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Political Geography 20 (2001) 561–584

La ecología política de la guerra: recursos


naturales y conflictos armados
Philippe Le Billon *

School of Geography, Mansfield Road, Oxford OX1 3TB, UK

Resumen

A lo largo de la década de 1990, muchos grupos armados han contado con los ingresos
provenientes de recursos naturales como el petróleo, la madera o las gemas para sustituir la
disminución del patrocinio de la Guerra Fría. Los recursos no solo financiaron, sino que en
algunos casos motivaron conflictos y dieron forma a estrategias de poder basadas en la
comercialización de conflictos armados y la territorialización de la soberanía en torno a áreas de
recursos valiosos y redes comerciales. Como tal, el conflicto armado en el período post-Guerra
Fría se caracteriza cada vez más por una ecología política específica estrechamente vinculada a
la geografía y la economía política de los recursos naturales. Este artículo examina las teorías de
las relaciones entre los recursos y los conflictos armados, y los procesos históricos en los cuales
están insertos. Destaca la vulnerabilidad que resulta de la dependencia de los recursos, en lugar
de las nociones convencionales de escasez o abundancia, los riesgos de violencia vinculados a la
conflictividad de las economías políticas de los recursos naturales, y las oportunidades para los
grupos insurgentes armados que resultan de la expoliabilidad de los recursos. La violencia se
expresa en la subyugación de los derechos de las personas para determinar el uso de su ambiente
y los patrones brutales de extracción de recursos y depredación. Más allá de demostrar las
agendas económicas de los grupos beligerantes, un análisis de los vínculos entre los recursos
naturales y los conflictos armados sugiere que el carácter criminal de su inclusión en los
mercados internacionales de commodities responde a una forma excluyente de globalización; lo
cual tiene importantes implicaciones para la promoción de la paz.
2001 Elsevier Science Ltd. Todos los derechos reservados.

Palabras clave: conflicto armado; Dependencia; Recursos naturales; Ecología política;


Guerra
Introducción
Los recursos naturales han desempeñado un papel destacado en la historia de los
conflictos armados. Desde la competencia por la caza silvestre hasta el capital mercantil
y las guerras imperialistas por los minerales preciosos, los recursos naturales han
motivado o financiado las violentas actividades de muchos tipos diferentes de grupos
beligerantes (Westing, 1986)1. Con la brusca caída de la asistencia extranjera a muchos
gobiernos y grupos rebeldes, como resultado del fin de la Guerra Fría, estas
agrupaciones beligerantes se han vuelto más dependientes de fuentes privadas de apoyo
para sostener sus actividades militares y políticas; definiendo así una nueva economía
política de guerra (Berdal & Keen, 1997; Le Billon, 2000a). De manera similar, una
caída en el comercio internacional de commodities y las políticas de ajuste estructural
han llevado a una reformulación de las estrategias de acumulación de muchas élites
dominantes del Sur hacia políticas estatales "en la sombra", que controlan las economías
informales y compañías privatizadas (Reno, 1998). Aunque los presupuestos estatales
domésticos y extranjeros continúan apoyando los gastos de conflictos armados, otras
fuentes importantes de financiamiento incluyen los ingresos criminales provenientes de
secuestros o la extorsión por protección, el desvío de la ayuda humanitaria, las remesas
de la diáspora y los ingresos del comercio de commodities como drogas, madera o
minerales (Jean & Rufin, 1996)2. El „dumping‟ de armas y el apoyo de regímenes
corruptos durante la Guerra Fría, la liberalización del comercio internacional, así como
la redistribución del personal y las redes de seguridad del Estado en empresas privadas,
han influido con frecuencia en el crecimiento de dichas redes paralelas y la 'rutinización'
de las prácticas criminales dentro de las instituciones estatales, especialmente en África
y la antigua Unión Soviética (Bayart, Ellis y Hibou, 1999; Duffield, 1998). Existe una
creciente preocupación de que mientras los recursos fueron una vez un medio para
financiar y librar conflictos armados para que los Estados lleguen a un fin político, el
conflicto armado se está convirtiendo cada vez más en el medio para fines comerciales
individuales: obtener acceso a recursos valiosos (Keen, 1998; Berdal & Malone, 2000).
Esta desaparición de la ideología y la política se evidencia, por ejemplo, la asunción del
Consejo de Seguridad de la ONU de que el control y la explotación de los recursos
naturales motivan y financian a las partes responsables de la continuación del conflicto
en la República Democrática del Congo3.

Además de aumentar el riesgo de conflicto armado al financiar y motivar conflictos,


los recursos naturales también aumentan la vulnerabilidad de los países a estas disputas

1
Los conflictos armados se refieren al despliegue de la violencia física organizada e incluyen el golpe de
Estado, el terrorismo y los conflictos armados intra o interestatales. La desestructuración de muchos
conflictos armados contemporáneos también resulta en un continuo entre el bandidaje, el crimen
organizado y el conflicto armado. A este respecto, los criterios del número anual de muertes en combate
(por ejemplo, 25 o 1000), así como el de la motivación política, no siempre son útiles, ya que el número
de muertes violentas puede ser mayor en "tiempos de paz" que en "tiempos de guerra" (por ejemplo, El
Salvador, Sudáfrica) y los motivos económicos juegan un papel importante.
2
Para una revisión de la literatura sobre las economías de guerra y la economía política de la guerra, vea
Le Billon (2000b).
3
Declaración presidencial de fecha 2 de junio de 2000 (S / PRST / 2000/20).
armadas al debilitar la capacidad de las instituciones políticas para resolverlas
pacíficamente. Contrariamente a la creencia generalizada de que los recursos
abundantes ayudan al crecimiento económico y, por lo tanto, son positivos para la
estabilidad política, la evidencia empírica sugiere que los países económicamente
dependientes de la exportación de productos primarios corren un mayor riesgo de
inestabilidad política y conflicto armado (Collier, 2000; Ross, 1999). Esta noción de una
maldición de los recursos también sustenta gran parte de la literatura sobre la escasez de
recursos y la guerra (Homer-Dixon, 1999). De hecho, tanto los conflictos armados como
la inestabilidad política crónica en muchas regiones productoras de petróleo, como el
Golfo de Guinea, el Medio Oriente o la región del Caspio, o en regiones de tierras de
cultivo escasas, como la región de los Grandes Lagos Africanos, apuntan a la posible
influencia de este recurso tanto en la vulnerabilidad como en el riesgo de conflicto.

Este artículo analiza el rol de los recursos naturales en los conflictos armados, a través
de su materialidad, geografía y los procesos socioeconómicos relacionados. La Sección
2 examina el debate sobre el papel de los recursos escasos y abundantes en los
conflictos armados y extiende este enfoque en la construcción de un marco ecológico
político para analizarlos. En la Sección 3 se presenta una tipología tentativa de los
conflictos armados. La Sección 4 explora el proceso mediante el cual los recursos se
vinculan con los conflictos armados, centrándose en los procesos de inclusión,
exclusión y criminalización. La Sección 5 explora los obstáculos para la transición a la
paz vinculados a los recursos y discute las implicaciones que tiene para este tipo de
iniciativas. La sección 6 concluye.

Escasez, abundancia y la ecología política de los conflictos armados


vinculados a los recursos naturales

La ecología política rara vez ha examinado la relación entre el ambiente y una


preocupación fundamental de la ciencia política tradicional, a saber, el régimen de
seguridad y el conflicto armado, centrándose en los conflictos sociales sobre los
recursos forestales, las áreas protegidas, los regímenes agrícolas o las regiones
productivas. Sin embargo, se descuidan los conflictos violentos de gran escala4. La
ecología política se concibe como una crítica radical contra la perspectiva apolítica y los
efectos despolitizantes de la investigación y práctica ambiental y de desarrollo
dominantes. No obstante, si esta reconoce específicamente la "creciente producción
humana de la naturaleza y las fuerzas políticas detrás de esta producción" (Bryant y
Bailey, 1997, p.191), la ecología política ha contenido hasta hace poco "muy poca
política"; lo que significa que no hubo un tratamiento serio de los medios de control y
acceso a los recursos, ni de su definición, negociación y disputa dentro de la arena
política (Peet y Watts, 1996).

4
Para una revisión de la literatura, ver Bryant y Bailey (1997).
Abordar estas dos lagunas dentro de un enfoque político ecológico requiere acercarse a
los conflictos armados vinculados a los recursos como procesos históricos de
transformación dialéctica de la naturaleza y grupos sociales. Los conflictos
contemporáneos vinculados a los recursos están arraigados en la historia de la
extracción de "recursos" traducida sucesivamente por el mercantilismo, el capitalismo
colonial y la cleptocracia estatal. La disponibilidad en la naturaleza de cualquier
recurso no es, por lo tanto, un indicador predictivo de conflicto. Más bien, los deseos
provocados por esta disponibilidad, así como las necesidades de la gente (o la codicia),
y las prácticas que configuran la economía política de cualquier recurso pueden resultar
conflictivas, y la violencia se convierte en el medio decisivo del arbitraje. Por lo tanto,
tal análisis requiere construir sobre bases antropológicas y relaciones internacionales
para vincular una variedad de escalas (en la primera consulta, vea de Boeck, 1998;
Richards, 1996; en la última, Lipschutz, 1989).

