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LA VIOLENCIA EN LA CULTURAS

(Víctor Romero Morales, Cochabamba 2017)

La reflexión filosófica sobre la violencia humana tiene en René Girard uno de sus más importantes
cultores. Este crítico literario, historiador y filósofo francés, notable por su teoría del deseo mimético de
violencia, será nuestro portavoz de los planteamientos del saber filosófico acerca de la violencia
humana.

En su teoría sobre el génesis y desarrollo de la violencia en la sociedad humana, Girard examina


aquellos mitos, relatados en las grandes obras literarias de todos los tiempos, que ocultan la violencia
colectiva y que eligen a una víctima culpable (chivo expiatorio), que con su muerte salva al pueblo de la
dispersión y consiguiente destrucción, y por ello luego es divinizada. Es así que la idea central que
recorre las obras de este pensador hace referencia a que los hombres, la humanidad entera, son
gobernados por un mimetismo instintivo que es el responsable del desencadenamiento de
‘comportamientos de apropiación mimética’, los cuales generan permanentemente conflictos y
rivalidades entre las personas. Según esto, la violencia sería un componente natural de las sociedades
humanas a ser constantemente exorcizada por el sacrificio de victimas expiatorias Luego Girard
contrapone los relatos bíblicos a los relatos míticos con la finalidad de develar el ocultamiento
fundamental de estos últimos. Todo esto muestra que el propósito de la obra de Girard sobre los mitos
de violencia mimética es el de prevenirnos sobre el deseo mimético de persecución victimaria que todos
llevamos dentro.
A continuación desarrollamos algunos tópicos que el saber filosófico nos propone para comprender la
condición de la violencia en el hombre.

Origen de la cultura y de las sociedades humanas en la violencia (en el sacrificio de una víctima)

Girard dice que la cultura humana se inició con un tipo de violencia específica, con un asesinato
fundador: el asesinato de Caín sobre Abel. Para Girard este asesinato primigenio constituye la
interpretación bíblica del conjunto de mitos fundadores, generados en diversas partes del mundo
(Sumeria, Egipto, China, etc.), que dieron origen a los diversos pueblos de la humanidad. En este
sentido el mito del asesinado de Abel por parte de Caín es el mito fundador por excelencia. En él, la
palabra Caín designa la primera comunidad constituida por el primer asesinato fundador y la palabra
Abel designa la víctima inicial de todos los tiempos. (Girard, 2002)

Por su parte los Evangelios identifican el primer asesinato bíblico con la creación del mundo; Mateo y
Lucas conceden un carácter fundador de cultura a ese primer asesinato, de modo que en cuanto ocurre el
primero surge también el segundo, es decir de ese asesinato surge la cultura o mejor dicho, ‘ese
asesinato se hace cultura’. En este sentido, a partir de este primer asesinato, la historia de la cultura
humana va a consistir en una repetición de asesinatos similares al de Abel. “Lo que va a cometerse a
partir de la creación del mundo, es decir, desde la fundación violenta de la primera cultura, son
asesinatos similares al de la crucifixión, asesinatos basados en el mimetismo, asesinatos, por
consiguiente, fundadores como consecuencia del malentendido reinante respecto al tema de la víctima a

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causa del mimetismo” (Girard, 2002, p. 119). Así pues, los grandes relatos originales y los mitos
fundadores, hacen referencia al acto fundador de la víctima única y su asesinato unánime. Ese primer
asesinato cuenta con una potencia creadora que se especifica en la importancia que se da a los
fragmentos esparcidos del cuerpo de la víctima. Este cuerpo despedazado es parecido a la semilla que
cuando cae al suelo se descompone y luego germina en nueva planta y de esta germinación es cómo
aparecieron los pueblos y las culturas que habitan nuestro planeta. (Girard, 2002)

En conformidad con esto, las instituciones sociales modernas habrían evolucionado, como producto de
un proceso de racionalización de lo religioso, de los ritos sacrificiales arcaicos. Según Girard (2002) “La
ritualización del asesinato es la primera y más fundamental de las instituciones, la madre de todas la
demás, el momento decisivo en la invención de la cultural humana.” (p. 129) Se sabe que la función del
rito es recrear constantemente el mito. De ahí que las instituciones modernas que sustituye a los ritos,
son las que paulatinamente han ido ocupando el lugar de los ritos sacrificiales de las antiguas
sociedades. Girard, (2002) dice: “Si la evolución humana consiste, entre otras cosas, en la adquisición
del deseo mimético, es obvio que los hombres no pueden prescindir de las instituciones sacrificiales que
refrenan y moderan el tipo de conflicto inseparable de la hominización” (p. 124). Así, las instituciones
sociales actuales son el resultado de un largo proceso de secularización (racionalización y
funcionalización) de los arcaicos ritos sacrificiales.

