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Ficha de Cátedra: Identidad cultural

Mariana Videla Manzo

En su desarrollo como disciplina, la antropología elaboró conceptos que permitieron


avanzar en la comprensión de su objeto de estudio, grupo de sociedades no
Occidentales, cuya diversidad se simplificó en una palabra: ​los otros​. Comprender a los
otros ​“cuál es su visión de las cosas, el aliento de vida y realidad que respiran y por el
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que viven, su visión concreta del mundo , se estableció como objetivo desde los inicios
de esta ciencia. Dos nociones cobraron protagonismo para lograr estos objetivos, los
conceptos de ​cultura e identidad​. Se elaboraron con el objetivo de construir un
conocimiento colectivo sobre la sociedad y los diversos grupos que la componen. A
menudo, y erróneamente se los utiliza como sinónimos, y de esta manera, se desdibujan
sus límites, como si ambos conceptos fueran intercambiables e indiferenciables.
El concepto de cultura surge en la segunda mitad del siglo XIX. Vimos, a lo largo de la
bibliografía de la materia, como las teorías del evolucionismo social, el funcionalismo, el
particularismo histórico, el estructuralismo han definido a la cultura. Cada teoría tiene
visiones propias y generalmente se oponen entre sí. El concepto de identidad es más
reciente en el campo de las ciencias sociales. Algunos autores (Cuche, 2002) rastrean su
origen en EEUU en los años 1950. Su utilización se debe al intento de encontrar una
herramienta teórica adecuada para dar cuenta de los problemas de integración de la
población inmigrante. El concepto de identidad no tiene una única definición y
contenido, ya que hay diferentes posiciones teóricas alrededor del mismo.
Cultura e identidad son conceptos necesarios para comprender el mundo
contemporáneo. Los seres humanos no escogemos nuestra lengua primera, los códigos
de comunicación verbal y no verbal, no elegimos la comida que compartirá nuestra
familia, ni la forma que va a tener nuestra educación. Cuando comenzamos a elegir lo
hacemos a partir de clasificaciones y significados ya dados. Podemos crecer en
sociedades muy desiguales con una marcada diferencia socioeconómica, un fuerte
racismo o desigualdades de género, o en sociedades más igualitarias. En un primer
intento por distinguir ambos conceptos podemos decir que la cultura alude a nuestras
prácticas, creencias, significados que nos fueron dados, mientras que la identidad se
refiere a nuestros sentimientos de pertenencia a un colectivo. Frecuentemente nuestras
rutinas y significaciones culturales se entremezclan con nuestras elecciones y
sentimientos de pertenencia a diferentes colectivos, pero esto no siempre ocurre. En un