Un enfoque de ecología política también requiere un compromiso con las dos


perspectivas más comúnmente adoptadas: que la escasez de recursos (principalmente de
recursos renovables) causa conflictos, y que la abundancia de recursos (principalmente
con respecto a recursos no renovables) también causa conflictos. En ambas
perspectivas, las sociedades enfrentadas a circunstancias ambientales específicas
(escasez o abundancia) tienen un mayor riesgo de verse afectadas por conflictos
violentos. Este determinismo cuasi-ambiental se explica, en el mejor de los casos, a
través de los supuestos efectos debilitantes del "demasiado" o "muy pocos" recursos en
las economías y las instituciones gubernamentales que dan lugar a que las luchas por la
distribución tomen un giro violento.

Según los defensores de la hipótesis de las guerras por escasez de recursos, las
personas o las naciones lucharán entre sí para garantizar el acceso a los recursos
necesarios para su supervivencia: cuanto más escaso sea el recurso, más amarga será la
lucha (Bennett, 1991; Brown, 1977; Homer- Dixon, 1999; Renner, 1996; Suliman, 1998
- para una crítica, ver Dalby, 1998; Gleditsch, 1998; Peluso y Watts, 2001). Un ejemplo
es la degradación progresiva de los recursos naturales de las Islas de Pascua por parte de
sus habitantes polinesios, que terminó con la lucha interna y el canibalismo hasta que el
número de habitantes se redujo de 20.000, en su "apogeo", a 2.000, cuando los europeos
llegaron por primera vez en 1722 (Diamond, 1998). Si bien algunos de los análisis más
matizados ofrecen evidencia anecdótica convincente, existen varios argumentos en
contra de la generalización de la perspectiva de la guerra por escasez de recursos.
Primero, la escasez de recursos y la presión de la población pueden resultar en
innovación socioeconómica, incluida la diversificación de la economía, que a menudo
resulta en una distribución más equitativa del poder en la sociedad (Boserup, 1965;
Tiffen et al., 1994; Leach & Mearns, 1996). Segundo, el comercio internacional y los
mecanismos de mercado pueden, hasta cierto punto, contrarrestar las escaseces
localizadas o motivar las innovaciones y los cambios en los recursos. En tercer lugar, en
los países de escasos recursos, el Estado depende más de los diversos aportes
financieros provenientes de la sociedad que en los países ricos en recursos, por lo que es
más probable que aquellos sean más responsables ante dicha escasez, y por lo tanto,
menos violentamente conflictivo. Finalmente, a la élite de los países pobres en recursos
les interesa desarrollar y aprovechar el capital humano, en lugar de proteger rentas de
recursos escasos o inexistentes (Ranis, 1987). Desde este punto de vista, la probabilidad
de conflicto violento disminuye a medida que se desarrolla el capital humano (por
ejemplo, a través de la educación, el comercio y las habilidades para la manufactura), la
economía se diversifica y la gobernabilidad se vuelve más representativa y responsable.

De acuerdo con el argumento de las guerras por abundantes recursos, los commodities
son fácil y fuertemente gravables y, por lo tanto, son atractivos tanto para las élites
gobernantes como para sus competidores (Collier, 2000; Fairhead, 2000; Le Billon,
1997). La disponibilidad de recursos abundantes, por lo tanto, representaría el "premio"
por el control estatal o territorial, lo que aumentaría el riesgo de conflictos impulsados
por la codicia, al tiempo que proporcionaría a los grupos armados el "botín" necesario
para comprar equipo militar. Tales conflictos armados tienden así a ser comercializados;
es decir, que se caracterizan tanto por la integración del comercio de recursos naturales
en su economía, como por un movimiento que va desde las agendas políticas hacia las
económicas privadas (Keen, 1998; Dietrich, 2000). Además, la dotación de recursos
naturales de un país influye tanto en su economía política como en el tipo de gobierno
(Auty, 2001; Karl, 1997; Ross, 1999). La abundancia de recursos naturales está
vinculada en muchos de estos análisis a un pobre crecimiento económico y una
gobernabilidad deficiente, dos factores generalmente asociados con una mayor
probabilidad de conflicto (Auty, 2001; de Soysa, 2000; Leite y Weidmann, 1999; Sachs
y Warner, 1995). La relación se demuestra empíricamente por el mayor riesgo de
conflicto armado que enfrentan los exportadores de productos básicos (Collier, 2000)5.
Sin embargo, existe una posible relación endógena entre la falta de diversificación
económica y la (re)ocurrencia de la guerra, lo que se demuestra por el mayor riesgo de
repetición de guerras para los exportadores de productos primarios. Otros estudios
cuantitativos acerca de los vínculos entre recursos y conflictos, realizados a través de
modelos multivariados, confirman parte del argumento de la guerra por recursos escasos
y el argumento general de la guerra por abundancia de recursos. Los bajos niveles de
violencia (25–1000 muertes por año relacionadas con batallas) tienen una relación
positiva con la degradación ambiental (Hauge y Ellingsen, 1998), pero los bajos niveles
de dotación de recursos renovables no están asociados con el riesgo de conflicto
armado; mientras que los recursos renovables abundantes en los países por lo demás
pobres, así como los recursos no renovables en todos los países, aumentan las
probabilidades de conflicto armado (de Soysa, 2000).

5
El riesgo de conflicto aumenta con la proporción de exportaciones de productos primarios hasta que
alcanza el 28% del PIB (el riesgo de conflicto es 4,2 veces mayor que para un país sin exportaciones
primarias). Luego, el riesgo disminuye, ya que los Estados con una proporción muy alta de exportaciones
primarias serían lo suficientemente ricos como para defenderse o disuadir a la oposición armada. Otra
posible explicación es que los grandes ingresos por recursos y la concentración de las exportaciones
ofrecen la posibilidad de "comprar" la paz social a través de agendas populistas y la cooptación, o
corrupción, de los opositores políticos.
Tanto la perspectiva de la abundancia de recursos como la de la escasez de los mismos
no toman en cuenta la naturaleza socialmente construida de los recursos, y al no hacerlo,
dejan de explicar por qué una abundancia o escasez de recursos valiosos no es un factor
de conflicto necesario o suficiente. Las gemas o el petróleo también pueden movilizarse
en desarrollos pacíficos, como es el caso respectivo en Botswana o Noruega, por
ejemplo. De manera similar, la escasez de recursos no impidió el desarrollo pacífico en
muchos países, siendo Japón frecuentemente citado como un ejemplo de un país
altamente desarrollado con pocos recursos.

La creación de recursos a partir de la dotación natural de la tierra es un proceso histórico


de construcción social; como señaló Zimmerman (1951), “los recursos no son; se
convierten”. Si la naturaleza es o no transformada en un recurso, está relacionado con
los deseos, necesidades y prácticas humanas; o, desde una perspectiva de economía
política, con las condiciones, medios y fuerzas de producción (Harvey, 1996). Los
diamantes son uno de los mejores ejemplos de un material inútil, excepto por las
propiedades industriales abrasivas y de corte, construidos (tanto económica como
discursivamente) como uno de nuestros recursos más caros, a través de la manipulación
de mercados por parte de un cartel y la manipulación de símbolos como la pureza, el
amor y la eternidad, a través del marketing. Económicamente, si es la escasez lo que
crea valor, la abundancia crea riqueza. Geográficamente, la escala de análisis es crucial:
en Angola hay, por ejemplo, una abundancia local de diamantes mundialmente escasos.
La escasez o la abundancia de recursos son, por lo tanto, también construcciones
sociales relativas. Estas construcciones sociales pueden evolucionar: los diamantes
ahora son reconocidos no solo como "las mejores amigas de las chicas" –como anuncian
los eslóganes publicitarios del cartel sudafricano de diamantes De Beers–, sino también
como los "mejores amigos" de los grupos beligerantes que arruinan países como
Angola, RD Congo, o Sierra Leona. La necesidad de preservar una imagen glamorosa
llevó a la industria de los diamantes a reaccionar rápidamente, al menos en términos de
relaciones públicas. El papel desempeñado por la extracción de diamantes y los ingresos
en varios conflictos africanos contemporáneos no es un fenómeno único ni reciente,
sino que está inscrito en la larga sucesión de extracción de "recursos" que reúne a redes
de élites locales, agentes comerciales transfronterizos y mercados globales, para
exportar esclavos, caucho, madera, café, minerales, petróleo o diamantes (Hochschild,
1998; Miller, 1988; Misser & Valle´e, 1997).

Dentro de los procesos históricos que moldean las economías políticas de la extracción
de recursos, varios factores participan en la reproducción y transformación de los
conflictos vinculados a los recursos. Estos últimos están relacionados con los efectos
distorsionadores de la dependencia de recursos valiosos en las sociedades, lo que
determina la conflictividad de este tipo de economías políticas. Además, la distribución
espacial y la posibilidad de saqueo de los recursos (expoliabilidad) son cruciales con
respecto a las oportunidades de los grupos beligerantes para tomar o retener el control
sobre los ingresos de los recursos. La economía política, la materialidad y la geografía
de los recursos pueden influir significativamente en la probabilidad y el curso de los
conflictos armados. En cambio, las necesidades y prácticas de la guerra han influido en
el patrón de explotación de recursos y el estado del ambiente. De esta manera podemos
hablar de una ecología política de la guerra.

