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Si entre dos cosas no se encuentra diferencia ninguna, no se tratará de dos cosas, sino de

una sola. Este es el principio de identidad de los indiscernibles, enunciado por el filósofo
alemán Leibniz en el siglo XVII. La palabra identidad deriva del vocablo latino ídem, que
quiere decir lo mismo. Si dos cosas no son idénticas (es decir, si no son la misma cosa),
entonces son diferentes. Todo esto puede parecer bastante obvio, pero también nos trae
algunos problemas. Por ejemplo, observa la siguiente imagen.

¿Qué tan similares son estas tres personas como para decir que son la misma persona?
Lo cierto es que todos (o casi todos) reconocen que son la misma persona, el actor
estadounidense Leonardo DiCaprio. Pero, ¿son realmente la misma persona? Según
Leibniz, si dos cosas son la misma cosa, entonces deben compartir las mismas
características, es decir, ser indistinguibles. Así que si Leibniz estaba en lo correcto,
entonces no estás viendo tres fotografías de la misma persona, sino tres fotografías de
personas diferentes. ¿Qué hace que el Leonardo DiCaprio de 1989 sea la misma persona
que el Leonardo DiCaprio de 2007? Lucen bastante diferentes, pero además, seguramente
tengan personalidades y recuerdos bastante diferentes también. ¿Hay alguna propiedad
esencial que se mantenga constante en el tiempo y haga que sean la misma persona? Esa
propiedad esencial no puede ser el nombre ni el número de cédula. Si una persona comete
un homicidio, y para escapar de la policía cambia su nombre y su número de documento,
nadie pensaría que ya no es la persona y que, por lo tanto, no merece ser juzgado. Es muy
difícil encontrar alguna propiedad esencial que haga que tú seas tú todo el tiempo y a
través de los años, porque todo parece estar en un constante cambio: tu cuerpo, tus
creencias, tus gustos, tus recuerdos, etc.
La identidad es lo que hace que un objeto sea el mismo objeto a través del tiempo, la
identidad personal, específicamente, es lo que hace que una persona sea la misma
persona a través del tiempo. Seguramente tengas la fuerte creencia de que eres la misma
persona que tu madre trajo al mundo hace exactamente la cantidad de años que dices
tener. Si ese bebé no eras tú, ¿qué pasó con el bebé… y cómo apareciste tú? Incluso
supones que en el futuro seguirás siendo tú, aunque cambie tu aspecto. Supones entonces
que hay una continuidad desde el nacimiento hasta la muerte de una persona.

Los filósofos se han enfrentado al problema de la identidad personal por mucho tiempo,
tratando de encontrar esa propiedad esencial que hace que tú seas tú a través del tiempo y
de los cambios.

Si eres tu cuerpo, ¿cuánto de ti tiene que cambiar hasta que te conviertas en otra persona?
¿Qué pasas si te cortan el pelo? ¿O si pasas si ganas o pierdes mucho peso? ¿O si te
sometes a una cirugía plástica como en la película Contracara?

El filósofo inglés Bernard Williams propuso un experimento mental para hacernos pensar
en dónde reside nuestra identidad personal. Es algo así: tú y yo hemos sido secuestrados
por un malévolo científico. Él nos dice que, mañana a la mañana, él va a transferir todo tu
contenido mental (todas tus creencias, recuerdos, personalidad, etc.) a mi cerebro, y luego,
va a mover todo mi contenido mental a tu cerebro. Pero también nos dice que, una vez que
el procedimiento esté completo (es decir, una vez que tu contenido mental esté en mi
cuerpo y mi contenido mental en el tuyo), le dará a uno de los cuerpos un millón de
dólares, y el otro cuerpo será torturado. El científico te deja decidir qué cuerpo es torturado
y qué cuerpo se queda con el millón de dólares. ¿Qué decides? Tu respuesta debería
darte una pista sobre dónde piensas que reside tu identidad, si en tu cuerpo o en tu mente.

Pero, para ser francos, ¿algo de esto importa? ¿A quién le importa si hay continuidad
desde tu nacimiento hasta tu muerte? Pero el asunto de la identidad personal no es sólo un
rompecabezas conceptual, también es importante cuando piensas cómo debes vivir tu
vida. Por ejemplo, si le haces una promesa a alguien, ¿tú yo del futuro está comprometido
con esa promesa que hiciste? ¿O cómo puedes responsabilizar a alguien de sus actos, si
no es la misma persona que antes? Si nadie es la misma persona a lo largo del tiempo,
entonces las promesas, los compromisos y las responsabilidades no tendrían sentido.
Piensa qué es lo que pasa cuando te reencuentras con un viejo amigo de la infancia. Si tu
amigo ha cambiado mucho, entonces te parecerá un extraño, como si fuera otra persona, y
te llevará algún tiempo conocer esa nueva versión de sí misma en que se ha convertido.

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