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PRONUNCIAMIENTO DEL GRUPO DE TRABAJO

“​Pueblos indígenas, autonomías y derechos colectivos”


https://www.clacso.org/grupos-de-trabajo/grupos-de-trabajo-2019-2022/?pag=
detalle&refe=7&ficha=1862

La pandemia COVID-19 detonó una crisis planetaria que dejó en evidencia los
aspectos más crueles del neoliberalismo/neodesarrollismo y colocó a los estados
nacionales en un lugar central para decidir la gestión de esta contingencia.
Cada estado nacional respondió de manera diversa, pero según viejos
esquemas institucionales que ya estaban en crisis. De esta manera, en el mejor
de los casos, se tomaron decisiones para mitigar las consecuencias sanitarias y
económicas de la pandemia, pero estas estuvieron acompañadas de la
legitimación de viejas formas de violencia como el control policial durante la
cuarentena y la reproducción de las desigualdades sociales preexistentes
mediante las políticas de subvención familiar, mostrando las limitaciones en la
gobernabilidad y discapacidad estructural.
Los pueblos indígenas, como colectivos históricamente negados y
específicamente subsumidos, conforman grupos particularmente vulnerables
por las condiciones de precariedad económica, abandono institucional y
estigmatización de sus prácticas propias; y, por esto mismo, ningún gobierno
les ha prestado la atención especial necesaria ante esta contingencia.
Todo esto no hace más que profundizar aquello que ya se estaba denunciando
y reclamando desde los movimientos sociales latinoamericanos contra los
modelos neoextractivistas, capitalistas, colonialistas y patriarcales de despojo,
quienes en los actuales contextos deben redoblar esfuerzos para sostener sus
luchas. En el caso de los pueblos indígenas, al genocidio histórico se suman
nuevas embestidas multidimensionales -como es el avance en sus territorios de
actividades extractivas camufladas de necesidades esenciales-, que implican un
retroceso en los logros sobre sus derechos colectivos y proyectos autonómicos
(buen vivir, autosuficiencia alimentaria, autogobierno, comunicación, salud y
educación comunitaria e intercultural).
Al mismo tiempo, la crisis del COVID-19 provocó la revalorización de los
territorios comunitarios como espacios de vida, biodiversidad, refugio, abrazo y
cuidado. Ante la pandemia, quienes habían dejado sus comunidades en busca
de trabajo estacional o estudio en otros lugares en muchos casos han vuelto a
sus territorios comunitarios donde pueden encontrar contención, autosuficiencia
alimentaria, medicina ancestral y mayor autonomía, sobre todo en aquellos
lugares donde existe un relativo control territorial.
En este contexto de reedición de las luchas indígenas, consideramos urgente
exponer y poner en debate la manera en que ciertos procedimientos que se han
desplegado en nombre de la contingencia, en realidad, forman parte de la
reproducción de las estructuras de poder basadas en la desigualdad social, la
subordinación colonial, el patriarcado y el extractivismo.

En ​México​, al igual que en el resto de países de Latinoamérica, se intensifica la


política que niega a los pueblos indígenas, paradójicamente implementada por
funcionarios que se autoadscriben como indígenas y algunos con trayectorias
de izquierda. El gobierno que se presenta como antineoliberal y que obtuvo la
mayoría de votos en las elecciones presidenciales en 2018, al llegar al poder se
ha alineado a los dictados del capital y ha intensificado la implementación de
megaproyectos extractivos, haciendo pasar reuniones y foros como Consultas
realizadas conforme el Convenio 169 de la OIT. Frente a esto, el avance de los
propios pueblos por el reconocimiento de sus derechos en la Constitución
Federal y en varios estados de la república mexicana ha dado frutos, pues lo
han peleado d
​ e facto y d
​ e jure​, en tribunales y juzgados. Las luchas indígenas
se observan de norte a sur del territorio mexicano: Cherán en Michoacán
continúa su proceso de autonomía, por ejemplo. Por otro lado, el llamado
proyecto de desarrollo Tren Maya ha provocado una amplia y fuerte oposición,
igual que la presa los Pilares en Sonora que afecta territorio de la Tribu
Guarijía, como el caso de la Tribu Yaqui y otros. Todos ellos muestran que los
pueblos, dentro de su precariedad que se ahonda por el COVID-19, siguen
adelante.

