La recompensa de Olofi, rey de los orishas, ya viejo y enfermo, decidió buscar un
sucesor. Reunió a sus súbditos y les comunicó que todos saldrían de viaje y que quien recibiera más honores, ocuparía el trono. Los orishas vistieron sus mejores ropas y se adornaron con oro y brillantes, menos Oché Meyi, el adivino de La tierra de Olofi, muy pobre y cuyo equipaje era sólo un gastado saco. Antes de partir. Oché Meyi se hizo osodde y le dio a su Ifá dos adié dun, guardando las lerí en su saco. Pronto todos se pusieron en camino y en su peregrinación llegaron a la tierra de Ketu. Allí les rindieron pleitesía y les dieron a comer gallos, palomas, gallinas, guineas, chivos, cameros y otros manjares, en grandes banquetes. Los orishas se comieron las mejores partes, y le dejaron a Oché Meyi las cabezas, las patas y las alas. Oché Meyi las recogió y las metió en su saco. La comitiva fue después a la tierra costera de Egbadó, cuyos habitantes agasajaron a los visitantes con cherna, guabina, pargo, anguilas, biajacas; pero Oché Meyi sólo recibió cabezas, aletas, colas y espinas, que también guardó en su saco. Y así hizo en todos los pueblos por los cuales pasara. Cuando retornaron a su tierra, contaron las historias de las recepciones y los banquetes. Oché Meyi nada dijo de las humillaciones sufridas y de las sobras con que lo habían agasajado. Por eso, cuando Olofi pidió pruebas de que los relatos eran ciertos, sólo Oché Meyi, abriendo su saco, pudo mostrarle la exactitud de sus palabras. Olofi llevó entonces a Oché Meyi al trono, cubriéndolo de oro y marfil y anunciando que sería su sucesor. "Todos los orishas obedecerán a Oché Meyi y además, en lo adelante, en su comida se incluirán la cabeza y la punta de las alas de las aves que coman. En su secreto se colocarán los huesos de un kokomi fuye (es decir, de un animal de cuatro patas) para que la verdad hable a través de ellos".