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Los Caminos Al Autoritarismo Contemporánea BROQUETAS
Los Caminos Al Autoritarismo Contemporánea BROQUETAS
contemporanea
Historia y problemas del siglo XX
Entrevista a Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez
Contemporánea
ISSN: 1688-7638
Dirección provisoria:
Archivo General de la Universidad de la República
18 de Julio 1968, Subsuelo
cp 11200
Montevideo, URUGUAY
Teléfonos: (+598) 24027939 y (+598) 24009155
Dossier: Los caminos al autoritarismo en la segunda mitad del siglo xx en América Latina
Los frentes del anticomunismo
Magdalena Broquetas 11
Organizaciones “demócratas” y radicalización anticomunista en Uruguay, 1959-1962
Gabriel Bucheli 31
Construcción de la identidad policial y representación de la violencia política
en la revista PFA-Mundo Policial durante los años 70
Ariel Eidelman 53
Rompecabezas para armar:
la seguridad interior como política de Estado en la historia argentina reciente (1958-1976)
Marina Franco 77
“Estado peligroso” y Medidas Prontas de Seguridad: Violencia estatal bajo democracia (1945-1968)
Leandro Kierszenbaum 97
La “salida militar” como única opción frente al comunismo:
la experiencia chilena desde la mirada nacionalista católica argentina (1970-1974)
Patricia Alejandra Orbe 115
O anticomunismo e os órgãos de informação da ditadura nas universidades brasileiras
Rodrigo Patto Sá Motta 133
Pensamiento militar y legislación de defensa en la Argentina:
la caracterización de la amenaza a la seguridad interna. ¿Continuidad o ruptura? (1963-1970)
Esteban Damián Pontoriero 149
El “proceso de organización de la personalidad”:
una pedagogía de la contrarrevolución en Argentina, 1976-1983
Federico Sor 167
Varia
Entre la institucionalidad y la acción revolucionaria. Una historia del Movimiento Revolucionario
Oriental (Uruguay, 1961-1973)
Eudald Cortina Orero 189
Cinco décadas de estudios sobre la crisis, la democracia y el autoritarismo en Uruguay
Aldo Marchesi, Vania Markarian 213
El cine y el avance autoritario en Uruguay:
el ‘combativismo’ de la Cinemateca del Tercer Mundo (1969-1973)
Mariana Villaça 243
Bibliográficas
Gerardo Caetano. La República Batllista
Eduardo Alonso 297
Mujeres Montoneras. Una historia de la Agrupación Evita, 1973-1974.
Isabella Cosse 299
Andrew J. Kirkendall. Paulo Freire and the Cold War Politics of Literacy.
Mercedes Couchet, Antonio Romano 301
Eduardo Elena. Dignifying Argentina. Peronism, Citizenship and Mass Consumption.
Mateo García Haymes 302
Gabriela Fried y Francesca Lessa (Compiladoras). Luchas contra la impunidad. Uruguay 1985-2011.
Benjamín Gény 304
Marina Franco. Un enemigo para la nación. Orden interno, violencia y “subversión”, 1973-1976
Mariana Iglesias 305
Ivette Trochón. Escenas de la vida cotidiana, Uruguay, 1950-1973: Sombras sobre el país modelo.
Vania Markarian 307
Andrew J. Bacevich. Washington rules. America’s Path to Permanent War.
Leandro Morgenfeld 308
Magdalena Broquetas (Coordinadora). Fotografía en Uruguay. Historia y usos sociales 1840-1930.
Silvia Pérez Fernández 310
Vania Markarian. El 68 uruguayo. El movimiento estudiantil entre molotovs y música beat.
José Rilla 311
Gerardo Leibner. Camaradas y compañeros. Una historia política y social de los comunistas del Uruguay
Marisa Silva Schultze 314
Laura Graciela Rodríguez. Católicos, nacionalistas y políticas educativas en la última dictadura
(1976-1983).
Martín Vicente 315
María Cristina Tortti. El “viejo” partido socialista y los orígenes de la “nueva” izquierda (1955-1965)
Jaime Yaffé 317
Archivos: agn
Mauricio Vázquez Bevilacqua 321
Recordatorios
Juan Antonio Oddone (1926-2012),
Ana María Rodríguez Ayçaguer 323
Universindo Rodríguez Díaz (1952-2012).
María Eugenia Jung, Javier Correa Morales 329
Magdalena Broquetas1
Resumen Abstract
Este artículo examina la reacción de las de- This article examines the responses of the
rechas en el Uruguay de la crisis de fines de los political right in Uruguay during the crisis of
años cincuenta y principios de los sesenta, en the late 1950s and early 1960s, in the context
el marco de la Guerra Fría y la profundización of the Cold War conflict and increasing US
de la injerencia estadounidense en el país. A interference. It analyzes how the activity and
través de algunos ejemplos, se analiza el modo the discourse of the right worked in areas such
en que la acción y el discurso de las derechas as public education, the labor movement, poli-
se extendieron en diferentes esferas, como la tical parties, and the government. Additionally,
educación pública, el movimiento sindical, los the article attempts to account for the internal
partidos políticos y la administración pública. diversity of the right wing movements, orga-
Por otra parte, el artículo procura reflejar la nizations and party factions. Although all of
diversidad de movimientos, organizaciones y them shared certain commonalities they often
facciones partidarias que integraron el hetero- diverged in their activity, their ideological ba-
géneo mapa de las derechas en este período, ggage and their ties to the system of political
coincidiendo en ocasiones y también distan- parties.
ciándose en sus formas de actuar, en su bagaje Key words: right, Cold War, anti-commu-
ideológico y sus vínculos con el sistema políti- nism, authoritarianism.
co partidario.
Palabras clave: derechas, Guerra Fría, anti-
comunismo, autoritarismo.
de fines de los cincuenta y principios de los sesenta ante la percepción de amenaza al orden es-
tablecido. Para ello, se toman en cuenta sus etapas, integración, programas, valores y eventuales
tensiones internas, así como su posible ligazón con el gobierno estadounidense en el marco de la
Guerra Fría.2 Como se verá en el breve estado de la cuestión que se esboza a continuación, tanto
el período como el enfoque elegido están demandando investigaciones nuevas y específicas.
8 Carlos Zubillaga examinó los cambios en el mapa político-partidario en un período que trasciende el aquí
propuesto. A este se suman contados trabajos, como el de Pereira sobre el viraje de la “Lista 15” del Partido
Colorado o el de Chagas y Trullen que, de manera tangencial, refiere a los orígenes de la Unión Colorada
y Batllista. Carlos Zubillaga, “Los partidos políticos ante la crisis (1958-1983)”, en Gerardo Caetano, José
Rilla, Pablo Mieres y Carlos Zubillaga, De la tradición a la crisis. Pasado y presente de nuestro sistema de partidos
(Montevideo: claeh-ebo, 1985), 41-112; Jorge Chagas y Gustavo Trullen, Pacheco. La trama oculta del poder
(Montevideo: Rumbo Editorial, 2005).
9 Las posiciones y la intensa actividad del movimiento estudiantil en esta época sólo han sido objeto de estudio
de Mark Van Aken en un breve trabajo que comprende una síntesis de varias décadas. Mark Van Aken, Los
militantes. Una historia del movimiento estudiantil uruguayo desde sus orígenes hasta 1966 (Montevideo: fcu,
1990). Por su parte, los textos sobre historia del movimiento obrero de la época proceden en su mayoría del
relato de los protagonistas y no analizan el período en su especificidad, sino como parte de un proceso con-
cebido, de manera lineal, hacia la unidad sindical. Entre otros, esta es la modalidad sobresaliente en Héctor
Rodríguez, Nuestros sindicatos (1865-1965) (Montevideo: Ediciones Uruguay, 1965) y “El arraigo de los sin-
dicatos”, Enciclopedia Uruguaya 51 (1969); Universindo Rodríguez, Silvia Visconti, Jorge Chagas y Gustavo
Trullen, El sindicalismo uruguayo a 40 años del congreso de unificación (Montevideo: Taurus, 2006).
10 La investigación de Mario Etchechury focaliza su atención en la coyuntura eclesial inmediatamente anterior
al Concilio Vaticano ii, con el propósito de identificar tendencias y actores novedosos: Entre el Colegiado y el
Vaticano ii. Renovación eclesial y política en el catolicismo uruguayo pre-conciliar. 1958-1962 (Montevideo: fhce-
udelar, 2004). Monografía de pasaje de curso.
11 Clara Aldrighi, La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el mln-Tupamaros (Montevideo:
Trilce, 2001); Alfonso Lesa, La Revolución Imposible. El fracaso de la vía armada en el Uruguay del siglo xx
(Montevideo: Fin de Siglo, 2002); Heber Gatto, El cielo por asalto. El Movimiento de Liberación Nacional
(Tupamaros) y la izquierda uruguaya (1963-1972) (Montevideo: Santillana, 2004); Eduardo Rey Tristán, A
la vuelta de la esquina. La izquierda revolucionaria uruguaya (1955-1973) (Montevideo: Fin de Siglo, 2006);
Nicolás Duffau, El Coordinador (1963-1965). La participación de los militantes socialistas en los inicios de la
violencia revolucionaria en Uruguay (Montevideo: fhce, 2008). Silvina Merenson, “(Des)marcaciones (trans)
nacionales: El proceso de movilización y radicalización política de la Unión de Trabajadores Azucareros de
Artigas (1961-1972)”, Contemporánea 1 (2010). Aunque comprende un período mayor, la investigación de
Gerardo Leibner aborda el impacto de la violencia política de la primera mitad de los sesenta en los militantes
comunistas del Uruguay: Gerardo Leibner, Camaradas y compañeros. Una historia política de los comunistas del
Uruguay (Montevideo: Trilce, 2011).
12 Marina Cardozo, “Memorias del Coordinador: algunas fechas significativas en la «formación» del mln-Tupa-
maros”, en aavv, Problemas de la historia reciente del Cono Sur 2 (Buenos Aires: ungs-Prometeo Libros, 2011).
13 Clara Aldrighi, “La estación montevideana de la cia. Operaciones encubiertas, espionaje y manipulación
política”, La Lupa-Brecha (25/11/2005); El caso Mitrione. La intervención de Estados Unidos en Uruguay (1965-
1973) (Montevideo: Trilce, 2007), “El discreto encanto de la tutela norteamericana. Políticos uruguayos y
amenazas de golpe de Estado (1964-1966)”, Huellas de Estados Unidos. Estudios y debates sobre América Latina
2 (2012), 80-90; Roberto García, La cia y los medios en Uruguay. El caso Arbenz (Montevideo: Amuleto, 2007).
14 En la exigua producción sobre este tema se destacan los trabajos de Selva López, Estado y Fuerzas Armadas
en el Uruguay del siglo xx (Montevideo: ebo, 1985) y Gabriel Ramírez, El factor militar. Génesis, desarrollo y
participación política (Montevideo: Arca, 1988), ambos centrados en un período más amplio.
15 Mauricio Bruno, La caza del fantasma. Benito Nardone y el anticomunismo en Uruguay (1960-1962)
(Montevideo: fhce, 2007); Gabriel Bucheli, “Los inicios. Rastreando los orígenes de la violencia política
en el Uruguay de los 60”, Cuadernos de historia reciente. 1968-1985 (2008); Víctor Bacchetta, El asesinato de
Arbelio Ramírez, (Montevideo: Doble Click Editoras, 2010). Un primer avance en el conocimiento de estas
organizaciones lo constituye el artículo de Rodolfo Porrini, “Así empezó el fascismo. A 30 años de la muerte
de Arbelio Ramírez”, La Lupa-Brecha (16/8/1991).
16 Mariana Iglesias, “La excepción como práctica de gobierno en Uruguay, 1946-1963”, Contemporánea 2 (2011).
Infiltrados en la enseñanza
En los últimos meses de 1958, después de la sanción de la Ley Orgánica de la Universidad
que incluía la autonomía, prevista en la Constitución de 1952, diversas voces se levantaron para
poner bajo sospecha a las autoridades –cuya máxima jerarquía era desde 1956 Mario Cassinoni,
ex diputado socialista–, al cuerpo docente y a los gremios estudiantiles. En un “informe de si-
tuación” divulgado por el Movimiento Nacional por la Defensa de la Libertad (mondel) en
setiembre de 1959 se alertaba sobre la “extraterritorialidad” obtenida en Uruguay por el comunis-
mo internacional que desplegaba una “maniobra típicamente comunista para sovietizar nuestra
Universidad hasta ahora LIBRE, DEMOCRÁTICA y de verdad POPULAR”.19 La consigna
fundamental de este movimiento, presentado públicamente en agosto de 1958 como un “núcleo
de ciudadanos, integrantes de diversos sectores de opinión, [que] ha estimado oportuno y nece-
sario hacer un llamamiento a la ciudadanía nacional” en vistas de que “la libertad de la República
se encuentra amenazada por el afán imperialista del movimiento comunista internacional”, apun-
taba a “RECUPERAR LA UNIVERSIDAD PARA LA DEMOCRACIA”.20 La organización
contaba desde sus orígenes con un “grupo estudiantil” con representantes en Preparatorios y
diversas Facultades,21 que a partir de este momento se fortaleció y desarrolló como filial con
nombre propio y voluntad combatiente en el ambiente estudiantil: el Movimiento Estudiantil
para la Defensa de la Libertad (medl).
En un “Informe sobre la situación universitaria en el Uruguay”, fechado en enero de 1960,
el medl partía de la constatación de que “la infiltración anarco-socialista-comunista ha[bía]
logrado una gravitación tal en el mundo universitario” que “exced[ía] las posibilidades del estu-
diantado y exig[ía] un apoyo muy amplio con intervención de los Profesionales y del Profesorado,
en una acción conjunta y combinada”. Para la fecha el movimiento había impulsado la creación
de una Asociación de Estudiantes de Preparatorios, creado “bases de acción” entre el estudiantado
de Secundaria del Interior de la República y procuraba disputar la hegemonía a la Federación
de Estudiantes Universitarios del Uruguay (feuu) en los centros de estudiantes de los distintos
servicios universitarios.22
La idea de “infiltración” obsesionaba a los integrantes del medl, al igual que a la totalidad de
las organizaciones anticomunistas. En este sentido su prédica estaba imbuida de connotaciones
bélicas y metáforas castrenses, como quedó de manifiesto en el proyecto de realización de una
“labor de verdadero Estado Mayor, que estudie, planee, asesore, dirija impulse a la lucha general
por la recuperación de la Universidad”, de cara a las futuras elecciones universitarias. La acción
militante de este ejército de reserva se justificaba, según argumentos de esta organización, en un
contexto en que la autonomía y el orden jurídico vigentes impedían la acción del gobierno y de
los partidos políticos mayoritarios. Los objetivos fundamentales de la organización consistían en
contrarrestar las huelgas y ocupaciones de liceos, denunciar irregularidades administrativas y de-
jar al descubierto los fines políticos perseguidos por la feuu, encubiertos bajo conflictos gremiales
y universitarios.23
En los dos años siguientes el medl tuvo visibilidad pública a través de la participación en
manifestaciones anticomunistas, difundió su programa en los centros estudiantiles y a través de la
prensa periódica y disputó –simbólica y concretamente– el espacio de la Universidad.24 Cuando la
Revolución cubana emprendió su viraje al socialismo, el movimiento se manifestó en contra, aun-
que hasta entonces su actividad militante en relación al plano internacional se había centrado en
la denuncia del avance del comunismo soviético en los países de Europa del Este.25 Se autodefinió
como un movimiento “demócrata”, “anti-fascista” y “anti-totalitario”.26 En julio de 1962, un infor-
me sobre “organizaciones extremistas” del Servicio de Inteligencia y Enlace del Departamento de
Investigaciones de la Policía, lo mencionaba entre las “organizaciones de derecha” de naturaleza
“estudiantil, a pesar de lo cual t[enían] afiliados no estudiantes”.27
En octubre de 1960 nació la Confederación de Estudiantes del Interior (cei) con el objetivo
de nuclear a los estudiantes de Secundaria y contrarrestar la influencia de la feuu fuera de la capi-
tal de la República. Según un informe policial fechado en abril de 1962, esta era una organización
con “proyecciones importantes en el ámbito nacional”, que estaba “trabajando intensamente en
los medios estudiantiles de todos los departamentos, y es evidente que ya ha dominado la acción
de la FEDERACIÓN DE ESTUDIANTES DEL INTERIOR, que responde a las directi-
vas de la feuu”. La organización gremial contó con el apoyo explícito de Consejo Nacional de
Gobierno y en particular con la intermediación del consejero Benito Nardone. Un ejemplo de
esta intercesión lo constituye el apoyo gestionado por el líder ruralista, en enero de 1962, para la
concreción de un congreso de padres demócratas en la ciudad de Artigas, en el que se buscaría
formar un “frente común” junto a los estudiantes.28 A propósito de este episodio, medios de pren-
sa como el semanario Marcha y legisladores de la oposición denunciaron que varios delegados al
Congreso fueron trasladados en aviones de la Fuerza Aérea.29
Así como el medl o la cei habían desplegado sus acciones en el ámbito gremial-estu-
diantil en el que las huelgas y los paros por los atrasos presupuestales del gobierno eran cada vez
más frecuentes, otros movimientos centraron la atención en el cuerpo docente y los contenidos
de determinadas asignaturas. Tal fue el caso de la Asociación de Lucha Ejecutiva y Repudio de
los Totalitarismos en América (alerta) y la Organización de Padres Demócratas (orpade), am-
bas organizaciones con una intensa actividad pública en los primeros años de la década de 1960.
Desde su fundación en octubre de 1960, alerta manifestó su preocupación por “los problemas
del estudiantado”, planteando la necesidad de lograr cambios en los planes de estudio –por ejem-
plo, la obligatoriedad de la materia Educación Cívica y Democrática– y la exigencia a autoridades
y docentes de la enseñanza de alguna forma de adhesión explícita a los principios democráticos.30
El radio de acción de esta asociación trascendió el campo de la educación formal, aunque sin
dudas la vigilancia ideológica en este ámbito fue uno de los pilares de su plataforma.
La orpade se constituyó en abril de 1962 como una organización laica e integrada por hom-
bres y mujeres de todos los partidos políticos democráticos, definición que excluía a las izquierdas
partidarias.31 Según manifestó Celia Reyes de Viana, uno de sus miembros fundadores, orpade
había nacido para “decirle NO a los docentes comunistas infiltrados”.32 En los archivos policiales
se dejó constancia de que “el propósito de esta entidad e[ra] crear una conciencia popular, frente al
peligro de infiltración comunista en la enseñanza”.33 Con este objetivo la organización se movilizó
fundamentalmente en el Interior del país, llegando a organizar tres congresos que contaron con la
presencia de docentes, estudiantes y figuras vinculadas al gobierno, como el ex ministro de Salud
Pública, Carlos Stajano, o el ministro de Relaciones Exteriores, Homero Martínez Montero.34
En el segundo Congreso de Padres y Amigos Demócratas, organizado en julio de 1962 en la
ciudad de Tacuarembó, se aprobó “solicitar, según los artículos 58, 59, 68 y 72 de la Constitución,
la ilegalidad de las doctrinas marxistas leninistas para que sean sancionadas y penadas por ley [y]
enviar carta al presidente del Consejo de Gobierno, pidiendo la reglamentación de la Ley 11.923
28 M. Bruno, La caza del fantasma, 64. El Congreso finamente se realizó en el mes de marzo.
29 “Agitación y subversión. El «Congreso de Padres en Artigas»”, Marcha (16 /3/1962) y Diario de Sesiones de la
Cámara de Representantes (dscr) (31/7/1962), 117-118.
30 “En el seno de «alerta» se analizaron los Problemas de la Juventud Actual”, El Día (3/11/60).
31 No obstante varios de sus integrantes venían participando desde el año anterior de la Asociación de Padres y
Alumnos Liceales (apal) que había enviado representantes al Primer Congreso Nacional de Padres y Amigos
Demócratas, realizado en la ciudad de Artigas en marzo de 1962.
32 “orpade es fuerza democrática indestructible”, El País (4/7/1965).
33 Memorándum sobre organizaciones gremiales (25/5/1964), dnii, Carpeta N°1285.
34 dnii, Carpetas N°674 y 1285.
que exige probada militancia democrática en los funcionarios”. En un memorándum interno del
35
Servicio de Inteligencia Policial, del mes de abril de 1962, se dejaba constancia que orpade había
contado con el “apoyo solidario” de otras entidades, como la Asociación Patriótica del Uruguay,
el Ateneo de Montevideo, el Movimiento Nacional Femenino Pro Defensa de la Democracia, la
Confederación de Estudiantes del Interior y alerta.36
En simultáneo a la movilización de estas agrupaciones se formó, en noviembre de 1961, el
Frente Estudiantil de Acción Nacionalista (fedan), un grupo de menor entidad numérica cuyo
nombre sugiere una coalición de organizaciones, que también desplegó su actividad militante en
la órbita estudiantil. La agrupación se definía como nacionalista, cristiana, anticomunista y an-
tisemita, manifestaba su rechazo ideológico tanto al marxismo como al “liberalismo masónico”,
responsabilizaba por la crisis de valores y la mala conducción nacional a los partidos tradicionales
y defendía una “democracia orgánica” respetuosa de “los valores y las jerarquías”, en la que las
“ideas rectoras” de cualquier acción derivasen de los conceptos de “Dios, Familia y Propiedad”. Se
dirigió principalmente al estudiantado y, sobre este punto, exigió –en una declaración pública con
la que pretendía suscitar adhesiones al movimiento– “la total libertad de enseñanza en vista de
que el monopolio estatal ejercido por más de una centuria en esta materia ha sido causa de la de-
crepitud intelectual y moral de nuestra sociedad y de nuestras clases dirigentes”.37 Con contadas
excepciones y a diferencia de las organizaciones anteriores, el fedan no manifestaba su opinión
a través de la prensa periódica.38
Varios representantes partidarios coincidieron en estas valoraciones sobre la educación pú-
blica en general y la situación extrema en la Universidad de la República, tal como quedó de
manifiesto al debatirse en el Senado, en octubre de 1960, el “asalto” a la sede principal de esta
casa de estudios por parte de “estudiantes demócratas”. En esa oportunidad el representante
ubedista,39 Eduardo Rodríguez Larreta, –implicado por la oposición con el grupo que intentó la
toma– denunció que la Universidad se había convertido “en una sucursal de la Central Única de
Trabajadores, en la que ya nadie estudia”. Apoyaba su afirmación en la opinión de otros docentes,
“como la eminente educacionista […] Celia Reyes de Viana”, que a través de una carta publicada
en la prensa afirmaba que se había “suprimido el derecho a estudiar”. El senador nacionalista
declaró que “todos estos paros, huelgas, detenciones de trabajo, protestas, conflictos a un mes de
los exámenes, tienen a los padres de familias desesperados”. No cabía duda de que se estaba ante
un “cuadro […] decretado por un grupo que, seguramente, es insignificante en el conglomerado
nacional, pero que aprovecha de nuestras discordias para hacer sentir su fuerza y su plan”.40
actual del campo sindical y su proyección a la política nacional” fechado en junio de 1966. El texto
aludía al “fuerte […] funcionamiento del poder sindical; que ese poder es orientado por la acción
de los dirigentes comunistas, que por todos los medios tratan de inclinarlo a nivel político, para
capitalizar voluntades en la próxima contienda electoral”.50
La intranquilidad ante los trabajadores organizados también fue una constante entre las
preocupaciones de los gobernantes ruralistas y las mayorías del Poder Ejecutivo, que desde
comienzos de la década ensayaron posibilidades de reglamentación sindical y contuvieron la mo-
vilización de este sector a través de la represión policial y el empleo de determinados instrumentos
legales.51 Desde esta óptica la protesta sindical era vista como “agitación” y no representaba una
expresión aislada, sino que formaba parte de un plan general de alteración del orden establecido.
Así lo expresó Benito Nardone en una sesión del Consejo Nacional de Gobierno a propósito de
la ola de atentados y tatuajes ocurrida en julio de 1962, en la que argumentó sobre la necesidad
de dotar de mejores recursos y más presupuesto a la Policía: “esto que empezó con tatuajes en las
calles, puede terminar en una huelga general, porque esto es posiblemente una política de ablan-
damiento para ir sembrando el terror y llegar a lo otro”.52
era implacable con el batllismo de la “Lista 15”, con representación minoritaria en el Consejo
Nacional de Gobierno, identificándolo como el sector “de cuyas filas parte un grupo decidido
al contubernio político con el comunismo local, que no es otra cosa que el agente directo del
comunismo soviético”. Frente a “la política del avestruz que vienen siguiendo las clases rectoras
del país”, el mondel convocaba y cifraba sus esperanzas en una “oportuna reacción, desarrollada
en el plano social”.55
El llamamiento a la movilización ciudadana y la búsqueda de una cierta base social también
guió la actividad militante de alerta, autodefinido como grupo “democrático, nacional e inte-
lectual”, laico y apolítico, entre cuyos cometidos fundamentales figuraba el perfeccionamiento de
la democracia representativa. Sin situarse en clara oposición al gobierno –varios de sus miembros
mantenían vinculación político-partidaria con los sectores gobernantes– compartía el diagnóstico
del mondel en cuanto a la imposibilidad de acción de las autoridades nacionales. Al denunciar la
“impunidad” con que el comunismo se deslizaba en las distintas áreas de la vida nacional “sin que
los códigos y leyes puedan detener este factor destructivo del progreso”, emergía la preocupación
central de esta asociación: contribuir activamente con el gobierno nacional para revertir la obso-
lescencia del orden jurídico vigente en lo que refería a determinados delitos políticos. Partiendo
de la base de que la justicia y las autoridades se encontraban “con las manos atadas, por falta de
medios legales para la represión de estos delitos contra la patria”, en mayo de 1961 alerta pre-
sentó al Poder Ejecutivo un anteproyecto de Ley de “Defensa de las bases fundamentales de la
Nacionalidad y de los Derechos Individuales” proponiendo la modificación del Código Penal en
esta dirección.56
Esta postura acechante en relación a los partidos políticos y al gobierno tuvo una manifes-
tación extrema en el fedan, cuya publicación periódica llevó el sugestivo título de Centinela. La
organización consideraba “que las viejas estructuras políticas de nuestro país han cumplido su
ciclo” y cuestionaba a la política y los políticos en clave moralizante, denunciando “la inmoralidad
y el desenfreno” que les caracterizaba y rodeaba “la improvisación en los actos de gobierno”. El
reproche iba dirigido a los políticos –percibidos como demagogos y alejados de las necesidades
del país real– y al parlamento “envilecido”, visto como una institución en “donde sus integrantes
dictan leyes en beneficio propio, por el proteccionismo desmedido a una burocracia excesiva e
improductiva”. Recordemos que dicho frente rechazaba las formas políticas del liberalismo y se
manifestó partidario de una democracia corporativa. La militancia anticomunista o antimarxista
en los planos estudiantil y sindical acercaba al fedan a los demás movimientos sociales que engro-
saban las filas de las manifestaciones anticomunistas.57 Sin embargo, a diferencia de estos últimos,
que reivindicaban una noción de nacionalismo o “patriotismo” –tal era el término elegido por ellos
mismos– circunscripta a la delimitación jurídico-territorial vigente, esta organización mantenía
55 “Para meditar…”
56 Nota al Presidente del Consejo Nacional de Gobierno (25/5/1961), dnii, Carpeta N°674.
57 Declaración del fedan (enero de 1962), dnii, Carpeta N°726.
históricos del pensamiento conservador uruguayo del siglo xx. Sin embargo, las derechas de fines
de los cincuenta y principios de los años sesenta desplegaron su ideología y sus prácticas en un
nuevo marco socio-económico, político y cultural, atravesado por las repercusiones de una crisis
económica que se transformaba en estructural, una intensa movilización social, los efectos de la
acción de las izquierdas en la región y la concreción a nivel mundial de un régimen que proponía
con éxito una alternativa al capitalismo. Por otra parte, el realineamiento proestadounidense de
Uruguay tras la Segunda Guerra Mundial y el clima de anticomunismo propio de la Guerra Fría
ambientaron, tanto en el plano objetivo como en el del imaginario, un escenario poco propicio
para las ideologías vinculadas al nazifascismo y alentaron el desarrollo de posiciones conservado-
ras y de derecha que no supusieran cuestionamientos a la democracia liberal.
En este contexto, antiguos temores respondieron a nuevas realidades. De manera similar a sus
antecesores de la década del treinta, los grupos y facciones derechistas de comienzos de los se-
senta manifestaron su preocupación por el sesgo ideológico de la educación formal. No obstante,
mientras que durante los años treinta esto se traducía en una crítica a las formas de patriotismo
cosmopolitas e incluyentes impulsadas desde comienzos de siglo por los gobiernos batllistas, fun-
damentalmente en la educación primaria, en los sesenta revelaba la intranquilidad generada por
un movimiento estudiantil numeroso y politizado que contaba entre sus conquistas recientes con
una Ley que garantizaba la autonomía de gestión para la Universidad de la República.
Así también, la histórica desconfianza de los conservadores hacia el trabajador inmigrante (en
especial de los países de Europa del Este) en tanto potencial portador de ideologías izquierdistas,
en el Uruguay de la crisis de comienzos de los sesenta se corporizó en la figura de los exiliados
políticos –argentinos, paraguayos, bolivianos y brasileños– y, sobre todo, en la acción de una fuer-
za trabajadora organizada, numéricamente significativa y con gran capacidad de incidencia en las
decisiones gubernamentales.
Por su parte, el anticomunismo de los derechistas uruguayos, cuyo origen se remonta a las pri-
meras décadas del siglo xx, estuvo direccionado en función de fenómenos históricos novedosos,
como la concreción a nivel mundial de un bloque socialista y a nivel continental de la Revolución
cubana. En el plano local, respondió al viraje transitado por el Partido Comunista Uruguayo des-
de 1955 y a su decisión de consolidarse como un partido de cuadros y masas, dispuesto a ampliar
su marco de alianzas, como ocurrió en primera instancia tras la formación de un primer frente
político y programático en 1962.
A lo largo de este artículo intenté demostrar la necesidad de trazar un mapa de las derechas
que diera cuenta de los elementos aglutinantes, los matices y las divergencias. A través de varios
de los ejemplos seleccionados puede comprobarse que entre los movimientos y organizaciones se
distinguen dos tipos de pensamiento derechista que, tentativamente, podrían catalogarse como de
tendencia conservadora y radical o revolucionaria. En el primer grupo se ubicaron movimientos
o agrupaciones como mondel, medl, alerta y orpade, inscriptos en la tradición del liberalismo
conservador, que se autodefinieron “demócratas”, se movilizaron a favor de un nuevo orden legal y
mantuvieron, en diversos grados, vinculación con la política partidaria y los políticos, aunque esto
no les impidió plantarse como organizaciones de control y vigilancia de los mismos. Integrando
la tendencia extrema o radical identificamos, entre otros, al fedan y al Movimiento Progresista,
ambas entidades portadoras de un discurso antiliberal, anti-izquierdista y de rechazo hacia la
democracia representativa. El adjetivo que las caracterizo se fundamenta en la autopercepción
de estas organizaciones que enarbolaron diversos proyectos de cambio político, social, económico
en el Partido Colorado –que reagrupó tendencias derechistas bajo el seno de la Unión Colorada
y Batllista– ofrecen un panorama que podría haber albergado e incorporado estas tendencias.
Por último, cabe preguntarse sobre la permeabilidad entre las dos categorías propuestas para
comenzar a desbrozar el heterogéneo mapa de las derechas en los años sesenta. Para este punto
resulta clave el trazado de itinerarios y el análisis comparativo tanto de las bases sociales como
de los sectores dirigentes de ambas tendencias. Resta, a su vez, examinar aspectos fundamentales
para comprender y explicar sus conexiones y disidencias, tales como sus rituales, estética, ámbitos
de reclutamiento y formas de financiamiento de sus acciones y propaganda.
Archivos
Archivo de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia
Prensa
Acción (julio 1962)
Antorcha (junio-agosto 1961)
Centinela (noviembre de 1961)
El Debate (setiembre 1962)
El Día (noviembre 1960, junio 1961)
Diario Rural (octubre 1960)
La Mañana (setiembre y noviembre 1960, julio 1962)
Marcha (marzo 1962)
El País (octubre 1959, mayo 1960, julio 1965)
El Popular (diciembre 1962).
Fuentes
Actas de Sesiones del Consejo Nacional de Gobierno (10 y 17 de julio de 1962)
Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores (10 de octubre 1960)
Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes (20 de junio y 31 de julio de 1962)
Memoria Anual del Servicio de Inteligencia y Enlace (1960 y 1964).
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Organizaciones “demócratas”
y radicalización anticomunista
en Uruguay, 1959-1962
Gabriel Bucheli1
Resumen Abstract
Entre fines de los años 50 y comienzos de los Between the late 1950s and early 1960s, several
60 emergió en Uruguay un conjunto de organiza- organizations self-defined as “democrat” emerged
ciones autodenominadas “demócratas” que vino a in Uruguay and took a militant right-wing stance.
ocupar el espacio de una derecha militante. El ob- The goal of this paper is to study the nature of this
jetivo de esta investigación es el de indagar en la phenomenon and to assess its “extreme” character.
naturaleza del fenómeno y evaluar su carácter “ex- Were they representing social sectors that were
tremista”. ¿Representaban a sectores de la sociedad alarmed by the political left actions vis a vis the
civil alarmados por la acción de la izquierda movili- Cuban revolution? To what extent were these orga-
zada en torno a la bandera de la revolución cubana? nizations carrying out an anticipatory function (i.e.
¿En qué medida esos grupos venían a cumplir una a preventive counterrevolution) against the (real or
función anticipatoria (suerte de contrarrevolución imaginary) revolutionary threat? Were their actions
preventiva) frente a la (real o aparente) amenaza a violent response -either spontaneous or structu-
revolucionaria? ¿Constituyeron una respuesta vio- red- to similar violent actions from the left? Did
lenta (espontánea u organizada) al accionar violento the cia and the American Embassy play a role fi-
y previo de grupos de extrema izquierda? ¿Le cupo nancing and organizing these events as it has been
un papel en su organización y financiamiento a la insistently suggested?
cia o a la Embajada de los Estados Unidos como se Key words: Democracy, right, anticommunism,
ha afirmado insistentemente? political violence.
Palabras clave: democracia, derecha, anticomu-
nismo, violencia política.
Introducción
Este trabajo es parte de una investigación más amplia que abarca el estudio de numerosas
organizaciones de derecha no partidaria visibles en el país entre fines de los años 50 y comienzos
de los 60.2 Este artículo da cuenta de tres de ellas (mondel, alerta y medl), que por su presencia
pública resultan representativas del vasto movimiento anticomunista de la época. Partimos de la
base de que este movimiento recoge en buena medida la tradición liberal del Uruguay, pero bajo
las fuertes influencias del pensamiento conservador, fortalecido en el contexto de la Guerra Fría
y acicateado por el impacto a escala continental de la Revolución cubana.
2 Movimiento Antitotalitario del Uruguay, Liga Oriental Anticomunista (loa), Movimiento Nacional para
la Defensa de la Libertad (mondel), Movimiento Nacional Femenino para la Defensa de la Libertad,
Organización Democrática Latino Americana, Frente Revolucionario Democrático (organización cubana
en el exilio), Amigos de Cuba Libre y Democrática, Asociación para la Lucha Ejecutiva y Repudio de
los Totalitarismos de América (alerta), Movimiento Civil de Reafirmación Democrática - En Guardia,
Frente Demócrata del Uruguay (fdu), Agrupación Juvenil pro Liberación de Cuba, Organización de Padres
Demócratas (orpade), Organizaciones Demócratas del Interior (odi), Movimiento Estudiantil para la
Defensa de la Libertad (medl), Confederación de Estudiantes del Interior (cei). Esta lista corresponde
a las organizaciones que por sus énfasis discursivos hemos llamado de “matriz liberal”. La investigación
ha permitido detectar otro conjunto de organizaciones presentes en esta etapa, de neta “matriz fascista o
falangista”, que no será objeto de este artículo.
3 Véase: www.ateneodemontevideo.com/historia.html
4 Mark Van Aken, Los militantes. Un estudio del movimiento estudiantil universitario uruguayo desde sus orígenes
hasta 1966 (Montevideo: fcu, 1990), 225.
del Ateneo revisara la decisión adoptada por la Junta, concebía la moción conciliatoria como “un
resultado transaccional que simplemente aplaza el inevitable enfrentamiento planteado entre dos
ideologías definidas que se excluyen”.5
En setiembre de 1960 se produjo el choque decisivo que anunciaba el medl, cuando un con-
junto de socios del Ateneo presentó una moción que proponía discutir “si el castrocomunismo es
compatible con el espíritu ateneísta”.6 El debate se prolongó en la Asamblea durante dos sesiones
muy álgidas, al final de las cuales se impuso la posición del “ala conservadora”. Uno de los planteos
de los mocionantes recogido por la prensa reclamaba: “el Ateneo tiene que ponerse al frente de
un gran movimiento para impedir que los Andes se conviertan en otra Sierra Maestra”. Por la
negativa votaron, entre otros, Emilio Frugoni, Pedro Díaz y Reyna Reyes, los dos primeros con-
notados dirigentes socialistas.7 La Mañana, diario colorado conservador, tituló: “Por 115 votos
frente a 22, se declaró anoche el Ateneo contra el régimen de Fidel Castro”.8 El sector derrotado
en la Asamblea abandonó la institución. La consecuente ruptura dejó en adelante al Ateneo como
un referente del anticomunismo militante.
La fundamentación contraria de Reyna Reyes fue publicada en el semanario Marcha en la
sección “Cartas de los lectores”. Su línea argumental era la siguiente:
No hay razón alguna para que el Ateneo adopte una resolución por mayoría sobre
el asunto […] Jamás las tomó en las célebres discusiones de fines de siglo entre es-
piritualistas y materialistas o cuando la famosa polémica entre José Pedro Varela y
Carlos María Ramírez que era de índole filosófico-política […] Quienes pretenden
hacer valer un criterio de mayoría lo que buscan es el efecto sicológico del repudio del
Ateneo a la Revolución Cubana, para proseguir la triste y famosa “caza de brujas”.9
Al día siguiente, el alivio del editorial de La Mañana era elocuente: “no faltaba quienes creye-
ran que el Ateneo había sido copado por los simpatizantes de la dictadura cubana”.10
La inteligencia policial catalogó más adelante al Ateneo como una “entidad seria y responsa-
ble, ha organizado algún Congreso anticomunista, pero no tiene una actividad continuada en ese
aspecto”.11 Lo cierto es que la mayoría de los movimientos anticomunistas que fueron relevados
en esta investigación, sesionaban de manera permanente o puntual en los salones del Ateneo y su
discurso procuró sostener una relación privilegiada con la histórica tradición liberal del Ateneo.
5 El País (22/6/1960), 6.
6 Carta de Reyna Reyes en “Cartas de los Lectores”, Marcha (7/10/1960), 2.
7 La Mañana (1º/10/1960), 2 y 4.
8 La Mañana (1º/10/1960).
9 Marcha (7/10/1960).
10 La Mañana (2/10/1960), 4.
11 Memorándum. Ref: Informe sobre organizaciones anticomunistas, no oficiales. Montevideo, 6/4/1962, dnii,
Carpeta Nº674.
líderes partidarios (los casos de los Consejeros de Gobierno Benito Nardone,12 oficialista, y César
Batlle Pacheco,13 opositor, son notorios), la aparición reiterada de sus manifiestos y propaganda en la
prensa de diversas fracciones partidarias, la presencia de militantes de partido entre los dirigentes de
aquellas organizaciones, todo ello indica el nexo existente entre ambas esferas de acción. Sin embargo,
lejos estamos de una mera construcción partidaria de instrumentos sociales para la acción ciudadana.
Las agrupaciones anticomunistas así conformadas constituyeron organismos de marcada autonomía,
con activistas de ambos partidos, además de cívicos e independientes, lo que explica su énfasis dis-
cursivo suprapartidario. Sí resulta elocuente de las inercias partidocéntricas del país el hecho de que
el movimiento “demócrata” adquiriera fuerte presencia en los períodos interelectorales, debilitándose
en las coyunturas electorales, como veremos más adelante.
En ese sentido, el acento bipolar del discurso anticomunista guardaba más relación con los
posicionamientos internacionales de las fracciones partidarias, que con los clivajes de la política
interna. Encontramos así un frente común conformado por el batllismo catorcista y el riverismo
colorados, algunos vestigios del nacionalismo independiente y el ruralismo nardonista. El herre-
rismo va a recoger en este sentido las ambigüedades de su particular posicionamiento nacionalista
(marcado por impulsos neutralistas e incluso antiimperialistas) aunque su principal órgano de
prensa, El Debate, no escapará en los momentos más álgidos al coro anti-izquierdista.14 El ba-
tllismo quincista, por su parte, como veremos, se mostró radicalmente ajeno a esa polarización.
12 Líder del ruralismo. Más allá de su controvertido ingreso en la política nacional, lo incluimos bajo el rótulo
“líder partidario” a partir de su participación en las lides electorales y de gobierno desde 1958.
13 Líder del batllismo catorcista, antagonista del batllismo quincista conducido por Luis Batlle Berres.
14 Sólo como apunte, vale consignar que en el marco de esta investigación hemos encontrado fuertes simpatías
desde el movimiento que hemos denominado de “matriz fascista o falangista” hacia el herrerismo, traducido
tanto en el respeto por su líder, fallecido en abril de 1959, como por uno de sus dirigentes más polémicos,
Enrique Erro, de erráticos posicionamientos izquierdistas entre 1962 y 1984, año de su muerte.
15 M. Van Aken. Los militantes, 225.
16 Manifiesto del mondel, Montevideo, 1º/8/1958, dnii, Carpeta Nº479 B.
17 Este retraso refuerza la hipótesis esbozada más arriba, en cuanto a que la coyuntura electoral frenaba la
energía del movimiento anticomunista de carácter suprapartidario.
18 La proximidad tanto ideológica como en el tiempo de este trabajo de “investigación” recabado por el mondel,
con el libro de Benito Nardone, Peligro rojo en América Latina (Montevideo: Impresiones Diario Rural sa,
1961), abre la hipótesis de una cooperación entre aquél movimiento y el político ruralista.
19 Carta del mondel dirigida a los Sres. Adherentes. Montevideo, setiembre de 1959, dnii, Carpeta Nº479 B.
Mayúsculas y subrayados en el original.
20 El Bien Público (23/5/60), 5.
21 Ver Gabriel Bucheli, “Rastreando los orígenes de la violencia política en el Uruguay de los 60”, Cuadernos de
la Historia reciente. Uruguay, 1968-1985 4 (Montevideo: ebo, 2008).
22 La Mañana (31/1/61), 2. Como se verá más abajo, será finalmente alerta, en mayo de 1961, quien presente
a las autoridades nacionales un proyecto de ley tendiente a frenar al comunismo.
Los comunicados a través de la prensa fueron frecuentes hasta entrado el año 1961, para
luego desaparecer, síntoma tal vez de la disolución de esta organización. Al mismo tiempo, otras
comenzaban a tomar protagonismo en la actividad anticomunista local, siendo alerta y el medl
las más visibles. No ha sido posible encontrar las explicaciones de tal desaparición, pero puede
deberse al nuevo dinamismo que esos otros grupos vinieron a imprimirle al movimiento.
Resulta sintomático de esto el que, en los distintos manifiestos firmados por el mondel,
encontremos nombres que se repiten en las directivas de otras organizaciones similares contem-
poráneas. De los diecisiete nombre recabados, ocho eran, habían sido o serían dirigentes de alguna
de las siguientes organizaciones: Liga Oriental Anticomunista, Movimiento Antitotalitario
del Uruguay, Organización Democrática Latinoamericana, alerta y Frente Revolucionario
Democrático pro Cuba Libre, además del Ateneo de Montevideo.
Esa situación, sumado a que el citado Movimiento Femenino y el medl nacieran como filiales
del mondel, permite conjeturar que nos hallamos ante un frente anticomunista que actuaba en
un sentido relativamente unitario, más allá del perfil particular que coyunturalmente le daban las
diferentes agrupaciones.
23 Carta de alerta al Presidente del Consejo Nacional de Gobierno. Montevideo, 25/5/1961, dnii, Carpeta
Nº674.
24 Estatutos de alerta (Montevideo: Impresora Uruguaya S. A.: mayo de 1961), dnii, Carpeta Nº674.
25 Memorándum. Ref: Actividades de las organizaciones que se indican. Montevideo, 18/7/1962, dnii, Carpeta
“Policía de Montevideo”, Nº726.
26 Memorándum. Ref.: Se informa sobre organizaciones extremistas. Subtítulo “De derecha”. Montevideo,
24/7/1962, dnii, Carpeta Nº674.
27 Estatutos de alerta, dnii, Carpeta Nº 674.
28 “Llamamiento de alerta”, El Día (8/1/1961), 8.
29 Manifiesto: “Ciudadanos: alerta le pregunta”, El Debate (4/1/1961), 5; La Mañana (4/1/1961), 12 y El Bien
Público (4/1/1961), 5.
30 El Debate (29/1/1961), 4.
La neutralidad ante la rivalidad entre los dos partidos mayoritarios era expresamente eviden-
ciada, incluso, en términos de referencias históricas. Cuando en mayo de 1962 la organización
realizó una serie de actividades en el pueblo de Tupambaé, departamento de Cerro Largo, la
delegación de alerta fue al lugar de la batalla que lleva ese nombre,38 “a rendir homenaje a los
caídos de ambos bandos”.39
Para los integrantes de alerta quedaba una esperanza si los partidos desfallecían y si la
aplicación de la fuerza se volvía necesaria. En ese sentido, las Fuerzas Armadas serían el “último
respaldo de nuestra democracia”, por lo que “deben seguir de cerca y con atención los próximos
acontecimientos”.40
Juventud y educación
Los jóvenes fueron blanco destacado de la prédica de alerta. En una de las primeras aparicio-
nes públicas de la organización se anunciaba que “En el seno de alerta se analizaron los problemas
de la juventud actual”. En un “Ateneo de Montevideo rebosante de público […] fueron analizados
los descabellados desvaríos de los demagogos […] y las absurdas e irreverentes reacciones de al-
gunos sectores de la juventud”. La disertación estuvo a cargo del Prof. Juan Carlos Sabat Pebet.41
Lamentó que “desde la propia Universidad están actuando con una impresionante irresponsabili-
dad y un lenguaje inadecuado”. Se hacía necesario “luchar contra ciertos «slogans» disparatados y
antisociales que andan de boca en boca” y se mostró “partidario de una propaganda adecuada de
firmes principios morales”. Exigía “que en los planes de estudios oficiales […] la asignatura de [sic]
Educación Cívica y Democrática, no sea de libre aprobación […] dar lugar a sanción cuando el
alumno no haya querido estudiarla, ni entenderla (aplausos) […]”. Finalmente, y en medio de un
clima de entusiasmo, según el cronista de El Día, “la Asamblea apoyó por unanimidad la moción
[de] someter a las autoridades de la enseñanza” la propuesta de que todo profesor manifieste opor-
tuna y solemnemente estar del lado de los principios democráticos que rigen al país.42
Resulta interesante detenerse en la siguiente movilización llevada adelante por alerta.
Consistió en un acto en la localidad de Tupambaé (Cerro Largo), como resultado del “esfuerzo
de los activos ciudadanos de dicha localidad”, y consistió en la “formación y puesta en marcha
de un Club de la Libertad filial de alerta”. Hicieron uso de la palabra dos estudiantes mujeres
de la localidad y dos montevideanos dirigentes estudiantiles de alerta. Éstos hablaron de “la
situación que atraviesa nuestra Universidad debido a la penetración de las ligas marxistas […] la
infiltración comunista en todos los órdenes de la vida ciudadana”, culminando con sugerencias
sobre la forma de contrarrestar la influencia marxista-leninista mediante la difusión en su medio
del Curso para Formación de Líderes Demócratas, que se llevaba a cabo en la capital en esas
38 La batalla de Tupambaé tuvo lugar durante la guerra civil que enfrentó a las tropas del caudillo blanco
Aparicio Saravia con el gobierno colorado de José Batlle y Ordóñez, los días 22 y 23 de junio de 1904. Dirigía
las tropas blancas el propio Saravia y las gubernistas el Gral. Pablo Galarza. Fue una de las batallas más
sangrientas que registra la historia del país.
39 El País (4/6/1962), 5.
40 El Debate (29/1/1961), 4.
41 Fue candidato a Senador por el Partido Colorado, encabezando una de las listas del sub-lema “Por los ideales
de Batlle” en las elecciones de 1958, pero no fue electo.
42 El Día (3/11/1960), 4.
43 El País (4/6/1962), 5.
44 Declaraciones del Presidente de alerta, Dr. Leopoldo A. Hughes, El País (2/6/1961), 4.
45 El Diario (14/12/1960), 6 y El Día (15/12/1960), 4.
46 Manifiesto (19/1/1961).
47 Carta de alerta al Presidente del Consejo Nacional de Gobierno, 25/5/196.
48 Carta de alerta al Presidente del Consejo Nacional de Gobierno.
49 Desarrolló una amplia actividad académica en el ámbito jurídico. Escribió, entre otras obras, Delitos contra la
Patria (1951) y Medidas de seguridad (1977). Fue diputado por el Partido Colorado en Canelones, en 1948,
ejerciendo una suplencia.
50 Fue Consejero de Estado en el primer período de la dictadura cívico-militar (19/12/1973 a 2/8/1976) Tras la
intervención del Partido Nacional por parte de las autoridades dictatoriales, fue nombrado por el régimen, el
15 de marzo de 1979, Presidente de la Comisión Administradora de los bienes partidarios.
51 Carta de alerta al Presidente del Consejo Nacional de Gobierno.
52 El Día (1º/6/1961), 4
53 El País (2/6/1961), 5.
54 El Debate (29/1/1961), 4.
55 El Debate (29/1/1961).
56 El Debate (29/1/1961).
57 El Debate (29/1/1961).
58 Un comunicado conjunto de la feuu, la ctu y el Comité Coordinador de apoyo a la Revolución Cubana
denunciaba a “loa, medl, alerta o las denominadas Tacuara y En Guardia”, El Popular (19/8/1961), 8.
59 Acción (7/9/1961), 3.
(uiu), Federación Rural (fr), Cámara Nacional de Comercio (cnc), Asociación de Corredores
de Bolsa de Montevideo, Cámara de la Construcción del Uruguay, Unión de Exportadores del
Uruguay y Asociación Nacional de Broadcasters del Uruguay (andebu). Es pertinente subrayar
que dos de los dirigentes de alerta eran hijos de antiguos dirigentes de varias cámaras empre-
sariales, repitiéndose algunas (la uiu, la cnc y la fr) y apareciendo otras: Asociación Rural del
Uruguay, Asociación de Cámaras de Comercio y Liga de Defensa Comercial.
Ya ha sido explicitada la función que tenía en la estrategia anticomunista la campaña mediática.
Es sintomática, entonces, la presencia entre los dirigentes de alerta de los propietarios de tres emi-
soras de radio (Carve, La Voz del Aire y Oriental), el canal decano de la televisión uruguaya (Canal
10 - saeta tv), así como la de hombres vinculados a dos diarios montevideanos (El Plata y El Bien
Público). Una conexión merece ser evidenciada: dos propietarios de radios, Fontaina y Artola, fun-
dadores de alerta, compartían acciones en saeta tv. Sugestivamente, fue el Comité Ejecutivo de
alerta, integrado por ambos, el que nombró como Secretario General Ejecutivo de la Asociación
al Cnel. (R) Volpe, quien en 1957 era Director de la División Radiocomunicaciones dependiente
del Ministerio de Defensa Nacional, lo que muy probablemente los había puesto en relación.
Entre los dirigentes encontramos a dos connotados políticos blancos, ambos del nacionalismo
independiente, que compartieron su actividad en el mundo empresarial con la político-partidaria:
el Dr. Gervasio Posadas Belgrano, quien fuera senador (1941-42) y ministro (1939-41), entre
otros cargos, y el Dr. José Pedro Aramendía, que sería presidente del brou65 (1965). Además,
otros dirigentes de alerta eran hijos de figuras públicas que habían tenido notoriedad en el
campo de la política décadas atrás.66
Existe un ámbito específico en el que coinciden varios dirigentes de alerta. Se trata del
Rotary Club de Montevideo (rcm). Entre aquellos encontramos varios socios de este último. Al
menos siete dirigentes de alerta fueron socios de dicho Club, habiendo compartido militancia
varios de ellos entre los años 40 y 50; dos de ellos fueron presidentes del rcm. Es de interés des-
tacar que los padres de dos dirigentes de alerta también habían coincidido en Juntas Directivas
del rcm. Si bien los propósitos políticos del rcm, dicho esto en el sentido más amplio del término,
no eran explícitos, sí se produce una toma de posición pronorteamericana en torno a la Segunda
Guerra Mundial y fuertemente panamericanista en los primeros años de la Guerra Fría.67
Desaparición de alerta
Entre noviembre de 1960 y el primer semestre de 1962 la presencia de alerta en la prensa
fue muy marcada. A partir de ese momento, sus comunicados se van haciendo más espaciados en
el tiempo para luego desaparecer de los medios escritos.
Este movimiento parece haber recogido las ambigüedades propias del escenario anticomu-
nista. Posiblemente sea en el campo de la acción política donde la interna se resquebrajó. Dos
muertes producidas en ocho meses68 pudieron poner en duda el papel de este tipo de organiza-
ciones, sobre todo para los sectores más liberales del anticomunismo criollo, más allá del grado
de responsabilidad directa que les cupiera en esos hechos. Es posible que renombradas figuras de
alto prestigio social no desearan quedar involucradas, al menos visiblemente, en lo que podía ser
un escenario de violencia creciente.
El carácter suprapartidario del movimiento también pudo agotar sus energías políticas. Su
período de vida más activo, entre octubre de 1960 y junio de 1962, corresponde al tiempo inte-
relectoral. Es probable que la centralidad recuperada por los actores partidarios (los partidos y
sus múltiples fracciones) ante la puja electoral, debilitara a las organizaciones que sustentaban su
práctica y su discurso en tan sólo uno de los temas de la agenda de aquellos. La lucha comicial
posicionaba el acento de lemas y sub-lemas en otras cuestiones. ¿Una muestra de la escasa reper-
cusión que a nivel popular (léase electoral) tenía la cuestión del anticomunismo?
En notas de prensa, el medl decía contar con diez mil afiliados, la mayoría de ellos entre los
14 y 18 años73 y tener el respaldo de sesenta mil seguidores.74 No existen elementos objetivos para
verificar esas cifras.
El punto de partida:
“la infiltración anarco-socialista-comunista” en la enseñanza
El “Informe sobre la situación universitaria en el Uruguay” es un documento fundacional del
medl que denuncia la penetración de la izquierda en los centros educativos. El informe señalaba
la situación en los diferentes centros universitarios en los que predominaban grupos izquierdistas.
Las referencias a éstos eran concluyentes: “grupos enemigos”, “grupos disolventes”, “cruda infil-
tración anarco-comunista” o “total dictadura de la tendencia socialista-comunista”.75
Ganar adhesiones en las generaciones más jóvenes era estratégico:
[Se] está logrando el desarrollo gremial de Secundaria para contrarrestar la acción
de ciertos agitadores que provocaron huelgas y ocupaciones de Liceos, y está di-
fundiendo ideas de orden y responsabilidad tanto en los aspectos estudiantiles e
internos de nuestro país, como con respecto a la Defensa del Mundo Libre contra
la agresión roja.76
En los liceos del Interior del país se habían “ya creado importantes bases de acción en Rocha,
Paysandú y Lavalleja. En el Interior, las perspectivas son aún más favorables, como regla general,
las localidades de extensión limitada como son las Capitales Departamentales, ofrecen campo
poco propicio para la infiltración de los agitadores rojos”.77
Las dificultades encontradas para contrarrestar la situación eran las siguientes: “la pasividad,
la indiferencia de la mayoría del estudiantado”; “ausencia de sólidos principios cívicos y morales
en el estudiantado, que se deja conducir a la indisciplina y el desorden movido por los falsos
ideales y fines que los agitadores esgrimen hábilmente”; “falta de coordinación, de dirección y de
armas dialécticas en aquella juventud que está dispuesta a resistir”.78
En consecuencia, el medl se proponía las siguientes “líneas de acción”: “despertar en el estu-
diantado, en los Profesores y Profesionales, la conciencia y la gravedad de la situación”; “despertar
en todos una enérgica militancia”; “hacer una verdadera labor educativa difundiendo en el es-
tudiantado joven, sanos conceptos cívicos y morales”; “realizar una labor de verdadero Estado
Mayor, que […] impulse la lucha general por la recuperación de la Universidad”; “proveer de
entrenamiento y armas dialécticas a todos aquellos que luchen por nuestra causa”.79
73 Acción (24/7/1962), 6.
74 El País (7/1/1961), 5.
75 medl, “Informe sobre la Situación Universitaria en el Uruguay”. Montevideo, 22/1/1960, dnii, Carpeta
Nº479.
76 medl, “Informe sobre la Situación Universitaria en el Uruguay”.
77 “Informe sobre la Situación Universitaria en el Uruguay”.
78 “Informe sobre la Situación Universitaria en el Uruguay”.
79 “Informe sobre la Situación Universitaria en el Uruguay”.
El medl y la violencia
La cuestión de la violencia recorrió toda la peripecia del medl, tanto por presentarse como
víctima de acciones de la izquierda, como por ser acusado él mismo de gestarla.
El “asalto” fallido a la Universidad de octubre de 1960 fue presentado por el medl como una
agresión violenta de los comunistas contra estudiantes “demócratas”. En un manifiesto aparecido
en la prensa dos días después, el medl declinaba toda responsabilidad y deploraba los hechos,
afirmando que “la violencia es el clima más favorable a las fuerzas totalitarias”. Se indicaba que,
según la versión “proveniente de círculos estudiantiles totalmente confiables”, los izquierdistas
habían atacado a balazos a “un grupo de estudiantes demócratas [que] indignados por la prepo-
tente influencia que ejercen las fuerzas comunistas en la Universidad, resolvieron manifestar su
repudio a la situación, colocando sobre la puerta de la Universidad, fijado con alambre, un cartel
de tela con la inscripción «Presupuesto Sí, Comunismo No»”.82 Sin embargo, en los archivos
de inteligencia policial existen evidencias sobre el porte de armas por parte de seis estudiantes
“demócratas” que quisieron ingresar esa noche al local universitario y fueron detenidos en las
inmediaciones por la policía.83
Desde entonces, las denuncias de integrantes del medl ante la policía sobre atentados ocu-
rridos o en riesgo de producirse fueron recurrentes. En los archivos de la dnii se han encontrado
numerosos ejemplos.
80 El País (7/1/1961), 5. Los Estados Unidos rompieron relaciones con Cuba el 3 de enero de 1961, hecho
indudablemente encadenado con la campaña local que exigía la ruptura. Esta era, además, la posición pública
de los Consejeros de Gobierno Benito Nardone y César Batlle Pacheco.
81 El País (14/7/62), 5 y El Plata (14/7/62), 3.
82 El País (7/10/1960), 5.
83 Departamento Nº3. Oficio Nº361/60. Montevideo, 6/10/1960. Carta del Sub-Comisario Encargado al
Señor Juez Letrado de Instrucción y Correccional de 6to. Turno. dnii, Carpeta “Policía de Montevideo”,
Nº781.
El análisis de esta serie de denuncias, que constituyen una lista seguramente incompleta, no
es sencillo, por lo que manejaremos diversas hipótesis, probablemente complementarias. Si bien
ninguna organización de izquierda parecía embarcada en la realización de atentados políticos a
esa altura de la década (nótese que ni las denuncias ni las investigaciones policiales, al menos las
disponibles, apuntan a grupos específicos, más allá de generalidades), no deben descartarse accio-
nes espontáneas de militantes izquierdistas que actuaran de manera inorgánica, respondiendo a la
dialéctica de violencia de la etapa. De todos modos, la secuencia de denuncias deja latente el senti-
miento de persecución de los militantes de la derecha, real o imaginado. Tampoco debe descartarse
el uso político de la denuncia con su efecto propagandístico. Si un objetivo declarado era poner a los
comunistas fuera de la ley ¿qué mejor manera que demostrar que actuaban en la ilegalidad?
Respecto a presuntas acciones de violencia en las que habrían participado militantes del
medl, no existe evidencia incriminatoria definitiva. Las acusaciones de la izquierda, a las que
debe sumarse el diario quincista Acción, son tan numerosas como azarosas. Esto ocurrió tanto
ante el “asalto” a la Universidad (octubre de 1960),84 en el caso de los incidentes frente a la sede
del Partido Comunista que terminaron con la muerte de Billoto (enero de 1961),85 como en el
asesinato de Arbelio Ramírez (agosto de 1961),86 o ante las agresiones con tatuaje de esvásticas
(invierno de 1962).87 La respuesta del medl fue sistemáticamente la de negar toda responsa-
bilidad. En los dos primeros casos, el argumento consistía en invertir la direccionalidad de la
violencia (los militantes anticomunistas eran presentados como víctimas, no como agresores);88
en los otros dos casos se rechazó toda vinculación.89
No existe mayor evidencia sobre el uso de violencia física por parte de los militantes del
medl. Los seis atacantes de la Universidad detenidos con armas no han podido ser vinculados a
esa organización; la denuncia de que los tiradores que mataron a Ramírez huyeron en dirección
al local del medl para cobijarse en su interior resulta imposible de probar. ¿Constituye esto un
elemento para sostener que el medl era ajeno a la práctica de la violencia? Sin duda no. Se puede
manejar razonablemente la hipótesis de que esta organización fuera usada como fachada por gru-
pos interesados en imponer una lógica de violencia. Calibrar qué grado de responsabilidad cabría
entonces a sus dirigentes escapa a las posibilidades de este trabajo.
Van Aken, para interpretar el acercamiento del medl a prácticas de violencia, ofrece el
mismo argumento que ha sido utilizado para explicar las mismas prácticas en la izquierda: la
84 Habrían actuado “bandas fascistas de la loa –que actúan también bajo el nombre de una de sus secciones,
léase medl–”. El Popular (6/10/1960), 1
85 “Hampones asalariados de la embajada yanki a través de la loa y el medl atacan la Universidad, locales
estudiantiles y la Casa del Partido Comunista; apedrean y balean, junto con la policía”. El Popular (13/1/1961), 8.
86 “Fascistas del medl asesinaron ayer a un profesor”, El Popular (18/8/61), 1. En los días siguientes El Popular
denunció a integrantes del medl, a personas vinculadas con ambos partidos tradicionales y a hampones a
sueldo como participantes en el incidente, además de complicidad a la policía por encubrir la huida de los
tiradores. Según su versión, éstos se habrían refugiado en el propio local del medl, a pocos metros del iava.
Esta ha sido la versión incorporada en el imaginario de la izquierda uruguaya, pero nunca pudo ser probada.
87 Acción (24/7/62), 6.
88 El País (7/10/1960), 6 y Volante del medl: “El pueblo uruguayo exige JUSTICIA” (enero de 1961), dnii, Nº
479. Mayúscula en el original.
89 Conferencia de prensa, El Diario (14/7/62), 7; El Bien Público (14/7/62), 5; El País (14/7/62), 6; El Plata
(14/7/62), 3 y Acción (24/7/62), 5. En esa conferencia de prensa se deslizó la sospecha de que en el caso Barret
se trataba de un autoatentado, igual que la versión que hizo pública alerta.
“autodefensa”, “Cuando algunos pegadores de carteles del movimiento tuvieron problemas con
activistas de la Federación [feuu], el «aparato» contrató matones para que les sirvieran de guar-
daespaldas, y poco después un grupo de casi veinte hombres armados tomó a su cargo la tarea de
vigilar el cuartel general de la organización”.90 En 1960, luego del “asalto” a la Universidad, un
comunicado de prensa del medl decía que sus integrantes “se han visto precisados a [sic] andar
armados en previsión de un posible ataque de elementos adversos a sus ideas”.91 Más tarde, en
1962, el presidente del medl, Victorio Ferrero, contribuía públicamente a fortalecer esa idea: “El
comunismo está formando un plan que tiende a arrastrar a los demás a la violencia […] hay un
segundo plan, que son las «brigadas de vigilancia» para tratar de fomentar y provocar incidentes,
que a la postre causen choques armados y harán de nuestro Uruguay una segunda Cuba”.92
¿Cuál es la distancia que media entre la autodefensa y la agresión armada? Ha sido en general
un dilema difícil de resolver.
medl para integrarlos a su organización. No siendo convencidos, formaron otra agrupación que se llamó
“Movimiento Estudiantil Democrático” (med) y que operaba exclusivamente en el iava.
97 Entrevista a O.B.
98 Los militantes, 224.
99 Los militantes, 226.
100 En junio de 1963 culminó el trabajo de una Comisión de la Facultad de Medicina que aplicó severas sancio-
nes a varios estudiantes acusados de participar en el hecho.
101 Memorándum, 6/4/1962.
Algunas conclusiones
Las evidencias relevadas indican que entre 1959 y 1960 se produjo una ofensiva anticomu-
nista de sectores liberal/conservadores, empujados por el itinerario de la Revolución cubana y la
vigorosa actividad propagandística que desarrolló la izquierda (partidaria, estudiantil y sindical)
en su apoyo. Es notorio el papel de diversas fracciones de los partidos tradicionales y sus órganos
de prensa más representativos en la construcción del discurso, pero lo novedoso es la proliferación
de organizaciones emanadas de la sociedad civil, que irrumpieron con un discurso que oscilaba
entre la reivindicación democrática, la obsesión anticomunista y la amenaza lisa y llana contra los
portavoces del “desorden”.
El discurso de estas organizaciones estaba cargado de urgencias (la denominación alerta es,
en ese sentido, elocuente) y presentaba un hondo sentido de cruzada nacional. Frente a un peligro
que parecía amenazar el statu quo, era necesario activar respuestas radicales que encendieran la
alarma ciudadana, tocando resortes claves del imaginario nacional: la escuela, la familia, la juven-
tud, la patria, el Estado. Todas las certezas se podían perder si la ciudadanía no reaccionaba en
clave patriótica.
Así podemos resumir sus principales contenidos políticos e ideológicos:
• Anticomunismo visceral de referencias panamericanistas y occidentalistas;
• matriz democrático-liberal, pero abierta a la resolución del peligro por la vía represiva, con
alusión específica al papel de las ffaa;
• el movimiento se ubica dentro de la tradición conservadora uruguaya: desconfianza de los
políticos pero apego a los partidos y sus tradiciones;
• el discurso no contiene referencias explícitas a la necesidad del uso de la violencia, pero
está cargado de alusiones marciales;
• marcada composición empresarial y deslices de posicionamiento empresista;
• antitotalitarismo: construcción de un relato que identifica al comunismo con el
nazifascismo;
• en el plano regional, fuerte rechazo del peronismo;
• promoción de la delación del “enemigo” de la patria;
• prédica moralizante, en particular en relación a la juventud;
• llamado conmovedor a la militancia ciudadana.
Tocando fibras nacionalistas (contra la amenaza foránea), apelando al tradicional cosmopoli-
tismo uruguayo (solidaridad con el pueblo cubano víctima de una “cruel dictadura”) y a la defensa
de los derechos humanos (repudiando el paredón), en base a una fuerte campaña de prensa, el
bloque en cuestión fue capaz de convocar a sectores ciudadanos sensibles a esa prédica. Resulta
difícil, si no imposible, cuantificar esa adhesión. El hecho de que las movilizaciones no fueran
frecuentes ni muy numerosas contribuye a abonar la hipótesis de la pasividad de las fuerzas
102 Los militantes, 228.
103 Sobre la formación de grupos de choque civiles ver Víctor Bacchetta, El asesinato de Arbelio Ramírez. La
república a la deriva (Montevideo: Doble Click Editoras, 2010).
104 Ver G. Bucheli, “Rastreando los orígenes de la violencia política en el Uruguay de los 60”.
105 “Rastreando los orígenes de la violencia política en el Uruguay de los 60”.
106 Consejo Nacional de Gobierno.
107 Philip Agee, Inside the Company. cia Diary (Penguin Books, 1975). Tomado de Mauricio Bruno, “Violencia
anticomunista en el Uruguay de los tempranos años sesenta. Algunas operaciones de las «bandas fascistas» y
su conexión política”, Segundas Jornadas de Historia Política, fcs-udelar, Montevideo, junio de 2008, 9.
Archivos
Archivos de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia: Carpetas relacionadas con “organizaciones de
derecha” Nºs 479, 479 B, 674, 726 y 781.
Prensa
El País,
La Mañana,
El Bien Público,
El Día,
Acción,
El Debate,
El Popular
El Diario (junio de 1960 a julio de 1962).
Marcha (octubre de 1960).
Fuentes
Entrevista a O.B. (integrante de la Agrupación Juvenil pro-liberación de Cuba y del med, agrupación “demócrata”
del iava, en torno a 1960).
Ateneo de Montevideo: www.ateneodemontevideo.com/historia.html
Bibliografía
Bacchetta, Víctor. El asesinato de Arbelio Ramírez. La república a la deriva. Montevideo: Doble Click Editoras,
2010.
Bruno, Mauricio. “Violencia anticomunista en el Uruguay de los tempranos años sesenta. Algunas operaciones
de las «bandas fascistas» y su conexión política”, Segundas Jornadas de Historia Política, Montevideo:
fcs-udelar, junio de 2008.
Brussoni, Enrique. Historia del Rotary Club de Montevideo. Montevideo: Rotary Club de Montevideo, 1984.
Bucheli, Gabriel, “Rastreando los orígenes de la violencia política en el Uruguay de los 60”, Cuadernos de la Historia
reciente. Uruguay, 1968-1985 4. Montevideo: ebo, 2008.
Nardone, Benito. Peligro rojo en América Latina. Montevideo: Impresiones Diario Rural sa, 1961.
Van Aken, Mark. Los militantes. Un estudio del movimiento estudiantil universitario uruguayo desde sus orígenes hasta
1966. Montevideo: fcu, 1990.
Ariel Eidelman1
Resumen Abstract
Este artículo aborda la construcción de la Based on the analysis of pfa-Mundo
identidad de los agentes de la Policía Federal Policial, a magazine launched in 1969, this
Argentina a partir del análisis de la revista article addresses the processes of identity
pfa-Mundo Policial, aparecida en 1969. En building of the Argentine Federal Police
un contexto de crisis política de la dictadura agents. Within a context of political crisis
militar instalada en 1966 y de cuestionamiento in the military dictatorship installed in 1966
a los aparatos represivos del Estado argenti- and questioning of the Argentine govern-
no identifica, a partir del análisis de distintos ment’s repressive apparatus, it analyzes the
discursos e imágenes de la publicación insti- different speeches and images presented in
tucional de la Policía Federal, las diferentes this periodical of the Federal Police in order
estrategias de reforzamiento de la imagen to understand the different strategies aimed
institucional y de la identidad policial y la re- at reinforcing the institutional image and
presentación de los enemigos del orden social, identity of the police force and its represen-
la violencia política y la crisis de la sociedad tation of the enemies of social order, political
tradicional. violence and the crisis of traditional society.
Palabras clave: Policía, imagen institucio- Key words: Police, institutional image, po-
nal, identidad policial, violencia política lice identity, political violence
Introducción
El objetivo de este trabajo es realizar un análisis de las principales características de la re-
vista pfa-Mundo Policial, aparecida a fines del año 1969.2 A partir de esas características y del
tratamiento de ciertos temas que aparecen en forma sostenida, nos interesa, en primer lugar,
interpretar las distintas formas en que la institución buscaba adoctrinar y reforzar la identidad
policial de sus agentes. En ese sentido, realizamos un análisis de los discursos que vehiculizaba
la revista, de algunas de las tapas y ejemplos de humor gráfico, buscando explicitar los mensajes
que la Policía Federal Argentina (pfa) transmitía desde allí a sus miembros y a la sociedad civil.
Nos hemos propuesto en este artículo analizar la revista hasta el año 1973, tomando en consi-
deración la transformación de la situación política nacional que supuso el cierre de la experiencia
de la dictadura militar autodenominada “Revolución Argentina” y el advenimiento de un nuevo
régimen político de origen constitucional, con el acceso del peronismo al poder. A pesar de este
recorte, queremos advertir que hemos detectado fuertes continuidades en el despliegue de la acti-
vidad represiva y el desarrollo de los aparatos represivos del Estado nacional, entre los gobiernos
de facto y los civiles durante la década del setenta. Por este motivo creemos que difícilmente se
haya modificado de forma radical la construcción de la identidad institucional de la pfa por el
nuevo cuadro político. El recorte, más que nada de carácter funcional, deja pendiente el abordaje
del tema en la etapa posterior a mayo de 1973.
Luego del golpe de Estado de junio de 1943, el gobierno militar que asumió el poder en el
país llevó adelante el viejo proyecto de crear una fuerza policial de carácter federal, con capacidad
para actuar en todo el territorio nacional. De esta forma, fue creada la Policía Federal Argentina
por Decreto Nº17.750 del Poder Ejecutivo Nacional, el 24 de diciembre de 1943. Esto se hizo a
partir de la preexistente Policía de la Ciudad de Buenos Aires. Esta última fuerza policial había sido
creada en 1880, junto a la federalización de la ciudad como capital de la Argentina. Tras un año para
crear la nueva institución, la pfa remplazó a la Policía de la Ciudad el 1º de enero de 1945.
Aunque en los últimos años la década del 70 y la violencia política han generado un creciente
interés en los historiadores e investigadores de la historia argentina, continúan siendo escasos los
trabajos que abordan la represión y los aparatos represivos del Estado nacional como las fuerzas
policiales, su desarrollo, actividad e intervención en la segunda mitad del siglo xx. En ese sentido,
consideramos este trabajo un aporte al tratamiento más frontal de esos temas y problemáticas.
Respecto del siglo xix y la primera mitad del siglo xx, los estudios que abordan los problemas
vinculados al control social, el crimen y la justicia o específicamente las instituciones policiales
se han ampliado en los últimos años, como muestra la producción de investigadores como Lila
Caimari, Ricardo Salvatore, Ernesto Bohoslavsky, Osvaldo Barreneche o Diego Galeano, entre
otros.3 Al mismo tiempo, la actividad de las fuerzas policiales y de seguridad en el presente y en
2 Este trabajo se basa en un capítulo de mi tesis de Doctorado, “El desarrollo de los aparatos represivos del
Estado argentino durante la «Revolución Argentina» (1966-1973)”, defendida en la Universidad de Buenos
Aires en el año 2010.
3 Ver, por ejemplo, Lila Caimari, Mientras la ciudad duerme. Pistoleros, policías y periodistas en Buenos Aires, 1920-
1945 (Buenos Aires: Siglo xxi, 2012) y Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina (Buenos
Aires: Siglo xxi, 2004); Ricardo Salvatore, Carlos Aguirre y Joseph Gilbert (Editores) Crime and Punishment
in Latin America. Law and Society since Late Colonial Times (Durham y London: Duke University Press,
2001); Ricardo Salvatore y Carlos Aguirre (Editores) The Birth of the Penitentiary in Latin America: Essays on
Criminology, Prison Reform and Social Control, 1830-1940 (Austin: University of Texas Press, 1996); Ernesto
las últimas décadas ha sido abordada por la criminología crítica y también por diferentes ciencias
sociales, como la sociología o la antropología jurídica. Han sido un insumo y un punto de referen-
cia tanto los trabajos de Laura Kalmanowiecki, sobre la historia de la policía política en la ciudad
de Buenos Aires en la primera mitad del siglo xx,4 como el estudio etnográfico realizado por
la antropóloga Mariana Sirimarco, que analiza los procesos institucionales de construcción del
sujeto policial en las escuelas policiales de la pfa y de la policía de la provincia de Buenos Aires.5
Consideramos que para un fructífero estudio de esta publicación es absolutamente necesario
colocar los temas, abordajes y preocupaciones que mostraba la revista en relación con un contexto
político específico, abierto a partir de las insurrecciones populares ocurridas en las ciudades de
Rosario y Córdoba en mayo de 1969 y caracterizado por una pronunciada crisis política nacional,
un proceso de politización y radicalización de la sociedad argentina junto a una protesta y movi-
lización obrera, estudiantil y popular de masas, el fuerte desarrollo de las organizaciones políticas
y la cultura de izquierda y, en particular, la aparición pública de varias organizaciones político-
militares, marxistas y peronistas.6
Al mismo tiempo es importante destacar que, durante el año 1970 y aprobada formalmente
en el mes de febrero de 1971, el gobierno militar iniciado en junio de 1966 llevó adelante una
importante reforma de la estructura institucional de la pfa con el objetivo de modernizarla y
adaptarla a las crecientes demandas de la situación política nacional. En ese sentido, ese año se
crearon nuevas estructuras y aparatos para facilitar la intervención de la pfa en distintos puntos
del país como el Cuerpo de Unidades Móviles de Represión, conocido en la época como Brigada
Antisubversiva, dependiente de la Dirección General de Orden Urbano y obra del Comisario
Mayor Alberto Villar; la Brigada Motorizada de Combate y también un escuadrón aéreo, que
incorporó helicópteros para búsqueda y rastreo, ante la generalización de las insurrecciones po-
pulares en las grandes ciudades del interior del país. En la Capital Federal se crearon Cuerpos de
Vigilancia para el patrullaje continuo y el servicio de calle, sacando esa tarea de la responsabilidad
de las comisarías, y fue creada en el Departamento Central una Sala de Situación.
Para fines de la década del sesenta, la pfa contaba con varias iniciativas comunicacionales
para proyectar su imagen institucional sobre la sociedad argentina en general, y porteña en par-
ticular, desarrolladas a partir de su División de Relaciones Públicas. Desde el año 1963 la fuerza
Bohoslavsky, Lila Caimari y Cristina Schettini (Organizadores) La policía en perspectiva histórica. Argentina y
Brasil (del siglo xix a la actualidad) (Buenos Aires, 2009), digital; Osvaldo Barreneche, “La reforma policial del
peronismo en la provincia de Buenos Aires, 1946-1951”, Desarrollo Económico 186 (2008) y Diego Galeano,
Escritores, detectives y archivistas. La cultura policial en Buenos Aires, 1821-1910 (Buenos Aires: Teseo, 2009).
4 Ver, Laura Kalmanowiecki, “Policing the People, Building the State: The Police-Military Nexus in Argentina,
1880-1945”, en Diane Davis y Anthony Pereira (Editores) Irregular Armed Forces and Their Role in Politics
and State Formation (New York: Cambridge University Press, 2003) y “Origins and Applications of Political
Policing in Argentina”, Latin American Perspectives 2 (2000). Remitimos también a la tesis doctoral de
Kalmanowiecki, Military Power and Policing in Argentina (New York: New School for Social Research, 1996).
5 Ver, Mariana Sirimarco, De civil a policía. Una etnografía del proceso de incorporación a la institución policial
(Buenos Aires: Teseo, 2009).
6 Para un análisis de las definiciones ideológicas y políticas del régimen militar instalado en la Argentina en
junio de 1966, con fuerte peso del nacionalismo católico tradicionalista, remitimos a Cyrus Cousins, “General
Onganía and the Argentine (Military) Revolution of the Right: Anticommunism and Morality, 1966-1970”,
Historia Actual Online 17 (2008); Arturo Laguado Duca, “Onganía y el nacionalismo militar en Argentina”,
Universitas Humanística 62 (2006) y Guillermo O’Donnell, El Estado burocrático autoritario (Buenos Aires:
Belgrano, 1996).
contaba con un espacio de treinta minutos semanales para difusión institucional en Canal 7.
Ese noticiero policial, producido por la Sección Ceremonial, tuvo una frecuencia semanal entre
mediados de 1963 y fines de 1965 y, en una segunda etapa, entre 1966 y 1968. Desde el año
1964 la institución producía programas de radio: la fuerza disponía de una gran cantidad de es-
pacios radiales donde se reproducían boletines de novedades o programas policiales como Radio
Nacional, Radio América, Libertad, Municipal y El Mundo, entre otras emisoras.7 También se
producían noticieros y, desde mediados de los 60, un programa denominado “Policía por dentro”,
para su reproducción por los canales de televisión de la ciudad de Buenos Aires. Incluso el cierre
de la programación diaria de la televisión estaba a cargo de un Capellán de la fuerza. Al mismo
tiempo y con intervención de la Secretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación,
la institución realizaba diferentes campañas públicas como la de educación vial. La pfa apuntaba
a sostener su imagen institucional a partir de ciertas áreas, como la Dirección de Tránsito o la
actividad de la Dirección de Bomberos, y a partir de la actividad cultural desarrollada por las
bandas musicales de la fuerza o las exhibiciones de destreza de la Escuadra Azul del Cuerpo de
Policía Montada.
Dada la existencia de diversas iniciativas institucionales, producción de materiales propios
y las diferentes formas de acceso a los medios masivos de comunicación como los principales
canales de construcción de la imagen institucional, una hipótesis de este trabajo es que la función
principal de la revista pfa-Mundo Policial era adoctrinar a los agentes de la fuerza, reforzando la
identidad policial y la imagen institucional. La apuesta al reforzamiento y consolidación de esas
representaciones se volvía particularmente necesaria y acuciante en un contexto de crisis política
del régimen militar. Una coyuntura que estaba signada por una fuerte represión política y social y,
en particular, por una gran actividad represiva desarrollada por la pfa, la principal fuerza policial
del país. La represión policial llevó a un fuerte rechazo, cuestionamiento y repudio de la institu-
ción por parte de una gran parte de la población. Mientras la fuerza desarrollaba una creciente
represión de la protesta política, social y cultural, tanto en la Capital Federal como en diferentes
escenarios del interior del país, nos parece que se puede pensar que la legitimidad social para
su violenta intervención de control social era cada vez menor, al mismo tiempo que el rol de la
institución se encontraba fuertemente cuestionado por los diferentes sectores políticos y sociales
movilizados y por las víctimas de la represión estatal.
El presente artículo está estructurado considerando en primer término las principales carac-
terísticas de la publicación, enfatizando el rol protagónico de algunos intelectuales de la fuerza
y apuntando al mismo tiempo a los principales elementos de la construcción de la imagen ins-
titucional. Allí planteamos algunos de los principales temas de la revista y estudiamos la forma
en que son presentados para el adoctrinamiento de los miembros de la fuerza. En primer lugar,
referimos a la forma en que fue exhibida en la revista la crisis de la sociedad tradicional, sus valo-
res y normas. En segundo lugar, examinamos la fuerte preocupación de la revista por la violencia
política y el comunismo, como una de las expresiones más importantes de esa crisis social. Se des-
taca en ese sentido la criminalización de la actividad política y en particular la de la guerrilla. Por
último, apuntamos a las diferentes estrategias utilizadas en la revista para reforzar la imagen insti-
tucional y la identidad de los miembros de la fuerza. Para analizar las diferentes representaciones
que aparecen en la revista, partimos de entender este concepto como el modo en que diferentes
7 Ver Adolfo Rodríguez y Eugenio Zappietro, Historia de la Policía Federal Argentina (Buenos Aires: Policial,
1999), 390-399.
sujetos y grupos sociales son reconocidos por otro actor en particular. Esas representaciones, a la
vez, tienen un carácter constituyente de la realidad social y un rol fundamental en la construcción
de los lazos sociales, la comprensión de la sociedad, el conflicto social y la lucha de clases.
8 La última revista editada por la Policía Federal Argentina, denominada Revista de Policía y Criminalística,
había dejado de salir en el año 1948.
9 La cifra de la tirada original está tomada de A. Rodríguez y E. Zappietro, Historia de la Policía Federal
Argentina, 401. La revista tuvo 96 páginas hasta el número 10, cuando se redujo a 64 páginas.
10 Para más datos biográficos y una bibliografía de las obras de los comisarios Romay y Rodríguez, ver Historia
de la Policía Federal Argentina, 388-389.
Lo que daba a la revista una marca propia y particular era su objetivo general de colaborar
activamente en el reforzamiento tanto de la identidad policial de los miembros de la fuerza, como
de aspectos claves de la imagen de la institución. En ese sentido, la idea central en la publicación
era difundir aspectos de la historia de la policía de Buenos Aires para presentar a la fuerza de
seguridad como enlazada fuertemente con la historia patria del siglo xix, para relegitimar el rol y
la misión de la pfa en la sociedad argentina.
La pfa era presentada insistentemente como una institución legítima y tradicional, ocupada
de la defensa de la ley y guardiana del orden social. Esa era la principal imagen que la revista
buscaba trasmitir a sus lectores y a la sociedad argentina. La pfa también era mostrada como “el
último bastión opuesto a la violencia y a la sinrazón”.11 La fuerza se consideraba a sí misma como
la principal defensora del orden burgués de la sociedad, de las instituciones del Estado y de la na-
ción, de un orden social cuestionado por elementos calificados como delictivos y antinacionales.
La imagen que la revista construía permanentemente era también la de una fuerza moderna y
científica, con un importante y merecido prestigio internacional. Ante el marcado clima de fuerte
hostilidad que mostraba una gran parte de la sociedad argentina hacia la institución, la revista
apuntaba a destacar el reconocimiento internacional de la pfa. La principal fuerza policial del
país era constantemente caracterizada por la vocación de servicio y sacrificio, brindando segu-
ridad contra el delito, la violencia, el vicio y la inmoralidad. Como una fuerza con una historia
de inventos y adelantos técnicos de repercusión internacional, cuyo principal y paradigmático
ejemplo era el método dactiloscópico de identificación de personas creado por Juan Vucetich.