Ahora, en el inicio mismo de los eventos primordiales del proceso creador y civilizatorio de todas las
sociedades humanas –según Girard–, es decir en el momento que brota la violencia fundadora, está
Satán o el Diablo. Este nombre hace referencia a una personificación del ‘mimetismo malo’ que tiene
aspectos conflictivos y disgregadores al mismo tiempo que aspectos reconciliadores y unificadores. Es
decir, Satán es el que fomenta el desorden y siembra los escándalos y, en el paroxismo de la crisis, es el
mismo que expulsa el desorden por medio de una víctima inocente que es sacrificada. Así, Satán, como
señor del mecanismo victimario, está al principio de las culturas humanas y por eso es el ‘Señor de este
mundo’. (Girard, 2002)

Mimesis y deseo

¿Qué entiende Girard por mimesis? Para empezar, dice que la mimesis o imitación es algo connatural a
los hombres, esto es tan así que se podría decir que la cultura verdadera no es en la que uno ha nacido,
sino en aquella cuyos modelos imitamos desde pequeños. (Girard, 2002). La mimesis engendra en los
hombres una ‘actitud mimética’ donde se expresa ese ‘modo de ser’ fundamental y por ello universal de
los hombres en su vivencia grupal. Así la actitud mimética es la uniformidad de las reacciones de las
personas que actúan en masa, significa la omnipotencia de lo colectivo (Girard, 2002). La actitud
mimética o mimetismo es la absoluta unanimidad de acción de un colectivo, en relación a un propósito
común predeterminado que es victimar a un chivo expiatorio (culpable del desorden y del peligro de
dispersión del grupo).

Por lo expuesto, de los hombres no hay que hablar como individualidades sino más bien como
arrebatados por la imitación o mimesis. Y por mímesis habrá que entender como una especie de torrente
repentino y masivo que absorbe al individuo en el actuar de una masa. Girard entiende que el

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individualismo de la modernidad surgió en un contexto cundido de imitación preexistente en la
literatura, en la educación y en la vida religiosa. El individualismo moderno no liquidó la mimesis, al
contrario significa su exacerbación en un grado máximo. Sobresalir en algo, en una actividad, en una
maniobra, en un trabajo, consistía en seguir un modelo, imitar un modelo lo más fielmente posible.
(Girard, 1997).

Un aporte significativo de Girard en el tema de la mimesis es vincularla con la violencia: la mimesis


engendra violencia y la violencia acelera la mimesis. Este pensador dice que la violencia como hija de
la mimesis ejerce una fascinación mimética sin igual. Por ello, toda violencia surge de otra violencia
anterior y tiene a ésta como modelo. Y la violencia generada, a su vez, se constituye en modelo de su
predecesora y también sirve de modelo de otras violencias. (Girard, 1997) Es así que la atracción de la
rivalidad es tan fuerte que los seres humanos, como seres miméticos, somos incapaces de resistir al
violento contagio del apasionamiento mimético, y esto porque la imitación de la rivalidad es de
naturaleza pasional. (Girard, 2002). Es pensador explica como los hombres estamos fatalmente
atraídos por la violencia, más específicamente por el tipo de violencia triunfante, por aquella que da el
último golpe o que piensa que es el último. Todas las veces que uno de los adversarios golpea al otro,
espera concluir victoriosamente el duelo o el debate, asestar el golpe de gracia, proferir la última palabra
de la violencia. Es de esta violencia triunfante de la que estamos irremediablemente atraídos
miméticamente. (Girard, 1983)

Respecto al concepto de deseo, señalar que para Girard el deseo es esencialmente mimético, es de
naturaleza mimética. El deseo es el ansia o delirio, ese apetito de imitar, no las representaciones
(gestos, actitudes, maneras, comportamientos etc.) del deseo del otro, sino el deseo mismo, el ansia o
apetito del otro, que es anterior a toda representación del mismo. Así pues, lo que el deseo
esencialmente imita es el deseo, y por ello el deseo de un individuo viene a ser el deseo del deseo de otro
(Girard, 1997). Ahora, el hecho de que el deseo sea de naturaleza mimética es algo bueno, es una
fortuna para la vida humana, porque gracias a él nos elevamos por encima de los animales, aunque es
esta misma potencia que en ocasiones nos arroja por debajo de éstos. Sin embargo, el deseo mimético es
intrínsecamente bueno, si nuestros deseos no fueran miméticos estarían fijados siempre en objetos
predeterminados, como las vacas en el prado, sin cambiar nunca su deseo, sin deseo mimético no puede
haber humanidad (Girard, 2002). Este pensador dice: “El hombre es una criatura que ha perdido parte
de su instinto animal a cambio de obtener eso que se llama deseo. Saciadas sus necesidades naturales,
los hombres desean intensamente, pero sin saber con certeza qué, pues carecen de un instinto que los
guíe. No tiene deseo propio. Lo propio del deseo es que no sea propio. Para desear verdaderamente,
tenemos que recurrir a los hombres que nos rodean, tenemos que recibir prestados sus deseos” (Girard,
2002, p. 33). Es importante subrayar lo señalado por Girard, el individuo humano no tiene deseo propio,
su deseo es deseo del otro, es prestado del otro. Por ello el deseo es de carácter mimético. “… el deseo
es esencialmente mimético, se forma a partir de un deseo modelo; elige el mismo objeto que este
modelo.” (Girard, 1983, p. 153)

