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La Acrópolis de Atenas, literalmente ciudad alta, que era donde se encontraban los templos
ya que se estaba más cerca de los dioses, está situada en una colina alargada de 156 metros de
altitud. Es uno de los conjuntos más completos y majestuosos de la Antigüedad que alberga
diversos templos en su interior. Los más importantes son el Partenón, el Templo de Atenea Niké,
los Propileos y el Erecteión, siendo en el siglo V a.C. cuando el recinto adquirió la
monumentalidad arquitectónica de la que todavía se conservan abundantes vestigios.
Fue construido sobre los cimientos de otro antiguo templo de grandes proporciones que
había sido destruido por los persas. Pericles, el director de las obras, utilizó el tesoro de los
dioses y el producto de una de las minas de plata de Laurion, así como los recursos de la Liga de
Délos para el pequeño templo de Atenea Niké, y a la imponente fachada de los Propileos, los
pórticos de entrada.
Los Propileos, las puertas delanteras, fueron erigidos en mármol, de estilo dórico. El
arquitecto encargado fue Mnesiclés, que aplicó en esta construcción las mismas técnicas y
principios arquitectónicos que el Partenón. Precedido de una escalera monumental, y con dos
alas laterales avanzadas con respecto al cuerpo central, constituye la vía de entrada. En el ala
norte, una parada de refresco para los peregrinos con los divanes para comer, que a su vez
estaba profusamente decorado con pinturas; el ala sur era una pequeña cámara que daba acceso
al templo de Niké. La unidad central de los Propileos tenía un pórtico de seis columnas, también
dóricas, pero de proporciones más imponentes, con la apertura central considerablemente más
ancha que las demás. Más allá de esta apertura, la escala vuelve a cambiar: la procesión pasaba
a un espacio interior fresco y sombrío que parecía dispararse hacia arriba al mismo tiempo que su
volumen se estrechaba. Había luz al final y al principio del pasillo, lo cual le daba un aspecto
dramático.
El paso por los Propileos había purificado y alterado a los ciudadanos adoradores. Ahora
estaban en un espacio abierto y especial, diferente al que habían dejado atrás al entrar al
pabellón de acceso monumental. Allí estaba Atenea Promachos, a medio camino entre los dos
templos estaba el altar donde se sacrificarían los animales, y un poco más a la derecha y detrás
de este estaba el recinto de Zeus, donde se condenaría a muerte a los animales.
Este autor no ve a la arquitectura griega como tal. Dado que también son raros los
espacios interiores monumentales, algunos críticos han llegado a la absurda conclusión de que
las construcciones griegas son ‘no arquitectónicas’ y que deben ser consideradas como ‘grandes
esculturas’.