Otra característica de la revista era el gran espacio dedicado a publicar textos de ficción.
Todos los números tenían un espacio importante para publicar cuentos y poemas, en general de
temática policial, escritos por miembros de la fuerza o escritores extranjeros, destacando el interés
de la institución por la cultura y la literatura. En general los cuentos escritos por miembros de la
fuerza apuntaban a humanizar al agente de policía, a mostrarlo comprensivo con las “lacras” de
la sociedad o conocedor del lunfardo y de la cultura popular porteña. En particular, a mostrarlo
con sentimientos. Otro elemento que se puede señalar es que una parte del material que publicó
Mundo Policial estaba tomado de otras publicaciones policiales del mundo, en general se trataba
de publicaciones de fuerzas policiales europeas y de donde más artículos se tomaron fue de la
publicación oficial de Interpol: Revista Internacional de Policía Criminal.
Si bien la revista tenía una gran cantidad de textos y artículos que ocupaban varias páginas, se
destaca la gran cantidad de fotografías, ilustraciones y chistes gráficos que incluía la publicación
como una forma de aligerar su lectura. De hecho, se solían publicar secciones o notas donde las
fotografías e ilustraciones ocupaban un espacio más importante que el texto mismo. Como ya
fue señalado, la revista Mundo Policial mostraba en sus páginas un espacio destinado tanto al
humor escrito como al gráfico. ¿Cuál es el mensaje que se trasmitía a través del humor gráfico?
Básicamente, la aceptación del rol de la policía en la sociedad. Muchos de esos chistes dibujados
tenían que ver con situaciones paradójicas de la tarea policial o de la relación entre el agente de
policía y el ladrón. También con la expresión de sentimientos que no se esperaban de parte de un
agente de policía. Se apuntaba a que la sociedad mostrara tolerancia, aceptación y una naturali-
zación de la intervención del aparato represivo del Estado y, al mismo tiempo, que sus miembros
superasen los cuestionamientos a ese rol.
11 “No ahorrar sangre de gauchos…”, Mundo Policial (en adelante mp) 10 (diciembre de 1971), 62.
El primer número de pfa-Mundo Policial, que como ya señalamos fue publicado a fines del
año 1969, resulta representativo de varios de los temas y objetivos de la publicación. Mostraba en
su tapa una gran fotografía con un joven agente de la fuerza tomado de perfil y del pecho para
arriba, colocado de espaldas a la vereda norte de la céntrica Avenida Corrientes, vista desde la
altura del 800 y en dirección oeste. La fotografía ocupaba dos tercios de la portada de la revista y
en el resto de la tapa, sobre fondo azul, se anunciaban varios artículos y temas incluidos. La foto,
tomada de noche, exponía las luces de los automóviles en movimiento sobre el asfalto y de las
marquesinas de la céntrica arteria porteña, destacándose la fachada del tradicional Teatro Gran
Rex y, de fondo, la Avenida 9 de Julio en el cruce con Corrientes, sus publicidades lumínicas y el
mayor símbolo de la ciudad de Buenos Aires: el Obelisco.
Con la perspectiva de la fotografía, el policía aparecía en un primer plano sobre la calle, bas-
tante más grande que el Obelisco, en cuya dirección dirigía su mirada vigilante, abarcando con
ésta a toda la avenida. Se producía un fuerte contraste entre la oscuridad del cielo y las luces de la
pujante vida nocturna de la ciudad. La fotografía continuaba en la contratapa de la revista donde
se había sobreimpreso la fotografía de un móvil policial, con tres efectivos a bordo, y se agregaba el
siguiente mensaje: “Aquí, en la luz y en las sombras, imagen de seguridad… La ciudad vertical es-
tira la alucinante perspectiva de la noche. Miles de sueños nacen y mueren en la peculiar Buenos
Aires, ciudad cosmopolita y austral. La Policía Federal está a su pie, con su brazo azul, allí donde
aceche la sinrazón de la violencia…”.
La fotografía apuntaba a trasmitir una imagen de la policía como garante del orden y la segu-
ridad de la moderna urbe y, al mismo tiempo, a asociar a la fuerza, personificada por el agente, con
los símbolos principales de la ciudad. El mensaje que se buscaba trasmitir era que esa fuerza po-
licial era tan propia, natural e inseparable de la ciudad como el Obelisco o la Avenida Corrientes,
emblemas principales de la identidad porteña. Puede considerarse que la fotografía expresaba con
claridad el mensaje general que la revista tenía por objetivo trasmitir.
de orden material pero sí al alto espíritu de cumplimiento del deber”. El General Fonseca insistía
ante sus oficiales respecto del prestigio ganado por la institución y al mismo tiempo se refería a
la necesidad de reforzar la identidad de los agentes, anunciado “el propósito de esta Jefatura de
luchar por un futuro en el que cada policía sienta la distinción de serlo, el privilegio de vestir un
uniforme honroso, que alberga un alma templada y azul”.15
15 “Texto del discurso pronunciado por el Jefe de la Policía Federal durante la cena de camaradería del personal
superior”, mp 1(noviembre-diciembre de 1969), 24-25.
16 “Crimen en las Naciones Unidas”, mp 6 (setiembre-octubre de 1970), 6-7.
17 “La pareja: discusión y síntesis”, mp 7 (noviembre-diciembre de 1970), 78-79. Ver también “Disparen contra
el matrimonio”, mp 5 (julio-agosto de 1970), 70-71.
18 “El clero y la policía”, mp 13 (junio de 1972), 52-53.
19 “Promoción de cadetes 1972”, mp 14 (julio-agosto de 1972), 46-47.
expansión del consumo de drogas o la violencia política definían nuevas tareas y nuevos enemigos
para la fuerza.
Las organizaciones, partidos políticos y militantes de izquierda eran un enemigo tradicional
de la policía, pero el nuevo contexto y la aparición de organizaciones político-militares llevaron a
renovar la preocupación por la infiltración del comunismo de origen extranjero en la sociedad. Si
la guerrilla y la violencia política constituían los ejemplos principales de esa crisis social y política,
también se destacaba una fuerte preocupación por la juventud y todo lo que se asociaba a ella: el
rock, el movimiento estudiantil, las drogas, el hipismo,20 el feminismo, nuevas prácticas sexuales o
el surgimiento de una nueva identidad que cuestionaba las divisiones tradicionales: la moda unisex.
Como ha mostrado Valeria Manzano, la generalización del uso del jean, como una prenda típica-
mente juvenil y apropiada por ambos sexos, junto a la moda del pelo largo en los hombres, eran
los rasgos básicos del unisex.21 En general existía en los artículos de la revista una fuerte asociación
entre juventud y sexo, entre juventud y una nueva moral sexual. Junto al temor por la pérdida de los
límites sexuales, se consideraba a la juventud como caracterizada por la pérdida de los prejuicios
respecto de la homosexualidad y por un relajamiento de los patrones de autoridad.22
En ese sentido, una encuesta organizada por la revista preguntaba por la moda unisex. El
Reverendo Iñaki de Aspiazu, fundador del Secretariado de Ayuda Cristiana a las Cárceles y
asesor espiritual de la familia Aramburu, contestaba: “el concepto de «unisex» es un grave error,
fisiológico y filosófico. El mundo debe ser «bisexual» con su unidad profunda y con sus diversifi-
caciones exteriores”. En el mismo sentido, el actor Sergio Malbrán, presentado como portador de
una larga trayectoria en radio y televisión, apuntaba: “no puede haber «unisex». Dios hizo al hom-
bre, hombre; y a la mujer, mujer. Otra cosa no puede concebirse. No concibo estos movimientos,
no los entiendo, y, desde mi punto de vista de hombre, no puedo aceptarlos bajo ningún concepto.
La mujer tiene una misión en la vida: acompañar al hombre que ama y ser madre”.23
Respecto a los hippies, un artículo diferente señalaba: “todos ellos tienen ciertas cosas en co-
mún: el gusto por la violencia, el odio al orden establecido por la sociedad en general y la policía
en particular”. Y se agregaban otras características distintivas: “la consigna es romperlo todo; hay
que «reírse» aterrorizando a los demás, robar a un impedido, hacer una zancadilla a un ciego,
atacar a un solitario, violar tontitas que creen en el amor puro, robar un coche y otras «hazañas»
valiosas con tal de que «los compinches estén orgullosos»”.24
20 Sobre los orígenes del hippismo en la Argentina y su relación con el rock, ver Ernesto Castrillón, “Hippies a
la criolla. Historia de la cofradía de la flor solar”, Todo es Historia 370 (1998).
21 Respecto al surgimiento de la moda unisex, remitimos a Valeria Manzano, “The Blue Jean Generation: Youth,
Gender and Sexuality in Buenos Aires, 1958-1975”, Journal of Social History 3 (2009).
22 Sobre la identidad y la cultura juvenil en Buenos Aires durante los años sesenta y setenta, ver Valeria
Manzano, “Juventud y modernización sociocultural en la Argentina de los sesenta”, Desarrollo Económico, 199
(2010) y “The Blue Jean Generation: Youth, Gender and Sexuality in Buenos Aires, 1958-1975”; Alejandro
Cattaruzza, “El mundo por hacer”, Lucha armada en la Argentina 10 (2008) y Sergio Pujol, “Rebeldes y
modernos. Una cultura de los jóvenes”, en Daniel James (Compilador) Violencia, proscripción y autoritarismo
(Buenos Aires: Sudamericana, 2003). Respecto a la liberación sexual, ver Isabella Cosse, Pareja, sexualidad y
familia en los años sesenta (Buenos Aires: Siglo xxi, 2010) y Karina Felitti, “El placer de elegir. Anticoncepción
y liberación sexual en la década del sesenta”, en Fernanda Gil Lozano, Valeria Pita y María Gabriela Ini,
Historia de las mujeres en la Argentina. Siglo XX (Buenos Aires: Taurus, 2000).
23 Ver la encuesta “Mujer 71”, mp 8 y 9 (marzo-abril y mayo-junio de 1971, respectivamente).
24 Ver “Eslabones policiales en la cronología. Hippies”, mp 2 (enero-febrero de 1970), 8-11.
También abundaban los ejemplos de humor gráfico que estigmatizaban a los hippies o los
asociaban directamente al consumo de drogas. Inclusive se publicó un dibujo (ver abajo) que era
bastante representativo del temor de la sociedad tradicional, y dentro de ella de la institución
policial, frente al fenómeno y su capacidad de expandirse en la sociedad argentina. El dibujo
mostraba a un agente policial que llega a la comisaria con una gran barba y el pelo desalineado y
que ha pintado con motivos florales su patrullero, ante el estupor de sus camaradas y superiores.25
En definitiva, para la pfa la juventud encarnaba todos los riegos para el orden social y todos los
cuestionamientos a la sociedad tradicional.
La tapa del Nº13 de la revista (ver abajo), correspondiente a junio de 1972, tenía un gran di-
bujo que representaba una combinación de varias de las preocupaciones de la fuerza de seguridad.
Un dibujo mostraba a dos jóvenes hippies abrazados y de espaldas; ambos tienen la misma con-
textura física, el pelo largo y desalineado, y están vestidos exactamente igual, con la misma ropa:
jeans, remera de manga larga, sandalias y morral. Uno de los dos con un cigarrillo de marihuana
encendido en su mano. Dos signos de pregunta sobre sus espaldas buscaban reforzar la imposibi-
lidad de reconocer su identidad sexual: si se trata de una pareja heterosexual (y en ese caso quién
es el hombre y quién la mujer), de dos hombres o dos mujeres. En una sola representación gráfica
se combinaban con claridad varias de las preocupaciones de la pfa: la juventud, los hippies, las
drogas y la indefinición sexual.
A raíz del secuestro de Aramburu la revista publicó un artículo dedicado al tema de los
secuestros extorsivos que se habían generalizado desde 1969. Comentando la ola de secuestros
extorsivos de carácter político sucedidos en varios países de América Latina, el artículo destacaba
el carácter amoral de los mismos.28 Se planteaba que luego de un prolongado eclipse de varias
décadas el secuestro extorsivo había reaparecido en el último año. El artículo calificaba como
subversivos a los grupos que realizaban los secuestros de contenido político y encontraba en sus
actividades un fuerte antecedente en el anarquismo de la primera mitad del siglo xx y, en una
forma que sería recurrente en la revista, apuntaba a desestimar la justificación ideológica o polí-
tica de la acción. La clasificación que se realizaba de esas actividades como subversivas apuntaba
a colocar la acción de la guerrilla como un tipo particular de delincuencia. Como ha señalado
Roberto Bergalli, conocido criminólogo crítico, un rasgo destacado de la actividad represiva y de
disciplinamiento social del Estado argentino en la segunda mitad del siglo xx ha sido la equipa-
ración entre delincuencia común y subversión político-social.29 Esa operación contaba con raíces
profundas en la ideología de la defensa social, uno de los efectos de la criminología positivista de
principios de siglo.30
Otro caso que tuvo una fuerte repercusión en la revista fue el asesinato de un Subcomisario
de la Dirección de Coordinación Federal (dcf ) de la pfa por parte de una organización político-
militar. Desde 1969 en adelante, una de las organizaciones guerrilleras de mayor actividad en el
país fueron las Fuerzas Argentinas de Liberación (fal).31 Su represión por parte de la policía
llevó a la detención y tortura de varios de sus miembros y a la desaparición de algunos de sus
militantes en marzo de 1970. Uno de los oficiales de la dcf, que fue sindicado como torturador
y responsable de la muerte bajo tortura del militante Alejandro Baldú en marzo del 70, fue ajus-
ticiado en noviembre de ese año por un comando de las fal. La organización había conseguido
la dirección particular de algunos oficiales de inteligencia de la pfa. El Subcomisario Osvaldo
Sandoval, Subjefe de la División Asuntos Políticos de la dcf y uno de los principales responsables
de la represión de la guerrilla en la pfa, fue asesinado en la esquina de Olazábal y Triunvirato, en
el barrio de Villa Urquiza de la ciudad de Buenos Aires, el 14 de noviembre de 1970.
A raíz de ese hecho, el editorial del Nº6 de Mundo Policial, correspondiente a setiembre-octu-
bre de 1970, estaba ocupado por las palabras pronunciadas en su sepelio por su inmediato superior
jerárquico, el Jefe de la División de Asuntos Políticos, Comisario Inspector Luis Colombi. Luego
de calificar a la pfa como el “último bastión entre los lobos rabiosos y la comunidad inerme”, el
oficial superior apuntaba: “dile al Creador que esta tierra necesita hombres como tú, hombres de
verdad. Que defiendan como tú una antigua tradición de centauros y héroes de todos los días.
Que mientras haya un hombre de uniforme azul, habrá ley y habrá una sangre que derramar cara
a cara con una delincuencia irrisoria, que ha escogido imitar otros estilos de vida para clavar su
puñal en nuestro costado y desangrarnos”. La alocución enfatizaba la juventud de los atacantes:
“fueron tres lobos jóvenes los que clavaron sus dientes en tu sangre”.32 Este discurso permite ver la
forma en que la fuerza asociaba su actividad a la defensa de la ley y del orden capitalista, al mismo
tiempo que consideraba a la guerrilla como un fenómeno de raíces extranjeras y sin causas en la
sociedad argentina. En la revista la actividad de la guerrilla era permanentemente calificada como
un extremismo político de carácter terrorista, una forma de señalar tanto su condición ajena a la
idiosincrasia política nacional, supuestamente moderada, así como carente de cualquier apoyo en
la población.
Aunque la revista publicó una gran cantidad de artículos sobre policías de otros países, se des-
tacan dos elogiosos artículos sobre el Federal Bureau of Investigation (fbi) norteamericano y su
director Edgar J. Hoover, figura fuertemente conservadora, anticomunista, antisemita y racista. Se
enfatizaba en ambos artículos que el fbi era tomado como ejemplo a seguir en la lucha contra el
comunismo y la subversión por la pfa. Un primer y extenso artículo apareció en el primer número
de Mundo Policial y destacaba los éxitos y el prestigio de esa institución.33 El artículo tomaba al
fbi como un ejemplo a seguir por la fuerza y destacaba el carácter fuertemente anticomunista y
antisubversivo de Hoover. Tras la muerte de Hoover, en mayo de 1972, Mundo Policial publicó
una necrológica que calificaba a éste de “gigante moral” y de “tenaz enemigo del crimen y la sub-
versión”. Se lo reivindicaba como “el primer anticomunista de los Estados Unidos”. También se
apuntaba que el auge de una variada y extendida delincuencia era causa de un inevitable choque
entre “la legión de los que defienden el orden legal establecido y el principio de autoridad como
sostén de convivencia entre los hombres, y los que reniegan del orden, delinquiendo o procurando
cambios radicales por medios violentos”. Los enemigos del orden y la autoridad eran identificados
como los “drogadictos, «hippies», delincuentes precoces y de los otros, pacifistas y revolucionarios,
son los distintos resortes que forman el heterogéneo y enmarañado “paquete” de problemas que
las policías estaduales deben enfrentar para seguridad o tranquilidad de los ciudadanos”34.
Junto a la gran cantidad de artículos y editoriales dedicados a la actividad de las organizacio-
nes político-militares en el país, la revista publicó en forma permanente y constante una sección
denominada “Geopolítica”, cuyo objetivo principal fue denunciar al comunismo internacional y
analizar las diferentes variantes que mostraba la izquierda a fines de los años sesenta.35 La sec-
ción, escrita en general por el Subcomisario (R) Walterio Landau –quien había estudiado en el
Instituto Geopolítico Alemán y había sido responsable de la Sección Perros de la pfa–,36 se dedi-
caba a presentar a las expresiones de la izquierda revolucionaria o guerrillera en América Latina
como una consecuencia de la infiltración del comunismo ruso, es decir, sin causas locales. Aunque
los artículos se ocupaban principalmente del comunismo de la Unión Soviética y sus diferencias
con el comunismo chino, también había precisiones sobre las variantes de la extrema izquierda
occidental. Dado que en la mirada de la pfa la actividad guerrillera en el país y en la región sólo
podía comprenderse como producto de la infiltración del comunismo internacional, con origen
en Moscú, Pekín o La Habana, la sección “Geopolítica” es un importante complemento de la
forma en que la revista analizaba a la izquierda y la violencia política local.
Ejemplificando esto, un artículo de la sección “Geopolítica” hacía un detallado listado de las
formas de acción del comunismo internacional basadas en la infiltración y la subversión de los
regímenes capitalistas. La Unión Soviética y China tenían en común “LA TÉCNICA ROJA
DEL MOTÍN y de la penetración propagandístico-psicológica, de la propaganda subversiva,
que corroe los países occidentales europeos, asiáticos y americanos, sin que los mismos hayan
encontrado por el momento una defensa eficaz”. Según el autor, los distintos métodos que apli-
caban los comunistas eran: “la violencia por etapas, manipulando las multitudes […], infiltración
de agentes en organismos estratégicos […], colocándolos principalmente en los periódicos, es-
taciones radiodifusoras, facultades universitarias, asociaciones estudiantiles, y si fuera posible, en
los cuerpos militares y de policía”. La izquierda también hacía uso del “ablandamiento de las
masas y la opinión pública por medio de lemas, como «paz», «pan para todos», «derechos civiles»,
«libertad», «abajo las tiranías burguesas»”. Se aseguraba que su técnica incluía: “organización de
mensajeros; cuerpos y guardias de choque, cuerpos de gritones, provocadores especializados de
la policía, fabricación de mártires, preparación propagandística mundial… reforzada por miti-
nes, grandes funerales, manifestaciones recordatorias, etc. para mantener latente la «gimnasia
revolucionaria»”.37 Esta mirada sobre el comunismo tenía una base fuertemente conspirativa.
Todos los artículos de esta sección mostraban, junto al anticomunismo militante y fanático, la in-
fluencia de la Doctrina de la Seguridad Nacional y su forma de comprender al enemigo interno.38
la Dirección de Bomberos la que más espacio tuvo en la revista durante esos primeros dieciocho
números y sobre la que, en mayor medida, descansaba la proyección de la imagen pública y exter-
na de la institución, sostenida en el heroísmo, la entrega y la capacidad de sacrificio que se atribuía
a los bomberos de la pfa.39
Una fotografía, incluida para acompañar uno de los varios artículos que se publicó sobre los
bomberos de la fuerza, expresaba con claridad ese objetivo de construcción de la imagen insti-
tucional. La foto no estaba tomada en una situación real sino realizada en la comodidad de un
estudio y mostraba a un joven bombero representando una tarea de rescate y salvamento de una
persona. Ambos dejaban ver en sus rostros señales de humo. El bombero, con equipamiento de
comunicación, traje y casco contra fuego, aparecía parado de frente a la cámara y de la cintura para
arriba, sosteniendo con ambos brazos a una joven muchacha que tenía un camisón que mostraba
sus piernas y hombros. La chica manifestaba en su cara una gran tranquilidad, poco creíble en
una víctima de un incendio, de un episodio traumático o peligroso, que le da a la fotografía cierto
aire irreal. La joven, con una sonrisa en los labios, dirigía una mirada embelesada hacia el joven
rescatista, mientras éste, a su vez, dirige su mirada hacia la cámara con rostro inexpresivo. La foto
quería ser una clara representación de vocación de servicio y heroísmo, al mismo tiempo que de
la relación propiciada entre la fuerza y la sociedad civil. La mirada de la muchacha rescatada sim-
bolizaba el respeto, la confianza, la admiración y reconocimiento que la fuerza esperaba encontrar
en la población.40
Esa estrategia general de legitimación de la institución asumió distintas formas. Por un lado,
varios artículos apuntaron a mostrar a la fuerza como estrechamente vinculada a la sociedad civil
y a la cultura popular o a miembros de la institución como capaces de destacarse en tareas o áreas
ajenas a la función específica de la fuerza, como el arte, la cultura o el deporte. También era parte
de esa estrategia la publicación de artículos sobre áreas o aspectos de la fuerza que no estaban
cuestionados o sujetos a la crítica. Otra forma que la revista encontró para reforzar la identidad
policial fue la celebración de los 150 años de la policía porteña. A partir de 1971 la revista dedicó
un amplio espacio y secciones específicas destinado a colocar la historia de la policía en el contex-
to de la historia patria y a destacar su carácter centenario y heroico.
39 “Un siglo de lucha contra el fuego”, mp 2 (enero-febrero de 1970), 47-52; “Aquí, bomberos”, mp 4 (mayo-junio
de 1970), 95; “Aquí, bomberos!”, mp 5 (julio-agosto de 1970), 95 y “Aquí, bomberos!”, mp 9 (mayo-junio de
1971), 78-79.
40 La fotografía corresponde al Nº4 (mayo-junio de 1970), 95.
También se pueden identificar las diversas formas en que la revista asumía la existencia de la
crisis institucional y el marcado deterioro de su imagen ante la población. Desde 1970 hubo va-
rios síntomas en editoriales, artículos y portadas que nos permiten reconocer esa repercusión. Un
aspecto destacado en este sentido era el tratamiento del tema de la violencia y la tortura policial,
una de las cuestiones que más duramente erosionaba el prestigio institucional. En una etapa en
que esa práctica y su denuncia eran generalizadas, diferentes voces de la revista apuntaron a negar
que la pfa aplicara apremios ilegales a los detenidos.
La revista publicó una gran cantidad de artículos cuyo objetivo era humanizar a los policías
ante la población. Varios artículos lo hacían presentando ejemplos de miembros de la pfa que
se destacaban en tareas que no eran las características de la función policial o presentando a
personajes de la cultura popular porteña que tenían parientes en la fuerza. Los ejemplos más
importantes fueron largas notas, ilustradas con abundantes fotografías de gran tamaño, sobre
figuras principales del tango porteño como Edmundo Rivero y Enrique Santos Discépolo, en las
que aparecía fuertemente destacado que en ambos casos sus padres habían sido policías. El Nº2
de la revista incluyó un largo artículo sobre Discépolo, donde se subrayaba que su padre había
sido durante treinta y cinco años “director de la banda de la Policía y también de la del Cuerpo
de Bomberos”. Un recuadro cuyo título era “De estirpe policial” insistía con el mismo concepto.41
La nota sobre el cantante Edmundo Rivero, aparecida en el Nº4, destacaba desde su título que
se trataba de “Un cantor con vocación policial” y nuevamente incluía un recuadro sobre “el padre
policía de Edmundo Rivero”. Estos artículos buscaban, a través de la legitimidad de importantes
referentes populares, restablecer los lazos entre la fuerza y la sociedad civil. Este tipo de artículos
fue una constante en la revista y hubo varios con distintos policías que también se habían desta-
cado en el mundo de la cultura o el arte.
Otra forma de reforzar la imagen de la institución era resaltar las áreas o aspectos que no es-
taban cuestionados por la opinión pública y que permitían intentar sostener una imagen positiva
del vínculo entre la pfa y la sociedad. Un claro ejemplo fue un extenso artículo sobre los conscrip-
tos de la policía, ilustrado con numerosas fotografías. Se trataba de unos mil jóvenes, procedentes
casi todos de la Capital Federal y del Gran Buenos Aires, que permanecían en las filas de la pfa
durante un año y quedaban exceptuados del servicio militar obligatorio. Los agentes conscriptos
le aportaban a la institución su juventud y cercanía con la sociedad civil. Se indicaba que pese
a su juventud habían “logrado que se les respete en la calle como a cualquier agente de carrera,
estable o veterano… Los chiquilines se impusieron por imperio de esa simpatía natural, pureza y
ternura que dan los 19 años. Una simpatía puesta al servicio de la institución que, como siempre,
necesita de la compenetración social”. Explícitamente se depositaba en los conscriptos la tarea
de mejorar la imagen social de la institución: “Hoy la imagen del policía joven es la figura que se
desparrama por todas las esquinas y calles de la ciudad, portando un mensaje de simpatía y buen
trato”. También se aseguraba que la pfa “encontró en estos vigilantes jóvenes, los más formidables
«agentes de relaciones públicas»”.42
El supuesto 150º aniversario de la pfa, tomando como fecha fundacional la Ley del 24 de
diciembre de 1821 que suprimió los cabildos de Buenos Aires y Luján, de los cuales dependían
hasta entonces los servicios policiales, brindó a la revista una gran oportunidad para buscar en
el pasado nacional la legitimidad y el prestigio institucionales fuertemente erosionados ante la
41 “Discépolo, tango y policía”, mp 2 (enero-febrero de 1970), 22-26 y 90.
42 “Agentes conscriptos: la otra juventud”, mp 5 (julio-agosto de 1970), 53-57.
sociedad argentina. El aniversario permitía colocar a la fuerza dentro de una larga trayectoria y en
el marco de una fuerte tradición, vinculadas directamente a la historia nacional y su construcción
institucional desde principios del siglo xix. El editorial del Nº7, de principios de 1971, estaba
dedicado a resaltar ese aniversario. A partir de ese número apareció una sección denominada
“Archivo Policial” con notas y fotografías del pasado de la institución, desde la cual los esfuerzos
por ligar el presente de la pfa a ese pasado centenario fueron constantes. Nuevamente, el editorial
del Nº10 de la revista estaba dedicado al 150º aniversario de la institución, destacando los inven-
tos y la capacidad científica de la fuerza. También se señalaba que el acontecimiento debía servir
para procurar el entendimiento “entre pueblo y policía, dos fuerzas que son una sola y que deben
convalidar el libre ejercicio de la justicia y el derecho, por encima de los intereses personales”.43
A partir del sexto número de Mundo Policial se publicaron varios artículos de historia escritos
por los historiadores de la pfa: los comisarios Francisco Romay y Adolfo Rodríguez, junto a tra-
bajos del oficial Zappietro. En varios casos se buscaba en el anarquismo y sus atentados políticos
un antecedente de la actividad de la guerrilla. El movimiento anarquista era señalado como repre-
sentante de ideas disolventes y doctrinas exóticas, destacándose su actividad terrorista.44 Siempre
se intentaba desmerecer sus ideales políticos como una excusa para delinquir. En la memoria
institucional ocupaba un lugar clave la figura del Coronel Ramón L. Falcón, quien fuera Jefe de
la policía en una época de fuertes conflictos sociales, desde 1906 y hasta su muerte, víctima de un
atentado anarquista en noviembre de 1909. La defensa de su jefatura era un aspecto permanente
de los textos de los historiadores de la pfa.45
Los artículos hacían una defensa de las intervenciones de la policía de la Capital ante diferen-
tes conflictos sociales y las luchas de la clase obrera. Un artículo sobre la “semana roja” de 1909
comentaba que a principios de siglo “los gremios obreros fueron captados por elementos anarquis-
tas. La lucha del proletariado contra el capital adquirió características violentas que culminaron
con la comisión de atentados de carácter terrorista. Incendios, explosiones y hechos de sangre
marcaron la pauta, afectando a la economía nacional, pero más aún a los obreros por la pérdida
de jornales como consecuencia de las huelgas”. El autor agregaba que “agitadores profesionales,
venidos de Europa, soliviantaron a las masas obreras argentinas, sembrando la intranquilidad
pública e irradiando su acción al interior del país”. En referencia a la represión policial del acto
de la Federación Obrera Regional Argentina (fora) del 1º de mayo de 1909, que dejó el saldo de
varios muertos, un artículo no sólo planteaba que la policía no había realizado ninguna represión
sino que aseguraba que había quedado probado que ninguno de los muertos “lo fue por acción
de las armas policiales y también que la mayoría de los heridos, que lo habían sido en las piernas,
se debían a proyectiles de calibres menores, es decir de armas no policiales y por lo tanto de los
manifestantes”.46
Aunque, como señalamos anteriormente, la revista mostró en sus primeros números algunas
expresiones de confianza en el prestigio de la fuerza ante la sociedad (números dirigidos a los
destacar aún más la frase, la misma aparecía enmarcada por encima y debajo por dos gruesas
líneas negras.
El espacio del editorial estaba ocupado por un largo artículo que llevaba por título la misma
pregunta de la portada de la revista. Se reconocía que, en general, la pregunta tenía una respuesta
negativa: “cuando la fuerza pública se aplica contra grupos de personas que se resisten; cuando
la policía aparece como ineficaz ante la opinión pública por una serie de hechos delictuosos; y
también, por qué no decirlo, cuando algún o algunos funcionarios comprometen con sus conduc-
tas la eficiencia o prestigio de las policías o de los demás policías”. Se daban algunos ejemplos de
respuestas negativas: “están las de los que dicen que la policía sirve para torturar inocentes; para
que el gobierno apalee al pueblo, a los obreros o a los estudiantes; para que los policías vivan sin
trabajar, o vivan de coimas, o para que exploten a las…”. El texto buscaba respuestas más positi-
vas en ejemplos de la actividad de fuerzas policiales de otros países, para plantear que la policía
era la representación inmediata “de la ley, de los magistrados, del Estado” y que “podría decirse
que la policía está destinada, fundamentalmente, a producir seguridad a su población. Pero no la
seguridad de la cárcel, sino la seguridad de la libertad”.50
Uno de los aspectos que más duramente cuestionaba la imagen de la pfa en la sociedad argen-
tina de los años setenta era la aplicación de torturas a los detenidos. La institución y el gobierno
nacional negaban sistemáticamente y desmentían las denuncias de los abogados defensores de
presos políticos, gremiales o estudiantiles, pero esas prácticas eran generalizadas, masivas y siste-
máticas. Junto a la crítica de la violencia policial en general, la permanente denuncia de apremios
ilegales era uno de los mayores problemas de la institución. Aunque la fuerza, el Ministerio
del Interior y el Poder Ejecutivo negaban los hechos, las torturas a detenidos en general y a los
militantes políticos en particular por parte de la fuerza policial eran una práctica amplia e ins-
titucionalizada. La pfa torturaba a sus detenidos y también brindaba asesoramiento y personal
especializado en la aplicación de tormentos a las policías provinciales. En ese sentido, lo que se
escribía en general en las páginas de Mundo Policial sobre la cuestión era que los métodos cientí-
ficos de investigación policial habían convertido a la tortura innecesaria.
En ese contexto, la revista Mundo Policial publicó un largo trabajo en dos partes sobre la
tortura. Aunque el artículo fue publicado sin firma, la misma temática, tratamiento y varias fra-
ses textuales aparecen en un libro publicado, varios años después, por el Comisario Raúl Tomás
Escobar, quien fuera docente de la pfa.51 El artículo seguía en gran medida el desarrollo histórico
y los temas presentados en el libro La tortura, del abogado francés Alec Mellor.52 El artículo
presentaba a la tortura como un necesario instrumento judicial para obtener la confesión durante
la Edad Media y como tal “una necesidad indispensable”.53 El artículo tenía doce largas páginas
para hacer la historia de la tortura y describir en detalle algunas prácticas y formas usadas a lo
largo de los siglos. Mientras se mostraba a la tortura como superada por las posibilidades que
ofrecía la investigación y la ciencia policial, al mismo tiempo era presentada como algo que había
acompañado permanentemente al hombre a lo largo de su historia, como una realidad generali-
zada y, a veces, una necesidad indispensable.
Conclusiones
La Policía Federal Argentina tenía entre sus objetivos permanentes lograr reconocimiento y
aceptación de parte de la sociedad civil. Esa tarea era un verdadero desafío en un contexto carac-
terizado por la radicalización política de la sociedad, el desarrollo de las fuerzas de izquierda y
una profunda crisis de la dictadura militar, del Estado nacional y sus instituciones. Dentro de ese
contexto general, la actividad de la pfa en esos años se caracterizó por una fuerte represión, con-
trol y vigilancia de los sectores activos de la población. Lejos de una acción de tipo preventiva, la
pfa asumía crecientemente una violenta intervención represiva sobre la movilización y la protesta
social y política, tanto en la ciudad de Buenos Aires como en el interior del país.
La revista apuntaba a adoctrinar a los miembros de la fuerza y a reforzar la imagen institu-
cional y la identidad de los agentes y oficiales de la pfa, brindándoles elementos para contener el
profundo cuestionamiento y rechazo masivo que su actividad generaba en la sociedad. Es en fun-
ción de esa actividad y orientación de la fuerza que hay que interpretar su imagen de la sociedad,
como llena de peligros y enemigos infiltrados y, al mismo tiempo, la identificación de su rol como
representante de la fuerza pública, defensora de la familia, el orden social, las instituciones y la ley.
En el marco de un régimen político en crisis, el Estado nacional y sus fuerzas represivas care-
cían de la legitimidad necesaria para su intervención violenta y, por lo tanto, la función de control
social y espionaje político de la pfa se encontraba fuertemente cuestionada. Entre la clase obrera,
los estudiantes y tendencialmente en una mayoría de la población, la pfa concitaba un amplio
repudio por su permanente y generalizada actividad represiva: los asesinatos de activistas en la
represión de diferentes movilizaciones populares, las detenciones masivas, las desapariciones de
militantes y la sistemática aplicación de los golpes y la tortura sobre los detenidos y detenidas por
motivos políticos.
51 Raúl Tomás Escobar, El interrogatorio en la investigación criminal (Buenos Aires: Universidad, 1989).
52 Allec Mellor, La tortura (Buenos Aires: Sophos, 1960). La edición original francesa es de 1949.
53 “La Tortura: del potro a la picana”, mp 7 (enero-febrero de 1971), 35.
Las representaciones que la revista exponía respecto de la sociedad argentina construyen una
imagen bastante clara. Se entendía que la sociedad atravesaba una profunda crisis de sus valores e
instituciones tradicionales producto de la modernización y del avance de la sociedad de consumo.
La Argentina tradicional y conservadora aparecía fuertemente cuestionada y superada por los
cambios que vivían el país y el mundo. Respecto de esas transformaciones políticas, económi-
cas, sociales y culturales que erosionaban los valores y las instituciones tradicionales, había en la
revista un profundo rechazo pero, también, cierta cuota de resignación ante la transformación
irrefrenable de la sociedad argentina.
En ese sentido, la revista expresaba una combinación de los miedos y temores de la Argentina
conservadora y tradicional ante una sociedad radicalizada, cada vez más politizada y fuertemente
orientada hacia la izquierda para discutir los destinos del país. El mayor símbolo de ese nuevo
país, de la Argentina revolucionaria y potencialmente socialista, era la juventud (obrera y estu-
diantil) y su marcado protagonismo social. La distancia de esa juventud radicalizada, con una
fuerte impronta de la cultura de izquierda, respecto de la moral y los valores tradicionales que
la pfa deseaba defender es imposible de exagerar. Si la individualización de peligros y enemigos
era un objetivo fundamental de la fuerza dado ese contexto de transformación social, se desta-
caba en particular la identificación de un nuevo tipo de delito y oponente para la Policía Federal
Argentina: la “delincuencia subversiva”, que le reclamaba a la institución una adaptación para su
efectiva represión.
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Marina Franco1
Resumen Abstract
Este trabajo estudia el desarrollo de prác- This paper studies the development of
ticas autoritarias y represivas en los gobiernos authoritarian and repressive practices in
democráticos de la segunda parte del siglo Argentina’s democratically elected govern-
XX argentino. Se trata de una investigación ments in the second half of the 20th century. It
en proceso cuya hipótesis es que las prácticas is an ongoing investigation with the hypothe-
represivas no son características exclusivas de sis that repressive practices are not exclusive
los gobiernos militares del período, sino que to the military governments of the period but
han estado presentes en gobiernos tanto civi- have in fact been used by civilian and demo-
les y democráticos como militares. Para ello cratically elected governments as well. The
se analizan una serie de políticas frecuentes study analyses a series of policies of the demo-
de los gobiernos democráticos entre 1955 cratic governments that held office from 1955
y 1983: las medidas de excepción, las polí- to 1983: the use of exceptional measures, the
ticas de militarización del orden interno, la militarization of law and order, the identifica-
identificación de la seguridad interior con la tion of internal security with national defence,
defensa nacional y la construcción de enemi- and the creation of the myth of the enemy
gos internos como amenazas al orden. within as a threat to national security.
Palabras clave: Autoritarismo, democracia, Key words: Authoritarianism, democracy,
estado de excepción, Argentina exceptional measures, Argentina
1 Doctora en historia por la Universidad de París 7-Denis Diderot (Francia) y por la Universidad de Buenos
Aires; docente e investigadora del idaes/unsam y del conicet, Argentina.
2 Hugo Quiroga. El tiempo del proceso (Rosario: Homo Sapiens, 2004), 350.
3 Con bastante asidero, las interpretaciones historiográficas suelen ver el inicio de una nueva etapa histórica en
términos de uso y apelación a la violencia en 1955, sin embargo, el período peronista (1946-1955) en el cual se
pusieron en marcha diversas medidas autoritarias de control del orden interno merecería particular atención.
Aquí lo hemos dejado de lado sólo por razones operativas y, en cambio, tomaremos el peronismo de los años
setenta. El análisis propuesto no es una reconstrucción histórica, sino sólo la exploración específica de ciertas
prácticas y de la legislación de excepción.
derechos políticos suprimidos. Por lo tanto, el nuevo gobierno inició su mandato jaqueado por
las presiones militares para mantener al peronismo fuera del juego político y, a su vez, mantener
el acuerdo con Perón y obtener el apoyo de las mayorías populares y obreras peronistas necesario
para asegurar la gobernabilidad y las futuras contiendas electorales. A estas presiones se sumó
una oposición partidaria amplia, antiperonista, que obstruyó sistemáticamente los intentos fron-
dizistas, tanto por oposición a sus medidas de gobierno como a sus acuerdos con Perón –que se
hicieron públicos durante las elecciones presidenciales–.8 Si este contexto auspiciaba una difícil
gestión, el programa económico desarrollista impulsado por Frondizi exacerbó las tensiones, en
buena medida porque contradijo sus afirmaciones electorales. Ello abrió un período de conflictos
crecientes y de aplicación de medidas de excepción en escalada en los meses siguientes. Vale la
pena detenernos en algunos tramos del proceso.
Al poco tiempo de asumir, Frondizi anunció que se permitiría el funcionamiento de universi-
dades privadas con títulos profesionales habilitantes. Ello desató un enorme conflicto estudiantil
conocido como “laica o libre”, que dio lugar a importantes niveles de represión y la suspensión del
derecho de reunión por parte del gobierno. Este conflicto fue el primer anuncio de lo que luego
sería visto como uno de los “engaños” de Frondizi por contradecir sus promesas electorales,9 pero la
tensión mayor en la percepción del “engaño” estalló cuando Frondizi anunció sorpresivamente una
serie de contratos petroleros firmados de manera secreta con empresas multinacionales sin pasar
por el Congreso y en contradicción abierta con el espíritu económico nacionalista proclamado en
su programa político.10 El anuncio fue el inicio de una enconada oposición de amplísimos sectores
políticos, particularmente peronistas y de izquierda, y del movimiento obrero peronista que vieron
aquello como una traición a la idea de nacionalización de las materias primas. En la provincia de
Mendoza, los trabajadores de las industrias estatales de petróleo –primero los sectores radicales y
comunistas y luego también peronistas– declararon una huelga contra la nueva política a finales
de octubre de 1958. Ante la medida, Frondizi adujo que el conflicto no era gremial sino político,
con intenciones “insurreccionales” para “abrir el camino a nuevas dictaduras supuestamente res-
paldadas en la democracia o la justicia social”.11 Con ello se aludía al peronismo excluido del juego
político como principal amenaza al orden y la seguridad, pero por detrás del peronismo, Frondizi
también denunció los planes de dominación de comunismo que creaban zozobra en los sectores
obreros. “Estos sectores componen los enemigos de la nación que se oponen al desarrollo, al fu-
turo y al mantenimiento de los servicios básicos para el funcionamiento nacional”. Puntualizaba
Frondizi que una huelga para torcer por la fuerza actos de gobierno significaba “un ataque a la
Constitución” y a la democracia y, por lo tanto, era “pura y simplemente subversión”.12
8 Sobre el período y sus tensiones, véase Daniel Rodríguez Lamas, La presidencia de Frondizi (Buenos Aires:
ceal, 1984); Rosendo Fraga, El Ejército y Frondizi (1958-1962) (Buenos Aires: Emecé, 1992); Robert Potash,
El ejército y la política en la Argentina, 1945-1962 (Buenos Aires: Sudamericana, 1971); Marcos Novaro.
Historia de la Argentina, 1955-2010 (Buenos Aires: Siglo xxi, 2010).
9 Kathryn Sikkink. El proyecto desarrollista en la Argentina y Brasil: Frondizi y Kubitschek (Buenos Aires: Siglo
xxi, 2009), 290.
10 Frondizi era conocido como partidario del monopolio estatal del petróleo, pero no se había referido al tema
en sus discursos electorales, excepto vagas afirmaciones nacionalistas y sobre la necesidad del capital extran-
jero (Sikkink, El proceso, 109).
11 Discurso del 9/11/1958, en Arturo Frondizi, Mensajes presidenciales (Buenos Aires: Centro de Estudios
Nacionales, 1978), 208.
12 Discurso, 9/11/1958.
Dos días después, el Ejecutivo estableció el “estado de sitio” en todo el país. La medida fue
adoptada por decreto, a pesar de que el Congreso –ámbito legal obligado para ese tipo de decisio-
nes cuando involucran una situación de “conmoción interna”– estaba funcionando. El Ejecutivo
argumentó que la decisión había sido tomada a medianoche cuando el Parlamento no estaba efec-
tivamente sesionando. Cuando al día siguiente la medida fue ratificada por Ley en el Congreso, el
oficialismo adujo su carácter “preventivo” para asegurar la continuidad del orden y las institucio-
nes amenazadas. La oposición, por su parte, señaló que la medida implicaba negar el derecho de
huelga, que no existían las causas de conmoción interna reclamadas por la Constitución, que no
podía usarse con carácter preventivo y cuestionó la interpretación del Ejecutivo sobre la situación
de receso parlamentario.13
Mientras tanto, las 62 Organizaciones, el brazo político de los gremios peronistas, apoyaron
la huelga petrolera y bajo el estado de sitio se arrestaron centenares de peronistas y comunistas
en todo el país. La reacción del peronismo en la “resistencia” se intensificó con algunos atentados
de bombas y sabotajes,14 y el gobierno respondió con una escalada de medidas excepcionales: la
más trascendente de todas sería la declaración de “estado de conmoción interna” –figura ausente
en la Constitución– a través del decreto secreto Nº9.880 que creaba un plan de seguridad y mi-
litarización del orden interno conocido como conintes (Conmoción interna del Estado). Días
después, ante la ampliación de la huelga a los trabajadores ferroviarios, se decretó la movilización
del personal bajo el argumento de que se trataba de un servicio sustancial para la vida nacional y
su paralización era un peligro para el orden público.15
El instrumento de la movilización de personal de empresas estatales o privadas en huelga fue
utilizado con frecuencia en los años siguientes. Se invocaba para ello la “Ley para tiempos de
guerra”, sancionada por Perón en 1948, que definía una serie de operaciones internas de militari-
zación en caso de ataque externo. Obviando la definición de guerra “externa” de dicha ley, durante
el gobierno de Frondizi se instrumentaron todos los mecanismos de excepción previstos en ella
para asegurar el control interno bajo autoridad castrense.16 La medida implicaba que el personal
movilizado adquiría estado militar, de manera que quedaba sometido al código de justicia militar
13 Decreto Nº9.764, del 11/11/1958, ratificado por Ley Nº14.774 (bo, 13/11/58). Diario de Sesiones del
Honorable Senado (1958), 2736 y ss, y Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Diputados, (1958), 6095 y
ss. A su vez, la medida coincidió con un conflicto con el Vicepresidente Alejandro Gómez, denunciado como
parte de una conspiración y traición al gobierno, al día siguiente del decreto presidencial del estado de sitio.
El conflicto se debía al descontento de Gómez por el hecho de que los contratos petroleros no pasaran por la
aprobación del Congreso.
14 Sobre las tensiones internas del peronismo en torno al conflicto petrolero, véase Daniel James, Resistencia
e integración (Buenos Aires: Sudamericana, 1990). No podemos detenernos aquí sobre las características
particulares de la “resistencia”, véase Julio César Melón Pirro, El peronismo después del peronismo (Buenos
Aires: Siglo xxi, 2009); Laura Ehrlich, Rebeldes, intransigentes y duros en el activismo peronista, 1955-1962,
Buenos Aires, 2011. Tesis de Maestría, ides-ungs; D. James, Resistencia.
15 Decretos Nº10.394 y 10.395 del 27/11/58.
16 La Ley Nº13.234 tenía como objetivo preparar el país ante la posibilidad de ataques externos pero, en lo
concreto, definía una serie de operaciones de control interior al fortalecer el poder Ejecutivo y militarizar
el territorio. Dividía al país en zonas de jurisdicción militar, instauraba un Consejo Nacional de Defensa
dirigido por el Presidente con amplias competencias, creaba una autoridad militar con poder absoluto sobre
los civiles e incluía el recurso a la justicia militar y el uso de la ley marcial. Fue utilizada en 1951 para resolver
un conflicto interno con trabajadores ferroviarios. J. Ugarte, Seguridad interior; Gabriel Periés, “Un modèle
d’échange doctrinal franco-argentin: le Plan conintes 1951-1966”, en Renée Fregossi (Editor) Armées et
pouvoirs en Amérique Latine (París: iheal, 2004).
y los infractores eran sometidos a juicio verbal y sumario y a consejos de guerra integrados por
personal nombrado por el Comandante en Jefe del Ejército. El Poder Ejecutivo conservaba la
atribución de decidir a quién se aplicaba el juicio sumario. Además de la excepcionalidad jurídica
que implantaba, la medida de militarización y las siguientes tuvieron otro efecto agregado: le
dieron a las Fuerzas Armadas injerencia en cuestiones de seguridad interna y un creciente poder
para presionar al gobierno de Frondizi sobre medidas de esa índole.17
En diciembre de 1958 el estado de sitio fue prorrogado de manera indefinida por el Congreso,
con el argumento de que era necesario para garantizar la realización del plan de gobierno y de
desarrollo que se había fijado el Ejecutivo.18 De hecho, la medida nunca se levantó hasta que
Frondizi fue derrocado en 1962 y su uso se articuló con sucesivas y progresivas medidas de ex-
cepción destinadas a garantizar la seguridad interna, muchas de ellas instaladas bajo la creciente
presión militar y con una retórica anticomunista cada vez más virulenta.
En efecto, pocos días después, finalizando 1958, el gobierno anunció un programa de estabili-
zación económica acordado con el Fondo Monetario Internacional que implicaba la eliminación
del control de precios y subsidios, la restricción de aumentos salariales, la privatización de empre-
sas y la disminución del déficit fiscal. El programa incluía la privatización del Frigorífico Nacional
realizada en enero de 1959, que dio lugar a una gran huelga y a la toma del establecimiento por
parte de los trabajadores. El gobierno recuperó el frigorífico a la fuerza y las 62 Organizaciones,
presionadas por sus bases, declararon la huelga general, a lo cual el gobierno respondió con nuevas
movilizaciones del personal de transportes en Buenos Aires, del personal de empresas petroleras
y de ferrocarriles y declaró como zona militar varias áreas de fuerte movilización obrera, así como
la intervención y militarización de los sindicatos.19 Esta sucesión de acontecimientos deja en
evidencia que, efectivamente, la utilización real del estado de sitio no fue para enfrentar la acción
sindical ni una conspiración dentro del gobierno, sino como mecanismo de control de futuras
reacciones y resistencias a las medidas económicas de ajuste y al programa económico desarrollis-
ta.20 En pocas semanas, las políticas económicas y de persecución antiperonistas terminaron de
disolver el pacto Perón-Frondizi y confirmaron el pasaje definitivo de los gremios peronistas a la
oposición sindical y a la resistencia armada contra la “traición” frondizista.
Estas medidas de excepción, desde el estado de sitio hasta la movilización del personal y la
militarización de los sindicatos, tuvieron varios efectos: por un lado, conculcaron garantías cons-
titucionales y fueron usadas como instrumentos represivos legalmente respaldados y, por otro,
habilitaron un creciente espacio de autonomía militar en el control del orden interno. Este último
17 Sobre ese proceso y la creciente presión militar en cuestiones de seguridad, R. Fraga, Seguridad nacional, 64 y
ss y R. Potash, El ejército, 400 y ss.
18 Ley Nº14.785 del 11/12/58. Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación (1958), 6557
y ss; Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Senadores de la Nación (1958), 2817 y ss.
19 Entre otros: Decreto Nº10.394 del 27/11/58, movilización de personal ferroviario; Decreto Nº10.395 del
27/11/58, juzgamiento de infracciones del personal ferroviario movilizado; Decreto Nº862 de 20/1/59,
movilización del personal de empresas oficiales y privadas vinculadas al petróleo; Decreto Nº862 del
20/1/59, declaración de zona militar a los partidos de Berisso y Ensenada y a la ciudad de La Plata; Decreto
Nº889 de 21/1/59, declaración de zona militar en Dock Sud; Decreto Nº906 de 23/1/59, intervención de
las asociaciones profesionales de trabajadores en las actividades textil, de la carne, metalúrgica, química, de
la madera y de la construcción. Sobre los hechos, Potash, El ejército; D. Rodríguez Lamas, La presidencia;
Ernesto Salas, La resistencia peronista. La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (Buenos Aires: ceal, 1990).
20 Esta hipótesis ha sido sostenida por Potash, El ejército y Rodríguez Lamas, La presidencia.
punto es clave, porque el gobierno de Frondizi estuvo jaqueado desde su origen por las presiones
militares atentas a las políticas presidenciales de contención del peronismo y del comunismo y las
medidas presidenciales produjeron la ampliación de ese espacio. En agosto de 1959, la asunción
del General Carlos Toranzo Montero en el cargo de Comandante en Jefe del Ejército –antipero-
nista que consideraba que las Fuerzas Armadas debían tener un papel de vigilancia sobre el poder
civil como garantes del bienestar de la Nación– afirmó el control militar tutelar, pero también
reflejó la elección de Frondizi por una posición militar dura ante los conflictos.
Desde luego, la creciente injerencia militar estuvo acompañada por, y fue resultado de, impor-
tantes transformaciones ideológicas y doctrinarias dentro de las Fuerzas Armadas. Entre 1957 y
1962 las doctrinas militares estaban en plena transformación hacia la adopción de la doctrina de
la guerra revolucionaria tomada de los militares franceses y sus experiencias en las guerras colo-
niales.21 A partir de ello, la principal tarea militar se centraba en la seguridad interna y se definía
en el marco de una “guerra” contra un “enemigo interno subversivo”.22 Una consecuencia crucial
fue la internacionalización de los conflictos políticos internos de manera que el antiperonismo
devino en una forma de anticomunismo.23 El comunismo fue percibido como un peligro igual o
mayor que el peronismo pero ambos aparecían asociados, dado que se temía que las prohibiciones
y proscripciones sobre el segundo llevaran a la masa obrera hacia el primero.
Desde fines de 1958, el crecimiento de las acciones de la resistencia peronista manifestadas
en atentados de tipo terrorista coincidieron con el temor producido por la Revolución cubana
en los sectores conservadores de América Latina y eso activó el miedo anticomunista a accio-
nes insurreccionales –en un contexto ya tenso por la Guerra Fría–. Además, desde su asunción
Frondizi era mirado con recelo por la presencia en su gabinete de figuras de trayectoria comunista
como Rogelio Frigerio, quien fue sucesivamente desplazado de cargos visibles justamente por
esas sospechas.24 Más tarde, también generaron alarma castrense las elecciones en la provincia de
Mendoza, que marcaron un aumento electoral del Partido Comunista y la elección de Alfredo
Palacios como senador con un plan antiimperialista y procubano, en febrero de 1961. Algunas
medidas de política exterior de Frondizi como el ofrecimiento de mediar entre Estados Unidos
y Cuba, una reunión secreta con el Che Guevara en Buenos Aires y la negativa argentina a rom-
per relaciones con Cuba, entre otras, no hicieron más que alarmar profundamente a las Fuerzas
21 Esta doctrina venía a reemplazar a la “Doctrina de la Defensa Nacional” vigente hasta entonces, que concebía
la guerra como un fenómeno asociado a una agresión militar exterior llevada adelante por parte de otro
Estado soberano. Cfr. Ernesto López, Seguridad Nacional y sedición militar (Buenos Aires: Legasa, 1987);
Esteban Pontoriero, De la conmoción interior a la guerra revolucionaria: legislación de defensa, pensamiento
militar y caracterización de la amenaza a la seguridad interna en la Argentina (1958-1970). Buenos Aires, 2012.
Tesis de licenciatura, Universidad de Tres de Febrero; M. Sain, Los votos.
22 E. López, Seguridad nacional; Mario Ranalletti y Esteban Pontoriero “La normativa en materia de defensa
y seguridad y la criminalización de las disidencias (1955-1976)”, v Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente
(Buenos Aires: Universidad Nacional de General Sarmiento, 2010).
23 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina ii. 1943-1973 (Buenos Aires: Hyspamérica,
1986) y Pontoriero, E. De la conmoción.
24 Rogerio Frigerio, de orientación desarrollista, fue el principal asesor político y económico de Frondizi. Por su
supuesto comunismo y por su rol estratégico en las sombras –ya que no ocupó cargos centrales en el gabinete–
fue una figura durísimamente cuestionada en la época.
Armadas y en especial al sector liderado por Toranzo Montero que reaccionó acrecentando las
presiones golpistas.25
Mientras mantenía esta proyección de su política exterior, en lo interno Frondizi adoptó un
tinte de fuerte retórica anticomunista y sancionó un abanico de medidas con esa orientación,
tales como la expulsión de diplomáticos soviéticos, la prohibición del funcionamiento del partido
comunista y el cierre de sus locales, la organización de las tareas de inteligencia contra el comu-
nismo26 y, en general, fue proclive a ceder en medidas de control del orden interno bajo la nueva
óptica del enemigo interno, a lo cual adscribió públicamente en sus intervenciones presidenciales.
Así, por ejemplo, la creación de una comisión investigadora de actividades comunistas se funda-
mentó en que la supresión de dichas actividades tenía como objetivo “preservar la paz interior y el
orden público” pues se “comprueba que las actividades comunistas afectan la defensa nacional”.27
De esta manera, el texto del decreto unificaba e identificaba el mantenimiento del orden interno
con la defensa nacional –ámbito de injerencia de las Fuerzas Armadas en cuanto refiere a un
peligro externo–. La escalada de esta legislación anticomunista –y en particular la última medida
citada– fueron respuestas a las exigencias militares que en el año 1960 se habían hecho parti-
cularmente intensas.28 Según señala Rosendo Fraga, cada concesión a la política anticomunista
debilitaba a Frondizi ante el sector castrense y aumentaba el poder de presión de éste. Sin duda,
la doble política presidencial no hizo más que agudizar las tensiones institucionales.
Lejos de ser un argumento estrictamente militar, la oposición político-partidaria también
cuestionó la política externa de Frondizi y la presencia de funcionarios sospechados de comunis-
tas y lo acusó de complicidad con la subversión marxista; así, todo brote de descontento sindical
peronista fue interpretado como el comienzo del avance comunista. La medida represiva más
conocida del gobierno de Frondizi fue el “Plan conintes”. Fue implementado en marzo de
1960 supuestamente a raíz de una ola de atentados terroristas: la explosión de una bomba en
un depósito de la empresa Shell-Mex en Córdoba, con más de una decena de muertos, y un
atentado a un coronel en el que falleció su hija de 3 años. Además, en octubre del año anterior
se había hecho pública la existencia de la guerrilla peronista –Uturuncos– que en la madrugada
del 25 de diciembre de 1959 tomó una comisaría en el pueblo tucumano de Frías. La acción fue
25 En pleno clima de Guerra Fría y escalada de declaraciones continentales anticomunistas, en agosto de 1961
Frondizi recibió a Guevara en cita secreta, lo cual generó un gran rechazo militar y mediático. En 1962, durante
la octava reunión de cancilleres americanos realizada en Punta del Este, se decretó la expulsión de Cuba por
“incompatibilidad de ideologías”. Argentina reafirmó su posición anticomunista y la defensa de la democracia y
la libertad, pero se abstuvo de condenar a Cuba y votar su expulsión. Finalmente, bajo presión militar y política,
Frondizi rompió relaciones con la isla poco después de la reunión uruguaya. Cfr. María de Monserrat Llairó y
Raimundo Siepe, Frondizi, un nuevo modelo de inserción internacional (Buenos Aires: eudeba, 2003) y R. Fraga,
El ejército.
26 Entre otros, Decreto Nº4.965 del 27/4/59, Decreto Nº2.985 del 13/4/61, Decreto Nº12.681 de 18/10/60 y
Decreto Nº2.985 del 13/4/61, respectivamente. Véase discurso presidencial del 23/11/60.
27 Decreto Nº12.681 del 18/10/60.
28 Pocos días antes, el General Toranzo Montero había elevado un memorándum al gobierno en el que afirmaba
la necesidad de reprimir el peronismo y el comunismo y presentaba a la corporación militar como garantía
contra el avance de estas fuerzas y de la estabilidad de las instituciones. El texto representó un verdadero
ultimátum al poder político exigiendo cambios fundamentales, alejamiento de funcionarios, eliminación de
la administración peronista y comunista (véase en Fraga, El ejército, 148). Frondizi respondió denunciando el
golpismo, pero inmediatamente puso en marcha una serie de medidas anticomunistas cuyo contenido recuer-
da en algunos aspectos textuales lo manifestado en el memorándum castrense.
29 Sobre los Uturuncos véase Ernesto Salas, Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (Buenos Aires: Biblos,
2003).
30 Decreto de aplicación del conintes: Decreto Nº2.628 del 13/3/60 y Decreto Nº2.639 del 15/3/60, de emer-
gencia grave. (Estos decretos fueron finalmente derogados por el Decreto Nº6.495 del 1º/8/61). Previamente,
la Ley Nº15.276 del 11/2/60 había modificado y endurecido algunas figuras del Código Penal vinculadas al
uso de armas de guerra y “actitudes que causen tumulto o temor”. Según Potash, se sancionó bajo exigencias
militares pero Frondizi se negó a incluir en la reforma la aplicación de ley marcial (Potash, El ejército).
31 G. Périès, “Un modèle”.
32 Revista de la Escuela Superior de Guerra 338 (setiembre de 1960), citado en Nicolás Damin, Plan conintes y
Resistencia Peronista 1955-1963 (Buenos Aires: Instituto Nacional Juan Domingo Perón, 2010).
33 Decreto Nº2.639, Declaración de situación de emergencia grave, marco de ejecución del “Plan conintes”
(15/3/1960).
34 Según un informe del Senado de 1961 citado por Damin (Plan conintes, 296), los presos a esa fecha eran 258,
juzgados por tribunales militares con penas de entre ocho meses y veinticinco años. Sobre el “Plan conintes”
lizado sin pasar por el Congreso y porque la aplicación de la autoridad y justicia militar a civiles
estaba explícitamente prohibida por la Constitución en caso de emergencias.35
Mientras se aplicaba el “Plan conintes” y se aprobaban leyes de profundización de la acción
represiva contra el “terrorismo”, con importantes disminuciones de las garantías judiciales de
los acusados36 en 1960 y 1961, el Poder Ejecutivo respaldó varios proyectos de ley de defensa
nacional inspirados en los lineamientos de la hipótesis francesa de la guerra revolucionaria y la
existencia de una amenaza subversiva. Frente a la existencia de una amenaza interna, se postulaba
la declaración del estado de emergencia por parte del Poder Ejecutivo y la disposición de zonas
de emergencia bajo jurisdicción militar. En el mismo sentido, se definía la defensa nacional como
la respuesta a agresiones tanto internas como externas.37
La interpretación que ofrece la mayor parte de la literatura para explicar la legislación de
excepción y esta escalada de medidas destinadas al control del orden interno presenta una fi-
gura presidencial maniatada y limitada por las presiones militares.38 Nuestra interpretación es
que, si por un lado, efectivamente, el gobierno de Frondizi estuvo limitado y presionado por las
exigencias militares, por otro, las propias medidas de excepción tendientes a la militarización de
sindicatos y empresas estatales –previas a la presión castrense anticomunista– así como la decla-
ración original del estado de sitio, que no se levantó hasta la caída de Frondizi, se hicieron con
prescindencia de la creciente presión militar (que comenzó posteriormente, a mediados de 1959).
Esas medidas, en cambio, acrecentaron la injerencia militar –incluso a expensas de los deseos de
las propias Fuerzas Armadas–39 y ampliaron el margen de autonomía castrense para imponer
políticas vinculadas al mantenimiento del orden interno en los meses y años siguientes. Por lo
tanto, la escalada de medidas tendientes a instalar un funcionamiento institucional de excepción
y un marco represivo permanente no fueron consecuencia exclusiva de la presión militar, sino que
en buena medida la precedieron y después se retroalimentaron con la mayor injerencia castrense
orientada por las teorías revolucionarias del enemigo interno que tendieron a identificar la segu-
ridad interior como la principal misión militar. Posteriormente, cuando esa presión castrense se
hizo efectiva y condicionó la gestión gubernamental hasta el punto de dar forma a las políticas
de orden interno analizadas, el hecho de que el gobierno civil adoptara esas políticas –mientras
y su relación con la Ley de Nº1.948, Damin, Plan conintes. Sobre sus efectos y las denuncias, Prudencia
García, El drama de la autonomía militar (Buenos Aires: Alianza, 1995) y D. James, Resistencia.
35 G. Negretto, El problema, 116 y ss.
36 Ley Nº15.293 del 21/7/60, de represión de actividades terroristas, y Decreto Nº9.313 del 11/8/60, de
Observación parcial de proyecto de ley de represión de las actividades terroristas.
37 Esto último corresponde a la presentación de Frondizi del proyecto en 1961, citado en E. Pontoriero, De la
conmoción, 17. En contextos de fuerte pretorianismo militar, conocer los mecanismos de iniciativa, elaboración
y decisión sobre el contenido de estos proyectos es un problema de primera magnitud, pero en casi todos los
casos resulta bastante difícil desentrañar ese proceso. En el caso del primer proyecto de 1960, sabemos que
fue elaborado por una comisión redactora integrada por un civil y un oficial del Ejército en el Estado Mayor
de Coordinación; el segundo, de 1961, se inspiró en el anterior y fue discutido y pensado por las Fuerzas
Armadas y defendido por Frondizi en el Parlamento. Por razones poco claras, estos proyectos no llegaron a
ser aprobados ni discutidos en el Parlamento (E. Pontoriero, De la conmoción.).
38 Según Rodríguez Lamas (La presidencia), Frondizi no tuvo margen de maniobra por el acoso permanente y
su gobierno fue la cumbre de la militarización de la política. Según Fraga (El Ejército), durante la gestión de
Toranzo Montero las Fuerzas Armadas fueron un factor de presión que impuso sus posiciones, pero el “Plan
conintes” expresa coincidencias entre militares y el gobierno. Para Potash (El Ejército), Frondizi es víctima de
las presiones militares.
39 R. Fraga, El ejército.
en otros planos se mantuvo más independiente de la presión corporativa– contribuyó a dar legi-
timidad social a la construcción de la amenaza comunista. De la misma manera, permitió que la
identificación entre defensa nacional y mantenimiento del orden interno fuera transformada en
un objetivo democrático que tendría larga vida en las décadas siguientes.
40 Véase autores varios citados en César Tcach y Celso Rodríguez, Arturo Illia. Un sueño breve. (Buenos Aires:
Edhasa, 2006).
41 Entre otras cosas, al asumir el gobierno anunció el fin de la legislación represiva, la amnistía para los presos
del “Plan conintes” y el indulto para varios militantes ya condenados. Véase C. Tcach y C. Rodríguez, Arturo
Illia.
42 C. Tcach y C. Rodríguez, Arturo Illia, 73.
43 La etapa de Illia estuvo atravesada por una profunda interna militar frente a la cual trató de mantenerse al
margen, pero algunas decisiones de prescindencia terminaron por fortalecer la idea de la autonomía castrense
frente al poder civil. El sector militar de mayor presión fue el legalista –partidario de un supuesto respeto
de las instituciones– y menos recalcitrante en su antiperonismo; a él pertenecía quien después lo derrocó, el
General Juan Carlos Onganía. Sobre las internas militares y la relación con Illia, véase A. Rouquié, Poder
militar y Potash, El ejército.
algunos aspectos de la vida sindical (el manejo de fondos y las elecciones internas) y en un con-
texto económico favorable pero con inflación creciente, la cgt organizó un amplio “plan de lucha”
con la ocupación escalonada de miles de fábricas, que involucró millones de trabajadores y obtuvo
un fuerte apoyo estudiantil y de la oposición política. Frente a esa medida y a pesar de las presio-
nes para intervenir, Illia se negó a decretar el estado de sitio, abogó por su resolución en el ámbito
judicial y en el Congreso se aprobó la “Ley del salario mínimo, vital y móvil” que mejoraba la
situación de los trabajadores más desfavorecidos y que Illia presentó como una transformación
democrática que serviría de contención al peronismo y al comunismo.44 Fueron, en cambio, las
corporaciones de empresarios y ruralistas y las derechas partidarias las que denunciaron a Illia
por su tolerancia con la “subversión” y la “penetración comunista”, a la vez que adscribían al diag-
nóstico militar de una “guerra revolucionaria” en Argentina y reclamaban medidas de excepción
para enfrentarlos.45
Mientras en el plano social el gobierno esgrimía una política de respeto por los canales ins-
titucionales y constitucionales de control del orden interno –en parte vinculados a la posición
de Illia de no enfrentarse al peronismo–, la aparición de otros focos de conflicto mostró otras
concepciones sobre ese mismo orden cuando variaba el sujeto conflictivo. En efecto, las reacciones
oficiales que no se produjeron en torno al peronismo como amenaza emergieron más claramente
vinculadas a las primeras guerrillas marxistas.
Fue el caso de la aparición de un foco armado –el Ejército Guerrillero del Pueblo– en el norte
argentino que fue desbaratado por la Gendarmería a comienzos de 1964. Aparentemente, el
Ejército y algunos congresistas presionaron para una intervención militar, pero el gobierno optó
por resolverlo con la policía y fuerzas de seguridad internas. En reacción a ello, en setiembre de
ese año se presentó un nuevo proyecto de Ley de Defensa Nacional que contemplaba el uso de
las Fuerzas Armadas en seguridad interior. A su vez, el proyecto se presentó poco después de una
interpelación parlamentaria secreta a los ministros del Interior, Exterior y Defensa sobre los gru-
pos armados en la Argentina, en la cual los miembros del gabinete manifestaron la preocupación
gubernamental por crear instrumentos legales para la defensa del Estado que contemplaban la
intervención de las Fuerzas Armadas.46 Durante la interpelación, el ministro del Interior, Juan
Palmero, inscribió la situación en los parámetros de la teoría de la “guerra revolucionaria” y el
avance de la amenaza comunista desde la Revolución cubana.
[…] es notorio que de la existencia de dos sistemas de vida distintos ha surgido
en el mundo una competencia de poder, con posibilidades de agresión bélica –
diría así–, de guerra propiamente dicha entre ambos bloques de países. […] la
competencia [derivó] a otro método, a otro sistema, que es el conocido como el
de guerra revolucionaria: guerra no declarada, silenciosa, pero guerra inexorable,
global y permanente.47
Como ha señalado Esteban Pontoriero, incluso los diputados de diversas fuerzas opositoras
se mostraron de acuerdo con esta lectura de una “guerra subversiva”. Poco después, el reclamo de
48 Pontoriero, De la conmoción. El proyecto nunca fue aprobado por razones no claramente establecidas.
49 Véase C. Tcach y C. Rodríguez, Arturo Illia; A. Rouquié, Poder militar.
50 Sobre la legislación de Onganía, véase Ariel Eidelman, El desarrollo de los aparatos represivos del Estado argenti-
no durante la Revolución Argentina, 1966-1973, 2010. Buenos Aires, Tesis de doctorado, Facultad de Filosofía
y Letras-Universidad de Buenos Aires.
nuevos comicios que Perón ganó masivamente. Ni bien Cámpora asumió, su primer acto de go-
bierno fue la derogación de la legislación represiva y de seguridad implementada por el gobierno
dictatorial anterior, así como el indulto y liberación de los presos políticos –entre los cuales se
contaban numerosos militantes de organizaciones armadas–. El hecho es notable porque denota
una voluntad de volver al marco pleno de las libertades democráticas y, sin embargo, ese mismo
gobierno no derogó la mencionada Ley de Defensa que fue rápidamente reactualizada y utilizada
por el gobierno de Perón, una vez desplazado Cámpora.
Lo cierto es que poco antes de la asunción del líder histórico del peronismo, en octubre de
1973, comenzó un lento proceso de cercenamiento de libertades civiles y de fuerte persecución
política impulsado por el propio peronismo y como respuesta a varias situaciones simultáneas:
1) el altísimo nivel de movilización social y obrera que sobrepasaba los cuadros de contención
sindical, como la gran ola de toma y ocupación de lugares de trabajo a comienzos de 1973, y el
crecimiento de sindicatos “combativos” que presionaban por fuera de los marcos del peronismo;
2) la presencia de organizaciones armadas revolucionarias, peronistas y marxistas, que conti-
nuaron con las acciones de secuestros, atentados y toma de unidades militares –muchas de las
cuales tenían como blanco miembros de las fuerzas de seguridad–; 3) el conflicto interno entre
diferentes líneas del peronismo, especialmente contra los grupos que representaban la llamada
“Tendencia revolucionaria” dentro de la cual se encontraba la Juventud Peronista y Montoneros.51
Este último fue el conflicto de mayor envergadura y de dimensiones.
La superposición de estos conflictos evidentes y de una crisis política profunda que el pero-
nismo desencadenó en el poder hicieron de la vía represiva clandestina y del desarrollo de una
legislación autoritaria en espiral ascendente la vía de escape de la compleja crisis partidaria y de
gobierno. En octubre de 1973, días antes de asumir la presidencia, a través de un documento
partidario Perón anunció la necesidad de eliminar el “enemigo infiltrado” dentro del peronismo,
a través de un proceso de “depuración” partidaria destinado a resolver la “situación de guerra
contra los grupos marxistas”; mientras, el gobierno interino exhortaba a combatir la “subversión
antiargentina” representada por esos mismos grupos.52 En efecto, como el peronismo ostentaba
también el control del aparato estatal, la “depuración” se manifestó directamente a través de po-
líticas de Estado.
Así, el disciplinamiento político implicó la intervención federal de varias provincias y las
renuncias forzadas de funcionarios sospechados de “marxismo” en todos los niveles de la admi-
nistración. Esta práctica sistemática desató una feroz persecución interna en la que se confundían
los espacios partidarios y gubernamentales y que terminó socavando la estabilidad institucional
de muchas provincias. En ello se superpusieron mecanismos legales y recursos de emergencia
constitucionalmente admitidos y la violencia física directa.
A la vez, desde mediados de 1973, la crisis partidaria instalada en el seno del poder y la
reacción gubernamental ante los altos niveles de movilización y radicalización política y social
dio lugar a un proceso de restricción sistemática y permanente de diversos derechos y garantías
constitucionales, presentado como una necesidad impuesta por la lucha contra el enemigo inter-
no –partidario y nacional– y las amenazas al orden que representaba ese enemigo cada vez más
difuso. En el ámbito laboral, por ejemplo, una serie de medidas legislativas tendieron a achicar
51 Aquí sólo podemos hacer referencias muy generales a un proceso muy complejo que hemos analizado en
detalle en M. Franco, Un enemigo.
52 Documento Reservado, La Opinión (2/10/1973) y Clarín (2/10/1973), respectivamente.
los espacios y posibilidades políticas del sindicalismo más combativo surgido hacia fines de los
sesenta; se centralizó y concentró el poder en los sindicatos nacionales peronistas y se recortó
sustantivamente la democracia sindical y el derecho de huelga. Estas disposiciones permitieron
intervenir y suspender la personería gremial de numerosos sindicatos, se crearon marcos legales
para la detención de líderes gremiales no peronistas y se limitaron considerablemente las huelgas
y conflictos fabriles así como se declararon prescindibles miles de empleados públicos por razones
políticas y sindicales. En el ámbito educativo se colocaron autoridades reconocidamente fascistas,
se impusieron leyes restrictivas de la actividad universitaria y de su vida política, se intervinieron
muchas casas de estudio y se clausuraron sus centros de estudiantes. En el ámbito de la libertad
de expresión e información, se instaló una creciente censura de medios (prensa, radio y televisión)
y la prohibición de libros y materiales considerados “subversivos”. Varias de estas medidas y las
que vendrían se sostuvieron legalmente en la Ley de Defensa de 1966 y reinstalaron leyes de ese
gobierno de facto que Cámpora había derogado al asumir.53
Entre 1973 y 1975, la acción de bandas parapoliciales de derecha y otros comandos sindicales
y partidarios, incluso algunos ligados a las Fuerzas Armadas, acompañaron con acciones de vio-
lencia terrorista las políticas intrapartidarias y gubernamentales de “depuración” del peronismo
o “antimarxistas” en general: por ejemplo, la acción represiva de estas bandas se ejerció contra
estudiantes y docentes en los ámbitos universitarios ya afectados por leyes restrictivas, muchos
periódicos partidarios y comerciales fueron tocados por la censura y la presión gubernamental
mientras eran asesinados o amenazados los periodistas y atacadas las redacciones, fueron ase-
sinados delegados sindicales y obreros de los sectores combativos afectados por las nuevas leyes
sindicales y algunos de los funcionarios destituidos por “marxistas” durante las intervenciones
federales fueron asesinados o desaparecidos antes de 1976.
Paralelamente, la presencia de las organizaciones armadas de izquierda, peronistas y sobre
todo marxistas que, recordemos, mantuvieron crecientes niveles de actividad armada, permitió
canalizar simbólica y materialmente la lucha contra un supuesto, amplio y difuso, enemigo inter-
no. Desde enero de 1974 se endurecieron sustantivamente todas las penas previstas por el Código
Penal (incluso más allá de lo hecho por la dictadura de Onganía) y se crearon políticas tendientes
a garantizar la “seguridad nacional” a través de la represión del “terrorismo” y la “subversión”,
profundizando, una vez más, el proceso de asimilación entre mantenimiento del orden interno,
seguridad interior y defensa nacional. La participación castrense en esas acciones, insistentemen-
te reclamada por las autoridades militares, sería autorizada por el Ejecutivo muy poco después.
La propia palabra de Perón sostuvo parte de esta construcción legal y de la legitimidad de ese
proceso:
[…] estamos en presencia de verdaderos enemigos de la Patria organizados para
luchar en fuerza contra el Estado al que a la vez infiltran con aviesos fines insurrec-
cionales. […] Pido asimismo, a todas las fuerzas políticas y al pueblo en general,
que tomen partido activo en la defensa de la república que es la afectada por las
actuales circunstancias. […] El aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es
53 Entre las más destacadas en el ámbito laboral tuvieron injerencia la Ley de Asociaciones Profesionales
(Nº20.615 del 29/11/1973), las leyes de prescindibilidad (Nº20.549 del 31/10/1973 y Nº20.713 del 8/8/1974)
y la Ley de Seguridad (setiembre de 1974); en el universitario, las leyes de prescindibilidad y la Ley Universitaria
(Nº20.654 del 14/3/1974). La creación de figuras represivas en los marcos de la política de seguridad se dio con
la reforma del Código Penal (Nº20.642 del 25/1/1974) y la Ley de Seguridad, entre otras.
una tarea que compete a todos los que anhelamos una patria justa, libre y soberana,
lo que nos obliga perentoriamente a movilizarnos en su defensa y empeñarnos
decididamente en la lucha a que dé lugar.54
Aunque es evidente que el proceso de disciplinamiento y las políticas de excepción se iniciaron
ya en 1973, la situación se endureció notablemente después de la muerte de Perón el 1° de julio
de 1974. Desde entonces, las políticas estatales estuvieron directamente orientadas al “combate”
de la “subversión” para lo cual se convocó a las Fuerzas Armadas en numerosas oportunidades.
En ese sentido, el gobierno de “Isabelita” implicó un salto cualitativo plenamente inscripto en el
proceso iniciado en 1973.
Las políticas de seguridad posteriores a la muerte de Perón comenzaron en setiembre de 1974
con la sanción de la Ley de Seguridad, aprobada por el Congreso y destinada a “erradicar defini-
tivamente la subversión en el país […] dentro los marcos de la ley”55 –disposición luego ratificada
en 1976 por la Junta Militar–. Poco después, ante supuestas amenazas “subversivas” a escuelas y
niños, se declaró por decreto el estado de sitio. Esta medida de emergencia fue mantenida por
la dictadura militar posterior y nunca se levantó hasta 1983. Incluso entre 1974 y 1975 se res-
tringieron los pocos resguardos de garantías y limitaciones a su uso que prevé la Constitución.56
Juntas estas disposiciones crearon los instrumentos jurídicos esenciales de la represión en cuanto
a la suspensión de garantías del Estado de Derecho, la instauración de la vaguedad jurídica de las
nuevas figuras delictivas y la consiguiente expansión ilimitada del universo de lo peligroso y del
poder estatal sobre aquello que se consideraba una amenaza para la nación.
Desde 1975, la política gubernamental se orientó a formalizar la utilización de las Fuerzas
Armadas en la tarea represiva, cuestión que se venía discutiendo desde 1974 y que de hecho ya
se había implementado en situaciones puntuales. En febrero, el Ejecutivo autorizó a las Fuerzas
Armadas a iniciar el “Operativo Independencia” de represión de un foco armado en el norte
argentino, lo cual dio lugar a los primeros centros clandestinos de detención. La responsabilidad
militar fue extendida luego a todo el territorio nacional para “aniquilar el accionar subversivo”.57
Para entonces, la argumentación oficial consideraba “subversivas” las protestas obreras, acciones
estudiantiles, manifestaciones críticas de la prensa comercial y cualquier forma de oposición polí-
tica y movilización social a la cual se respondía aplicando la Ley de Seguridad y el estado de sitio.
Durante ese año, la legislación “antisubversiva” siguió en incremento concentrando toda la
autoridad represiva en la institución castrense y el Poder Ejecutivo, incluso llegó a contemplarse
la imposición de la pena de muerte y la creación de zonas de emergencia bajo autoridad militar
así como un proyecto de ley destinado a “profundizar” aspectos de la ley de Defensa Nacional
de 1966. Algunas de estas medidas habían estado en vigencia durante la dictadura de Onganía
y volvieron a restituirse o a ser discutidas durante el gobierno democrático peronista, no sólo a
propuesta del Ejecutivo sino con aquiescencia de numerosos sectores políticos en el Parlamento.
Sin duda, la espiral represiva institucional fue acicateada por el incremento de las acciones
de la guerrilla especialmente dirigida a blancos militares, mientras la acción clandestina de las
54 Presidente J.D. Perón ante el copamiento del cuartel militar de Azul por el Ejército Revolucionario del
Pueblo, citado en Clarín (21/1/1974).
55 Ley Nº20.840 del 28/9/74.
56 Decreto Nº1.368 del 6/11/1974. En los meses siguientes se restringió el derecho de opción a salir del país,
una de las pocas limitaciones al Poder Ejecutivo que la Constitución considera bajo estado de sitio.
57 Decreto secreto Nº261 del 5/2/1974 y Decreto Nº2.772 del 6/10/1975.
Reflexiones finales
La indagación realizada aquí sobre los tres gobiernos democráticos de la etapa cívico-militar
de la segunda parte del siglo xx argentino arroja resultados interesantes pero no suficientes para
llevar a conclusiones definitivas. Es evidente que todos se caracterizaron por enfrentar complejas
situaciones de conflicto social y político que no siempre fueron resueltas de la misma manera,
pero que tendieron a enfrentarse a través de medidas de emergencia y que una vez que esas me-
didas se impusieron tendieron a hacerse permanentes –la prueba es que en los dos casos en que se
decretó el estado de sitio en democracia la disposición se mantuvo hasta el final de la gestión y se
transformó en regla y forma de gobierno–. Curiosamente, en el gobierno de Illia, el único donde
se evitaron medidas de ese tipo, fue la oposición política y los sectores dominantes quienes las re-
clamaron. Así, estas variantes hablan de una concepción del juego político en la cual las prácticas
arbitrarias de ejercicio del poder y de su concentración fueron vistas como formas que –legítimas
o no– eran parte del horizonte de posibilidades para el mantenimiento del orden interno y la
resolución de conflictos.
A pesar de los distintos estilos políticos, que sin duda explican algunas de las diferencias
halladas, un dato muestra una continuidad en espiral ascendente: la concepción de un enemigo
interno que plantea una situación bélica no convencional. Transformadas en leyes o no, estas con-
cepciones fueron recurrentes como marcos de comprensión del conflicto y a través de los periodos
analizados tendieron a virar su diagnóstico de mayor peligrosidad del peronismo al marxismo, a
la vez que se ampliaban y tendían a adquirir vaguedad extrema para aplicarse a las más variadas
formas de la protesta social. Llegado el punto en que el enemigo interno se definía por su supues-
ta amenaza, no ya al orden institucional sino a la esencia misma de la nación, el discurso sobre la
legitimidad de su erradicación se hizo difícil de revertir. Como vimos, la representación de esta
amenaza terminó de hacer aceptable la identificación entre defensa nacional y seguridad interna,
habilitando un mayor espacio de acción de las Fuerzas Armadas –corporación cuya lógica de fun-
cionamiento se definía ya por un fuerte pretorianismo ascendente–. Ese pretorianismo obedecía
a prácticas previas de intervención en el juego político que se retroalimentaron con las lógicas de
excepción de los gobiernos civiles, pero no fue el causante exclusivo de las prácticas autoritarias
ni represivas, ni tampoco esa compleja relación entre civiles y militares debe reducirse a la simple
idea de gobiernos democráticos maniatados. No obstante, esto tampoco significa que la distin-
ción entre dictadura/democracia y civiles/militares sea ociosa para entender la implantación de
lógicas represivas, sino que ese tipo de lógicas de control interior se explican por procesos más
complejos y compartidos que la simple presencia militar en el poder.58
Sin duda, una lectura posible es analizar la evolución de estas concepciones a la luz del cambio
en las doctrinas militares y su rápida penetración en las políticas de seguridad de los gobiernos
democráticos y sus elencos políticos. En efecto, la semejanza entre las concepciones militares y
civiles del orden que hemos relevado plantea la pregunta fundamental sobre la circulación de esas
representaciones del conflicto a lo largo de las décadas recientes. Con certeza, el cambio en los
paradigmas militares es relevante, porque no puede ignorarse la importancia del poder militar
como actor político en el gobierno durante sucesivos períodos y porque las nuevas ideas militares
sobre la seguridad permitieron formalizaciones legales de peso; pero, probablemente, además de
eso haya que pensar en una concepción multiforme y progresivamente compartida por los actores
del poder –sectores dominantes, actores políticos, civiles y militares por igual–. En ese sentido,
efectivamente, tal vez estamos ante una forma única, aunque discontinua y cambiante, de enten-
der el conflicto, el orden interno y la seguridad.
Las lógicas represivas analizadas fueron discontinuas, incluso con momentos impor-
tantes –pero breves– de reversión. Sin embargo, en su tendencia general muestran un claro
proceso ascendente, con saltos importantes en 1966, una aceleración entre 1973 y 1975 y un
salto cualitativo en 1976. Esto no significa –ni debe ser leído como– un proceso que de manera
sobredeterminada y teleológica se dirigía al terrorismo de Estado. No es nuestra intención hacer
una genealogía explicativa de la última dictadura militar, más bien se trata de pensar las cons-
trucciones de lógicas autoritarias y prácticas represivas que con características específicas cortaron
transversalmente la historia institucional de largas décadas de la historia argentina reciente.