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​Esta frase reproduce la visión del antropólogo Bronislaw Malinowski acerca de cuáles son los objetivos
del etnografía. Extraída del libro ​Los Argonautas del Pacífico Occidental ​(1995, pp. 504).
grupo fuertemente machista y racista existen personas que optan por adherir a grupos
no racistas y/o feministas.
Las fronteras de la cultura no siempre coinciden con las fronteras de la identidad y por
ello es interesante reflexionar sobre estos dos conceptos y no asimilar uno en el otro.
Podemos nacer en una cultura patriarcal (sociedades o grupos donde el poder y las
decisiones recaen sobre el género masculino) y sin embargo sentirnos identificados con
las ideas del feminismo y el movimiento de mujeres, por ejemplo. En este caso, no
coincide la elección identitaria (movimiento de mujeres y feminismo) con la cultura a la
que pertenecemos.
Para Todorov(1991) siempre existe la posibilidad de rechazar las determinaciones de
nuestra propia cultura, pero lo cierto es que la mayor parte de les personas más que
quebrar esas determinaciones vive en ellas. Los conceptos de cultura e identidad están
en el centro de los debates teóricos de la antropología y las ciencias sociales.
La identidad es una dimensión constitutiva de las prácticas y de la experiencia humana.
Si bien hay muchas maneras de definirla, en este texto nos centraremos en dos grandes
miradas, la esencialista y la relacional- situacional. Pero antes de comenzar conviene
aclarar algunas cuestiones en relación a la identidad:
1) Cultura e identidad están relacionadas, sin embargo no son lo mismo. La identidad
hace referencia a procesos de toma de conciencia, de elecciones, de autoafirmación, de
activación de afectividad y sentidos de pertenencia.
2) Otras disciplinas han hecho esfuerzos por definir el concepto de identidad (por
ejemplo, la Psicología) pero en el caso de la Antropología, el enfoque aborda cuestiones
grupales/ colectivas y no se centra en la identidad personal- individual. Transferir
características del individuo a la sociedad constituye un enfoque inapropiado y ambos
procesos identitarios tienen características diferentes.
3) No se puede hablar de identidad sin referirnos a la idea de diferencia. Es decir, una
forma de “producir” identidad es una forma de “producir” diferencia y definir lo que cae
dentro del propio grupo o quién/es lo integra/n, implica excluir a un “otro”, para lo cual
previamente hay que marcar/definir dicho “alter”. Según Denys Cuche (2002) la
identidad cultural, entonces aparece como una modalidad particular de categorización
de la distinción “ellos”- “nosotros”.
4) Si bien la identidad es un fenómeno que integra múltiples dimensiones o maneras de
definir el sentido de pertenencia (por ejemplo, la adhesión/adscripción a una clase
social, clase etaria, a un determinado grupo de acuerdo a las construcciones de sexo –
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género e inclusive en términos de adscripción racial , aquí nos referiremos a la identidad
cultural o étnico- cultural.
5) El término identidad tiene su historia y podemos comenzar a contarla desde la
década de 1950 cuando en EEUU, algunos grupos de profesionales de la Psicología social
comienzan a preguntarse por los problemas de integración de colectivos migrantes a la
sociedad mayor. Estos primeros enfoques consideraban a la identidad como algo
inmutable, independiente del contexto socio-histórico relacional y también como algo
que determinaba la conducta individual. Sin embargo, la Antropología cuestiona este
abordaje.

Dicho esto, podemos sintetizar dos posturas o maneras de conceptualizar a la identidad


cultural:
Mirada esencialista
Asume a la identidad como algo inmutable, que define al individuo de una vez y para
siempre y que remite a un origen ancestral del grupo activando sentidos de pertenencia.
Esta mirada afirma que la identidad consiste en una serie de atributos o elementos
identificables “objetivamente”, tales como una lengua común, un patrimonio cultural o
costumbres, una religión, una psicología compartida, un vínculo particular con el
territorio, una historia común y un origen “ancestral”. En algunos casos, hasta puede
asociar identidad con un fenotipo particular o componente racial- genético determinado
como si fuera que la identidad cultural se adquiere como “paquete cerrado” en el
proceso de herencia biológica o genética.
Recordemos que algo esencialista es algo que remite a una “herencia” imposible de
cambiar, a una matriz constitutiva, etc. Una perspectiva esencialista de identidad,
remite a un reconocimiento de un contenido supuestamente “auténtico” o certero.
Desde esta perspectiva la cultura sería consustancial con la identidad. El individuo recibe
este “patrimonio” identitario como herencia y los grupos que no cumplen con esto no
podrían, desde esta perspectiva reivindicar una identidad cultural.
Esta mirada está muy presente en el sentido común y en Argentina aparece mucho, por
ejemplo, en notas periodísticas donde se desacreditan reclamos territoriales indígenas
(entre otros posibles) acusando a estos grupos de inauténticos o extranjeros (“son
indios truchos”, “los mapuches vinieron de Chile y no son indígenas argentinos”, etc.).
Como veremos en el texto del Ministerio de Educación, en Argentina hay presencia
indígena y su población se estima en alrededor de 1 millón de personas según el último

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En Argentina, por ejemplo, ocurre con el colectivo “Identidad Marrón” que lucha contra el racismo y el
colonialismo reivindicando un fenotipo al que llaman marrón, contra la prevalencia de lo “blanco”.
censo nacional (2010). A la vez, los 38 pueblos indígenas en nuestro país, son
reconocidos por el Estado y ellos se autoidentifican como indígenas y argentinos con lo
cual la doble identificación o adscripción como diríamos en términos Barthianos (ver
sección siguiente), no presenta una contradicción.

