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Una lectura de El despertar de la primavera
Franz Wedekind -dramaturgo y periodista aleman- escri-
pio El despertar de primavera en 1891. Se trata de una obra de
teatro dividida en tres actos donde los personajes principales
son adolescentes de 14 y 15 aftos: dos muchachos, Mauricio y
Melchor, y una jovencita llamada Wendla. La obra es paradi,
matica de las problematicas y los dramas de la adolescencia:
el desconcierto ante la sexualidad que emerge, la ausencia de
los padres, una joven que aborta, un jovencito que se suicida,
otro que luego de un perfodo agudo de errancia y riesgos,
gracias a un buen encuentro logra orientarse.
En las famosas reuniones de los miércoles de la Sociedad
Psicoanalitica de Viena, en 1907, Freud y sus discipulos deba-
tieron sobre la obra. Lacan’ escribi6 un conocido prefacio en
1974 cuando la obra iba a montarse en Paris.
“Una tragedia infantil” es el subtitulo que acompafia a la
obra, y al menos dos sentidos'se pueden leer allf: Por un lado,
se puede decir que la obra trata éfectivamente de los avatares
de una tragedia. Una tragedia moderna por cierto, ya que los
personajes se encuentran sujetos a elegir, a diferencia de la
tragedia antigua donde Jos avatares de una vida estaban re-
gidos por el destino. Melchor decide sobre el final de Ja obra
dejarse orientar por “El hombre enmascarado”, y escap ar asi
del reino de los muertos. Mauricio y Wendlano pueden hacerlo,
y sus elecciones van del lado de no enlazarse a un Otro que
1 Lacan, J., “El despertar dela primavera”, en Intervenciones y textos 2,
Manantial, Bs. As., 1991.
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pueda propiciarles una salida del callej6n mortifero en el que
cada uno se encontraba. Por supuesto que alli la contingencia
toma todo su valor. Pero no deja de tratarse, de todas formas,
de contingencia y eleccién.
El despertar sexual de la pubertad
Siguiendo a Freud, podemos decir que en la pubertad se
trata del despertar de la segunda oleada pulsional, emergen-
dia de un real que irrumpe, que desestabiliza el sentido en
el que venfa sosteniéndose el nifio. Si pensamos las teorias
sexuales infantiles como un modo de conjugar real y sentido,
la irrupci6n pulsional de la pubertad commociona ese modo
en que real y sentido se venian conjugando.
EI despertar de la pubertad trata del encuentro con el Otro
sexo, metamorfosis del cuerpo que modifica la relaci6n con
Jos objetos. La relacién al Otro ya no es la misma. El Otro del
saber, encarnado en las figuras de los padres, se presenta in-
-“consistente para significar lo que sucede en el cuerpo propio
del adolescente. La posici6n infantil de creer en el Otro vacila,
presentandose asf un Otro que no tiene todas las respuestas.
: El problema de la relaci6n de objeto, es decir, c6mo arre-
glarselas con el Otro sexo, es con lo que el ptiber deberd li-
diar como sefiala Lacan en el prefacio a la obra de Wedekind:
“Qué es para los muchachos hacer el amor con las muchachas
[...] no pensarfan en ello sin el despertar de sus suefios”.? El
problema de cémo se hace queda articulado para cada uno en
relaci6n a la légica del fantasma individual.
Es notable en la obra de teatro cémo cada personaje res-
_ ponde con un suefio al enigma del Otro sexo, suefio que da
cuenta de la posicién fantasmatica de cada uno. i
Wendla, en clara identificaci6n con una amiga, suefia que
_ es una mendiga a quien su padre azota. Melchor relata un |
-suefio que le result6 terrible: sofié que fustigaba de tal modo —
2 Ibid, p. 109.
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asu perro que lo dejé tendido sin poder moverse. El fantasma
sadico de Melchor y el fantasma masoquista de \Wendla posi-
pilitaran que puedan mantener un encuentro sexual.
Mauricio, en cambio, luego de sofiar con unas piernas de
mujer cae preso de una angustia mortal, segtn dice. No ver-
gisenza, no remordimientos, sino angustia mortal. “Me pare-
86 que un mal interno me consumia. Pero al fin, poco a poco
me calmé, al ponerme a escribir los recuerdos de mi vida”?
Mauricio no puede velar el encuentro con el agujero de la es-
tructura, no puede a nivel del significante conjugar sentido y
real. Ante el encuentro con el Otro sexo, con lo indecible del
oce femenino, no puede encontrar una respuesta fantasma-
ca que enmarque el despertar de su excitacién sexual. An-
gustia mortal que lo llevaraé luego de fracasar en sus estudios
al suicidio. Lacan dira que se exceptuia, de este modo, de ser
Uno-entre-otros, al no incluirse entre sus semejantes.*
El hombre enmascarado y los semblantes en la adolescencia
Jacques-Alain Miller, en su curso De la naturaleza de los
semblantes,> explica algunas cuestiones de importancia en re-
jJaci6n al semblante como categoria. Primero lo ubica al sem-
plante en la ensefianza de Lacan como una escala en el camino
al nudo borromeo, donde simbélico, imaginario y real se pre-
sentan como equivalentes.