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58 El objetivo de estas reflexiones no es explicar la presión militar ni los golpes de Estado, sino un proceso que
consideramos transversal a esos cortes y que debe ser visto como una variable entre varias para entender la
creciente autonomía militar. Por tanto, que los gobiernos civiles “contribuyan” a través de políticas represivas
a la autonomización militar no significa que esas políticas sean la “causa única” de esa autonomía ni que eso
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“Estado peligroso”
y Medidas Prontas de Seguridad:
Violencia estatal bajo democracia (1945-1968)
Leandro Kierszenbaum1
Resumen Abstract
Este trabajo intenta identificar elabora- This paper attempts to identify conceptua-
ciones teóricas y prácticas legales autoritarias lizations and authoritarian legal practices that
que estuvieron presentes durante los diferentes were present during the different democratic
gobiernos democráticos entre 1945-1968 en governments in Uruguay between 1945-1968.
Uruguay. El análisis se focalizará en uno de The analysis will focus on one of the main con-
los principales legados conceptuales y legales ceptual and legal legacies of the Terrismo: the
del terrismo: la idea del “Estado Peligroso”, de idea of the “dangerous state”, its constitutional
sus implicancias legales, constitucionales y su and legal implications, and practical imple-
puesta en práctica concreta. Directamente vin- mentation. Conceptually and operationally
culadas conceptual y operativamente a la lógica linked with the idea of dangerousness, Prompt
del Estado Peligroso, las Medidas Prontas de Security Measures constituted a tool for social
Seguridad constituyeron una herramienta de control with which democratic governments
control social con la cual los distintos gobier- repressed social and political mobilization. The
nos democráticos reprimieron movilizaciones relationship between these tools is not chro-
sociales y políticas. La relación entre estas dos nological, since Prompt Security Measures
herramientas no es cronológica, puesto que were present already in the first constitution of
las Medidas Prontas de Seguridad estuvieron the country, but the conceptual meanings and
presentes ya en la primera Constitución del its implementation are linked with each other.
país, sino que los significados conceptuales y In other words, the logic of the “dangerous sta-
su puesta en práctica se vincularon uno con te” was useful to understand and legitimize the
otros. En otras palabras, la lógica del estado concrete implementation of the measures.
peligroso servía para comprender y legitimar Key words: Uruguay, State of Exemption,
la puesta en práctica concreta de las medidas. Democracy, Authoritarianism, Security
Palabras clave: Uruguay, estado de excep- Measures
ción, democracia, autoritarismo, medidas de
seguridad.
1 Doctor en Historia en el Instituto Sverdlin de Historia y Cultura de América Latina en la Universidad de Tel
Aviv.
Este trabajo intenta identificar elaboraciones teóricas y prácticas legales autoritarias elabo-
radas durante la dictadura terrista que estuvieron presentes durante los diferentes gobiernos
democráticos. Ante la escalada represiva de los 60, las autoridades oficiales recurrieron a instru-
mentos argumentales y legitimadores que se fueron consolidando durante gran parte del siglo xx.
El artículo se limita a un período que podría llamarse de “entre dictaduras”, pero tal delimitación
no puede ser absoluta si se tiene en cuenta los procesos históricos como tales, que incluyen perío-
dos anteriores y posteriores y que son también discutidos en el trabajo. La lectura crítica de textos
escritos por funcionarios oficiales durante la dictadura cívico-militar permitirá entrever las diná-
micas y herramientas explicativas desarrolladas con anterioridad durante el período democrático
y su concreta articulación bajo el régimen de facto. La imagen que frecuentemente surge de la
historiografía existente es la de un Uruguay pacífico, donde los problemas se resolvían mediante
el diálogo y los amplios consensos. Estas interpretaciones han resaltado los aspectos globales del
conflicto, considerando a Uruguay como un escenario más de la Guerra Fría bajo el manto de la
importada Doctrina de la Seguridad Nacional.2
El presente análisis propone una lectura que pone en relieve aspectos preexistentes en la
democracia uruguaya que permitieron la posterior adopción de líneas operativas e ideológicas
provenientes de dicha Doctrina. Si bien la misma estuvo presente en las diferentes dictaduras
de los años sesenta y setenta, cada país la adoptó a “su” manera. En el marco del Cono Sur, en
Argentina se desapareció y asesinó a miles de “subversivos”, en Chile se fusiló y torturó a cientos
de militantes, mientras que en Uruguay el aparato represivo se caracterizó por el férreo control
social, las detenciones prolongadas y el vasto uso de la tortura.3 Vale decir, la doctrina fue tradu-
cida por los aparatos represivos de los Estados, pero cada uno siguiendo una especie de “lenguaje”
local. Este artículo intenta echar luz a ciertas particularidades de ese lenguaje, descifrar sus lógicas
y su puesta en práctica. No quiere decir esto que la represión durante la dictadura cívico-militar
haya tenido las mismas proporciones que la anterior, ni que la represión de los años 40 y 50 haya
sido la misma que la de los 60 tempranos, ni los 60 tardíos cuando ya estaba establecida la lucha
armada. Sin embargo considero que había ciertos parámetros de usos y formas de legitimar la
violencia que se fueron cristalizando durante los distintos gobiernos democráticos.
El análisis se focalizará en uno de los principales legados conceptuales y legales del terrismo:
la idea del “Estado Peligroso”, de sus implicancias legales, constitucionales y su puesta en práctica
concreta. Directamente vinculadas conceptual y operativamente a la lógica del Estado Peligroso,
aunque no por esto resultantes de la misma ni con una lógica de continuidad, las Medidas Prontas
de Seguridad constituyeron una herramienta de control social con la cual los distintos gobier-
nos democráticos reprimieron movilizaciones sociales y políticas. Es por ello que se analizarán
2 Una excepción de esto serían los trabajos publicados recientemente por Mariana Iglesias, en los que analiza
la aplicación de las Medidas Prontas de Seguridad durante la segunda mitad del siglo xx. Sus trabajos, sin
embargo, no analizan otras figuras y prácticas represivas que fueron aplicadas durante dicho período. Mariana
Iglesias, “En procura del orden interno: sentidos y estrategias en torno a la sanción de medidas de excepción
en el Uruguay de mediados del siglo xx”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos. Disponible en: http://nuevomundo.
revues.org/index56848.html; y “El estado de excepción en Uruguay y Argentina. Reflexiones teóricas, histó-
ricas e historiográficas”, Revista de Historia Comparada 5-1, 91-115.
3 Luis Roniger y Mario Sznajder, The Legacy of Human-Rights Violations in the Southern Cone: Argentina, Chile
and Uruguay (Oxford: Oxford University Press, 1999). Sobre el sistema represivo uruguayo ver: Carlos De-
masi et al, La dictadura Cívico-Militar: Uruguay 1973-1985 (Montevideo: ebo, 2009) y Aldo Marchesi et al,
El presente de la dictadura: Estudios y reflexiones a 30 años Del golpe de Estado en Uruguay (Montevideo: Trilce,
2003).
también varias instancias en las que estas Medidas fueron aplicadas. La relación entre estas dos
herramientas no es cronológica, puesto que las Medidas Prontas de Seguridad estuvieron presen-
tes ya en la primera Constitución del país, sino que los significados conceptuales y su puesta en
práctica se vincularon unos con otros. En otras palabras, la lógica del Estado Peligroso servía para
comprender y legitimar la puesta en práctica concreta de las Medidas. Documentos de Estado,
tanto ministeriales como informes parlamentarios, así como publicaciones producidas por dife-
rentes sectores de la sociedad –ideológicos, periodísticos, legales– permiten rastrear las formas en
que diversos sectores de la sociedad fueron cambiando sus expectativas y sus reacciones hacia la
violencia mediada por el Estado.
El “Estado Peligroso”
Según la criminología positivista, el objetivo del Derecho no es castigar o reprimir al infrac-
tor sino neutralizar terapéuticamente su “temibilidad” para poder defender a la sociedad.4 Esto
implica la penalización de delitos consumados pero también la acción profiláctica. De esta lógica
surge el concepto de “estado peligroso”, que define una situación en la que todavía no se cometió
un delito pero en la que existe la posibilidad de que se transforme en un evento delictivo temido.
En otras palabras, es posible penalizar o sancionar a quien la autoridad considere que representa
un peligro para la sociedad, sin culpabilidad y sin delito: “toda sociedad tiene derecho a defender-
se de los sujetos temibles, aún antes de que delincan”.5
El jurista argentino Sebastián Soler consideraba en 1929 que la teoría de la peligrosidad
anulaba las “tres columnas del derecho penal clásico”: “Nullum crimen sine legge; nulla poena
sine lege; nulla poena sine crimen”.6 Esto implicaría tipificar estados de peligro predelictuales y
no “actos concretos, hechos sino estados, formas de vida, etc.”. Con ironía ejemplificaba: “podría-
mos meter a todo el mundo en la cárcel como medida preventiva, y así no habría crímenes que
cometer”.7 También los juristas uruguayos Felipe Gil y Justino Jiménez de Aréchaga criticaban la
idea del estado peligroso ya que ésta supondría una amenaza contra la libertad individual.8
Desde el punto de vista constitucional, dicha lógica resulta problemática ya que el Artículo
12º determina que “nadie puede ser penado ni confinado sin forma de proceso y sentencia legal”,
lo que supone que la pena se origina en un delito, en un acto, pero no en un pensamiento, una
opinión o una tendencia que no llegan a tener una exteriorización. Para el jurista uruguayo Juan
B. Carballa la necesidad de la defensa social proyectó en las leyes y códigos de los países demo-
cráticos fórmulas que recuerdan las adoptadas por Estados totalitarios para asegurar su propia
continuidad. Consideraba que era lógico y oportuno el “aprovechamiento de una experiencia
[totalitaria]” ya que esta “contribuía a salvar un peligro en momentos en los que se luchaba para
sobrevivir”.9
4 Nerio Rojas, Medicina Legal (Buenos Aires, Montevideo: Ateneo, [1936] 1976), 254.
5 Alejandro Rovira, El estado peligroso en la legislación uruguaya; estudio de la Ley Nº10.071 de 22 de octubre de
1941 sobre vagancia, mendicidad y estados afines (Montevideo, 1960).
6 Sebastián Soler en A. Rovira, El estado peligroso, 55.
7 El estado peligroso, 59.
8 Felipe Gil y Justino Jiménez de Aréchaga, Sobre la Teoría del Estado Peligroso (Montevideo: Peña Hnos.,
1932).
9 Juan B. Carballa, Delitos contra la patria (Montevideo: Biblioteca de Publicaciones Oficiales de la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de la República, 1951), 45.
El codificador uruguayo Irureta Goyena desestimaba las críticas, considerando que el estado
peligroso no pudo ser aplicado en el Código Penal no por la supuesta violación del principio
“nullum crimen nulla poena sine previae lege penale” sino por cuestiones financieras. Es decir, el
Estado no tenía los medios para montar la infraestructura que implicaría la aplicación de dicha
lógica. Desde el punto de vista conceptual, creía que el principio no era violado porque supues-
tamente se trataba de una sanción y no de una pena. Siguiendo esta lógica se concibió la Ley
Nº10.071 de Vagancia, Mendicidad y Estados Afines, cuyo proyecto de ley fue iniciado en 1937
en pleno terrismo, sancionado en octubre de 1941 y sigue vigente hasta hoy. El propio Gabriel
Terra consideró que la ley era necesaria para la defensa social y la corrección de “aquellos indivi-
duos que por su mala conducta, antecedentes morales, género de vida, etc., se pueda inferir que
pueden violar la norma y perturbar la paz social”.10
Al ser esencialmente flexibles, los conceptos de peligrosidad y temibilidad permitían con-
solidar el proceso de criminalización y, por ende, de represión a los sectores que por diversas
razones era necesario neutralizar. Bajo esta lógica se podía legitimar la detención y fichaje de
homosexuales11 y la represión de supuestos infanto-juveniles,12 por un lado, y la detención de
obreros o funcionarios públicos movilizados por el otro. Esto quedó registrado en los documentos
que enviaba el Jefe de Policía de Paysandú durante la huelga remolachera de fines de 1957 y co-
mienzos de 1958. Aquellos obreros que fueron detenidos arbitrariamente –como lo denunciaban
socialistas y comunistas– eran representados como “vagos y linyeras” por las autoridades. Resulta
sugerente que los “linyeras” que en una de las primeras páginas del mismo documento eran con-
siderados “vagos”, aunque se tratara de auténticos trabajadores remolacheros, pocas páginas más
adelante figuraran en una lista de obreros en huelga fichados según la empresa en la que trabaja-
ban. Creo que este hecho no revela un simple error del autor, sino la arbitrariedad y ambigüedad
con la que se podían aplicar categorías que permitían acudir a la ley vigente.
Tanto la prensa como los informantes de la policía revelaban la existencia de un sistema por
el cual los obreros al ser detenidos eran fichados y luego, al ser liberados, obligados a portar un
documento que indicaba que ya habían pasado por dicho proceso.13 Esto dejaba en evidencia que
la flexibilidad discrecional que representaba el “estado peligroso” servía también para reprimir
movilizaciones sociales y así endurecer el control social.
10 Cámara de Representantes xxxii Legislatura, Rep. Nº541 de 1937, Vagancia, Mendicidad y Estados Afines.
11 A pesar de que la homosexualidad no estaba penada por la ley, según Al Rojo Vivo, el Comisario Walter
Árévalo declaró que habían más de 40.000 homosexuales que habían sido fichados por la Policía. Es decir
que se llevaba registro de personas que no habían cometido ningún delito. “La llaga que sangra”, Al Rojo Vivo
(21/6/1966).
12 Vania Markarian, “Menores violentos: la adolescencia en Uruguay de los cincuenta”, Brecha (13/2/1998).
13 “Antecedentes informados por la Jefatura de Policía de Paysandú, sobre su intervención en la huelga par-
cial decretada por algunos obreros remolacheros adheridos al Sindicato Único de Obreros Rurales (sudor)”
(30/1/1958). agn, Fondo Luis Batlle Berres, Caja 86.
rácter definitivo, compartiendo, por lo tanto, elementos de la lógica del estado peligroso. En una
analogía entre la legítima defensa interpersonal con la social, el estado peligroso en general y las
medidas prontas de seguridad en particular actuarían como herramientas jurídicas por las cuales
el Estado prevería una situación en la cual la ley no garantiza su continuidad, permitiéndose
ejercer su autoridad por fuera de los “medios ordinarios” pero dentro del Estado de Derecho. Y
como en una disputa interpersonal, ante la argumentación de la legítima defensa se debe “acep-
tar el peligro en la medida que lo temió el agredido, aunque éste magnifique las cosas en forma
excesiva”;15 el Estado se asegura el poder de apreciación del peligro. En su trabajo sobre la legí-
tima defensa, el jurista Camaño Rosa exaltó el elemento de la solidaridad, es decir, la defensa de
una persona hacia un tercero. Ese desconocido podría ser el Estado que, como persona jurídica,
es legítimamente defendible. En la práctica esto legitimaría a quien prestara colaboración con la
Justicia o defendiera la propiedad nacional.16 En otras palabras, al concebir al Estado como una
persona jurídica se lo transformaría en un sujeto defendible amparado por la normativa de la le-
gítima defensa. Esto lleva implícito ciertas contradicciones conceptuales, ya que a pesar de que el
Estado es quien debería retener el monopolio del uso de la violencia legítima, no sólo deja espacio
para que los particulares hagan justicia por mano propia y establezcan normas de facto sino que
él mismo, previniéndose, deja abiertas estas posibilidades. Ante un ataque inminente el Estado
podía acudir al principio de la legítima defensa de manera similar a las relaciones interpersonales
y así legitimar el uso de herramientas de facto, por fuera de las normas formales que habrían
demostrado ser insuficientes para garantizar su seguridad.
Justino Jiménez de Aréchaga analizó las diferencias y similitudes entre las medidas prontas
de seguridad y otras figuras jurídicas tales como el “estado de sitio”, el “estado de asamblea”, la
“suspensión general de garantías constitucionales”, etc.17 Todas ellas tienen como cometido dar
respuesta a la necesidad de defender el orden institucional, la integridad del territorio y la sobe-
ranía del Estado. Sin ingresar en las diferencias procedimentales específicas, las medidas prontas
de seguridad, en teoría, garantizan más que las otras figuras el respeto por los derechos funda-
mentales; por ejemplo, en el caso del estado de sitio, dice el jurista, se crea un “status” especial,
una “situación jurídica general”, mientras que las medidas prontas de seguridad son decisiones de
“alcance particular” y no afectan “las garantías de los derechos humanos”.18 La suspensión gene-
ral de garantías actúa como una temporal anulación de todos los medios jurídicos destinados a
proteger los derechos de la personalidad, fuera de las limitaciones que el Estado se haya impuesto
basándose en las normas de derecho interno o internacional. Es por ello que, a diferencia de las
medidas prontas de seguridad, la adopción de dicha medida está reservada, por lo general, exclu-
sivamente al Poder Legislativo.
19 En dicho mes, el mln mató a varios integrantes de lo que se dio a conocer como el Escuadrón de la Muerte.
Por otra parte, varios operativos de las fuerzas de seguridad culminaron con la muerte de varios militantes tu-
pamaros. Además, el 17 de abril fueron abatidos ocho militantes comunistas y herido de muerte un oficial del
Ejército en un violento acto de represión. Virginia Martínez, Los fusilados de abril: ¿Quién mató a los comunistas
de la 20? (Montevideo: Ediciones del Caballo Perdido, 2002). Sobre la legitimidad y constitucionalidad de la
Ley de Seguridad, ver la recopilación de artículos escritos por el Dr. Carlos Martínez Moreno y publicados
en su momento (1972) en el semanario Marcha: Carlos Martínez Moreno, Los días que vivimos: Homenaje
de la Cámara de Senadores (Montevideo, 1994). Particularmente, “¿Ley de Seguridad o matanza legalizada?”
(1994), 85 y “El Régimen se va a la guerra” (1994), 93.
20 Luis Vargas Garmendia, “Estudio sobre derechos individuales”, en Fernando Bayardo Bengoa, Los derechos del
hombre y la defensa de la nación (Montevideo: Ediciones Jurídicas, 1977), 58.
21 Clara Aldrighi, “La injerencia de Estados Unidos en el proceso hacia el golpe de Estado. Informes de la
misión de Seguridad Pública y la Embajada en Uruguay (1968-1973)”, en A. Marchesi et al, El presente de la
dictadura, 2005.
22 L. Vargas Garmendia, “Estudio sobre derechos individuales” (1977), 58.
C. Aldrighi, “La injerencia de Estados Unidos” (2005).
23 F. Bayardo Bengoa, Los derechos del hombre.
fundamento ya que no eran sustancialmente diferentes a aquellas presentes en los lugares desde
donde se propagaban dichas críticas.
Aparte de las fuentes extranjeras, basaba sus argumentos en la normativa jurídica uruguaya
vigente durante los distintos gobiernos constitucionales anteriores al golpe, que a su vez, sin
decirlo de forma expresa, se inspiraba en ciertos aspectos en la doctrina positivista italiana. El
trabajo reproducía el proyecto de ley “Sobre estado peligroso para la seguridad de la Nación” que,
basándose en los argumentos de Irureta Goyena expuestos en el proyecto de la Ley Nº10.071,
daba un paso más pretendiendo definir explícitamente a los “estados peligrosos” que ya no eran
“afines” sino decididamente ideológicos. Resumía:
Si la Nación como bien jurídico penalmente preservado es un pueblo portador de una his-
toricidad existencial, puede y debe prevenirse esta objetividad jurídica, frente a la posibilidad de
futuros delitos destinados a desgarrarla en su integridad soberana e independiente, y por ello en la
continuidad de su propia Historia.24
Quedaba claro que su intención era demostrar la continuidad jurídica entre la democracia
liberal y el gobierno de facto. Desde su punto de vista la normativa adoptada por la dictadura
no significaba más que la puesta en práctica de preceptos presentes en la reglamentación de una
democracia atacada.
Las elaboraciones conceptuales manejadas por Bayardo Bengoa y Vargas Garmendia reve-
lan la continuidad de ciertos lineamientos anteriores al período abiertamente autoritario. Las
herramientas argumentales que estos funcionarios usaban no provenían de un vacío ni fueron
enteramente importadas, sino que se fundamentaban también en la doctrina y prácticas legales
nacionales, desarrolladas durante el terrismo y cristalizadas durante los años de la supuesta “de-
mocracia perfecta”.
En síntesis, la defensa de la sociedad debía ser ejercida por el Estado a través de medidas pro-
filácticas y terapéuticas. El cuerpo social estaba constantemente atacado y en peligro, amenazado
por agentes nocivos. En caso que dichas amenazas se concretasen o incluso creasen la sensación
de concretarse, el Estado contraatacaría legítimamente por intermedio de medidas represivas. En
la práctica, esta diferenciación se desdibujaba, sin dejar en claro qué medidas eran preventivas
y cuáles represivas pero, en ambos casos, eran concebidas como parte de la legítima defensa. A
través del análisis de diferentes episodios y los debates producidos a raíz de ellos, intentaré com-
prender el significado de esas medidas y cómo se instauraban en los cuerpos de los implicados.
situación en términos de agresor y agredido. Definiendo el carácter público del servicio, el riesgo
de conmoción pública y el peligro que implicaba el desconocimiento de la autoridad, el Estado
hacía de la disputa un acto de defensa de toda la sociedad.25
En las diversas movilizaciones sindicales de aquellos años se aplicaron dinámicas similares,
pero sin acudir expresamente a las Medidas Prontas de Seguridad. En los conflictos portuarios
de 1946 y 1949 volvieron a colaborar las fuerzas de seguridad (Policía, Ejército y Marina) con
organizaciones armadas civiles contratadas, tales como la denominada “Gorra Blanca”.26 Durante
el conflicto metalúrgico de agosto de 1950, el diputado blanco Daniel Fernández Crespo junto
al diputado comunista Enrique Rodríguez denunciaron los procedimientos policiales: mediante
razzias se detenía arbitrariamente a obreros y a sus vecinos. Después de ser detenidos por “averi-
guaciones”, eran fotografiados y se les tomaban las impresiones dactilares, quedando fichados sin
haber cometido ningún delito que lo justificara.27 Además, denunciaban también la injerencia de
Inteligencia y Enlace en los conflictos sindicales que, mediante amenazas de futuras detenciones,
pretendían favorecer a las patronales.
A veinte días de haber asumido el nuevo gobierno colegiado en marzo de 1952, se decreta-
ron Medidas Prontas de Seguridad a raíz del conflicto de la salud pública que paró a médicos y
funcionarios. La proximidad de los eventos insinuaba una relación entre ellos: el nuevo gobierno,
que estrenaba una nueva forma de gobierno (el colegiado), pretendía dejar en claro quién era
el que gobernaba y así evitar que se generara una imagen de debilidad frente a la movilización
social. Desde las filas del gobierno se argumentaba que el apoyo a la huelga significaba aprobar la
subversión, lo que a su vez implicaba “darle carta blanca a impulsos o movimientos dispuestos a
sobrepasar las fronteras de la legalidad y del orden constituido, y entrando en ese terreno, nadie
sabe hasta dónde podemos llegar”.28 Es por esto que el Consejero Martínez Trueba advirtió la
ejecución de una política de “indeclinable energía”.29 También criticaba la ilegitimidad de las me-
didas, señalando la inexistencia de un auténtico estado de conmoción interior y la existencia, en
cambio, de una situación que podía solucionarse con el uso de medios ordinarios, existentes, a su
juicio, sólo en un gobierno presidencialista y menos deliberativo. Si bien no se denunciaron malos
tratos o detenciones masivas, El Sol advirtió, casi proféticamente, lo arriesgado que era involucrar
a la institución armada en la solución de problemas de la vida civil. Decía que la injerencia de las
ffaa constituiría una “grieta en el edificio” de las institución y podría “llegar hasta el corazón de
nuestro ordenamiento institucional los riesgos de un militarismo creciente”.30 El sector colorado
antibatllista encontró una oportunidad ideal para criticar la ineficiencia del colegiado, no por la
ilegitimidad del recurso sino por el apresuramiento y la incapacidad de resolver los conflictos
mediante el sentido común.
Ya el 28 de agosto, el Consejo de Gobierno advertía al funcionariado que tomaría medidas
represivas en caso de que continuasen con su lucha.31 El 11 de setiembre del mismo año el Poder
25 M. Iglesias, “En procura del orden interno: sentidos y estrategias en torno a la sanción de medidas de excep-
ción en el Uruguay de mediados del siglo xx” (2009).
26 Hugo Cores, La lucha de los gremios solidarios (1947-1952) (Montevideo: ebo, 1984), 10.
27 dscr (14 y 15/8/1950), 501.
28 “Lo que está en juego”, El País (25/3/1952).
29 “Anunció una política de «indeclinable energía» el Sr. Martínez Trueba”, El Diario (24/3/1952).
30 “El empleo del Ejército”, El Sol (1º/4/1952).
31 Informe del Poder Ejecutivo a la Asamblea General, dsag 28 (15/3/1953), 10.
Ejecutivo aplicó nuevamente las Medidas Prontas de Seguridad, esta vez por el conflicto del
transporte y la posterior unión de los gremios solidarios. La consumación de huelgas y paros
demostraba, según El Día, la “subversión en que ha caído la ética funcional y el avance de las
siembras disolventes que hacen posible que un comité intente sustituir las legítimas autoridades
del país”.32 La actitud del nuevo gobierno debía demostrar firmeza, diferenciándose de los ante-
riores que habían “tolerado […] movimientos que, bajo una falsa máscara gremial, subvertían el
orden público y tendían a desorganizar e incluso paralizar, el desarrollo normal de la vida de la
Nación”.33Paralelamente, entre los días 6 y 9 de setiembre, las ffaa fueron programando el em-
pleo del Ejército “para el caso de que se concret[as]en los paros anunciados”.34 Es decir, durante
las dos semanas previas a las medidas no parece haberse manejado la posibilidad de recurrir a
medidas negociadas para solucionar el conflicto. Más allá de las reivindicaciones salariales, lo que
estaba en pugna nuevamente era el derecho a huelga de los funcionarios públicos. Los sectores
vinculados al gobierno acudían nuevamente al Art. 165 del Código Penal y en el lado opuesto,
desde el socialismo, argüían la inconstitucionalidad de la ley y su origen totalitario.35 Al igual que
las medidas de marzo, lo que se pretendía era proyectar una imagen de fortaleza del nuevo sistema
de gobierno y que éste no confundiría “generosidad y tolerancia con debilidad”. Esto se traduciría,
a la postre, en censura, clausura de varios sindicatos, detenciones arbitrarias, violación del derecho
de Habeas Corpus, la aplicación de la Ley de Indeseables y la movilización de miles de soldados
del interior hacia la capital. Contrariamente a lo dispuesto por la Constitución, no se dio cuenta
al Poder Legislativo sobre las detenciones y las condiciones en las que se llevaron a cabo y, como
lo denunciaba Marcha, la situación de emergencia también era una oportunidad para castigar a
obreros que participaron de la huelga de ancap de 1951.36
Por las proporciones de la operación militar parecía que el colegiado se enfrentaba a una re-
volución subversiva total e inminente. Según el informe del Ministerio de Defensa a la Asamblea
General en marzo de 1953, el día posterior al decreto de las medidas se iniciaron gestiones para
la adquisición de treinta jeeps y la absorción total de los medios de transporte pertenecientes a
los ministerios de Obras Públicas y de Ganadería y Agricultura. Además, se planteó la requisa
de armas de todos los negocios del ramo y de los talleres de reparación, y se dispuso el estableci-
miento de un servicio de seguridad y vigilancia en la Estación Transmisora de la Radio Oficial
que realizara “un estudio y propaganda para la Inspección General del Ejército sobre los servicios
de seguridad y vigilancia a establecer en las Difusoras de la Capital”.37 Según el mismo informe, el
14 de setiembre se estableció la elevación de diez hombres del servicio de Seguridad y Vigilancia
del siem, la inteligencia militar, para realizar servicios de seguridad y vigilancia de los entes en
huelga, además de su intervención para asegurar la continuidad de los servicios. También se le
encomendó al Ejército el patrullaje de la ciudad en conjunto con la Policía.
Un obrero de la carne relató para Marcha el proceso de su detención en el marco de las
Medidas Prontas de Seguridad, su internación y posterior liberación. El obrero no denunció el
uso de la violencia física pero, según el semanario, el hecho no dejó de constituir “un ensayo, en
pequeño, de un Estado policial, con los poderes desplazados desde el Consejo de Gobierno al
Ministerio del Interior y de la órbita judicial a la policial”.38 Para el semanario, la negación del
ejercicio del habeas corpus representaba un síntoma fundamental de subrogación a la Justicia
por la Policía. Este “ensayo” analizado por Marcha en 1952 fue definido por Álvaro Rico como
“policialización del Estado de Derecho”, pero adjudicándolo al período de fines de los años 60 y
comienzos de los 70.39 De esta investigación se desprende, sin embargo, que la experiencia auto-
ritaria no surgió de un vacío sino que las propias estructuras gubernamentales y legales contenían
elementos en los cuales durante la segunda mitad de la década de 1960 los presidentes Gestido,
Pacheco Areco y Bordaberry pudieron inspirarse o basarse.
A poco tiempo de haber asumido el nuevo gobierno herrero-ruralista, en abril de 1959, el
Poder Ejecutivo decretó Medidas Prontas de Seguridad a raíz de las trágicas inundaciones que
sufrió el noroeste del país, cediéndole a las ffaa el control de la situación. Si bien las medidas
no tuvieron un objetivo represivo, la intervención del Ejército y la autonomía que se le concedió
revelan la creciente intervención de la institución armada en la solución de problemas de la vida
civil. Esto también fomentó el surgimiento de una imagen del Ejército de institución eficiente y
desinteresada que podía solucionar los diferentes problemas del país. Quien debía determinar si el
orden había sido perturbado era, según el informe del Ministerio del Interior, el propio gobierno
a través de de sus poderes discrecionales. El Poder Ejecutivo, por lo tanto, se creía con posesión
del poder de decidir cuál era el interés y la voluntad gremial mayoritaria y legítima, además de
determinar cuándo las movilizaciones sindicales ponían en riesgo la paz social. De lo expuesto en
el informe, el Poder Ejecutivo tenía el poder también de determinar el auténtico ser nacional ya
que consideraba que “hombres de nuestra tierra” no podían ser capaces de “subvertir en tal forma
la democracia y erigirse en Gobierno desalojando y desplazando a los titulares legítimos de la
soberanía nacional”.40
No es de extrañar, entonces, que el llamamiento a endurecer los procedimientos policiales
se consumara en noviembre de 1961 –en plena escalada anticomunista– cuando un policía de la
Guardia Metropolitana mató de un tiro en el pecho al obrero de la carne Walter Motta. El debate
producido durante la interpelación al ministro el 13 de noviembre de 1961, días después de la
muerte de Motta, revela ciertos patrones de los usos de la violencia y de la represión por parte del
gobierno blanco-ruralista.41 El diputado quincista Flores Mora reconstruyó los principales casos
de violencia que se sucedieron desde el asalto a la Universidad en octubre de 1960 y los que fue-
ron sucediendo durante lo que iba del año 1961: las muertes de Serafín Billoto, Arbelio Ramírez,
Antonio Santos por torturas, el supuesto suicidio de Juan José Camarri en una Comisaría de
Montevideo, los malos tratos y torturas a los funcionarios del Casino de Atlántida, la balacera a
un acto político del Partido Comunista y, finalmente, la muerte de Walter Motta. Se trataba de
un cúmulo de incidentes violentos que, si bien no era la primera vez que sucedían, no había duda
de que se trataba de una escalada considerable que continuó durante todo el año 1962, consentida
y/o fomentada desde el gobierno. En su intervención, el diputado blanco Alberto Heber Usher
no hizo demasiados esfuerzos en desmentir los hechos y se limitó, por un lado, a señalar que no
se trataba de una política represiva programada y, por otro, a acusar a los gobiernos colorados que
cometieron “más pecados y más graves que el nuestro, muchas más persecuciones, muchos más
castigos corporales”.42 Como se ha visto hasta ahora, la violencia sindical, política, social y estatal
no fue privativa a ningún gobierno pero durante el gobierno blanco se produjo efectivamente un
importante salto en su intensidad.
Durante el año 1962 la actuación impune de grupos anticomunistas armados se intensificó
y se registraron varios heridos. Además, desde ese año la lucha cañera se instaló en el espacio
público a través de marchas hacia la capital y enfrentamientos con sindicatos opositores y con las
fuerzas represivas del Estado. Al llegar la primera marcha a Montevideo a mediados de 1962, en
un enfrentamiento con militantes de la csu resultó muerta una mujer que nada tenía que ver con
la disputa.43 A la llegada de la segunda en marzo de 1964, ante el no respeto de la prohibición
de realizar actos públicos, la Policía reprimió fuertemente un encuentro, resultando herida una
menor que terminó paralítica. Esto se volvió a repetir en mayo del mismo año en un enfren-
tamiento con la Policía, que no permitía instalar su campamento fuera del Palacio Legislativo.
Entre los varios heridos, una joven de quince años del grupo de los cañeros fue herida de bala
en una pierna y varios agentes policiales también fueron heridos por la pedrea de los cañeros. Al
año de estos incidentes el asesor legal de la utaa, el socialista José Díaz, logró detener el proceso
de identificación fotográfica y de registro de huellas digitales por el cual Inteligencia y Enlace
pretendía fichar a todos los cañeros movilizados. Durante las marchas, varios cañeros detenidos
denunciaron los maltratos y torturas de los que fueron víctimas. El fracaso en mejorar las con-
diciones de trabajo, así como la negativa de conseguir tierras para trabajar, junto a la represión
violenta fueron provocando la radicalización del movimiento cañero y la formación del incipiente
movimiento guerrillero.
El gobierno blanco volvió a recurrir a las Medidas Prontas de Seguridad hacia finales de su
primer gobierno, las cuales fueron retiradas en los primeros días del segundo. Nuevamente mo-
vilizó unidades militares y policiales para combatir el estado de subversión que representaba la
huelga de funcionarios de ute.44 Según el ex comisario Alejandro Otero, por iniciativa directa de
Jefe de Policía Mario Aguerrondo el servicio de Inteligencia y Enlace durante ese período se ocu-
pó especialmente del mejoramiento y actualización de los archivos de gremialistas. Consideraba
que su participación “en algunos conflictos como los de ute y Correo, a comienzos de los 60,
fue fundamental”, no sólo como experiencia sino porque pudo “dejar instalado” un oficial que
chequeaba la correspondencia que llegaba de los países comunistas, pudiendo registrar nombres
y direcciones.45
El decreto de Medidas Prontas de Seguridad del 7 de octubre de 1965 revelaba el uso re-
currente que se le estaba dando a esta herramienta para detener las numerosas movilizaciones
sindicales. El oficialismo volvía a argumentar a favor del decreto de las medidas en el estado
de subversión inminente provocado por el comunismo internacional y los conflictos sindicales,
mientras que la oposición –desde el quincismo hasta el comunismo– lo veía como una pretendida
“demostración de autoridad y sólo hizo una demostración de su debilidad”.46 Según el diputado
comunista Rodney Arismendi, dicha demostración de autoridad tenía como objetivo proyectarle
al gobierno de eeuu la imagen de estabilidad laboral que garantizase la consumación de transac-
ciones planeadas con el fmi.47
La noche en que se decretaron las medidas había miles de efectivos policiales y militares
acuartelados, que salieron al día siguiente a patrullar las calles y a vigilar los locales de los orga-
nismos estatales. Inmediatamente comenzaron a detener a cientos de funcionarios y dirigentes
gremiales, quienes fueron transportados a la Jefatura de Montevideo e interrogados por agentes
de Inteligencia y Enlace.48 Se registraron enfrentamientos con las fuerzas de seguridad en el
Cerro, pedreas y lanzamientos de cócteles molotov a taxis que circulaban a pesar de la huelga,
redadas de la Dirección de Investigaciones y en un caso un policía hirió de bala –fueron tres dis-
paros “intimidatorios”– a una persona que intentó cerrar un comercio. Además, las ediciones de
El Popular y Época fueron censuradas y confiscadas. De todos modos, lo más trascendente del pe-
ríodo en el que rigieron las medidas fueron las nuevas denuncias por torturas en varios puntos del
país. Julio Castro denunciaba el caso del militante maoísta Julio Arizaga que, junto a los sumarios
iniciados en 1961, demostraban que se vivía nuevamente “bajo el reino de los torturadores” como
había sido durante la dictadura terrista. Los torturadores que, “seguramente” eran “muchos de
ellos, los mismos que entonces”, no se limitaban al “anormal que golpea con sus puños” sino que
incluían también a aquel “jerarca de mano enguantada y de voz melosa, que la ordena, la autoriza
o la tolera”.49
El 7 diciembre del mismo año se volvieron a imponer las medidas, implantándose un recurso para
mantenerlas de facto sin la aprobación del Poder Legislativo. Lo que ocurría era que los legisladores
oficialistas no concurrían a sala, lo que imposibilitaba la toma de decisiones efectivas que pudieran
levantar las medidas. Esta estrategia se mantuvo hasta el 15 de diciembre, cuando comenzó el receso
anual de la Asamblea General. La Comisión Permanente se pudo reunir el 18 y dejó sin efecto las
medidas, pero el Poder Ejecutivo no acató la decisión hasta el 23 del mismo mes.50
En octubre del año siguiente, Al Rojo Vivo informaba sobre la represión de las Fuerzas de
Seguridad a la movilización de los funcionarios del Frigorífico Nacional que pretendían bloquear
el puente sobre el arroyo Pantanoso. Según la revista, la represión fue “lamentablemente dura
y excesiva”, lo que desencadenó una “guerra de agua, gas, cachiporras, bayonetas caladas, gente
46 Julio María Sanguinetti, “El peligroso camino de restringir las libertades”, Acción (17/10/1965).
47 dscr 573(3/11/1965), 291. El 8 de octubre de 1965 El Diario informaba que Uruguay recibiría 50 millones
de dólares del fmi, luego de haber informado una semana antes que 56 toneladas de oro en lingotes fueron
enviadas a la Reserva Federal de los Estados Unidos como garantía de los futuros préstamos. “Parte más oro”,
El Diario (1º/10/1965) y “Uruguay recibirá 50 millones de dólares del fmi”, El Diario (8/10/1965).
48 “Siguen deteniendo a dirigentes gremiales”, El Diario (14/10/1965).
49 Julio Castro, “Foco de la gangrena: la tortura también es una técnica”, Marcha (5/11/1965).
50 Miguel Ángel Semino, “El control de las Medidas Prontas de Seguridad”, Revista de Derecho Público 1 (1972),
43.
esposada y vejada en postes”. Hacia finales de 1966 se produjeron las primeras víctimas en
51
figuras legales presentes en el Código Penal que le permitían criminalizar la actividad gremial.
Primero, considerar la huelga como un “atentado agravado” y, segundo, “coautoría del delito de
omisión contumacia de los deberes del cargo”. Ya no se trataba de una redada masiva donde se
detenía, fichaba e interrogaba a cientos de trabajadores (medida arbitraria de por sí) sino que se
trataba del procesamiento con prisión de dirigentes gremiales.
Además de la represión contra el movimiento obrero, la persecución a los movimien-
tos guerrilleros se mantenía y con ella la tortura. El 14 de noviembre fue detenido Gustavo
Inzaurralde (uno de los posteriores desaparecidos por el Plan Cóndor en Paraguay) portando
un portafolio con armas, junto a Yamandú González, Lilián Celiberti (secuestrada en Brasil
por el mismo Plan en 1978, presa hasta el final de la dictadura) y Elena Quinteros (desapa-
recida también durante la dictadura), todos militantes de la Asociación de Estudiantes de
Magisterio de Montevideo. El interrogatorio revela que el Comisario Otero –quien firmaba los
interrogatorios– pretendía atar cabos ideológicos y operativos para la represión de movimien-
tos que podían estar vinculados al mln.56
Tras la muerte del presidente Gestido y la posterior llegada de Pacheco al poder, la tendencia
de represión al movimiento obrero, conjuntamente con la persecución a posibles guerrilleros, se
agudizó y amplió hacia otros frentes. El 12 de diciembre de 1967, pocos días después de su asun-
ción, Pacheco clausuró por decreto el diario Época y el semanario El Sol. Además, se le retiró la
personería jurídica al Partido Socialista, al Movimiento Revolucionario Oriental, a la Federación
Anarquista Uruguaya, al Movimiento de Izquierda Revolucionaria y al Movimiento de Acción
Popular Uruguayo. En otras palabras, se ilegalizó a gran parte de la izquierda no alineada con el
pcu, que no llamaba a la inmediata lucha armada y a la ruptura abierta de la legalidad democráti-
ca, al mismo tiempo que condenaba formalmente las medidas del gobierno.57 Las medidas fueron
bienvenidas por los sectores más conservadores de ambos partidos.
Ante la movilización sindical, fundamentalmente de los bancarios, el Poder Ejecutivo decretó
Medidas Prontas de Seguridad que estuvieron en rigor desde junio de 1968 hasta el año electoral
en 1971 (con excepción de tres meses, entre el 15 de marzo y el 24 de junio de 1969). El ministro
del Interior decía: “Las medidas están dirigidas a defender el orden público del clima de violencia
que se ha desencadenado en las calles por quienes no representan los intereses auténticos de la
clase trabajadora”.58 Se establecía así un proceso por el cual la excepción se hacía la norma y las
garantías individuales se irían reduciendo hasta ser anuladas completamente durante la dictadura.
Según Agamben, el “estado de excepción” constituye la instancia en la cual el Derecho se suspen-
de para garantizar su continuidad e inclusive su existencia. En la práctica, esto se ve en el caso del
campo de detención dirigido por eeuu en Guantánamo donde los reclusos no son considerados
ni prisioneros ni acusados, sino que están en una especie de limbo legal. Para estos sujetos, el
Derecho queda suspendido y se transforma su condición en lo que Agamben denomina la “nuda
vida”, quedando a disposición del poder político y no jurídico.59 Este proceso se formalizó en
Uruguay a través de la declaración de Estado de Guerra Interno, cuando el poder político recurrió
al poder militar para asegurar su propia continuidad. Esto no implicaba el mero hecho de dejar
56 “Gustavo Insaurralde Melgar, Antecedentes”, Archivo Judicial, agn, Archivo Nº160, Archivado en 1968.
57 Gerardo Leibner, Camaradas y Compañeros: Una historia política y social de los comunistas del Uruguay
(Montevideo: Trilce, 2011).
58 Citado en H. Cores, El 68 Uruguayo (1997), 143.
59 Giorgio Agamben, State of Exception (Chicago: University of Chicago Press, 2005).
en manos a las ffaa el combate a la “subversión”, sino la colaboración entre el poder político (a
través del Poder Ejecutivo) y todos sus agentes represivos. Además, se anulaban ciertas garantías
legales –como el derecho de Habeas Corpus– que podían entorpecer el combate. Como ya se ha
visto, en plena democracia representativa cuando el Estado –durante los diferentes gobiernos– lo
creyó necesario, no vaciló en recurrir a estos dispositivos para asegurar su propia continuidad.
El 24 de junio de 1968 el Poder Ejecutivo decretó la militarización de aproximadamente cinco
mil funcionarios de los Bancos Central y de la República que fueron puestos bajo jurisdicción
militar y trasladados a distintos cuarteles en varios puntos del país. Los Entes autónomos fueron
intervenidos, lo que permitió crear condiciones para aplicar medidas económicas como la congela-
ción de precios y salarios, como efectivamente ocurrió el 28 de junio. El 1º de julio se consumó la
militarización de los funcionarios públicos; además de la instrucción militar a la que fueron obli-
gados a participar, varios de los sometidos a la jurisdicción de la Marina fueron forzados a raparse.
Esto revela la conceptualización que percibía al servicio militar como un mecanismo “educativo” o
correctivo y disciplinante. La militarización además significaba, de hecho, la posibilidad de despe-
dir a funcionarios que no concurrían a sus trabajos bajo el cargo de deserción. Es decir, la ausencia
en los trabajos durante las huelgas era interpretada como deserción militar.
El 9 de agosto, sin orden judicial, las fuerzas de seguridad allanaron la Universidad en busca
de material propagandístico y armamento, tras el secuestro del por entonces director de la ute,
Pereira Reverbel, a manos de los tupamaros. El ministro del Interior lo justificó días después ar-
gumentando que, si bien él era consciente de que había un artículo del Código de Instrucción que
establece que en caso de inspecciones domiciliarias o de oficinas públicas se requiere la presencia
de un jerarca, “por encima de esa ley están las normas constitucionales que le atribuyen al Poder
Ejecutivo el deber de asegurar el orden en todo el territorio”. Consideraba que el error era pensar
que la autonomía de la Universidad suponía una extraterritorialidad y que podía ser un refugio
para “gente perturbadora del orden público”. La Universidad no tenía como finalidad “fabricar
bombas de alquitrán” o “acumular un arsenal de guerra, ni para la subversión”60 cosas que –a
propósito– no encontraron en el ilegal procedimiento. Ante tales circunstancias, los estudiantes
salieron a las calles produciendo nuevas manifestaciones en distintos puntos de la ciudad.
Fue el 12 de agosto que Líber Arce, estudiante de Odontología, fue alcanzado por una bala
disparada por un policía casi a quemarropa. La bala ingresó por la región glútea y salió por la
inguinal izquierda. A pesar de la congoja expresada por los distintos medios de prensa, el análisis
de los textos producidos a raíz de su muerte revela diferentes posiciones que iban más allá de la
simple identificación con la víctima. El País explicó el desenlace del incidente en el cual Líber
Arce fue asesinado casi en los mismos términos –pero definitivamente con la misma lógica– que
el anteriormente protagonizado en diciembre de 1946 entre un capataz y un huelguista, cuan-
do el segundo fue asesinado producto de un disparo del primero.61 Si en 1946 se trataba de un
“trágico episodio”, en 1968 era un “trágico suceso” o “desgraciado episodio”; en 1946 el capataz
“tuvo la fatalidad de ser el victimario”, “el policía estudiante” de 1968 “tuvo la desgracia de matar”;
el capataz de 1946 había sido lastimado por una pedrada que le provocó “un estado de ánimo
que le impidió medir por momentos el control de sus actos”, en 1968, ante las agresiones de los
estudiantes, el policía “no quería matar a nadie” cuando disparó “desde el suelo”. En ambos casos
había que lamentar las muertes, pero era necesario aclarar que en 1946 el obrero era un huelguista
ugetista y que Líber Arce era un estudiante comunista, a diferencia de sus verdugos, quienes eran,
el primero “un hombre de bien” y el segundo “un policía estudiante”. Es evidente que la intención
de El País era explicar la violencia y la represión desde la quita de responsabilidad a los verdugos,
quienes habían tenido que enfrentar con su cuerpo las amenazas que ponían en peligro el orden
establecido.
A los pocos días, El Popular revelaba que el policía que le disparó a Líber Arce confesó haber
utilizado dos armas de fuego, una de ellas fuera de los reglamentos y que había sido traída de
Argentina (¿tan sencillo era pasar armas de un lado a otro del río? Por lo menos no era necesario
ni cuestionarlo), donde había realizado un curso de perfeccionamiento. Según el periódico co-
munista, testigos habían declarado que los policías habían sacado sus armas para provocar a los
estudiantes y luego comenzado a efectuar numerosos disparos. El Juez determinó que no se trató
de un caso de legítima defensa y que el policía debía ser procesado directamente por homicidio.
Héctor Lescano, actual ministro de Turismo y en ese entonces joven estudiante de Veterinaria,
le informó al periodista César Di Candia que dicho oficial estuvo muy poco tiempo detenido.62
Eran estos fallos de la Justicia los que distintos sectores sociales y políticos creían que entorpecían
la efectividad de la labor de los encargados de la lucha contra los “grandes criminales”: las movi-
lizaciones sociales y la subversión.
Algo más de un mes después, en otra manifestación estudiantil fueron abatidos dos estudiantes:
Hugo de los Santos y Susana Pintos. El 20 de setiembre, según la policía, los efectivos apostados
en las inmediaciones de la Universidad fueron apedreados y agredidos con numerosos disparos
efectuados con armas de fuego y hondas con las que se arrojaban bulones.63 Contradictoriamente,
la policía informaba que un policía había sido alcanzado por una bala, mientras que El Popular
señalaba que la prueba de que los estudiantes no habían disparado con armas era que no hubo
ningún herido.64 Esta contradicción revelaría el intento de ambos bandos por explicar que su
accionar cumplía los códigos por los cuales se debían mantener la paridad y proporcionalidad
de los medios con que se realizaban las disputas y que no fueron los responsables de la escalada.
Sin poder determinar en base a estas fuentes si los estudiantes estaban armados o no, lo cier-
to es que dos estudiantes más fueron alcanzados por perdigones provenientes de armas nuevas,
recientemente recibidas de los Estados Unidos. Según el estudio de Aldrighi basado en docu-
mentos desclasificados de la cia, en agosto de 1968 llegaron cincuenta escopetas antimotines.
Este dato confirma lo que denunciaba El Popular: que las armas que se habían utilizado eran
desconocidas para el país. Además, la historiadora revela que la orden de disparar fue impartida
por el Coronel Alfredo Rivero, quien había sido instruido en los Estados Unidos.65
Como en los casos anteriores, desde El País se hacía hincapié en el origen ideológico de las
víctimas, ambos militantes de la ujc, para mostrar que se trataba de “agitadores profesionales” y no
de estudiantes inocentes. Por su parte, desde el pcu hacían el mismo hincapié pero para demostrar
62 César Di Candia, Memoria: el camino de la violencia uruguaya (1940-1973) 4 (Montevideo: El País, 2006), 25.
Lamentablemente no he encontrado fuentes adicionales a esta.
63 “El Cerro y la Universidad fueron los escenarios de refriegas sin precedentes”, El País (22/9/1968).
64 “Serios incidentes se registraron el viernes en la zona de la Universidad”, El Popular (22/9/1968).
65 Clara Aldrighi, “El programa de asistencia policial de la aid en Uruguay (1965-1974)”, Estudios Ibero-
Americanos 34-1 (2008), 181-204.
cómo sus militantes no se intimidaban ante la violencia oficial. En definitiva, ninguno de los dos
negaba la legitimidad del uso de la violencia, para protestar uno y para reprimir el otro.
Ante estos casos de violencia en que los heridos y los muertos se iban sumando, ciertos sectores
de la oposición intentaron ponerle freno a la peligrosa escalada. Pocos días después de la muerte
de Susana Pintos y Hugo de los Santos, el ala liberal y moderada del Partido Colorado encabeza-
da por Zelmar Michelini promovió una interpelación del Senado al ministro del Interior. A pesar
de las duras acusaciones que se le hacían al ministro, el Senado no pudo conseguir su censura ya
que los parlamentarios hicieron uso de un método ya conocido y que se reiteraría durante todo
el período en que rigieron las medidas de seguridad: se retiraban de sala para dejar a la cámara
sin quórum para sesionar y así conseguían la interrupción de los debates. Era un método por el
cual los sectores que acompañaban la política represiva y autoritaria de Pacheco neutralizaban
activamente las intervenciones de la oposición. Es decir, el Presidente no actuaba a espaldas del
parlamento, sino que contaba con su complicidad institucional al evitar éste el debate abierto de
ideas y políticas.
Conclusiones
En este estudio propuse un abordaje que pone en relieve la existencia de ciertos patrones de
usos y percepciones del Estado que permitieron la posterior adopción de una ideología represiva
emanada de la hemisférica Doctrina de Seguridad Nacional al final de la década de 1960. Esta
lectura no supone que durante los años 1940 y 1950 la sociedad uruguaya fuera tan violenta como
lo fue entre finales de la década de 1960 y mediados de la década de 1980; las diferencias de mag-
nitud e intensidad son evidentes. Sin embargo, tampoco se puede considerar la erupción de un
sistema represivo como una sorpresa o un simple producto de los procesos externos que operaron
sobre el país, como algo supuestamente ajeno a las tradiciones uruguayas.
La presencia de los legados terristas durante períodos democráticos liberales se hacía evidente
a través de la legislación y en las prácticas represivas del Estado. El concepto “estado peligroso”
representa una elaboración teórico-jurídica que permitió articular el espacio de apreciación sub-
jetiva que abre el argumento de la legítima defensa, permitiendo legitimar medidas represivas
arbitrarias.
Los modos de concebir las amenazas a la sociedad se superponían por momentos; conceptos
como enfermedades sociales, patologías que subvertían la continuidad de la familia, la autoridad
y la propia continuidad del Estado de Derecho, demarcaban las percepciones de “lo peligroso”.
En ese marco se podía reprimir tanto a las amenazas sociales, tcomo la vagancia, como a los
huelguistas movilizados.
Íntimamente conectadas a esta dinámica, ante situaciones que eran percibidas como de
urgencia, las Medidas Prontas de Seguridad adoptadas durante todo el período estudiado estre-
chaban el control social y reducían a un mínimo las garantías individuales. Adoptando la idea de
la agresión ilegítima e inminente al cuerpo social en momentos de tensiones socioeconómicas
y/o políticas, los diferentes gobiernos recurrieron a estas medidas, incorporando a las ffaa a la
vida civil y, en varias oportunidades, contratando civiles armados por las patronales para cubrir
las tareas de represión. Bajo el marco de estas medidas se censuraban publicaciones y sindicatos,
se detenía arbitrariamente y se anulaba el derecho de Habeas Corpus, dejando el destino de los
ciudadanos, como analiza Agamben, despojados de su categoría de ciudadanos con derechos,
sujetos despolitizados que quedaban como en un limbo legal en manos del Poder Ejecutivo y
no del Poder Judicial. El 4 de noviembre de 1969 los senadores Juan Carlos Mastalli y Amílcar
Vasconcellos (Partido Colorado) mocionaron al Senado el establecimiento de una Comisión
Investigadora para determinar la “exactitud de las denuncias” sobre “violaciones de los derechos
humanos y comisión de actos de tortura a detenidos y regímenes de detención vejatorios a la
dignidad humana” bajo el régimen de Medidas Prontas de Seguridad.66 Las conclusiones fueron
terminantes: la Policía de Montevideo había cometido variados tipos de tortura y vejámenes
tanto a detenidos por causas “comunes” –hurtos, rapiñas, contrabando, etc.–, como a políticos
–delitos de “lesa nación”, “atentado contra la Constitución en grado de conspiración”, “asociación
para delinquir”– convirtiéndose en una práctica habitual, “casi normal”. En numerosos casos fue-
ron cometidas contra personas que ni siquiera fueron sometidas a la Justicia, así como a personas
que luego de serlo fueron exonerados de sus cargos.
En definitiva, la experiencia dictatorial terrista dejó sus legados a través de un Código Penal
y un marco conceptual legal de inspiración fascista, junto a prácticas de violencia represiva y pu-
nitiva que atravesaron los diferentes gobiernos democráticos. Los legados terristas sirvieron de
referencia para aquellos que buscaban herramientas argumentales para la adopción de medidas
represivas, como lo anteriormente expresado por Vargas Garmendia y Bayardo Bengoa, así como
para aquellos que oponiéndose a éstas, como Julio Castro, lo veían como epítome de la arbitrarie-
dad y el oscurantismo político.
66 Actas de la Comisión Especial Investigadora sobre violaciones de los derechos humanos y comisión de actos de torturas
a detenidos y regímenes de detención vejatorios a la dignidad humana (Montevideo: Cámara de Senadores de la
República Oriental del Uruguay, diciembre de 1969-mayo de 1970).
La “salida militar”
como única opción frente al comunismo:
Resumen Abstract
En el presente artículo se lleva a cabo el This article analyzes the discourse of the na-
análisis del discurso de las revistas naciona- tionalist Catholic magazines Tiempo Político
listas católicas Tiempo Político y Cabildo and Cabildo vis a vis the political situation
frente a la coyuntura política chilena, entre la in Chile between the presidency of Salvador
presidencia de Salvador Allende y la primera Allende and the first stage of the military go-
etapa del gobierno militar liderado por el Gral. vernment led by General Pinochet. It focuses
Pinochet. Este trabajo se concentra en el estu- on how these periodicals built positive self-re-
dio de las modalidades de autorrepresentación presentations and negative representations of
positiva y de representación negativa de la the Unidad Popular and the opposition par-
Unidad Popular y los partidos de la oposición, ties, among others, by using different strategies
entre otros, mediante el uso de estrategias de of legitimation and discrediting.
legitimación y deslegitimación. Key words: Catholic nationalism, press,
Palabras clave: Nacionalismo católico, discursive analysis, Argentina, seventies
prensa, análisis discursivo, Argentina, años
setenta
Introducción
Desde la recuperación democrática en la Argentina el estudio del acontecer político de los
años setenta ha despertado el interés de numerosos investigadores sociales. Esta circunstancia en-
cuentra su explicación en el lugar preponderante que ha ido ocupando la “historia reciente” en la
renovación de los estudios sobre la dinámica política nacional y, en particular, por el hecho de que
en aquella etapa nuestro país se vio atravesado por un proceso de aceleración de las transforma-
ciones que se venían desarrollando desde décadas anteriores, en relación a la manera de entender
y practicar la política, cuyos efectos podrían ser rastreados hasta la actualidad.
El abordaje de estas problemáticas se ve enriquecido por las valiosas contribuciones de la
“nueva historia política”, línea de trabajo que ha pluralizado sus temáticas convocantes al in-
corporar las subjetividades, redes vinculares, discursos e imaginarios, entre otros tópicos, a la
agenda de trabajo de sus especialistas. Por otro lado, estos enfoques se ven complementados por
la necesidad de contemplar “el desarrollo de los procesos políticos latinoamericanos en el cruce
entre lo local, nacional, global”,2 proyectando la interpretación del pasado político en el marco
de la historia internacional signada por las alternativas de la Guerra Fría a lo largo de la segunda
mitad del siglo xx.
Para los argentinos, los setenta cobran una significación especial al convertirse en el marco
en el cual se hizo posible el retorno del peronismo al gobierno luego de una larga proscripción,
acontecimiento que generó enormes expectativas dentro del campo de las fuerzas progresistas –
desde las más moderadas a las más radicales–, a la vez que despertó un profundo rechazo entre los
sectores refractarios al amplio movimiento liderado por el general Juan Domingo Perón.
Entre estas filas antiperonistas encontramos a la revista Cabildo. Este emprendimiento editorial
salió a la luz en mayo de 1973, pocos días antes de la asunción presidencial del dirigente peronista
Héctor Cámpora. Fue resultado de la iniciativa de un reducido núcleo de jóvenes nacionalistas que
consideraban que el país vivía una grave coyuntura de “disolución y enervamiento”, por lo que “res-
taurar la grandeza argentina” por medio de la acción de un “movimiento nacionalista autónomo”3
resultaba el imperativo de la hora. A tal fin, se lanzaron en una suerte de “cruzada” moralizante,
combatiendo desde sus columnas toda manifestación política, social, económica y cultural que,
desde su óptica, pusiera en peligro los “valores tradicionales” en nuestro país y la región.
En este contexto, en reiteradas oportunidades dedicaron espacio en su sección
“Hispanoamericanas” al tratamiento del acontecer chileno, sacudido por la crisis que erosionaba
el gobierno de la Unidad Popular liderado por el presidente Salvador Allende y, posteriormente,
por el advenimiento del gobierno de facto surgido del golpe de Estado del 11 de setiembre de
1973. Desde las columnas de Cabildo la experiencia chilena fue cubierta con gran interés, debi-
do a que era considerada un caso paradigmático como escenario de lucha entre las fuerzas del
comunismo internacional y aquellas que expresaban la resistencia a su avance en defensa de los
atributos de la nacionalidad. En otras palabras, desde esta perspectiva nacionalista el proceso
político chileno era concebido como una especie de “espejo” donde las naciones vecinas debían
mirarse y reconocerse, dado que estaban amenazadas por el mismo peligro: el marxismo, que
perseguía subvertir el orden social establecido para implantar un régimen comunista y totalitario.
2 Olga Ulianova (Editora) Redes políticas y militancia. La historia política está de vuelta (Santiago: Ariadna
Ediciones, 2009), 11-12.
3 Editorial, Cabildo 1 (17/5/1973), 3.
4 Este trabajo se enmarca en mi proyecto de investigación “Una cruzada por la revolución nacional: análisis de
prensa y agrupaciones nacionalistas católicas argentinas (1955-1976)”, realizado bajo la dirección conjunta de
las doctoras Mabel Cernadas de Bulnes y Elizabeth Rigatuso.
5 Jorge Saborido, “«Sólo la Revolución Nacional salvará a la Patria». La revista Cabildo y el ideario del nacio-
nalismo católico argentino en las décadas de 1970 y 1980”, en Fortunato Mallimaci y Humberto Cucchetti
(Compiladores) Nacionalistas y nacionalismos: debates y escenarios en América Latina y Europa (Buenos Aires:
Gorla, 2011), 41-42. Cabe destacar que, si bien los aportes de este investigador sobre la revista Cabildo cons-
tituyen una contribución invaluable a nuestra investigación, dado que éstos se centran en la etapa abierta por
el último golpe militar de 1976 y prosiguen por el derrotero seguido por la publicación durante la transición
democrática argentina de los años ‘80, consideramos necesario realizar un abordaje específico de las particu-
laridades de su discurso y prácticas políticas en su etapa fundacional (1973-1976), propósito que orienta el
objetivo del presente trabajo.
6 En este sentido remitimos a Daniel Lvovich, Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina (Buenos Aires:
Ediciones B, 2003), 23.
7 Sobre la noción “nacionalismo restaurador” seguimos a Cristian Buchrucker, Nacionalismo y peronismo. La
Argentina en la crisis ideológica mundial 1927-1945 (Buenos Aires: Sudamericana, 1987).
[…] ya en los años treinta se había consolidado como tópico del pensamiento
restaurador la idea de que los diversos enemigos –marxistas, liberales, demócratas,
masones y judíos– formaban en realidad una única red conspirativa, extendida so-
bre la superficie del globo. A partir de la conflictiva década del 60 el tema volvió a
adquirir un lugar importante en la bibliografía de esta corriente.8
A estas tradicionales denuncias, a partir de los años sesenta sólo se sumaría como un tópico
novedoso la voz de alarma sobre el avance de las tendencias ecuménicas y democráticas en el seno
de la Iglesia Católica. Aferrados a un diagnóstico decadentista, doctrinariamente rígidos y reacios
a los acuerdos políticos estos nacionalistas apostaron a organizarse desde una tribuna mediática
moralizante y combativa. Con el lema “Por la Nación contra el Caos” esta “cruzada” político-
periodística se lanzó bajo la dirección de Ricardo Curutchet, veterano nacionalista secundado por
dos jóvenes estudiantes que compartían su lectura de la realidad: Vicente Massot y Juan Carlos
Monedero.
Ricardo Curutchet (1917-1996) se había formado en el ámbito periodístico siendo secretario
de redacción del semanario Azul y Blanco, célebre publicación nacionalista dirigida por Marcelo
Sánchez Sorondo durante las décadas del ‘50 y ‘60. Con posterioridad, se desempeñaría como
director del quincenario Tiempo Político, entre setiembre y diciembre de 1970; entre mayo de
1973 y abril de 1975 habría de dirigir Cabildo y, luego, su efímera sucesora El Fortín.9 Por su par-
te, Vicente Massot (1952) contaba con el antecedente de haber sido prosecretario de redacción
del semanario Vísperas en sus dos últimos números de julio de 1972 y el secretario de redacción
de Cabildo y de El Fortín entre 1973 y 1975. En tanto, Juan Carlos Monedero ejercería como
encargado de “Administración y propaganda” de la revista Cabildo y de El Fortín en el período de
nuestro interés.
Las ediciones de la revista Cabildo fueron mensuales y entre sus colaboradores se encontra-
ron numerosos intelectuales y académicos universitarios, entre los que se destacaban Luís M.
Bandieri, Roberto Raffaelli, Bernardino Montejano, Víctor Beitía, Ignacio B. Anzoátegui, Hugo
Esteva, Félix Adolfo Lamas, Víctor E. Ordóñez y Enrique Díaz Araujo. Se constituyó como un
espacio de convivencia e interacción entre nacionalistas pertenecientes a distintas generaciones,
pero esta particularidad no les impidió integrarse en un mismo proyecto político y poner de ma-
nifiesto su vocación de ejercer presión,10 en su intento por afectar el proceso de toma de decisiones
desde el ámbito de la influencia, en una etapa de nuestro país profundamente convulsionada por
8 Cristian Buchrucker, “El pensamiento de la extrema derecha en la Argentina, Notas sobre su evolución en la
segunda mitad del siglo”, en Ignacio Klich y Mario Rapoport (Editores) Discriminación y racismo en América
Latina (Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1997), 323. Sobre el peso de los relatos conspirativos
en la construcción de ideologías nacionalistas también remitimos a Ernesto Bohoslavsky, El complot pata-
gónico. Nación, conspiracionismo y violencia en el sur de Argentina y Chile (siglos xix y xx) (Buenos Aires:
Prometeo, 2009).
9 Las severas críticas de la revista Cabildo al gobierno peronista provocaron su clausura en febrero de 1975.
Sin embargo, inmediatamente sus responsables insistirían en sus objetivos a través de El Fortín, el cual des-
pués de dos ediciones también sería clausurado por “atentar contra la institucionalidad”. Renovado el equipo
editor, algunos miembros de este grupo nacionalista lanzó entre junio de 1975 y febrero de 1976 la revista
Restauración. Entre 1976 y 1991, Curutchet retomará la dirección de Cabildo en su “Segunda época”.
10 Cfr. Héctor Borrat, El periódico, actor político (Barcelona: Gili, 1989), 150. Seguimos a este autor en la con-
cepción de los periódicos como actores de naturaleza colectiva, capaces de afectar el proceso político a través
de su potencial ascendente sobre los gobiernos de turno, los partidos políticos, las corporaciones y demás
componentes de su público.
11 Sobre el período remitimos a las obras de Carlos Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda (Buenos Aires:
Temas Grupo, 2001) y Bajo el signo de las masas (1943-1973) (Buenos Aires: Ariel, 2001); Óscar Anzorena,
Tiempo de violencia y utopía. Del golpe de Onganía (1966) al golpe de Videla (1976) (Buenos Aires: Ediciones del
Pensamiento Nacional, 1998); Pablo Bonavena et al, Orígenes y desarrollo de la guerra civil en la Argentina 1966-
1976 (Buenos Aires: eudeba, 1998); Pablo Hernández, Peronismo y pensamiento nacional 1955-1973 (Buenos
Aires: Biblos, 1997); María Matilde Ollier, El fenómeno insurreccional y la cultura política (1969-1973) (Buenos
Aires: ceal, 1986); Enrique Oteiza (Coordinador) Cultura y Política en los años ‘60 (Buenos Aires: uba, 1997);
Alfredo Pucciarelli (Editor) La primacía de la política. Lanusse, Perón y la Nueva Izquierda en tiempos del gan
(Buenos Aires: eudeba, 1999); Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas (1943-1973) (Buenos Aires: Ariel, 2001);
Liliana De Riz, La política en suspenso: 1966/1976 (Buenos Aires: Paidós, 2000), entre otros.
12 Según testimonios citados por Jorge Saborido, durante la dictadura iniciada en 1976 la revista Cabildo habría
tenido un promedio mensual de cinco mil ejemplares vendidos aproximadamente. Cfr. “Sólo la Revolución
Nacional salvará a la Patria”, 43.
13 Remitimos a Luís Fernando Beraza, Nacionalistas, la trayectoria política de un grupo polémico (1927-1983)
(Buenos Aires: Cántaro, 2005), 310. En lo relativo a la interacción de Cabildo con los medios de prensa
mencionados, nos referimos a las numerosas ocasiones en que miembros del staff de una publicación aparecía
simultáneamente como colaborador de otra u otras. Cfr. Laura Graciela Rodríguez, Católicos, nacionalistas
y políticas educativas en la última dictadura (1976-1983) (Rosario: Prohistoria, 2011), 19-22 y Elena Scirica,
“Educación y guerra contrarrevolucionaria: una propuesta de Ciudad Católica - Verbo”, Clío & Asociados 11
(2007), 119-140.
14 Cfr. Alejandro Raiter et al, Representaciones sociales (Buenos Aires: eudeba, 2002).
el mencionado quincenario Tiempo Político –de 1970, que constituye un antecedente inmediato
de Cabildo–, consideramos necesario incluir en nuestro corpus documental algunas columnas de
aquel medio a fin de poder enriquecer el análisis al extender el período estudiado al momento de
ascenso socialista al poder en Chile, evento de gran repercusión y alarma en la agenda nacionalista.
22 Paul Chilton y Christina Schäffner, “Discurso y política”, en Teun A. van Dijk (Compilador) El discurso como
interacción social. Estudios sobre el discurso ii, una introducción multidisciplinaria (Barcelona: Gedisa, 2000), 304.
23 “El comunismo de allende los Andes”, Tiempo Político 1 (16/9/1970), 5.
24 “¿Qué saldrá de ese Chile que sangra?”, Cabildo 4 (2/8/1973), 25. Mayúsculas en el original.
25 “¿Qué saldrá de ese Chile que sangra?”
modo que la acusaba de no haber ejercido suficiente resistencia al gobierno allendista y su pro-
grama revolucionario:
Claro es, también, que a un pueblo explotado por extranjeros, cuando se le propone un cambio
bajo cualquier signo, no se le puede ofrecer como alternativa a un conglomerado de burgueses
asustados, liberales crematísticos que aceptan, primero, la ley de los dados y, después, se acuerdan
del orden cuando la fuerza de las cosas les golpea en la cara y de que son conservadores cuando
ya nada tienen que conservar. Por supuesto, la Democracia Cristiana, aquí como en Europa, muy
contenta con su papel de partero del marxismo.26
Los partidos políticos tradicionales, es cierto, se opusieron al gobierno socialista. Pero, en
rigor, su protesta no era legítima, porque se escandalizaban de las consecuencias de sus propias
actitudes; atacaban los efectos manteniéndose partidarios de las causas; amaban sembrar vientos,
pero se asustaban de las tempestades. 27
De estas expresiones se desprende que si bien el gobierno socialista era considerado como un
acontecimiento nefasto para la nación trasandina, era sólo un efecto de un problema mayor. Para
estos nacionalistas argentinos, la “causa” de la grave situación que vivían los chilenos estaba fun-
dada en la vigencia de “la ley de los dados”, es decir, en el respeto por el principio de la soberanía
popular sobre el que se sustenta el mismísimo sistema democrático que tanto repudiaban. De este
modo, se exponía este argumento con un fuerte tono irónico:
El sistema democratista liberal es así: un golpe de dados cada cuatro o cada seis
años, por lo menos en países en plena ebullición, encierra siempre el peligro de un
salto en el vacío. Cuando la aritmética equivale a política y la política se resuelve
por sumas, no estamos lejos ni de esas sorpresas ni del totalitarismo. Es la “vo-
lonté generale” de Rousseau, la soberanía popular, fuente de toda razón y justicia,
la que indicó que Chile no va a seguir siendo chilena, ni cristiana, que los chile-
nos no podrán ser propietarios sino que empezarán a ser todos burócratas y cosas
semejantes.28
Desde su matriz ideológica antiliberal, la democracia era concebida como un peligroso ve-
hículo para la subversión del orden y el ascenso de sectores adversos a la Nación. Esta Nación,
entendida como un todo ordenador, se veía minada por la competencia de intereses sectoriales
y partidarios, por el reemplazo del respeto de una autoridad trascendente por la autoridad de la
mayoría numérica. De este modo, la partidocracia era señalada como condición previa necesaria
–si bien, no suficiente– para el triunfo del comunismo.
gobierno de Salvador Allende e instauraron un régimen militar que despertó grandes expectativas
en estos sectores del nacionalismo argentino, en solidaridad con sus pares chilenos.
A diferencia de esta categórica adhesión nacionalista al golpe militar liderado por el general
Augusto Pinochet, la reacción que este acontecimiento generó en los principales actores políticos
y mediáticos asumió rasgos muy heterogéneos condicionados por la convulsionada coyuntura
argentina que comenzaba a encaminarse hacia “un estado de excepcionalidad jurídica creciente
vinculado con una lógica represiva centrada en la eliminación del enemigo interno”.30
El gobierno nacional, encabezado por Raúl Lastiri –presidente provisional por noventa días,
desde la renuncia de Héctor Cámpora hasta la asunción del general Perón, adoptó una posición
ciertamente ambigua frente a los sucesos chilenos. Decretó tres días de duelo por la muerte de
Salvador Allende y a los pocos días reconoció a la flamante Junta Militar, dando continuidad a las
relaciones diplomáticas con las nuevas autoridades de Santiago. Asimismo, asumió una actitud
distante frente a los refugiados chilenos que escapaban de la represión militar y los ciudadanos
chilenos residentes en el país, quienes en muchos casos fueron detenidos por “adoctrinamiento” y
“tenencia de material izquierdista”. Esta circunstancia acentuó las dificultades que ya venía man-
teniendo el Poder Ejecutivo con los legisladores, quienes –en su mayoría, a pesar de su diversidad
partidaria– expresaron severas críticas al nuevo orden militar trasandino.31
Dentro del escenario de la prensa, diarios de gran tirada como Clarín, avalaron la posición de
las autoridades argentinas como una manifestación de una política exterior pragmática, no atada
a “fronteras ideológicas”. En tanto, el diario La Opinión y medios de sensibilidad radicalizada li-
gados a las tendencias revolucionarias expusieron una posición de inequívoco rechazo a la postura
oficial, denunciando la violencia represiva del régimen pinochetista y la falta de solidaridad del
gobierno argentino con los exiliados chilenos.32
Lejos de ambivalencias en la justificación del golpe de Estado, en primera instancia Cabildo
recurrió a la lógica del “mal menor”, con la convicción de que en forma inminente existía la ame-
naza del estallido de una guerra civil en aquel país ante la presunta profundización de la faceta
autoritaria del gobierno socialista, tal como podemos apreciar en el siguiente pasaje:
Hay que aceptar como meritoria la decidida actitud de las Fuerzas Armadas chile-
nas por lo que hasta ahora han hecho, vale decir, por el derrocamiento del régimen
marxista que pretendía encadenar a su patria; no hay que olvidar, sin embargo, que
no les quedaba otra alternativa. Dadas las circunstancias y el peligro creciente de
que Allende consumara un “autogolpe” sangriento, matando a los opositores más
característicos y a los jefes militares, la solución adoptada era necesaria; y esto es
lo que silencian, con ser obvio, todos aquellos que arrojan incendiados denuestos
30 Cfr. Marina Franco, Un enemigo para la nación. Orden interno, violencia y “subversión”, 1973-1976 (Buenos
Aires: fce, 2012).
31 Remitimos a M. Franco, Un enemigo, 69-72 y 122; Grupo Editor Latinoamericano, Historia general de
las relaciones internacionales de la República Argentina, (s/d) disponible en: http://www.ucema.edu.ar/ceieg/
arg-rree/14/14-014.htm Sobre las repercusiones del golpe militar chileno en Iberoamérica desde la pers-
pectiva de la diplomacia española, son muy sugerentes los aportes de Cristina Luz García Gutiérrez, “La
reacción de España ante el golpe militar en Chile”, Naveg@mérica, revista electrónica de la Asociación Española
de Americanistas 6 (2011), disponible en: http://revistas.um.es/navegamerica
32 Cfr. Fernando Ruiz, Las palabras son acciones. Historia política y profesional de La Opinión de Jacobo Timerman
(1971-1977) (Buenos Aires: Libros Perfil, 2001).
contra los heroicos rebeldes chilenos. […] Es decir, en realidad las Fuerzas Armadas
más que provocar la guerra civil la evitaron.33
Por otra parte, se suma a este carácter heroico atribuido a los golpistas chilenos la condición
“popular” del levantamiento, al que se presenta como producto de una decisión de importan-
tes sectores sociales “delegada” en las Fuerzas Armadas, por ser la “síntesis” representativa de la
Nación y, por lo tanto, sus defensoras incuestionables. El siguiente ejemplo expone claramente
este razonamiento:
Pero el país real, el de los propietarios, el de los militares, el de los curas de misa y olla, el de
las amas de casa y el de los camioneros, el de los hombres concretos, se puso de pie. El fue el que
derrotó al comunismo y a sus aliados de la up. Un país organizado, de interior rico, no suficien-
temente desquiciado por el atomismo liberal, con una gran vocación asociativa, se rescató a sí
mismo.
Y colocó su destino en manos de sus Fuerzas Armadas. Que son como la Nación misma y
como su reflejo y resumen.34
El desprestigio del sistema democrático y los partidos políticos dentro de esta cosmovisión
convierte a las Fuerzas Armadas, asimiladas a la Nación, como las depositarias de las esperanzas
de la “fe nacionalista” en la restauración de los valores tradicionales. En otras palabras, estos na-
cionalistas esperaban fervientemente que las Fuerzas Armadas chilenas en el poder no agotaran
su labor reiterando la fórmula autoritaria de los gobiernos de facto conocidos hasta el momento
en nuestro país, los cuales suspendieron temporalmente el funcionamiento de las instituciones
liberales para luego devolver a los partidos y las clases dominantes el control del régimen político,
sin innovaciones de fondo. Como se expone categóricamente en el siguiente pasaje, la opción era
clara:
Volver, con o sin “retoques”, con o sin proscripciones, al viejo régimen, como si la presencia
en el país del gobierno del marxismo y de la demagogia hubiese sido sólo una anécdota; tal es
el ejemplo de la Argentina desde 1930 hasta ahora. En tal caso, la consecuencia está a la vista;
no es otra que el fracaso, el caos, el llegar al fin del precipicio. O hacer, en cambio, la Revolución
Nacional, superando las falsas antinomias de izquierdas y derechas, uniendo en la Patria, la justi-
cia, la paz y el trabajo de todos los sectores, a todas las clases y regiones, dando así nacimiento a un
Nuevo Estado, a una Nueva República, que ponga en marcha un proyecto válido de convivencia
para todos los chilenos.35
En torno a esta demanda es posible observar el modo en que este medio plantea claramente
la necesidad de establecer una suerte de alianza entre la corporación militar en el gobierno y los
sectores de la civilidad que pudieran aportarles un programa político que realizara la “Revolución
Nacional”, entre los cuales los propios nacionalistas se colocaban a la vanguardia. Desde esta
perspectiva, se destacaba que los militares chilenos poseían la “autoridad moral” para encarar el
proceso de cambios,36 sin embargo, requerirían del apoyo ciudadano de los partidarios de este
33 “CHILE: Su drama, su ejemplo y su opción”, 20-21.
34 Víctor E. Ordóñez, “En defensa de Chile”, Cabildo 8 (6/12/ 1973), 23.
35 “CHILE: Su drama, su ejemplo y su opción”, 22.
36 “[…] Y si las autoridades no provocan el aplauso de los ciudadanos, es seguro que cuentan con su respeto. No
sólo por la fuerza que tienen y que han demostrado ser capaces de usar sino por su autoridad moral. Después
de los robos y las orgías, del parloteo irresponsable, del atropello sistemático, estos hombres austeros dan
una sensación de seriedad que los pone al margen de toda sospecha. Constituyen, típicamente, un gobierno
camino de transformación para que aportaran el contenido político que guiaría su accionar. De
este modo, se vislumbraba una posibilidad propicia para que las ideas nacionalistas tan larga-
mente proclamadas tuvieran oportunidad de verse plasmadas en esta experiencia que se iniciaba,
como se expresa en el fragmento que exponemos a continuación:
Para ello las Fuerzas Armadas tienen que comprender que si bien no se puede cogobernar
con los viejos políticos del fracaso, tampoco puede ser misión exclusiva de ellas el hacer realidad
este replanteo profundo de la política nacional; será necesario, por lo tanto, dar nacimiento a un
vasto movimiento nacional, cívico-militar, que sea sustento doctrinario y programático, a la vez
que nervio y motor, de la Revolución por todos esperada.37
En el marco de este proyecto de lograr la “unión cívico-militar” para consagrar la “Revolución
Nacional”, la revista Cabildo ofrece sus páginas para la promoción de la obra del gobierno dicta-
torial chileno a través de la reproducción de discursos del Gral. Pinochet38 y columnas de opinión
sobre la situación de la sociedad civil bajo este régimen. En ellas, se pretende defender la labor de
la “Patriótica Junta Militar Chilena” en los primeros meses de su gestión en materia económica,
social, educativa y diplomática. Se destacan “la lucha contra el comunismo” bajo el imperio del
“Estado de Guerra Interno”, la distancia que la Junta había manifestado ante los partidos políti-
cos y sus presiones y se exaltan los principios que constituirían los pilares filosóficos del gobierno
chileno, expresados en las propias palabras del general trasandino:
Ese documento, desarrolla la concepción cristiana sobre el hombre y la sociedad en
que nos inspiramos, contiene las ideas fundamentales de una concepción nacionalista,
realista y pragmática. Nada tiene de ideologías foráneas, que con uno u otro nom-
bre, han causado tanto daño al país. Señalamos, “el nacionalismo chileno”, más que
una ideología, es un estilo de conducta, la expresión genuina del ser de la patria y
del alma de su pueblo. 39
En la búsqueda por generar consenso en la opinión pública argentina en relación a la “opción”
política chilena, la revista intentó rebatir las principales acusaciones que despertaban las medidas
aplicadas en aquel país desde el golpe de Estado, proponiendo “verlo a Chile por de dentro”,
como decía Vélez de Guevara, “para ver esa cara de Chile que desfiguran intencionadamente los
propagandistas extranjeros”.40 Desde estas columnas, si bien se reconocía que el costo de vida se
había incrementado en forma considerable, se subrayaba que ya no existía la carestía de productos
de primera necesidad que había asolado la economía hasta setiembre de 1973. A pesar de que se
admitía la vigencia del toque de queda y los juicios a integrantes del gobierno depuesto, se deses-
timaba la opinión que denunciaba la implantación de un “estado policial” al decir que
La gente vive tranquila y nadie la molesta. Habla mal del Gobierno, si quiere, y no se expone
a ningún castigo. […] Una descripción de Chile hecha por alguien que no tiene compromisos
con nadie podría sintetizarse así: de un año a esta parte lo que ha cambiado son las caras de los
militar, eso que nuestros militares nunca se atrevieron a ser, acomplejados por la opinión del exterior y por la
ironía de los desplazados. Aquellos no quieren ser hábiles, ni simpáticos, ni admirados, ni perdonados; quie-
ren cumplir con su deber. Como saben: con rudeza cuartelera y con amor a Chile.”. “Chile por de Dentro”,
Cabildo 16 (8/8/1974), 24.
37 “CHILE: Su drama, su ejemplo y su opción”.
38 Remitimos a modo de ejemplo a “Chile: Habla el General Pinochet”, Cabildo 12 (4/4/1974), 17-18.
39 “Chile: Habla el General Pinochet”, 18. Cursivas en el original.
40 “Chile por de Dentro”, 24-25.
chilenos; de torvas y esquivas se han vuelto francas y enérgicas. Se les ha abierto el horizonte.
Antes estaban mal y se disponían a estar peor; ahora están mal y creen que paulatinamente van
a ir mejorando.41
A pesar de esta enumeración de “logros” de la dictadura chilena en el corto plazo, Cabildo
advertía, con cierta preocupación, que todavía no se había avanzado en contra de la Masonería ni
se había resuelto el “problema de la Universidad”. Para mediados de 1974, a un año de la implan-
tación del gobierno de facto, el balance que hacía este medio en relación al rumbo del proceso era
positivo, pero no por ello descuidaba su actitud vigilante. Sus expectativas sobre el desarrollo de
la “Revolución Nacional” en Chile eran muy altas y, por tal motivo, no cejaría en la demanda de
un mayor compromiso cívico-militar en profundizar las transformaciones en el sentido deseado.
La “solución pinochetista”:
una salida para los problemas argentinos
En 1973, en los meses previos al derrocamiento de Salvador Allende, la sociedad argentina
vivía uno de los procesos de mayor efervescencia política de su historia, motorizado por la res-
tauración de las instituciones democráticas de la mano del regreso del peronismo al poder. Sin
embargo, el retorno al orden constitucional no podía conducir automáticamente al abandono de
la cultura política autoritaria y la vorágine de violencia habría de minar rápidamente las esperan-
zas depositadas en el gobierno electo.
Además, el movimiento peronista ya no era el mismo que había sido arrancado del poder en
1955. Gracias al manejo estratégico de la verticalidad que había realizado Perón desde el exilio, el
viejo caudillo había logrado convertirse, a un mismo tiempo, en la encarnación de “la patria socia-
lista” y de “la patria peronista”, concepciones que dividían a quienes se reclamaban sus herederos,
ya sea por haber combatido en las “formaciones especiales” juveniles o bien por haber defendido la
ortodoxia, principalmente desde la corporación sindical, durante todos esos años de proscripción.