Mirada relacional- situacional o enfoque procesual


Esta perspectiva cuestiona la idea de identidad como algo fijo e inmutable, como
esencia auténtica plausible de ser hallada en elementos objetivos. Desde esta mirada, la
identidad depende de cómo es definida/construida por el grupo en función de cómo
construye las diferencias con sus “otros”. Así, la identidad es más condición relativa que
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ontológica .
El antropólogo noruego Frederik Barth fue el pionero en esta definición y en el texto
“Los grupos étnicos y sus fronteras” (1969) definió a la identidad como un modo de
categorización utilizado por los grupos para organizar sus intercambios. Es decir, para
definir la identidad cultural de un grupo no importa hacer un “inventario” de sus rasgos
culturales “distintivos” sino encontrar aquellos rasgos que efectivamente son utilizados
por los miembros del grupo para afirmar o mantener una distinción cultural.
Obviamente, no todos tienen el mismo poder para hacerlo y, a su vez, este “poder”
puede modificarse a lo largo del tiempo.
Desde la perspectiva relacional- situacional la identidad es la resultante de aquellas
definiciones que los otros grupos imponen y las que cada uno afirma (lo que implica
imposiciones, negociaciones y disputas). Por supuesto, de acuerdo a contextos
favorables o desfavorables algunos grupos se vieron obligados a extremar las diferencias
culturales o bien a silenciarlas e invisibilizarlas para poder existir en su singularidad
étnica. Esto nos lleva a la idea de estrategias identitarias que refieren justamente a
cómo los grupos reivindican públicamente o “esconden”, silencian o niegan sus
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prácticas culturales y toda marcación identitaria para sobrevivir y evitar el genocidio o
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etnocidio . Algunos ejemplos pueden ser:

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Constitutivo del ser.
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La convención para la prevención del delito de Genocidio, aprobada por la ONU en 1948 estipula que se
considera como tal: ​cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de
destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: a) matanza de
miembros del grupo; b) lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c)
sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción
física, total o parcial; d) medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) traslado
por fuerza de niños del grupo a otro grupo.
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Remite a prácticas tendientes a la eliminación de la cultura del “otro”. De todas maneras, algunos
autores, para el caso de los indígenas en Argentina, cuestionan la separación etnocidio- genocidio ya que,
- Los marranos (judíos ibéricos conversos al catolicismo durante el siglo XV para
escapar de la expulsión y persecución). Mantuvieron en secreto algunas de sus
costumbres y rituales transmitiendo la identidad judía de forma clandestina
hasta que pudo afirmarse públicamente más tarde.
- Las distintas oleadas migratorias de haitianos a EEUU marcaron la diferencia
cultural y construyeron su identidad de forma diferente en cada generación. Así,
por ejemplo, los primeros inmigrantes de la década de 1960 provenían de la élite
mulata de Haití y su estrategia fue la de la asimilación intentando separarse de lo
afro norteamericano y evocando toda “blancura” en su demarcación identitaria.
A diferencia de esto, los grupos de la segunda oleada, en la década de 1970,
compuesta principalmente por familias negras de clase media intentaron
diferenciarse de la población afro local, a través del uso del idioma francés y
reforzando estas diferencias idiomáticas.