Sin embargo, el deseo que desea el deseo del otro tiene la potencia de desencadenar actitudes y
comportamientos negativos, destructivos de las relaciones humanas. Y esto porque el deseo del deseo
del otro, ese enredo de deseos, genera frustraciones. Nos sentimos frustrados porque deseamos algo que

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no poseemos, algo que posee el otro y no nosotros, creemos que sí deberíamos poseerlo, que nos
corresponde y sin embargo no lo poseemos. Sin duda esto es frustrante y genera rivalidad con el otro.
Son variados los deseos del hombre, sin embargo, el deseo por antonomasia, el más común en todos, es
el codiciar los bienes del prójimo. Los hombres se sienten irresistiblemente inclinados a apropiarse de la
casa, del caballo, de la criada y hasta de la mujer del prójimo. Hasta ahora esto ha generado y sigue
generando graves conflictos y rivalidades entre las personas. (Girard, 2002)

El hecho de que el deseo mimético del prójimo sea el modelo de nuestros deseos es lo que crea
conflictos de rivalidad entre los individuos. Si el objeto del deseo es el deseo del prójimo, éste no se
dejará arrebatar su deseo sin luchar por el mismo. Es entonces cuando el prójimo se opone a mi deseo, y
es esta oposición la que exacerba mi deseo porque precisamente procede de quien lo inspira. Al mismo
tiempo, al imitar el deseo de mi rival, refuerzo en éste su convencimiento de que lo que está deseado
debe ser deseado, de que existen buenas razones para poseer lo que posee (Girard, 2002). Esto, sin
duda, hace que la intensidad de su deseo crezca exorbitantemente. Lo señalado explica la manera en que
el deseo está ligado a la violencia mimética que se manifiesta en un torrente in crescendo de actitudes y
comportamientos de rivalidad.

El deseo mimético engendra rivalidad mimética. Según Girard, las vocablos griegos que designan la
rivalidad mimética y sus consecuencias son el sustantivo skándalon y el verbo skandalizen (Girard,
2002). A su vez Skandalizen procede de un verbo que significa ‘cojear’, un cojo es un individuo que
sigue como a su sombra a un obstáculo invisible con el que no deja de tropezar (Girard, 2002). En este
sentido escándalo significa un obstáculo paradójico que resulta casi imposible evitar, cuanto más
rechazo suscita en nosotros más nos atrae. El escándalo segrega toxinas nocivas en el escandalizado,
envidia, celos, odio, resentimiento, etc. Y mientras más afectado esté por el hecho que ha generado su
escándalo, con mayor intensidad vuelve a escandalizarse. Pero estas toxinas segregadas por el escándalo
o rivalidad mimética irrigan nocividad no sólo entre los antagonistas iniciales del escándalo sino a todos
aquellos que se dejan fascinar por dicho escándalo, produciendo en consecuencia un denso clima de
escándalo colectivo. Girard dice: “Cuanto más afectado está el escandalizado por el hecho que ha
suscitado su escándalo, con más ardor vuelve a escandalizarse. […] En la escalada de los escándalos,
cada represalia suscita otra nueva, más violenta que la anterior. De manera que, si no ocurre nada que la
detenga, la espiral desemboca necesariamente en las venganzas encadenadas, fusión perfecta de
violencia y mimetismo.” (Girard, 2002, pp. 34 - 35). “Los escándalos entre individuos son como
pequeños riachuelos que desembocan en grandes ríos de violencia colectiva.” (Girard, 2002, p. 43)
“Cuanto más asfixiantes resultan los escándalos personales, más tienen los escandalizados de ahogarlos
en una nuevo y gran escándalo […] Cuando un escándalo muy atractivo está a su alcance, los
escandalizados se ven irresistiblemente tentados de ‘aprovecharse’ de él y gravitar a su alrededor.”
(Girard, 2002, p. 43) ¿Y cuándo algo se convierte en escándalo? Cuando ese algo revela la verdad del
deseo. Cuando el deseo se enfrenta a su verdad es cuando se escandaliza, porque la verdad es la peor
enemiga del deseo. Por ejemplo en el Evangelio de Marcos (6, 14-28), Juan Bautista es un escándalo
para Herodes y su mujer Herodías (Girard, 1986).

