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Mientras escribo estas líneas, todavía se desconoce el resultado final del gravísimo accidente nuclear de
Fukushima. Pero aunque se consiguiera interrumpir inmediatamente la fuga de radioactividad y evitar
una catástrofe aún mayor, lo acaecido se considera ya, por parte de la mayoría de los expertos, de una
gravedad sólo superada por Chernobyl. Y resulta intolerable el esfuerzo por minimizar las consecuencias
de Fukushima por parte de quienes siguen insistiendo en la inevitabilidad del uso creciente de la energía
nuclear. Intolerable, ante todo, desde el punto de vista democrático: los ciudadanos tienen derecho a
saber, cuales son los riesgos reales y cómo se gestionan por parte de empresas y gobiernos, así como
quien asume responsabilidades y quien sufraga los costes en el caso de accidentes en las centrales
nucleares. Fukushima es un trágico ejemplo de riesgos no adecuadamente contemplados y de costes, sin
duda incalculables, que recaerán, sobre todo, sobre los contribuyentes japoneses. La empresa TEPCO ha
pedido ya ayuda estatal para financiar las actuaciones que está llevando a cabo en la planta, en su intento
de frenar los efectos del accidente. Una manifestación más del modelo económico aún imperante,
“socialización de costes / privatización de beneficios” con escasa o nula penalización de las decisiones
empresariales de alto riesgo, bien evidente tras el estallido de la crisis financiera internacional.
Obviamente la financiación pública requerida ahora por TEPCO es sólo una parte de los recursos que
serán necesarios para hacer frente a problemas, aún sin cuantificar, de evacuaciones, de salud, ‐física y
mental‐, de pérdida de actividad en la agricultura y en la pesca…, motivados por la presencia de
radioactividad en el aire, en el suelo y en el agua en una extensión geográfica de difícil delimitación. Una
radioactividad que mantendrá su potencial dañino, a lo largo, incluso, de miles de años, en el caso de
algunos componentes presentes en el combustible utilizado, lo que convierte en tarea imposible el
cálculo del coste real del riesgo nuclear. Por supuesto, un accidente como el de Fukushima puede ser –
ojalá sea‐ un acontecimiento excepcional; y bienvenido sea todo el esfuerzo para revisar las condiciones
ARTÍCULO DE ANÁLISIS Y OPINIÓN
Cristina Narbona
11 de abril de 2011 Patrona de la
Fundación IDEAS
de seguridad de todas las centrales nucleares existentes en el mundo, revisión que ya ha llevado al cierre
definitivo de siete centrales de Alemania. Bienvenidas sean también normas internacionales, basadas en
el conocimiento científico independiente y no en intereses de empresas concretas.
Pero, más allá de ese ejercicio de responsabilidad a posteriori… ‐la mayoría de las centrales japonesas
incumplían los requisitos de seguridad legalmente exigibles en el momento del accidente‐, lo más
importante es el planteamiento cara al inmediato futuro.
Sabemos ya que, si se establecen nuevos requisitos (sobre la ubicación, el diseño de las plantas, los
sistemas de alerta…) el coste de las nuevas centrales será significativamente más elevado. ¿Cómo se
financiarán, en tiempos de restricción del gasto público?? La importancia de los recursos públicos en el
desarrollo de esta actividad industrial ha sido ya muy notable –solamente en los países de la Unión
Europea ha supuesto la cifra de 160000 millones de euros desde 1950. Pero parece inevitable, si se siguen
construyendo centrales; la necesidad de un mayor apoyo con cargo a los bolsillos de los contribuyentes…
Por tanto, está plenamente justificado el debate público sobre la opción nuclear –ese debate que nunca
se ha cerrado…‐ y, en general, sobre el modelo energético deseable.
Con motivo de la preparación del encuentro en 2012 “Rio +20”, participo en un Panel de Naciones Unidas
sobre Sostenibilidad Global. En dicho Panel existe un amplio consenso en cuanto a la exigencia de
garantizar el acceso de todos los ciudadanos del planeta –los que viven hoy y los que vivirán mañana‐ a
suficiente energía limpia y segura. Por ello, el Panel analiza los mejores ejemplos ya existentes para
promover el acceso a energías renovables en países menos desarrollados, y previsiblemente emitirá
alguna recomendación en cuanto a iniciativas concretas de carácter global. La energía nuclear no es una
opción sostenible: no es barata, no es segura y requiere instituciones muy potentes para garantizar
control e información: algo que ha fallado incluso en un país tan avanzado como Japón.
Hay que recordar que, de acuerdo con la Agencia Internacional de la Energía (AIE 2010), la energía
nuclear podría suponer como máximo sólo un 6% de la producción mundial de energía en 2030 y ello,
sólo si se llevasen adelante los numerosos proyectos previstos antes del accidente de Fukushima, ‐
muchos de ellos actualmente paralizados a causa del mismo‐. Ese porcentaje resulta muy inferior a la
contribución de la eficiencia energética, prevista por la AIE (más del 40%), a la reducción del consumo
total de energía y por tanto a la lucha contra el cambio climático.
ARTÍCULO DE ANÁLISIS Y OPINIÓN
Cristina Narbona
11 de abril de 2011 Patrona de la
Fundación IDEAS
Hoy día, la energía nuclear tiene un peso significativo sólo en algunos países desarrollados, lo que ha
condicionado negativamente el avance de las energías renovables, favoreciendo un análisis sesgado y de
corto plazo sobre el coste de las mismas. Creo llegado el momento de abordar un debate estratégico que
contemple todos los elementos: costes y beneficios efectivos de cada fuente de energía ‐de acuerdo con
el ciclo de vida íntegro de cada una de ellos y de los riesgos asociados‐, relación entre consumo de
energía y satisfacción de necesidades, potencial para un mayor ahorro y una mayor eficiencia en la
producción, el transporte y el consumo de energía, gasto público asociado a la I+D+i de cada opción,
cooperación al desarrollo sostenible a nivel global… Una ciudadanía bien informada, con posibilidad de
participar en el debate sobre decisiones políticas de tanto impacto para cada uno de ellos y para las
generaciones futuras, es un requisito imprescindible para mejorar la calidad de la democracia. Y para
decidir, colectivamente, entre otras cosas, sobre cuan aceptable es el verdadero coste de la energía
nuclear, que poco tiene que ver con el coste del kw/h de centrales ampliamente amortizadas.