En ​Guatemala ​la crisis provocada por el COVID 19 ha sido aprovechada por la


coalición de intereses que está detrás de los poderes ejecutivo y legislativo
(desde la oligarquía tradicional al ejército, las industrias extractivas y el
narcotráfico) para obtener beneficios de una forma caricaturesca: la primera
medida política de la crisis fue una exención de impuestos por 10 años a las
grandes empresas. Ante las medidas sanitarias escasas y erráticas del gobierno,
muchas comunidades decidieron asumir el control de movilidad en sus
territorios para evitar la propagación del coronavirus. El toque de queda
decretado como medida sanitaria y las medidas posteriores provocaron el
desabastecimiento de mercados y falta de ingresos para pequeños y medianos
productores. Las comunidades organizadas han denunciado que, en cambio, las
empresas extractivas siguen realizando sus actividades. Recientemente, la
prohibición a la movilización de productos campesinos provocó un
levantamiento indígena en puntos clave de la movilidad del país, obligando al
Presidente a aplicar a sus productos los mismos estándares que de hecho
tienen las industrias alimentarias y de bebidas.

En ​Colombia​, en mayo, con 670 casos de COVID-19 confirmados, 21 fallecidos


y 60 casos por confirmar, se encuentran afectados según la Organización
Nacional Indígena de Colombia (ONIC) 31 pueblos indígenas: los pueblos
tikuna, misak, cocama, pastos, mokana, huitoto, yucuna, yagua, bora, wayuu,
cubeo, matapi, embera, nasa, jiw, zenú, yukpa, andoque, curripaco, inga,
yanacona, arhuaco, karapaná, macahuan, miraña, muinane, puinave, sikuani,
tanimuca, uwa y wounaan. Sin embargo, esta no es la principal amenaza en el
territorio: el abandono estatal se ha hecho evidente con la precaria asistencia
en salud, en la prestación de educación virtual en territorios donde no existe
fluido eléctrico y en la extrema pobreza que se refleja con enfermedades como
desnutrición y tuberculosis. La pandemia se produce en un territorio que por
más de sesenta años ha vivido en conflicto armado, aún vigente. En el
departamento de Nariño, tierras del pueblo Awá, se encuentran
aproximadamente 14 grupos armados ilegales, según informa la Defensoría del
Pueblo. Pero aún con mayor tristeza, los pueblos indígenas de Colombia han
visto cómo en este marco se destruye el Acuerdo de Paz, mediante la petición
de la Agencia Nacional de Licencias Ambientales para realizar aspersiones
aéreas con glifosato, el asesinato de diferentes líderes indígenas, como es el
caso de Joel Aguablanca Villamizar, líder Indígena de la Nación Uwa; así como
la erradicación forzada de cultivos “ilícitos”, olvidando por completo el punto
cinco del acuerdo final que bregaba por un programa de sustitución concertada.
Un elemento aún más alarmante es que se pidió realizar la consulta previa por
medios electrónicos sin ninguna garantía. A ello se suma el exterminio
estadístico y la limitación de derechos en el último Censo poblacional realizado
en 2018, con unos resultados que se dan a conocer recientemente para pueblos
indígenas con disminuciones de poblaciones en resguardos de hasta el 70%.
Todas estos ejemplos en el caso de Colombia reflejan la gran oportunidad que
ha significado para las autoridades gubernamentales la pandemia para tomar
medidas que no tienen estricta relación con este fenómeno, como reducir los
fondos municipales minando la descentralización y autonomía territorial de los
diferentes entes. Es importante anotar que en medio de esta pandemia hay una
aceleración de la crisis económica y que el crimen organizado se sigue
reconfigurando, al igual que las confrontaciones armadas en operativos
militares, que continúan cegando la vida de líderes sociales. Las medidas
gubernamentales han afectado claramente la economía de los pequeños
productores mientras abre las puertas al sector empresarial y neoxtractivista
que continúa con la explotación de los territorios, como es el caso de
Hidroituango, donde hoy se presenta el mayor número de contagios por
Coronavirus en Antioquia. Desafortunadamente la situación por la que atraviesa
Colombia ha disminuido los procesos de lucha y resistencia iniciados en el país
el pasado #21N. A su vez, continúa vigente la militarización con tropas
nacionales y de Estados Unidos, un escenario nefasto para los movimientos
sociales quienes tendrán que enfrentar esta encrucijada.

