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Rolando Astarita ¿Democracia obrera o sustituismo burocrático?

¿Democracia obrera o sustituismo burocrático?


Motivado por la nota sobre las protestas sociales en Cuba, un lector del blog pregunta (en
Comentarios) si la democracia obrera implica aceptar tendencias que podrían plantear en
Cuba una restauración plena del capitalismo “o eso debería ser innegociable en una
democracia obrera”.

La pregunta pone el foco en el contenido del proyecto y programa del socialismo científico (o
marxista). Es que su idea rectora se encierra en la conocida frase “la emancipación de la clase
obrera debe ser obra de los obreros mismos”, con que se abren los Estatutos generales de la
Asociación Internacional de los Trabajadores (o Primera Internacional). En su lectura más
sencilla y directa significa que no hay construcción de socialismo si la clase obrera no se
emancipa a sí misma, si no toma en sus manos su destino controlando sus condiciones de
existencia. Y para que esto sea así no debiera haber autoridad alguna, por encima de la misma
clase obrera, decidiendo qué puede, o no puede, escuchar, leer, pensar o hacer la misma clase
obrera.

Esta concepción, que anidaba en las corrientes obreras que confluyeron en la AIT, y recogió
Marx, se opone a la creencia, tan común con respecto a los “socialismos reales”, de que la
construcción socialista debe ser tutelada por “la vanguardia consciente”, sea esta el Partido, el
Comité Central del Partido, o el Secretario General del Comité Central del Partido. La idea es
que en tanto las cosas vayan según lo dispuesto por “la vanguardia”, rige eso de que la clase
obrera decide y se emancipa por sí misma. Pero si se desvía de su “correcto curso”, sigue el
argumento, la “dirección histórica del Proceso” deberá corregir a las masas, y con toda la
energía necesaria.

En otros términos, la democracia obrera es muy linda, pero cuando hay problemas y
oposiciones en ascenso, se apela a algo “más seguro”. Y ese algo más seguro son los
funcionarios y dirigentes que, al mando de las palancas del Estado, garantizan que las masas
piensen y se comporten como tienen que hacerlo. El justificativo que subyace es del tipo
“para construir el edificio socialista nos valemos de andamios y suplementos que a su debido
momento serán retirados”. Sin embargo, en los países “del socialismo real” esos suplementos
y andamios, lejos de retirarse, se hicieron cada vez más fuertes y acabaron determinando el
edificio que debía ser obra “de los trabajadores mismos”. Cristalizó así una formación social
de propiedad formalmente estatal, con un estrato social dirigente, o nomenklatura, que pudo
apropiarse de plustrabajo gratis provisto por los obreros y campesinos. Situación que provocó
cada vez más resentimiento y extrañamiento en la fuerza de trabajo. Pero por eso no hubo
forma de impedir la restauración del libre mercado y el capitalismo. Fue el resultado
necesario del sustituismo, de la anulación de la democracia obrera.

Lo que muestra la historia

Algunos tal vez piensen que estoy planteando “teoría abstracta”, y que muchas veces, y en
concreto, la vanguardia debe ponerse por encima de la clase obrera para salvar a la propia
clase obrera. Pues bien, a estos “amigos de lo concreto” les pregunto ¿dónde, en qué lugar y
circunstancias, decidir en lugar de la clase obrera impulsó una construcción socialista? La
realidad es que en ningún lado. El Partido, el aparato del Estado, podrán elevarse por sobre
las masas, pero eso no es sinónimo de auto-emancipación, ni protección contra la
restauración capitalista. Para verlo con algunos ejemplos históricos:

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a) La represión a Kronstadt: los marineros y obreros de Kronstadt pedían elecciones


libres en los soviets. Lo mismo exigían los obreros de Moscú y Petrogrado. Los
bolcheviues prohibieron las elecciones libres porque todo indicaba que triunfarían los
mencheviques. En simultáneo con la represión a Kronstadt se suprimió el derecho a
fracción en el Partido. ¿Fortalecieron al socialismo esas medidas? No, no lo fortalecieron,
ya que se acentuaron los rasgos burocráticos del régimen. Y muchos revolucionarios, de
orientación anarquista, tomaron distancia de la Revolución.