Dependencia a los recursos y vulnerabilidad a los conflictos armados

La dependencia de los recursos es generalmente un producto histórico asociado con un


patrón de relación con la economía global, a través de los poderes coloniales, los
intereses comerciales transfronterizos privados y las élites nacionales. Hasta cierto
punto, la ayuda internacional también puede considerarse un recurso, en la medida en
que crea dependencia y puede formar parte esencial de las estrategias locales de
acumulación (por ejemplo, Ruanda, véase Uvin, 1998). A nivel de país, la dependencia
de los recursos se asocia a un bajo rendimiento económico y mayores desigualdades
socioeconómicas. Las economías pobres en recursos a menudo crecen más rápido que
las economías ricas en recursos (Sachs y Warner, 1995). Las economías de los países
ricos en recursos pueden verse afectadas por la "enfermedad holandesa", ya que los
mayores ingresos por exportaciones llevan a una apreciación de la moneda nacional que
afecta negativamente a los sectores productivos, que se reducen porque el talento y la
inversión se asignan al sector de recursos (primarios) y a las actividades que persiguen
rentas (la mayoría no comerciables), en lugar de actividades productivas menos
ventajosas (Ross, 1999). Los intentos del Estado para apoyar a través de subsidios a los
sectores diferentes del sector primario, a menudo resultan insostenibles cuando no
abordan la competitividad a largo plazo y son capturados por las entidades de gestión
(Karl, 1997).

Otros efectos económicos e institucionales perversos de la dependencia de los recursos


incluyen una alta exposición al shock externo, especialmente las fluctuaciones en los
precios de los commodities y el escaso crecimiento económico debido a un descuido de
los sectores secundario y terciario, y un bajo nivel de encadenamientos económicos –lo
que lleva a altos niveles de desigualdad en los ingresos, en ausencia de una política
fiscal efectiva de redistribución (Auty, 2001). La disponibilidad de la renta (obtenida del
recurso) a menudo se traduce en corrupción de las instituciones estatales, alta
ineficiencia económica y la subsidización de esquemas politizados, así como en la mala
gestión presupuestaria6. El pronóstico demasiado optimista de ingresos por recursos y el
uso de ingresos futuros como garantía para préstamos, a menudo conduce a un alto nivel
de endeudamiento que es difícil de reembolsar, no solo en caso de una caída del precio
de los commodities, sino también debido a la corrupción y la asignación de ingresos
públicos a actividades improductivas. Las asignaciones desproporcionadas e ineficientes
al sector de la seguridad resultan tanto de las oportunidades de corrupción que brindan

6
La corrupción se entiende como una violación de los deberes públicos por parte de intereses privados
cuando las reglas o normas definen de manera objetiva estos dos ámbitos. Sin embargo, la violación a
menudo tiene un carácter endógeno que cumple otras funciones además del simple interés financiero,
como el ordenamiento político. Para un examen de la corrupción como una forma extra-legal pero
institucionalizada de manejo de recursos naturales, vea Robin (2000).
los grandes contratos de armas, como del "dilema de la defensa de los recursos" (es
decir, la riqueza de los recursos en entornos locales o regionales inestables motiva el
aumento de la capacidad defensiva percibida como una amenaza por, tanto como un
elemento disuasorio contra potenciales oponentes).

Políticamente, las rentas de los recursos brindan a los líderes políticos un medio clásico
para mantenerse en el poder, al establecer un régimen organizado a través de un sistema
de patrocinio que recompensa a los seguidores y castiga a los oponentes (Bates, 1981;
Bryant & Parnwell, 1996). Los acuerdos institucionales y las redes clientelares
vinculadas al sector de recursos configuran así las políticas de poder. Tales regímenes
pueden despojarse de la pretensión de legitimidad popular eliminando la necesidad de
una amplia tributación a una economía formal diversificada, financiando un aparato de
seguridad represivo, y recompensando a un círculo cercano de partidarios. Las rentas
imprevistas pueden incluso permitir que los gobernantes extiendan este círculo
clientelar a la población general, como ocurre en muchos micro-Estados ricos en
petróleo, como Brunei o los emiratos del Golfo. Las rentas imprevistas también ofrecen
pocos incentivos para que los gobernantes desarrollen una economía diversificada que
podría dar lugar a fuentes alternativas de poder económico, que fortalezcan a los
competidores políticos. El riesgo de competencia política interna puede reducirse aún
más mediante la transferencia de la explotación del sector de recursos a empresas
extranjeras (por ejemplo, a través de esquemas de privatización); una medida que
también ofrece la ventaja de satisfacer a las instituciones financieras internacionales y
consolidar el apoyo político externo, incluso a través de intereses comerciales dirigidos
por una diplomacia "privada" (Reno, 2000). De manera más tenue, las poblaciones o los
grupos de interés que tienen impuestos leves, o no los tienen, pueden estar menos
preocupados por la falta de responsabilidad y la ilegitimidad gubernamental que
aquellos que sí tienen impuestos pesados.

Un estricto control económico y político de un sector de recursos dominante por parte


de la elite gobernante, deja poco margen para acumular riqueza y estatus fuera del
patrocinio estatal, especialmente en el caso de los exportadores de minerales. A medida
que aumenta la brecha de riqueza y poder entre los gobernantes y los gobernados,
también lo hace la frustración de los grupos marginados que ven el cambio político
como la única vía para satisfacer su codicia y aspiraciones, o expresar sus quejas. En
ausencia de un consenso político generalizado –el cual no puede ser mantenido
únicamente a través de una distribución de rentas y represión–, la violencia se convierte
para estos grupos en la principal, si no la única ruta a la riqueza y el poder. Por lo tanto,
los países que dependen de los recursos tienden a tener gobiernos depredadores que
sirven a intereses sectoriales y enfrentan un mayor riesgo de conflicto violento. Incluso
los gobiernos benevolentes están bajo la presión de la competencia por las rentas de los
recursos y tienen que negociar políticas económicas coherentes que maximicen el
bienestar a largo plazo contra la gestión de la tensión social (Auty, 2001). Esta
compensación da como resultado una inversión ineficiente y un bajo crecimiento, que –
si la renta del recurso resulta insuficiente para frenar las conflictivas demandas de
reforma–, aumenta la vulnerabilidad del Estado y las tensiones sociales, al tiempo que
reduce el costo de oportunidad de unirse a pandillas criminales o grupos rebeldes.

Conflictividad de los recursos y riesgo de conflictos armados

La transformación de la naturaleza en productos comerciables es un proceso


profundamente político; involucrando la definición de derechos de propiedad, la
organización del trabajo y la asignación de ganancias. El patrón de las relaciones
sociales, así como la calidad y la democracia o la legitimidad de las instituciones
determinan el riesgo de conflicto y el despliegue de la violencia. Si bien este proceso de
transformación puede ser pacífico y cooperativo, a menudo es conflictivo y la violencia
puede ser desplegada, ya sea en forma de fuerza física o por coerción y dominación. El
acceso a la cadena de valor de los commodities a menudo está estrechamente vinculado
a las identidades sociales, articulando en particular los derechos y las desigualdades
horizontales a lo largo de la etnicidad, la clase o la religión con la economía política de
un recurso. En el antiguo Zaire, el discurso de Kivutien sobre la resistencia (armada)
contra los “bandidos internacionales de Ruanda, Uganda y algunos hijos de la RD del
Congo para violar el país”, transforma radicalmente la visión de la economía informal al
exacerbar las divisiones étnicas y el riesgo de violencia física contra las empresas
dirigidas por los Tutsis (Jackson, 2001). Esta articulación de la identidad y los recursos
(incluido la territorial) es especialmente importante cuando la lucha misma forma parte
de la identidad y la economía política de los grupos sociales. Partiendo de Turton
(1992), el asalto de ganado proporciona a los pastores Mursi en Etiopía el propósito
económicamente gratificante de afirmar su identidad a través de la violencia.

La naturaleza de la violencia puede cambiar si los recursos involucran producción o


extracción. Con los recursos extraídos (por ejemplo, minerales), la violencia es más
probable que tome una forma física para lograr el control territorial o estatal, como fue
el caso de Congo Brazzaville sobre las rentas del petróleo en 1997. Con los recursos
producidos (por ejemplo, cultivos), la violencia usualmente toma más una forma
estructural, como modalidades coercitivas de trabajo o controles sobre el comercio. Esta
violencia estructural puede tener efectos secundarios que implican violencia física,
como una alternativa a otras expresiones de reclamo y formas cotidianas de resistencia
de bajo perfil, como robo o „arrastre de pies‟ (Scott, 1985). En Chiapas, la rebelión de
los grupos de autodefensa y el movimiento zapatista sirvieron principalmente para
responder a la violencia de una economía política local de abandono y marginación,
para desafiar el orden económico político neoliberal que la sostenía, y para atraer la
atención del gobierno y los medios de comunicación con el fin de mejorar su capacidad
negociadora (Harvey, 1998). En Ruanda, mientras que el rol de los escasos recursos
ambientales ha sido minimizado como causa directa del conflicto armado y el genocidio
que tuvo lugar a principios de la década de 1990, la dependencia del Estado y de
muchos agricultores de las exportaciones de café fue el principal factor estructural en el
debilitamiento estatal y en la radicalización de la política de exclusión materializada
asesinatos en masa (Uvin, 1996).