El Ecuador no es la excepción. Después de haberse verificado la presencia de


varias personas contagiadas con el coronavirus, el presidente declaró el estado
de excepción mediante Decreto Ejecutivo No. 1017 (16/3/2020), trayendo
consigo la restricción de los derechos a la libertad de tránsito y movilidad a
nivel nacional, el derecho a la libre asociación y reunión, y la cuarentena
obligatoria acompañada con el toque de queda. En este contexto, la situación
del país es sumamente grave, no solo por la presencia del COVID-19, sino por
la crisis económica, social y política que en estos últimos años se ha
profundizado. Por su parte, los pueblos y nacionalidades indígenas, por estar en
situación de mayor vulnerabilidad, también están siendo víctimas de una
desatención por parte del Estado Central. Frente a la ausencia de políticas
públicas, han sido los pueblos y nacionalidades quienes a través de sus
gobiernos comunitarios y su estructura organizativa, y en el marco de sus
competencias constitucionales, han tomado decisiones para evitar el contagio
con el coronavirus, así como han diseñado los distintos mecanismos que les
posibilite no desabastecerse de alimentos. De la misma forma, les ha permitido
fortalecer su sistema de administración de justicia, dado que a través de ésta se
ha mantenido el orden y la armonía en estos momentos de crisis. Sin embargo,
las tierras y territorios de los pueblos y nacionalidades siguen amenazadas, ya
que las autoridades gubernamentales, así como el sector empresarial, persisten
en su afán de impulsar con mayor fuerza el proyecto de explotación minera en
el país. A esto se agrega que hasta la actualidad no se ha viabilizado ninguna
experiencia de una verdadera consulta previa, libre e informada, sino, al
contrario, se ha actuado vulnerando este derecho constitucional. Asimismo, el 7
de abril de 2020 se produjo el hundimiento del Sistema de Oleoductos
Transecuatoriano SOTE, lo que ha generado el derrame petrolero de más de
15.800 barriles de crudo en los ríos Coca y Napo, que ha afectado a más de
105 comunidades indígenas y campesinas, frente al cual, la Confederación de
Nacionalidades indígenas de la Amazonia Ecuatoriana (CONFENIAE) y las
organizaciones de base de la zona han presentado la demanda de acción de
protección en contra del Estado Ecuatoriano. De la misma forma, en el marco
de la pandemia, se han adoptado algunos decretos ejecutivos y resoluciones,
siendo una de ellas la importación de las semillas transgénicas (lo que está
prohibido en la Constitución Nacional), vulnerando el derecho a la soberanía
alimentaria y al sumak kausay – buen vivir. Finalmente, el 15 de mayo del 2020
fue aprobada por el pleno de la Asamblea Nacional la denominada “Ley
Orgánica de Apoyo Humanitario para combatir la crisis sanitaria derivada del
COVID-19”, normativa que no tiene nada de humanitario ni mecanismo o
presupuesto para contrarrestar la pandemia. Al contrario, afecta a los derechos
laborales de los trabajadores y empleados, campesinos, indígenas y
afroecuatorianos, constituyendo una verdadera regresión de los derechos
reconocidos en la constitución y los instrumentos internacionales, contraria a la
característica de un Estado constitucional de derechos y justicia.

En ​Bolivia​, el gobierno no se ocupó de recoger información y tomar medidas


de sanidad, sino que se privilegió gestionar medidas de reactivación económica
sectorizadas. Hasta este 5 de junio, se habían registrado 12.728 casos positivos
de la pandemia, de los que 10.572 se concentran en los departamentos de
Santa Cruz y Beni que son aquellos que tienen mayor población indígena
(Amazonía, Chiquitanía), reportándose 427 decesos. En este contexto, es
particularmente preocupante la situación de los indígenas del departamento
amazónico del Beni, donde las comunidades/territorios no cuentan con
condiciones de salud pública, se encuentran alejados de los hospitales y
padecen crónicas enfermedades respiratorias. También es preocupante la
amenaza que se ejerce sobre las tierras bajas proveniente de poblados
cercanos con casos de COVID-19, como La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y
Tarija. A pesar de las constantes exigencias a los distintos niveles del Estado y
del amplio desarrollo normativo favorable a los pueblos indígenas, entre las que
se cuenta la Ley 450 de Protección a Naciones y Pueblos indígenas originarios
en situación de alta vulnerabilidad, hasta la fecha no se ha tomado ninguna
medida que tome en cuenta a los pueblos. También se promulgó el Decreto
Supremo 4232 que autoriza el establecimiento de procedimientos abreviados
para la evaluación del maíz, caña de azúcar, algodón, trigo y soya,
genéticamente modificados, aprovechando la cuarentena obligatoria y el estado
de emergencia en el país, bajo la retórica de la reactivación económica post
crisis lo cual generó un generalizado rechazo de las organizaciones indígenas
del país.