También habrá que señalar que la rivalidad mimética tiende a la indiferenciación, es decir a la
desaparición de las diferencias entre los individuos. Según esto, las diferencias preexistentes de dos o

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más antagonistas se borran a medida en que se dejan fascinar por la intensidad de los deseos emulativos
de rivalidad. De modo paradójico ocurre que cuando dos antagonistas quieren contraponer sus
diferencias, el odio, la envidia, los celos, etc., los va uniformando cada vez con mayor intensidad
mientras dure la contienda. Al respecto Girard (2002) dice: “… paradójicamente, cuanto más se
envenena su antagonismo, más se asemejan los antagonistas.” (p. 30). Los valores propios y otras
peculiaridades se van perdiendo paulatinamente en la medida en que los que se odian intensifica su odio
recíproco. Ambos desde ese momento ven, oyen y respiran para el odio, sus particularidades y otros
dones tienen razón de ser en función del odio.

El ciclo mimético

La mimesis o actitud mimética se desarrolla en un ciclo con etapas bien identificadas por Girard. El
ciclo mimético, como lo denomina este pensador, es un ciclo que en la historia de los hombres se viene
repitiendo una y otra vez, a la finalización de un ciclo inmediatamente se inicia otro y así sucesivamente.
Un ciclo mimético constaría de tres etapas que se suceden en el siguiente orden. Comienza con el deseo
y las rivalidades individuales, continúa con la multiplicación de escándalos y la crisis mimética, y
concluye con la activación de un mecanismo victimario que consigue una paz momentánea en el grupo.
Luego, ese acontecimiento que restablece el orden en la comunidad, a su vez está destinado, en algún
momento, a entrar también en crisis y entonces se inicia otro ciclo siguiendo las mismas etapas
transitadas por el anterior.

En el ciclo mimético, gracias al deseo mimético que conduce a una crisis mimética, el todos contra
todos (rivalidades individuales) que desintegra la comunidad, se transforma en todos contra uno (chivo
expiatorio) que reagrupa y reunifica la comunidad. Así, el ‘milagro’ del mimetismo es hacer que la
‘lucha de todos contra todos’ se convierta en una ‘lucha de todos contra uno’, lo cual tiene un efecto
catártico o de purificación de la comunidad. (Girard, 2002) En Girard (2002, pp. 43 – 44) se encuentra
una interesante explicación de la dinámica que ocurre en un ciclo mimético: “La condensación de todos
los escándalos separados en un escándalo único constituye el paroxismo de un proceso que comienza
con el deseo mimético y sus rivalidades. Al multiplicarse, éstas suscitan una crisis mimética, la
violencia de todos contra todos, que acabará por aniquilar la comunidad si, al final, no se transforma de
manera espontánea, automáticamente, en un todos contra uno gracias al cual se rehace la unidad”

En nuestra opinión, la etapa más peligrosa y nociva para las relaciones humanas del ciclo mimético es el
de la crisis mimética, ésta consiste en la propagación de la rivalidad mimética entre todos los individuos
del grupo. La propagación de dicha rivalidad mimética es de tal magnitud, que es capaz de contaminar
hasta las relaciones más íntimas, como por ejemplo la relación entre hijos y padres o entre hermanos. La
transformación de padre e hijo en rivales miméticos, es algo que repetidamente nos relata la tragedia
griega como es el caso de la historia de Edipo Rey. (Girard, 1997) Así, el rasgo esencial de una crisis
mimética es la desaparición de las diferencias y la transformación de los individuos en dobles rivales
cuyo perpetuo enfrentamiento destruye la cultura (Girard, 2002).

La peste es la metáfora para ilustrar la crisis mimética o violencia recíproca exacerbada que se propaga
literalmente lo mismo que una plaga, sólo que aquí la peste no es de naturaleza bacteriana sino ante todo

