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Bienaventurados los formadores que meditan diariamente la Palabra de Dios.

Bienaventurados los formadores que quieren estar y trabajar en el seminario.

Bienaventurados los formadores que reproducen en sus vidas lo celebrado en la eucaristía.

Bienaventurados los formadores que saben discernir y decidir en equipo.

Bienaventurados los formadores que son testigos de la alegría pascual.

Bienaventurados los formadores que siempre tienen la puerta abierta de su despacho.

Bienaventurados los formadores que son testimonio de vida fraterna.

Bienaventurados los formadores que hacen de la caridad pastoral el principio interior de sus vidas.

Bienaventurados los formadores que en determinadas ocasiones simulan no ver ni oír a los
seminaristas.

Bienaventurados los formadores que se ocupan de su formación permanente.

Bienaventurados los formadores que animan y corrigen paternalmente.

Bienaventurados los formadores que esforzándose por entender a los seminaristas practican la
paciencia y la compasión.

Bienaventurados los formadores que se hacen un tiempo para el ocio y la recreación.

Bienaventurados los formadores a quienes la realidad del seminario y de los seminaristas les quita
el sueño.
Bienaventurados los formadores que deciden en conciencia y clima de oración.

Bienaventurados los formadores que trabajan, rezan y se divierten junto a los seminaristas.

Bienaventurados los formadores que huyen de todo protagonismo para que el seminarista crezca.

Bienaventurados los formadores que aún siendo pastores continúan “ejerciendo” de ovejas.

Bienaventurados los formadores que no hablan mal de los otros formadores.

Bienaventurados los formadores que respetan con prudencia y acompañan con esperanza los
procesos de los seminaristas.

Bienaventurados los formadores que distinguen lo importante de lo urgente.

Bienaventurados los formadores que optan preferencialmente por el seminarista débil, herido y
excluido.

Bienaventurados los formadores que tienen gestos fraternos con sus propios compañeros de
equipo.

Bienaventurados los formadores que se “desvelan” para que los seminaristas tengan el pan de
cada día.

Bienaventurados los formadores que priorizan el acompañamiento personalizado.

Bienaventurados los formadores que renuevan su mirada y aquilatan su corazón en el sagrario.

Que el Señor nos conceda el don de la perseverancia y la gracia de la fidelidad!

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