En ​Paraguay​, el Gobierno tomó medidas tempranas de aislamiento social y de


cuarentena para toda la población nacional, que mermaron los riesgos de
contagio y hasta el presente resultan en los índices más bajos de la región en
términos de mortalidad y propagación. Sin embargo, la ausencia del Estado en
otros ámbitos cruciales de la salud pública y la complicidad con el modelo
extractivista y sus actores principales, siguen a la orden del día. Salvo un
protocolo reducido y criticado del Instituto Nacional del Indígena, que no prevé
sino limitaciones de acceso e ingreso y contacto con comunidades -y otras
medidas relativas y condicionantes de la salud comunitaria, como la garantía a
la alimentación básica, a la soberanía alimentaria y al agua potable, así como a
la restitución de derechos territoriales y protección y acceso de recursos
naturales- sigue siendo una gran deuda, e inclusive se han manifestado
violaciones patentes con la complicidad de autoridades ambientales ​o
indiferencia de quienes deben investigar las mismas. Tal es así que diversas
organizaciones y referentes indígenas han calificado a tal ausencia estatal como
la “pandemia del hambre” y han expresado su preocupación por la falta de
información respecto a la asistencia alimentaria prestada y a otras medidas
tomadas para mitigar los impactos económicos, sanitarios y socio ambientales,
que pueden afectar a pueblos transfronterizos como el Paĩ Tavyterã, que
comparte su identidad étnica y territorio con los Kaiowa guaraní del Estado de
Mato Grosso de Brasil, ya afectados de manera preocupante por el virus.