La conflictividad violenta de la explotación de los recursos está estrechamente


relacionada con la inviabilidad y la degeneración de los sistemas políticos –en general
por patrimonialismo o clientelismo– en "políticas del saqueo", por lo que "el objetivo
principal de los que compiten por un cargo político o por poder es el auto-
enriquecimiento" (Allen, 1999, p. 377). Si no se controlan las estructuras institucionales
–como los mecanismos anticorrupción o los esquemas de redistribución políticamente
sensatos –, sea por su carácter sesgado, por ser irrespetadas, o por su no existencia, las
prácticas más depredadoras de "política del saqueo" corren el riesgo de convertirse en
"políticas terminales del saqueo", de acuerdo a lo que Bayart (1990, pág. 106) ha
denominado „el camino somalí hacia el desarrollo‟. La combinación y la exacerbación
de la corrupción competitiva, la retirada del Estado (formal), la contraproductividad de
la violencia estatal, y el sectarismo pueden, en última instancia, provocar el estallido de
un conflicto armado y el colapso del Estado. En resumen, la violencia se convierte en el
principal medio de acción política, de acumulación económica o simplemente de
supervivencia. Esta exacerbación puede explicarse por la erosión económica o la crisis
que resulta de la corrupción y la mala administración, las sobrecargas que se generan
sobre las rentas, la exclusión del comercio internacional formal, los ajustes
estructurales, el aumento de las fuentes competitivas de patrocinio y el incremento de la
"conectividad" con las actividades delictivas internacionalizadas. La exacerbación
política incluye un mayor uso de la violencia ilegítima y privatizada, y el aumento de
políticas sectarias y excluyentes de base étnica o religiosa a medida que disminuye la
confianza y la fiabilidad en el Estado. La exacerbación económica de la "política del
saqueo" incluye un cambio hacia actividades cada vez más ilícitas pero rentables (por
ejemplo, el narcotráfico, el lavado de dinero) y el saqueo irresponsable de los recursos
disponibles, en su mayoría naturales. Hasta cierto punto, la viabilidad y la continuidad
entre el "saqueo" y la política "terminal" se encuentran en el carácter expoliable –su
expoliabilidad– de los recursos naturales.

Expoliabilidad de los recursos y oportunidades en los conflictos armados

La motivación y la financiación de conflictos se facilitan porque los productos


primarios a menudo son muy susceptibles de gravar y ser saqueados. Esta
expoliabilidad se debe en parte al hecho de que los recursos, y en particular los que se
obtienen de la extracción, a menudo son fácilmente accesibles para los gobiernos y los
rebeldes con una infraestructura burocrática mínima. Además, las actividades de
extracción de recursos están, en mayor grado que otras actividades económicas,
espacialmente fijadas. El negocio de la extracción de recursos tiene, por lo tanto, una
característica específica: no puede elegir dónde están los recursos. A diferencia de la
manufactura y hasta cierto punto la agricultura, las actividades de explotación de
recursos primarios no pueden ser reubicadas. Si bien las empresas de recursos pueden
decidir no invertir o desvincularse de sus operaciones actuales, generalmente sostienen
su acceso a dichos recursos y protegen sus inversiones pagando a "quienquiera que esté
en el poder" –desde unos pocos dólares para que un camión pase por un punto de
control hasta los bonos multimillonarios provenientes de las firmas de concesiones
pagados a los grupos beligerantes. Esta situación brinda amplias oportunidades para que
los contendientes internos desafíen a los gobernantes a través de un control directo
sobre áreas ricas en recursos, rutas de transporte o puntos de exportación, lo que lleva a
una división de los movimientos políticos en líneas determinadas por el interés
económico.

A medida que los recursos naturales ganan importancia para los grupos beligerantes, el
enfoque de las actividades militares se centra en áreas de importancia económica. Esto
tiene un efecto crítico en la ubicación de los conflictos, al incitar a los grupos rebeldes a
establecer fortalezas permanentes dondequiera que se encuentren los recursos y las rutas
de transporte, complementando así su estrategia tradicional de alta movilidad y
ubicación en las fronteras internacionales. Las economías de los conflictos armados,
incluidas las actividades comerciales, tienden a pasar de una economía de proximidad a
una economía de redes. Estas redes difusas y extensas involucran principalmente a
grupos privados, incluidos grupos del crimen organizado internacional, corporaciones
transnacionales y diáspora; pero también el liderazgo de los países extranjeros,
especialmente las antiguas potencias coloniales o regionales; y (en su mayoría
involuntariamente) los consumidores en los países importadores.

La naturaleza y la geografía de los recursos juegan un papel crucial en la configuración


de estas redes y, por lo tanto, de los conflictos. En primer lugar, lo hacen a través de la
producción de territorios que articulan la ubicación geográfica de los recursos con las
prácticas de su explotación en condiciones de conflicto armado. En resumen, cuanto
mayor sea la distancia o la dificultad de acceso desde el centro de control, mayor será el
costo del control y mayor será el riesgo de perder el recurso ante el adversario. En otras
palabras, es menos probable que un recurso cercano a la capital sea capturado por
rebeldes que un recurso cercano a una frontera. De este modo, los recursos pueden
clasificarse como próximos o distantes. Para tomar solo algunos ejemplos, las tierras de
pastoreo en los suburbios inmediatos de las capitales administrativas y los cuarteles del
ejército son favorecidas por los pastores, ansiosos por evitar la confrontación con los
asaltantes de ganado (por ejemplo, Uganda); las minas de gemas y los bosques en áreas
remotas o fronterizas tienden a ser invadidas por grupos rebeldes, y son integradas en su
economía de conflicto armado (por ejemplo, Camboya, Sierra Leona); y el petróleo en
alta mar, aunque esté aparentemente distante del centro de control, puede ser
monopolizado a través de contratos internacionales y la fuerza naval (por ejemplo, el
Golfo de Guinea). Cuanto mayor sea la disponibilidad de recursos valiosos en las
periferias, mayor será la probabilidad de conflicto prolongado7.

7
Para tomar el ejemplo de Angola, si el grupo rebelde UNITA quería controlar el petróleo en alta mar,
tenía que controlar el Estado y obtener el reconocimiento de las compañías petroleras. La UNITA ni
siquiera podía infligir daños importantes a los ingresos petroleros del gobierno, ya que la gran mayoría de
La segunda dimensión geográfica es la de la concentración. Se han identificado dos
categorías: recursos puntuales (o recursos de "fuente puntual") y recursos difusos (Auty,
2001). El primero se concentra en un área y en su mayoría incluye recursos explotados
por industrias extractivas (es decir, minería). El último está más extendido y en su
mayoría incluye recursos explotados por industrias productivas en grandes áreas (es
decir, agricultura, silvicultura y pesca). Aparte del aspecto puramente físico de esta
concentración espacial, el modo de explotación puede determinar el aspecto social de
esta concentración. Por ejemplo, las plantaciones suelen considerarse recursos
puntuales, ya que una pequeña cantidad de negocios del agro utilizan la mecanización y
los cercamientos para concentrar los beneficios, mientras que la agricultura de
subsistencia sigue siendo un recurso difuso.

Las otras dos dimensiones geográficas relevantes para la incorporación de los recursos
naturales en los conflictos son la fragmentación y la periferización. Durante los
conflictos, la sociedad y las actividades económicas se ven afectadas por una
fragmentación –o contracción y circunscripción– en la distribución de las poblaciones y
las actividades económicas. Las poblaciones tienden a reagruparse en las áreas más
seguras, dejando vastas regiones despobladas. Esto lleva a una reconfiguración de las
actividades económicas y las estructuras sociopolíticas. Las actividades económicas
propias de los tiempos de paz se contraen y se circunscriben tanto geográfica como
estructuralmente, con un cambio desde la producción a los servicios, lo que resulta en el
crecimiento de actividades informales. Esta fragmentación tiene un impacto importante
en las economías de conflicto armado basadas en recursos, ya que los líderes pueden
enfrentar dificultades para mantener a sus aliados y controlar a sus subordinados. A
menos que el liderazgo pueda monopolizar los medios de intercambio (por ejemplo,
vehículos, aeropuertos, carreteras, cuentas bancarias, autorizaciones de exportación,
intermediarios, importadores) entre un recurso y la economía abierta, hay un espacio
económico disponible para que sus aliados y subordinados se vuelvan autónomos a
través de actividades comerciales o delictivas basadas en recursos locales. El riesgo
inherente de la apropiación privada puede socavar la confianza y dar lugar a
enfrentamientos entre los miembros de un grupo armado. De manera más general, es
probable que este patrón de flujo de recursos debilite la disciplina y las cadenas de
mando. En contraste, cuando los recursos se incorporan al conflicto desde fuera, como
en el caso de la Guerra Fría, los líderes pueden mantener la coherencia de sus

los campos petroleros se encontraban en alta mar. De manera similar, si el gobierno quería controlar los
diamantes, tenía que asegurar un monopolio de acceso sobre un vasto territorio. A pesar de que las
principales minas se concentran en el noreste, los diamantes aluviales se pueden encontrar en muchos
lechos de ríos en un enorme territorio cubierto por arbustos y actividades de guerrilla, y son accesibles
para un gran número de empresas e incluso pequeños grupos de garimpeiros -buscadores independientes
(de Boeck, 1998). Aunque difuso por la geografía y el modo de producción, el control estricto que ejerce
la UNITA sobre los garimpeiros y las minas en algunas regiones es tal, que los diamantes también pueden
considerarse un recurso puntual con respecto a la concentración de los beneficios. Si se hubieran
encontrado diamantes sólo en las fosas de Kimberlita, como en Botswana, o en el lecho marino a lo largo
de la costa, como en Namibia, el acceso a los diamantes por parte de UNITA hubiera sido complicado,
por no decir imposible.
movimientos armados mediante el control estricto del flujo de recursos extranjeros a sus
aliados y subordinados. Como señaló un comandante del Khmer Rouge:

El gran problema de obtener fondos de nuestros negocios [en lugar de China] fue
evitar una explosión del movimiento porque a todo el mundo le gusta hacer
negocios y los soldados se arriesgan más a hacer negocios que a pelear8.

Para prevenir tal explosión o fragmentación, los movimientos armados apoyan


plenamente a los soldados y sus familias para que los negocios no prevalezcan en los
combates. El liderazgo también puede mantener la autoridad mediante la coerción, el
carisma y las ideologías fuertes, o adoptar medidas radicales, como la disciplina estricta,
las sanciones severas, el reclutamiento forzado (especialmente de niños), el
adoctrinamiento dentro del movimiento y la represión violenta de la población. Estas
medidas también son utilizadas por los líderes para contrarrestar otros efectos como la
corrupción y la codicia que se desarrollan dentro del movimiento.

La fragmentación de un conflicto está asociada con la periferización de las redes


económicas a medida que el comercio interno se vuelve cada vez más riesgoso y es
reemplazado por el comercio transfronterizo. Esto, a su vez, agrava la fuga de capitales
y la dependencia de las importaciones, característica de las economías ricas en recursos.
Las ciudades fronterizas y las pasarelas comerciales internas adquieren una nueva
importancia, lo que lleva a una periferización y fragmentación del poder político. Esta
periferización también afecta a las poblaciones. La diáspora y los refugiados pueden
considerarse como "poblaciones de satélites" resultantes de esta periferización.
Entonces puede surgir una "periferia central" cuando grandes poblaciones de refugiados
bajo el control de facciones políticas se convierten en nuevos centros de poder (por
ejemplo, Khmer Rouge en Tailandia, las milicias ruandesas hutu en Zaire / RD Congo,
o el Mujihadeen afgano en Pakistán).

La fragmentación y la periferización juntas configuran nuevos territorios que se


extienden a través de escalas, por medio de las economías de red que vinculan, por
ejemplo, a los rebeldes del FRU en Sierra Leona con compradores de diamantes en
Nueva York. Dicha red incluye empresas privadas e intermediarios involucrados en la
explotación y comercio de recursos, pero también se extiende a las autoridades
nacionales y extranjeras. En Angola, los diamantes de UNITA no solo permitieron que
el movimiento rebelde comprara armas, sino que también obtuviera el apoyo
diplomático y logístico de los líderes políticos regionales cuya "amistad" con Savimbi
se apoyaba en parte en intereses comerciales, como ocurrió con el Jefe de Estado en
Burkina Faso o Togo (UNSC, 2000). En Camboya, la red de apoyo de los rebeldes de
Khmer Rouge incluía el liderazgo del gobierno de Camboya, su adversario en el
conflicto armado, pero el agente que autorizaba sus exportaciones de madera a
Tailandia (Le Billon, 2000c). De manera similar, en Birmania, el régimen SPDC /
SLORC estableció un sistema de impuestos sobre las exportaciones de madera a
Tailandia por parte de los insurgentes. De manera más informal, los controles laxos a
8
Entrevista con el autor, Cambodia, Enero 2001.
las licencias de exportación de diamantes por parte del gobierno de Angola permitieron
a UNITA vender diamantes a través de canales gubernamentales, con grandes
beneficios para los funcionarios y los intermediarios que facilitan este lavado (Global
Witness, 1999a). En este tipo de relación "agresiva-simbiótica", las partes opuestas
pueden tener interés en prolongar un estancamiento rentable de la situación militar con
el fin de preservar los intereses económicos que podrían verse amenazados por una
victoria total y la paz subsiguiente9. Finalmente, las redes de comercialización
involucran a los consumidores en países importadores. En este sentido, dado su carácter
oscuro y/o altamente diversificado, como en el caso de los diamantes producidos en
Angola o Sierra Leona, es necesaria una gestión responsable de la cadena de suministro
por parte de la industria para garantizar que ningún producto que finalice en el mercado
internacional haya participado en la financiación de este tipo conflictos.

Una tipología de conflictos armados vinculados a recursos

Es probable que los recursos influyan en el tipo de conflicto violento que es requerido y
factible para lograr objetivos políticos y económicos. Si bien esta lectura bidimensional
de los conflictos armados tiene límites y advertencias obvios dada su
multidimensionalidad, la Tabla 1 presenta una tipología tentativa que asocia la geografía
y la economía política de los recursos con conflictos específicos, proporcionando
ejemplos.

Tabla 1
Relación entre la naturaleza/geografía de los recursos y el tipo de conflicto
Puntuales Difusos
Próximo Control del Estado / Golpe de Rebelión / Disturbios
Estado /
El Salvador (café)
Argelia (gas) Guatemala (tierras de cultivo)
Angola (petróleo) Israel-Palestina (agua dulce)
Chad (petróleo) México (tierras de cultivo)
Congo – Brazzaville (petróleo) Senegal – Mauritania (tierras de cultivo)
Irak – Irán (petróleo)
Iraq – Kuwait (petróleo)
Liberia (mineral de hierro, caucho)
Nicaragua (café)
Ruanda (café)
Sierra leona (rutilo)
Distante Secesión Caudillismo armado

Angola / Cabinda (petróleo) Afganistán (opio)


Cáucaso (petróleoº) Angola (diamantes)
DR. Congo (cobre, cobalto, oro) Birmania (opio, madera)
Indonesia (petróleo, cobre, oro) Cáucaso (drogas)
Maroco / Sahara Occidental (fosfato) Camboya (gemas, madera)
Nigeria / Biafra (petróleo)

9
Estoy en deuda con la Dra Karen Bakker por este término.
Papua Nueva Guinea / Bougainville Colombia (cocaína)
(cobre)
DR. Congo (diamantes, oro)
Senegal / Casamance (marihuana)
Kurdistan (heroina)
Sudán (petróleo)
Líbano (hash)
Liberia (madera, diamantes, drogas)
Peru (cocaína)
Filipinas (marihuana, madera)
Sierra leona (diamantes)
Somalia (plátanos, camellos)
Tadjikistan (drogas)
Antigua Yugoslavia (marihuana, madera)

La relación entre la naturaleza de un recurso, su ubicación y concentración o el modo de


producción, y los conflictos, es compleja y estas hipótesis necesitan más investigación.
Sin embargo, esta evaluación básica indica que un recurso puntual puede ser más
fácilmente monopolizado que un recurso difuso, pero que su conveniencia generalmente
lo hace vulnerable a la disputa y, a menudo, depende del reconocimiento internacional
para la movilización de inversionistas, de ahí la probabilidad de un golpe de Estado o
una secesión, dependiendo de la proximidad relativa (del recurso). Las recompensas del
control de recursos son maximizadas por los insurgentes cuando los recursos son
fácilmente accesibles y comercializables, y suficientemente valiosos, como los recursos
difusos distantes, de ahí la asociación con el caudillismo armado. Finalmente, es más
probable que los recursos difusos próximos que involucren a un gran número de
productores conduzcan a una rebelión o disturbios en los centros de poder cercanos
(capital provincial o nacional). Gran parte de la literatura sobre ecología política de los
recursos y conflictos se ha ocupado de recursos próximos y difusos (el cuadrante
superior derecho de la tabla) y, por lo tanto, se ha centrado en los conflictos
caracterizados por la rebelión y los disturbios. Los tres tipos restantes de conflicto
(control estatal violento, secesión y caudillismo) han recibido menos atención y serán
considerados a continuación.