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de naturaleza psicosocial. El carácter contagioso de toda peste bacteriana es la propiedad por la que se la
utiliza como metáfora de la peste psicosocial. “La idea de contagio supone la presencia de algo nocivo
que no pierde nada de su virulencia al transmitirse rápidamente de un individuo a otro individuo. Así se
comportan las bacterias en una epidemia. Y así se comporta la violencia cuando es imitada, …”
(Girard, 1997, p. 146) Por lo señalado, la peste es la representación simbólica de un proceso de
indiferenciación de los individuos, los infectados por la peste reaccionan de una misma manera porque
ese es su función, borrar toda manifestación distinta (dis-tinta, de otro tinte) en los individuos. Las
víctimas de la plaga están poseídas por un mismo deseo sin que nadie pueda librarse de él. Pero también
la peste es representación simbólica de un proceso de inversión, ya que plaga de la peste convierte al
hombre honesto en ladrón o a la prostituta es una santa. Por otra parte, siempre en el orden simbólico,
hay una gran analogía entre la peste y el desorden social. Las palabras peste o plaga designan al cúmulo
de males que afectan al comunidad en general y amenazan la existencia misma de la vida social. (Girard,
1997)

El Chivo Expiatorio (función de la víctima y del sacrificio)

¿Qué es o quién es un chivo expiatorio? Históricamente es la víctima del rito judío que se celebraba en
las ceremonias de expiación (Levítico 16, 21). Este rito consistía en expulsar al desierto un chivo o
macho cabrío cargado con todos los pecados del pueblo de Israel. El sacerdote ponía las manos sobre la
cabeza del chivo para simbolizar la transferencia en el animal de todos los males que problematizaban
las relaciones entre los miembros de la comunidad. El pueblo y sacerdote estaban seguros que con la
expulsión del chivo se expulsaba también todos los males que atentaban contra la paz y la armonía de la
comunidad, de modo que con dicha expulsión el pueblo se liberaba de sus males. ¿Y por qué un chivo y
no otro animal? Por la reputación que este animal tenía en pueblo de Israel a causa de su nauseabundo
olor y embarazosa sexualidad. (Girard, 2002)

Cuando Girard se refiere a la víctima de la violencia mimética, utiliza el término chivo expiatorio el cual
tiene un doble significado. En su significación amplia, chivo expiatorio denota al mismo tiempo tres
cuestiones: la inocencia de la víctima, la polarización colectiva contra ella y la finalidad de esta
polarización que es el sacrificio de dicha víctima. En cambio el significado específico de chivo
expiatorio expresa la creencia férrea de los perseguidores en que la víctima es verdaderamente culpable
de lo que se le atribuye, y esta creencia es tan fuerte que los perseguidores se encuentran como
enclaustrados en la ilusión persecutoria sobre la víctima. Lo señalado hace referencia a la existencia de
un inconsciente persecutorio que en la mente de los perseguidores muestra al legítimo enemigo al que
hay que castigarlo y eliminarlo porque es el culpable de la tragedia que ocurre en la sociedad. Pero al
mismo tiempo que revela al chivo expiatorio, este inconsciente persecutorio oculta la culpa de las
persecuciones colectivas que es la verdadera culpa. (GIRARD 1986: 56–58) Sobre ilusión persecutoria
dice Girard: “Si la transferencia colectiva es realmente efectiva, la víctima nunca aparecerá como
víctima propiciatoria explícita, como un inocente aniquilado por la siega pasión de las multitudes. Esa
víctima deberá pasar por un verdadero criminal, por el único culpable en el seno de una comunidad
ahora despojada de su violencia.” (1997: 153)

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Para la ilusión persecutoria, la víctima identificada nunca debe ser percibida como alguien que tal vez es
inocente y no culpable, sino siempre culpable ya que de ello depende la curación efectiva del pueblo, es
decir la liberación de la plaga que le está haciendo sufrir. Por tanto, en dicha ilusión persecutoria la
víctima no puede ser escogida al azar, no cualquiera puede ser víctima del tipo chivo expiatorio. Una
mala elección, en vez de apaciguar la crisis de violencia mimética puede exasperarla aún más. Por tal
razón, para no provocar más violencias debe elegirse a personas socialmente insignificantes, sin techo,
sin familia, lisiados, enfermos, ancianos abandonados, en suma, individuos siempre en estas condiciones
y con estos rasgos que son propios de un chivo expiatorio. Dichas condiciones y rasgos funcionan a
modo de criterios para la selección victimaria. Sin duda, son criterios de exclusión presentes y
funcionando en cualquier formación social y cultural del planeta. (Girard 2002)

¡El chivo expiatorio debe ser sacrificado! grita la multitud que está segura de que el sacrificio de una
única víctima es un acontecimiento que restablece el orden antiguo o establece uno nuevo.
Consecuentemente, la función del sacrificio es hacer posible la purificación y el rejuvenecimiento de
una sociedad cuyo viejo orden ha entrado en crisis y necesita ser restablecido. (Girard, 2002:)
Precisamente el milagro de este restablecimiento se hace patente por obra milagrosa del sacrificio de la
víctima. Es por eso que dicha víctima es divinizada, de ser mortal y culpable pasa a ser una divinidad
benefactora. Las comunidades humanas ven en la víctima propiciatoria algo que parece hacerse
trascendente y benéfica después de una aparición inmanente y maléfica. (Girard, 1997). “Todos los
perseguidores atribuyen a sus víctimas una nocividad susceptible de convertirse en positiva y viceversa.”
(Girard, 1986: 67)

