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Bienaventurados los formadores que hacen de la caridad pastoral el principio interior de sus vidas.
Bienaventurados los formadores que en determinadas ocasiones simulan no ver ni oír a los
seminaristas.
Bienaventurados los formadores que esforzándose por entender a los seminaristas practican la
paciencia y la compasión.
Bienaventurados los formadores a quienes la realidad del seminario y de los seminaristas les quita
el sueño.
Bienaventurados los formadores que deciden en conciencia y clima de oración.
Bienaventurados los formadores que trabajan, rezan y se divierten junto a los seminaristas.
Bienaventurados los formadores que huyen de todo protagonismo para que el seminarista crezca.
Bienaventurados los formadores que aún siendo pastores continúan “ejerciendo” de ovejas.
Bienaventurados los formadores que respetan con prudencia y acompañan con esperanza los
procesos de los seminaristas.
Bienaventurados los formadores que optan preferencialmente por el seminarista débil, herido y
excluido.
Bienaventurados los formadores que tienen gestos fraternos con sus propios compañeros de
equipo.
Bienaventurados los formadores que se “desvelan” para que los seminaristas tengan el pan de
cada día.