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Salmo 86

Era un terminal de autobús muy concurrido, me encontraba abrumado por el sol, el olor a
gasolina, la poca agua que había consumido y el hambre del mediodía comenzaba a subir el telón.
Iba para la universidad, eran unas cinco horas en carretera haciendo un trasbordo en aquella
pequeña ciudad empresarial. Llegué, y aunque no era mi primera vez, siempre ocurría algo
inesperado.

Hice la fila, pague mi pasaje, me monté en el autobús y pasó se encontró el suceso inesperado con
el hecho esperado. Debía antes de montarme en el bus hacer una llamada a mi madre, tenía un
paquete esperándome en el terminal, por el agobio se me pasó por alto, pero tampoco quería
bajarme. Estaba en la cocina del bus, así se le conoce donde están los últimos puestos para
pasajeros, por ende, salir de allí iba sería un dilema de insultos, empujones y disgustos al público,
pero tenía un plan.

Saqué mi celular para llamar a mi mamá, ella le avisaría a la persona del paquete que entrara al
terminal y me diera el recado por la ventanilla. En mi mente todo era perfecto, sencillo, ya estaba
listo. Más equivocado no podía estar. Todas las veces en dicho terminal la señal móvil funcionaba
de maravilla, hasta mejor que en mi ciudad natal, sin embargo fue todo lo contrario ¡Justamente
en esta ocasión! Me puso ansioso, reinicié el celular, sacada el chip de su caratula, volvía
nuevamente a insertarlo, nada funcionaba.

Quedaban alrededor de cinco puestos para arrancar el bus y como un destello de sabiduría llegó a
mi mente, para impresionarme por completo. ¿Dios no te podrá ayudar? Por supuesto que puede,
pensé. Olvidándome de todo lo exterior, bajé la cabeza y oré:

«Señor, necesito recibir este paquete y no quiero bajarme del bus. Si tienes un plan para mí,
muéstramelo, si tengo que dejar el paquete que así sea, si debo bajarme dame la fuerza de
voluntad para hacerlo… Señor, nada de esto es lo que mi corazón ruega, pero más grandes son tus
designios y tu voluntad…»

Estaría bien dejar la oración hasta allí, concluir la historia de cómo el Señor me otorgó la paz
necesaria para quedarme sentado o quizá la valentía de atropellar a todos los pasajeros para
poder salir. Seguí orando:

«… Pero Dios, te pido un milagro. Nada, nada, es que nada es para ti darme la señal necesaria
para llamar a mi mamá y que la persona traiga ese paquete. Se me olvidó, lo siento, pero
ayúdame…»

Deseaba que eso pasara, no obstante tampoco quería ser osado en asumir un rol donde Dios
debía hacer lo que yo le decía. Algo me llevó a decir con una seguridad de un hijo pidiéndole
permiso para salir a su papá:
«… Si prendo el celular y tiene señal, me voy a la universidad a estudiar la carrera que Tú me
coloques, si enciendo el celular y no tiene señal, me voy para la casa y dejo hasta aquí el inicio de
esta carrera. Amén.»

No invito a nadie a realizar tales oraciones a Dios, posiblemente puedo culpar a la furia del
momento, ira, desasosiego. No, lo que quería era escuchar la voz de Dios en ese momento. Toda
mi vida he pensado que es real, he oído testimonios, sabía (y todavía estoy totalmente seguro)
que me cuida de muchos males que ni siquiera me imagino, entonces ¿No podría contestarme una
pregunta muy sencilla? Espere atento.

Mientras encendía el celular, cerré los ojos, esperé unos segundos para que la pantalla arrancara
con todas las señales de vida posibles. En ese momento la señal no llegaba, había tomado una
decisión, bajarme del bus era mi principal misión ahora, en eso sonó el tono de un mensaje,
incluso pensé que fue el celular del pasajero de al lado, pero no, era el mío. Recibí el paquete,
cuando volví a mi casa se lo di a mi mamá y llegué a la universidad seguro del llamado que Dios me
hizo.

El salmo 86 me arropó con esta experiencia, la estudiaremos con simpleza, a la vez que
profundidad. No es para menos, siendo el único salmo del tercer libro del salterio reconocido
como escrito por David.

Falta de estructura

Si tomara dos versículos al azar de al menos ocho capítulos y un versículo adicional, podría
tomarse como en el salmo 86. Meramente dividido por peticiones y alabanzas puede confundir su
escritura al más ávido lector. Leerlo por primera vez atraerá a la mente oraciones puntuales del
texto que captan la atención, pero difícilmente una estructura establecida para estudiar.