b) La colectivización forzosa en la URSS: Millones de campesinos fueron obligados a


entrar a las cooperativas y a las granjas colectivas. Una medida tomada “desde las
alturas”, prescindiendo de la voluntad de las masas. Hubo resistencias, hambruna,
millones de muertos. Las protestas fueron enfrentadas con represión, generando más
resistencia. A partir de entonces se rompió la alianza obrera y campesina, que había sido
el basamento de la Revolución. Desde ese momento también hubo que dar concesiones
burguesas y pro mercado a los campesinos (empezando por los lotes de tierra) cada vez
que el Gobierno quería superar la resistencia pasiva campesina. Es significativo, por otra
parte, que la colectivización forzosa, y la industrialización a marchas forzadas, fueron
presentadas por la dirección stalinista como “una revolución cumplida desde arriba, a
partir de la iniciativa del Estado” (Curso breve de la Historia del PCUS). Es la idea de
que la revolución socialista puede avanzar con el Estado sustituyendo, y hasta
enfrentando, a las masas trabajadoras.

c) Los procesos de Moscú: Miles de opositores fueron asesinados, cientos de miles


enviados a los campos de concentración o a Siberia. Miles de revolucionarios fueron
oficialmente calumniados con el cargo de “agentes del imperialismo alemán”. Nada de
esto fue decidido por organismos democráticos de las masas obreras y campesinas. En
consecuencia, el alejamiento y extrañamiento de los trabajadores y de activistas y
militantes de base con respecto al régimen se profundizaron. A lo que se agregó un clima
de represión y terror sobre las masas obreras. El argumento siempre era “fortalecer el
socialismo” tomando las decisiones al margen de lo que podían pensar o sentir las masas
(y para eso se suprimieron las libertades elementales de crítica, prensa, organización, y
similares). Los efectos del extrañamiento con respecto a la llamada construcción
socialista fueron duraderos. También la supresión del pensamiento revolucionario. ¿A
alguien puede sorprender que cuando el régimen soviético se derrumbó la resistencia a la
restauración del capitalismo haya sido casi nula?

d) Las intervenciones soviéticas en Alemania Oriental, Hungría, Polonia,


Checoslovaquia: se dijo que “en emergencias restauracionistas y contrarrevolucionarias
debe suspenderse la “democracia socialista para salvar al socialismo”. Pero hoy todos
esos países “salvados” por la dirigencia “socialista” son capitalistas. En ellos el marxismo
no tiene fuerza alguna. ¿Qué salvaron entonces con el aplastamiento de toda expresión de
democracia obrera real (como fueron los consejos obreros húngaros, en 1956)?

e) La represión de manifestaciones artísticas: los “defensores del socialismo” se


creen con el derecho de dictaminar qué forma de arte debe difundirse, y cuál prohibirse en
nombre de los “ideales socialistas”. Para dar algunos ejemplos, tomados de la música: en
la Rusia soviética se condenó, entre otros, la música de Shostakovich y Prokófiev; en
China fueron prohibidos Bach y Mozart; en Rumania se castigaba a jóvenes que
escuchaban rock (y alguno terminó en campos de trabajo forzado). Todas estas
barbaridades con un argumento del tipo “los dirigentes decidimos qué te conviene en
materia de espiritualidad socialista”. El resultado fue que las prohibiciones en el terreno

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del arte de los stalinistas solo sirvieron para el descrédito y rechazo del socialismo en la
conciencia de millones de personas.

Podríamos seguir, pero con esto es suficiente. Los salvadores del socialismo no salvaron
nada. Peor aún, contribuyeron a que los ideólogos del capital instalaran la idea de “no hay
alternativas al capitalismo que no sean los fracasados regímenes de tipo burocrático
soviético”.

Checoslovaquia 1968, Cuba 2021, las mismas excusas

La idea de que el socialismo se fortalece con la intervención “desde arriba” del aparato estatal
determina el discurso stalinista para justificar la represión. Veamos, por ejemplo, el caso de la
invasión soviética a Checoslovaquia, en 1968.