Como afirma Liliana De Riz,
[…] detrás de esas consignas no había programas políticos que tradujeran las pre-
ferencias de quienes las defendían. De ese modo, lo que estuvo en juego en las
luchas que atravesaron al peronismo desde su regreso al gobierno fue el control del
movimiento y del gobierno mismo, en nombre del “verdadero” peronismo.42
Durante la presidencia de Héctor Cámpora se vivió un clima festivo, especialmente para
los sectores de la izquierda peronista –entre los que se destacaba la Juventud Peronista– que se
sentían protagonistas de un proceso de refundación nacional sobre bases antiimperialistas y pro-
socialistas. Pero esta “primavera camporista” encontraría su fin a escasos cuarenta y nueve días y
se preveía el encauzamiento del proceso político por caminos más moderados y represivos, bajo la
conducción del nuevo presidente, Juan Domingo Perón.
No obstante, en aquel mes de octubre, en los días que precedieron a su asunción, Cabildo de-
nunciaba alarmada la gravedad de la situación nacional debido a la incapacidad de la dirigencia
política partidaria argentina para ver el ascenso del “peligro marxista” en el país, como se expone
a continuación:
El hecho, ya públicamente comprobado, de que los partidos políticos argentinos, sin excep-
ción, hayan lamentado el derrocamiento del marxismo en Chile, no puede ser sino revelador de
la hondura hasta donde han calado el mal, el desconcierto, la torpeza y la frivolidad. Si nadie ha
atinado, en la Argentina, salvo honrosas excepciones, a denunciar lo que es el marxismo y todos
han jugado a confundirlo con la liberación, con la legalidad o con la soberanía nacional, es señal
que todo está podrido en Dinamarca y que ninguno de esos partidos está en condiciones subjeti-
vas ni objetivas de enfrentar al marxismo, porque el marxismo los ha envuelto y los ha empapado.
El marxismo, pues, ha triunfado en las inteligencias de los liberales argentinos.43
De esta manera, esta publicación aseveraba que ningún partido, ni siquiera el peronista,44
sería capaz de frenar el avance de la radicalización política promovida por el “marxismo” ya que
el propio sistema partidario y sus bases legales creaban las condiciones para su reproducción. Por
tal motivo, llamaba la atención de sus lectores sobre el “caso chileno” para que fuera tomado como
un “ejemplo, dado el paralelismo que presentan ciertas circunstancias locales o de otros países con
las de la Nación trasandina”.45
Presentando a Chile como una experiencia que parecía proyectar las alternativas a las que –
este medio creía– estaba condenada la Argentina, a saber: someterse a la acción del comunismo
o luchar por su derrota; son muy elocuentes las palabras de Félix Lamas sobre el derrocamiento
del gobierno de Allende:
Chile vuelve a mostrar, con su tragedia, tanto lo que debe como lo que no debe ha-
cerse. En Chile hicieron una experiencia las fuerzas marxistas de Hispanoamérica,
las cuales están muy lejos de estar derrotadas; es por eso que si bien esta nación
cuenta con una victoria sobre sus espaldas, tiene a la vez, delante suyo, una peligro-
sa opción, la cual no es exclusiva de Chile sino de muchos otros pueblos que han
padecido males semejantes. Ya ha pasado sobradamente el tiempo de los diagnós-
ticos; ahora es el momento de obrar.46
Este llamado a la acción no estaba dirigido al gobierno ni a la clase política, en cuyos miem-
bros Cabildo no depositaba ninguna esperanza, dado que consideraba que habían sido derrotados
en el campo político-ideológico por el marxismo; el balance que de la coyuntura chilena hacía
su equipo editor, reforzaba sus convicciones en la necesidad de una “solución militar” para este
alarmante “problema nacional”. Es posible identificar esta conclusión en las siguientes palabras
de Vicente Massot:
El comunismo que aceleradamente busca rehacer en Hispanoamérica su estrategia política
para la toma del poder, deberá tener en cuenta un aspecto fundamental. En los países don-
de las Fuerzas Armadas desarrollan un papel político autónomo, cualquier gobierno marxista
–democráticamente electo– que no posea la mayoría del pueblo tras sí, ni el poder hegemónico
dentro del Estado, y crea posible realizar las transformaciones estructurales que efectivicen la vía
al socialismo en el marco de las instituciones democráticas dadas, tarde o temprano verá llegado
el momento histórico límite en que no resulten admisibles la presencia y sobrevivencia de esas
estructuras burguesas orgánicas so pena de caer en el reformismo. Enfrentado a la decisión de
romper con dichas estructuras –Parlamento, Corte Suprema, grande y mediana propiedad– el
gobierno debe estar dispuesto a ganar el poder mediante un enfrentamiento, merced al cual las
ffaa le queden subordinadas. 47
El destinatario de la convocatoria a participar en una “cruzada antimarxista” eran las propias
Fuerzas Armadas argentinas. De este modo, bajo la forma de una advertencia para el “enemigo
marxista”, llamaba a la corporación militar a conservar una posición autónoma frente a las errá-
ticas políticas encaradas por Perón y María Estela Martínez de Perón, su viuda y sucesora en la
presidencia, a partir de julio de 1974; las convocaba a prepararse para el enfrentamiento final con
las fuerzas del comunismo, en el ejercicio de su rol de defensoras de la Patria y la nacionalidad.
Consideraciones finales
Al recorrer las páginas de Cabildo en los años 1974, 1975 y comienzos de 1976, es posible
reconocer que la coyuntura chilena ya no despertaba el mismo interés en estos nacionalistas ar-
gentinos, los cuales se concentraron en el complejo proceso nacional, lanzándose abiertamente a
promover la toma del poder por parte de las Fuerzas Armadas, público al que destinaba priorita-
riamente sus columnas.
No obstante, no podemos interpretar esta marginación de las temáticas trasandinas en la agenda
de la revista como un cambio de estrategia, dado que tanto la presentación del caso chileno como
un “modelo a imitar”, como un espejo que anticipaba el sendero que habría de recorrer nuestro país,
como las furiosas críticas al gobierno peronista y la oposición que monopolizaron sus páginas con
el correr de los meses, constituyeron distintos recursos subordinados al mismo fin: protagonizar un
cambio institucional y cultural en Argentina, proyectándose como líderes intelectuales y espirituales
de un nuevo orden tradicionalista y jerárquico liderado por el sector militar.
Es posible reconocer que esta preocupación por ver realizada la “Revolución Nacional” en el
país y la región seguía vinculando implícitamente la realidad trasandina y la nacional. Las mismas
demandas que se planteaban al gobierno de facto de Pinochet a un año de su asunción, en una
suerte de balance de su gestión, se veían expresadas en febrero de 1976 a través de las columnas de
Restauración –sucesora de Cabildo y El Fortín–, referidas a las especulaciones sobre la inminente
toma del poder por parte de la corporación militar argentina. En ellas planteaban sus inquietudes
acerca del dilema de optar entre una nueva “aventura golpista” y la “cruzada nacionalista” que la
Patria reclamaba.
Esta interrogante sería develada en el corto plazo. Luego del golpe de Estado el 24 de marzo
de 1976, se instauró una dictadura con una declamada vocación de refundación nacional que
despertó grandes ilusiones entre las filas de este sector tradicionalista; pero el entusiasmo fue
efímero, dada la resistencia de las nuevas autoridades militares a implementar un programa de
cambios estructurales tan alejado de la realidad argentina como el que aquellos proponían. Sin
47 Vicente Gonzalo María Massot, “El fracaso de la «vía pacífica» al Socialismo”, Cabildo 17 (12/9/1974), 30.
Cursivas en el original.
embargo, el régimen militar supo utilizar a su favor el capital que este grupo detentaba a través del
aporte que su doctrina y un número considerable de sus militantes hicieron como contribución a
la legitimación y ejecución de políticas represivas, en el marco del terrorismo de Estado aplicado
hasta la restauración democrática en 1983 y reivindicado por estos sectores bajo la consigna de la
“lucha antisubversiva” hasta la actualidad.
En su esfuerzo por escapar de la marginalidad política, los nacionalistas articulados en torno a
Cabildo obtuvieron magros resultados. Sin embargo, en este intento construyeron tramas de inte-
racción que los integraron a diversas esferas estatales ligadas a la educación y la cultura, al ámbito
corporativo –militar, sindical y profesional–, a la sociedad política y mediática a nivel nacional
e internacional. A través de estas estrategias, lograron cierta implantación pública sobre la que
mucho queda aún por investigar.48
Más allá del análisis de las representaciones y juicios expresados por los nacionalistas de este
medio gráfico sobre el proceso institucional del vecino país, como parte de sus deseos, ansiedades,
dudas y temores sobre el futuro político argentino de corto plazo, en el presente trabajo hemos
esbozado algunas facetas de los vínculos político-periodísticos de los editores de Cabildo con la
publicación nacionalista chilena Tizona, sin pretensiones de exhaustividad. Las interrogantes que
se abren en este sentido resultan un fuerte estímulo para ahondar en la indagación de la confor-
mación de estos nexos de interacción en clave transnacional. Por tal motivo, esta línea de trabajo
orientará los próximos pasos de este proyecto de investigación, con la intención de contribuir al
análisis de las redes nacionalistas del Cono Sur, su idiosincrasia, composición y transformaciones
en el contexto de posguerra, signadas crecientemente por los postulados de la Doctrina de la
Seguridad Nacional y las fronteras ideológicas dictadas por la Guerra Fría.
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48 En este sentido, Luis Miguel Donatello insiste en la necesidad de realizar análisis de las corrientes naciona-
listas en perspectiva comparativa Norte-Sur o Sur-Sur: estudiar “una paradoja: una suerte de cosmopolitismo
anti-cosmopolita”. Cursivas en el original. Cfr. “Del gueto hacia la reconfiguración de las comunidades políti-
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Resumen Abstract
A proposta do artigo é investigar a in- The article aims at researching brazilian
fluência da tradição anticomunista no golpe anticommunist tradition influence in the 1964
de 1964 e nas políticas adotadas pelo regime coup and also in the policies adopted by the
militar brasileiro. Na introdução se apresen- military regime. In the first part the basis of
tam as bases de tal tradição, que remontam aos such tradition that began in the 1930’s are
anos de 1930, e o modo como ela foi apropria- explained and furthermore it is analysed the
da nos anos 1960. A parte principal do texto é ways of it’s appropriation in the sixties. The
dedicada a analisar a atuação dos órgãos de in- main part of the text is dedicated to analyse the
formação criados pela ditadura, sobretudo no actions of the information agencies created by
que tange às tentativas de controle dos espaços the dictatorship in it`s attempt to control the
universitários. Nesta análise, confere-se ênfase universities. The text emphasizes the influence
à influência dos valores anticomunistas sobre of anticommunist ideas in such actions, in the
as ações dos aparatos de informação atuantes context of the information apparatus struggles
nas Universidades, em sua luta para derrotar against the left wing enemies.
a esquerda. Key words: Dictatorship, anticommunism,
Palavras chave: Ditadura, anticomunismo, information agencies
agências de informação
1 Departamento de História, Universidade Federal de Minas Gerais (ufmg), Grupo de Pesquisa História
Política-Culturas Políticas na História (http://www.fafich.ufmg.br/hcpcph/).
2 “Criou-se uma ameaça tanto para os Estados Unidos quanto para a América Latina originária de um movi-
mento político «desviante» - «a ameaça comunista». Esta, por sua vez, justificou a ajuda externa especializada
em segurança nacional para combatê-la. Em outras palavras, os Estados Unidos criaram os argumentos para
justificar a existência desse perigo específico e, a seguir, mostraram-se dispostos, mediante pagamento, a
proteger os países ameaçados através da ajuda policial e também militar”. Cf. Huggins, Martha K. Polícia e
política. Relações Estados Unidos/América Latina (São Paulo: Cortez, 1998), 232.
e em São Paulo, a sensação de “perigo vermelho” iminente em terras brasileiras tornou-se mais
verossímil.
Não obstante, somente nos anos 1930 a presença do comunismo no cenário público tornou-se
mais visível, quando o pequeno Partido Comunista criado em 1922 passou a ocupar espaço mais
significativo, com a adesão de intelectuais, militares (entre eles o mítico Luiz Carlos Prestes) e o
aumento no recrutamento de trabalhadores. Em 1935 os comunistas, que compunham a alma da
Aliança Nacional Libertadora, entidade organizada no formato das frentes populares, lideraram
uma tentativa de insurreição armada, rapidamente destruída pelas forças da ordem. Tratou-se de
levante essencialmente militar que envolveu quartéis em Natal (Rio Grande do Norte), Recife
(Pernambuco) e Rio de Janeiro (então a capital federal), mas o plano dos revolucionários era armar
brigadas populares que serviriam como forças auxiliares. A insurreição de 1935, que nas versões
oficiais foi batizada pejorativamente de Intentona Comunista (intento louco, assassino) provocou
importantes desdobramentos políticos. O presidente Getúlio Vargas, então enfraquecido e sob
muitas críticas, aproveitou-se do evento para fortalecer seu poder e editar medidas excepcionais,
como a decretação do Estado de Guerra e algumas emendas à Constituição. Formou-se uma
“União Sagrada” reunindo grupos conservadores e liberais em torno de Vargas, em nome da de-
fesa da ordem e do combate ao comunismo.
O novo contexto político, que abriu caminho para o golpe autoritário de novembro de 1937,
quando Vargas tornou-se ditador, começou a ser desenhado sob a fumaça dos combates de 1935.
O impacto da chamada Intentona Comunista foi enorme, notadamente entre as lideranças ca-
tólicas e os militares. Afinal, não era rebelião comum, mas tentativa dos comunistas de tomarem
o poder que, caso bem sucedida, poderia ter provocado grandes transformações na organização
social brasileira. A comoção tornou-se maior quando a imprensa divulgou que estrangeiros liga-
dos à Internacional Comunista participaram da frustrada tentativa revolucionária, o que serviu de
confirmação ao argumento de se tratar de ameaça à integridade da pátria.
Os eventos de novembro de 1935 foram marcantes na construção da tradição anticomunista,
na medida em que foram apropriados para consolidar as representações do comunismo como fe-
nômeno negativo. O episódio foi mitificado e originou a formação de verdadeira legenda negra em
torno da Intentona Comunista, reproduzida ao longo dos anos. O levante foi representado como
exemplo de manifestação das características maléficas atribuídas aos revolucionários que, segun-
do as versões anticomunistas, teriam cometido vários crimes ignóbeis durante os quatro dias da
revolta (estupros, assassinatos a sangue frio, roubo), considerados uma decorrência necessária dos
ensinamentos da “ideologia malsã”.
As representações anticomunistas tiveram recepção particularmente forte entre os militares,
graças a argumentos peculiares desenvolvidos nas representações sobre 1935. Argumentou-se
que o levante foi uma traição às Forças Armadas, já que os líderes da insurreição eram oficiais do
Exército e voltaram suas armas contra companheiros de farda. Além disso, foi construída a versão
que os oficiais comunistas mataram colegas enquanto eles dormiam indefesos em suas camas,
uma evidência da sua vilania e covardia, tema que seria repetido pelas décadas seguintes. Por fim,
os discursos anticomunistas sobre 1935 denunciaram os oficiais rebeldes por traição ao Brasil, ao
acusarem-nos de agir em favor de potência estrangeira (a urss) e contrariamente ao voto sagra-
do militar de defender a pátria. Para enfatizar a maldade atribuída aos comunistas, investiu-se
na construção de heróis militares que lutaram e morreram nos combates, aos quais se dedicou
um monumento inaugurado em 1940. O dia 27 de novembro entrou para o calendário cívico
do Estado, mas principalmente das Forças Armadas, comemorado como episódio de vitória da
pátria contra a ameaça comunista.
Portanto, o episódio de 1935 serviu como confirmação da existência do “perigo vermelho” no
Brasil e prestou-se à construção de narrativa mítica ao representar os males associados ao comu-
nismo.3 Quando os ventos da Guerra Fria começaram a soprar por esses lados, a partir do final
dos anos 1940, eles já encontraram tradição anticomunista enraizada, que se fortaleceu e renovou
sob a influência do confronto bipolar. A cultura da Guerra Fria trouxe temas novos, como a
liderança dos eua na luta anticomunista (embora muitos líderes da direita fascista e católica des-
confiassem dos norte-americanos), e fortaleceu a crença nos valores liberais como barreira contra
a esquerda. Porém, as bases da tradição anticomunista tinham sido lançadas antes.
Pode-se dizer que no Brasil houve 3 grandes “ondas” anticomunistas: em 1935-37, em 1946-
48 e em 1961-64. O primeiro contexto já foi mencionado e culminou no “Estado Novo” de
Getúlio Vargas, regime ditatorial que se inspirou em elementos fascistas, mas manteve caracte-
rísticas heterogêneas que, a propósito, permitiram a reciclagem de Vargas posteriormente como
líder popular. A segunda “onda” ocorreu durante a redemocratização posterior à Segunda Guerra,
quando o Partido Comunista foi legalizado e tornou-se força política importante nos centros
urbanos, com votação expressiva e influência preponderante no movimento sindical e nos meios
intelectuais. Os grupos de direita reagiram atemorizados e engendraram forte campanha anti-
comunista, que tornou o pcb ilegal e levou à cassação dos mandatos parlamentares eleitos pelo
partido (em 1947 e 1948). A repressão ao pcb acalmou um pouco os temores da direita, mas
vários grupos anticomunistas continuaram ativos nos anos 1950, inclusive porque percebiam a
ameaça como combate mundial em que o Brasil era apenas uma das frentes de batalha.
No início dos anos 1960, a nova conjuntura política atiçou mais uma vez a polarização esquer-
da-direita, que desta vez culminaria em golpe militar. Assim como em outros países, notadamente
da América Latina, o Brasil viu surgir uma geração radical influenciada pela Revolução Cubana
e as lutas terceiro-mundistas, e também pela percepção dos problemas sociais internos, como
demandas por reformas agrária e educacional. A influência da esquerda aumentou no período o
que beneficiou o Partido Comunista, mas, também deu origem a novas organizações socialistas,
como o grupo cristão Ação Popular (ap) e o grupo marxista Política Operária (polop). Nesse
quadro, um evento aparentemente fortuito contribuiu muito para o incremento do poder dos
grupos de esquerda. Com a renúncia de Jânio Quadros e a ascensão do Vice-Presidente João
Goulart ao governo em setembro de 1961, a esquerda brasileira teve sua primeira oportunidade
para influenciar os rumos do país.
Embora fosse um rico estancieiro gaúcho, Goulart era político trabalhista sensível aos ar-
gumentos de esquerda, principalmente às demandas dos líderes sindicais. Durante seu governo
as esquerdas tornaram-se mais ativas no cenário público, com aumento de greves, ocupações de
terras e mobilizações estudantis, o que levou muitos a imaginar-se às portas da revolução social.
No campo da direita, previsivelmente, também foi forte a sensação que a esquerda estava no
poder, o que provocou nova onda de mobilizações contra o comunismo. Em parte, o recurso
à tradição anticomunista era estratégia oportunista para facilitar o proselitismo da campanha
contra Goulart, mas a questão não pode ser resumida à manipulação, pois os comunistas eram
3 Motta, Rodrigo Patto Sá, Em guarda contra o perigo vermelho. O anticomunismo no Brasil: 1917-1964 (São
Paulo: Perspectiva-fapesp, 2002). Sobre a insurreição de 1935 cf. Vianna, Marly de Almeida Gomes,
Revolucionários de 35: sonho e realidade (São Paulo: Companhia das Letras, 1992).
percebidos de fato como os líderes mais influentes à esquerda. Outras questões contribuíram
para o golpe, como a crise econômica, que se manifestou na inflação descontrolada e na redução
das taxas de crescimento, e também as denúncias de corrupção envolvendo aliados do governo.
Entretanto, a crença na “ameaça comunista” foi o tema mais importante na mobilização golpista,
a exemplo das “Marchas da Família com Deus pela Liberdade” que levaram milhares de pessoas
às ruas com cartazes e slogans anticomunistas, eventos significativos para demonstrar o apoio de
parte da sociedade à derrubada do governo.4
4 Presot, Aline, “Celebrando a «Revolução»: as Marchas da Família com Deus pela Liberdade e o Golpe de
1964”, in Denise Rollemberg y Samantha Quadrat (Organizadoras) A construção social dos regimes autoritá-
rios Legitimidade, consenso e consentimento no século xx. Brasil e América Latina (Rio de Janeiro: Civilização
Brasileira, 2010), 71-96.
5 Para a criação das dsi cf. Carlos Fico, Como eles agiam. Os subterrâneos da ditadura militar: espionagem e polícia
política (Rio de Janeiro: Record, 2001).
6 Desde o início dos anos 1990 o Estado brasileiro vem abrindo à consulta pública os documentos dos ór-
gãos de informação e repressão, com políticas de acesso por vezes erráticas. Os acervos mais significativos
encontram-se no Arquivo Nacional e em alguns Arquivos estaduais, entre eles São Paulo, Rio de Janeiro e
Minas Gerais. Para este trabalho foram usados também acervos das ASI universitárias que se encontram na
Universidade Federal de Minas Gerais e na Universidade de Brasília.
7 Roberto Schwarz, “Cultura e política, 1964-1969”, in O Pai de Família e outros estudos (São Paulo: Companhia
das Letras, [1978] 2008), 71.
8 Às vezes até ser filho de comunista era proibido. Em 15/02/78, a dsi/mec comunicou à Universidade de
Brasília (unb) que um aluno da Universidade Federal do Paraná, “filho do comunista Oto Bracarense Costa”,
havia pedido transferência para aquela Universidade. Em resposta, a asi/unb comunicou que a transferência
foi indeferida pela Universidade. sb 10.1.1–07. Arquivo asi/unb, cedoc/unb.
De acordo com os textos produzidos pela “comunidade de informações” era preciso manter-se
alerta, pois os comunistas seguiam ameaçando a civilização cristã e o país. Em meio a esse copioso
material, constituído por brochuras, panfletos, livros e cartazes foram selecionados alguns exem-
plos, notadamente textos que têm a singularidade de abordar a “infiltração” comunista nos meios
estudantis pelo prisma dos militares.
O primeiro caso é um texto do Coronel Rubens Resstel publicado originalmente no jornal O
Estado de São Paulo e enviado às asi para divulgação nas Universidades, como estratégia de con-
trapropaganda. Sob o título “A infiltração comunista nos meios educacionais”, o texto de Resstel
denuncia as estratégias dos subversivos para “corromper” a juventude. Corrupção é termo adequa-
do para entender o ponto de vista do Coronel, pois ele afirma que os comunistas lançavam mão
de meios imorais como drogas e mulheres sedutoras para atrair jovens ingênuos para seu lado.
De acordo com Resstel, os comunistas teriam mudado o eixo de suas ações do operariado para
os meios estudantis, por entender que nesse segmento o proselitismo revolucionário encontraria
terreno mais favorável. Além disso, eles procurariam concentrar seus recursos preferencialmente
nas Faculdades de Filosofia, devido ao potencial disseminador dessas instituições, responsáveis
por formar os futuros professores.9
O segundo texto é particularmente interessante porque seu autor era influente dirigente uni-
versitário: Zeferino Vaz. Ele integrava o grupo de intelectuais que apoiou o golpe de 1964 e,
nessa condição, foi nomeado Reitor da UnB e depois da Universidade de Campinas (Unicamp),
instituição que ele ajudou a fundar em 1966 e que dirigiu por muitos anos. O próprio Vaz, como
dirigente máximo da Unicamp enviou o texto aos colegas Reitores, em janeiro de 1971.10 A dsi/
mec gostou tanto da colaboração que distribuiu nova versão para os dirigentes universitários em
julho de 1972, além de solicitar ao Conselho de Reitores das Universidades Brasileiras (crub) que
Vaz fosse convidado a expor suas reflexões na reunião seguinte do órgão.11
Intitulado “Contribuição ao conhecimento da Guerra Revolucionária”, o texto de Zeferino
Vaz utiliza linguagem pretensamente científica para análise inusitada. Pode-se dizer tudo do
trabalho, menos que falte originalidade a sua abordagem do tradicional trote dos estudantes, a
“calourada”.12 Ele diz, entre outras coisas, que os comunistas usavam técnicas pavlovianas para
condicionar os estudantes, e isso “explica a facilidade e a rapidez com que se mobilizam mi-
lhares de estudantes para passeatas de protesto”. De acordo com Vaz, os dirigentes da Guerra
Revolucionária se utilizavam do trote para recrutar novos militantes, além de arrecadar dinheiro
para financiar a guerrilha. Eis a conclusão do “estudo”: “Verifica-se, pois, que o trote não é mo-
mento na vida universitária; transformou-se em um processo, calculadamente desenvolvido, com
fins definidos, dentro do esquema global da ação subversiva”.
Outro exemplo: em outubro de 1972, a dsi/mec enviou para as asi universitárias um texto
intitulado Movimento Comunista Internacional. Tratava-se de documento analítico para uso
interno dos agentes de informação, classificado na categoria “secreto”, e seu propósito era infor-
mar sobre as ações do inimigo. Baseado, supostamente, em investigação de debates realizados
9 Caixa 15, maço 14. Arquivo aesi/ufmg. (Artigo publicado em O Estado de São Paulo, 19/11/70).
10 Caixa 16, maço s/n, 20/01/1971. Arquivo aesi/ufmg.
11 Caixa 18, maço 13, 13/07/72. Arquivo aesi/ufmg.
12 A calourada é tradicional entre estudantes universitários brasileiros e consiste em uma espécie de ritual de
iniciação para os novos universitários, que são submetidos a brincadeiras (raspagem de cabelo, pintura do
corpo) ou obrigados a se submeter a situações ridículas (andar com cartazes pendurados ao pescoço).
em Congresso do Partido Comunista da União Soviética, o texto aponta as estratégias dos re-
volucionários na América Latina, que tiveram vitória importante com a ascensão de Allende no
Chile. No caso do Brasil, que seria uma das prioridades do mci, o texto denunciava a estratégia
soviética de atrapalhar o sucesso dos governos originados do movimento de 31 de março de 1964.
Curiosamente, apesar de apontar perigos e estimular o medo, a conclusão é otimista ao dizer que
os comunistas estavam muito divididos no Brasil (linhas russa, comunista e cubana), e que as
ações repressivas e o sucesso econômico do governo militar vinham minando suas possibilidades
de sucesso. Nota-se aspecto paradoxal, quase contraditório: afirmavam a unidade das ações comu-
nistas, daí insistirem na sigla mci, porém, ao mesmo tempo, percebiam as divisões entre os grupos
de esquerda, cada um deles se imaginando capaz de liderar a revolução. Entretanto, na ótica dos
órgãos de informação, as divergências entre as diferentes facções comunistas eram superficiais e
conjunturais, relacionadas às diversas estratégias de chegada ao poder. No fundo, acreditavam, to-
dos os grupos comunistas acalentavam o mesmo projeto, inspirado no modelo soviético de 1917,
e convergiriam no caso da vitória de algum deles.13
No mesmo ano de 1972, os órgãos de informação começaram a divulgar que o mci estava
orientando o Movimento Comunista Brasileiro (outra sigla, o mcb) a reorganizar o movimento
estudantil, desorganizado desde 1969. Como os órgãos de informação monitoravam os Diretórios
estudantis permitidos pelas leis do regime militar, e estava proibida a volta de entidades banidas,
como a União Nacional dos Estudantes, a nova estratégia seria burlar a vigilância usando encon-
tros estudantis das diferentes áreas de saber para fazer subversão e distribuir publicações ilegais.
Os agentes de informação das Universidades deveriam estar atentos, sobretudo, porque fazia
parte da estratégia do mci usar meios moralmente condenáveis que “subjugam e condicionam os
jovens”. Os comunistas disseminariam o uso de entorpecentes, a licenciosidade moral e o des-
prezo pelos valores tradicionais e pela História, tudo para destruir as estruturas morais da ordem
social e conseguir levar os jovens à subversão. Contra esse inimigo “insidioso”, cujas ações tinham
escala global, a dsi/mec recomendava: “somos compelidos a aplicar um tratamento total”.14
Devido à percepção do comunismo como ameaça internacional, uma das obsessões era mo-
nitorar a influência dos países do bloco socialista nas universidades. Desde 1964, o novo regime
vinha reduzindo os laços com os países socialistas que haviam sido estabelecidos no governo de
João Goulart. Nos anos anteriores à intervenção militar foram criados órgãos culturais bilate-
rais, como o Instituto Cultural Brasil-urss (icbus), e firmados acordos para envio de estudantes
brasileiros à União Soviética. Entretanto, para desagrado dos militares radicais e seus aliados, os
governos saídos do movimento de 1964 preferiram não romper totalmente os laços diplomáti-
cos e culturais com a urss. O primeiro governo militar, chefiado pelo General Castelo Branco
rompeu relações diplomáticas com Cuba, entrou em choque com a China ao prender e julgar
os membros de missão comercial que estava no Brasil no momento do golpe15 e enviou tropas
para participar da intervenção norte-americana na República Dominicana. Porém, a orientação
diplomática frente aos países socialistas combinou convicção anticomunista e pragmatismo, em
arranjo complexo e por vezes tenso. Atitudes baseadas apenas no anticomunismo marcaram as
relações com Cuba e a China, mas, no que toca à Europa oriental e à urss os compromissos ide-
ológicos foram atenuados por interesses comerciais e diplomáticos.
Em 1965, o Brasil exportou cerca de 90 milhões de dólares para a Europa oriental, com um
superávit de aproximadamente 20% desse valor. Os países socialistas estavam longe de constituir-
-se nos maiores parceiros comerciais do Brasil, mas também não era montante a ser desprezado.
Por isso a decisão de Castelo Branco de enviar o Ministro Roberto Campos a Moscou, em
setembro de 1965,16 demonstração que seu governo desejava manter laços econômicos normais
com a área de influência soviética. A influência da União Soviética em certas regiões do mundo,
notadamente entre os países “não alinhados”, era tão ou mais importante que os mercados da
Europa oriental. Manter relações corretas com os soviéticos era estratégico em vista da inserção
internacional do Brasil e o contrário, ou seja, o rompimento com a urss poderia trazer dificulda-
des diplomáticas e comerciais com alguns países do terceiro mundo.
Daí uma situação curiosa, e desagradável para os setores mais intransigentes da direita: as
atividades culturais dos soviéticos eram monitoradas e desaconselhadas, mas não inteiramente
proibidas. Mostras de cultura (cinema, literatura etc.) dos países socialistas continuaram a ocor-
rer esporadicamente, assim como permaneceram funcionando algumas entidades bilaterais de
natureza cultural. Embora sempre vigiados pelo Ministério das Relações Exteriores (Itamaraty)
e os órgãos de informação, estudantes brasileiros continuaram seguindo para países do bloco so-
cialista. Segundo estimativas do Itamaraty, em 1966 havia cerca de 200 brasileiros estudando em
países socialistas, 80 deles na urss, e outros seguiriam o mesmo caminho nos anos seguintes.17
Posteriormente, parte deles começou a voltar ao Brasil, trazendo diplomas soviéticos e dos outros
países, tornando-se fonte de dor de cabeça para os órgãos de informação.
As agências de repressão percebiam as razões pragmáticas que fundamentavam a ambigui-
dade em relação à urss e a atitude de low profile da diplomacia brasileira em direção ao leste,
embora alguns mais imaginativos enxergassem aí também o dedo da “infiltração comunista”.
Ainda assim, pressionaram o governo para, pelo menos, restringir os contatos na área cultu-
ral. Passo importante nessa direção foi dado em 1970, por meio de estudo da Secretaria Geral
do Conselho de Segurança Nacional (csn) que, encaminhado ao Presidente Emílio G. Médici
tornou-se política oficial do governo. Em março de 1970, a exposição de motivos No8 foi enviada
ao Presidente da República, assinada pelo General João Batista Figueiredo, Secretário-Geral do
csn e Chefe do Gabinete Militar.
Provocada por notícias da imprensa sobre a partida de estudantes brasileiros para a urss, a
Secretaria Geral do csn resolveu estudar o assunto, com ajuda do sni e do Itamaraty. Incomodava
o fato de tantos estudantes estarem se dirigindo para o bloco socialista quando o entendimento
oficial, inclusive no Itamaraty, era que o aumento de laços culturais com tais países não interessava
ao Brasil. Além do envio de estudantes por meio do icbus, que poderiam voltar como agentes do
“comunismo internacional” preocupava também o fato de algumas universidades estarem fazendo
16 Naturalmente, a decisão de enviar missão oficial à urss sofreu oposição da “linha-dura”. Cf. Roberto Campos,
A lanterna na popa: memórias 2 (Rio de Janeiro: Topbooks, 1994), 765-773.
17 Dados retirados de relatório da Embaixada dos eua no Brasil. RG 59, caixa 1944, pasta 4. National Archives
and Records Administration, College Park, md. Em relatório elaborado em 1970, com auxílio da Embaixada
brasileira em Moscou, o sni estimou em 100 o total de estudantes brasileiros na urss. Caixa 21/A, Fundo
csn, an-coreg (Arquivo Nacional, Coordenação Regional de Brasília).
18 Caixas 74/B e 21/A, Fundo csn, an-coreg a coppe/ufrj (Coordenação dos Programas de Pós-Graduação
de Engenharia, Universidade Federal do Rio de Janeiro) foi criada em 1964 como centro de pesquisa e pós-
graduação na área de engenharia e tecnologia.
19 Giulio Massarani et al, Alberto Coimbra e a coppe. (Brasília: Editora Paralelo 15, 2002), 33.
20 Cf. sb 1.1.1-02. Arquivo asi/unb, cedoc/unb.
21 Cf. Caixa 21, maço 11. Arquivo aesi/ufmg.
o aumento da influência dos países comunistas. Por exemplo, monitoraram publicações doadas
às universidades por países socialistas, em busca de livros suspeitos, e solicitaram que pedidos de
professores para afastamento no exterior, sobretudo quando o destino era a urss fossem encami-
nhados com bastante antecedência, para dar tempo às agências de informação para investigarem.22
Os órgãos de informação se empenharam bastante para vigiar os estudantes egressos da
Universidade Para a Amizade dos Povos Patrice Lumumba (uappl), destino da maioria dos que
se dirigiram à urss em busca de oportunidade de estudos. Essa Universidade, cujo nome ho-
menageava o líder congolês assassinado em 1961, foi concebida para atender jovens do mundo
subdesenvolvido. Como a suposição era que se tratava de pessoas com menor nível de escolari-
dade, os estudos oferecidos na uappl não eram de primeira linha, e ela não gozava do mesmo
prestígio de outras Universidades soviéticas, embora faltem elementos para saber se era pior ou
melhor que as instituições brasileiras da época. De qualquer modo, era oportunidade interessante
para jovens pobres, pois o curso era gratuito e eles recebiam ajuda para viver na urss, 80 rublos
mensais, além de auxílio para compra de roupas de inverno. No Brasil, o processo seletivo era
organizado pelo icbus, que aplicava os testes e escolhia os vencedores. A revista Veja publicou
matéria em dezembro de 1969 sobre a próxima seleção para a uappl, provavelmente a reporta-
gem que motivou o estudo do csn citado há pouco.23 De acordo com a revista, 115 candidatos
se apresentaram para as 50 vagas existentes, e as informações sobre alojamentos, bolsas e outras
facilidades (1 ano de bolsa extra para aprender o idioma russo), bem como sobre a possibilidade
de revalidar o diploma no retorno ao Brasil, irritaram os militares por soarem como propaganda
favorável.
A Universidade Patrice Lumumba também oferecia cursos de pós-graduação em várias áreas,
com condições e auxílios semelhantes. Em 1972, a asi/ufsm (Universidade Federal de Santa
Maria) enviou ao sni um convite remetido pelo icbus, com informações sobre a seleção para pós-
-graduação. Os candidatos deveriam ter até 35 anos e, além dos documentos de praxe (diploma
etc.) precisavam enviar ensaio contendo a proposta de pesquisa, ou cópias de trabalhos publica-
dos. As inscrições poderiam ser feitas em uma das três sedes do icbus (Rio de Janeiro, São Paulo
e Porto Alegre).24
Visando obter dados sobre os diplomados pela uappl espalhados pelo Brasil, em novembro
de 1972 a Agência Central do sni difundiu documento entre os vários órgãos de informação. O
texto advertia que a Universidade soviética era controlada pela kgb e, durante seus cursos alegava
o sni, os alunos seriam submetidos à pregação marxista-leninista.25 Como alguns ex-alunos já
haviam retornado e lecionavam em instituições brasileiras, colocando em risco a “segurança na-
cional”, a ac/sni solicitava levantamento dos nomes de todos os egressos, principalmente aqueles
cujos diplomas haviam sido revalidados no Brasil. O sni ainda não sabia como funcionava o
sistema de revalidação de diplomas estrangeiros e pedia aos membros da “comunidade de infor-
mações” mais dados sobre o assunto.
A partir daí, diversas agências de segurança começaram a rastrear pessoas e diplomas. Foram
localizadas situações de norte a sul do país, mas os resultados das gestões dos órgãos de informação
22 sb 3.3.1-01. Arquivo asi/unb, cedoc/unb e caixa 18, maço 22, Arquivo aesi/ufmg
23 Veja 69 (31/12/69), 29. O jornal O Globo publicou nota semelhante em 7/01/1970.
24 ace 10805/85, Fundo sni, ani-coreg.
25 ace 3675/83, Fundo sni, ani-coreg.
variaram, pois nem sempre conseguiram impedir que os egressos da uappl trabalhassem. Em
Goiás foi identificado casal suspeito trabalhando para a Prefeitura de Anápolis. Wilson tinha sido
militante comunista antes de 1964 e, pouco depois, foi para a uappl fazer graduação e mestrado.
Lá se casou com a colombiana Laura e, após sete anos na urss, ele voltou com a companheira e
um filho para sua terra natal, onde ambos foram contratados pelo poder municipal. Após o casal
ter sido “descoberto” pelos órgãos de informação, em 1972, ambos foram demitidos.26 Outro
casal com história semelhante foi localizado em Minas Gerais, só que nesse caso a esposa era
russa e ambos obtiveram diplomas em Física na urss. Em 1974, João Lenine conseguiu emprego
em uma subsidiária da empresa estatal usiminas e sua companheira russa tentou o mesmo, sem
sucesso.27
Entre 1972 e 1975, as agências de informação rastrearam diplomas soviéticos revalidados
por várias Universidades brasileiras, como Universidade de São Paulo, Universidade Federal do
Rio Grande do Sul e Universidade Federal de Minas Gerais, em áreas como Química, Física,
Engenharia, Geologia e até Medicina. Além disso, a colônia de estudantes brasileiros na urss
foi vigiada, com ajuda da dsi do Ministério das Relações Exteriores e da Embaixada Brasileira
em Moscou, inclusive por meio de violação de correspondência. Uma carta dirigida ao irmão por
estudante gaúcho que vivia em Moscou foi interceptada no início de 1971, e o conteúdo não agra-
dou aos agentes de informação. Entusiasmado, ele elogiou a qualidade do ensino (“inigualável
em qualquer parte do mundo”) e a sociedade soviética, prometendo fazer esforços para que mais
brasileiros fossem estudar lá.28 Em 1978, outra ação contra os universitários brasileiros na urss:
um grupo de seis ex-estudantes da uappl desejava voltar ao Brasil, mas encontrava dificuldade
para obter passaporte junto à Embaixada. Eles ameaçaram denunciar o caso à imprensa e acio-
nar a Justiça caso seus passaportes fossem negados e, por isso, a dsi do Ministério das Relações
Exteriores montou pequeno dossiê sobre o grupo. O sni, que era a agência central do sistema de
informações instruiu que eles fossem interrogados e vigiados quando de sua chegada ao Brasil.29
Até 1975, as Universidades brasileiras credenciadas tinham autonomia para revalidar diplo-
mas estrangeiros, por delegação do Conselho Federal de Educação. No entanto, graças à pressão
dos órgãos de informação e segurança, preocupados em desestimular o estudo na urss, essas nor-
mas foram alteradas. O primeiro sinal foi um Aviso Circular Reservado (No122, de 26/02/1975)
do Ministério da Educação às Universidades, determinando que processos de revalidação de
diplomas obtidos em países sem acordo cultural com o Brasil fossem enviados primeiro ao
Ministério.30 Os processos ficaram suspensos por alguns meses e a Secretaria Geral do csn voltou
à carga, para reforçar a política iniciada em 1970. O csn, por essa época (1975) secretariado pelo
General Hugo Abreu montou Grupo de Trabalho para reestudar a questão das relações culturais
com o bloco socialista, com o objetivo de desestimular a ida de estudantes e bloquear os diplomas.
De acordo com texto assinado por Abreu:
Considerações finais
As convicções anticomunistas foram elemento significativo para a construção de laços de
identidade entre os grupos favoráveis ao golpe de 1964, em especial os militares, a quem forne-
ceram um sentido de missão. E também inspiraram algumas ações da ditadura, tanto na esfera
repressiva quanto no terreno educativo e cultural. No entanto, análise mais atenta do impacto das
políticas anticomunistas nos meios acadêmicos e intelectuais revela que tiveram efeitos limita-
dos. Nem todos os docentes com perfil esquerdista foram afastados das instituições de ensino,
e as agências de repressão não conseguiram impedir que alguns jovens professores com ideias
socialistas fossem contratados. Tampouco os militares da direita radical conseguiram bloquear
totalmente os contatos culturais com os países socialistas, assim como não foram capazes de im-
pedir a circulação de ideias e textos de esquerda, inclusive o marxismo, cuja influência aumentou
ficara incompleta.
Essa percepção comum entre os “duros” foi aguçada com o início do processo de distensão po-
lítica no governo do General Ernesto Geisel, a partir de 1974. O quarto presidente militar adotou
a estratégia de “liberalizar” e reduzir a escala repressiva, com vistas a institucionalizar o regime
autoritário e atenuar os choques com as forças de oposição. Essa política desagradou à direita
radical dominante nos aparatos repressivos, que temia o recrudescimento das ações da esquerda
tanto quanto desejava evitar a perda de seu poder e prestígio no aparelho do Estado. A resposta
de tais grupos à “distensão” foi aumentar as ações repressivas e, de fato, ocorreram muitas mortes
e desaparecimentos entre 1974 e 1976, principalmente de líderes dos dois Partidos Comunistas
mais influentes.39 O ânimo anticomunista tornou-se o ponto de união para os militares radicais
insatisfeitos com a postura moderada defendida por Geisel, que ficaram enraivecidos quando o
presidente adotou posições diplomáticas pragmáticas também em relação à China e aos jovens
governos marxistas que surgiram ao fim do império português na África. Entre 1974 e 1975, o
governo brasileiro reconheceu o governo de Angola, estabeleceu laços diplomáticos com a China
popular e votou a favor de resolução da onu condenando o sionismo, para agrado dos países
árabes. Para os mais radicais da direita, tais ações eram indício que a “infiltração comunista” atin-
gira o próprio núcleo do poder militar, e suas acusações dirigiam-se principalmente ao General
reformado Golbery do Couto e Silva, conselheiro político de Geisel.
Os choques entre o grupo de Geisel e a direita militar levaram ao fortalecimento da liderança
do Ministro do Exército, General Sylvio Frota, que se tornou virtual candidato do grupo à su-
cessão presidencial. Frota passou a representar a opinião mais à direita no Estado e na sociedade,
indignada contra a distensão e a nova orientação diplomática. Também irritava aos “frotistas” a
tolerância dos segmentos do Estado que permitiam a contratação de pessoas com passado de
esquerda. Em 1977, Frota fez divulgar lista com nomes de 97 “comunistas” que ocupavam cargos
públicos no Brasil. Entre eles havia alguns efetivamente comunistas, mas muitos já haviam aban-
donado qualquer militância esquerdista.40 Vendo ameaçada sua estratégia política e querendo a
todo custo evitar a ascensão de Frota à presidência, Geisel montou uma operação militar para
demitir o Ministro da Guerra, episódio que gerou o risco de choque armado entre as facções mi-
litares. Esta derrota da extrema direita militar, em 1977, destruiu as chances do grupo de chegar
ao poder, e contribuiu para lançar em descrédito o discurso anticomunista, associado à imagem de
fanatismo e oportunismo. Incapaz de almejar sonhos mais audaciosos, a extrema direita recolheu-
-se às suas posições na estrutura repressiva, mas continuou em luta contra o inimigo comunista.
No governo seguinte, o último do ciclo militar, o presidente João Figueiredo deu continuidade
à política de Geisel e anunciou a “abertura”. Os pilares da abertura de Figueiredo, que assumiu
o poder em 1979, consistiram na anistia aos presos políticos – também uma autoanistia para
38 Essa análise está sendo mais bem desenvolvida em livro ainda inédito, intitulado O Regime Militar nas
Universidades: cultura política e modernização autoritária.
39 O Partido Comunista Brasileiro (pcb) e o Partido Comunista do Brasil (PCdoB), sendo o último o resultado
de uma cisão no início dos anos 1960. Aproximadamente três dezenas de membros do Comitê Central dos
dois partidos foram mortos entre 1974 e 1976, e mais alguns militantes de base.
40 A tal lista trouxe prejuízo para algumas pessoas, como o professor Hélio Pontes, que deixou de ser nomeado
Reitor da ufmg por causa da repercussão do episódio. A lista de Frota pode ser encontrada em O Estado de
São Paulo (24/11/1977), 22. Para conhecer a opinião da direita radical sobre Geisel uma fonte interessante são
as memórias do General Frota. Sylvio Frota, Ideais traídos (Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 2006).
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41 Esses atentados à bomba mataram uma pessoa e deixaram vários feridos. Em abril de 1981, no Rio de Janeiro,
militares à paisana tentaram colocar bombas em um centro de convenções (Riocentro) onde iria ocorrer show
com a presença de artistas de oposição. Por falha técnica dos terroristas uma das bombas explodiu em seu
carro, matando um Sargento do Exército e ferindo um Capitão. A repercussão do caso levou ao fim das ações
terroristas de direita, embora os responsáveis não tenham sido punidos pelo Estado.
Resumen Abstract
Este artículo explora las relaciones entre This article explores the relationships bet-
los términos con los que se caracterizó la ame- ween terms that characterized the threat to
naza a la seguridad interna en la legislación de internal security in the Argentinean defense
defensa argentina de la década del sesenta y legislation in the sixties and conceptualiza-
las conceptualizaciones sobre dicha materia tions on this matter made in the framework
realizadas en el marco de las doctrinas con- of the French and U.S. counterinsurgency doc-
trainsurgentes francesa y estadounidense. En trine. In this sense, the work aims to show the
este sentido, el trabajo apunta a mostrar la cir- circulation of a set of ideas characteristic of the
culación de una serie de nociones propias del military realm among prominent Argentine
ámbito castrense entre destacados políticos ar- politicians and their influence on the develop-
gentinos y su influencia en la elaboración de la ment of regulations for defense under President
normativa de defensa, tanto durante la presi- Arturo Illia (1963-1966) and under de facto
dencia de Arturo Illia (1963-1966) como bajo presidency of General Juan Carlos Onganía
la presidencia de facto del general Juan Carlos (1966-1970). Finally, this paper points out
Onganía (1966-1970). Por último, este trabajo the need to problematize the traditional divi-
señala la necesidad de problematizar la divi- sion between civil and military as polar actors
sión tradicional entre civiles y militares como during the sixties and raises the question of
actores polares durante los años sesenta y plan- continuities of certain authoritarian discourses
tea la cuestión de pensar las continuidades de beyond the traditional boundary between de-
ciertos discursos autoritarios más allá de la clá- mocracy and dictatorship.
sica división entre democracia y dictadura. Key words: Argentina, authoritarianism,
Palavras chave: Argentina, autoritarismo, legislation, internal threat
legislación, amenaza interna
1 Programa de Estudios sobre Historia del Tiempo Presente, Universidad Nacional de Tres de Febrero.
Introducción2
En la década del sesenta la llamada “Doctrina de la Guerra Revolucionaria” (dgr) y, luego, la
denominada “Doctrina de la Seguridad Nacional” (dsn) conformaron el marco de ideas a partir
del cual los militares argentinos pensaron los problemas relativos a la seguridad interna y la de-
fensa. Ahora bien, como se buscará mostrar en las páginas que siguen, la circulación de ciertas
nociones propias del pensamiento militar mencionado se extendió más allá de los muros de los
cuarteles e institutos castrenses para alcanzar a destacados hombres de la política argentina de
ese entonces.
El objetivo del presente artículo será analizar las formas en las que se conceptualizó el carácter
de la amenaza a la seguridad interior en la legislación de defensa argentina y en las hipótesis de
conflicto elaboradas por el Ejército en el período 1963-1970. Al mismo tiempo, se incorporará
el estudio de las ideas militares presentes en la dgr y en la dsn con el objetivo de mostrar las
relaciones conceptuales existentes entre estas últimas con la legislación y las hipótesis de conflicto
mencionadas.
En ese sentido, lo que se buscará saber es si existió una definición de la amenaza interna co-
mún tanto al gobierno democrático del Dr. Arturo Illia (1963-1966) como al gobierno de facto
del general Juan Carlos Onganía (1966-1970), poniendo en evidencia una línea de continuidad
entre ambos. Con referencia a esto último, cabe señalar que dicha problemática no ha sido abor-
dada en los estudios clásicos sobre las Fuerzas Armadas argentinas en el siglo xx ni tampoco
desarrollada por investigaciones posteriores.3
La organización de este trabajo será la siguiente: en la primera sección, dedicada al actor
militar, se expondrán las características generales de la dgr y de la dsn y la dinámica de su in-
corporación por parte de las ffaa argentinas. Al mismo tiempo, se tratará la modificación de
las hipótesis de conflicto clásicas del Ejército (guerra convencional contra Brasil y/o Chile) a
favor de las que contemplaban un enfrentamiento contra un “enemigo interno comunista”. En
la segunda sección, focalizada en el actor político tanto civil como militar, se abordará el período
que ocupa la presidencia del Dr. Arturo Illia. Allí se examinará, en el marco de una interpelación
parlamentaria secreta llevada a cabo a fines de agosto de 1964, cuál era la noción de amenaza a
la seguridad interior y a la defensa que manejaban los miembros del Poder Ejecutivo y una serie
de legisladores que participaron en la misma. Luego, se analizará el proyecto de ley de defensa
nacional elaborado durante la administración Illia a principios de setiembre de 1964. Por último,
2 Este artículo tiene su origen en una reelaboración de los capítulos tercero y cuarto de mi tesis de Licenciatura
en Historia. Ver Pontoriero, Esteban. De la conmoción interior a la guerra revolucionaria: legislación de defensa,
pensamiento militar y caracterización de la amenaza a la seguridad interna en la Argentina (1958-1970) (Buenos
Aires: Departamento de Ciencias Sociales-Universidad Nacional de Tres de Febrero, 2012).
3 Los estudios históricos clásicos sobre las ffaa argentinas a los que se hace referencia son: Robert Potash, El
Ejército y la política en Argentina. De la caída de Frondizi a la restauración peronista. Primera parte, 1962-1966
(Buenos Aires: Sudamericana, 1994) y El Ejército y la política en Argentina. De la caída de Frondizi a la res-
tauración peronista. Segunda parte, 1966-1973 (Buenos Aires: Sudamericana, 1994); y Alain Rouquié, Poder
militar y sociedad política en la Argentina ii. 1943-1973 (Buenos Aires: Emecé, 1998). Cabe señalar que entre
2009 y 2011 se llevó a cabo una labor de investigación en el marco del proyecto “Evolución de la política
sobre seguridad interior en Argentina (1955-1976)”. Para una primera aproximación a la cuestión ver Mario
Ranalletti y Esteban Pontoriero. “La normativa en materia de defensa y seguridad y la criminalización de las
disidencias (1955-1976)”, V Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente (Buenos Aires: Universidad Nacional
de General Sarmiento, 2010).
4 John Steward Ambler, The French Army in Politics, 1945-1962 (Ohio: Ohio State University Press, 1966),
149-239.
5 Es importante aclarar que la dgr no es un bloque uniforme sino que, más bien, a los fines de realizar una
exposición sintética, se esquematiza su definición. Ver Christian Olsson, “Guerre totale et/ou force mini-
male ? Histoire et paradoxes des «coeurs et des esprits»”, Cultures & Conflits 67 (2007), 40. Christopher
Cradock y M. L. R Smith, “«No Fixed Values». A Reinterpretation of the Influence of the Theory of Guerre
Révolutionnaire and the Battle of Algiers, 1956–1957”, Journal of Cold War Studies 4 (2007), 80.
6 Peter Paret, French Revolutionary Warfare from Indochina to Algeria (Santa Bárbara: Praeger Publishers, 1964),
25-26, 29-30, 98.
7 Michel Déon, L’armée d’Algérie et la pacification (Paris: Plon, 1959), 15-64. Raoul Girardet (Coordinador) La
crise militaire française 1945-1962: aspects sociologiques et idéologiques (Paris: Armand Colin, 1964), 173-185.
8 George Amstrong Kelly, Lost Soldiers. The French Army and the Empire in Crisis 1947-1962. (Cambridge: mit
Press, 1965), 120, 134-140.
9 P. Paret, French Revolutionary Warfare.
10 Samuel Amaral, “Guerra revolucionaria: de Argelia a la Argentina, 1957-1962”, Investigaciones y Ensayos 48
(1998), 182 y 183. Daniel Mazzei, “La misión militar francesa en la Escuela Superior de Guerra y los orígenes
de la Guerra Sucia, 1957-1961”, Revista de Ciencias Sociales 13 (2002), 106.
11 Mario Ranalletti, Una aproximación a los fundamentos del terrorismo de Estado en Argentina: la recepción de la
noción de “guerra revolucionaria” en el ámbito castrense local (1954-1962) (2011), 10-11. Mimeo.
12 Se relevó la Revista de la Escuela de Comando y Estado Mayor y la Revista Nacional Aeronáutica y Espacial para
el período 1957-1962.
13 Ernesto López, Seguridad Nacional y sedición militar (Buenos Aires: Legasa, 1987), 144-160. Roberto Diego
Llumá, Influence de la Mission d’assesseurs militaires français specialists en guerre contre révolutionnaire, dans la
formation des officiers argentins pendant la période 1957-1970 (Paris: Université de Paris iii-Sorbone Nouvelle-
Institut des Hautes Etudes de l’Amérique latine, 2003), 31-110. Memoire du dea.
14 Sobre la ddn ver, Marcelo Fabián Saín, Los votos y las botas: estudios sobre la defensa nacional y las relaciones
civil-militares en la democracia argentina (Buenos Aires: Prometeo Libros, 2010), 94-108
15 Gustavo Castagnola, Doctrina y política en el ejército argentino. De la defensa nacional a la guerra revolucionaria
(1956-1962) (Buenos Aires: Departamento de Historia-Universidad Torcuato Di Tella, 1994), 50-56. Tesis
de Maestría.
16 A. Rouquié, Poder militar, 158, 199.
17 Sobre este complejo proceso consultar, David Rock, La Argentina autoritaria (Buenos Aires: Ariel, 1993),
204-206 y D. Llumá, Influence de la Mission, 79-83. Sobre el enfrentamiento entre “Azules” y “Colorados” ver,
R. Potash, El Ejército y la política (Primera parte), 100-176 y A. Rouquié, Poder militar, 193-223.
18 Héctor Raúl Rodríguez Espada, “Una doctrina argentina”, Revista de la Escuela Superior de Guerra 386 (1970),
112. E. López, Seguridad Nacional, 171-181. Daniel Mazzei, “El Ejército argentino y la asistencia militar nor-
teamericana durante la Guerra Fría”, Taller 20 (2003), 16-18. En este artículo se utiliza una versión facilitada
por el autor.
19 Alfred Stepan, “The New Profesionalism of internal Warfare and Military Role Expansion”, en Alfred Ste-
pan (Coordinador) Auhoritarian Brazil. Origins, Policies, and Future (New Haven: Yale University Press,
1973), 47-65. Alain Rouquié, El Estado militar en América Latina (Buenos Aires: Emecé, 1984), 134-171.
20 Douglas Blaufarb, The counterinsurgency Era: Doctrine and Performance (New York: Free Press, 1977), 22-51.
avanzado de desarrollo económico y un aceptable estándar de vida. Esto hacía que los proyectos
tuvieran un impacto menor entre la población.26 Por otro lado, en Argentina el riesgo de insur-
gencia se encontraba en las grandes áreas urbanas en donde los proyectos de acción cívica no se
habían implementado, dándosele la prioridad al medio rural.27
Por consiguiente, es importante destacar que durante el proceso de introducción de la dsn,
la influencia del pensamiento militar francés siguió presente en la nueva coyuntura doctrinaria;28
prueba de ello son las formas en las que se caracterizó la amenaza a la seguridad interna en las hi-
pótesis de conflicto. En este sentido, la introducción de la dgr entre las ffaa argentinas produjo
la reformulación de las mismas. Hacia finales de la década del cincuenta las tradicionales hipótesis
de guerra exterior con Brasil y Chile fueron reemplazadas por la de un “conflicto interno” desa-
rrollado por un “enemigo interno subversivo”.29
Aquella preocupación se mantuvo durante el período 1963-1966. En estos años el Ejército
elaboró la “Hipótesis de Guerra «A»”, Variante 1, la cual contemplaba la posibilidad de que la
República Argentina debiera hacer frente a una “agresión interna llevada adelante por el co-
munismo y sus aliados”.30 Asimismo, también existía una hipótesis de conflicto que pensaba
la amenaza a la seguridad interna de una forma más general. En este sentido, la “Hipótesis de
Guerra «C»” hablaba de la posibilidad de que el gobierno se viera obligado a hacer frente a una
“conmoción interna del estado” que persiga abatir las autoridades constituidas o el régimen cons-
titucional vigente. De acuerdo a los redactores de este documento “la hipótesis de guerra «C» es
la más posible de concretarse en la década”.31 De esta forma, la línea divisoria entre el ámbito de
la seguridad interna y el de la defensa nacional se volvía cada vez más difusa.
En base a esas previsiones estratégicas, el Ejército realizó en este período una reestructura-
ción general. De acuerdo a los militares encargados de llevar adelante ese proceso, era necesario
disponer de una organización territorial básica y reducida que permitiera liberar las fuerzas
operacionales. También se consideraba necesario mantener en el despliegue de paz núcleos im-
portantes de las fuerzas operacionales en las proximidades de los grandes centros urbanos y otros
núcleos capaces de intervenir en áreas rurales o centros urbanos de segunda importancia. Por
último, se volvía prioritario establecer la doctrina y el respaldo legal necesarios para efectivizar la
potencial intervención de las ffaa en cuestiones de seguridad interna.32
Como resultado del plan dispuesto, durante estos años se llevaron a cabo importantes modifi-
caciones en la estructura orgánica del servicio, destacándose la sustitución del sistema de ejércitos,
divisiones y regimientos por el de cuerpos de Ejército, brigadas y batallones.33 A nivel doctrinario,
las autoridades encargadas de planificar la reestructuración del servicio planteaban la cuestión
de la siguiente manera: “se tomará como base, en todos los niveles de la conducción operativa y
táctica, la doctrina vigente en el Ejército de los Estados Unidos de Norte América, adaptándola
a los medios, posibilidades, idiosincrasia, etc. de nuestro Ejército. El planeamiento y empleo para
enfrentar la guerra revolucionaria se basará en la doctrina del Ejército Francés”.34 Tal como se
dijo más arriba, la dgr siguió ocupando un lugar relevante en el pensamiento militar posterior
al derrocamiento de Frondizi en marzo de 1962. Por último, debe señalarse que el problema de
la falta de legislación de defensa acorde al nuevo marco doctrinario planteaba la necesidad de su
actualización.35 Este último asunto será lo que se analizará a continuación en la segunda parte de
este trabajo.
33 Sobre el proceso de reestructuración del Ejército ver, R. Potash, El Ejército y la política (Primera parte), 192-
195. Gustavo Cáceres, “La crisis militar argentina”, en Gustavo Cáceres y Thomas Sheetz (Editores) Defensa
no provocativa. Una propuesta de reforma militar para la Argentina (Buenos Aires: Editora Buenos Aires, 1995),
24-25; D. Llumá, Influence de la Mission, 83-89. Cabe señalar que el servicio venía desarrollando esta idea
desde 1961. Al respecto ver, Servicio Histórico del Ejército Argentino, Colección: Estructura y Organización,
Caja Nº2, Secretaría de Guerra-Dirección General de Estadística Militar, Los cuerpos de Ejército. Defini-
ción del Potencial de sus Jurisdicciones (1961).
34 Servicio Histórico del Ejército Argentino, Colección: Estructura y Organización, Caja Nº1, Comisión Especial
de Reestructuración del Ejército, Documento Nº 7. A. “Estructura Superior del Ejército”. B. “Estructura
Inferior del Ejército y su Despliegue de Paz”. C. “Plan de Transformación” (1963), Anexo Nº 1, 1.
35 Servicio Histórico del Ejército Argentino, Colección: Planeamiento y Movilización, Caja Nº4, Planeamiento
y Programación en el Ejército (1964), 3.
36 R. Potash, El Ejército y la política (Primera Parte), 178. A. Rouquié, Poder militar, 226. César Tcach, Arturo
Illia: un sueño breve. El rol del peronismo y de los Estados Unidos en el golpe militar de 1966 (Buenos Aires:
Edhasa, 2011), 69.
37 Liliana De Riz, Historia argentina 8: la política en suspenso: 1966-1976 (Buenos Aires: Paidós, 2007), 13-65.
Marcos Novaro, Historia de la Argentina. 1955-2010 (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2010), 89-104.
38 Argentina. Congreso de la Nación. Diario de sesiones de la Cámara de Diputados 4 (Buenos Aires: Imprenta
del Congreso, 1964), 2871-2909. Para más información sobre la interpelación en la prensa escrita de la época
ver, Clarín (26/8/1964), 13. Clarín (27/8/1964), 21. La Nación (25/8/1964), 1. La Nación (27/8/1964), 16.
La Prensa (24/8/1964), 1. La Prensa (26/8/1964), 1. La Prensa (27/8/1964), 1. La Razón (26/8/1964), 1. Por
último, también ver, Primera Plana (25/8/1964), 7.
39 Diputados, Diario de sesiones (1964), 2871.
40 R. Potash, El Ejército y la política (Primera parte), 190.
41 Para las palabras pronunciadas por el ministro del Interior ver, Diputados, Diario de sesiones (1964), 2872-
2874. En relación al ministro de Defensa, ver Diputados, Diario de sesiones (1964), 2876-2883. Por último, en
referencia a lo expresado por el ministro de Relaciones Exteriores y Culto, ver Diputados, Diario de sesiones
(1964), 2884-2888.
42 Diputados, Diario de sesiones (1964), 2884.
y “subversión”, etc., fueron utilizados por los legisladores y los ministros sin ser claramente defi-
nidos.48 Por último, debe indicarse que dichos términos aparecían fuertemente vinculados (ya sea
como sinónimos o como componentes de la misma) a la realidad mayor que implicaba el “nuevo
tipo de guerra”, la “guerra revolucionaria”.49
Lo primero que debe señalarse es que en el mensaje firmado por el Presidente de la Nación
y por el ministro de Defensa que precede al proyecto de ley, se utiliza una definición de “guerra
revolucionaria” que remite a la explicación realizada por Zavala Ortiz durante la interpelación
del mes de agosto y, en última instancia, a los conceptos propios de la dgr. Sobre esta cuestión,
el mensaje expresaba:
Que el mundo vive un estado de profunda transformación y de conflicto perma-
nente, en el cual no se advierte una clara línea divisoria entre la paz y la guerra,
sino sólo etapas de una lucha por sobrevivir o imponerse, librada entre bloques de
naciones movidas por ideologías, intereses y sistemas políticos antagónicos. Esta
lucha se lleva a cabo con todos los instrumentos del poder, sean militares, polí-
ticos, económicos o psicosociales; […] en consecuencia, es notoria y evidente la
necesidad de dictar normas legales de carácter general que permitan adecuar la
organización de la defensa nacional a las cambiantes situaciones que conforman el
mundo moderno.55
Esta caracterización de la situación mundial en la que se insertaba la realidad nacional, que
aparecía reflejada en los mismos términos en las publicaciones militares de la época, fue utilizada
nuevamente por el Dr. Suárez en el marco de una conferencia realizada en la Casa de la Provincia
de Buenos Aires cuyo tema era “La Defensa Nacional”.56 En su presentación, el ministro afirmó
que el mundo se hallaba inmerso en un estado de “guerra permanente”, definido por el enfren-
tamiento entre “dos sistemas de vida” irreconciliables. Completando su exposición, el ministro
señaló que la estrategia de los agentes asociados al bloque comunista en la Argentina estaba
orientada a promover el desprestigio de las instituciones republicanas (y de esta manera la des-
esperanza y la desconfianza) por medio de una penetrante campaña de “acción psicológica” sobre
la población.57
Ahora bien, en relación a la definición de la amenaza a la seguridad interior y a la defensa,
en el artículo 2 se establecía que en caso de “conmoción interna” o de “emergencia grave” se
daría paso a la implementación del plan general de defensa nacional dispuesto en el proyecto.58
Asimismo, se advierte que el concepto de “conmoción interna” abarcaba, desde la perspectiva del
ministro Suárez, un campo relativamente amplio de circunstancias vinculadas a las formas en que
podía manifestarse la disidencia en el país. Esto puede comprobarse al leer en el punto 45 del
55 Senadores, Diario de sesiones (1964), 1195. Al respecto, resulta interesante y paradójico señalar el hecho de
que mientras el Dr. Illia enviaba al Senado este proyecto de ley de defensa, el cual hallaba su fundamento en
la situación político-militar mundial caracterizada por la amenaza revolucionaria comunista, paralelamente,
en declaraciones a la prensa extranjera, afirmaba que en lo que se refería a la situación de América Latina, “no
existe en absoluto duda alguna de que el comunismo ha perdido gran parte de su atracción en este hemisferio
[…] Está declinando y continuará declinando”, Clarín (15/9/1964), 7.
56 Ver, Clarín (23/9/1964), 12; La Nación (23/9/1964), 14; La Prensa (23/9/1964), 14. Para los trabajos apare-
cidos durante 1964 en las revistas militares en los que se analizó el fenómeno de la “guerra revolucionaria”
ver, Esteban Pontoriero, “La caracterización de la amenaza a la seguridad interna en la legislación de defensa
en la Argentina (1963-1966): ¿continuidad o ruptura?”, xiii Jornadas Interescuelas Departamentos de Historia
(Catamarca: Universidad Nacional de Catamarca, 2011), 6.
57 La Prensa (23/9/1964).
58 Senadores, Diario de sesiones (1964), 1196. El plan general de defensa nacional constaba de una serie de
medidas, entre las cuales debe resaltarse la que otorgaba al Gobierno la facultad para autorizar la intervención
de las ffaa, fundamentalmente del Ejército, para reprimir conflictos que se dieran dentro del territorio
nacional.
texto de fundamentación de la ley, una definición del mencionado concepto tomada de Joaquín V.
González, en la cual establecía que “la conmoción interna a que la Constitución se refiere com-
prende tanto los movimientos abiertamente hostiles a la autoridad, contrarios al orden público,
como también esos anuncios evidentes de más hondas perturbaciones, pero que no han tomado
todavía una forma práctica, una forma externa”.59
Sobre el concepto de “emergencia grave”, en principio cabe señalar que, de acuerdo al punto
40 de la fundamentación, el mismo constituía una especificación del de “conmoción interna”, que
según la Constitución Nacional se establecía como precondición para la declaración del estado de
sitio.60 Por otra parte, en cuanto a sus características, Suárez señalaba en el punto 37 que “el con-
cepto de emergencia grave está integrado por dos elementos esenciales: la gravedad o extensión
de la alteración del orden o seguridad y el hecho de que los efectos de esa alteración no puedan
ser controlados o anulados por entes privados u oficiales locales y requieran el concurso de las
autoridades nacionales”.61
Si bien la caracterización general de la amenaza a la seguridad interior y a la defensa en la
coyuntura, tal cual estaba expresada en la nota introductoria, se relacionaba fuertemente con la
idea de una “guerra revolucionaria” en curso, el proyecto de ley de setiembre de 1964 introduce
las figuras de “conmoción interna” y “emergencia grave”. Cabe destacar al respecto que las razones
que podían conducir al gobierno a declarar el estado de conmoción interna no poseen límites pre-
cisos, de esta manera, se corría el riesgo de avanzar hacia un orden autoritario de excepción, el cual
estaría justificado por cumplir la función de salvaguardar los derechos individuales y del Estado.
59 Senadores, Diario de sesiones (1964), 1203. Tomado de J. V. González, Debates constitucionales, 225.
60 Diario de sesiones (1964), 1202.
61 Diario de sesiones (1964), 1202.
62 Ley Nº16.970 del 6/10/1966, Ley de Defensa Nacional en, Anales de Legislación Nacional xxvi-c (1966),
1474-1481. Al respecto ver, El Ejército y la política (segunda parte), 19-21.
63 Nota al Poder Ejecutivo acompañando el proyecto de ley, en Anales de Legislación Nacional xxvi-c (1966),
1475.
De esta forma se buscaba legitimar la ampliación de los posibles ámbitos de intervención de las
ffaa en materia de seguridad y defensa.
Ahora bien, en referencia a la definición de la amenaza a la seguridad interna, la Ley de
Defensa Nacional se caracterizaba por no incluir una clara delimitación de la misma. Al igual que
en el proyecto de ley de 1964, la nueva normativa de defensa incluía la figura de la “conmoción
interna”. El artículo 43 establecía: “en caso de conmoción interior, sea ésta originada por personas
o por agentes de la naturaleza, podrá recurrirse al empleo de las Fuerzas Armadas para restablecer
el orden o prestar los auxilios necesarios”.64
En vinculación a esto último, para poder avanzar en la clarificación conceptual de la aséptica
noción de “conmoción interior”, resulta de interés señalar que en el Decreto Nº739 de regla-
mentación de la Ley de Defensa Nacional, sancionado a comienzos de febrero de 1967, puede
leerse una definición del mencionado concepto cuando su origen se encuentra en la acción de las
personas, punto de interés para este trabajo:
Conmoción interior originada por la acción de personas; una situación de hecho,
de carácter interno, provocada por el empleo de la violencia, que ponga en peligro
evidente la vida y bienes de la población, el orden público y el ejercicio de las au-
toridades normales de una zona del país que afecte a la seguridad nacional, de una
magnitud tal que las fuerzas provinciales resulten impotentes para dominarla y
exija la intervención de las autoridades y medios nacionales.65
Esta definición de “conmoción interior” muestra que, en la legislación aprobada durante la
presidencia de facto de Onganía, la misma se parecía bastante a la conceptualización de la figura
jurídica de “emergencia grave” que aparecía en el texto de fundamentación del proyecto de ley de
defensa nacional de 1964 redactado por Leopoldo Suárez. Por consiguiente, a partir de la compa-
ración de ambos conceptos se comprueba una asimilación de la definición de “emergencia grave”
al de “conmoción interior”.
Para finalizar, se comprueba que durante la década del sesenta el concepto a partir del cual se
caracterizó la amenaza al orden interno en la Argentina desde el universo militar fue el de “guerra
revolucionaria”. Este concepto también fue utilizado por destacados miembros del ámbito de
la política de ese entonces y ejerció su influencia en el diseño de los proyectos de ley de defensa
elaborados en esos años. Asimismo, en la normativa analizada, la figura legal que sirvió para
incorporar el problema de la seguridad interna a la esfera de control de las ffaa fue la de “con-
moción interior”. Puede verse, en este punto, cómo se manifiesta una situación que se ha buscado
reflejar en este trabajo: el desborde de las ideas presentes en la doctrina militar francesa hacia el
ámbito político y, a través de éste, hacia la esfera del derecho público.66
Conclusiones
Durante el período 1963-1970 en Argentina se elaboraron una serie de hipótesis de conflicto,
un proyecto y una ley de defensa que, bajo la influencia de la dgr y de la dsn, incorporaron la
figura de la amenaza a la seguridad interna bajo la noción de la “conmoción interior”. De esta
manera, se logró adaptar la normativa mencionada a las necesidades que imponía el combate de
la “guerra revolucionaria” que, de acuerdo a ciertos sectores políticos y militares, se hallaba en
pleno desarrollo.
Uno de los resultados de esta coincidencia entre civiles y militares en referencia a la identi-
ficación de una amenaza grave al orden público de tipo “revolucionaria” fue la progresiva fusión
de los ámbitos de la seguridad interior y de la defensa nacional. Este proceso, iniciado a finales
de la década del cincuenta, afianzado durante los años sesenta y reforzado durante la década del
setenta, culminó con el otorgamiento de un carácter bélico a las diferentes acciones contestatarias
realizadas en diferentes esferas (estudiantil, sindical, cultural, social, etc.) y derivadas de una cre-
ciente conflictividad política interna.
De lo anterior se deriva un aspecto central para este trabajo: la necesidad de poner en tensión
la división clásica entre “civiles” y “militares” propia del análisis político del período estudiado. En
este sentido, se mostró que ambos sectores compartieron una visión común sobre el problema de
la amenaza a la seguridad interior. La figura del “enemigo subversivo” tuvo un lugar central en las
hipótesis de conflicto contempladas por el Ejército, ocupó un espacio relevante en la interpela-
ción parlamentaria de 1964 y, para finalizar, figuró como una preocupación central en el proyecto
de 1964 y en la ley de defensa de 1966.
Debe resaltarse que en ese punto, el vinculado a la sanción de una ley de defensa nacional que
contemplara el problema de la seguridad interior, el gobierno de facto encabezado por el General
Onganía concretó un objetivo que se había planteado ya durante el gobierno del Dr. Illia: esta-
blecer un basamento legal para instrumentar la intervención de las ffaa en acciones vinculadas al
mantenimiento y/o el reestablecimiento del orden. En referencia a esta cuestión y como parte de
un análisis retrospectivo realizado a finales de la década del ochenta del siglo pasado, el para ese
entonces retirado General Osiris Villegas señalaba que “…en cuanto a la ley de defensa nacional
Nº 16.970, se puede decir que es casi una textual reproducción –aunque más atenuada– de un
proyecto preparado durante el gobierno del presidente Illia”.67
Por consiguiente, esta temprana convergencia entre los miembros de los elencos políticos
del período estudiado y los integrantes del sector castrense plantea la necesidad de repensar
los espacios del autoritarismo en la Argentina de la primera mitad de la década del sesenta. En
vinculación con esto, se constata la existencia de inquietantes líneas de continuidad, muchas de
las cuales recién están comenzando a descubrirse, que se constituyen en los antecedentes de un
proceso de construcción conceptual del “enemigo interno” cuyos efectos más devastadores en la
realidad histórica se alcanzarán en la década del setenta.
67 Osiris G. Villegas, “La llamada Doctrina de la Seguridad Nacional”, Revista Militar 721 (1989), 24. Negritas
en el original.
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El “proceso de organización
de la personalidad”:
Federico Sor1
Resumen Abstract
El Proceso de Reorganización Nacional The Argentine Process of National
argentino (1976-1983) no significó tan sólo Reorganization (1976-1983) entailed not
una ruptura institucional, sino una continua- only an institutional rupture but also the dic-
ción y profundización de la reacción contra los tatorial continuation and deepening of the
proyectos revolucionarios que lo precedieron, reaction against the revolutionary projects
que a la vez fueron respuestas a las proscripcio- that preceded it, themselves responses to the
nes de las décadas anteriores. Militares y civiles proscriptions of the previous decades. Military
conservadores idearon un proyecto contrarre- officials and conservative civilians conceived a
volucionario que pretendía la fundación de counterrevolutionary project that aimed at the
una nueva república. Una parte fundamental foundation of a new republic. Education policy
de ese proyecto fue la política educativa, in- comprised a fundamental part of that project,
cluyendo una pedagogía antisubversiva y una including an anti-subversive pedagogy and a
reforma a la educación cívica concebida como civic education reform conceived as a “process
un “proceso de organización de la personali- of personal organization”. These reforms were
dad”. Estas reformas estaban caracterizadas characterized by restrictive definitions of li-
por definiciones restrictivas de la libertad, la berty, democracy, and national identity.
democracia y la identidad nacional. Key words: counterrevolution, education,
Argentina, nationalism
Palavras chave: contrarrevolución, educa-
ción, Argentina, nacionalismo
El 8 de julio de 1976, tres meses y medio después del golpe de Estado que dio inicio en
Argentina al autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (prn, 1976-1983), un decre-
to firmado conjuntamente por el presidente de facto Jorge Rafael Videla y su primer ministro de
Educación, Ricardo Pedro Bruera, ordenó un “proceso de organización de la personalidad” que
se llevaría a cabo a través de la educación cívica.3 Dos meses más tarde, el ministro les explicaba
a los directores de los Institutos del Profesorado que la nueva educación cívica pretendía que los
alumnos internalizaran normas y valores ético-sociales para desarrollarse correctamente y deve-
nir ciudadanos conscientes y responsables.4 Al inaugurar el año lectivo de 1977, en una escuela
de Santa Fe, Bruera exponía ante un público de niños, padres, maestros y autoridades escolares
su concepción general: la educación y la virtud, e incluso la consciencia del niño, se desarrollan
a través de su internalización de la violencia o, en sus palabras, “no sin violencia sobre la propia
pasividad”.5
La urgencia con que la dictadura encaró la reforma de la educación cívica, la implementación
de tal reforma por decreto ejecutivo nacional y el lenguaje aducido para justificar y delinearla,
sugieren el compromiso profundo del régimen con un proyecto político abarcador y su reco-
nocimiento de que la Formación Moral y Cívica, como se llamó la materia a nivel secundario,
comprendía una parte fundamental de ese proyecto. Al mismo tiempo, una pedagogía que enfa-
tizaba la virtud moral individual y la sumisión al orden social existente, evitando la rebeldía y lo
que era considerado como libertad excesiva, pretendía inculcar valores cívicos conservadores en
los niveles primarios de la educación. El presente trabajo se centra en las políticas educativas de la
dictadura como elementos para la formación de los ciudadanos de una nueva república.
La contrarrevolución
La América Latina de la posguerra había sido testigo de un nuevo modelo de democracia,
caracterizado por una participación política y por derechos sociales más amplios que bajo las
repúblicas de comienzos del siglo veinte y fortalecido por la alianza bélica del capitalismo y el
comunismo contra los regímenes fascistas. No obstante, la realineación geopolítica que marcó
el comienzo de la Guerra Fría socavó los frentes antifascistas y conllevó una reconfiguración de
2 Entrevista telefónica a Ricardo Pedro Bruera, 20/6/2012.
3 Decreto Nº1.259 y Resolución del Ministerio de Cultura y Educación (mce) Nº610 (8/7/1976), en Boletín
de Comunicaciones del Ministerio de Cultura y Educación (bc) 18-5, anexo (julio de 1976), 2; Centro Nacio-
nal de Información y Documentación Educativa (cenide), mce, Buenos Aires. Ver también La Opinión
(17/7/1976).
4 “Exposición del señor Ministro de Cultura y Educación, Prof. Ricardo Pedro Bruera, al inaugurar la reunión
de rectores de Institutos del Profesorado para la puesta en marcha del Programa de Actualización Docente
en Formación Cívica” (9/9/1976), reproducido en bc 18-12 (octubre de 1976): 15-34. Una copia personal de
este discurso fue provista por Bruera al autor en junio de 2008.
5 Ricardo Bruera, “Iniciación del curso lectivo 1977” (Santa Fe, 7/3/1977), 10; cenide, Foll 042.4. Una copia
de este discurso fue también suministrada al autor por el propio Bruera.
alianzas marcada por una oposición más activa al comunismo internacional. Las democracias
sociales cedieron su predominancia a dictaduras que gozaron del apoyo de Estados Unidos desde
mediados de siglo hasta la década del ochenta.6 En Argentina, el peronismo, que había gobernado
entre 1946 y 1955, fue caracterizado como totalitario por sus detractores y proscripto desde 1955
hasta 1973. Como en la mayor parte de América Latina, durante este período los movimientos
de izquierda en Argentina se radicalizaron como reacción a su incapacidad de participar en elec-
ciones libres, que eran periódicamente prohibidas o canceladas porque conducirían al triunfo del
peronismo.7
Si los líderes de la vieja izquierda habían conminado a sus seguidores a esperar las condiciones
propicias para la revolución y a luchar entretanto por reformas sociales limitadas, los de la “nueva
izquierda”, inspirados por Cuba, Argelia y Vietnam, llamaban a un ataque frontal contra el siste-
ma capitalista a través de una movilización voluntarista y violenta que impondría las condiciones
necesarias para el socialismo.8 La derecha se radicalizó, a su vez, haciendo un uso más sistemati-
zado de la represión y desarrollando proyectos políticos más explícitamente ideológicos e incluso
fundacionales. Las dictaduras del Cono Sur, que tuvieron fases reaccionarias y fundacionales,
fueron en gran parte medios de las clases dominantes para erradicar las democracias que habían
respondido a las demandas populares (los llamados “populismos”) e imponer sistemas conserva-
dores de participación política limitada para así resguardar las relaciones capitalistas.9 Los planes
económicos neoliberales requerían altos niveles de represión, dirigida en particular contra la iz-
quierda y el sindicalismo combativo; en Argentina, esto resultó en las peores violaciones a los
derechos humanos de las que haya registro, con miles o acaso decenas de miles de asesinatos y
desapariciones de personas.10
La dictadura argentina fue contrarrevolucionaria y no meramente reaccionaria, es decir, no se
proponía solamente restituir el status quo sino que pretendía la fundación de una nueva sociedad a
6 Daniel James, Resistance and Integration: Peronism and the Argentine Working Class, 1946-1976 (Cambridge
y Nueva York: Cambridge University Press, 1988); Leslie Bethell e Ian Roxborough, “Introduction”, en
Bethell y Roxborough (Editores) Latin America between the Second World War and the Cold War, 1944-1948
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7 Guillermo O’Donnell, Modernization and Bureaucratic-Authoritarianism: Studies in South American Politics
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8 Richard Gillespie, Soldiers of Perón: Argentina’s Montoneros (Oxford: Clarendon Press, 1982); Eduardo An-
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9 Manuel Antonio Garretón, Dictaduras y democratización (Santiago, Chile: flacso, 1984), 26; Luis Eduardo
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11 Arno J. Mayer, Dynamics of Counterrevolution in Europe, 1870-1956: An Analytic Framework (Nueva York:
Harper & Row, 1971), 45. La categoría de contrarrevolución –entendida como la articulación de un proyecto
político basado en valores conservadores tradicionales en reacción a una amenaza revolucionaria, real o per-
cibida– permite una interpretación más rigurosa de la radicalización ideológica del prn. Esto no implica, sin
embargo, que todos los elementos heurísticos derivados por Mayer de su análisis de los fascismos sean apli-
cables a la dictadura argentina. Parecería que los ideólogos del prn identificados en las siguientes secciones
provenían en su mayoría de la clase media (de acuerdo con Mayer), aunque esta caracterización es debatible
en algunos casos particulares. Si bien sus proyectos no eran atractivos para las clases populares (a diferencia
de lo que arguye Mayer), existió, durante el prn, el intento, más o menos discursivo pero significativamente
reiterado, de formar algún consenso alrededor de sus objetivos, bajo la especie de un “movimiento de opinión
nacional”. Los inevitables desfases entre categoría general y caso particular no desembocan necesariamente en
la imposibilidad de la aplicación de aquélla a éste; en efecto, pueden señalar la necesidad de refinar la categoría
de análisis –emprendimiento que excede los límites de este trabajo–. Para la aplicación de la categoría de
contrarrevolución de Mayer a América Latina, ver Greg Grandin, “Living in Revolutionary Time: Coming
to Terms with the Violence of Latin America’s Long Cold War”, en Grandin y Gilbert Joseph (Editores) A
Century of Revolution: Insurgent and Counterinsurgent Violence During Latin America’s Long Cold War (Dur-
ham: Duke University Press, 2010), 11-18. Para la dinámica de revolución y contrarrevolución en otros casos
sudamericanos, ver Peter Winn, “The Furies of the Andes: Violence and Terror in the Chilean Revolution
and Counterrevolution”, 239-275 y Weavers of Revolution: The Yarur Workers and Chile’s Road to Socialism
(Nueva York: Oxford University Press, 1986); Forrest Hylton y Sinclair Thomson, Revolutionary Horizons:
Past and Present in Bolivian Politics (Londres y Nueva York: Verso, 2007).
12 Paula Canelo, El proceso en su laberinto: La interna militar de Videla a Bignone (Buenos Aires: Prometeo, 2008);
Novaro y Palermo, La dictadura militar, 33-43.
13 David Rock, Authoritarian Argentina: The Nationalist Movement, Its History and Its Impact (Berkeley y Los
Angeles: University of California Press, 1993), xiii, 227-231; Sandra McGee Deutsch, Las derechas: The
Extreme Right in Argentina, Brazil, and Chile, 1890-1939 (Stanford: Stanford University Press, 1999), 334-
335; Federico Finchelstein, Transnational Fascism: Ideology, Violence, and the Sacred in Argentina and Italy,
1919-1945 (Durham: Duke University Press, 2010), 177.
14 “Afirmó Videla que tendrán vigencia los movimientos de opinión”, La Opinión (31/3/1976).
15 “Afirmó el Presidente que la lucha contra la subversión se dará en todos los campos”, La Opinión (8/7/1976).
16 Cabildo (16/7/1976), citado en Rock, Authoritarian Argentina, 229.
17 La Opinión (4/8/1976).
18 Citado en Judith Gociol y Hernán Invernizzi, Un golpe a los libros: Represión a la cultura en la última dictadura
militar (Buenos Aires: eudeba, 2002), 29-30.