En ​Brasil​, el primer caso de COVID-19 en territorio indígena fue confirmado el


2 de abril, en el municipio de Santo Antônio do Içá, oeste del estado de
Amazonas. En fines de mayo, ya había casos de indígenas con coronavirus en
todas las regiones de Brasil. La Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil
(APIB) ha registrado, en 4 de junio, un total de 2.178 indígenas contaminados y
211 muertos. El creciente número de casos en los estados de Pará y Amazonas
son especialmente graves.
Son muchos los factores que contribuyen para aumentar el riesgo de contagio y
generar mayores peligros en los impactos del COVID-19 entre los pueblos
indígenas de Brasil. La omisión del poder público en la garantía de la integridad
de los territorios indígenas es uno de los principales riesgos de contaminación.
En Amazonía, según el Instituto do Homem e Meio Ambiente da Amazônia
(IMAZON), la deforestación ha crecido 171% en abril de 2020, cuando
comparado con el mismo período de 2019. Crecen las denuncias de invasiones
de tierras indígenas por la minería ilegal, que pueden llevar el virus a los
territorios. Además, la acción del gobierno federal ha contribuido para agravar
la situación de los indígenas y sus tierras. Un ejemplo es la Medida Provisoria
910/2019, transformada en Proyecto de Ley 2633/20, que perdona crímenes de
invasión de tierra públicas cometidos hasta fines de 2018. El proyecto, si es
aprobado, aumentará aún más las invasiones y los conflictos en áreas de
comunidades tradicionales - indígenas, quilombolas, campesinas, sin tierra
etc.-, acrecentando aún más la violencia en el campo y el avance de la
COVID-19 en esas regiones. Durante la pandemia, la Fundación Nacional del
Indio (FUNAI) ha emitido una Instrucción Normativa (IN n.º 9, de 22 de abril de
2020), que constituye una medida inconstitucional que estimula las invasiones y
agrava la crisis sanitaria.
Los pueblos y movimientos indígenas responden de diferentes formas a las
amenazas. Para su autodefensa y protección, diferentes pueblos han
desarrollado estrategias de auto-aislamiento y cerraron sus territorios. Son
estrategias fundamentales, pero, en muchos casos, insuficientes en razón de las
mencionadas invasiones y de la necesidad de contacto con las ciudades, para
acceso a tratamiento médico especializado y la manutención de la seguridad
alimentaria. Además, los indígenas que viven en las periferias de las grandes
ciudades, como Manaus, están en una situación de especial vulnerabilidad ante
la pandemia.
En ​Argentina​, al igual que muchos países, en el marco del Aislamiento Social
Preventivo y Obligatorio decretado por el gobierno ejecutivo nacional, se ha
permitido continuar con las actividades agro-extractivistas (agroforestales y
mineras) en territorios que están en disputa con comunidades indígenas y
campesinas, mientras que las medidas sanitarias dispuestas restringen las
posibilidades de organización de los pueblos para enfrentar esta situación. Esto
constituye un avance doblemente devastador porque profundiza los procesos
de expropiación de bienes comunes y de represión encubierta o, al menos,
genera inhibición de la movilización social. En este contexto, las organizaciones
de pueblos indígenas reclaman que el COVID-19 se está usando para volver a
negarlos, invisibilizarlos y desatender sus derechos colectivos más básicos. En
sus reclamos expresan que esta contingencia se suma a la situación de pobreza
estructural en la que están inmersas muchas comunidades indígenas, ya que en
lo que va del año se presentaron al menos una veintena de casos de
desnutrición y denuncias por falta de acceso al agua potable, principalmente en
comunidades wichí de la zona del chaco salteño. En este sentido, la llegada de
la pandemia a las comunidades, sin agua y sin médicos ni espacios sanitarios
suficientes ni adecuados, sería devastadora. Por ejemplo, en la región
chaqueña, el Ejército Nacional se presentó para acercar bidones de agua, pero
esto se realizó sin consulta previa y se irrumpió en la vida cotidiana de la
comunidad, sin respetar el distanciamiento social preventivo y cometiendo otros
abusos mucho más graves como los intentos de violación hacia adolescentes
(denunciados por los referentes indígenas) y la persecución, represión y tortura
de grupos autoorganizados y de agentes sanitarios voluntarios. En tal sentido y
en ese contexto histórico y actual desfavorable, resalta el logro de la Asociación
de Comunidades Indígenas Lhaka Honhat, luego de un litigio que lleva más de
30 años a nivel nacional y en instancias internacionales. A partir de la sentencia
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos se ha dispuesto que el
Estado argentino le otorgue un título único la propiedad comunitaria de 400 mil
hectáreas de su territorio tradicional y que dicho Estado reconozca la violación
de su parte de los derechos a la identidad cultural, a un medio ambiente sano,
a la alimentación y al agua.

En definitiva, en ​Latinoamérica, las luchas indígenas en el contexto del


COVID-19 se han multiplicado y diversificado, debido a la persistente -e
inusitada- expansión e intensificación del capital, como hemos visto, de la mano
de los gobiernos. Durante la crisis de la pandemia, el avance del modelo
agro-extractivista y la expoliación de bienes comunes continuó sin mayores
restricciones, justificado a través del eufemismo “actividades esenciales”;
mientras que los controles de movilidad han estado sofocando las posibilidades
de reclamo, así como las actividades de producción y reproducción de la vida en
las comunidades indígenas.

A esto se sumó la histórica precarización o ausencia de sistemas sanitarios e


insumos para prevención, acceso al agua y respeto del cerramiento de aquellas
comunidades que estaban en condiciones de gestionarlo. En este contexto, las
escasas medidas de gobernanza desarrolladas para atender la situación de
algunas comunidades, más que aliviar la situación, han abierto la posibilidad de
introducir nuevos dispositivos de dominación, que estuvieron acompañados de
excesos y maltratos. De esta manera, desde los estados nacionales se ha
(re)producido la triple opresión (clasista, ​colonial ​y patriarcal) hacia los pueblos
indígenas de cada región.

Lamentablemente, las situaciones y experiencias que compartimos en este


documento no agotan la diversidad y complejidad de las situaciones existentes,
pero manifiestan específicamente la forma en que los abusos perpetrados a los
pueblos indígenas se han reeditado en el contexto de la pandemia en distintos
países. En contrapartida, desde las comunidades, la revalorización de los
territorios y la reedición de las luchas se está apoyando en las potencialidades
de la construcción comunitaria, históricamente en movimiento y movilizadas por
sus derechos colectivos y autonomías.

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