Segundo, ubica al semblante como anténimo de lo real, es
decir, como opuesto a lo real, para luego introducir una pre-
gunta fundamental: si el ser —en el psicoandlisis y para Lacan—
se encuentra del lado de lo real 0 del lado del semblante, pero
rapidamente responde ubicando al ser del lado del semblante,
para afirmar incluso que el hombre es un ser de semblante.
Wedekind, F., Despertar de primavera, Quetzal, Bs. As., 1991, p. 14
Ibfd., p. 111.
Miller, J.-A., De la naturaleza de los semblantes, Paidés, Bs. As., 2002.
Ibfa., p. 11.
auRe
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-. Advierte, a su vez, que no hay que confundir al semblante
con la mera apariencia, camo si detrés de la apariencia hubie-
ra algo mds, Habria que ubicar al semblante como lo que vela
la nada, lo que vela el agujero de la estructura. Por lo tanto se
puede decir que el semblante viene a inscribirse donde en lo
real no hay un saber.
Vuelvo entonces, con estas consideraciones sobre el sem-
blante, a la problematica adolescente y ala obra de \WVedekind.
Para el nifo —como decia anteriormente— el acontecimiento de
ja pubertad, con su real concomitante, conmociona el modo
en que sentido y real se venfan conjugando, produciéndose
una vacilacién de los semblantes en los que el nino entramaba
su vida.
El saber del Otro aparece en falta, no hay en el lenguaje
una Tespuesta que nombre el enigma de la sexualidad. De un
modo tan patético como desesperado lo ilustra Wedekind en
la voz de Mauricio, refiriéndose a las primeras excitaciones
sexuales: “jHe hojeado la enciclopedia Meyer, de la A a la Z,
sin encontrar nada. Palabras, nada mds que palabras! ¢De qué
me sirve un diccionario si no me aclara los problemas mas
inmediatos de la vida?”?
La tragedia infantil, la tragedia del mundo infantil, es para
todos. El encuentro con lo real del sexo es del orden de Jo uni-
versal, pero se malogra, como sefiala Lacan, para cada uno-
Cada sujeto tiene que resolverlo a su manera. Y aquf estamos
a nivel de lo singular, a nivel del sintoma; cémo cada quien se
las arregla con lo imposible de la relacién sexual.
Es del orden de lo necesario para el adolescente crear nue-
vos semblantes, porque el semblante permite velar algo de la
alteridad radical del Otro sexo. Se tratarfa entonces para el
adolescente de encontrar nuevos semblantes que le permitan
orientarse, ya que la caida de los viejos semblantes introduce”
la pregunta por el valor de la existencia, pregunta tan habit
y por momentos desesperada en los adolescentes: ;qué senti
tiene la vida?, gcudles son las razones por las cudles vivir?
7 Wedekind, F, Despertar de primavera, op. cit., p. 15. as
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LA ADOLESCENCIA: ESA EDAD DECISIVA
De este modo, creo que podemos afirmar con todo derecho
-si sostenemos que el ser esta del lado del semblante, como
sefiala Miller— que la metamorfosis de la pubertad implica
una metamorfosis del ser.
Sobre el final de la obra Melchor deambula junto a Mauri-
cio por el cementerio coqueteando con la muerte. Podriamos
sefialar siguiendo a Lacan que el decir “superado” de Mauri-
cio representa al discurso de los desengafiados del semblante,
quienes por conocerlos como tales creen poder prescindir de
ellos.
El personaje del “Hombre enmascarado”, situado por La-
can como uno de “los nombres del padre”,5 aparece en su con-
tingencia asegurando y reconociendo el valor de los semblan-
tes. Luego de devolver a cada uno su responsabilidad en lo
que a la tragedia respecta -y sin ofrecerse nunca como ideal—
lantea una eleccién posible.
Melchor, por su parte, luego de interpelar con insistencia
al “Hombre enmascarado”, y recibir de él respuestas ajenas a
cualquier idea cercana a la moral, decide consentir a los sem-
blantes; y asf aceptar la incertidumbre que implica la vida.
“No sé donde me lleva este hombre. ;Pero es un hombre!”,’
declama al final.
., “El despertar de la primavera”, op. cit., p. 112.
8 Lacan, J. de la primavera”, op. cit., p. 112.
9 Lacan, J., “El despertar
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