Si bien en el movimiento Comunista se admitía que “debido a errores de la conducción”


había mucho descontento en Checoslovaquia, la intervención fue considerada “un mal
necesario” para salvar al socialismo. Fidel Castro lo explicó: la intervención militar no tenía
“visos de legalidad”, pero era necesaria porque los descontentos estaban “en relación de
camaradería con espías y agentes pro yanquis”, con “agentes de Alemania Occidental y con
toda esa morralla fascista y reaccionaria”. Pero además, bajo ninguna circunstancia se podía
permitir “el desgajamiento de un país socialista y su caída en brazos del imperialismo”
(discurso del 23/08/1968). Lo mismo decía el aparato internacional del stalinismo (ad notam
de los que dicen que el castrismo no es stalinismo).

El absurdo de este relato alcanzó su ápice con Jan Palach, un estudiante que el 16 de enero de
1969 se quemó a lo bonzo en una plaza de Praga. Antes de morir Palach dijo que había
querido expresar su desacuerdo con lo que ocurría en su país y “despertar a las personas,
abrirles los ojos”. Poco después se auto inmoló Jan Zajic, también estudiante. Pero nada
modificó la lectura de los stalinistas. Recuerdo que por entonces entre la militancia del PC
argentino se sugería que Palach se había suicidado porque le había pagado la CIA para atacar
al socialismo. Y todavía en 2004 Castro seguía justificando el aplastamiento soviético de
Checoslovaquia (véase Fidel Castro, biografía de Ignacio Ramonet).

Pues bien, sin balances ni rectificaciones de los responsables de estas vilezas, llegamos a la
reciente protesta en Cuba. Como informa Rafael Rojas en “El estallido social como crimen
político” (Nueva Sociedad, julio 2021), Rogelio Polanco, Jefe del Departamento Ideológico
del Comité Central del PC de Cuba, explicó que las manifestaciones del 11 de julio
constituyeron “un intento más de ‘golpe continuado’ o ‘revolución de colores’, organizado
por los enemigos de la Revolución, como parte de la ‘guerra no convencional de Estados
Unidos contra Cuba”. Comenta Rojas:

“La criminalización del estallido se completó con el posicionamiento de diversos


funcionarios como el canciller Bruno Rodríguez y el presidente de Casa de las Américas,
Abel Prieto, en medios oficiales y redes sociales, a propósito de que los ejecutores de las
protestas eran «vándalos, delincuentes, marginales e indecentes». A la acusación de que eran
actores manipulados por campañas adversas al gobierno en medios alternativos y redes
sociales se sumó un perfil sociológico de los manifestantes como parte del lumpen
proletariado. (…) La criminalización de la protesta adquiere, así, su más completo esbozo.
Manifestarse es criminal porque formaría parte de un acto de agresión foránea, contra el
régimen político, y porque recurriría a delitos comunes contra el orden público. Tanto en
gobiernos de izquierda como de derecha, en América Latina, hemos visto este tipo de

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criminalización. El sistema político cubano, que constantemente se legitima a partir de un


discurso excepcionalista, no se aparta un milímetro del modus operandi regional cuando se
trata de judicializar una protesta”.

El justificativo 2021 es del mismo tipo del que daban los PC, incluido el cubano, hace más de
medio siglo (y que recitaban los stalinistas en los 1930 para aplaudir el asesinato de decenas
de miles de opositores). A esta gente ni se le ocurre preguntarse por qué el descontento y las
manifestaciones, por qué los textos y hasta canciones que los cuestionan. Todo lo reducen a
“los imperialistas están detrás del asunto”…. ¿y las masas los siguen? ¿Cómo es posible,
luego de décadas de “educación socialista”? Lo cierto es que si las masas se autodeterminan,
no pueden ser manejadas por “infiltrados y lúmpenes antisociales”. Una vez más, la
emancipación de la clase obrera será obra de la misma clase obrera.

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