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—Lo siento mucho, pero ya no tengo nada que darte, ni siquiera manzanas.
El hombre replicó:
—No tengo dientes para morder ni fuerzas para escalar, ya estoy viejo.
Entonces el árbol, llorando, le dijo:
—Realmente no puedo darte nada. Lo único que me queda son mis raíces muertas.
Y el hombre contestó:
—No necesito mucho ahora, sólo un lugar para reposar. Estoy cansado después de tantos
años...
—Bueno —dijo el árbol—, las viejas raíces de un árbol son el mejor lugar para recostarse y
descansar. Ven, siéntate conmigo y descansa.
El hombre se sentó junto al árbol y este, alegre y risueño, dejó caer algunas lágrimas.
Esta es la historia de cada uno de nosotros: el árbol son nuestros padres. De niños, los
amamos y jugamos con ellos. Cuando crecemos los dejamos solos; regresamos a ellos cuando
los necesitamos, o cuando estamos en problemas. No importa lo que sea, siempre están allí
para darnos todo lo que puedan y hacernos felices. Usted puede pensar que el muchacho es
cruel con el árbol, pero ¿no es así como tratamos a veces a nuestros padres.