —Sólo contéstame, amor.
—Sería un honor para mi ser tu esposa, si te quedaras.
Él tomó su cabeza entre sus manos hasta que Mina levantó la mirada hacia su
cara. —Pero me voy a quedar.
— ¿Qué? —preguntó con un sorbo de voz. —Pero si eres un Shield.
—Aye, y seguiré siéndolo. Solo que aquí. El castillo será un refugio seguro
para los hombres. Si tú estás de acuerdo.
Ella arrojó los brazos alrededor de su cuello. —Por supuesto que estoy de
acuerdo, tontito.
—Bueno —dijo Cole, —supongo que encontraremos una manera de
continuar sin ti. No será demasiado difícil asumir el liderazgo.
—Qué liderazgo ni que leches en vinagre, —soltó Gabriel. —Si alguien va a
ser el líder aquí, soy yo.
Mina suspiró mientras la alegría se asentaba a su alrededor. —Tengo una
pregunta.
— ¿Cual?, —preguntó Hugh mientras acariciaba su cuello con la nariz.
—Dijiste que debías tu vida a los Fae. ¿Qué sucedió? —No dejó de plantear la
pregunta, aun cuando él se puso rígido como un palo y dejó de besarla.
Ella escudriñó en sus ojos marrones. —No quiero que haya secretos entre
nosotros, Hugh. No hay nada de lo que puedas decirme, que me haga dejar de
amarte.
—No es algo que mantenga en secreto, —dijo después de un momento de
vacilación. —Era hijo de un pobre hombre cuando me uní al ejército del rey.
Estaba buscando aventuras, y cualquier cosa que me alejara de convertirme en
un labriego como mi padre.
—Eso no es nada de lo que avergonzarse.
—Subí rápido en las filas del ejército, y en poco tiempo me había ganado mis
espuelas y convertido en caballero. No era algo que un campesino hiciera muy a
menudo, pero yo estaba decidido a ser caballero.

~ 264 ~
Ella sonrió, sabiendo que había sido su determinación la que había matado a
la criatura. —Eso es algo para estar orgulloso.
—Estaba muy orgulloso de ello. Hice lo que el rey me pidió que hiciera, y no
hice preguntas. Me hice un nombre por mi mismo, aunque no era un buen
nombre. Perdí a mi familia mientras luchaba por el rey. Mi padre y mi hermano
fueron torturados hasta la muerte, y mi madre fue violada y luego ahorcada.
Los hombres habían venido a buscarme para vengarse de lo sucedido en el
campo de batalla, pero mi familia se negó a darles cualquier información.
Mina cerró los ojos ante sus palabras. Sólo podía imaginar cómo se habría
sentido si ella hubiera sido Hugh. —¿Los encontraste tú?
—Aye. —Su voz se había vuelto ronca y espesa. —Mi servicio al rey había
terminado, y volvía a casa para convertirme en un labriego como mi padre.
Quería arrepentirme de las cosas que había hecho, y en su lugar casi me volví
loco.
— ¿Ahí es cuando te encontraste con Aimery?
Hugh se echó a reír. —Más bien fue Aimery quien vino a mí. Sabía que tenía
que irme, dejar mi casa y las pesadillas que me atormentaban. Él me llevó a la
tierra de los Fae, y allí aprendí a dejar ir el pasado y a perdonarme a mí mismo.
Mina alargó la mano acariciando su seductora barbilla. —Les debo mucho
entonces, por salvarte.
Una sonrisa tiró de sus labios, y ella se apresuró a alzarse para darle un beso.
La atrajo con sus brazos contra su torso al tiempo que con la nariz volvía a
hociquearle el cuello. Su cálido aliento y su lengua le estaban haciendo cosas
deliciosas. Él encontró un lugar en el que le hacía cosquillas, y ella se rió
apartándose de su abrazo.
—Ah, encontré un lugar, —dijo y trató de atraparla.
Mina hizo todo lo posible por escapar, pero no pasó mucho antes de que él la
dominara y la abrazara contra él, de espaldas contra su pecho.
— ¿Es éste el lugar?, —preguntó mientras apartaba a un lado su trenza y
empezaba a besuquearle el cuello.
Ella se removió tratando de liberarse. Justo cuando estaba a punto de
soltarse, lo escuchó inhalar bruscamente.
—Mina, ¿dónde te hiciste esto?
Ella lo miró por encima del hombro. — ¿Hacerme el qué?
— ¿Esta marca en tu cuello?
—Yo no tengo ninguna marca en el cuello.