Así pues la función que cumple la víctima mediante su sacrificio es fundamental para la pervivencia de
la sociedad. Los males que aquejan a la comunidad, representados por plagas y pestes, causan
sufrimientos en la gente, y una manera efectiva de alejar estos sufrimientos es el descubrimiento de un
chivo expiatorio que con su sacrificio pague el precio de dichos sufrimientos. “La víctima propiciatoria
suministra una válvula de escape a la violencia al implicar a toda la comunidad contra ella. Por lo tanto,
esa víctima se lleva consigo a la tumba la violencia que ha polarizado. Un verdadero estado de no
violencia sustituye el estado de recíproca violencia que estaba emponzoñando a la comunidad.” (Girard,
1997: 114). En este sentido, la violencia que se ejerce en el sacrificio de la víctima es concebida por los
ejecutores como una violencia diferente a la de la crisis mimética, es una violencia buena, es una
violencia redentora porque es decisiva y terminal, una violencia que pondrá fin a la cadena de violencias
de la crisis mimética (violencia mala) y traerá paz y conciliación. Por eso todo debe confluir hacia este
tipo de violencia que tiene lugar en el sacrificio de la víctima. De ahí que los protagonistas y
participantes de la crisis mimética tienen el firme convencimiento de que la violencia tiene capacidad de
generar una situación de paz, es decir, la tan deseada paz surge de un tipo especial de violencia que es la
que se ejerce en el sacrificio. (Girard, 1983)

Según Girard, un acontecimiento generador de mitos antiguos y modernos es aquel donde tiene lugar la
transferencia colectiva de la crisis mimética en el proceso o juicio de una sola víctima expiatoria. Estos
mitos suelen denominarse mitos del deseo mimético de violencia. (Romero, 2011) En este tipo de mitos
el hombre es confundido con el animal, con aquella bestia que amenaza al pueblo. En los ojos de los
acusadores primero, y luego en los ojos de toda la masa mimética, tiene lugar una verdadera

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transformación del hombre en bestia. Mejor dicho, la transformación de la víctima en bestia, como
ocurre por ejemplo en el relato de la Vida de Apoloneo de Tiana expuesta por Girard (2002: 73-77). Es
esa transformación la que justifica el asesinato de la víctima, es decir, a la hora del ajusticiamiento los
perseguidores ven que lo que se está matando no es a un hombre sino a una bestia que amenaza destruir
al pueblo. (Girard, 1986)

En los mitos arcaicos, del tipo chivo expiatorio, el protagonista es la comunidad convertida en una masa
violenta, que al creerse amenazada por un individuo aislado, que por lo general es un extranjero, lo
asesina espontáneamente por considerarlo indeseable. Los agresores se precipitan como un solo hombre
sobre su víctima. La histeria es tal que los agresores se comportan, literalmente como animales de presa.
Para designar esta súbita y convulsiva violencia, este puro fenómeno de masas, es pertinente utilizar la
palabra linchamiento. (Girard, 2002). En la mente de los asesinos está fijada la idea de que los
linchamientos traen la paz a expensas de la víctima divinizada. Por lo señalado, se puede afirmar que lo
que sirve de base al relato alegórico de este tipo mitos, es una violencia ocurrida realmente. Así pues,
los conflictos miméticos son reales y concluyen con el estallido de una violencia colectiva que también
viene a ser también real.

A propósito Girard (2002) hace un interesante comentario sobre la compresión moderna de los chivos
expiatorios, dice:
“En un mundo en que la violencia ha dejado de estar ritualizada y es objeto de una severa
prohibición, como regla general, la cólera y el resentimiento no pueden, o no osan, saciarse en el
objeto que directamente los excita. Esa patada que el empleado no se ha atrevido a dar a su
patrón, se la da a su perro cuando vuelva por la tarde a su casa, o quizá maltratará a su mujer o a
sus hijos, sin darse cuenta totalmente de que así está haciendo de ellos sus chivos expiatorios.
Las víctimas que sustituyen al blanco real son el equivalente moderno de las víctimas
sacrificiales de antaño.” (pp. 201 – 202)

Según Girard (2002), como en el pasado, también ahora, tenemos nuestros chivos expiatorios pero nos
negamos a reconocerlos o fingimos carecer de ellos. Sin embargo, hipócritamente, somos expertos en
condenar a los otros, al vecino, por tener un chivo expiatorio. Somos pues expertos en ver la paja en el
ojo del otro y no la viga en el nuestro. Por otra parte, en nuestras sociedades modernas,
permanentemente suele camuflarse la violencia física con diferentes tipos de violencia psicológica y
moral.