19 Clarín (7/7/1979), en Jaime Malamud Goti, Terror y justicia en la Argentina. Responsabilidad y democracia
después de los juicios al terrorismo de estado (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 2000), 69.
20 “Estructuras y traspaso del poder que prevé el Proyecto Nacional”, La Prensa (31/8/1977). Para un análisis
detallado del “Proyecto Nacional”, ver Hugo Quiroga, El tiempo del “proceso”. Conflictos y coincidencias entre
políticos y militares, 1976-1983 (Rosario: Homo Sapiens, 2004), 98-106 y Canelo, El proceso en su laberinto,
68-78.
21 Citado en Adriana Puiggrós, Democracia y autoritarismo en la pedagogía argentina y latinoamericana (Buenos
Aires: Galerna, 1986), 200-201.
22 Ricardo Zinn, La segunda fundación de la República (Buenos Aires: Pleamar, 1976), 218-221.
23 Miguel Ángel Iribarne, El rescate de la República (Buenos Aires: Emecé, 1978), 23.
24 La Opinión (20/10/1977 y 3/11/1977), citado en Cecilia Braslavsky, “Estado, burocracia y políticas educati-
vas”, en Juan Carlos Tedesco, Cecilia Braslavsky y Ricardo Carciofi, El proyecto educativo autoritario: Argentina
1976-1982 (Buenos Aires: flacso, 1983), 94.
25 Del general Jorge Olivera Rovere, secretario general del Estado Mayor del Ejército desde diciembre de
1976; ver Novaro y Palermo, La dictadura militar, 200; Canelo, 75. En marzo de 1978, las Bases Políticas
del Ejército para el Proceso de Reorganización Nacional incluían una “Etapa Fundacional” caracterizada por la
estructuración de un movimiento de opinión nacional, la normalización de los partidos políticos y finalmente
la transición a un gobierno cívico militar. El proceso en su laberinto, 94-96.
26 “Acta fijando el propósito y los objetivos básicos para el Proceso de Reorganización Nacional”, 2.8.
27 Para un análisis detallado de las tensiones internas al prn, ver Canelo, El proceso en su laberinto.
28 Pablo Pineau, “Impactos de un asueto educacional: las políticas educativas de la dictadura (1976-1983)”, en
Pineau et al, El principio del fin. Políticas y memorias de la educación en la última dictadura militar (1976-1983)
(Buenos Aires: Colihue, 2006). Para la tendencia antidemocrática de la separación de la educación técnica y la
humanística, ver Antonio Gramsci, “On Education”, en Selections from the Prison Notebooks, editado y traducido
por Quintin Hoare y Geoffrey Nowell Smith (Londres: Lawrence and Wishart, 1971), 33.
29 Ver Laura Graciela Rodríguez, Católicos, nacionalistas y políticas educativas en la última dictadura (1976-
1983) (Rosario: Prohistoria, 2011); Adriana Puiggrós, “Espiritualismo, normalismo y educación” y Myriam
Southwell, “Algunas características de la formación docente en la historia educativa reciente. El legado del
espiritualismo y el tecnocratismo (1955-1976)”, ambos en Puiggrós (Editora) Dictaduras y utopías en la
historia reciente de la educación argentina (1955-1983) (Buenos Aires: Galerna, 1997).
30 Ver Silvia Campodónico, Ema Julia Massera y Niurka Sala, Ideología y educación durante la dictadura.
Antecedentes, proyecto, consecuencias (Montevideo: ebo, 1991); Kathleen B. Fischer, Political Ideology and
Educational Reform in Chile, 1964-1976 (Los Ángeles: ucla, 1979).
31 Entrevista a Marta Royo, 4/4/2012. Una versión de esta anécdota aparece en Santiago Garaño y Werner
Pertot, La otra juvenilia: militancia y represión en el Colegio Nacional de Buenos Aires: 1971-1986 (Buenos Aires:
Biblos, 2002), 110.
Por ello la acción subversiva afecta todos los campos del quehacer nacional, no
siendo su neutralización o eliminación una responsabilidad exclusiva de las Fuerzas
Armadas, sino del país y la sociedad toda, a través de sus instituciones.
El objetivo final de la subversión es la toma del poder mediante la sustitución del
gobierno establecido.32
Este panfleto del Ministerio y otro del Estado Mayor del Ejército describían así la supuesta
tarea de la subversión en la escuela primaria: “en estos niveles el accionar subversivo se desarrolla
a través de maestros ideológicamente captados que inciden sobre las mentes de los pequeños
alumnos, fomentando el desarrollo de ideas o conductas rebeldes, aptas para la acción que se
desarrollará en niveles superiores”.33 Sin embargo, especificaban: “en este nivel no existen, hasta el
presente, organizaciones estudiantiles que realicen tareas de captación o agitación”. Si el Ejército
y el Ministerio de Educación consideraban oportuno aclarar que los niños de entre seis y trece
años de edad no estaban siendo captados por agrupaciones estudiantiles subversivas como paso
para su ulterior reclutamiento en organizaciones guerrilleras, era porque a su juicio otros tipos de
subversión ya operaban en las aulas.
El adoctrinamiento subversivo en el jardín de infantes y la escuela primaria consistía en la
estimulación de la libertad y la rebeldía. Continuaba en la escuela secundaria con un proselitismo
explícito por profesores y organizaciones estudiantiles marxistas, que se aprovechaban de la apatía
o indiferencia de docentes no marxistas y así atraían a los alumnos hacia el combate armado. Los
estudiantes eran finalmente reclutados en grupos armados en sus últimos años de secundaria o en
la universidad.34 De acuerdo a estos documentos, la subversión en la escuela primaria se apren-
día “a través de charlas informales y mediante la lectura y comentario de cuentos tendenciosos
editados para tal fin”. “En ese sentido”, ilustraban, “se ha advertido en los últimos tiempos una
notoria ofensiva marxista en el área de la literatura infantil”. Estos temibles libros de “editoriales
marxistas” les enseñaban a los niños a “no tenerle miedo a la libertad” y a “afirmar su ser”: “a de-
fender su yo contra el yo que muchas veces le quieren imponer padres o instituciones, consciente
o inconscientemente, víctimas a su vez de un sistema que los plasmó o trató de hacer a su imagen
y semejanza”.35
Estos conceptos fueron reproducidos en una resolución ministerial de octubre de 1977 que
buscaba instruir a docentes y autoridades educativas sobre cómo reconocer y combatir la subver-
sión en su ámbito. La “Directiva sobre infiltración subversiva en la enseñanza” explicaba:
La agresión marxista internacional considera a los ámbitos de la cultura y de la
educación los más adecuados para ir preparando el terreno fértil que le permitirá
orientar subjetivamente la conciencia de los futuros dirigentes del país hacia el
sistema político que sustenta.
32 mce, Subversión en el ámbito educativo (conozcamos a nuestro enemigo) (Buenos Aires: mce, 1977), 16. Cursivas
de autor; en cenide, Foll 37.014.7. Ver también el análisis de Rodríguez en Católicos, nacionalistas, 52-57, 67.
33 mce, Subversión en el ámbito educativo, 48-49; Estado Mayor General del Ejército (emge), Marxismo y
subversión: Ámbito educacional (sin lugar, sin fecha [1977]), 19-20; en cenide, Foll 37.014.7.
34 emge, Marxismo y subversión, 21. Las principales organizaciones identificadas por el Estado Mayor eran la
Juventud Guevarista (afiliada al Partido Revolucionario de los Trabajadores y al Ejército Revolucionario
del Pueblo), la Unión de Estudiantes Secundarios y la Juventud Universitaria Peronista (ambas ligadas a
Montoneros).
35 emge, Marxismo y subversión, 19-20; mce, Subversión en el ámbito educativo, 49.
Para ello desarrolla una acción de infiltración que, perfectamente planificada y eje-
cutada, le permita acceder a las aulas, para luego desde ellas inculcar conceptos o
interpretaciones de nuestra religión, historia o tradiciones, y de la realidad actual,
que ponen en tela de juicio los valores fundamentales que sustentan la civilización
occidental y cristiana. […]
Esta acción se cumple en todos los niveles educativos a través del personal docente
marxista infiltrado, con la colaboración directa o indirecta y muchas veces involun-
taria del resto del personal.36
En el contexto de la Guerra Fría, el concepto de subversión se refería a un enemigo abarcador
que no respetaba fronteras nacionales. La Doctrina de la Seguridad Nacional, con fuentes tanto
en Estados Unidos como en la contrainsurgencia francesa en Argelia, tendía hacia la inclusión de
fenómenos como huelgas obreras, organizaciones políticas de izquierda, movimientos estudianti-
les y guerrillas en la categoría general de “subversión interna”, concebida como una manifestación
del comunismo internacional dentro de los parámetros de la confrontación entre dos hemisferios
con preceptos económicos y sistemas políticos opuestos. Esta concepción influyó sobre la cosmo-
visión de las Fuerzas Armadas argentinas durante los sesenta y setenta.37
Sin embargo, el concepto de subversión iba todavía más lejos. “Porque subversión no es ni más
ni menos que eso: subversión de los valores esenciales del ser nacional”, señalaría Videla en mayo
de 1976.38 Si no se trata de una definición circular, el enunciado del dictador al menos significaba
la total naturalización de los valores nacionales: incluso sin definirlos, toda oposición a ellos era
por definición subversiva. Aunque los valores nacionales tenían un contenido concreto para los
militares (propiedad privada, catolicismo conservador, santidad de la familia, inviolabilidad de las
fronteras), eran fundamentalmente concebidos en oposición a un enemigo externo a la nación
y antitético a ella. La identificación y aniquilación de ese enemigo se constituyeron así en nece-
sidades para la paz social y la realización nacional. La resultante universalidad de la subversión
correspondía a la extensión casi ilimitada de los métodos represivos y de sus víctimas.
De hecho, la subversión no era el enemigo monolítico de la nación, sino un proceso de iden-
tificación que amenazaba la homogeneidad imaginaria de la “argentinidad” tan reiterada en el
discurso militar. Si entendemos a la subversión desde una perspectiva lingüística, como “la pre-
sencia de lo contingente en lo necesario”, donde la necesidad es el “esfuerzo de literalización que
fija las diferencias de un sistema relacional”, entonces la subversión tiende a socavar y remover
los elementos de la cadena de significación.39 El “esfuerzo de literalización” dictatorial pretendía
fijar las identidades bajo la noción abarcadora de argentinidad y suponía, por ello, la exclusión
La formación de personas
La formación de personas consistía en dos momentos fundamentales: la erradicación de la
subversión y la inculcación de valores conservadores. El siguiente análisis se centrará sobre el
segundo aspecto, menos estudiado en la bibliografía existente.
La socialización de las personas para la nueva república comenzaba en el aula. En el nivel
primario de educación formar personas implicaba promover la virtud espiritual, la perfectibilidad
y el esfuerzo individual, dentro de una concepción de la libertad basada en el orden y la autoridad.
Bruera aclaró, en un discurso televisado el 13 de abril de 1977, que en la relación pedagógica
había operado un proceso “seudo-revolucionario” promovido por “falsas oposiciones entre autori-
dad y libertad”, que resultó en un “desorden total” y la ruptura de valores esenciales.44 Dos meses
después habló de una ruptura del “orden jerárquico”.45 El objetivo del régimen era restablecer
40 Hannah Arendt atribuía esta lógica a los regímenes “totalitarios”, en Origins of Totalitarianism (Nueva York:
Harcourt Brace, 1951), 341.
41 Ver la definición de “acción” en Hannah Arendt, The Human Condition (Chicago: University of Chicago Press,
1958), 177.
42 Rodolfo Walsh, Operación masacre (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1972), 197.
43 Entrevista a Bruera, 25/4/2012. No parece que Bruera pretendiera justificar la desaparición de personas
por motivos puramente ideológicos, ni colaborar con ella directamente. (Este tema, relativo al Operativo
Claridad, merece un estudio aparte, a base de documentos secretos inéditos en posesión del autor). Sin em-
bargo, las ideas que motivaron la activa campaña del ministro para excluir permanentemente a individuos
considerados subversivos del ámbito educativo son las mismas que, según la cúpula militar, justificaban las
políticas represivas más extremas.
44 La Opinión (14/4/1976); “Mensaje del Ministro de Cultura y Educación al país”; cenide, Foll 042.4. Una
copia de este discurso fue también suministrada por Bruera al autor en junio de 2012.
45 La Opinión (4/6/1976).
las jerarquías mientras hacía que la libertad no sólo fuera compatible con la autoridad, sino que
dependiera de ella; para eso, Bruera aplicó la doctrina de “educación personalizada”.
El educador español Víctor García Hoz, vinculado al Opus Dei, había desarrollado el con-
cepto y el método de la educación personalizada bajo la dictadura de Francisco Franco. Sus libros
eran, desde los años sesenta, lectura obligatoria en los profesorados de algunas universidades
nacionales, entre ellas la de Rosario, de donde Bruera es oriundo.46 La educación personalizada
se basa en una estrecha relación entre maestro y alumno, poniendo especial énfasis en los valores
del esfuerzo, el ascetismo y la espiritualidad. Busca la formación de la personalidad del alumno
a través de la obediencia y la independencia totales, cuya oposición sería sólo aparente. García
Hoz resolvía la paradoja de esta “pedagogía ascética” de manera algo pueril, mediante el reco-
nocimiento de “un dogma y un principio moral superior a toda voluntad y a toda inteligencia
humana, propias y ajenas”, que implicarían “toda independencia de lo que a la ley se oponga y
toda obediencia a lo que ella prescribe”.47 Concebida como aborrecimiento de lo prohibido, la
independencia obviamente no se oponía a la sumisión. Esta era la libertad que los voceros de la
dictadura promovían, denunciando como Bruera la “falsa oposición” entre autoridad y libertad.
En efecto, según Bruera “la obligación es principio de la libertad […]; soy libre cuando yo por
mi propia decisión y opción asumo el camino que tengo que realizar, pero no cuando hago todo
lo que quiero”.48
La finalidad de la escuela dictatorial era el desarrollo de la moral y de la conciencia nacional:
“nuestra tarea”, explicó Bruera en aquel discurso inaugural de 1977, es “cooperar en el desarrollo
moral de nuestros alumnos, ayudarlos a descubrir los valores de nuestra comunidad nacional”.49
Se buscaba la perfección moral a través de “la propia educación”, ilustrada con el imaginario cris-
tiano de santos y ermitaños: “esta concepción ascética de la propia vida figurada en el rigor que
exige siempre el subir una montaña”.50 El ascetismo se oponía al materialismo que, de acuerdo
con el pensamiento nacionalista, caracterizaba tanto al liberalismo como al comunismo.51 Según
Bruera, “la virtud es el principio por el cual se adquiere el cumplimiento espontáneo y legítimo
de la obligación” y se obtenía mediante el esfuerzo personal y no a través de la memorización o la
46 Ver Carolina Kaufmann, “La Siberia rosarina: irice-conicet-unr, Argentina (1977-1983)”, en Kaufmann
(Editora) Dictadura y educación. Vol. 1: Universidad y grupos académicos argentinos (1976-1983) (Buenos Aires:
Miño y Dávila, 2001); Rodríguez, Católicos, nacionalistas, 98-101.
47 Nelly M. Filippa, Educación personalizada y dictadura militar en Argentina, 1976-1983 (San Juan: Universidad
Nacional de San Juan, 1997). La cita es de Víctor García Hoz, Pedagogía de la lucha ascética (Madrid: csic,
1947), 403-405, citada en Filippa, Educación personalizada, 40-41. El análisis de libertad y autoridad (o
independencia y obediencia) de García Hoz se basaba en una distorsión del de Hegel, que según el español
era su inspiración. Según García Hoz la resolución de la oposición entre libertad (conciencia) y orden social
se resolvería a través de la sumisión al orden social “entendido como libertad”. Esto no es una resolución
dialéctica sino la prevalencia de uno de los momentos, aunque éste sea llamado por el nombre de su antítesis.
Ver G. W. F. Hegel, “Espíritu objetivo: El orden ético”, en La fenomenología del espíritu, secciones 464-476.
48 Entrevista a Bruera, 20/6/2008.
49 Bruera, “Iniciación del curso lectivo 1977”, 8.
50 Bruera, “Iniciación”, 10.
51 El ascetismo también contradecía el consumismo fomentado por el plan económico del régimen; Tedesco,
“Elementos”, 26. Bruera imponía así una “pedagogía asocial”, es decir, una pedagogía alienada de la realidad
social; “Iniciación”, 30. Lo que los alumnos realmente aprendían era la realidad social en tanto ésta permeaba
las instituciones educativas, constituyendo así el “currículum oculto”. Esta dinámica habría complicado o
impedido la reproducción ideológica que las reformas educativas pretendían; Ibíd., 20-21.
el remplazo del silogismo escolástico por el pensamiento del individuo como primera premi-
sa irrefutable, la operación ptolemaica del ministro implicaba una reafirmación de las verdades
autoritativas sobre el razonamiento del individuo, así como la demanda de que su yo fuera mo-
delado por esas verdades. Este proceso personal facilitaría la formación política de “la moral y la
conciencia nacional”.
64 Decreto Nº1.259 y Resolución del mce Nº610 (8/7/1976), en bc 18-5, Anexo (julio de 1976), 2. La Resolución
del mce Nº728 del 9 de agosto de 1976 eximió a los alumnos que adeudaran ersa de rendir examen; bc 18-9
(septiembre de 1976), 1.
65 “Formación Cívica. Guías para la Enseñanza del Ciclo Básico”, bc 18-5, Anexo (julio de 1976), 6.
66 “Exposición del señor Ministro de Cultura y Educación” (9/9/1976). Ver también Carolina Kaufmann y
Delfina Doval, Paternalismos pedagógicos (Rosario: Laborde, 1999), 128.
67 Entrevista telefónica a Bruera, 20/6/2012.
68 “Exposición”, 24.
ocultos en nuestra sociedad” e “introducir en la educación una moral deliberada, es decir, una en-
señanza moral deliberada y no oculta”.69
Siguiendo la lógica de la educación personalizada, Bruera argüía que la libertad no era so-
lamente compatible con la autoridad sino que la presuponía. De este modo, la libertad no sería
más que obediencia a la norma (correcta), mientras que la aceptación de un orden social dado (y
externo), o la definición kantiana de la heteronomía, sería la base o incluso sinónimo de la autono-
mía individual. Bruera, en efecto, afirmaba que las etapas del desarrollo de la moral a través de la
Formación Cívica “le permiten al alumno avanzar desde una heteronomía hasta una autonomía” y
explicaba que “nosotros tendemos básicamente con ello a formar ciudadanos racionales, responsa-
bles, altruistas, pero básicamente autónomos, es decir, dueños de su propio yo”.70 Continuando con
la inversión, Bruera declaraba que la “libre” individualidad del alumno era un efecto de su sumisión
al orden social o del proceso de socialización: “se trata del problema de la obediencia en relación
con el cumplimiento de la norma. La obediencia es una condición del hombre. La obediencia es
una potencia humana que también se desarrolla […]. Esto implica un desafío, la necesidad de
conducir a nuestros alumnos dentro del proceso de socialización, o sea, de asumir la sociedad, que
es paralelo, que es simultáneo, que es lo mismo que asumir su propio yo”.71
El proceso de socialización, entendido como el proceso a través del cual un individuo aprende
las formas de una sociedad para funcionar en ella, demandaba que el alumno internalizara un
conjunto de normas y valores, transformándolos en elementos constitutivos de su disposición
natural:
¿Qué es internalización?
Definimos a [sic] internalización como una conformidad con ideas valorativas da-
das que se convierten en una disposición de necesidades en la personalidad del que
actúa. ¿Qué significa convertirse en una disposición de necesidades? Es algo que
pasa a ser propio de la persona, que se integra jerárquica y valorativamente en ella y
que, por su unicidad tiene precisamente el doble carácter de ser integrativo y jerar-
quizador de valores. Es decir, la persona internaliza en la medida en que desarrolla
su yo: socializa en la medida en que se incorpora a los modos de una sociedad. Los
modos de la sociedad también integran y desarrollan el yo cuando se convierten
en una disposición de necesidades, es decir, es algo que se asume, en primer lugar,
libremente, y de responsabilidad porque la estructura de la personalidad implica la
idea de libertad de elección por la propia existencia.72
Dicho de otra manera, la internalización sería la incorporación de ciertos valores entendidos
como “los” modos de una sociedad, de tal forma que esos valores se transformen en disposiciones
69 “Exposición”, 27.
70 “Exposición”, 27-28. Para una discusión de la autonomía y la heteronomía, ver Immanuel Kant, Groundwork
of the Metaphysics of Morals, traducción de H. J. Paton (Nueva York: Harper, [1948] 1964), 88-95. La
autonomía es “la propiedad que tiene la voluntad de ser una ley para sí misma (independientemente de toda
otra propiedad perteneciente a los objetos del deseo)” o “la Idea de la voluntad de todo ser racional como una
voluntad que hace la ley universal”; Groundwork of the Metaphysics of Morals, 87 y 70. Cursivas en el original.
Obedecer normas externas llevaría a la variación del acto moral de acuerdo a circunstancias cambiantes, lo
cual contradiría el requisito de máximas universales; Groundwork of the Metaphysics of Morals, 13.
71 “Exposición”, 34.
72 “Exposición”, 25-26.
73 “Exposición”, 31.
74 Para la oposición entre el dominio de la necesidad (la naturaleza) y el dominio de la libertad (la voluntad),
ver la tercera antinomia en Immanuel Kant, Critique of Pure Reason (1781), 444-451 o (1787), 472-479,
traducido y editado por Paul Guyer y Allen W. Wood (Cambridge: Cambridge University Press, 1998)
y Groundwork, 105-110. Para el progreso infinito cuyo final (imposible) sería la unidad entre libertad y
naturaleza y la coincidencia entre virtud moral y felicidad natural, ver Kant, Critique of Practical Reason, en
Practical Philosophy, editado y traducido por Mary J. Gregor (Cambridge: Cambridge University Press), 122 y
125. En una de las formulaciones de Kant, mientras que la heteronomía consiste en estar gobernado por leyes
externas, la autonomía es la capacidad que tiene el individuo racional de dotar a la naturaleza con las “leyes
de la libertad”; Kant, Critique of Judgment, traducido por James Creed Meredith (Oxford: Oxford University
Press, 1952), 176.
75 Ver Carolina Kaufmann y Delfina Doval, “La enseñanza encubierta de la religión: la «Formación Moral
y Cívica»”, en Kaufmann (Editora) Dictadura y educación. Vol. 3: Los textos escolares en la historia argentina
reciente (Buenos Aires: Miño y Dávila, 2006); Luis Alberto Romero, Luciano de Privitellio, Silvina Quintero
e Hilda Sábato, La Argentina en la escuela: la idea de nación en los textos escolares (Buenos Aires: Siglo xxi,
2004), 126-139; Rodríguez, Católicos, nacionalistas, 90-94. Para un análisis de Educación Moral y Cívica en
Uruguay durante la dictadura, ver Campodónico et al, Ideología y educación. Por su parte, la dictadura brasileña
impuso la materia Educação Moral e Cívica, de rasgos similares a los aquí descritos, en 1969.
cos”, los objetivos de fmc incluían el “desarrollo de actitudes ético-religiosas”. Así lo aclaraban los
Contenidos Básicos, aprobados en diciembre de 1978 por la Séptima Asamblea Extraordinaria
del Consejo Federal de Educación (cfe) e implementados por una resolución que se publicó en
la peculiar fecha del 29 de febrero de 1979.76
Los contenidos básicos de fmc incluían una introducción con el marco general y los princi-
pales objetivos del nuevo currículum, que comenzaba con una descripción de la sociedad como
realización extrahistórica de la naturaleza humana y medio necesario para la perfección moral del
individuo. A partir de esta concepción era indispensable inculcar valores “rectos” en los jóvenes
y, confrontando la amenaza de los principios subversivos, aseverar el “derecho” de los jóvenes a la
educación moral.
La persona-única, indivisible, incomunicable en su ser e irrepetible busca conti-
nuamente su perfección. Esta perfección sólo puede obtenerla en el medio social,
hacia el cual el hombre está orientado y donde actualiza todas sus potencialidades.
La sociedad no es la resultante de procesos históricos sino una respuesta concreta,
real y efectiva a la naturaleza misma del hombre: al ser humano le es esencial la
vida en sociedad. […]
Es por ello que se hace necesario preparar a la juventud para que organice y lleve
adelante su vida personal y social sobre la base de rectos principios morales que la
eleven a su perfección en todos los órdenes.
Transmitir principios sólidos de ética individual y comunitaria constituye, además,
una respuesta al permanente cuestionamiento que el hombre se realiza respecto del sen-
tido y fin último de su vida. La persona se encuentra hoy amenazada por principios
materialistas y disociadores que la desorientan y desubican tanto en sus actividades
sociales como en su vida interior. Ante esto, resurge, con clara nitidez, el derecho de
los jóvenes a la educación moral y la ineludible responsabilidad de los educadores.77
Luego de milenios de incertidumbre existencial, las autoridades educativas de la dictadura
argentina habían definido el sentido de la vida. Los contenidos mínimos de fmc tomaban del
tomismo una descripción del bien común como el conjunto de condiciones que posibilitan la
realización individual:
Debe revitalizarse los valores éticos para su reordenamiento y consolidación de la
recta vida social y política.
Los jóvenes deben comprender que una comunidad política debe tener como ob-
jetivo superior la búsqueda de la plena realización y que ésta sólo se encuentra en
la consolidación del bien común, entendido como el conjunto de condiciones de la
vida social que posibilita la perfección a cada uno de sus miembros y destacando
que su logro no es obligación particular de ningún sector, sino responsabilidad
personal indelegable.78
Juan Rafael Llerena Amadeo, que como ministro de Educación (1978-1981) presidió la
asamblea del cfe donde se aprobó el documento, debe haber impulsado esta visión tomista de la
76 Resolución del mce Nº254 (16/2/1979), en bc 18-63 (“29 de febrero de 1979”), 2-10. 1980 fue año bisiesto.
77 “Contenidos Mínimos del Ciclo Básico para el nivel medio”, anexo de la Resolución del mce Nº48 (9/1/1979),
en bc 18-61 (diciembre de 1978): 1-14; cita de página 2. Cursivas del autor.
78 “Contenidos Mínimos”, 3.
fundamento del orden moral y el perfeccionamiento moral como la principal tarea del hombre.84
Un manual de primer año declaraba que “debe existir un orden moral superior al cual el hombre se
someta voluntariamente y por propia conciencia”.85 Según un autor de fmc vinculado con el Opus
Dei, “el orden moral no es creación del hombre ni producto de su imaginación, sino una realidad
fundada en la voluntad de Dios, que se manifiesta a través de la Creación”.86 Tras la postulación
de este orden moral natural, los manuales de fmc fomentaban la virtud moral del individuo. El
hombre debía perfeccionarse constantemente, bajo el supuesto de que sólo podía acercarse a la
perfección –una “condición divina”–, pero no alcanzarla.87
Así, los libros de texto proponían una nueva praxis: el conocimiento debería conducir al hom-
bre a la “conquista de la virtud”, a la “felicidad terrena y a su destino eterno”. Como hemos visto,
éste era el “sentido y fin último” de la vida humana tal como lo habían definido las autoridades
educacionales. Roberto Kechichián, un renombrado autor de manuales de educación cívica en
diferentes períodos, declaraba que el hombre debía esforzarse para “conquistar arduamente las
cuestas escarpadas de la virtud” y así “practicar el bien y evitar el mal”.88 Por otro lado, los manua-
les de fmc replicaban las nociones autoritarias del orden político, del derecho y de la democracia,
a la vez que fomentaban la obediencia incuestionable a la autoridad constituida. Según otro autor,
“la palabra ley debe interpretarse como regla y norma constante de las cosas. La ley sirve para
regular la libertad moral del hombre”. Este mismo autor declaraba que “la obediencia es la virtud
por la cual aceptamos el orden jerárquico establecido y cumplimos las órdenes que nos imparten
los que tienen autoridad para hacerlo”.89 Kechichián definía “el derecho” etimológicamente (del
latín directus) como “lo que está alineado, recto, enderezado”, y argüía también que “las leyes del
Estado no dependen de las propias ideas sobre moral que tenga una persona: están impuestas por
la autoridad y se deben cumplir en forma ineludible”.90
84 Los siguientes manuales han sido consultados: Blas Barisani, Formación Moral y Cívica 1 (Buenos Aires: Estra-
da, 1979); César Reinaldo García y Apolinar Edgardo García, Formación Moral y Cívica. Primer curso (Buenos
Aires: Sainte Claire, 1980); García y García, Formación cívica. Segundo curso (Buenos Aires: Sainte Claire,
1979); Roberto N. Kechichián, Formación moral y cívica. Primer año del ciclo básico, de escuelas de comercio y
escuelas de educación técnica, cuarta edición (Buenos Aires: Stella, 1980); Ángela E. Luchenio, Formación Moral
y Cívica 1 (Buenos Aires: Kapelusz, 1980); Luchenio, Formación Moral y Cívica 2 (Buenos Aires: Kapelusz,
1980); Alfredo de la Peña, Formación cívica y moral I [Formación moral y cívica. “Para llegar a ser”] (Buenos Aires:
Mariano Moreno, 1981); y Eduardo Martín Quintana y Horacio Roberto Granero, Formación moral y cívica:
El hombre y sus acciones. La familia (Madrid: Plus Ultra, 1981).
85 Kechichián, fmc 1, 15.
86 Blas Barisani, Formación Moral y Cívica 2 (Buenos Aires: Estrada, 1981), 5-6; citado en Kaufmann y Doval,
Paternalismos pedagógicos, 136-137. Negritas en el original. En efecto, el mismo autor en su manual para pri-
mer año defendía el creacionismo, que lacónicamente definía como una teoría que “se basa en lo afirmado en
las Sagradas Escrituras”, y describía al evolucionismo como “una hipótesis que no ha sido demostrada como
verdadera”; Barisani, fmc 1, 4. La segunda imagen de este manual (luego de una reproducción de “La creación
del hombre” de Miguel Ángel que introducía el primer capítulo, titulado “El hombre”) era una fotografía de la
escultura “Moisés” de Miguel Ángel con una peculiar leyenda que describía “al Profeta sosteniendo las tablas
con los Doce [sic] Mandamientos de la Ley de Dios”; Barisani, fmc 1, 10-11. Para la vinculación de Barisani
con el Opus Dei, ver Rodríguez, Católicos, nacionalistas, 93.
87 Luchenio, fmc 1, 15; Barisani, FMC 1, 8.
88 Kechichián, fmc 1, 12-13.
89 Barisani, fmc 1, 11 y 19. Negritas en el original.
90 Kechichián, fmc 1, 33 y 38. Negritas en el original.
Mientras que los manuales de ersa habían definido la democracia poniendo énfasis sobre los
derechos sociales y la participación popular activa en el gobierno, la definición contenida en los
libros de fmc era considerablemente más abstracta: “empleamos más bien la palabra democracia
como adjetivo, como indicadora de una cualidad. Así decimos: país democrático, gobierno de-
mocrático, intendente democrático, club democrático, colegio democrático. La utilizamos para
referirnos a la manera de ser, a la manera de comportarse, a un estilo de vida”.91 La democracia
definida como estilo de vida era obviamente un concepto mucho más indeterminado que la
democracia como organización política efectiva. En efecto, la democracia podía existir inclu-
so en los regímenes monárquicos: “de acuerdo a esto puede darse el caso de países con forma
de gobierno monárquico donde, sin embargo, existe un sistema democrático, porque se dan las
características mencionadas y porque su estilo de vida es democrático. Tal es el caso de algunas
monarquías europeas”.92 Por otro lado, según estos mismos manuales, la demagogia, el populismo
y el intervencionismo estatal constituían desviaciones del ideal democrático del mismo orden
que la anarquía.93 Si un país podía ser monárquico y democrático, algún otro bien podría ser
democrático y dictatorial. Así se insinuaba que incluso con una dictadura formal, Argentina era
“democrática” debido a su “estilo de vida”. Esto era consistente con las declaraciones reiteradas de
los generales, según las cuales los derechos humanos estaban siendo respetados, las opiniones de
los ciudadanos “responsables” serían consideradas y la finalidad última de la dictadura era salvar
la democracia.
Conclusiones
Los educadores de la dictadura argentina redefinieron la democracia como estilo de vida,
postularon un orden moral a la vez natural y divino –al cual el individuo debía someterse en busca
de la virtud–, reinterpretaron la libertad como sometimiento a aquel orden y a sus representantes
terrenos e impusieron la obediencia a la norma autoritaria como fundamento para el desarrollo de
la conciencia. Al mismo tiempo, se esforzaron por erradicar la subversión del ámbito educativo,
entendiendo la subversión como la tendencia a estudiar conflictos socioeconómicos, impulsar
la transformación social y, más generalmente, fomentar la creatividad, la rebeldía y la libertad
“excesiva” –todo esto interpretado como prolegómeno a la lucha armada–. Estas peculiaridades
pedagógicas conformaron un “proceso de organización de la personalidad” a través del cual las
autoridades educacionales del régimen intentaron dar sustento a sus ambiciones fundaciona-
les. Guiadas por un catolicismo conservador de selectos atributos tomistas y agustinianos, las
reformas educativas de la dictadura eran la manifestación a nivel escolar de un proyecto con-
trarrevolucionario abarcador, ideado por la convergencia cívico-militar efectiva de la dictadura
para excluir permanentemente el Estado de bienestar, el socialismo y la democracia de masas,
formando ciudadanos idóneos para una nueva república de participación popular limitada y bajo
el tutelaje perpetuo de las fuerzas armadas.
91 Kechichián, fmc 1, 294. Debe aclararse, sin embargo, que esta definición de democracia ya había sido usada
por el mismo autor en sus libros de Educación Democrática, como se llamó la educación cívica entre 1956 y
1972. Un párrafo idéntico aparece en Kechichián, Educación Democrática 1 (Buenos Aires: Stella, 1969), 139.
92 Kechichián, fmc 1, 294; Kechichián, Educación Democrática 1, 139. La única diferencia entre las dos versiones
era que Educación Democrática decía “Inglaterra” en lugar de “algunas monarquías europeas”.
93 Por ejemplo, Luchenio, fmc 2, 134 y 137-140.
Puede afirmarse, a grandes rasgos y con cierta obviedad, que el proyecto autoritario fracasó:
los jóvenes ciudadanos nunca desarrollaron su consciencia libremente sumisa y la nueva repú-
blica que los ideólogos soñaron quedó en el terreno de los escritos futuristas pasados. Algunas
causas de este fracaso pueden encontrarse en los conflictos internos del régimen, la resistencia
dispersa a sus reformas y el retorno a la democracia precipitado por la aventura de Malvinas, así
como en las contradicciones entre una educación espiritualista y un plan económico que supo
fomentar el consumismo. Sin embargo, vale la pena hacer una consideración histórica y otra
normativa que lamentablemente amortiguan este fracaso. Por un lado, la dictadura contribuyó
al desmantelamiento de la movilización popular (incluido gran parte del sindicalismo comba-
tivo), lo que facilitó la transición casi completa al neoliberalismo de los años noventa; de modo
que un aspecto del individualismo, aunque claramente no espiritual, se arraigó durante los años
del régimen. Por otro lado, el proyecto ideológico aquí estudiado caracteriza un pensamiento
conservador y, en ciertas coyunturas, contrarrevolucionario, sostenido por sectores sociales y
políticos que, aunque no favorecidos por las relaciones de fuerza actuales, no han desaparecido
de Argentina ni de la región.
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Entre la institucionalidad
y la acción revolucionaria
Resumen Abstract
El triunfo de la revolución cubana fue con- The triumph of the Cuban revolution set
figurando una nueva izquierda que durante la up a new left which placed the emphasis on in-
década de 1960 puso el acento en los proce- surgent processes as the path to power, during
sos insurgentes como vía de acceso al poder. the 1960s. The strength or weakness of ins-
La solidez o debilidad de las instituciones, el titutions, political opportunities within each
marco de oportunidades políticas de cada país country and the gradual drift towards autho-
y la progresiva deriva autoritaria en América ritarianism in Latin America, defined the road
Latina, definió el camino que recorrería esta which would run the “revolutionary left”, both
“izquierda revolucionaria”, bien tratando de trying to insert his political activity in the
insertar su actividad en el sistema político prevailing political system or driving projects
imperante o impulsando, por el contrario, pro- of armed struggle. The aim of this paper is to
yectos de lucha armada. El objetivo de este analyze the emergence and development of
artículo es analizar el surgimiento y desarro- Movimiento Revolucionario Oriental (MRO)
llo del Movimiento Revolucionario Oriental in the context of this double reality, the theo-
(mro) en el marco de esta doble realidad, la retical and methodological influence of the
influencia teórica y metodológica de la re- Cuban revolution and the evolution of autho-
volución cubana y la evolución del discurso ritarian discourse in Uruguayan politics.
autoritario en la política uruguaya. Key words: mro-faro, revolutionary left,
Palabras clave: mro-faro, izquierda revo- authoritarianism, guerrilla
lucionaria, autoritarismo, guerrilla
3 Eduardo Rey Tristán, La izquierda revolucionaria uruguaya, 1955-1973 (Sevilla: Diputación de Sevilla,
Universidad de Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2005), 54-59.
4 Fuerzas Armadas Revolucionarias “Orientales” (en adelante, faro), Documento 1. Ideología/Historia/Programa
(1970), Centro de Documentación de los Movimientos Armados (en adelante, cedema).
5 E. Rey Tristán, La izquierda revolucionaria, 21.
6 Entrevista a Ariel Collazo. Montevideo, 28/7/2010.
7 Ariel Collazo, Historia de una pasión política (Montevideo: Productora Editorial, 2004), 45-47.
caminos del Partido Nacional y del joven diputado comenzaban a transitar direcciones opuestas.
Al regresar a Uruguay, las diferencias se profundizaron. Collazo inició una defensa acérrima de
la Revolución que le llevó a recorrer el país. La visita a Cuba había transformado profundamente
a Collazo, al punto que el dirigente blanco Daniel Fernández Crespo afirmaría que éste parecía
“iluminado”.8
Su separación del Partido Nacional no tardaría en llegar y, así, el 10 de marzo de 1961 Collazo
publicaría una carta en la que anunciaba su alejamiento de la “Lista 51” y del Partido Blanco.9
La desvinculación definitiva llegaría en julio de 1962,10 en pleno proceso de negociaciones para
constituir un frente electoral de izquierdas. Para entonces Collazo ya estaba al frente de un em-
brionario movimiento que poca relación guardaba ya con las estructuras del Partido Nacional.
Desde las páginas de Marcha, el grupo conformado en torno a Collazo lanzaría un llamamiento
a la formación de un movimiento en defensa de la Revolución cubana, poniéndose como objetivo
en el plano nacional la apertura de un camino para la revolución uruguaya. Al movimiento se fue-
ron acercando personalidades de diferentes orígenes políticos: desde el batllismo se incorporaron el
abogado Anatolio Palamarchuk y Víctor Sanín, blancos como Carlos Furtado y Rogelio Gonella,
los comunistas Odorico Pérez y Ramón Iturate Peña, independientes como el matrimonio for-
mado por María Mercedes Luna y Fernando Pereira, el abogado de origen colombiano Armando
Cuervo y jóvenes como Juan Antonio Trímboli, Bolívar Castro y Jorge Abellá.11
Dos elementos fueron fundamentales para reunir a militantes de tan diversa procedencia:
la defensa del proceso cubano y el liderazgo adquirido por Ariel Collazo dentro del Partido
Nacional.12 Al primer aspecto se unía una concepción americanista, tercerista y antidogmática
que caracterizaría a la nueva agrupación y que posibilitó la adherencia de diferentes sectores.13
Aunque la primera opción para denominar a la organización fue la de Movimiento Revolucionario
Nacional, la disparidad de orígenes políticos y la identificación que generaba con el Partido
Nacional hizo que esta denominación se descartase en favor de Movimiento Revolucionario
Oriental. Así, el 21 de abril de 1961, coincidiendo con una multitudinaria manifestación en apoyo
a Cuba tras el intento de invasión de Playa Girón, se realizó la asamblea constitutiva del mro.
En esta primera etapa, el mro se enmarcó políticamente dentro de un nacionalismo revo-
lucionario, de corte popular y latinoamericanista, fijándose como objetivo la transformación
radical de Uruguay mediante el perfeccionamiento de su régimen democrático y el desarrollo de
una reforma constitucional.14 Los esfuerzos de la nueva organización se centraron en afirmarse
como fuerza política independiente, cohesionándose hacia el interior y proyectándose hacia la
sociedad, a través de difusiones radiales y el desarrollo de actos políticos. Respecto a la consolida-
ción interna, el mro se dotó de un Comité Ejecutivo presidido por Armando Cuervo, Anatolio
Palamarchuk como Secretario General, e integrado por Ariel Collazo –que actuaría desde este
momento como representante nacional–, Rogelio Gonella, Héctor Uboldi, Oscar Onetto, Víctor
Sanín, Juan Antonio Trímboli y María Mercedes Luna.15
En cuanto a la proyección exterior, el mro conservó una audición radial en cx 30 Radio
Nacional, emisora vinculada al Partido Comunista, con el que el mro establecería prontamente
una alianza electoral. Paralelamente, en el ámbito comunicativo, la organización comenzaría a
editar el periódico Revolución, con escasa periodicidad.16 Más tarde, contrataría un espacio bise-
manal en el diario Época, que aparecería con el mismo nombre.
El mro buscará incrementar su militancia, cuya extracción social era la de sectores medios
y profesionales, especialmente en su dirección. Este aspecto se modificará con la incorporación
de núcleos de trabajadores y estudiantes, que se irán sumando a la organización con la crea-
ción de bases barriales en los sectores populares de Montevideo.17 Así se estructuraron la base
“Libertad o Muerte” en La Teja, conformada por Anatolio Palamarchuk, Víctor Sanín, Jaime
Gentini y Héctor Uboldi. En el barrio Unión se creó la base “América Latina”, que funcionaba en
casa de Victoriano Caballero y que conformaban su hermano Guillermo, Óscar Onetto y Venus
Regueiro. La base “Lavalleja” estaba ubicada en la carpintería de Facundo Ezquerra y de ella
formaban parte, además de los hijos de Ezquerra, Rubén Borrazás, Francisco Espínola y Elbio
Domecq.18
Los jóvenes Jorge Abellá y Eleuterio Fernández Huidobro habían conformado la base “Grito
de Asencio” en el barrio Buena Vista, mientras que la base “Venceremos” de La Teja se reunía en
una peluquería propiedad de Carlos Rivera Yic. La otra figura política de esta base era Eduardo
Pinela, motivo por el que tras su muerte –e integrados en lo que después sería el Movimiento
de Liberación Nacional-Tupamaros– sus compañeros rebautizaron la estructura como “base
Pinela”.19
La novedosa propuesta política del mro atrajo a un nutrido grupo de jóvenes que, al poco
tiempo, conformarían la Juventud del mro. Jorge Abellá, Juan Antonio Trímboli, Carlos Rivera
Yic, Eduardo Pinela y Eleuterio Fernández Huidobro introdujeron en el mro nuevos bríos y
nuevas formas de acción política, acompañando las protestas de los cañeros y vinculándose a
los sectores más desfavorecidos de la sociedad uruguaya. Años después algunos de sus nombres
aparecerían en las portadas de los principales periódicos del país, vinculados a la “expropiación”
de armas del Tiro Suizo y como dirigentes y militantes del mln.20
estancamiento pecuario y la bajada de sus precios. La recuperación del poder decisorio de los
centros económicos mundiales favoreció el descenso de los precios de exportación y el aumento
de los precios de importación, lo que impulsó el endeudamiento. Uruguay sufrió el reacomodo de
la economía internacional. La producción se detuvo, la inflación se disparó y el desempleo alcanzó
niveles nunca antes registrados en el país.21
En el plano político, tras casi un siglo de gobiernos colorados, el Partido Nacional había lo-
grado en 1958 la victoria electoral, dando un giro en las políticas económicas con el auspicio del
fmi. El Gobierno estrechó las relaciones con los Estados Unidos, rubricando diferentes acuerdos
que garantizaban la hegemonía norteamericana en la región. Si en 1960 se firmó en Montevideo
la constitución de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, al año siguiente Uruguay
acogería la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social que impulsaría la Alianza
para el Progreso. Cinco meses después, la Reunión de Cancilleres celebrada en Punta del Este
acordaba la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos (oea).22
La crisis económica provocó un incremento de la conflictividad social y un debate en torno a
las instituciones políticas uruguayas por parte de las agrupaciones escindidas de los dos grandes
partidos, pero, más allá del debate político, para esos primeros años de la década, la institucionali-
dad uruguaya se mostraba ampliamente legitimada por la ciudadanía. Lejos de tratar de subvertir
ese orden y pese a la admiración que generaba entre su dirigencia y militancia el ejemplo cubano,
para el naciente mro los cambios sociales y políticos necesarios pasaban todavía por la vía insti-
tucional y por medios de acción pacíficos. En este ámbito se insertó la primera propuesta política
del mro: la necesidad de una reforma constitucional.23 La base de esa reforma había sido avanza-
da por Collazo en un acto en defensa de la Revolución cubana al regreso de la isla caribeña. En
ella abogaba por una reforma agraria que incluyera la expropiación de los campos por encima de
las 3.000 hectáreas, una reforma urbana que garantizara el acceso de los inquilinos a la propiedad
de la vivienda y, en términos políticos, la abolición de la Ley de Lemas y la eliminación de los
privilegios económicos de los legisladores.24
El mro había surgido bajo la influencia ideológica de la Revolución cubana pero, lejos de
imitar su modelo, enmarcaría su actividad dentro de las formas de acción política tradiciona-
les. A esta situación contribuía un sistema democrático que se mostraba todavía sólido. En este
sentido, buscará llevar a cabo transformaciones revolucionarias pero utilizando, al menos en
estos primeros años, mecanismos democráticos y perseguirá obtener presencia en los órganos
representativos, alcanzando acuerdos electorales con la principal fuerza de izquierda, el Partido
Comunista Uruguayo (pcu).
Precisamente, una de las características del mro desde su fundación será la búsqueda de la
unidad de la izquierda, proclamando la “unidad sin exclusiones” en referencia a la tradicional
posición anticomunista de las agrupaciones de izquierda hacia el pcu. Así, desde 1961 Collazo
inició los acercamientos con otras formaciones políticas, como el Partido Socialista, la “Lista 14”
de Enrique Erro y la Agrupación Nuevas Bases, aunque esta iniciativa unitaria fracasaría ante la
21 Federico Fasano Martens, Después de la derrota. Un eslabón débil llamado Uruguay (México: Nueva Imagen,
1980), 86-87.
22 E. Rey Tristán, La izquierda revolucionaria, 30-31.
23 Ariel Collazo, Regreso de Cuba/La crisis en el Uruguay/Reforma Constitucional Revolucionaria. Bases
(Montevideo: Movimiento Revolucionario Oriental, 1961), 29-47.
24 Historia de una pasión, 47-48 y 280-292.
negativa del Partido Socialista y de Erro de formar coalición con el pcu de cara a las elecciones
de 1962. Las fuerzas contrarias al acuerdo con el pcu conformaron en febrero de 1962 la Unión
Popular.
Ante esta situación, en las filas del mro se plantearon tres opciones: crear una segunda
coalición junto al pcu, concurrir en solitario a las elecciones, sin socialistas ni comunistas, o la
propuesta de la Juventud: no participar electoralmente. La Asamblea del mro aprobó, finalmente,
su integración a una lista común con el pcu, que se presentaría a las elecciones bajo el sugerente
nombre de Frente Izquierda de Liberación (fidel). A él se sumaron, además, el Movimiento
Popular Unitario, la Agrupación Batllista Avanzar y el Movimiento Batllista 26 de Octubre, entre
otras organizaciones de menor entidad.25
La decisión del mro era consecuente con su propuesta de “unidad sin exclusiones”, recogía la
experiencia de unidad con los comunistas que había transitado ya el proceso cubano y enfrentaba
la prédica anticomunista instalada en la izquierda uruguaya.26 Para el mro la alianza con el pcu
garantizaba visibilidad, crecimiento orgánico y posibilitaba su inserción institucional. Los resul-
tados electorales fueron positivos para las organizaciones integrantes del fidel: de los 27.000
votos obtenidos por los comunistas en 1958, la coalición pasaba a recibir 41.000 votos. En el mro,
Collazo conseguía un puesto en la Cámara de Diputados y la joven organización lograba obtener
representación parlamentaria.
Crisis en la Juventud
El proceso de negociaciones con el pcu y el vuelco hacia el trabajo electoral de cara a las elec-
ciones estuvo atravesado por una fuerte crisis interna que tuvo como protagonista a la Juventud
del mro y que tenía como transfondo la polarización entre lucha electoral y acción revolucionaria.
El debate tuvo como eje central las ocupaciones de tierras que en el norte del país preparaban los
cañeros de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (utaa), para las que el mro había
comprometido medios y militantes.
Todo había surgido tras una reunión entre Raúl Sendic y Ariel Collazo en Bella Unión, en la
que Sendic, entonces dirigente del Partido Socialista Uruguayo, había comunicado su intención
de ocupar algunos terrenos. Collazo sugirió realizar la ocupación meses antes de las elecciones,
para que la previsible respuesta represiva fuera más comedida.27 Finalmente, se acordó la toma
conjunta, entre los cañeros de Artigas y un grupo de jóvenes militantes del mro, de una estancia
abandonada en el departamento de Salto, propiedad de Silva y Rosas. Óscar Onetto, miembro de
la dirección del mro, reconoce el compromiso adoptado por esta organización en las ocupaciones
y afirma que la principal dificultad para alcanzar un acuerdo con el Partido Comunista y otras
fuerzas era precisamente el rechazo de esos grupos a la toma de tierras proyectada.28
Hasta Bella Unión se desplazó un grupo de militantes de la Juventud, entre los que figuraban
Eduardo Pinela, Eleuterio Fernández Huidobro y Carlos Rivera Yic. Para Collazo, estos jóvenes
25 Frente Izquierda de Liberación, “El Frente Izquierda proclama sus candidatos”, Época (1º/9/1962).
26 E. Payseé González, “Ariel Collazo: Cuba es el tema más importante”, Marcha (14/9/1962).
27 Historia de una pasión, 53 y 58.
28 Historia del Movimiento.
estaban “embalados”, “querían pasar a la acción y dejaban las elecciones en un segundo plano”.29
En efecto, la Juventud del mro privilegiaba el trabajo entre los cañeros frente a las disputas inter-
partidarias de cara a las elecciones y criticaba a su dirección por el incumplimiento de los acuerdos
alcanzados sobre las ocupaciones. Fernández Huidobro, por entonces uno de esos jóvenes, afirma
que el mro fue distrayendo militantes y recursos de las tareas vinculadas al plan de ocupación de
tierras en la medida que avanzaba el proceso electoral:
El límite de lo soportable llegó el día en que utaa mandó preguntar por la existen-
cia concreta de cosas concretas a los efectos de tomar su decisión final y fijar fecha.
Se nos ordenó contestar que estaba todo pronto y nosotros, que sabíamos que no
estaba, quedamos hundidos en un dilema de responsabilidad personal: si contestá-
bamos lo que se nos ordenaba, le dábamos vía libre a utaa con destino a un fracaso.
Si decíamos la verdad, caíamos en la deslealtad para con nuestra dirección.30
Hebert Mejías, quien más tarde se integraría al grupo que se escindiría del mro, señala que
aunque la relación formal del movimiento con Sendic estaba establecida vía Collazo, el vínculo
real se daba a través de la Juventud, que se encargaba no sólo de acompañar la labor del dirigente
socialista entre los cañeros sino de trasladar la correspondencia de Collazo para Sendic.
Los compañeros que hacían el enlace empezaron a sospechar algo, a partir de las conversacio-
nes que tenían cuando viajaban y conversaban con Sendic […] Sendic manejaba informaciones
que no eran muy exactas con la realidad, las posibilidades y el desarrollo nuestro. Sendic empezó
a hablar de acciones, de la ocupación de tierras, y los compañeros empezaron a sospechar, por la
conversación que tenían, que estaba un poco desubicado sobre la situación nuestra, sobre las posi-
bilidades reales que teníamos, sobre planes que no tenían mucho fundamento […] Sobrepasaban
las posibilidades que teníamos para llevarlos adelante. Entonces se dio repetidamente eso y en
uno de los viajes le abren la carta que manda Collazo a Sendic […] Y entonces encuentran que le
está dando manija para la ocupación de tierras y la marcha cañera y prometiendo que podía contar
con un apoyo, que no tenía nada que ver con la realidad y las posibilidades nuestras.31
La crisis se zanjó en forma drástica, en un plenario en el que volaron sillas y en el que los
libros de la biblioteca del local del mro terminaron esparcidos en la calle tras ser arrojados por las
ventanas.32 No había vuelta atrás. Como resultado, el grueso de la Juventud del mro abandonó
la organización.
En el fondo de todas estas discusiones estaba planteada una visión enfrentada de las tácticas
y los medios de lucha. Para el sector de la Juventud, que al poco tiempo crearía el Movimiento
de Apoyo al Campesinado, una de las vertientes de la que surgiría el mln, la revolución uruguaya
no pasaba por las instituciones y era preciso avanzar nuevas formas de lucha, incluida la armada.
Para la dirección del mro, en cambio, la vía electoral no sólo permanecía abierta sino que estaba
fuertemente legitimada por la población y, aunque no renunciaba a la lucha armada, dudaba que
esta fuera viable en Uruguay, mientras no estuviera inserta en una estrategia regional.33 Así, el 31
de julio de 1963, mientras aquel grupo de jóvenes que se habían escindido del mro participaba en
la “expropiación” de armas del Tiro Suizo, un grupo de militantes del mro se encontraba en Cuba
recibiendo instrucción guerrillera.
armada y adoptaba como forma principal la lucha guerrillera rural y, como formas auxiliares, la
insurrección urbana y el trabajo dentro de las fuerzas armadas.45
Ni tupas ni bolches
Ubicado a medio camino entre la legalidad y la acción armada clandestina, el mro se converti-
rá en los hechos en una organización puente entre la izquierda legal y la izquierda revolucionaria.
Así, pese a mantener entre 1962 y 1971 una coalición electoral con el pcu –partido que rechazaba
la posibilidad de impulsar la lucha armada–, será uno de los firmantes del llamado “Acuerdo de
Época”, alcanzado por el grueso de las organizaciones de la izquierda revolucionaria uruguaya, con
la excepción del mln, que para entonces ya se encontraba en pleno desarrollo operativo. El mro
parecía ser fiel a su consigna de “unidad sin exclusiones”, sin rechazar la alianza con unos y otros
y haciendo de punto de conexión entre ambas izquierdas.
En efecto, la identificación del mro con la Revolución cubana y su vinculación al plan con-
tinental guevarista actuó en este periodo con un efecto reclutador, en especial entre jóvenes
procedentes de la Unión de Jóvenes Comunistas (ujc). Para Mario Rossi Garretano, futuro diri-
gente militar de las faro, la incorporación del mro a ese proyecto internacionalista y la posición
del Partido Comunista respecto a la lucha armada fue determinante a la hora de romper con el
pcu: “mi hermano Óscar se había integrado al mro y recibía de primera mano la información
del compromiso estratégico del mro en el plan del Che. Al tomar conocimiento de ese plan, del
comportamiento de varios pc en América Latina con respecto a la lucha armada […] decido
renunciar al pcu e integrarme al mro”.46
La Revolución cubana, el auge de las luchas guerrilleras en América Latina y, finalmente, la
olas habían profundizado las contradicciones políticas en el seno de los partidos comunistas
latinoamericanos. Parte de sus juventudes presionaban hacia la izquierda mientras las direcciones
se negaban a abrir el debate, en especial en torno a las nuevas formas de lucha. Con base a estas
motivaciones, un nutrido grupo de jóvenes procedentes de la ujc acabaron rompiendo con el pcu
y acercándose al mro, donde reconstituirían en 1966 la Juventud del mro.
Para ese entonces, el pcu todavía mantenía la alianza electoral con el mro a través del fidel y
ambas organizaciones compartían programa y sus militantes espacios de trabajo a nivel sindical
y político, de manera que el paso de militantes de una organización a otra –en ambos senti-
dos– era habitual. Así, a mediados de 1966, Juan Antonio Trímboli, miembro de la dirección
del mro, estableció contacto con un grupo de estudiantes del Nocturno Nº 1 de Montevideo,
que funcionaba en el Liceo Zorrilla,47 y del Instituto Alfredo Vásquez Acevedo (iava). En el
grupo figuraban Álvaro Gascue, Héctor “el negro” Cardozo, Nemesio Falco, Alejandro Lerena,
Arbelio Ramírez (h) y José Surra;48 poco después se incorporarían Alberto Pérez Iriarte, Rafael
45 Ariel Collazo, “El Uruguay no es una excepción”, América Latina 2 (agosto de 1967).
46 Testimonial de Mario Rossi Garretano enviado a Rodrigo Véscovi (2003), autor de Ecos revolucionarios.
Luchadores sociales, Uruguay, 1968-1973. Facilitado por Mario Rossi Garretano.
47 Gonzalo Varela Petito, El movimiento estudiantil de 1968. El iava, una recapitulación personal (Montevideo:
Trilce, 2005), 135.
48 Entrevista a Nemesio Falco. Montevideo, 14/8/2010. Integrante de la jmro y de las faro.
Mántaras, Susana González y Raúl Castro. En este proceso se integraría un grupo de jóvenes
49
procedente del barrio Cerro, entre los que se encontraban Ariel y Walter Burghi, José Maneiro
y José Delbono,50 reconstituyéndose la Juventud del mro.
Consolidado este grupo de jóvenes, en enero de 1967 se formalizó la constitución del Frente
Estudiantil Revolucionario (fer), concebido como ala gremial de la Juventud del mro. Aunque
tenía la pretensión de integrar a independientes, el fer sólo trascendió el marco de la jmro
en el iava, donde se integraron algunos independientes y un pequeño grupo de la Federación
Anarquista Uruguaya (fau). En el plano político, el fer entró en franca oposición con el sector
estudiantil del pcu, lo que tensó las relaciones entre el mro y su socio de coalición y generó en-
frentamientos entre las juventudes de ambas organizaciones.51
La creación del fer, la posición encontrada respecto a la acción armada, escenificada durante
la conferencia de la olas, y el “Acuerdo de Época” acabarían rompiendo, como veremos, la coali-
ción de izquierdas entre comunistas y mro, que se haría pública tras el inicio de las operaciones
por parte de las faro a finales de 1968. Para entonces, el fer había roto los lazos orgánicos con
el mro. Una ruptura en la que pesó la creciente atracción que el mln ejercía sobre el estudiantado
radicalizado.52
49 Alberto Pérez Iriarte, “Una historia de la creación de la Juventud del mro”. Inédito. Pérez Iriarte participó de
la reestructuración de la jmro y de la creación del Frente Estudiantil Revolucionario (fer). Fue combatiente
de las faro, organización que abandonó para incorporarse al mln y, con posterioridad, a la Fuerza Revolucio-
naria de los Trabajadores (frt). Al salir al exilio se asentó en Suiza, donde continuó participando en política
y alcanzó la presidencia del Consejo Municipal de la Comuna de Lancy (Suiza).
50 José Maneiro, 12/8/2010.
51 José Maneiro
52 Álvaro Gascue, “Apuntes para una historia del Frente Estudiantil Revolucionario (fer)”, Cuadernos de la
historia reciente 6 (2010).
revolucionaria, caso de fau, mir, musp y mln, única organización que en ese momento desarro-
llaba una actividad armada reconocida. Tan sólo por intervención directa de Salvador Allende
se consiguió la incorporación final del Partido Socialista Uruguayo (psu).53 Pese a los intentos
del pcu por monopolizar el Comité, en él se plantearon con claridad dos tendencias: un sector
mayoritario, que respaldaba las tesis del pcu, y un sector minoritario, compuesto por el mro, el
Movimiento Batllista 26 de Octubre y el psu, que respaldaban las tesis que acabarían saliendo
vencedoras en la olas.
La Conferencia refrendó las tesis guevaristas del desarrollo continental de la revolu-
ción, proclamando la lucha armada como línea fundamental de acción en América Latina, el
marxismo-leninismo como base ideológica y Cuba como vanguardia del movimiento antiim-
perialista latinoamericano.54 Sin embargo, los partidos comunistas –con presencia mayoritaria
en las delegaciones de Uruguay y Chile–, consiguieron que la olas admitiera dos excepciones a
las disposiciones generales. Rodney Arismendi, por el Comité uruguayo, y Luis Corvalán, por el
chileno, defendían que por el pasado democrático de ambos países y por el carácter democrático
de sus Fuerzas Armadas no era previsible un golpe de Estado en Uruguay y Chile, por lo que la
vía pacífica al socialismo era viable en ambos países.
Para la izquierda revolucionaria latinoamericana la olas supuso una victoria en lo ideológico,
marcó los campos con el resto de la izquierda y fijó una línea de actuación clara: la preparación y
el desarrollo de la vía armada. No en vano, a pesar de reconocer las excepcionalidades de Uruguay
y Chile, la Conferencia establecía que en los países donde la lucha armada no estaba planteada
de manera inmediata, ésta debía considerarse como una “perspectiva inevitable”. Así lo entendía
ya el mro, organización para la cual la línea revolucionaria debía alejarse de los “antiguos refor-
mismos” –es decir, de sus compañeros de coalición en el fidel–, negando cualquier posibilidad de
éxito a los métodos legales y la lucha parlamentaria.55
El “Acuerdo de Época”
La Conferencia de la olas habría de servir para unificar a la izquierda revolucionaria urugua-
ya que se encontraba dispersa en una multiplicidad de pequeñas organizaciones.56 Esta unión se
concretó pocos meses después de la conclusión de la Conferencia, con la reaparición del diario
Época el 7 de diciembre de 1967 y la firma del “Acuerdo de Época”, tres días antes, entre el mro, la
fau, el mir, el psu, el mapu y el Grupo de Independientes de Época.57 Los firmantes del acuerdo
se comprometían a desarrollar las resoluciones políticas de la olas en el plano nacional, fijando
como principal objetivo la maduración de las condiciones para la revolución uruguaya.58
53 Eduardo Rey Tristán, “La Organización Latinoamericana de Solidaridad (olas) y la polémica sobre las
formas de la revolución latinoamericana. El caso uruguayo”, en Antonio Gutiérrez Escudero y María Luisa
Laviana Cuetos (Coordinadores) Estudios sobre América: siglos xvi-xx (Sevilla: Asociación Española de
Americanistas, 2005), 1698-1703.
54 olas, Primera Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Montevideo: Nativa Libros,
1967), 129-144.
55 Armando Cuervo, “La Conferencia de la olas, una definición”, América Latina 2 (agosto de 1967).
56 Armando Cuervo, “En la línea que define los dos campos”, América Latina 2. Suplemento Especial I (agosto
de 1967).
57 “Acuerdo de Época” (4/12/1967), Época (7/12/1967).
58 La izquierda revolucionaria, 124-125.
El acuerdo se daba en el plano político, en el plano sindical y desde el punto de vista estra-
tégico, desde el punto de vista revolucionario, porque ya casi todas las organizaciones veníamos
desarrollando aparatos político-militares, en condiciones preparatorias. El mln venía más avan-
zado como estructura clandestina. En cambio, el resto éramos todas organizaciones legales que
estábamos generando las condiciones de organismo político-militar. Cada uno con su tendencia
ideológica determinada. […] Eran todas variantes que apoyaban un mismo objetivo.59
El “Acuerdo de Época” había tenido un antecedente inmediato en la constitución, en enero
de 1967, del Coordinador Juvenil Universitario Antiimperialista que agrupaba a las Juventudes
del mro, al espacio juvenil de la fau y del mir y a la Juventud Socialista.60 La firma del acuerdo
reflejaba, en el caso del mro, un progresivo alejamiento del pcu. La creación del fer, las discusio-
nes en la Conferencia de la olas y, finalmente, la firma del “Acuerdo de Época” fueron tensando
las relaciones con los comunistas, que sólo necesitarían de una chispa para que ese vínculo se
quebrara en forma definitiva.
En los hechos, Época reapareció un 7 de diciembre y sólo cinco días después era clausurado
por un decreto del Poder Ejecutivo, que cerraba también el semanario socialista El Sol y orde-
naba la detención del Consejo Editorial de Época. Junto al cierre de ambas publicaciones, el
Poder Ejecutivo ilegalizaba a las organizaciones firmantes del acuerdo. Para el mro comenzaba
el periodo de clandestinidad. La clausura de Época y la ilegalización de las organizaciones que lo
impulsaron no hacían más que confirmar, para el mro, los análisis previos que advertían sobre el
giro autoritario en la política uruguaya y ratificaban la necesidad del uso de la violencia como res-
puesta a la represión institucional.61 Este giro había quedado expuesto en un artículo de Collazo,
titulado “El Uruguay no es una excepción”,62 publicado en la revista del Comité Ejecutivo del
mro, América Latina. En él, Collazo ponía en duda la supuesta excepcionalidad uruguaya en el
contexto latinoamericano.
En este trabajo Collazo rechazaba que Uruguay fuera a quedar al margen de la oleada de
golpes de Estado que se venía produciendo en América Latina. El artículo refutaba también la
segunda excepcionalidad uruguaya, que venía a afirmar la imposibilidad del desarrollo de la lucha
armada en el país dadas sus condiciones geográficas, posición que era sostenida por teóricos como
Regis Debray. El mro, si bien coincidía en que la lucha armada aislada en el caso uruguayo no era
viable, defendía que ésta era posible integrada en un conflicto de ámbito regional. Basándose en
su propia experiencia de coordinación revolucionaria dentro del “Plan del Che” y en la coordina-
ción represiva que comenzaba a darse entre los países del Cono Sur, para el mro la lucha no se
iba a dar país por país sino regionalmente: “la lucha continental abre para nuestro país inmensas
posibilidades, porque en ella se superan las peculiaridades y los obstáculos que en un Uruguay ais-
lado hacían pensar a Debray que éramos una excepción. Integrados en el proceso del continente,
los uruguayos dejamos de ser una excepción”.63
década había venido recorriendo la organización. Desde 1965, a raíz del segundo Congreso par-
tidario, el mro había definido ya una línea favorable a la lucha armada. Algunos de sus militantes
habían recibido formación político-militar en Cuba y la organización había colaborado con el
proyecto guevarista. Durante la Conferencia de la olas, el mro se había posicionado del lado de
las tesis cubanas, enfrentándose ideológicamente con el pcu, organización con la que mantenía
coalición electoral. Acorde con esta línea, el mro disponía, al menos desde 1966, de una cierta
infraestructura militar que incluía un taller de documentación falsa, depósitos de armas y un taller
elemental de explosivos para acciones directas de masas y aparatos de comunicación.
Sin embargo, pese a disponer de esta estructura clandestina incipiente y de plantear en forma
teórica la lucha armada, el mro confiaba aún en que el desarrollo de los acontecimientos transcu-
rriesen por la vía institucional.
Objetivamente se especulaba que íbamos a vivir un sistema de libertades recortadas, pero que
caminaba todavía por el proceso electoral […] No es que desde el punto de vista orgánico nos
agarró mal. Ese viraje táctico no fue previsto, porque si se hubiera previsto, automáticamente vos
hubieras desarrollado una estructura clandestina que existía en forma incipiente en el mro, pero
que no se preparaba para la guerrilla urbana, sino que era más bien de apoyo a lo estratégico […]
Una cosa es ser base de apoyo y otra cosa asumir en el lugar que corresponda el tipo de lucha.69
La ilegalización de las organizaciones firmantes de Época respaldaba ideológicamente a aque-
llas organizaciones que, como el mro, advertían del giro autoritario en la política uruguaya y les
llenaba de razones para impulsar la lucha armada. Este paso fue asumido como un salto natural
entre el grueso de la militancia de la Juventud, sin embargo, este giro táctico provocaría el distan-
ciamiento de algunos dirigentes y militantes entre 1968 y 1970. Alejamiento que, con el tiempo,
acabó por convertirse en un desprendimiento hacia el Partido Comunista de aquellos que no con-
sideraban la acción armada como una tarea inmediata. De este proceso formaron parte dirigentes
de la primera etapa como Armando Cuervo, vinculados a la tarea parlamentaria y electoral, pero
también dirigentes sindicales como Antonio Marotta, del sector bancario. Militantes y dirigentes
que una vez creado el Frente Amplio en 1971 adherirán como independientes a la “Lista 1001”,
del fidel.
La primera acción reconocida por las faro tuvo lugar el 10 se setiembre de 1968 y consistió
en la “recuperación” de un vehículo, utilizado para asaltar al día siguiente una sucursal de la Unión
de Bancos del Uruguay, entidad de la que se sustrajeron 7.200 dólares. Un mes después, el 3 de oc-
tubre, las faro volvieron a asaltar una nueva entidad bancaria, la sucursal Arroyo Seco del Banco
Comercial. En esta ocasión el botín superó los 12.800 dólares. Ambas acciones fueron coordi-
nadas por los argentinos Ramón Torres Molina y Óscar Doglio, integrantes de una estructura
conocida como Guerrilla del Ejército Libertador (gel) y que tiempo después se incorporarían
a las Fuerzas Argentinas de Liberación (fal).70 Además del apoyo argentino, en estos primeros
pasos las faro recibieron la asistencia de militantes brasileños. Uno de ellos, “Benavides”, instrui-
ría a un grupo del mro en la fabricación de explosivos,71 mientras que dos cuadros militares de
vpr aportarían los conocimientos adquiridos por esta organización en la planificación y ejecución
En esta reunión, en la que participaron por el mln Raúl Sendic, Candán Grajales y Eleuterio
Fernández Huidobro, se resolvió mantener un contacto permanente entre ambas organizacio-
nes, que quedaría establecido entre Mario Rossi y Candán Grajales, primero, y Efraín Martínez
Platero, después. En cuanto al apoyo material, el ingeniero y dirigente tupamaro Juan Almiratti
enseñaría, en un taller ubicado en la calle Viladerbó, a fabricar amonal a un combatiente de las
faro conocido como “Jorge”.77 En ese mismo periodo, el también tupamaro Lauro Salles forma-
ría en la fabricación de armas caseras a otro grupo de militantes de las faro.78
Las detenciones por los asaltos bancarios generaron la deserción de algunos militantes, por
temor o descontentos con el resultado de las acciones. De modo que las faro tuvieron que hacer
frente a una nueva campaña de reclutamiento en estos primeros meses de 1969. Las faro utili-
zaron tres vías principales de reclutamiento: el aparato político, la actividad sindical y la Juventud
del mro. El criterio organizativo tendía a que las células del aparato armado tuvieran crecimiento
fuera del aparato político, en especial desde el ámbito sindical, ya que los sectores de masas eran
clandestinos y no estaban ligados al aparato político del mro. Esta tendencia se explicaba en la
necesidad de preservar la compartimentación de la célula: “venir de una estructura electoral, con
gente que había estado en los diarios o en procesos electorales, por más que vos sostuvieras cierta
compartimentación, automáticamente esos compañeros quedaban descompartimentados dentro
de la estructura”.79
Encuadrados en la actividad sindical y avalados directamente por la estructura militar, se
incorporan en 1969 a las faro militantes como Guillermo Ralo y Rodolfo Lares, sin militancia
previa en el mro. Éste último, dirigente del gremio de la Cooperativa de Consumo de Usinas y
Teléfonos del Estado (ute), explica que la mayoría de sus compañeros en este organismo militar
fueron reclutados sin tener participación activa en el mro, producto de la ilegalización del mis-
mo.80 En el mismo sentido se pronuncian Sergio Nápoli y Diana Lubetkin, quienes se incorporan
a las faro desde la militancia estudiantil: “Ariel (Collazo) nos cita a lo que era la imprenta que
publicaba en aquel momento el diario Liberación […] A partir de ahí tenemos una charla y nos da
un contacto, que se realiza en la calle Soriano, en una confitería, con uno de los compañeros que
era el comando de las faro, Carlos Liscano, que después fue comando del mln”.81
En otros casos, la integración a las faro se dio después de hacer de correo o de guardar mate-
riales o armas. Es el caso de “Samuel”, un joven militante procedente de Durazno y simpatizante
del mln, que se incorpora en 1970 a las faro: “me pidieron guardar un arma, una granada […]
Cuando guardo ese arma, los compañeros me invitaron «para los fierros», guardando armas, lle-
vando portafolios. Por necesidad orgánica tras las caídas, había necesidad de publicitarse, de hacer
presencia, me vi obligado a participar en acciones armadas”.82
Junto al aparato político y la inserción social y sindical, la tercera vía de reclutamiento era la
Juventud del mro, que desde su formación se había mostrado favorable a la lucha armada. Ya du-
rante 1967 algunos de los componentes de la Juventud habían participado en diferentes acciones
armadas, como la colocación de dos artefactos explosivos con volantes en el Nocturno Nº 1 del
Liceo Zorrilla o el robo de un fusil Mauser y dos pistolas a un coleccionista privado. A finales de
ese año viajó a Cuba un grupo de estos jóvenes, entre los que figuraban Alejandro Lerena, Alberto
Pérez Iriarte, Arbelio Ramírez, Jorge Zabalza, el “flaco” Líbano83 y Ruben Sassano.84 Con la muerte
de Guevara en Bolivia los jóvenes uruguayos desplazados hasta Cuba irán regresando escalona-
damente a Montevideo. A su vuelta, el mro estaba ilegalizado y había comenzado a desarrollar su
aparato armado. Algunos de ellos –Alberto Pérez Iriarte, Arbelio Ramírez, “el negro” Cardozo o
Ruben Sassano– participarían de las primeras acciones de las faro, otros, como Alejandro Lerena,
Rafael Mántaras, Hernán Pucurull, su compañera “Mirta” o el propio Zabalza, seguirán también
el camino de la lucha armada pero en el seno del mln.
la fábrica de artefactos eléctricos tem sa92. En el mismo sentido se realizaron diferentes acciones
en apoyo a la huelga que seguían los trabajadores de la cadena de almacenes Manzanares, como la
toma de establecimientos, el ataque a las casas de los directivos, así como el secuestro de camiones
de alimentos y su reparto en cantegriles.93 También en el contexto de un conflicto laboral, una
de las estructuras que para 1971 se mantenía operativa preparó el secuestro de un directivo de la
papelera cicsa, acción que no llegó a concretarse ante la falta de infraestructura.94
La acción de mayor envergadura realizada por las faro tuvo lugar en mayo de 1970 y fue
bautizada como “Operación Z”. Este operativo fue concebido por la organización como un salto
cualitativo en el camino hacia enfrentamientos militares de mayor complejidad que, finalmente,
no llegarían. La acción, diseñada en varias etapas, consistió en la toma del Cine Plaza en pleno
centro de Montevideo. En ella participaron una treintena de combatientes que tomaron las di-
ferentes plantas del edificio en una acción de propaganda armada. Aunque las faro pretendían
proyectar una película, el desarrollo de la operación no fue del todo exitoso y debieron recurrir
a una arenga y el lanzamiento de octavillas. Previamente, las faro habían copado el sindicato
“amarillo” afute –acción enmarcada en el apoyo a la tendencia combativa que se mantenía en
conflicto en ute–, cuya sede se utilizó como acuertelamiento para efectuar la acción central.95
92 El Guerrillero Oriental 2, Órgano de prensa oficial de las far “Orientales” (agosto de 1970), adc-ceiu.
93 Entrevista a Sergio Nápoli. Montevideo, 5/8/2010.
94 Sergio Nápoli, 5/8/2010
95 faro. Comunicado Interno Nº 24 (1/6/1970), cedema.
96 Rodolfo Lares, 10/8/2010.
97 “Los 5 de faro, remitidos”, El Día (3/3/1971).
98 “Resolución del Poder Ejecutivo, de 14 de diciembre de 1970”, Marcha (18/12/1970).
99 mro, “Declaración de apoyo a la integración en el Frente Amplio”, Marcha (4/12/1970).
iniciado en el contacto que los presos de las diferentes organizaciones armadas habían mantenido
en prisión. Esta concepción, que diferenciaba entre un frente antioligárquico electoral (fa) y un
frente revolucionario (fln), definiría la postura del mro respecto al fa. Como en etapas anterio-
res, para el mro no existiría contradicción entre lucha armada y lucha electoral, desarrollándolas
en mayor o menor medida según la coyuntura. La organización asumía que en Uruguay coexis-
tían ambas formas de lucha, pacíficas y no pacíficas, “pero si en 1970 predominaron estas últimas,
en 1971 es fácil advertir que predominarán aquellas”.
En cuanto al fa, el mro vislumbraba en su seno dos sectores diferenciados: una vertiente
“reformista” y otra “revolucionaria”. Lo que diferenciaba a ambas tendencias, para el mro, era
fundamentalmente la táctica: mientras los primeros sólo aceptaban la lucha pacífica, otorgando
un papel fundamental a los comicios, la tendencia revolucionaria defendía la combinación de
todas las formas de lucha.100 Desde la óptica del mro, a partir de 1967 se había ido configurando
un movimiento de masas revolucionario que ya no sólo utilizaba formas de lucha pacíficas y al
que el mro caracterizaba como embrión del fln. De esta manera, el “polo revolucionario” dentro
del fa se convertía, para el mro, en una expresión pública del fln.
A diferencia del fa, donde la tendencia “reformista” era la predominante, el fln debía ser el
resultado de la unión de las diferentes organizaciones revolucionarias, tanto las presentes en el fa
como aquellas no incorporadas a éste. Así, ante la ausencia de una única vanguardia, la dirección
del fln debía recaer en las tres organizaciones que en ese momento desarrollaban actividad ar-
mada en el país: mln, opr-33 y el propio mro-faro.101 La actuación del mro dentro del Frente
Amplio respondió a esta doble filiación, como miembro del “polo revolucionario” en el fa y como
impulsor de un fln, abortado por las diferencias entre los grupos que debían conformarlo, la
problemática interna de cada organización y la propia dinámica de los acontecimientos.
Reconociendo, por tanto, la hegemonía de los sectores progresistas sobre el fa y a la vez la
necesidad de participar en éste como medio para mantenerse ligado a las masas, el mro se mar-
caría como línea de acción al interior del fa el desarrollo de la tendencia revolucionaria.102 Pese a
los esfuerzos en esta dirección, en la práctica el “polo revolucionario” no logró consolidarse como
tendencia, en un contexto en el que el proceso electoral era el principal hecho movilizador de la
izquierda y al que habría de incorporarse, también, el mro. Si bien en un principio el mro trató
de construir un sub-lema de cara a los comicios junto al ps y la Unión Popular, la negativa de los
socialistas a integrar esta candidatura acabó por definir el sub-lema “Patria Grande” con la partici-
pación exclusiva de la up de Enrique Erro y con Ariel Collazo como candidato por el mro.
Los resultados para esta organización fueron contradictorios y acabaron por definir su des-
aparición de la escena pública. En términos generales, “Patria Grande” recabó 71.000 votos –el
23,7% de los recibidos por el Frente Amplio–. El grueso de los votos, casi 60.000, correspondió
a la lista de Erro y el resto –en torno a los 11.200 votos– a Ariel Collazo.103 Era la primera
ocasión en que el mro se presentaba con lista propia y aunque el número de votos recibidos era
significativo, no alcanzaron para que Collazo renovara su cargo como diputado. Tan sólo un día
después de perder su inmunidad como parlamentario, el 17 de febrero de 1972, Collazo fue de-
Fuentes
América Latina 1 y 2, 1967. Revista teórica del Comité Ejecutivo del Movimiento Revolucionario Oriental.
Centro de Documentación de los Movimientos Armados (cedema).
América Latina 1 y 2, 1968. Revista teórico-política del Movimiento Revolucionario Oriental. cedema.
El Guerrillero Oriental 1 y 2, julio-agosto de 1970. Órgano de prensa oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
“Orientales”. Archivo David Cámpora (en adelante adc)-ceiu.
Liberación 1, 29/12/1970 y 9, 24/08/1971. Director: Ariel Collazo. cedema.
Documentos
far “Orientales”, Documento 1. Ideología/Historia/Programa, 1970. cedema.
_____. Documento 2. Uruguay, 1970. cedema.
_____. Documento 3. La táctica reformista, 1970. cedema.
_____. Documento 4. La táctica revolucionaria, 1970. cedema.
_____. Documento 5. Táctica revolucionaria –en lo social o de masas–, 1970. cedema
_____. Comunicado Interno Nº 24, 1º/6/1970. cedema.
_____. La Organización Revolucionaria. Guía de lecturas, circa 1970. cedema.
mro, Acta de fundación, 21/4/1961. cedema.
_____. Declaración programática, 2/7/1965. adc-ceiu.
Bibliografía
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_____. “El Uruguay no es una excepción”, América Latina 2, agosto de 1967.
_____. “La oligarquía uruguaya se quita la máscara”. Marcha, 16 de febrero de 1968.
_____. “Del Doctor Ariel Collazo: Desvinculación del mro del fidel”. Marcha, 29 de noviembre de 1968.
Armando Cuervo, “La Conferencia de la olas, una definición”. América Latina 2, agosto de 1967.
_____.“En la línea que define los dos campos”. América Latina 2. Suplemento Especial I, agosto de 1967.
Campos, Esteban y Gabriel Rot. La Guerrilla del Ejército Libertador. Vicisitudes políticas de una guerrilla urbana.
Buenos Aires: El Topo Blindado, 2010.
Collazo, Ariel. Historia de una pasión política. Montevideo: Productora Editorial, 2004.
_____. Regreso de Cuba/La crisis en el Uruguay/Reforma Constitucional Revolucionaria. Bases. Montevideo: mro,
1961.
Aldo Marchesi1
Vania Markarian2
Resumen Abstract
Este artículo repasa la producción sobre This article examines the existing literature
el Uruguay de la crisis y la dictadura, es decir, on four decades of Uruguayan history, cove-
entre los años cincuenta y ochenta del siglo ring from the crisis initiated in the 1950s to
pasado. El análisis apunta diferentes énfasis the dictatorship of the 1970s and 1980s. The
teóricos, perspectivas disciplinarias y proble- analysis takes into account different theo-
mas históricos. Comienza con los enfoques retical emphases, disciplinary approaches,
estructurales y caracterizaciones socioeconó- and historical problems. It begins with the
micas que acompañaron la primera percepción structural perspectives and socioeconomic
de la crisis a fines de los cincuenta y tuvieron characterizations which emerged with the first
su auge hacia los años setenta. Un segun- perceptions of the crisis and had their pinna-
do momento, signado por el desarrollo de la cle in the 1970s. A second phase, dominated
ciencia política, empezó luego de los golpes de by the development of political science, be-
Estado en la región y se consolidó en Uruguay gan after the coups d´Etat in the region and
durante el retorno democrático. Hacia fines flourished in Uruguay during the transition
de los noventa comenzó una tercera etapa que back to democracy. Starting in the late 1990s,
puso acento en los fenómenos subjetivos y la a third moment was characterized by paying
relación entre cultura y política desde los nove- attention to subjectivity and the relations bet-
dosos enfoques de la psicología, la antropología ween politics and culture from the innovative
y los estudios culturales. A partir del cambio perspectives of psychology, anthropology, and
de siglo, por último, creció la producción his- cultural studies. Finally, with the turn of the
toriográfica al tiempo que se consolidaron las century grew historiographical production
agendas y se intensificó el diálogo entre los di- while research agendas were established and
ferentes espacios de investigación. dialogues among different research spaces
Palabras clave: Uruguay, crisis, dictadura, intensified.
producción académica Key words: Uruguay, crisis, dictatorship,
academic literature.
3 Aldo Marchesi, Vania Markarian, Álvaro Rico y Jaime Yaffé, “Pensar el pasado reciente: Antecedentes y pers-
pectivas”, en A. Marchesi et al (Editores) El presente de la dictadura: Estudios y reflexiones a 30 años del golpe de
estado en Uruguay (Montevideo: Trilce, 2004), 5.
4 Estas dos primeras etapas recogen con pocas modificaciones el ya mencionado artículo del 2004 realizado en
coautoría con Yaffé y Rico, el resto es sustancialmente nuevo.