~ 265 ~
—Aye, —dijo alargando una mano para sostener su trenza. —Está en la base
de tu cuello.
La ansiedad en la voz de Hugh era innegable y eso la asustó. — ¿Qué marca?
Pero Hugh no le respondió. — ¡Aimery!
En un instante, el comandante Fae estaba junto a ellos. — ¿Qué?
Hugh apartó los ojos de la marca y se volvió hacia Aimery. — ¿Es esto lo que
teníamos que buscar?
—En efecto, —dijo Aimery mientras trazaba la marca.
— ¡Basta!, —soltó Mina girando en redondo y fulminándolos con la mirada.
— ¿Qué es lo que hay en mi cuello?
—Un símbolo de otro reino —respondió Aimery. —Es un nudo entrelazado
de tres caras que está rodeado de una línea continua anillándolo.
— ¿Otro reino? ¿Qué significa eso?
Hugh sonrió y la acercó a él. —Significa que fuiste enviada aquí desde otro
reino para ayudarnos a dar con las respuestas para salvar la Tierra.
—Pero yo no sé nada, —dijo con los ojos abiertos como platos.
Aimery asintió con la cabeza. —Cuando el resto de vosotras sea encontrado,
entonces tendremos las respuestas.
— ¿El resto de nosotras?, —repitió Mina.
Pero justo como Hugh había esperado, Aimery ya se había vuelto a largar. —
Te lo explicaré todo cuando estemos solos —dijo, y envolvió su brazo alrededor
de sus hombros. —Al menos ahora tienes algunas respuestas.
—Pero muchas más preguntas.
Hugh alzó la vista para encontrarse con que Cole y Gabriel todavía estaban
discutiendo por quien iba a quedarse al mando. — ¿Nos escabullimos mientras
todavía hay una posibilidad?, —preguntó Hugh.
—Pensé que nunca lo pedirías.

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Epílogo

—Parece extraño tener un hogar de nuevo.


Mina sonrió a su marido mientras contemplaban a su gente. Habían pasado
seis meses desde que habían destruido a la criatura.
—Dices eso todos los días.
—Y lo diré todos los días por el resto de mi vida, —le respondió mientras
depositaba un beso en el símbolo de su cuello.
Una mancha en el horizonte llamó la atención de Mina. —Creo que tenemos
compañía.
Hugh siguió su mirada. —Es un Shield.
—Haré que preparen una cámara inmediatamente. Se detuvo antes de bajar
las escaleras. —Me pregunto si será Cole, Gabriel, Val, o Roderick.
—Lo sabremos muy pronto, amor, —dijo Hugh sin apartar la vista del jinete.
— ¿De verdad estás satisfecho de estar aquí en lugar de fuera peleando? —
Preguntó.
—Sabes que sí.
—Entonces creo que estarás feliz de saber que vas a ser padre.
Se giró en redondo mirándola fijamente. Durante varios minutos,
simplemente se quedó embobado contemplándola mientras su pecho subía y
bajaba rápidamente. — ¿De verdad?
—Una mujer no bromea sobre tales cosas, mi lord, —dijo con una sonrisa.
La tomó entre sus brazos y la besó. —Te amo. Contigo en mi vida finalmente
he encontrado la paz.
—Y tú, mi señor, me has dado el amor, la felicidad y una familia.
—Entonces estamos completos —dijo.
Hugh sujetó a Mina estrechamente mientras fijaba su mirada en el jinete que
se acercaba. Había sentido la llamada de los Fae hacía unos días. Era la hora de
nuevo. Los Shields volvían a ser requeridos.
~ 268 ~
— ¿Estás lista para otra aventura?,—le preguntó.
—Mientras tu estés a mi lado, puedo enfrentarme a cualquier cosa.
Hugh observó al jinete cabalgar a través de la puerta de entrada. —Es
Roderick.
—Y no está solo, —dijo Mina señalando a la mujer que iba detrás. —Me
pregunto...
Hugh tomó su mano. —Descubrámoslo.

~ 269 ~
Títulos de The Shields:
01 - A Dark Guardian
02 - A Kind of Magic
03 - A Dark Seduction
04 - A Forbidden Temptation
05- A Warrior's Heart

Próximamente:

02 - A Kind of Magic

~ 270 ~
~ 271 ~
Biografía del autor

Donna Grant es autora de cuarenta novelas que abarcan


múltiplesgéneros de romance -Escocia medieval, fantasía
oscura,viajes en el tiempo, paranormal, y erótico.
Nació y se crió en Texas, pero le encanta viajar. Sus aventuras
la han llevado por todo Estados Unidos, así como a Jamaica,
México y Escocia. Creció en la frontera de Texas con Louisiana;
el lado cajún de la familia le enseñó el lado “picante” de la vida.
A pesar de los plazos y la lectura voraz, Donna se las arregla para
mantenerse al día con sus dos hijos pequeños, cuatro gatos, tres peces, y un
chihuahua de pelo largo. Ha sido bendecida con un marido orgulloso, que la
apoya y al que le encanta leer y viajar tanto como a ella.
Para descubrir más sobreDonnay sus libros, por favor visita:
www.donnagrant.com
www.donnagrant.com/blog.

~ 272 ~
Traducción y corrección:

Esta es una obra de ficción.


Todos los personajes, los acontecimientos y los lugares
son de la imaginación del autor yno debe ser confundido con el hecho.
Cualquier semejanza con personas vivas o acontecimientos es mera coincidencia.

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