Según Dolores Juliano (1992), la producción de la identidad depende de definiciones


políticas y es permeable al conflicto político, continúa centrado en una mirada
sincrónica. Según Juliano entonces, una mirada certera sería aquella que retome el
enfoque de F. Barth pero pensado o puesto a jugar en la diacronía (a lo largo del
tiempo).
Los enfoques antropológicos actuales entonces, recuperan la idea de que la identidad es
producto de una construcción que depende de las relaciones establecidas con otros
grupos a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en el caso de las relaciones entre el pueblo
mapuche y el estado argentino la política de relacionamiento implicó de parte del
estado, una construcción de la diferencia que no siempre los asumió como salvajes,
como ocurrió con el genocidio del siglo XIX.
Hasta 1872, una práctica habitual era la de la firma de tratados (de paz o también
acuerdos comerciales) entre Buenos Aires y los distintos grupos indígenas y en ellos el
tratamiento era entre “otros” que se reconocían como soberanos en su territorio. En
cambio, durante el llamado Proceso de Organización Nacional, el modelo
agroexportador y la incorporación de Argentina al nuevo orden mundial, la construcción
estatal sobre el indígena pasó a definirlo como otro bárbaro o salvaje al que hay que
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“convertir al catolicismo y traer a la vida civilizada” . En este nuevo contexto, la política
fue la del genocidio desarrollado por las campañas militares a la Patagonia y al Chaco a

a largo plazo, las prácticas tendientes a la eliminación de la cultura del otro (a través de la asimilación o de
la imposición cultural) contribuyen a la destrucción e impiden la supervivencia física del grupo étnico
como tal (Delrío, Escolar, Lenton y Malvestitti, 2018).
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Esto dice por ejemplo la Constitución Argentina de 1853.
fines del siglo XIX (y hasta las primeras décadas del siglo XX) que incluyó matanzas,
eliminación directa y violencia sobre los indígenas, la deportación de sus territorios y el
desmembramiento de familias, la incorporación de los varones como mano de obra
forzada para el trabajo en ingenios azucareros en el norte del país o peones de campo
en las estancias del sur y a las mujeres y niños como personal doméstico en las familias
de élite porteña. En ese contexto la estrategia indígena consistió en desmarcarse de los
atributos étnicos para poder sobrevivir.
Luego de un proceso complejo con muchos matices en décadas intermedias, a partir de
1983 con el retorno al sistema democrático en Argentina pero más aún en la década de
1990 con la adhesión al Convenio 169 de la OIT y la reforma constitucional de 1994,
entre otras medidas legales, se abre una fase de reconocimiento positivo del estado
argentino a los pueblos indígenas. En este punto, habría que agregar que si bien el
contexto favorable permitió la visibilización y el autoreconocimiento de muchos pueblos
indígenas en tanto tales, también cabe considerar las propias estrategias de lucha y
organización indígenas. Aunque silenciados e invisibles en décadas previas, logran en la
nueva coyuntura presentar sus intereses y presionar para lograr instalar debates en la
sociedad y hasta en el Congreso de la Nación dando cuenta del dinamismo y la
negociación en las estrategias de elaboración de identidad.
Para finalizar, me gustaría enfatizar en que no hay definiciones identitarias dadas de una
vez y para siempre. La identidad es producto de negociaciones y definiciones que varían
a lo largo del tiempo, que integran el conflicto y que para la ciencia el debate principal
no es saber quién es “verdaderamente” ​corso​, ​vasco,​ ​huarpe,​ ​omaguaca o ​mapuche
sino que esto significa recurrir a ver qué significa, cuál es el significado de ser ​corso,​
omaguaca​ o ​mapuche​, etc.
Bibliografía utilizada

Cuché, Denis. 2002. ​La noción de cultura en las ciencias sociales,​ Nueva Visión, Buenos
Aires. Capítulo 2, pp. 19-28.

Delrío, Walter; Diego Escolar; Diana Lenton y Marisa Malvestitti (dir.) 2018. ​En el país de
no me acuerdo. Archivos y memorias del genocidio del Estado argentino sobre los
pueblos originarios, 1870-1950.​ Editorial UNRN. Viedma. [Edición en línea,
https://books.openedition.org/eunrn/1254?lang=es​].

Juliano, Dolores. 1992. “Estrategias de elaboración de identidad”, en Hidalgo, C y


Tamagno, L (comp), ​Etnicidad e identidad,​ CEDAL, Barcelona, p. 50-63.

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