El mensaje de Girard a las sociedades de hoy y del futuro

¿Tiene algo que decir René Girard a las sociedades de hoy y del futuro? En la medida en que dichas
sociedades continúen como otrora generándose y nutriéndose de la violencia mimética, claro que tiene
algo muy importante que decirles. Perece que el mensaje que permanentemente resuena en las obras de
Girard sobre la violencia humana, es el de darnos cuenta de lo inhumano e irracional que resulta ser el
mecanismo victimario para que, gracias a este conocimiento, podamos dejar de ser un engranaje más de
dicho mecanismo. ¿Pero cómo es posible dejar de ser ese engranaje? Una manera podría ser
trazándonos una criterios prácticos de actuación que permita colocarnos fuera de la maquinaria o

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mecanismo victimario. A partir de lo explicado por Girard podrían formularse unos cuatro criterios
prácticos de comportamiento humano.

Un primer criterio tiene que ver directamente con aquello que enciende y esparce la violencia, el
escándalo. Por naturaleza somos proclives al escándalo, más que causar escándalos, somos seres que
nos escandalizamos de todo y de nada. No nos limitamos a contemplar los escándalos que generan los
otros, sino que nos apasiona infiltrarnos en ellos para embriagarnos con sus extravagantes brebajes.
Disfrutamos con pasión de los escándalos, siempre y cuando nos encontremos del lado de los
escandalizados (perseguidores) y no del lado del provoca el escándalo (la víctima).

Contra este modo de actuación colectiva de las personas, caracterizada por el escandalizarse, un criterio
de actuación humana sin duda tiene que ser: la renuncia a todo tipo de escándalo. ¿Y qué razones
sustentarían la validez de este primer criterio? Principalmente dos razones. Una de ellas, anclada más
en el ámbito de la experiencia cotidiana, da cuenta de que el potenciamiento e incremento de los
escándalos no solucionan los problemas reales causantes de esos escándalos. En vez de superarlos más
bien los agrava más y más hasta que un inocente, un chivo expiatorio, pague el precio por la eliminación
del ese escándalo. La otra razón hace notar que el escándalo magnificado y exacerbado por la masa
escandalizada ya no corresponde al suceso particular y real que lo habría generado. El escándalo de la
masa escandalizada, en realidad es una pura construcción colectiva, es un fenómeno artificial que se ha
desligado del problema o los problemas reales que pudieron haberlo generado en algún momento. Por
lo tanto el culpable del escándalo no es ya la persona que habría en algún momento actuado
escandalosamente, sino ahora la verdadera culpable es la masa que ha magnificado y exacerbado el
escándalo. Por las dos razones expuestas, las personas en uso de un pensamiento crítico y ético
debemos renunciar al escándalo en sus diferentes formas y en todo momento.

Pero no solo hay que renunciar al escándalo, que es la que enciende y esparce por doquier la violencia,
también debemos renunciar a la violencia como tal. Y he aquí un segundo criterio de actuación humana:
la renuncia definitiva a toda forma de violencia en las sociedades humanas. Si bien – como señala
Girard- la violencia ha estado presente en el génesis y el desarrollo de la cultura y de las sociedades
humanas, ésta debe ser erradicada porque no se la puede considerar como único principio de
ordenamiento social. Si fuese el único, la especie humana ya hubiese desaparecido mucho tiempo atrás
porque la violencia es un principio negativo que termina con la destrucción de muchas o de una persona.
Girard dice que la violencia acumulada en una masa de individuos exacerbados desencadena una crisis
mimética que termina con el asesinato de un inocente.
La humanidad tiene que descubrir y seguir otro principio de ordenamiento social. Un principio contrario
al de la violencia que sea positivo, que genere, proteja y desarrolle la vida de cada individuo en la
cultural y la sociedad. Y de hecho este principio también ha estado presente en el génesis y desarrollo
de la cultura y de las sociedades humanas. Se puede decir que gracias a este otro principio es que los
grupos humanos han podido pervivir y desarrollar. Es un principio que de alguna forma ha venido
contrarrestando el efecto negativo de la violencia. Históricamente, junto a los iniciadores de escándalos
y a los escandalizados generadores de violencia mimética, siempre ha estado la presencia y la voz de
quienes han censurado la exacerbación de la violencia y han abogado por el perdón. Estamos hablando

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de esos grandes profetas y líderes en humanidad, conocidos y desconocidos por la historia: Abel, Jesús
de Nazareth, Gandhi, Buda, Luther King, Monseñor Romero, etc.

