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Lino Müller Antropología del género

Esteban Galarza, M. L. (2004). Aproximaciones significativas para el feminismo. In


Antropología del cuerpo: género, itinerarios corporales, identidad y cambio (pp. 29–44).

En este texto, segundo capítulo del libro Antropología del cuerpo, la autora, antropóloga y
doctora en medicina, realiza una revisión crítica de las aproximaciones teóricas que las corrientes
feministas han hecho sobre el cuerpo y su significado. A través de las diferentes perspectivas que
han ido adoptando las principales teorías feministas, la autora establece un itinerario teórico y
personal de las principales visiones y aportaciones sobre el estudio del cuerpo relacionado con el
género.
En este contexto, el cuerpo se ve como un elemento físico atravesado por todas aquellas
prácticas sociales que implican de alguna forma el género. Es origen y destino de aquellas
actividades que están imbricadas en nuestra forma determinada de organización social y,
particularmente, de género. El cuerpo siempre ha sido sujeto político, una forma de reivindicación
social, expresión de las estructuras de violencia sufridas por el mismo, expresión de lucha, de
placer, un lugar de encuentro y de identificación. En el caso del género, los sistemas de
diferenciación socio-sexuales que están imbricados en nuestras sociedades, dejan su huella en las
corporalidades de los individuos, condicionando y determinando el género de éstos. En palabras de
Connell, citado por Esteban (2004), “el género es precisamente en que la biología no determina lo
social” (Connell, 1997, p.35). Independientemente de nuestra determinación biológica, existen unas
expresiones sociales de cada individuo originadas en la organización social que han hecho que las
ciencias sociales y, en este caso, el feminismo, se haya centrado en gran parte de su actividad
teórica en el análisis del cuerpo.
De esta manera, tanto en los movimientos sociales como en las principales corrientes teóricas
de a partir de los finales del siglo XX, el cuerpo ha merecido una centralidad en el análisis que es
imposible ignorar. Así lo demuestran las luchas sociales por la reivindicación de la igualdad de
mujeres que utilizan el concepto del cuerpo como base sustentadora de la lucha. El cuerpo
reproductivo y el cuerpo sexual como herramientas de lucha en el debate político con la
consecución de unas políticas de género que han permitido establecer conceptos como la separación
entre sexualidad y reproducción, el derecho a decidir sobre su cuerpo, el derecho al placer, etc.
En oposición a estos movimientos sociales que abogan por la lucha de la igualdad de las
mujeres en todas las esferas, se encuentran unas dinámicas sociales, económicas y políticas que
presentan al cuerpo de la mujer como objeto de consumo y de exhibición. Como dice la autora, “el
cuerpo femenino de la época actual es en gran medida el cuerpo de la estética, de la imagen, de lo
visible […] ” (Esteban, 2004, p.30). Esteban aboga por una aproximación de las corrientes
feministas a las problemáticas a las que se enfrentan actualmente las mujeres, cuya gran parte tiene
un origen en lo que se puede considerar como estético. El cuerpo femenino está sometido bajo la
presión de determinadas dinámicas socioeconómicas que obligan a la mujer a que aspire a la belleza
y a su exhibición. Las experiencias sufridas por estos cuerpos entran en aparente contradicción con
los discursos de emancipación de la mujer que se ven, además, criticados por las propias corrientes
feministas, por aparentemente perpetuar unos roles de género determinados. Esteban propone
realizar un cambio de perspectiva. En una gran parte de los escritos feministas, las autoras
victimizan a las propias mujeres como sufridoras de un sistema de opresión al que no no ofrecen
capacidad de resistencia. Aunque es innegable que las mujeres sufren unas determinadas
desigualdades estructurales que las convierten en cuerpos de consumo, presentar a las mujeres como
víctimas las caracteriza como sujetos pasivos en las dinámicas generadas, anulando su propia
capacidad agente. De esta manera, “[…] hay que mirar también la experiencia concreta de las
mujeres, sin homogeneizarlas […]” (Esteban, 2004, p.31). Cabe así, a través de la investigación

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cualitativa, analizar las experiencias particulares de las mujeres, sin llegar a este mencionado
proceso de generalización que simplifique sus vivencias.
La autora, a través de una lectura crítica de los principales escritos feministas sobre el cuerpo,
demuestra así que la necesidad de presentar la experiencia vivida en el propio cuerpo como parte
del hacer etnográfico es necesaria a la hora de cualquier análisis. Desde diferentes perspectivas,
muestra cómo la concepción sobre el cuerpo y género varía en función de la persona, momento,
situación, posicionamiento teórico, etc. La experiencia vivida y plasmada en el cuerpo es así una
aportación fundamental y fructífera a la teoría feminista. El uso del cuerpo como forma de
reivindicación tiene así una potencia simbólica que, aunque entre en contradicción con
determinadas posiciones teóricas, es dotado de importancia por el hecho de que es una experiencia
encarnada de la violencia estructural que sufre el cuerpo. En palabras de Esteban:

El cuerpo que somos está efectivamente regulado, controlado, normativizado, condicionado


por un sistema de género diferenciado y discriminado para las mujeres, por unas
instituciones concretas a gran escala (publicidad, moda, medios de comunicación, deporte,
medicina,…). Pero esta materialidad corporal es lo que somos el cuerpo que tenemos, y
puede ser (y de hecho lo está siendo) un agente perfecto en la confrontación, en la
contestación, en la resistencia y en la reformulación de nuevas relaciones de género; al
igual que hace veinte años lo fue el cuerpo reproductivo/sexual. (2004, p.42)

La autora acaba:

De ahí la idea de que el cuerpo es un nudo de estructura y acción, de experiencia y


economía política. Supone también pensar que todo avance feminista, todo
«empoderamiento» para las mujeres a nivel social, implica siempre una experiencia del
cuerpo visto y vivido [y así] el uso del cuerpo en la vida pública no es negativo en sí
mismo, ni siquiera la sexualización del cuerpo es negativa en sí misma. (Esteban, 2004,
p.43-44)

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