Enfoques estructurales
y primeras caracterizaciones socio-económicas
Hacia la segunda mitad de los años sesenta, comenzaron a aparecer los primeros esfuerzos
por entender el avance de un nuevo tipo de régimen autoritario en el Cono Sur. Esta discusión
se procesó muchas veces a nivel regional, haciendo justicia a la extendida idea de que se trataba
de un mismo intento de imprimir un cierto rumbo a la economía y la política de estos países, con
claro origen en los centros de poder mundial, particularmente en las políticas imperialistas de
Estados Unidos. Estos enfoques marcadamente estructurales tenían relación con las doctrinas de
la izquierda militante de matriz marxista y también raíces en la labor de la Comisión Económica
para América Latina (cepal) y las entonces populares “teorías de la dependencia”. En Uruguay,
los extensos estudios de la estructura económica y social del país realizados por el Instituto de
Economía de la Universidad de la República y los análisis sobre la influencia de los organismos
financieros internacionales fueron insumos claves de esta primera etapa de reflexión dedicada
a entender las transformaciones del capitalismo dependiente y sus cambios coyunturales, es-
pecialmente luego del viraje de la política económica entre fines de 1967 y mediados de 1968.5
Los nombres de Alberto Couriel, Samuel Lichtensztejn, Luis Macadar, Raúl Trajtenberg y Raúl
Vigorito son buenos ejemplos de esta generación de economistas uruguayos que se formaron bajo
el influjo estructuralista “cepalino” y abrazaron el “dependentismo”.6
Con el tiempo, el par explicativo dependencia/desarrollo dio lugar a la más radical asociación
entre dependencia y subdesarrollo y ésta a la abierta dicotomía entre subdesarrollo y revolución,
presente explícita o implícitamente en muchos de los trabajos de esta época junto con una de-
nuncia del rol de las elites nacionales. En estas explicaciones, los condicionamientos impuestos
por el sistema capitalista mundial aparecían generalmente como causas suficientes de la crisis del
Estado y del avance autoritario en la región y el país. A medida que se avanzaba en la implemen-
tación de una serie de medidas sociales y económicas de carácter claramente regresivo, la situación
política y social se radicalizaba y aumentaba el enfrentamiento entre los sectores populares orga-
nizados y las fuerzas represivas. No siempre fue fácil separar los proyectos de investigación más
o menos académicos de las posturas político-ideológicas. Fue entonces que se comenzó a hablar
de “fascismo” para asimilar el impacto de los nuevos autoritarismos y justificar diversas formas de
resistencia a veces al margen de la legalidad democrática hasta entonces existente.7
Con independencia de sus asociaciones con diferentes proyectos de cambio, estos enfoques
compartían la intención de dar respuestas concretas e inmediatas a lo que ya se percibía como
la crisis más aguda en la historia del país. Tenían, además, un tono de época expresado en la
5 Antes de esta etapa, a comienzos de los sesenta, el equipo de trabajo de la Comisión de Inversiones y Desarrollo
Económico (cide) había llevado adelante la primera experiencia de estudio y planificación económica de
corte “cepalino” en Uruguay. Ver Adolfo Garcé, Ideas y competencia política, 1960-1973: Revisando el fracaso de
la cide (Montevideo: Trilce, 2002).
6 Entre los trabajos más influyentes y con mayor divulgación del período podemos mencionar: Alberto Couriel
y Samuel Lichtensztejn, El fmi y la crisis económica nacional (Montevideo: fcu, 1967); Instituto de Economía,
Universidad de la República, El proceso económico del Uruguay: Contribución al estudio de su evolución y
perspectivas (Montevideo: udelar, 1969). Por más información sobre la evolución de los estudios económicos
en esta etapa, ver “Economía”, en Ciencia y Tecnología en el Uruguay (Montevideo: cinve-mec, 1986).
7 Para una descripción de este recorrido intelectual a nivel latinoamericano ver el prefacio de Guillermo
O’Donnell, Contrapuntos (Buenos Aires, Barcelona, México: 2003).
necesidad de articular explicaciones globales. Entre los primeros estudios que buscaron entender
el camino al autoritarismo integrando los aspectos económicos, sociales y políticos sin subordina-
ciones fáciles, se destaca el trabajo de 1971 de Carlos Real de Azúa “Política, poder y partidos en
el Uruguay de hoy”.8 Junto a otros trabajos contemporáneos, este texto detectaba la incapacidad
del sistema político de resolver la crisis nacional sin dejar de señalar el papel de los partidos en la
conformación social y estatal del país.9 Si bien su atención hacia el sistema partidario podía en-
troncarse con la vieja historia política, en desuso en aquellos años, su interés por la relación entre
sistema político y estructura social y su consideración de las nuevas expresiones de descontento,
especialmente la violencia de izquierda, eran líneas novedosas que no tendrían demasiados con-
tinuadores hasta los últimos años de la dictadura.10 También la dimensión regional del análisis y
su discusión de la categoría “colonial-fascista” de Helio Jaguaribe para caracterizar a los “nuevos
regímenes de represión política y social” en Argentina y Brasil y empezar a reflexionar sobre
Uruguay mostraban la agudeza del autor, a pesar de su insistencia en los “rasgos amortiguadores”
de la sociedad uruguaya.11
Este tipo de discusión sobre las dimensiones regionales de los procesos contemporáneos dio
origen a un enfoque que se reivindicaba académico sin renegar del compromiso social. Estos
estudios se proponían entender las particularidades del avance autoritario en países relativamente
desarrollados donde la mayor parte de la población era urbana y altamente politizada, lo cual
marcaba a su entender una diferencia sustancial con otros procesos regionales más o menos re-
cientes. El nombre clave en estos esfuerzos es el argentino Guillermo O’Donnell, quien en su
estudio pionero sobre el gobierno del General Juan Carlos Onganía acuñó la expresión “Estado
burocrático autoritario” para caracterizar estos fenómenos.12 En palabras de O’Donnell, el centro
8 Carlos Real de Azúa, “Política, poder y partidos en el Uruguay de hoy”, en Luis C. Benvenuto y otros,
Uruguay hoy (Buenos Aires: Siglo xxi, 1971).
9 Ver también C. Real de Azúa, El impulso y su freno: Tres décadas de batllismo y las raíces de la crisis urugua-
ya (Montevideo: ebo, 1964). Desde la sociología, Aldo Solari, Uruguay, partidos políticos y sistema electoral
(Montevideo: El libro libre, 1998) y Alfredo Errandonea, “El mutacionismo electoral como indicador de
estabilidad política”, Revista Uruguaya de Ciencias Sociales, 1-2 (1972), buscaron entender estos procesos,
mientras una generación más joven publicaba sus contribuciones en los Cuadernos de Ciencias Sociales y la
Revista Uruguaya de Ciencias Sociales. Por la evolución de los estudios politológicos y sociológicos en esta
etapa, ver Gerardo Caetano, Pablo Mieres, José Rilla y Romeo Pérez, “Los partidos políticos en las ciencias
sociales uruguayas, 1960-1990”, en G. Caetano et al, Partidos y electores: Centralidad y cambios (Montevideo:
claeh-ebo, 1992). Es importante destacar el aporte realizado desde los estudios legales por Alberto Pérez
Pérez, Constitución de la rou de 1967, anotada y concordada (Montevideo: Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales, 1970) y algunos interesantes planteos de coyuntura y propuestas de cambio de autores como Vivian
Trías, Alberto Methol Ferré, Rodney Arismendi y Roberto Ares Pons.
10 Por esta época aparecieron las primeras exploraciones sobre la guerrilla urbana, expresiones de la curiosidad
que el asunto despertaba dentro y fuera del país. Estos enfoques no solían ofrecer una explicación de la re-
lación entre violencia revolucionaria y avance autoritario, optando por una visión testimonial, descriptiva y
casi siempre favorable a la izquierda armada, ver Carlos Núñez, Tupamaros, la única vanguardia (Montevideo:
Provincias Unidas, 1969), Antonio Mercader y Jorge De Vera, Tupamaros: estrategia y acción (Montevideo:
Alfa, 1969), Antonio Pérez García, Política y sociedad (Montevideo: Nuestra Tierra, 1970), Maria Esther
Gilio, La guerrilla tupamara (Montevideo: Biblioteca de Marcha, 1971), Alain Labrousse, Los tupamaros:
Guerrilla urbana en Uruguay (Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo, 1971) y Arturo Porzecanski, Uruguay’s
Tupamaros: The urban guerrilla (Nueva York: Praegers Publishers, 1973).
11 Por el debate sobre los rasgos “amortiguadores” de la sociedad uruguaya, ver C. Real de Azúa, Uruguay, ¿una
sociedad amortiguadora? (Montevideo: ebo, 1984).
12 G. O’Donnell, Modernización y autoritarismo (Buenos Aires: Paidós, 1972) y El Estado burocrático autoritario,
1966-1973: Triunfos, derrotas y crisis (Buenos Aires: Editora de Belgrano, 1982).
del análisis era la “afinidad electiva entre el autoritarismo burocrático y la alta modernización”.13
De acuerdo a esta perspectiva, la percepción de una amenaza a la dominación capitalista habría
llevado a la alta burguesía, en alianza con el capital internacional, a buscar apoyo y protección en
la corporación militar. En la década del setenta, los estrechos vínculos de O’Donnell con univer-
sidades estadounidenses y su pasaje por Brasil dieron dimensión transnacional a la discusión de
estos temas.
Luego de los golpes de Estado del Cono Sur, otros muchos académicos importantes de la región
se radicaron en diferentes países europeos y americanos y ampliaron aun más los límites geográ-
ficos del debate. Los trabajos de latinoamericanos y latinoamericanistas como Fernando Enrique
Cardozo, Liliana de Riz, Philippe Schmitter, David Collier y Alfred Stepan expresaron un es-
fuerzo por repensar las continuidades y discontinuidades históricas del “nuevo autoritarismo” en
base a categorías como “corporativismo” y “fascismo”, además de “autoritarismo burocrático”.14 Las
polémicas en torno a la caracterización de los nuevos regímenes como “fascistas” fueron especial-
mente importantes para quienes reconocían una matriz marxista en sus agendas de investigación
y discusión sobre el pasado reciente en el área latinoamericana. Junto con el planteo de Jaguaribe,
la definición de “fascismo dependiente” de Theotonio dos Santos y la caracterización de regímenes
“fascistas” sin adjetivos en el trabajo de Agustín Cueva fueron muy influyentes en algunos círculos
académicos y debates políticos del exilio, especialmente en países como México y Cuba.15
En el caso uruguayo es notoria en estos años la escasez tanto de producción académica como de
análisis político, aunque la mayoría de los estudios más conocidos lo mencionaban como parte de
las tendencias regionales y existieron algunos aportes específicos de uruguayos y “uruguayólogos”.
La mayoría de los investigadores uruguayos se dedicó en esta época a estudiar aspectos puntuales
de la problemática contemporánea nacional, sin participar de lleno en las discusiones más globales
sobre la caracterización de los nuevos regímenes autoritarios.16 Hubo algunos autores extranjeros
que contribuyeron a integrar el caso uruguayo a los debates regionales. Publicados en la segunda
mitad de los setenta, los libros del estadounidense Martin Weinstein y el argentino-israelí Edy
Kaufman fueron pioneros intentos de entender el presente dictatorial de un país que, al menos en
el contexto latinoamericano, había asombrado por su pasado democrático y socialmente progre-
sista.17 Mientras Weinstein prácticamente reducía los orígenes del autoritarismo a la derrota del
proyecto liberal y urbano implementado por el presidente José Batlle y Ordóñez, principal líder
del Partido Colorado, a comienzos del siglo xx, Kaufman responsabilizaba a la corporación mili-
tar por el golpe de Estado y enfatizaba el papel de los grupos económicos, la guerrilla tupamara y
el parlamento en la caída de la democracia. Un artículo publicado por el estadounidense Howard
Handelman en 1981 encuadraba el caso uruguayo en el esquema de O’Donnell y examinaba en
detalle las percepciones de los empresarios industriales sobre la “amenaza” que habrían signifi-
cado la movilización sindical y las acciones guerrilleras.18 El historiador estadounidense Henry
Finch propuso ese mismo año un enfoque económico de larga duración para entender el avance
autoritario como resultado de la inhabilidad del sistema político para resolver las contradicciones
originadas en los años sesenta en el proceso de modernización capitalista.19
En líneas generales, puede decirse que estas primeras reflexiones examinaron la importancia
de condicionantes económicos y conflictos de clase en el avance autoritario y señalaron el nuevo
papel institucional de las Fuerzas Armadas, con énfasis en la preocupación por desmovilizar a
un sector popular previamente activado. Más allá de amplias zonas de discrepancia, uno de los
logros más importantes de la mayoría de estos estudios tempranos fue cuestionar la hipótesis que
relacionaba el desarrollo económico con el fortalecimiento de la democracia política. Aunque pu-
blicado recién en 1987, el trabajo de Germán Rama también participó de esta forma de pensar los
vínculos entre economía y política al proponer la idea de un desborde de la capacidad de respuesta
del Estado frente a las demandas encontradas de los diferentes sectores sociales.20
23 Charles Gillespie, Negociando la democracia (Montevideo: icp-fcu, 1995) y Luis E. González, Estructuras
políticas y democracia en Uruguay (Montevideo: fcu, 1993).
24 C. Gillespie, Louis Goodman, Juan Rial y Peter Winn, Uruguay y la democracia, 3 vols. (Montevideo: Wilson
Center Latin American Program-Montevideo Series-ebo, 1984-85).
ochenta.25 Entre estos trabajos de énfasis político, cabe destacar la original tesis de doctorado de
Francisco Panizza en la Universidad de Essex, Inglaterra, sobre la crisis del Estado batllista, que
analizaba las estrategias discursivas y representaciones de actores como los Tupamaros, el presi-
dente Jorge Pacheco y los militares. Si bien compartía el interés por la política que caracterizó a
muchos de sus contemporáneos, la reflexión de Panizza estaba más ligada a la renovación de las
ideas de la izquierda académica que a la agenda de la politología norteamericana. Se notaba la
impronta metodológica de Ernesto Laclau, su director de tesis, y la influencia del pensamiento de
Antonio Gramsci en el uso de conceptos como “hegemonía” y “transformismo”.26
Al subrayar la importancia de la política en todos estos trabajos es interesante notar, junto a
novedades académicas y renovaciones ideológicas, el peso de una caracterización de la historia
política uruguaya que enfatizaba la influencia perdurable de los partidos y, más en general, la
autonomía de lo político frente a lo social y lo económico.27 El estudio de los partidos, que ha-
bía sido marginal o subordinado en los sesenta y los setenta, renació a la salida de la dictadura,
acompañando el destacado papel de la dirigencia y la militancia en esos años. A grandes trazos,
los nuevos análisis resaltaban la centralidad partidaria al describir los partidos tradicionales como
mediadores eficientes de los reclamos y tensiones sociales en una escena pública dominada por
el Estado. La crisis social y política de los sesenta y setenta encontraba explicación en la erosión
de la habilidad de los partidos para representar a la ciudadanía y conducir el gobierno. La dic-
tadura aparecía como un quiebre en esta duradera conformación política: las Fuerzas Armadas
habían desplazado a los partidos, reprimido la actividad política y asumido la misión de “salvar a
la nación”. Estos estudios hacían hincapié en que las Fuerzas Armadas, a pesar de llevar adelante
un serio intento de reformular las relaciones entre Estado, gobierno, partidos y sociedad civil,
terminaron por someterse a la conformación política tradicional y reconocieron a los partidos
como interlocutores legítimos en una transición negociada que llevó a la virtual restauración del
sistema político anterior al golpe, con la posible salvedad del nuevo peso de la izquierda política
expresada en el Frente Amplio.
Además de los autores ya nombrados, los primeros trabajos producidos por politólogos, so-
ciólogos e historiadores que habían permanecido en el país suscribieron a esta forma de entender
la historia política uruguaya a lo largo del siglo xx. Los escritos conjuntos de Carlos Zubillaga y
Romeo Pérez y la popular Breve historia de la dictadura de Gerardo Caetano y José Rilla son buenos
ejemplos de esta tendencia.28 También Juan Rial y Carina Perelli produjeron en esta época varios
25 Ver Luis Costa Bonino, La crisis de los partidos tradicionales y el movimiento revolucionario (Montevideo: ebo, 1985)
y La crisis del sistema político uruguayo (Montevideo: fcu, 1995); J. Lanzaro, Sindicatos y sistema político: Relaciones
corporativas en el Uruguay, 1940-1985 (Montevideo: fcu, 1986); Silvia Dutrénit, El maremoto militar y el archi-
piélago partidario: Testimonios para la historia reciente de los partidos político uruguayos (Montevideo: ecs-Instituto
Mora, 1994); y Gonzalo Varela, De la república liberal al Estado militar (Montevideo: Nuevo Mundo, 1988).
26 Por la renovada influencia de Gramsci entre los intelectuales latinoamericanos, ver Julio Labastida (Editor)
Hegemonía y alternativas políticas en América Latina (México: Siglo xxi, 1985); Ernesto Laclau y Chantal
Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista: Hacia una radicalización de la democracia (Madrid: Siglo xxi, 1987).
Para la aplicación de este enfoque al caso uruguayo ver Francisco Panizza, Uruguay, Batllismo y después:
Pacheco, militares y Tupamaros en la crisis del Uruguay batllista (Montevideo: ebo, 1990).
27 Por una postulación ya clásica de esta perspectiva como programa de investigación, ver G. Caetano, J. Rilla y
R. Pérez, “La partidocracia uruguaya”, Cuadernos del claeh 44 (1987), 37-62.
28 Carlos Zubillaga y R. Pérez, El Uruguay de nuestro tiempo, 1958-1983: Los partidos políticos.1958-1983
(Montevideo: claeh, 1983) y La democracia atacada (Montevideo: ebo, 1988); G. Caetano y J. Rilla, Breve
historia de la dictadura (Montevideo: ebo, 1987).
estudios seminales por la cantidad de temas e ideas nuevas, así como por la originalidad de sus
enfoques. Algunos de sus trabajos expresaban líneas de interés comunes a la ciencia política esta-
dounidense en el análisis de instituciones y actores políticos, mientras otros daban cuenta de una
curiosidad intelectual más difícil de encasillar, indagando en asuntos como memoria, imaginario,
derechos humanos y juventud que no tendrían casi continuadores en los próximos diez años.29
En esta primera producción fue central el aporte de los centros privados de investigación que
funcionaron en el país en los años de dictadura, cuando la Universidad de la República estaba
intervenida por el gobierno y su producción era escasa por no decir nula. Aunque su labor tenía
un énfasis económico, estos centros dieron origen a estudios sobre una variedad de temas relativos
al pasado reciente. Entre ellos se destacaron el Centro de Informaciones y Estudios del Uruguay
(ciesu, fundado en 1975), el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (ciedur,
1977), el Centro de Investigaciones Económicas (cinve, 1975) y el Centro Latinoamericano de
Economía Humana (claeh, 1958), con apoyo logístico de diversos organismos y fundaciones
extranjeras. Fue en esos lugares donde primero se pensó sistemáticamente sobre la crisis de la
democracia y el ascenso autoritario, años antes de que la Universidad retomara sus funciones
tradicionales y estableciera espacios para investigar estos temas.30
Fue también allí donde se empezó a reflexionar sobre otros varios aspectos de la transición. Al
igual que con el estudio del sistema político y los partidos, la temática de los movimientos sociales
fue sugerida por su actuación en los últimos años de la dictadura, lo que generó algunos debates
de inspiración gramsciana sobre una redescubierta “sociedad civil” y su eventual articulación con
la vida política.31 La mayoría de los estudiosos de la transición sostuvo que estos movimientos
habían sido independientes de las estructuras partidarias mientras la clase política había esta-
do proscripta, pero debieron finalmente articular sus demandas a través del sistema partidario.
Interpretaciones de este tipo solían describir un breve período de creatividad de la sociedad civil
rápidamente interrumpido por la restauración del lugar central de los partidos.32 Un tono simi-
lar tuvieron los varios análisis contemporáneos sobre los intrincados procesos de “concertación”
entre los partidos y las organizaciones sociales.33 Entre estos tempranos estudios de la transición
29 Juan Rial, Partidos políticos, democracia y autoritarismo, 2 vols. (Montevideo: ciesu-ebo, 1984), Relaciones in-
terpartidarias y con actores políticos no partidarios de la oposición frente a regímenes autoritarios (Montevideo:
ciesu, 1984), La izquierda partidaria frente a la redemocratización: ¿Hacia una integración negativa? (Monte-
video: ciesu, 1985), Concertación y gobernabilidad: Proyecto, acuerdo político y pacto social, la reciente experiencia
uruguaya (Montevideo: ciesu, 1985) y Las Fuerzas Armadas: ¿Soldados-políticos garantes de la democracia?
(Montevideo: ciesu, 1986). Sobre memoria e imaginarios, ver Carina Perelli y J. Rial, De mitos y memorias
políticas (Montevideo: ebo, 1985).
30 Los primeros espacios universitarios que se dedicaron al estudio del pasado reciente de forma sistemática fue-
ron el Centro de Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos y el Centro de Estudios Interdisciplinarios
del Uruguay, fundados en 1985 en la Facultad de Humanidades y Ciencias bajo la dirección de Lucía Sala y
José Pedro Barrán, respectivamente.
31 La mayor parte del debate giró en torno a los nuevos movimientos sociales Carlos Filgueira (Editor) Movi-
mientos sociales en el Uruguay de hoy (Montevideo: flacso-ciesu-evo, 1985); María Bonino, Ariel Celiberti
y Jorge Ferrando, Participación y organizaciones sociales: Tres casos en el Uruguay (Montevideo: eppal, 1990).
Fueron escasos los trabajos sobre movimiento obrero bajo la dictadura. Ver Jorge Chagas y Jorge Tonarelli, El
sindicalismo bajo la dictadura, 1973-1984 (Montevideo: Nuevo Mundo, 1989).
32 F. Panizza y Adolfo Pérez Piera, Estado y sociedad (Montevideo: ciesu, 1988); J. Rial, Relaciones interpartidarias.
33 J. Rial, Concertación y gobernabilidad; Horacio Martorelli, Carlos Pareja y Romeo Pérez, Las incertidumbres de
la concertación (Montevideo: ciedur, 1984).
es importante mencionar las primeras exploraciones del factor militar que se aventuraron en un
asunto complejo y casi sin antecedentes en el país.34
Más allá de orientaciones y elecciones temáticas, podemos decir que la gran mayoría de lo
producido en este período estaba en armonía con el enfoque de la literatura académica sobre
transiciones que sugería que una predisposición negociadora por parte de todos los actores era
la única garantía de un tránsito pacífico a la democracia, lo cual parecía dejar de lado la posibili-
dad de reclamar cambios estructurales, al menos en esta etapa. En gran medida, esta perspectiva
respondía a cambios producidos en el ambiente intelectual y político del Cono Sur, tanto desde
el exilio como en la región. Como señala Cecilia Lesgart, esta transformación en las formas de
pensar el cambio político y social hizo de las ideas de “democracia política” y “transición a la de-
mocracia” una estrategia de acción política con anterioridad a las elecciones fundacionales de los
primeros gobiernos constitucionales.35 En Uruguay, este cambio de perspectiva no se limitó al pa-
sado reciente sino que tiñó, como se dijo anteriormente, el análisis de toda la historia nacional. Se
trataba, en definitiva, de una crítica a las modalidades de hacer y pensar la política asumidas por
muchos intelectuales en décadas anteriores, especialmente una visión que ahora parecía reduccio-
nista por su apego a los determinantes estructurales. Es claro, entonces, que esta revisión fue fruto
del cruzamiento entre debates académicos y discusiones políticas, marcando tanto el surgimiento
de un campo de estudio como el tránsito teórico de parte de la izquierda intelectual.36
También es cierto que muchos discutieron este cambio de rumbo y defendieron otras formas
de pensar la crisis de las democracias, el nuevo avance autoritario y las transiciones del Cono
Sur. En Uruguay, hubo algunos enfoques disidentes que insistieron en pensar estos temas desde
una interpretación marxista que rechazaba la nueva ortodoxia politológica.37 Existió también un
sostenido esfuerzo académico desde la economía con el objetivo de explicar el significado de la
dictadura no sólo en la tradición política sino también en la estructura social y económica del
país. Desde comienzos de los ochenta, esta línea de investigación buscó mostrar las continuida-
des entre el “reajuste económico” realizado bajo el autoritarismo y las políticas de los gobiernos
inmediatamente anteriores. En años posteriores, algunos de estos analistas marcaron también
continuidades con las decisiones de los gobiernos post-autoritarios.38
Hubo en esta época otras aproximaciones al pasado reciente que buscaban ordenar y siste-
matizar el conocimiento hasta entonces disponible y empezar a marcar una agenda de posibles
temas de futuras indagaciones. Algunas de estas cronologías, enfoques panorámicos y trabajos
periodísticos apuntaron (y muchas veces alcanzaron) a públicos más amplios que la producción
estrictamente académica antes reseñada. Especial mención merece la Breve historia de Caetano y
Rilla por retomar la periodización planteada por L. E. González y ampliar sus posibilidades para
34 Selva López Chírico, El Estado y las Fuerzas Armadas en el Uruguay del siglo xx (Montevideo: ebo, 1985); J.
Rial, Las Fuerzas Armadas; C. Perelli, Convencer o someter: el discurso militar (Montevideo: ebo, 1987); Gabriel
Ramírez, El factor militar: Génesis, desarrollo y participación política (Montevideo: Arca, 1988).
35 Ver Cecilia Lesgart, Usos de la transición a la democracia: Ensayo, ciencia y política en la década del 80 (Rosario:
Homo Sapiens, 2003).
36 Ver V. Markarian, Idos y recién llegados: La izquierda uruguaya en el exilio y las redes transnacionales de derechos
humanos, 1967-1984 (México: Correo del Maestro-La Vasija, 2006).
37 G. De Sierra, Sociedad y política en el Uruguay de la crisis (Montevideo: Librosur, 1985).
38 Danilo Astori, La política económica de la dictadura (Montevideo: ebo, 1990); Luis Macadar, ¿Uruguay, 1974-
1980: Un nuevo ensayo de reajuste económico? (Montevideo: cinve-ebo, 1982) y Jorge Notaro, La política
económica en el Uruguay, 1968-84 (Montevideo: ebo, 1984).
entender todo el período de la dictadura, al tiempo que planteaba una serie de enfoques y temas
que luego probaron su rendimiento para la investigación. Los libros de Óscar Bruschera, Martha
Machado-Carlos Fagúndez y Cristina Torres-Francois Lerin, la serie El Uruguay de la dictadura
de ebo y el tomo 8 de la colección de historia uruguaya de la misma editorial son otros buenos
ejemplos de una incipiente intención de ordenamiento y síntesis en relación con esa etapa.39 Esta
intención estuvo asimismo entre las preocupaciones fundacionales del ceiu en 1986 y se plasmó
finalmente en dos volúmenes de cronología publicados en 1996 y 2003.40 Por su parte, los libros
de Nelson Caula-Alberto Silva y Diego Achard aportaron también información y documenta-
ción para profundizar en el conocimiento de la dictadura y la transición.41
Mención aparte merecen los abundantes aportes testimoniales de este período tan marcado
por la necesidad de compartir en público las difíciles experiencias de los años anteriores. Las
obras dedicadas a narrar el sufrimiento de la tortura y el encarcelamiento se transformaron en
éxitos editoriales y referencias centrales de los debates públicos. Alfredo Alzugarat menciona dos
textos fundantes de esta literatura: Las manos en el fuego, una reconstrucción histórica de Ernesto
González Bermejo a partir de cartas y conversaciones con el ex preso Tupamaro David Cámpora,
y Las memorias del calabozo, donde Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof narran
sus padecimientos, vivencias y resistencias como “rehenes” de la dictadura.42 Junto a otros que
circularon en los medios de comunicación de la izquierda y los movimientos sociales, estos textos
ayudaron a construir una representación que asimilaba la dictadura a las experiencias represivas.
Este enfoque adquirió una repercusión pública aun mayor a partir de 1986, luego de la aproba-
ción de la “Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado” que marcó la cancelación del
trámite judicial para las violaciones a los derechos humanos cometidas por militares y policías en
territorio nacional desde el golpe de 1973 hasta el fin de la dictadura en marzo de 1985.
Sin embargo, esta reflexión no llegó al mundo académico, generándose una suerte de divorcio
de otros actores sociales que enfatizaban los aspectos represivos del pasado reciente. Entre las
pocas excepciones a este tratamiento marginal de las dimensiones represivas debe destacarse el
trabajo de 1986 de Juan Rial “Los limites del terror controlado: los hacedores del miedo en el
Uruguay” que describía los efectos sociales del “sistema de miedo” (o “bóveda de terror”) sostenido
por los dos establecimientos de reclusión militar que habían albergado prisioneros políticos.43
A fines de la década apareció Uruguay Nunca Más, otro libro que, desde la frontera entre el
39 G. Caetano y J. Rilla, Breve historia; Óscar Bruschera, Las décadas infames: Análisis político, 1967-1985
(Montevideo: Linardi y Risso, 1987); Martha Machado y Carlos Fagúndez, Los años duros: Cronología
documentada, 1964-1973 y Los años oscuros: Cronología documentada, 1973-1979 (Montevideo: Montesexto,
1987 y 1991); François Lerin y Cristina Torres, Historia política de la dictadura uruguaya, 1973-1980
(Montevideo: Nuevo Mundo, 1987); Autores varios, El Uruguay de la dictadura, 1973-1985 (Montevideo:
ebo, 2004); Benjamín Nahum, Ana Frega, Mónica Maronna e Ivette Trochon, El fin del Uruguay liberal,
1959-1973 (Montevideo: ebo, 1990).
40 Carlos Demasi (Coordinador) Cronología comparada de la historia reciente del Uruguay, i: La caída de la
democracia, 1967-1973 y Cronología comparada de la historia reciente del Uruguay, ii: El gobierno cívico-militar,
1973-1980 (Montevideo: fcu, 1996 y 2003).
41 Nelson Caula y Alberto Silva, Alto el fuego (Montevideo: Montesexto, 1986) y Diego Achard, La transición en
Uruguay (Montevideo: ebo, 1996).
42 Ernesto González Bermejo, Las manos en el fuego (Montevideo: ebo, 1985); Eleuterio Fernández Huidobro y
Mauricio Rosencof, Memorias del Calabozo, 2 vols. (Montevideo: Tupac Amaru Ediciones, 1987).
43 C. Perelli y J. Rial, De mitos y memorias políticas.
activismo y la academia, se propuso indagar en estos asuntos desde una perspectiva más sistemáti-
ca.44 Sobre la base de documentos testimoniales recopilados por el Servicio Paz y Justicia (serpaj)
y una encuesta a presos políticos de la empresa Equipos Consultores Asociados, el libro puso
énfasis en la prisión e intentó dar una visión comprehensiva del fenómeno represivo integrando
el proceso histórico, las prácticas concretas del “terrorismo de Estado” (tortura, justicia militar,
prisión, asesinato, desapariciones, coordinación represiva, etc.) y otras dimensiones del autori-
tarismo (desarticulación de la sociedad civil, exilio, secuelas, etc.). Además, el informe integraba
lo sucedido desde 1972 en el marco del “estado de guerra interno”, aprobado por el parlamento
para permitir la suspensión de garantías y derechos constitucionales en el marco del “combate a
la sedición”, todavía en democracia. Publicado un mes antes del plebiscito de 1989 que buscaba
derogar la “Ley de Caducidad” (y que no logró su objetivo), el Nunca Más quedó identificado con
esa causa y perdió protagonismo luego de su derrota.
Otro enfoque que ofreció importantes herramientas para ampliar el análisis de los procesos
de democratización fue el estudio de cómo se recuerdan las experiencias de la violencia políti-
ca y del terrorismo. En Uruguay, este tipo de enfoques se expresó en el temprano e influyente
Fracturas de la memoria, de 1993, donde los psicoanalistas Marcelo Viñar y Maren Ulriksen de
Viñar se proponían indagar los efectos de la represión política en las víctimas para luego avanzar
hacia reflexiones sobre memoria colectiva.48 También algunos trabajos desarrollados en el marco
de los estudios culturales reflexionaron en torno a la representación de la dictadura en los relatos
nacionales y proveyeron nuevos insumos para pensar las relaciones entre autoritarismo, nación y
memoria. Nelly Richard en Chile, Hugo Achugar en Uruguay y Beatriz Sarlo en Argentina, por
mencionar sólo tres nombres importantes, trajeron esta discusión a la región.
Todos estos estudios se relacionaron con el desembarco en nuestras costas de un nuevo cli-
ma intelectual que puede denominarse de forma general como “posmodernidad”.49 Aunque de
una manera difusa, el nuevo clima condensó una serie de inquietudes intelectuales que ya se
venían procesando durante la democratización: la reflexión acerca de las fronteras entre literatura
e historia, la inquietud en torno al papel de las minorías étnicas y de género, la revalorización
de los estudios en torno a la cultura y su relación con la política y las críticas a los enfoques más
estructurales. Todos estos aspectos se expresaron en transformaciones internas de cada disciplina,
afectando de diversas formas los estudios sobre el pasado reciente.
A partir de todos estos elementos se fue configurando un escenario intelectual más fragmen-
tado que en la década anterior, pero indudablemente más rico en propuestas. Hacia la segunda
mitad de los noventa, comenzó a hacerse visible en Uruguay el trabajo de una red de intelectuales
que había mantenido abierto el debate sobre la dictadura y sus repercusiones en el presente. Esta
red, que no estuvo inscripta en un ámbito institucional único, fue la impulsora de un fecundo diá-
logo interdisciplinario del cual dan cuenta algunos libros de la colección “Desafíos” de la editorial
Trilce.50 En su mayoría, estos libros fueron compilaciones de artículos de uno o varios autores y en
ellos primó el género ensayístico. En general, no se trataba de investigaciones sino de reflexiones
abiertas que apuntaban a revelar carencias en la reflexión académica y social, incorporando nuevas
temáticas en la agenda de las ciencias sociales y llevando al debate nacional las ideas que estos
mismos intelectuales estaban discutiendo a nivel regional.
Dentro de esta colección, el libro que mejor expresó este impulso innovador en relación a
la dictadura fue Uruguay, cuentas pendientes: Dictadura, memorias y desmemorias.51 Allí, Carlos
Demasi y Hugo Achugar reflexionaron sobre el lugar de la dictadura en el relato de la nación y
trabajo culminó en el libro de Juan Corradi, Patricia Weiss Fagen y Manuel Garreton, Fear at the edge: State
Terror and Resistance in Latin America (California-Oxford: University of California Press, 1992).
48 Marcelo Viñar y Maren Ulriksen de Viñar, Fracturas de memoria: Crónicas para una memoria por venir
(Montevideo: Trilce, 1993).
49 Entre los autores más influyentes en nuestro medio podemos mencionar a Cornelius Castoriadis, Michel
Foucault y Hayden White.
50 Entre algunos de los intelectuales integrantes de dicha red estaban Hugo Achugar, Gerardo Caetano,
Daniel Gil, Marcelo Viñar y Maren Ulriksen de Viñar. Entre los encuentros promovidos por esta red
podemos mencionar “Identidad nacional: memoria, actualidad y proyecciones” (1992), “Violencia política
y traumatismos históricos” (1994), “Memoria social: la literatura y las ciencias sociales” (1996), “Memoria
social: comunidades y fragmentaciones” (1998). En la realización de algunos de ellos participaron, además de
la Universidad de la República, organizaciones privadas como la Alianza Francesa y el Instituto Goethe.
51 Á. Rico (Editor) Uruguay: Cuentas pendientes (Montevideo: Trilce, 1995).
La constitución de un campo
de estudios históricos sobre el pasado reciente
Esta última década, la primera del nuevo siglo, puede tomarse como un período de con-
vergencia de varias de las tendencias que se venían afirmando en las etapas anteriores. Por un
lado, los esfuerzos por promover ciertas temáticas e inquietudes en relación al pasado reciente
se comenzaron a expresar en proyectos de investigación que permitieron una acumulación de
conocimiento sobre esos temas. Por otro lado, la presión del movimiento de derechos humanos
redundó finalmente en cambios significativos respecto a la voluntad política de investigar los
crímenes de la dictadura y dar curso a su trámite judicial. En conjunto, estas dos tendencias, una
más académica y otra más política, permiten definir una nueva etapa marcada por la configura-
ción de un campo de estudios con cierta legitimidad social y el predominio de lo que podríamos
llamar un nuevo “sentido común” sobre el pasado reciente uruguayo que suele circunscribirse al
reconocimiento de los aspectos más brutales de la represión estatal.
Para empezar a entender este nuevo clima de época se hace necesario repasar algunos antece-
dentes que signaron la instalación de esos temas en la escena pública. Al asumir la presidencia en
marzo de 2000, Jorge Batlle reconoció la necesidad de dar respuesta oficial a los reclamos sobre
las consecuencias de la represión, especialmente en relación con la situación de los desaparecidos
que había cobrado centralidad entre las otras prácticas de la dictadura. El camino propuesto fue
la creación de una “Comisión para la Paz” cuyo informe final confirmó veintiséis denuncias sobre
desapariciones de ciudadanos uruguayos en territorio nacional. Se puede decir que fue la primera
respuesta del Estado a los reclamos de “verdad” sobre los crímenes de la dictadura. Los familia-
res de las víctimas reconocieron que se trataba de un paso importante, al tiempo que exigieron
continuar en el camino de la “verdad y la justicia” y publicaron los resultados de sus propias inves-
tigaciones en el libro A todos ellos.52
Al tiempo que se sucedían instancias de gran impacto público vinculadas con acciones repre-
sivas de los años setenta, la incansable prédica del movimiento de derechos humanos, redoblada
desde mediados de los noventa, iba logrando instalar el tema en la discusión pública y reforzando
la presencia del pasado reciente en la agenda de los diferentes partidos políticos. En la campaña
electoral de 2004, las fuerzas de centro-izquierda nucleadas en el Encuentro Progresista mani-
festaron su preocupación por estos asuntos tan importantes en las experiencias de los grupos y
partidos que integraban la coalición. La administración de Tabaré Vázquez fue un verdadero mo-
mento de inflexión en la actitud oficial al respecto. Además de habilitar la actuación de la Justicia
dentro de los marcos legales vigentes, el gobierno se preocupó por avanzar en lo que consideraba
una “asignatura pendiente” mediante algunas medidas que pueden ubicarse en el terreno de las
“políticas de la memoria” y otras acciones dirigidas al conocimiento más profundo de lo sucedido
en los años de dictadura.53 Entre estas últimas, las excavaciones arqueológicas y la ubicación de
restos en algunos predios militares fueron las primeras muestras evidentes de las atrocidades co-
metidas durante la dictadura (y negadas en la post-dictadura) ante un público amplio que muchas
veces había estado ajeno a la militante literatura de denuncia de los años anteriores.
Por otra parte, la idea del pasado dictatorial como una “rémora” que era preciso despejar, según
la formulación de Vázquez en su discurso de asunción, permite entender que se encomendara
a un prestigioso (y prestigiante) triunvirato de historiadores de la Universidad de la República
( José Pedro Barrán, Gerardo Caetano y Álvaro Rico) la tarea de dar cumplimiento a la ley que
había prescrito la “pretensión punitiva del Estado” pero que de todos modos habilitaba la inves-
tigación sobre los casos de desaparición forzada ocurridos entre 1973 y 1984.54 Este encargo
puso a un grupo de docentes y estudiantes universitarios (convocados por esos tres académicos)
ante el inusual desafío de utilizar sus saberes específicos para dar satisfacción a un mandato legal
y político. Por un lado, la decisión sugería que el gobierno pretendía abordar ese pasado desde
criterios y métodos “científicos” colocados por encima de banderías e intereses supuestamente
ajenos a la academia. Aunque la opinión no fue compartida por los políticos de la oposición que
remarcaron la ya antigua adhesión de los universitarios a la izquierda, se trataba de un gesto inte-
resante, sobre todo en relación con otras experiencias similares de la región donde la idoneidad de
las comisiones encargadas de este tipo de investigaciones no había estado relacionada con pon-
deraciones técnicas sino con fundamentos de tipo moral y ético (e incluso con meros cálculos de
proporcionalidad política). Por otro lado, sin embargo, el gesto ponía a la dictadura y sus crímenes
más visibles como materia de una disciplina, la historia, que, más allá de las discusiones teóricas y
las renovaciones heurísticas de sus cultores, suele disociarse del presente y remitirse a un tiempo
saldado, es decir, relativamente ajeno a las discusiones vivas de una colectividad.
En los hechos, este gesto del gobierno contribuyó efectivamente al fortalecimiento de un
campo de estudios hasta entonces nebuloso sin eliminar al tema como un asunto vivo en las
discusiones públicas. Los términos de la discusión, a su vez, se vieron fuertemente afectados por
52 Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, A todos ellos (Montevideo: mfudd, 2004).
53 Entre otras acciones se puede mencionar la creación de un día del Nunca Mas, la derogación del 14 de abril
como fecha de conmemoración estatal, los proyectos legislativos de reparación a presos políticos y familiares
de desaparecidos y las apuestas educativas en estas temáticas.
54 A. Rico y G. Caetano comparten su trabajo de historiadores con la Ciencia Política.
ese movimiento que puso al pasado reciente en la égida de los historiadores. Todos esos cambios
pueden resumirse en el predominio de las ideas de “terrorismo de Estado” y “violaciones a los
derechos humanos” que articulan los cinco gruesos volúmenes publicados por el equipo uni-
versitario en 2007.55 Por su condición intermedia entre productos académicos y monumentos
públicos, estos tomos permiten empezar a desbrozar el significado de esas ideas en la compren-
sión social del pasado reciente.
En primer lugar, la propia idea de que una “investigación histórica” se centrara en el rastreo
puntual de los casos de los detenidos desaparecidos, establecida por la presidencia al encomendar
el trabajo, volvía a afirmar la centralidad de esa modalidad represiva como marca de los once
años de historia nacional que abarca la dictadura aun en su periodización más restrictiva. En
consonancia, un gran porcentaje de las páginas de estos libros está destinado a presentar de forma
descarnada (bajo el formato de “fichas” con entradas estandarizadas) toda la información que se
pudo recabar sobre cada caso, con particular atención a los datos provenientes de archivos y re-
positorios oficiales. Aparece aquí otro rasgo de esta forma de relacionarse con el pasado reciente
que vincula estrechamente la producción de pruebas documentales “duras” con la consecución
de la “verdad” en una paradójica recuperación del tradicional positivismo. Sin espacio para con-
siderar las distancias entre “el juez y el historiador”, en la formulación de Carlo Ginzburg, estos
volúmenes equiparaban de hecho los métodos más clásicos de la investigación histórica con la
producción de evidencia para los juicios que se estaban reabriendo.56
En contrapartida, la información que no entraba en las mencionadas fichas se incluía como
“contexto represivo” en un esfuerzo por presentar las prácticas concretas del secuestro, la prisión
clandestina y la desaparición forzada en su dimensión política de ataque a las fuerzas de izquierda
y los movimientos populares. De este modo, el equipo universitario lograba sacar provecho, en
términos de comprensión de esos fenómenos históricos, de un encargo de límites tan estrechos
como era dar cumplimiento a un artículo específico de la ley que había obturado hasta ese mo-
mento los esfuerzos de investigación sobre los crímenes de la dictadura. La publicación, dos años
después, de otros tres gruesos tomos con información que, por las características del pedido de
presidencia, había quedado afuera de la primera serie, mostraba a su vez la voluntad de rebasar
el estudio de los casos de desapariciones hacia otras modalidades y aparatos de control social y
castigo de la disidencia.57
De este modo, se ponía a disposición del público general un impresionante caudal de in-
formación sistematizada sobre el pasado reciente que remitía en su casi totalidad a las prácticas
que el derecho internacional define como “violaciones a los derechos humanos”. A partir de ese
momento, la negación o minimización de los crímenes de la dictadura uruguaya, que tan habitual
se había vuelto en los lustros anteriores, sobre todo en el ámbito político, se hizo prácticamente
imposible. Pero esa forma de presentar lo acontecido entre 1973 y 1984 parecía prescindir de
un marco general que explicara sus orígenes, sus causas y sus posibles vinculaciones con otros
55 Presidencia de la República Oriental del Uruguay, Investigación histórica sobre detenidos desaparecidos en
cumplimiento del artículo 4 de la ley 15.848, 5 vols. (Montevideo: impo, 2007).
56 Ver Carlo Ginzburg, Il giudice e lo storico: considerazioni in margine al proceso Sofri (Torino: Einaudi, 1991).
Por las diferentes soluciones que se han dado al problema de la prueba en otros casos del Cono Sur, ver A.
Marchesi, “Esta es la Verdad! Construcción, sentidos y usos de la «verdad» en los informes Nunca Más del
Cono Sur”, Temáticas, 17-33/34 (2009).
57 Universidad de la República, Investigación histórica sobre la dictadura y el terrorismo de Estado en el Uruguay,
1973-1985, 3 vols. (Montevideo: udelar, 2009).
procesos sociales y políticos de esa misma etapa. Esto podía ser interpretado, a su vez, como la
asimilación de la dictadura al “terrorismo de Estado” que, sin entrar ahora a analizar las raíces
múltiples y los usos variados de los conceptos políticos, podía resultar en la reducción de un
complejo proceso histórico al quebrantamiento de las garantías que deben ofrecer los Estados de
Derecho a sus ciudadanos en un esquema liberal.
Aunque desde una gran diversidad de temas y enfoques, también la literatura académica
estuvo dominada en esta etapa por la reflexión sobre la violación de ciertos derechos y marcos
legales básicos. Los análisis sobre la instalación del autoritarismo, es decir sobre el lustro o la dé-
cada previa al golpe, dependiendo de los intereses de los autores, son un ejemplo particularmente
claro de esta tendencia. Sus preguntas se han formulado frecuentemente en términos de ¿“quién
tiró la primera piedra” contra el sólido edificio democrático?” o ¿“qué fue primero: el huevo o la
gallina” en la gestación de las dinámicas de violencia política?58 Estas interrogantes han merecido
respuestas diversas y hasta antagónicas, reforzando en los autores la percepción de pertenecer
a compartimientos estancos. Sin embargo, mirado con cierta distancia analítica, todos parecen
compartir un marco de interpretación liberal que pone en diálogo sus interpretaciones y configura
un campo de estudios. Además, la sola existencia de estas reflexiones indica la nueva disposición
de los historiadores a discutir las causas del golpe. Como veremos a continuación, es indudable
que esta producción ha avanzado bastante sobre la literatura de énfasis estrictamente político de
los ochenta que se ceñía a un universo reducido de temas como el régimen de gobierno, el sistema
de partidos, las negociaciones de las élites y los procesos electorales.
Entre los trabajos más originales e influyentes de esta etapa, cabe destacar la línea de reflexión
de Álvaro Rico sobre el “liberalismo conservador” anterior al golpe que alcanzó su formulación
como libro de tesis sobre lo que este autor llama “camino democrático” a la dictadura. Esta ex-
presión, que se volvió frecuente en las discusiones sobre estos temas, refiere al fortalecimiento
desde fines de los años sesenta de una serie de “dinámicas disruptivas y autoritarias de las propias
instituciones en crisis, en particular el proceso de «degeneración» interna de la democracia y la
«autotransformación» del Estado de Derecho en Estado policial”.59 A partir de estas premisas,
Rico interviene en los debates antes mencionados sobre la génesis del autoritarismo con el inte-
rés de explicar también la perdurabilidad de ciertas dinámicas en la postdictadura. Sin detenerse
demasiado en la historia concreta de actores e instituciones, usa la filosofía política como he-
rramienta para analizar las mutaciones de los mecanismos de dominación que aparecen como
claves explicativas del deterioro de la convivencia social y las mediaciones políticas a lo largo del
período. La novedad de su respuesta no radica en el señalamiento del Estado y los sectores do-
minantes como negligentes o transgresores en sus funciones de producción del consenso ni en la
consecuente afirmación de que la consolidación del autoritarismo precede al golpe de Estado, dos
tesis que comparte con una tendencia de larga duración en los estudios del pasado reciente. Su
impronta procede, en cambio, de una posición teórica que ve la continuidad entre esas rupturas
y las funciones habituales del poder en su faceta de productor de orden y obediencia. A esto se
suma una formulación precisa y efectiva que ha permitido la apertura de áreas de investigación
58 Ver A. Marchesi, “Tupamaros et dictature, radicalisation et autoritarisme: débats sur le coup d’Etat de 1973
en Uruguay”, Vingtième Siècle 105 (París: Presses de Sciences Politiques, enero-marzo de 2010) y A. Marchesi
y Jaime Yaffé, “La violencia bajo la lupa: Una revisión de la literatura sobre violencia política en los sesenta”,
Revista Uruguaya de Ciencia Política, 19-01 (enero-diciembre de 2010).
59 Para una visión global de su planteo ver: A. Rico, Cómo nos domina la clase gobernante: orden político y obediencia
social en la democracia posdictadura Uruguay, 1985-2005 (Montevideo: Trilce, 2005).
60 Mariana Iglesias, “En procura del orden interno: sentidos y estrategias en torno a la sanción de medidas de
excepción en el Uruguay de mediados del siglo xx”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Cuestiones del tiempo pre-
sente (2009). Disponible en: http://nuevomundo.revues.org/56848; Magdalena Broquetas, “¿De qué manera
practicas, discursos e instituciones desde los tempranos sesenta configuraron relaciones autoritarias de poder
que influyeron en el desenlace del golpe?”, Jornadas de reflexión académica a propósito del 35º aniversario del
golpe de Estado en Uruguay (9/7/2008).
61 Hebert Gatto, El cielo por asalto (Montevideo: Taurus, 2004).
62 A. Garcé, Ideas y competencia política y J. Rilla, La actualidad del pasado. Usos de la historia en la política de
partidos del Uruguay, 1942-1972 (Montevideo: Debate, 2009).
63 Samuel Blixen, Sendic (Montevideo: Trilce, 2000); Miguel Ángel Campodónico, Mujica (Montevideo: Fin de
Siglo, 1999); E. Fernández Huidobro, Historia de los Tupamaros, 3 vols. (Montevideo: tae, 1986); Jorge Torres,
Tupamaros: La derrota en la mira (Montevideo: Fin de Siglo, 2002); Alfonso Lessa, La revolución imposible:
Los Tupamaros y el fracaso de la vía armada en el Uruguay del siglo xx (Montevideo: Fin de Siglo, 2002); Clara
Aldrighi, La izquierda armada (Montevideo: Trilce, 2001); H. Gatto, El cielo por asalto; A. Garcé, Donde hubo
fuego: El proceso de adaptación del mln-Tupamaros a la legalidad ya la competencia electoral, 1985-2004 (Monte-
video: Fin de Siglo, 2004); Eduardo Rey Tristán, A la vuelta de la esquina: La izquierda revolucionaria uruguaya,
1955-1973 (Montevideo: Fin de Siglo, 2006).
En los textos de más fuerte inflexión testimonial se articula la militancia revolucionaria con la
etapa represiva y se tiende a reducir o eludir los aspectos más problemáticos de la lucha armada,
construyendo una versión relativamente edulcorada que intenta conciliar la experiencia de los se-
senta con un momento histórico radicalmente diferente. Por su parte, los autores con más fuerte
intención analítica pueden dividirse en dos grandes grupos: por un lado, los que, como Aldrighi
o Rey Tristán, ven al mln-t y a otras organizaciones de izquierda radical como una respuesta
política original frente a la ruptura de los consensos sociales en una situación en que el gobierno y
las clases dominantes buscaron trasladar los costos de la crisis a los sectores populares; y por otro,
los que, como Gatto y Lessa, apuntan a esta organización como expresión máxima de la voluntad
rupturista de la mayoría de la izquierda con una tradición y un sistema político que todavía ad-
mitían conciliaciones. Más allá de estas diferencias, la abundancia y popularidad de esta literatura
muestra, junto al perdurable atractivo épico del mln-t, la voluntad de explicar su controvertido
ascenso en la escena política contemporánea, hecho carne en la trayectoria de José Mujica que
fuera líder del movimiento en los sesenta, rehén de la dictadura en los setenta y ochenta y actual
Presidente de la República.
Más recientemente han aparecido numerosos textos que se centran en otros grupos de iz-
quierda. Aunque tampoco suelen apuntar a un replanteo global del período, estos estudios tienen
la virtud de empezar a enriquecer la comprensión de procesos que tanto la academia como las
discusiones públicas habían reducido al enfrentamiento entre la guerrilla y las fuerzas represivas.
Una mención especial en ese sentido merecen los trabajos sobre los comunistas que, a pesar de
haber tenido importante protagonismo político y sindical antes y durante la dictadura, habían
quedado notoriamente relegados entre los intereses de los estudiosos de esas etapas. Luego de
los aportes más testimoniales que analíticos de los ex dirigentes Tito Martínez y Jaime Pérez,
los estudios de Marisa Silva, Gerardo Leibner, Adolfo Garcé, Jaime Yaffé, Álvaro Rico y Vania
Markarian han comenzado a revertir esa omisión, aunque todavía no es posible vislumbrar con
claridad sus discusiones y puntos de encuentro.64 Otros grupos siguen subrepresentados en la
producción sobre el período con sólo algunos trabajos y enfoques parciales vinculados a las ten-
dencias anarquistas, socialistas y otras.65 Entre esta producción todavía escasa destaca el extenso e
informado estudio de Eduardo Rey Tristán sobre la familia de grupos de protesta que denomina
“izquierda revolucionaria”. El libro resulta persuasivo, tanto en la reconstrucción empírica de las
diferentes trayectorias como en el rastreo de los debates y puntos de acumulación de una miríada
de partidos y aglomerados que mucho contribuyeron al impacto político de la izquierda uruguaya
en los años sesenta y setenta del siglo pasado.66
64 José Jorge Martínez, Crónicas de una derrota (Montevideo: Trilce, 2004); Jaime Peréz, El ocaso y la esperanza
(Montevideo: Fin de Siglo, 1996); Marisa Silva, Aquellos comunistas, 1955-1973 (Montevideo: Taurus, 2009);
Gerardo Leibner, “Las ideologías sociales de los revolucionarios uruguayos de los 60”, Nuevo Mundo Mun-
dos Nuevos (2007). Disponible en: http://nuevomundo.revues.org//index11682.html; A. Garcé, Ana Laura de
Giorgi y Federico Lanza, “Ideología y adaptación partidaria: El Partido Comunista de Uruguay y el colapso
del campo socialista, 1985-2009”, V Congreso Latinoamericano de Ciencia Política (Buenos Aires, julio de 2010);
V. Markarian, “«Ese héroe es el joven comunista»: Violencia, heroísmo y cultura juvenil entre los comunistas
uruguayos de los sesenta”, Estudios Interdisciplinarios de América Latina y El Caribe 21-2 (2010).
65 Ivonne Trias, Hugo Cores (Montevideo: Trilce, 2008); Hugo Cores, Memorias de la resistencia (Montevideo:
ebo, 2002); Juan Carlos Mechoso, Acción directa: Una historia de la fau, 3 vols. (Montevideo: Ediciones
Recortes, 2002-2009); J. Yaffé, “Arismendi y Trías: Marxismo y política en el Uruguay de los 60”, v Jornadas
de Historia de las izquierdas. ¿Las ideas fuera de lugar? (Buenos Aires, 2009). cedinci.
66 E. Rey Tristán, A la vuelta de la esquina.
Una novedad interesante en los abordajes de actores es la acumulación de reflexiones sobre las
fracciones más progresistas del Partido Nacional que, sin renegar de su adhesión partidaria, sue-
len aportar datos e interpretaciones basados en la consulta a fuentes primarias y el estudio serio
del período.67 Los grupos de derecha y los sectores más conservadores de los partidos tradiciona-
les no cuentan aún con un cuerpo sistemático de literatura específica, a pesar de algunos aportes
desde la academia,68 el periodismo y el género testimonial.69 De todos modos, junto al puñado de
publicaciones sobre temas militares, tanto investigaciones como alegatos testimoniales,70 todos
estos trabajos empiezan a abrir puertas para comprender la interna de los partidos tradicionales y
el papel de las Fuerzas Armadas en el camino al golpe de Estado.
Además de aportar nuevas perspectivas y datos para la comprensión del período, algunos de
estos trabajos de tono testimonial, fundamentalmente los de líderes políticos de diferentes ten-
dencias, han buscado desarrollar una estrategia argumental que trascienda la experiencia personal
para construir un relato de pretensión global. Tal vez el primer ejemplo de este tipo de estrate-
gia se remonta a los ochenta con la popular Historia de los Tupamaros de Eleuterio Fernández
Huidobro. En la década siguiente aparecieron otras historias, desde ese lugar de enunciación
fronterizo entre lo testimonial y lo político, como las ya mencionadas de Hugo Cores y Juan
Carlos Mechoso para el anarquismo, Carlos Julio Pereyra, Ferreira, Morelli y Abal para el Partido
Nacional y J. M. Sanguinetti para el Partido Colorado.
Con el mismo ánimo de registrar enfoques que amplían el universo de actores pueden men-
cionarse algunos trabajos que comienzan a pensar en sus dimensiones inter y transnacionales, es
decir, en las relaciones entre países y en los movimientos que, con independencia de los Estados,
conectaron gente e ideas a través de las fronteras. Esto incluye trabajos sobre la influencia de
Estados Unidos en la gestación del autoritarismo,71 la coordinación represiva regional,72 los
vínculos entre los grupos armados de la región,73 la participación de la izquierda en movimientos
67 Ver D. Sempol, “La historiografía blanca sobre el pasado reciente entre el testimonio y la historia”, en Carlos
Fico, Marieta De Moraes Ferreira, Maria Paula Araujo y Samantha Viz Quadrat, Ditadura e Democracia na
América Latina (Brasil: fgv, 2008).
68 Gabriel Bucheli, “Rastreando los orígenes de la violencia política en el Uruguay de los 60”, Cuadernos de la
historia reciente: Uruguay 1968-1985 4 (Montevideo: ebo, 2008); Mauricio Bruno, “Algunas operaciones de
las bandas fascistas y de su conexión política”, Cuadernos de la historia reciente: Uruguay 1968-1985 5 (Mon-
tevideo: ebo, 2008); M. Broquetas, “A propósito de las repercusiones del caso Eichmann: Antisemitismo y
anticomunismo en Uruguay, 1960-1962”, Encuentros Uruguayos, (2010). Disponible en: http://www.fhuce.
edu.uy/images/archivos/revista%20encuentros%202010%20set1%20entrega.pdf; Daniel Corbo, Cómo hacer
presidente a un candidato sin votos: Las elecciones protestadas de 1971 (Montevideo: Planeta, 2009).
69 M. A. Campodónico, Antes del silencio: Bordaberry, memoria de un presidente (Montevideo: Linardi y Risso,
2003); J. Chagas y Gustavo Trullen, Pacheco: La trama oculta del poder (Montevideo: Rumbo Editorial, 2005);
A. Lessa, Estado de guerra (Montevideo: Fin de Siglo, 1997).
70 J. Tróccoli, La ira del Leviatán (Montevideo: Fin de Siglo, 1996); Centro Militar, Nuestra verdad, 1960-1980:
La lucha contra el terrorismo (Montevideo: Artemisa, 2007).
71 C. Aldrighi, La intervención de Estados Unidos en Uruguay, 1965-197: El caso Mitrione (Montevideo: Trilce,
2007); como antecedente de esta temática ver Wilson Fernández, El gran culpable: La responsabilidad de los
eeuu. en el proceso militar uruguayo (Montevideo: Atenea, 1986).
72 V. Markarian, “Una mirada desde Uruguay a la coordinación represiva regional, 1973-1984”, en Ernesto
Bohoslavsky, Marina Franco, Mariana Iglesias y Daniel Lvovich (Editores) Problemas de historia reciente del
Cono Sur (Buenos Aires: Prometeo-ungs, 2010).
73 A. Marchesi, “Geografías de la protesta armada, guerra fría, nueva izquierda y activismo transnacional en el cono sur:
El ejemplo de la Junta de Coordinación Revolucionaria, 1972-1977”, Sociohistórica. Cuadernos del cish 25 (2009).
de denuncia en clave de derechos humanos y las experiencias del exilio.74 En su conjunto, estos
trabajos empiezan a enriquecer una visión hasta ahora demasiado estrechamente ligada a los
límites nacionales.
Otro tema pendiente que ahora parece haber entrado en la agenda es la caracterización del
régimen autoritario uruguayo a través de su análisis histórico concreto y el trabajo de fuentes
primarias. El libro colectivo de Demasi, Marchesi, Markarian, Rico y Yaffé muestra los primeros
resultados en esa dirección.75 Entre los varios trabajos monográficos sobre cultura, economía,
política y relaciones internacionales, destaca el artículo de Rico por su esfuerzo de aplicar cierta
teoría política al examen del caso uruguayo. A su vez, el texto de Marchesi trae a nuestro medio
un tema clásico de los estudios sobre procesos autoritarios en el mundo como es la generación de
consenso bajo gobiernos dictatoriales. En relación a la tradición vernácula, este trabajo se inscribe
en un área de investigación que de modo incipiente había abordado Rico en ¿Qué hacía usted el 27
de junio? y que tiene como marco general de referencia más de tres lustros de acumulación aca-
démica sobre las relaciones entre cultura y política a partir del examen de los discursos generados
por el Estado y sus articulaciones con la sociedad.76
Otra línea de análisis que muestra la acumulación producida desde los noventa es la de la
memoria colectiva. Así como en la región, también en Uruguay esa temática fue una de las más
transitadas en la última década y media luego de un largo período de desinterés. En 1985 Rial y
Perelli habían publicado De mitos y memorias políticas: La represión, el miedo y después donde señala-
ban las alteraciones producidas por la crisis de los sesenta, la dictadura y los intentos restauradores
de la democratización en el imaginario construido en la primera mitad de siglo. Planteaban
también un análisis acerca del uso de los derechos humanos en relación a los conflictos por el
pasado que se comenzaban a procesar en ese momento. Diez años más tarde aparecieron otros
trabajos centrados en la relación entre memoria y nación,77 además de los ya citados sobre polí-
ticas culturales del régimen.78 Luego empezaron a surgir reflexiones sobre la memoria colectiva
en relación a las experiencias de la violencia política y el terrorismo de Estado. Al ya referido
concepto de “fracturas de memoria” de Marcelo Viñar y Maren Ulriksen de Viñar se agregaron
nuevos enfoques que desde perspectivas más vinculadas a lo social y cultural comenzaron a es-
tudiar las maneras en que los actores sociales y políticos se apropiaban de los discursos sobre el
pasado reciente e intentaban significar las experiencias de la violencia y la represión para construir
sus identidades.79 Estos abordajes propusieron una aproximación interdisciplinaria centrada en el
74 V. Markarian, Idos y recién llegados, Marisa Ruiz, La piedra en el zapato: La acción de Amnistía Internacional en
los sucesos de mayo de 1976 en Buenos Aires (Montevideo: udelar, 2006); Silvia Dutrenit (Editora) El Uruguay
del exilio: Gente, circunstancias, escenarios (Montevideo: Trilce, 2006).
75 C. Demasi, A. Marchesi, V. Markarian, A. Rico y J. Yaffé, La dictadura uruguaya, 1973-1985 (Montevideo:
ebo, 2009).
76 A. Rico, ¿Qué hacía Ud. durante el golpe de Estado? (Montevideo: Fin de Siglo, 1994); Isabella Cosse y V.
Markarian, 1975, Año de la Orientalidad: Identidad, memoria e historia en una dictadura (Montevideo: Trilce,
1996); A. Marchesi, El Uruguay inventado: Las políticas audiovisuales de la dictadura, reflexiones sobre su
imaginario (Montevideo: Trilce, 2001).
77 Ejemplos pioneros de este enfoque fueron los libros de I. Cosse y V. Markarian, Memorias de la historia:
Una aproximación al estudio de la conciencia histórica nacional (Montevideo: Trilce, 1994); Hugo Achurar y G.
Caetano (Editores) Identidad uruguaya: ¿Mito, crisis o afirmación? (Montevideo: Trilce, 1992).
78 I. Cosse y V. Markarian, 1975, Año de la Orientalidad y A. Marchesi, El Uruguay inventado.
79 A. Marchesi, “¿Guerra o terrorismo de Estado? Recuerdos enfrentados sobre el pasado reciente uruguayo”,
en E. Jelin (Editora) Las conmemoraciones: Las disputas en las fechas “in-felices” (Buenos Aires, México: Siglo
análisis de actores colectivos y en las luchas por el pasado desarrolladas en la esfera pública du-
rante las dictaduras y las democracias. En esta línea ha sido muy influyente en la región la labor
de Jelin, tanto por sus trabajos como por el programa de investigación impulsado a partir de 1998
con el auspicio del ssrc.80
Renació también en esta última etapa el género testimonial, especialmente en el campo de los
derechos humanos.81 Al igual que en el informe Uruguay Nunca Más, la denuncia del horror de la
represión se presentaba como una manera de evitar la repetición de la experiencia autoritaria. Sin
embargo, es posible detectar algunas renovaciones. El ya mencionado texto A todos ellos puede ser
leído en esta clave. Compuesto a partir de múltiples fuentes (documentos oficiales, testimonios,
denuncias internacionales, etc.), este libro buscaba trascender la figura de la víctima y proponía
desde el prólogo rescatar a los desaparecidos de la “deshumanización” a través de la reconstruc-
ción de sus vidas políticas, sociales y cotidianas. Otra novedad de la producción testimonial fue
la primacía de la perspectiva de género femenino para pensar las experiencias represivas, según
expresaron Memorias para armar y De la desmemoria al desolvido, producidos por colectivos de ex
presas políticas. Estos trabajos habilitaron el pasaje de un relato épico a un tono más cotidiano e
íntimo que ponía énfasis en las pequeñas formas de resistencia.82 Algo similar han propuesto los
primeros intentos de construir un enfoque generacional a partir de la visibilidad que han adquiri-
do en el último lustro problemáticas como la de los niños nacidos en cautiverio.83
En términos más generales, esta expansión de enfoques, temas y perspectivas se dio en un
contexto de mayor desarrollo institucional de propuestas vinculadas al período. En la última
década se puede percibir un aumento de la inversión en actividades, programas de investigación,
propuestas educativas, museísticas y archivísticas en relación a la historia reciente. Los eventos
académicos y culturales convocados por la Universidad de la República para conmemorar los
treinta años del golpe de Estado reunieron unas tres mil personas y parecieron marcar un antes
y un después en relación a las apuestas institucionales vinculadas a esta temática. A partir de
ese momento se han sucedido numerosos simposios, seminarios y charlas donde investigadores,
periodistas y activistas de diferentes generaciones han planteado sus enfoques de la historia re-
ciente. A su vez, los proyectos y programas de investigación sobre estos asuntos lograron un apoyo
xxi, 2001); J. Yaffé, “Izquierda, historia y tradición”, Cuadernos del claeh 86 y 87; D. Sempol, “De Líber Arce
a liberarse: El movimiento estudiantil uruguayo y las conmemoraciones del 14 de agosto, 1968-2001”, en E.
Jelin y D. Sempol, El pasado en el futuro: Los movimientos juveniles (Buenos Aires: Siglo xxi, 2006); G. Gatti,
El detenido-desaparecido (Montevideo: Trilce, 2008); Eugenia Allier, Batallas por la memoria: Los usos políticos
del pasado reciente en Uruguay (Montevideo: Trilce, 2010).
80 El programa “Memorias de la represión política en el Cono Sur” dirigido por Jelin y luego co-dirigido por
Carlos Iván De Gregori permitió que becarios de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Perú, Uruguay y Estados
Unidos investigaran estos temas. La editorial Siglo xxi editó la colección “Memorias de la represión” que
condensa lo producido en ese programa.
81 En términos generales se ha entendido por género testimonial a la narrativa no ficcional que cuenta en
primera persona experiencias relacionadas con la represión y la militancia política. Muchas veces esta produc-
ción se concibió como alternativa a las narrativas oficiales sobre el período. Las fronteras entre este género
y otros vinculados a la ficción literaria y la producción historiográfica suelen resultar opacas y han sido
objeto de múltiples debates. Ver Alfredo Alzugarat, Trincheras de papel: Dictadura y literatura carcelaria en
Uruguay (Montevideo: Trilce, 2007) y Rossana Nofal, La escritura testimonial en América Latina (Tucumán:
Universidad Nacional de Tucumán, 2002).
82 Taller de género y memoria de ex presas políticas, Memoria para armar, 3 vols. (Montevideo: Senda, 2003);
Taller vivencias de ex presas políticas, De la desmemoria al desolvido (Montevideo: Vivencias, 2002).
83 Graciela Jorge (Editora) Maternidad en prisión política: Uruguay, 1970-1980 (Montevideo: Trilce, 2010).
más sistemático de diferentes agencias estatales. El Fondo Clemente Estable del Ministerio de
Educación y Cultura y la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de
la República financiaron proyectos que estudiaban el pasado reciente desde diferentes perspecti-
vas disciplinarias. También el campo editorial tuvo un desarrollo importante con el aumento de
trabajos periodísticos, testimoniales y académicos de gran repercusión pública y comercial. La
editorial Ediciones de la Banda Oriental, por ejemplo, llegó a desarrollar una revista especializada
en la temática que si bien no tiene pretensiones académicas ofrece un espacio de divulgación para
proyectos en curso.
Las medidas impulsadas por el gobierno del Encuentro Progresista tuvieron repercusiones
concretas en el trabajo de los académicos dedicados al pasado reciente. La elaboración del infor-
me histórico sobre la desaparición forzada y las excavaciones arqueológicas en centros militares
implicaron la contratación de más de veinte docentes y estudiantes universitarios en un proyecto
común que fomentó el dialogo y el intercambio entre investigadores que hasta ese entonces ha-
bían trabajado generalmente de manera individual. La apertura de documentación relacionada
al período en el Archivo de Ministerio de Relaciones Exteriores y en el Archivo General de la
Nación, así como la intermitente y sinuosa situación del archivo de la Dirección Nacional de
Información e Inteligencia del Ministerio del Interior, permitió profundizar líneas de investi-
gación sobre temas como la política exterior y el terrorismo de Estado. Por su parte, los debates
acerca de los nuevos marcos legales para el acceso de la información y las dificultades para definir
una política sistemática al respecto han generado una nueva conciencia en los espacios acadé-
micos y políticos acerca de la problemática de los archivos vinculados a la historia reciente. Para
terminar con lo sucedido a nivel del Estado, la decisión del Consejo Directivo Central de la
Administración Nacional de Enseñanza Pública (anep) de impulsar la formación de profesores y
maestros a través de un curso dictado en la televisión pública por especialistas en estas temáticas
generó una visibilidad inusitada para universitarios que hasta el momento habían trabajado en
ámbitos más discretos.
Por otra parte, varios actores que hasta el momento no se habían preocupado demasiado por
la investigación y la difusión del conocimiento sobre el pasado reciente, más allá de circunstancias
políticas coyunturales, comenzaron en la última década a intervenir en los debates. Empezaron así
a disputar el lugar preponderante de los actores de izquierda, que no sólo estaban estrechamente
asociados a los movimientos de derechos humanos que desde los ochenta reclamaban verdad
y justicia sino que también producían la mayor parte de los testimonios, trabajos académicos y
notas de prensa sobre esta temática. La Universidad de la República, por ejemplo, había tenido
posturas explícitas de apoyo a la causa de los derechos humanos. Esto se agudizó luego del triun-
fo del gobierno de izquierda, que favoreció la consolidación de un campo de estudios y dio gran
visibilidad a las opiniones de quienes venían defendiendo esta causa desde hacía varios lustros.
Fue entonces que nuevas instituciones académicas y periodísticas vinculadas a los partidos
tradicionales o a sectores conservadores no partidarios comenzaron a tener un papel más activo
en relación al pasado reciente. El diario El País, por ejemplo, lanzó en abril de 2007 una colección
de veinticinco fascículos llamada “Historia Reciente: Desde Hiroshima a las Torres Gemelas”.84
El proyecto fue dirigido por el filósofo Pablo Da Silveira y apoyado por la recientemente crea-
da Fundación Jean Francois Revel que contaba entre sus miembros a los ex presidentes Luis
Alberto Lacalle, Julio Maria Sanguinetti, los doctores Ramón Díaz y Enrique Beltrán vinculados
84 Pablo Da Silveira, Historia Reciente: Desde Hiroshima a las Torres Gemelas, 25 vols. (Montevideo: El País, 2007).
a Búsqueda y El País, respectivamente, y el politólogo Romeo Pérez, entre otros. Un año des-
pués, el ex presidente Sanguinetti publicó su ya mencionada versión de la historia anterior al
golpe. En el prólogo, se presentaba como portavoz de la mayoría “moderada”: “La voz de los
tres millones de uruguayos que fuimos contrarios a la violencia política guerrillera tanto como al
golpe de Estado posterior se ha escuchado poco. Y su posible relato de los hechos, el más sereno,
menos todavía.”.85 Sanguinetti consideraba que su experiencia como gobernante lo ponía en la
mejor condición para escribir una historia desapasionada. El libro fue un éxito editorial que ya
lleva nueve ediciones. Por otra parte, la Universidad de Montevideo, vinculada al Opus Dei, ha
comenzado un seminario permanente de “Historia del pasado reciente” coordinado por el licen-
ciado Daniel Corbo que ya va en su quinta edición con la participación de políticos, académicos
y periodistas. En resumen, esta proliferación de voces que disputan con las ideas de la izquierda y
del movimiento de derechos humanos es el indicio más firme del desarrollo de un campo que ya
no es posible obviar o desacreditar asociándolo a una sensibilidad política particular.
A modo de cierre
A lo largo del artículo hemos repasado los diferentes momentos e itinerarios de la constitución
de un campo de estudios sobre el pasado reciente. En cada caso, hemos referido a las situaciones
políticas y académicas que definen épocas particulares. El llamado “momento socio-estructural”
estuvo vinculado a una coyuntura de fuerte polarización ideológica y a enfoques académicos que
integraban economía política y régimen político para tratar de explicar la emergencia de autori-
tarismos de nuevo tipo. El segundo momento estuvo marcado por un cierto consenso entre las
elites políticas y académicas acerca de la relativa estabilidad alcanzada por estos regímenes y la
urgencia de buscar salidas, lo cual permite entender la valorización de la democracia liberal como
mecanismo de administración del conflicto y una condena hacia formas anteriores de la política
vinculada con el uso de la fuerza. Posteriormente, como consecuencia del trámite que se dio a las
demandas de “verdad y justicia” sobre las violaciones a los derechos humanos (especialmente el
resultado del plebiscito de 1989), se extendió la percepción de que la transición había terminado
y asistimos a un interregno de un lustro en que el tema pareció desaparecer de la agenda pública
y académica. Sin embargo, grupos más o menos aislados cuestionaron esta visión y propusieron
miradas alternativas que definieron las claves de un nuevo período iniciado a mediados de los
noventa junto a los renovados reclamos de derechos humanos. Este nuevo momento estuvo mar-
cado por la gradual constitución de un campo de estudios caracterizado más por la diversidad de
enfoques y la abundancia de estudios monográficos sobre diferentes aspectos que por una pers-
pectiva determinada de la dictadura y sus derivaciones.
En el 2004, cuando ese campo empezaba a consolidarse, señalábamos con otros colegas al-
gunas carencias que nos resultaban flagrantes en la reflexión sobre el período: la violencia en su
dimensión política y estatal, la definición del régimen autoritario y las dimensiones regionales e
internacionales de dicho proceso. Como hemos mostrado en las páginas anteriores, los últimos
años han sido prolíficos en dar respuesta a esas insuficiencias evidentes. En cierta medida, este
hecho da cuenta de la capacidad de renovación y actualización que han tenido en la última década
los estudios del pasado reciente, la voluntad de diálogo interdisciplinario, la creatividad heurística
85 Julio María Sanguinetti, La agonía de una democracia: Proceso de la caída de las instituciones en el Uruguay, 1963-
1973 (Montevideo: Taurus, 2008), 13.
y el permanente esfuerzo de reflexionar sobre sí mismo. Pero esto no debe oscurecer debilidades
que hoy nos parecen acuciantes, especialmente un exceso de auto referencialidad y una escasa
apertura a otras épocas.
En este sentido, queremos ahora plantear los caminos que aspiramos que transite éste, nuestro
campo de estudio en el futuro próximo. La voluntad de ampliación que nos resulta más urgente
es en términos cronológicos y quizás lleve a reconsiderar las periodizaciones tradicionales de la
historia uruguaya. Todo indica que nuevos estudios comenzarán a prestar una mayor atención a
los procesos que han quedado en las fronteras de lo que comúnmente se ha aceptado por historia
reciente: el Uruguay de la crisis de los tardíos cincuenta y tempranos sesenta y la transición demo-
crática de los ochenta. Hasta el momento, esto se ha manifestado en una atención hacia el período
previo como consecuencia de la propia dinámica que han generado las investigaciones sobre el
período. La frase acuñada por Rico sobre “el camino democrático al autoritarismo” ha mostrado
un potencial que trascendió el lapso sugerido por el autor. Algunos investigadores están empe-
zando a estudiar los componentes autoritarios del Estado y otros actores políticos en los primeros
sesenta.86 De todos modos, la gran cuenta pendiente sigue siendo trascender la polarización del
lustro anterior al golpe (1968-1973) y el régimen autoritario en sentido estricto (1973-1984)
para evaluar el impacto de esos procesos en relación al conjunto de la segunda mitad del siglo, es
decir, no sólo lo que aquí llamamos el Uruguay de la crisis sino también el neobatllismo, es decir
la etapa de recuperación de algunos rasgos del proyecto batllista a mediados del siglo xx por parte
de esa facción del Partido Colorado. En cierta medida estudiar la mitad de siglo requiere poner
en dialogo dos comunidades historiográficas centrales que no han tenido mucha oportunidad de
dialogo después de aquellos intentos pioneros de Real de Azúa y Rama: los batllismos y el nuevo
autoritarismo. ¿Cómo se concilian nociones como las del Uruguay “amortiguado”, “hiperintegra-
do” y “partidocrático” con procesos donde todos estos elementos parecen ser lo menos visible?
Varios autores han señalado las limitaciones de estas categorías para el análisis de la larga dura-
ción87 y otros han propuesto su eficacia analítica,88 pero aún carecemos de un cuerpo sistemático
de investigaciones históricas que interpelen estas categorías en los diferentes momentos de la
segunda mitad del siglo. En síntesis, nos parece que más allá de los múltiples debates públicos que
se seguirán suscitando acerca de la historia reciente, en los próximos años el trabajo académico
debería estar orientado a un mayor diálogo con otras áreas de la producción historiográfica sobre
el Uruguay y la región. No es que pretendamos a través de esta operación “normalizar” la historia
reciente; por el contrario, la idea es subvertir las versiones más aceptadas de la “historia nacional”
a partir de lo que la historia de estas últimas décadas tiene para decir sobre el pasado y el presente
del Uruguay contemporáneo.
86 G. Bucheli, “Rastreando los orígenes”; M. Bruno, “Algunas operaciones de las bandas fascistas”; M. Broque-
tas, “A propósito de las repercusiones del caso Eichmann”; M. Iglesias, “En procura del orden interno” y María
Eugenia Jung, “Universidad y derecha radical, 1968-1973”, Jornadas de Historia Política, icp-fcs, Montevideo,
agosto de 2011.
87 Rico, Cómo nos domina las clases gobernante; F. Panizza, Uruguay, batllismo y después.
88 Ver G. Caetano, J. Rilla y R. Perez, “La partidocracia”.
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Mariana Villaça1
Resumen Abstract
La Cinemateca del Tercer Mundo The Cinemateca del Tercer Mundo
(1969-1973) fue un centro catalizador de (Cinematheque of the Third World) (1969-
producciones latinoamericanas considera- 1973) was a catalystic center of production
das “cine de combate” y tuvo participación of Latin American films that came to be re-
activa en los debates sobre el Nuevo Cine ferred to as the so-called “cinema of combat”
Latinoamericano. Dicha institución realizó al- and it played an active part in discussions on
gunos documentales, una animación y publicó the Nuevo Cine Latinoamericano (New Latin
la revista Cine del Tercer Mundo, que reunió, American Cinema). This institution produced
en sus dos únicos números, importantes ensa- some documentaries, an animated film and
yos sobre el cine político en América Latina. published a magazine, Cine del Tercer Mundo
En este artículo intentamos comprender las (Cinema of the Third World) which in its only
motivaciones que condujeron a la fundación two issues presented important theoretical es-
de esa singular Cinemateca, en consonancia says about discussions on political cinema in
con los debates vigentes en el medio cinema- Latin America. In this article we attempt to
tográfico latinoamericano de aquel momento. understand the motivations that guided the
Exploramos también algunos aspectos estéti- foundation of this unique Cinematheque, in
cos e ideológicos del documental Líber Arce, line with the debates about Latin American
Liberarse (Mario Handler y Mario Jacob, film of that time. We also explore some aesthe-
1969, 10’), considerando el impacto de los su- tic and ideological aspects of Líber Arce,
cesos políticos en Uruguay y de algunas obras Liberarse (Mario Handler y Mario Jacob, 1969,
referenciales como el filme argentino La hora 10’), taking into account the impact of political
de los hornos (1968). events in Uruguay and of some essential films
to the Cinematheque, such as the Argentinean
documentary La hora de los hornos (1968).
Palabras clave: cine uruguayo, cine de com-
bate, Cinemateca del Tercer Mundo Key words: Uruguayan film, cinema of
combat, Cinematheque of the Third World
Al desarrollar, hace un par de años, una investigación acerca de los Circuitos y Diálogos del
Nuevo Cine Latinoamericano (1967-1986),2 nos enfrentamos al poco conocimiento que existe
(principalmente en Brasil) sobre la historia de la Cinemateca del Tercer Mundo (c3m). Entrar en
contacto con esa experiencia, singular en la historia de las cinematecas de América Latina, ade-
más de permitirnos conocer los contornos y sentidos particulares que el debate sobre el llamado
Nuevo Cine Latinoamericano adquirió en Uruguay, nos posibilitó adentrarnos en los caminos de
la lucha y de la resistencia políticas que siguió un significativo grupo de cineastas, intelectuales y
artistas frente al avance autoritario en ese país.
En este artículo, fruto de una investigación en fase inicial, buscamos comprender las mo-
tivaciones vigentes en la fundación de esta singular cinemateca y caracterizar su producción
documental.3 Al abordar los orígenes de este proyecto, con el objetivo de conocer su sentido
político e ideológico, especificaremos algunos puntos comunes con otros proyectos colectivos
de cine en América Latina, como las aspiraciones de creación de una “sede” o polo de difusión
del cine político en la región o cómo se inspiraron en las experiencias del grupo argentino Cine
Liberación, encabezado por Fernando Solanas y Octavio Getino.
Trataremos también algunos aspectos estéticos e ideológicos de la producción de la c3m, cen-
trándonos especialmente en Líber Arce, Liberarse (Mario Handler y Mario Jacob, 1969, 10’). Este
documental revela algunas de las opciones estéticas y políticas esgrimidas por los miembros de
la c3m y asumidas en su publicación oficial, la revista Cine del Tercer Mundo, así como el impacto
de los acontecimientos de la época en el campo de la política uruguaya. Además, nos brinda ele-
mentos para reflexionar sobre los vínculos políticos de los cineastas con la militancia de izquierda,
especialmente su apoyo a los Tupamaros y, luego, al Frente Amplio. La pluralidad de referencias
que encontramos en ese cortometraje –que incluye a los jóvenes comunistas, al Che Guevara, los
Tupamaros y a Vietnam, entre otros– expone la mezcla de influencias que caracterizó la cultura
política de izquierda vigente en Uruguay en los años sesenta, así como la circulación de modelos
y proposiciones de “cine político” estimuladas por la producción documental latinoamericana de
la época.
La Cinemateca del Tercer Mundo, creada en 1969 en Montevideo, tenía entre sus objetivos
recopilar, archivar, divulgar y producir películas consideradas “políticas”, término que remitía al
ideario de la izquierda, a la concepción de que la película debía utilizarse como un arma para
intervenir en la sociedad y en el destino de la nación. En conformidad con esta idea, el logotipo
de la institución diseñado por Paco Laurenzo, representaba justamente a un cineasta blandiendo
una cámara como si se tratara de una ametralladora. Dicha composición se hizo eco de un período
turbulento en Uruguay, en el que las fuerzas de izquierda se radicalizaban frente a la grave crisis
11 Nelson Pereira dos Santos, por ejemplo, considera dicho Congreso un marco indiscutible en su propia tra-
yectoria, pues las discusiones de las cuales participó lo condujeron luego a realizar Vidas Secas. Testimonio
presentado por el cineasta en la mesa organizada sobre la historia del Nuevo Cine Latinoamericano
(11/7/2006), durante el Festival de Cine Latinoamericano realizado por el Memorial da América Latina
(San Pablo).
12 Octavio Getino ubica los primeros eventos para sellar formas de cooperación ya en los años 40. Más tarde
se concibe la Federación Latinoamericana de Cine, liderada por los cineastas Helvio Soto (chileno), León
Hirszman (brasileño) y el productor argentino Rodolfo Kuhn, en diciembre de 1965, en Viña del Mar.
En 1967, también en Viña del Mar (en el Primer Encuentro de Cineastas Latinoamericanos), despunta el
proyecto de un Centro Latinoamericano del Nuevo Cine. Octavio Getino. Cine latinoamericano. Economía y
nuevas tecnologías audiovisuales (México: Trillas-Federación Latinoamericana de Asociaciones de Facultades
de Comunicación Social, 1990), 130.
13 Algunos miembros llegaron a militar en comités de apoyo a esa organización uruguaya de guerrilla urbana,
cuyo discurso estaba pautado por el nacionalismo, el marxismo y el guevarismo. Mario Handler filmó algunos
testimonios de detenidos políticos en la Cárcel del Pueblo, la prisión que aglutinaba los capturados por los
Tupamaros. Ana Laura de Giorgi. Las tribus de la izquierda. Bolches, latas y tupas en los 60 (Montevideo: Fin de
Siglo, 2011), 130. Ver también: Juan José Arteaga, Breve Historia Contemporánea del Uruguay (México: fce,
2002), 261-316.