Recursos y control violento del Estado

En los países dependientes de los recursos, las rentas obtenidas de estos constituyen "el
premio" por el control del Estado y pueden llevar a violentas pugnas por el gobierno,
como son los intentos de golpe por parte de movimientos populistas que buscan una
reparación política. En Venezuela, la elección presidencial del líder de un fallido golpe
de Estado demostró el nivel del reclamo de la mayoría de la población contra la
corrupción y la mala gestión de los considerables ingresos petroleros de ese país.
Alternativamente, las pugnas por el control estatal pueden estar motivadas por la codicia
de las élites competidoras. En Liberia, la búsqueda del poder por parte de Charles
Taylor en 1989 orientó en primer lugar la sede del poder en la capital, Monrovia. No
pudiendo hacerlo debido a la intervención de tropas internacionales, no obstante, logró
establecer su gobierno en la mayor parte del país, al tomar el control de sectores
lucrativos, no solo en su país (caucho, madera y mineral de hierro), sino también en la
vecina Sierra Leona (diamantes) al apoyar al Frente Revolucionario Unido (Alao, 1999;
Reno, 1998; Atkinson, 1997; Zack-Williams, 1999). En el Congo Brazzaville, el golpe
del ex presidente Denis Sassou Nguesso contra el presidente electo Pascal Lissouba, que
degeneró en un conflicto civil armado en 1997, estuvo estrechamente relacionado con el
control de la renta petrolera (Verschave, 2000). En Argelia, aunque las agendas políticas
fueron predominantes, el conflicto por el control estatal entre el régimen político-militar
y los "fundamentalistas" musulmanes elegidos democráticamente, también estaba
vinculado a los ingresos del petróleo y el gas (Muller-Mahn, 1995). Por un lado, los
reclamos populares contra el régimen se asociaron en gran medida con su mala gestión
de la caída de los ingresos de exportación de petróleo y gas. Por otro lado, la oligarquía
argelina se mostró renuente a devolver el poder al partido musulmán ganador de las
elecciones, ya que la principal fuente de riqueza era la renta petrolera controlada por el
Estado.

Recursos y secesión violenta

Los recursos también pueden motivar las secesiones en regiones con abundancia de los
mismos. En este caso, la captura del „premio‟ no requiere el control del país, sino sólo la
soberanía de facto de las áreas necesarias para el control de los recursos y el comercio.
De este modo, los recursos pueden influir enormemente en el control, la transformación
y la producción de territorios. Al igual que los conflictos por el control estatal, las
agendas políticas populares o las iniciativas impulsadas más que todo por la codicia
personal, pueden motivar a las secesiones. La probabilidad de secesión política aumenta
cuando se percibe que los "forasteros" extraen recursos "locales" sin compartir la
riqueza, y cuando las poblaciones locales son desplazadas por la industria extractiva o
sufren sus costos ambientales. La distribución de beneficios y externalidades ha
impulsado la secesión y las rebeliones de Biafra en la región del Delta de Nigeria, Aceh
en Indonesia y el enclave de Cabinda en Angola, por nombrar solo algunos ejemplos de
conflictos en las regiones más ricas en petróleo. Si bien muchas de estas secesiones
tienen una base política indígena, actores nacionales o externos manipulan las
identidades políticas locales para los intereses comerciales y también motivan estas
acciones. El ejemplo más evidente es el de la secesión de Katanga en el antiguo Zaire.
Esta región fue inventada políticamente por los intereses belgas y anglosajones para
asegurar un control sobre sus minas de cobre. A raíz de la independencia, fue utilizado
por líderes políticos indígenas ansiosos por distanciarse de Kinshasa (Balancie y de La
Grange, 1999; Fairhead, 2000). El temor a la secesión también puede llevar a una severa
represión por parte del gobierno central. El sur de Sudán, con su conflicto por el
petróleo, las tierras de pastoreo y el ganado, es un ejemplo de cómo el control de los
recursos puede jugar en las agendas de la secesión (Nyot Kok, 1992; Keen, 1994). El
intento de los insurgentes en la isla de Bougainville para separarse de Papua Nueva
Guinea, estuvo en parte relacionado con el control de los ingresos del cobre (Boge,
1998).
Recursos y caudillismo armado

Varios conflictos armados contemporáneos se caracterizan ahora por un alto grado de


fragmentación o destrucción. Estos no son tanto conflictos de secesión en un sentido
político, sino la expresión de un fenómeno de caudillismo armado en el que áreas de
soberanías de facto son frecuentemente definidas por intereses comerciales, como el
control de una mina, bosque o valle de producción de drogas, en asociación con factores
geográfico/militares (ver abajo). El término "señor de la guerra" define a los hombres
fuertes que controlan un área a través de su capacidad para hacer la guerra, y que no
obedecen a las autoridades superiores (centrales). El poder y la capacidad de un señor
de la guerra para mantener a raya a débiles autoridades centrales y los grupos en
competencia dependen en gran medida de una economía de guerra, que a menudo
incluye su integración en redes comerciales internacionales. Los grupos en disputa
pueden incluir élites en competencia (por ejemplo, políticos marginados u oficiales
militares), grupos sin derechos (por ejemplo, jóvenes desempleados), o generalmente
una combinación de ambos. En Liberia y Sierra Leona, el caudillismo armado y el
comportamiento depredador de los "sobeldes" (es decir, el soldado de día, el rebelde de
noche) fue en parte el resultado de la apropiación de la violencia callejera por parte de
las élites políticas, que reclutan y despliegan a matones empobrecidos y delincuentes
que, a su vez, adoptaron y difundieron el espíritu económico depredador de la clase
política (Kandeh, 1999). La intervención externa, en forma de ejércitos extranjeros o
gubernamentales, es bastante frecuente en tales situaciones, ya sea para hacer cumplir la
paz o, en general, para asegurar los enclaves de recursos (Cilliers y Mason, 1999;
Musah y Fayemi, 2000). En la antigua Yugoslavia, las autoproclamadas "repúblicas" en
Croacia y Bosnia, estaban altamente fragmentadas y frecuentemente controladas por las
élites republicanas asociadas con grupos criminales (Bojicic y Kaldor, 1997). En el lado
serbio, las agendas económicas personales de los hombres fuertes locales impidieron la
centralización de una economía de conflicto armado. Esta fragmentación, a su vez,
redujo la eficiencia de las "repúblicas serbias" (pero probablemente no la escala de los
crímenes de guerra) y corrompió la política local, impidiendo así la consolidación de
una «Gran Serbia». Del mismo modo, en el lado musulmán, una facción con sede en
Bosnia occidental, financiada –y en parte motivada– por sus actividades comerciales
con croatas y serbios, se opuso militarmente al gobierno de Izetbegovic, con sede en
Sarajevo.

Inclusión, exclusión y criminalización


La tipología presentada anteriormente permite la inserción de una perspectiva
geográfica en el debate sobre las guerras de recursos, que causan tanta preocupación en
el período posterior a la Guerra Fría. En particular, la consideración de la distribución
espacial de los recursos (puntuales o difusos, próximos o distantes, en una variedad de
escalas) permite un análisis de los conflictos que históricamente han estado más allá del
alcance de los ecologistas políticos. Un enfoque ampliado de la ecología política
también permite una reformulación de los argumentos dominantes en las guerras de
recursos contemporáneas. En lugar de simplemente ser impulsado por la necesidad
(escasez de recursos) o la codicia (abundancia de recursos), los conflictos pueden ser
vistos como un producto histórico inseparable de la construcción social y la economía
política de los recursos. El despliegue del conflicto como un proceso implica la
reestructuración de las políticas y las redes comerciales a medida que los países se
incorporan (selectivamente) a la economía global, a menudo en forma de enclaves de
recursos, en una relación mutuamente dependiente que alienta y sostiene los conflictos
armados, ya que la fuente de poder no se convierte en legitimidad política sino en un
control violento sobre los nodos clave de la cadena de productos básicos.

Desde esta perspectiva, la dependencia de recursos se entiende como un producto


histórico. La dependencia no solo está determinada por las circunstancias geográficas –
el "regalo" de la naturaleza– que figuran tan prominentemente en los argumentos de las
„guerras por escasez de recursos‟ o por abundancia de ellos, sino también por la
creación de mercados y cadenas de productos asociados, basadas en la construcción
social de recursos apetecidos. Aunque existe un cierto grado de determinismo ambiental
con respecto a las oportunidades que brindan a los actores sociales las condiciones
ambientales específicas, la dependencia está ampliamente insertada, y por consiguiente,
moldeada por las economías políticas glocales, que articulan patrones "locales" de
explotación de recursos con mercados "globales" (Swyngedouw, 1997). Muchos países
han ido más allá de la dependencia de las exportaciones de productos primarios. De
manera similar, muchos países dependientes de la exportación de materias primas
resuelven conflictos potenciales por medios no violentos. El carácter persistente de la
dependencia y la violencia de quienes no la han logrado revertir, demuestra
esencialmente el resultado de las relaciones de poder entre y dentro de los países
(Migdal, 1988), así como los procesos sociales distintivos que resultan del desarrollo de
recursos extractivos o productivos específicos (Bunker, 1985)10.