Un factor propicio para establecer una estructura pudiera ser el uso de la palabra Adonay, no
obstante, limitaría en gran medida los versículos como el primero y el segundo, donde no se
encuentra este término. Se limita a solo siete veces en todo el capítulo sin una relación clara entre
cada aparición. Por tanto, en busca de la comprensión objetiva se clasificará en cápsulas
comprensibles.

1-5

Como en toda petición menesterosa, hay un pedido de escucha del alma. Con suma humildad
ruega para que Dios coloqué su sentido auditivo a su corazón, lo pide porque necesita ser
escuchado y sabe que su Padre no negará esa realidad Nosotros que ya sabemos de la venida de
Cristo y su sufrimiento ¿pondremos en duda su comprensión?

David estaba seguro de ser escuchado, ahora venía lo más complicado: la petición. «Guarda mi
vida…» Si estaba en peligro de muerte directamente será un misterio, pero el abrumado momento
de su vida es incuestionable, de hecho, coloca su piedad en frente del Señor. Estas palabras no
reflejan un corazón orgulloso buscando su propia salvación ensimismado, sino la correcta postura
de un hijo que ha sido obediente, cual espera la benefactora voluntad de su Padre.

¿Cuántas horas has pasado pidiendo algo al Señor? Ya sea material, salud física o salir de algún
problema ¿Podrías decir: te he rogado todo el día? A ciencia cierta es difícil pensarlo literalmente,
por tal motivo la escritura poética es rica y la mejor forma humana de expresar con hipérboles
nuestras emociones y acciones. David sentía un espíritu de clamor constante en todo lo que hacía
a Dios, ese era su mayor afianzo para sentir el cuidado del Todopoderoso, su comunión constante
con Él, dando por hecho una relación de comunicación (clamor, ruego, pregunta, duda –
respuesta).

Entrando en el versículo cinco dilucidamos un aspecto importante de las peticiones, su basamento


en quien es Dios y no en quien las pide. Cualquier ruego se hace porque se entiende a Dios como
tan poderoso, pero a la misma vez tan cerca que brindó nuestra salvación inmerecida en otras
palabras ¡Le importas a Dios! Su naturaleza perdonadora no permite que pases por alto en sus
pensamientos, te tenía en cuenta. Por eso David después de invocar su nombre, nos muestra que
conoce a Dios, un hecho fundamental en la vida de todo cristiano.

6-10:

Como los puntos de este salmo son repetitivos hemos de extraer la importante de cada punto por
separado. Por ejemplo, el verso seis vuelve a rogar a Dios para que escuche su ruego, revela un
desespero por parte del creyente. Pudiéramos cuestionar de inapropiado tan vaga recalco. A
ciencia cierta es necesario notar la inferencia de dicha repetición.

Si leemos el verso siete «En el día de mi angustia te invoco, porque tú me respondes» gracias al
verso seis este versículo tiene un significado diferente. Ya el verso siete no es un ruego para ver si
Dios desea escucharme, para nada, es la confirmación absoluta del Señor oyendo a su siervo.
¿Cómo el salmista con tanta seguridad que su comunicación es efectiva? Por el testimonio «…
porque tú me respondes» Orar es bidireccional, si Dios guarda silencio, algo tiene que enseñar o
algo debemos aprender a oír.

La diferenciación de Jehová a otros dioses mitológicos es abrumadora. No podemos extendernos


el tema en este artículo, no obstante, el salmista reconoce la superioridad o única existencia de
Dios por encima de cualquier otro dios adorado en otras tierras. Hace eco profético del destino
final de todas las naciones que sumaron a la causa de la verdadera adoración, aceptando la
importancia de adorar correctamente y conociendo a quien realmente ha de ser adorado.

La última frase «¡Solo tú eres Dios!» estremece a más de una religión politeísta o bien, monoteísta
con base en otras creencias. No hay un sentido de superioridad humana por tener al Dios
verdadero de nuestro lado, al contrario, es Dios quien nos escogió permitiéndonos estar de su
lado. No tenía que aceptar a David después de su pecado, ni a Moisés, ni Adán, pero lo hizo. David
lo entendía y se aferró al único Dios que no castiga por falta de adoración de manera subordinada,
sino para comprender su amor.
11-17:

Los versos

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