14 Coalición formada en 1970 y reglamentada en marzo de 1971, constituida por numerosas organizaciones
de izquierda como el Partido Comunista, el Partido Socialista, el Partido Demócrata Cristiano, la Unión
Popular, el Frente Izquierda de Liberación (fidel), el Movimiento 26 de Marzo. El Frente participó de las
elecciones de 1971 y su candidato, el Gral. Líber Seregni, obtuvo cerca del 18% de los votos. La c3m filmó, en
marzo de 1971, el acto de la proclamación de la candidatura de Líber Seregni, que resultó en el documental
La bandera que levantamos. Ana Laura de Giorgi, Las tribus de la izquierda, 131. Sobre la historia del Frente
Amplio, ver: André Lopes Ferreira, A unidade política das esquerdas no Uruguai: das primeiras experiências à
Frente Ampla (1958-1973) (San Pablo: unesp-Assis, 2011), 256-352. Tesis de Doctorado en Historia.
15 L. Jacob. “c3m: una experiencia singular”, Cinemateca Uruguaya (1997), 15, 21. Digital.
16 Enrique Serra Padrós. Como el Uruguay no hay... Terror de Estado e Segurança Nacional. Uruguai (1968-1985):
do Pachecato à ditadura civil-militar (Porto Alegre: ufrgs, 2005), 189. Tesis de Doctorado en Historia.
En ese período, conocido como “pachecato”, las izquierdas y la propia juventud universitaria uru-
guaya comienzan a radicalizarse políticamente.
Este proceso se percibe en la peculiaridad de esa “cinemateca”, sobre la cual uno de sus
principales fundadores, el documentalista Mario Handler, afirma en esa época: “La c3m es una
evolución. Nos parecía que en América Latina las cinematecas eran pasivas, y a esta altura, ne-
gativas [...]. La c3m se propone archivar el material de combate, estabilizarlo y difundirlo. El
nombre es demasiado grave, pero la propuesta es crear una cultura total del hombre militante en
este momento histórico”.17
Con el apoyo de algunos cineclubes y donaciones internacionales, la c3m reunió, en poco
tiempo, varios filmes latinoamericanos de difícil adquisición, promovió exhibiciones y logró pro-
ducir cuatro documentales (tres cortos y un mediometraje) además de una animación. Como se
puede observar, no se trataba de una cinemateca convencional, sino de una especie de “gran cine-
club” con la ambición innegable de constituir un acervo y convertirse en un centro de producción.
Como afirma Tzvi Tal, fue fundamentalmente un “foco de acción” y las aspiraciones de reflexión
teórica sobre el cine fueron temporalmente suplidas por la publicación de la revista Cine del Tercer
Mundo, sobre la cual comentaremos más adelante.18
Hay que subrayar que un cierto movimiento de reevaluación del papel de las cinematecas
en América Latina ya había empezado a ocurrir en los últimos congresos de la ucal (Unión de
Cinematecas América Latina).19 Esta entidad, en las palabras de Fabián Núñez, devino en los
años setenta en “otro polo aglutinador y movilizador del Nuevo Cine Latinoamericano” y en sus
congresos las cinematecas latinoamericanas fueron convocadas a “participar en el proceso de des-
colonización”, lo que significaba dedicarse a la difusión de las obras de América Latina y, cuando
fuera posible, a hacer películas.20 Vemos así que los moldes innovadores de la c3m deben ser
ubicados en el ámbito de estas aspiraciones de un nuevo formato de cinemateca para la América
Latina.
Los integrantes más activos de la c3m eran Hugo Alfaro y José Wainer (ambos críticos y re-
dactores de Marcha), el cineasta Mario Handler, el periodista Mario Jacob (vinculado a El Diario)
y el empresario y distribuidor Walter Achugar. Según el testimonio de Mario Jacob, la c3m no
poseía exactamente una dirección, sus integrantes se reunían periódicamente y dividían las tareas
conforme sus inclinaciones personales: Walter Achugar, José Wainer y Hugo Alfaro trabajaban
directamente en las exhibiciones y con las finanzas, mientras que Mario Handler y el mismo
Mario Jacob se dedicaban más a la producción.21
Las exhibiciones promovidas por la c3m ocurrían en lugares muy diversos: cineclubes, sindica-
tos, salas y teatros variados de Montevideo (Cine Central, Teatro Odeón, Universal, El Galpón).
17 Isaac León Frías y Antonio González Norris, “El cine de 4 minutos. Entrevista con Mario Handler”,
Hablemos de Cine 52 (marzo-abril 1970), 48.
18 Tzvi Tal, “Cine y revolución en la Suiza de América. La Cinemateca del Tercer Mundo en Montevideo”,
Cinemais 36 (octubre-diciembre 2003), 168.
19 La ucal, creada en 1965 en Buenos Aires, realizó su iii Congreso paralelamente al i Encuentro de Cineastas
Latinoamericanos en 1967, en el marco del Festival de Viña del Mar. El v Congreso fue realizado en
1971 en Montevideo y el vi Congreso, en 1972, en Ciudad de México. F. Núñez, O que é Nuevo Cine
Latinoamericano?, 465.
20 O que é Nuevo Cine Latinoamericano?, 462-463, 466.
21 Entrevista a Mario Jacob, 6/10/2008.
22 Según los testimonios de militantes compilados por A. L. de Giorgi, Las tribus de la izquierda, 72.
23 Todas esas sesiones de la c3m eran noticiadas en el periódico Marcha. Destacamos, como ejemplo de cine-
acto, el espectáculo “América Latina en Lucha” en el Teatro El Galpón, el día 14 de agosto de 1970. Ese
espectáculo fue integrado por la exhibición de dos películas de la c3m (Me gustan los estudiantes y Líber Arce,
Liberarse) intercaladas por poemas y canciones. Marcha (14/8/1970), 17.
24 Hugo Alfaro, Navegar es necesario. Quijano y el semanario Marcha (Montevideo: ebo, 1984), 61.
25 Pallero trajo para Argentina filmes brasileños de temáticas sociales y políticas, como Deus e o Diabo na Terra
do Sol y Os Fuzis. Además, se destacó como productor. Vivió dos años en Brasil y fue productor ejecutivo de
cuatro documentales realizados por la Caravana Farkas (1964-1969). Clara Leones Ramos, As múltiplas vozes
da Caravana Farkas e a crise do modelo sociológico. Dissertação de Mestrado (San Pablo: eca-usp, 2007), 23-36.
26 Manuel Martínez Carril, “1969, El cine y la izquierda. Los mismos errores”, El Oriental (2/1/1970), 11; Las
tribus de la izquierda, 128.
27 Vania Markarian, “Ese héroe es el joven comunista: violencia, heroísmo y cultura juvenil entre los comunistas
uruguayos de los sesenta”, Revista Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe 21-2 (2011).
Disponible en: http://www1.tau.ac.il/eial. Ver también los comentarios sobre la crítica comunista al
“aventurerismo” de los Tupamaros en C. Aldrighi, La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el mln-
Tupamaros (Montevideo: Trilce, 2001), 94-95.
28 Hugo Alfaro, “Presentación”, Cine del Tercer Mundo 1 (octubre 1969), 3-10.
29 “Presentación”, Cine del Tercer Mundo 2 (noviembre 1970), 7-10. Los dos editoriales y la selección de los
textos apuntan al interés por el cine cubano, el grupo Cine Liberación y el Cinema Novo, considerados el
“tronco central” del Nuevo Cine Latinoamericano.
y una acción concreta, en fin, una doctrina cultural, pero también una experiencia”. Como vemos,
la revista no representaba sólo a la c3m y sí, en términos más generales, un “programa”, una “doc-
trina”, siguiendo la inexactitud habitual y alguna megalomanía que existía en el discurso de los
cineastas latinoamericanos defensores del cine político.
El hecho es que la revista y la propia institución c3m se plantearon, en primer lugar, como
portavoces del Nuevo Cine Latinoamericano, afirmar ese nuevo cine haciendo hincapié en el reco-
nocimiento europeo ya conquistado. Esto es visible no sólo en los editoriales sino en algunos textos
del primer número, como una interesante entrevista “mutua” de Jean-Luc Godard a Fernando
Solanas, en la cual se hace énfasis en la viabilidad del diálogo entre dos estilos de cine que, a pesar
de las diferencias, podían admirarse, comprenderse, pues, como lo demuestran esos realizadores,
nutrían numerosos puntos en común, entre los cuales estaba, principalmente, el rechazo al cine
“comercial”, hollywoodense. La presencia de Godard nos revela la preocupación de los editores en
dejar claro que la c3m no rechazaba el lenguaje experimental y el arte de los cineastas extranjeros
que se mostraban solidarios a la difusión del cine latinoamericano en Europa.
En segundo lugar, otra disposición presente en el primer número de la revista es defender ese
Nuevo Cine Latinoamericano como parte orgánica del “cine del tercer mundo”, según refrenda
el título de la publicación y el nombre de la institución. En el artículo “Cine revolucionario en
el Tercer Mundo”, su autor, Alberto Filippi, menciona las “cinematografías del llamado Tercer
Mundo (o el Tercer Cine como le gusta decir a Solanas)”.30 Pero aquí se debe hacer una diferen-
ciación, pues las dos expresiones (“cine del Tercer Mundo” y “Tercer Cine”) no eran exactamente
equivalentes: la última traducía un modelo específico de cine político, defendido por Fernando
Solanas y Octavio Getino en el artículo-manifiesto “Hacia un tercer cine: apuntes y experien-
cias para el desarrollo de un cine de liberación en el Tercer Mundo”,31 de 1968, que acompañó
la difusión de la película La hora de los hornos y que defendía el uso prioritario de los circuitos
clandestinos de difusión. Cabe señalar que, a pesar de la importancia de las ideas del grupo Cine
Liberación en la constitución de la c3m, sus integrantes no necesariamente defendían, como en la
propuesta argentina, que el circuito clandestino fuera ideal para el cine “de combate”. Y esa pos-
tura no es difícil de comprender, ya que en Uruguay imperaba la casi ausencia de cinematografía
nacional por lo que no tenía sentido rechazar cualquier oportunidad de inserción mercadológica.
En ese aspecto, cabe señalar que la presencia –y el protagonismo– de un distribuidor en el grupo
ya indicaba esa especificidad uruguaya, es decir, la necesidad de integrarse a un mercado “posi-
ble” latinoamericano y, preferentemente, europeo. Aunque el mercado del cine “político” tuviera
su propia geografía, vinculada al circuito de festivales (de este y del otro lado del Atlántico) y a
mecanismos informales de cooperación e intercambio, esta inserción permitiría a los uruguayos
alimentar su deseada producción nacional.
De todas formas, en esa época la expresión “tercer cine” circulaba con distintos significados en
América Latina. Recuérdese que aludía directamente a “tercer mundo”, término que estaba a la
moda, malograda su imprecisión, poseía un fuerte carácter movilizador y se hacía más atractivo por
30 Alberto Filippi, “Cine Revolucionario en el Tercer Mundo”, Cine del Tercer Mundo 1 (octubre 1969), 17.
31 En este texto los autores proclaman la existencia, en líneas generales, de tres tipos de cine: el 1º, comercial,
“hollywoodense”, alienante; el 2º, el cine de autor, burgués, que conseguía ser, en la mejor de las hipótesis,
reformista; y el 3º, el cine revolucionario, libertador, que dispensaba el mercado ya que su prioridad era abordar
la realidad y sensibilizar al público, motivar la acción utilizando, para ello, todos los instrumentos posibles
(tales como la exhibición clandestina y la estrategia de crear obras inacabadas, dejando a los espectadores
imaginar el resultado del impasse expuesto, a ejemplo de la propuesta construida en La hora de los hornos).
su “carga emocional” que por su consistencia y operatividad.32 Así, tercer cine figuraba también,
por ejemplo, como nombre de una sección de la revista venezolana Cine al Día desde el número
6, en diciembre de 1968. Esa revista era muy respetada en el circuito del cine latinoamericano,
al lado de Hablemos de Cine (peruana) y de Cine Cubano. Cuando fue publicada por primera vez
su sección “Tercer Cine”, los editores venezolanos aclararon que había una coincidencia (y no
equivalencia) entre su nombre y el término acuñado en el manifiesto Hacia un tercer cine. Esta
casualidad, según esos editores, comprobaba el compromiso general del cine latinoamericano, en
aquel momento histórico, con la búsqueda de una “tercera realidad”.33 A continuación veremos
cómo el llamado “cine del tercer mundo” se presentó en términos de realización cinematográfica,
en uno de los documentales de la c3m.
La producción de la c3m
En general, se atribuyen cinco producciones a la Cinemateca: Elecciones (Mario Handler
y Ugo Ulive, 1967, 36’), Me gustan los estudiantes (M. Handler, 1968, 6’), Líber Arce, Liberarse (M.
Handler y Mario Jacob, 1969, 10’), La bandera que levantamos (M. Jacob y Eduardo Terra, 1971,
14’), además de la animación En la selva hay mucho por hacer (Walter Tournier, Alfredo Echaniz
y Gabriel Peluffo, 1973-74, 17’),34 terminada casi artesanalmente, después de que la Cinemateca
fuera cerrada por la represión militar que incautó los materiales y los equipos en 1973.
Sin embargo, dos de estas producciones se hicieron, en realidad, antes del inicio oficial
de la Cinemateca, en 1969. En la película Elecciones hay créditos para el icur (Instituto de
Cinematografía de la Universidad de la República). Esa institución patrocinó la producción de
dicha obra documental, que no tenía el grado de radicalismo que las siguientes asumirían. La
posterior desvinculación de los cineastas (Handler y Ulive) de ese Instituto, debe entenderse
teniendo en cuenta los límites de una institución ubicada en una Universidad estatal, que le
impedían suscribir proyectos de cine “de combate”.35 Así, la imposibilidad sentida por los
cineastas, tras 1968, de contar con espacios institucionales como el icur para realizar sus obras
contestatarias, fue otro factor que motivó la creación de la c3m.
32 Las tribus de la izquierda, 45-52. Los sentidos que poseen las expresiones “tercer cine” y “cine del tercer
mundo” ya fueron explorados en algunos trabajos: Guy Henebelle (Coordinador) Le Tiers Monde en films.
Cinemaction/Tricontinental (Paris: François Maspero, 1982); Gabriel Teshome H. Third Cinema in the Third
World (Ann Arbor: umi Research Press, 1982); Roy Armes, Third World Film Making and the West (Berkeley,
Los Angeles, London: University of California Press, 1984); John Downing (Editor) Film and Politics in
the Third World (New York: Autonomedia, 1997), Jim Pines y Paul Willemen, Questions of Third Cinema
(London: British Film Institute, 1989). Apud P. Paranaguá, Le cinéma en Amérique Latine: le miroir éclaté.
Historiographie et comparatisme (Paris: L’Harmattan, 2000), 140.
33 Sección “El Tercer Cine”, dedicada a la Muestra de Cine Documental de Mérida (Venezuela), del 21 al 29 de
setiembre de 1968, donde se difundió el filme La hora de los hornos y el mencionado manifiesto. Cine al Día 6
(diciembre 1968), 4.
34 La autoría de la obra también es atribuida al llamado “Grupo Experimental de Cine”. Ver: http://www.
cinelatinoamericano.org/ficha.aspx?cod=1808.
35 La Universidad de la República, según la Ley Orgánica de 1958, si bien se regía por los principios de
autonomía y cogobierno (de los docentes, estudiantes y graduados), dependía del presupuesto quinquenal
que le autorizara el Parlamento en el marco de la Ley del Presupuesto Nacional que se aprobaba al inicio de
cada período de gobierno, el que debía serle suministrado año a año por el Poder Ejecutivo. La relación de
la Universidad con el gobierno se volvió cada vez más conflictiva entre 1958 y 1973, en particular a partir de
1968. Ver “Historia de la Universidad de la República” en el Portal de la udelar. Disponible en: http://www.
universidad.edu.uy/renderPage/index/pageId/98#heading_761.
36 Gestido asumió la presidencia en marzo de 1967, momento en que entraba en vigor una nueva Constitución,
que fortalecía el Ejecutivo y ampliaba el mandato presidencial a cinco años. El contexto era de gran crisis
económica, la que Gestido no logró aplacar en su breve gobierno pues fallecería en diciembre de ese mismo
año. Su Vicepresidente, Jorge Pacheco Areco, emprendió, hasta marzo de 1971, un gobierno autoritario,
disolviendo los partidos de izquierda, numerosos periódicos y combatiendo los grupos de oposición, en
especial los que defendían la lucha armada, como los Tupamaros. J. J. Arteaga, Breve Historia Contemporánea
del Uruguay, 268-275.
bandas sonoras de la mayoría de los documentales (como es el caso de Me gustan los estudian-
tes, realizado por la c3m en el año anterior, que utilizó canciones de protesta de Violeta Parra y
Daniel Viglietti), o con la fuerza de los tambores en la apertura de La hora de los hornos, Líber
Arce impone un silencio incómodo, también en consonancia, desde un punto de vista pragmático,
con la visible precariedad de la producción.
Si en Elecciones había una clara evocación al cine directo (evidente en los momentos de entre-
vistas a los candidatos) y al neorrealismo italiano (en la frecuente búsqueda de las miradas y en el
registro de los comportamientos de la gente sencilla), en Líber Arce vemos la influencia indiscutible
de La hora de los hornos, con su estilo investigativo y sociológico. Al principio un pequeño texto de
apertura, bastante patriótico, presenta las bellezas naturales de la República Oriental del Uruguay,
repleta de colinas onduladas, arroyos bordeados por montañas, pastos naturales que alimentan el
ganado, carreteras que unen el país, playas que en verano se visten de fiesta y risas de niños, etc. A
continuación, contrastando con el tono de alabanza de este retrato de la “ex Suiza de América”, un
panorama socioeconómico nada positivo: estadísticas de desempleo, el subdesarrollo y la cantidad
de bancos dominados por el imperialismo, manifestaciones populares, la ostentosa presencia de los
militares, entre otros aspectos, revelan los problemas existentes en el país y en América Latina.37
Esta estrategia de deconstrucción del discurso patriótico, oficial, de modo que la “verdad” fuese
gradualmente revelada al espectador, con abundante uso de fotografías de periódicos, estadísticas
y datos económicos, también figuraba en La hora de los hornos.
En esta construcción nos damos cuenta de la lógica discursiva, muy común a las izquierdas,
cuyas denuncias eran, en general, respaldadas por datos “confiables”: números e imágenes que
conferían veracidad a las declaraciones. Esta misma lógica era inherente a la concepción acerca
del papel del documental político en la época: los cineastas se sentían en el deber –y plenamente
autorizados– de hacer cuestionamientos sobre la veracidad o la falsedad de un cierto discurso, ya
que estaban equipados con “pruebas documentales” concretizadas por las denuncias textuales y
las imágenes. Se esperaba que el espectador, a su vez, impulsado por los mismos parámetros de
la izquierda, creyera en las informaciones y, para eso, atribuyera la debida “autoridad” a la insti-
tución promotora de ese discurso desmitificador: la Cinemateca del Tercer Mundo. Por lo tanto,
en este “cine de combate”, panfletario, quien decía era igual o más importante que el contenido
propiamente dicho.38
Además, la narración fluye de lo más general a lo específico, en la indefectible perspectiva
sociológica que caracterizaba diversos documentales latinoamericanos de los sesenta.39 De esta
forma, el personaje principal, Líber, solo se presenta después de la contextualización necesaria
37 En los subtítulos leemos el siguiente discurso, de forma intercalada con las imágenes que ilustran y a veces
se contraponen irónicamente: “Mentira”; “Uruguay, ex Suiza de América”; “Un país para 500 familias”;
“80.000 desocupados”; “De 29 bancos, 20 están dominados por el capital imperialista”; “País en crisis”,
“subdesarrollado”; “explotado”; “dominado por el imperialismo norteamericano”; “como el resto de América”.
38 Sobre esa cuestión de los elementos definidores del “documental”, como la expectativa de la creencia, hay un
amplio debate teórico. Ver: Roger Odin, “Film documentaire, lecture documentarisante”, en R. Odin y J.C.
Lyant (Editores) Cinémas et réalités. (Saint-Etienne: Université de Saint-Etienne, 1984), 263-278; Silvio
Da-Rin, Espelho Partido: tradição e transformação do documentário (Río de Janeiro: Azougue, 2004), 15-22,
221-224; Bill Nichols, Introdução ao Documentário (Campinas: Papirus, 2005) y Representing Reality: issues
and concepts in documentary (Bloomington: Indiana University, Press, 1991).
39 Jean-Claude Bernadet clasificó esa perspectiva de “modelo sociológico” y realizó un análisis de sus
características a partir de ejemplos de “documentales de modelo sociológico” en el marco del Cinema Novo
brasileño. La hora de los hornos representó la referencia principal de este tipo de discurso para los cineastas de
la c3m. Jean-Claude Bernadet, Cineastas e imagens do povo (San Pablo: Companhia das Letras, 2003). Ver
también: Clara Leones Ramos, As múltiplas vozes da Caravana Farkas e a crise do modelo sociológico.
40 Leemos: “En ese año [1968] la ex Suiza de América tiene su primer mártir por la libertad”; “Líber Arce,
militante de la juventud comunista, estudiante de odontología, feriante, de 29 años, fue herido por el oficial
Enrique Tegiache el 13 de agosto de 1968”; “Dos días después, a las 10 y 35, Líber Arce moría”.
41 “Como el resto de América”; “Sólo se gobierna con medidas de seguridad; con represión”; “Para enfrentar esta
situación los estudiantes salen a la calle en 1968”.
42 Acerca de los episodios que marcan ese año, ver: V. Markarian. El 68 uruguayo.
43 En ese período el movimiento, organizado en columnas, aumenta el número de secuestros y asaltos a
bancos, además de los “actos de violencia simbólica” (como graffitis) y el rescate de militantes presos. El
documental enseña la primera página de un periódico que notifica la acción tupamara en la ciudad de Pando.
Esa acción marca el inicio de la llamada “segunda etapa” de la historia del movimiento, entre 1969 y 1973,
caracterizada por acciones como los robos de armas y los secuestros de autoridades extranjeras, tales como
los estadunidenses Dan Mitrione (al que mataron) y Claude Fly, el cónsul brasileño Aloísio Díaz Gomide y
el embajador británico Geoffrey Jackson. Ver: La izquierda armada y José Pedro Cabrera Cabral, “Trajetória
do mln-Tupamaros 1962-1973: algumas questões de identidade e poder”, Estudos Ibero-Americanos xxxiii-2
(diciembre 2007), 156-171.
de las afiliaciones a la ujc. El montaje, que intercala de forma ágil imágenes directamente re-
44
lacionadas con el tema (fotos del estudiante, escenas del cortejo, helicópteros sobrevolando la
multitud) con otras ajenas a este hecho específico (escenas de enfrentamiento entre la policía y
civiles negros en Estados Unidos, entrenamientos militares, escenas de barrios miserables, solda-
dos que fuman con arrogancia en la guerra de Vietnam, carteles “Go Home Rockefeller”, etc.),
recuerda directamente el formato de La hora de los hornos, muy elogiado por la crítica en ese mo-
mento, en el cual la sucesión, así como la superposición y el contraste de fragmentos, componen
poco a poco el sentido pretendido.
Escenas ya habituales en documentales que se centraron en los enfrentamientos estudiantiles
en los años sesenta, como Me gustan los estudiantes (1968), se repiten en Líber Arce: policías a
caballo que persiguen a manifestantes en fuga, bombas de gas lacrimógeno, militares que buscan
e interrogan a los ciudadanos, carteles y graffitis antiimperialistas, entre otras imágenes, dan fe
de un repertorio reiterado que, en la década de 1970, provocaría la sensación de déjà vu en los
festivales de cine latinoamericano. Al mismo tiempo, los usos y las diversas apropiaciones de estas
imágenes, a menudo descontextualizadas, revelan cómo estos documentales fueron el resultado,
según Silvio Da-Rin, de procesos de manipulación que implicaban a cada paso una gama de
alternativas metodológicas y técnicas que, al fin, fueron opciones estéticas.45
De todas formas, el documental reverbera durante las discusiones que se producen en la i
Muestra de Cine Documental Latinoamericano de Mérida, en 1968, donde los uruguayos tuvie-
ron una significativa presencia. Según Mario Handler, la importancia de Mérida fue que allí los
cineastas acordaron que debían pasar del “cine de testigo” al “cine de agresión” y que, para el cine
político, no era fundamental la originalidad sino la eficacia.46
En los momentos finales, el documental presenta noticias y letreros que testimonian el for-
talecimiento de la acción de los Tupamaros.47 Como podemos percibir, aunque el ejemplo de
conducta que muestra el corto sea el de un joven mártir comunista, el mensaje final celebra a
los Tupamaros y al guevarismo, revelando, por un lado, la convivencia, el entrecruzamiento de
referencias comunes a una misma cultura política de izquierda, y por otro, la disputa interna entre
las organizaciones vigentes en ese campo, ya que el desenlace final invita al espectador a elegir las
armas, como los “tupas”.
Intercalado con los encuadres donde aparece repetidas veces la cara de Líber, a veces vivo, a
veces muerto, el espectador lee poco a poco el siguiente texto, que hace referencia a la muerte
44 En 1968 la ujc ganó seis mil nuevos afiliados y en 1969, ocho mil. Además de Líber Arce, en ese periodo
murieron víctimas de la represión los jóvenes comunistas Susana Pintos y Hugo de los Santos. Ver, El 68
uruguayo.
45 S. Da-Rin, Espelho Partido, 157.
46 I. León Frías y A. González Norris, “El cine de 4 minutos”, 46. Entre los jurados de esa Muestra figuró el
uruguayo José Wainer, además de Guido Aristarco, Marcel Martin, Rodolfo Eizaguirre, Agustín Mahieu
y Joris Ivens. En los resultados finales hubo “empate” entre tres cineastas: Santiago Álvarez, Jorge Sanjinés
(ambos por el conjunto de la obra) y Fernando Solanas, por La hora de los hornos. Ver el dossier de la revista
Cine al Día, publicado en ese año, sobre “Mérida 68”.
47 Dichas noticias informan sobre las por entonces recientes acciones en Pando, donde cuarenta y nueve
tupamaros ocuparon la comisaría, un cuartel de bomberos y tres bancos, el 8 de octubre de 1969 (aniversario
de la muerte del Che Guevara). A pesar de un malogrado desenlace –terminó con la captura de diecinueve
tupamaros– la acción fue celebrada como un marco heroico por el movimiento. Las noticias se intercalan con
las frases “En cualquier lugar”; “que nos sorprenda la muerte”; “Los Tupamaros”.
heroica: “Bienvenido sea”, “siempre que ese”, “nuestro grito de guerra”, “haya llegado hasta un
oído receptivo”, “y otra mano se tienda”, “para empuñar nuestras armas”, “y otros hombres se
apresten a entonar los mismos cantos”, “con tableteos de ametralladora”, “y nuevos gritos de
guerra y de victoria”. Después de estas frases, la firma del Che. Poco después, en primer plano,
vemos el cuerpo de Líber Arce en el suelo. Ese registro del cuerpo inerte del héroe recuerda la
foto del Che Guevara muerto, tan impactante en el final de La hora de los hornos. De esa forma se
fusionan, superpuestos, los dos mártires: el “sacrificio” del comunista uruguayo se reviste del aura
del revolucionario argentino-cubano que había muerto recientemente y ambos legitiman, en ese
momento, la radicalización de la acción de los Tupamaros. La muerte de los dos se glorifica en la
forma de un llamado revolucionario, una convocatoria a que surjan nuevos héroes.
Es importante señalar que, a finales de los años sesenta, tras la muerte del Che, las más distin-
tas tendencias políticas de izquierda se apropiaron de la figura –y la imagen– del revolucionario:
de esa forma, mientras en La hora de los hornos el Che muerto (es decir, la famosa foto del “Che-
Cristo”) servía para reiterar la ideología peronista,48 en Líber Arce, Liberarse su sentido político
remitía al apoyo a la guerrilla urbana asumida por los Tupamaros.
En la última escena vemos, en zoom aproximado, y a continuación un poco más alejado, la
frase compuesta de letras de tamaños desiguales y sin alineación, como si se hubiera escrito con
la punta de un cuchillo sobre una superficie oscura: “Arce, tu sangre no correrá en vano”. La
presentación estética de esta frase, que podría ser una protesta anónima, una intervención hecha
apresuradamente en alguna pared pública, similar al graffiti, también remite a la intervención
directa, con estilete, en la película hecha por Mario Handler, ya experimentada en Me gustan los
estudiantes. Los cineastas y, por lo tanto, la c3m asumen la promesa de “vengar la muerte” de Líber
–y la del Che–.
Las referencias a La hora de los hornos en Líber Arce encontraban eco, como ya mencionamos, en
los textos publicados por la revista Cine del Tercer Mundo, particularmente en su primer número, que
trajo varios artículos dedicados a esta película y al Grupo Cine Liberación. En el editorial, Hugo
Alfaro celebraba el hecho de que La hora de los hornos se había convertido en un “título legendario”
del cine combativo del tercer mundo. Además de esa referencia, podemos percibir algo de la pro-
puesta del realizador cubano Julio García Espinosa, que sería publicada en su ensayo “Por un cine
imperfecto” y que ya circulaba en los foros de debate del nuevo cine latinoamericano.
Cabe aclarar que, mientras el primer número de la revista difundió especialmente las ideas
de Solanas, Getino y Glauber Rocha, el segundo, en 1970, se centró en las tesis de Julio García
Espinosa, acompañada de un artículo de Solanas y de Getino que celebraba la propuesta pre-
sumida en el título del texto cubano. El ensayo-manifiesto “Por un cine imperfecto”, escrito en
1969, fue inmediatamente publicado por esa revista uruguaya y por la peruana Hablemos de Cine.49
48 Mariano Mestman, en su artículo sobre La hora de los hornos, analiza los usos políticos que de la imagen
del Che hace el peronismo y su fuerte presencia en el movimiento cultural argentino. Enseña los vínculos
existentes entre el uso de la imagen del Che por el Grupo Cine Liberación y los enlaces entre ese, la gráfica
política de Ricardo Carpani y un determinado grupo de artistas plásticos de vanguardia, de Rosario y Buenos
Aires. Mariano Mestman, “La hora de los hornos, el peronismo y la imagen de Che”, Secuencias, Revista de
Historia del Cine 10 (julio 1999), 53-65. Disponible en: http://www.filmraymundo.com.ar/home.htm.
49 Hablemos de Cine 55 y 56 (setiembre-diciembre 1970), 37-42 y Cine del Tercer Mundo 2 (noviembre 1970),
103-122. El artículo da nombre al libro Por un cine imperfecto (Caracas: Rocinante, 1970), 11-32 y fue, más
tarde, publicado en J. García Espinosa, La doble moral del cine (Madrid: eictv-Ollero&Ramos, 1996), 13-28.
Núñez, O que é Nuevo Cine Latinoamericano?, 425
Generó gran polémica porque García Espinosa sostuvo que la calidad técnica no era primordial
si el cineasta lograba el principal objetivo, que era comunicar algo importante para el público. Su
modelo de cine era el cine político que dialogase con la cultura popular. El autor, en ese texto y en
otro, que aparecería como una especie de complemento a sus ideas, “En busca del cine perdido”
(1971), se acercó a la perspectiva del Grupo Cine Liberación en contra del cine comercial y el
cine de autor y defendió la concepción, muy valorada en el contexto cubano, de que cualquiera
podría ser un director de cine.50 Como puede verse, el ensayo defendía el cine “precario”, “urgen-
te”, realizado en el calor del momento y con los recursos posibles, asunto que plantearía ardientes
polémicas durante la década de setenta.51
Así, parecía que Líber Arce ilustraba anticipadamente la propuesta del llamado cine imper-
fecto (o sus primeras reverberaciones en el medio cinematográfico). Además, el lenguaje urgente,
rústico y panfletario (que hacen recordar los documentales de Santiago Álvarez) hacía evidente
la importancia que Cuba y el combativismo guevarista habían adquirido como referencia funda-
mental para los cineastas de la c3m.
50 Sobre la trayectoria política de García Espinosa y su defensa del cine “popular”, subyacente a la idea del cine
“imperfecto”, ver el sexto capítulo de Mariana Villaça, Cinema Cubano. Revolução e Política Cultural (San
Pablo: Alameda, 2010).
51 Como la polémica entre García Espinosa y el crítico argentino Amílcar Romero, en las páginas de la revista
chilena Primer Plano, en 1972 y 1973. O que é Nuevo Cine Latinoamericano?, 80.
52 Las tribus de la izquierda, 131.
53 V. Markarian. “Ese héroe es el joven comunista”.
en un difícil proceso de búsqueda de equilibrio y consenso mínimo en torno a una agenda común,
donde no fueran pocas las negociaciones para la viabilidad del proyecto.54
Sin embargo, a pesar de las divergencias entre las tendencias de izquierda, hubo, especialmente
en Montevideo,55 una amplia y apasionada incorporación de la mayoría de los cineastas, artistas e
intelectuales al Frente Amplio. André Ferreira destaca la “estrategia bifronte” del Frente Amplio
que, a su ver, favoreció esa amplia filiación también en la sociedad civil y en el medio político: al
mismo tiempo en que el Frente representaba la lucha contra el autoritarismo, contra el despotismo
de Pacheco Areco, ofrecía una alternativa política, dentro de una perspectiva democrático-electo-
ral, a la violencia armada (vista por algunos como “anárquica”) de los Tupamaros.56
El movimiento de los Tupamaros, que ya contaba con significativo apoyo en el medio cul-
tural montevideano, no participó de la fundación del Frente Amplio, pero se integró por medio
de la creación de un “brazo legal”, una “expresión pública” para participar de la coalición: el
Movimiento 26 de Marzo. Esta organización, dirigida por Mauricio Rosencof, congregó diversos
intelectuales en su “Agrupación de los Trabajadores de la Cultura”, la cual contó con la participa-
ción de varios integrantes de la c3m.57
Aunque amplia, la adhesión no fue suficiente y, tras la derrota del Frente, en la última produc-
ción de la c3m el “mensaje político” fue también evidente pero revestido ahora por la tentativa de
sobrevivir a la represión (que ya había destrozado a la guerrilla y a la Cinemateca) mediante la
expresión de esperanza en días mejores. El corto En la selva hay mucho por hacer (1973) muestra
las dificultades de la represión bajo el formato de una fábula que fusiona la guerrilla con preceptos
comunistas y anarquistas. El guión se basó en el libro homónimo de Mauricio Gatti, publicado
por la Comunidad del Sur en 1971, estructurado a partir de las cartas escritas a su hija cuando él
estaba detenido. Por medio de esas cartas, Gatti trataba de explicarle a la niña su situación –y su
ideario– de forma metafórica.
La animación utilizó el texto original pero puso de relieve, por medio de representaciones
gráficas, la banda sonora y el movimiento, la crueldad vigente en la prisión (un zoológico, en el
relato) y la importancia de la unión y la solidaridad para enfrentar al enemigo (presentado como
un cazador arrogante, militarizado, que atrapa a los animales de la selva). Al final prevalece una
perspectiva redentora: los animales, con la ayuda de otros compañeros libres y de una intrépida
niña, pueden escapar del Zoo y volver a la selva, donde empiezan a desarrollar estrategias para
evitar las probables nuevas investidas del cazador. Esta animación, realizada al comienzo de la
dictadura, participó en festivales y ganó algunos premios en los años setenta, premios en los que
pesó, sin duda, amén de la calidad indiscutible del trabajo, el cierre trágico de la institución.58
54 Ferreira destaca que el pcu defendía la formación de un frente desde 1955. Sin embargo, el Frente Amplio fue
oficialmente convocado por el pdc, ya que se pretendía reforzar la propuesta democrática y no le interesaba
a su dirección que el electorado pensara que predominaba una línea comunista. André Lopes Ferreira, A
unidade política das esquerdas no Uruguai, 215; 227, 252.
55 Juan José Arteaga menciona la “montevideanización de la izquierda” e informa que dos tercios de los votos
que el Frente Amplio recibió en 1971 fueron en Montevideo. Breve Historia Contemporánea del Uruguay, 295.
56 A unidade política das esquerdas no Uruguai, 195.
57 Como Mario Handler, Walter Tournier y José Wainer, Clara Aldrighi presenta una lista de los principales
intelectuales que participaron de esa Agrupación, de la que Mario Benedetti fue una especie de “portavoz”.
La izquierda armada, 108.
58 Primer premio (categoría animación) en el xix Festival Internacional de Cines Documentales y Cortometrajes,
Bilbao, España, 1977. Participó en el Festival de Moscú, en 1978, y ganó el premio “La edad de Oro” de la
Unión Nacional de Pioneros José Martí en el i Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, La
Habana, 1979. Sobre esta animación publicaremos en breve el trabajo “Representações políticas na animação
En la selva hay mucho por hacer (1974, 17’), uma fábula sobre a repressão no Uruguai”, Anales del xxvi Simpósio
Nacional de História (julio 2011).
59 A unidade política das esquerdas no Uruguai, 362-363.
60 A unidade política das esquerdas no Uruguai, 366-377.
61 Enrique S. Padrós, Como el Uruguay no hay, 72-73.
62 Como el Uruguay no hay, 30-35.
63 L. Jacob, “c3m: una experiencia singular”, 15; 21. Ver también, “Repulsa Internacional por la detención de
Achugar y Terra”, Hablemos de Cine 64 (abril-junio 1972).
fueron completamente desarticulados, como ocurrió con el Partido Comunista que tuvo más de
quinientos miembros encarcelados en 1975. Con uno de los más altos índices de presos políticos,
los militares uruguayos se ganaron la fama de ser los responsables de la transformación del país en
una gigantesca prisión, tal como parecía presagiar En la selva hay mucho por hacer.
En un balance final, podemos decir que la historia de la Cinemateca llama la atención del
investigador del cine latinoamericano en numerosos aspectos. En primer lugar, está el papel des-
empeñado por su publicación Cine del Tercer Mundo que, al realizar una importante recopilación
de ensayos teóricos, testimonios y análisis fundamentales del cine latinoamericano de la época,
produjo una “primera síntesis” del ideario del ncl. En esta síntesis salta a la vista la presencia de la
producción teórica y fílmica del Grupo Cine Liberación. Debido a su frecuente presencia en la
revista y en las producciones de la c3m, las ideas y la influencia de la producción de los cineastas
argentinos pueden considerarse un “norte” fundamental de esa experiencia. Sin embargo, como
intentamos demostrar, los uruguayos hicieron su propia lectura, un poco más flexible, del “tercer
cine” propagado por sus vecinos, principalmente si consideramos la miscelánea de discursos pre-
sente en la revista.
En cuanto a los proyectos de esa institución, aunque estos no se hayan concretizado plena-
mente, fructificaron en algunos logros que vale la pena sintetizar. A pesar de que la institución no
haya podido ser efectivamente una Cinemateca, promovió la exhibición y la circulación de varias
películas latinoamericanas prohibidas en otros países y contribuyó al debate sobre el papel de las
cinematecas, proponiendo nuevos moldes para este tipo de institución.
De hecho, la c3m dejó su marca en la producción nacional, pues logró realizar, de forma com-
pleta o parcial, obras que tuvieron la cobertura de la crítica especializada y que participaron en
el circuito de festivales, además de atraer al público estudiantil y de alimentar la cultura política
de izquierda. La disposición en ese período, principalmente del público joven, de participar y
prestigiar la producción nacional se desvaneció poco después. A lo largo de los años setenta se
instauró una grave crisis en el medio cinematográfico uruguayo, latente en la franca reducción de
público y de salas.64
Además, desde el punto de vista histórico, sus películas nos ofrecen material para reflexionar
sobre los debates y la dimensión de las diferencias entre las tribus en la producción cinematográfi-
ca, tema este que exige más profundización (pues, aunque estas diferencias existieron y, por cierto,
importaron en la configuración de la identidad de la Cinemateca, en las obras cinematográficas,
en virtud de la propia polisemia del lenguaje, lo mismo adquieren un enorme peso que, en ciertos
momentos, parecen sucumbir a la sed de movilización general).
En términos políticos, y si consideramos el proyecto original de la institución, los filmes “de
combate”, como era la intención de los cineastas, cumplieron esa función, pues ejercieron un
papel relevante dentro del país en la campaña de apoyo al Frente Amplio y participaron de mu-
chos actos en pro de movimientos o luchas que trascendieron las fronteras nacionales (Vietnam,
Revolución cubana, gobierno de Allende, etc.), además de difundir la situación social y la polí-
tica uruguaya por medio de su circulación en festivales internacionales. Si bien es cierto que no
se materializó el propósito de constituir un amplio acervo de cine político (de forma similar al
proyectado “Centro del Cine Latinoamericano” en el Festival de Viña del Mar, en 1967), con
64 Aldo Marchesi, El Uruguay inventado. La política audiovisual de la dictadura, reflexiones sobre su imaginario
(Montevideo: Trilce, 2001), 128.
seguridad esta aspiración, interrumpida por la dictadura militar, sirvió como una referencia histó-
rica para la creación del Comité de Cineastas Latinoamericanos en 1974, en Caracas; Comité que
se convertiría, mucho más tarde, en 1985, en la Fundación del ncl, activa hasta hoy y con sede en
La Habana, que logró reunir por fin el anhelado y significativo acervo.
La historia de esta Cinemateca albergó motivaciones políticas y la apasionada determina-
ción de defender un colectivo de realizadores identificados con el cine político, unidos en una
“comunidad imaginada”65 que, a pesar de evocar el tercer mundo, aludía fundamentalmente a la
América Latina. Así, la experiencia de la c3m alimentó y pretendió legitimar cierta identidad del
cine latinoamericano y las aspiraciones del cine uruguayo. Permitió también que hoy pudiéramos
acompañar la compleja traducción en imágenes del romanticismo revolucionario, aunque fuese
interrumpida, desgraciadamente, por la violencia que pronto incidió sobre estos realizadores.
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65
Benedict Anderson, Comunidades imaginadas, reflexiones sobre el origen de la difusión del nacionalismo
(México: fce, 1993).
Agosto 4 de 2012
Reunido el Tribunal designado para fallar en el concurso “A 25 años de La partidocra-
cia uruguaya”, organizado por la revista Contemporánea. Historia y problemas del siglo XX, por
unanimidad resolvió otorgar el primer premio al artículo titulado “La partidocracia uruguaya:
aportes para la discusión de una hipótesis”.
El Tribunal entendió que no obstante la debilidad en el tratamiento de la condición actual
de la partidocracia, el trabajo mencionado posee el mérito de abordar el tema con perspectiva
histórica sin evitar el análisis político. Aunque no comparte la totalidad de los conceptos expues-
tos, valoró muy especialmente el esfuerzo por hacer una revisión crítica del texto, subrayando sus
aciertos y sus limitaciones.
La partidocracia uruguaya:
aportes para la discusión de una hipótesis
Carlos Demasi1, 2
Resumen Abstract
Este artículo pretende una relectura de la This article seeks a reinterpretation of the
hipótesis partidocrática tal como aparece ex- partidocratic hypothesis exposed as it appe-
puesta en “La partidocracia uruguaya. Historia ars in “The partidocracy in Uruguay. History
y teoría de la centralidad de los partidos políti- and theory of the centrality of political par-
cos” (Caetano-Rilla-Pérez, 1987), sin tomar en ties” (Caetano-Rilla-Perez, 1987), regardless
cuenta la genealogía de trabajos que utilizaron of the genealogy of studies using concepts
sus conceptos o sus propuestas metodológi- or methodological approaches. The analysis
cas. El análisis presenta una revisión crítica de presents a critical review of some of the cri-
algunos de los criterios que en él se exponen, teria set forth therein, such as the relation of
como la modalidad de relación de la historia history to political science or methodological
con la ciencia política o la pertinencia meto- relevance of the “long duration”. Then makes a
dológica de la “larga duración”. Luego formula reading from the perspective of social practice
una lectura desde la perspectiva de la prácti- to put the view some of the memories/forge-
ca social para poner a la vista algunos de los tfulness of the original article are particularly
recuerdos/olvidos del artículo original que noticeable today. In conclusion proposes some
hoy resultan particularmente notorios. Como restrictions that would increase the usefulness
conclusión propone algunas restricciones que of the assumptions in the analysis of political
incrementarían la utilidad de la hipótesis en el history.
análisis de la historia política. Key words: Uruguay, political history, poli-
Palabras chave: Uruguay, historia política, tical science, partidocracy
ciencia política, partidocracia
En el Nº44 de Cuadernos del claeh (1987) se publicó “La partidocracia uruguaya. Historia
y teoría de la centralidad de los partidos políticos”. Dos de sus autores, Gerardo Caetano y José
Rilla, provenían de la historia mientras el tercero, Romeo Pérez, traía el aporte de la ciencia políti-
ca. En este artículo realizaron un conjunto de aportes novedosos, de los cuales no es el menor
la palabra con la que denominan a la que consideran principal característica del sistema político
uruguayo. El artículo introducía una ráfaga de aire fresco en una temática, la historia política,
que lo necesitaba con urgencia ya que parecía de las ramas de la investigación que se encontraban
más esclerosadas. Muchos años después de la publicación de los trabajos de Pivel, especialmente
su Historia de los partidos políticos en el Uruguay, todavía la visión de la historia política del país se
resumía en el repaso de su peripecia partidaria considerada como un universo autónomo, en el
que no tenían espacio los enfoques económicos y sociales que tuvieron gran desarrollo a partir de
los sesenta. También era un momento en el que permanecían vigentes las expectativas políticas
del final de la dictadura y la sociedad esperaba de los políticos una gestión eficiente de la pesada
herencia del autoritarismo, por lo que la propuesta de una renovación de la narrativa política no
podía sino que ser bienvenida. A eso hay que agregarle el momento, también particular, en el que
la ciencia política transitaba el proceso de su institucionalización.
El artículo proponía un enfoque interdisciplinario a partir del encuentro de una disciplina “jo-
ven” con mucho para decir y otra ya firmemente instalada en una larga tradición académica. Los
autores eran conscientes de lo novedoso de su experimento y de la necesidad de una renovación
de los enfoques (se alude en el texto a “la crisis del modelo piveliano” y a la necesidad de reescribir
“toda la historia del siglo xix”), por lo que proponen tres vías de acceso a una historia política
renovada: “mejores preguntas, larga duración, cuantificación”. En un momento de balance, vein-
ticinco años despues, es del caso preguntarse hasta qué punto esa promesa se ha visto cumplida.
La ciencia política ha tenido un enorme desarrollo en el país y ocupa –legítimamente– un espacio
relevante en la academia y en la comunicación social; sus aportes han enriquecido el conocimien-
to del sistema político y su funcionamiento y las técnicas de medición social son ampliamente
reconocidas por su fiabilidad. Sin embargo, puede decirse que en la mirada sobre la historia, la
ciencia política no ha hecho un aporte de la misma significación. Y tal vez algunas de las explica-
ciones de esa limitación se encuentren ya en este artículo fundacional de 1987.
3 Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez. “La partidocracia uruguaya. Historia y teoría de la centralidad
de los partidos políticos”, Cuadernos del claeh 44 (1987), 40.
del concepto “partidos” no hay en el texto ninguna referencia, se lo alude como si se tratara de
un fenómeno natural cuya definición resulta innecesaria por obvia. También el “cuándo” recibe
referencias muy vagas: a veces es desde “las primeras décadas de este siglo”,4 en otras “desde la
etapa fundacional del Estado y la sociedad uruguaya”, ratificada por la referencia a “federales y
unitarios” cuando propone analizar los partidos en relación con el exterior,5 el período 1910-1934
o aún en “el rico siglo xix uruguayo” cuando cuestiona “la tesis extendida de la democracia uru-
guaya como «invención moderna» del 900” asumiendo su origen como un efecto de la “dimensión
popular y masiva” de las viejas divisas.6 Otras referencias igualmente confusas podrían señalarse
en el texto, en las que parece haberse perdido aquella convicción inicial que reclamaba la necesaria
reescritura de la historia política del siglo xix; como veremos después, estas confusiones inciden
directamente sobre la pretensión innovadora del artículo.
Si bien no hay una definición explícita de las características de los partidos, sí se encuentra
un “repertorio de temas” a estudiar de los que puede extraerse la visión que tienen los autores de
esas entidades y también aquello que ven como sus aspectos más interesantes. Es así que en una
enumeración de siete temáticas globales, la mayoría (seis) se refieren a relaciones entre aspectos
estáticos del sistema: conducción y aparatos, diferenciación etaria, partido y ciudadanía, sociali-
zación política, coparticipación, relaciones con el “afuera” partidario o nacional. Solamente en un
caso aparecen referencias a los aspectos evolutivos, cuando habla de “la construcción de tradicio-
nes políticas y para políticas” junto a la “tarea de reconstrucción ideológica del pasado nacional”.
Si nos guiamos por este repertorio aparece clara la preferencia por los aspectos funcionales y
estáticos, en desmedro de los propiamente históricos y dinámicos. Por otra parte muchas de las
características que se pretende estudiar son exclusivas de los llamados “partidos tradicionales”,
tales como la coparticipación, el clientelismo, la mezcla ideológica que confunde el relato de su
propio pasado con la historia nacional… Sólo en dos casos (construcción de tradiciones y partidos
“internacionalistas”) se abre el espacio para la inclusión (que sugestivamente es explícita) de “los
llamados partidos de ideas”.7 En resumen: el centro del análisis son las colectividades tradicio-
nales, a las que el texto tiende a identificar como “los partidos” por antonomasia; ocasionalmente
–y para aspectos parciales– se introduce expresamente la salvedad de que se incluye a “todos, no
solo los tradicionales”.8 Si el campo partidario coincide tan exactamente con el de los partidos
tradicionales, también la percepción de la centralidad aparecerá rígidamente acotada.
En un momento fuertemente formalizado del análisis, el contenido del concepto “centralidad”
aparece vinculado a tres “enfoques” identificados como “estático”, “funcional” e “histórico”. Allí la
centralidad aparece definida respectivamente como “condicionamiento”, “motor” de decisiones y
“componentes” que permitieron o impidieron los logros del sistema en el pasado. Como resumen,
se establece:
Si algún contenido semántico posee, en los enfoques señalados, el término “cen-
tralidad”, parece correcto inferir que ciertas modificaciones en los elementos
centrales de un dispositivo provocarán cambios asimilables a ineficiencia y aún
4 G. Caetano, J. Rilla y R. Pérez. “La partidocracia uruguaya. Historia y teoría de la centralidad de los partidos
políticos” (1987), 42.
5 “La partidocracia uruguaya”, 41.
6 “La partidocracia uruguaya”, 43.
7 “La partidocracia uruguaya”, 40.
8 “La partidocracia uruguaya”, 44.
La larga duración.
Pero ¿cómo pueden combinarse con eficacia dos enfoques que son tan contradictorios en sus
posturas metodológicas? Los autores encuentran la solución planteando una opción muy fuerte
por la herramienta braudeliana de los análisis de larga duración. Como enuncian en el texto, en
un párrafo cargado de contenido:
Pero si la historia política es, entre otras cosas, una indagación del poder, de su
composición, su funcionamiento y su distribución, y todo ello en la dimensión
temporal, se nos imponen entonces otros compromisos teóricos y temáticos. No es
9 “La partidocracia uruguaya”, 48-49.
10 “La partidocracia uruguaya”, 48.
como tales directamente dependientes de la contingencia del observador. De allí que se vean
fuertemente afectados por el lugar del investigador, como ocurre en el caso de la temporalidad
braudeliana.
Como funcionario de una universidad occidental del siglo xx, que trabaja en oficinas acon-
dicionadas, aprovisiona su despensa en el supermercado y sigue el día a día político en los mass
media, Braudel ve a la política como un factor de corta duración y en cambio el clima se le
presenta como casi un invariante histórico. Pero desde el lugar del campesino que es objeto de
su estudio las temporalidades debían verse de manera muy diferente. Por ejemplo, no podría ver
al clima como fenómeno de especie alguna porque el concepto “clima” no estaba en su utillaje
mental (para emplear una expresión cara a Braudel): recordemos que en los círculos científicos la
elaboración que diferenció los conceptos de meteorología y de clima recién fue completada en el
tránsito del siglo xviii al xix. Además, como la supervivencia del campesino estaba muy ligada al
siempre variable “estado del tiempo” este se le presentaría como factor en rápido cambio, del cual
difícilmente pudiera compartir lo que –instalado en su apacible escritorio– podía definir Braudel
como “casi inmóvil”: el momento de la siembra y de la cosecha, el estado de los caminos, la prac-
ticabilidad de los pasos y de los puentes, el acceso a los mercados, todo lo que definía la diferencia
entre la abundancia y el hambre dependía del caprichoso e incontrolable “tiempo” atmosférico.
A la inversa, para una comunidad campesina encerrada en su aldea, la “política” definiría una di-
mensión estática: el rey actual se confunde con el anterior, siempre está en guerra con alguien en
algún lado y los únicos eventos relevantes de su existencia son la coronación, la boda y la muerte.
Además, la compleja logística de las comunicaciones podía presentarle estos eventos en una se-
cuencia muy ajena al tiempo-calendario: muy separados en el tiempo o simultáneos. El resultado
sería entonces una temporalidad radicalmente distinta y por momentos exactamente inversa a
la que manejaba Braudel: también para ellos lo importante sería el “clima” y no la política, pero
estarían muy atentos a aquel tiempo corto que Braudel desdeñaba por “événementiel”.
Por lo tanto, si los sujetos históricos que son el objeto del análisis hubieran tenido la posibili-
dad de enunciar sus propios niveles de temporalidad difícilmente coincidirían con la que propone
el historiador; y esta comprobación no es irrelevante si definimos como objeto de la historia la
comprensión de épocas pasadas. La síntesis histórica siempre construye una visión del pasado que
es diferente de la que podían tener los contemporáneos, pero eso no equivale a validar una des-
cripción que les fuera manifiestamente irreconocible. Ciertamente, esto no inhabilita el uso de la
larga duración por el historiador, aunque sin duda le impone restricciones bastante severas: con la
conciencia de que no son notas del objeto estudiado sino opciones descriptivas ideológicamente
condicionadas por el lugar, corresponde que las elecciones del historiador se hagan explícitas y
que se fundamenten. Estas dificultades no son menores y la bibliografía de Braudel nos muestra
claramente los esfuerzos que debió realizar para mantener, a veces a cualquier costo, su esquema
de exposición en tres niveles.
Si la larga duración es un concepto problemático, su aplicación a la historia política agrega
nuevas dificultades porque expresamente Braudel excluía a ésta del pedestal de la “durée”. La
política sólo le despertaba recelos, muy similares a los que conmueven a los autores del artículo
comentado: “Desconfiemos de esta historia todavía en ascuas…”,13 ese “mundo peligroso” y tan
engañoso en el que “los acontecimientos resonantes no son, con frecuencia, más que instantes
fugaces”. En 1946 y frente a las exigencias de un campo académico en el que quería ser acepta-
14
do, Braudel incluía a la política en su extensa descripción del “mundo mediterráneo”. Pese a todas
las salvedades y al “aburrimiento” que le provoca, la incluye porque “La historia es la imagen de
la vida bajo todas y cada una de sus formas. No es nunca una elección”.15 Más tarde el académico
Braudel ya transformado en jefe de escuela abandonará definitivamente ese prurito integracio-
nista y arrojará prácticamente al olvido el análisis de los fenómenos políticos. Con eso se plegaba
plenamente al espíritu de los Annales, donde nunca se aceptó que la política pudiera ser otra cosa
que “histoire événementielle”.
Años después fue Jacques Julliard16 quien planteó la posibilidad de incluir a la política de
pleno derecho dentro de la “longue durée” braudeliana, para lo cual proponía un ineludible cam-
bio de perspectiva y una radical renovación del repertorio conceptual. Para incluirla en la larga
duración, el historiador debe prestar atención a aspectos de la política que van más allá de la
trayectoria de un líder o la peripecia de un equipo gubernamental. Por lo tanto, una historia que
pretenda analizar a la política en la perspectiva de la larga duración deberá repensar primero
cómo debe definir la política y también evaluar la importancia del cambio histórico como factor
explicativo. Porque en último término, la larga duración interpela a la identidad: postular que una
característica social cambia mientras permanece como “la misma” es una operación compleja y su
manejo supone serias dificultades. Los textos clásicos de metodología –aquellos que configuraron
a la Historia como disciplina– ya prevenían sobre este problema y señalaron el riesgo del ana-
cronismo como la sombra que amenaza persistentemente el trabajo del historiador. Me interesa
invocar uno de esos textos, el de Langlois y Seignobos, porque en él aparece una referencia expre-
sa al tema de la “duración”; con su reconocible estilo prescriptivo señalaban los pasos a seguir para
no tropezar con las dificultades de su manejo: “Se buscarán los casos extremos, cuando aparece
por primera vez y cuando por última la forma, la doctrina, el uso, la institución, el grupo. Pero no
basta anotar los dos casos aislados, el más antiguo y el más reciente, hay que averiguar el período
en que el hábito ha estado verdaderamente en práctica”.17
A través del arcaísmo de la formulación es perceptible el sentido común que rezuma el con-
sejo, pero no parece ser tenido en cuenta y no es raro encontrar que se le asigna el carácter de
“fenómeno de larga duración” a gestos inscriptos en momentos y contextos diferentes, sin tomar
en consideración si se trata del mismo fenómeno ni sus formas de su permanencia entre uno y
otro momento. Aparentemente el único recurso de la larga duración para eludir el problema del
anacronismo es la postulación de alguna forma de estabilidad en el tiempo, dando preeminencia a
la perduración por sobre el cambio. Pero en la extrema diversidad de las contingencias históricas
es impensable la ausencia de cambio en el objeto analizado; de allí la elaboración de fórmulas
que juegan con los conceptos “cambio” y “continuidad” como dos aspectos de una misma realidad.
Aunque confieso que me resulta difícil traspasar la configuración retórica de tales fórmulas, diría
que la genealogía del enunciado “continuidad en el cambio” nos aproxima más a la “duración” de
Bergson (que posiblemente Braudel conociera) que al “tiempo” de Heidegger. Pero en último
término, la aporía sólo parece resolverse por una voluntaria elección que hace el lector cuando
decide privilegiar a uno u otro de los términos.
Por lo antes mencionado, la aplicación del análisis de larga duración resulta algo incómoda
en el marco de la historia política en general, pero por varias razones es particularmente ardua
en el caso de la historia uruguaya. No es la menor que debemos considerar una larga duración
de características muy específicas: recordemos que Braudel la despliega en una escala de siglos y
en una extensión de continentes o de océanos, algo que es impensable para cualquier ejercicio de
análisis de la historia de esta comarca. Pero aun aceptando un “modelo a escala” de la larga dura-
ción y asumiendo también como válida la preeminencia de la duración sobre el cambio, ¿en qué
medida eso incidiría positivamente en la tarea de reconstrucción de la historia política uruguaya?
La historiografía tradicional ya ha empleado ejes de larga duración para analizar la política, por lo
menos desde la Historia de los partidos políticos de Pivel. Braudeliano avant la lettre, Pivel ya instaló
a los partidos políticos como agentes de larga duración: surgidos de una matriz preexistente desde
la colonia, representan el invariante de un relato donde todo lo demás es efímero y se constitu-
yen como “categorías inmutables que configuran todas las etapas del pasado”.18 En ese sentido
Pivel ya habría manejado también el concepto “partidocracia” (ya que no el término) presentando
la evidencia de una historia centrada en los partidos políticos; es curioso ver cómo en algunos
momentos el artículo de 1987 parece hundirse insensiblemente en el pantano piveliano de la
mismidad histórica, por ejemplo cuando hace remontar la partidocracia a “la etapa fundacional
del Estado”.19 Ciertamente la mirada de larga duración permite superar el “paso jadeante” de la
historia política, pero muchas veces tiende a naturalizar fenómenos que son productos históricos,
lo que puede llevarnos a olvidar que existió un efecto inicial de alteridad que marcó su comienzo.
Por esa razón resulta inquietante que en el repertorio de preguntas que propone el artículo de
1987 no aparezca el qué ni el cuándo de los partidos, es decir que no se percibe la necesidad de
una definición más o menos precisa y de la búsqueda de un modelo esquemático que explique las
formas de su permanencia desde el comienzo (cuandoquiera que haya sido) y el presente.
Los partidos políticos uruguayos tienen su comienzo, que les es propio y que no se confunde
ni con el surgimiento del Estado, ni con el de la vida independiente, ni con el de la sociedad,
como los de estos no se confunden entre sí; pero ese comienzo no se hace visible ni en Pivel ni
en el artículo de 1987. Habría que pensar qué gracia especial habrían recibido los partidos para
situar su comienzo en esas instancias fundacionales, cuando no existe ninguna otra dimensión
social que haga coincidir su inicio con un momento tan privilegiado. Esta mezcla que confunde
dimensiones históricas tan diversas es una anomalía analítica que sólo pasa desapercibida cuan-
do se aceptan como válidas las elaboraciones ideológicas del pasado formuladas por los propios
partidos. Se hace visible así un problema, que creo central en la construcción de una historia po-
lítica renovada, pero que desde una perspectiva de larga duración tiene todas las posibilidades de
quedar situado exactamente en el punto ciego. De esta manera bloquea por defecto la pretensión
renovadora que la propuesta incluía en su origen, asumiendo parámetros metodológicos muy
similares a la historiografía piveliana que pretendía superar.
18 Carlos Demasi. “«Los partidos más antiguos del mundo»: el uso político del pasado uruguayo”, Encuentros
Uruguayos 1 (2008), 67.
19 “La partidocracia uruguaya”, 41.
20 Por ejemplo, en 1983 decía Juan Rial: “Guardando las distancias, estamos más cerca de la situación
de la Argentina de principios de los 70 cuya sociedad miraba mayoritariamente con nostalgia el peronismo
idealizándolo como un proyecto mesiánico”. Juan Rial, “A la búsqueda de una nueva alternativa para la
democracia en el Uruguay (agosto 1983)”, en Partidos políticos, democracia y autoritarismo, Tomo i (Montevideo:
ciedur-ebo, 1984), 84; y todavía en 1986 decía A. Solari: “[…] los viejos factores que llevaron a la caída de
la democracia en el pasado, no se presentan de la misma manera, pero están lejos de haber desaparecido.
La redemocratización, en el sentido profundo, es una tarea que insumió muchos años y cuyo éxito depende
de una gran sabiduría política y social”. Aldo Solari, “El proceso de redemocratización en el Uruguay”, en
Uruguay. Partidos políticos y sistema electoral (Montevideo: fcu, 1991), 253.
asimismo, que fueron las osadías sociales y económicas –a veces el solo temor de
ellas– las que precipitaron las crisis del sistema político y que entonces, el bajo
perfil en ese campo –expresado en los partidos–, resultó la garantía de la perma-
nencia, de nuestro pacto político republicano. Si ese diagnóstico fuera certero, el
panorama hacia adelante no nos resulta auspicioso. Por ello conviene interpelar a
esa percepción y a esta coyuntura desde una doble perspectiva. ¿Cuál es la alter-
nativa a esta república conservadora trabajosamente construida en el Uruguay?
¿Qué chance le asigna este sistema históricamente legitimado a quien propugne
cambios sustanciales pero dentro del esquema democrático? ¿Es que los impulsos
transformadores que la sociedad uruguaya también ha demostrado poseer, pueden
encontrar su canalización en este pacto republicano de signo tradicional? O desde
la perspectiva inversa, ¿nos pone a salvo dicho pacto de los arrebatos dictatoriales
de la ultraderecha?21
La cita refleja las incertidumbres de la época, resumidas en la pregunta final. Pero además
está planteado un problema que era muy pertinente en aquel momento: ¿la conservación de la
democracia implicaba sacrificar las expectativas de transformación de la sociedad? Democracia y
cambio social aparecían como términos antagónicos y los experimentos que pretendieran hacerlas
compatibles arriesgaban a resultados catastróficos: allí estaban los ejemplos de la Unidad Popular
y de la Argentina del tercer peronismo. La experiencia del futuro para los uruguayos de 1987 eva-
luaba a la democracia como un régimen esencialmente inestable sometido al acoso de enemigos
poderosos y jaqueada por la persistente crisis económica. El valor que la sociedad adjudicaba a
la democracia reconquistada abría el espacio para una alternativa que incluía también una res-
puesta: la promoción de la política a una dimensión autónoma, diferente al status subordinado
a la economía que tenía en los años sesenta. La estrategia que se encuentra en el artículo parece
apuntar en esa dirección, proponiendo que la conservación del sistema de partidos en su forma
“actual” es la única opción para la permanencia de la democracia. Entiéndase que esto no es un
capricho de los autores ni tampoco una opción consciente, sino el ineludible “efecto de realidad”
que el presente del historiador ejerce sobre su esfuerzo de reconstrucción y su imaginación (algo
que, me adelanto a decir, también resulta rastreable en este mismo comentario). Pero, sea dicho
en beneficio de los autores, algunos indicios refuerzan la impresión de que el tono del artículo
estaba muy en sintonía con el estado de espíritu de quienes por entonces éramos sus lectores; eso
explicaría que pasaran desapercibidas algunas debilidades o incoherencias de la exposición que ya
señalamos y que hoy se vuelven mucho más visibles.
A ellas pueden agregarse algunas más, que parecen integrar el repertorio de “rechazos” que
configuraban la identidad a fines de los ochenta. Desde este presente puede señalarse una omisión
importante en la enumeración de las características que definen la centralidad y permanencia
de los partidos que tal vez no hubiera habido forma de hacer visible en aquel entonces: en la
lógica de esa centralidad debería existir alguna forma de mecanismo disciplinador de los cuadros
partidarios para hacer efectiva la aplicación de las decisiones en la práctica política concreta. La
hipótesis de la centralidad de los partidos supone el permanente posicionamiento frente a reno-
vadas demandas políticas, junto a la capacidad de funcionar como un grupo que haga valer el peso
del número en la toma de decisiones estatales. Comprensiblemente –si se atiende la evidencia
política disponible– no aparece mencionada esa disciplina partidaria tan ajena a la realidad de los
de Malaparte no aparecía como algo posible. Lo llamativo del caso uruguayo es que los partidos
24
mayoritarios se dividieran en todos los golpes de Estado; y esto ocurre por lo menos desde el
golpe “fundacional” de febrero de 1898 hasta el de 1973 inclusive. Que se aluda al “protagonismo
decisivo de otros actores” y que siempre aparezca una línea que fractura transversalmente a los dos
partidos tradicionales parece indicar que el impulso golpista ha provenido de fuera de los partidos
y que éstos no han sido sus agentes, salvo que consideremos a los partidos como entidades capaces
de incluir simultáneamente en su seno a tendencias absolutamente contradictorias.
Creo que la hipótesis de la centralidad partidaria resulta cuestionable por el manejo de las
herramientas analíticas en estas situaciones especiales así como por la forma específica de admi-
nistrar un orden del tiempo que aparece como ya predeterminado. Pero ocurre que sólo dos años
después ese orden temporal que el artículo daba por evidente y natural varió radicalmente. A poco
de la aparición de “La partidocracia…” se produjeron dos acontecimientos relevantes: en Europa,
la caída del muro de Berlín y la desaparición del bloque socialista, y pocas semanas después en
Uruguay, la conquista de la Intendencia montevideana por el Frente Amplio. Los dos hechos po-
nían en crisis la percepción de la realidad hasta entonces aceptada y modificaban profundamente
la construcción del futuro: para el caso de la historia universal, por ejemplo, alteraron los términos
de la “evolución previsible” y, como diría F. Furet con ironía, desde entonces “en el futuro del so-
cialismo está el capitalismo”. También en la realidad de la política uruguaya el triunfo electoral del
Frente Amplio mostraba la consolidación de un tercer protagonista –hasta entonces excluido– en
el campo de la política partidista. Ese es uno de esos “momentos de crisis del tiempo […] cuando
pierden su evidencia las articulaciones del pasado, del presente y del futuro”.25
Los acontecimientos de noviembre de 1989 alteraron drásticamente la temporalidad en tan-
to percepción social y también como herramienta académica en el terreno de la historia. Esto
reclamó con urgencia una profunda renegociación de los recuerdos y los olvidos, lo que incluía
también al concepto de “partidocracia” y a su presentación analítica tal como se realizó en 1987.
Algunos hechos que entonces parecían naturales dejaron de serlo, como la confusión entre “par-
tidos” y “partidos tradicionales” o la característica “naturalmente” conservadora del sistema; en
cambio quedaron a la vista otros aspectos que parecerían poco relevantes para la temporalidad
de aquel 1987 pero que hoy pueden verse como los heraldos de una transformación profunda:
por ejemplo el novedoso talante negociador que desde la dictadura presidía la relación entre los
partidos tradicionales, que sustituyó al estilo confrontacional que había sido la característica his-
tórica y que resulta el preámbulo de la política de coalición que llevarían adelante en los noventa;
o el sorprendente crecimiento del Frente Amplio en las elecciones de 1984 que aparece como un
anticipo de su triunfo electoral en 1989. Tampoco hay ninguna pista en el texto que nos permita
advertir lo que será el eclipse temporal de los partidos uruguayos en la década de los 90 y el auge
de los movimientos sociales que desarrollaron su capacidad de movilización y de propuesta al
margen y por fuera de los partidos. Más aún: también queda fuera de la vista la campaña por la re-
colección de firmas para la derogación de la Ley de Caducidad, una iniciativa que se desarrollaba
mientras era escrito el artículo, que había sido generada por los movimientos sociales y que en su
despliegue dividía a los partidos tradicionales. Entendámonos, no se trata de cuestionar el artículo
porque desde el presente muestre carencias en su capacidad de previsión, sino que lo cuestionable
La utilidad de la partidocracia
Podría concluirse entonces que la combinación de la presión del presente con el uso despreve-
nido de una herramienta de análisis inadecuada, la “larga duración”, actuó como factor restrictivo
para la construcción de una “nueva” historia política y resultó decididamente inhibitorio para
percibir las ya visibles rupturas con el pasado. Ahora parece conveniente volver sobre el con-
cepto originario y replantearlo en otros términos: ¿ha existido una partidocracia uruguaya? Los
análisis realizados en el pasado pertenecen, claro, al momento en que se elaboran y al que tam-
bién contribuyen a configurar, pero la forma como operan nos dice algo sobre nuestro presente.
Posiblemente la hipótesis de la centralidad de los partidos muestre mayor potencial para funcio-
nar como una herramienta descriptiva, siempre que vuelva a su sentido originario de “hipótesis”,
es decir una afirmación que la investigación se encargará de confirmar o negar. La enunciación
de esa hipótesis debe explicitarse con suficiente precisión como para que no sea compatible con
cualquier cosa, pero también con flexibilidad como para que pueda aplicarse a épocas y circuns-
tancias diferentes. También su demostración debe incluirse en un contexto diferente del que se
planteó originalmente; y esto no solamente porque hoy el orden del tiempo no acepta los mismos
“rechazos” que en el pasado (aunque ahora incluya otros) sino porque ya entonces los parámetros
teóricos resultaban inapropiados para hacerlo viajar por el tiempo y así intervenir como una es-
tructura explicativa útil para la investigación histórica. Para que eso ocurra habría que construir
alguna definición del concepto “partidos políticos” que permita poner un umbral más o menos
preciso a su operatividad cronológica y establecer mecanismos que alerten la aparición de frac-
turas y discontinuidades en la vigencia del concepto. Por otra parte, es útil recordar la definición
que Julliard –manipulando una frase de Trotsky– proponía para “historia política”: “la historia de
la intervención consciente y voluntaria de los hombres en los terrenos en los que se deciden sus
destinos”.26
Los enfoques estructuralistas no nos pueden llevar a desdeñar el potencial de transforma-
ción social que tiene la actividad política; no olvidemos que es con este sentido de herramienta
transformadora que la invocamos cuando hablamos de políticas sociales, económicas o culturales.
Debemos entonces reivindicar una historia que adjudique capacidad creadora a los agentes in-
dividuales o colectivos y donde sus decisiones incidan de alguna forma en la configuración de su
realidad, redimiéndolos de las “prisiones de larga duración”. Para referirnos a un caso concreto:
aceptemos que no es imaginable el batllismo si no se toma en cuenta la acción y la voluntad de
José Batlle y Ordóñez; y ajustemos los mecanismos de análisis para apreciar en su justa medida
aquella capacidad de innovación que por alguna razón –y no por un “espejismo”– sorprendía a sus
contemporáneos y alarmaba a los conservadores. Esta lectura historizada parece cuestionar más
Bibliografía
Braudel, Fernand. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe ii México: fce, 1953.
Caetano, Gerardo, José Rilla y Romeo Pérez. “La partidocracia uruguaya. Historia y teoría de la centralidad de los
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Hartog, François. Régimes d’historicité. Présentisme et expériences du temps. Francia: Éditions du Seuil, 2003.
Julliard, Jacques, “La política”, en Le Goff, Jacques y Pierre Nora, Hacer la historia, Vol. 2, Nuevos enfoques.
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Linz, Juan. La quiebra de las democracias, Madrid: Alianza, 1987.
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Solari, Aldo. “El proceso de redemocratización en el Uruguay”, en Uruguay. Partidos políticos y sistema electoral.
Montevideo: fcu, 1991.
-¿Cuándo surgen sus preocupaciones en torno a la necesidad de ensayar una suerte de refundación de
la historia política uruguaya? ¿Cómo confluyen esas preocupaciones?
José Rilla (jr): Nosotros no teníamos ningún espíritu “fundacional” o “refundacional”, nos
aplicábamos a tomar nota de algo que estábamos observando en la política uruguaya de ese mo-
mento, que era un momento muy especial. A partir de esa observación teníamos una necesidad
de recurrir a un examen tanto politológico e histórico en la trayectoria de larga duración, pero
no había en nuestro ánimo una idea de decir “acá estamos fundando o refundando o haciendo
una reconsideración radical de la historia política”. Aunque luego, a medida que fue avanzando el
tiempo y fuimos recibiendo las interpelaciones y los comentarios, de repente caímos en la cuenta
[de] que se trataba efectivamente de una hipótesis, que es lo que es. Es lo que era y es lo que es.
En ese sentido sí podía apreciársela como algo que iba ganando su carácter de innovación, pero
no porque nos lo propusiéramos.
-Ustedes aclaran que no estaba en sus intenciones generar un programa de investigación en torno
a esas ideas, pero hay ciertas cuestiones vinculadas a preguntas para las que la historiografía no había
dado una respuesta. ¿En qué preguntas les parecía que se estaba fallando? ¿Qué nuevas miradas eran
necesarias para plantear nuevas respuestas?
Gerardo Caetano (gc): Primero estaba el contexto, la vivencia de la salida de la dictadura.
Tanto la vivencia de la dictadura transicional como de la transición democrática. Con el impacto
de ese contexto nosotros trabajábamos en el campo de estudio y ¿con qué nos encontrábamos?
Nos encontrábamos con que viejos investigadores que habían, de alguna manera, insinuado la
hipótesis no eran plenamente conscientes de sus implicaciones. El caso máximo [ Juan E.] Pivel
[Devoto]. En su Historia de los partidos políticos en el Uruguay,3 la hipótesis de la centralidad de los
partidos está. Lo que ocurre es que Pivel, fantástico historiador, no tenía preocupaciones teóricas,
no desarrollaba las múltiples implicaciones que esa centralidad de los partidos tenía. Lo daba casi
como un hecho, era casi como un registro más que una interpretación.
Pero también en la segunda gran colección de [ José Pedro] Barrán y [Benjamín] Nahum,
Batlle, los estancieros y el Imperio Británico,4 que era una colección en donde Barrán y Nahum de-
sarrollaban una inflexión muy fuerte respecto a sus estudios de su primera colección (la Historia
rural del Uruguay moderno5), advertían la centralidad de la política. Es muy curioso cómo ellos
a lo largo de los ocho tomos varían tres veces de caracterización de su hipótesis central. En el
tomo I hablan de la autonomía del sistema político. En el tomo iii, en el que hacían el análisis del
elenco batllista, hablan de la autonomía del Estado. Incluso alguien les había acercado a [Nicos]
Poulantzas, al que citan. En los últimos dos tomos, particularmente en el último, que es sobre la
derrota del batllismo, hablan de la autonomía relativa de los partidos.
Entonces, nosotros estábamos impactados por el contexto, pero también dentro de un campo
de estudios donde la historia política era un poco el motor de impulso de la historiografía. Era
lógico que así lo fuera. El país estaba recuperando la política. En aquellos momentos esa idea de
la recuperación de la política nos llevaba a nosotros a hurgar en las múltiples implicaciones que
tenía la afirmación de la centralidad de la política, pero más aún, de la centralidad de los partidos
en la historia uruguaya.
Nosotros nos habíamos formado junto a politólogos, a filósofos políticos. Entonces en aque-
lla usina de ideas que era el claeh6 de la época teníamos la posibilidad de una interlocución
interdisciplinaria, que luego fue enriquecida por la interlocución que tuvimos en el Instituto
de Ciencia Política de la Universidad.7 Pero creo que en ningún momento nos planteamos una
iniciativa fundacional o refundacional, más bien lo que queríamos era profundizar en torno a
las múltiples implicaciones teóricas, metodológicas, interpretativas, pero creíamos realmente que
había mucho más.
-¿Cuáles eran los vínculos a nivel regional, los espacios de discusión que se daban en torno a estas
ideas? Estamos en un momento de las transiciones en que el “retorno a la política”, en el sentido que us-
tedes lo planteaban, es característico de varios países de América del Sur y atraviesa a las ciencias sociales
de la región. En el caso de Argentina es claro, Juan Carlos Portantiero, José Aricó, que están pensando en
un contexto que, con sus características, es muy similar.
Romeo Pérez (rp): Desde luego estábamos al tanto de todo eso, incluso el Programa de inves-
tigación en Historia del claeh ya había organizado en los años ochenta dos encuentros de historia
rioplatense, creo que en 1982 y 1985, que fueron muy ricos. Allí se intercomunicaron historia-
dores de Uruguay y Argentina, pero no sólo historiadores. Yo participé del primero como oyente,
pero en el segundo Carlos Zubillaga, que era el principal organizador, me pidió que hiciera una
ponencia sobre la noción de autonomía. El Programa de Historia del claeh había tematizado la
4 José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio Británico, 8 vols. (Montevideo: ebo,
1979-1987).
5 José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Historia rural del Uruguay moderno, 7 vols. (Montevideo: ebo,
1967-1979).
6 Centro Latinoamericano de Economía Humana. Institución académica fundada en 1957 en Montevideo
por un grupo de profesionales, estudiantes y militantes de la Iglesia Católica uruguaya. Desde sus orígenes
el claeh se dedicó al análisis de la realidad social, con una fuerte perspectiva interdisciplinaria que se atenuó
durante la dictadura cívico-militar y permitió el trabajo conjunto de historiadores, politólogos, sociólogos y
economistas.
7 El Instituto de Ciencia Política nació en la Facultad de Derecho en 1985, actuando como sala de profeso-
res. En 1991 se convirtió en uno de los cinco departamentos académicos de la nueva Facultad de Ciencias
Sociales.
política y al tematizarla había acumulado una cantidad de investigaciones muy importantes, tanto
de Carlos Zubillaga, que había creado el programa, como de los investigadores más jóvenes. Al
tematizar la política, fueron distanciándose de los estructuralismos marxistas o no marxistas más
rígidos. No lo veo tan claro en Argentina. Eso también ambienta el surgimiento de la hipótesis
de la centralidad de los partidos.
-¿Y cómo influyeron las lecturas de Carlos Real de Azúa?
gc: Real de Azúa fue una influencia muy importante por la lectura o la relectura muy inten-
sa que nosotros hicimos de sus trabajos. Nosotros hicimos una relectura muy abierta y crítica.
Hay aspectos de su obra que no tomábamos. Hay un antiliberalismo presente en su obra o una
filiación, en la última etapa de su vida, cercana a la ciencia política norteamericana donde él se
deslumbró por el rational choice o los enfoques institucionalistas a nivel internacional, que no-
sotros no recogimos. Pero sí leímos en profundidad El patriciado uruguayo,8 sus investigaciones
sobre el poder, sus trabajos inéditos, sus escritos que aparecían dispersos, El impulso y su freno.9 Si
bien Real de Azúa había sido muy leído, lo había en esa clave de dispersión que tuvo que ver con
su obra. Tal vez en ese momento, por primera vez, pudo ser leído en conjunto. Y a eso además se
agregaban los textos inéditos, que comenzaban a conocerse y nosotros a promover su publicación.
Más allá de que en Real de Azúa la complejidad teórica de su acercamiento a la política era muy
vasta y, por otra parte, muchos de sus trabajos de los años sesenta eran muy hijos de esa época,
hay un tipo de abordaje de la política que también influyó en nosotros. Hay un acercamiento a
la política otorgándole a ésta una densidad propia, no buscando su mera explicación como un
epifenómeno fruto de otros quehaceres, sino buscando a la política como un espejo más complejo
del conjunto de la sociedad. Esa lectura fue muy importante y nos marcó.
-¿Cómo podría desmenuzarse el trabajo interdisciplinario que en su enfoque involucra a la Historia
y la Ciencia Política? Cuando mencionan la novedosa preocupación por la política, por ejemplo, sostienen
que la Historia trata de responder a las preguntas que surgen de las otras ciencias sociales.
jr: Nosotros no hacíamos una distinción, y creo que no la hacemos todavía, entre Historia,
Ciencia Política, Filosofía Política, Economía, aunque obviamente hay planos distintos. Está el
objeto, está la cuestión, está la política, está el Uruguay que va saliendo de una situación de dic-
tadura y que nos hace preguntar cosas capaz que demasiado básicas o elementales, como ¿por
qué tenemos esta propensión a la restauración? ¿Por qué en el año 84 u 85 el esquema político-
partidario uruguayo prácticamente es el mismo que había en 1971 o 1973? Es una política rara,
poco comparable con la argentina, con la brasileña, con las políticas de Europa, donde además el
término partidocentrismo y sobre todo partidocracia tenía mala prensa.
No nos importaba tanto quién ponía y qué ponía cada uno, en términos disciplinarios. Creo
que el diálogo de la Ciencia Política con la Historia, mirado desde la Historia, nos permitía
formularnos algunas preguntas que de otro modo no nos habríamos formulado. Eso tiene que
ver con la Ciencia Política cultivada en esos años, tiene que ver con el claeh y, hablo desde la
Historia y de nosotros como historiadores, tiene mucho que ver con el diálogo que establecíamos
con Romeo [Pérez].
Y vuelvo al presente de esa época: ¿por qué la restauración de la política uruguaya? El he-
cho de que nosotros intentáramos responder a esa pregunta de por qué ésta es una política de
historiográfico muy tradicional, en el mejor de los sentidos, con una enorme apertura y una gran
curiosidad por registrar otros saberes. Esto, por ejemplo, le permitió una apertura al psicoanálisis.
Otro elemento que señalaba Rilla es que fuimos absolutamente conscientes en que emplear la
palabra partidocracia iba a implicar un problema. La partidocracia como concepto era peyorativa.
Sobre todo en Italia y en Francia la partidocracia era la crítica al agobio de los partidos. Recuerdo
que Luís Eduardo González más de una vez nos dijo que coincidía con la hipótesis, pero no con
el nombre.
Otro elemento muy importante es que en ningún momento la idea de la partidocracia, de la
centralidad de los partidos, tenía un rol legitimador del statu quo político. Nosotros no creíamos
que la política uruguaya era la mejor del mundo, queríamos explicar la política uruguaya. Afirmar
la centralidad de los partidos no era decir que la política uruguaya era perfecta. Ni siquiera era de-
cir que los partidos uruguayos eran perfectos. Éramos fuertes críticos de los partidos. Al afirmar
la centralidad de los partidos tampoco estábamos compitiendo con la relevancia de otros actores,
por el contrario, nosotros estudiamos otros actores. De las primeras investigaciones que hice en
Historia trabajé las cámaras empresariales y los tomos de la Agonía del reformismo10 tienen que ver
con el peso de las cámaras empresariales en la política uruguaya de las primeras tres décadas del
siglo xx. Orestes Santos, un dirigente herrerista en el año 1929, en pleno congreso rural, dijo que
nadie que entienda la psicología del Uruguay podrá decir que se puede hacer algo sin los partidos
y mucho menos contra los partidos. Y lo decía alguien que era un dirigente herrerista de quinta
fila pero era un dirigente ruralista de primera fila. Y junto a eso la idea, que es una idea muy cu-
riosa que ha surgido en este último tiempo y es que quienes reivindican una idea más republicana
de la democracia, con más participación, han tendido ha configurar una suerte de contraposición
entre democracia y partidocracia. Lo cual entra en el delirio.
Esa contraposición entre democracia y partidocracia realmente nunca se nos hubiera ocu-
rrido, mucho menos desde la perspectiva de una democracia participativa, de una democracia
con articulación entre los partidos y los actores sociales, de una democracia donde las mallas
de la representación no fueran solamente ciudadanas sino que tuvieran vínculos con actores so-
ciales. Nunca se nos hubiera ocurrido que en el debate político se confrontara democracia con
partidocracia. Y sin embargo veinticinco o veintiséis años después, un actor político lo ha hecho
o algunos actores políticos lo han hecho, lo cual no deja de sorprender pero también no deja de
decir que una hipótesis –que de eso se trata– una vez que se establece o se registra, alcanza una
vida propia. Y está bien que así sea. Si esa hipótesis aún mal entendida ayuda a responder pregun-
tas con vigor o ayuda a generar debates cumplió su papel. Porque siempre nosotros destacábamos
a [Fernand] Braudel que decía que las hipótesis son como barcos que sirven para navegar, y el
momento más significativo es el naufragio.