La importancia de los recursos naturales y el carácter violento de su incorporación a la


economía global son síntomas de un proceso histórico de globalización que responde a
una lógica neoliberal de consolidación y exclusión, en lugar de expansión e
incorporación (Castells, 1996; Hirst & Thompson, 1996). Sin embargo, esta "exclusión
liberal" que afecta a muchas regiones del Sur no es, sin embargo, sinónimo de vacío. El
Sur se ha reintegrado efectivamente en el sistema-mundo liberal a través de una
inclusión "no liberal" que consiste en la difusión y profundización de todo tipo de
actividades transfronterizas paralelas y en las sombras, muchas de las cuales requieren a
su vez formas específicas de gobernanza (Duffield, 1998). Muchas de estas actividades
giran en torno a mercados paralelos, evasión de impuestos y esquemas de contrabando,
algunos de ellos relacionados con el tráfico de drogas, el lavado de dinero y la
migración ilegal. El carácter ilícito de los productos o servicios involucrados, así como

10
Una discusión del concepto político económico de "dependencia" está más allá del alcance de este
documento (para una discusión, ver Hout, 1993; Altvater, 1998).
la violencia ilegítima desplegada en la economía informal, se han interpretado como una
"criminalización" del Sur (Bayart et al., 1999). Si bien este paradigma tiene algo de
verdad, vale la pena señalar que muchas de estas economías informales son moralmente
benignas y socioeconómicamente rentables. De hecho, millones de personas en el Sur
dependen de estas. Además, el posible carácter criminal de algunas actividades debe
juzgarse de acuerdo con los criterios de legitimidad locales. Finalmente, lejos de ser
anárquicas, la economía política de estas actividades responde a formas
(des)organizadas de autoridad y legitimidad, con actores locales que instrumentalizan el
"desorden" en su beneficio (Chabal y Daloz, 1999). El proceso de 'criminalización' debe
entenderse como nuevas formas de redes glocales y patrones innovadores de integración
extra-legal y no-formal Norte-Sur, que generan nuevos sistemas de legitimidad en el
Sur, que involucran modos violentos y no violentos de mediación, y que responden en
parte a una adaptación al impacto de los ajustes estructurales, la disminución de los
términos de intercambio y el desinterés de los antiguos estados patronos (Clapham,
1996).

Como muchas de estas actividades involucran oficiales tanto del gobierno como de la
oposición armada, la gobernanza y la insurgencia son descritas como "criminalizadas",
lo que representa el riesgo de despolitizarlos. Esta criminalización se produce
especialmente cuando el control y la comercialización de productos ilícitos requieren
que los grupos beligerantes desarrollen asociaciones con redes delictivas para facilitar el
comercio internacional o las ventas minoristas. La criminalización de los procesos
políticos se basa en la voluntad de ganar o mantener el poder por todos los medios, ya
que no solo se acumula riqueza, sino que la simple supervivencia está en juego, como lo
demostró el reciente asesinato del Presidente Kabila. A medida que las fuerzas armadas
públicas y privadas se multiplican y desarrollan intereses comerciales, la violencia no
sólo se usa en las relaciones de poder de alto nivel, sino que se convierte en un "truco
sucio" o una forma de "debrouillardise" (inteligencia / ingenio) como cualquier otra en
las relaciones cotidianas (Bayart et al., 1999). La política del saqueo se puede sostener
económicamente con mayor facilidad mediante la disponibilidad de recursos
expoliables, en su mayoría recursos naturales valiosos que atraen a socios comerciales,
y sin recurrir sistemáticamente a la violencia política, siempre que la violencia sea en sí
misma criminalizada y pierda su significado político. La criminalización y la política
del saqueo no son, por lo tanto, procesos unidireccionales con conflictos armados como
su punto muerto ineludible. Dependiendo en gran medida del contexto económico
internacional en el que se encuentran, los grupos sociales pueden entrar y salir de la
criminalización; un argumento que es apoyado por una coalición flexible de defensores
de la (re)integración económica, condonación de deudas y levantamiento de
condicionalidades.

La interpretación anterior se basa en el concepto de "mala gobernanza", que caracteriza


a los Estados "débiles" o "fallidos". Mientras que los países en desarrollo que disfrutan
de una "buena gobernanza" son considerados para la integración, aquellos afectados por
la "mala gobernanza" se consideran países propensos a conflictos "caóticos" y una
nueva plaga que requiere su exclusión. Esta concepción se ha introducido en el
paradigma de una “venidera anarquía [peligrosa]” que se deriva de la corrupción de la
gobernanza y la escasez de ingresos (Kaplan, 1994). Estas opiniones responden, y al
mismo tiempo refuerzan, el proceso dual de exclusión y criminalización, lo que resulta
en una inclusión criminal en los mercados globales, creando una dependencia aún
mayor de los recursos que se pueden saquear, ya sean lícitos o ilícitos. Sin embargo, el
costo que se cobra a las poblaciones a través de la violencia y la pobreza no siempre
está relacionado con el carácter "criminal" o "ilegal" de esta inclusión. Las personas
pueden, por ejemplo, estar en mejores condiciones cuando están protegidas por los
señores de la guerra locales que se ocupan de narcóticos –por no mencionar sus propios
beneficios económicos derivados de la producción o el tráfico de drogas– que cuando
están sujetas a un régimen corrupto y opresivo que trata “legalmente” con petróleo. Para
las poblaciones, el problema está menos arraigado en la "criminalidad" que en sus
consecuencias, en términos de vulnerabilidad económica e institucional; por ejemplo, la
vulnerabilidad de los Estados criminales o "canallas" a los regímenes de sanciones
internacionales –que irónicamente extienden a menudo la criminalización, al hacer que
actividades ilícitas sean normales en la economía y empujando al Estado a involucrarse
con bandas criminales para ejecutar operaciones de contrabando (Kopp, 1996).

Impidiendo la paz

Las agendas económicas asociadas con la explotación de recursos también pueden


influir en el curso de los conflictos a través de su "criminalización", ya que las
motivaciones financieras pueden llegar a anular a las políticas11. El interés financiero
puede motivar a soldados individuales, comandantes locales y sus partidarios políticos a
mantener conflictos rentables asegurando así su participación en la riqueza de recursos.
Este 'free-lancing' y la anarquía concomitante generalmente resultan en una
competencia violenta. Sin embargo, también puede involucrar re-acomodos entre
facciones opuestas que encuentran beneficio mutuo en un "confortable estancamiento
militar", dejando al territorio y su población en una situación de conflicto no armado sin
paz; esto es, una situación de conflicto "estable" (Zartman, 1993). Mientras que esta
situación puede reducir la intensidad de la guerra, la participación que tienen los grupos
beligerantes para mantener un status quo de derecho basado en la violencia, a menudo
impide reformas políticas y económicas exitosas y una rápida transición hacia una paz
sostenible. Un estado de conflicto armado proporciona a los beligerantes derechos y

11
El término criminalización debe entenderse como un cambio de las economías de conflicto armado que
protegen los intereses básicos de las poblaciones (por ejemplo, a través del racionamiento de alimentos) a
las economías de conflicto armado que depredan o descuidan a las poblaciones. Además, los conflictos
armados por los recursos pueden parecer más criminales que los conflictos armados por el poder porque
no están motivados ni legitimados políticamente por una parte de la "comunidad internacional"; sin
embargo, en un sentido legal y moral, es el uso de la violencia como un instrumento de poder contra los
civiles lo que es criminal (por ejemplo, los Convenios de Ginebra). En este sentido, los conflictos
armados tanto de recursos como de poder comparten un carácter criminal común.
oportunidades económicas y políticas que no pueden lograrse mediante la paz o incluso
la victoria (Kaldor, 1999). De hecho, es probable que la paz erosione las fuentes de
sustento de las partes beligerantes: el miedo y el odio, así como la represión
"legitimada", en el ámbito político; así como la asistencia externa y una violenta
transferencia de activos, en el ámbito económico. Además, los intereses arraigados
asociados con la captura de rentas, junto con la dificultad de revertir los efectos
económicos perversos, pueden resultar en una falta de consenso político para impulsar
una reforma. En caso extremo, incluso un líder comprometido con un acuerdo de paz
puede no ser capaz de garantizar su cumplimiento por parte de seguidores y
subordinados, más influenciados por sus ganancias económicas personales que la
estructura de autoridad en el grupo armado (Keen, 1998).

Además, la riqueza de recursos puede debilitar el aprovechamiento de las iniciativas de


paz externas. La comunidad internacional a menudo carece de cohesión, disposición o
influencia para forjar un consenso. El acceso a los recursos actúa como un factor de
división entre los actores internacionales. Los actores bilaterales se inclinan a acomodar
los intereses nacionales en contra de las reformas, con el fin de obtener beneficios
comerciales, en particular para sus corporaciones. Además, la capacidad de los grupos
beligerantes para aprovechar el flujo financiero privado disminuye el potencial
apalancamiento de las agencias multilaterales (por ejemplo, el FMI, las Naciones
Unidas) ejercidas a través de subvenciones y préstamos. En muchos conflictos armados
contemporáneos, los flujos de capital privado adquieren una mayor importancia que la
asistencia extranjera, especialmente en comparación con los conflictos en la era de la
Guerra Fría. Este capital privado es sumamente irresponsable en el sistema político
internacional actual, ya que le da más peso a los intereses comerciales de las empresas
transnacionales que a las víctimas de conflictos (Le Billon, 2001a). La falta de
influencia de las instituciones multilaterales es ventajosa para las corporaciones
comerciales internacionales, las empresas de seguridad privada y los actores bilaterales
con intereses en la explotación de recursos (por ejemplo, Pakistán en Afganistán,
Liberia en Sierra Leona, Rusia en Chechenia, Zimbabwe en RD Congo).

La actitud cínica o permisiva de los actores externos está siendo desafiada cada vez más
por la sociedad civil, las ONG de apoyo y los organismos gubernamentales e
intergubernamentales. Una mayor responsabilidad empresarial y gubernamental en la
prevención y resolución de conflictos tiene mucho que ver con su complicidad en el
mantenimiento de las economías de conflicto armado, especialmente en el sector
extractivo. En el sector petrolero, por ejemplo, el juicio de Unocal por complicidad en
los abusos de los derechos humanos en Birmania, las críticas contra las compañías
francesas Elf y Total en África o Birmania, y la controversia sobre el rol de la compañía
canadiense Talisman, apuntan a la posible acusación de empresas que motivan o apoyan
regímenes coercitivos e ilegítimos (Harker, 2000; Nelson, 2000; Verschave, 2000). Las
ONG locales e internacionales desempeñan un papel importante al solicitar una mayor
transparencia y responsabilidad por parte de las empresas internacionales, y pueden
tomarse medidas con respecto a conflictos específicos de financiamiento de
commodities. Por ejemplo, las investigaciones sobre redes de comercialización pueden
revelar los actores y mecanismos que vinculan la explotación de los recursos naturales
en los países en guerra y el consumo en los países ricos (Hartwick, 1998; Le Billon,
1999). Una gestión responsable en la cadena de suministro por parte de la industria
debería garantizar que ningún producto que termine en el mercado internacional haya
participado en la financiación de este tipo de conflictos. El cartel de los diamantes De
Beers, se comprometió a tomar tales medidas y existe una creciente presión dentro de la
industria de este mineral para reformar sus prácticas12. A nivel gubernamental e
intergubernamental, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas también está
tomando medidas para que los Estados miembros apliquen "sanciones inteligentes", en
particular mediante el establecimiento de paneles de expertos de investigación y
mecanismos de supervisión que tienen la responsabilidad principal de "nombrar y
avergonzar" a quienes cometen las sanciones13.

Como ejemplo de éxitos relativos, Global Witness, una ONG británica, participó en la
reducción del comercio de madera y diamantes, que mantenían el Khmer Rouge en
Camboya y UNITA en Angola, respectivamente (Global Witness, 1999a, b). Tanto las
campañas de las ONG como los informes del Consejo de Seguridad de la ONU sobre
los diamantes en 'conflicto' o 'de sangre', han elevado el perfil de este problema, al
tiempo que han tenido cuidado de no socavar la parte legítima de un negocio que
emplea a cerca de 800.000 personas solo en la India14. Hasta ahora, las ventas de
diamantes no han disminuido, sino que han aumentado, y la industria de este mineral
puede felicitarse por evitar el tipo de protesta pública que puso de rodillas a la industria
de las pieles 'sangrientas' en la década de 1980. Las víctimas de los conflictos armados
en varios países africanos tienen menos para regocijarse. Si los compradores éticos se
tranquilizan con certificados que afirman que los diamantes ofrecidos, como signo de
amor puro y eterno, serán libres de "sangre", muchos comerciantes y clientes
continuarán participando en el turbio negocio de gemas que alimenta varios conflictos
en África, pero también en Birmania, Camboya o Colombia. Si bien es raro que a las
empresas privadas y los gobiernos les interesen en el corto plazo denunciar las
violaciones que generan tales prácticas, a sus intereses de largo plazo les conviene
abordar el problema, ya que las industrias y los productos "sucios" pueden verse
afectados por grupos de presión y el boicot de consumidores. Las corporaciones
privadas, ya sean nacionales o internacionales, deben asumir su papel político y adoptar
una postura moral al demostrar su "ciudadanía". Sin embargo, tales posiciones no deben
ser utilizadas cínicamente por las compañías del primer mundo para excluir a los
competidores en el Tercer Mundo; por ejemplo, caracterizando los diamantes africanos
en general como diamantes de "sangre", y los de los países desarrollados (por ejemplo,
Australia y Canadá) como "limpios". Los recursos producidos por las multinacionales
tampoco deben considerarse sistemáticamente "propensos a la paz" y los artesanales
12
Véase, por ejemplo, el sitio web del Consejo de Seguridad de la ONU
http://www.globalpolicy.org/security/issues/diamond.
13
Funcionario del Departamento de Asuntos Políticos de la ONU, entrevista con el autor, marzo de 2001.
14
Audiencia exploratoria del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre la implementación de la
Resolución 1306, agosto de 2000.
"propensos a los conflictos"; con el riesgo de socavar a los productores locales a
pequeña escala, como ocurrió en Camboya, resultado de la represión de la tala a
pequeña escala, en su mayoría llevada a cabo por soldados auto-desmovilizados y
migrantes estacionales (Le Billon, 2000c).

Como el acceso o control sobre los recursos descansa sobre la violencia y el estado de
conflicto armado, la resolución a corto plazo de estos últimos requiere a menudo un
acuerdo preliminar sobre el intercambio de recursos, incluso para los comandantes
locales y los soldados de infantería, que de otro modo podrían resistirse para preservar
sus derechos. Las soluciones a largo plazo pasan por reformas constitucionales y
prácticas corporativas que garantizan que la participación de las poblaciones en los
recursos haga obsoleto el control de las rentas estatales para el enriquecimiento personal
y la supervivencia política (violenta); una diversificación de la economía, que depende
en gran medida de una reforma del comercio internacional; así como las formas de
gobernanza local que dependan menos de la corrupción y las actividades delictivas (Le
Billon, 2001b). Las iniciativas para prevenir y resolver conflictos armados deben
comprender mejor y abordar el papel de los recursos en la economía política de los
conflictos y desafiar los intereses propios de los actores involucrados, ya sean soldados
de infantería, caudillos, políticos o multinacionales. Sin embargo, si bien la
diversificación económica y un mayor acceso a los mercados internacionales, los
esquemas justos y transparentes de asignación de ingresos por recursos, la asistencia
sostenida durante los períodos de crisis y las sanciones dirigidas contra las rentables
economías de los conflictos armados, han estado en las agendas de desarrollo y
construcción de la paz, en gran medida siguen estando pendientes para ponerse en
práctica.

Conclusiones

Los conflictos armados y los recursos naturales pueden relacionarse directamente de dos
formas principales: conflictos armados motivados por el control de los recursos y
recursos integrados en la financiación de los conflictos armados. Si bien pocas guerras
están motivadas inicialmente por conflictos por el control de los recursos, muchas
integran recursos en su economía política. Mientras que sería un error reducir los
conflictos armados a guerras de recursos impulsadas por la codicia, ya que los factores
políticos y de identidad siguen siendo claves, el control de los recursos locales influye
en las agendas y estrategias de los grupos beligerantes. Esta influencia se manifiesta a
través de esquemas locales de explotación de recursos, que involucran la producción de
territorios basados en la ubicación de los recursos, el control y el acceso a mano de obra
y capital, las estructuras institucionales y las prácticas de gestión de recursos, así como
las incorporaciones a las redes comerciales globales. Hasta cierto punto, muchas guerras
contemporáneas están inscritas en el legado de guerras mercantiles anteriores,
financiadas con fondos privados para cumplir objetivos económicos y de manera
similar, en áreas ricas en recursos y puestos comerciales. La importancia de los recursos
también influye en el curso del conflicto, ya que la localización de la autoridad y los
motivos de la violencia pueden verse profundamente influenciados por consideraciones
económicas, hasta el punto de impedir una transición hacia la paz.

Más allá de motivar o financiar conflictos, el nivel de dependencia, la conflictividad y la


expoliabilidad de un recurso también pueden aumentar la vulnerabilidad de las
sociedades y el riesgo de conflicto armado. Sin embargo, no hay una relación
ambientalmente determinista posible. No todos los países que dependen de recursos
conflictivos y expoliables enfrentan conflictos armados. Si esta relación requiere la
existencia de un recurso en la naturaleza, es el resultado de procesos sociales
específicos. Las apetencias, necesidades y prácticas entrelazando la naturaleza en el
tejido de las sociedades en forma de recursos, implica la posible reestructuración
conflictiva de las redes y políticas económicas. El despliegue de la violencia para
mediar los conflictos vinculados a los recursos está en gran parte integrado en el patrón
histórico de las relaciones sociales dentro y entre los países; requiriendo tanto análisis
antropológicos como de relaciones internacionales. Sin embargo, la geografía específica
y la economía política de estos recursos se prestaron a la exacerbación de los conflictos,
a menudo como resultado del nivel de dependencia a los recursos recursos creado en las
sociedades.

En consecuencia, un marco de compromiso con los conflictos armados requiere que se


preste atención a la ecología política de la guerra.

Agradecimientos

Agradezco a Tony Addison, Karen Bakker, Jackie Cilliers y Patricia Daley, así como a
tres árbitros anónimos por sus comentarios sobre borradores anteriores. Durante este
período de investigación, se recibió apoyo de WIDER / UNU, Helsinki y el gobierno
finlandés.

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