Pero, exactamente, ¿cuál es este otro principio que es contrario al de la violencia? El principio que está
a favor de la vida humana y del respeto de la persona en cualquier cultura y sociedad es el que está
basado en el amor, la justicia, el perdón, la paz y la libertad; es decir el que tiene por base aquellos
valores que unen a las personas, construyen la comunidad y generan un nosotros. Es este principio,
llamemos principio de reconciliación, el debemos elegir y preferir, en lugar del de la violencia, como
principio de ordenamiento social para las comunidades humanas actuales.

Junto a la renuncia del escándalo y de la violencia debemos también renunciar a echar la culpa de
nuestros males a los otros o a un otro que por considerarlo menos fuerte que nosotros lo tenemos como
blanco de nuestra ira y malestar. En tal sentido, el tercer criterio de actuación humana es la renuncia al
concepto de chivo expiatorio. Sabemos que el significado de este concepto hace referencia a una
mentalidad y comportamiento discriminatorios. Según dicha mentalidad, toda persona que no esté de
acuerdo con nosotros o sea diferente a nosotros, en cualquier sentido, es culpable, es un chivo
expiatorio. Para esta mentalidad, los conceptos de diferencia y culpabilidad son sinónimos, el uno no
puede ir separado del otro.

La renuncia al concepto de chivo expiatorio significa la renuncia definitiva de la mentalidad


discriminadora y dominadora, tan apasionadamente fomentada por nosotros. La mencionada mentalidad
provoca en nosotros una especie de ceguera mimética que nos sumerge en el apasionamiento del abuso
de poder, de sometimiento a aquel que consideramos débil, ignorante, extranjero y pobre por ser distinto
a nosotros. Pero la diferencia no es sinónimo de inferior ni mucho menos de culpable. La diferencia
significa dis-tinto, de otro tinte. La diferencia es variedad que regenera contantemente la vida. La
uniformidad mata la vida mientras que la variedad fortalece la vida. Del mismo modo, la diferencia en
el género humano es riqueza cultural, social, económica, espiritual, etc. Por tal motivo tenemos que ser
capaces de asumir y defender la diferencia. Y por otra parte, no debemos culpar a los otros, a los dis-
tintos, de nuestras desgracias personales, sino saber descubrirla en nosotros mismos y asumirlas como
debe ser, para de esta manera hacerse cargo de la causa verdadera.

La renuncia a buscar chivos expiatorios conlleva la renuncia a condenar a quienes si lo hacen. Si bien
Girard nos da una buenas lecciones sobre como el deseo mimético de violencia desemboca en el
sacrificio de una víctima inocente, éstas deben ser bien interpretadas y libres de una manipulación. En
este sentido un cuarto criterio de actuación humana es el de la renuncia a estigmatizar a los cazadores
de chivos expiatorios. Una atenta introspección de nuestras pasiones y sentimientos nos revelará que a
pesar de ser tan proclives a una mentalidad discriminadora, al mismo tiempo y para el colmo de males,
somos además hipócritas. Es decir, a la vez que nos sentimos apasionadamente inclinados por la
discriminación, somos capaces de criticar a los otros por su comportamiento discriminador. Girard ya
advierte sobre esta actitud tan propia de los individuos, dice que estamos muy acostumbrados a gritar
¡chivo expiatorio a la vista! para estigmatizar todos los fenómenos de discriminación política, étnica,
religiosa, social, racial, etc., que observamos a nuestro alrededor. Somos tan propensos a identificar a

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los chivos expiatorios que brotan como hongos allí donde los grupos humanos intentan encerrarse en
una identidad común, local, nacional, ideológica, racial, religiosa, etc. (Girard 2002)

Hoy como en el pasado, las personas que somos portadoras de una mentalidad de chivo expiatorio sin
embargo fingimos con tozudez carece de él. Cuando sospechamos que nuestros vecinos ceden a la
tentación del chivo expiatorio, los denunciamos con indignación. Estigmatizamos con ferocidad los
fenómenos de chivo expiatorio de los que nuestros vecinos son culpables, sin embargo nosotros
seguimos considerando a nuestros enemigos como objetivamente culpables sin esforzarnos a reflexionar
sobre su posible inocencia. Así pues, en lugar de autocriticarnos, utilizamos mal este saber sobre el
mecanismo victimario del chivo expiatorio, volviéndonos contra los demás y practicando en un otro
nivel una caza del chivo expiatorio, es decir la caza de los cazadores de chivo expiatorio. Deberíamos
permanentemente educarnos en primero ver la viga que está en nuestro ojo y después la paja que está
en el ojo del otro. Y también educarnos en antes de lanzar la primera piedra saber si somos dignos de
ello.

Referencias bibliográficas

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