-Algo que nos llamaba la atención es que ustedes hablan de partidos, bandos para el siglo xix, pero en
ningún momento definen qué es un partido, de repente entienden que está implícito en el desarrollo del
texto o fue una opción la de no hacer una definición.
rp: En una parte de la explicación hay que reconocer eso. No teníamos muy claro todo lo
que implicaba esa afirmación de la capacidad gobernante de los partidos, o por lo menos de esos
partidos que estaban ahí. Y no nos metimos en la definición. Tampoco recuerdo que hayamos
10 Gerardo Caetano, La agonía del reformismo. La consolidación de los sectores conservadores (1916-1925)
(Montevideo: claeh, 1983).
discutido si había que definirlos o no. Lo que nos interesaba era hipotetizar la capacidad gober-
nante de los partidos uruguayos. Creo que la hipótesis en algún momento va a naufragar porque
surgirán otras mejores, pero ha servido para navegar un poco hasta ahora porque la hicimos sufi-
cientemente abstracta. Teníamos claro que no estábamos hablando de Partido Colorado, Partido
Nacional o Frente Amplio, sino de la forma partido político y de una democracia de partidos go-
bernantes, que estaba realizada en la experiencia uruguaya, pero era una experiencia abierta hacia
el futuro. Y efectivamente en el futuro la configuración del sistema cambió muchísimo. Cuando
escribimos eso el Frente Amplio tenía el veinte por ciento del electorado. Hoy ha tenido mayoría
parlamentaria absoluta en las últimas elecciones. Pero en ese aspecto la hipótesis sobrevive. Si se
reconoce la naturaleza partidaria al Frente Amplio, no ha cambiado el gobierno de los partidos,
han cambiado los partidos en el gobierno.
Ahora, ¿por qué no lo definimos? Porque nos interesaba afirmar otra cosa y el referente apare-
cía poco discutido, poco cuestionado. Y también hay que decirlo, porque no teníamos demasiada
claridad o no teníamos una definición que agregara algo a las existentes o que pensáramos que
agregaba algo o por lo menos que decía mejor que otros modos de expresarse lo que se sabía sobre
la naturaleza de los partidos. Además, no sé si hoy Pepe [ José Rilla], Gerardo [Caetano] y yo de-
finimos de la misma forma a los partidos políticos. Pero en ese momento nos alcanzó con dejar la
definición implícita o simplemente referida a algunos actores poco cuestionados en su naturaleza.
Y más bien entonces centrarnos en su capacidad de gobernantes y de ahí lo de partido-centrismo.
jr: Ahora que lo pienso, hay una definición implícita al haber aceptado que partidos eran
aquellos que a sí mismos se decían y se comportaban como partidos. Al haber ido a esos grandes
agregados, no ingresando en la discusión de su naturaleza, que era una discusión muy vieja en el
país. Porque se puede discutir, como se discutió en el siglo xix, si estos eran o no partidos, si eran
agrupaciones coyunturales, si eran oportunismos que se coagulaban en los momentos electorales
pero luego volvían a la dispersión, al multipartidismo cotidiano, como en algún momento noso-
tros llegamos a pensar, eso de que había en el Uruguay una especie de bipartidismo electoral y un
multipartidismo inter-electoral. De algún modo, volver a colocar a los partidos como actores cen-
trales suponía reconocerlos como tales, como ellos se presentaban. Creerles lo que de sí mismos
decían. No ciegamente, pero partir de esa base como dato. Era tomar una posición en esa vieja
discusión respecto a quiénes son y quiénes no son partidos. Desde aquellos que en el siglo xix
discutían que los tradicionales fueran o no partidos, pasando por los socialistas que hablaban des-
pectivamente de la política criolla. Y después todas las variantes de los partidos de izquierda que
decían “estos no son partidos”. Y los partidos tradicionales que refiriéndose al nuevo actor Frente
Amplio se referían despectivamente como un rejunte o una “colcha de retazos”. Todo ello era una
forma de cuestionar históricamente, en el largo plazo, al actor partidario, que de todas formas se
comportaba como tal en los momentos cruciales, en las encrucijadas de decisión importante del
país, en las instancias electorales, por cierto, pero también en las instancias de gobierno, que era
lo que nos interesaba y lo que falta por estudiar. Creo que a esta hipótesis le falta mucho trabajo
de hormiga de historiadores y politólogos. Hay que remangarse y para desafiarla hay que meterle.
-Sí, incluso ustedes señalan en el texto que la partidocracia se asienta en el funcionamiento cotidiano
de los partidos. Ese funcionamiento cotidiano sería uno de los aspectos a estudiar. Es decir, ¿cuáles son las
características cotidianas que llevan a que el país tenga este sistema?
gc: Esa es una pregunta que formó parte de nuestra preocupación teórica. Nosotros tenía-
mos una preocupación teórica. Y eso era algo nuevo en la Historia. Porque los historiadores, en
general, desconfiaban mucho de la teoría como algo propio de otras ciencias y creían que el his-
toriador era otra cosa. Si bien decían que había una teoría, no había que empezar desde ella sino
con el hecho y desde el hecho. Nosotros teníamos una vocación teórica fuerte, pero muy abierta.
Practicábamos deliberadamente un eclecticismo no vergonzante. Y eso tú lo ves cuando repasas
los textos, incluso el texto de la partidocracia, por ejemplo.
Para lo que nosotros queríamos hacer disponíamos de una amplia batería de las definiciones
tradicionales de lo que era un partido pero, sin embargo, para lo que queríamos hacer, esa no era
una discusión particularmente relevante. Nosotros pensamos que para lo que queríamos hacer,
para lo que queríamos reflexionar, en clave de abstracción, no lo era. Que dos historiadores y un
politólogo hicieran un texto conjunto de carácter tan abstracto, era casi una desmesura o una
transgresión. Y nosotros eso lo hacíamos en forma muy deliberada, muy consciente. En aque-
llos momentos nosotros participábamos mucho en seminarios y debates con los argentinos y
entre ellos había un debate muy fuerte, y allí sí había luchas hegemónicas, como siempre [risas],
en donde querían destruir al adversario. Y había un grupo, que era el grupo hegemónico hasta
hoy que hablaba del “retorno a la Historia”. ¿Qué era ese retorno? Volver a la Historia, alguno
ha dicho al arranque, con los aggiornamientos propios de la época pero dejando de lado todo
aquello que invadiera desde las ciencias sociales. Nosotros no participábamos de eso, aún cuando
participábamos de la recuperación de la dimensión narrativa de la historia. Nosotros nos afirmá-
bamos como historiadores pero con una perspectiva de teorización muy amplia, un eclecticismo
no vergonzante. Es muy interesante ver los textos nuestros de aquella época. Nosotros utilizá-
bamos categorías propias y lo hacíamos de forma consciente. No queríamos pertenecer a una
escuela teórica. Queríamos teorizar con libertad para contestar preguntas. Nos interesaban más
las preguntas que la construcción de una escuela teórica. Y creo que eso tiene mucho que ver con
la partidocracia. Recuerdo que cuando trabajábamos el siglo xix estaba el viejo tema de cuando
nacen los partidos. Entonces nosotros habíamos creado la palabra, el concepto de los “protopar-
tidos”. Y trabajábamos mucho desde allí. Había debates muy significativos. Uno de ellos, por
ejemplo, enfrentaba a quienes señalaban que la Guerra Grande era el gran conflicto que nutrió
por primera vez de densidad política, programática e ideológica a los partidos o quienes sostenían,
como planteaba la intuición de Pivel, que los partidos ya venían de la última etapa de la Colonia.
Por eso la Historia de los Partidos Políticos la empieza en 1811. Después no lo terminó de resolver,
pero ya estaba esa intuición. Nosotros le criticábamos a Pivel eso mismo, que él no había definido
qué consideraba partidos. Hablaba de bandos, banderías, agrupaciones.
Sin embargo, yo me acuerdo que Pancho Aricó se reía. Nos decía “me gusta todo eso pero
hay algo que me rechina, ¿qué es esto de los protopartidos?”. Pero claro, cuando uno no puede
terminar de definir el origen, encuentra un atajo. Sin embargo, en ese atajo estaba esta idea de
recoger la referencia de los actores, darle dignidad a lo que los actores decían de sí mismos. Eso
nos daba mucho rédito. Ninguno de nosotros entonces sabía lo que era la historia conceptual,
después comenzamos a llegar a la hermenéutica y ahí discutíamos a [Hans-Georg] Gadamer,
entre otros. Pero los historiadores conceptuales parten de eso. Antes de tomar una definición,
registran los usos públicos del lenguaje político y cómo los términos se transforman en concep-
tos a partir de lo que los actores hacen o no hacen. Nosotros lo hacíamos de una manera muy
artesanal pero realmente nos sirvió. Romeo, en un artículo de la época, habla de la concreta
instauración de la democracia uruguaya identificando cuatro conflictos articuladores, dos de los
cuales estaban en el siglo xix y el primero de ellos era precisamente la temprana consolidación de
formas protopartidarias...
Para aprender la política uruguaya había que estudiar el siglo xix, porque en el siglo xix se
fundaban dos elementos constitutivos de la política uruguaya de todos los tiempos, de la cultura
política. Uno era la consolidación temprana de formas partidarias, la prevalencia de todo un con-
cepto de asociación política donde los partidos eran actores colectivos fundamentales. Y el otro
era la otra idea de la coparticipación de los partidos en el cumplimiento de tareas propiamente de
gobierno. Eran dos elementos que no nacían en el siglo xx, que venían de atrás y que se cruzaban
mucho con la relectura de Real de Azúa. Que estaban allí y que permitían una reinterpretación de
la política uruguaya. Por eso nosotros teorizamos con mayor libertad. Tal vez la categoría política
más resistente a una definición conceptual sea la de “partido”. Imaginate que partido se ha lla-
mado al Hezbollah libanés, al Partido del Congreso hindú, al apra peruano, al Partido Colorado
uruguayo. Y aún hoy, por ejemplo Isidoro Cherescky, en un libro muy significativo sobre la po-
lítica argentina, habla de “la política después de los partidos”, como se titula su libro de manera
muy gráfica.11 Claro, porque en Argentina, ¿cuál es el partido peronista? Peronistas hubo prácti-
camente en cuatro o cinco de las agrupaciones que compitieron en las últimas elecciones. ¿Cuál es
la Unión Cívica Radical? Hay una configuración, pero hay radicales en todos los partidos.
jr: En todo caso yo diría que hay dos planos de aquella indagación. En eso estaba mucho el
claeh y estábamos nosotros. Buscar la especificidad de la política y de lo político. Lo político
como una arena específica de productividad esencial. Así lo definía Carlos Pareja. La política
tiene una productividad esencial, no es reductible a otra dimensión.
Y después, pasando por encima de una definición a priori de qué es un partido, no cabían
dudas que había que buscar aquellas instancias donde se agrega un fenómeno de lealtad, de
continuidad, de acción propiamente dicha. Y ahí era que estaban estos actores partidarios. Nos
parecía que tenía tal contundencia que no hacía falta decir “bueno, partido es dos puntos”. Partido
es esto que estábamos viendo acá, estas condensaciones de sentido, de tradiciones, que después se
traducen en formas concretas, institucionales.
En una entrevista de esta naturaleza uno se equivoca mucho. Empieza a recordar aquello que
había olvidado. A mí ahora me vuelve aquella idea de la política, de lo político, de la centralidad
de lo político. Antes que los partidos, estaba la política. De algún modo plantear eso era desde
el campo de la Historia, no sé si desde la Ciencia Política que era más joven, era una apuesta
fuertemente revisionista, sacándole al término si quieren (si no quieren no, yo no se las saco)
las connotaciones concretas de aquella corriente historiográfica. Pero era una manera de revisar
aquella historia hasta el momento aceptada. ¿Qué la atrapaba como centro? Creo que eso, la cen-
tralidad de la política. Que era algo que queríamos en el presente, que estábamos viviendo en el
presente y que buscábamos en el pasado. Se podía decir que estábamos demasiado influidos por
el drama del presente que el país estaba viviendo. Era un reproche que andaba por ahí.
Para poner a prueba en un nivel intermedio la hipótesis había que, usando la metáfora, largar
el barquito al mar a ver qué le pasaba. Someterlo a prueba, ver si es verdad que son el centro de
decisión, que son el motor, el cerebro, los portadores de relatos centrales. Y el barquito se iba sal-
vando. Incluso en una segunda etapa la sometimos a la coyuntura más reciente. En aquel texto de
esta casa, del Instituto de Ciencia Política, Los partidos políticos de cara al 90, nosotros escribimos
11 Isidoro Cheresky, La política después de los partidos (Buenos Aires: Prometeo, 2006).
un trabajo que se llamaba “Los más recientes desafíos a la partidocracia” o “La partidocracia
desafiada”.12 Es decir, sí, el ruralismo, los tupamaros o los militares habían sido desafíos muy fuer-
tes a este esquema de interpretación. Y en el momento más reciente había que ver cuáles eran los
nuevos desafíos. La conapro, por ejemplo, en cuanto cuestionaba determinados ordenamientos
y atribuciones, ¿era un desafío?
rp: En ese momento se estaba desarrollando otro desafío, que era la reforma jubilatoria del
89, una reforma constitucional que no tuvo origen en los partidos. Los partidos terminaron ad-
hiriendo pero no la originaron.
gc: Y mucho más la microrreforma,13 que era respaldada por todos los candidatos a la presi-
dencia y que no salió.
-De hecho cuando discutíamos el texto una de las cosas que veíamos es que, por lo menos hasta el 95,
hay una sociedad que se moviliza por fuera de los partidos de la que parten iniciativas políticas…
jr: O al revés. ¿Por qué la campaña del voto verde estuvo trancada hasta que los partidos
o sus grupos se volcaron a la militancia? Eso quería decir algo. Por lo menos en la línea de la
interpretación.
gc: Fijate este elemento: el partido político más fuerte en Uruguay no se llama a sí mismo
partido político. Los dirigentes del Frente Amplio hablan de la “fuerza política”, lo cual es un
eufemismo muy curioso y muy significativo, no hablar de partido.
jr: Pero tiene dos partidos adentro. Dos partidos, partidos.
gc: Pero dos partidos adentro que si hoy saliesen con seguridad tendrían grandes dificultades
para seguir siéndolo. Efectivamente hoy, en América Latina y en el mundo, los partidos están de-
safiados por un huracán. Pensemos dentro del continente: el bipartidismo venezolano. Pensemos
en el apra peruano. Después de estar en el gobierno con Alan García no llega a marcar en las en-
cuestas como para presentar un candidato. Pensemos en los partidos italianos, en la Democracia
Cristiana, en el Partido Comunista Italiano, en su implosión, incluso pensemos en la construc-
ción de nuevos actores o nuevas identidades que podrían ser llamadas como partidos, pensemos
en la coalición de “El Olivo” o “Casa de la Libertad”. Y ni que hablar de lo que ha pasado en la
Argentina, el “Frente por la Victoria”, el justicialismo federal.
-O los presidentes que han llegado sin partido. Rafael Correa llegó sin representación parlamentaria…
gc: O el caso de Evo Morales. Hay un discurso donde se señala que el mas [Movimiento Al
Socialismo] es un movimiento de movimientos sociales y donde se plantea, en un determinado
momento, dejar de ser eso para ser un partido de movimientos sociales, y no lo logra. Y hoy en
el discurso está el problema “no hemos logrado ser un partido de los movimientos sociales”; o las
transformaciones del chavismo, del “Movimiento Quinta República” y su conversión en Partido
Socialista Unificado de Venezuela.
Realmente en estos últimos veinticinco años y especialmente en los tiempos contemporáneos,
las transformaciones profundas también llegan a la política y desafían la categoría de partido. Y
está siempre ese debate: los partidos no existen pero ¿quién los sustituye? ¿Cómo sustituirlos para
12 Gerardo Caetano, Romeo Pérez y José Rilla, “Cambios recientes en el sistema político uruguayo concebido
como una partidocracia”, en Los partidos de cara al 90 (Montevideo: Instituto de Ciencia Política-fesur-fcu,
1989), 21-40.
13 Plebiscitada sin éxito en 1994.
sino también en el Estado. Y no sólo como una concesión graciosa de los gobiernos, sino como
el reconocimiento de la necesidad de que los representantes partidarios tuvieran un lugar. Eso
fue un reclamo histórico de la izquierda durante veinte años. El gobierno que logra eso es el de
[ José] Mújica. Su discurso inaugural es de una afirmación de centralidad partidaria enorme. Él
dice: “yo concibo al gobierno como la generación de las condiciones para gobernar”. ¿Y cuáles son
esas condiciones? El establecimiento de la posibilidad de pactar entre partidos diferentes. Él dice
que no hay que estar de acuerdo en todas las cosas, que hay cuatro o cinco cosas solamente en las
que los partidos tienen que estar de acuerdo. Y sin embargo ahora, en medio de una exacerbación
de la disputa política, tenemos a varios senadores del gobierno, en primer lugar Lucía Topolansky
que dice que si la oposición está tan enojada con el gobierno que se vaya. Lo cual es retomar la
doctrina que durante veinte años marginó al Frente Amplio de la integración de los entes autó-
nomos, aún cuando era el principal partido. La izquierda tiene instalada allí una gran confusión.
Yo diría que no tiene un pensamiento consistente respecto a esto. Es muy claro que hay visiones
muy contradictorias.
jr: Acá ya entramos en un terreno mucho más opinable, pero tengo la impresión de que de
los años que lleva de gobierno el Frente Amplio, ni para sí mismo ni para el país ha significado
una contestación demasiado fuerte, ni por asomo, a la idea de la centralidad de los partidos. Aún
con todas las incorporaciones conceptuales y concretas que hacen alusión a esa tradición tan
societaria que tiene el Frente Amplio. Eso de que “hay que incorporar a los actores sociales” o
los “actores involucrados”, eso de lo que siempre habla la izquierda y que es una especie de cliché
pero, al final, cuando hay que tomar las decisiones, se vuelve a imponer, a su manera, la lógica
partidaria. Aún es verdad en este gobierno, que está apoyado sobre un ensamblaje medio extraño
entre los tupamaros y el MPP, que no son un partido, y el Partido Comunista, que sí es uno de
los partidos más antiguos que tiene el Frente Amplio. A pesar de esa tensión, que a veces lleva a
la parálisis, entre las bases, los comités, los congresos y las asambleas, creo que el actor partidario
termina definiendo el juego, e incluso esto lo digo como expectativa. Hay como una expectativa
eminentemente partidaria acerca de quién nos puede sacar de este aparente empate o pantano
en que puede estar el gobierno: Tabaré Vázquez. Y eso remite otra vez a alguien que es capaz de
congregar a la tribu bajo la forma de partido. No creo que haya cambiado demasiado el paradigma
de la centralidad de los partidos.
Creo que habría que escribir un capítulo, que yo no sabría cómo escribir pero que habría que
hacer, acerca de cómo esta hipótesis devino, para muchos, en una especie de elogio de la política
tradicional, colorada y blanca. ¿Cómo pasó eso? ¿Cómo se instaló esa idea de que es una hipótesis
convalidante de un estado de cosas? Se podría probar demoledoramente de que no es así, pero eso
está instalado, asociado de manera muy fuerte a la hipótesis, aunque no esté en su versión original
ni mucho menos. Creo que es un objeto interesante desde el punto de vista historiográfico.
Sin embargo, algo que le pegó muy duramente a la idea fue la reforma constitucional de
1996. Habría que explicarla, con mayor abundamiento, como una objeción radical a la política
tradicional del Uruguay y un cambio en todos sus parámetros, pero ha pasado prácticamente des-
apercibida por quienes han observado la vida de la hipótesis. Mi idea es que en los gobiernos del
Frente Amplio no se han afectado demasiado los parámetros de funcionamiento de la hipótesis.
Sin embargo, la reforma constitucional, institucional, electoral, con implicaciones en el sistema de
partidos, eso es muy fuerte y no ha merecido una consideración.
16 Se refiere al congreso de Unidad Nacional, realizado el 21/7/2012, en que se calificó al gobierno del Frente
Amplio como un “régimen totalitario”.
la posición manifiesta, explícita, del Presidente de la República y de los sectores mayoritarios del
Frente Amplio. Recordemos que Mujica, inicialmente, dijo que no iba a firmar. Es un movimien-
to que se inicia contra todos los partidos, incluso contra la izquierda. Fue un sector muy menor
de la izquierda el que lo respaldó.
Todas las instancias de democracia directa son desafíos a los partidos. El Uruguay tiene muy
tempranamente, desde la segunda Constitución, una institucionalidad de democracia directa muy
fuerte. En los últimos veinticinco años ha sido un instrumento muy utilizado por la izquierda.
Curiosamente, hoy, lo que a mi juicio es el principal desafío de la oposición, tal vez el único, es una
iniciativa de reforma constitucional sobre el tema que más preocupa a los uruguayos, que se va a
plebiscitar juntamente al acto electoral y en el cual, hasta hoy, las encuestas revelan un porcentaje
mayoritario de la ciudadanía a favor, pero además un porcentaje muy alto de los frenteamplistas
que también está a favor y desoye las afirmaciones de sus dirigentes.17 Acá siempre hay que re-
cordar que ciudadanía y opinión pública no son lo mismo y que una cosa es lo que se dice en una
encuesta y otra es lo que se hace en el cuarto secreto.
Por otra parte, la izquierda, después de todo lo que pasó con la Ley de Caducidad, ¿podrá se-
guir recurriendo de manera tan permanente al referéndum o al plebiscito entre sus instrumentos
de acción política? No va a ser igual.
rp: Yo creo que la experiencia de gobierno del Frente Amplio no ha cuestionado la hipótesis
por la vía de la participación de movimientos u organizaciones sociales en el Estado. Además, no
es tan novedosa esa participación tampoco. Ya había experiencias previas, en el bps, en el viejo
sistema de asignaciones familiares y, sobre todo, en los Consejos de Salarios. También en la en-
señanza secundaria, en el Consejo previo a las reformas de 1972, había representantes del Poder
Ejecutivo pero también otros elegidos por los docentes.
gc: Ni que hablar en términos de propuestas. En los años veinte el batllismo tenía entre sus
propuestas programáticas, en su partido, la elección de todas las autoridades de la enseñanza por
los docentes y también la elección directa de los integrantes de la Suprema Corte de Justicia. No
son temas que vinieron con el Frente Amplio.
Por otra parte, y en términos de desafío, hay que decir que la partidocracia vive en el conflic-
to. No vive en el consenso. Y este ha sido otro tema de debate. Se ha dicho que la partidocracia
no podía alojar la interpretación del conflicto. Muy por el contrario, yo creo que la centralidad
partidaria, en muchos de los momentos más conflictivos de la vida del país, más polarizados, es
donde se ve más exigida. Esta idea de la partidocracia como política del consenso, negadora del
conflicto, es equivocada.
rp: Sí, por ejemplo, las divisiones partidarias ocurren y han ocurrido históricamente, pero
no son o eran cosas de todos los días sino más bien algo poco frecuente. Los partidos son más
estables en su conflictividad, interna y con los otros partidos, de lo que suele suponerse. Yo creo
que ahí, en el Uruguay de las décadas del sesenta y setenta, conflicto interno era casi sinónimo
de declinación partidaria, en los enfoques académicos y en la convicción de los políticos. Hoy
estamos muy lejos de eso y a veces no nos acordamos. Cuando un partido entraba en conflicto
17 Se refiere a la propuesta impulsada originariamente por el sector mayoritario del Partido Colorado y
apoyada por el sector mayoritario del Partido Nacional, que, entre varias medidas, propone rebajar la edad de
imputabilidad penal a 16 años. Las más de 360.000 firmas recolectadas por estos sectores políticos , nucleados
en la Comisión Nacional por la seguridad-Para vivir en paz, habilitará un plebiscito sobre el particular, que se
desarrollará de forma conjunta a las elecciones presidenciales y legislativas del año 2014.
Bibliográficas
Mujeres Montoneras articula la historia reciente de la Agrupación Evita. El segundo aborda la es-
y los estudios feministas y de género; con ello, se tructura interna y su relación con la dirección de
instala en dos campos que en forma simultánea, al Montoneros, también analiza las principales líneas
calor de las preocupaciones sociales y políticas de de acción, los discursos sobre la condición femenina
la actualidad, se encuentran en rápida y dinámica de la Agrupación en el contexto de los discursos del
expansión en la agenda historiográfica argentina. peronismo y la trayectoria de sus dirigentes. Este
Ambos enfoques desafían ciertos supuestos de la análisis revela que la Agrupación capitalizó la mili-
propia disciplina (sus formas de construir el co- tancia previa de las militantes y las mujeres de base y
nocimiento legítimo, de definir los tiempos y los la propia tradición peronista que se remontaba a Eva
sujetos históricos y las preguntas de investigación) Perón y al primer peronismo, que había incorporado
lo que resulta aún más pronunciado al conectar- a las mujeres como sujetos políticos en función de su
se entre sí. En ese sentido, el libro es un valioso condición de esposas y madres. También descubre el
fruto de los esfuerzos colectivos –expresados en rechazo que inicialmente ganó a las dirigentes que
Jornadas y compilaciones– que alentaron este cruce habían sido destinadas al trabajo con la Agrupación,
y que han tenido a la autora de este libro entre sus incluso, algunas lo concibieron como un castigo que
protagonistas. las apartaba de lo que consideraban las “verdaderas”
En su obra, Karin Grammático se pregunta qué tareas de la lucha revolucionaria.
papel tuvo la Agrupación Evita para Montoneros y El tercer capítulo profundiza el análisis de las
qué significación tuvo para las mujeres. Esta inte- acciones y los aprendizajes políticos de las militan-
rrogante se inserta en una problemática más amplia: tes. Colocando el foco sobre las relaciones entre las
entender las disonancias entre la vanguardia polí- militantes montoneras de clase media y las mu-
tica y el movimiento feminista en la Argentina de jeres de los sectores populares, la investigación
los años setenta. La autora coloca su análisis de la sugiere que la Agrupación asumió discursos que
Agrupación en el corazón de los enfrentamientos reafirmaban la división sexual del trabajo pero que,
y las estrategias políticas de Montoneros, la dere- paradójicamente, al hacerlo condujo a las mujeres de
cha peronista y el propio Juan Domingo Perón. Y los barrios fuera del ámbito hogareño al introducir-
luego recorre el camino inverso: analiza el carácter las en la organización colectiva de sus necesidades.
político de la experiencia colectiva de las mujeres en Simultáneamente, esas experiencias les permitieron
términos de las estructuras de poder dentro y fuera a las dirigentes descubrir las connotaciones políticas
de la organización armada. Este recorrido de ida y que asumían lo cotidiano y lo doméstico. En defini-
vuelta le permite moverse por diferentes niveles – tiva, que lo personal era político.
el peronismo, Montoneros, la cultura militante, la El último capítulo coloca nuevamente en el
condición femenina– lo cual constituye una pers- centro el escenario político y la interna peronis-
pectiva especialmente renovadora porque no sólo ta para explicar la disolución de la Agrupación
entrelaza dichas dimensiones sino que aborda algu- en el marco del pasaje a la clandestinidad de
nas que aún han sido escasamente transitadas como Montoneros. En ese contexto, según explica la
son los “frentes de masas” y la experiencia de los su- autora, la conducción congeló las actividades del
jetos que acompañaron a la organización armada sin frente de mujeres y derivó sus dirigentes hacia otros
estar encuadrados formalmente en ella. espacios y responsabilidades. La reconstrucción ex-
El libro está organizado en cuatro capítulos. El plora los efectos que tuvo la medida entre quienes
primero reconstruye la formación de la Agrupación militaban en las organizaciones sociales y se detie-
Evita en un riquísimo análisis de la coyuntura polí- ne en las incertidumbres y disidencias que provocó
tica y la interna peronista en 1973. La autora explica entre las dirigentes. Finalmente, reconstruye la sig-
que su creación se enmarcó en la lucha por la hege- nificación retrospectiva que tuvo esa breve e intensa
monía de la Rama Femenina que integraba, según la experiencia de la Agrupación en la percepción de la
carta orgánica, el Consejo Superior del Peronismo. condición femenina de aquellas dirigentes que so-
En términos más amplios, la Agrupación tenía el brevivieron al terrorismo de Estado. En ese sentido,
objetivo de disputarle a la derecha peronista el en- revela que para muchas de ellas fue un aprendizaje
cuadramiento de las mujeres dentro del peronismo que las llevó, luego, a la militancia política feminista.
en el contexto del regreso de Juan Domingo Perón En su conjunto, el libro nutre la comprensión
a la Argentina. de los setenta en distintos niveles. Por un lado, es un
El segundo y tercer capítulo, los centrales, importante aporte al conocimiento de la izquierda
hacen eje en la organización y las características armada y, obviamente, al de Montoneros y lo hace
Una nueva etapa se abrió para Freire entre 1969 paradójicamente ningún país aportó más recursos a
y 1980 cuando comenzó a trabajar para el Consejo la campaña que Estados Unidos. Aunque la admi-
Mundial de Iglesias: se transformó en un actor po- nistración Carter había intentado impedir que los
lítico a escala mundial, “un representante del tercer sandinistas ascendieran al poder, su principal obje-
mundo”. tivo era evitar que se convirtiera a Nicaragua en una
Sus ideas se difundieron en este período, pero, nueva Cuba.
según el autor, se produjo un cambio de dirección La campaña no logró sostenerse en el tiempo y
política en su aplicación: mientras en los perio- el autor especula con la posibilidad de que si esto
dos anteriores trabajó en el marco de democracias hubiera ocurrido, habría permitido desarrollar una
multipartidarias en este período trabajó fundamen- democracia más profunda. Sumado a esta debilidad,
talmente para estados unipartidarios. la existencia de un partido único que no promovió
Durante su estadía en Ginebra Freire creó el una nueva generación de líderes democráticos parece
Instituto de Acción Cultural (idac) a través del cual explicar algunas de las razones por las cuales el pro-
difundió y puso a prueba sus ideas. Un análisis tan yecto sandinista no logró consolidarse en el poder.
documentado como interesante es el que ofrece el Freire evitó las definiciones partidarias durante
autor acerca de las experiencias con campañas de toda su vida. Sin embargo, en 1980 después de su
alfabetización en las cuales Freire participó duran- retorno a Brasil, participó en la fundación del pt.
te este período: las campañas en Guinea Bisseau y Este partido reivindicó a la democracia como una
Sao Tomé. Luego de analizar las particularidades de conquista universal de la clase trabajadora: “Los
la implementación de las campañas en estos países trabajadores no serían más llamados a votar, ahora
recientemente descolonizados del África, el autor podían ser candidatos”. Para Freire el pt era un edu-
pone en evidencia las contradicciones de la aplica- cador popular de masas; el partido tenía que formar a
ción del método freiriano y de los límites al mismo sus propios militantes y además ser crítico con los sis-
impuestos por las condiciones políticas en que se temas educativos imperantes. La educación se volvió
desarrollaban, en particular por los compromisos así un asunto central en las campañas del pt.
que implicaba desarrollar la lucha por la alfabetiza- Erundina, candidata del pt victoriosa en las
ción como conciencia crítica en “estados de partido elecciones en San Pablo, quien había trabajado en las
único”. primeras campañas de alfabetización con Freire, lo
La última y la mayor campaña de alfabetiza- propuso como Secretario de Educación. Desde este
ción en que Freire participó mientras estuvo en cargo, Freire lanzó una nueva campaña de alfabeti-
el Consejo Mundial de Iglesias fue en Nicaragua, zación. El autor plantea que en esta oportunidad,
después del derrocamiento de Somoza. Según el paradójicamente, Freire logró una mayor coherencia
autor, ningún programa reflejaba mejor el espíritu con su concepción de la alfabetización como lectu-
utopista de la revolución que la “Cruzada por la al- ra problematizadora de la realidad. En ese contexto
fabetización”, la cual pretendía abarcar al 75% de la analiza las causas que habrían permitido a Freire
población analfabeta del campo. esta oportunidad: el contexto político multipartida-
La campaña se desarrolló de marzo a octubre de rio de Brasil y la finalización de la Guerra Fría.
1980, aunque la presencia de Freire fue tan solo una Según el autor, a pesar de la fuerte influencia
visita de nueve días en octubre de 1979. La cam- del legado freiriano en la actualidad, la alfabetiza-
paña sandinista, en lugar de incluir como palabras ción hoy no reviste el mismo interés político que
generativas las de los campesinos, utilizaba consig- durante la Guerra Fría. La influencia de ese contex-
nas revolucionarias. Para algunos de los actores, la to político hacía que la preocupación por el control
campaña apuntaba a “reprogramar la mentalidad ideológico del enemigo colocara a la alfabetización
de los nicaragüenses”, como una condición para la en el ojo de la tormenta. De ahí la centralidad que
modernización de la economía. Esto despertó las adquirieron las políticas de alfabetización durante
críticas de los freirianos, aunque no de Freire, quien este período, incluida la figura de Freire. Nos atreve-
se vio profundamente impresionado por la revolu- mos a plantear que esta investigación va a marcar un
ción sandinista. antes y un después en los estudios freirianos.
Nuevamente, el autor muestra la compleji- Mercedes Couchet
dad de las políticas de la alfabetización durante la Antonio Romano
Guerra Fría. La participación de Cuba fue central
Facultad de Humanidades y Ciencias de la
para el desarrollo de la campaña. Por otro lado,
Educación/Universidad de la República
las normas de género y las jerarquías del gusto el apoyo popular. Las restricciones en el consumo
propias de los sectores medios urbanos; para los hicieron que los sectores populares se volcaran ma-
sectores populares, este ideal generaba expectativas sivamente hacia alternativas por fuera del mercado
que no siempre podían cumplirse, así lo muestra que proponía el peronismo –como las proveedurías
Elena en el sexto capítulo a través de uno de los de la Fundación Eva Perón– para satisfacer sus ne-
más valiosos descubrimientos archivísticos del li- cesidades materiales. De esta manera, según Elena,
bro: la cuantiosa correspondencia que arribó a las no fue la contracción de la economía sino la ex-
oficinas del Ministerio de Asuntos Técnicos duran- pansión de la movilización masiva y el avance de
te una campaña que lanzó el gobierno en vísperas la censura los que agravaron los conflictos con una
de las elecciones de 1952 bajo el slogan “Perón amplia coalición opositora, lo que provocó el golpe
quiere saber lo que el pueblo quiere”. Lejos de la de Estado que puso fin al gobierno de Perón.
imagen armónica y homogénea que difundieron Uno de los aspectos más interesantes de este li-
los propagandistas oficiales sobre la política social bro es cómo el autor reconcilia dos interpretaciones
del peronismo, lo que muestran estas cartas es la enfrentadas del período. Elena apoya la perspectiva
diversidad de estrategias que utilizaron los secto- –que tuvo amplio consenso durante los años ‘80–
res subalternos para expresar simultáneamente sus que coloca al peronismo en un marco histórico más
demandas insatisfechas de “vida digna” y cumplir amplio. Desde esta perspectiva, el apoyo a Perón se
con las expectativas que las autoridades tenían sobre originó en formas previas de asociación, participa-
ellos. Si bien reclamaban su derecho a satisfacer sus ción y autoidentificación de los sectores populares.
necesidades materiales, a la vez expresaban sus de- La intervención estatal en la economía y las polí-
seos de colaborar con sus líderes, identificaban como ticas redistributivas fueron concebidas y diseñadas
enemigos a quienes estaban por fuera del peronismo localmente y en otras latitudes con anterioridad
y creían en la capacidad del Estado de satisfacer sus al surgimiento del peronismo. Otros trabajos más
demandas. Es decir que, si bien la campaña “Perón recientes sostuvieron que el peronismo reforzó las
quiere saber lo que el pueblo quiere” tuvo poca re- convenciones de género y de gusto prevalecientes
percusión en el diseño de las políticas públicas del en la etapa previa. Sobre estos aspectos, Elena tam-
segundo gobierno de Perón, ésta sirvió para renovar bién arroja luz, sin embargo, este libro está lejos de
los lazos de solidaridad y lealtad. Como resultado, subestimar los aspectos rupturistas del peronismo,
argumenta Elena, lejos de ponerlo en cuestión, la por el contrario, como vimos, uno de los argumen-
participación de los sectores subalternos en esta tos centrales del libro destaca las transformaciones
campaña fue funcional a las intenciones hegemó- que introdujo el peronismo en la política nacional al
nicas del peronismo, pues canalizó las demandas colocar la noción de ciudadanía por fuera del molde
populares hacia su propio fortalecimiento. Por otro liberal. Aunque en menor medida, otro aspecto que
lado, el análisis de Elena sobre esta correspondencia Elena pone de relieve es la importancia que tuvo el
permite matizar los retratos que ponen de relieve movimiento en torno a la definición de identida-
los rasgos autoritarios del peronismo: para el autor, des colectivas a través de movilizaciones masivas sin
las cartas revelan una continuidad en el desarrollo precedentes.
de prácticas ciudadanas autónomas que utilizan los
Argumentado sobre una sólida base empírica,
recursos del Estado para sus propios fines. El éxito
este libro vuelve desde una nueva perspectiva sobre
de la campaña, argumenta Elena, no fue mérito del
algunos de los tópicos clásicos en relación al pero-
gobierno sino de la persistencia de una vieja tradi-
nismo, a la vez que sugiere nuevas preguntas sobre la
ción de compromiso ciudadano con la comunidad y
aún prácticamente inexplorada historia del consu-
con el Estado.
mo en América Latina. Dignifying Argentina es un
Como muestran el quinto y el séptimo capítu- análisis complejo, interesante y, sin duda, destinado
lo, durante el segundo gobierno de Perón uno de a ocupar un lugar central en la historiografía sobre
los desafíos centrales del gobierno fue promover uno de los períodos más intrigantes y recorridos de
un consumo moderado, disciplinado y culto, fren- la historia argentina y latinoamericana.
te a un electorado que esperaba una expansión de
Mateo García Haymes
las políticas redistributivas. En el nuevo marco, la
austeridad y la productividad fueron presentadas Universidad de San Andrés / Universidad
como formas patrióticas de colaborar con el futuro Nacional de Quilmes/conicet
de la nación. Nuevamente, el gobierno logró articu-
lar la política económica hacia sus fines sin perder
la Ley. Varios autores enfatizan en las divisiones que Un enemigo para la nación. Orden interno,
atraviesan al Frente Amplio. Este hecho se ve refle- violencia y “subversión”, 1973-1976.
jado en el resultado del plebiscito de 2009 donde Marina Franco. Buenos Aires: Fondo de
se observa que la totalidad del voto frenteamplista
Cultura Económica, 2012, 352 pp.
no respaldó al “Sí rosado”. Finalmente, todos con-
cuerdan en decir que “los derechos humanos no se El libro de Marina Franco aborda de forma
plebiscitan” y que la estrategia de las consultas po- compleja y rigurosa el período constitucional que
pulares fue un arma de doble filo. tuvo vigencia en Argentina entre 1973 y 1976
haciendo centro en la violencia política como pro-
La tercera línea es la comparación con las
blema de época. El análisis propuesto parte de una
dinámicas de otros países del Cono Sur, sobre
sólida base empírica para adentrarse simultánea-
todo Argentina y Chile, y la influencia del factor
mente en una reflexión teórica más general, que
internacional.
invita a pensar la relación violencia/política en de-
Demasi muestra cómo el pulso de las luchas mocracias modernas y los problemas que genera el
uruguayas sigue las inflexiones de las luchas argenti- recurso sistemático a medidas de excepción tanto
nas. Skaar se pregunta por qué los jueces uruguayos para la pervivencia institucional de tales regímenes
no fueron más audaces o innovadores en su búsque- como para la protección de garantías individuales.
da de las fallas en la Ley de Caducidad mientras
La autora analiza ese corto pero efervescente
sus pares chilenos y argentinos se mostraban más
período indagando sobre las condiciones de po-
creativos “para esquivar las leyes de amnistía”.
sibilidad que sustentaron el espiral de violencia
Guianze retoma este argumento destacando la falta
–estatal y privada– alcanzada por la sociedad ar-
de integración del Derecho Penal Internacional a
gentina durante la década de 1970 y la paulatina
la jurisprudencia nacional, así como la ausencia de
conformación de un “consenso antisubversivo”. Así,
capacitación de los jueces uruguayos y de intercam-
mediante un fino y documentado rastreo de “conti-
bio de experiencias con sus pares latinoamericanos.
nuidades discontinuas”, Franco sustenta un análisis
La cuarta y última línea se refiere al consenso doble que conjuga el estudio del devenir represivo
entre varios de los autores en el intento de perio- estatal como estrategia de contención de la conflic-
dización de las luchas. Se destacan dos inflexiones tividad social imperante y el de la conformación de
mayores: el brutal freno de 1989 por el efecto un discurso político de condena a la violencia por
desmovilizador del fracaso del “Voto Verde” y el parte de sectores dominantes y de quienes no adhi-
impulso que generó en el 2005 el cambio propulsa- rieron al proceso de radicalización política hacia la
do por Tabaré Vázquez. Además se reconocen otros izquierda. En tal sentido, el peso que en el análisis
cuatro momentos importantes, dos impulsos y dos cobra el devenir autoritario de la institucionalidad
frenos, que introducen inflexiones menores: el im- democrática a lo largo del período sitúa el traba-
pulso de 1996 (“marcha del silencio”) que reactiva jo de la autora en varios campos: uno local, que ha
las luchas y el de 2000 (Comisión para la Paz); el tenido como centro la pregunta por las continuida-
freno de 2009 (derrota del “Sí rosado”) y el de mayo des entre la violencia estatal del gobierno peronista
de 2011 (fracaso de la Ley Interpretativa). predictatorial y el terrorismo estatal de la dictadura
Existe ya bibliografía sobre algunos actores militar de 1976; y otro más general, sobre el esta-
de las luchas: Familiares de Uruguayos Detenidos do de excepción como práctica de gobierno desde
Desaparecidos (Bucheli, Curto, Sanguinetti, 2005); una perspectiva que es tributaria de Carl Schmitt
Amnistía Internacional (Ruiz, 2006); los exiliados y Giorgio Agamben, en la cual también abrevan
(Markarian, 2006); así como sobre temas especí- otros estudios recientes sobre el funcionamiento de
ficos: los desaparecidos (Investigación Histórica, poderes ejecutivos latinoamericanos encabezados
2007); las políticas del perdón (Lefranc, 2002); los por liderazgos llamados neodecisionistas durante la
procesos de amnistía comparada (Mallinder, 2008). década de 1990 y sobre las respuestas dadas por las
Sin embargo, el texto logra algo verdaderamente actuales democracias a la llamada “amenaza terro-
novedoso: establecer en la impunidad el denomina- rista”; y, aunque la autora no se propone dar cuenta
dor común a todos estos temas y analizarla en todas de las causas del golpe de Estado, en una línea afín a
sus facetas para deslegitimarla. la desarrollada en Uruguay por Álvaro Rico sobre el
Benjamín Gény camino democrático hacia la dictadura.
Institut des Hautes Études de l’Amérique En la primera parte del trabajo, denominada “El
Latine/Université Sorbonne Nouvelle/ Paris 3 peronismo en el poder: Estado, partido y seguridad
sus certezas, heredadas de lo que él llama las “re- los intereses nacionales en tanto el complejo mi-
glas” o el “consenso de Washington” de la Guerra litar-industrial absorbe recursos que son escasos y
Fría, se disolvieron. Allí comenzó su reeducación: desastre medioambiental, entre otros. La solución
el viaje hacia la ex República Democrática Alemana también aparece esbozada: Estados Unidos debe
que realizó con fines autoeducativos junto a otros hacer regresar las tropas o, al menos, la mayor parte
ex compañeros de armas, fue el inicio del largo de ellas, resignando ese autoasignado rol de gendar-
camino que lo llevó a escribir éste y otros libros, me planetario.
como Los límites del poder o El nuevo militarismo Lo más interesante del libro es que deconstruye,
norteamericano. Narrando esta experiencia, que desde la mirada de un militar retirado, el consen-
cambió radicalmente su visión de la política y las so estadounidense en torno a una política exterior
relaciones exteriores estadounidenses, este profe- mesiánica e intervencionista, así como desmenuza y
sor de Historia y Relaciones Internacionales de la ataca los lugares comunes impuestos por el acuerdo
Universidad de Boston, retirado del Ejército con el bipartidista de demócratas y republicanos en las úl-
rango de Coronel, nos introduce a la deconstrucción timas seis décadas. El libro pretende mostrar que un
del consenso que Washington logró construir tras la cambio desde dentro de la sociedad estadounidense
Segunda Guerra Mundial. Diseccionar críticamen- es posible y el autor presenta su propia conversión
te estas concepciones, abrazadas por el propio autor individual, su toma de conciencia, como un ejemplo
durante décadas, es la aventura que nos propone la de lo que la educación puede lograr. En este senti-
lectura de Las reglas de Washington. do se propone, en concreto, discutir la idea de que
El primer capítulo, “El advenimiento de la Estados Unidos tiene el deber de liderar, salvar y
semi-guerra”, analiza, empezando por el gobier- transformar el mundo. Este credo es el que funda-
no de Obama y luego retrocediendo hasta el de menta la disposición del Pentágono a desarrollar
Einsenhower, la configuración de posguerra que una capacidad militar muy superior a la necesaria
determinó el estado de intervención y conflicto para garantizar la defensa nacional y se comple-
permanente impuesto por Washington. El segundo, menta con la “sagrada trinidad”, hegemónica en
“Ilusiones de flexibilidad y control”, explica cómo Washington: la convicción de que la paz internacio-
entre 1961 y 1965 se legitimó el creciente poder de nal exige una “presencia militar global” de Estados
la cia y del Pentágono para determinar las necesi- Unidos, que debe configurar sus fuerzas para la
dades militares estratégicas de Estados Unidos. En “proyección de poder global” y que, para anticipar o
el capítulo “El credo restaurado” Bacevich describe contrarrestar las amenazas, se requiere de un “inter-
cómo se reconstituyó y relegitimó el intervencionis- vencionismo global”.
mo militarista tras las resistencias que acompañaron Más allá de los aciertos y la gran utilidad de
el fracaso estadounidense en Vietnam, esa guerra la obra en este particular momento histórico, la
en Asia, que tanto minó las bases del consenso misma presenta algunas falencias. El principal pro-
de Washington, requirió de una ardua tarea para blema del libro es que no analiza la política exterior
encapsular las críticas, evitando que afectaran los intervencionista de Estados Unidos en relación al
fundamentos construidos en las dos décadas ante- “imperialismo” y los intereses económicos que la de-
riores. En el cuarto, “Reconstituyendo la trinidad”, terminan. Más allá de las críticas descritas, Bacevich
el autor explica la superación del “síndrome de idealiza la inserción internacional estadouniden-
Vietnam” durante la era Reagan, pero también tras se en la primera mitad del siglo xix soslayando la
la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría, durante nefasta influencia de la ideología del destino ma-
las administraciones Clinton y Bush. En el quin- nifiesto, la “doctrina Monroe”, el aniquilamiento
to, “La falsa contra-inteligencia”, señala las críticas de los pueblos originarios, la guerra contra México
a la guerra sin fin, puntualizando las contradiccio- y tantas otras atrocidades realizadas en la fase de
nes derivadas de las intervenciones en Afganistán e ascenso de la burguesía estadounidense; además,
Irak. El último capítulo, “Cultivando nuestro propio reivindica diversos políticos o intelectuales (el di-
jardín”, permite a Bacevich sintetizar las críticas al plomático George Kennan, el senador J. William
consenso de Washington y sus indeseables conse- Fulbright o el líder afroamericano Martin Luther
cuencias: gastos militares crecientes que no hacen King) críticos del mainstream en Washington, que
sino disparar la deuda pública a niveles inmaneja- no avanzaron en una caracterización adecuada del
bles, víctimas entre las fuerzas armadas, ex veteranos rol de Estados Unidos luego de la Segunda Guerra.
con problemas físicos y psíquicos, perpetuación de
En síntesis, el libro tiene una potencia crítica
una burocracia que actúa en secreto, distorsión de
muy significativa al interior de Estados Unidos,
la atención en las fotografías propagandísticas (en- en proceso, la puja entre los partidarios de los dis-
trenamientos, niños soldados) correspondientes tintos métodos (bertillonage y dactiloscopía) para
al momento de consolidación de las instituciones una mejor identificación y clasificación de la pobla-
estatales. ción “anormal” y la extensión final de los sistemas
El mismo autor trata sobre la fotografía de afi- identificatorios a la totalidad de la población para el
cionados, en el tránsito que va de las Sociedades de ejercicio de la ciudadanía.
Fotógrafos hacia el Pictorialismo. Refiere a las ten- En el último capítulo, von Sanden estudia
siones entre el “amateurismo” no profesional y los cómo se utilizó la fotografía para crear la imagen
núcleos de profesionales y artistas y al surgimien- del Uruguay hacia adentro y afuera del país. Entre
to de instituciones como la Sociedad Fotográfica otras formas de circulación, analiza las “Vistas”, que
de Aficionados (1884-1898) o el Foto Club de comenzaron a circular con registros de paisajes, edi-
Montevideo (1901-1917), que supieron contar con ficios y la vida urbana desde mediados del siglo xix,
miembros de la intelectualidad entre sus integran- y las postales; luego, indaga acerca de la incorpora-
tes. Asimismo, estudia la relación entre el desarrollo ción de fotógrafos y la creación de dependencias en
de la industria y el mercado fotográficos (la llegada el ámbito estatal –ya iniciado el siglo xx– para la di-
de la empresa Kodak en 1910, entre otros hechos) fusión de imágenes del progreso y la modernización,
con el proceso de masificación y enseñanza de la tendientes a su vez a la elaboración de un “relato
fotografía. nacional” sostenido en un Estado fuerte.
Isabel Wschebor, por su parte, analiza los dis- El libro constituye una referencia para futuras
tintos períodos en el empleo de la fotografía dentro investigaciones sobre aspectos particulares de la fo-
del ámbito científico, uso que estuvo teñido por las tografía uruguaya de los siglos xix y xx; contribuyen
ideas del positivismo decimonónico: la extensión del a ello los anexos volcados en las últimas páginas, que
método gráfico, el pasaje de la fotografía como auxi- contienen una descripción cuali-cuantitativa de los
liar de la observación a la posibilidad de comunicar repositorios relevados, un glosario que refiere a los
y divulgar para “enseñar por la vista”, la creación de términos técnicos de procedimientos y productos
sistemas de registro y la sistematización de tomas, fotográficos y una línea de tiempo que vincula la
para concluir en la posibilidad de diagnosticar clí- evolución de la fotografía en Uruguay con aconte-
nicamente a través de las imágenes. En tanto eco cimientos de la fotografía a nivel internacional. Un
de prácticas corrientes de las burguesías en diversos dato merece ser destacado: la incorporación de dos-
países, refiere a la relación entre medicina, poder y cientas noventa imágenes con una excelente calidad
fotografía como entramado para la legitimación de de reproducción e impresión.
discursos morales e ideológicos. Silvia Pérez Fernández
En el abordaje del vínculo entre fotografía e Facultad de Ciencias Sociales/Universidad de
información, Magdalena Broquetas indaga sobre la Buenos Aires
noción de “documento gráfico”, trazando un recorri-
do que contempla los sucesivos modos de la relación
de la fotografía con los medios gráficos, ligados a
los continuos avances técnicos de los sistemas de El 68 uruguayo. El movimiento estudiantil
impresión: el lazo con dibujantes y grabadores, la entre molotovs y música beat. Vania
reproducción de piezas artísticas, la incorporación Markarian. Buenos Aires: Universidad
activa de los lectores con sus fotografías, el uso de Nacional de Quilmes, 2012, 164 pp.
las fotografías antiguas para conocer el pasado, el
fotorreportaje, la primicia y la figura del reportero Una nueva generación de estudios monográ-
gráfico para, finalmente, señalar la incorporación de ficos parece despuntar en los últimos años de la
imágenes relativas al ocio, la cultura y el deporte en historiografía uruguaya. Ese carácter, provisorio y
la prensa masiva. germinal por naturaleza, cobra su entidad cuando
la investigación se aplica con decisión a un objeto
Broquetas y Bruno se ocupan conjuntamente bien acotado pero capaz de contener un haz de pro-
de la cuestión de la fotografía en su relación con la blemas relevantes que lo trascienden y que se nos
vigilancia y el control social: el registro de las eje- esconden cuando la indagatoria se acomete desde
cuciones (espectáculo público del cual se vendían pretensiones más totales. La concisión, la observa-
luego las tomas), los archivos policiales de delin- ción múltiple y morosa, el recaudo minucioso de
cuentes y prostitutas, los reparos de los sectores los antecedentes, la dedicación a unos respaldos
garantistas respecto de la divulgación de inculpados
Camaradas y compañeros. Una historia Gabriel Terra, Frentes Populares, Segunda Guerra
política y social de los comunistas del Mundial, comienzos de la Guerra Fría), describe la
Uruguay. Gerardo Leibner. Montevideo: vida interna de este partido y analiza el proceso por
el cual pasa de ser un partido con cierta relevancia
Trilce, 2011, 632 pp.
electoral a convertirse en una “secta”.
Camaradas y compañeros constituye la prime-
Resulta muy fecundo el relato acerca de las
ra investigación cuyo objeto de estudio abarca la
prácticas partidarias que caracterizaron a la etapa
historia de los comunistas uruguayos entre 1941
de autoencerramiento: el deporte, por ejemplo, y
y 1973. El historiador uruguayo Gerardo Leibner
su relación con la creación de organismos secretos
divide su libro en dos tomos que, significativamen-
de seguridad o la versión criolla del culto a la per-
te, decide nombrar como “La era Gómez” y “La era
sonalidad a través de los homenajes y cumpleaños;
Arismendi”.
también aporta una información enriquecedora la
¿Cómo explicar los extremos opuestos a los que narración de las luchas intestinas y la descripción de
llegó el Partido Comunista en su historia? ¿Cómo los mecanismos a través de los cuales un dirigente
entender el grado de sectarismo de comienzos de político se transformó en el líder de una secta. No
la década de los ‘50 como la amplitud pragmática se pierden nunca de vista –en esta primera parte– el
posterior? Esta es la pregunta fundamental de la movimiento comunista internacional, las relaciones
que parte la investigación; ni las condiciones gene- entre el partido analizado y la urss, así como las
rales del movimiento comunista internacional ni la diversas lecturas de los comunistas uruguayos ante
sociedad uruguaya pueden, según el autor, explicar cada cambio de lineamiento del pcus y sus reper-
este itinerario. La clave, plantea Leibner, “tenía que cusiones en el perfil que, en cada coyuntura, fue
estar en el mismo Partido, en sus dinámicas y en su adquiriendo el pcu.
inserción social”.
El profundo análisis del historiador sobre el
El historiador parte de la premisa de que dicho fin de “la era Gómez”, la crisis del ‘55 y los sucesos
itinerario no fue sólo el producto de la elaboración posteriores a esta crisis, resultarán –desde ahora–
de dos direcciones distintas que condujeron a ese referencia ineludible sobre estos hechos (sucesos
partido de modo opuesto y considera que no pue- que han sido, a veces, interpretados sin tener en
de explicarse la historia partidaria como el reflejo cuenta el proceso anterior del pcu y sin suficientes
mecánico de los avatares de la urss. Se propone “re- fuentes). Precisamente, Leibner ubica la crisis en
visar la historia política del Partido Comunista, con un contexto, recurre a fuentes, narra con detalle, se
sus auges y decadencias, aciertos y fracasos, desde detiene en los antecedentes y fundamenta con soli-
el ángulo de la historia social de los militantes” y, dez su hipótesis: la crisis del ‘55 fue una reacción de
por lo tanto, “desentrañar las condicionantes socia- los propios dirigentes (todos ellos estalinistas) ante
les concretas del proyecto comunista en el Uruguay ciertas prácticas éticas cuestionables de sus secreta-
de aquellos años”. rios General (Eugenio Gómez) y de Organización
Su investigación se estructura en base a una ca- (Gómez Chiribao) y no constituyó un anticipo de la
tegoría conceptual que el historiador define como desestalinización posterior del pcus. Esta reacción
“ideología social”. Esta se compone de ideas, pre- permitió, a su vez y sin fracturas importantes, termi-
juicios, categorías, percepciones y aspiraciones nar con las prácticas de secta que habían aislado al
subjetivas, de ahí la importancia que adquiere en su Partido de la sociedad y prepararlo para los nuevos
texto el análisis de las prácticas sociales y del lengua- desafíos que, tanto la realidad internacional como la
je de los militantes y que las fuentes a las que recurre nacional, requerirían de él.
no sean sólo los múltiples documentos partidarios, De la segunda parte de la investigación se
sino también los testimonios orales (historias de destaca, en particular, el capítulo “El Popular y la
vida de militantes) y artículos de la prensa parti- ideología social popular-montevideana”, donde
daria cuya temática no es, precisamente, lo político. Leibner lee esta fuente de un modo realmente in-
En este ángulo y en el uso de estas fuentes radica, novador: el autor encuentra en ella la influencia del
justamente, una de las mayores originalidades de entorno social sobre los comunistas y analiza los
Camaradas y compañeros. mecanismos a través de los cuales estos se dejaron
“La era Gómez” resulta en muchos sentidos la permear por la sociedad en la que vivían y militaban.
parte más novedosa de esta investigación. Leibner Su investigación da cuenta, así, de las estrategias del
narra detalladamente las distintas posiciones del diario para intentar adecuarse a la conciencia so-
pcu frente a cada coyuntura histórica (dictadura de cial de los sectores populares montevideanos; para
El “viejo” partido socialista y los orígenes 1958 y 1961, desentendiéndose del curso seguido
de la “nueva” izquierda (1955-1965). por la otra rama del socialismo, salvo en lo relativo
María Cristina Tortti. Buenos Aires: a algunas polémicas con el primero. Los sucesos de
este cuatrienio son analizados como parte de una
Prometeo Libros, 2009, 405 pp.
transición que, partiendo de la crítica que había
Son varios los trabajos académicos (tesis de derivado en la ruptura partidaria, no terminó de
posgrado y publicaciones de diverso tipo) que en la consensuar una nueva alternativa y termina sucum-
última década se han dedicado al estudio de diversos biendo a la irreconciliable confrontación entre los
actores del campo de la “nueva izquierda” que emer- renovadores moderados y los que con fuerte prota-
gió en la Argentina de los años sesentas y setentas. gonismo juvenil reclamaban el abandono definitivo
La gran mayoría de estos registran la novedad que del liberalismo y del reformismo y la adopción de
sería propia de tal izquierda abordándola en el mo- una orientación definidamente revolucionaria. En
mento mismo de su irrupción, aproximadamente esta tensión interna, así como en el fluido diálogo
dentro de los límites cronológicos de la década crítico con otras expresiones políticas y culturales
previa al golpe de Estado de 1976, predominando de la izquierda de la época, que es exhaustivamente
además notoriamente los trabajos sobre las orga- reseñado en lo que indudablemente constituye uno
nizaciones revolucionarias que acabaron tomando de los méritos del enfoque propuesto, son decisi-
el camino de la lucha armada. El libro de Cristina vas las diferentes formas en que cada sector se fue
Tortti (basado en una tesis doctoral) se inscribe en posicionando frente a dos asuntos claves del con-
una tendencia más reciente de la historiografía ar- texto nacional y regional: la “cuestión peronista” y la
gentina, que se propone rastrear los orígenes de esos Revolución cubana.
procesos en el período inmediatamente anterior,
A lo largo de los cuatro capítulos de la terce-
entre los años cincuentas y mediados de los sesen-
ra parte se estudia la crisis y división del psa, para
tas. Lo hace a través del estudio monográfico del
luego focalizarse en el breve itinerario del psa de
itinerario que durante esos años, más precisamente
Vanguardia, que expresó al sector que se había con-
entre 1957 y 1963, experimentó el más tradicional
cebido a sí mismo como alternativa revolucionaria
de los partidos de la izquierda argentina, el “vie-
dentro del socialismo reformista. Una vez más, la
jo” Partido Socialista fundado en 1894. Buscando
otra corriente que emerge de la división del psa
allí los orígenes de una de las que considera como
es dejada fuera del foco central del análisis para
expresiones tempranas de la “nueva izquierda”, la
concentrarse en el “socialismo de vanguardia”.
autora reconstruye detalladamente las circunstan-
Esto es así porque se trata de la vertiente del so-
cias que derivaron en la crisis y ruptura del ps, que se
cialismo argentino que Tortti considera como la
concretaría en julio 1958, y el proceso de emergen-
expresión temprana de la “nueva izquierda”, la que
cia y fugaz existencia del “socialismo de vanguardia”
definiéndose como nacional y revolucionaria, y es-
entre octubre de 1961 y octubre de 1963.
tando fuertemente conectada con e influida por la
La estructura del relato de ese proceso se com- experiencia cubana, se vio tensionada con igual in-
pone en tres partes. Los dos capítulos contenidos tensidad por la sucesión de fracasos y desilusiones
en la primera exponen una apretada historia del en el persistente propósito de resolver la insoslaya-
ps desde su fundación en 1894 hasta su involucra- ble “cuestión peronista”.
miento en el derrocamiento de Perón en 1955 y la
La autora justifica la pertinencia de este mi-
instauración del régimen encabezado por Frondizi,
nucioso estudio en la enunciación de una hipótesis
así como los debates y confrontaciones internas que
general a la que se aludió al comenzar esta reseña:
se desarrollaron durante 1957 y 1958, terminando
las transformaciones operadas entre fines de los
en la división del partido en dos organizaciones: por
años cincuenta y comienzos de los años sesenta ha-
una lado, el ps Democrático, representante de la or-
brían sido el punto de partida de los procesos de
todoxia partidaria y, por otro, el ps Argentino (psa),
renovación de la cultura política y de los elencos
exponente de los sectores renovadores que venían
dirigentes de la izquierda argentina que se prolon-
reclamando una autocrítica del papel asumido por
garon hasta mediados de los años setenta. De allí
el socialismo durante los episodios de 1955 y un
se derivaría la importancia de estudiar monográfi-
cambio de actitud en relación con el régimen impe-
camente el origen de esos procesos en el período
rante desde entonces.
comprendido aproximadamente entre 1955 y 1965,
Luego, los dos capítulos que integran la segun- lo que aquí se verifica para uno de los múltiples
da parte se focalizan en el derrotero del psa entre vectores en que se fue fragmentando el socialismo
Archivos
Recordatorios
El 25 de junio de 2012 falleció el historiador Juan Antonio Oddone, pieza clave en la reno-
vación de la historiografía uruguaya a partir de la década de 1960. Había nacido en Montevideo,
en el seno de una familia humilde. Su padre, un artesano escultor en madera, de ascendencia
italiana y de firmes convicciones antifascistas y republicanas, experimentaría dificultades laborales
en los difíciles años de la depresión, las que se reflejarían en la economía familiar; así lo recuerda
Oddone en un libro de memorias que ha visto la luz póstumamente y del que tomamos algunos
datos para esta nota.
Su niñez y adolescencia transcurrirían en un ambiente en el que los avatares de la Guerra Civil
española y luego, de la Segunda Guerra Mundial, eran vividos con fervor e intensidad. Inició sus
estudios universitarios en la Facultad de Derecho, pero pronto los abandonó por los de Historia
en la recientemente creada Facultad de Humanidades y Ciencias, que comenzaba a caminar con
grandes dificultades y de la que sería su sexto egresado. Su título, expedido el 12 de marzo de
1957, llevaba las firmas del Rector Dr. Mario Cassinoni y del Decano Dr. Carlos Vaz Ferreira.
Todo un comentario sobre el espíritu de aquella Universidad en la que se había formado y a cuya
historia dedicaría, junto a su esposa Blanca París, un importante esfuerzo de investigación. Con
ella, de quien fuera compañero de estudios, formaría no sólo una familia sino un tándem de tra-
bajo historiográfico, del cual resultarían varias obras en co-autoría de singular importancia, entre
ellas Historia de la Universidad de Montevideo. La Universidad Vieja. 1849-1885 y La Universidad
uruguaya desde el militarismo a la crisis (1885-1958). Es de justicia señalar que en ese equipo, el
talento y la laboriosidad de su esposa jugaron un papel decisivo, no sólo en la elaboración de los
textos aludidos, sino en la producción historiográfica y en la trayectoria académica de Oddone
en general.
También se remonta a sus años de estudiante otro vínculo que resultaría clave en su formación
como historiador: el que forjó con el historiador argentino José Luis Romero (1909-1977), uno
de los más brillantes académicos que el exilio antiperonista arrimó a nuestras costas y, más con-
cretamente, a las aulas de la Facultad de Humanidades y Ciencias, primero como conferencista
y luego como docente. En dicha casa de estudios, Romero impulsaría la creación de la Sección
Historia de la Cultura, teniendo a Oddone como asistente y luego como sucesor.
En la referida Facultad, Oddone fue docente desde 1957 hasta 2004, año de su retiro, excep-
tuado el forzoso paréntesis de la Intervención (1974-1985); en 1974 presentó su renuncia, en
el marco de un clima de hostigamiento que ya había determinado el cese de Blanca París en el
cargo docente que desempeñaba en dicha casa de estudios (el Archivo de la Facultad conserva un
ilustrativo expediente en el que las autoridades interventoras lo observan por el no cumplimiento
del total de su carga horaria en el edificio universitario, mientras Oddone defiende su derecho a
concurrir parte del mismo a la Biblioteca Nacional para continuar con su labor de investigación).
Con su esposa e hijo marchó entonces a México, donde sería docente durante más de una dé-
cada, en la recién creada Universidad Autónoma Metropolitana (uam) y, por un período mucho
más breve, también en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam).
Al retorno de la democracia reasumió sus funciones docentes en la Facultad de Humanidades
y Ciencias en la que, en el curso de su extensa carrera y ocupando diferentes cargos, fue do-
cente de Historia del Uruguay, Historia de la Cultura e Historia Americana. Al momento de
su retiro se desempeñaba como Profesor Titular de Historia Americana y Director de dicho
Departamento.
No es fácil resumir en una apretada síntesis la significación del aporte de Juan Antonio
Oddone a la renovación historiográfica uruguaya. Por lo pronto, debemos comenzar por señalar
que, para hacerlo, es preciso considerar no sólo su producción historiográfica sino su labor do-
cente y actividad académica en general. En este sentido, hay tres aspectos en los que, creemos, su
contribución fue muy importante y, en muchos casos, pionera: la incorporación de nuevos temas
a la investigación histórica del Uruguay y la exploración de nuevos repositorios documentales,
muchos de éstos del extranjero; la labor de formación de nuevos investigadores que llevó adelante
en el marco de la Facultad de Humanidades y Ciencias y la tarea de difusión de los resultados de
las investigaciones, desarrolladas en el marco de los cursos y seminarios dictados en la Sección
Historia de la Cultura de la mencionada Facultad.
Como complemento –y, en muchos casos, como disparador– de dicha labor, debemos con-
tabilizar los amplios y calificados vínculos que tejió con académicos de la región y del extranjero
que contribuyeron a oxigenar la labor de investigación historiográfica local, poniéndola al tanto
de temas y problemas que ocupaban a la historiografía latinoamericana y europea.
Los primeros dos aspectos están fuertemente relacionados, ya que la incorporación de nuevos
temas se basó en la exploración de nuevos repositorios documentales, fundamentalmente del
extranjero. En primer lugar, por su importancia para la historia del Uruguay y por su fundamental
aporte al conocimiento del mismo, debemos señalar sus investigaciones sobre el proceso inmi-
gratorio. Según relató Oddone, al finalizar una de sus clases en la Sección Historia de la Cultura,
José Luis Romero le planteó la posibilidad de que él y Blanca París se trasladaran a Europa por
un período prolongado para realizar tareas de relevamiento documental en archivos de Italia,
España y Francia, en relación con un proyecto sobre el proceso de inmigración masiva al Río de
la Plata que orientaban Romero y Gino Germani. El prolongado trabajo en dichos repositorios
y el contacto con los investigadores que participaban en dicho proyecto –coordinado desde la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires– se traduciría posteriormente
en la elaboración de varias obras y artículos sobre el tema, entre los que cabe destacar su estudio
sobre el impacto inmigratorio en el Uruguay, La formación del Uruguay moderno. La inmigración y el
desarrollo económico social; su análisis sobre los contextos de los países europeos de emigración, fun-
damentalmente Italia y España, La emigración europea al Río de la Plata: motivaciones y proceso de
incorporación; su fino análisis de la visión de los representantes diplomáticos y consulares italianos en
el Uruguay, Una perspectiva europea del Uruguay. Los informes diplomáticos y consulares italianos, 1862-
1914; así como su ya clásica síntesis del tema, Los gringos, en el marco de ese encomiable esfuerzo de
divulgación que fue la Enciclopedia Uruguaya. Síntesis clásica y disfrutable, debimos decir, porque
Oddone escribía muy bien, hay que resaltarlo.
También por iniciativa de José Luis Romero fue contratado para trabajar en la Cátedra de
Historia Social que éste creara en la Universidad de Buenos Aires, período en el que mantuvo
estrecho contacto con el italiano Ruggiero Romano –alumno dilecto de Braudel– y el uruguayo
Gustavo Beyhaut, piezas claves de aquel nuevo emprendimiento de Romero.
La contribución de Oddone a la renovación temática incluyó, asimismo, su preocupación por
otro aspecto clave dentro del proceso de modernización que experimentaría el Uruguay en el siglo
xix y primeras décadas del xx: las inversiones extranjeras, británicas y luego norteamericanas, con la
inevitable cuota de ingerencia política de las potencias hegemónicas de turno. Ambos temas fueron
motivo de varias misiones de investigación en los archivos de Washington y Londres, así como de
análisis en sus Seminarios de Historia de la Cultura. Los informes diplomáticos ingleses fueron una
fuente fundamental en su trabajo, Uruguay entre la Depresión y la Guerra. 1929-1945, del mismo
modo que la correspondencia diplomática estadounidense fue el sustento básico de su análisis de las
difíciles relaciones entre Uruguay, Estados Unidos y la Argentina peronista, en Vecinos en discordia.
Argentina, Uruguay y la política hemisférica de los Estados Unidos. Selección de documentos. 1945-1955.
Otro importante aspecto de su contribución a la renovación historiográfica fue, como ya
señalamos, su labor docente en el marco de los cursos y seminarios que dictó en la Facultad de
Humanidades y Ciencias. Continuando y sistematizando la impronta que José Luis Romero
había impreso a la Sección Historia de la Cultura e instaurando el funcionamiento de semina-
rios, desarrolló allí una importante tarea formativa. Quienes fuimos sus alumnos sabemos en
qué medida aquella práctica fue decisiva para que incorporáramos determinadas metodologías y
actitudes: el rigor, la responsabilidad con la obligación asumida en el Seminario, el borrador del
trabajo corregido con detenimiento… Aprendíamos a investigar. Sus clases estaban minuciosa-
mente preparadas y eran vertidas con elegancia, aunque no era un secreto que sufría de “pánico
escénico” y que las clases eran para él, en gran medida, un sufrimiento. Oddone era un hombre
culto, con un sentido del humor ácido y a flor de piel, que podía ser un interlocutor encantador,
en todo el sentido de la palabra. También tenía sus momentos de malhumor, en los que era
aconsejable no cruzarse en su camino… Era así y lo aceptábamos, porque lo estimábamos y le
debíamos mucho. De esos seminarios salió una nueva generación de investigadores, entre ellos,
Silvia Rodríguez Villamil, Raúl Jacob, Rosanna Di Segni, Alba Mariani, Adela Pellegrino, Óscar
Mourat, Esther Ruiz, Graciela Sapriza y Alcides Beretta.
En la Sección de Historia de la Cultura Oddone llevó adelante también una esforzada labor
editorial: más de medio centenar de folletos –editados en forma extremadamente económica,
debido a las limitaciones presupuestales– en los que se difundieron avances de investigaciones y
fuentes difícilmente accesibles, casi siempre prologadas brevemente por alguno de los asistentes a
los seminarios (una manera de estimular y promover a los incipientes investigadores). Su preocu-
pación en este sentido fue más allá, logrando que Fundación de Cultura Universitaria editara
algunos trabajos de sus estudiantes.
Oddone también dictó cursos y cursillos en universidades latinoamericanas (en Chile,
Argentina, México) y en Europa (Oxford, Inglaterra, Italia). Causa o consecuencia de dichos
viajes y estadías de investigación fueron los vínculos que mantuvo con investigadores rioplaten-
ses y europeos, entre ellos –en enumeración no exhaustiva– Tulio Halperín Donghi, Roberto
Cortés Conde, Ezequiel Gallo, José Carlos Chiaramonte, Fernando Devoto, Ercole Sori, Carlos
Marichal, Ruggiero Romano, John Lynch y Christopher Platt. Su labor historiográfica era
Su obra
Libros
1955 Tablas Cronológicas. Poder Ejecutivo-Poder Legislativo, 1830-1951. Montevideo. Instituto de Investigaciones
Históricas/fhc.
1956 El Principismo del setenta. Una experiencia liberal en el Uruguay. Montevideo, Instituto de Investigaciones
Históricas/fhc.
1963 Historia de la Universidad de Montevideo. La Universidad Vieja. 1849-1885, en coautoría con Blanca París.
Montevideo, udelar.
1965 Una perspectiva europea del Uruguay. Los informes diplomáticos y consulares italianos. 1862-1914. Montevideo,
fhc.
1966 La emigración europea al Río de la Plata: motivaciones y proceso de incorporación. Montevideo, ebo.
1966 La formación del Uruguay moderno. La inmigración y el desarrollo económico social. Buenos Aires, eudeba.
1966 Cronología comparada de la historia del Uruguay. 1830-1945, en coautoría con Roque Faraone y Blanca
París. Montevideo, udelar [2ª ed., 1967].
1967 Economía y sociedad en el Uruguay liberal. Antología de textos. 1852-1904. Montevideo, ebo.
1967 Tablas Cronológicas. Poder Ejecutivo-Poder Legislativo, 1830-1967. Montevideo. fhc [versión corregida y
aumentada de la edición de 1955].
1971 La Universidad uruguaya desde el militarismo a la crisis (1885-1958), 4 vols., en coautoría con Blanca París.
Montevideo, udelar.
Artículos/fascículos/cuadernos
1956 “Batlle y la libertad de creencias”, en Batlle, su vida y su obra. Montevideo, Editorial Acción.
1959 “La historiografía uruguaya en el siglo xix”, en Revista Histórica de la Universidad, 2ª época, Nº1,
Montevideo, Instituto de Investigaciones Históricas/fhc.
1961 “Investigación sobre el impacto de la inmigración masiva”, en Boletín de la Cátedra de Historia Social, Nº
1, Buenos Aires.
1964 “Ensayística y espíritu científico”, en Número, 2ª época, Nº3, Montevideo.
1967 “Mauá, el banquero del imperio y de la crisis”, en Guerra y Revolución en la cuenca del Plata. Cinco años
cruciales: 1863-1868. Cuadernos de Marcha Nº5, Montevideo.
1968 Los gringos, en Enciclopedia Uruguaya, Nº26, Montevideo, Editores Reunidos.
1968 “Relaciones entre la Universidad y el poder político”, en Cuadernos Universitarios, Montevideo, fcu.
1972 “Batlle, la democracia política”, en Historia de América en el siglo xx, Nº12, Buenos Aires, cedal.
1972 “Centenario de la Paz de Abril”, en Cuadernos de Marcha Nº57, Montevideo.
1972 “Los principistas”, en Cuadernos de Marcha Nº58, Montevideo.
1985 “El Uruguay frente a la segunda guerra mundial. La política internacional del compromiso”, en Hoy
es Historia, Nº12, Montevideo.
1989 Uruguay en los años 30. Montevideo, Cuadernos de Interguerras, fcu.
1998 “Serafino Mazzolini: un misionero del fascismo en Uruguay (1933-1937)”, en Ercole Sori
(Compilador), Le Marche fuori dalle Marche. Migrazioni interne ed emigrazione all’estero tra xviii e xx
secolo. Cuaderni di “Proposte e richerche”, Nº24 : 566-580, Ancona.
Recordatorios
2 Agradecemos a Luís Augusto Rodríguez Díaz, Iván Rodríguez, Silvia Visconti, Bibl. Cristina Bello, Mariana
Monné y José Pedro Charlo por proporcionarnos información sobre distintos aspectos de la vida, el trabajo y
la obra de Universindo.
3 Área de Investigación Histórica del Archivo General de la Universidad. udelar.
4 Dirección Nacional de Derechos Humanos del Ministerio de Educación y Cultura (mec).
5 La creación de la roe fue impulsada por la Federación Anarquista del Uruguay tras su ilegalización en 1967.
Un año más tarde el anarquismo se reestructuró en tres organizaciones: el “centro político rector”, que era
la fau, una organización de masas para actuar en el ámbito sindical (la roe) y una organización armada de
apoyo a la lucha de masas y la radicalización de la movilización social (opr 33).
sobresalen por el amplio abanico de temas y cortes cronológicos que abarcan: las organizaciones
obreras de fines de siglo xix y principios del xx; la unificación sindical; la Huelga General de
1973; el relato de diversas trayectorias de militantes que jugaron un rol decisivo en las luchas
sociales; la participación de las mujeres y el doble condicionamiento (social y al interior del mo-
vimiento sindical) que sufrieron para desarrollar su actividad militante y la presencia e incidencia
de los trabajadores del interior del país en estos procesos y acontecimientos.
Aunque no fue el único, se destacó por su renovación en el manejo de las fuentes, particu-
larmente el uso de documentación obrera, que se reflejó en el amplio caudal heurístico que dio
sustento a sus investigaciones (la prensa obrera y sindical, testimonios orales y más recientemente
los archivos de Inteligencia). Sobre este aspecto realizó una interesante reflexión teórica y me-
todológica publicada en sus trabajos: Historia social de los trabajadores en Uruguay: perspectivas
metodológicas (2002) e Importancia de la prensa sindical como fuente historiográfica (2004, en coau-
toría con María Eugenia Jung). La preocupación por recuperar la voz de los “de abajo” también
estuvo presente en su esfuerzo por la localización y preservación de la documentación histórica
producida por los trabajadores, en su mayoría dispersa, que testimonia las ideas y acciones de los
sectores subordinados que fueron objeto de sus investigaciones.
A su salida de la cárcel recomenzó su vida. A los pocos años empezó a trabajar en la
Biblioteca Nacional y a cursar estudios en la Licenciatura en Ciencias Históricas de la Facultad
de Humanidades y Ciencias. De su relación con Ivonne Trías nació su primer y único hijo, Iván.
En particular su trabajo en el Depósito de Diarios de la Biblioteca Nacional (al que ingresó
el 1º/12/1987) le permitió desarrollar una titánica tarea de detección, recopilación y conser-
vación de la prensa obrera y sindical así como de publicaciones periódicas de diversas tiendas
político-ideológicas.8
En sus primeros libros (los únicos que publicó solo) analizó diversos aspectos vinculados a
los sectores populares uruguayos en las primeras décadas del siglo xx. Su propósito fue destacar
el protagonismo de los trabajadores en el Novecientos, tanto en la construcción de sus organi-
zaciones como en el fortalecimiento de su autonomía frente al Estado y en la conformación del
“Uruguay moderno” y su legislación social. Desde el primer volumen, publicado en 1989, dejó en
claro uno de los objetivos que lo guiaron a lo largo de su carrera como investigador: hacer foco en
lugares y sectores donde la historiografía no lo hacía y trabajar sobre una amplia gama de actores
de los movimientos, y no sólo de sus dirigentes.
El objetivo inicial de esa investigación fue analizar las luchas obreras de mayo de 1911: la
huelga tranviaria y la primera huelga general, ambas en el segundo gobierno de José Batlle y
Ordoñez (1911-1915). Para hacer comprensibles e inteligibles esos acontecimientos analizó en
detalle otros factores vinculados a las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados. Con
sustento en una abundante documentación, compuesta por prensa y registros estadísticos, abordó
la carestía, la escasez de productos y la suba del precio de los alquileres como causas de la pro-
testa social y que, por ende, incidieron en la necesidad de organizarse para exigir cambios. Es
8 Contribuyó a la recuperación de ejemplares extraviados por décadas, entre ellos: El Nacional de Montevideo
(1883-1884), .La Democracia, Jaque, La Opinión, Mate Amargo, Mayoría, Dignidad, Solidaridad, Aquí, Concerta-
ción, Alternativa Socialista, El Federal (1963-1964), El Herrerista: semanario independiente del Partido Nacional
(1971). Renacer, órgano oficial de la agrupación departamental de Montevideo “Unión Colorada y Batllista con Ges-
tido” (1965), Antorcha. Unidad y Triunfo (1965-1966), El líder. Intérprete y paladín de la causa del pueblo (1971).
9 Además de sus actividades de investigación, Yano se integró a diversos proyectos de recuperación de la memo-
ria sobre el pasado reciente. En particular se destacó su participación en una iniciativa surgió en 2005 como
“Memorias de la Resistencia”; al año siguiente, el Instituto de Diseño de la Facultad de Arquitectura lanzó
el proyecto “Marcas de la memoria”, apoyado por distintos grupos sociales y personas. En 2010 se firmó un
convenio entre la asociación civil “Proyecto de Memoria de la Resistencia”, la Intendencia de Montevideo y
el Ministerio de Trabajo y obras Públicas (mtop); el proyecto pasó a la Junta Departamental de Montevideo
que tras largos meses de discusiones lo aprobó. Se marcarán lugares de la ciudad donde se hayan desarrollado
actos de resistencia.
10 Universindo Rodríguez Díaz, “Todo está cargado en la memoria”, en A ditadura de Segurança Nacional no Rio
Grande do Sul. 1964-1985 História e Memoria. Volume 3: Conexao Repressiva e Operaçao Condor (Porto Alegre:
Presentación de originales:
• Los artículos deberán ser inéditos y tener entre 8.000 y 10.000 palabras, incluyendo notas y
bibliografía según reglas adjuntas. Se recibirán archivos en los formatos .doc y .rtf a revistacontem-
poranea2010@gmail.com hasta el 12 de abril 2013.
• Los autores deben enviar un cv abreviado (dos páginas) y sus datos de contacto. Se debe incluir un
resumen de entre 100 y 150 palabras con una selección de cuatro palabras clave. El resumen y las
palabras deben ser enviados en el idioma del artículo y en inglés.
• Los textos serán sometidos a arbitraje anónimo por dos especialistas en el tema si el Comité Editorial
decide que coinciden con la línea general de la revista. Los árbitros tendrán tres semanas para la
evaluación y recomendarán “publicar”, “publicar con modificaciones” o “no publicar”. Se enviarán sus
argumentos a los autores, quienes, cuando corresponda, tendrán dos semanas para revisar sus textos.
También se recibirán:
• reseñas de libros (entre 1.000 y 1.200 palabras; con énfasis en la descripción sobre la opinión; sin
notas al pie) de textos publicados en los últimos cinco años que tengan que ver con la temática
general de este número;
• ensayos bibliográficos (entre 3.000 y 4.000 palabras; con énfasis en la opinión sobre la descripción;
con notas al pie según reglas adjuntas) que tengan que ver con la temática general de este número;
• reseñas de eventos (entre 2.000 y 2.500 palabras; con notas al pie según reglas adjuntas) vinculados
al tema de este número y realizados en el año inmediatamente anterior a su publicación.
El Comité Editorial decidirá sobre la pertinencia de estas colaboraciones.
Formato:
• Todos los textos deberán estar a espacio simple y usar el tipo de letra Times New Roman, tamaño
12 en el cuerpo y tamaño 10 en las notas.
• No marcar cursivas y negritas en títulos y subtítulos.
• Las referencias textuales de menos de cinco líneas se incluirán entrecomilladas (sin cursivas) en el tex-
to. Si sobrepasan esa extensión, aparecerán en párrafo aparte, con sangrado y sin comillas ni cursivas.
• Cuando corresponda, la bibliografía y fuentes se citarán a pie de página según los siguientes ejemplos:
Libros:
Sara Evans, Personal Politics: The Roots of Women’s Liberation in the Civil Rights Movement and the New Left (Nueva
York: Vintage Books, 1980), 23.
Peter Braunstein y Michael William Doyle (editores), Imagine Nation: The American Counterculture of the 1960s and
1970s (Nueva York: Routledge, 2001), 80.
Artículos en libros:
Ana Longoni, “Tucumán Arde: Encuentros y desencuentros entre vanguardia artística y política”, en Enrique Oteiza
(coordinador), Cultura y política en los años 60 (Buenos Aires: Facultad de Ciencias Sociales, 1997), 316.
Artículos en revistas:
Francisco Panizza, “El liberalismo y sus ‘otros’: La construcción del imaginario liberal en el Uruguay (1850-1939)”,
Cuadernos del CLAEH 50 (1989).
Cuando se mencionen por segunda vez, se repetirán las citas, omitiendo los datos de publicación y
acortando los títulos y nombres:
Libros:
S. Evans, Personal Politics, 23.
P. Braunstein y M. W. Doyle (eds.), Imagine Nation, 80.
Artículos en libros:
A. Longoni, “Tucumán Arde”, 316.
Artículos en revistas:
F. Panizza, “El liberalismo y sus ‘otros’”.
contemporanea
Historia y problemas del siglo XX
Entrevista a Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez